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Larken Rose – The Most Dangerous

Superstition.

Copyright 2011, Larken Rose ISBN 978-1-4507-5063-9( Al final del libro podrán ver la
nota sobre el copyright. )

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Traducción al Castellano por J.J.García.

Nota del traductor:

Por la vida de todo lector suelen pasar 3 clases de libros, los buenos, los
malos y los que te cambian la vida. Este libro que vas a leer es, sin
ninguna duda, de la tercera clase. A título personal debo reconocer que es
el libro más disruptivo, y a la vez esperanzador que he leído jamás, por lo
que para mí ha sido un placer traducirlo, y con ello, contribuir a que estas
ideas aparentemente divergentes, pero en realidad terriblemente lógicas,
tengan la máxima difusión posible. Así pues, sería deseable que, una vez
leído, si te gusta, lo compartas con tus amigos y conocidos.

Noviembre 2018

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La superstición más peligrosa.

2011, Larken Rose

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Preparando al lector

Lo que leerás en este libro será, con toda probabilidad lo más revolucionarios que ha
leído nunca e irá directamente en contra de lo que le han enseñado sus padres, sus
profesores, lo que le han dicho en la iglesia, en los medios de comunicación, desde el
gobierno, y contra gran parte de lo que usted, su familia y sus amigos siempre han
creído. Sin embargo, es la verdad, como se puede ver si usted se permite pensar en la
cuestión de manera objetiva. No sólo es la verdad, sino que también puede ser la
verdad más importante que jamás habrá escuchado.
Cada vez más gente está descubriendo esta verdad, pero para ello, es necesario mirar
más allá de muchas ideas preconcebidas y de supersticiones muy arraigadas, para
dejar de lado toda una vida de adoctrinamiento, y así examinar ideas nuevas, justas y
honestas. Si hace esto, usted experimentará un cambio radical en la forma de ver el
mundo. Es casi seguro que se sienta incómodo al principio, pero a la larga, valdrá la
pena el esfuerzo. Y si suficientes individuos eligen ver esta verdad, y la abrazan, no
sólo va a cambiar enormemente la forma en que los individuos ven el mundo; va a
cambiar radicalmente el mundo en sí, para mejor.
¿Pero si una verdad tan simple puede cambiar el mundo, no tendríamos todos que
saber ya sobre ella, y no tendríamos que haberla puesto en práctica hace mucho
tiempo?
Si los seres humanos fueran seres de pensamiento genuino, seres objetivos, sí.
Pero la historia demuestra que la mayoría de los seres humanos, literalmente,
preferiría morir antes que reconsiderar objetivamente los sistemas de creencias en los
que fueron criados. El hombre promedio que lee en el periódico acerca de la guerra, la
opresión y la injusticia se preguntará por qué existe tanto dolor y sufrimiento, y
seguramente, deseará que termine. Sin embargo, si se le sugiere que sus propias
creencias están contribuyendo a esta miseria, es muy probable que desestime tal
sugerencia sin pensarlo dos veces, e incluso puede que ataque al que se atreva a
hacer semejante sugerencia.
Así, lector, si sus creencias y supersticiones - muchas de las cuales usted no eligió por
sí mismo, sino que simplemente heredó como incuestionables verdades transmitidas –
le importan más que la verdad y la justicia, le ruego que deje de leer ahora, y pase
este libro a otra persona. Si, por el contrario, está dispuesto a cuestionar algunas de
sus ideas preconcebidas desde hace mucho tiempo, siendo probable que al hacerlo se
pudiera reducir el sufrimiento de los demás, entonces lea este libro.
Y luego déselo a alguien más.

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Parte I
LA SUPERSTICION MÁS PELIGROSA

Comenzando con la frase clave


¿Cuántos millones han contemplado los brutales horrores de la historia, con sus
innumerables ejemplos de la inhumanidad del hombre hacia el hombre, y se han
preguntado en voz alta cómo pueden suceder tales cosas? La verdad es que la
mayoría de la gente no quiere realmente saber cómo sucede, porque ellos mismos
están religiosamente apegados a la creencia que lo hace posible. La gran mayoría del
sufrimiento y la injusticia en el mundo, tanto hoy en día, como hace miles de años,
puede atribuirse directamente a una sola idea. No es la avaricia, ni el odio, ni
cualquiera de las otras emociones o ideas que normalmente se culpan de los males de
la sociedad. Sorprendentemente, la mayor parte de la violencia, robo, asalto y
asesinato que hay en el mundo, es resultado de una mera superstición, una creencia
que, aunque se sostiene casi universalmente, va en contra de toda evidencia y razón
(aunque, por supuesto, aquellos que sostienen la creencia no lo ven de esta manera).
El "frase clave" de este libro es fácil de expresar, aunque difícil de aceptar para la
mayoría de la gente, o incluso de contemplar con calma y racionalidad:
La creencia en la "autoridad", que incluye toda creencia en un "gobierno", es irracional
y contradictoria; es contraria a la civilización y a la moral, y constituye la superstición
más peligrosa y destructiva que ha existido jamás. En lugar de ser una fuerza para el
orden y la justicia, la creencia en la "autoridad" es el archienemigo de la humanidad.
Por supuesto, casi todo el mundo es educado para creer exactamente lo contrario: que
la obediencia a la "autoridad" es una virtud (al menos en la mayoría de los casos), que
el respeto y el cumplimiento de las "leyes" del "gobierno" es lo que nos civiliza, y que
la falta de respeto a la "autoridad" sólo conduce al caos y a la violencia. De hecho, la
gente ha sido entrenada tan minuciosamente para asociar la obediencia con "ser
bueno" que, para la mayoría de la gente, atacar el concepto de "autoridad" le sonará
como sugerir que no hay tal cosa como el bien y el mal, que no hay necesidad de
acatar ninguna norma de conducta, ni necesidad de tener ninguna moral en absoluto.
No es esto lo que se defiende aquí, sino todo lo contrario.
De hecho, la razón por la que el mito de la "autoridad" necesita ser demolido es
precisamente porque existe algo como el bien y el mal, no importa cómo se trate la
gente entre sí, y la gente siempre debe esforzarse por vivir una vida moralmente
aceptable. A pesar de la constante propaganda autoritaria que afirma lo contrario, el
respeto a la "autoridad" y el respeto a la humanidad son mutuamente excluyentes y
diametralmente opuestos. La razón para no respetar el mito de la "autoridad" es,
precisamente, para que podamos tener respeto por la humanidad y la justicia.
Hay un fuerte contraste entre lo que se nos enseña como propósito de la "autoridad"
(crear una sociedad civilizada pacífica) y los resultados reales de esta "autoridad" en
acción. Si hojeas cualquier libro de historia, verás que la mayor parte de la injusticia y
la destrucción que ha ocurrido en todo el mundo no fue el resultado de que la gente
"infringiera la ley", sino más bien el resultado de que la gente obedeciera y aplicara las
"leyes" de esos "gobiernos". Los males que se han cometido sin la participación de la

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"autoridad" son triviales comparados con los males que se han cometido en nombre de
la "autoridad".
Sin embargo, a los niños se les sigue enseñando que la paz y la justicia provienen del
control autoritario y que, a pesar de los flagrantes males cometidos por los regímenes
autoritarios de todo el mundo a lo largo de la historia, siguen estando moralmente
obligados a respetar y obedecer al actual "gobierno" de su propio país, se les enseña
que "hacer lo que se dice" es sinónimo de ser una buena persona, y que "seguir las
reglas" es sinónimo de hacer lo correcto. Por el contrario, ser una persona moral
requiere asumir la responsabilidad personal de juzgar el bien y el mal y seguir la propia
conciencia, lo contrario de respetar y obedecer a la "autoridad".
La razón por la que es tan importante que la gente entienda este hecho es que el
principal peligro que plantea el mito de la "autoridad" no se encuentra en las mentes
de los controladores del "gobierno", sino en las mentes de los que están siendo
controlados. La mente de Adolf Hitler, por sí misma, representaba poca o ninguna
amenaza para la humanidad. Fueron los millones de personas que vieron a Hitler
como "autoridad", y por lo tanto se sintieron obligados a obedecer sus órdenes y a
cumplirlas, quienes realmente causaron el daño hecho por el Tercer Reich. En otras
palabras, el problema no es que la gente malvada crea en la "autoridad", sino que sea
la gente buena la que crea en ella, y como resultado, terminan defendiendo e incluso
cometiendo actos de agresión, injusticia y opresión, incluso asesinatos.
El estatista medio (aquel que cree en el "gobierno"), al tiempo que lamenta otras
formas en que la "autoridad" ha sido utilizada como herramienta para el mal, incluso
en su propio país, seguirá insistiendo en que es posible que haya un "gobierno" que
sea una fuerza para el bien, y todavía cree que la "autoridad" puede, y debe,
proporcionar el camino hacia la paz y la justicia.
La gente asume falsamente que muchas de las cosas útiles y legítimas que benefician
a la sociedad humana requieren la existencia de un "gobierno". Es bueno, por ejemplo,
que la gente se organice para defenderse mutuamente, que trabajen juntos para lograr
objetivos comunes, que encuentren formas de cooperar y llevarse bien pacíficamente,
que lleguen a acuerdos y desarrollen planes que permitan a los seres humanos existir
y prosperar mejor en un estado de civilización mutuamente beneficioso y no violento,
pero eso, desgraciadamente, no es el "gobierno". A pesar de que los "gobiernos"
siempre dicen actuar en nombre del pueblo y del bien común, la verdad es que el
"gobierno", por su propia naturaleza, siempre se opone directamente a los intereses de
la humanidad. "La "autoridad" no es una idea noble que a veces sale mal, ni es un
concepto básicamente válido que a veces se corrompe. De arriba abajo, de principio a
fin, el concepto mismo de "autoridad" es antihumano y terriblemente destructivo.
Por supuesto, a la mayoría de la gente le resultará difícil de tragar. ¿No es el gobierno
una parte esencial de la sociedad humana? ¿No es el mecanismo por el cual la
civilización se hace posible, porque nos obliga a los seres humanos imperfectos a
comportarnos de una manera ordenada y pacífica? ¿No es la promulgación de reglas
y leyes comunes lo que nos permite llevarnos bien, resolver disputas de una manera
civilizada, y comerciar de manera justa y no violenta? ¿No hemos oído siempre que si
no fuera por el "estado de derecho" y el respeto común a la "autoridad", no seríamos
mejores que un grupo de bestias estúpidas y violentas que viven en un estado de
conflicto y caos perpetuos?

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Sí, nos lo han dicho. Y no, nada de eso es verdad. Pero tratar de desentrañar nuestras
mentes de mentiras ancestrales, tratar de destilar la verdad dentro de una jungla de
falsedades profundamente arraigadas, puede ser extremadamente difícil, y muy
incómodo.

Panorama general
En las siguientes páginas el lector será llevado a través de varias etapas, para
comprender plenamente por qué la creencia en la "autoridad" es realmente la
superstición más peligrosa en la historia del mundo. En primer lugar, el concepto de
"autoridad" se destilará hasta su esencia más básica, para que pueda ser definido y
examinado objetivamente.
En la Parte II, se demostrará que el concepto mismo es fatalmente defectuoso, que la
premisa subyacente de todo "gobierno" es totalmente incompatible con la lógica y la
moralidad. De hecho, se demostrará que el "gobierno" es una creencia puramente
religiosa, una aceptación basada en la fe hacia una entidad sobrehumana y mitológica
que nunca ha existido y nunca existirá. (No se espera que el lector acepte una
afirmación tan divergente sin una amplia evidencia y un razonamiento sólido, que será
proporcionado a continuación).
En la Parte III, se mostrará por qué la creencia en la "autoridad", incluyendo toda
creencia en el "gobierno", es terriblemente peligrosa y destructiva. Específicamente, se
mostrará cómo la creencia en la "autoridad" impacta dramáticamente tanto en las
percepciones como en las acciones de varias categorías de personas, llevando
literalmente a miles de millones de personas, que de otro modo serían buenas y
pacíficas, a condonar o cometer actos de agresión inmoral. De hecho, todo aquel que
cree en el "gobierno" participa de ello, aunque la mayoría no se da cuenta y lo niega
con vehemencia.
Finalmente, en la Parte IV, el lector tendrá una idea de cómo podría ser la vida sin la
creencia en la "autoridad". Contrariamente al supuesto habitual de que la ausencia de
"gobierno" significaría caos y destrucción, se demostrará que cuando se abandone el
mito de la "autoridad", muchas cosas cambiarán, pero muchas también seguirán
siendo las mismas. Se demostrará por qué, más que la creencia en que el "gobierno"
es propicio y necesario para una sociedad pacífica, como se ha enseñado a casi todo
el mundo, la creencia es, con mucho, el mayor obstáculo para la organización, la
cooperación y la coexistencia pacífica mutuamente beneficiosas. En resumen, se
demostrará por qué la verdadera civilización puede existir, y existirá sólo después de
que el mito de la "autoridad" haya sido erradicado.

Identificar al enemigo
Para evaluar el concepto de "autoridad" y determinar su valor, debemos empezar por
definir claramente lo que significa y lo que es.
Desde la primera infancia se nos enseña a someternos a la voluntad de la "autoridad",
a obedecer los edictos de aquellos que, de una u otra manera, han adquirido
posiciones de poder y control desde el principio, se califica la bondad de un niño, ya
sea explícita o implícitamente, primero por como obedece a sus padres, luego por
como obedece a sus maestros y luego como obedece las "leyes" del "gobierno". Ya

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sea de forma implícita o explícita, la sociedad está saturada con el mensaje de que la
obediencia es una virtud, y que las personas buenas son las que hacen lo que la
"autoridad" les dice que hagan. Como resultado de ese mensaje, los conceptos de
moralidad y obediencia se han vuelto tan confusos en la mente de la mayoría de la
gente que cualquier ataque a la noción de "autoridad", para la mayoría de la gente, se
percibe como un ataque directo a la moralidad. Cualquier sugerencia de que el
"gobierno" es por su naturaleza ilegítimo se percibirá como una invitación a que todo el
mundo se comporte como animales inconscientes y despiadados, viviendo la vida
según el código de supervivencia del más apto.
El problema es que el sistema de creencias de la persona promedio se basa en una
mezcolanza de vagos conceptos y suposiciones, a menudo contradictorios. Términos
como moralidad y obediencia, leyes y legislaturas, líderes y ciudadanos son usados
constantemente por personas que nunca han examinado racionalmente tales
conceptos. El primer paso para tratar de entender la naturaleza de la "autoridad" (o
"gobierno") es definir lo que significa la palabra "gobierno".
Un "Gobierno" le dice a la gente qué hacer. Pero eso por sí solo no nos da una
definición suficiente, porque todo tipo de individuos y organizaciones dicen a los
demás lo que tienen que hacer. Sin embargo, el "gobierno" no se limita a sugerir o
pedir, sino que ordena, no como un anunciante que te diga "Actúa ahora" o un
predicador que le dice a su congregación lo que tiene que hacer, también podría
decirse que dan órdenes, pero no como el "gobierno".
A diferencia de los "mandatos" de predicadores y anunciantes, los mandatos del
"gobierno" están respaldados por la amenaza de castigo y el uso de la fuerza contra
los que no cumplen o que son sorprendidos "infringiendo la ley". Pero incluso eso no
nos da una definición completa, porque los matones y mafiosos de la calle también
hacen cumplir sus órdenes, aunque no son "gobierno". La característica distintiva de la
"autoridad" es que se cree que tiene derecho a dar y hacer cumplir órdenes a los
demás. En el caso del "gobierno", sus órdenes se llaman "leyes", y desobedecerlas se
llama "crimen".
La "autoridad" puede resumirse como el derecho a gobernar. No se trata simplemente
de la capacidad de controlar por la fuerza a otros, que en cierta medida casi todo el
mundo posee, sino más bien, en el supuesto derecho moral de controlar por la fuerza
a otros. Lo que distingue a una pandilla callejera del "gobierno" es en cómo son
percibidas por la gente las intrusiones, el robo, la extorsión, el asalto y el asesinato, ya
que cuando son cometidos por matones comunes se consideran inmorales,
injustificados y criminales. Las víctimas pueden rendirse a sus exigencias, pero no por
un sentimiento de obligación moral de obedecer, sino por miedo. Si las supuestas
víctimas de una banda callejera pensaran que podrían resistir sin ningún peligro para
ellas mismas, lo harían, sin el más mínimo sentimiento de culpa. No perciben al matón
de la calle como una especie de gobernante legítimo y justo; no lo ven como una
"autoridad". El botín que el matón recolecta no se conoce como "impuestos", y sus
amenazas no se llaman "leyes".
Por otra parte, las exigencias y los mandatos que llevan la etiqueta de "gobierno" son
percibidos de manera muy diferente por la mayoría de los destinatarios de dichos
mandatos. El poder y el control que los "legisladores" del "gobierno" ejercen sobre
todos los demás se considera válido, legítimo, "legal" y bueno. De la misma manera, la
mayoría de los que cumplen con estos mandamientos "obedeciendo la ley", y que
entregan su dinero "pagando impuestos", no lo hacen simplemente por miedo al

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castigo si desobedecen, sino también por un sentimiento de deber de obediencia. Esto
se debe por completo a la forma en que los obedientes ciudadanos perciben a los que
les dan órdenes. Si se los percibe como "autoridad", como “amo” legítimo, entonces
por definición se los considera como que tienen el derecho moral de dar órdenes, lo
que a su vez implica una obligación moral por parte del pueblo de obedecer esas
órdenes. Etiquetarse a sí mismo como "contribuyente respetuoso de la ley" es su
forma de presumir de leal obediencia al "gobierno".
En el pasado, algunas iglesias han reclamado el derecho a castigar a los herejes y a
otros pecadores, pero en el mundo occidental de hoy, el concepto de "autoridad" casi
siempre está vinculado al de "gobierno". De hecho, los dos términos pueden ser
usados ahora casi sinónimamente, ya que, en esta época, cada uno implica al otro:
"La "autoridad" supuestamente deriva de las "leyes" promulgadas por el "gobierno", y
el "gobierno" es la organización que se imagina que tiene el derecho de gobernar, es
decir, la "autoridad".
Es esencial diferenciar entre una orden justificada en función de una situación y una
orden justificada en función de quién la dio. Este último es el tipo de "autoridad" que se
aborda en este libro, aunque el término se utiliza ocasionalmente en otro sentido que
tiende a confundir esta distinción. Cuando, por ejemplo, alguien afirma que tenía
"autoridad" de detener a un ladrón para recuperar el bolso de una anciana, o dice que
tenía "autoridad" de perseguir a unos intrusos que entraron en su propiedad, no está
afirmando poseer ningún derecho especial que otros no posean. Lo único que cree es
que ciertas situaciones justifican el hecho de dar órdenes y/o usar la fuerza.
En contraste, el concepto de "gobierno" se refiere a que ciertas personas creen tener
algún derecho especial para gobernar. Y esa idea, la noción de que algunas personas
-como resultado de elecciones u otros rituales políticos, por ejemplo- tienen el derecho
moral de controlar a otras, en situaciones en las que la mayoría de la gente no lo
haría, es el concepto que aquí se aborda. Cuando en este libro se habla de "la
creencia en la autoridad", se hace referencia a ese significado: la idea de que algunas
personas obtienen el derecho moral de controlar por la fuerza a otras y que, en
consecuencia, esas otras tienen la obligación moral de obedecer.
Hay que subrayar que la "autoridad" se encuentra en ojo del observador, así pues, si
el que está siendo controlado cree que el que lo controla tiene ese derecho, el
controlado verá al controlador como "autoridad". Si el que está siendo controlado no
percibiera este control como legítimo, el controlador no sería visto como “autoridad"
sino como un simple matón. Los tentáculos de la creencia en la “autoridad" llegan a
todos los aspectos de la vida humana, pero el denominador común es siempre la
legitimidad percibida del control que ejerce sobre los demás. Cada "ley" y cada
"impuesto" (federal, estatal y local), cada elección y campaña, cada licencia y permiso,
cada debate y movimiento político -en resumen, todo lo que tiene que ver con el
"gobierno", desde una trivial ordenanza municipal hasta una "guerra mundial"- se basa
enteramente en la idea de que algunas personas han adquirido el derecho moral, en
distinta forma y grado, de gobernar sobre otras.
La cuestión aquí no es sólo si se hace un uso indebido de la "autoridad" o si
argumentamos sobre el "buen gobierno" frente al "mal gobierno", sino en hacer un
examen minucioso de lo que subyace en el concepto "autoridad". El hecho de que se
considere que una "autoridad" sea absoluta, o bien tenga condiciones o límites, puede
influir en la magnitud del daño que causa, pero no influye en la racionalidad del
concepto subyacente. La Constitución de Estados Unidos, por ejemplo, creyó haber

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creado una "autoridad" que, al menos en teoría, tenía un derecho de gobernar
severamente restringido. Sin embargo, seguía buscando crear una "autoridad" con
derecho a hacer cosas (por ejemplo, cobrar "impuestos" y "regular") que el ciudadano
medio no tiene derecho a hacer por sí mismo. Aunque pretendía dar el derecho de
gobernar sólo sobre ciertos asuntos específicos, no dejaba de afirmar que hay que
otorgar "autoridad" a una clase dominante, y, en consecuencia, es merecedora de ser
criticada, tanto como lo sería la "autoridad" de un dictador supremo.
(El término "autoridad" se usa a veces de manera que no tiene nada que ver con el
tema de este libro. Por ejemplo, al que es experto en algún campo se le llama
normalmente "autoridad", y algunas relaciones se parecen a la "autoridad" pero no
implican ningún derecho a gobernar. La relación empleador-empleado es a menudo
vista como si hubiera un "jefe" y un "subordinado". Sin embargo, no importa cuán
dominante o autoritario sea un empresario, no puede reclutar trabajadores ni
encarcelarlos por desobediencia. El único poder que realmente tiene es el de terminar
el acuerdo despidiendo al empleado, y el empleado tiene el mismo poder, porque
puede renunciar. Lo mismo ocurre con otras relaciones que pueden parecerse a la
"autoridad", como un artesano y su aprendiz, un sensei de artes marciales y su
alumno, o un entrenador y el atleta que entrena. Estos escenarios implican acuerdos
basados en un acuerdo mutuo y voluntario, en el que cada una de las partes es libre
de optar por no participar en el acuerdo. Tal relación, en la que una persona permite
que otra dirija sus acciones con la esperanza de que se beneficie de los conocimientos
o habilidades de la otra, no es el tipo de "autoridad" que constituye la superstición más
peligrosa, si es que se le puede llamar "autoridad").

El gobierno no existe
La mayoría de la gente cree que tener un "gobierno" es necesario, aunque
paradójicamente, reconoce que la "autoridad" normalmente conduce a la corrupción y
al abuso. Saben que el "gobierno" puede ser ineficiente, injusto, poco razonable y
opresivo, pero siguen creyendo que la "autoridad" puede ser una fuerza para impulsar
el bien. Lo que no perciben es que el problema no es sólo que el "gobierno" produce
resultados inferiores a los esperados, o que la "autoridad" es por lo general usada
abusivamente. El problema es que el concepto en sí es totalmente irracional y
contradictorio. No es más que una superstición, desprovista de todo razonamiento
empírico, que la gente sostiene sólo como resultado de un constante adoctrinamiento
en forma de culto, perfectamente diseñado para ocultar la absurda lógica que esconde
el concepto. No se trata de una cuestión de grado, o de cómo se usa; la verdad es que
la "autoridad" ni existe ni jamás podrá existir, y la falta de reconocimiento de ese hecho
ha llevado a miles de millones de personas a creer y a hacer cosas que son
horriblemente malignas. No puede haber tal cosa como una buena "autoridad" (de
hecho, no existe tal cosa como una "autoridad"), por extraño que pueda sonar, y como
se demostrará fácilmente a continuación.
En resumen, el gobierno no existe. Nunca lo ha hecho y nunca lo hará. Los políticos
son reales, los soldados y la policía que hacen cumplir la voluntad de los políticos son
reales, los edificios que habitan son reales, las armas que manejan son muy reales,
pero su supuesta "autoridad" no lo es. Y sin esa "autoridad", sin el derecho a hacer lo
que hacen, no son más que una banda de matones. El término "gobierno" implica
legitimidad, es decir, el ejercicio de la "autoridad" sobre un pueblo o lugar determinado.
La forma en que la gente habla de los que están en el poder, llamando a sus

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mandatos "leyes", refiriéndose a la desobediencia como cometer un "crimen", etc.,
implica el derecho del "gobierno" a gobernar, y la correspondiente obligación por parte
de sus súbditos de obedecer. Sin el derecho a gobernar ("autoridad"), no habría razón
para llamar a esa entidad "gobierno", y todos los políticos y sus mercenarios se
volverían totalmente indistinguibles de un gigantesco sindicato del crimen organizado,
sus "leyes" son tan válidas como las amenazas de delincuentes y ladrones de coches.
Y eso es, en realidad, lo que es cualquier "gobierno"…una banda ilegítima de
matones, ladrones y asesinos, disfrazados de cuerpo legítimo con derecho a gobernar
(La razón por la que los términos "gobierno" y "autoridad" aparecen entre comillas a lo
largo de este libro es porque no existe el derecho legítimo a gobernar, por lo que el
gobierno y la autoridad no existen realmente. En este libro estos términos se dedican
únicamente a los tipos y sus bandas de mercenarios, que erróneamente, creen tener
el derecho de gobernar).
La discusión política más habitual (sobre lo que debería ser "legal" o "ilegal", quién
debería ser ubicado en el poder, qué "política nacional" debería desarrollar, cómo
debería esgrimir el "gobierno" los distintos asuntos) es totalmente irracional y una
completa pérdida de tiempo, pues se basa en la falsa premisa de que una persona
puede tener el derecho a gobernar a otra, y que la "autoridad" puede, incluso, existir.
Todo el debate sobre cómo se debe ejecutar la "autoridad" y qué debe hacer el
"gobierno" es exactamente tan útil como el debate sobre cómo Papá Noel debería
manejar la Navidad. Pero es infinitamente más peligroso. Por el lado positivo, tenemos
que eliminar este peligro (la mayor amenaza a la que se ha enfrentado la humanidad)
no requiere cambiar la naturaleza fundamental del hombre, ni convertir todo el odio en
amor o viceversa, ni realizar ninguna alteración drástica en el tejido del universo. En
cambio, sólo requiere que la gente reconozca y luego abandone una superstición en
particular, una mentira irracional que a la mayoría se les ha hecho creer. En cierto
sentido, la mayoría de los problemas del mundo podrían resolverse de la noche a la
mañana, si todos hicieran con la “autoridad” algo similar a lo que sería renunciar a la
creencia en Papá Noel.
El problema con los conceptos erróneos populares es precisamente ese: que son
populares. Cuando cualquier creencia -incluso la más ridícula e ilógica- es creída por
la mayoría de la gente, no se percibirá como irracional para los creyentes. Persistir en
esa creencia resulta fácil y seguro, mientras que cuestionarla será incómodo y muy
difícil, quizás imposible. Incluso la abundante evidencia acerca del poder terriblemente
destructivo que conlleva el mito de la "autoridad", a un nivel casi inimaginable y que se
remonta a miles de años atrás, no ha sido suficiente para que la mayoría despierte y
solo un puñado de humanos empezamos a cuestionar el concepto en su misma
esencia. Y así, creyéndose iluminados y sabios, los seres humanos continúan
tropezando con un desastre colosal tras otro, como resultado de su incapacidad para
deshacerse de la superstición más peligrosa: la creencia en la "autoridad".

Ramificaciones de la superstición
Hay una gran colección de terminología que surge del concepto de "autoridad". Lo que
todos estos términos tienen en común es que implican una cierta legitimidad para un
grupo de personas que controlan por la fuerza a otro grupo. He aquí algunos ejemplos:
"Gobierno": Como se mencionó anteriormente, "gobierno" es el término para
definir la organización o grupo de personas que cree poseer el derecho a gobernar.

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Muchos otros términos, que describen partes del "gobierno" (como "presidente",
"diputado", "juez", "legislador"…) refuerzan la supuesta legitimidad de esta clase
dominante.
"Ley": Los términos "ley" y "legislación" tienen connotaciones muy diferentes a
las de "amenazar" y "mandar". La diferencia, una vez más, estriba en que si los que
emiten e imponen estas "leyes" creen tener el derecho de hacerlo, por ejemplo, si una
pandilla callejera emite órdenes a todos en su vecindario, nadie las considerará
"leyes". Pero si el "gobierno" emite órdenes a través de un proceso "legislativo", casi
todos las llamarán "leyes". En realidad, toda "ley" autoritaria es un mandato
respaldado bajo amenaza de represalias contra los que no la cumplen. Ya se trate de
una "ley" contra un asesinato o contra la construcción de una verja sin licencia de
construcción, nunca se tratará de una sugerencia ni de una petición, sino de una
orden, respaldada por amenaza violenta, ya sea mediante la confiscación forzosa de
bienes (por ejemplo, multas) o mediante secuestro de un ser humano (por ejemplo,
encarcelamiento). Eso a lo que llamaríamos "extorsión" si fuera realizada por un
ciudadano medio, se denomina "impuestos" cuando es realizada por los que se creen
con derecho a gobernar. Lo que normalmente se vería como acoso, agresión,
secuestro y otros delitos, se considera como "regulación" y "aplicación de la ley"
cuando son llevados a cabo por aquellos que afirman representar a la "autoridad".
Por supuesto, usar el término "ley" para describir las propiedades básicas del universo,
como son las leyes de la física y las matemáticas, no tiene nada que ver con el
concepto de "autoridad". Además, existe otro concepto, llamado "ley natural", que es
muy diferente del "derecho" estatutario (es decir, "legislativo"). El concepto de ley
natural nos explica que hay normas de lo correcto y lo incorrecto intrínsecas a la
humanidad, que no dependen de ninguna "autoridad" humana, y que de hecho
reemplazan a toda "autoridad" humana. Aunque este concepto fue el tema de muchas
discusiones en un pasado no muy lejano, es raro escuchar a los ciudadanos usar el
término "ley" en tal contexto hoy en día, y desde luego, ese concepto no será lo que se
entiende por "ley" en este libro.
"Crimen": La otra cara del concepto de "ley" es el concepto de "delito" que se
define como el acto de desobedecer "la ley". La frase "cometer un delito" tiene
obviamente una connotación negativa. La noción de que "quebrantar la ley" es
moralmente incorrecto implica que el mandato que se desobedece es inherentemente
legítimo, basado únicamente en quién dio el mandato. Si una pandilla le dice al dueño
de una tienda: "Nos das la mitad de tus ganancias o te haremos daño", nadie
consideraría al dueño de la tienda como un "criminal" si se resiste a semejante
extorsión. Pero si la misma amenaza es llevada a cabo por aquellos que llevan la
etiqueta de "gobierno", presentada como "ley" e "impuestos", entonces ese mismo
dueño de tienda sería visto por casi todos, como un "criminal" por negarse a cumplir.
Los términos "delito" y "criminal" no aluden simplemente al tipo de acción que se esté
desobedeciendo de la "ley". Es un "crimen" pasar lentamente por una luz roja en una
intersección vacía sin causar peligro, y también es un "crimen" asesinar a los vecinos.
Hace cien años era un "crimen" enseñar a leer a un esclavo; en 1945 Alemania era un
"crimen" esconder a los judíos de las SS. En Pensilvania, es un "crimen" dormir dentro
o encima de un refrigerador en el exterior de la casa. Literalmente, cometer un
"crimen" significa desobedecer las órdenes de los políticos, y un "criminal" es
cualquiera que lo haga. Una vez más, estos términos tienen una connotación
obviamente negativa: la mayoría de las personas no quieren ser llamadas "criminales",

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y lo dicen como un insulto cuando llaman a alguien "criminal". De nuevo, esto implica
que la "autoridad" que emite y aplica las "leyes" tiene derecho a hacerlo.
"Legisladores": Existe una extraña paradoja en el concepto de "legislador", en
el sentido de que se percibe que tienen derecho a dar órdenes, crear "impuestos",
regular el comportamiento y, de cualquier modo, controlar coercitivamente a las
personas, pero sólo si lo hacen a través del proceso "legislativo". Se considera que las
personas en las legislaturas "gubernamentales" tienen derecho a gobernar, pero sólo
si ejercen su supuesta "autoridad" a través de ciertos rituales políticos aceptados.
Cuando lo hacen, se cree que los "legisladores" tienen el derecho de dar órdenes y
contratar a personas para hacerlas cumplir, en situaciones en las que los individuos
normales no tendrían ese derecho. Dicho de otro modo, el público en general imagina
honestamente que la moral es diferente para los "legisladores" que para los demás.
Exigir dinero bajo amenaza de violencia es un robo inmoral cuando la mayoría de la
gente lo hace, pero es visto como un "impuesto" cuando lo hacen los políticos. Dar
órdenes a los demás y controlar por la fuerza sus acciones es visto como acoso,
intimidación y agresión cuando la mayoría de la gente lo hace, pero es visto como
"regulación" y "aplicación de la ley" cuando los políticos lo hacen. Se les llama
"legisladores", en lugar de "acosadores", porque sus órdenes -si se cumplen a través
de ciertos procedimientos "legislativos"- se consideran intrínsecamente legítimas, es
decir, se les considera como "autoridad", y la obediencia a sus órdenes legislativas se
considera un imperativo moral.
"Cumplimiento de la ley": Uno de los ejemplos más comunes de "autoridad",
que mucha gente sufre a diario, son esas personas que llevan la etiqueta de "policía" o
"fuerzas del orden". El comportamiento de estos "agentes del orden", y la forma en
que son considerados y tratados por los demás, muestra claramente que no son vistos
simplemente como personas, sino como representantes de la "autoridad", a la que
parece ser, se les aplican normas morales muy diferentes. Supongamos, por ejemplo,
que alguien va conduciendo por la calle sin saber que una de sus luces de freno se ha
fundido. Si un ciudadano normal obligara a ese conductor a detenerse y a continuación
le exigiera una elevada suma de dinero, este conductor seguro que se indignaría, pues
percibiría el hecho como extorsión, acoso, y posiblemente asalto y detención ilegal.
Pero cuando un tipo dice actuar en nombre del "gobierno" hace exactamente lo
mismo, encendiendo sus luces azules (y persiguiendo a la persona si no se detiene) y
luego emitiendo una "multa", curiosamente, la mayoría considera que tales acciones
son perfectamente legítimas.
En un sentido muy real, las personas que usan insignias y uniformes no son vistas
como meras personas por todos los demás. Son vistos como el brazo de una cosa
abstracta llamada "autoridad". Como resultado, la corrección del comportamiento de
un "oficial de policía" y la rectitud de sus acciones se miden por un estándar muy
diferente al comportamiento de todos los demás. Se les juzga por lo bien que hacen
cumplir "la ley" en lugar de ver si sus acciones individuales se ajustan a los estándares
normales de lo correcto y lo incorrecto que se aplican a todos los demás. La diferencia
es expresada por los mismos "agentes de la ley", que a menudo defienden sus
acciones diciendo cosas como "Yo no hago la ley, sólo la hago cumplir". Obviamente,
esperan ser juzgados más por la fiereza con la que cumplen la voluntad de los
"legisladores", que por su comportamiento como seres humanos civilizados y
racionales.
"Países" y "Naciones": Los conceptos de "ley" y "delito" son ramificaciones de
los conceptos de "gobierno" y "autoridad", pero muchas otras palabras en el lenguaje
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habitual son cambiadas por la creencia en la "autoridad" o existen de facto debido a
esa creencia. Un "país" o "nación", por ejemplo, es un concepto puramente político. La
línea alrededor de un "país" es, por definición, la línea que define el área sobre la que
una "autoridad" en particular reclama el derecho a gobernar, lo que separa esa
ubicación de las áreas sobre las que otras "autoridades" reclaman el derecho a
gobernar.
Las localizaciones geográficas son, por supuesto, muy reales, pero el término "país"
no se refiere sólo a un lugar. Siempre se refiere a una "jurisdicción" política (otro
término derivado de la creencia en la "autoridad"). Cuando la gente habla de amar a su
país, rara vez son capaces de definir lo que eso significa, pero en última instancia, lo
único que la palabra "país" puede significar no es el lugar, ni la gente, ni ningún
principio o concepto abstracto, sino simplemente el territorio sobre el que una pandilla
de malhechores reclamó el derecho a gobernar, a la luz de este hecho, el concepto de
amar a tu país como a un padre, es una extraña idea; expresa poco más que un apego
psicológico a otros sujetos que están controlados por esa misma clase dominante, lo
cual no es lo que la mayoría de la gente cree cuando se siente leal a su nación y se
dice patriota. La gente puede sentir amor por una cierta cultura, o por un cierto lugar y
por la gente que vive allí, o por algún ideal filosófico, y confundirlo con el amor a la
patria, pero en última instancia, un "país" es simplemente el área en la que un
"gobierno" en particular reclama el derecho a gobernar. Eso es lo que define las
fronteras, y son esas fronteras las que definen al "país".

Intentar racionalizar lo irracional


Las personas que se consideran educadas, de mente abierta y progresista no quieren
pensar que son esclavas de un amo, ni siquiera que son súbditos de una clase
dominante. Debido a esto, se han hecho muchas racionalizaciones y elucubraciones,
en un intento de negar la naturaleza fundamental del "gobierno" como clase
dominante. Se han escrito muchas tramas, terminología engañosa y mitologías para
tratar de oscurecer la verdadera relación entre los "gobiernos" y sus sujetos, y esta
mitología se enseña a los niños como "cívica", a pesar de que la mayor parte de ella
es completamente ilógica y se contradice como indican las evidencias. A continuación,
se verán algunos de los tipos populares de propaganda usados para ocultar la
naturaleza de la "autoridad".

El mito del consentimiento


En el mundo moderno, la esclavitud es universalmente condenada. Pero la relación de
una "autoridad" percibida con su sujeto es en gran medida la relación de un amo
(propietario) de esclavos con un esclavo (propiedad). No queriendo admitir eso, y no
queriendo comprender lo que equivale a esclavitud, aquellos que creen en la
"autoridad" son adoctrinados para memorizar y repetir una retórica descaradamente
inexacta, diseñada para ocultar la verdadera naturaleza de la situación. Un ejemplo de
esto es la frase "consentimiento de los gobernados".
Hay dos formas básicas en las que las personas pueden interactuar: de mutuo
acuerdo, o mediante amenazas en las que uno intenta imponer su voluntad sobre otro.
El primero puede ser etiquetado como "consentimiento", es decir, que ambas partes
aceptan voluntaria y voluntariamente lo que se va a hacer. El segundo puede ser

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etiquetado como "gobernante", una persona que controla a otra. Dado que estos dos -
consentimiento y gobierno- son opuestos, el concepto de "consentimiento de los
gobernados" es una contradicción en sí misma. Si hay consentimiento mutuo, no es
"gobierno"; si hay gobierno, no hay consentimiento. Algunos dirán que una mayoría, o
el pueblo en su conjunto, ha dado su consentimiento para ser gobernado, aunque
muchos individuos no lo hayan hecho. Pero tal argumento devuelve el concepto de
consentimiento sobre sí mismo. Nadie, ni individualmente ni en grupo, puede dar su
consentimiento para que hagan algo otras personas. Eso simplemente no es lo que
significa "consentimiento". Es un desafío a la lógica decir: “Doy mi consentimiento para
que te roben". Sin embargo, esa es la base del culto a la "democracia": la noción de
que una mayoría puede dar su consentimiento en nombre de una minoría, es decir,
que no hablamos de "consentimiento de los gobernados"; sino del control forzoso de
los gobernados, con el "consentimiento" de un tercero que nada tiene que ver con el
sujeto.
Incluso si alguien fuera lo suficientemente tonto como para decirle a otra persona,
"Estoy de acuerdo en dejar que me controlen por la fuerza", en el momento en que el
controlador debe forzar al "controlado" a hacer algo, obviamente ya no existe el
"consentimiento". Antes de llegar a ese momento, no existe un "gobierno", sólo una
cooperación voluntaria. Expresar el concepto con más precisión revela su
esquizofrenia inherente: "Estoy de acuerdo en dejar que me obligues a hacer cosas,
esté de acuerdo o no con ellas".
Pero en realidad, nadie está de acuerdo en dejar que los que están en el "gobierno"
hagan lo que quieran. Así, para crear el "consentimiento" donde no lo hay, los
creyentes en la "autoridad" añaden otro paso, más extraño, si cabe, a la mitología: la
noción de "consentimiento implícito". La afirmación es que, por el mero hecho de vivir
en una ciudad, o en un estado, o en un país, uno está "de acuerdo" en acatar las
reglas que, por casualidad, dicten las personas que afirman tener el derecho de
gobernar esa ciudad, estado o país. La idea es que, si a alguien no le gustan las
reglas, es libre de abandonar la ciudad, el estado o el país por completo, y si decide no
salir, eso constituye dar su consentimiento para ser controlado por los gobernantes de
esa jurisdicción.
Aunque es constantemente repetida como un evangelio, la idea desafía el sentido
común. Sería como si un ladrón de coches detuviera a un conductor un domingo y le
dijera: "Si conduces por este barrio el domingo, debes estar de acuerdo en darme tu
coche". Una persona, obviamente, no puede decidir con qué debe estar “de acuerdo”
otra persona. Un acuerdo es cuando dos o más personas comunican una voluntad
mutua de llegar a algún acuerdo. El simple hecho de nacer en algún lugar no significa
aceptar nada, ni tampoco lo debería ser el hecho de vivir en la propia casa cuando
algún rey o político ha declarado que está dentro del reino que gobierna. Una cosa es
que alguien diga: "Si quieres ir en mi coche, no puedes fumar", o "Sólo puedes entrar
en mi casa si te quitas los zapatos". Otra muy distinta es tratar de decirle a otras
personas lo que pueden o deben hacer en su propia casa. Quienquiera que tenga el
derecho de hacer las reglas para un lugar en particular es, por definición, el dueño de
ese lugar. Esa es la base de la idea de la propiedad privada: que pueda existir un
"propietario" que tenga el derecho exclusivo de decidir qué se hace con y sobre esa
propiedad. El propietario de una casa tiene el derecho de mantener a otros fuera de
ella y, por extensión, el derecho de decirles a los visitantes lo que pueden y lo que no
pueden hacer mientras estén en su casa.

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Los creyentes en el "gobierno" nunca explican cómo es que unos pocos políticos
pudieron haber adquirido el derecho de reclamar unilateralmente la propiedad
exclusiva de miles de kilómetros cuadrados de tierra, donde otras personas ya vivían,
como su territorio, para gobernar y explotar como ellos quisieran. No sería diferente a
imaginar a un lunático diciendo, "Por la presente declaro Norteamérica como mi
dominio legítimo, así que cualquiera que viva aquí tiene que hacer lo que yo diga, si no
te gusta, puedes irte".
También hay un problema práctico con la actitud de "obedecer o salir", que es que
salir sólo reubicaría al individuo en otra plantación gigante de esclavos, en otro "país".
El resultado final es que todos en la tierra son esclavos, y la única opción que tenemos
es bajo qué amo vivir. Esto excluye completamente la libertad real. Así pues, esto que
describimos, no es el significado de "consentimiento".
La creencia de que los políticos son dueños de todo se demuestra con más
vehemencia en el concepto de "leyes" de inmigración. La idea de que un ser humano
necesita el permiso de los políticos para poner un pie en cualquier lugar de un país
entero -la idea de que puede ser un "crimen" que alguien cruce una línea invisible
entre una jurisdicción autoritaria y otra- implica que todo el país es propiedad de la
clase dominante. Si a un ciudadano no se le permite contratar a un "extranjero ilegal",
no se le permite comerciar con él, ni siquiera se le permite invitar a un "ilegal" a su
propia casa, entonces ese ciudadano individual no posee nada, y los políticos son
dueños de todo.
La teoría del "consentimiento implícito" no sólo tiene defectos lógicos, sino que
obviamente tampoco describe la realidad. Cualquier "gobierno" que tuviera el
consentimiento de sus súbditos no necesitaría ni tendría fuerzas de seguridad. La
aplicación de la ley sólo ocurre si alguien no consiente en algo. Cualquiera con los ojos
abiertos puede ver que el "gobierno", de manera regular, hace cosas a mucha gente
en contra de su voluntad. Solo hay que estar al tanto de la miríada de recaudadores de
impuestos, policías, inspectores, guardias fronterizos, agentes de narcóticos, fiscales,
jueces, soldados y todos los demás mercenarios del estado, y seguir afirmando que el
"gobierno" hace lo que hace con el consentimiento de los "gobernados", es totalmente
ridículo. Cada individuo, si es honesto consigo mismo, sabe que a los que están en el
poder no les importa si él consiente o no en acatar sus "leyes". Las órdenes de los
políticos se cumplirán, por la fuerza bruta si es necesario, con o sin el consentimiento
de ningún individuo.

Más Mitología
Además del mito del "consentimiento de los gobernados", otros refranes y retórica
dogmática se repiten a menudo, a pesar de ser completamente inexactos. Por
ejemplo, en Estados Unidos se enseña al pueblo - y se repite fielmente - ideas como
"Nosotros somos el gobierno", "El gobierno trabaja para nosotros" o "El gobierno nos
representa", son aforismos descarada y obviamente falsos, a pesar de que son
repetidos constantemente por gobernantes y súbditos por igual.
Una de las afirmaciones más extraña y delirante (pero muy común) es que "Nosotros,
el pueblo, somos el gobierno". A los escolares se les enseña a repetir este absurdo, a
pesar de que todo el mundo es plenamente consciente de que los políticos emiten
órdenes y mandatos, y todos los demás, o bien cumplen, o bien son castigados. En
Estados Unidos hay una clase dominante y una clase súbdita, y las diferencias entre

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ellas son muchas y obvias. Un grupo manda, el otro obedece. Un grupo exige grandes
sumas de dinero, el otro grupo paga. Un grupo le dice al otro grupo dónde pueden
vivir, dónde pueden trabajar, qué pueden comer, qué pueden beber, qué pueden
conducir, para quién pueden trabajar, qué trabajo pueden hacer, y así sucesivamente.
Un grupo toma y gasta billones de dólares de lo que gana el otro grupo. Un grupo se
forma enteramente de parásitos económicos, mientras que los esfuerzos del otro
grupo producen toda la riqueza.
En este sistema, es evidente quién manda y quién obedece. El pueblo no es el
"gobierno", ni mucho menos, y requiere una profunda negación para creer lo contrario.
Pero también se utilizan otros mitos para tratar de hacer que esa mentira suene
racional.
Por ejemplo, también se dice que "el gobierno trabaja para nosotros; es nuestro
servidor". Una vez más, tal afirmación no se ajusta ni remotamente a la realidad obvia
de la situación; es poco más que un mantra de culto, una ilusión programada en la
población con el fin de tergiversar su visión de la realidad. Y la mayoría de la gente ni
siquiera lo cuestiona. La gente nunca se pregunta, si el "gobierno" trabaja para
nosotros, si es nuestro empleado, ¿por qué decide cuánto le pagamos? ¿Por qué
nuestro "empleado" decide lo que hará por nosotros? ¿Por qué nuestro "empleado"
nos dice cómo vivir nuestras vidas? ¿Por qué nuestro "empleado" exige nuestra
obediencia por cualquier orden arbitraria que emita, enviando a ejecutores armados
tras nosotros si desobedecemos? Es imposible que el "gobierno" sea tu servidor, pues
si observas lo que hace el "gobierno", por decirlo en términos simples y personales, si
alguien puede mangonearte y quitarte tu dinero, no es tu servidor; y si no pudiera
hacer esas cosas, no sería el "gobierno". Por muy limitado que sea, se considera que
el "gobierno" es la organización que tiene el derecho de controlar por la fuerza el
comportamiento de sus sujetos a través de "leyes", haciendo completamente ridícula
la retórica popularmente aceptada sobre los "servidores públicos". Imaginar que un
gobernante pueda ser siervo de aquellos sobre los que gobierna es claramente
absurdo. Sin embargo, esa imposibilidad es proclamada como un evangelio
indiscutible en las clases de "educación cívica".
Una mentira aún más frecuente, utilizada para tratar de ocultar la relación amo-esclavo
entre "gobierno" y el público, es la noción de "gobierno representativo". La afirmación
nos dice que el pueblo, al elegir a ciertas personas para ocupar puestos de poder, está
"eligiendo a sus líderes" y que los que están en el poder están simplemente
representando la voluntad del pueblo. Una vez más, esta afirmación no sólo no se
corresponde en absoluto con la realidad, sino que la teoría abstracta subyacente
también tiene defectos de base.
En el mundo real, los llamados "gobiernos representativos" hacen constantemente
cosas que sus súbditos no quieren que les hagan: aumentar los "impuestos", participar
en guerras, ceder poder e influencia a quien les da más dinero, y así sucesivamente.
Cada contribuyente puede fácilmente pensar en ejemplos de cosas financiadas con su
esfuerzo a las que se opone, ya sean condonaciones a grandes corporaciones,
dádivas a ciertos individuos, acciones gubernamentales que infringen los derechos
individuales, o simplemente la máquina burocrática de "gobierno", en general,
derrochadora, corrupta e ineficiente. No hay nadie que pueda decir honestamente que
el "gobierno" hace todo lo que uno quiere y nada que uno no quiera.
Incluso en teoría, el concepto de "gobierno representativo" es inherentemente
defectuoso, porque el "gobierno" no puede representar al pueblo en su conjunto a

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menos que todos quieran exactamente lo mismo. Debido a que diferentes personas
quieren que el "gobierno" haga cosas diferentes, el "gobierno" siempre irá en contra de
la voluntad de muchos ciudadanos.
Incluso si un "gobierno" hiciera exactamente lo que la mayoría de sus súbditos quieren
(lo que en realidad nunca sucede), no estaría sirviendo al pueblo en su conjunto;
estaría victimizando por la fuerza a grupos más pequeños en nombre de grupos más
grandes.
Además, el que representa a otra persona no puede tener más derechos que el
representado. A saber, si una persona no tiene derecho a entrar en la casa de su
vecino y robar sus objetos de valor, entonces tampoco tiene derecho a designar a un
representante para que lo haga por él, representar a alguien es actuar en su nombre, y
un verdadero representante sólo puede hacer lo que la persona que representa tiene
derecho a hacer. Pero en el caso del "gobierno", las personas a las que los políticos
dicen representar no tienen derecho a hacer nada de lo que hacen los políticos: cobrar
"impuestos", promulgar "leyes", etc. Los ciudadanos promedio no tienen derecho a
controlar por la fuerza las decisiones de sus vecinos, decirles cómo vivir sus vidas y
castigarlos si desobedecen, así que cuando un "gobierno" hace tales cosas, no
representa a nadie ni a nada más que a sí mismo.
Curiosamente, incluso aquellos que hablan de "gobierno representativo" se niegan a
aceptar cualquier responsabilidad personal por las acciones tomadas por aquellos por
los que votaron. Si su candidato preferido promulga una "ley" perjudicial, o aumenta
los "impuestos", o se mete en una guerra, los votantes nunca sienten la misma culpa o
vergüenza que sentirían si ellos mismos hubieran hecho personalmente esas cosas, o
hubieran contratado o instruido a alguien más para que hiciera tales cosas. Este hecho
demuestra que incluso los votantes más entusiastas no creen realmente en la retórica
sobre el "gobierno representativo", y no ven a los políticos como sus representantes.
La terminología no se ajusta a la realidad, y el único propósito de la retórica es ocultar
el hecho de que la relación entre cada "gobierno" y sus sujetos es la misma que la
relación entre un amo y un esclavo. Un amo puede azotar a sus esclavos con menos
severidad que otro; un amo puede permitir que sus esclavos conserven un poco más
de lo que producen; un amo puede cuidar mejor a sus esclavos, pero nada de eso
cambia la naturaleza básica que subyace en la relación amo-esclavo. El que tiene
derecho a gobernar es el amo; el que tiene la obligación de obedecer es el esclavo. Y
eso es cierto incluso cuando la gente elige describir la situación usando retórica
inexacta y eufemismos engañosos, como "gobierno representativo", "consentimiento
de los gobernados" y "voluntad del pueblo".
La noción de "un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", si bien resulta
muy agradable como retórica política, es una imposibilidad lógica. Una clase
dominante no puede servir o representar a los que gobierna, como tampoco un
propietario de esclavos puede servir o representar a sus esclavos. La única manera de
hacerlo es dejando de ser propietario de esclavos y liberando a sus esclavos. De la
misma manera, la única manera en que una clase dominante puede convertirse en
servidora del pueblo es dejando de ser clase dominante y renunciando a todo su
poder. Un "Gobierno" no puede servir al pueblo a menos que deje de ser "gobierno".
Otro ejemplo de doctrina estatista irracional es el concepto de "estado de derecho". La
idea de que el gobierno formado por hombres normales es malo, porque sirve a
aquellos con un deseo de poder malvado, mientras que el "estado de derecho", como
dice la teoría, trataría de reglas objetivas y razonables que se imponen a los hombres

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por igual. Un momento de reflexión revela lo absurdo de este mito. A pesar de que a
menudo se habla de "la ley" como de un conjunto de reglas sacrosantas e infalibles
que fluyen espontáneamente de la naturaleza del universo, en realidad "la ley" es
simplemente una colección de órdenes emitidas y aplicadas por los hombres del
"gobierno". Habría una diferencia entre "estado de derecho" y "estado de los hombres"
sólo si las llamadas "leyes" fueran escritas por alguien distinto de los hombres.

El Ingrediente Secreto
En sus intentos por justificar la existencia de una clase dominante ("gobierno"), los
estatistas a menudo describen situaciones perfectamente razonables, legítimas y
útiles, y luego se autoproclaman como "gobierno". "Cuando la gente coopera para
formar un sistema organizado de defensa mutua, eso es gobierno". O pueden decir:
"Cuando la gente decide colectivamente la forma en que las cosas como las
carreteras, el comercio y los derechos de propiedad funcionarán en su ciudad, eso es
el gobierno". O pueden decir: "Cuando la gente reúne sus recursos, para hacer las
cosas colectivamente en lugar de que cada individuo tenga que hacer todo por sí
mismo, esto es gobierno". Ninguna de esas afirmaciones es cierta.
Estas afirmaciones pretenden hacer que el "gobierno" se vea como una parte natural,
legítima y útil de la sociedad humana. Pero todas ellas son ajenas completamente a la
naturaleza fundamental del "gobierno". “Gobierno" no es organización, cooperación o
acuerdo mutuo. Innumerables grupos y organizaciones - supermercados, equipos de
fútbol, empresas de automóviles, clubes de tiro, etc. - participan en acciones colectivas
cooperativas y mutuamente beneficiosas, pero no se les llama "gobierno", porque no
se creen con derecho a gobernar. Y ese es el ingrediente secreto que marca la
diferencia hacia la "autoridad": el supuesto derecho a controlar por la fuerza a los
demás.
Los "gobiernos" no evolucionan a partir de los supermercados o de los equipos de
fútbol, ni de las personas que se preparan y proveen para su defensa mutua. Hay una
diferencia fundamental entre "¿Cómo podemos defendernos eficazmente?" y "¡Tengo
derecho a gobernarte!" Contrariamente a lo que los libros de texto de educación cívica
pueden decir, los "gobiernos" no son resultado ni de la economía ni de la interacción
humana básica. No sólo ocurren como resultado de la civilización y la organización de
la gente. Son enteramente el producto del mito de que "alguien tiene que estar al
mando", sin la superstición de la "autoridad", ningún tipo de cooperación u
organización se convertiría en "gobierno". Requiere un cambio drástico en la
percepción popular el hecho de que un proveedor de servicios, ya sean servicios de
alimentación, vivienda, información, protección o cualquier otra cosa, se transforme en
un gobernante legítimo. Un sistema de organización no puede ni debe convertirse
mágicamente en un "gobierno", al igual que un guardia de seguridad no puede
mágicamente convertirse en rey.
Y este hecho se relaciona con otra afirmación de los estatistas: que eliminar al
"gobierno" daría lugar a que bandas violentas crecieran y ganaran poder, lo que a su
vez se convertiría en un nuevo "gobierno". Pero la conquista violenta no se convierte
necesariamente en "gobierno", como tampoco lo hace la cooperación pacífica. A
menos que la nueva pandilla tenga derecho a gobernar, no será vista como "gobierno".
De hecho, la capacidad de controlar las poblaciones -especialmente las poblaciones
armadas- depende enteramente de la legitimidad percibida en los posibles

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controladores. Hoy en día, gobernar cualquier población de tamaño significativo sólo
por la fuerza bruta requeriría una enorme cantidad de recursos (armas, espías,
mercenarios, etc.), hasta el punto de que sería casi imposible. La fantasía de una
banda de matones despiadados que se apoderan de un país puede ser una película
entretenida, pero en realidad jamás podría ocurrir en un país que posea
comunicaciones básicas y armas de fuego. La única manera de controlar una gran
población hoy en día sería con un aspirante a gobernante que convenza primero al
pueblo de que tiene el derecho moral de ejercer control sobre él; sólo puede adquirir el
dominio si primero logra insertar el mito de la "autoridad" en las cabezas de sus
pretendidas víctimas, convenciéndoles así de que él es un "gobernante" legítimo y
apropiado. Y si puede lograr eso, se requerirá muy poca fuerza real para que adquiera
y mantenga el poder. Pero si su régimen pierde legitimidad a los ojos de sus víctimas,
o si nunca lo logra para empezar, la fuerza bruta por sí sola no le proporcionará un
poder duradero.
En resumen, ni las pandillas ni las sociedades cooperativas pueden llegar a constituir
un "gobierno" a menos que la gente crea que tienen el derecho de gobernarles. Del
mismo modo, una vez que el pueblo en su conjunto se libere del mito de la "autoridad",
no necesitará ninguna revolución para ser libre; el "gobierno" simplemente dejará de
existir, porque el único lugar en el que ha existido es en la mente de aquellos que
creen en la superstición de la "autoridad". Así pues, los políticos, y los mercenarios
que llevan a cabo sus amenazas, son muy reales, pero sin legitimidad percibida, son
reconocidos como una simple banda de matones poderosos, no como un "gobierno".
Cabe mencionar también que algunos han afirmado (incluido Thomas Jefferson, en la
Declaración de Independencia) que es posible, y deseable, tener un "gobierno" que no
haga otra cosa que proteger los derechos de las personas. Pero una organización que
en verdad sólo hiciera eso no sería un "gobierno". Todo individuo tiene derecho a
defenderse a sí mismo y a los demás contra un agresor. Ejercer ese derecho, incluso
de forma organizada y a gran escala, sería considerado "gobierno" tanto como lo sería
una producción de alimentos organizada y a gran escala, es decir, nada en absoluto.
Para que algo sea "gobierno", debe, por definición, hacer algo que la gente normal no
tiene derecho. Un "gobierno" con los mismos derechos que todos los demás no es
para nada un "gobierno".

