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Protocolo del día Viernes 16 de Noviembre de 2014

Curso: Teorías del contrato social

Por: Juan Diego Agudelo Molina

I. Descripción de temas:
- Primera parte del Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad
entre los hombres.

II. Exposición de temas:

Introducción

El Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres


fue escrito en 1754 por Jean-Jacques Rousseau para competir en un concurso propuesto por
la academia de Dijon. La pregunta formulada como tema para los textos fue la siguiente:
¿Cuál es el origen de la desigualdad entre los hombres, y si está autorizada por la ley
natural? Para responder está pregunta Rousseau empieza diciendo que es a hombres a quien
escribe y es de hombres de quienes va a hablar (2002, p. 231). El análisis de las
desigualdades humanas presupone un estudio antropológico del hombre, es decir, es
necesario describir la condición natural del hombre y su situación en un estado de
naturaleza para poder justificar qué se deriva de esa condición.

Rousseau distingue dos clases de desigualdad, a saber, la desigualdad natural y la


desigualdad civil. La primera se entiende como la diferencia en cuanto a capacidades o
facultades naturales: edad, sexo, fuerza, ingenio, etc. La desigualdad civil es aquella que es
producto de las acciones humanas como lo son las diferencias en cuanto al poder, a la
riqueza, etc. No tiene sentido preguntarse por el origen de la desigualdad natural porque la
respuesta es obvia, su origen es la naturaleza, por el contrario, la desigualdad civil, en tanto
es artificial, es mucho más interesante, porque al ser producto de la sociabilidad entre
individuos se origina por convenciones. La tarea entonces es reflexionar sobre el origen de
esas convenciones y porqué de un estado de naturaleza se llega a ellas.

Estado de naturaleza

Para realizar el análisis en torno a la naturaleza del hombre Rousseau recurre al


argumento hobbesiano del estado de naturaleza, pero lo reformula sustancialmente. El
Estado de naturaleza se presenta como una condición histórica hipotética: “no hay que
tomar las investigaciones que se puedan realizar sobre este tema por verdades históricas,
sino sólo por razonamientos hipotéticos y condicionales, más propios para esclarecer la
naturaleza de las cosas que para mostrar su verdadero origen” (2002, pp. 233-234). De esto
se deduce que no se está describiendo un estado de cosas, ni una situación que realmente
ocurrió, sino que se está suponiendo una condición prepolítica primitiva que permite
deducir cómo progresivamente sale el hombre de su condición natural hasta conformar un
cuerpo político.

Primero consideremos la filosofía natural rousseauniana, es decir, la descripción


física del hombre en el estado de naturaleza. El hombre, nos dice, es un “animal menos
fuerte que unos, menos hábil que otros, pero en conjunto organizado más ventajosamente
que todos ellos” (2002, p. 236). Se diferencia de los demás animales en tanto es más
ingenioso, es decir, al ser más astuto puede usar sus facultades naturales mejor que las
bestias más feroces. El hombre, en su estado natural, guía sus actos por instinto, con el fin
de satisfacer sus necesidades físicas básicas, no desea, lo que implica que sus actos no sean
motivados por pasiones desenfrenadas, los deseos y las pasiones acaloradas sólo surgen en
la sociedad civil.

Hobbes, en el capítulo XIII del Leviatán, en su descripción del estado de naturaleza,


nos mostraba un ser dañino y violento, Rousseau, por el contrario, nos presenta al hombre
como un ser tímido, que está dispuesto a huir al menor ruido que escuche, que está
dispuesto a alejarse cuando se siente en peligro. Progresivamente el hombre deja de
temerles a las bestias, al aprender a combatirlas, ya que la astucia del hombre supera la
ferocidad de las bestias. En esta situación prepolítica, al contrario de lo que nos dice
Hobbes, no hay lugar para la violencia, pues “al parecer ningún animal hace naturalmente
la guerra al hombre, salvo en el caso de defensa propia o de hambre extrema” (2002, p.
239).

También nos narra Rousseau cómo el hombre en su condición natural no necesita de


medicinas, es naturalmente sano, sólo le preocupa las heridas o la vejez, pero no lo afectan
las enfermedades, incluso se atreve a decir que el origen de las enfermedades puede
rastrearse en la historia de las sociedades civiles (p. 242). Este argumento es similar al que
presenta Platón en el libro III de la República, cuando dice que en el estado sano, o en esa
situación primitiva, no hay lugar a las enfermedades, y que sólo es en el estado lujoso
donde son necesarios los médicos, porque ya es un Estado enfermo.

Es ésta la condición natural del hombre físicamente considerado, a saber, un hombre


asocial, que no necesita de los demás porque es capaz de satisfacer sus necesidades él
mismo, un hombre libre que no depende de nadie, valiente, al ser capaz de enfrentarse a las
bestias. Es con el paso a la sociedad civil que pierde toda sus fortaleza, así, “al volverse
sociable y esclavo, [el hombre] se vuelve débil, temeroso, rastrero, y su manera de vivir
muelle y afeminada acaba por enervar a un tiempo su fuerza y su valor” (2002, p. 243).

