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94 El camino de la comunión
meramente continente, cf. S.Th. 1-11, q.70, a.3c.; 11-11, q.155, a.4.
128Esta definición coincide sustancialmente con la de AruSTÓTELFS,
EN, 11, 6, 1106 b 36 - 1107 a 2, que también adopta S. TOMÁS: cf.
S.Th. 1-11, q. 64, a.1; q. 65, a.1, etc.
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98 El camino de la comunión
129 Por ello, el CEC las define corno "actitudes firmes, disposi-
ciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de
la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones
y guían nuestra conducta según la razón y la fe" (n.1804, subra-
yado nuestro).
13° Cf. S. PINCKAERS, "La virtud es todo menos una costumbre",
227-232.
131 Sigo en estos temas principalmente a A. RoDRfGUEZ LUÑo, Elegi-
132 Cf. S.Th., 1-II, q.64, a.2. La referencia al sujeto que caracteriza
las virtudes afectivas, no obsta a que haya tipos de acción que son
siempre viciosos (JI-JI, 54).
133 Cf. S.Th. 1-JI, q.64, a.2.
100 El camino de la comunión
1) La dimensión intencional
Las virtudes morales perfeccionan la intencionalidad
básica de la voluntad y de los apetitos de la sensibilidad en
la medida en que lo necesitan.
a) La voluntad necesita del perfeccionamiento de
las virtudes, no para interesarse en el bien de los
otros (eso lo hace espontáneamente),. sino par.a
adquirir constancia ~n la prosecución de ese
bien, a nivel natural Ousticia, amor) o sobrenatu-
ral (caridad).
b) Los apetitos sensibles, que se ordenan naturalmen-
te a su bien propio, necesitan de la fortaleza y de
la templanza para orientarse según el juicio de la
razón al bien de la persona como tal.
Ahora bien, estos fines virtuosos son presupuesto necesa-
rio para la prudencia, son los principios a partir de los cuales
ésta despliega su actividad. Pero es preciso tener presente
que los fines virtuosos no son formulaciones teóricas, sino
deseos rectos que orientarán a la prudencia en el discerni-
miento de las exigencias del bien para una determinada si-
tuación. Por ello decimos que la verdad de la prudencia, es
decir, la de su juicio de elección, en cuanto verdad práctica,
consiste en la conformidad de dicho juicio .con el apetito recto, es
decir, con el fin virtuoso.
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2) La dimensión electiva
Por otro lado, sin embargo, también es cierto lo in-
verso, es decir, que las virtudes morales dependen de la
prudencia: los fines virtuosos son genéricos (por ejem-
plo, el deseo de dar a cada uno lo suyo), y reclaman una
concreción que sólo puede aportarles la prudencia de-
terminando el justo medio a través de su acto propio: el
dictamen o imperium.
Por ello, si bien la prudencia presupone las virtudes,
también es cierto que las virtudes presuponen la pruden-
cia. Sin embargo, no estamos ante un círculo vicioso, por-
que las dos afirmaciones son válidas en sentidos diferen-
tes: la prudencia depende de las virtudes en cuanto a los
fines, las virtudes dependen de la prudencia en cuanto a
los medios.
La virtud moral proporciona una percepción afecti-
va de su fin, el llamado fin virtuoso: por ejemplo, percibo
como deseable la moderación y siento deseo de ser mo-
derado. Esta es la dimensión intencional de cada virtud.
La prudencia, a su vez, es la virtud que partiendo de
ese deseo recto que llamamos fin virtuoso, permite a la
razón encontrar, en las circunstancias concretas, el medio
apropiado (" justo") para realizar dicho fin, y ayudará a
elegirlo efectivamente (dimensión electiva). Cuando hace-
mos una elección virtuosa, la virtud se ve reforzada, y
.con ella, la percepción de ese fin, como motor y orienta-
ción de mi conducta.
El siguiente cuadro ilustra esta interacción:
--
q¡
FIN
1 VIRTUD
/ MORAL 1
...... .......... •... ...
\ DIMENSION !
\ INTENCIONAL \
1 PRUDENCIA J
MEDIO
-
104 El camino de la comunión
6.8. Conclusiones
Si pusiéramos en el centro de nuestra vida moral la obli-
gación y la ley como la expresión por excelencia del ideal
moral, éste permanecería en buena medida externo a noso-
tros, sea que elijamos sometemos a él o no. En especial, el
bien moral sería percibido como ajeno a nuestra vida afec-
tiva, al mundo de nuestros deseos, los cuales deberían ser
reprimidos o relegados al rol subalterno de.facilitar el cum-
plimiento del deber.
El resultado inexorable de esta relación extrínseca en-
tre el sujeto y el bien es la contraposición entre la objetividad
y la subjetividad moral. Parecería que sólo puede afirmarse
una en detrimento de la otra: o se defiende la objetividad
de la ley moral desplazando a un segundo plano los deseos
reales del sujeto, o se reivindica la subjetividad del agente
en contra de la ley. Así se explica cómo actualmente al le-
galismo de los siglos anteriores, sucede la rebelión contra
-
7. La conciencia moral
7.2. La conciencia
como núcleo personal
Pero la referencia a la conciencia como la "voz de Dios"
permite inscribir, a su vez, esta primera consideración en
un contexto más explícitamente personalista. Partimos del
célebre pasaje de GS 16:
Ef co , o d lo tom11n,ón
J
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