La excusa de la necesidad
La excusa a la que recurren a menudo los estatistas (aquellos que creen en el
"gobierno") es que la humanidad necesita un "gobierno", que la sociedad necesita
gobernantes, pues alguien tiene que estar al mando, o habría un caos terrible y
sangriento. Pero una necesidad, ya sea real o imaginaria, no puede hacer que una
entidad mítica se convierta real. El derecho a gobernar no va a existir sólo porque
supuestamente lo "necesitemos" para tener una sociedad pacífica. Nadie discutiría
que Santa Claus debe ser real porque lo necesitamos para que la Navidad funcione. Si
la "autoridad" no existe, y de hecho no puede existir, como se demostrará más
adelante, afirmar que la "necesitamos", no sólo no tiene sentido, sino que es
obviamente falso. No podemos crear algo en la vida solo por pura fuerza de voluntad.
Si saltas de un avión sin un paracaídas, tu "necesidad" de un paracaídas no va a
hacer que se materialice. Del mismo modo, si es imposible que una persona adquiera
el derecho a gobernar sobre otra, y es imposible que una persona adquiera la

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obligación de subyugarse a otra (como se demostrará más adelante), afirmar que las
cosas ocurren porque es “necesario" es un argumento vacío.

Parte II
LAS PRUEBAS DE LA AUTORIDAD

Yendo más allá del mito


Cada vez más personas creen que el "gobierno" tal y como lo conocemos, ya no es
necesario y que la sociedad humana, en un nivel práctico, trabajaría mucho mejor sin
él. Otros argumentan que, independientemente de que tipo de gobierno sea más
funcional, la sociedad sin un gobierno coercitivo es la única opción moral, debido a que
es la única opción que no admite el uso de la violencia contra personas inocentes. Si
bien estos argumentos son válidos y muy valiosos, en realidad hay un punto más
importante, si cabe, que hace que estas cuestiones carezcan de sentido: La autoridad,
sea moral o no, sea funcional o no, no debe existir. Esta no es simplemente una
declaración de lo que debería ser, es una descripción de lo que es. Si la autoridad no
debe existir, como se demostrará a continuación, cualquier debate sobre si la
"necesitamos", o sobre si funciona en un nivel práctico, no tiene sentido. En
consecuencia, el objetivo de este libro no es que el "gobierno" deba ser abolido, sino
que el "gobierno" – entendido por una clase gobernante legitimada - ni existe, ni puede
existir, además, el hecho de no reconocer esta verdad ha llevado al mundo a un nivel
de sufrimiento e injusticia inconmensurable. Incluso aquellos que reconocen que el
"gobierno" es una gran amenaza para la humanidad hablan de eliminarlo, como si
realmente existiera. Hablan como si hubiera una opción entre tener un "gobierno" y no
tener un "gobierno". No la hay. El concepto "gobierno" es una imposibilidad lógica. El
problema no es realmente que exista un "gobierno", sino la creencia en el "gobierno".
Por analogía, cuando alguien que se da cuenta de que Santa Claus no es real no inicia
una cruzada para abolir a Santa, o para desalojarlo del Polo Norte. Simplemente deja
de creer en él. La diferencia es que la creencia en Santa Claus causa poco daño,
mientras que la creencia en esta bestia mítica llamada "autoridad" ha llevado a la
humanidad a un sufrimiento inimaginable, con infinita opresión e injusticia.
El mensaje aquí no es si debemos tratar de crear un mundo sin "autoridad", sino que a
los seres humanos les convendría aceptar el hecho de que un mundo sin "autoridad"
es todo lo que ha existido desde siempre, que la humanidad entera estaría en mejor
situación, y que la gente se comportaría de una manera mucho más racional, moral y
civilizada, si este concepto fuera ampliamente entendido.

¿Por qué este mito es tentador?


Antes de demostrar que algo como la "autoridad" no puede existir, se debe mencionar
brevemente por qué alguien querría que existiera tal cosa. Es obvio el motivo por el
cual aquellos que buscan el dominio sobre otros quieren que exista un "gobierno": les
da un mecanismo sencillo y presuntamente legítimo, a través del cual poder controlar

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a otros humanos por la fuerza. ¿Por qué querría alguien (especialmente aquellos que
van a ser controlados) que exista algo así?
La mentalidad de los estatistas generalmente comienza con una preocupación
razonable, pero finaliza con una "solución" demente. La persona promedio que
observa el mundo, sabiendo que hay miles de millones de seres humanos en él,
muchos de los cuales son estúpidos u hostiles (o ambas cosas a la vez), naturalmente
demanda algún tipo de seguridad sobre su integridad de todas las acciones
negligentes y malvadas que otros puedan llevar a cabo. La mayoría de los creyentes
en el "gobierno" describen habitualmente estas razones para justificar que el
"gobierno" es necesario: porque no se puede confiar en la gente, porque está en la
naturaleza del hombre robar, luchar, etc. Los estatistas a menudo afirman que, sin una
autoridad controladora, sin un "gobierno" que haga y aplique las reglas de la sociedad
a todos, cada disputa terminaría en derramamiento de sangre, se viviría con poca o
ninguna cooperación, el comercio prácticamente cesaría, la consigna sería "cada uno
a lo suyo" y la humanidad se degradaría a una existencia tipo hombre de las cavernas,
o tipo "Mad Max".
Como resultado de esto, el debate entre el estatismo y el anarquismo a menudo se
sitúa, erróneamente, como una cuestión acerca de si las personas son
intrínsecamente buenas y honestas, y por lo tanto no necesitan nadie que las controle,
o son intrínsecamente malas e indignas de confianza, y en consecuencia necesitan un
"gobierno" para controlarlas. En verdad, al margen de si los seres humanos son
buenos, malos o regulares, la creencia en la "autoridad" sigue siendo una superstición
irracional, no obstante, la excusa más popular para justificar el "gobierno" (que las
personas son malas y necesitan ser controladas), inadvertidamente expone la locura
inherente en todo el estatismo.
Veamos, si los seres humanos son tan descuidados, estúpidos y malvados que no se
puede confiar en que hagan lo correcto por sí mismos, ¿cómo podríamos mejorar la
situación tomando un subconjunto de esos mismos descuidados, estúpidos y
malvados seres humanos y dándoles permiso legal para controlar por la fuerza a todos
los demás? ¿Por qué alguien pensaría que reorganizar constantemente a un grupo de
bestias peligrosas los haría civilizados? La respuesta a esta cuestión insinúa la
naturaleza mitológica de la creencia en la "autoridad". No es simplemente una
disposición favorable de los seres humanos lo que los autoritarios buscan, sino que
invocan la participación de alguna entidad sobrehumana, con derechos y virtudes que
los seres humanos no tienen, y que se pueda utilizar para mantener a todos estos
humanos indignos bajo control. Decir que los seres humanos están tan alterados que
necesitan ser controlados (un estribillo común entre los estatistas) implicaría que “algo”
sobrehumano necesita ejecutar dicho control. Sin embargo, no importa cuánto
estudies "gobierno", descubrirás que siempre es administrado por personas. Decir que
el "gobierno" es necesario porque las personas son indignas de confianza es tan
irracional como decir que, si alguien es atacado por un enjambre de abejas, la solución
sería crear una jerarquía autoritaria entre las abejas, asignando a algunas de ellas el
deber de prevenir que otras abejas causen daño. Por muy peligrosas que sean las
abejas, se percibe que semejante "solución" sería ridícula.
Lo que los creyentes realmente quieren del "gobierno" es un poder enorme e
imparable que utilizarán para siempre. Sin embargo, no existe un truco mágico, político
o de otro tipo, capaz de garantizar que se haga justicia, de que los "buenos" ganen o
de que los inocentes sean protegidos y atendidos. El gigante, sobrehumano y mágico
salvador que los estadistas insisten en que es necesario para salvar a la humanidad
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de sí misma, no existe. En este planeta, al menos, los seres humanos ocupan la parte
superior de la cadena vital; no hay nada por encima de ellos para controlarlos o que
haga que se comporten adecuadamente, y alucinar con una entidad sobrehumana, ni
la hace real, ni ayuda a resolver la situación.

La religión del "gobierno"


"Gobierno" no es un concepto científico ni una construcción sociológica racional;
tampoco es un método lógico y práctico de organización humana y cooperación. La
creencia en el "gobierno" no se basa en la razón, se basa en la fe. En verdad, la
creencia en el "gobierno" es una religión, compuesta de un conjunto de enseñanzas
dogmáticas, doctrinas irracionales que chocan tanto con la evidencia como con la
lógica, y que son metódicamente memorizadas y repetidas por el fiel. Como otras
religiones, el evangelio del "gobierno" describe una entidad suprahumana y
sobrenatural, por encima de los simples mortales, que emite mandamientos al
populacho, para quien la obediencia incondicional es un imperativo moral.
Desobedecer los mandamientos ("violar la ley") es visto como un pecado, y los fieles
se deleitan en el castigo infringido a los infieles y pecadores ("criminales"), mientras
que al mismo tiempo se enorgullecen de su propia lealtad y humilde sumisión a su dios
(como "contribuyentes respetuosos de la ley"). Y mientras que los mortales deben
suplicar humildemente a su señor por favores, o por permisos para hacer ciertas
actividades, un humilde campesino consideraría blasfemo y escandaloso imaginar que
él es capaz de decidir cuál de las "leyes" del dios "gobierno" debería seguir y cual
debería ignorar. Su mantra es: "Puedes trabajar para tratar de cambiar la ley, pero
mientras sea la ley, ¡todos debemos seguirla!"
La naturaleza religiosa de la creencia en la "autoridad" se puede observar cada vez
que las personas se ponen de pie solemnemente, con sus manos sobre sus
corazones, y proclaman religiosamente su fe y fidelidad inquebrantables a una
bandera y un "gobierno". Rara vez se les ocurre a aquellos que recitan el Juramento
de Lealtad, mientras se sienten orgullosos, que lo que realmente están haciendo es
jurar lealtad a un sistema de subyugación y control autoritario. En resumen, prometen
hacer lo que les dicen y comportarse como sujetos leales a sus amos. Finalmente,
cierran su discurso con la frase totalmente inexacta hablando de "libertad y justicia
para todos", con un compromiso total sobre subordinación al "gobierno" que pretende
representar al colectivo, como si eso en sí mismo fuera una gran y noble meta. La
mentalidad y las emociones que pretende despertar este juramento, se aplicarían
perfectamente a cualquier régimen tiránico en la historia. Es una promesa de ser
obediente y fácil de controlar, de subordinarse a "la república" (o cualquier otro tipo de
gobierno), en vez de ser una promesa de hacer lo correcto. Muchos otros rituales e
himnos patrióticos, así como la reverencia explícitamente religiosa que se le da a dos
piezas de pergamino - La Declaración de Independencia y la Constitución de EE. UU. -
también demuestran que las personas no solo ven el "gobierno" como una necesidad
práctica: lo ven como un dios, digno de ser alabado y adorado, honrado y obedecido.
El factor principal que distingue la creencia en "gobierno" de otras religiones hoy en
día es que la gente realmente cree en el dios llamado "gobierno". Los otros dioses en
los que la gente dice creer, y las iglesias a las que asisten, ahora son, en
comparación, poco más que los rituales vacíos y las supersticiones a medias a
medias. Cuando se trata de su vida cotidiana, el dios al que la gente realmente reza,
para salvarlos de la desgracia, para herir a sus enemigos y derramar bendiciones

23
sobre ellos, es el "gobierno". Son los “mandamientos” del “gobierno” los que la gente
respeta y obedece con más frecuencia. Siempre que surja un conflicto entre el
"gobierno" y las enseñanzas de los “otros dioses”, como "paga lo que le corresponde"
(impuestos) versus "No robarás" o "servir al país" (servicio militar) contra "No matarás",
las órdenes del "gobierno" se impondrán invariablemente a las enseñanzas de
cualquier otra religión. Los políticos, los sumos sacerdotes de la iglesia del "gobierno"
(que entregan la "ley" sagrada desde lo alto) incluso declaran abiertamente que es
permisible que las personas practiquen la religión que deseen, siempre y cuando no se
enfrenten a la religión suprema al desobedecer "la ley", es decir, los dictados del dios
llamado "gobierno".
Quizás lo más revelador es que si sugieres a una persona promedio que tal vez Dios
no exista, es probable que responda con menos emoción y hostilidad que si le
sugieres la idea de una vida sin "gobierno". Esto indica qué religión está más
profundamente incrustada en su centro emocional y en qué religión creen más
firmemente. De hecho, creen tan intensamente en el "gobierno" que ni siquiera lo
reconocen como una creencia en absoluto. La razón por la cual muchas personas
responden a la idea de una sociedad sin estado (anarquía) con insultos, predicciones
apocalípticas y rabietas emocionales, en lugar de hacerlo con razonamiento tranquilo,
es porque su creencia en el "gobierno" no es el resultado de una consideración
cuidadosa y racional proveniente de la evidencia empírica y de la lógica. Es, en todos
los sentidos, una fe religiosa, creída solo por el adoctrinamiento prolongado. Y no hay
casi nada que los adoradores de los estados encuentren más existencialmente
aterrador que contemplar la posibilidad de que el "gobierno" - su salvador y protector,
maestro y señor - en realidad no exista, y nunca lo haya hecho.
Muchos rituales políticos tienen connotaciones abiertamente religiosas. Solo hay que
ver los edificios grandiosos y majestuosos, la pompa y circunstancia en las
inauguraciones y otras ceremonias "gubernamentales", los trajes tradicionales y los
rituales antiguos, la forma en que los miembros de la clase dominante son tratados y
nombrados (por ejemplo, "honorables"), todos estos procedimientos dan un aire de
santidad y reverencia, mucho más propio de ritos religiosos que de un medio práctico
de organización colectiva.
Sería estupendo tener una deidad moralmente superior y todopoderosa para proteger
a los inocentes y evitar la injusticia. Y eso es lo que los estadistas esperan que sea el
"gobierno": un ser sabio, imparcial, omnisciente y omnipotente que tome la decisión
final, que anulará y reemplazará los caprichos de los hombres, miopes y egoístas,
impartiendo infaliblemente justicia y equidad. Sin embargo, no existe tal cosa, ni
existirá, y hay muchas razones por las que es totalmente absurdo considerar al
"gobierno" como la solución a la imperfección humana. Por ejemplo, lo que casi todos
los estadistas quieren es que el "gobierno" imponga reglas objetivas de
comportamiento civilizado. Más específicamente, cada individuo quiere que su propia
percepción de justicia y moralidad se imponga por "autoridad", sin darse cuenta de que
en el momento hay una "autoridad", ya no le corresponde a ese individuo decidir qué
cuenta como moral o justo: la "autoridad" reclamará el derecho de hacer eso por él. Y
así, una y otra vez, los creyentes en la "autoridad" han intentado crear una fuerza
poderosa para el bien al erigir a algunas personas como gobernantes, solo para
aprender rápidamente que una vez que el Señor está en el trono, no le importará lo
que sus esclavos esperen que haga con el poder que ellos mismos le dieron.
Y esto le ha sucedido a todo tipo de estatistas, con creencias y agendas muy
diferentes. Los socialistas afirman que se necesita "gobierno" para redistribuir
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"justamente" la riqueza; Los objetivistas afirman que el "gobierno" es necesario para
proteger los derechos individuales; Los constitucionalistas afirman que se necesita un
"gobierno" para llevar a cabo solo las tareas enumeradas en la Constitución; los
creyentes en democracia afirman que el "gobierno" es necesario para llevar a cabo la
voluntad de la mayoría; muchos cristianos afirman que se necesita "gobierno" para
hacer cumplir las leyes de Dios…cada uno tiene sus razones. Y en todos los casos la
gente termina decepcionada, porque la "autoridad" siempre cambia el plan con el fin
servir a los intereses de los que están en el poder. Una vez que un grupo de
gobernantes están "al cargo", lo que las masas tenían la intención de que hicieran con
su poder ya no importa. Este hecho ha sido demostrado por cada "gobierno" en la
historia. Una vez que la gente crea un Señor, las personas implicadas dejan de estar
“al cargo”.
Esperar lo contrario, incluso sin todos los ejemplos históricos, es absurdo. El Señor no
está para servir al esclavo, así que esperar que el poder sea utilizado únicamente para
el beneficio del que está siendo controlado, y no del que tiene el control, es ridículo. Lo
que lo hace aún más loco, es que los estatistas afirman que nombrar gobernantes es
la única manera de superar las imperfecciones y la falta de confianza del hombre. Los
estatistas observan un mundo lleno de extraños que tienen motivos cuestionables y
una moral dudosa, y temen lo que algunas personas podrían hacer. Eso, en sí mismo,
es una preocupación perfectamente razonable. Pero entonces, como protección contra
lo que algunas de esas personas podrían hacer, los estatistas abogan por darle a
gente de dudosa virtud una gran cantidad de poder y permiso social para gobernar
sobre todos los demás, con la vana esperanza de que, por algún milagro, esa gente
decidirá usar su nuevo poder solo para hacer el bien. En otras palabras, el estadista
mira a su prójimo y piensa: "No confío en que seas mi vecino, pero confío en ti para
que seas mi amo".
Extrañamente, casi todos los estadistas admiten que los políticos son más
deshonestos, corruptos, malvados y egoístas que la mayoría de la gente, pero insisten
en que la civilización solo puede existir si a esas personas particularmente indignas se
les otorga el poder y el derecho de controlar por la fuerza a todos los demás. Los
creyentes en el "gobierno" realmente creen que lo único que puede mantenerlos a
salvo de las fallas de la naturaleza humana es tomar a algunos de esos seres
humanos fallidos –muchos de ellos son los más degenerados, de hecho- y nombrarlos
como dioses, con el derecho a dominar toda la humanidad, en la absurda esperanza
de que, si se les da un poder tan tremendo, esas personas lo usarán solo para bien, y
el hecho de que eso nunca haya sucedido en la historia del mundo, no impide que los
estatistas insistan en que es "necesario" que ocurra así para garantizar una civilización
pacífica.
(Nota personal del autor: Digo todo esto como un antiguo estatista devoto, que durante
la mayor parte de mi vida no solo aceptó las contradicciones y las racionalizaciones
delirantes que subyacen al mito del "gobierno", sino que también extendí
vehementemente la mitología. No escapé de mi propio adoctrinamiento autoritario
rápida y cómodamente, sino que dejé la superstición lentamente y de mala gana, con
mucho "pataleo" intelectual durante el camino. Menciono esto solo para que pueda
entenderse que cuando me refiero a la creencia en "autoridad" como completamente
irracional y demente, estoy atacando mis propias creencias previas, tanto como las de
los demás).
Otra forma de ver esto, es que a los estadistas les preocupa que cada persona tenga
creencias diferentes, puntos de vista diferentes, diferentes estándares de moralidad.
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Expresan preocupaciones tales como "¿Qué pasaría si no hubiera una autoridad y
alguien pensara que es correcto matarme y robar mis cosas?" Sí, claro, hay puntos de
vista contradictorios (como siempre ha habido y siempre habrá) que pueden provocar
un conflicto. La "solución" autoritaria es que, en lugar de que cada uno decida por sí
mismo qué es lo correcto y qué debe hacer ante cada situación, debe haber una
"autoridad" central que establezca un conjunto de reglas que se aplicarán a todos. Los
estatistas, obviamente, esperan que la "autoridad" emita y haga cumplir las reglas
correctas, pero nunca explican cómo o por qué debería suceder esto. Dado que los
edictos del "gobierno" están escritos por simples seres humanos -generalmente seres
humanos corruptos y excepcionalmente hambrientos de poder- ¿por qué alguien
debería esperar que sus "reglas" sean mejores que las "reglas" que cada individuo
elegiría para sí mismo?
La creencia en un "gobierno" no supone que todos estén de acuerdo; solo crea una
oportunidad para hacer crecer drásticamente los desacuerdos personales en guerras a
gran escala y operaciones de opresión masiva. Tampoco tener la presencia de una
"autoridad" resolviendo una disputa, garantiza que el lado "correcto" gane. Sin
embargo, los estatistas hablan como si el "gobierno" fuera justo, razonable y racional
en situaciones en las que los individuos jamás se hubieran visto por sí mismos.
Nuevamente, esto demuestra que los creyentes en el "gobierno" imaginan una
"autoridad" con virtudes sobrehumanas en las que se debe confiar, por encima de las
virtudes de los simples mortales. La historia demuestra lo contrario: un sentido
depravado de la moralidad en una o varias personas, puede resultar en el asesinato
de una persona, o incluso docenas, sin embargo, esa misma moralidad degenerada en
unas pocas personas, cuando se apoderan de esa máquina llamada "gobierno", puede
resultar en el asesinato de millones de seres humanos. El estadista quiere que su idea
de las "buenas reglas" se introduzca por la fuerza a todo el mundo por esa "autoridad"
central a la que defiende, pero por desgracia, él no tiene forma de hacer que suceda
algo así, y ni siquiera hay razón para esperar que ocurra. En su búsqueda de un "chico
bueno" todopoderoso para salvar el mundo, los estatistas siempre terminan creando
bandas de todopoderosos “chicos malos”. Una y otra vez, se construyen monstruos
gigantescos e imparables de "gobierno" con la esperanza de que defenderán a los
inocentes, solo para descubrir que estos monstruos se convierten en una amenaza
mucho mayor para los inocentes que las propias amenazas de las que,
supuestamente, debían protegernos y por cuya razón, fueron ellos puestos en el
poder.
Irónicamente, lo que los estatistas realmente defienden en sus intentos por garantizar
la justicia para todos es la legitimación del mal. La verdad es que toda creencia en la
"autoridad" siempre lo hace, y acaba por introducir más violencia inmoral en la
sociedad. Esta no es desafortunada coincidencia, o el efecto secundario de una idea
básicamente buena. Es una perogrullada basada en la naturaleza de la creencia en
"autoridad", y esto es muy fácil de demostrar lógicamente.

"Autoridad" = Violencia inmoral


Casi todos estamos de acuerdo en que a veces la fuerza física está justificada, y otras
no. Aunque se abre un debate con muchos matices, generalmente se acepta que la
fuerza agresiva -el uso de la violencia contra otra persona- es injusta e inmoral. Esto
incluiría robos, asaltos y asesinatos, así como formas más indirectas de agresión
como vandalismo y fraude. Por otro lado, el uso de la fuerza en defensa de los

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inocentes es ampliamente aceptado como justificado y moral, incluso noble. La
legitimidad del uso de la fuerza está determinada por la situación en que se usa, y no
por quién la está usando. Para simplificar, los tipos de fuerza que uno tiene derecho a
usar se podría denominar "fuerza buena", y cualquier acto de fuerza que las personas
normales no tienen el derecho de usar se denominaría “fuerza mala" (El lector puede
aplicar sus propios adjetivos, y esta lógica funcionará igualmente).
Sin embargo, sabemos que los agentes de "autoridad" tienen el derecho de usar la
fuerza no solo en las situaciones en las que alguien podría ejercer ese derecho, sino
también en otras situaciones. Es lógico pensar, que si tienen el derecho de usar un
medio inherentemente justificado como la "fuerza buena" y resulta que "la ley" autoriza
a los agentes del "gobierno" a usar la fuerza en otras situaciones, aunque no entrañen
peligro para nadie, entonces la ley resulta ser una forma de legitimar la “fuerza
malvada”. En resumen, “autoridad" es tener permiso para cometer actos malvados, es
decir, para hacer cosas que serían reconocidas como inmorales e injustificables si
alguien que no estuviera en el “gobierno” las hiciera.
Obviamente, ni el votante entusiasta que muestra con orgullo un cartel de campaña en
su portal, ni el ciudadano bien intencionado que trabaja en una oficina entienden este
hecho. Si lo hicieran, entenderían que la "democracia" no es más que violencia inmoral
aprobada por la mayoría, y que no puede afectar a la sociedad ni ser una herramienta
para la libertad o la justicia. A pesar del mito que afirma que el voto de una persona es
su "voz" y que el derecho al voto es lo que hace libres a las personas, la verdad es
que toda "democracia" es solo la legitimación de agresión y violencia injustificada. La
lógica de esto es tan simple y obvia que se necesita una enorme cantidad de
propaganda para adoctrinar a la gente a no verla. Si todo el mundo tiene el derecho de
usar una fuerza intrínsecamente justa, pero los agentes del "gobierno" pueden usar la
"fuerza" también en otras situaciones que no entrañan peligro para nadie, podemos
deducir que lo que el "gobierno" inserta en la sociedad es violencia inmoral.
El problema es que a las personas se les enseña que cuando la violencia se efectúa
por la "autoridad", se convierte en "legal" y así, cambia totalmente el concepto de
“violencia inmoral” a " justa aplicación de la ley". La premisa fundamental sobre la que
descansa todo "gobierno" es la idea de que el acto que sería moralmente incorrecto
para una persona normal, se convierte en moralmente correcto cuando lo hacen los
agentes de "autoridad", lo que implica que los estándares de conducta moral que se
aplican a los seres humanos no se aplican a los agentes del "gobierno" (una vez más
se insinúa que esa cosa llamada "gobierno" es sobrehumana). La fuerza
intrínsecamente justa, que la mayoría de la gente generalmente acepta está limitada a
la fuerza defensiva, no requiere ninguna "ley" o "autoridad" especial para que sea
válida. Para lo único que se necesita la "ley" y el "gobierno" es para intentar legitimar
la fuerza inmoral. Y eso es exactamente lo que "gobierno" añade, de hecho, es lo
único que añade a la sociedad, más violencia inherentemente injusta. Nadie que
entienda esta verdad tan simple, podría decir que el "gobierno" es esencial para la
civilización humana.
La noción de que la "ley" hecha por el hombre puede negar las reglas usuales del
comportamiento civilizado tiene algunas ramificaciones bastante aterradoras. Si el
"gobierno" no está limitado por la moral humana básica, que implica el concepto
mismo de "autoridad", ¿con qué estándares o principios se limitaría la acción del
"gobierno"? Si tener un 30% imposición fiscal es válido, ¿por qué no iba a ser legal un
100% de impuestos? Y si el robo a través de impuestos es "legal", ¿acaso no podría
ocurrir que la tortura y el asesinato fueran "legalizados", y así ser legítimos y justos? Si
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hay alguna "necesidad colectiva" que requiera crear una institución con una “exención”
de moralidad, ¿habría límites en lo que puede llegar a realizar dicha institución? Si se
extermina a toda una raza, se proscribe una religión o se esclaviza por la fuerza a
millones de personas y se considera necesario para el "bien común", ¿con qué
estándares morales se puede uno quejar una vez que ha aceptado la premisa de
"autoridad"? Toda creencia en el "gobierno" se basa en la idea de que el "bien común"
justifica el inicio "legal" de violencia contra inocentes en un grado u otro. Y una vez que
esa premisa ha sido aceptada, no existe un estándar moral objetivo para limitar el
comportamiento del "gobierno". La historia muestra esto muy claramente.
Casi todos aceptan el mito de que los seres humanos no son lo suficientemente
honestos ni íntegros, ni sabios para existir en paz sin un "gobierno" que los mantenga
a raya. Incluso muchos de los que están de acuerdo en que no debería haber
gobernantes en una sociedad ideal, a menudo opinan que los seres humanos no están
"listos" para una sociedad así. Tales sentimientos se basan en un malentendido
fundamental de lo que es la "autoridad" y lo que agrega a la sociedad. La idea de
"gobierno" como un "mal necesario" (como lo describió Patrick Henry) implica que la
existencia del "gobierno" impone restricciones a la naturaleza agresiva y violenta de
los seres humanos, cuando en realidad hace exactamente lo contrario: la creencia en
la "Autoridad" legaliza la agresión.
Independientemente de lo necios o sabios que sean los seres humanos, o lo
maliciosos o virtuosos que puedan llegar a ser, decir que los seres humanos no están
"listos" para una sociedad sin estado, o sea, que no se puede "confiar" en que vivan
sin tener una "autoridad" ante la que arrodillarse, es como decir que una civilización
pacífica puede existir solo si hay una enorme y poderosa maquinaria que introduzca
una enorme cantidad de violencia inmoral en la sociedad. Por supuesto, los estatistas
no reconocen la violencia como inmoral, porque para ellos no son simples mortales los
que cometen la violencia, sino los representantes de esa deidad conocida como
"gobierno", y las deidades tienen el derecho de hacer cosas que los mortales no
pueden. Cuando se describe en términos literales esta creencia casi universalmente
sostenida -que es necesario introducir la violencia inmoral en la sociedad para evitar
que la gente cometa violencia inmoral- se refleja el mito patentemente absurdo del que
hablamos y que todos los que creen en el mito del "gobierno" tienen que creer
exactamente esto. Y no lo creen como resultado del pensamiento racional y de la
lógica; lo aceptan como un acto de fe, porque es parte de la doctrina incuestionable de
la iglesia del "gobierno".

¿Quién les dio el derecho a gobernar?


Hay varias maneras de demostrar que la mitología que se enseña al público sobre el
"gobierno" es contradictoria e irracional. Una de las formas más sencillas es formular
la pregunta: ¿cómo adquiere alguien el derecho a gobernar a otro? Las viejas
supersticiones afirmaban que ciertas personas fueron designadas específicamente por
un dios, o un grupo de dioses, para gobernar sobre los demás. Varias leyendas hablan
de sucesos sobrenaturales (la Dama del Lago, la Espada en la Piedra, etc.) que
determinaron quién tendría el Poder para gobernar sobre los demás.
Afortunadamente, la humanidad, en su mayor parte, ha superado esas infantiles
supersticiones. Desafortunadamente, han sido reemplazadas por nuevas
supersticiones que son, si cabe, menos racionales.

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Al menos los viejos mitos atribuyen a un misterioso "poder superior" la tarea de
designar a ciertos individuos como gobernantes sobre otros, algo que una deidad
podría hacer al menos teóricamente. Sin embargo, las nuevas justificaciones para
otorgar "autoridad" pretenden lograr la misma hazaña asombrosa, pero sin asistencia
sobrenatural. En resumen, a pesar de todos los complejos rituales y las complejas
racionalizaciones, toda creencia moderna en el "gobierno" descansa en la noción de
que unos simples mortales pueden, a través de ciertos procedimientos políticos,
otorgar a algunas personas varios derechos que ninguna de esas personas poseía al
comenzar. La locura que reside en tal noción debería ser obvia. No existe ningún rito o
documento a través del cual un grupo de personas pueda delegar en otra persona un
derecho que nadie en el grupo posee, y esa verdad evidente por sí misma, debería
desbaratar cualquier posibilidad de "gobierno" legítimo.
La persona promedio cree que el "gobierno" tiene el derecho de hacer muchas cosas
que el individuo promedio no tiene derecho de hacer por sí mismo. La pregunta obvia
entonces es, ¿cómo y de quién obtuvieron esos derechos los que están en el
"gobierno"? Por ejemplo, ¿Cómo adquieren los que están en el "gobierno" el derecho
de tomar por la fuerza la propiedad de aquellos que la han ganado con su esfuerzo (
da igual si lo llamas "robo" o "impuestos")? Ningún votante tiene ese derecho.
Entonces, ¿cómo es posible que los votantes hayan dado semejante derecho a los
políticos? Todo el estatismo moderno se basa completamente en la suposición de que
las personas pueden delegar derechos que no tienen. Incluso la Constitución de los
EE. UU. otorga al "Congreso" el derecho a "gravar con impuestos" y "regular" todas las
actividades económicas y sociales, aunque los propios autores de la Constitución no
tenían ese derecho, y por lo tanto no podrían haber otorgado este privilegio a nadie
más.
Como cada persona tiene el derecho de "gobernarse" a sí misma (por más
esquizofrénica que pueda parecer esta idea), podría, al menos en teoría, autorizar a
otra persona a gobernarse a sí misma. Pero un derecho que no posee, y por lo tanto
no puede delegar en nadie más, es el derecho a gobernar a otra persona. Y si la
“autoridad” gobernara solamente sobre aquellos individuos que hubieran delegado
voluntariamente su derecho a gobernarse a sí mismos, ya no sería un gobierno.
Además, la cantidad de personas involucradas en el tema no afecta a la lógica de esta
locura. Afirmar que una mayoría puede otorgarle a alguien un derecho, que ninguno de
los individuos que componen esa mayoría posee por sí mismo, es tan irracional como
afirmar que tres personas, ninguna de las cuales tiene un coche ni dinero para
comprarlo, pueden entregarle un coche a otra persona. Para decirlo en términos
simples, no puedes darle a alguien algo que no tienes. Y esta simple verdad, por sí
misma, descarta toda idea de "gobierno", porque si los que están en el "gobierno" solo
pueden obtener el derecho a gobernar a través de aquellos que los eligieron, entonces
el "gobierno" pierde el único ingrediente que lo convierte en autoridad, a saber, el
derecho a gobernar sobre los demás o ejercer "autoridad". Si tiene los mismos
derechos y poderes que todos los demás, no hay ninguna razón para llamarlo
"gobierno". Si los políticos no tienen más derechos que usted, todas sus demandas,
órdenes, rituales políticos, libros de leyes, tribunales, etc., no son más que síntomas
de una profunda psicosis delirante. Nada de lo que hagan puede tener legitimidad, al
igual que si lo hicieras tú mismo por tu cuenta, a menos que, de alguna manera
sobrenatural adquirieran derechos que no tienes. Y eso es imposible, ya que nadie en
la tierra, ningún grupo de personas en el planeta, podría haberles otorgado derechos
tan sobrehumanos.

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Ningún ritual político puede alterar lo que es moralmente aceptable. Ninguna votación
puede convertir un acto malvado en un buen acto. Si está mal que tú hagas cierta
acción, entonces también estará mal para el "gobierno" hacer lo mismo. Y si el mismo
rasero moral que te aplican a ti, también se les aplicara a aquellos que están en el
"gobierno", resultaría que los que están en la "oficina pública" tendrían los mismos
derechos que usted, y no más, en consecuencia, el "gobierno" dejaría de ser gobierno.
Si se los juzgara con los mismos estándares que a otros mortales, aquellos que
componen el "gobierno" no son más que una banda de matones, terroristas, ladrones
y asesinos, y sus acciones carecen de legitimidad, validez o "autoridad". No son más
que una banda de ladrones que insisten en que diversos documentos y rituales les han
dado el derecho de ser ladrones. Lamentablemente, incluso la mayoría de sus
víctimas les creen.

Alterando lo moralmente aceptable


El concepto de "autoridad" depende de los conceptos de lo correcto y lo incorrecto (es
decir, lo moralmente aceptable). Que sepamos, tener "autoridad" no significa
simplemente tener la capacidad de controlar por la fuerza a otras personas, algo que
poseen innumerables matones, ladrones y pandillas, que por cierto, no se identifican
como "autoridad"; significa tener el derecho de controlar a otras personas, lo que
implica que los que están siendo controlados tienen la obligación moral de obedecer,
no solo para evitar el castigo sino también porque esa obediencia (ser "respetuoso con
la ley") es moralmente aceptable, la desobediencia ("romper el ley ") es moralmente
inaceptable. Por lo tanto, para que exista algo llamado "autoridad", debe existir lo
correcto y lo incorrecto. (La forma en que uno define lo correcto y lo incorrecto, o lo
que uno cree que es fuente de actos morales, no es particularmente importante para el
propósito de esta discusión. Use sus propias definiciones, y aun así, podrá aplicarse la
misma lógica). Por otra parte, el concepto de "autoridad" requiere la existencia de lo
correcto y lo incorrecto, así que la propia autoridad quedaría completamente excluida
porque ella misma es la prueba de lo correcto y lo incorrecto. Esta simple analogía
prueba la contradicción en que se fundamenta la trampa.
Las leyes matemáticas normalmente son una parte objetiva e inmutable de la realidad.
Si agrega dos manzanas a dos manzanas, tendrá cuatro manzanas. Aquellos que
estudian matemáticas buscan entender más acerca de la realidad, para aprender
profundamente sobre lo que nos rodea. Alguien que se dedicara a las matemáticas
con el objetivo de alterar las leyes de las matemáticas se consideraría loco, y con
razón. Imagina lo absurdo que sería para un profesor de matemáticas proclamar: "Por
la presente, decreto que, de ahora en adelante, dos más dos equivalen a cinco". Sin
embargo, este tipo de locura es el que ocurre cada vez que los políticos promulgan
una nueva "legislación". No se limitan a observar el mundo, y tratar de determinar lo
que está bien y lo que está mal, algo que todo individuo debería, y debe hacer por sí
mismo. No, lo que hacen es alterar las reglas morales, emitiendo decretos, en otras
palabras, como el profesor de matemáticas loco que piensa que él puede, por mera
declaración, hacer que dos más dos sea igual a cinco, los políticos hablan y actúan
como si fueran la fuente de la moralidad, como si tuvieran el poder de compensar
(mediante "legislación") lo que está bien y lo que está mal: como si un acto puede
volverse malo simplemente porque lo declararon "ilegal".
Tanto si el problema es matemático, moral o de cualquier otro tipo, hay una gran
diferencia entre tratar de determinar lo qué es verdadero y tratar de dictar lo que es

30
verdadero. Lo primero es útil; lo segundo es locura. Y esto último es lo que aquellos
que forman "gobierno" pretenden hacer todos los días. En su "legislación", los políticos
no se limitan a expresar cómo creen que las personas deben comportarse, según los
estándares universales de moralidad. Cualquiera tiene derecho a decir: "Creo que
hacer esto es malo, y hacer eso es bueno", pero nadie llamaría a tales opiniones
"leyes". En cambio, el mensaje de los políticos es: "Estamos haciendo esto mal, y
haciendo que esto sea bueno”. En resumen, cada" legislador "sufre de un profundo y
delirante complejo de Dios, que lo lleva a creer que, a través de rituales políticos, tiene
poder, junto con sus colegas "legisladores" para cambiar lo correcto y lo incorrecto,
mediante un simple decreto.
Los mortales no pueden alterar las normas morales más de lo que pueden alterar las
leyes de las matemáticas. Quizás puedan cambiar la comprensión de algunos
conceptos, pero no pueden, por decreto, cambiar la naturaleza del universo. Y nadie
sensato lo intentaría. Sin embargo, eso es lo que cada nueva "ley" aprobada por los
políticos pretende ser: un cambio en lo que constituye el comportamiento moral. Y por
estúpida que sea esta idea, es un elemento necesario para creer en el "gobierno": la
idea de que las masas están moralmente obligadas a obedecer a los "legisladores" y
que desobedecer ("violar la ley") es moralmente incorrecto, no porque los mandatos de
los políticos coincidan con las reglas objetivas de lo moralmente aceptable, sino
porque sus edictos determinan lo qué es moral y lo qué no.
Comprender el hecho elemental de que los simples mortales no pueden convertir el
bien en mal, o el mal en bien, por sí solo hace que el mito del "gobierno" se desintegre.
Cualquiera que entienda completamente esa simple verdad no podrá seguir creyendo
en el "gobierno", porque si los políticos carecen de ese poder sobrenatural, sus
órdenes no tienen una legitimidad inherente y dejan de ser "autoridad". A menos que
cualquier cosa que digan los políticos sea adecuado, o sea, que lo correcto e
incorrecto realmente provenga de los caprichos de los dioses políticos, y dado que
esto no ocurre, nadie puede tener ninguna obligación moral de respetar u obedecer los
mandamientos de los políticos, y sus "leyes" se vuelven completamente inválidas e
irrelevantes.
En resumen, si hay algo bueno y malo en absoluto, como quiera definir esos términos,
entonces las "leyes" del "gobierno" son siempre ilegítimas y sin valor.
Toda persona está (por definición) obligada moralmente a hacer lo que cree que es lo
correcto. Si una "ley" le dice que haga lo contrario, esa "ley" es inherentemente
ilegítima y en consecuencia, debería ser desobedecida. Y si una "ley" coincide con lo
que es correcto, la "ley" es simplemente irrelevante. La razón, por ejemplo, para
abstenerse de cometer un asesinato es porque el asesinato es intrínsecamente
incorrecto. El hecho de que los políticos promulguen un edicto que declare que el
asesinato es incorrecto, lo prohíban o no, no tiene ningún efecto en la moralidad del
acto. La "legislación", no importa lo que diga, nunca es la razón por la cual algo es
bueno o malo. En consecuencia, incluso las "leyes" que prohíben los actos malvados,
como el asalto, el asesinato y el robo, son ilegítimas. Si bien el motivo por el que las
personas no deberían cometer estos actos, es porque son actos intrínsecamente
malvados, y no porque las "leyes" creadas por el hombre indiquen que están
equivocados. Y dado que no hay obligación de obedecer las "leyes" de los políticos, se
deduce que no tienen "autoridad".
Volviendo a la analogía del profesor de matemáticas, si el profesor declarara por
autoridad que, por su simple decreto, iba a hacer que dos más dos sean iguales a

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cinco, cualquier individuo en su sano juicio consideraría ese decreto como incorrecto y
delirante. Si, por otro lado, el profesor declarara que iba a hacer que dos más dos
sean cuatro, sería una declaración tonta e inútil pues ya sabemos que dos más dos
son cuatro. La declaración del profesor no es la razón por la cual el resultado es igual
a cuatro. De cualquier manera, la declaración del profesor no debería afectar la
capacidad de las personas para sumar dos y dos. Y lo mismo ocurre con las "leyes" de
los políticos: tanto si coinciden con el bien y el mal objetivo, como si no lo hacen, no
tienen "autoridad", porque nunca serán la fuente y origen de lo correcto y lo incorrecto,
jamás podrán conseguir que alguien se comporte de una determinada manera, y por lo
tanto no deberían tener relación con lo que cualquier individuo juzga que es moral o
inmoral.
Consideremos el ejemplo de las "leyes" de narcóticos. Creemos que es malo usar la
violencia contra alguien por tomarse una cerveza (ya que es "legal"), pero está bien
visto que los "policías" usen la violencia contra alguien que fuma marihuana (porque
es "ilegal"), lógicamente implica que los políticos en realidad tendrían la capacidad de
alterar la moralidad: tomar dos comportamientos esencialmente idénticos y convertir
uno de ellos en un acto ilegal que incluso justifica una respuesta violenta. Además, si
uno acepta la legitimidad de las "leyes" (órdenes políticas), también debe aceptar que
beber alcohol era perfectamente moral un día, pero fue inmoral al día siguiente, el día
en que se promulgó la "prohibición". Luego, no muchos años después, pasó de ser
inmoral un día, a ser moral al día siguiente, justo el día en que la prohibición fue
derogada. Ni siquiera los dioses de la mayoría de las religiones reclaman el poder de
enmendar y revisar constantemente sus mandamientos, con el fin de cambiar
regularmente lo que está bien y lo que está mal. Solo los políticos reclaman tal poder.
Cada acto de "legislación" implica esta locura: la noción de que un día un acto sea
perfectamente permisible, y el día siguiente - el día en que ha sido "prohibido" - sea
inmoral.

La inevitabilidad de juzgar
A casi todos se les enseña que el respeto por "la ley" es primordial para la civilización,
y que las buenas personas son aquellas que "obedecen las reglas", lo que significa
que cumplen con los mandatos del "gobierno". Pero en realidad, moralidad y
obediencia a menudo son opuestos directos. Mostrar adhesión a cualquier "autoridad"
constituye la mayor traición a la humanidad que podría existir, ya que su intención es
anular la libre voluntad y el juicio individual, precisamente, lo que nos hace humanos y
que nos permite tener juicio moral, a favor de la obediencia ciega, que reduce los
seres humanos a simples robots irresponsables. La creencia en la "autoridad" -la idea
de que el individuo vez tiene la obligación de ignorar su propio juicio y su proceso de
toma de decisiones con el fin de obedecer a otra persona- no es solo una mala idea;
es contradictorio y absurdo. La profunda locura que encierra este razonamiento se
puede resumir de la siguiente manera:
"Creo que es bueno obedecer la ley. En otras palabras, juzgo que debo hacer lo que
ordenan los legisladores. En otras palabras, juzgo que, en lugar de tomar mis propias
decisiones sobre lo que debería hacer, debería someterme a la voluntad de los que
están en el gobierno. En otras palabras, juzgo que es mejor que mis acciones sean
dictadas por el juicio de personas en el poder, en lugar de por mi propio juicio
personal. En otras palabras, juzgo que es correcto para mí seguir el juicio de los

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demás, y mal para mí seguir mi propio juicio. En otras palabras, juzgo que no debo
juzgar ".

En cualquiera de los casos en los que exista un conflicto entre la propia conciencia de
una persona y lo que "la ley" ordena, solo hay dos opciones: o bien la persona debe
seguir su propia conciencia independientemente de lo que dice la llamada "ley", o bien
está obligado a obedecer "la ley", aunque ello signifique tener que hacer lo que él
personalmente considera que es malo. Independientemente de que el juicio del
individuo sea poco preciso, es un acto casi esquizofrénico para una persona que
percibe algo como malo, tener que verlo como bueno. Sin embargo, esa es la base de
la creencia en la "autoridad". Si uno comprende el hecho de que cada individuo está
obligado, en cualquier momento y en cualquier lugar, a hacer lo que cree que es
correcto, entonces no debería tener ninguna obligación moral de obedecer una
"autoridad" externa. Nuevamente, si se da el caso de que la "ley" coincide con el juicio
del individuo, la ley se convierte en irrelevante. Si, por otro lado, la "ley" entra en
conflicto con el juicio del individuo, entonces la "ley" debería considerarse ilegítima. En
cualquier caso, la "ley" no tiene "autoridad" por sí misma.
(La obligación de obedecer a una "autoridad" no es lo mismo que la gente modifique
voluntariamente su comportamiento con el fin de tener una coexistencia pacífica. Por
ejemplo, una persona puede pensar que tiene todo el derecho de tocar música en su
propio patio trasero, pero puede elegir no hacerlo a petición de un vecino, o una
persona puede cambiar la forma en que se viste, habla y se comporta cuando visita
alguna otra cultura o un entorno donde su comportamiento habitual puede ofender a
los demás. Hay muchos factores que pueden afectar la opinión de alguien sobre lo que
debería o no debe hacerlo. Reconocer la "autoridad" como un mito no es en absoluto
lo mismo que no preocuparse por lo que otros piensen. Seguir las diversas
costumbres, normas de conducta y otras normas sociales, con el objetivo de llevarse
bien y evitar conflictos, a menudo es una cosa perfectamente racional y útil. Lo que no
es racional es que alguien se sienta moralmente obligado a hacer algo que
personalmente juzga que no es lo correcto, dadas las circunstancias).
Para ser franco, la creencia en la "autoridad" sirve como una muleta mental para las
personas que pretenden escapar de la responsabilidad que conlleva ser un ser
humano pensante. Es un intento de traspasar la responsabilidad de la toma de
decisiones a otra persona, a los que dicen ser "autoridad". Pero el intento de evitar la
responsabilidad "simplemente siguiendo órdenes" es tonto, porque requiere que la
persona elija hacer lo que le dijeron. Incluso lo que aparece como obediencia ciega
sigue siendo el resultado de que el individuo elige ser obediente. No elegir nada no es
factible, o como dijo la banda Rush, en su canción "Libre albedrío", "Incluso si eliges
no decidir, ya has hecho una elección".
La excusa "solo estaba siguiendo órdenes" no evita el hecho de que la persona
primero tuvo que decidir que obedecería a la "autoridad". Incluso si alguna "autoridad"
proclama: "Debes obedecerme", como incontables "autoridades" en conflicto han
proclamado, aun así, el individuo deberá elegir a cuál de ellos creer, si es que tiene
que hacerlo. El hecho de que la mayoría de las personas piensen muy poco sobre
estas cosas no obvia el hecho de que tenían la opción de no obedecer y, por lo tanto,
son completamente responsables de sus acciones, precisamente la responsabilidad
de la que querían liberarse a través de la "autoridad". Es imposible no juzgar; es
imposible no tomar decisiones. Que una persona simule que alguien o algo hizo sus

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elecciones por él, que no tomó parte en la decisión, y por lo tanto no tiene
responsabilidad por el resultado, es algo completamente loco. La leal obediencia a la
"autoridad", aunque muchos la exponen como una gran virtud, no es más que un
intento patético de escapar de la responsabilidad de ser humano y de reducirse a una
máquina biológica, programable, amoral e irreflexiva.
Todos, en todo momento, toman sus propias decisiones y son personalmente
responsables de esas elecciones. Incluso aquellos que se ciegan con una "autoridad",
están eligiendo creer, y eligiendo obedecer, y por lo tanto son responsables de haberlo
hecho. La "autoridad" no es más que una ilusión por la cual las personas imaginan que
es posible evitar la responsabilidad simplemente haciendo lo que se les ordenó. O,
para expresarlo de una manera más personal:
Sus acciones están siempre determinadas por su propio juicio y sus propias
elecciones. Intentar atribuir tu comportamiento a alguna fuerza externa, como la
"autoridad" es cobarde y deshonesto. Hiciste la elección, y eres responsable. Incluso si
solo obedeces estúpidamente a una autoproclamada "autoridad", has decidido
hacerlo. La afirmación de que había algo fuera de ti mismo que tomaba las decisiones
por ti, la afirmación de que no tenías elección, que tenías que obedecer a la
"autoridad", no es más que una mentira cobarde.
No hay atajos para determinar la verdad, la moralidad o cualquier otra cosa. Con
demasiada frecuencia, la base del sistema de creencias de la gente se reduce a esto:
"Para saber qué es verdad, todo lo que tengo que hacer es pedirle opinión a mi
autoridad infalible; y sé que mi autoridad siempre está en lo correcto, porque lo que me
dice siempre es lo correcto. Por supuesto, incontables "autoridades" contrapuestas y
en competencia siempre existirán, y cada una se declarará a sí misma como la fuente
de la verdad. Por lo tanto, no es que sea una buena idea que la gente juzgue por sí
misma lo que es verdadero y lo que no, sino que es completamente inevitable. Incluso
aquellos que consideran que es una gran virtud tener un sistema de creencias -
político, religioso o de otro tipo- basado en la "fe", no se dan cuenta de que solo un
individuo puede decidir en qué tener fe. Tanto si lo quiere admitir como si no, es
siempre el último en decidir, utiliza su propio juicio para decidir en qué creer y qué
hacer.

PARTE III
LOS EFECTOS DE LA SUPERSTICIÓN

Los efectos del Mito


A lo largo de las eras, los seres humanos se han dado a todo tipo de supersticiones y
suposiciones falsas, muchas de ellas relativamente inofensivas. Por ejemplo, cuando
la mayoría de la gente creía que la tierra era plana, esta noción, posiblemente
incorrecta, tuvo poco o ningún impacto sobre cómo las personas vivían sus vidas
diarias, o sobre cómo se trataban entre sí. Del mismo modo, el hecho de que los niños

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crean en el ratoncito Pérez, o en que las cigüeñas traen bebés desde París, no les
convertirá en seres malvados, por haber aceptado en su niñez estos mitos. Por otro
lado, a lo largo de los años, otros supuestos y mitos falsos han representado un
peligro real para la humanidad. A veces podía tratarse de un simple malentendido
entre médicos, que los llevó a probar "curas" que resultaban ser una amenaza mayor
para sus pacientes que las propias enfermedades que iban a tratar. Como ejemplo
más extremo, algunas culturas ofrecían sacrificios humanos, con la esperanza de que
al hacerlo ganarían el favor de sus dioses imaginarios.

Pero nada se acerca más al nivel de destrucción mental, emocional y física, (que ha
ocurrido en todo el mundo, y en toda la historia registrada), como el ofrecido por la
creencia en la "autoridad". Al alterar drásticamente la forma en que las personas
perciben el mundo, el mito de la "autoridad" también altera sus pensamientos y
acciones. De hecho, la creencia en la legitimidad de una clase gobernante ("gobierno")
lleva a casi todos a perdonar o cometer actos del mal sin siquiera darse cuenta. Al
estar convencidos de que la "autoridad" es real, y que, a través de ella, algunos seres
humanos han adquirido el derecho moral de iniciar y cometer actos de agresión contra
otros (a través de las llamadas "leyes"), cada demócrata, cada republicano, cada
votante y todos los demás que defienden el "gobierno" en cualquier forma son
partidarios de la violencia y la injusticia. Por supuesto, que no lo ven así, porque su
creencia en la "autoridad" ha deformado y pervertido su percepción de la realidad.

El problema es que cuando algo altera la percepción de la realidad de una persona, la


persona rara vez se da cuenta de que está sucediendo. Por ejemplo, el mundo puede
parecer muy diferente para alguien que use lentes de contacto de colores, aunque él
mismo ni siquiera pueda ver dichas lentes. Esto mismo es cierto en cuanto a los
"lentes" mentales. Cada persona piensa que el mundo es realmente como lo ve. Todos
pueden señalar a los demás y afirmar que están fuera de contacto con la realidad,
pero casi nadie piensa que su propia percepción es sesgada, incluso cuando otros le
dicen que así es. El resultado es que miles de millones de personas se señalan el uno
al otro, diciéndose cuán delirantes son sus planteamientos y lo equivocados que están,
sin que casi ninguno de ellos esté dispuesto, o incluso sea capaz, de examinar
honestamente los "lentes" que distorsionan sus propias percepciones.

Todo a lo que una persona ha estado expuesta, especialmente cuando es joven, tiene
un impacto en cómo ve el mundo. Lo que sus padres le enseñaron, lo que aprendió en
la escuela, cómo ha visto a las personas comportarse, la cultura en la que se
desarrolló, la religión en la que creció, todo crea un conjunto duradero de "lentes"
mentales que afectan la forma en que ve el mundo. Hay innumerables ejemplos de
cómo simples diferencias de perspectiva han conducido a consecuencias espantosas.
Un terrorista suicida que mata intencionalmente a decenas de civiles extraños imagina
que está haciendo lo correcto. Todos, en ambos lados de cada guerra, se imaginan a
sí mismos haciendo lo correcto. Nadie se imagina a sí mismo como el malo. Los
conflictos militares son siempre el resultado de diferencias de perspectiva, resultantes
de "lentes" mentales que han sido implantadas en los soldados de ambos lados.
Debería ser evidente que si miles de personas básicamente buenas estuvieran viendo
el mundo tal como es, no tratarían desesperadamente de matarse entre sí. En la

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mayoría de los casos, el problema no es un Mal real, sino simplemente la incapacidad
de ver las cosas tal y como son.

Considere, como una analogía, a alguien que ha ingerido un fuerte alucinógeno y que,
como resultado, se convence de que su mejor amigo es en realidad un malvado
monstruo alienígena infiltrado. Desde la perspectiva del que tiene alucinaciones,
atacar violentamente a su amigo es perfectamente razonable y justificado. El
problema, en el caso de alguien cuya percepción de la realidad ha sido tan
distorsionada, no es que sea inmoral, o que sea estúpido, o que sea malicioso. El
problema es que no está viendo las cosas como realmente son, y como resultado, las
decisiones y acciones que le parecen perfectamente apropiadas son, en realidad,
terriblemente destructivas. Y cuando esa alucinación es compartida por muchos, los
resultados se vuelven mucho peores.

Cuando todos tienen la misma percepción errónea de la realidad, es decir, cuando


todos creen en algo falso, aunque sea algo patentemente absurdo, para ellos no será
falso o absurdo. Cuando casi todo el mundo repite y refuerza una idea falsa o ilógica,
difícilmente se le ocurrirá a nadie siquiera comenzar a cuestionarla. De hecho, la
mayoría de las personas se vuelven literalmente incapaces de cuestionarlo, porque
con el tiempo se solidifica en sus mentes como algo normal, como una suposición que
no necesita tener una base racional y, por tanto, no necesita ser analizada o
reconsiderada, porque todos saben que es “verdad”. En realidad, lo que ocurre es que
cada persona simplemente asume que es verdad, porque no puede imaginar que
todos los demás, incluidas todas esas personas respetables, conocidas y que
aparecen en radio y televisión, puedan creer algo falso. ¿Cómo va un individuo normal
a dudar de algo que todos los demás aceptan, sin cortapisas, como verdad
indiscutible?

Semejante creencia, profundamente arraigada, es invisible para aquellos que la creen.


Cuando una mente siempre ha pensado acerca de algo de una manera determinada,
esa mente imaginará las evidencias y fabulará las experiencias que respaldarán su
creencia. Hace mil años, la gente habría proclamado con confianza que era un hecho
comprobado que la tierra era plana, y lo habrían dicho con la misma certeza y
honestidad que ahora proclamamos que es redonda. Para ellos, la idea de que el
mundo fuera una cosa esférica gigante, flotando en el espacio y unida a la nada, era
evidentemente ridícula. Y su suposición de que el mundo es plano les habría parecido
un hecho científico evidente.

Lo mismo ocurre con la creencia en "autoridad" y "gobierno". Para la mayoría de la


gente, el "gobierno" se siente como una realidad obvia, tan racional y evidente como la
gravedad. Pocas personas han examinado objetivamente el concepto, porque nunca
tuvieron una razón para hacerlo. "Todo el mundo sabe" que "el gobierno" es real, y
necesario, y legítimo, e inevitable. Todos asumen que lo es, y hablan como si lo fuera,
entonces ¿por qué alguien lo cuestionaría? No solo será raro el que se nos dé un
motivo para examinar el concepto de "gobierno", sino que tenemos un incentivo
psicológico muy convincente para no examinarlo. Es extremadamente incómodo e

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inquietante, incluso existencialmente aterrador, que alguien ponga en tela de juicio una
de las suposiciones sobre las que se basa su cosmovisión completa de la realidad y
todo el código moral que ha regido su vida. A alguien cuya percepción y juicio han sido
distorsionados por la superstición de "autoridad" (y que describe a casi todos) no le
resultará fácil ni placentero contemplar la posibilidad de que todo su sistema de
creencias se base en una mentira, y que gran parte de lo que lo ha hecho a lo largo de
su vida, como resultado de creer esa mentira, ha sido perjudicial para sí mismo, sus
amigos, familiares, y la humanidad en general.