Ahora analicemos al hombre en su sentido moral o metafísico. Una característica


que diferencia al hombre de las bestias es que, si bien éstas eligen o rechazan únicamente
por instinto, los hombres, en cambio, lo hacen por un acto de libertad. La naturaleza
prescribe una orden a todos los animales, las bestias obedecen, el hombre, por el contrario,
es libre de elegir. Este acto de libertad, de asentir o resistir, propio del hombre, es lo que se
denomina voluntad, y se entiende como autonomía frente a las decisiones que se han de
tomar. Es decir, es la voluntad la que determina las acciones de los hombres y es por un
acto de voluntad que ellos se alejan de las reglas de la naturaleza. Esta cualidad Rousseau la
denomina perfectibilidad. “Mientras una especie [de bestias], al cabo de mil años, [es] lo
que era el primero de ellos” (2002, p. 247) los hombres tienen la posibilidad de cambiar, de
perfeccionarse o de deteriorarse. Parafraseando a Rousseau, la raza humana, al cabo de mil
años, es irreconocible de lo que era en el primero de ellos. Es esta facultad de
perfeccionarse la que aleja al hombre de su condición originaria y, por tanto, la fuente de
todas sus desgracias.
Las primeras funciones del hombre serán las de percibir y sentir, y las primeras
operaciones de su alma serán el temor, el deseo, el querer (2002, p. 248). Estas pasiones y
deseos se agotan en los instintos naturales, no van más allá de estos. En el momento que las
pasiones no obedezcan los instintos naturales el hombre ya habrá salido de su estado
natural. El hombre carecerá de razón en este estado, ya que ésta sólo se alcanza por medio
de relaciones intersubjetivas, un hombre solo no razona. Este uso de la razón está asociado
al uso del lenguaje, el cual también sólo se da por medio de relaciones intersubjetivas, es
decir, en medio de un estado proto-político o político. El hombre no será malo ni bueno, no
tendrá virtudes ni vicios, ya que estas palabras toman sentido por convenciones humanas en
medio de relaciones intersubjetivas.

Por carecer del uso de la razón las acciones de los hombres no están guiadas por
leyes naturales o racionales, como pretenden Locke y Hobbes. Sin embargo, ciertos
principios anteriores a la razón, principios que podríamos llamar morales, rigen su
comportamiento de forma natural, tales son el amor de sí mismo y la piedad (2002, pp. 260-
263). El amor de sí mismo se entiende como un principio de autoconservación, de
preservación de la vida, de supervivencia, y se distingue del amor propio en la medida que
éste se concibe como un egoísmo racional que sólo se produce en la sociedad civil,
mientras que aquel como un instinto de preservación. El amor propio (2002, p. 266) es
actuar para satisfacer intereses personales, sin importar el reconocimiento moral de los
demás, esto lleva a los hombres a ver a los otros como obstáculos o como medios para
alcanzar fines, es decir, el amor propio es una perversión de la idea del amor a sí mismo.
Por otro lado, la piedad es la repugnancia que sienten los hombres al ver sufrir a otro ser
humano o, incluso, la repugnancia al ver sufrir a cualquier otro ser sensible (2002, p. 224),
esto implica un reconocimiento primitivo del otro como un ser que siente. La condición
natural moral del hombre está dada por estos dos principios, que asociados implican el
deseo de conservación de toda la humanidad y que configuran la concepción normativa de
persona rousseauniana.

En síntesis, este estado de naturaleza es un estado de perfecta libertad, en el que el


hombre no depende más que de sí mismo, por lo que su independencia es absoluta. Es un
estado de igualdad moral, lo que supone que las desigualdades civiles y políticas sean fruto
de convenciones humanas. Así mismo, es un estado de paz, no porque se busque la paz,
sino porque la condición natural del hombre no permite que los hombres busquen la guerra.
Es un estado en el que no hay relación social alguna, en el que no se ha inventado el
lenguaje y, por tanto, en el que los hombres carecen del uso de la razón. Es decir, para
Rousseau éste sería un estado ideal del cual los hombres ya han salido.

Bibliografía

- Rousseau, Jean-Jacques (2002). Discurso sobre el origen y los fundamentos de la


desigualdad entre los hombres. En: Del contrato social. Sobre las ciencias y las
artes. Sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres,
Madrid: Alianza Editorial, S. A., pp. 205-316.

III. Asuntos pendientes

- En la próxima sesión se continuará con la exposición de la segunda parte del


Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres y,
si el tiempo lo permite, se iniciará la exposición del primer libro del Contrato
social, ambos textos de Jean-Jacques Rousseau.
- El ensayo final tiene como fecha límite de entrega el viernes 13 de junio de 2014, el
cual deberá ser enviado por correo electrónico.

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