En resumen, la creencia en la "autoridad" y el "gobierno" distorsiona la percepción de


casi todas las personas, distorsiona su juicio y lo lleva a decir y hacer actos que a
menudo son irracionales, o sin sentido, o contraproducentes, o hipócritas, o incluso
horriblemente destructivos y atrozmente malvados. Por supuesto, los creyentes en el
mito no lo ven de esa manera, porque no lo ven como una creencia en absoluto. Están
firmemente convencidos de que la "autoridad" es real y, basándose en esa falsa
suposición, concluyen que sus percepciones, pensamientos, opiniones y acciones
resultantes son perfectamente razonables, justificables y adecuadas, del mismo modo
que los aztecas sin duda creyeron que sus sacrificios humanos parecían ser
razonables, justificables y apropiados. Una superstición capaz de hacer que la gente,
por lo general, decente, vea lo bueno como malo, y lo malo como bueno -que es
exactamente lo que hace la creencia en la "autoridad" - esta superstición representa la
verdadera amenaza para la humanidad.

La superstición de la "autoridad" afecta las percepciones y las acciones de diferentes


personas de muchas formas, ya sean los "legisladores" los cuales imaginan que tienen
el derecho a gobernar, o los "agentes de la ley" , los cuales se imaginan con el
derecho y la obligación de hacer cumplir las órdenes de los "legisladores", o los
individuos, que se imaginan que tienen el deber moral de obedecer, o los meros
espectadores, que observan como observadores neutrales. El efecto final de la
creencia en la "autoridad" sobre estos grupos humanos, cuando se observa en
conjunto, conduce a un grado de opresión, injusticia, robo y asesinato que
simplemente no debería existir, y que de otro modo no existirían.

37
PARTE III (a)
Los efectos del mito en los amos

El derecho divino del político


En este país, en la parte superior de esa pandilla conocida como "gobierno" están los
congresistas, presidentes y "jueces". (En otros países los gobernantes son conocidos
por otros nombres, como "reyes", "emperadores" o "miembros del parlamento"). Y, a
pesar de que están en la parte superior de la organización autoritaria, no se perciben
como la "autoridad" en si misma (como solían ser los reyes). Todavía creen actuar en
nombre de algo superior a ellos mismos: una entidad abstracta llamada "gobierno".
Como resultado de la creencia en la "autoridad", creen que tienen derecho a hacer
cosas en nombre del "gobierno", que ninguno de ellos tendría el derecho de hacer
como individuo. La legitimidad de sus acciones se mide no por lo que hacen, sino por
cómo lo hacen. A los ojos de la mayoría de las personas, las acciones que los políticos
ejecutan por su "investidura oficial" y los mandatos que emiten gracias a rituales
políticos aceptados tácitamente, son juzgados por un estándar muy diferente al de sus
acciones como individuos privados.

Si un congresista irrumpe en la casa de su vecino y se lleva 1,000 €, es visto como un


criminal. Si, por otro lado, junto con sus colegas políticos, emite un "impuesto",
exigiendo esos mismos 1,000€ de este mismo vecino, se considera como legítimo. De
esta forma, lo que hubiera sido un robo a mano armada, será visto finalmente como el
pago de "impuestos" legítimos. El susodicho congresista no sería visto como un
estafador, además, si un individúo cometiera un "fraude fiscal" posteriormente, por
negarse a las demandas de extorsión del “gobierno”, sería considerado como un
"delincuente".

Pero la creencia en la "autoridad" no solo cambia la forma en que los "legisladores"


son vistos por las masas; también cambia la forma en que los "legisladores" se ven a
sí mismos. Debería ser obvio que, si una persona se convence de que tiene el derecho
moral de gobernar a los demás, esa creencia tendrá un efecto significativo sobre su
comportamiento. Si cree que tiene derecho a exigir una parte de los ingresos de los
demás, bajo amenaza de castigo (siempre que se haga a través de procedimientos
"legales" aceptados), es casi seguro que lo hará. Si está convencido de que tiene el
derecho de controlar coercitivamente las decisiones de sus vecinos, y de que es moral
y legítimo que lo haga, seguramente lo hará. Y, al menos al principio, incluso puede
hacerlo con las mejores intenciones.
Un simple ejercicio mental da una idea de cómo y por qué los políticos actúan de la
manera en que lo hacen. Piensa en lo que harías si te convirtieran en el rey del
mundo. Si estuvieras a cargo, ¿cómo mejorarías las cosas? Considere la pregunta
cuidadosamente antes de seguir leyendo.

Cuando se les preguntó qué harían si estuvieran al cargo, casi nadie responde:
"Simplemente dejaría en paz a la gente". En cambio, la mayoría de las personas
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comienzan a imaginar las formas en que podrían usar la capacidad de controlar a las
personas como una herramienta para el bien, para el mejoramiento de la humanidad.
Si uno comienza con la suposición de que dicho control puede ser legítimo y justo, las
posibilidades son casi infinitas. Uno podría hacer un país más saludable al obligar a
las personas a comer alimentos más nutritivos y hacer ejercicio regularmente. Uno
podría ayudar a los pobres al obligar a los ricos a darles dinero. Uno podría hacer que
las personas sean más seguras al obligarlos a pagar por un fuerte sistema de defensa.
Uno podría hacer las cosas más equitativas, y la sociedad más compasiva, al obligar a
las personas a comportarse de la manera que deberían.
Sin embargo, aunque se pueden imaginar muchos beneficios positivos para la
sociedad, si se tuviera para siempre el poder del "gobierno", el potencial de acabar en
tiranía y opresión -de hecho, la inevitabilidad de la tiranía y la opresión- es muy fácil de
imaginar. Una vez que alguien cree que tiene derecho a controlar a los demás, es
poco probable que elija no usar ese poder. Y, sean cuales sean las nobles intenciones
con las que haya tenido que empezar, lo que realmente terminará haciendo es usar la
violencia y la amenaza de la violencia para imponer su voluntad a los demás. Incluso
las causas aparentemente benévolas como "dar a los pobres" primero requieren que el
"gobierno" tome la riqueza de otro. Una vez que alguien, por virtuoso y bien
intencionado que sea, ha aceptado la premisa de que la agresión "legal" es legítima, y
una vez que se le han dado las riendas del poder, y con ellos el supuesto derecho a
gobernar, las posibilidades de que esa persona elija no controlar por la fuerza a sus
vecinos, es casi nulo. El nivel de coacción y violencia que infringe sobre otros puede
variar, pero sin duda, se convertirá en un tirano, en mayor o menor grado, porque una
vez que alguien cree realmente que tiene el derecho de gobernar (aunque solo sea de
manera "limitada"), ni verá ni tratará a los demás como iguales. Los verá y los tratará
como sujetos.
Y esto en el mejor de los casos, es decir, si la persona comenzó con buenas
intenciones. Muchos de los que buscan "altos cargos" lo hacen por razones puramente
egoístas desde el principio, porque desean riqueza y poder para sí mismos, y se
deleitan en dominar a otras personas. Por supuesto, adquirir una posición de
"autoridad" es, para esas personas, un medio de lograr una enorme cantidad de poder
que de otra manera no tendrían. Los ejemplos a lo largo de la historia, de
megalómanos que han usado la "autoridad" para cometer las atrocidades más
abyectas, son tan comunes y conocidos que apenas requieren mención alguna. Situar
a personas malvadas en posiciones de "autoridad" (por ejemplo, Stalin, Lenin, Mao,
Mussolini, Pol Pot) ha dado como resultado robo, asalto, acoso, terrorismo, tortura y
asesinato de un número casi inabarcable de seres humanos. Es tan obvio que
prácticamente resulta absurdo incluso decirlo: dar poder a personas malignas, supone
un peligro para la humanidad.

Pero dar poder a buenas personas -las cuales, al menos inicialmente, pretenden usar
su poder para el bien- puede ser igual de peligroso, porque para que uno pueda creer
que tiene el derecho a gobernar, necesariamente tiene que creer que está al margen
de la moralidad humana básica. Cuando alguien se imagina a sí mismo como un
"legislador" legítimo, intentará usar la fuerza de la "ley" para controlar a sus vecinos, y
no sentirá culpa mientras lo haga.

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Irónicamente, aunque los "legisladores" están en la parte superior de la jerarquía
autoritaria, no aceptan la responsabilidad personal por lo que hace el "gobierno".
Incluso hablan como si "la ley" fuera algo más que las órdenes que emiten. Por
ejemplo, sería muy poco probable que un político se sienta compelido a contratar
matones armados para invadir la casa de su vecino, arrastrarlo fuera de casa y
encerrarlo en una jaula, por el supuesto pecado de fumar marihuana. Sin embargo,
muchos políticos han abogado exactamente por eso, a través de la "legislación"
antidrogas. Parecen no sentir vergüenza o culpa por el hecho de que su "legislación"
haya provocado que millones de personas no violentas sean arrebatadas por la fuerza
de sus amigos y familiares, condenados a vivir en jaulas durante años, a veces por el
resto de sus vidas. Cuando hablan de los actos de violencia de los que son
directamente responsables -y las "leyes de narcotráfico" son solo un ejemplo- los
"legisladores" usan términos como "la ley de la tierra", como si ellos mismos fueran
simples espectadores y la tierra, el país o la gente fueran los que provocan los actos
de violencia.

Cuando hombres y mujeres jóvenes mueren por miles, en el último juego de guerra
librado por los políticos, estos hablan de ello como un "sacrificio por la libertad",
cuando esto ni se acerca a tal cosa. Los políticos incluso usan escenas de soldados
en ataúdes -una consecuencia directamente atribuible a lo que dichos políticos
hicieron- como montajes fotográficos, para mostrar al público cuán preocupados y
compasivos son. Las mismas personas que enviaron a los jóvenes a matar o morir,
luego hablan sobre lo sucedido como si ellos mismos fueran simples observadores,
diciendo cosas como "murieron por su país" y "hay bajas en todas las guerras", como
si la guerra hubiera sucedido por sí misma.

Y, por supuesto, los miles o millones de personas "del otro lado" -los súbditos de otra
"autoridad", los ciudadanos de algún otro "país" - que son asesinados en las guerras
libradas por los políticos, son igualmente apenas mencionados. Son una estadística
ocasional informada en las noticias de la noche. Y nunca los políticos aceptan la más
mínima parte de la responsabilidad por el dolor, el sufrimiento mental y físico
generalizado, a gran escala y prolongado que han infringido sus militares a miles, o
millones de seres humanos. Nuevamente, la profundidad de su negación y completa
evasión de la responsabilidad personal puede verse en el hecho de que, si una de las
víctimas de los juegos de guerra de los políticos decide atacar a la fuente, al atacar
directamente a los que dieron las órdenes para atacar, todos los políticos, incluso los
divergentes, que dicen estar en contra de la guerra, y todos los voceros en la
televisión, expresan conmoción e indignación de que alguien pueda hacer algo tan
despreciable. Esto se debe a que, a los ojos de los "legisladores", debido al increíble
poder del mito de la "autoridad" para deformar y distorsionar completamente su
percepción de la realidad, cuando hacen cosas que resultan en la muerte de miles de
inocentes, eso es "el desafortunado costo de la guerra”, pero cuando una de sus
víctimas intenta devolver el golpe al origen del mal, lo llaman terrorismo.

Ya es suficientemente malo para aquellos que solo obedecen órdenes negar la


responsabilidad personal por sus acciones (que se aborda a continuación), pero que
aquellos que realmente dan las órdenes, quieran negar cualquier responsabilidad por

40
lo que sus órdenes causaron, es pura locura. Sin embargo, eso es lo que siempre
hacen los "legisladores", en todos los niveles. Ya sea el gobierno federal o algún
municipio local o consejo municipal, cada vez que una "legislatura" emite un
"impuesto" sobre algo o impone una nueva restricción "legal", los políticos estarán
utilizando la amenaza y la violencia para controlar a las personas. Pero, debido a su fe
inquebrantable en el mito de la "autoridad", no pueden ver que eso es lo que están
haciendo, y nunca se responsabilizan personalmente por haber amenazado y
extorsionado a sus vecinos.

Parte III (b)


Los efectos del mito de la Fuerzas de la Ley

Siguiendo órdenes
Los "legisladores" proponen las órdenes, pero son sus fieles vasallos (fuerzas de la
ley) quienes las llevan a cabo. Millones y millones de personas civilizadas, muchas de
ellas decentes, en su vida personal, se pasan día tras día hostigando, amenazando,
extorsionando, controlando, intimidando y oprimiendo de cualquier manera posible a
otras personas que no han dañado ni amenazado a nadie. Pero debido a que las
acciones de estos "agentes del orden público" se consideran "legales", y a que creen
actuar en nombre de la "autoridad", se imaginan a sí mismos como responsables de
sus acciones. Peor aún, ni siquiera ven sus acciones como propias. Hablan y actúan
como si sus mentes y cuerpos de alguna manera hubieran sido abducidos por alguna
entidad invisible llamada "la ley" o "gobierno". Dicen cosas como "Oye, yo no hago las
leyes, simplemente las hago cumplir; no depende de mí ". Hablan y actúan como si
fuera imposible para ellos hacer otra cosa que no sea ejecutar sin remedio posible, la
voluntad de un poder llamado" autoridad ", y que, por lo tanto, a nivel personal, no
creen ser más responsables de sus acciones de lo que un títere lo es respecto a lo
que hace su titiritero.

Cuando actúan de forma "oficial", parecen estar poseídos por el irrefrenable espíritu de
la "autoridad", así, los "agentes de la ley" se llegan a comportar de maneras que nunca
pensarían, y hacen cosas que ellos mismos reconocerían propias de tipos
incivilizados, violentos y malvados, si hicieran semejantes actos por su propia
voluntad, sin una "autoridad" diciéndoles que lo hagan. Ejemplos de esto ocurren en
todo el mundo, cada hora de cada día, en una amplia variedad de formas. Un soldado
podría dispararle a un completo desconocido, cuyo único pecado fuera estar
caminando en una zona ocupada militarmente después de un toque de queda
declarado. Un grupo de hombres fuertemente armados podría derribar la puerta de
alguien y arrastrarlo lejos, o dispararle a un hombre delante de su esposa e hijos,
porque el hombre cultivó una planta que los políticos proclamaron que estaba
prohibida ("ilegal"). Un burócrata puede presentar documentos que habilitan a una
institución financiera a retirar miles de dólares de la cuenta bancaria de alguien, en
nombre de la "recaudación de impuestos". Otro burócrata puede enviar matones
armados tras descubrir que alguien tuvo el descaro de construir un embarcadero por
su cuenta y en su propiedad, con la aprobación de sus vecinos, pero sin la aprobación

41
del "gobierno" (en forma de una "licencia de construcción"). Un policía de tráfico puede
detenerse en carretera, y extorsionar a alguien (a través de una "multa") por no usar el
cinturón de seguridad. Un agente de aduanas puede rebuscar entre las pertenencias
personales de alguien, sin la más mínima razón, por sospechar que la persona ha
hecho o va a hacer algo incorrecto. Un "juez" puede ordenar a sus matones armados
meter a alguien en prisión, durante semanas, meses o años, por cualquier cosa, desde
mostrar desprecio por el propio juez a conducir sin el permiso exigido por los políticos
(en forma de "carnet" de conducir) o por haber participado en cualquier tipo de
comercio voluntario con otro ser humano, pero no autorizado por la clase política
(decretado "ilegal").
Estos ejemplos, y literalmente millones de otros que podrían citarse, son actos de
agresión cometidos por perpetradores que no los habrían cometido de no haber sido
instruidos por una "autoridad" percibida. En resumen, la mayoría de los casos de robo,
asalto y asesinato ocurren solo porque la "autoridad" le dijo a alguien que robara,
atacara o matara. La mayoría de las veces, las personas que llevan a cabo tales
órdenes no habrían cometido tales crímenes por sí mismas. De las 100,000 personas
que trabajan para la Agencia Tributaria, ¿cuántos han cometido acoso, extorsión y
robo antes de convertirse en agentes del gobierno? Pocos, quizás, ninguno. ¿Cuántos
soldados estuvieron hostigando, amenazando o asesinando a personas que no
conocían antes de unirse al ejército? Pocos, quizás, ninguno. ¿Cuántos agentes de
policía regularmente detuvieron, interrogaron y secuestraron a personas no violentas
antes de convertirse en "agentes de la ley"? Muy pocos. ¿Cuántos "jueces" enjaularon
a otros seres por comportamiento no violento antes de ser nombrados jueces de un
"tribunal"? Probablemente ninguno.

Cuando tales actos de agresión se vuelven "legales" y se realizan en nombre de


"aplicación de la ley", quienes los cometen imaginan que dichos actos son
intrínsecamente legítimos y válidos, aunque reconocen que, si hubieran cometido los
mismos actos en su propio nombre, en lugar de en nombre de una "autoridad"
imaginada, los actos habrían constituido crímenes, y habrían sido inmorales. Si bien,
obviamente, hay más engranajes más o menos importantes en las ruedas de la
máquina del "gobierno", desde los recolectores de papel de bajo nivel hasta los
mercenarios armados, todos tienen dos cosas en común: 1) infringen perjuicios a los
demás de una manera que no llevarían a cabo si trabajaran por su cuenta, y 2) no
aceptan ninguna responsabilidad personal por sus acciones mientras están en modo
"agente de la ley". Nada hace esto más obvio que el hecho de que, cuando se
cuestiona la moralidad de sus acciones, su respuesta casi siempre es algo parecido a
"solo estoy haciendo mi trabajo". La implicación obvia en todas esas declaraciones es
esta: "No soy responsable de mis acciones, porque 'la autoridad' me dijo que hiciera
esto." La única forma que tiene sentido es si la persona es literalmente incapaz de
negarse a hacer algo que una "autoridad" percibida le dice que hacer.
Desafortunadamente, la horrorosa verdad es que la mayoría de la gente, como
resultado de su adoctrinamiento autoritario, parece ser psicológicamente incapaz de
desobedecer las órdenes de una "autoridad" imaginada. La mayoría de la gente, ante
la opción de hacer lo que saben que es correcto y hacer lo que saben que está mal,
pero que lo ordena una "autoridad", hará lo último. Nada demuestra este tema más
claro que los resultados de los experimentos sociológicos realizados por el Dr. Stanley
Milgram en la década de 1960.

42
Los experimentos Milgram
En resumen, los estudios del Dr. Milgram se diseñaron para determinar en qué grado
gente común infringiría dolor a extraños, solo por el hecho de que una figura de
"autoridad" les ordenara hacerlo. Para una descripción completa de los experimentos y
sus resultados, vea el libro del Dr. Milgram, Obedience to Authority. A continuación,
una breve sinopsis de sus experimentos y hallazgos.
Se reclutaron varios voluntarios para lo que se les dijo que sería un experimento para
testar la memoria humana. Bajo la supervisión de un científico (la figura de
"autoridad"), una persona se colocó en una silla y se conectó con electrodos, y la otra,
el sujeto real del estudio, se sentó frente a una máquina generadora de descargas
eléctricas, el “zapper”. A la persona que estaba delante del "zapper" se le dijo que el
objetivo era comprobar si el proceso era suficientemente impactante: cuando la otra
persona diera una respuesta incorrecta a una de las preguntas a memorizar, veríamos
si afectaría a su capacidad para recordar cosas. El verdadero objetivo, sin embargo,
era probar hasta qué punto la persona frente al zapper infringiría dolor a un extraño,
simplemente porque alguien en el papel de "autoridad" le ordenara hacerlo. La zapper
tenía una serie de interruptores, que subían hasta 450 voltios, y el sujeto "zappeador"
debía aumentar el voltaje y administrar otro choque cada vez que el sujeto “zappeado”
emitía una respuesta incorrecta. En realidad, el "zappeado" de las pruebas era un
actor, que no estaba siendo electrocutado para nada, pero que ante niveles dados de
voltaje, fingía gritos de dolor, protestas sobre problemas cardíacos, pedía detener el
experimento, daba gritos de piedad, y finalmente, el silencio (fingiendo inconsciencia o
muerte). Además, la "zapper" estaba marcada con etiquetas de peligro cuando se
llegaba al extremo superior de la potencia eléctrica.

Los resultados del experimento conmocionaron incluso al Dr. Milgram. En resumen,


una mayoría significativa de sujetos, casi dos de cada tres, continuaron con el
experimento hasta el final, infringiendo lo que ellos creían que eran estímulos
terriblemente dolorosos, incluso letales, a un completo extraño, a pesar de los gritos
de agonía pidiendo misericordia, incluso llegando a la inconsciencia o la muerte de la
víctima (fingida). El propio Dr. Milgram resume sucintamente la conclusión obtenida:
"Con una regularidad abrumadora, se veía a buenas personas que se doblegaban bajo
las exigencias de la autoridad y llevaban a cabo acciones crueles y severas ... Una
proporción considerable de personas hacen lo que se les dice que hagan,
independientemente del contenido del acto y sin limitaciones de conciencia, siempre y
cuando perciban que el mandato proviene de una autoridad legítima ".
Cabe destacar que en los experimentos no hubo amenaza alguna acerca de que el
"zapper" sería castigado por no obedecer, ni se le prometió ninguna recompensa por
su obediencia. Por lo tanto, los resultados no solo mostraban que una persona común
podría lastimar a otra persona para "salvar su propio cuello", o bien, si de alguna
manera se beneficiaba a sí mismo. Por el contrario, los resultados mostraron que la
mayoría de la gente infringirá un dolor insoportable, incluso la muerte, a un extraño
inocente, sin más motivo que el hecho de que se lo haya ordenado alguien con
"autoridad" percibida.
No se puede desdramatizar en este punto: hay una creencia particular que lleva
básicamente a buenas personas a realizar cosas malvadas. Incluso las atrocidades del
Tercer Reich de Hitler fueron el resultado, no de millones de personas malvadas, sino

43
de un pequeño grupo de personas verdaderamente malvadas que habían adquirido
posiciones de "autoridad", y millones de personas obedientes que simplemente
hicieron lo que la "autoridad" percibida les dijo que hicieran. En su libro sobre el
principal burócrata de Hitler, Adolf Eichmann (a veces llamado "el arquitecto del
Holocausto"), la autora Hannah Arendt usó la frase "la banalidad del mal" para
referirse al hecho de que la mayoría del mal no es el resultado de malicia personal u
odio, sino meramente el resultado de la obediencia ciega: los individuos renuncian a
su propio ingenio y libre juicio, a favor de la subordinación irreflexiva ante una
"autoridad" imaginada.
Curiosamente, tanto el libro de Arendt como los experimentos del Dr. Milgram
ofendieron a mucha gente.
La razón es simple: a las personas a las que se les ha enseñado a respetar la
"autoridad", también se les ha enseñado que la obediencia es una virtud y que
cooperar con la "autoridad" es lo que les hace civilizados, a estas personas, no les
gusta escuchar la verdad, y es que, las personas verdaderamente malvadas, con toda
su malicia y odio, representan una amenaza mucho menor para la humanidad que las
personas esencialmente buenas, pero que creen en la "autoridad". Cualquiera que
honestamente examine los resultados de los experimentos del Dr. Milgram no puede
escapar a ese hecho de la realidad. Pero aparte de la lección general que debe
aprenderse de los experimentos de Milgram: que la mayoría de las personas
lastimarán intencionalmente a otras personas si una "autoridad" percibida se lo dice,
hay otros hallazgos del trabajo de Milgram que vale la pena señalar:
1) Muchos de los sujetos de los experimentos mostraron signos de estrés, culpa y
angustia mientras infligían dolor a los demás, y sin embargo continuaron haciéndolo.
Este hecho demuestra que estos no eran simples sádicos desagradables esperando
una excusa para herir a otros; ellos no disfrutaron haciéndolo. Además, muestra que
las personas sabían que estaban haciendo algo mal, y lo hicieron de todos modos
porque la "autoridad" les dijo que lo hicieran. Algunos sujetos protestaron, suplicaron
que se les permitiera detenerse, temblaron sin control, incluso lloraron y, sin embargo,
la mayoría continuó hasta el final del experimento. La conclusión difícilmente podría
ser más obvia: la creencia en la "autoridad" hace que las buenas personas cometan el
mal.
2) El nivel de ingresos, el nivel educativo, la edad, el sexo y otros factores
demográficos del sujeto parecían tener poca o ninguna influencia en los resultados.
Estadísticamente hablando, una joven rica, culta y educada obedecerá un mandato
autoritario de lastimar a un desconocido con la misma facilidad con la que lo hará un
trabajador, analfabeto y pobre. El único factor común compartido por todos los que
continuaron hasta el final del experimento es que creían en la "autoridad"
(obviamente). Una vez más, el mensaje que debe aprenderse, por muy perturbador
que sea, es lógicamente inevitable: independientemente de casi cualquier otro factor,
la creencia en la autoridad convierte a las buenas personas en agentes del mal.
3) La persona promedio, cuando se le describe el experimento, sin incluir los
resultados, supone que la compasión y la conciencia de la mayoría de las personas les
impediría seguir durante todo el experimento. Los psiquiatras profesionales predijeron
que solo uno de cada mil obedecería hasta el final del experimento, cuando en
realidad fue alrededor del 65%. Y cuando a una persona promedio, que aún no ha sido
examinada, se le pregunta si hubiera llegado hasta el final del estudio, en caso de
someterse a la prueba, por lo general insiste en que no lo haría. Sin embargo, la

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mayoría lo hace. De nuevo, el mensaje es perturbador pero indiscutible: casi todos
subestiman enormemente el grado en que la creencia en la "autoridad" puede usarse
para convencer a buenas personas a cometer el mal.
4) El Dr. Milgram también descubrió que algunos sujetos de la prueba, desafiando toda
razón, decidieron culpar a la víctima de los resultados de su propia obediencia ciega.
En otras palabras, a través de un retorcido esquema mental, algunos de los que
ejecutaron las descargas imaginaron que el que estaba siendo electrocutado tenía la
culpa de su propio sufrimiento. Con esto en mente, no debe sorprender que cuando
los policías son sorprendidos aporreando civiles inocentes, o cuando los soldados son
vistos aterrorizando o asesinando civiles, o cuando los guardias de la prisión son
atrapados torturando prisioneros, su defensa, a menudo, es culpar a la víctima, no
importa lo mucho que estos agresores autoritarios tengan que manipular la realidad y
la lógica para poder hacerlo.
Curiosamente, a pesar de que en los juicios de Nuremberg, la excusa "solo seguía
órdenes" no fue aceptada como excusa válida para lo que hicieron los nazis, sigue
siendo la respuesta estándar de innumerables soldados, policías, recaudadores de
impuestos, burócratas y otros representantes de la "autoridad” siempre que se
cuestiona la moralidad de su comportamiento. Tanto en los experimentos de Milgram
como en innumerables abusos de poder en la vida real, aquellos que lastiman
intencionalmente a otros simplemente recurren a la excusa estándar, alegando que no
fueron personalmente responsables porque simplemente estaban siguiendo órdenes.
En los experimentos de Milgram, varios sujetos incluso le preguntaron directamente a
la figura de la "autoridad" cuál de los dos era responsable de lo que estaba
sucediendo. Cuando la figura de la "autoridad" respondía que él era el responsable, la
mayoría de los sujetos continuaron sin más debate, aparentemente cómodos con la
idea de que lo que sucedería a partir de ese momento no sería su culpa, y que, por lo
tanto, no se les haría responsables. Nuevamente, es difícil de escapar del mensaje: la
creencia en la "autoridad" permite a personas básicamente buenas, desvincularse de
los actos malvados que ellos mismos cometen, liberándoles de cualquier sentimiento
de responsabilidad personal.
5) Cuando se dejó elegir en el "zapper" qué voltaje usar, muy raramente subían por
encima de los 150 voltios, el punto en el que el que el actor fingía entrar en shock y
decía no querer continuar. Es muy importante tener en cuenta que hasta ese
momento, y casi todos los sujetos llegaron a ese punto, el "zappeado" soltó gruñidos
de dolor, pero no solicitó que se detuviera el experimento. Como resultado, el que
realizaba el “zappeo” podía decir razonablemente que el que estaba siendo
electrocutado había aceptado el trato, y hasta ese momento todavía era un
participante dispuesto. Curiosamente, de los pocos sujetos que no llegaron hasta el
final, muchos de ellos se detuvieron tan pronto como el "zappeado" dijo que quería
parar. Esto podría denominarse la "línea libertaria", ya que, una vez que el "zappeado"
pide que se pare, si el zapper continúa de todos modos, constituiría el inicio de
violencia contra otro, precisamente, a lo que los libertarios se oponen.
Desafortunadamente, aquellos que se detienen en la "línea libertaria" son solo una
pequeña minoría de la población. En cuanto al resto, los hallazgos son
inquietantemente claros: solo había unas pocas personas que, a instancias de la
"autoridad", dijeron con calma: "No quiero seguir haciendo esto", la mayoría
continuaría infligiendo dolor incluso si la víctima estaba gritando de agonía. ¿Esto es
porque la mayoría de la gente es malvada? No. Es porque han sido condicionados a

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hacer lo que se les dice y han sido adoctrinados en la superstición más peligrosa de
todas: la creencia en la "autoridad".

Cabe señalar que incluso el Dr. Milgram no pudo escapar al adoctrinamiento en el


culto a la "autoridad". Además, se observa en algunos de sus comentarios, que incluso
él opinaba que "no podemos tener una sociedad sin una estructura de autoridad". Hizo
un débil intento de defender la enseñanza de la obediencia a la "autoridad" diciendo:
"La obediencia a menudo es racional. Tiene sentido seguir las órdenes del médico,
obedecer las señales de tráfico y despejar el edificio cuando la policía nos informa de
una amenaza de bomba. "Sin embargo, ninguno de esos ejemplos realmente requiere
o justifica la creencia en la" autoridad ". Más allá de las distintas formas que tiene la
gente de expresarse, los médicos no dan "órdenes". Son "autoridades" en el sentido
de que están bien informadas en el campo de la medicina, pero no en el sentido de
tener derecho a gobernar sobre ti. En cuanto a los otros ejemplos, la razón principal
para observar las reglas del camino, o para dejar un edificio con una bomba, no es
porque la obediencia a la "autoridad" sea una virtud, sino porque la alternativa es una
lesión o la muerte. Si alguien que no es la autoridad en un teatro saca una bomba de
debajo de su asiento, la levanta para que todos la vean y dice: "¡Una bomba!
¡Salgamos de aquí! "¿Se quedarían los demás donde estaban porque la persona no
era percibida como una" autoridad "? Por supuesto que no. Y si el "gobierno" derogara
la "ley" que nos dice en qué lado de la carretera debemos conducir, ¿comenzaría la
gente a desviarse aleatoriamente? Por supuesto no. Seguirían conduciendo por el lado
correcto, porque no quieren chocar entre ellos. Entonces, aunque incluso el Dr.
Milgram se aferró a la noción de que la creencia en la "autoridad" a veces es necesaria
y positiva, no dio ningún argumento racional para apoyar tal aseveración. Este es un
claro testimonio de la fuerza del mito de la "autoridad" que hace que, incluso alguien,
como el Dr. Milgram, que había presenciado lo anteriormente expuesto, todavía fuera
incapaz de abandonar por completo esta superstición.
Después de que el Dr. Milgram publicitó sus hallazgos, muchos quedaron
conmocionados y consternados por la medida en que las personas normales estaban
dispuestas a infringir dolor, o la muerte a personas inocentes cuando se lo indicaba
una "autoridad" percibida. Pruebas similares realizadas desde los experimentos del Dr.
Milgram han arrojado resultados similares, que continúan impactando a algunas
personas. Sin embargo, los resultados realmente no deberían sorprender a nadie que
haya echado un vistazo a cómo se crían la mayoría de los seres humanos.

Enseñando Obediencia Ciega

El supuesto propósito de las escuelas es enseñar a leer, escribir, entender


matemáticas y otros campos académicos de pensamiento. Pero el mensaje que las
instituciones de "educación" realmente enseñan, mucho más efectivamente que
cualquier conocimiento o habilidad útil, es la idea de que la subordinación y la
obediencia ciega a la "autoridad" son virtudes. Simplemente considere el entorno en el
que la mayoría de las personas pasa la mayor parte de sus años formativos. Año tras
año, los estudiantes viven en un mundo en el que:

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• Reciben aprobación, elogios y recompensas por estar donde "autoridad" les dice que
deben estar, cuando "autoridad" les dice que estén. Reciben desaprobación, reproche
y castigo por estar en otro lugar. (Esto incluye el hecho de que, para empezar, están
obligados a estar en la escuela).
• Reciben aprobación, elogios y recompensas por hablar cuándo y cómo la “autoridad"
les dice que hablen, y reciben desaprobación, reproche y castigo por hablar en
cualquier otro momento, de cualquier otra manera, o sobre cualquier tema que no sea
el que la "autoridad" les dice que hablen, o bien, por no hablar cuando la “autoridad”
les conmina a que hablen.
• Reciben aprobación, elogios y recompensas por repetir cualquier idea que la
"autoridad" declare verdadera e importante, y reciben desaprobación, reproche y
castigo por estar en desacuerdo, verbalmente o por escrito, con las opiniones de
aquellos que afirman ser “autoridad”, por pensar y/o escribir sobre temas distintos a los
que la “autoridad” les dice que piensen o escriban.
• Reciben aprobación, elogios y recompensas por advertir inmediatamente a la
"autoridad" sobre cualquier problema o conflicto personal en el que se encuentren, y
reciben desaprobación, reproche y castigo por tratar de resolver cualquier problema o
desacuerdo por su cuenta.
• Reciben aprobación, elogios y recompensas por cumplir con todo lo que, por
arbitrario que sea, la "autoridad" decide imponerles. Reciben desaprobación, reproche
y castigo por desobedecer tales reglas. Estas reglas pueden ser sobre casi cualquier
cosa, incluyendo qué ropa usar, qué peinados, qué expresión facial tener, cómo
sentarse en una silla, qué tener en un escritorio, qué dirección tomar y qué palabras
usar.
• Reciben aprobación, elogios y recompensas por reportar a la "autoridad" cuando otro
estudiante ha desobedecido "las reglas", y reciben desaprobación, reproche y castigo
por no haberlo hecho.
Los estudiantes claramente e inmediatamente ven que, en su mundo, hay dos clases
distintas de personas, mandos ("maestros") y sujetos ("estudiantes"), y que las reglas
de comportamiento adecuado son drásticamente diferentes para los dos grupos. Los
mandos constantemente hacen cosas que les dicen a los sujetos que no hagan:
controlan a otras personas a través de amenazas, toman la propiedad de otros, etc.
Este doble rasero es constante y obvio, y les enseña que hay un estándar de
moralidad muy diferente para el mando del que hay para el sujeto. Los sujetos deben
hacer única y exclusivamente lo que los mandos les digan, mientras que estos últimos
pueden hacer lo que les venga en gana.
No hace mucho tiempo, los maestros solían cometer castigo corporal contra los
sujetos que no hacían las cosas de forma rápida e incuestionable, mientras les decían
a los sujetos que era completamente inaceptable que usaran violencia física alguna
vez, incluso en defensa propia, especialmente en defensa propia contra los maestros.
Afortunadamente, el uso de violencia física regular por parte de los "maestros" se ha
vuelto poco común. Sin embargo, aunque la fuerza se ha vuelto menos obvia, los
métodos básicos de control y castigo autoritarios permanecen.
En el entorno del aula, la "autoridad" puede cambiar las reglas a voluntad, puede
castigar a todo el grupo por lo que hace un alumno, y puede cuestionar o buscar a
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cualquier alumno, o a todos ellos, en cualquier momento. Nunca se considera que la
"autoridad" tenga ninguna obligación de justificar o explicar a los alumnos las reglas
que establece o cualquier otra cosa que haga. Y no le preocupa a la "autoridad" si un
estudiante tiene una buena razón para pensar que sería mejor pasar el tiempo en otro
lugar, haciendo otra cosa o pensando en otra cosa. Las "calificaciones" que recibe el
alumno, la forma en que es tratado, las notificaciones que se le envían (escritas,
verbales y de otro tipo) dependen de un factor: su capacidad y disposición para
subvertir incondicionalmente sus propios deseos, juicios y decisiones con los de
"Autoridad". Si lo hace, se lo considera "bueno". Si no lo hace, se lo considera "malo".
Este método de adoctrinamiento no fue accidental. La escolarización en los Estados
Unidos, y de hecho en gran parte del mundo, fue modelada deliberadamente según el
sistema prusiano de "educación", que fue diseñado con el propósito expreso de
capacitar a las personas para ser instrumentos obedientes de la clase dominante, fácil
de manejar y rápida en obedecer irreflexivamente, especialmente con fines militares.
Como fue explicado por Johann Fichte, uno de los diseñadores del sistema prusiano,
el objetivo de este método era "moldear" al estudiante de tal manera que "simplemente
no pudiera querer lo contrario" de lo que la "autoridad" quiere. En ese momento, se
admitió abiertamente que el sistema era un medio de esclavizar psicológicamente al
pueblo en general, a la voluntad de la clase dominante. Y continúa logrando
exactamente eso, en todo el mundo, incluso en los Estados Unidos.
La razón por la que la mayoría de la gente hace lo que la "autoridad" les dice,
independientemente de si la orden es moral o racional, es porque eso es exactamente
para lo que fueron entrenados. Todo lo que consigue la "escolarización" autoritaria (y
la crianza autoritaria), incluso la versión moderna que pretende ser amable y de mente
abierta, es insertar en las cabezas de los jóvenes la noción de que su éxito, su bondad
y su valor como seres humanos, se mide por lo bien que obedecen a la "autoridad".
Entonces, ¿es de extrañar que un padre aplique la lógica a la evidencia para llegar a
sus propias conclusiones, pero la mayoría de los adultos busque una "autoridad" que
les diga qué pensar? ¿Es de extrañar que cuando un hombre con una insignia y una
gorra comienza a ladrar órdenes, la mayoría de los adultos obedecen sin rechistar,
incluso si no han hecho nada malo? ¿Es de extrañar que la mayoría de los adultos se
sometan tímidamente a los interrogatorios y registros que los "agentes de la ley"
quieren ejecutar? ¿Es de extrañar que muchos adultos se dirijan a la "autoridad" más
cercana para resolver cualquier problema o resolver una disputa? ¿Es de extrañar que
la mayoría de los adultos cumpla con cualquier orden, por irracional, injusta o inmoral
que sea, si se imaginan que el que dio la orden es "autoridad"? ¿Debería sorprender
algo de esto a la luz del hecho de que casi todos pasaron por muchos años
entrenándose deliberadamente para comportarse de esa manera?
Los experimentos del Dr. Milgram dejaron muy claro que el tipo de personas que
produce nuestra sociedad moderna, supuestamente ilustrada, incluso en los estados
más avanzados, supuestos bastiones de libertad y justicia, son, en su mayor parte,
insensibles, irresponsables e irreflexivas, que constituyen las herramientas perfectas
para cualquier megalómano que reclame el derecho a gobernar. Cuando las personas
son adiestradas intencionalmente para someterse humildemente a esa bestia llamada
"autoridad", cuando se les enseña que es más importante obedecer que juzgar, ¿por
qué deberíamos sorprendernos ante la extorsión, la opresión, el terrorismo y los
asesinatos en masa que se cometen solo porque una autoproclamada "autoridad" lo
ordenaba? Toda la historia humana hace que la fórmula letal sea lo más clara posible:

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unos pocos gobernantes malvados + muchos súbditos obedientes = injusticia y
opresión generalizadas.

Construyendo Monstruos
También debería mencionarse al menos algo sobre el estudio psicológico realizado en
la Universidad de Stanford en 1971, en el que se estableció una especie de prisión
simulada, con docenas de estudiantes designados como presos simulados y otros
como guardias de prisión simulados. El experimento tuvo que terminarse temprano,
después de solo seis días, porque los que habían recibido "autoridad" (los guardias) se
habían vuelto sorprendentemente insensibles, abusivos y sádicos con sus prisioneros.
Debe notarse que el abuso cometido por los "guardias" incluso fue más allá de lo que
les dijeron que debían hacer aquellos que llevaban a cabo el experimento, que estaba
diseñado para humillar y degradar a los prisioneros. Esto muestra que las tendencias
personales maliciosas o sádicas en un individuo son un factor importante que
contribuye a dicho abuso, pero que la mayoría de las personas ejercen abiertamente
tales tendencias solo cuando se les da una posición de "autoridad" que creen que les
da permiso para hacerlo. El mismo fenómeno puede verse en todo tipo de abusos de
poder, ya sea por un burócrata en un viaje de trabajo, un soldado o un oficial de policía
al que le gusta intimidar o agredir a civiles, o cualquier otro funcionario que disfruta de
ejercer su poder sobre los demás. Estos demuestran que la creencia en la "autoridad"
no solo permite que las personas buenas se conviertan en herramientas de opresión e
injusticia, sino que también resalta y amplifica dramáticamente cualquier potencial de
malicia, odio, sadismo y amor por el dominio que esas personas puedan poseer. Lo
primero que provoca la superstición de la "autoridad" es hacer que las personas
normales se conviertan en simples agentes del mal (que Arendt describió como la
"banalidad del mal"), pero luego pasa a hacer que esas personas devengan en
personalmente malas, convenciéndolas de que tienen el derecho, o incluso el deber,
de abusar y oprimir a otras personas. Esto se puede ver en el comportamiento de los
soldados, policía, fiscales, jueces, incluso los pequeños burócratas. Cualquier persona
cuyo trabajo consiste en acosar, extorsionar, amenazar, coaccionar y controlar a
personas decentes, tarde o temprano, se volverá como mínimo insensible, cuando no,
enteramente sádico. Uno no puede actuar continuamente como un monstruo sin llegar
a serlo.
Otra cosa importante de advertir, como se muestra en innumerables ejemplos de
abusos de poder, es que, aunque la creencia en la "autoridad" puede llevar a las
personas a infringir daño a otros, esa misma creencia, a menudo, no puede limitar la
medida en que los agentes de "autoridad" lastimarán a otras personas. Por ejemplo,
muchas personas que nunca oprimirían a una persona inocente por su cuenta, se
convierten en "oficiales de policía", adquiriendo así el poder "legal" para cometer un
cierto grado de opresión. Sin embargo, en muchas ocasiones, terminan yendo más
allá de la opresión "legal" a la que están "autorizados" a ejercer, y se convierten en
monstruos sádicos, ávidos de poder. Lo mismo ocurre, tal vez incluso con más
intensidad, con los soldados. Tal vez, la razón por la que tantos veteranos de combate
terminan profundamente traumatizados emocionalmente, no es tanto por el resultado
de pensar en todo lo que han visto, sino como por el hecho de pensar en lo que ellos
mismos han hecho. La alta tasa de suicidio entre los veteranos de combate apoya esta
tesis. Tiene poco sentido que alguien desee su propia muerte simplemente porque ha
visto algo horrible. Tiene mucho más sentido que alguien desee su propia muerte

49
porque él mismo ha hecho algo horrible, y de hecho se ha convertido en un ser
horrible.
La razón por la cual la creencia en la "autoridad" puede llevar a las personas a
cometer actos malvados, pero no puede limitar el mal que cometen, es simple. Aparte
de las limitaciones "técnicas" que se supone que debe tener en un agente de
"autoridad", el concepto principal que se le enseña al agente, y que debe aceptar para
hacer su trabajo, es que, como representante de "autoridad", él está por encima de la
gente común y tiene el derecho moral de controlarlos por la fuerza. En resumen, se le
enseña que su insignia y su posición lo hacen mando legítimo sobre todas las
personas "normales". Una vez que está convencido de esa mentira, se debe esperar
que desprecie al ciudadano promedio y lo trate con desprecio, de la misma manera, y
por la misma razón, que un propietario de esclavos tratará a sus esclavos no como
seres humanos, sino como esclavos, como propiedad, cuyos sentimientos y opiniones
no importan más que los sentimientos y opiniones de su ganado o de sus muebles.
Es muy revelador que muchos "agentes del orden" actuales se enojen rápidamente,
incluso se pongan violentos, cuando un ciudadano normal simplemente le habla al
"oficial" como a un igual, en lugar de asumir el tono y la conducta de un subordinado
subyugado. Una vez más, esta reacción es exactamente la misma, y tiene la misma
causa, que la reacción que tendría un esclavista ante un esclavo "engreído" que le
hablara como a un igual. Hay muchos ejemplos representados en numerosos vídeos
de abuso policial en Internet, de supuestos representantes de "autoridad" entrando en
cólera y recurriendo a una violencia ciega, simplemente porque alguien a quien se
acercaron les habló como un adulto hablaría con otro en lugar de hablar como hablaría
un sujeto a un mando. Los mercenarios estatales se refieren a esta falta de
humillación como alguien que tiene cierta "actitud". A sus ojos, alguien que los trata
como simples mortales, como si estuvieran al mismo nivel que los demás, equivale a
mostrar falta de respeto por su supuesta "autoridad".
De manera similar, cualquier persona que no consienta en ser detenida, interrogada o
registrada por "oficiales de la ley" es percibida automáticamente, por los mercenarios
del estado, como una especie de alborotador que tiene algo que ocultar. Una vez más,
la verdadera razón por la que tal falta de "cooperación" molesta a los ejecutores
autoritarios es porque equivale a que las personas los traten como simples humanos
en lugar de tratarlos como seres superiores, que es lo que ellos mismos se imaginan.
A saber, si alguien se enfrentara a un extraño (sin una insignia) que comenzará a
interrogar a la persona de una manera claramente acusatoria y luego le pidiera que le
permitiera registrar los bolsillos de la persona, su coche y su hogar, la persona
abordada de esta forma, con seguridad no solo se negará, probablemente también se
indignará por semejante solicitud. "¡Por supuesto que no puedes rebuscar en mis
cosas! ¿Quién crees que eres?" Pero cuando los extraños con insignias hacen tales
solicitudes, se ofenden cuando los objetivos de sus hostigamientos, acusaciones y
búsquedas intrusivas e injustificadas se oponen y se niegan a" cooperar ". Incluso
cuando los "oficiales" saben muy bien que la Cuarta y Quinta enmiendas a la
Constitución de los EE. UU. dictan específicamente que una persona no tiene
obligación "legal" de responder preguntas o consentir registros, sin suponer esto "falta
de cooperación", es decir, no inclinándose incondicionalmente ante el capricho del
agente, el cual percibe esta actitud como una señal de que la persona debe ser una
especie de criminal y enemiga del estado. Desde la perspectiva de los "mercenarios
de la ley", solo un despreciable villano trataría a los representantes de "autoridad" de
la misma manera en que estos tratan a los demás.

50
Una vez más, esta no es la forma en que la mayoría de estas personas ven el mundo
antes de convertirse en "oficiales de la ley". En su entrenamiento autoritario de
obligado cumplimiento, se les enseña específicamente a tratar a las personas como
inferiores, para tratar siempre de obtener el control de todos y en todo momento desde
que llegan a una escena determinada, diciéndoles a todos a dónde ir, qué hacer,
cuándo pueden hablar, etc. No solo se les dice que tienen derecho a mandar a todos a
su alrededor, lo que sería ya suficientemente peligroso; están entrenados para que, en
cualquier situación, utilicen todo lo que sea necesario (órdenes, intimidación o
violencia total) para hacer que todos los presentes se dobleguen ante su "autoridad" y
se les enseña que es un delito que alguien cuestione el hecho de inclinarse ante su
voluntad, lo que ellos describen como "desobedecer una orden legítima".
También resulta muy significativo el hecho de que la policía, tan pronto como llega a
cualquier escena, se asegure de que nadie más esté en posesión de ningún tipo de
arma, y que desarme a cualquiera, antes de saber nada sobre quién está presente o lo
que está ha sucedido, e incluso, sin saber si las personas están "legalmente" armadas.
El objetivo obvio de esta práctica es crear inmediatamente un gran desequilibrio de
poder, donde solo los "agentes de la ley" tienen la capacidad de imponer su voluntad
por la fuerza a los demás. Imagine la arrogancia que se requiere para que un
ciudadano normal llegue a una escena, no sepa nada de situación acaecida, ni de las
personas involucradas, y su primer pensamiento sea: "Nadie puede tener un arma,
excepto yo".
En resumen, los "agentes de la ley" están entrenados para ser megalómanos
opresivos y para tratar a todos los demás como ganado. Y, siendo la naturaleza
humana la que es, cualquiera que trate rutinariamente a los demás de esa manera -la
forma en que los "agentes de la ley" deben tratar a los demás- aprenderá a despreciar
a los demás y tratarlos con desprecio, falta de respeto y hostilidad. Por bueno o malo
que sea un individuo, la forma ideal de sacar lo peor de él es darle "autoridad" sobre
los demás.
(Nota personal del autor: Varios ex agentes de policía me han dicho personalmente
que abandonaron el cuerpo después de que advirtieron que ese trabajo, con su
supuesta "autoridad", los estaba convirtiendo lentamente en monstruos, alguno de
ellos, usando exactamente esta palabra).

Para ser justos, muchos "agentes de la ley" hacen un gran esfuerzo por ser "buenos
chicos" y al menos intentan tratar a los demás con respeto. Pero, en última instancia,
no es posible tratar a los demás como iguales, y ser "ejecutores de la ley". Pueden ser
amigables e incluso pedir disculpas al respecto (por ejemplo, "Lo siento, pero voy a
tener que pedirte que ..."), pero su trabajo realmente requiere que controlen y exijan de
manera coercitiva a los demás, y no solo a aquellos que realmente han dañado a
alguien. Un policía no puede tratar a los demás como iguales sin perder su trabajo.
Imagínese un policía que hiciera detenciones de tráfico, o que registrara casas, o que
detuviese e interrogase a personas, o que usara la fuerza física contra alguien solo en
situaciones en las que estuviera justificado que usted mismo realizara semejantes
acciones, sin la posesión de ninguna insignia o "ley" que le habilite para ello.
Lo mismo se aplica a los investigadores, fiscales y jueces del "gobierno". Todos
sabemos que un empleado del "gobierno" que se negara a investigar, enjuiciar o

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condenar a alguien por un "delito" sin víctimas, rápidamente perdería su trabajo. No
corresponde a los agentes de "autoridad" decidir qué "leyes" exigir. Si hay "leyes"
moralmente ilegítimas (como casi todas lo son), se requieren todas las ramas de
"aplicadores de la ley" autoritaria para hacerlas cumplir, lo que facilita la extorsión y
opresión de personas inocentes. Incluso si gran parte de su trabajo se dirige hacia
criminales reales -los que han cometido actos de agresión contra otros- cada "agente
de la ley", como parte de su trabajo, estará obligado a cometer actos de agresión por
sí mismo. Hay algunos que no hacen prácticamente nada más que iniciar actos de
violencia, como, por ejemplo, los recaudadores de "impuestos", los agentes de
narcóticos y los agentes de inmigración. Esto hace que sea literalmente imposible, en
la mayoría de los casos, trabajar para el "gobierno" sin cometer actos inmorales de
agresión. Ser un "agente de la ley" y ser una persona moral son, generalmente,
valores mutuamente excluyentes.

Aunque pueden hacer su trabajo educadamente, y a pesar de que también persiguen


a criminales reales (aquellos que generan víctimas), los "agentes de la ley" son
siempre agresores profesionales, subyugando a la gente a la voluntad de los políticos
por medio de la violencia o con amenazas de violencia. Así pues, cualquiera que haga
estos actos, si aún no ha alcanzado cierto grado de desprecio y odio hacia su prójimo,
seguramente lo desarrollará. Para decirlo de otra manera, incluso el propietario de
esclavos más amable y amigable, si continúa creyendo en la legitimidad de la
esclavitud y continúa practicándola, cometerá maldad e infligirá daño a la gente que
imagina que es su propiedad legítima. Finalmente, desarrollará un grado de desprecio
hacia las víctimas de su agresión, y se comportará despectivamente hacia ellas.
La capacidad de la creencia de "autoridad" para crear daño, y la incapacidad
simultánea de limitar dicho daño, una vez que el mercenario se imagina a sí mismo
que tiene el derecho de gobernar sobre sus "inferiores", se puede ver no solo a nivel
individual, sino también a gran escala también. La mayoría de los debates y escritos
que condujeron a la ratificación de la Constitución de los EE. UU. se centraron en
limitar los poderes que tendría el gobierno federal y en discutir todas las cosas que no
estaba permitido hacer. La Carta de Derechos, por ejemplo, es una lista de cosas que
el gobierno de los EE. UU. tiene prohibido constitucionalmente. De hecho, las
Enmiendas Novena y Décima lo convierten en una lista abierta, de modo que se
suponía que el "gobierno" federal, en teoría, no debería hacer nada, más allá de lo que
la Constitución específicamente "autorizaba" a hacer. No obstante, con la posible
excepción de la Tercera Enmienda, la "Declaración de Derechos" también resulta ser
una lista de derechos que los agentes federales violan todos los días, en todos los
estados de la unión. En realidad, ya sea a nivel individual o nacional, cuando se le dice
a alguien "Usted tiene el derecho de gobernar a los demás, pero solo dentro de estos
límites", sin embargo, tarde o temprano, veremos que esa persona dominará a los
demás sin reconocer ningún límite a su poder.
A la larga, ni existe ni puede existir algo como un "gobierno limitado", porque una vez
que alguien es aceptado por otros como un ejecutor legítimo y se cree con el derecho
moral de gobernar, no habrá nada ni nadie "por encima" de él, con el poder de
restringirlo. Dentro de un "gobierno", una "autoridad" superior puede elegir limitar una
"autoridad" inferior, pero la lógica y la experiencia muestran que una jerarquía
autoritaria, tomada en conjunto, nunca se limitará por mucho tiempo. ¿Por qué iba a
hacerlo ¿Por qué un ejecutor alguna vez pondría sus propios intereses por debajo de
los intereses de sus esclavos? La Constitución es un ejemplo perfecto de esto: un
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trozo de pergamino que pretendía otorgar "autoridad" muy limitada a ciertas personas,
pero que no logró evitar que esas personas traspasaran esos límites, creando algo
que eventualmente se convirtió en el imperio autoritario más poderoso de la historia
humana. Y el problema no puede resolverse mediante el nombramiento de otro
conjunto de ejecutores (por ejemplo, un "sistema judicial") dentro de la misma
estructura autoritaria, con el supuesto propósito de imponer límites al primer grupo de
ejecutores. "Separación de poderes", "controles y auditorias" y "proceso legal" son
palabras que no tienen sentido si los ejecutores y los que deben ponerles límites son
parte de la misma organización autoritaria.

Demonizando a la victima
Es importante destacar el hecho de que, en los experimentos de Milgram, los sujetos
pensaban que estaban castigando a inocentes desconocidos. No hubo acusación de
que el que estaba siendo castigado fuera una mala persona o que hubiera hecho algo
inmoral. Debería ser obvio que si una persona normal, a instancias de la "autoridad",
infringe dolor a una persona inocente, también infringirá dolor -con menos vacilación y
menos culpabilidad- a alguien a quien imagina merecedor de ese dolor.
Los militares de los EE. UU. (Y presumiblemente muchos otros ejércitos) han
investigado mucho para determinar qué se puede hacer para vencer la aversión
natural de un soldado a matar, para que mate bajo sus órdenes. Y una de las maneras
más efectivas de lograr esto es demonizar y deshumanizar al que deben disparar. En
las guerras modernas, los "gobiernos" de ambos lados alimentan a sus soldados con
una propaganda constante diseñada para pintar al "enemigo" como un grupo de
monstruos desalmados, crueles, sádicos e inhumanos. Irónicamente, esto se convierte
en una profecía autocumplida, porque esa propaganda convierte a ambos bandos en
pandillas de monstruos desalmados, tratando celosamente de exterminar a los
enemigos a los que no consideran completamente humanos.
Se usan tácticas similares en la "aplicación de la ley". Los mercenarios contratados del
"gobierno" son mucho más propensos a infligir injusticia y opresión a alguien si esa
persona ha sido deshumanizada y satanizada. Solo la terminología utilizada -por los
ejecutores, los agentes y todos los demás- constituye una forma muy efectiva de
control mental, que altera la forma en que los agentes y sus objetivos perciben la
realidad, afectando así en cómo se comportan ambos grupos. Tales términos
refuerzan la premisa de que la obediencia a la "autoridad" es una virtud, y que la
desobediencia es un pecado.
Lo que literalmente sucede es que un pequeño grupo de personas emite una orden, y
los agentes la imponen a las masas, castigando la desobediencia. Esto es lo mismo
que hace la mafia, lo que hacen las pandillas callejeras, lo que hacen los matones del
patio de la escuela, y lo que hacen todos los "gobiernos". La diferencia es que cuando
lo hace el "gobierno", utiliza no solo amenazas sino también adoctrinamiento, tanto de
los ejecutores como del público en general. El mensaje de la mayoría de los matones
suele ser directo y honesto ("Haz lo que digo o te hago daño”), el mensaje de
"gobierno" implica una gran cantidad de psicología y control mental, lo cual es esencial
para hacer que los mercenarios estatales se sientan honrados de oprimir a los demás.
Los controladores del "gobierno" se describen a sí mismos como "legisladores" que se
creen con el derecho de "gobernar" la sociedad, describiendo sus órdenes como
"leyes" y etiquetando a cualquiera que desobedezca sus leyes como "delincuentes". Y,

53
a diferencia de los "capos" de la Mafia, los políticos administran la retribución contra
cualquiera que les desobedezca, no con simples matones contratados, sino con
"nobles agentes del orden", lo cuales protegerán “justamente” a la sociedad de todos
esos incivilizados y odiosos "infractores de la ley".
Semejante propaganda es de gran ayuda, no solo para hacer que los ejecutores
autoritarios lleven a cabo actos de violencia contra personas inocentes, sino también
para hacer que se sientan orgullosos de ello. Están convencidos, a través de su
adoctrinamiento autoritario, que están llevando a los "criminales" a la "justicia",
manteniendo así la "ley y el orden" en beneficio de la sociedad. Pero lo que realmente
están haciendo, casi siempre, es usar la violencia para obligar a todos a obedecer las
órdenes que emiten los políticos, por inmorales, arbitrarias, destructivas, o
francamente idiotas que esas órdenes puedan ser.
Hay una gran diferencia en las connotaciones de estos dos términos "agente de la ley"
y "matón del político". Sin embargo, no hay diferencia en lo que literalmente significan.
Pero mediante la persuasión de los agentes, estos acaban creyendo que la violencia
que infringen constituye simple "aplicación de la ley" intrínsecamente justa y noble, así
pues, sus percepciones pueden alterarse de tal forma que con mucho gusto y orgullo
impondrán la voluntad de la clase gobernante a sus semejantes. Hay tantos ejemplos
de esto como “leyes” existen, pero todas caen en una de dos categorías: prohibiciones
(mediante las cuales los políticos proclaman que los sujetos no pueden hacer
determinada acción) y demandas (según las cuales los políticos proclaman que los
sujetos deben hacer una cierta acción). Un ejemplo de cada uno será suficiente para
demostrar el punto.
Prohibición: los legisladores emiten un decreto por el cual los sujetos no pueden
poseer marihuana. Esa prohibición se proclama como "ley", y cualquiera que la
desobedezca se considera "delincuente". Los controladores gastan grandes
cantidades de dinero (robados de sus súbditos mediante otra "ley" diferente) para
pagar a sus mercenarios, sus armas, vehículos blindados, prisiones, etc., con el único
propósito de llevar preso a cualquiera que sea atrapado desobedeciendo su "ley".
Ahora considere la perspectiva del "oficial de policía" al que se le asignó el deber de
hacer cumplir esta "Ley" y que descubre que alguien ha estado vendiendo marihuana
a clientes varios. Si el "oficial" pudiera considerar objetivamente la situación, sin que el
mito de la "autoridad" distorsionara su percepción, inmediatamente vería que su
"trabajo" no es solo inmoral sino completamente idiota e hipócrita: su "trabajo" es
capturar físicamente a alguien con el propósito de poner a esa persona en una celda
durante mucho tiempo, por hacer algo que no fue ni fraudulento ni violento. De hecho,
hasta que apareció el policía, todas las personas involucradas (cultivador,
comerciante, vendedor, comprador, usuario) interactuaron pacífica y voluntariamente.
Además, si el oficial alguna vez ha consumido alcohol, sería culpable de algo
moralmente idéntico a lo que ha hecho el "criminal". Sin embargo, se verá a sí mismo
como el "agente de la ley" valiente, justo y noble al participar en una invasión armada
paramilitar de la casa de esa persona, capturar por la fuerza y arrastrar al "forajido"
lejos de sus amigos y familiares. Luego, el oficial, irá a casa y se tomará una cerveza,
y por supuesto no reaccionará amablemente con cualquiera que trate de hacerle ver lo
terriblemente injusto de su actuación. La única diferencia, que no es ninguna diferencia
real, es que los políticos emitieron un edicto sobre una sustancia que altera la mente
(marihuana) y no sobre la otra (alcohol). Como resultado, el "oficial" realmente creerá
que el uso de una sustancia que altera la mente es un comportamiento noble,
saludable, totalmente normal, mientras que el uso de la otra sustancia es sombrío,
54
inmoral y "criminal", e incluso justifica el asalto violento y posterior secuestro del
"delincuente".
Demanda: los legisladores promulgan una "ley" que dice que cualquiera de los sujetos
que posee una propiedad debe donarles, cada año, un pago (por ejemplo, del dos por
ciento) del valor de la propiedad del sujeto. Esa demanda se llama un "impuesto de
propiedad" y se proclama como "ley", y cualquiera que la desobedezca será
considerado "delincuente" y "defraudador de impuestos". Luego, los legisladores
establecieron una banda de "recaudadores de impuestos" para encontrar a cualquiera
que desobedezca, ya sea para extraerles dinero a la fuerza o para desalojarlos
forzosamente de sus propiedades, aprovechar esas propiedades y entregárselos a los
políticos.
Por supuesto, si alguien hiciera eso sin toda la propaganda autoritaria estatal de
soporte, se llamaría extorsión: "Tienes que pagarme un montón de dinero todos los
años, o no te dejaré vivir en tu propia casa". Y muy poca gente, incluidos aquellos que
ahora trabajan como "recaudadores de impuestos", querrían formar parte de un
esquema de extorsión de ese tipo. Sin embargo, cuando se hace exactamente esto
mismo "legalmente", no solo la gente normal aceptará un trabajo como parte de un
sistema de extorsión así, sino que mostrarán desdén por cualquiera que se resista a
pagar. Aquellos que luego intentan no ser robados son vistos como codiciosos
"defraudadores de impuestos" que no quieren pagar su "parte justa". Y aquellos cuyo
trabajo consiste en tomar el dinero o las propiedades por la fuerza ante tales "trampas
fiscales" usualmente lo hacen con un noble sentimiento de rectitud, porque realmente
creen que la "autoridad" de la "ley" puede tomar lo que generalmente se considera un
acto inmoral - robo y extorsión - y transformarlo en algo justo y legítimo. Así pues,
resulta que cometen un robo masivo, se sienten bien acerca de ello y encima, sienten
desprecio por sus víctimas. Ese es el poder de la superstición más peligrosa.
Los estatistas a menudo argumentan que los impuestos no son un robo porque los
"gobiernos" usan los ingresos fiscales para cosas que son para el "bien común", por lo
que solo se trata de que las personas paguen por los bienes y servicios que reciben a
cambio. Tal argumento ignora la naturaleza fundamental de la situación. Un simple
ejemplo hace que el doble estándar sea obvio. Supongamos que un extraño se le
acerca y le dice que le corta el césped, o le deja un artículo en su casa, y ahora le
exige 1.000 €, a pesar de usted nunca había solicitado semejante arreglo.
Obviamente, eso constituiría extorsión y no tendrías ningún deber de pagar, incluso si
realmente hubiera cortado tu césped o te hubiera dejado algo. Nadie tiene el derecho,
sin su consentimiento, de proporcionarle algún artículo o servicio, cuando usted no lo
ha solicitado o no lo quería comprar, y luego le quita por la fuerza todo lo que ellos
declaran que este artículo o servicio cuesta. Y, sin embargo, eso es exactamente lo
que hace todo "gobierno", en todos los niveles, siempre.
Cuando los objetivos de la agresión autoritaria se demonizan y deshumanizan con
éxito, no hay límites en absoluto al grado de violencia e injusticia que cometerán los
que creen en la "autoridad". Para cualquier persona que todavía tenga la esperanza de
que las conciencias de los soldados y los "agentes del orden público" puedan limitar el
nivel de injusticia que están dispuestos a infringir a completos extraños, hay muchos
ejemplos del mundo real que le demostrarán lo contrario. Una de las más conocidas
debería ser la masacre de My Lai durante la guerra de Vietnam, donde las tropas
estadounidenses no solo asesinaron a cientos de civiles desarmados, en su mayoría
mujeres y niños, sino que también agredieron sexualmente y torturaron a muchos,
además, algunos soldados se deleitaron abiertamente en el sufrimiento y la muerte de
55
sus víctimas, según los propios testimonios de los soldados. Esto es lo que hicieron
los soldados estadounidenses, como resultado de su lealtad al mito de la "autoridad",
combinado con la demonización y la deshumanización de sus víctimas. Los mismos
soldados lo expresaron sin rodeos, uno diciendo que "simplemente seguían órdenes",
otro decía que la mayoría de los soldados estadounidenses allí "no consideraban al
vietnamita como ser humano" (debo advertir que hubo algunos soldados
estadounidenses que intentaron, con poco éxito, detener o limitar la masacre.) Si bien
este podría haber sido uno de los ejemplos más famosos de atrocidades cometidas
por las tropas estadounidenses en tiempo de guerra, ciertamente no es el único. De
hecho, nuevos ejemplos del sadismo de los soldados estadounidenses siguen
saliendo a la luz. Mientras que en los experimentos de Milgram, algunos sujetos del
ensayo demostraron, verbalmente o por su comportamiento, que se sentían mal por
infringir daño a un extraño inocente, los "agentes de la ley" y soldados a quienes se les
enseña a despreciar a un "enemigo", obedecen órdenes autoritarias incluso con más
entusiasmo del exigido, de una manera que muestra que se deleitan en provocar dolor
y muerte a sus víctimas.
Esto se demostró claramente en las imágenes que salieron de la prisión de Abu
Ghraib en Iraq, que muestran como las tropas estadounidenses, hombres y mujeres,
no solo llevaron a cabo torturas físicas y mentales, sino que mostraron deleite y
diversión ante el sufrimiento de sus víctimas, incluso posando felizmente para el
cámara mientras humillan, asaltan, torturan y violan a sus prisioneros. (Tanto el
gobierno de Bush como el de Obama evitaron que gran parte de la evidencia
fotográfica de esta tortura se hiciera pública, por temor al efecto que esas imágenes
tendrían en la opinión del ejército y el "país", tanto entre estadounidenses como entre
extranjeros). De nuevo, aunque la evidencia muestra que dicha tortura se llevó a cabo
a instancias de los niveles más altos de "gobierno", es importante señalar que aquellos
que llevaron a cabo estas órdenes de "autoridad", claramente exhibieron un sádico
disfrute a través del dolor y sufrimiento que infligían a otros seres humanos. Les había
sido dicho, por quien percibían como "autoridad", que era noble y justo odiar y herir "al
enemigo". Así lo hicieron, y lo disfrutaron.
La misma actitud y mentalidad se puede ver en otras acciones tildadas de "aplicación
de la ley", como el asalto a Ruby Ridge en 1992, y la incursión, enfrentamiento y
masacre final cerca de Waco, Texas, en 1993. En ninguno de los dos casos la
"autoridad" perseguía o tenía constancia de alguien que realmente hubiera lastimado o
amenazado a alguien más. En cambio, ambos eventos involucraron ataques
paramilitares basados en la supuesta posesión de armas de fuego "ilegales". En el
incidente de Waco, ochenta personas, incluidos hombres, mujeres y niños, finalmente
murieron, después de haber sido mental y físicamente torturadas durante semanas
con privación del sueño y gas CS, entre otras cosas. Las víctimas fueron satanizadas,
tanto para el público como para los "agentes del orden público", y los agresores del
"gobierno" mostraron tanto desprecio por sus víctimas como entusiasmo ante la idea
de matarlos. La misma actitud general se puede ver en docenas de videos de "abuso
policial" que muestran a la policía intimidando con gran entusiasmo e incluso
agrediendo físicamente a personas que no son una amenaza para nadie y que ni
siquiera están luchando o resistiéndose. Este es el resultado directo de convencer a
los "encargados de hacer cumplir la ley" de que todos los demás están por debajo de
ellos y que, como agentes de "autoridad", tienen derecho a que todos los traten como
superiores, se arrastren ante ellos y obedezcan sin cuestionar sus órdenes. Este
mismo patrón también se puede ver entre los "recaudadores de impuestos" y otros
burócratas.

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En qué medida la creencia en la "autoridad” crea tendencias sádicas, o en qué medida
simplemente desata tendencias que ya estaban allí, es irrelevante. El punto es que,
pretendiendo eximir al individuo de la responsabilidad de sus propias acciones,
mediante el mandato de infligir daño a otros y convenciéndole de que no solo es
permisible, sino noble, el hecho de dañar a un sujeto en particular, el mito de la
"autoridad” convierte a millones de personas normales, por lo general decentes, en
monstruos y agentes sádicos del mal. Los factores que normalmente obligan a las
personas a comportarse cívicamente y sin violencia, pueden ser las virtudes internas
del individuo, su devoción a principios familiares o a creencias religiosas, o
simplemente su preocupación por lo que otros puedan pensar de él, son fácilmente
derrotados y anulados por la creencia en la "autoridad". En resumen, la forma más
efectiva de romper la humanidad y la decencia en cualquier individuo es enseñarle a
respetar y obedecer ciegamente a la "autoridad".

El significado de la insignia

Aquellos que hacen ostentación de una supuesta "autoridad" por lo general se salen
del camino habitual para dejar claro quiénes son. Cuando un soldado se pone su
atuendo militar, marcha en formación o se mete en un vehículo militar; cuando un
policía se pone su uniforme y se mete en su coche marcado como "POLICÍA"; cuando
un agente del "gobierno" vestido de civil -ya sea del FBI, IRS, o cualquier otra agencia-
muestra su "insignia" o anuncia su título de "oficial", está haciendo una declaración
muy específica, que puede resumirse como sigue:

"No estoy actuando como un ser humano pensante, responsable e independiente, y no


debería ser tratado como tal. No soy responsable personalmente de mis acciones,
porque no estoy actuando por mi propia voluntad o mi propio juicio, ni por lo que está
bien o mal. En cambio, estoy actuando como la herramienta de algo sobrehumano,
algo con el derecho de gobernarte y controlarte. Como tal, puedo hacer cosas que tú
no puedes. Tengo derechos que tú no tienes. Debes hacer lo que te digo, someterte a
mis órdenes y tratarme como tu superior, porque no soy un simple ser humano. Me he
elevado por encima de eso. A través de mi obediencia incondicional y lealtad a mis
amos, me he convertido en una parte de esa entidad sobrehumana llamada 'autoridad'.
Como resultado, las reglas de la moralidad humana no se aplican a mí, y mis acciones
no deben juzgarse según los estándares habituales del comportamiento humano”.

Esta creencia extraña, mística y de culto está en manos de todos los "legisladores" del
mundo. Es terriblemente peligroso para cualquiera imaginarse a sí mismo exento de
las reglas básicas del bien y el mal, pero eso es exactamente lo que todo agente del
"gobierno" cree de sí mismo. A pesar del hecho de que los soldados y "agentes de la
ley" usualmente exhiben sus uniformes "oficiales" con gran orgullo, lo que realmente
están haciendo es mostrar públicamente el hecho de que son delirantes, tienen una
visión completamente deformada y demente de la realidad, y han renunciado a lo que
nos hace humanos: el libre albedrío y la responsabilidad personal que conlleva. Cada
persona que se mueve al son que marca la "autoridad" está demostrando que ha
aceptado una mentira completamente ridícula: que su posición, su insignia y su oficio
cambian drásticamente los comportamientos que son morales y los que son inmorales.

57
La idea es totalmente loca, pero por desgracia, rara vez se reconoce como tal, pues
incluso las víctimas de los ejecutores comparten esta locura

Motivos nobles, acciones malvadas

Es importante subrayar nuevamente el hecho de que, de aquellos que se convierten


en "agentes de la ley" y en soldados, la mayoría lo hace por el deseo de luchar por la
justicia. Sin embargo, debido a su creencia en la "autoridad", sus nobles intenciones a
menudo terminan siendo utilizadas para dañar a los inocentes y proteger a los
culpables. Como se supone que un oficial de policía debe "hacer cumplir la ley", y se
supone que un soldado obedece órdenes, sus propios valores e intenciones son
superados por las agendas de aquellos que dictan las órdenes. A pesar de la
propaganda de reclutamiento militar que anima a los hombres y mujeres jóvenes a
unirse para luchar por la verdad y la justicia, el verdadero trabajo de un soldado es
matar a quienes los mandos les digan que mate. Es tan simple como eso. ¿Cuántos
ciudadanos, por sí mismos, elegirían ir a tierras extranjeras y matar a completos
extraños? Muy pocos. ¿Cuántos ciudadanos, por sí mismos, si estuvieran en un país
extranjero, se sentirían cómodos yendo de puerta en puerta, interrogando a
desconocidos a punta de pistola, invadiendo y registrando sus hogares, porque les
dijeron que algunas personas realmente malvadas podrían estar en el área? Muy
pocos. Estas son acciones que el sentido de moralidad de cada uno le dice que son
erróneas. Pero cuando alguien se une voluntariamente a un ejército autoritario, apaga
su propio juicio y conciencia a favor de, simplemente, hacer lo que le dicen.

Aunque los soldados a veces usan la fuerza legítimamente, como cuando se lucha
contra agresores e invasores, también actúan rutinariamente como agresores e
invasores. Sería imposible para un ejército "gubernamental" funcionar de otra manera.
Imagínese un ejército yendo de puerta en puerta, pidiendo cortésmente a cada dueño
de cada casa un permiso para cruzar su tierra: lo que implica llamar a una situación
"guerra", hace que los creyentes en el "gobierno" crean firmemente que los estándares
usuales de la conducta humana ya no se aplican. Bajo la excusa de que es “necesario”
los soldados invaden, roban, intimidan, amenazan, agreden, interrogan, torturan y
asesinan. Y lo hacen incluso contra personas que consideraban sus aliados. La
invasión y ocupación militar de Iraq por los mercenarios del "gobierno"
estadounidense, que supuestamente se hizo para defender al pueblo de Iraq, fue un
ejemplo de agresión y coerción a gran escala -y, por lo tanto, fue inmoral- incluso si el
objetivo era desplazar al régimen culpable de un nivel aún peor de intimidación y
asesinato (el régimen de Saddam Hussein). Casi siempre, el supuesto mal del
enemigo se cita como la justificación perfecta para la coacción autoritaria. En verdad,
hoy, y a lo largo de la historia, la violencia a gran escala contra inocentes siempre se
ha hecho en nombre de "la lucha por la libertad" o "la lucha contra la injusticia". Incluso
cuando los nazis invadieron Polonia, primero escenificaron una serie de atentados de
falsa bandera y una potente propaganda, conocidos popularmente como “Operación
Himmler", por lo que podrían proyectar que la invasión fue un acto justificable de
defensa propia. La verdad es que, incluso cuando el mal de un régimen enemigo es
fácil de ver, haciendo que la guerra parezca justa por un lado, la violencia cometida por
los militares autoritarios nunca está dirigida solo a los agresores reales del otro lado.
La estructura y la metodología de los ejércitos jerárquicos hacen que los inocentes
sean siempre victimizados de una forma u otra, y no solo por accidente, sino por
diseño estratégico. La mentalidad de manada, que es en gran parte culpable del
patriotismo, hace que esto sea inevitable.

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En la Segunda Guerra Mundial, las tropas estadounidenses veían a los "krauts" y a
"japos" como enemigos, en lugar de ver al enemigo como aquellos individuos que
realmente cometieron actos de agresión contra personas inocentes, un concepto que
requeriría que cada soldado usara constantemente su propia percepción individual y
juicio moral para evaluar cada situación a medida que la confrontaba, lo que es
incompatible con una cadena de mando autoritaria. Por supuesto, de las personas que
se ajustan a la definición de "los alemanes" (krauts) o "los japoneses" (japos), muchos
no participaron en el conflicto (más allá de financiarlo involuntariamente mediante el
pago de "impuestos", como se explica a continuación). Sin embargo, en ambos
bandos, en todas las guerras, los ejércitos "gubernamentales" y la propaganda que
utilizan, siempre atacan y demonizan a todo un grupo general de personas en lugar de
solo a las personas que realmente han iniciado la violencia. El resultado es que
grandes grupos demográficos acaban teniendo la orden de subyugarse o exterminarse
mutuamente, haciendo que ninguno de los bandos pueda llegar a ser el "chico bueno"
en ninguna guerra entre "naciones", ya que ambos ejércitos siempre usan la violencia
contra personas inocentes, tanto como contra otros soldados.

Tal vez uno de los ejemplos más atroces de esto fue la caída de bombas nucleares en
Nagasaki e Hiroshima, que constituyeron de lejos los dos peores actos de terrorismo y
asesinato masivo en la historia. Juntos, provocaron la muerte de alrededor de
doscientos mil civiles, aproximadamente setenta veces peor que el número de muertes
por los ataques del 11 de septiembre de 2001 en el World Trade Center. El objetivo
buscado era infringir miedo, dolor y muerte a la población de todo un país, con el fin de
obligar a la clase dominante de ese país a someterse a la voluntad de otra clase
dominante. Irónicamente, esto encaja perfectamente con la definición propia que el
"gobierno" de los Estados Unidos otorga al "terrorismo", excepto que esa definición
exime convenientemente actos que son "legales" y / o cometidos por "gobiernos". Si
los que están en el "gobierno" abogan y llevan a cabo actividades que pretenden
"intimidar o coaccionar a una población civil" o "influenciar la política de un gobierno
mediante intimidación o coerción", entonces se considera legítima y justa. Si alguien
más hace exactamente lo mismo, es "terrorismo". (Consulte la Sección 2331 del Título
18 del Código de los Estados Unidos).

Como un aparte, comentar que la existencia de armas nucleares es debida a la


creencia en la "autoridad". A diferencia de otras armas, las nucleares no tienen sentido
para fines puramente defensivos. La única razón por la que la bomba nuclear fue
inventada y fabricada vino de la mentalidad de manada, autoritaria y nacionalista, de
que no solo es posible, sino que es justo, entrar en guerra contra todo un país, y por lo
tanto, es justificable exterminar indiscriminadamente a miles de personas de una vez.

Ser miembro de un ejército "gubernamental" requiere que se contribuya en actos


antihumanos, aunque sea indirectamente, independientemente de los nobles motivos
que el individuo haya valorado para unirse a las fuerzas armadas. La razón es simple:
actuar en función de la propia percepción y juicio, respetar la propia conciencia y el
propio sentido de lo correcto y lo incorrecto, es totalmente incompatible con ser
miembro de cualquier "gobierno" militar. Tristemente, el resultado es que ambos
bandos de cada guerra están equivocados, ya que ambos inician actos de violencia
contra inocentes. Al mismo tiempo, ambos lados de cada guerra también consideran
que tienen razón, pues ambos condenan a la otra parte por iniciar violencia contra
inocentes. En resumen, mientras haya soldados dispuestos a subyugarse a una
supuesta "autoridad", e incluso a cometer un asesinato cuando se lo indiquen, la paz
duradera será imposible. Aquellos que luchan por cualquier "gobierno", incluso si creen
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que están "luchando por su país", nunca podrán alcanzar la libertad y la justicia,
porque una clase dominante, que por su propia naturaleza, nunca desea libertad y
justicia, incluso para sus propios súbditos, ya que dejaría de existir. Por muy nobles
que sean sus motivos, y por muy valientes que sean sus acciones, en última instancia,
lo único que los soldados del "gobierno" pueden lograr es el sometimiento y la
dominación.

Irónicamente, probablemente en un intento por ocultar la naturaleza inherentemente


malvada de cada ejército "gubernamental", y para distinguir a sus propios mercenarios
de los mercenarios de otros regímenes tiránicos, el ejército estadounidense pretende
hacernos creer que los soldados estadounidenses tienen en el derecho y el deber de
desobedecer cualquier orden que ellos consideran "ilegal" o inmoral. Sin embargo, la
realidad nos dice que si un soldado hiciera esto, no solo sería un soldado
probablemente juzgado por un consejo de guerra, sino que dicho principio -que por sí
mismo sería bastante apropiado- va directamente en contra del concepto íntegro de
"autoridad" y contra los métodos específicos utilizados para entrenar a los soldados
para ser herramientas irreflexivas y obedientes del régimen al que sirven. En un
entorno de combate, casi todo lo que hace cualquier ejército "gubernamental"
constituye terrorismo agresivo, y prácticamente cada orden que recibe un soldado es
una orden inmoral, ya sea traspasar la propiedad de otra persona, hacer explotar un
puente, bloquear una carretera, desarmar civiles, detener e interrogar a las personas
sin justificación, o matar a completos desconocidos, solo porque lo dice una supuesta
"autoridad".

De hecho, incluso cuando las reglas de enfrentamiento son solo disparar si alguien
dispara antes, ni siquiera así estaría justificado. Cuando uno es el agresor, ya sea
individualmente o actuando colectivamente en nombre de una "autoridad", el objetivo
de esa agresión tiene el derecho de usar cualquier fuerza que sea necesaria para
repeler al agresor. En otras palabras, en muchas situaciones, disparar contra soldados,
está perfectamente justificado. Matar a alguien que intenta defenderse de un agresor
externo constituye un asesinato, incluso cuando los ejecutores sean soldados de la
OTAN. Y casi todos los soldados cometen a diario actos inmorales de agresión,
creyendo que las órdenes de la "autoridad" le permiten hacerlo. Si algún soldado
realmente tomara en serio la idea de que tiene el deber de desobedecer una orden
inmoral, lo primero que debería hacer sería abandonar el ejército.

Aquellos que actúan como mercenarios del "gobierno", incluso si lo hacen con las
mejores intenciones, siempre serán parte de una máquina que comete agresiones más
a menudo, de las que defiende a inocentes. Siendo ese el caso, casi todos los
soldados de combate hacen cosas que justifican el uso de violencia defensiva contra él
mismo. Sin embargo, como siempre han hecho los invasores, los comandantes
militares estadounidenses etiquetan a cualquiera que se resista a sus actos de
agresión como “combatiente enemigo", "insurgente" o “terrorista". Cuando la agresión
invasora se comete en nombre de la "autoridad", ellos etiquetan cualquier acto de
autodefensa del pueblo invadido contra tal agresión como un pecado. Por mucho que
los autoritarios estadounidenses se indignen ante este razonamiento, la verdad es que
miles de personas en todo el mundo han tenido o tienen una buena razón para
disparar a soldados estadounidenses.

Cuando una persona que no ha lastimado o amenazado a nadie está en su propia


casa, ocupándose de sus asuntos, y unos matones fuertemente armados rompen su

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puerta, le apuntan con ametralladoras a él y a su familia, amenazándolas y dándoles
órdenes, el propietario de la casa tiene el absoluto derecho a protegerse a sí mismo y
a su familia por cualquier medio necesario, incluso matar a los intrusos armados. El
ciudadano estadounidense normal, si fuera víctima de semejante ataque por parte de
mercenarios extranjeros, se sentiría perfectamente justificado para usar cualquier nivel
de violencia que fuera necesaria para repeler a los atacantes, pero si sus
conciudadanos estadounidenses son los que cometen tales ataques en un país
extranjero, ese mismo ciudadano, que está inmerso en adorar a la "autoridad" y preso
de la mentalidad de manada, "apoyará a las tropas" y se alegrará cuando los soldados
estadounidenses asesinen a un pobre desgraciado que intenta resistirse por la fuerza
ante esa agresión y actitud de matón.

Las acciones militares autoritarias nunca son puramente defensivas. Cuando los
"gobiernos" declaran la guerra, nunca es para defender a los inocentes o para
preservar la libertad, aunque ese será siempre el propósito declarado. Cuando los
"gobiernos" participan en una guerra, siempre es para robar y agregar a su territorio
recursos controlados por otro "gobierno". La clase dominante, por su propia naturaleza,
ni siquiera quiere que sus propios súbditos sean libres, y mucho menos los sujetos de
algún país extranjero. Como resultado, aunque se dice que uno que muere en
combate dio su vida por su país, en realidad los que mueren en la guerra son simples
recursos despilfarrados por tiranos, en múltiples guerras territoriales con otras bandas
de tiranos que compiten entre sí. Las personas son manipuladas con propaganda
sobre el heroísmo, el patriotismo, el sacrificio, para ocultar el hecho de que los
"gobiernos" nunca entran en guerras para servir a la justicia o la libertad. Lo hacen
para servir a su propio poder. Un examen objetivo de la historia lo deja claro.

Incluso uno de los esfuerzos militares más aparentemente justificables de la historia -


los Aliados en la Segunda Guerra Mundial luchando contra las potencias del Eje- pues,
aunque supuso la derrota de Adolf Hitler, también resultó ser la mejor oportunidad para
el mayor asesino en la historia (Josef Stalin) recibiendo prácticamente la mitad de
Europa de manos de los insensatos gobernantes de las naciones aliadas. El motivo
que movía a la mayoría de los soldados estadounidenses que lucharon en la guerra
fue indudablemente proteger al bien del mal; sin embargo, los motivos de quienes les
daban órdenes, y por lo tanto el resultado final del esfuerzo de aquellos valientes
soldados, no fue más que una conquista injusta y el hecho de otorgar poder autoritario
a monstruos tiránicos.

En la Segunda Guerra Mundial, al menos se podría haber sugerido (con cierta


imaginación) la posibilidad de una invasión de los Estados Unidos, y por lo tanto
afirmar que era un acto de autodefensa porque estaba en juego la "seguridad
nacional". Pero la mayoría de las operaciones militares de EE. UU. no han implicado
ninguna amenaza directa para el país. Treinta y un mil estadounidenses murieron en la
guerra de Corea. Nadie imaginó que Corea del Norte fuera a invadir los Estados
Unidos. Cincuenta y un mil estadounidenses murieron en la guerra de Vietnam. Nadie
pensó que Vietnam del Norte fuera a invadir los Estados Unidos. Nadie imaginó que
los ejércitos de Irak o Afganistán iban a invadir los EE. UU. Las excusas para estos
conflictos suelen ideas poco objetivas como, "luchar contra el comunismo" o incluso
una excusa más etérea, como es una "guerra contra el terror" (excusa que se vuelve
más irónica por el hecho de que las fuerzas estadounidenses usaron, y siguen usando
rutinariamente, tácticas terroristas).

61
La triste ironía es que la clase dominante estadounidense, debido a la legitimidad que
imaginan tener sobre sus víctimas, es la única banda mafiosa capaz de conquistar y
subyugar al propio pueblo estadounidense. La gigantesca máquina militar y todos los
juegos de guerra en los que ha participado, en lugar de proporcionar una pizca de
protección real para el público estadounidense, lo que ha creado ha sido la mayoría de
las amenazas extranjeras existentes, y además se usa como excusa para justificar la
opresión a estadounidenses por su propio "gobierno", a través de la "Ley Patriótica",
de origen orwelliano, entre otras cosas. La popular pegatina para el parachoques que
dice "Si amas tu libertad, a las gracias a un veterano" es un síntoma constante de la
mentalidad de manada, propaganda de adoración del estado con la que las clases
dominantes alimentan a sus súbditos para que los mandos continúen teniendo peones
para jugar en su sádico juego de poder destructivo. Incluso cuando un propietario de
esclavos lucha para evitar que otro esclavista les robe a sus esclavos, no significará
que estos tipos sientan aprecio por sus propios esclavos.

Es bastante comprensible que alguien que arriesga su vida, sufra lo indecible, hiera o
mate a otros seres humanos, incluyendo posiblemente a inocentes, y que acabe con
un trauma físico o emocional como resultado, se resista a aceptar que todo su coraje,
su sufrimiento, y el daño que infligió a otros, finalmente solo sirvió para participar en un
delirio de megalómanos. Sin embargo, incluso algunas de las personalidades militares
más famosas de la historia finalmente llegaron a reconocer que los "gobiernos" se
involucran en la guerra, no por ningún propósito noble, sino por conseguir ganancias y
poder. El general Smedley Butler, que en el momento de su muerte en 1940 era el
marino estadounidense más condecorado de la historia, escribió un libro titulado "La
guerra es una estafa" que criticaba el complejo militar industrial y decía que la guerra
"se realiza en beneficio de unos pocos, pero a costa de muchos, llegando incluso a
describir su propio "servicio militar" como las acciones de un matón de clase alta, de
un chantajista e incluso de un gánster. El general Douglas MacArthur opinaba que la
expansión militar está impulsada por una "psicosis inducida artificialmente por la
histeria de guerra" y "una propagación incesante del miedo". El general MacArthur
también dijo lo siguiente: "Los poderes al cargo nos mantienen en un estado de miedo
perpetuo, y nosotros vivimos en un fervor patriótico con el constante aviso de grave
emergencia nacional. Siempre ha habido algún mal terrible que nos engulliría si no nos
uniéramos ciegamente al estado, proporcionando para ello las exorbitantes sumas que
nos exige el gobierno. Sin embargo, en retrospectiva, estos desastres que nos
anunciaban casi nunca han sucedido, pues no eran muy reales".

Por supuesto, criticar la guerra como una estafa que beneficia solo a la clase
dominante no significa que la clase dominante del otro lado sea benéfica, o que no se
deba resistir al invasor. Las atrocidades cometidas por los ejecutores de los regímenes
de Stalin, Mao, Hitler, Lenin, Pol Pot y muchos otros, eran extremadamente brutales,
así pues, el uso de violencia en legítima defensa contra los actos de agresión
cometidos por los agentes de tales regímenes, estaba ciertamente justificado. Pero en
las batallas del autoritarismo se desarrollan combates sangrientos a gran escala que
cubren enormes áreas geográficas, siempre con víctimas de las poblaciones civiles en
el proceso, mientras que las clases dominantes de ambos lados observan desde una
distancia segura. Otra evidencia de que la guerra nunca se basa en ideales o
principios nobles es el hecho de que el "gobierno" de EE. UU a menudo ha librado
guerras contra tiranos que ellos mismos crearon, como Manuel Noriega y Saddam
Hussein. Un ejemplo aún más descarado de que la guerra no se basa en principios es
el hecho de que al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Josef Stalin y su Unión
Soviética eran enemigos declarados de los Estados Unidos. Al final de la guerra, ese

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asesino en masa psicótico fue nombrado como "Tío Joe" por los propagandistas del
"gobierno" de los EE. UU., y fue tratado como un noble aliado. Los crímenes de Stalin
contra la humanidad que resultaron en decenas de millones de muertes, no fueron
mencionados en los Estados Unidos en ningún momento. A la luz de este hecho, es
ridículo afirmar que el "gobierno" de los EE. UU decidió entrar en la Segunda Guerra
Mundial con motivo de algún principio moral o para vencer al mal.

Es importante tener en cuenta que cosas pasan y cuales no en una guerra


internacional típica. Las clases dominantes competidoras, se contentan con ver a sus
respectivos peones sacrificándose unos a otros por miles, sin embargo, durante mucho
tiempo ha sido la política oficial de muchos "gobiernos", es no intentar matar a
"Gobernantes" extranjeros - es decir, los verdaderos responsables de hacer que la
guerra suceda-. En verdad, el medio de defensa más moral, más racional y más
rentable contra cualquier "autoridad" invasora sería el exterminio del pequeño grupo de
psicópatas que ordenan la invasión. Apuntar a los "gobiernos", en lugar de sus leales
peones, sería increíblemente útil para la humanidad, no solo porque acabarían la
mayoría de los conflictos violentos mucho más rápidamente, sino porque se crearía un
poder persuasivo para cualquier megalómano que tuviera la tentación de iniciar
conflictos en otro lugar. Sin embargo, existe un acuerdo tácito, mutuo y permanente
entre la mayoría de los tiranos de alto nivel que dice que, aunque está bien jugar con
las vidas de sus súbditos, ellos difícilmente se atacarán entre sí.

Y así, una y otra vez, un gran número de soldados marchan a los campos de batalla
para matarse unos a otros mientras que los verdaderos enemigos de la humanidad, los
gobernantes de ambos lados, permanecen fuera de peligro. Por lo tanto, la vida de los
soldados bien intencionados, esos valientes esbirros de los "gobiernos" que cumplen
fielmente las órdenes hasta el amargo final, desperdician por completo sus esfuerzos
ya que, como podemos ver, finalmente no logran ni libertad ni justicia reales para
nadie. Y si un soldado logra reconocer y acusar a los verdaderos responsables de la
injusticia y la opresión, todos los que usan la etiqueta de "gobierno" en ambos lados de
cada guerra, lo condenaran como traidor y terrorista.

Cometiendo el Mal con orgullo

Ya sea un soldado o un burócrata de bajo nivel, el trabajo de todos los "agentes de la


ley" es imponer por la fuerza la voluntad de la clase dominante sobre el público en
general. No obstante, la mayoría imagina que, al hacerlo, están "sirviendo al país". Por
supuesto, la idea de "servir" a alguien aplicando violencia contra él es ridícula. En lugar
de considerar la posibilidad de que lo que hacen de manera regular, es decir, participar
en un sistema de agresión y coacción es inmoral e incivilizado, la mayoría de los
mercenarios estatales, desde el burócrata de bajo nivel hasta el mercenario a sueldo,
simplemente dicen que están "haciendo su trabajo" e imaginan que eso los exime de
toda responsabilidad personal por sus acciones y de los resultados de esas acciones.

Esto, por encima de todo, ha sido la ruina de la sociedad humana. La mayor parte del
mal y la injusticia cometidos por los seres humanos no es resultado de la avaricia, la
codicia o el odio. Es el resultado de personas que hicieron lo que se les dijo, personas
siguiendo órdenes, personas "haciendo su trabajo". En resumen, la mayor parte de la
inhumanidad del hombre hacia el hombre es un resultado directo de la creencia en la
"autoridad". El daño que causa la obediencia es tan real, y tan destructivo, como si

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cada uno lo hubiera hecho por maldad personal. Si una mujer mayor es robada por un
matón de la calle armado o por un "recaudador de impuestos" bien vestido y bien
educado no hay ninguna diferencia, moral o en términos prácticos. Si una familia en
Irak es asesinada por soldados de Saddam Hussein o por soldados de los Estados
Unidos, para el "gobierno" no hay ninguna diferencia, ni moral ni en términos prácticos.
Si las decisiones personales de alguien son coercitivamente controladas por alguien,
ya sea un matón del vecindario o por un "policía", no hay ninguna diferencia, ni moral
ni en términos prácticos.

La única diferencia es que el matón autoritario, como resultado de su delirante


creencia en esa mítica entidad llamada "gobierno", se niega a aceptar la
responsabilidad personal por sus acciones. Su creencia en la superstición más
peligrosa lo hace incapaz de reconocer el mal como lo que es, mal. De hecho, se
sentirá orgulloso de la leal obediencia a sus amos, ya que pasa día tras día
provocando problemas y sufrimiento a personas inocentes, porque se le ha enseñado,
durante toda su vida, que cuando el mal se convierte en "ley", deja de ser malo y pasa
a ser bueno.

Lo cierto es que, si algo es pecado, es la obediencia ciega a la "autoridad". Actuar


como un ejecutor del "gobierno" equivale al suicidio espiritual, en realidad es peor que
el suicidio físico, porque cada ejecutor autoritario no solo deja de tener libre albedrío y
capacidad de juzgar, cosas que nos permiten ser humanos (por lo tanto, "mata” su
propia humanidad), sino que también deja de controlar su cuerpo, pues pasa a ser
utilizado por los tiranos como una herramienta para la opresión. Ser un "ejecutor de la
ley" es cambiar voluntariamente de persona a robot, un robot que luego se entrega a
algunas de las personas más malvadas del mundo, y que será utilizado para dominar y
subyugar a la raza humana. Usar el uniforme de un soldado o la insignia de un "agente
de la ley" no es motivo de orgullo; debería ser motivo de gran vergüenza haber
abandonado su propia humanidad a favor de convertirse en el peón de los opresores.

Parte III (c)


Los efectos del mito sobre los sujetos

Orgulloso de que te roben


Uno de los resultados más extraños de la creencia en la "autoridad" es que causa que
las víctimas de la agresión "gubernamental" se sientan bien al ser victimizadas, y hace
que se sientan mal si evitan ser victimizadas. Un buen ejemplo es el ciudadano que
proclama que está orgulloso de pagar sus "impuestos". Incluso si uno cree que parte
de lo que paga se utiliza para financiar cosas útiles (carreteras, hospitales, ayudar a
los pobres, etc.), estar orgulloso de haber sido amenazado y coaccionado para
financiar tales cosas no deja de ser extraño. El orgullo de ser un "contribuyente
respetuoso de la ley" no es resultado de ser útil a los demás, lo cual podría realizarse
de manera más eficaz de forma voluntaria; el orgullo proviene de haber obedecido
fielmente los mandatos de una "autoridad" percibida. Por ejemplo, un hombre puede
sentirse bien por haber ayudado a alguien que lo necesita, sin embargo, no se
enorgullecería de que le robara un pobre. Probablemente, la única situación en la que

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alguien se jacta de hacer algo por obligación, ocurre en el contexto de alguien que
cree estar obligado a obedecer a una "autoridad" percibida.
Habiendo sido entrenados para percibir la obediencia como una virtud, la gente quiere
sentirse bien al entregar sus ganancias al "gobierno". Y así, con la ayuda de la
propaganda política, tienen la infantil sensación de que sus "contribuciones" en
realidad están ayudando a la sociedad en general. Hablan de ello, como si el hecho de
pagar "impuestos" significara "devolver a la sociedad" o "invertir en el país". Tal
retórica, a pesar de lo habitual, es lógicamente absurda, ya que implica que cada
individuo que compone la "sociedad" y el país, de alguna manera tiene una deuda con
el grupo colectivo, aunque en realidad no debe nada. Lo que las personas realmente
están haciendo cuando pagan "impuestos" es dar dinero, no a la "sociedad" o "al
país", sino a los políticos que conforman la clase dominante, para gastarlo como
quieran. La implicación de esta idea, por extraña que sea, es que "la gente" puede ser
beneficiada por la comunidad, con la ayuda de "la gente" que es robada
individualmente. La idea de que el "bien común" es mejor gestionado por los políticos
gastando el dinero de todos en cosas de forma más adecuada de lo que lo haría cada
uno con su dinero, es cómo poco, extraño. Recientemente, la mentira de los
"impuestos" para garantizar el bien común se ha vuelto cada vez más diáfana, gracias
a internet, y vemos que los "gobiernos" han gastado cantidades astronómicas en
cosas que solamente sirven a la élite, a expensas de la sociedad. Aquí se incluyen
perpetuos planes de guerra, esquemas de redistribución directa de miles de millones
que benefician directamente a las personas más ricas (eufemísticamente lo llaman
"rescates"), adquisiciones "gubernamentales" de distintos segmentos de la economía
(por ejemplo, la industria de la salud), entre otras cosas.
De hecho, no hay nada menos útil para la sociedad, en que la gente normal pueda
participar económicamente, que pagar "impuestos". Cualquier cosa que una persona
considere valiosa: escuelas, carreteras, defensa, ayudar a los pobres, etc., un sujeto
podría fácilmente ayudar sin tener que pasar por los políticos y el "gobierno". Sin
embargo, muchas personas expresan gran orgullo por haber entregado los frutos de
su trabajo a sus amos, tras haber "pagado sus impuestos". Considere cómo sería visto
alguien que proclame con orgullo, "Mentí en mi declaración de impuestos, evité dar
3,000€ al gobierno y en su lugar di 3,000€ para caridad realmente efectiva". Mucha
gente condenaría a esa persona por su deslealtad "criminal" a sus amos, incluso si las
acciones de esta persona sirvieron mejor a la humanidad que las que hubiera tenido
por "pagar sus impuestos". Esto se debe a que el orgullo expresado por muchas
personas cuando pagan impuestos, no implica ayudar a la humanidad, sino obedecer
a la "autoridad".
Hay pocas posibilidades de que alguien voluntariamente aporte su propia riqueza a
todos los programas y proyectos que son financiados actualmente por el "gobierno". Y
si finalmente entrega su dinero es solo porque alguna "ley" o “autoridad” le obliga a
hacerlo. Luego, irónicamente, expresará su orgullo por haberlo hecho, aunque en
esencia se jactará de haber sido dominado mediante la fuerza, precisamente la forma
en que un esclavo completamente adoctrinado podría enorgullecerse de servir bien a
su amo. Hay una gran diferencia entre sentirse bien por haber apoyado
voluntariamente alguna causa digna, y estar orgulloso de ser subyugado. En lugar de
ofenderse por lo denigrante e injusto que resulta ser coercitivamente controlados y
explotados, muchas víctimas de la opresión del "gobierno" sienten una profunda
lealtad hacia sus controladores.

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Orgulloso de ser subyugado
Si un esclavo puede ser convencido de que debe ser un esclavo, que su esclavitud es
correcta y legítima, que es propiedad legítima de su amo y que tiene la obligación de
producir tanto como sea posible para su amo, entonces lo hará y no será necesario
oprimirlo físicamente. En otras palabras, esclavizar la mente hace que esclavizar el
cuerpo sea innecesario. Y eso es exactamente lo que hace la creencia en la
"autoridad": les enseña a las personas que es moralmente virtuoso que entreguen su
tiempo, esfuerzo y propiedad, así como su libertad y control sobre sus propias vidas, a
una clase gobernante.
Muchas personas expresan orgullo por ser "contribuyentes respetuosos de la ley", lo
que significa que solo hacen lo que los políticos les dicen que hagan y les dan dinero a
los políticos. Cuando se enfrentan a la idea de que es un error que se vean privados
por la fuerza de los frutos de sus labores, incluso si se hace "legalmente", esas
personas a menudo defienden con vehemencia a quienes continúan robándoles,
insistiendo en que tal robo es esencial para el desarrollo social. (Por supuesto, no
usan el término "robo" para describir la situación, aunque son conscientes de lo que
ocurriría en caso de que se negaran a pagar). Del mismo modo, cuando una persona
pone objeciones a su nivel impositivo o ante otros controles hechos por la fuerza, que
le están infligiendo desde el "gobierno", otros tipos que también están siendo
oprimidos a menudo condenarán al que se opone, diciéndole que si no le gusta cómo
lo están tratando, que abandone el país. Malignizar a una víctima de coacción por
tener el valor de quejarse, es una señal segura de que la esa persona que acusa, en
realidad se enorgullece de su propia esclavitud.

Frederick Douglas, un antiguo esclavo, presenció y describió ese fenómeno de forma


exacta entre sus compañeros esclavos, muchos de los cuales estaban orgullosos de lo
duro que trabajaron para sus amos y de lo fielmente que hicieron lo que les dijeron.
Desde su perspectiva, un esclavo fugitivo era un ladrón sinvergüenza, por haberse
"robado" a si mismo del amo.
Douglas describió cuán profundamente adoctrinados fueron muchos esclavos, hasta el
punto en que realmente creyeron que su propia esclavitud era justa y justa:
"He descubierto que, para tener un esclavo satisfecho, es necesario tener un esclavo
irreflexivo. Es prioritario oscurecer su visión moral y mental, y, en la medida de lo
posible, aniquilar el poder de la razón. Debe ser incapaz de detectar las
inconsistencias en la esclavitud; se le debe hacer sentir que la esclavitud es correcta, y
solo puede ser llevado a ese estado cuando deja de ser un hombre".
Aunque la esclavitud ya no se practica abiertamente, la mentalidad de subordinación
leal permanece. La mayoría de las personas hoy en día no detectan las incoherencias
que hay en permitir que una clase dominante extorsione y controle a la fuerza a los
demás, y de hecho sienten que tal extorsión y opresión es correcta, hasta el punto en
que muchos sienten verdadera vergüenza si son atrapados manteniendo su dinero y
viviendo sus propias vidas. Una cosa es sentir vergüenza por haber sido sorprendido
robando, defraudando o cometiendo agresión. Pero es completamente diferente que
alguien sienta vergüenza por haber hecho algo que, de no haber sido por los decretos
políticos, se hubiera considerado perfectamente permisible. Tal vergüenza no proviene
de la inmoralidad del acto mismo; proviene únicamente de la inmoralidad imaginaria
que habría, supuestamente, en desobedecer a la "autoridad", es decir, "violar la ley".

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Cuando, por ejemplo, el ciudadano promedio es atrapado "haciendo trampa" en sus
"impuestos", o no tiene la pegatina de la ITV en su coche, o se le pilla fumando
marihuana, o haciendo cualquier otra cosa que no constituya una agresión contra otra
persona, pero que, sin embargo, han sido declaradas "ilegales" por la clase
dominante, generalmente hay algún sentimiento de culpa en la propia mente de la
persona. De no ser por estar obligados a obedecer, el hecho de ser atrapado y
castigado por agentes del "gobierno" sería considerado igual que ser mordido por un
perro, es decir, sería considerado como una consecuencia desagradable que debe
evitarse, pero que no tiene ningún juicio moral en absoluto. En cambio, la mayoría de
la gente siente, al menos hasta cierto punto, que ser sorprendidos cometiendo un
"delito" sin víctimas indica algún tipo de error moral en sí mismo, porque no hicieron lo
que se les dijo. El deseo de tener la aprobación de la "autoridad" es extremadamente
poderoso en casi todos, en un grado que ellos mismos ni siquiera se dan cuenta. El
mensaje omnipresente del autoritarismo tiene un impacto psicológico mucho más
profundo de lo que la mayoría de la gente imagina, como demostraron los
experimentos de Milgram. Casi todos experimentan estrés emocional y una dramática
incomodidad cada vez que entran en conflicto con la "autoridad", y harán todo lo
posible, sin importar qué actos malvados deban cometer, con el fin de obtener la
aprobación de sus amos.
Incluso la terminología que usan las personas ilustra cuán efectivamente han sido
entrenados para sentirse moralmente obligados a obedecer a la "autoridad". Esto se
puede ver en frases tan simples como "No tienes permitido hacer eso" o incluso "No
puedes hacer eso", cuando se refiere a algún comportamiento que ha sido declarado
“ilegal" por la clase dominante. Tales frases no expresan simplemente una posible
consecuencia adversa, sino que también implican que, debido a que algún acto ha
sido prohibido por los amos, cometer ese acto es malo, no permisible, o incluso
imposible ("¡No puedes hacer eso!").
Observar los hechos estadísticos demuestra el poder de la creencia en la "autoridad".
En los Estados Unidos, alrededor de 100.000 empleados de Hacienda extorsionan a
unos 200.000.000 de víctimas. Los que son robados superan a los ladrones en una
proporción de dos mil a uno. Esto nunca podría lograrse solo con la fuerza bruta, de
hecho, continúa porque la mayoría de los robados sienten el deber de que les roben, e
imaginan que tales robos son legítimos y válidos. Lo mismo puede decirse de muchas
otras "leyes", que en general se obedecen incluso a pesar de que los ejecutores
siempre son superados en gran número por aquellos a quienes tratan de controlar. Los
altos niveles de "cumplimiento" no provienen tanto del miedo al castigo como del
sentimiento entre los que están siendo controlados de que tienen una obligación moral
de cooperar con su propia subyugación.

La perfecta financiación del mal

Incluso si un individuo nunca es abusado personalmente por "la fuerza de la ley",


nunca tiene un encontronazo con la policía o cree que tiene poco impacto directo por
parte del "gobierno" en su vida cotidiana, el mito de la "autoridad" no deja de tener un
impacto dramático, no solo en su propia vida sino también en cómo su propia
existencia afecta el mundo que lo rodea. Por ejemplo, los millones de sujetos
obedientes que sienten la obligación de entregar una parte de lo que ganan al estado,

67
de pagar su "parte equitativa" de "impuestos", financian continuamente todo tipo de
proyectos y actividades que la mayoría de esas personas no financiarían si dependiera
de ellos, es decir, siendo proyectos que casi nadie financiaría, difícilmente existirían.
Con la excusa de los "impuestos", los que afirman ser el "gobierno" confiscan una
cantidad inmensa de tiempo y esfuerzo de millones de víctimas, y la convierten en
combustible para la agenda de la clase dominante. Así pues, millones de personas
que se oponen a la guerra se ven obligadas a financiarla a través de "impuestos", con
lo que el producto de su tiempo y esfuerzo acaba por hacer posible algo a lo que se
oponen moralmente.
Lo mismo pasa con los programas de redistribución de la riqueza controlados por el
estado (por ejemplo, "bienestar social"), la estafa piramidal conocida como "Seguridad
Social”, la llamada "guerra contra las drogas", y similares. La mayoría de los
programas de "gobierno" no existirían si no fuera porque la población en general tiene
la obligación legal de pagar los "correspondientes" impuestos. Incluso los programas
"gubernamentales" que pretenden tener objetivos nobles, como proteger al pueblo y
ayudar a los pobres, se convierten en monstruosidades redundantes, ineficientes y
corruptas, que nadie apoyaría voluntariamente si no hubiera una "ley" que los obligara
a hacerlo.
Además del desperdicio, la corrupción y las acciones destructivas que el "gobierno"
lleva a cabo con la riqueza que confisca, también existe la cuestión, quizás menos
obvia, de lo que la gente haría con su dinero, si tuviera opción. Como el "gobierno"
toma la riqueza de los sujetos para servir a sus propios fines, al mismo tiempo priva a
los sujetos de la capacidad de promocionar sus propios objetivos. Alguien que rinde
1000€ en "impuestos" a la clase dominante no solo financia una guerra a la que se
opone moralmente, sino que también se ve privado de la posibilidad de ahorrar, o de
donar esos 1000€ a alguna organización benéfica que considere que valga la pena o
pagar a alguien dicho importe para hacer un trabajo de jardinería. Vemos pues, que el
daño causado por el mito de la "autoridad" es doble: obliga a las personas a financiar
cosas que no creen que sean buenas para ellos o para la sociedad, al tiempo que les
impide financiar cosas que podrían considerar valiosas. En otras palabras, la
subordinación a la "autoridad" hace que las personas actúen, quieran o no, de formas
directamente opuestas a sus propias prioridades y valores.
Incluso las personas que imaginan que sus "impuestos" son útiles, construyendo
carreteras, ayudando a pobres, pagando a la policía, etc., casi con toda seguridad no
financiarían la versión "gubernamental" de esos servicios, si no se sintieran obligados,
por decreto legal y amenaza de castigo, a hacerlo. Cualquier organización privada que
tuviera la ineficiencia, la corrupción y el historial de abusos que tienen estructuras
como, por ejemplo, la seguridad social, los cursos de formación y otros programas
propios del "gobierno", perdería ipso-facto a todos sus donantes. Cualquier empresa
privada tan costosa, corrupta e ineficiente como los programas de infraestructura del
"gobierno" perdería a todos sus clientes. Cualquier servicio privado de protección y
seguridad, que con tanta frecuencia fuera sorprendido abusando, agrediendo e incluso
asesinando a personas desarmadas e inocentes, no tendría clientes. Cualquier
empresa privada que afirmara estar proporcionando defensa, y que dijera a sus
clientes que necesita mil millones de euros cada semana para librar una guerra
prolongada en el otro lado del mundo, tendría pocos, o ningún cliente, incluso entre
aquellos “buenos contribuyentes” que actualmente apoyan verbalmente tales
operaciones militares.

68
La sensación de tener la obligación de pagar "impuestos" parece verse poco
obstaculizada por el hecho de que el "gobierno" es un gestor claramente derrochador
e ineficiente. Mientras millones de "contribuyentes" luchan para llegar a fin de mes
mientras pagan su "parte equitativa" de "impuestos", los políticos gastan millones en
proyectos ridículos, desde estudiar los pedos de las vacas, hasta tender puentes que
no van a ninguna parte, abrir aeropuertos sin aviones, pagar a los agricultores para
que no crezcan cultivos, y cosas similares, sin hablar de los miles de millones que
simplemente se "pierden", sin saber nunca a dónde fueron. Sin embargo, mucho de lo
que las personas hacen posible a través del pago de "impuestos" es más que un
desperdicio, es algo bastante destructivo para la sociedad. La "guerra contra las
drogas" es un ejemplo obvio. ¿Cuántas personas donarían dinero voluntariamente a
una organización privada que tuviera el objetivo específico de arrancar a millones de
personas no violentas de sus amigos y familiares para que las colocasen en jaulas?
Incluso los ciudadanos que ahora reconocen la "guerra contra las drogas" como un
completo fracaso continúan, a través de sus "impuestos", proporcionando los fondos
que les permiten continuar destruyendo literalmente millones de vidas.
Incluso los críticos más mordaces que revelan los diversos abusos perpetrados por el
estado policial en constante crecimiento, a menudo se encuentran entre los que hacen
que ese abuso sea posible, al proporcionar los fondos para ello. Ya sea que el
problema sea la opresión flagrante, la corrupción o la mera ineficiencia burocrática,
todos pueden señalar al menos algunas cosas sobre el "gobierno" que no cumplen con
su aprobación. Y, sin embargo, habiendo sido entrenado para obedecer a la
"autoridad", continuará sintiéndose obligado a proporcionar el financiamiento que
permite esas mismas actividades del "gobierno", torpes, corruptas y opresivas a las
que, por otra parte, critica y se opone. Pocas veces la gente percibe la evidente
contradicción que existe al sentirse obligado a financiar cosas que uno piensa que son
dañinas e inmorales.
Por supuesto, las personas que trabajan para organizaciones no públicas también
pueden ser ineficientes o corruptas, pero cuando uno averigua que lo que están
haciendo es erróneo, simplemente puede dejar de pagar. Ese es el mecanismo natural
de corrección en la interacción humana, pero queda completamente anulado por la
creencia en la "autoridad". ¿Cuántas personas hay que no estén siendo forzadas
actualmente a financiar algún programa o actividad del "gobierno" al que se opongan
moralmente? Muy pocos, si es que hay alguno. Entonces, ¿por qué esas personas
siguen financiando cosas que consideran destructivas para la sociedad? Porque la
"autoridad" les dice que lo hagan, y porque creen que es bueno obedecer a la
"autoridad". Como resultado, continúan entregando los frutos de sus labores para
alimentar la máquina de la opresión, una máquina que de otro modo no podría, ni
debería existir.
Los "gobiernos" no producen riqueza; lo que gastan primero deben robarlo de otros.
Cada "gobierno", incluidos los regímenes más opresivos de la historia, se ha
financiado mediante el pago de "impuestos" por parte de sujetos leales y productivos.
Gracias a la creencia en la "autoridad", la riqueza creada por miles de millones de
personas seguirá siendo utilizada, no para servir a los valores y prioridades de las
personas que trabajaron para producirla, sino para servir a las agendas de aquellos
que, por encima de todo, desean dominar a sus semejantes. El Tercer Reich fue
posible gracias a millones de "contribuyentes" alemanes que sentían la obligación de
pagar. El imperio soviético fue posible gracias a millones de personas que sentían la
obligación de dar al estado lo que demandaba. Todo ejército invasor, cada imperio

69
conquistador, ha sido construido a partir de riquezas que fueron robadas a personas
productivas. Los que destruyen siempre han sido financiados por los que crean; los
ladrones siempre han sido financiados por los contribuyentes; a través de la creencia
en la "autoridad", las agendas del mal siempre han sido financiadas por los esfuerzos
de los buenos. Y esto continuará, a menos que se revele y se desmonte la
superstición más peligrosa. Cuando los contribuyentes ya no sientan la obligación
moral de financiar a parásitos y usurpadores, a destructores y controladores, la tiranía
se marchitará, y morirá de hambre. Hasta entonces, la gente buena seguirá
suministrando los recursos que las malas personas necesitan para llevar a cabo sus
proyectos destructivos.

Cavando nuestra propia tumba

Lamentablemente, la creencia en la "autoridad" provoca incluso que las personas se


sientan obligadas a ayudar en su propia esclavitud, opresión y, a veces su muerte. De
hecho, solo un pequeño porcentaje de la coerción del "gobierno" es implementado por
los ejecutores de la "autoridad"; la mayor parte es implementada por las propias
víctimas. La clase dominante simplemente les dice a las personas que están obligadas
a hacer ciertas cosas, y la mayoría de las personas obedecen sin que se requiera una
aplicación real. Como un ejemplo de este impresionante hecho, decenas de millones
de ciudadanos, cada año, rellenan confusos y extensos formularios conocidos como
"declaración de la renta", cuyo cometido esencialmente es la auto extorsión. Si las
víctimas de Hacienda acordaran pagar, pero solo en el caso de que el "gobierno"
averiguara sus supuestas obligaciones tributarias, el sistema colapsaría. Cada
declaración de impuestos es básicamente una confesión firmada, con la víctima de la
extorsión no solo revelando todo sobre sus finanzas (como un auto interrogatorio) sino
también calculando la cantidad que le será robada, para que los ladrones no tengan
que hacerlo.
Sin embargo, todos estos inconvenientes desagradables y las molestias burocráticas a
las que las personas se someten, simplemente porque se les dijo que se exigía por
“ley", no son nada en comparación con los síntomas más serios de la creencia en la
"autoridad". Basado en la mitología "el deber al país" y la "ley" que imponen el
reclutamiento militar, millones de personas a lo largo de la historia se han convertido
en asesinos del estado. Sólo una pequeña fracción (los llamados "objetores de
consciencia") se ha resistido alguna vez, y generalmente han sido despreciados por
sus compatriotas, tachándoles de cobardes o de no tener "patriotismo".
En el caso de algunas "leyes", puede ser difícil distinguir entre personas que obedecen
por un simple temor al castigo y aquellos que obedecen porque se sienten con la
obligación moral de someterse a las órdenes de los políticos ("la ley"). Con el
reclutamiento militar, sin embargo, es fácil notar la diferencia, porque el "cumplimiento"
puede ser mucho más peligroso para el sujeto que cualquier otro castigo con que el
"gobierno" amenace a los que se niegan a obedecer. Si las opciones son "cumplir" y
con ello, posiblemente, morir horriblemente en algún campo de batalla en el otro lado
del mundo, o bien, desobedecer y posiblemente ir a la cárcel, es muy probable que
solo esta amenaza sea suficiente razón para que muchos se "alisten”, y luego aparece
la frase "la llamada del deber". En resumen, el nivel de cumplimiento con "la milicia", al
menos en el pasado, muestra claramente que la mayoría de la gente preferiría

70
cometer asesinatos o morir antes que desobedecer a la "autoridad". Difícilmente
podría haber una mejor señal de cuán poderosa es la superstición de "autoridad" y es
que miles y miles de seres humanos, normalmente civilizados y pacíficos, saldrán de
sus hogares, incluso viajando por medio mundo, para matar o morir, simplemente
porque sus respectivas clases dominantes se lo pidieron.
Cada soldado es a la vez ejecutor y víctima de la superstición de la "autoridad", ya sea
que se haya presentado como voluntario o haya sido reclutado. La lucha para
defender a los inocentes de los agresores es una causa noble, y es a menudo la
intención que mueve a aquellos que se unen al ejército. Pero en un régimen militar
jerárquico, el soldado se convierte en una herramienta de la máquina en lugar de un
individuo responsable. En lugar de ser guiado por su propia conciencia, está
completamente controlado por las órdenes que recibe a través de la cadena de
mando. Y cada vez que su obediencia lo lleva a hacer algo inmoral (que es muy a
menudo), no solo daña a sus víctimas, sino que también se daña a sí mismo. Después
de la guerra de Vietnam, como un ejemplo, muchos soldados estadounidenses
llegaron a casa con sus cuerpos intactos, pero con profundos problemas psicológicos.
Cuánto del daño mental fue resultado de presenciar la carnicería y cuánto fue el
resultado de la participación personal en dicha carnicería, es difícil de decir. Un miedo
prolongado a la muerte inminente puede, por supuesto, causar problemas psicológicos
graves, incluso la muerte en algunos individuos.

Las confrontaciones violentas pueden ser bastante estresantes, incluso cuando el


individuo se siente completamente justificado, como en el caso de defender a su
familia de un atacante. Pero participar en un combate mortal donde ninguno de los
combatientes parece tener una idea clara de cuál es el propósito o la justificación del
conflicto, como ocurrió en Vietnam, parece agregar un grado adicional de trauma
psicológico. Como han atestiguado muchos soldados de combate, una vez en el
infierno de la guerra, generalmente se olvida cualquier causa o justificación para la
lucha, aunque parezca vagamente noble, y todo lo que queda es el deseo de
mantenerse con vida y ayudar a los compañeros a mantenerse con vida (ambos
hubieran sido más útiles en sus respectivas casas, no uniéndose al ejército en primer
lugar). Y, sin embargo, el número de soldados que simplemente se marcha a casa es
bastante pequeño, por una simple razón: porque constituye un acto de desobediencia
a la "autoridad" percibida. Así pues, el soldado promedio, aunque puede tener coraje y
fuerza para arrojarse en un combate mortal, no lo tiene para desobedecer a una
"autoridad" percibida.
Como en muchos casos de coerción autoritaria, las víctimas del reclutamiento militar
casi siempre superan ampliamente en número a quienes intentan obligarlo. Incluso
cuando a las personas se les ordena "legalmente" que sacrifiquen sus mentes y
cuerpos por el bien de las guerras territoriales entre tiranos, la simple desobediencia
pasiva de alguna porción significativa de "reclutas" haría que la máquina de guerra se
detuviera. ¿Qué castigo es más temible que el propio resultado del cumplimiento? Los
resultados habituales de las peleas en la guerra son terror prolongado, dolor,
sufrimiento físico y mental, mutilaciones y a veces, muerte. No obstante, incluso
después de presenciar los horrores de la guerra de primera mano, muy pocas
personas son capaces de desobedecer a la "autoridad", quitarse el uniforme y
marcharse.

71
Un testimonio del poder de la creencia en la "autoridad" es el hecho bien documentado
(aunque raramente discutido) de que los abusos cometidos contra los judíos alemanes
por los nazis a menudo se llevaban a cabo con la cooperación y asistencia de policía
judía, como ocurrió en el gueto de Varsovia. En su cultura, al igual que en casi todas
las demás culturas, la gente estaba tan convencida de que la obediencia es una virtud
que, aunque alguien nuevo estaba "a cargo", todavía se sentían obligados a hacer lo
que se les decía, incluso si significaba oprimir violentamente a sus propios parientes.
Pero lo que puede ser aún más perturbador (pero indiscutible) es el hecho de que
muchos millones de personas en la historia han ayudado en su propio exterminio,
porque la "autoridad" les dijo que lo hicieran. Por ejemplo, durante el Holocausto,
muchos cientos de miles de judíos, por su propio poder, subieron a los vagones de los
mismos trenes que los llevarían a la muerte, sin tratar de esconderse, huir o resistirse.
¿Por qué? Porque los que pretendían ser "autoridad" se lo pidieron. Si bien era
indudable que no todos sabían exactamente lo que les aguardaba en el otro extremo,
aun así, se entregaron a la custodia de una maquinaria que obviamente les haría
daño.
Hay una cierta sensación de comodidad y seguridad que uno obtiene al conformarse y
obedecer. Creer que las cosas están en las manos de otra persona, y tener la
confianza de que alguien más hará las cosas bien, es una forma de evitar la
responsabilidad. El adoctrinamiento autoritario enfatiza la idea de que, pase lo que
pase, si simplemente haces lo que te dicen y haces lo mismo que todos los demás,
todo estará bien, y los encargados te recompensarán y protegerán. El cuerpo humano
cuenta, una atrocidad de "gobierno" tras otra, cuán equivocada es esa creencia. Si las
víctimas de la opresión y el asesinato "legal" simplemente no hubieran colaborado,
incluso si no hubieran movido un dedo para resistir la fuerza, el mundo sería un lugar
muy diferente hoy en día. Si los nazis hubiesen tenido que transportar físicamente a
cada judío, vivo o muerto, a las cámaras de gas o los crematorios, el nivel de
homicidio hubiera sido drásticamente menor. Si cada esclavo vendido a la esclavitud
se hubiera negado a trabajar, en breve no hubiera existido comercio de esclavos. Si
Hacienda tuviera que calcular uno a uno, el impuesto adeudado y luego robarlo
directamente de cada "contribuyente", no existirían más "impuestos" fiscales. En
resumen, si las víctimas de extorsión autoritaria, acoso, vigilancia, asalto, secuestro y
asesinato simplemente dejaran de ayudar en su propia opresión, la tiranía se
derrumbaría. Y si la gente diera un paso más y se resistiera por la fuerza, la tiranía
colapsaría aún más rápidamente. Pero la resistencia, ya sea pasiva o violenta,
requiere que la gente desobedezca a una "autoridad" percibida, y eso es algo que la
mayoría de la gente es psicológicamente incapaz de hacer. En última instancia, es la
creencia en la "autoridad" entre las víctimas de la opresión, incluso más que las
creencias de la clase dominante y sus ejecutores, lo que permite que la tiranía y la
inhumanidad del hombre contra el hombre continúen en una escala tan grande.

Los efectos sobre delincuentes reales

Irónicamente, en situaciones donde la obediencia realmente mejoraría el


comportamiento humano, la "autoridad" no tiene ningún efecto. Aquellos individuos,
por ejemplo, cuyas propias conciencias no les impiden robar o agredir a sus vecinos,

72
porque no les importan los estándares habituales de lo correcto y lo incorrecto,
tampoco les importa lo que la "autoridad" les dice que hagan. Solo quienes intentan
ser buenos se sienten obligados a obedecer a la "autoridad". La creencia en la
"autoridad" es una creencia acerca de la moralidad: es la idea de que la obediencia es
moralmente buena. Para quienes no se preocupan por lo que se considera "bueno"
(las mismas personas cuyas conciencias no son suficientemente poderosas para
hacer que se comporten de una manera civilizada) el mito de la "autoridad" no tiene
ningún efecto. En otras palabras, solo aquellos que no necesitan ser controlados, es
decir, aquellos que ya están tratando de vivir vidas morales, sienten la obligación de
obedecer a los controladores. Mientras tanto, aquellos que representan una amenaza
real para la sociedad pacífica no sienten la obligación moral de obedecer a ninguna
"autoridad" de todos modos. En general, los mandatos de la "autoridad", incluidos los
inherentemente justificables como "no robar" y "no matar", siempre resultan
innecesarios (cuando se dirigen a personas buenas) o ineficaces (cuando se dirigen a
personas malas). Es difícil imaginar una situación en la que un individuo que no tenga
escrúpulos para cometer robos, asaltos o asesinatos, luego se sienta culpable por
violar las "leyes" que prohíben tales acciones.
Aquí se debe hacer una distinción entre obligación moral y el temor a represalias. Un
ladrón que no siente la obligación moral de abstenerse de robar tampoco sentirá la
obligación moral de acatar las "leyes" contra el robo. Sin embargo, si percibiera una
amenaza hacia su propia seguridad, ya fuera de la "policía" o de cualquier otra
persona, quizás esto podría disuadirle de robar a la gente. Pero ese efecto disuasorio
proviene por completo de la amenaza de un acto de violencia, no de la supuesta
"autoridad" subyacente a la amenaza. Esto significa que la supuesta "autoridad" nunca
será lo que impida que ocurran crímenes reales, y que un sistema de disuasión eficaz
no requiere de "autoridad" en absoluto. Esto se analiza con más detalle a
continuación.

Parte III(d)
Los efectos del mito en los espectadores

El pecado de la no resistencia
Es obvio que la creencia en la "autoridad" afecta las percepciones y acciones de los
"encargados de hacer cumplir la ley", y también afecta las percepciones y acciones de
aquellos contra quienes se hará cumplir las "ley”. Pero incluso las percepciones y
acciones de los espectadores, es decir, aquellos que no están directamente
involucrados en el hecho, también juegan un papel importante en el estado de la
sociedad humana. Más específicamente, la inacción de los espectadores, que
silenciosamente permiten que la coacción "legal" sea infringida a otros, tiene un
impacto enorme. La historia está llena de ejemplos que prueban que Edmund Burke
tenía razón cuando dijo que todo lo que es necesario para que el mal triunfe es que la
gente buena no haga nada.
El asesinato en masa cometido por los regímenes de Stalin, Mao, Hitler y muchos
otros fue posible no solo por la voluntad de los "ejecutores" en cumplir sus órdenes,
sino también por la obligación imaginaria de las víctimas de obedecer a la "autoridad",
y por la creencia sostenida por casi todos los espectadores de que no deberían
interferir con "la ley" que se está aplicando en cada momento. Los perpetradores de la
73
injusticia masiva, incluido el asesinato masivo, son normalmente superados en número
por sus víctimas, y si a ellos se suma el número de espectadores, el número de todas
esas personas que podrían intervenir de multiplica, así pues, se ve claramente cuán
significativa puede llegar a ser la acción (o inacción) de estos simples "espectadores”.
Por supuesto, algunas personas no podrán intervenir en cierta situación simplemente
como resultado de un miedo básico. Un testigo de un atraco que no se atreve a
intervenir no está tolerando el atraco por su inacción. Simplemente valora más el
beneficio que la inacción produce en su propia seguridad, que el posible beneficio que
podría obtener para la víctima interviniendo. Pero hay muchos casos en los que la
creencia en la "autoridad" hace que la gente dude en involucrarse en un conflicto, no
solo por miedo sino por una profunda aversión psicológica a ir en contra de la
"autoridad". Hay dos maneras en que esto puede hacer que los espectadores
permanezcan estáticos mientras se comete una injusticia "legal" sobre otra persona: 1)
que el espectador crea que la injusticia cometida es realmente merecida, porque lo
dice "la ley", o 2) que el espectador desapruebe los hechos, pero su disposición a
actuar, o incluso hablar en contra de "los agentes de la ley", sea sofocada por su bien
entrenada sumisión. De cualquier manera, el resultado es el mismo: el espectador no
hará nada para detener la injusticia. Pero los dos fenómenos se abordarán por
separado.

Imaginar que el Mal es “legal” para verlo como Bueno


Hay literalmente millones de ejemplos que podrían usarse para demostrar cómo la
percepción del público en general se ve dramáticamente afectada por la creencia en la
"autoridad". Simplemente considere cómo una persona normal ve y juzga un acto
cuando lo comete alguien que afirma ser "Autoridad", a diferencia de cómo ve y juzga
exactamente ese mismo acto si es cometido por otra persona. Aquí vemos algunos
ejemplos:
1) Escenario A: un soldado estadounidense en un país extranjero va casa por casa,
pateando puertas, llevando una ametralladora y apuntando a completos extraños,
ordenando que los detengan e interroguen, mientras busca "insurgentes". Escenario B:
Un ciudadano normal, en su propio país, va de casa en casa, pateando puertas,
llevando una ametralladora y apuntando a completos extraños, ordenando que los
detengan e interroguen, mientras busca a personas que no le gustan.
El primero es visto por la mayoría de las personas como un soldado valiente y noble
que "sirve a su país", mientras que el segundo es visto como un individuo
terriblemente peligroso, probablemente con trastornos mentales, que debe ser
desarmado y sometido a toda costa.
2) Escenario A: un "oficial de la ley" está operando en un "puesto de control de
alcoholemia" o un puesto de control fronterizo, deteniendo a todos para preguntar si
están en el país "legalmente", si han estado bebiendo, o si hay alguna indicación o
evidencia de actividad "criminal" que pueda encontrar. Escenario B: un hombre sin una
insignia detiene todos los autos que circulan por su calle, pregunta a cada conductor si
es nativo del país, le pregunta si ha estado bebiendo y busca en su automóvil algo que
parezca sospechoso.
El policía que se involucra en tales hostigamientos, detenciones, interrogatorios e
indagaciones intrusivas y desagradables es visto por muchos como un valiente

74
"ejecutor de la ley" que hace su trabajo, mientras que cualquier otra persona que se
comporte de esa manera sería considerada psicótica y peligrosa.
3) Escenario A: un trabajador de "Servicios de Protección Infantil" recibe un caso y,
basado en un aviso anónimo, se presenta en una casa para interrogar a los
propietarios, con el descarado propósito de decidir si son padres idóneos o si el estado
debería llevarse a sus hijos por la fuerza. Escenario B: Una persona normal, basada
en un rumor que escuchó de un extraño, se presenta en la casa de otros extraños,
haciéndoles preguntas y amenazando con llevarse a sus hijos si el que pregunta no
queda satisfecho con las respuestas.
Nuevamente, se cree que el trabajador del "gobierno" simplemente está "haciendo su
trabajo", mientras que el individuo normal que hace lo mismo es visto como una
persona peligrosa, probablemente mentalmente inestable. Esto no quiere decir que
nunca haya una situación en la que un niño deba ser apartado de sus padres por la
propia protección del niño, pero tales asuntos se tomarían bastante más en serio si
estos individuos tuvieran que asumir una responsabilidad personal por sus acciones.
Un burócrata irreflexivo actual, que simplemente actúa como un engranaje en la
maquinaria del "gobierno", hace semejantes cosas con menos vacilación y escasa
justificación, porque imagina que algo llamado "la ley" es el único responsable de lo
que él haga.
4) Escenario A: un piloto en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, tras recibir
órdenes, vuela a ciertas coordenadas adecuadas y suelta su carga sobre el objetivo
deseado. El resultado es que algunos mercenarios subyugados a una "autoridad"
diferente son asesinados, junto con una cantidad de civiles que, desgraciadamente,
estaban en la zona. Escenario B: un ciudadano estadounidense, actuando por su
cuenta, carga un avión con explosivos caseros, sobrevuela un edificio en la ciudad
donde se sabe que vive una pandilla callejera y suelta la artillería. El resultado es que
varios pandilleros mueren, al igual que una docena de personas inocentes que
pasaban por la calle.
El ciudadano de a pie, considera desafortunadas las bajas civiles del primer escenario,
pero las achaca a los peligros de la guerra. El piloto militar es visto como un héroe por
haber servido a su país, y se le otorga una medalla. En el segundo escenario, sin
embargo, el público ve al piloto como un lunático, un terrorista y un asesino, y exige
que lo encarcelen por el resto de su vida.
Si un acto ha sido formalmente declarado "legal" por los políticos, y si se hace por
orden de "autoridad", tiene un gran impacto en la percepción de la moralidad y
legitimidad del acto. En un sentido muy real, aquellos que legislan la "autoridad" ni
siquiera son considerados como personas, ya que sus comportamientos y acciones
son juzgados por un estándar tan drásticamente diferente al de los seres humanos
normales. Como último ejemplo, mucha gente estaría alarmada si se viera a un
hombre con una pistola en su vecindario, a menos que vieran que el hombre también
llevaba una placa y un uniforme.
Las personas juzgan el comportamiento basado principalmente en si dicho
comportamiento ha sido autorizado o prohibido por "autoridad" en lugar de si el
comportamiento fue intrínsecamente legítimo y moral. Cuando los ciudadanos son
llamados a un tribunal autoritario para servir como miembros del jurado en un juicio
"criminal", por ejemplo, es "habitual" que el "juez" le diga al jurado que no deben
preocuparse por si el acusado hizo algo incorrecto; deben decidir solo si sus acciones

75
estuvieron de acuerdo con lo que el "juez" declare que es "la ley". Cabe destacar que
los que ocupan cargos de poder han desgastado, deliberada y metódicamente, una
antigua tradición conocida como "anulación del jurado", por la cual un jurado podría,
en esencia, revocar lo que consideraban una "ley" perniciosa, y emitir un veredicto de
"inocente", incluso cuando creían que el acusado realmente había violado esa "ley" en
concreto. Los jurados todavía tienen ese poder, pero los jueces autoritarios hacen todo
lo posible para evitar que los jurados se percaten de ello.
Incluso cuando no está en un jurado, la mayoría de la gente juzgará a otros a través
de gafas de colores autoritarios, juzgando la bondad de otro en base principalmente en
si obedece los mandatos de los políticos, es decir, si es un "contribuyente respetuoso
con la ley". Compare cómo el promedio el ciudadano vería a las dos personas que se
describen a continuación.
El individuo A no tiene licencia de conducir, trabaja "en negro" para evitar pagar
"impuestos", nunca se inscribió en los "Servicios Sociales", posee un arma de fuego
no registrada, sin licencia, ocasionalmente fuma marihuana, a veces juega
"ilegalmente" y vive en una cabaña que posee, pero para la cual no paga "impuesto de
bienes inmuebles", y que además tiene un anexo en la parte posterior que construyó
sin obtener primero un permiso de construcción.
El individuo B tiene una licencia de conducir, paga impuestos por lo que gana, se
inscribe en hacienda, posee un arma de fuego registrada, ocasionalmente bebe
cerveza, a veces juega la lotería estatal y vive en una casa inspeccionada y aprobada
por el “gobierno" que posee un cobertizo trasero inspeccionado y aprobado por el
gobierno.
Los dos viven vidas similares, ambos son productivos, sin robar ni agredir a nadie. Sus
comportamientos, elecciones y estilos de vida son muy similares en casi todos los
sentidos, excepto que hay "leyes" contra las acciones del Individuo A, pero no contra
las del Individuo B. Solamente, sin ninguna otra diferencia sustancial en lo que hacen
o cómo tratan a otras personas, seguro que muchas personas verán al Individuo A con
cierto grado de desprecio, mientras ven al Individuo B con respeto y aprobación. De
hecho, si el individuo A fuera detenido e incluso agredido físicamente por "agentes de
la ley", aunque nunca hubiera amenazado o lastimado a nadie, muchos creyentes en
la “autoridad” opinarían que él "se lo había buscado", y que merecía ser atacado y
enjaulado por haber desobedecido las órdenes de los políticos.
Esta tendencia de los espectadores a culpar a las víctimas de la violencia autoritaria
es increíblemente poderosa. Quien acepta la superstición de la "autoridad" (la idea de
que algunas personas tienen el derecho de dominar por la fuerza a otras personas, y
que esas otras tienen el deber de cumplir) asumirá que, si la "autoridad" usa la
violencia contra una persona, debe estar justificado, y, por lo tanto, la víctima de tal
violencia debe haber hecho algo malo. Este patrón aparece en diferentes situaciones.
Cuando, por ejemplo, las tropas estadounidenses matan civiles en algún país
extranjero, muchos estadounidenses están desesperados por creer, y por lo tanto
asumen automáticamente, sin la más mínima evidencia, que las víctimas deben haber
sido "insurgentes”, colaboradores, o al menos simpatizantes con "el enemigo". Como
otro ejemplo, cuando los Davidianos cerca de Waco, Texas, fueron sometidos a un
ataque militar, seguidos por una tortura física y mental prolongada, acabando con un
exterminio masivo, muchos estadounidenses asumieron rápidamente que cualquier
persona a la que el "gobierno" hiciera eso, sería por haberlo merecido. Los tiranos del
gobierno fomentaron esta visión inventando varios rumores y acusaciones, con el fin

76
de demonizar a las víctimas de ese asalto violento y fascista contra personas no
violentas. En realidad, el incidente fue el resultado de un truco publicitario de la ATF,
basado en rumores de que algunas personas del grupo poseían partes de armas
consideradas "ilegales".
Muchas personas asumen que, si alguien fue agredido, procesado o encarcelado por
agentes de "autoridad", seguramente esa persona hizo algo "incorrecto" y, por lo tanto,
mereció lo que se le hizo. Esta suposición puede provenir de una negativa de la gente
a considerar siquiera la posibilidad de que el "gobierno" del que en teoría dependen
para su protección, sea en realidad un agresor, o puede deberse a no querer
considerar la posibilidad de que cualquiera, incluido él mismo, sea la próxima víctima
indefensa de la violencia autoritaria, incluso sin haber hecho nada malo.
Independientemente de la causa, el resultado final es que, cuando el mal se comete
en nombre de la "ley", muchos espectadores inmediatamente odian a las víctimas y se
regocijan por el dolor y el sufrimiento que se les infringe.

La obligación de hacer el Mal


Si bien todos saben que existen "leyes" contra el robo y el asesinato (excepto cuando
se cometen en nombre de la "autoridad"), la persona normal desconoce por completo
las decenas de miles de páginas de otros asuntos emitidos por el "gobierno", edictos y
regulaciones: federales, estatales y locales. Pero incluso cuando tienen muy poca idea
de lo que "la ley" permite o no permite, la mayoría de las personas sigue creyendo que
"obedecer la ley" es algo bueno, y que "violar la ley" es algo malo. De hecho, incluso
cuando una persona se opone con vehemencia a una "ley" en particular, por
considerar que es injusta, puede tener una creencia general paradójica de que las
"leyes" deben ser obedecidas y por lo tanto está justificado castigar a quienes
desobedezcan. Esta paradoja psicológica es bastante común, de hecho, hay muchas
personas reclamando cambiar lo que consideran malas "leyes", al tiempo que
respaldan la idea de que, mientras sea la ley, las personas deben obedecerla.
Tales contradicciones mentales son comunes en el contexto de la creencia en la
"autoridad", algo que es raro fuera de esta creencia. Por ejemplo, nadie argumentaría
sobre si es moralmente incorrecto intentar robar el bolso de una anciana, como
tampoco sería moralmente incorrecto que la anciana se ahorque usando su bolso.
Pero el concepto de "mala ley", en la mente del que cree en la "autoridad", se reduce a
una paradoja similar: incluso una mala ley también es malo desobedecerla. El
espectador que cree en "autoridad" puede ver una orden en particular, promulgada por
los mandos e implementada por los ejecutores, como no importante, innecesaria,
contraproducente, o incluso estúpida o injusta, mientras que al mismo tiempo cree que
las personas siguen teniendo una obligación moral de obedecer ese mandato,
simplemente porque es "la ley". Abundan los ejemplos de los efectos de ese punto de
vista, que van desde lo mundano hasta lo más espantoso. Veamos algunos ejemplos:
1) A las 2:00 a.m., en una carretera abierta, recta y vacía que atraviesa tierras de
cultivo despobladas, un conductor reduce la velocidad, pero no se detiene, en
la señal de stop en una calle transversal. Un policía en moto, que se esconde a
unos cien metros detrás de unos arbustos, enciende sus luces. Casi todos,
viendo esos hechos, estarían de acuerdo en que el conductor ni dañó ni ponía
en peligro a nada ni a nadie, y sin embargo, la mayoría de la gente estaría de
acuerdo en que el policía tendría derecho a exigir un pago al conductor

77
mediante una "multa" de tráfico. En otras palabras, aunque admitirían que lo
único "malo" que hizo el conductor fuera algo técnicamente "ilegal", también
creen que un hecho tan simple y carente de riesgo por sí mismo justifica el
robo por la fuerza del conductor. Dando un paso más, si el conductor intentara
abandonar la escena, en lugar de aceptar la "sanción", la mayoría de los
espectadores estarían de acuerdo en que el policía estaría en lo correcto al
perseguir, capturar y encarcelar al conductor.

2) Un inspector del "gobierno", de una "comisión de Salud" autonómica, realiza


una inspección en un restaurante. El restaurante está perfectamente limpio y
organizado, y el inspector no encuentra indicios de que haya algo que
represente un riesgo para la salud de nadie. Sin embargo, encuentra varias
violaciones técnicas del "código autonómico” para restaurantes (en otras
autonomías no sería sanción, posiblemente). Como resultado de esas
supuestas violaciones, que no suponen un peligro para nadie, sino porque
están "contra algunas reglas arbitrarias", el dueño del restaurante recibe una
multa de cientos de euros. Una vez más, aunque el dueño del restaurante no
dañó ni puso en peligro a nadie ni a la propiedad de nadie, la mayoría de la
gente consideraría legítimo robar al propietario por parte de los que actúan en
nombre del "gobierno". Y si el propietario intentara resistirse a ese robo, ya
fuera tratando de ocultar las "violaciones" técnicas, o mediante soborno al
"inspector", o por negarse a pagar la multa, la mayoría de las personas lo
considerarían inmoral, y se consideraría que los ejecutores tienen derecho de
usar cualquier medio necesario para lograr el cumplimiento de "la ley".

3) Un hombre lleva a su amigo a casa tras estar de fiesta. Sabiendo que tendría
que conducir, no llevaba alcohol en el coche, ni había bebido nada, aunque su
amigo sí. Tras dejar a su amigo, se dirige a casa. Se da cuenta de que la
policía está haciendo un control de alcoholemia, mientras detiene el tráfico. El
hombre recuerda que su amigo dejó su botella de cerveza medio llena en el
coche. Sabiendo que es "ilegal" tener un recipiente abierto de alcohol en su
automóvil, lo tapa. No ha perjudicado o puesto en peligro a nadie, y de hecho
ha actuado con total responsabilidad, actuando como un conductor
concienciado para asegurarse de que su amigo llegue a casa sano y salvo. Sin
embargo, el hombre "violó la ley" (aunque fuera accidentalmente) al conducir
un coche con una botella de cerveza abierta, y luego trató de ocultar la
evidencia de ese hecho. Si lo atraparan y arrestaran, pocas personas verían al
policía como el malo de la situación.

4) Un hombre vende una escopeta con un cañón un cuarto de pulgada más corto
de lo que permite la "ley". El arma no es más letal que una escopeta de un
cuarto de pulgada más larga, y ninguno de los que participaron en el hecho,
amenazó o usó la violencia contra nadie. Pero el hombre, al ser atrapado con
el objeto "ilegal", es sometido a una invasión paramilitar de su propiedad,
seguido de un enfrentamiento armado, en el que mueren varias personas.
Desafortunadamente, este ejemplo no es hipotético. Le sucedió a Randy
Weaver en el incidente de Ruby Ridge en 1992. Este hombre no fue
simplemente "atrapado" vendiendo una escopeta "ilegal", sino que fue incitado
a hacerlo por "agentes del orden" encubiertos. Como resultado de la invasión
armada de la propiedad de los Weaver, y el posterior tiroteo y asedio
prolongado que ocurrió, la esposa y el hijo de Randy Weaver fueron

78
asesinados, mientras que él y un amigo resultaron heridos. Aunque sería
absurdo que alguien afirme que existe una diferencia moral y técnica entre
tener una escopeta con un cañón de 18 pulgadas y una escopeta con un cañón
de 17,5 pulgadas, y aunque esa acusación se usara como justificación "legal"
completa para el asalto armado y posterior enfrentamiento, muchos
espectadores seguirían culpando a Randy Weaver, considerándolo como el
malo por haberse dejado engatusar para que rompiera una "ley" arbitraria,
completamente irracional (por no decir inconstitucional). Ese es el poder de la
creencia en "autoridad": puede llevar a muchas personas a ver a una pandilla
de matones sádicos y asesinos como a los buenos, y a ver a sus víctimas
como los malos.
Para la mayoría de la gente, "violar la ley" sin ni siquiera especificar qué "ley" tiene una
connotación automática negativa. Ven la desobediencia a la "autoridad" no solo como
algo peligroso sino como inmoral. Pero para el creyente del "gobierno", algo incluso
peor que cometer un "delito" menor sin víctimas es desobedecer abiertamente a un
agente de "autoridad". El espectador promedio, al observar la interacción entre una
figura de "autoridad" y cualquier otra persona, ve con desdén a cualquiera que no
responda de manera inmediata e incuestionable cualquier pregunta y cumpla con las
solicitudes de un hombre con una placa. Incluso si la persona cumple, pero exhibe
cierta "actitud" hacia la figura de "autoridad" -cualquier actitud que no sea de absoluta
sumisión- muchos espectadores condenarán rápidamente al que no se rebaja. Y uno
que huye de la policía, incluso aunque no hubiera hecho nada malo en primer lugar, es
visto con desprecio por la mayoría. Y cuando alguien que corre, se esconde o se niega
a cooperar es golpeado, torturado o incluso asesinado por "policías", muchos
espectadores opinan que la víctima debería haber hecho lo que la policía le dijo que
hiciera. Y cuando alguien se resiste activamente a una figura de "autoridad", pocos
tienen el impulso de ponerse del lado de esa persona de ninguna manera, ni siquiera
con simples palabras. Así como un perro bien entrenado no morderá a su amo, incluso
cuando es sádicamente maltratado, los que han sido entrenados para someterse a la
"autoridad" generalmente son incapaces psicológicamente de levantar un dedo para
defenderse, mucho menos si es por otra persona, de cualquier agresión cometida en
nombre de la "ley", el "gobierno" y la "autoridad". De hecho, debido a su
adoctrinamiento autoritario, la mayoría de la gente condenaría más ávidamente a otras
víctimas como ellos mismos, antes que unirse con dichas víctimas para resistir la
tiranía.
Hay, por supuesto, una gran diferencia entre decir que no es inteligente que alguien
haga cierta acción y decir que es inmoral hacer dicha acción. Una cosa es decir que es
estúpido que alguien se burle de un policía, y otra cosa sería decir que hacerlo es
inmoral, y que quien lo hace merece cualquier abuso o castigo que reciba. Los
creyentes en la "autoridad" a menudo concuerdan con esta última opinión acerca de
cualquiera que "desafíe a la policía", independientemente de la razón.
La idea de gente normal que impone justicia a los "agentes de la ley" corruptos
aterroriza existencialmente a los estatistas, incluso cuando un "agente de la ley" ha
hecho algo tan serio como cometer un asesinato. A los ojos de los más adoctrinados,
el único curso de acción "civilizado" ante tal situación, sería pedirle a otra "autoridad"
que haga las cosas según “la ley”, pero nunca "tomarse la justicia por su cuenta". La
gente puede quejarse y condenar la injusticia "legal", pero pocos pueden llegar a
considerar la posibilidad de participar en una resistencia "ilegal" premeditada, incluso
cuando los agentes del "gobierno" hayan estado infringiendo daño brutal y cruel a

79
objetivos desarmados y no violentos. Y si, a través del lavado de cerebro prolongado,
un pueblo puede volverse psicológicamente incapaz de resistir la opresión hecha en
nombre de la "autoridad", entonces no importa si esas personas tienen los medios
físicos para resistir. Los tiranos modernos y sus ejecutores siempre son superados en
número (y a veces mejor armados) por sus víctimas por un factor de cientos o miles.
Sin embargo, los tiranos se mantienen en el poder, no porque las personas carezcan
de la capacidad física para resistir, sino porque, como resultado de su creencia
profundamente inculcada en la "autoridad", carecen de la capacidad mental para
resistir. Como dijo Stephen Biko, "el arma más poderosa en las manos del opresor es
la mente de los oprimidos".

Violencia de doble rasero


El doble rasero en la mente de aquellos que han sido adoctrinados en el autoritarismo,
cuando se trata del uso de la fuerza física, es enorme. Cuando, por ejemplo, un
"agente de la ley" es sorprendido en una grabación, mientras agredía brutalmente a
una persona inocente, desarmada, por lo general se especula sobre si se debe
amonestar al agente o incluso si debe perder su trabajo. Si, por otro lado, un
ciudadano ataca a un "oficial de policía", casi todos exigirán con entusiasmo, a
menudo sin siquiera preguntarse por qué lo hizo, que la persona permanezca
enjaulada durante muchos años. Y si una persona recurre al uso de la fuerza letal
contra un supuesto agente de "autoridad", casi nadie se molesta en preguntar por qué
lo hizo. Tal y como lo ven los estatistas, no importa lo que haya hecho el agente de
"autoridad", no hay motivo para matar a un representante del dios llamado "gobierno".
Para los creyentes en "autoridad", nada es peor que un "asesino de policías"
independientemente de si el policía era un psicópata peligroso.
En realidad, usar la fuerza letal contra alguien que pretende actuar en nombre de la
"autoridad" es moralmente idéntico al uso de la fuerza letal contra cualquier otra
persona. Un acto de agresión no se vuelve más legítimo o justo por el simple hecho de
que está "legalizado" y cometido por aquellos que afirman actuar en nombre de la
"autoridad". Y estaría justificado usar cualquier fuerza que sea necesaria para detener
o prevenir un acto de agresión, ya sea que la agresión sea "legal" o no, y si el agresor
sea o no un "agente de la ley". (Por supuesto, los riesgos implícitos por resistirse a la
agresión "legal" son más elevados, pero eso no los hace menos morales o
justificables.) Algunas de las razones utilizadas por los "policías" para detener
personas, son participar en manifestaciones públicas pacíficas sin un "permiso”,
fotografiar "fuerzas del orden público” o edificios "gubernamentales", o no someterse a
detenciones y preguntas aleatorias por "agentes del orden". Todos estos actos no
tienen justificación cuando se ven sin el mito de la "autoridad". Así pues, resistirse a
semejante matonismo fascista, incluso aunque se requiera una fuerza letal para
hacerlo, está moralmente justificado, aunque es extremadamente peligroso. Pero la
mayoría de las personas son literalmente incapaces de siquiera considerar esta idea.
Incluso cuando reconocen una acción injusta, imaginan que la respuesta "civilizada" es
permitir que ocurra la injusticia, y luego rogarle a otra "autoridad" que haga lo correcto.
Cuando nos enfrentamos a la agresión y opresión "del estado", solo hay dos
posibilidades: o bien las personas permiten que los "agentes de la ley" les provoquen
toda clase de injusticia y opresión (y que se quejen luego), o bien las personas tienen
el derecho de usar el nivel de fuerza que sea necesario para evitar que ocurra tal
injusticia y opresión. Decir, por ejemplo, que uno tiene el "derecho" de no someterse a

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registros y confiscaciones irrazonables por parte de agentes del "gobierno" (como lo
estipula la Cuarta Enmienda) no sirve de nada si luego una víctima de semejante acto
de tiranía, permite que ocurra todo el tiempo, y luego se queja amargamente por lo
ocurrido. Tener el "derecho" a estar libre de semejante opresión implica lógicamente
tener el derecho a usar la fuerza que se requiera para evitar que esto ocurra, incluso si
para ello se requiere la muerte de los oficiales de policía. Pero este mismo
pensamiento aterroriza a aquellos que han sido entrenados para inclinarse siempre
ante la "autoridad". La mayoría de esos que hablan de derechos "inalienables", luego
se resisten a la idea de que hay que defender por la fuerza esos derechos contra los
ataques autoritarios.
Decir que alguien tiene el "derecho" de hacer algo, mientras que al mismo tiempo
vemos que se niega a defender por la fuerza ese derecho contra las incursiones del
"gobierno", es una contradicción. En verdad, lo que la mayoría de la gente llama
"derechos" realmente se perciben como privilegios de "gobierno", cuyos súbditos
esperan hacer lo que sus amos permitan, pero no tienen la intención de proteger por la
fuerza cuando estos "derechos" son "prohibidos" por "gobierno”. "Por ejemplo, tener un
derecho inalienable a decir lo que uno piensa (el derecho a la libertad de expresión)
significa que esa persona también tiene derecho a usar cualquier nivel de violencia
que sea necesario, incluida la fuerza mortal, para defenderse" de los "agentes del
gobierno" que intentan silenciarlo. Aunque este punto hace que los estatistas leales a
la "autoridad" sean muy incómodos, el concepto mismo de una persona que tiene un
derecho inalienable a hacer algo también implica el derecho de matar a cualquier
"agente de la ley" que intente evitar que lo haga. Pero, en realidad, no hay casi nada
que el "gobierno" haga, ya sea censurar, asaltar, secuestrar, torturar o incluso el
asesinato, que provoque que el estadista típico se defienda y muestre resistencia
"ilegal" y violenta. (El lector está invitado a bucear en las profundidades de su propia
lealtad al mito de la "autoridad" mientras considera la cuestión de qué acto debería
suceder antes de que él mismo se sienta justificado para matar a un "agente de la ley"
perverso y opresor).
Los "agentes de la ley" constantemente provocan que un simple desacuerdo suba de
nivel de violencia, cada vez que intentan arrestar a alguien, o forzarle a parar en el
camino a su casa, o capturando por la fuerza a alguien en su propiedad. Y los
ejecutores autoritarios seguirán aumentando el nivel de violencia que usan, hasta que
salgan con la suya. El resultado es que las personas, a menos que estén dispuestas a
participar en una revolución abierta contra todo el sistema, tarde o temprano se
someterán a la voluntad de la clase dominante o serán asesinadas. Y aunque los
mercenarios del estado siempre usan la fuerza o la amenaza de la fuerza para
someter y subyugar a la gente normal, en el momento en que las víctimas intentan
responder a la violencia con violencia, la mayoría de los espectadores identificarán de
inmediato al que responde con fuerza a una agresión (solo para defenderse contra un
ataque de estado) como el "malo". Este doble rasero flagrante - la idea de que está
bien que la "autoridad" cometa actos violentos de agresión de forma regular, pero es
terriblemente malvado que la gente común responda con violencia para defenderse-
muestra cuán drásticamente la creencia en la "autoridad" puede deformar la
percepción de la realidad por parte de las personas.
Irónicamente, al considerar otros lugares y otros tiempos, casi todos aceptan e incluso
elogian el uso de la violencia "ilegal", incluida la violencia mortal, contra los agentes
del "gobierno". Poca gente podría insistir en que los judíos que vivieron en 1940 en
Alemania deberían haber intentado "trabajar dentro del sistema" votando y solicitando

81
justicia al Tercer Reich. En cambio, aquellos que "ilegalmente" se escondieron,
escaparon o incluso se resistieron a la fuerza (como ocurrió en el Ghetto de Varsovia)
ahora son vistos como héroes al hacerlo, aunque técnicamente eran "criminales",
"infractores de la ley”, e incluso "asesinos de policías". Pero los autoritarios, en su
propio tiempo y en su propio país, no solo continúan condenando a quienes intentan
“ilegalmente” evitar o resistir la opresión, sino que disfrutan por el sufrimiento de esas
personas cuando son castigadas por el "gobierno". El hecho de deleitarse viendo a un
ciudadano castigado por "fraude fiscal", por ejemplo, como lo hacen muchos
estadounidenses, es similar a un esclavo que se complace en azotar a otro compañero
esclavo que intentó escapar.
Puede haber un aspecto de simple envidia en esto: la sensación de que, si un sujeto
ha sido victimizado, no es "justo" que otro escape a tal sufrimiento. Esto se suma al
hecho de que los "contribuyentes" -es decir, aquellos que han sido extorsionados por
la fuerza por la clase dominante- a menudo expresan resentimiento hacia cualquiera
que haya evitado ser extorsionado de manera similar. Curiosamente, las víctimas del
robo "legal" a menudo se imaginan virtuosas por haber sido robadas, y menosprecian
a aquellos que, por alguna razón, no han sido robados.
El peligro de la falta de acción
Quien considera que "violar la ley" es intrínsecamente malo, independientemente de
cuál sea la "ley", puede informar rápidamente a las "autoridades" acerca de las
actividades "ilegales" de las que tenga conocimiento, incluso si las actividades no
tienen víctimas y no constituyen fuerza ni fraude. Del mismo modo, aquellos que se
sientan en jurados en los tribunales "gubernamentales", si imaginan que la
desobediencia a la "autoridad" ("violar la ley") es inherentemente inmoral, es probable
que bendigan que alguien sea castigado, a veces con dureza, por hacer algo que no
dañó a nadie y que no constituyó ni fraude ni violencia. En los casos del "soplón" y del
miembro del jurado que disfruta con ello, hay que decir que estas acciones lo excluyen
del papel de simple espectador y lo incluyen en el rol de colaborador de la opresión.
El daño que causa la opresión por la creencia en la "autoridad" de los espectadores
proviene frecuentemente de su inacción, más que de su acción. Una y otra vez, las
opresiones, grandes y pequeñas, se han cometido ante las narices de personas
básicamente buenas que no hicieron nada al respecto. Hasta cierto punto, este es el
resultado de la simple autopreservación: una persona es normal que quiera evitar
involucrarse simplemente porque teme por su propia seguridad. Pero los experimentos
de Milgram demostraron claramente que incluso sin una amenaza subyacente para
ellos, la mayoría de la gente se siente irresistiblemente obligada a obedecer a la
"autoridad" incluso cuando saben que lo que se les dice que deben hacer es malo y
dañino para los demás. Y si les resulta difícil desobedecer a una "autoridad" percibida,
les resultará aún más difícil, cuando no imposible, intervenir cuando una "autoridad"
está ejerciendo su voluntad sobre otra persona. El resultado de que los espectadores
hayan sido entrenados para ser pasivos, obedientes y no combativos se puede ver en
las muchas ocasiones, en todo el mundo y a lo largo de la historia, en donde cientos o
incluso miles de espectadores, quedan de pie como zombis, mirando como agentes de
"autoridad" asaltan o asesinan a personas inocentes. Incluso en los Estados Unidos, la
supuesta "tierra de los libres y el hogar de los valientes", siguen apareciendo videos en
la que se observa la brutalidad policial que ocurre justo en frente de multitudes de
curiosos, que simplemente se paran y miran, sin levantar un dedo para proteger a la
víctima o compañero contra los abusos cometidos en nombre de la "autoridad".

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Parte III (e)
Los efectos del mito en los abogados

Agresión legalizada
Si bien la mayoría de las personas probablemente se imaginan a sí mismas como
"espectadores" en lo que respecta a la opresión y la injusticia autoritarias, en realidad
casi todos son defensores de la violencia del "gobierno", de una forma u otra.
Cualquiera que vota, independientemente del candidato, o incluso apoya verbalmente
alguna "política" o "programa" del "gobierno", está tolerando el uso de la violencia
contra sus vecinos, aunque no lo reconozca como tal. Esto ocurre porque la "ley" no
se va sobre sugerencias amistosas o solicitudes educadas. Toda "ley" promulgada por
los políticos es una orden, respaldada mediante amenaza de violencia contra aquellos
que no obedecen. (Como lo expresó George Washington, "El gobierno no es razón, no
es elocuencia, es fuerza").
La mayoría de las personas, en su vida cotidiana, son muy reacias a usar amenazas o
fuerza física contra sus semejantes. Solo una pequeña fracción de los muchos
desacuerdos personales que ocurren a diario acaban en conflictos violentos. Sin
embargo, debido a su creencia en el "gobierno", muchos abogan por la violencia
generalizada sin ni siquiera darse cuenta. Y no sienten culpa por ello, pues perciben
que las amenazas y la coacción son inherentemente legítimas cuando se les llama
"aplicación de la ley".
Todo el mundo sabe lo que sucede si alguien es sorprendido "violando la ley". Puede ir
desde una simple "multa" (una demanda de pago con la fuerza de la amenaza), o un
"arresto", e incluso puede dar como resultado que los "agentes de la ley" maten a
alguien que se resiste con fuerza. Pero en el fondo, cada "ley" es, en sí misma, una
amenaza respaldada por la capacidad y la voluntad del “estado” de usar fuerza letal
contra aquellos que desobedecen, cualquier persona que considere honestamente
esta idea reconocerá ese hecho.
Pero la creencia en la "autoridad" conduce a una extraña contradicción en la forma en
que las personas ven el mundo. Casi todos defienden que la "ley" se use para obligar
a otros a hacer ciertas cosas o para financiar ciertas cosas. Sin embargo, mientras
defienden esa violencia, sabiendo muy bien las consecuencias para cualquiera que
sea sorprendido desobedeciendo, esos mismos defensores no reconocen que lo que
defienden es pura violencia. Hay millones de personas, por ejemplo, que se
consideran pacíficas y civilizadas, algunos incluso llevan con orgullo la etiqueta de
"pacifistas", mientras, por otra parte, defienden el robo a mano armada contra todos
aquellos a los que conocen, así como contra millones de extraños. La desgracia es
que ellos no ven ninguna contradicción, porque a este robo se le denomina con un
eufemismo, el de "pago de impuestos", y lo llevan a cabo buenas personas que se
creen que tienen derecho a cometer ese robo, porque actúan en nombre del
"gobierno".
El nivel de negación que provoca la creencia en la "autoridad" es profundo. Al
defender la violencia "política", las personas no aceptan ninguna responsabilidad por

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los resultados. Aquellos que solicitan "beneficios del gobierno", por ejemplo, piden
recibir parte del botín robado a la fuerza de sus vecinos a través de los "impuestos".
De la misma manera, solicitar un trabajo "gubernamental" equivale a pedir que los
vecinos se vean obligados a pagar el salario. Ya sea que la persona reciba un pago
directo o algún servicio, u otro beneficio, generalmente aceptará la parte de esta
propiedad robada sin la menor insinuación de vergüenza o culpabilidad. De hecho,
este hombre podría ser amigo de las personas a las que luego el estado robará. En
ninguna otra situación ocurre una desconexión mental tan extraña, no solo para el que
aboga por el acto de agresión sino también para la víctima. Si, por ejemplo, una
persona le hubiera pagado a un ladrón armado para irrumpir en la casa de su vecino y
robarle algunos de sus objetos de valor, y este vecino supiera quien lo había hecho,
estas personas probablemente no tendrían la mejor de las relaciones (por decirlo
suave). Sin embargo, cuando se hace lo mismo por parte de la "autoridad", a través de
coacciones que acaban en robo "legalizado", ni ladrón ni víctima suelen percibir nada
malo en ello.
(Nota personal del autor: He perdido la cuenta de cuántas personas han expresado su
simpatía hacia mí y mi esposa, cuando fuimos encarcelados por no rendirnos ante la
Agencia Tributaria. No obstante, a nuestros conocidos no anarquistas nunca se les
ocurrió que estábamos enjaulados por la misma gente por la que votaron, y por
desobedecer leyes que ellos defendían. Hasta donde sé, ni un solo estadista que
conocemos ha notado la esquizofrenia y la hipocresía de apoyar activamente la
extorsión masiva, "vía impuestos" y luego dar sentidas condolencias a las víctimas de
esa misma extorsión.)
Uno puede ver la esencia sobrenatural que envuelve a la "autoridad" en el hecho de
que, entre la gente que votará con entusiasmo para que sus vecinos sean
"legalmente" extorsionados y robados, pocos pagarían a simples mortales para hacer
el mismo trabajo. Pocas personas se sentirían empujadas a contratar una pandilla
callejera para robar a sus vecinos con el fin de pagar la escolaridad de su propio hijo,
sin embargo, son millones los que abogan por lo mismo cuando toleran los "impuestos
sobre la propiedad" para financiar escuelas "públicas". ¿Por qué los dos se sienten tan
moralmente diferentes entre ellos? Porque los que creen en el "gobierno" creen que
consiste en algo más que las personas que lo integran. Se imaginan que el “estado”
tiene derechos que ningún simple mortal tiene. Desde la perspectiva del estatista,
pedirle al "gobierno" que haga algo, tiene mucho más en común con orar por los
dioses para hacer algo, antes que pedirle a la gente que lo haga. Un estatista que
exige "legislación" estaría horrorizado y ofendido si algún grupo de personas normales
se ofreciera a brindar servicios similares. Imagínese si una pandilla callejera hiciera la
siguiente oferta a un residente local:
"Haremos una colecta a sus vecinos y usaremos lo que saquemos para pagar las
cosas que necesita su hijo para ir a la escuela, arreglar las carreteras y cosas así.
Tenemos que mantener el orden nosotros mismos, por supuesto. Díganos cómo
desea que se comporten sus vecinos, y nos aseguraremos de que se comporten de
esa manera. Si no hacen lo que decimos, tomaremos sus cosas o les meteremos en
prisión".
Si la gente normal hiciera semejante oferta, serían condenados por su intento de
extorsión, pero si las mismas cosas son propuestas en un discurso de campaña por
alguien que se postula para un puesto en "gobierno", y si tales cosas se hacen en
nombre de vagas abstracciones políticas como "el bien común" o "la voluntad del
pueblo", se las considera no solo permisibles sino también nobles y virtuosas. Cuando
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el político dice: "Necesitamos proporcionar fondos adecuados para la educación de
nuestros hijos, y tenemos que invertir en nuestra infraestructura", está hablando
literalmente de quitarle a la fuerza dinero a la gente (a través de "impuestos") y
gastarlo en la forma que él piensa que debería ser gastado. Tal agresión se acepta
como justificada cuando se hace en nombre de la "autoridad", pero se reconoce como
inmoral si es hecha por meros mortales. Esto muestra que, en la mente del estadista,
"gobierno" es algo más que una colección de seres humanos. Paradójicamente, el
estadista insistirá en que todo lo que el "gobierno" puede hacer, y todo lo que es,
proviene del "pueblo". Creer en el "gobierno" requiere la creencia absurda y de culto
de que, mediante documentos y rituales políticos pseudorreligiosos (constituciones,
elecciones, nombramientos, legislación, etc.) un grupo de simples mortales pueden
conjurar la existencia una entidad que posee derechos sobrehumanos, derechos que
no posee ninguna de las personas que lo crearon. Y una vez que la gente se fascine
con la existencia de semejante cosa, pedirán ansiosamente que esa cosa controle y
extorsione a la fuerza a sus vecinos. La gente reconoce que los simples mortales no
tienen derecho a hacer tales cosas, ya que realmente creen que solo esa deidad
llamada "gobierno" tiene todo el derecho de cometer estas acciones.

Excusas para la agresión


Aunque a menudo se elogia la "democracia" como el apogeo de la civilización, de la
cooperación y del "llevarse bien", es exactamente lo contrario. La votación es un acto
de agresión, y la "democracia" amorosa equivale a amar la violencia generalizada y el
conflicto constante. Las elecciones políticas no van sobre unidad o tolerancia; se trata
de discutir sobre cómo se debería obligar los demás a comportarse y sobre qué van a
estar forzados a pagar con su dinero, a través de esa máquina de control llamada
"gobierno". La abundancia de carteles de campaña que cubren las paredes antes de
cada elección no es señal de una sociedad libre e iluminada; más bien, son el signo de
una sociedad mental y físicamente esclava, que discute sobre a qué amo quieren
seguir sosteniendo el látigo, como esclavos. Cada persona que vota (no importa a qué
partido) está tratando de poner en el poder a las personas que llevarán a cabo
extorsiones a gran escala ("impuestos") para financiar múltiples programas
"gubernamentales". Cualquier candidato que sugiriera eliminar por completo ese robo,
derogando los "impuestos", sería ridiculizado como un chalado extremista. Todos los
votantes, por definición, solo intentan llevar al poder a una pandilla de mafiosos que
saben que cometerá un robo masivo, pero ninguno de esos votantes acepta ninguna
responsabilidad por hacerlo. Saben lo que harán sus candidatos una vez en el poder,
saben cuáles serán las consecuencias para aquellos que desobedezcan las órdenes
de esos políticos, pero la ciega creencia en la "autoridad" hace que los votantes sean
psicológicamente incapaces de reconocer que lo que están haciendo es abogando por
la violencia generalizada.
De hecho, a pesar de la mitología y la retórica tradicional, nadie que crea en el
"gobierno” desea que se administre por el llamado "consentimiento de los
gobernados". Si se hiciera realmente por consentimiento genuino, significaría que las
preferencias políticas de cada persona se impondrían solo sobre esa persona, a
menos que otros abogaran exactamente por la misma agenda. Como vamos viendo, el
objetivo del votante no es obligarse a sí mismo a apoyar financieramente las cosas
que le parecen correctas, ni controlar sus propias elecciones y comportamientos; el
objetivo de cada votante es siempre usar el mecanismo del "gobierno" para obligar a
otras personas a tomar ciertas decisiones, financiar ciertas cosas y comportarse de
85
ciertas maneras. De hecho, el estatista individual a veces tiene una visión bastante
laxa acerca de su propia obligación de obedecer la inmensa miríada de órdenes
políticas ("leyes"), mientras siente que es competente para confiar en su propio sentido
común y juicio, al margen de "la ley", mientras que, al mismo tiempo, siente que todos
los demás deben ser controlados y administrados por la "autoridad". Cree que él
mismo es fiable y moralmente superior, que puede tomar sus propias decisiones, y
que el propósito de la "ley" es mantener los demás bajo control.
El grado en que los diferentes votantes quieren que la "autoridad" controle a los demás
varía significativamente. El Constitucionalista quiere que el "gobierno" federal obligue a
otros a financiar solo aquellas cosas específicamente designadas como asuntos
federales por la Constitución. El "progresista", por otro lado, quiere que el "gobierno"
obligue a otros a financiar todo tipo de cosas, desde el arte hasta la defensa, el
cuidado de los pobres, la educación, los programas de jubilación, etc., hasta el infinito.
Pero, aunque los dos tipos de votantes pueden diferir en el grado y tipo de agresión
que apoyan, no difieren en principio: ambos han aceptado la premisa de que la
"autoridad" tiene el derecho de extorsionar por la fuerza el dinero necesario para
implantar funciones y estructuras de "gobierno" que son consideradas necesarias;
difieren solo en lo que se considera "necesario”.
El pensamiento de casi todos los estadistas es paradójico. Por un lado, los estatistas
saben que cada "ley" que aprueban es un comando respaldado mediante una
amenaza del uso de violencia. Son plenamente conscientes de las cosas que se le
hacen a cualquier "infractor de la ley" que sea atrapado, pero el estadista promedio,
cuando se le pregunta, negará vehementemente que aprueba el uso de la violencia
contra sus vecinos. En un nivel práctico, el estadista sabe que cualquier agenda
"política" que apoye será administrada, en caso de promulgarse, en cualquier nivel
básico: la intimidación o la fuerza bruta serán necesarias para lograr el sometimiento
de las personas. Sin embargo, el estadista promedio, aunque es plenamente
consciente de esto, también exhibirá una enorme desconexión lógica, negándose a
admitir que defiende abierta y directamente la extorsión forzada y el control coercitivo
de millones de personas inocentes. La razón de esto es que el estadista cree que la
entidad llamada "autoridad" tiene el derecho de gobernar, y como resultado, cuando
comete actos violentos, no cuenta como violencia.
Mientras la violencia sea provocada por aquellos que dicen ser "autoridad", que
imaginan tener una exención de las reglas usuales de moralidad (no robar, no asaltar,
no matar, etc.) incluso aquellos que son los defensores más vehementes de ciertos
"impuestos" y otras "leyes" pueden continuar imaginándose que son personas
pacíficas, compasivas y no violentas. Algunos incluso se imaginan a sí mismos como
pacifistas. (Debido a que todo lo que hace el "gobierno" se hace por la fuerza, o por la
amenaza de la fuerza, podemos decir que no existe algo como un estatista pacifista.
Aunque obviamente no todos los anarquistas son pacifistas, todos los verdaderos
pacifistas son anarquistas). Hay muchas formas, algunas de las cuales se abordan a
continuación, en las que personas decentes y virtuosas toleran la agresión y el asalto,
la intimidación y el robo, porque creen que es perfectamente permisible para esa
deidad sobrehumana y mítica, conocida como "gobierno", que cometa estos actos, y
por lo tanto creen que es perfectamente moral y justo pedirle al "gobierno" que cometa
tales actos.

Caridad a través de la violencia

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El estadista típico es un ser profundamente esquizofrénico, siendo al mismo tiempo
completamente consciente, y completamente inconsciente, de que él, personalmente,
promueve el uso generalizado de violencia contra otros. Un ejemplo paradigmático de
este comportamiento, serían aquellos que se consideran afectuosos y compasivos por
dar su apoyo a programas del "gobierno" para ayudar a los pobres. Lo que ellos
literalmente defienden, a través de su apoyo a programas de "bienestar", es una
extorsión masiva, en la que millones de seres humanos son despojados de miles de
millones de dólares bajo amenaza de ser encarcelados. Los defensores de tal "caridad
a través de la violencia" se imaginan virtuosos y atentos por aquello que van a recibir
los necesitados, mientras se desvinculan por completo de las amenazas, intimidación,
hostigamiento, incautaciones forzadas y encarcelamientos que saben que ocurren y
que saben que son esenciales para llevar a cabo cualquier programa de "bienestar".
Debido a esta extraña negación selectiva, aquellos que creen en el "gobierno" pueden
ser totalmente conscientes de la fuerza bruta por la cual se implementaran tales
"leyes", mientras que, por otra parte, aparentan no saber que ellos mismos están
tolerando esa fuerza bruta, al exigir dichas "leyes".
La creencia en "autoridad" es lo que permite esta extraña contradicción psicológica, ya
que convence a los defensores de los esquemas de redistribución de riqueza de que
las víctimas de extorsión "legal" tienen la obligación de cooperar, y que el uso de la
violencia contra quienes no pagan "sus impuestos" está, por lo tanto, justificado. Como
resultado, la medida básica de moralidad y virtud se invierte por completo, y los
defensores del "bienestar" se ven a sí mismos como compasivos a pesar de defender
el robo por la fuerza, mientras ven como a criminales despreciables a cualquiera que
trate de evitar o resistir esa violencia de estado.
Del mismo modo, los defensores de la "Seguridad Social", (un esquema de
redistribución de la riqueza piramidal), se imaginan a sí mismos como cariñosos y
compasivos. Cegados por su creencia en el "gobierno", no reconocen que no solo
están obligando a las personas a suscribirse a lo que se conoce (falsamente) como un
plan de jubilación "gubernamental", sino que también agregan un insulto a esta falacia,
insinuando que las personas no pueden, ni se debe confiar, en planificar su propio
futuro. Se necesita una gran desconexión con la realidad para que alguien apoye
vehementemente el hecho de que la gente participe en un programa de "inversión"
que no invierte en nada, no tiene activos, y que tiene un rendimiento mucho peor que
la mayoría de las inversiones reales (en realidad no garantiza ningún retorno) y luego
sentirse noble y caritativo por haber forzado a la gente a aceptar semejante esquema.

Defensores de la brutalidad
Muy a menudo a lo largo de la historia, la gente ha apoyado la opresión atroz, en parte
porque las personas no pudieron reconocer el mal como mal, cuando se cometía en
nombre de la "ley" y la "autoridad". Si la gente realmente cree que "el gobierno" tiene
el derecho de gobernar, como casi todos creen, todo tipo de" soluciones" autoritarias
serán apoyadas, o al menos aceptadas pasivamente, por la mayoría de las personas.
Por ejemplo, muchos alemanes en la década de 1940, que nunca se comprometerían
o aprobarían la intimidación o el asalto al domicilio, y mucho menos el asesinato, sin
embargo, apoyaron con entusiasmo la idea de una "solución" legislativa, "aprobada
por el gobierno" y "administrada por el gobierno" ante el llamado "problema judío"

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(como Hitler lo llamó). Fue aprobado oficialmente, y emitido a través de un proyecto de
“ley", por lo que la gente se imaginó a sí misma ajena a lo que sucedió, incluso los que
lo defendieron con vehemencia se vieron sin ninguna responsabilidad al respecto
Muchos ciudadanos actualmente, que sufren de negación selectiva, condenan de
manera justa y contundente lo que otros regímenes violentos y opresivos han hecho,
pero no pueden reconocer que, como resultado de su propia creencia en la
"autoridad", también toleran la brutalidad draconiana generalizada, en nombre de la
"ley". Incluso cuando la opresión va más allá de simples amenazas e intimidación, y se
eleva a una violencia con brutalidad constante y generalizada, la mayoría de la gente,
debido a su creencia en la “autoridad", sigue sin poder reconocerla como malvada.
Un ejemplo obvio es la guerra. El nacionalismo a veces es tan fuerte en los autoritarios
que los ciega ante el mal absoluto, al cual toleran y apoyan en nombre de la "defensa
nacional". En muchos casos, esta ceguera es intencional. Los políticos y los votantes
conservadores se quejan por igual cuando se le muestra al pueblo las contundentes
realidades de la guerra. Quieren ondear su bandera y animar a su equipo, participando
con entusiasmo en la mentalidad de manada, pero no quieren tener que ver realmente
los resultados del mundo real de lo que apoyan. Se les puede persuadir para que
"apoyen orgullosamente a las tropas" y crean, orgullosos, en una guerra
supuestamente justa, siempre y cuando estén protegidos de tener que ver la carnicería
(sangre, intestinos y partes del cuerpo desmembradas) que está causando su
"patriotismo” por el mundo.
Aunque el amor al "país" se presenta como una gran virtud, la verdad es que los
asesinos de ambos bandos en todas las guerras, incluidos los que lucharon por los
regímenes más brutales y despiadados de la historia, han sido motivados por el
sentimiento de rectitud que esa mentalidad de manada nacionalista les da. Ninguna
guerra podría suceder si los soldados no pusieran su devoción y lealtad al clan, tribu o
"país" por encima de hacer lo correcto. El "patriotismo" y la creencia en la "autoridad"
son los dos ingredientes clave de la guerra. La manera más fácil de engañar a las
personas básicamente buenas para cometer mal, es hacer ver los actos de agresión y
conquista como "luchar por el propio país".
Si bien los gobernantes llevan mucho tiempo practicando el control mental sobre sus
súbditos, en muchos casos el control mental de los que creen en la "autoridad" es auto
infligido. Quieren creer en "su país" y en algún principio de justicia abstracta, algún
ideal, alguna causa noble (por ejemplo, "expandir la democracia"), sin tener que
pensar en lo que está sucediendo en términos reales y literales. Es más fácil apoyar el
asesinato en masa cuando lo llaman "guerra", y más aún cuando se apela a la
"defensa nacional". Cuando el mensaje está envuelto en una terminología autoritaria y
de mentalidad de manada, permite a sus defensores -y a aquellos que realmente lo
hacen posible- imaginar que están apoyando algo valiente y justo. Sin embargo,
mientras los soldados individualmente pueden creer que están luchando por una
causa noble, no saben que es imposible ser un "buen tipo" y al mismo tiempo, estar en
guerra con todo un país, como se discutió anteriormente. La forma en que los
"gobiernos" hacen la guerra nunca se justifica, y nunca es moral, ya que siempre
implica violencia generalizada contra inocentes. Pero ese es un hecho que los
nacionalistas, sean de izquierdas o de derechas, se niegan a ver.
Otro ejemplo de brutalidad draconiana moderna, "legalmente" comprometida en el
"mundo libre", proviene de las campañas de violencia conocidas como "la guerra
contra las drogas". Con la excusa de tratar de erradicar un hábito, no la violencia, el

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robo, o el fraude, sino un simple hábito: millones de seres humanos no violentos,
pacíficos y productivos han sido atacados, aterrorizados y encarcelados. La aplicación
de las "leyes antidroga" se ejecuta de una manera particularmente brutal y dañina, con
invasiones paramilitares de hogares particulares, que acaban en encarcelamientos de
muchos años por "crímenes" sin víctimas. Y los defensores de esta "guerra contra las
drogas" son conscientes, no solo de que las acciones policiales son abiertamente
violentas, sino también del hecho de que los únicos efectos demostrables derivados de
estas acciones han sido precios más altos para las sustancias que alteran la mente,
más crimen cometido para pagar estas sustancias, conflictos violentos entre
vendedores rivales de las sustancias y, finalmente, más fondos, más armas, y más
poder “legislativo" para quienes llevan la etiqueta de "autoridad" para continuar
hostigando y asaltando a inocentes. Incluso si realmente hubiera funcionado, y se
hubiera reducido significativamente el uso de ciertas drogas, tal brutalidad sería
absolutamente injustificada e inmoral. Pero a pesar de que no ha logrado acercarse ni
un centímetro al objetivo establecido, muchos "conservadores" alientan con
entusiasmo más acoso, más terrorismo y más violencia. (Para agregar más hipocresía
al fascismo imperante, la mayoría de esos "conservadores" beben alcohol: un acto
moralmente idéntico al tipo de comportamiento que desean que la "autoridad" elimine
violentamente).
Y mientras millones de vidas continúan siendo destruidas por esa cruzada brutal y
draconiana, muchos estadistas culpan con vehemencia a las víctimas, al declarar que
“violaron la ley" y, por lo tanto, merecen lo que se les pase. Entonces, para el
"conservador" supuestamente moral y responsable, incluso cuando una persona no ha
perjudicado a nadie, y no ha cometido ningún robo con fuerza ni fraude, siendo su
único delito haber desobedecido los decretos arbitrarios de sus amos, pecado por el
que merece ser agredido, encarcelado o asesinado. Y, por supuesto, esos mismos
"conservadores" verán como algo imperdonable el hecho de que un ser humano objeto
de esta agresión fascista decida defenderse y luchar. Desde el punto de vista retorcido
y delirante del devoto nacionalista autoritario, es noble y virtuoso que los mercenarios
estatales ataquen violentamente, e intenten secuestrar y encarcelar a un fumador de
marihuana productivo y amante de la paz, pero si ese fumador se defiende de esta
agresión, lo tacharán de ser malvado y atroz. Tal es la locura causada por la
superstición de la "autoridad".

Beneficios forzados
Los estatistas a menudo defienden los "impuestos" argumentando que la confiscación
forzosa de riqueza por parte del "gobierno" se justifica retroactivamente cuando parte
del dinero confiscado se gasta de una forma que beneficia a aquellos a los que se
confiscó el dinero, o al menos beneficia a la sociedad en general. Por ejemplo, un
estadista puede argumentar que, si alguien conduce por una carretera que fue
financiada parcialmente por dinero tomado a esa persona, o se beneficia
indirectamente de que otros puedan usar la carretera para llegar a su negocio,
entonces esa persona no debería quejarse por haber sido "gravada" para financiarlo.
Ignorando la verdadera naturaleza de la situación, los estatistas malinterpretan esto
considerándolo como un pago de servicios. Nadie argumenta nada similar cuando la
"autoridad" no está involucrada en la situación. Supongamos, por ejemplo, que un
restaurante entregó comida a alguien que no lo había pedido, y luego envió a matones
armados para cobrarle cien dólares a esa persona. Si la persona, después de ser
extorsionada de esa manera, eligiera comer esa comida, ninguna persona racional
89
argumentaría que esa elección, convertiría la actuación del restaurante en moralmente
aceptables. Sin embargo, eso es exactamente análogo al punto de vista habitual de
los estatistas: si alguien se beneficia de los servicios del "gobierno", no debe quejarse
de los "impuestos". La premisa no declarada es que el robo "legal" es perfectamente
legítimo, siempre que la "autoridad" después proporciona algún beneficio a quien fue
robado. Y parece haber poca diferencia para los estatistas si el "beneficio" es solo
indirecto, o es tremendamente caro, o se combina con todo tipo de otras cosas que no
benefician a la persona en absoluto, o a las que la persona se opone moralmente (p.
Ej., financiando la guerra o el aborto, o alguna agenda religiosa o antirreligiosa). Esto
se debe a que los estadistas creen que en última instancia es una prerrogativa de
aquellos que están en la "autoridad" decidir cómo se debe gastar la riqueza, no de
aquellos a los que robaron su dinero, y así, mientras la clase dominante se reafirme en
que está robando y controlando todo por el bien del pueblo, los ciudadanos no tendrán
derecho a rechazar la coacción y la violencia que sus amos juzguen adecuadas.

Violencia por protección


Otra forma de vender la idea de que el "gobierno" proporciona "beneficios" y así, de
paso, justificar todo tipo de robo y extorsión. Es un argumento claramente ridículo decir
que es necesario que las personas sean controladas y robadas a la fuerza por el
“gobierno”, para que este mismo "gobierno" pueda protegerlas de las malas personas,
que de otro modo, podrían controlar y robar por la fuerza. Esta racionalización absurda
y distorsionada es bastante común, ya sea que la discusión se relacione con la
"aplicación de una ley" militar o civil de forma autoritaria. Y los estadistas confían en el
miedo para reforzar tal locura, haciendo terribles predicciones sobre todas las cosas
desagradables que según ellos ocurrirían si las personas no fueran robadas mediante
extorsión de estado a través de la estafa masiva autoritaria de los impuestos.
Una vez más, estos argumentos absurdos nunca se esgrimen en situaciones donde la
"autoridad" no está involucrada. Nadie aceptaría como aceptable que un restaurante
obligue a alguien a pagar por una comida que no ordenó, con el argumento de que de
lo contrario la persona podría morir de hambre, nadie aceptaría que está bien que un
constructor obligue a alguien pagar por un edificio que no pidió, con el argumento de
que de lo contrario la persona podría estar sin hogar, pero sería aún más ridículo
afirmar que está bien que una pandilla de matones administre un grupo de "protección"
y que tengan los recursos necesarios para mantener a las otras pandillas callejeras
peligrosas fuera de su ciudad, Sin embargo, esa es exactamente la justificación
utilizada por todo "gobierno": que se debe permitir la agresión contra todos, con el fin
de poder protegerlos de otros que podrían cometer similar agresión contra ellos, como
los partidarios de una fuerza policial o un poderoso ejército -ambos financiados
mediante la confiscación forzosa de la riqueza- y que han aceptado la premisa de que
no solo está bien hacerlo, sino que es necesario que las personas sean oprimidas,
controladas y extorsionadas por el "gobierno”, siempre con la premisa de que se hace
por su propio bien. El hecho de que los "protectores" autoritarios no prevengan el
crimen o la guerra y, en cambio, aumenten sus ingresos drásticamente a través de la
guerra y creen mercados "ilegales", parece pasar desapercibido para los que aplauden
la defensa a través del "gobierno". Nuevamente, esto ocurre porque se cree que la
"autoridad" tiene el derecho de agredir, y que cualquiera podría utilizar el ridículo
argumento de que es apropiado usar la violencia contra las personas para
"protegerlas".

90
Ante la duda, defender la violencia
Gran parte del tiempo, la gente incluso abogará por un plan autoritario impuesto por la
fuerza simplemente porque no están seguros de lo que sucedería si no se hiciera así,
o no están seguros de cómo se conseguirían las cosas si las personas fueran libres.
Por ejemplo, si alguien tiene dificultades para imaginar cómo funcionaría un sistema
de carreteras completamente privado, generalmente defenderá un plan de "gobierno",
financiado por coacción, si no está seguro de lo bien que la gente libre podría
defenderse sin un ejército permanente, probablemente abogará por una solución
militar autoritaria, financiada por "impuestos" coercitivos. Aquellos que creen en el
"gobierno" siempre abogan por la violencia por defecto. Todo lo que se necesita es un
poco de incertidumbre e ignorancia para hacer que una persona normal defienda un
plan coercitivo de "gobierno" para casi cualquier cosa.
Esta no es la forma en que las personas se comportan en su vida cotidiana. Una
persona normal no anda por ahí utilizando la violencia contra todos los que conoce
porque no está seguro de que todos los que conozca se vayan a comportar de manera
adecuada y vayan tomar las decisiones correctas. Pero eso es precisamente lo que la
mayoría de los estatistas hacen a través del "gobierno": defienden el control
generalizado y forzoso de millones de seres humanos, simplemente porque no están
del todo seguros de que las personas, si son libres, gastarían su dinero de la manera
que deberían, tratarían a los demás como deberían, sabrían encontrar soluciones
pacíficas y efectivas a los problemas, etc. A través de la superstición de la "autoridad",
los estatistas pueden defender sin problema el sometimiento violento de sus vecinos,
simplemente porque no están muy seguros de cómo se comportarán sus vecinos.
Y aquellos que anhelan poder explotan ese hecho para tomar ventaja. Todo lo que los
políticos necesitan hacer, para obtener apoyo y tomar el poder autoritario, es decirle al
público que las cosas podrían no funcionar muy bien si dejara a las personas actuar en
libertad. Ni siquiera necesita esperar hasta que alguien realmente haga algo
deshonesto, negligente o destructivo. Todo lo que tiene que hacer es sugerir la
posibilidad de que, si las personas se quedan en libertad, pueden pasar cosas malas.
Debido a que los defensores de la violencia "gubernamental" no reconocen la "ley"
como violencia, la posibilidad de que apoyen una "solución" autoritaria y violenta es
muy alta. Aquellos que anhelan el poder solo tienen que sugerir que su "plan" podría
proteger a alguien en alguna parte, de algún mal poco probable, y veremos que a
continuación muchas personas tolerarán la violencia "legal", basándose únicamente en
esa premisa.
Una gran cantidad de violencia "gubernamental" se basa en conjeturas sobre lo que
podría suceder como resultado de lo que las personas harían si fueran libres. Por
ejemplo, gran parte de la coacción estatal en nombre del "medio ambiente" se basa en
la idea de que el estado debe controlar por la fuerza las decisiones de todos, pues de
lo contrario, las personas podrían tomar decisiones que contribuyan al calentamiento
global, el fin de las selvas tropicales, la extinción de especies animales, etc. Pocas
personas, actuando libremente por su cuenta, cometerían una agresión basándose en
una suposición acerca de las posibles consecuencias que se derivaran de acciones de
los demás, aunque no fueran ni maliciosas, ni violentas. Sin embargo, esto es muy
común en la política del "gobierno".

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Otro ejemplo de defensa de la violencia "gubernamental" por defecto, es la práctica de
impedir forzosamente a los extranjeros poner un pie en cualquier "país" sin el permiso
por escrito de la clase dominante de ese "país". Tales "leyes" de inmigración crean
algo similar a la mentalidad de guerra, donde toda una categoría demográfica de
personas es criminalizada y demonizada, y, en consecuencia, sujeta a actos de
agresión, basados en suposiciones sobre lo que algunas personas podrían hacer. La
gente opina que muchos "ilegales" son criminales, o que van a un país solo para
recibir “beneficios sociales”. Independientemente de cuan precisas sean estas
denuncias, el resultado es que todo aquel que esté en el país sin permiso de los
políticos es "ilegal", y posteriormente, son controlados por la fuerza. Este es el
resultado de la mentalidad de manada que actúa por asociación. No hace falta decir
que usar violencia contra una persona porque es de la misma raza, o del mismo país,
o que tiene alguna similitud con otra persona que realmente ha causado daño, es
completamente injustificado. Es de destacar que los intentos del "gobierno" para
sofocar la "inmigración ilegal" también provocan agresiones contra muchos residentes
"legales" (así como a "ilegales") en los puestos de control de la "patrulla fronteriza",
muchos de los cuales ni siquiera están en las fronteras. Parar e interrogar a todos los
que conducen por cierta carretera, solo porque alguien puede pasar por allí
"ilegalmente" es precisamente el tipo de agresión injustificada comúnmente cometida
por agentes del "gobierno", que rara vez es cometida por nadie más.
Esta violencia por defecto también se puede ver en las intrusivas búsquedas e
interrogatorios hacia cualquiera que intente volar en avión a "la tierra de los libres"
(EEUU). Que el propietario de un avión ponga condiciones básicas de educación y
limpieza a quien quiera viajar en su avión (y esto también se aplicaría a un tren, un bus
o cualquier otro vehículo) es muy diferente a que un tercero impida por la fuerza viajar
en avión a cualquier país, a menos que los posibles pasajeros se sometan primero a
preguntas, registros de su equipaje, e incluso tener que desvestirse, por orden de los
agentes del tercero (el estado). La gente nunca toleraría que un individuo privado se
comportara de esta manera (con la actitud de "Será mejor que imponga mi voluntad a
todos los demás, por si acaso"), pero para los agentes de "autoridad", la táctica es
común. Y las personas imaginan que es legítimo. De hecho, a menudo exigen que la
"autoridad" haga tales cosas.
En su vida cotidiana, la no violencia es el tipo de comportamiento "predeterminado"
para la mayoría de las personas. Si bien hay conflictos ocasionales, la mayoría de las
personas hacen todo lo posible por evitarlos, no solo tratando de evitar una pelea, sino
también tratando de calmar las situaciones de tensión. Incluso cuando ocurre una
pelea, ambos bandos generalmente terminan caminando por su pie. Cada día, miles
de millones de personas encuentran formas de coexistir pacíficamente, incluso cuando
tienen puntos de vista, creencias y actitudes significativamente diferentes. Pero eso es
en sus vidas personales. Cuando se trata de "política", la violencia es el valor
predeterminado. Cada votante, en una u otra medida, busca que sus propios puntos
de vista e ideas sean impuestos por la fuerza a los demás, a través del mecanismo del
"gobierno". El valor predeterminado es no permitir que los demás "hagan sus cosas" o
que vivan pacíficamente; lo predeterminado es abogar por la agresión contra todo el
mundo, mediante coacción autoritaria llamada "ley". Existe una enorme e inquietante
desconexión entre lo que la persona normal considera como "comportamiento
civilizado" individualmente, y lo que ve como legítimo y civilizado cuando se trata de
valorar las acciones de "autoridad". Es difícil imaginar a alguien comportándose en su
vida personal de la misma forma en que se comportan los votantes cuando se trata de
"política". Alguien así, estaría constantemente robando a amigos y a extraños grandes

92
sumas de dinero para financiar cosas que él considera importantes, y también usaría
amenazas, fuerza física e incluso secuestros, para obligar a otros a tomar las
decisiones que él considere mejores para sus víctimas o para la sociedad en general.
En resumen, cualquier persona que actuara en su vida privada de la misma manera
que todos los estatistas actúan en la arena "política" sería inmediatamente reconocido
como un matón, un ladrón y un lunático. Pero hacer exactamente lo mismo a través
del "gobierno", abogando por la extorsión masiva y el abuso, es aceptado por la
mayoría como algo que la gente normal y civilizada debe hacer. De hecho, a veces
hablan de votar como un deber, como si fuera inmoral no apoyar el control coercitivo
de los vecinos. Sorprendente, e irónicamente, las únicas personas que no abogan por
la coacción constante y generalizada a través del "gobierno" -anarquistas- suelen ser
vistas por el resto como personas extrañas, incivicas y peligrosas.

Cómo el mito derrota a la virtud


Casi todos los padres envían rutinariamente a sus hijos dos mensajes completamente
contradictorios: 1) es inherentemente incorrecto robar, golpear, intimidar, etc., y 2) es
bueno obedecer a la "autoridad". Paradójicamente, casi todo lo que hace la "autoridad"
constituye acoso escolar: usar la violencia o la amenaza para controlar el
comportamiento de los demás y confiscar sus cosas. Cada figura de "autoridad",
desde un maestro de escuela hasta el dictador de un país, no solo controla
coercitivamente a sus subordinados de forma regular sino que también habla y actúa
como si tuviera el derecho absoluto e incuestionable de hacerlo. Así pues, el maestro
siempre está imponiendo su voluntad a la fuerza a los estudiantes, mientras que al
mismo tiempo les dice que está mal que impongan forzosamente su voluntad a los
demás. Es el último ejemplo del mensaje hipócrita "Haz lo que digo, no lo que hago".
Si los niños crecieron con la idea de que es totalmente incorrecto robar, golpear,
intimidar, etc…¿por qué existe la necesidad social de que se les enseñe a "respetar la
autoridad"? Solo los adiestra para que sean más fáciles de administrar y controlar, lo
cual es beneficioso para los que buscan el dominio sobre ellos (sean padres, maestros
o políticos), pero no los habilita para ser más civilizados, compasivos o humanos. De
hecho, hace exactamente lo contrario, como demostraron los experimentos de
Milgram. En resumen, a los niños se les enseña cómo ser seres humanos civilizados,
y luego se les enseña una superstición insana, que anula y deja obsoleto todo lo que
se les enseñó sobre la civilización. Esta extraña paradoja se puede ver por todas
partes en la sociedad moderna.
Una persona normal sentiría vergüenza y culpabilidad si le robara cien dólares a su
vecino, pero no tiene escrúpulos para apoyar, con su voto, que el "gobierno" robe
muchos miles de dólares a ese mismo vecino. La persona normal tendrá su puerta
abierta para un extraño pero, al mismo tiempo, defenderá que ese mismo extraño
tenga la mayor parte de su vida controlada por la fuerza a través de "la ley". La
cortesía superficial y la consideración que la mayoría de la gente exhibe, se vuelve
insignificante y sin valor debido a los niveles masivos de coacción y agresión de
Estado que defienden. Incluso los nazis tenían buenos modales en la mesa, decían
"por favor" y "gracias" (en alemán), exhibían modos adecuados en su día a día y, en
general, eran corteses, cuando no estaban cometiendo asesinatos en masa.
Existe un contraste dramático entre cómo los estatistas tratan a los demás en sus
vidas personales y cómo defienden que el "gobierno" trate a los demás a través de "la

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ley". Millones de personas que se mostrarían muy reacias a golpear físicamente a otro
ser humano, sin embargo, perdonan con orgullo la subyugación violenta o asesinato
en masa de miles de personas. Lo llaman "apoyar a las tropas". Algunos estatistas
incluso dicen que se oponen a la guerra aunque paradójicamente, apoyan a las tropas.
Esto es comparable a decir que uno se opone a la violación pero apoya a los
violadores. Debido a que las tropas "gubernamentales" siempre usan la coacción y la
violencia contra inocentes, sin contar con los medios de defensa que usen, "apoyar a
las tropas" significa necesariamente apoyar la opresión. Pero debido a la mentalidad
de manada, y un programado apego emocional a los compatriotas, muchas personas
intentan disociar a "las tropas" de lo que hacen las "tropas".
En resumen, cada estatista (todos los que creen en el "gobierno") se engaña a sí
mismo creyendo que es una buena persona que apoya buenas acciones y se opone a
la injusticia, pervirtiendo el respeto por sus semejantes, ya que al mismo tiempo está
abogando por la superstición en la "autoridad", la cual está tan profundamente
arraigada en las mentes de las masas que pueden apoyar el mal a un nivel masivo,
casi incomprensible, mientras se imaginan a sí mismos como caritativos y sinceros.
Exigen que el "gobierno" haga cosas que nunca soñarían hacer por sí mismos. Se
imaginan a sí mismos como seres no violentos, civilizados e iluminados, al tiempo que
defienden sin problema, que todos sus vecinos sean robados y controlados a la fuerza,
y que los coloquen en prisiones o los maten, si se resisten. En verdad, la caridad
superficial, la compasión y el civismo de la humanidad no son más que una broma
cruel en comparación con lo que casi todos harán, o le pedirán a otros que hagan, en
nombre de la "autoridad".
Muchos padres y maestros repiten regularmente lo que quizás sea la regla más básica
de la humanidad, a veces llamada "La regla de oro": trata a los demás de la forma en
que quieres que te traten. Sin embargo, ninguno de los maestros, y casi ninguno de
los padres, que lanzan esa regla en realidad viven de acuerdo con esa regla, porque,
al igual que la "autoridad", defienden que la extorsión y la coacción se infrinja a todos
los que conocen. "La regla de oro" es esencialmente una fórmula para la anarquía: si a
alguien no le gusta ser dominado y controlado por la fuerza por otros, no debería
abogar por que otros sean dominados y controlados por la fuerza. Si uno quiere que lo
dejen en paz, debe dejar a los demás en paz. Si uno desea la libertad de dirigir su
propia vida, debe permitir a los demás la libertad de hacer lo mismo. Para decirlo sin
rodeos, defender la agresión contra otros, incluso a través de cualquier forma de
"gobierno", es totalmente incompatible con ser un ser humano caritativo, considerado,
compasivo, amable, decente y amoroso. Y la única razón por la que muchas personas
buenas continúan abogando por la agresión generalizada constante a través del
"gobierno" es porque han sido engañados para aceptar la mentira de que hay una
criatura llamada "autoridad" que no está sujeta a los estándares morales que se
aplican a los seres humanos.

La Cobardía del Liberal


Para ser franco, la gente quiere que exista una "autoridad" porque ellos mismos son
cobardes e inmaduros. Quieren una entidad todopoderosa que imponga su voluntad a
los demás. Esto se aprecia de diferentes formas en las variantes políticas, pero la
motivación básica es siempre la misma. El "liberal", por ejemplo, reniega de la
realidad. Él no quiere un mundo en el que el sufrimiento y la injusticia sean posibles.
Pero en vez de hacer lo que pueda como ser humano, pretende que el "gobierno" lo

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haga por él. Y quiere una entidad mágica para asegurarse de que todos, incluido él
mismo, sean alimentados, alojados y atendidos, sin importar lo vagos e irresponsables
que sean. En lugar de confiar en que los seres humanos se cuiden unos a otros, él
quiere una "autoridad" sobrehumana para garantizar la vivienda, la comida, el cuidado
de la salud y todo tipo de cosas para todos. Lo desea tanto, que se niega a aceptar la
verdad irrefutable de que tal garantía no es posible, y que si los simples mortales
cuidan de sí mismos y de los demás, nadie más lo hará por ellos.
El liberal ve el mundo como una continuación del aula, donde siempre hay una
"autoridad" al , que se asegurará de que los niños buenos sean recompensados y
protegidos de los niños malos. A cada niño se le dice qué hacer y cuando. Todo lo que
se le pide es que haga lo que le dicen, mientras se espera que no tenga ninguna
responsabilidad en absoluto por su propio bienestar, excepto a través de su
obediencia a la "autoridad". Él no buscará su comida, su refugio, su protección, o
cualquier otra cosa. Simplemente matendrá la fe en que las "autoridades" (por
ejemplo, maestros y padres) se encargarán de él. Dado que se crió en un entorno que
no se parece a la realidad, se le enseña a confiar en la "autoridad" para todas sus
necesidades.
Y el liberal continúa haciendo exactamente eso cuando deja la escuela. Nos dice que
cada persona tiene "derecho" a la vivienda, a la comida, a la atención médica y a otras
cosas, como si el “ratoncito Pérez” estuviera obligado a hacer que estas cosas
aparezcan mágicamente para todos. La naturaleza de la realidad, aunque lo mira a la
cara todos los días, es demasiado inquietante para que la reconozca, porque es muy
diferente del mundo en el que creció, donde la "autoridad" era la responsable de todo.
Los programas de "gobierno" apoyados por "liberales" son una manifestación de su
propio terror delirante hacia la realidad, y el rechazo de ver el mundo tal como es.
Temen tanto a la incertidumbre que tratan de especular con la existencia de una
entidad sobrehumana ("gobierno") que de alguna manera puede superar todas las
incertidumbres de la realidad y crear un mundo seguro y predecible. Y cuando este
héroe mitológico no solo no logra arreglar el mundo, sino que empeora las cosas
(como sucedió con los regímenes colectivistas de la Unión Soviética, Cuba, China y
muchos otros), el "liberal" sigue negándose a soltar su fe ciega en el dios omnisciente
y omnipotente llamado "gobierno".
Esta simple analogía hace colapsar toda teoría política "liberal". Si naufragan cien
personas en una isla, ¿qué significa decir que todos tienen "derecho" a la comida, o
que todos tienen "derecho" a la atención médica, o el "derecho" a un trabajo, o el
"derecho" a un "salario digno"? Si, por ejemplo, alguien tiene un "derecho" a la
vivienda, y la vivienda solo proviene del conocimiento, las habilidades y los esfuerzos
de otras personas, significa que una persona tiene derecho a obligar a otra persona a
construirle una casa. Esto es exactamente lo que sucede en un contexto más amplio,
cuando los "liberales" abogan por que algunas personas sean robadas a la fuerza a
través de "impuestos" a fin de proporcionar "beneficios" para los demás. La noción de
que las personas, en virtud de su mera existencia, tienen derecho a todo tipo de cosas
que se producen como resultado del conocimiento y el esfuerzo humanos, es ilusoria.
El resultado consecuencia de este punto de vista, supuestamente amoroso y
compasivo, es más violencia y esclavitud, porque si aceptamos que la "necesidad" de
alguien le da derecho a algo, eso significa que se le debe arrebatar por la fuerza a
cualquier otra persona que lo tenga o que pueda producirlo, a menos que lo suministre
por las buenas.

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El hecho de que esta actitud miope y animalista (el "colectivismo") se describa como
una filosofía "progresista" y compasiva no cambia el hecho de que es, en realidad,
indistinguible de la "filosofía" que rige ratas y cucarachas: al margen de quién ha
producido algo, si alguien más lo quiere (o afirma que lo "necesita"), puede tomarlo por
la fuerza. (El Manifiesto Comunista expresa este pensamiento así "obtener de cada
uno según su habilidad, dar a cada cual según su necesidad"). Por supuesto, hay una
diferencia fundamental entre sugerir que las personas que tienen riqueza de sobra
puedan ayudar voluntariamente a los menos afortunados, y abogar por el uso de la
violencia para que las cosas sean "justas". Los programas de "gobierno" nunca tratan
de pedir a las personas que se ayuden entre sí; al contrario, siempre tratan de usar
amenazas y agresiones para obligar a las personas a hacer ciertas cosas y
comportarse de ciertas maneras. Pero el mito de la "autoridad" permite a los "progres"
abogar por la violencia e intimidación generalizadas y constantes, mientras se
imaginan a sí mismos como afectuosos y compasivos. En esencia, lo que quieren los
"izquierdistas" políticos es una "madre" omnisciente y omnipotente que obligue a la
gente a compartir y llevarse bien, e ignoran el hecho de que esto no existe, y que
imaginar semejante cosa, solo agrega violencia, sufrimiento y miseria a la sociedad.

La cobardía de los conservadores


Por más que los "liberales" políticos quieran que un estado matriarcal gigante proteja y
cuide a todos, los "conservadores" políticos quieren un estado patriarcal gigante que
haga lo mismo. Los resultados son ligeramente diferentes, pero el delirio subyacente
es el mismo: el deseo de una poderosa "autoridad" para proteger a la humanidad de la
realidad. La ilusión de la "derecha" se centra menos en los mimos maternales y en
llevarte sujeto de la mano, y se centra más en la protección paternal y la disciplina. Los
"conservadores" quieren que se use la "autoridad" para crear una gran y poderosa
máquina de protección, y para imponer firmemente “cierta” moralidad a la población,
que ellos imaginan que es necesaria para la supervivencia de la humanidad. Su
negación de la realidad es tan fuerte como la de los izquierdistas. Nuevamente, la
analogía de la isla demuestra bien el punto. Si cien personas naufragaran en una isla,
¿quién imaginaría que obligar a la mayoría de ellos a servir y obedecer a un
"protector" sería lo más necesario o útil? ¿Y quién imaginaría que permitir que uno o
dos de ellos impusieran su moral al resto por la fuerza, haría que ese grupo fuera más
virtuoso?
La forma conservadora de "gobierno-padre" sería el equivalente de un padre de familia
disciplinario, que actúa como protector de la familia ante amenazas externas (el
equivalente a un ejército "gubernamental"), protector de cada miembro de la familia,
incluso de otros miembros del clan familiar (el equivalente de la "aplicación de la ley"
nacional), el que mantiene a los "indeseables" lejos de la familia (el equivalente de las
"leyes" de inmigración), así como ejecutor de la la ley moral, y el que castiga a los
familiares que desobedecen la reglas. Este último ejemplo equivale a las "leyes" contra
la pornografía, la prostitución, el juego, el consumo de drogas y otros hábitos o
comportamientos que, aunque no supongan forzar o cometer fraude para nadie, son
considerados por algunos como destructivos (física, moral o espiritualmente) para los
que participan en ellos.
Pero tratar de imponer por la fuerza cierta moral, es más dañino que los propios
comportamientos. Aparte del hecho de que nadie tiene el derecho de controlar por la
fuerza las elecciones no violentas de otro, también es muy peligroso establecer el

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precedente de que es adecuado usar la violencia para eliminar comportamientos
indecorosos o desagradables. Una vez que tal premisa es aceptada, la sociedad
humana se convertirá en una guerra constante de todos contra todos. Nunca habrá un
momento en que todos compartan los mismos valores y puntos de vista. La paz y la
libertad no pueden existir si cada diferencia de opinión y cada diferencia de estilos de
vida o comportamientos conducen a un conflicto violento a través de la coacción del
"gobierno". La civilización, un estado de coexistencia pacífica, no es el resultado de
que todos crean lo mismo, sino personas que aceptan abstenerse de usar violencia,
contra personas que no creen lo mismo. El estatismo "conservador", al igual que su
versión "liberal", garantiza luchas y conflictos perpetuos pues busca anular el libre
albedrío y el juicio individual con la llamada moralidad de la clase dominante, cuyo
primer principio es el formateo mental forzado y la mismidad. Por supuesto, la
violencia jamás puede crear virtud, quizá a veces crea obediencia, pero todos los
intentos de "obligar" a las personas a ser morales y virtuosas están condenadas al
fracaso y, en última instancia, no hacen más que aumentar los niveles de violencia y
conflicto en la sociedad.

Verdadera tolerancia
La creencia en la "autoridad" es tan fuerte que mucha gente asocia automáticamente
la desaprobación de algo con querer que el "gobierno" lo haga "ilegal". En su vida
privada, la mayoría de las personas no pensaría en recurrir a la violencia contra cada
persona con la que se encuentre que tenga un hábito o estilo de vida que les parezca
desagradable. Casi todos, de forma regular, toleran las conductas de los demás,
aunque quizás no les gusten. Por supuesto, "tolerar" algo, solo significa permitir que
exista (es decir, abstenerse de intentar detenerlo por la fuerza); no significa perdonarlo
o aprobarlo. La verdadera tolerancia es lo que permite que personas con diferentes
puntos de vista y sistemas de creencias coexistan pacíficamente.

Irónicamente, la "tolerancia" a menudo es utilizada por los estatistas como excusa que
desemboca en intolerancia. Por ejemplo, si un empresario decide no contratar o hacer
negocios con alguien en función de su raza, religión, orientación sexual o alguna otra
característica externa de esa persona, algunos lo llamarán "intolerante" (aunque no lo
es) y luego exigirán que la "autoridad" use la fuerza de la "ley" para obligar al
empresario a contratar a quien la "autoridad" crea que debería contratar. Y eso sí que
es intolerancia, porque equivale a negar el derecho de que una persona tome sus
propias decisiones sobre a quién contratar y con quién comerciar.
Este es solo uno de los muchos ejemplos de cómo la creencia en la "autoridad"
exacerba las diferencias e introduce violencia allí donde de otro modo no ocurriría. Hay
varias formas no violentas mediante las cuales se pueden desalentar comportamientos
reprobables. Considere el ejemplo de un empresario que se niega a contratar a negros
(lo que, por extraño y reprobable que parezca, no es un acto de agresión, es solo una
decisión). Aquellos que encuentran esta política de empresa ofensiva pueden
boicotear los negocios de ese empresario, no comprando sus productos, o hablando a
otros de sus prácticas o creencias. En cambio, la respuesta común a esta situación es
que los estatistas soliciten a la "autoridad" que obligue por la fuerza a las personas a
tomar decisiones, supuestamente justas e ilustradas.

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Lo mismo ocurre con muchos otros problemas sociales. La lucha sobre si el
matrimonio entre personas del mismo sexo debe ser "legalmente" reconocido o no, es
una prueba más de como compiten en intolerancia ambos lados. No está justificado
impedir por la fuerza que dos hombres digan que están casados, ni está justificado
obligar a otra persona a reconocer una relación como "matrimonio". La idea de que
todos deben tener la misma idea de lo que constituye el matrimonio (o de cualquier
otra relación) es un síntoma de conformidad al fascismo. Del mismo modo, las leyes
contra la "obscenidad" intentan limitar forzosamente lo que las personas pueden leer o
ver, las "leyes de narcóticos", así como gran parte de lo que hace la FDA (industria
farmacéutica), constituyen intentos de limitar por la fuerza qué sustancias pueden
ingerir las personas. Las "leyes de salario mínimo" tratan de controlar por la fuerza lo
que dos personas pueden aceptar en un trato. Las leyes "antidiscriminatorias" intentan
obligar a las personas a hacer tratos y asociaciones que no desean. Las "leyes" como
la "Ley de Estadounidenses con Discapacidad" son intentos de usar la fuerza, en
nombre de la "equidad", para controlar qué servicios deben ofrecer las personas, y
permite cosas como cerrar un negocio si el propietario no puede permitirse instalar una
rampa para sillas de ruedas.
Todas esas "leyes", todos esos actos de "autoridad" y "gobierno" son actos de
agresión, exactamente lo opuesto a la tolerancia. Es absurdo tratar de forzar a las
personas a ser amables, imparciales o compasivas, no solo porque agredir es
inherentemente erróneo, sino también porque nunca habrá una idea única de lo que es
justo y compasivo. Tener a millones de personas luchando constantemente por la
espada de la "autoridad", cada uno con la esperanza de imponer por la fuerza su
visión de la "bondad" sobre todos los demás, ha sido la causa directa de la mayor
parte de la violencia y la opresión en la historia. Aunque pueda parecer contradictorio,
este hecho es históricamente indiscutible: la mayor parte del mal cometido a lo largo
de la historia proviene de los intentos de usar la "autoridad" para lograr cosas buenas.
La constitución de la Unión Soviética, por ejemplo, describía una "autoridad" que debía
tratar a todos por igual, independientemente de su raza o religión, ocupación o sexo, y
preservar los derechos individuales de todos los ciudadanos en su vida económica,
política y social. Los "derechos" enumerados en la Constitución soviética incluyen la
libertad de expresión y la libertad de religión, el derecho al trabajo, el derecho al
descanso y el esparcimiento, el derecho a la vivienda. el derecho a la educación, el
derecho a la atención de la salud y el derecho de los ciudadanos a ser atendidos en su
vejez, entre otras cosas. El resultado real de ese noble experimento, sin embargo, fue
la represión constante y violenta, el acoso y la intimidación, la esclavitud económica, la
supresión forzada de pensamientos y opiniones, la pobreza generalizada y el
asesinato de decenas de millones de seres humanos, muchos a través del hambre
intencionalmente orquestada. La constitución de la República Popular de China es
muy similar a la de la Unión Soviética, y los resultados fueron similares también:
represión y tiranía violentas generalizadas, así como asesinatos en masa. (El intento
de las "autoridades" chinas de usar la fuerza del estado para reducir el crecimiento de
la población, ha tenido resultados particularmente horrendos y deplorables).
Los tiranos siempre han profesado tener las más nobles intenciones por todo lo que
hacen. Pero incluso las buenas intenciones, cuando se suman a la creencia en la
"autoridad", siempre acaban en violencia inmoral, a veces hasta un grado casi
incomprensible. Incluso sin todos los ejemplos históricos, debería ser obvio que tratar
de lograr la compasión y la equidad, el amor y la virtud, la cooperación y la fraternidad,
por medio de la agresión autoritaria y la violencia, es una locura, y ese "gobierno", por

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su propia naturaleza, como herramienta de control forzoso, nunca podrá conducir a la
justicia, la paz y la armonía.
También vale la pena señalar que tanto la izquierda como la derecha están
entusiasmadas con el concepto de "igualdad", con la derecha presionando por
"igualdad bajo el imperio de la ley" y la izquierda presionando por la “igualdad por la
sociedad”. Pero ninguno realmente quiere una verdadera igualdad, porque ambos
bandos eximen a la clase dominante de la "igualdad". La verdadera igualdad excluiría
a cualquier "gobierno", porque un gobernante y un sujeto obviamente nunca pueden
ser iguales. Lo que los estadistas realmente quieren es igualdad entre los esclavos,
pero que permanezca una enorme desigualdad entre los esclavos y la elite. Esto
demuestra nuevamente que ven al "gobierno" como algo sobrehumano, pues nunca se
les ocurre, que ya que impulsan la "igualdad para todos", que dicha igualdad también
debería incluir a políticos, militares y policías.

Grande o Pequeño, de Izquierdas o de Derechas, el Estado es el Mal


Todas y cada una de las personas que abogan por un "gobierno" en cualquier forma,
sea liberal, conservadora, moderada, independiente, comunista, fascista,
constitucionalista o de cualquier otra índole, cree que los representantes de la
"autoridad" tienen el derecho cometer actos malvados a gran escala, actos que, si los
hiciera alguien por su cuenta, sería reconocidos como inmorales. Todos los estatistas
creen que las personas que conforman el "gobierno" tienen una exención de la moral
humana básica, y no solo pueden hacer cosas que otros no tienen derecho a hacer,
sino que deben hacer estas cosas por el (supuesto) bien de la sociedad . El tipo y el
grado de agresión varían, pero todos los estatistas abogan por usarla.
En la mitología estatista, el "ala izquierda" y el "ala derecha" de la política aparecen
como opuestas. En realidad, son dos caras de la misma moneda. La diferencia radica
solamente en lo que los votantes esperan de aquellos que toman el poder hagan con
dicho poder. Pero en la práctica, los políticos, tanto de "izquierda" como de "derecha"
participan en la redistribución de la riqueza, en el control de la guerra, el control
centralizado del comercio y numerosas restricciones coercitivas sobre el
comportamiento de sus súbditos. A medida que las posiciones de "derecha" y de
“izquierda" se acercan al poder completo, se vuelven completamente indistinguibles
entre sí. El supuesto régimen de "extrema derecha" de Hitler y el régimen
supuestamente de "extrema izquierda" de Stalin eran prácticamente idénticos.
Cualquiera que sea el propósito original declarado de cualquiera de los dos, el
resultado final es siempre que los políticos obtienen el poder completo y el control,
mientras que todos los demás obtienen la impotencia y la esclavitud. Que se le permita
elegir entre la "izquierda" y la "derecha" le proporciona a la gente el mismo poder y
libertad como permitirles elegir entre muerte por ahorcamiento o muerte por
fusilamiento. Y agregar una tercera vía independiente, solo agregaría la opción más,
por ejemplo, muerte por electrocución. Mientras la gente discuta solo sobre qué grupo
mafioso debe esclavizar a los demás (también conocida como "democracia"), la gente
seguirá esclavizada.
Irónicamente, los estadistas de toda clase política lamentan la influencia que los
"grupos de poder" y las “minorías especiales" tienen sobre los políticos, ignorando el
hecho de que cada votante tiene una minoría especial en sí mismo , y que cada
colaborador de campaña es un “grupo de poder” en realidad. Una vez que la gente

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acepta la premisa de que el "gobierno" tiene el derecho de gestionar forzosamente la
sociedad, aparece la competencia perpetua entre grupos de poder, cada uno
arrojando dinero en campaña y favoreciendo a los políticos para que les beneficien
luego en sus negocios, es algo inevitable. Es absurdo abogar por el control autoritario
("gobierno") solo para luego quejarse del efecto desagradable del control autoritario
por personas que intentan comprar influencia. Los políticos solo se pueden comprar
porque se venden fácilmente, y tienen el poder de venderse solo porque la gente cree
en el "gobierno". El poder del Estado siempre se usará para cumplir la agenda de una
persona a expensas de otras (¿de qué otro modo podría ser utilizada la coacción?),
haciendo que la idea de "corrupción gubernamental" sea redundante. Todo estadista
quiere que su "gobierno" imponga su voluntad a los demás por la fuerza, pero lo llama
"corrupción" cuando lo impone otro grupo político, la hipocresía es asombrosa.
Del mismo modo, los expertos conservadores, en radio y en otros medios, critican a
los liberales por abogar por la redistribución forzosa de la riqueza, mientras que los
expertos de izquierda hacen exactamente lo mismo, con fines ligeramente diferentes.
Hablan del bienestar, pero obtenido a través de subsidios corporativos, o hablan de los
intentos de legislar "justamente" mientras apoyan la "guerra contra las drogas", o
hablan de planes liberales para nacionalizar la industria mientras se apoya a un
ejército gubernamental gigantesco financiado por la fuerza. Todo esto muestra una
completa ausencia de principios filosóficos. Al mismo tiempo, es igualmente hipócrita
ver a los liberales condenar con vehemencia a los belicistas de "derecha" mientras
apoyan una extorsión gigante, intrusiva y nociva ("impuestos"), o verlos quejarse de la
"intolerancia" de la "derecha" mientras abogan por toda clase de controles de conducta
autoritarios. En verdad, no hay diferencia real entre los principios filosóficos de un
estatista y otro, y es que ambos aceptan la premisa de que una clase dominante, con
el derecho de controlar y robar a la población, es necesaria y legítima. El único
argumento que queda después de esto ni siquiera se trata de un principio, sino
simplemente de un debate sobre cómo se distribuirá el botín y qué condiciones se
deben imponer a los esclavos. No existe un conservador tolerante, o un liberal
tolerante, porque ninguno de ellos tolera que las personas gasten su dinero como
quieran y que controlen sus propias vidas.
Es cierto que el grado de maldad y los tipos de agresión inmoral propugnados varían
según los diferentes estilos de estatismo, los constitucionalistas, por ejemplo, abogan
por niveles relativamente bajos de robo y extorsión ("imposición") y defienden que solo
ciertas actividades específicas y ciertos comportamientos deberían controlarse a
través de amenazas y coerción ('regulación'). Pero todo poder que cualquier
constitución pretende otorgar a un grupo legislativo es un poder que no poseerán los
simples mortales. ¿Quién se molestaría en escribir en una constitución una línea que
pretenda delegar en ciertas personas un derecho ya poseído por todos? Todas esas
"concesiones de poder" , cualquier documento que pretenda crear un "gobierno" o
facultar a una "legislatura" para hacer cualquier cosa, son claros intentos de emitir una
licencia para cometer el mal. Sin embargo, como debería ser evidente, ninguna
persona o grupo de personas, independientemente de los documentos que creen o los
rituales que realicen, pueden otorgar a otra persona un permiso moral para cometer el
mal. Y poner supuestos "límites" a dicho permiso no lo hace más sensato o legítimo.
En resumen, abogar por el "gobierno" siempre es abogar por el mal.
Liberales y conservadores insisten en que alguien debe estar "al cargo", porque esa es
la realidad en la que se criaron: lo único que se requiere de ellos es que sigan siendo
obedientes a la autoridad, para lo que han sido entrenados, aunque tienen poca o

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ninguna idea de qué hacer si se los deja a su aire, sin nadie que les diga qué hacer.
Así que se niegan a crecer y tratan de soñar con la existencia de una "autoridad"
sobrehumana. Paradójicamente, a pesar de que no existe una especie terrestre por
encima de los seres humanos, buscan fabricar esta entidad sobrehumana a partir de la
nada, que será superior a los seres humanos, y luego intentan otorgarle cualidades,
derechos y virtudes sobrehumanas.
Todo el concepto es delirante, pero lo comparte la gran mayoría de las personas de
todo el mundo, que se niegan a aceptar el hecho de que no existe un atajo para
determinar lo correcto y lo incorrecto, que no existe ningún truco de magia que haga
que la verdad y la justicia prevalecezcan automaticamente, que no existe un "sistema"
que pueda garantizar la seguridad o la equidad, y que los seres humanos mortales
cotidianos, con todas sus deficiencias y errores, son la mejor y única esperanza para
la civilización. No hay ratoncito Pérez, Santa Claus, o una entidad mágica llamada
"gobierno", que puede hacer que una especie inmoral se comporte moralmente, o
hacer que un grupo de personas imperfectas funcione perfectamente. Y la creencia en
tal entidad, no solo es simplemente inútil e ineficaz, sino que aumenta drásticamente la
estupidez general, el conflicto, la injusticia, la intolerancia, la violencia, la opresión y el
asesinato en la sociedad humana. No obstante, la mayoría de los adoctrinados en la
adoración del "gobierno" prefieren aferrarse a sus supersticiones familiares,
terriblemente destructivas, atrozmente perversas y profundamente antihumanas, antes
que crecer, y aceptar el hecho de que no hay nadie por encima de ellos, que no hay
mamá o papá gigante para salvarles el día en que estén en problemas, y que cada
uno de ellos es personalmente responsable de decidir qué debe hacer y cómo hacerlo.
Lamentablemente, prefieren sufrir el infierno de la guerra perpetua y el esclavismo
total, antes que confrontar la incertidumbre y la responsabilidad que conlleva la
libertad.
La creencia en la "autoridad" niega y anula casi todos los efectos positivos de las
creencias religiosas y morales. Lo que la mayoría de la gente llama su "religión" es
una palabra vacía, y lo que la mayoría de la gente dice que es su virtud moral es
irrelevante, eso sí, siempre y cuando crean en el mito de la "autoridad". A los
cristianos, por ejemplo, se les enseñan cosas como "Si alguien te golpea, ofrece la
otra mejilla, "Ama a tu prójimo" (e incluso "Ama a tu enemigo") y "Haz a los demás lo
que quieras que te hagan a ti". Sin embargo, todo cristiano que cree en el "gobierno"
constantemente abandona estos principios, abogando por una permanente agresión
contra todos, amigos y enemigos, vecinos y desconocidos, a través del culto al
"gobierno". Puede mostrar una actitud piadosa, religiosa, compasiva, amorosa y
virtuosa, mientras "vota" por una pandilla de matones que promete usar la violencia
para controlar las acciones de todos aquellos que conoces. Es el colmo de la
hipocresía. Abstenerse de robar personalmente al prójimo, mientras presionas a
alguien de la “autoridad” para que lo haga, es a la vez cobarde e hipócrita. Sin
embargo, casi todos los cristianos (y también, los siervos de las demás religiones)
hacen semejantes cosas de forma habitual, a través de la defensa "política".
Como se mencionó antes, la fe en el "gobierno" es una creencia puramente religiosa.
Como tal, la gran mayoría de aquellos que usan la etiqueta "atea" no son en realidad
ateos, porque creen en el dios llamado "gobierno". No lo reconoceran jamás como una
creencia religiosa, por supuesto, pero su creencia en ese etéreo salvador
sobrehumano de la humanidad ("autoridad") es tan profundo y basado en la fe como
cualquier otra creencia religiosa. Irónicamente, los ateos a menudo se apresuran a
señalar la destrucción que se ha cometido a lo largo de la historia en nombre de la

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religión, pero no se dan cuenta de los horripilantes resultados del dios al que se
doblegan: el "gobierno". Los ateos tienen toda la razón al señalar que cuando las
iglesias eran la "autoridad" aceptada -organizaciones que consideraban tener el
derecho de controlar por la fuerza a otros- muchas de ellas cometían actos de
terrorismo a gran escala, torturas y asesinatos. Pero lo que la mayoría de los ateos
modernos no se dan cuenta, a pesar de la clara evidencia que tienen ante sus ojos, es
que son miembros de la iglesia más destructiva de la historia, la iglesia del "gobierno",
que ha logrado causar estragos, muerte y destrucción en un nivel mucho más allá de
lo que hicieron las iglesias más crueles del pasado. Por ejemplo, durante el lapso de
doscientos años, alrededor de uno o dos millones de personas fueron asesinadas en
las guerras religiosas conocidas como "las Cruzadas". En comparación, en la mitad de
esa cantidad de tiempo en el siglo XX, las "políticas progresivas" de los "gobiernos"
colectivistas mataron a la gente en cantidades multiplicadas por 100. Los avances en
la tecnología sin duda jugaron un papel importante en el aumento de las muertes, pero
el punto a observar es que si la máscara de "autoridad" es usada tanto por la iglesia o
por el estado, la superstición es terriblemente peligrosa y los resultados, terriblemente
destructivos. El hecho de que tantos ateos condenen con entusiasmo una forma de
superstición, mientras la defienden con vehemencia en otra forma, muestra un
asombroso grado de ceguera selectiva. A menudo vemos que, los más críticos con la
opresión a través de la "religión", suelen ser algunos de los más devotos "verdaderos
creyentes" en el dios llamado "gobierno".
Nuevamente, para aquellos que creen en el "gobierno", existe todo un mundo de
diferencia entre el comportamiento individual aceptable y el comportamiento aceptable
del "gobierno". Cuando un individuo roba 100 €, es visto como un crimen inmoral;
cuando aquellos en el "gobierno" roban billones de euros cada año, se lo considera
aceptable. Si la persona promedio imprime su propio billete de 100 €, sale a la calle y
se lo gasta, se considera fraude y falsificación, un acto inmoral e ilegal similar al robo.
Cuando el "gobierno" otorga permiso "legal" para que el Banco Central haga lo mismo,
pero con billones de "euros" ficticios y extralimitados, se consideran aceptables,
incluso útiles y necesarios. Por otra parte, la mayoría de los "gobiernos" han declarado
que el hombre normal no está "autorizado" a poseer armas de fuego, aunque a los
mercenarios del gobierno si se les permite tener armas de fuego, aviones de combate,
tanques, misiles e incluso ojivas nucleares.
Irónicamente, estas armas, con la excepción de las armas nucleares, se ponen
habitualmente en manos de las mismas personas que, antes de convertirse en
mercenarios del estado, tenían prohibido poseer armas de fuego. En otras palabras,
cuando esos individuos usan su propio juicio, los políticos les declaran estúpidos,
indignos de confianza y demasiado peligrosos para que la sociedad les confíe un
simple revólver, pero cuando esas mismas personas siguen ciegamente órdenes de la
cadena de mando, esos mismos políticos declaran que se puede confiar en que
tengan rifles de asalto, rifles de francotirador, granadas, ametralladoras, tanques,
aviones de combate, bombarderos, artillería pesada y otras innumerables
herramientas de destrucción a gran escala.
Además del abismo que existe entre lo que las masas perciben como un
comportamiento individual aceptable y un comportamiento aceptable del "gobierno", el
sentimiento público de cuándo el "gobierno" ha llegado "demasiado lejos" parece casi
aleatorio. Los estándares por los cuales se juzga a las personas normales son simples
y constantes: si roban, defraudan, asaltan o asesinan, eso es malo. Pero la medida de
lo correcto y lo incorrecto para el "gobierno" parece en gran medida arbitraria. Por

102
ejemplo, ahora se acepta ampliamente que "prohibir el alcohol" no estaría justificado,
pero "prohibir" la marihuana -y utilizar una violencia constante para hacer cumplir esa
prohibición- es legítimo. Como ejemplo de contradicción aún más extraña, la mayoría
de la gente se ofendería legítimamente si el "gobierno" intentara obligar a todos a
recoger la basura en su vecindario, pero la mayoría lo acepta como legítimo cuando el
"gobierno", a través del "reclutamiento" militar, coacciona a las personas ir a otro país
para matar personas o morir. Curiosamente, este ejemplo tan atroz de trabajo forzado,
que obliga a la gente a recorrer medio mundo para asesinar a completos extraños,
incluso es cometido por un "gobierno" cuyas propias reglas (es decir, la Decimotercera
Enmienda, de la constitución de EEUU) prohíben la "servidumbre involuntaria".
Está claro que los límites de lo que el "gobierno" puede hacer, en lo que respecta al
público en general, no se basan en ningún principio en absoluto. Una razón por la cual
las personas, por todo el mundo y a lo largo de la historia, han sido tan indolentes en
resistir la tiranía ha sido el propio crecimiento de la tiranía, pues mientras sea lento y
constante, nunca se considera que los tiranos hayan "cruzado la línea". Al carecer de
algún principio subyacente por el cual medir el bien y el mal, no puede existir una línea
que cruzar. La creencia en la "autoridad" es completamente incompatible con cualquier
principio moral, precisamente porque la esencia de la creencia es la idea de que
quienes están en "autoridad" no están sujetos a las mismas reglas de conducta que
sus súbditos. Lógicamente, ¿cómo podrían los sujetos sentirse justificados al dictar
normas de conducta a sus amos? Y si la "tasa impositiva" (confiscación forzosa de la
riqueza) aumenta del 62% al 63%, ¿cómo podría un estadista en principio declarar que
se ha cruzado alguna línea, o que el "gobierno" se había extralimitado? No puede
haber objeción de principio al robo a menos que sea una objeción contra cualquier
nivel de robo, incluso si es "legal". Si el 1% de la confiscación forzada de la riqueza por
parte del "gobierno" es legítimo por principios, entonces también lo seria el restante
99%. O los gobernantes son dueños de la gente, y tienen el derecho de robar todo lo
que quieran, o la gente se posee a sí misma, con lo que los gobernantes no tienen
derecho a arrebatarles nada por la fuerza. No puede haber ningún término medio.
¿Cómo podría haberlo? ¿Qué posible base racional podría mantener la creencia de
que un 46% de esclavitud es bueno, pero que el 47% de esclavitud es malo? ¿Cómo
podría haber una base de principios en algún lugar entre 0% y 100%?
Cuando la violencia del "gobierno" se vuelve demasiado generalizada, arbitraria y
viciosa, los estatistas comienzan a cuestionarla muy suavemente. Pero no hay
principios reales que guíen la forma en que juzgan la rectitud de las acciones de la
clase dominante. Una vez que se acepta que un grupo de personas tiene el derecho
inherente de cometer actos de agresión contra otros, no existe un estándar objetivo
para limitar ese derecho. Si el "gobierno" puede exigir que las personas tengan una
"licencia" para conducir a la tienda de la esquina, ¿por qué no puede exigir que las
personas tengan una "licencia" para caminar por la calle? Si es legítimo que los
"legisladores" exijan que se registren y reglamenten las armas de fuego privadas, ¿por
qué no es legítimo exigir que se registren y reglamenten todas las formas de
expresión? Si está bien que los políticos formen un monopolio mediante el uso de la
fuerza del "gobierno" para la entrega de cartas (como lo ha hecho el Servicio Postal de
casi todos los paises), ¿Qué les impide crear un monopolio "gubernamental" por la
fuerza para controlar los servicios telefónicos?
La razón por la cual el "gobierno" siempre supone ser una pendiente resbaladiza, que
se aleja constantemente de la libertad y se dirige hacia el totalitarismo, es que una vez
que alguien acepta la premisa de una clase dominante, no hay ninguna base objetiva

103
para establecer ningún límite a los poderes de esa clase dominante. No puede haber
un estándar moral racional que sostenga decir que determinada persona tiene derecho
a cometer actos de agresión (robo, intimidación, asalto y coacción), pero que puede
cometer estos actos solo hasta cierto punto, y solo si es "necesario". El hecho de que
los esclavos reconozcan que son propiedad legítima de otra persona, y luego afirmen
que hay límites sobre lo que sus dueños pueden hacer con ellos, es una contradicción
lógica. El hecho de que un individuo acepte cualquier amo (incluido uno llamado
"gobierno"), y luego imagine que él, el sujeto, decidirá el alcance de los poderes del
amo, desafía la lógica y la realidad. Sin embargo, eso es lo que todos los creyentes en
el "gobierno representativo" intentan creer.
En resumen, aquellos que creen en la "autoridad" han aceptado, en el nivel más
básico, que son propiedad de otras personas, concretamente de las personas que
dicen ser la "autoridad". Habiendo aceptado esa idea, luego procederan a suplicar
favores a sus amos. Sin embargo, al hacerlo, las personas refuerzan continuamente la
idea de que, en última instancia, corresponde a los amos que se hará con los sujetos.
El único mensaje constante que hace eco a lo largo de todo el "proceso político" es
este: "Aquí están las cosas que nosotros, las personas, les pedimos que ustedes, los
gobernantes, nos permitan hacer". El mensaje implícito subyacente a toda acción
política es que el solo el poder que tiene la gente es el poder de lloriquear y suplicar, y
que, en última instancia, siempre depende de los amos lo que sucederá. Impulsar
cualquier cambio en "la ley" es aceptar que "la ley" es legítima.
Por el contrario, si un conductor armado fuera abordado por un ladrón de coches con
un cuchillo, el conductor no sentiría la necesidad de negociar con el agresor para
rogarle que le diera permiso para quedarse con su propio automóvil. Si el conductor
tuviera los medios para repeler por la fuerza al atacante, tendría todo el derecho de
hacerlo. Pedir algo es aceptar que la decisión es de otra persona. Pedirle a los que
están en el "gobierno" un poco más de libertad es admitir que depende de ellos si las
personas pueden ser libres o no. En otras palabras, pedir libertad es no ser libre, sino
aceptar la subyugación de alguien más. Considere el oxímoron que supone el que una
persona reclame tener un "derecho inalienable" para hacer algo, y luego pedirle a los
políticos su permiso legislativo para hacer eso. La creencia en la "autoridad"
finalmente lleva incluso a aquellos que se imaginan a sí mismos como ardientes
defensores de la libertad a condonar su propia subyugación. No importa cuán fuerte
"demanden" que los políticos cambien alguna "ley", estos que dicen amar la libertad,
mientras siguen sufriendo la superstición de "autoridad", simplemente refuerzan la
legitimidad del control de la clase dominante sobre ellos, aprobando el hecho de que la
gente necesita un permiso "legislativo" de la clase gobernante para tener derecho a
hacer cualquier cosa.

El efecto del mito en los defensores de la libertad


El "gobierno" en sí mismo no hace daño, porque es una entidad ficticia. Pero la
creencia en el "gobierno" (la idea de que algunas personas realmente tienen el
derecho moral de gobernar a los demás) ha causado un dolor y sufrimiento
incalculables, infinita injusticia y opresión, y finalmente, esclavitud y muerte. El
problema fundamental no reside en el conjunto de corporaciones estatales, ni en algún
grupo de políticos, ni en una pandilla de soldados o ejecutores. El problema
fundamental no es una organización que pueda ser derrocada o "reformada". El
problema fundamental es la creencia en sí misma, el engaño, la superstición y el mito

104
de la "autoridad", que reside en las mentes de varios miles de millones de seres
humanos, incluidos los que más han sufrido debido a esa creencia. Irónicamente, la
creencia en la "autoridad" afecta dramáticamente la percepción y las acciones incluso
de aquellos que están luchando activamente contra un régimen en particular. La
superstición altera y limita drásticamente las formas en que los disidentes "luchan"
contra la opresión y convierte en inútiles sus esfuerzos: Además, en la rara ocasión en
que un tirano en particular es derrocado, una forma de opresión casi siempre es
reemplazada por otra, que frecuentemente, es incluso peor que la anterior.
En lugar de luchar contra una bestia inexistente, lo que los "luchadores por la libertad"
deben hacer es reconocer que no es real, que no existe, que no puede existir, y luego
actuar en consecuencia. Por supuesto, si solo unas pocas personas superan la
superstición, es probable que sean ridiculizadas, condenadas, atacadas, encarceladas
o incluso asesinadas, por aquellos que todavía son firmes creyentes en el mito, pero si
una minoría significativa de personas superara la superstición y cambiara su
comportamiento en consecuencia, el mundo cambiaria drásticamente. Cuando la
gente realmente quiera la verdadera libertad, la logrará sin la necesidad de ninguna
elección o revolución.
El problema es que pocos quieren que la humanidad sea realmente libre, y casi nadie
se opone a la opresión en principio. A saber, los efectos del mito de la "autoridad"
permanecen intactos incluso en la mente de la mayoría de las personas que se
consideran rebeldes, antisistema y librepensadores. Durante su adolescencia, muchas
personas atraviesan un período de aparente rebeldía, que consiste principalmente en
hacer todo aquello que los que están en "autoridad" les dicen que no hagan: fumar,
promiscuidad sexual, consumir drogas, usar irreverentes ropas o peinados, hacerse
tatuajes o piercings corporales, etc., aún así, sus acciones siguen estando
controladas, aunque de manera solapada, por el mito de la "autoridad". En lugar de
obedecer por el simple hecho de obedecer, desobedecen por desobedecer, pero no
muestran signos de poder pensar por sí mismos. Se comportan como niños enojados
en lugar de niños complacientes, pero en última instancia, no se comportan como
adultos. Y en la mayoría de los casos, su deseo natural de romper las cadenas de la
"autoridad" no dura mucho, "superan" sus tendencias antiautoritarias y se transforman
gradualmente en "ciudadanos modelo", es decir, sujetos obedientes.
Por ejemplo, los hippies supuestamente radicales y antiautoritarios de la década de
1960 se convirtieron, de alguna forma, en el nuevo "gobierno" en los Estados Unidos
años más tarde, con la presidencia de Bill Clinton. Incluso los "pacifistas" cuyo mantra
era "vive y deja vivir", cuando se les dio la oportunidad de convertirse en la nueva
"autoridad", eligieron forzar la vida de otros tanto o más que sus predecesores, incluso
a través de la conquista militar. Del mismo modo, aquellos en la "Generación X", los
seguidores de "MTV", y así sucesivamente, siempre han centrado sus esfuerzos en
poner en el poder a las personas que están de acuerdo con ellos, en lugar de trabajar
para lograr la libertad. Hay una diferencia fundamental entre tener quejas sobre una
clase gobernante particular, y reconocer y oponerse a la locura de la "autoridad". En
resumen, en todas las diversas manifestaciones sociales de la llamada rebeldía e
inconformidad, casi ninguna ha escapado realmente del mito de "autoridad". En
cambio, simplemente han intentado crear una nueva "autoridad", una nueva clase
gobernante, un nuevo "gobierno", una nueva máquina centralizada de coacción
mediante la cual podrían someter y controlar por la fuerza a sus vecinos. En resumen,
casi todos los llamados "rebeldes" son falsos, pues pretenden resistirse al "hombre",
cuando realmente solo quieren ser "el hombre".

105
Y esto es de esperar, si se parte del supuesto de que debería existir una "autoridad", y
de que un "gobierno" que ejerza control sobre una población es una situación legítima,
¿por qué alguien no querría ser el que está al mando? Cada persona, por definición,
quiere que el mundo sea como él cree que debería ser, y ¿qué mejor manera de
lograrlo que convertirse en rey? Si alguien acepta la noción de que el poder autoritario
es válido, ¿por qué no iba a querer que se usara para tratar de crear el mundo como
uno lo desea? Esta es la razón por la cual las únicas personas que realmente
defienden la libertad en principio son anarquistas, personas que entienden que
dominar por la fuerza a otros no es legítimo, incluso cuando se hace con la "ley", e
incluso cuando se hace en nombre de "la gente" o por el bien común. Hay una gran
diferencia entre luchar por un amo nuevo, aunque sea más sabio y más noble, o luchar
por un mundo de iguales, donde no haya amos ni esclavos.
La misma falla se observa al reconocer el problema que ocurre también en una
"reforma" más mundana y relativamente pacífica. En los EE.UU., por ejemplo, una
gran parte de la población es perfectamente capaz de ver la injusticia que resulta de la
"guerra contra las drogas", del belicismo global, y otras violaciónes de los derechos
civiles cometidos por tiranos republicanos. Sin embargo, al no reconocer la creencia
en la "autoridad" como el verdadero problema, la solución propuesta por aquellos que
reconocen tal injusticia es dar las riendas del "gobierno" a los tiranos Democratas en
su lugar. Mientras tanto, otra gran parte de la población es perfectamente capaz de ver
la enorme injusticia resultante, "Impuestos", microgestión de la industria, los esquemas
de redistribución de la riqueza, el desarme de los ciudadanos ( "control de armas"),
etc. Pero, al no reconocer la creencia en la "autoridad" como el verdadero problema, la
solución propuesta por aquellos que reconocen tal injusticia es dar las riendas del
"gobierno" de nuevo a los tiranos republicanos. Y así, década tras década, la máquina
de la opresión cambia de manos, mientras que la libertad individual, en todos los
aspectos de la vida, continúa menguando.
Algunas personas, viendo el desastre causado por el sistema bipartidista, culpan al
"extremismo" de los efectos negativos del "gobierno". Sospechan que si la gente solo
apoyara una forma de coacción de control en algún lugar entre la "extrema izquierda" y
la "extrema derecha", las cosas mejorarían. Tales personas dicen ser independientes,
de mente abierta y moderadas, pero en realidad son simplemente defensores
generales de la opresión en lugar de ser defensores de un sabor particular de
opresión. La "izquierda" y la "derecha" son simplemente dos máscaras que usa una
clase dominante, y fabricar una máscara nueva que suponga un compromiso entre las
otras dos no tendrá ningún efecto sobre la naturaleza de la bestia o la destrucción que
causa, es decir, un puesto a medio camino entre la tiranía de "izquierda" y la tiranía de
"derecha" no da como resultado la libertad, sino que nos da una tiranía bipartidista.
Entre los que votan demócrata o republicano, o cualquier otra opción, nadie reconoce
el problema subyacente y, como resultado, no se acercan a una solución. Siguen
siendo esclavos, porque sus pensamientos y discusiones se limitan a la pregunta inútil
de quién debería ser su amo. Nunca consideran, y ni se atreven a considerar, la
posibilidad de no tener ningún amo. Como resultado, se centran exclusivamente en la
acción política de un tipo u otro, pero el fundamento de toda acción política es la
creencia en la "autoridad", que es el problema en sí. Así que los esfuerzos de los
estatistas están, y siempre lo estarán, condenados a fallar.

Desafortunadamente, esto también es cierto para los "movimientos políticos" menos


populares, supuestamente más pro-políticos, incluidos los constitucionalistas, el
106
partido Libertario y otros. Mientras que piensan y actúan dentro de los confines del
"gobierno" del juego, sus esfuerzos no sólo son completamente incapaces de resolver
el problema, pero en realidad agravan el problema al legitimar inadvertidamente el
sistema de dominación y sometimiento, que lleva la etiqueta de "gobierno”.

Las reglas del juego


Incluso la mayoría de las personas que dicen amar la libertad y creer en los derechos
"inalienables" permiten que la superstición de la "autoridad" limite drásticamente su
efectividad. La mayoría de lo que hacen esas personas, de una manera u otra,
consiste en pedirles a los tiranos que cambien sus "leyes". Bien sea mediante
activistas que hacen campaña a favor o en contra de un candidato en particular, o
actúen a favor o en contra de una determinada legislación, están simplemente
reforzando la suposición de que la obediencia a la autoridad es un imperativo moral.
Cuando los activistas intentan convencer a los políticos para que reduzcan los
"impuestos" o revoquen alguna "ley", esos activistas admiten implícitamente que
necesitan el permiso de sus amos para ser libres, y el hombre que "se postula para el
cargo", que prometió luchar a favor de la gente, también está dejando claro que
depende de los que están en el "gobierno" para decidir qué se les permitirá hacer a los
ciudadanos. Daniel Webster lo expresó así: "Hay hombres de todas las epocas que
han querido gobernar bien, pero no olvidemos, querían gobernar. Prometen ser
buenas personas, pero en última instancia, pretenden ser los amos". Los activistas
emplean grandes cantidades de tiempo, dinero y esfuerzo rogándoles a sus amos que
cambien sus leyes. Muchos incluso se desviven por enfatizar que están "trabajando
dentro del sistema" y que no están abogando por algo "ilegal". Esto muestra que,
independientemente de su disconformidad con los que están en el poder, siguen
creyendo en el mito de "autoridad", y cooperarán con la injusticia "legal" al menos
hasta que puedan convencer a sus amos que deben cambiar ciertas leyes, o sea, para
"legalizar" la injusticia. Si bien el mensaje intencionado de los disidentes puede ser
desapruebar lo que los amos están haciendo, el mensaje actual que toda acción
política indica a los que están en el poder es: "deseamos que cambies tus leyes, pero
seguiremos obedeciéndolas, hagas lo hagas". No, la verdad es que uno que busca
alcanzar la libertad solicitando a quienes están en el poder que se la den, ya ha
fallado, independientemente de la respuesta. Rogar por la bendición de la "autoridad"
es aceptar que la única elección del amo es mandar, lo que significa que la persona
es, por definición, un esclavo.
Asimismo, hay una gran diferencia entre un esclavo que cree en el principio de libertad
y un esclavo cuyo objetivo final es convertirse en el nuevo amo. Y esto es así, incluso
si ese esclavo verdaderamente tuviera la intención ser un amo amable y generoso.
Incluso aquellos que abogan por un tipo de "gobierno" relativamente limitado y benigno
van contra la libertad. Mientras la gente crea en el mito de la "autoridad", a cada caída
de un tirano le seguirá la creación y crecimiento de un nuevo tirano. La historia está
repleta de ejemplos, como Fidel Castro y Guevara, que se describieron a sí mismos
como "luchadores por la libertad" y no tardaron nada en convertirse en los nuevos
opresores. Sin duda fueron genuinos en su vehemente oposición a las opresores que
ellos y sus congéneres sufrían, pero no se opusieron a la opresión autoritaria posterior,
como lo demuestra claramente su comportamiento una vez que obtuvieron el poder
ellos mismos. Este patrón se ha repetido una y otra vez a lo largo de la historia, con el
esquema de un incipiente régimen tiránico convirtiéndose en la semilla del próximo

107
régimen tiránico. Incluso el ascenso de Hitler al poder se debió en gran parte a la ira
del pueblo ante las injusticias y las opresiones recibidas por Alemania a través del
Tratado de Versalles. Por supuesto, mientras los rebeldes sufran la superstición de
"autoridad", su primera prioridad, una vez que hayan derrocado a un "gobierno", será
establecer uno nuevo. Así que incluso los actos de gran valentía y heroísmo, entre los
que todavía creen en el "gobierno", han logrado poco más que reemplazar a un tirano
con otro. Muchos han sido capaces de reconocer y oponerse a actos específicos de
tiranía por regímenes específicos, pero muy pocos han reconocido que el problema
subyacente no es quién se sienta en el trono; el problema es que haya un trono donde
sentarse.
Aquel que pide "impuestos" más bajos, está implícitamente de acuerdo en que
depende de los políticos cuánto puede mantener en su bolsillo de lo que ha ganado
con su esfuerzo. Quien le ruega a los políticos que no lo desarmen (mediante el
"control de armas") al hacerlo, está admitiendo que le corresponde al amo permitir que
un hombre esté armado o no. De hecho, aquellos que presionan para que los políticos
respeten cualquiera de los "derechos inalienables" de las personas, no creen en
absoluto en dichos derechos inalienables. Los derechos que requieren la aprobación
del "gobierno" no son inalienables, ni siquiera son derechos. Son privilegios, otorgados
o retenidos según el capricho del amo. Y aquellos que ocupan posiciones de poder
saben que no tienen nada que temer de personas que no solo no hacen nada, sino
que piden patéticamente libertad y justicia. Sin embargo, estos disidentes que hablan
enérgicamente sobre "exigir" sus derechos, el mensaje que realmente envían es el
siguiente: "Estamos de acuerdo, amo, en que depende de usted lo que podemos y no
podemos hacer".
Ese mensaje subyacente se puede ver en todo tipo de actividades erróneamente
imaginadas como formas de resistencia. Por ejemplo, la gente a menudo participa en
protestas frente a edificios "gubernamentales", portando pancartas, cantando
consignas, a veces incluso involucrándose en actos de violencia, para expresar su
descontento con lo que los amos están haciendo. Sin embargo, incluso tales
"protestas", en su mayor parte, no hacen más que reforzar el autoritarismo. Marchas,
sentadas, protestas, etc., están diseñadas para enviar un mensaje a los amos, con el
objetivo de convencerlos para que cambien sus malas costumbres. Pero ese mensaje
sigue demostrando que depende de los amos lo que la gente puede hacer, lo que al
final se convierte en una profecía autocumplida: cuando las personas se sienten en
deuda con la "autoridad", es que están en deuda con la "autoridad". Los que están en
"el gobierno" obtienen todo su poder del hecho de que los sujetos imaginen que ellos
tienen algún poder.

Legitimando la opresión
Mientras las personas más fuertes persistan en trabajar dentro de cualquier sistema
político para alcanzar la libertad, más reforzarán, en sus propias mentes y en las
mentes de los demás, que el "sistema" es legítimo. Pedirle a los políticos que cambien
sus "leyes" implica que esas "leyes" importan y deben ser obedecidas. No hay nada
que demuestre mejor el poder de creer en la "autoridad" como el espectáculo de cien
millones de personas pidiendo a unos pocos políticos unos "impuestos" más bajos. Si
la gente realmente entendiera que los frutos del trabajo de un hombre son suyos,

108
nunca permitirían participar en semejante locura; simplemente dejarían de entregar su
ganancia a los parásitos políticos. Su adoctrinamiento - el deseo de tener la
aprobación de la "autoridad" - crea en ellos una mentalidad similar a la mentalidad de
un esclavo: literalmente se sienten mal por guardar su propio dinero y tomar sus
propias decisiones, sin antes haber obtenido el permiso del amo para hacerlo. Incluso
teniendo la libertad de su parte, los estatistas continúan arrastrándose a los pies de los
megalómanos, pidiendo libertad, garantizando así que nunca serán libres.
La verdad es que no se puede creer en la "autoridad" y ser libre, porque aceptar el
mito del "gobierno" es aceptar la propia obligación de obedecer a un amo, lo que
significa aceptar la propia esclavitud. Lamentablemente, muchas personas creen que
rogarle al amo, a través de "acciones políticas", es todo lo que pueden hacer, por lo
que siempre participan en rituales que en realidad, solo legitiman la relación amo-
esclavo, en lugar de simplemente desobedecer a los tiranos. La idea de desobedecer
a la "autoridad", "violar la ley" y ser "delincuentes" es más inquietante para ellos que la
idea de ser un esclavo.
Aquellos que quieren un nivel significativamente más bajo de control y coacción
autoritarios a veces son acusados de ser "antigubernamentales", una acusación que
niegan con vehemencia, diciendo que no están en contra del "gobierno" per se, sino
que solo quieren un "gobierno" mejor. Por sus propias palabras, están admitiendo que
no creen en la verdadera libertad, pues aún creen en el derecho divino de los políticos
y en la idea de que una decisión de clase dominante puede ser algo bueno y legítimo.
Solo alguien que todavía siente la obligación permanente de obedecer las órdenes de
los políticos querría evitar ser etiquetado como "antigubernamental". Dado que el
"gobierno" siempre consiste en agresión y dominio, no se puede ser realmente
anarquista sin ser antigubernamental. El hecho de que tantos activistas rechacen esa
etiqueta ("antigubernamental") muestra cuán profundamente arraigada está la
superstición de la "autoridad", incluso en las mentes de aquellos que se imaginan a sí
mismos como fervientes defensores de la libertad individual.
(Un fenómeno particularmente fascinante que merece la pena mencionar aquí.
Indignados por la injusticia autoritaria, pero siguen dispuestos a renunciar a la
superstición de la "autoridad" en sí mismos. Muchos en el creciente movimiento
libertario de milicia "patriota" siguen buscando, y algunos dicen haber encontrado ,
algún remedio "legal" que convencer a los tiranos para que los dejen en paz. En los
ultimos años, una teoría tras otra ha surgido alegando la existencia de algún tipo
"gobierno" secreto, algún truco "legal", o algún procedimiento oficial, el cual puede
liberar a un individuo de control de "gobierno", por desgracia, esto sólo demuestra que
estas personas no hacen más que buscar una manera de obtener el permiso para ser
libres. Pero el camino hacia la verdadera libertad es dejar de sentirse adherido al
concepto de "autoridad").

La contradicción libertaria
Quizás la mejor ilustración de cómo la creencia en la "autoridad" distorsiona el
pensamiento y se interpone en el camino de lograr la libertad es el hecho de que
existe un partido político "libertario". El corazón y el alma del libertarismo es el principio
de no agresión: la idea de que iniciar la fuerza o el fraude contra otro siempre es
errónea, y esa fuerza se justifica solo si se usa en defensa contra la agresión. El
principio es perfectamente correcto, pero tratar de hacerlo realidad a través de

109
cualquier proceso político es completamente autocontradictorio, porque el "gobierno" y
la no agresión son completamente incompatibles. Si esa organización mafiosa llamada
"gobierno" dejara de usar amenazas y violencia, excepto para defenderse de los
agresores, dejaría de ser "gobierno". No tendría derecho a gobernar, ni a "legislar", ni
a monopolizar la protección, y no tiene derecho a impedir hacer nada que ningún otro
ser humano tenga derecho a hacer.
Una excusa para el activismo político libertario es la afirmación de que la sociedad
puede transformarse de su actual estado autoritario en una sociedad verdaderamente
libre solo si lo hace lenta y gradualmente. Sin embargo, eso nunca ha sucedido, y
nunca sucederá, por una razón muy simple: o existe la "autoridad" o no existe. O bien
hay una clase gobernante legítima con el derecho de gobernar a todos, o cada
individuo se posee a sí mismo y está en deuda solo con su propia conciencia. Los dos
paradigmas son mutuamente excluyentes. Es imposible que haya una visión
intermedia, porque siempre que haya un conflicto entre lo que ordena la "autoridad" y
lo que dicte el juicio individual, es imposible obedecer a ambos. Uno debe superar al
otro. Si la "autoridad" supera a la conciencia, entonces la gente común es propiedad
legítima de la clase dominante, en cuyo caso la libertad no puede ni debe existir. Si,
por el contrario, de conciencia supera a la "autoridad", entonces cada persona es
dueña de sí misma, y cada uno siempre debe seguir su propio criterio del bien y el
mal, no importa lo que cualquier "autoridad" autoproclamada o "ley" pueda mandar. No
puede existir un "cambio gradual" de uno a otro, ni puede haber un compromiso entre
ambos.
Tratar de convertir el libertarismo en un movimiento político requiere crear un híbrido
mutilado y pervertido de las dos opciones: la idea de que un sistema de dominación
("gobierno") puede usarse para lograr la libertad individual. Cada vez que un
"libertario" aboga por la legislación o se postula para un cargo, está, por sus propias
acciones, reconociendo que la "autoridad" y la "ley" creada por el hombre son
legítimas. Pero si uno realmente creyera en el principio de no agresión, entendería que
los mandamientos de los políticos ("leyes") no pueden superar ese principio, y
cualquier "ley" que sea contraria a este principio es ilegítima. Esto también se aplica a
la idea de los "derechos inalienables". Si un individuo tiene el derecho inherente de
hacer algo, entonces, por definición, no necesita ningún permiso de unos tiranos para
hacerlo. No necesita ejercer presión para un cambio en la "legislación", y tampoco
necesita tener que elegir a un amo que le diga que va a respetar sus derechos.
Cualquiera que realmente crea en el principio de no agresión -la premisa subyacente
del libertarismo- debe ser anarquista, ya que es totalmente imposible oponerse al uso
de la violencia y al mismo tiempo apoyar cualquier forma de "gobierno", que no es más
que violencia. Y los libertarios no pueden ser constitucionalistas, ya que la
Constitución claramente (en el Artículo I, Sección 8) pretende otorgar a algunas
personas el derecho a usar la violencia, a través de "impuestos" y "regulación", entre
otras cosas. El principio del libertarismo descarta lógicamente todo "gobierno", incluso
una circunscripción republicana. (Cualquiera que intente describir un "gobierno" que no
cometa actos de agresión describirá, en el mejor de los casos, a una empresa de
seguridad privada.) Sin embargo, muchas personas han sido adoctrinadas a fondo en
la idea de autoridad, incluso cuando pueden ver lo obvio que supone la superioridad
moral de vivir según el principio de no agresión (la base del libertarismo), siguen
negándose a renunciar a la noción absurda de que el derecho a gobernar ("autoridad")
puede usarse como una herramienta para la libertad y la justicia.

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Hay una diferencia fundamental entre discutir sobre lo que el amo puede hacer -que es
en lo que consiste la "política" - y declarar que el amo no tiene ningún derecho a
gobernar en absoluto. Ser un candidato Libertario es creer en hacer ambas cosas, que
son contradictorias. Obviamente, esto legitima la política que el candidato busca
mantener, incluso cuando el candidato dice creer en los principios de no agresión y
autopropiedad, lo que descarta por completo la posibilidad de que cualquier "cargo
público" sea legítimo.En resumen, si el objetivo es la libertad individual, la "acción
política" no solo es inútil, sino que es enormemente contraproducente, porque lo
máximo que logra es legitimar el poder de la clase dominante. La única forma de lograr
la libertad es alcanzar en primer lugar libertad mental, dándose cuenta de que nadie
tiene derecho a gobernar a otros, lo que significa que el "gobierno" nunca es legítimo,
nunca es moral, ni siquiera es real. Aquellos que aún no se han dado cuenta de eso,
pero continúan solicitando un “sistema" para hacerlos libres, siguen bailando en
manos de los tiranos. A veces solicitan niveles más bajos de "impuestos" o del gasto
del "gobierno", o piden que algo sea "legalizado" o "desregulado" o exigen otras
reducciones en el control "gobierno" sobre el pueblo, sin embargo, no hacen nada para
abordar el verdadero problema, y de hecho agravan el verdadero problema, mediante
la repetición y la difusión de la idea de que, si la gente quiere libertad, tienen que
obtenerla mediante la "legalización". La acción política, por su propia naturaleza,
siempre faculta a la clase dominante y debilita a las personas.
Si suficientes personas reconocieran y abandonaran el mito de la "autoridad", no
habría necesidad de ninguna elección, acción política o revolución. Si la gente no se
imaginara tener la obligación de obedecer a los políticos, los políticos serían
literalmente ignorados por irrelevancia. De hecho, la creencia en la "democracia"
reduce drásticamente la capacidad de las personas para resistir la tiranía, al limitar las
formas en que la resisten. Por ejemplo, si el 49% de la población desea niveles más
bajos de "impuestos", pero mantiene su creencia en la "autoridad", no podrán lograr
absolutamente nada a través de la "democracia". Por otro lado, si solo un 10% de la
población no quisiera ningún tipo de "Impuesto" y hubieran rechazado el mito de la
"autoridad" (incluido el tipo "democrático"), podían lograr su objetivo fácilmente por
simple incumplimiento. Como ejemplo, si veinte millones de personas - menos del 10%
de los "contribuyentes" americanos - rechazaran abiertamente cooperar con los
intentos de la Agencia Tributaria para su propia extorsion, la clase dominante sería
incapaz de hacer nada al respecto, y el famoso Servicio de Impuestos, junto con la
enorme maquina de extorsión que administra, se detendría. Sería completamente
imposible para 100.000 empleados del IRS seguir robando continuamente a millones
de ciudadanos que no se vieran obligados a pagar. De hecho, sería imposible para
cualquier agencia hacer cumplir cualquier "ley" que una pequeña fracción del público
pudiera desobedecer sin ningún sentimiento de vergüenza o culpabilidad. La fuerza
bruta, por si sola no puede lograr el cumplimiento.
Cualquier gran población que no perciba la obediencia como una virtud, y no sienta el
deber inherente de obedecer órdenes de los que reclaman el derecho a gobernar,
sería completamente imposible de oprimir. Las guerras ocurren solo porque las
personas se sienten obligadas a ir a la batalla cuando la "autoridad" les dice que lo
hagan. (Como dice el frase, "¿Qué pasaría si hubiera una guerra, y nadie acudiera?")
Mientras el grueso de la gente sea engañada perpetuamente pidiendo que la libertad
sea "legalizada", será fácil de subyugar y controlar. Mientras el deber percibido de una
persona respecto a la obediencia a la "autoridad" sea superior a sus propias creencias
personales y juicio individual, sus creencias y opiniones serán totalmente irrelevantes.
A menos que un defensor de la libertad esté dispuesto a desobedecer al amo, o sea, a

111
"violar la ley", su supuesto amor a la libertad será una mentira y nunca logrará nada
con esa conducta.

Igual que el Viejo Jefe


Muchos argumentan que una sociedad sin gobernantes es imposible, porque en el
momento en que un "gobierno" cae o es derrocado, un nuevo "gobierno" surgirá
inmediatamente. En cierto sentido, eso es verdad. Si la gente continúa adhiriéndose al
mito de la "autoridad", tras cualquier trastorno de un régimen en particular,
simplemente se creará un nuevo grupo de amos que reemplazarán el antiguo equipo.
Pero la razón de esto no es la necesidad del "gobierno" ni la naturaleza básica del
hombre. Lo que los "luchadores por la libertad" no logran darse cuenta, mientras
luchan contra la tiranía y la opresión, es que el problema subyacente nunca es la
gente en particular en el poder. El problema subyacente reside en las mentes de las
personas oprimidas, incluidas las mentes de la mayoría de los "luchadores por la
libertad". Mientras la gente acepte el mito de la "autoridad", incluso la revolución
abierta, a largo plazo, no hará nada para acabar con la opresión Cuando cae un grupo
de controladores y explotadores, las personas simplemente eligen otro. (Por
desgracia, son pocos los que ondean sus banderas en el "Día de la Independencia"
que puedan darse cuenta de que el nivel de opresión bajo el Rey George III, justo
antes de la Revolución Americana, fue un juego de niños en comparación con los
niveles actuales de "tributación", "regulación" , intrusión autoritaria, coerción y acoso
que se producen de forma rutinaria en los paises occidentales hoy en día).
Es fácil para las personas ver las injusticias específicas cometidas en nombre de un
régimen particular, pero es mucho más difícil para esas mismas personas reconocer
que la raíz de tales injusticias es el sistema de creencias del público en general. Los
libros de historia están llenos de ejemplos de largos y sangrientos reinados de tiranos,
seguidos por una revolución sangrienta seguida de nuevo por la unción de un nuevo
tirano. El tipo de tirano puede cambiar: un monarca reemplazado por un régimen
comunista, un tirano de "derechas" reemplazado por un tirano de "izquierdas", un
opresor teocrático reemplazado por un régimen opresivo "populista", etc., pero
mientras permanezca la creencia en la "autoridad", permanecerá la opresión.
Incluso los ejemplos más atroces de inhumanidad del hombre contra el hombre,
cometidos en nombre de la "autoridad", raramente persuaden a la gente a cuestionar
la idea de "autoridad" per se. En cambio, los lleva solo a oponerse a un conjunto
particular de tiranos. El ejemplo desalentador, gran parte de la resistencia más
ferviente a los nazis provino de los comunistas, quienes a su vez propugnaban una
forma de opresión más cruel y destructiva que el régimen de Hitler. Debido a la
mentalidad autoritaria, los alemanes no tenían ninguna posibilidad de lograr paz o
justicia, ya que todo su debate nacional se refería únicamente a qué tipo de
gobernantes todopoderosos deberían estar en el poder, sin siquiera reflexionar sobre
la posibilidad de que nadie debería tener semejante poder. El discurso público ha sido
casi siempre similar en la mayor parte del mundo, centrándose en quién debería
gobernar, en vez de cuestionarse si debiera existir un gobernante.

Una mezcla de sabiduría y locura

112
A fines del siglo dieciocho sucedió algo muy inusual, algo que parecía que podría
romper el ciclo perpetuo de los tiranos en serie. Ese evento fue la firma de la
Declaración de Independencia de los EEUU. Lo que hizo que este evento fuera tan
inusual no fue que la gente se rebelara contra la tiranía, lo cual ya había ocurrido
innumerables veces antes, sino que estos nuevos rebeldes expresaron algunos
principios filosóficos básicos, rechazando no solo un régimen tiránico en particular,
sino incluso la opresión autoritaria...por poco.
La Declaración de Independencia, y la Constitución que siguió algunos años después,
fueron una extraña combinación de profundo entendimiento y lamentables
contradicciones. En el lado positivo, la discusión en aquel tiempo no era solo acerca
de quién estaría al mando, sino que se centró en gran medida en el concepto de los
derechos individuales y en limitar el poder del "gobierno". Al mismo tiempo, la
Declaración de Independencia erróneamente afirmó que El "gobierno" puede tener un
papel legítimo en la sociedad: proteger los derechos de las personas. Sin embargo,
esto nunca ha sido verdad en la práctica, y ni siquiera en la teoría puede ser cierto.
Como se explicó anteriormente, de existir una organización que no hiciera nada más
que defender los derechos individuales, jamás podría considerarse "gobierno" en
ningún sentido del término.
La Declaración también hablaba de derechos inalienables y afirmó que "todos los
hombres son creados iguales" (en lo que se refiere a sus derechos). Pero los autores
no se dieron cuenta de que este concepto se contrapone por completo a la existencia
de una clase gobernante legítima, incluso aunque fuera muy limitada. Los mismos
buenos principios que expresaron fueron inmediatamente contradichos debido a sus
esfuerzos para crear un "gobierno" protector. Un día declararon que "todos los
hombres son creados iguales" (Declaración de Independencia), y al siguiente
declararon que algunos hombres, llamándose a sí mismos "Congreso", tenían el
derecho de robar a todos los demás (Constitución de los EE. UU., Artículo I, Sección
8, Cláusula 1). La Revolución Americana fue el resultado de una mezcolanza de ideas
contradictorias, algunas apoyaban la soberanía individual, y otras apoyaban a una
clase dominante. La Declaración afirma que cuando cualquier "gobierno" se vuelve
destructivo de los derechos individuales, como siempre lo hace cada "gobierno", en el
momento en que surge, el pueblo tiene el deber de cambiarlo o abolirlo. Sin embargo,
la Constitución afirma otorgarle al Congreso el poder de "suprimir insurrecciones"
(Constitución de los Estados Unidos, Artículo 1, Sección 8, Cláusula 15). Esto implica
que las personas tienen derecho a resistir la opresión del "gobierno", pero ese
"gobierno" tiene derecho a aplastarlos violentamente cuando lo hacen. En resumen,
las obras de los "Padres Fundadores" consisten en una combinación de profunda
sabiduría y absoluta locura. En algunos pasajes, describieron bastante bien el
concepto de autopropiedad. En otros, buscaron crear una clase gobernante. No
parecieron darse cuenta de que esas dos ideas son totalmente incompatibles entre sí.
El resultado de sus esfuerzos fue, en cierto sentido, un fracaso gigantesco. El régimen
que crearon creció mucho más allá de lo que tanto los federalistas, como los
antifederalistas esperaban. La Declaración y la Constitución no lograron mantener el
poder del "gobierno" limitado. Aquella promesa de crear un "gobierno" que fuera un
servidor del pueblo, protegiendo sus derechos, pero dejándolos desarrollarse en paz,
se ha convertido en el mayor y más poderoso imperio autoritario que el mundo haya
conocido, incluyendo la mayor y más invasiva mafia de extorsion conocida, la máquina
de guerra más grande y poderosa de la historia, y la burocracia más intrusiva e
invasiva de la historia.

113
En verdad, la idea estaba condenada desde el principio. Quizás lo más valioso que
logró el "Gran Experimento Americano" fue demostrar que un "gobierno limitado" es
imposible. No puede haber un amo que responda ante sus esclavos. No puede haber
un señor que sirva a sus súbditos. No puede haber un gobernante que esté por
encima de las personas, pero subordinado a ellas. Desafortunadamente, todavía la
gente se niega a aprender esta lección, insistiendo en cambio en que la Constitución
no falló, sino que fue la gente, la que falló, al no hacerlo bien, al no estar lo
suficientemente alerta, o por algún descuido o corrupción no detectada, curiosamente,
esta es la misma excusa que dan los comunistas ya que su filosofía defectuosa,
cuando se pone en práctica en el mundo real, siempre se convierte en una opresión
violenta. La verdad es que cualquier forma de control autoritario -cualquier tipo de
"gobierno", sea constitucional, democrático, socialista, fascista o cualquier otra cosa-
resultará en un conjunto de amos que oprimirán por la fuerza a un grupo de esclavos.
Esto es lo que es la "autoridad", todo lo que ha sido alguna vez, y todo lo que podrá
ser, sin importar cuántos eufemismos y capas de retórica agradable se usen para
tratar de ocultarlo.

El mito del contrato


La mitología que rodea a la Constitución alega que sirvió como una especie de
contrato entre la gente y sus nuevos "servidores" en el Congreso. Pero no hay ni una
pizca de verdad en eso. No se puede, mediante la firma de un contrato, obligar a otro
a adoptar un "acuerdo". La idea de que unas pocas docenas de terratenientes ricos y
blancos podrían llegar a un acuerdo en nombre de más de dos millones de personas
es absurda. Pero el absurdo no se detiene ahí... Ningún contrato puede crear un
derecho sobre alguien, no estando dicho contrato en poder de ninguno de los
participantes, que es, precisamente, lo que todas las constituciones
"gubernamentales" pretenden hacernos creer. La misma forma en que se redactó el
documento deja claro que no era un contrato real, sino un intento de crear de la nada
el derecho a gobernar, por muy "limitado" que se suponía que iba a ser.
Un verdadero acuerdo por contrato es una cosa fundamentalmente diferente de
cualquier documento que pretenda crear un "gobierno". Por ejemplo, si un millar de
colonos estadounidenses firmaran un acuerdo que diga "Estamos de acuerdo en dar
una décima parte de lo que produzcamos, a cambio de los servicios de protección de
la Compañía de Protección George Washington”, podrían estar moralmente obligados
por tal acuerdo. (Hacer un acuerdo y violarlo es una forma de robo, similar a ir a una
tienda y tomar algo sin pagarlo). Sin embargo, no podrían obligar a nadie más a
cumplir este acuerdo, ni podrían usar tal acuerdo para dar a la “Compañía de
Protección George Washington" el derecho de comenzar a robar o controlar a
personas que no tuvieron nada que ver con dicho contrato.
Además, aunque la Constitución pretende autorizar al "Congreso" a hacer muchas
cosas, curiosamente no le exige al Congreso que haga nada. ¿Quién en su sano juicio
firmaría un contrato que no obligara a la otra parte a tener un compromiso? (En
DeShaney v. Winnebago, 489 U.S. 189, incluso el Tribunal Supremo de EE. UU.
Declaró oficialmente que "El gobierno" no tiene el deber actual de proteger al público.)
El resultado es que la Constitución, en lugar de ser un contrato brillante, útil y válido,
fue el intento loco de un puñado de hombres para someter a otras personas al control
unilateral de una máquina de agresión, a cambio de ninguna garantía en contrapartida.
El hecho de que millones de constitucionalistas esten tratando desesperadamente de

114
volver a ese momento, con la esperanza de salvar a su "país" si la gente lo intenta
nuevamente -después de que fracasara por completo en el primer intento- es un
testimonio del poder y la locura que hay en la superstición de la "autoridad".

Parte IV
La vida sin la superstición

La solución

Casi todo el mundo puede ver algunos problemas con el "gobierno" bajo el cual vive,
ya sea corrupción, propaganda bélica, redistribución socialista, intromisiones del
estado policial u otras opresiones. Y muchos están desesperados por encontrar una
solución a tales problemas. Entonces ellos votan por tal o cual candidato, apoyan este
o aquel movimiento político o partido, se muestran a favor o en contra de esta o
aquella legislación, y casi siempre terminan decepcionados con los resultados. Pueden
identificar y quejarse fácilmente de varios problemas, pero siempre eluden una
solución real.
La razón por la que siempre están desilusionados es porque el problema no reside en
la gente del "gobierno", sino que reside en la mente de sus víctimas. No se puede
esperar que el "gobierno” solucione un problema que no proviene del "gobierno". El
votante insatisfecho no se da cuenta de que es su propia visión de la realidad, su
propia creencia en la "autoridad", la causa de la mayoría de los problemas de la
sociedad. Cree que una clase dominante es parte natural, necesaria y beneficiosa de
la sociedad humana, por lo que todos sus esfuerzos se centran en disputas sobre
quién debería estar al mando y sobre como se debería usar el poder del "gobierno".
Cuando piensa en "soluciones", piensa dentro de los limites del estatismo. Debido a
esto, el estatista es inútil desde el principio. Pedir a los amos que sean amables o
exigir un nuevo amo nunca conduce a la libertad. En cambio, tales comportamientos
son indicadores claros de que la persona ni siquiera es libre dentro de su propia
mente. Y un hombre cuya mente no es libre, nunca será libre en cuerpo.
Las personas están tan acostumbradas a participar en esos rituales de culto
denominados colectivamente "política" (votación, peticiones, campañas, etc.) que ante
cualquier sugerencia ellos ni se molestan en participar, debido a que consideran
semejantes esfuerzos inútiles e impotentes, a sus ojos, creen "no nada que hacer".
Debido a que creen que tras la votación, pueden pedir todo el espectro de
posibilidades que se les ofrecen cuando se trata de "gobierno”, no pueden siquiera
comprender lo que realmente logra la libertad. Entonces, cuando un voluntarista o un
anarquista explica tanto el problema como la forma de salir de él, pero sin presentar un
nuevo candidato para votar, un nuevo partido político para apoyar, o un nuevo
movimiento o campaña para adherirse, en otras palabras, sin proponer algo que
coincida con la superstición de "gobierno" y "autoridad", el estatista típico se quejará
de inmediato de que no se ofrecieron soluciones, para él, cualquiera que no promueva
su perspectiva, o que no juegue el juego de la "política", dentro de las reglas
establecidas por la clase dominante, es "no hacer nada." Ellos declaran con

115
entusiasmo, "¡Tienes que participar!" No se dan cuenta de que participar en el juego
creado y controlado por los tiranos si que es, en verdad "no hacer nada", nada útil, al
menos.
En verdad, en lugar de necesitar que ocurra algún evento o que se deba hacer algo en
particular, la solución real -la única solución a los problemas que involucran al
"gobierno" - proviene de no hacer ciertas cosas, o de que ciertas cosas no ocurran. En
cierto sentido, no hay una solución positiva y activa para el "gobierno". La solución
final es negativa y pasiva:
Deja de defender la violencia contra tus vecinos. Deja de participar en rituales que
aprueben el uso de la violencia y deja de reforzar la idea de que algunas personas
tienen derecho a gobernar. Deja de pensar, hablar y actuar de maneras que refuercen
el mito de que las personas normales deben estar en deuda con algún amo, y deben
obedecer a este amo en lugar de seguir sus propias conciencias.
Cuando la gente deje de inclinarse ante el altar del "gobierno", deje de jugar al juego
del tirano, y deje de acatar de reglas arbitrarias redactadas por escrito por
megalómanos, el problema va a desaparecer por si mismo. Esa entidad mítica, la
"autoridad", no necesita ser derrocada, o votada, o "reformada". Las personas sólo
deberían dejar de imaginar algo que no está ahí, y que nunca estuvo. Si la gente
dejara de permitir que una superstición irracional deformara sus percepciones, sus
acciones personales mejorarían de manera inmediata y drástica. La mayoría de la
violencia, que ahora se comete en nombre de la "autoridad", cesaría. Nadie estaría ahí
para emitir edictos, leyes absurdas de cumplir, o sentir la obligación de obedecer
órdenes, a menos que los edictos mismos fueran percibidos como inherentemente
justificados en base a la situación, y no en base de quién da la orden, o de su
supuesta "autoridad". Este simple cambio, por sí solo, eliminaría la mayoría de los
robos, extorsiones, intimidaciones, hostigamientos, coacciones, terrorismo, asaltos y
asesinatos que los seres humanos perpetramos unos contra otros. Cuando las
personas reconozcan esto, y no acepten a ningún amo, ya no harán falta amos. En
última instancia, tanto su esclavitud, como los medios para escapar de ella, existen
solamente dentro de sus propias mentes.
La sociedad humana no necesita nada adicional para solucionar la mayoría de sus
problemas, ni requiere la conformación de un nuevo "sistema" o la implementación de
un innovador plan maestro. Sin embargo, si necesita una cosa: expulsar un
pensamiento que todo lo penetra, extremadamente destructivo y omnipresente en la
sociedad: la creencia en la "autoridad" y en el "gobierno". Lo que hará que funcionen
las cosas no es ningún plan centralizado, o agenda autoritaria, sino la interacción
mutuamente voluntaria de muchos individuos, cada uno sirviendo sus propios valores
y siguiendo su propia conciencia. Por supuesto, esto no encaja para nada con la forma
en que casi todos fuimos enseñados a pensar: que la sociedad necesita un plan
maestro con "líderes" que lo lleven a cabo. La solución no es agregar algo nuevo a la
sociedad, solo comprender y desechar la superstición más peligrosa.
La realidad es anarquía
Muchas personas se han vuelto anarquistas, defensoras de una sociedad sin ningún
tipo de clase dirigente, después de haber llegado a la conclusión de que la SOCIEDAD
sería más próspera, más pacífica, y disfrutaría de más justicia y seguridad, sin ningún
tipo "gobierno". Sin embargo, eso es algo parecido creer de forma individual, después
de un profundo análisis, de que la Navidad funcionaría mejor sin Santa Claus. Pero si

116
Santa Claus no es real, carece de sentido debatir si él es "necesario" para que la
Navidad "funcione". La Navidad funciona, y funciona sin Santa. Y algo así ocurre con
el debate habitual entre "gobierno" y "anarquía". El "Gobierno" no existe. Nunca lo hizo
y nunca lo hará, lo cual puede ser probado, usando una lógica que no depende para
nada de las creencias morales de ningún individuo.
Para resumir rápidamente, las personas no pueden delegar derechos que no tienen, lo
que hace que sea imposible para cualquier persona adquirir el derecho a legislar
("autoridad"). La gente no puede cambiar lo moralmente aceptable, lo cual hace que
las "leyes" del "gobierno" carezcan de cualquier "autoridad" inherente. Por lo tanto, la
"autoridad" -el derecho a gobernar- por lógica no puede existir. El concepto en sí
mismo es contradictorio, como lo es el concepto de "militante pacifista". Un ser
humano no puede tener derechos sobrehumanos y, por lo tanto, nadie puede tener el
derecho inherente de gobernar. Además, una persona no puede estar moralmente
obligada a ignorar su propio juicio moral; por lo tanto, nadie puede tener la obligación
inherente de obedecer a otro. Y estos dos ingredientes -el derecho del gobernante a
mandar y la obligación del sujeto a obedecer- son el corazón y el alma del concepto de
"autoridad", sin los cuales no puede existir.
Y sin "autoridad", no hay "gobierno". Si el control que esa pandilla llamada "gobierno"
ejerce sobre otros no tiene legitimidad, no es "gobierno", sus mandatos no son "leyes"
y sus ejecutores no son "agentes de la ley”. De nuevo, sin el derecho a gobernar, y
una obligación moral colectiva de obedecer por parte de las masas, la organización
llamada" gobierno" no son más que una pandilla de matones, ladrones y asesinos. El
"Gobierno" es una imposibilidad. Es una opción tan válida como Santa Claus. E insistir
en que es "necesario", cuando ni siquiera existe, y no puede existir, o predecir la
fatalidad y el caos si no tenemos esa entidad mítica, no cambia ese hecho. Para
argumentar que los seres humanos necesitan tener un gobernante legítimo, que tiene
el derecho moral de controlar por la fuerza a todos los demás, y aquel a quien todos
los demás están obligados a obedecer, no cambia el hecho de que no exista tal cosa.
Por lo tanto, el propósito de este capítulo final no es simplemente argumentar que la
sociedad funcionaría mejor sin esa ficción llamada "gobierno", sino introducir al lector
las distintas formas en que la gente va a percibir la realidad, las diferentes formas de
pensar, los diferentes comportamientos, y las diferentes interacciones personales, muy
diferentes, de hecho, una vez que se abandona la superstición más peligrosa: la
creencia en la "autoridad". La anarquía, es decir, la ausencia de "gobierno", es lo que
es. Es lo que siempre ha sido, y siempre será. Cuando las personas acepten esa
verdad y dejen de soñar con una criatura llamada "autoridad", dejarán de comportarse
de la manera irracional y destructiva que lo hacen ahora.
Casi todos, al menos al principio, tienen dificultades para pensar con claridad sobre
ese concepto. Porque cada político y cada "gobierno" proponen constantemente
"soluciones" acerca dee cómo se organizará, gestionará y controlará la sociedad a
través de un "sistema" centralizado y autoritario; la mayoría de las personas ni siquiera
saben cómo procesar esta idea mental, una absoluta falta de cualquier "sistema"
autoritario. Instintivamente preguntan cosas como "¿Cómo funcionarían las
carreteras?" o "¿Cómo nos defenderíamos?" La verdad es que nadie puede saber
cómo funcionaría todo o como se desarrollarían las cosas. La gente puede hacer
sugerencias sobre cómo deberían funcionar las cosas, o predicciones sobre cómo
podrían funcionar las cosas, pero nadie puede saber con certeza la manera perfecta
para que todo funcione. A pesar de la gran cantidad de incertidumbre que esto puede

117
crear, el historial de las personas que viven en libertad es mucho mejor que cualquier
"solución" centralizada y gestionada.
Sin embargo, los estatistas han sido adoctrinados para estar aterrorizados ante este
tipo de sociedad infinitamente más complejo, donde no hay un plan maestro sino miles
de planes individuales que interactúan entre sí de innumerables maneras diferentes.
Para ellos, eso significa caos. Y, en cierto modo, es un caos, en el sentido de que no
existe una única idea rectora, ni una sola entidad controladora. Esto no significa que
las personas no puedan hacer acuerdos, trabajar juntos, cooperar y encontrar
compromisos. En cambio, significa que cada persona verá la vida como un adulto en
lugar de desechar su libre albedrío y su responsabilidad personal siguiendo
ciegamente la agenda de otra persona.
Además, incluso sin la superstición de la "autoridad", seguiría haciendo falta la
existencia de líderes y seguidores. Pero sería un liderazgo real, en el que una persona
predica con el ejemplo, al demostrar un nivel de inteligencia, compasión o coraje que
motive a los demás a comportarse de manera similar. Ese es un fenómeno muy
diferente de lo que usualmente se denomina "liderazgo" hoy en día. Cuando las
personas hablan de los "líderes" de los países, están hablando de personas
coercitivas y que controlan a millones de personas por la violencia, prácticamente
psicópatas sociales. El término "líder del mundo libre" cuando se refiere a un
funcionario "del gobierno" es inexacto y contradictorio. Los políticos jamás lideran con
el ejemplo. En todo caso, son ejemplo de cómo ser deshonesto, connivente, narcisista
y hambriento de poder. Dicen lo que la gente quiere escuchar, para dominarlos y
controlarlos. Llamar a tales personas "líderes" es tan válido como llamar a los ladrones
trabajadores productivos, o a los asesinos, llamarles sanadores. En ausencia de la
creencia en "gobierno", podrían surgir verdaderos líderes: personas que no reclaman
ningún derecho a gobernar, ningún derecho con el que obligar a los demás a
seguirlos, pero cuyas virtudes y acciones serían reconocidas por los demás como
dignas de ser emuladas.
Nadie puede predecir ni podrá controlar lo que sucederá en un mundo sin el mito del
"gobierno". El siguiente texto, por lo tanto, no pretende ser una explicación completa
de cómo funcionaría cada parte de la sociedad, una vez que el mito de la "autoridad"
se haya esfumado. No obstante, es una introducción a algunas de las formas en que
los seres humanos podrían evitar que una superstición irracional distorsione su
pensamiento y pervierta su comportamiento, y así poder comenzar a comportarse
como seres racionales y libres, impulsados por su propia voluntad y juicio individual,
como debería haber sido siempre.

Miedo a la libertad
La mayoría de las personas vive sus vidas rodeada de jerarquías autoritarias, desde la
familia, a las escuelas, los negocios, o al “gobierno” en todos sus niveles. Como
resultado, a la mayoría de las personas les cuesta mucho imaginar una civilización "sin
líder", una sociedad de iguales, una existencia desprovista de gobernantes, un mundo
sin "legisladores" y sus "leyes". Este simple pensamiento, en la mente de la mayoría
de las personas, evoca imágenes de caos y desastre.
Las personas se sienten más cómodas con lo que están acostumbradas y temen a lo
desconocido. Por lo general, están tan unidas a lo que les es familiar que incluso
aquellos que viven en zonas de alta criminalidad o zonas de guerra, ni siquiera

118
abandonan el mundo que conocen para buscar algo mejor. De manera similar, es un
hecho bien documentado que algunos presos a largo plazo tienen miedo de ser
liberados, y cuando lo son, cometen crímenes con la intención de ser enviados de
vuelta a prisión. Incluso los esclavos pueden exhibir el temor de ser liberados. Esto se
debe a que la vida de un prisionero o un esclavo, aunque probablemente no sea
satisfactoria, es predecible, y cuando imagina una vida nueva, drásticamente distinta,
en un lugar extraño, entre extraños, con todas las incertidumbres relacionadas (¿cómo
podré comer? ¿dónde viviré? ¿cómo será la vida ahora? ¿estaré a salvo?) eso asusta
a cualquiera. En este punto es cuando la mayoría de la gente debería imaginar una
sociedad sin clase dominante. El concepto es tan ajeno lo que han conocido y
pensado alguna vez, y a todo lo que se les dijo que era necesario y bueno, que
apenas saben cómo empezar a imaginarlo. Incluso nuestro propio lenguaje ilustra
nuestro miedo a vivir en una sociedad como iguales libres, porque ese estado se
define como "anarquía", un término que también se utiliza para describir el caos y la
destrucción. Nos hemos acostumbrado tanto a la jaula mental que el mito de la
"autoridad" ha creado en cada uno de nosotros, que la mayoría nos aterroriza la idea
de vivir sin esa jaula. Estamos literalmente aterrorizados de nuestra propia libertad.
Y algunas personas trabajan duro para reforzar ese miedo. Aquellos que se benefician
del mito de la "autoridad" -los que anhelan el dominio sobre los demás, con la riqueza
y el poder inmerecidos que les otorga- están constantemente empujando el mensaje
de que la vida sin ellos al mando, significaría dolor y sufrimiento constantes para
todos. Casi todo lo que la gente puede temer es el crimen, la pobreza, la enfermedad,
la invasión, el desastre ambiental, etc., y ha sido utilizado por los tiranos para asustar
a la gente. Los detalles varían, pero el formato del mensaje de los tiranos es siempre
la misma: "Si no nos das poder sobre ti, para que podamos protegerte, sufrirás
horriblemente". Ese mensaje, combinado con el miedo inherente del hombre ante lo
desconocido, ha permitido un nivel incomprensible de opresión, robo y asesinato, que
viene una generación tras otra, en todo el mundo. Irónicamente, ha sido la vacua
promesa de protección contra el sufrimiento y la injusticia lo que ha engañado a tanta
gente a aceptar lo que ha causado más sufrimiento e injusticia que cualquier otra cosa
en la historia: la creencia en el "gobierno".
Parece extraño que cualquier ser humano no esté naturalmente abierto y receptivo a la
idea de que es dueño de sí mismo y debería estar a cargo de su propia vida, sin
ninguna "autoridad" humana. Sin embargo, la persona normal que escucha este
mensaje, normalmente ataca al mensajero, insiste en que si hubiera libertad real, o
sea, un mundo sin amos y súbditos, significaría caos y destrucción, y luego aboga con
vehemencia por la esclavización continuada de toda la humanidad, incluido él mismo,
no lo hace basándose en ningún pensamiento, evidencia o experiencia, sino basado
en su propio terror existencial y profundamente arraigado ante lo desconocido; lo
desconocido en este caso es una sociedad de iguales en lugar de amos y esclavos.
Nunca lo ha visto en acción a gran escala y nunca lo ha pensado, ni siquiera puede
imaginarlo y, por lo tanto, lo teme. Y aquellos que desean el dominio sobre los demás
constantemente fortalecen y alientan ese miedo sobre los que buscan subyugar.

Viendo un mundo diferente


Cuando alguien que ha sido adoctrinado en el culto a la "autoridad" finalmente se
desconecta de la superstición, lo primero que sucede es que ve una realidad
drásticamente diferente. Cuando observa los efectos de la superstición de la

119
"autoridad", que se infiltra en casi todos los aspectos de la vida de la mayoría de la
gente, ve las cosas como realmente son, no como él las había imaginado previamente.
La mayoría de las veces, cuando observa la "aplicación de la ley" en acción, que
reconoce el trabajo de matones, los cuales de forma ilegítima e inmoral, se utilizan
para extorsionar y controlar a la gente con el fin de servir a la voluntad de los políticos.
(La excepción a esto es cuando la fuerza policial se utiliza para detener a otros que
son realmente culpables de actos de agresión, irónicamente, el mismo tipo de acto que
la policía comete de forma rutinaria para la clase dominante.) Cuando el estatista
reconvertido observa los diferentes rituales políticos, ya sea una elección presidencial,
un debate legislativo en el Congreso, o una junta local de zona, lo ve como lo que es:
una actuación delirante y absurda, realizada por personas que han sido adoctrinadas
en un culto completamente irracional. Cualquier discusión en los medios de como
debe ser la "política pública", o qué "representantes" deben ser elegidos, o qué
"legislación" debe ser promulgada, es percibido por alguien que ha conseguido
escapar de la superstición, como si gente aparentemente inteligente y bien vestida,
personas normales, de aspecto respetable, de repente empezaran a hablar seriamente
de cómo Santa Claus debería llevar a cabo la próxima Navidad.
Para alguien que ha escapado del mito de la "autoridad", la premisa sobre la que
descansa toda discusión política se desintegra, y cada parte de la retórica que surge
de la superstición se reconoce como absolutamente loca. El individuo no adoctrinado
ve cada discurso de campaña, cada argumento político, cada discusión en las noticias
sobre cualquier cosa política, cada transmisión de CNN acerca de algún debate en el
congreso sobre una nueva página de "legislación", como una muestra de los síntomas
de locura, debido a la aceptación ciega de un dogma totalmente delirante, de culto.
Toda votación, campaña, escribir a un "diputado", firmar peticiones, de repente parece
no ser más racional o útil que orar al dios del volcán para que otorgue sus bendiciones
a la tribu. Quien ha sido desprogramado no solo observa la inutilidad en toda acción
"política", sino que ve que tales acciones, sin importar cuáles sean sus objetivos,
realmente refuerzan la superstición. Al igual que para los miembros de una tribu, orar
al dios volcán puede aumentar y fortalecer la idea de que hay un dios volcán, cuando
uno pide a los políticos por ciertos favores, en realidad refuerza la idea de que hay una
clase dominante que le corresponde, que sus peticiones son un "derecho", y que la
obediencia a la "ley" es moralmente imperativa.
Aquellos a quienes la mayoría de la gente mira con gran respeto, y que a menudo son
llamados "honorables", son reconocidos por aquellos que ya han escapado del mito de
la "autoridad" como locos delirantes, lunáticos con complejo mesiánico-redentor. Los
no adoctrinados se enorgullecerán tanto de estrechar la mano del "presidente" como
de estrechar la mano de cualquier otro asesino en masa psicótico y narcisista. Los
hombres que usan vestidos negros y empuñan martillos de madera y se refieren a sí
mismos como "el poder judicial" son vistos como los locos que son. Aquellos que usan
insignias, porras y uniformes, y se imaginan a sí mismos como algo más que simples
seres humanos, no son vistos por los desprogramados como nobles guerreros por la
"ley y orden", sino como almas confundidas que sufren de algo más que un simple
desorden mental.
Por supuesto, aquellos que han renunciado a la superstición de la "autoridad" deben
ser cautos y temer el daño que los megalómanos y sus mercenarios (soldados y
policías), son capaces de infringir, aunque las acciones de los mercenarios ya no se
ven en modo alguno como algo legítimo, racional, o moral. Los que han escapado del
mito empiezan a ver que aquellos cuyas acciones están parapetadas por su distintivo

120
"oficial" son tan peligrosos como las personas que están en lo alto de la élite, y por la
misma razón: porque están alucinando con una realidad que no existe, lo cual los lleva
a actuar violentamente, y sin control por un proceso de pensamiento irracional. Los
que han escapado de la superstición, cuando se enfrentan a un "oficial de policía",
deberán actuar como lo harían si se enfrentaran a un perro rabioso, hablando en voz
baja, comportándose de una manera sumisa, y sin hacer movimientos bruscos. Pero
no lo haríamos por respeto ni al "ejecutor de la ley" ni al perro rabioso, sino por
prudencia ante el peligro que representa un cerebro que está funcionando mal porque
está infectado por una enfermedad destructiva, ya sea la rabia o la creencia en la
"autoridad".
Cuando los creyentes en la "autoridad" cometen actos de agresión, imaginando que
tales actos son justos porque lo llaman "ley", los que reciben estos actos tienen pocas
opciones. Cuando un recaudador de "impuestos", un oficial de policía, o cualquier otro
ejecutor de la voluntad de los políticos, hacen intentos de extorsionar, molestar,
controlar o asaltar a los que han escapado el mito de la "autoridad", el blanco de dicha
agresión "legal" puede aceptar lo que sabe que es una injusticia, puede tratar de eludir
u ocultarse de estos agresores "legales", o también puede resistirse por la fuerza a los
agresores. Es lamentable que esta última opción sea finalmente necesaria, porque,
aunque el uso de la fuerza defensiva está moralmente justificada (incluso cuando es
"ilegal" o sea, no institucional), es triste que una buena persona se vea obligada a usar
la violencia contra otra buena persona, simplemente porque este último tiene su
percepción del bien y del mal totalmente pervertida por una superstición irracional.
Incluso los matones de los regímenes más brutales de la historia, debido a su fe en el
mito de la "autoridad", pensaban que estaban cumpliendo con su deber. Pensaron,
dentro de su locura, que sus acciones eran nobles y justas, pues de lo contrario no las
hubieran cometido. Tal lealtad sin sentido a la "autoridad", a menudo deja a las
víctimas implicadas con sólo dos opciones: someterse a la tiranía de las “fuerzas del
orden” o matar a estos pobres ilusos. Sería mucho mejor para todos si, antes de que
se hiciera necesaria la resistencia por la fuerza, los mercenarios del estado fueran
desprogramados de su engaño, así se eliminaría la necesidad de tener que asustar,
herir o incluso matar a estos bobos, para evitar que dañen a los demas.
(Nota personal del autor: Lo mejor que se puede hacer por cualquiera que haya sido
herido o engañado por actuar como peón de la opresión de esa máquina malvada
llamada "gobierno", es hacer todo lo posible para persuadirlo para que reevalúe su
lealtad al mito de la "autoridad". Si todo esto falla, dale una copia de este libro. Por
muy incómodo que sea, podrías hacerles un gran favor a muchas de sus futuras
víctimas potenciales, e incluso podrías hacerle un gran favor al propio ejecutor,
evitando la posibilidad de que una de sus futuras víctimas lo hiera o lo mate).

Un mundo sin reglas

Quien ha sido desprogramado cuando mira al mundo, en lugar de ver jerarquías de


diferentes clases dominantes en diferentes jurisdicciones, ve un mundo de iguales, no
en talento, habilidad o riqueza, por supuesto, sino en derechos. Ve un mundo en el
que cada persona se posee, y se da cuenta de que no tiene un amo legítimo, que no
hay nadie por encima de él, y que eso también se aplica a los demás. No tiene
ninguna obligación con cualquier "gobierno", "país" o "ley". Es una entidad soberana
por si misma, y su única obligación es su propia conciencia, y nada más.

121
Esta comprensión es increíblemente liberadora, pero también puede ser bastante
perturbadora para aquellos que siempre han medido su comportamiento por lo bien
que obedecieron a los demás. La obediencia no solo es fácil, ya que le permite a uno
que alguien tome las decisiones, sino que también permite a quien obedece que
imagine que las consecuencias de las decisiones, sean cuales sean, siempre serán
responsabilidad de otra persona. Tener que discernir que es lo correcto y lo incorrecto,
y saber que uno es el único responsable de sus decisiones y acciones, puede parecer
una gran carga. Esencialmente, perder la creencia en la "autoridad" significa crecer, lo
que tiene ventajas e inconvenientes. La persona no adoctrinada ya no se puede
enfrentar al mundo como un niño irresponsable y sin preocupaciones, pero, al mismo
tiempo, alcanzará un nivel de libertad y empoderamiento como no podría haber
imaginado jamás.
Los estatistas a menudo tienen un terror profundamente arraigado a vivir en un mundo
en el que cada persona decida por sí misma lo que debe hacer. Desafortunadamente
para ellos, esto es todo lo que siempre ha sido, y será. Todo el mundo ya decide por sí
mismo lo que hará.
Eso se llama "libre albedrío". Muchos asumen que si un individuo no está sujeto a
ninguna "autoridad" y tiene la actitud de "puedo hacer lo que quiera", se comportará
como un animal egoísta. Algunos incluso imaginan que ellos mismos se convertirían
en animales si no estuvieran gobernados por un amo. Tal creencia implica que las
personas sienten una fuerte obligación moral de hacer lo que se les dice, pues de lo
contrario no tendrían brújula moral de ningún tipo, a pesar de que la mayoría de las
personas obedece "la ley" porque cree que es bueno hacerlo. No hay ninguna razón
para pensar que, sin estar subordinados a un amo, esas mismas personas ya no
desearían ser buenas. Sin embargo, muchos siguen pensando que los seres humanos
son unos estúpidos salvajes, que solo se mantienen bajo control gracias a los
ejecutores. Por lo tanto, creen que si se deshacen de la creencia en la "autoridad", la
mayoría de las personas se convertirían en algo así como animales liberados.
Aquellos que ya han abandonado la ilusión de la "autoridad" lo saben mejor. Por
supuesto, que hay consecuencias para las acciones, con o sin "autoridad". Además de
por los problemas morales, la mayoría de los humanos elige comportarse de manera
que no se moleste a los demás. Incluso aunque nadie creyera en lo correcto y lo
incorrecto, ser un ladrón o asesino habitual sería peligroso, ya que encontrar formas
de coexistir pacíficamente beneficia al individuo y al grupo. Así pues, la mayoría de la
gente trata de ser buena. De hecho, por eso obedecen "la ley", porque se les enseñó
que hacerlo es bueno. El problema no es que las personas no quieran ser buenas, es
que su juicio sobre lo que es bueno o malo está terriblemente retorcido y pervertido
por la creencia en la "autoridad". Se les enseña que financiar y obedecer a una
pandilla de matones es una virtud, y resistirse a ello es un pecado. Se les enseña que
pedirle a esos matones que roben y controlen a sus vecinos (a través de la
"legislación") es perfectamente moral y legítimo. En resumen, a través de la
"autoridad", se les enseña que lo bueno es malo y que lo malo es bueno. Iniciar actos
de violencia a través de "la ley" (robo a través impuestos, multas de tráfico, etc..) es
visto como bueno, y resistirse a semejantes ataques (según ellos "violar la ley") es
visto como malo.
Sin el mito de la "autoridad", la gente seguiría teniendo desacuerdos, y algunos
humanos seguramente seguirían siendo estúpidos, maliciosos o negligentes, por lo
que harían cosas estúpidas u hostiles. La principal diferencia en cómo los seres
humanos interactuarían sin tener presente la superstición de "autoridad" es bastante

122
simple: si alguien no se siente justificado para hacer algo por sí mismo, no se sentiría
justificado para pedirle a alguien que lo hiciera, ni se sentiría justificado al hacerlo él
mismo en nombre de otra persona. El concepto es tan simple, que suena casi trivial,
pero daría lugar a un cambio enorme en el comportamiento humano.
Por resumir, si alguien no ve justificado pagar la educación de sus hijos mediante el
robo por la fuerza a sus vecinos, tampoco vería justificado “votar" por un "gobierno"
local que prescriba un "impuesto sobre la propiedad" para así pagar por las escuelas
"públicas". Y si alguien no ve justificado robar la propiedad de su vecino para financiar
una escuela, tampoco se vería justificado aunque le dieran una insignia y una porra y
le dijeran que lo hiciera en nombre de "la ley". Otro ejemplo, si alguien no ve justificado
el hecho de derribar la puerta de alguien, arrastrarlo lejos de casa y ponerlo en una
jaula durante años, por haber poseído una planta con propiedades que alteran la
mente, entonces tampoc veria justificado el apoyar “leyes anti-drogas”. Ni tampoco se
sentiría justificado para violar, asaltar y secuestrar sólo porque alguna "autoridad" le ha
dado una placa y le ha dicho que lo haga, en el nombre de una “ley". Como otro
ejemplo, si alguien no le hiciera sentirse justificado de usar la violencia para evitar que
un extraño ponga un pie en cualquier lugar de un "país" entero, entonces ya no se
sentiría justificado aunque alguien le diera una placa, o tampoco se sentiría justificado
para apoyar "leyes de inmigración" que instruyen a otros a hacerlo.
En una sociedad sin el mito de la "autoridad" también habría ladrones, asesinos y
otros delincuentes. La diferencia es que la gente que ve el robo o el asesinato como
algo inmoral, no aprobaría el robo y el asesinato "legal", como todo estadista hace.
Nuevamente, abogar por cualquier "ley" es abogar por el uso de cualquier nivel de
fuerza autoritaria que se requiera, incluyendo la fuerza letal, con el fin de lograr el
cumplimiento. Y las personas que percibieran el robo y el asesinato como inmorales
jamás cometerían tales actos aunque alguna "autoridad" o "ley" les ordenara hacerlo.
¿Cuántas cosas de las que un policía hace a diario las haría por si mismo, sin una
"ley" o un "gobierno" que se lo ordenara? Muy pocas ¿Cuántas cosas de las que
hacen los soldados las harían sin un mando que se lo ordene? Casi ninguna ¿Cuántas
acciones de las que hacen los "recaudadores de impuestos" por sí mismos, las harían
sin ningún "gobierno" obligándoles? Ninguna de ellas… Todo lo bueno que las
personas llamadas "fuerzas del orden" hacen, es decir, tratar de evitar que la gente
realmente hostil y destructiva haga daño a los inocentes, podría continuar haciéndose
sin el mito de la "autoridad". Y podría hacerse, bien apelando a la bondad de sus
corazones, o como un trabajo remunerado, en el caso probable de que estas personas
lo deseen: incluso, quizás algunos pagarían voluntariamente por hacerlo. Al mismo
tiempo, todo lo malo que las "fuerzas del orden" y soldados hacen ahora, por ejemplo,
intimidar o disparar a gente de la que no saben nada, agredir a quienes cometen
"crímenes" sin víctimas, detener, interrogar y agredir a completos extraños, la mayoría
de ellos pararía de hacerlo de inmediato.
¿Cuántas personas fueron agredidas, torturadas y asesinadas por la población civil de
Alemania, Rusia o China, ante los respectivos "gobiernos" de dichos países, bajo los
regímenes de Hitler, Stalin y Mao, los cuales promulgaron "leyes" para legitimar tales
atrocidades? Casi nadie ¿Y cuántas atrocidades se cometieron después de que la
"autoridad" dictara órdenes obligando a la gente a obedecerlas? Las cifras en este
caso son escandalosas: decenas de millones de muertos, cientos de millones
atacados, oprimidos o torturados. Obviamente, las personas de esos países (y de casi
todos los demás países) estaban muchisimo menos inclinados a cometer actos de

123
agresión por sí mismos, que a cometer estos actos cuando se lo ordena una
"autoridad" imaginada.
Irónicamente, cuando se enfrentan con el concepto de una sociedad basada en lo
voluntario, en el que todos los servicios, incluso la defensa y protección, son
financiados por los ciudadanos dispuestos, en vez de por los "Impuestos" coercitivos,
muchos estatistas predicen que las empresas de seguridad privada se convertirían en
un nuevo y abusivo "gobierno”, o que las compañías de seguridad competidoras
terminarían involucradas en conflictos violentos perpetuos entre sí. Tales predicciones
fallan al no reconocer que la mayoría de la gente no quiere atacar y robar a sus
vecinos, y tampoco quieren ser atacados y robados por sí mismos, es sólo a través de
la creencia en la "autoridad" que la mayoría se siente bien al defender el robo a través
los "impuestos", o algunas veces perciben como adecuado el ser atacados y robados
a través de "la obediencia a la ley”. Si conseguimos no asumir la noción de que "el
gobierno" tiene derechos que los individuos no tienen, ninguna empresa de seguridad
privada maliciosa o agresiva, tendría el apoyo popular. Si estos individuos fueran
vistos como simples empleados, o sea, gente común, ninguno de los involucrados, ni
los clientes ni sus agentes contratados, nadie imaginaría que estos empleados
pudieran tener derecho a robar, acosar, aterrorizar, o hacer nada que cualquier otro
ser humano no tendría el derecho de hacer.
Para verlo de otra manera, y hacerlo más personal, imagina vivir en un mundo donde
ninguno de tus vecinos se sintiera justificado al defender que se te "gravara con
impuestos" para financiar cosas a las que te opones. Imagínese si cada causa, cada
plan, cada programa, cada idea, cada solución propuesta para todo tipo de problemas,
fuera algo que usted pudiera apoyar voluntariamente, o no. Imagine vivir en un mundo
donde ninguno de sus vecinos sintiera tener el derecho de imponer sus ideas,
elecciones y estilos de vida a la fuerza. Se sentirían justificados (como ya lo hacen)
para usar la fuerza para detenerte si decidieras atacarlos o robarles, pero seguro que
muy pocos se sentirían bien si cometieras algún tipo de agresión en su contra.
Al contrario de lo que la mayoría de las personas asume, esto es exactamente lo que
parecería un "mundo sin reglas". Cada persona estaría guiada por su propia
conciencia, que podría considerarse como un conjunto de "reglas" para el
"autogobierno", dichas reglas son autoimpuestas, y aunque algunas personas al actuar
por su cuenta seguirían tomando decisiones mezquinas o malintencionadas, y por lo
tanto, cometerían actos de agresión, nadie más seguiría pensando que llamar a algo
"ley" o "regla" puede convertir un acto intrínsecamente injustificado en algo bueno. Y si
uno se resistiera a semejante acto de agresión, sus vecinos lo elogiarían por ello, en
vez de condenarlo como a un "criminal", cosa que casi todos hacen actualmente,
cuando uno se resiste a un acto de agresión que la elite etiquetó como “legal".

Pensando de manera diferente, hablando de manera diferente

Muchos de los términos que usan las personas y las discusiones que tienen a diario se
basan en la suposición de que puede existir un ente llamado "autoridad". Al escuchar y
repetir constantemente el dogma basado en esta superstición, casi todos, sin saberlo
refuerzan el mito en sus propias mentes y en las mentes de aquellos con quienes
hablan. La propaganda autoritaria es tan omnipresente, que a las masas no les parece
un "mensaje" en absoluto; simplemente lo perciben como "decir las cosas como son".

124
La mayoría de cada libro de historia trata sobre quién gobernó cierta área, o cuándo
ese régimen autoritario conquistó otro régimen autoritario, y qué individuos o partidos
políticos llegaron al poder, qué formas de "gobierno" y tipos de "políticas públicas" han
tenido sucesivos imperios, y así repetidamente. Hablan sobre las elecciones, sobre
quién ejerció el poder detrás del telón, qué "leyes" se aprobaron, qué "impuestos" se
impusieron, y qué pensaba la gente sobre sus "líderes". La premisa que subyace, que
se percibe casi en voz alta, aunque nunca se afirma abiertamente, es que sea
inevitable y legítimo que exista una clase gobernante o algun tipo de señor supremo,
con el derecho de controlar por la fuerza a los demás.
Ese mensaje continúa siendo un tema constante en casi todo lo que se escribe en
periódicos o se transmite por radio y televisión. Las noticias, ya sean locales o
nacionales, hablan de qué "legislación" han aprobado los "diputados" o "congresistas",
qué hicieron los "agentes del orden" ese día, qué candidatos se postulan para nuevos
"cargos públicos", qué "políticas públicas" apoyan, y así sucesivamente. La forma en
que se informa a la población está intensamente contaminada por la superstición de
"autoridad". Por supuesto, la forma en que la gente piensa, afecta la forma en que
habla, y cada humano expresa constantemente sus creencias fundamentales, incluso
en discusiones aparentemente triviales.
Compare cómo la misma circunstancia y los eventos derivados, serian informados,
primero por alguien que cree en "autoridad" y luego por alguien que no:

Con Superstition: "Hoy, el gobierno local de Springfield implementó un aumento del


cuatro por ciento en el impuesto de obras locales, cuya recaudación está destinada a
financiar un programa para proporcionar nueva asistencia médica a los ancianos".

Sin superstición: "Hoy, un grupo de extorsionadores locales emitió una amenaza


formal a cualquiera que realizara obras o reformas en Springfield, exigiendo un cuatro
por ciento más de lo que habían reclamado previamente. Los ladrones dicen que
tienen la intención de dar algo del dinero confiscado a los ancianos, aunque no se
sabe en qué condiciones".
Cuando alguien escapa a la superstición de la "autoridad", sus patrones de
pensamiento, y por lo tanto sus patrones de habla, cambian drásticamente. Uno ya no
usa términos eufemísticos que dan legitimidad a la violencia "por ley". Describe a los
"recaudadores de impuestos" como realmente son: extorsionadores profesionales. He
descrito a los "agentes de la ley" como realmente son: matones contratados por los
políticos. He descrito las "leyes" como lo que realmente son: amenazas de los
políticos. Uno ya no se describe con orgullo como un "contribuyente respetuoso de la
ley", porque reconoce lo que realmente significa ese término: alguien que se permite
ser robado y controlado por megalómanos hambrientos de poder.
A la mayoría de los estatistas les cuesta imaginarse un mundo en el que no haya una
maquinaria centralizada que intente controlar a los demás. Sin embargo, a algunos les
resulta igualmente difícil imaginar un mundo en el que ellos mismos no están siendo
controlados por la fuerza. La idea de mirar el mundo y no sentirse obligado con nadie,
sin sentir la obligación de obedecer las "leyes" de los demás, es algo ajeno a todo lo
que alguna vez hayan contemplado. Por triste que sea, a muchas personas les resulta
muy difícil siquiera imaginar un mundo en el que no haya nadie ante quien inclinarse,
ni una legislatura a la que se deben subyugar, ni una "ley" o "regla" que supere jamás

125
a la su propia conciencia. Estas ideas están muy lejos de lo que a todos se les ha
enseñado a creer, y aceptar una visión de la realidad tan drásticamente diferente se
puede llegar a sentir como un profundo despertar existencial. El que escapó del mito
puede decir algo así:
"¿Alguna persona, o cualquier grupo de personas, tiene el derecho de exigirme el
pago por algo que no pedí y no quiero financiar? Por supuesto que no. Si no estoy
cometiendo agresión contra nadie, ¿alguien tiene derecho a obligarme a tomar las
decisiones que ellos desearían tomar? Por supuesto que no. ¿Tengo derecho a resistir
tal agresión? Por supuesto que si. ¿Alguna persona o grupo de personas posee
derechos que yo no poseo? Por supuesto que no. ¿Cómo y de dónde habrían
obtenido esos derechos? ¿Tengo alguna vez, en algún momento o en cualquier lugar,
bajo ninguna circunstancia, la obligación de hacer otra cosa que no sea lo que mi
propia conciencia dicta? ¿Hay alguna situación en la que los decretos o 'leyes' de
cualquier supuesta 'autoridad' puedan alguna vez obligarme, de cualquier manera y en
cualquier grado, a abandonar mi libre albedrío, o ignorar mi propio sentido del bien y el
mal? Por supuesto que no".

Enseñanza moral vs. Enseñanza autoritaria

Comúnmente se sostiene que, a menos que se enseñe a los niños a respetar y


obedecer a la "autoridad", serán como animales salvajes, robando, agrediendo, etc.
Pero ser obediente, en sí mismo, simplemente significa que, en lugar de que la
persona use su propio juicio, debe respetar la decisión de los que buscan y adquieren
posiciones de poder -algunos de los seres más inmorales, corruptos, insensibles,
maliciosos, en la tierra- La formación de personas para ser obedientes sólo previene el
comportamiento animal si la supuesta "autoridad" en sí misma, perdona y dirige el
robo y asalto, como cada "gobierno" en la historia ha hecho en nombre de la
recaudación de "impuestos" y la "aplicación de la ley". Obviamente, La enseñanza de
la obediencia no ayuda a la civilización, si los que dan las órdenes utilizan los mismos
comportamientos que dañan a la sociedad: actos de agresión contra inocentes. La
idea de que la sumisión generalizada es buena para la sociedad se basa en la
suposición evidentemente falsa de que las personas en posiciones de poder son
moralmente superiores a los demás. Debería ser evidente que la mayoría de las
personas evitan seguir su propia conciencia, y confian en los políticos para que tomen
las decisiones por ellos, hecho que jamás hará que la sociedad sea más segura o
virtuosa. Por el contrario, solo legitimará los mismos actos repulsivos que interfieren
con una convivencia humana pacífica.
Consideremos la analogía de un robot, que está programado para hacer lo que su
dueño le diga que haga, ya sea constructivo o destructivo, ya sea civilizado o brutal.
Por el contrario, a los niños se les enseña el principio de auto-propiedad (la idea de
que cada individuo se pertenece a sí mismo, y por lo tanto no debe ser robado,
amenazado, asaltado o asesinado), entonces la supuesta virtud de la obediencia es
completamente innecesaria. Considere cuál de los siguientes supuestos es más
probable que conduzca a una solución justa, y a una sociedad en paz…millones de
personas a las que se les enseñan los conceptos básicos de cómo ser seres humanos
morales (por ejemplo, el principio de no agresión), o millones de personas a las que se
les enseña simplemente a obedecer, con la pueril esperanza de que esos pocos
afortunados de la élite que quedan al mando, harán buenas obras. Si tiene alguna

126
dificultad imaginando lo que sucedería en ambos escenarios, solo hay que mirar la
historia para valorar como nos ha ido.
Incluso los "gobernantes" seleccionados al azar, cuando se les da permiso para
controlar por la fuerza a todos los demás, se corrompen rápidamente y se convierten
en tiranos. Sin embargo, la gente normal y decente no desea poder sobre los demás.
Quienes buscan y finalmente obtienen el poder, suelen ser narcisistas y
megalómanos, personas con un ansia infinita de poder, a quienes les encanta la idea
de dominar a los demás. Y el deseo de dominio no proviene del deseo de ayudar a los
que están siendo dominados, sino que es siempre por un deseo de empoderar al
controlador a expensas de aquellos a quienes controla. Sin embargo, la gente sigue
creyendo que el individuo normal, si es guiado exclusivamente por su propia
conciencia, será menos respetable, menos civilizado y menos moral, que si deja de
lado su propia conciencia y hace sin pensar lo que los tiranos del mundo le dicen que
debe hacer. Si cada persona se basara en su propio juicio, eso sería, por definición,
"anarquía", sin embargo, la obediencia a los tiranos autoritarios, por definición,
constituye la "ley y orden". Fíjese en el drástico contraste entre las connotaciones
habituales de los términos "anarquía" que suena atemorizante y violenta, en cambio,
"ley y orden", suena civilizada, aunque solo hay que ver los resultados en el mundo
real, cuando uno sigue su conciencia versus la de los gobernantes. El nivel de maldad
cometido por individuos que actúan por su cuenta es ridículo comparado con el nivel
de maldad cometido por las personas que obedecen a una "autoridad" percibida.
Aunque muchos imaginan que la enseñanza en la obediencia a la "autoridad" es un
sinónimo aprender lo que es el bien y el mal, los dos son realmente opuestos. Enseñar
a los niños a respetar los derechos de cada ser humano, y enseñarles que cometer
agresión es intrínsecamente malo, es muy importante. Pero enseñarles que la
obediencia es una virtud, y que "respetar a la autoridad" es un imperativo moral, les
hará creer que deben apoyar la agresión a gran escala, o incluso que participen en la
misma ellos mismos. Todo estadista hace lo uno o lo otro (o ambas cosas). De hecho,
enseñar obediencia dramáticamente obstaculiza el desarrollo social y mental de los
niños. Después de haber crecido en una situación en la que estaban controlados por
otros, premiados por ser obedientes y castigados por desobedientes, si alguna vez
logran escapar de esa situación, habrán tenido poco o ningún entrenamiento, y poca o
ninguna experiencia en la forma de pensar y actuar desde la moral y los principios. Si
sus mentes son moldeadas principalmente por un estado "autoritario", la gente se
sentirá existencialmente perdida, y así el autocontrol también desaparecerá.
En resumen, la gente entrenada para obedecer a la "autoridad" no sabe cómo ser un
humano independiente, soberano y responsable, porque todos ellos han sido
intencional y específicamente entrenados para no seguir su propia conciencia, ni
utilizar su propio juicio. Así pues, los adoctrinados, cuando escapan de un entorno
institucional de control (la "escuela"), imaginan otra "autoridad" que tomará su lugar: el
"Gobierno". Los monos que han escapado, simplemente van a construir una nueva
jaula, y ansiosamente saltarán dentro de ella, porque eso es todo lo que saben, y todo
lo que sabrán nunca.
En un mundo sin el mito de la "autoridad", por otro lado, a los niños se les podría
enseñar a tener un comportamiento moralmente aceptable, en vez de ser simplemente
obedientes. Se les podría enseñar a respetar a las personas, en lugar de respetar a
ese monstruo inhumano y violento llamado "gobierno”. Se les podría enseñar que
depende de ellos, no sólo hacer lo correcto, sino averiguar que es "lo correcto". Como
resultado, podrían crecer como adultos responsables, pensantes, útiles, miembros de
127
una comunidad pacífica y productiva, en lugar de crecer para ser poco más que
ganado en las granjas de los tiranos.

No hay un plan maestro


Si mañana, por algún milagro, todo el mundo dejara de creer en la "autoridad", la gran
mayoría de los robos, asaltos y asesinatos en la sociedad cesarían inmediatamente.
Todas las guerras terminarían; todo robo en nombre de los "impuestos" se detendría;
La opresión llevada a cabo en nombre de la "ley" cesaría. El pueblo en su conjunto,
incluidos los ejecutores, las víctimas y los espectadores de la opresión, dejarían de ver
estos actos de agresión como legítimos.
Pero también habría otro cambio, menos inmediato. La creencia en la "autoridad" es,
en esencia, una jaula psicológica. Entrenar a las personas para que crean que no
necesitan juzgar qué está bien y qué está mal, que no necesitan asumir la
responsabilidad de arreglar la sociedad, que todo lo que se requiere de ellos es que
"cumplan con las reglas" y hagan lo que se les ordena, mientras eligen a "líderes" y
"legisladores" para que solucionen los problemas de la sociedad. En resumen, la
creencia en la "autoridad" capacita a las personas para que nunca crezcan, para ver
siempre el mundo como lo vería un niño…un lugar incomprensiblemente complicado
que es, y siempre será, responsabilidad de otra persona. Cualquiera que sea el
problema: pobreza, crimen, enfermedad, problemas económicos o ambientales, los
estatistas adoctrinados siempre buscan un nuevo "líder" al que elegir, que prometa
arreglar las cosas. De alguna forma, un mundo de autoritarios funciona exactamente
como una guardería infantil, si algo va mal, si ocurre cualquier cosa fuera de los
eventos predecibles y planificados de antemano, habrá una alerta de los "niños" para
que el "maestro" arregle los problemas. Todo el ambiente autoritario de un aula les
enseña a los niños que nunca están al cargo de nada. Nunca depende de ellos decidir
qué hacer. De hecho, se les recomienda encarecidamente que nunca piensen o
actúen por su cuenta. Después de todo, si se les permitiera pensar y tomar sus
propias decisiones, la primera decisión que tomarían sería abandonar el aula.
Del mismo modo, a los autoritarios adultos constantemente se les dice que no se debe
"tomar la justicia por sus propios medios". Las personas están entrenadas para llamar
a "las autoridades" cada vez que hay un conflicto u otro problema, y luego hacen
dócilmente lo que los “agentes de la ley” les dicen que hagan. Si hay alguna disputa
entre vecinos, se les dice que siempre deben correr hacia los amos, ya sea llamando a
la "policía" o yendo a los "tribunales" autoritarios para resolver desacuerdos. Cuando
se discuten desafíos sociales, sujetos bien entrenados por el estado hablan en
términos tales como: "Deben aprobar una ley ..." o "Deberían hacer un programa de
gobierno ..." Ven sus vidas como parte de un gigantesco plan maestro centralizado,
por lo que lógicamente se deduce que si quieren mejorar sus vidas, la solución pasa
por solicitar a los ejecutores que cambien sus planes. Esta visión está tan arraigada en
las masas que muchas personas literalmente no pueden entender la idea de que los
individuos vivan sus vidas sin ser parte del plan maestro.
Esto se demuestra por la respuesta común que los autoritarios tienen a la idea de una
sociedad sin gobernantes. Casi sin excepción, un estatista que pondera una sociedad
sin estado comenzará preguntando cómo las cosas iban a "funcionar" sin la clase
dominante. No preguntan esto simplemente por curiosidad sobre cómo las carreteras,
la defensa, el comercio, la resolución de disputas y otras cosas podrían funcionar sin

128
"gobierno". Lo preguntan porque siempre ha sido entrenado para entender la
existencia de la humanidad dentro del marco de un plan maestro forzado, y es
literalmente incapaz de pensar fuera de ese paradigma. Y entonces preguntará cómo
funcionarán las cosas "bajo anarquía" y se referirá a ello como un nuevo "sistema",
imaginándolo como un nuevo tipo de plan maestro que se infligirá a las masas,
cuando, por supuesto, es exactamente lo opuesto: la completa falta de un plan
centralizado por la fuerza. Pero un plan general para la humanidad es todo lo que el
estatista alguna vez ha conocido, y a menudo es todo lo que él puede entender. La
idea de que nadie estará "al cargo", que nadie dictará más “reglas" para todos los
demás, que nadie planificará o gestionará a la humanidad como un todo, y que nadie
le dirá al estatista qué hacer, es simplemente algo que la mayoría de los autoritarios
nunca han imaginado. El concepto es tan desconocido que ni siquiera saben cómo
procesarlo, por lo que tratan desesperadamente de adaptar la idea de "anarquía" (una
sociedad sin estado) al molde de un plan maestro.
(Este pensamiento contradictorio se ve reforzado por los que llevan la etiqueta de
"anarco comunista". El término implicaría que no exista ninguna clase dominante, y
que la sociedad se organizaría en un sistema colectivista. Por supuesto, si algún grupo
reclama el derecho a imponer por la fuerza un sistema de este tipo para todo el
mundo, sería otro autoritarismo más, por lo que el prefijo "anarco" no podría aplicarse.
Otra opción es que aquellos que se hacen llamar "anarco-comunistas" están
simplemente esperando que, en ausencia de una la clase dominante, cada individuo
en el planeta vaya a elegir libremente participar en comunas o colectivos –cosa que,
por supuesto, no iba a pasar-. Como otra posibilidad, tal vez los "anarco-comunistas ''
podrían decidir, por sí mismos, ser parte de una comuna, pero eso permitiría a otros a
elegir diferentes formas de vida. Lo cierto es que, el término "anarco-comunista'' no
tiene mucho sentido, y es en realidad un síntoma de más autoritarismo. Incluso
cuando se aboga por una sociedad sin Estado, muchas personas automáticamente
imaginan que debe haber algún sistema o plan general, algún gran plan, alguna forma
de gestión social que debe imponerse a la humanidad como un todo).
La verdad es que, con o sin el mito de la "autoridad", nadie puede garantizar la justicia
o la prosperidad, predecir todo lo que pudiera ocurrir, conocer todos los problemas que
puedan surgir, o cómo resolverlos todos ellos. La diferencia es que aquellos que creen
en la "autoridad" siguen creyendo, a pesar de la abrumadora evidencia en contra, que
un sistema autoritario de control puede garantizar la seguridad, la prosperidad, la
equidad y la justicia. Mientras tanto, aquellos que han renunciado a la superstición
más peligrosa ya se han dado cuenta de que es imposible controlar todo y a todos a
través de cualquier "sistema". Extrañamente, a pesar del brutal grado de desastre
económico, sufrimiento humano y opresión masiva que la creencia en el "gobierno" ha
causado históricamente, los partidarios del autoritarismo insisten en decir que quienes
se oponen al estatismo deberían ser capaces de describir en detalle cómo funcionaría
todo en una sociedad sin "gobierno", y de qué modo iban a asegurar que no iba a
pasar nada malo. Y si no pueden –y es obvio que nadie puede hacerlo-, el estatista
proclama en voz alta, que esa es la prueba de que "la anarquía nunca funcionará".
En lugar de ser una conclusión racional, tal idea es el síntoma de la dependencia
mental profundamente arraigada y del miedo a lo desconocido. Los estatistas quieren
la promesa de que alguna entidad omnisciente y todopoderosa se hará cargo de ellos
y los protegerá de todas las desgracias posibles y de todas las personas malas del
mundo. El hecho de que los políticos hayan hecho tales promesas desde siempre y
nunca las hayan cumplido (porque la promesa es evidentemente ridícula), no impide

129
que los estatistas quieran escuchar la promesa. No importa cuántas veces las
"soluciones" autoritarias fallen horrorosamente, la mayoría de la gente todavía piensa
que otro nuevo plan del "gobierno" es la única respuesta. Lo que quieren es tener la
garantía de que unos cuantos hombres poderosos, que no sean ellos mismos, se
asegurarán de que sus vidas sean cómodas y seguras. No parece importarles, o
incluso ni siquiera se dan cuenta, de que tales "garantías" nunca se hacen realidad, y
que cualquiera que reclame el poder para ofrecer semejante garantía es un mentiroso
o un lunático. Sin embargo, debido a que los anarquistas nunca harían la absurda
promesa de que, sin "gobierno", nunca pasará nada malo, la mayoría de los estatistas
viven aterrados ante la idea de una sociedad sin Estado.
(Nota personal del autor: he encontrado que, cada vez que hablo del tema de una
sociedad sin estado con los estatistas, sin excepción, empiezan a hacer preguntas en
voz pasiva: ¿Cómo vais a conseguir hacer esto? ¿Cómo vais manejar este asunto?
Hablan como si no fueran más que simples espectadores, esperando a ver qué va a
pasar. Esto se debe a que durante muchos de sus años de formación, especialmente
mientras estaban en "la escuela", eran poco más que espectadores. Los guiones de
sus vidas fueron escritos por otros, su destino fue determinado y decidido por la
"autoridad", no por sí mismos. Por lo tanto, en un esfuerzo por conseguir que escapen
a esa forma de pensar, cuando me preguntan algo como: "Bajo la anarquía ¿Cómo
harías para lidiar con eso?" o cuando preguntan, "¿Qué se haría con este posible
problema?", les respondo: "¿Qué harías tú al respecto, como lo solucionarías?". Por lo
general, se les ocurren ideas, bastante brillantes, que son mejores que cualquier
solución autoritaria. El problema no es que sean incapaces de estar a cargo de sí
mismos y de su futuro y, de hecho, el futuro del mundo; el problema es que nunca se
les ha ocurrido que ya están a cargo de sí mismos, de su futuro y del futuro del
mundo).
El que entiende que la "autoridad" es un mito no tiene ninguna obligación de explicar
cómo funcionaría cada aspecto de una sociedad libre, de la misma forma, si alguien
dice que Santa Claus no es real, no tiene la obligación de explicar cómo funcionaría la
Navidad sin él. Sin embargo, los estatistas siempre insisten, como condición
indispensable considerar la posibilidad de una sociedad sin estado, que alguien les
diga cómo funcionarán todos los aspectos de la vida sin "gobierno". Por supuesto,
nadie sabe, sea con o sin el mito de "gobierno", todo lo que sucederá, y aferrarse con
fuerza a un mito demostrablemente falso y autocontradictorio, que ha llevado al
asesinato, la extorsión y la opresión en gran escala, porque alguien no describió en
detalle un mundo perfecto sin la presencia del mito, es absurdo . Las personas pueden
hacer sugerencias o predicciones sobre cómo funcionarían los diferentes aspectos de
una sociedad libre sin la participación de "autoridad" -y muchos tratados académicos
hacen exactamente eso-, pero una vez que alguien realmente entiende la locura
inherente a cualquier creencia en "autoridad", nunca más vuelve a aceptar el mito,
independientemente de lo que piense que podría pasar sin la superstición, como
tampoco un adulto volvería a creer en Santa Claus porque no sabe si la Navidad
podría ser posible sin su presencia.

Tú te gobiernas, yo me gobierno

Por definición, en ausencia de "autoridad", nadie tendría el poder o el derecho de


proclamar: "Así es como se harán las cosas". Sin embargo, esa es la única plantilla de

130
pensamiento que la mayoría de los autoritarios han considerado alguna vez. Aquellos
que se dan cuenta de que no tienen ni la capacidad ni el derecho de controlar a toda la
humanidad no piensan en términos de un plan maestro para la raza humana. En
cambio, piensan en términos de lo único que realmente pueden controlar: sus propias
acciones. Como por ejemplo "¿Qué debo hacer al respecto?" En lugar de "¿Qué debo
pedirles a los amos que hagan al respecto?" No son tan arrogantes ni delirantes como
para pensar que tienen el derecho o la capacidad de tomar decisiones para toda la
humanidad. Toman sus propias decisiones y aceptan la realidad inevitable de que
otras personas tomarán decisiones diferentes.
En un nivel práctico, es absurdo esperar que un sistema de control centralizado, en el
que un puñado de políticos, con su limitada comprensión y experiencia, propongan un
plan maestro y luego fuercen su ejecución con los chicos con placa, funcione mejor
que comparar y combinar el conocimiento, el ingenio y la experiencia de cientos de
millones de personas, a través de una red de comercio y cooperación mutuamente
voluntaria. No importa cuál sea el objetivo: producción de alimentos, construcción de
carreteras, protección contra agresores o cualquier otra cosa: las ideas que surgen del
"caos" de millones de personas, que intentan desarrollar originales inventos y
soluciones, siempre serán mejores que las ideas que se les ocurrirán a un puñado de
políticos. Esto es especialmente cierto a la luz del hecho de que, mientras los políticos
fuerzan implantar su ideas sobre todos a través de "la ley", (aunque sean ideas
pésimas que a nadie apoye), las ideas en una sociedad libre deberán ser lo
suficientemente buenas como para que otros las respalden voluntariamente.
A pesar de la asombrosa prosperidad ya creada por el comercio "anarquista" y la
cooperación mutua relativamente libres, sin embargo, el hecho de que las personas
coexistan sin que todas ellas estén controladas y reguladas por algún plan maestro
sigue siendo incomprensible para la mayoría de los estatistas. Estos ni siquiera han
comenzado a contemplar la posibilidad de estar realmente a cargo de sus propias
vidas. Todo en la sociedad autoritaria moderna capacita a las personas para ser
sujetos leales a un sistema de control, en lugar de formar seres humanos o lo que
deberían ser: seres soberanos, que resuelven las cosas por sí mismos, interactúan
con los demás como iguales, y sobre todo, responden ante sus propias conciencias.
Para la mayoría, la idea de un mundo donde ellos son los que tienen que resolver
problemas, resolver disputas, ayudar a quienes necesitan ayuda, protegerse a sí
mismos y proteger a los demás, sin poder correr hacia una "autoridad" omnipotente, es
un concepto completamente extraño y aterrador. Les encanta abogar por soluciones
autoritarias, pero realmente ni siquiera quieren estar a cargo de sí mismos, y mucho
menos, de ser personalmente responsables para que la sociedad funcione. Y su
creencia en la "autoridad" es lo que utilizan para tratar de evadir esa responsabilidad y
evitar la realidad de la vida.
La vida de un animal enjaulado es, casi siempre, más fácil que la vida en la naturaleza.
Asimismo, la vida como un esclavo humano irreflexivo puede ser más predecible y
percibirla como más segura que una vida de responsabilidad. Pero, al igual que vivir
en la naturaleza hace que los animales sean más fuertes, más inteligentes y mucho
más capaces de cuidarse a sí mismos, dejar de lado el mito de la "autoridad" obligará
a los seres humanos a ser más inteligentes, más creativos, más compasivos y más
morales. Eso no quiere decir que todas las personas, sin la creencia en el "gobierno",
sean sabias, amables y generosas. Pero si millones de individuos entendieran que
depende de ellos hacer del mundo un lugar mejor (en lugar de simplemente cumplir sin
rechistar un rol asignado en el plan maestro que otra persona diseñó, mientras

131
reclama al "gobierno" que lo arregle todo) se desataría un nivel de creatividad humana,
ingenio y cooperación más allá de lo que la mayoría de la gente podría imaginar.

Una sociedad diferente


Hoy en día, la mayoría de la gente asocia la idea "hacer cada uno hace lo que quiere"
con el caos y la muerte, y por otra parte, asocia a los que son obedientes y
"respetuosos de la ley" con el orden y la civilización. Sin el mito de la "autoridad", sin
embargo, la gente tendría una mentalidad muy diferente. Sin una "autoridad" a la que
seguir y obedecer ciegamente, sin poder quejarse a "los poderes que lo arreglan todo",
la gente tendría que averiguar por sí misma lo que está bien y lo que está mal, y cómo
resolver los problemas. Algunos podrían decir que los seres humanos son demasiado
cortos de miras, perezosos e irresponsables para dirigir sus propias vidas, pero es
precisamente la creencia en la "autoridad" lo que les ha permitido volverse tan
perezosos e indefensos. Mientras sigan creyendo que hacer las cosas bien no es su
trabajo, que arreglar problemas no es su trabajo, y que todo lo que tienen que hacer es
obedecer a sus amos, actuando como peones irreflexivos en el plan maestro de otros,
no tienen necesidad de crecer. Sin embargo, despojarse de la superstición obliga a
uno a darse cuenta de que no hay nada en la tierra por encima de él, lo que significa
que es responsable de sus propias acciones (o de la falta de ellas); él es el que tiene
la tarea de hacer del mundo un lugar mejor; él es el que tiene que hacer que la
sociedad funcione.
Ciertamente ya existen “estatistas” que están tratando de hacer una diferencia
positiva, pero la mayoría de las veces su creencia en la "autoridad" convierte sus
buenas intenciones en malas acciones, pervierte su compasión en violencia y
convierte su productividad en combustible para más opresión. Por ejemplo, muchas
personas que se unen a las fuerzas armadas comienzan con el noble objetivo de
defender a sus compatriotas de las potencias extranjeras hostiles, y muchos de los
que se convierten en "agentes de policía" lo hacen con la intención de ayudar a la
gente y proteger a la gente buena de la gente mala. Sin embargo, una vez que se
convierten en agentes de esa bestia mítica conocida como "gobierno", inmediatamente
dejan de ser defensores de sus propios valores y de sus propias percepciones del bien
y del mal, para convertirse en ejecutores de los caprichos arbitrarios de los políticos.
En todos los "gobiernos" de la historia, los que pretenden ser "defensores" se han
transformado gradualmente, a veces inmediatamente, en agresores. El primer acto de
casi todos los regímenes es imponer algún tipo de "impuesto", robar por la fuerza a
sus súbditos, generalmente bajo la excusa tonta de que debe hacerlo para poder
proteger al pueblo contra los ladrones. Es, por lo tanto, irónico que tanta gente acepte
la idea de que el "gobierno" es la única entidad capaz de proteger lo bueno de lo malo.
En realidad, sólo en ausencia de la superstición de la "autoridad" pueden las buenas
intenciones de los aspirantes a protectores y defensores servir a la humanidad.
Una milicia privada, por ejemplo, formada con el propósito de defender a una cierta
población contra invasores extranjeros -cuyos miembros no crean tener una
"autoridad" especial- se guiará por la conciencia personal de cada miembro individual.
Una organización de este tipo puede ser un medio extremadamente eficaz para ejercer
una fuerza defensiva justificada, a la vez que es inmune a la habitual corruptibilidad de
las milicias autoritarias de "protección". Un militar privado que no sufra el engaño de la
"autoridad", no podría ni querría utilizar la típica excusa de "sólo sigo órdenes" para
tratar de negar la responsabilidad de sus propias acciones. Si finalmente utiliza la

132
violencia, él, y todos los que le rodean, sabrán que él mismo tomó esa decisión, que
es personalmente responsable de ella y que por lo tanto, debe rendir cuentas de sus
acciones. En resumen, la única forma en que una milicia privada no autoritaria puede
llegar a ser opresiva, es si cada individuo en ella decidiera actuar de esa manera. En
contraste, los ejércitos del "gobierno" pueden volverse opresivos simplemente con que
exista una sola persona genuinamente malvada en la cadena de mando, pues
aquellos que están por debajo de él, han sido eficazmente entrenados para seguir
fielmente las órdenes.
Sin el mito de la "autoridad", no todo el mundo actuará de manera responsable o
caritativa. Cuando cada persona acepta que está a cargo de sí misma, es mucho
menos probable que la gente buena siga las órdenes de la gente mala, como sucede
constantemente ahora, por medio de la creencia en la "autoridad". Los “estatistas”, a
menudo, temen lo que algunos individuos pueden hacer si no son refrenados por el
"gobierno". Lo que deberían temer, sin embargo, es lo que esos individuos pueden
hacer si se convierten en "gobierno". La cantidad de daño que un tipo hostil y malvado
puede hacer de forma individual, no es nada comparado con el daño que un individuo
“investido de autoridad" hostil y maliciosa puede hacer, con la obediencia de la buena
gente. Dicho de otro modo, si el mal sólo fuera cometido por personas malvadas, el
mundo sería un lugar mucho mejor de lo que es hoy en día, pues tenemos gente
básicamente buena cometiendo constantemente actos malvados, solo porque una
"autoridad" percibida les dijo que lo hicieran.
Un tipo diferente de reglas
Sin la creencia en el "gobierno", las comunidades, casi con toda seguridad,
desarrollarían "reglas" que, a primera vista, podrían parecerse a lo que ahora se
llaman "leyes". Pero habría una diferencia fundamental. Es legítimo y útil escribir, y
publicar para que todos puedan ver, declaraciones sobre las consecuencias de hacer
ciertas cosas. La gente de una ciudad puede, por ejemplo, hacer saber que si te pillan
robando en su ciudad, serás sometido a trabajos forzados hasta que le devuelvas a tu
víctima el triple de lo que le robaste. O la gente de algún vecindario puede hacer saber
que si te pillan conduciendo borracho allí, tomarán tu coche y lo hundirán en un lago.
Pero, si bien tales decretos constituirían amenazas, serían fundamentalmente
diferentes de lo que ahora se llaman "leyes", por varias razones:

1) Los que redactan las amenazas contra los malvados -aquellos que decidieron qué
retribución sería justificada exigir sobre los que dañan o ponen en peligro a sus
vecinos- serían los únicos responsables de llevar a cabo tales amenazas.
2) Las amenazas no requerirían de ninguna elección o consenso. Una persona, o mil
personas en conjunto, podrían hacer una advertencia del tipo: "Si te pillo haciendo
esto, te haré esto". Las amenazas no serían vistas como "la voluntad del pueblo", sino
sólo como una declaración de intenciones de los que, efectivamente, hacen la
advertencia.
3) La legitimidad de tales amenazas sería juzgada, no por quien las redactó, sino a
través de evaluar si la consecuencia de la amenaza es (a los ojos del observador)
apropiada para el crimen cometido. Nadie se sentiría obligado a aceptar o acatar dicha
amenaza si la considerara injusta o poco justificada.

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4) Estas advertencias no pretenderían alterar la moral, no constituirían nuevos
"crímenes", ni nadie imaginaría que tales advertencias fueran legítimas por el mero
hecho de haber sido emitidas (la forma en que la gente ve ahora las "leyes"
autoritarias). En su lugar, tales advertencias simplemente constituirían declaraciones
sobre lo que aquellos que redactan las amenazas creen que está justificado. Por lo
tanto, en lugar de estar en la fórmula autoritaria de "Vamos a hacer esto, aunque sea
ilegal", las advertencias responderían más a este esquema: "Creo que si haces esto,
tengo derecho a responder de esta manera."
Mucha gente, habiendo sido entrenada en la "adoración de la autoridad", estaría
aterrorizada por un método de interacción humana no centralizado y "libre para todos".
"Pero, ¿y si, (preguntará el estatista), alguien redacta una amenaza que diga, si no me
gusta tu religión, tu peinado, o tus elecciones dietéticas, te mataré?". El examen de
esta cuestión, ya sea en el contexto de una sociedad que todavía sufre de la
superstición de la "autoridad", o en el contexto de una sociedad sin tal creencia,
muestra cuán peligrosa es realmente la superstición de la "autoridad". Es cierto que en
ausencia de la creencia en el "gobierno", un individuo podría amenazar con violencia
en situaciones injustificadas. La cuestión no es que todos, automáticamente, piensen y
se comporten correctamente cuando por fin no haya gobernantes, sino que tales
tendencias maliciosas, que por desgracia se dan en algunos seres humanos, serán
mucho menos peligrosas y destructivas sin la presencia de una "autoridad" que los
legitime.
Por ejemplo, compare lo que sucede cuando algunos individuos se oponen
vehementemente al consumo de alcohol y cuando la "autoridad" lo prohíbe. Es posible
(aunque sea improbable) que un individuo en una sociedad sin Estado pueda, por sí
solo, declarar: "Considero que consumir alcohol es un pecado, y si descubro que has
estado bebiendo, voy a tu casa con un arma para enderezarte". Cualquier persona que
lo hiciera sería, casi con toda seguridad, persuadida, bien por un razonamiento cortés,
o bien mediante amenaza de represalia, de que no debe llevar a cabo su amenaza, y
de que debe dejar de hacer tales amenazas. Obviamente, esta persona no podría, por
sí sola, infringir opresión a millones de bebedores de cerveza. Incluso aunque hubiera
otros que también consideraran que beber alcohol sea un pecado, aunque fueran
mayoría, muy pocos se sentirían justificados al tratar de imponer por la fuerza sus
puntos de vista a los demás. Bien fuera porque reconocieran que tal agresión es
injustificada, o porque simplemente temieran lo que se les podría hacer si lo
intentaran, sea como fuere, se evitaría el conflicto violento.
Por el contrario, supongamos que un grupo de personas, llevando la etiqueta de
"autoridad", declarara que el alcohol es "ilegal", y creara una banda de ejecutores
fuertemente armados para cazar y encarcelar a cualquier persona que posea alcohol.
Debido a que esto sucedió, no hay necesidad de teorizar sobre los resultados. Con la
promesa de arreglar la mayoría de los males de la sociedad, y con el apoyo del
pueblo, la clase dominante de Estados Unidos promulgó la prohibición del alcohol en
1920. El consumo de alcohol continuó, ligeramente reducido, y de inmediato surgió un
mercado negro de producción y distribución de alcohol. Un mercado enormemente
rentable, pero "ilegal" condujo a conflictos violentos, un aumento de crimen organizado
y otros tipos de crímenes, y a una corrupción generalizada en el "gobierno", así como
a intentos brutales de aplastar el comercio de alcohol. Viendo los resultados reales de
la prohibición, la mayoría de la gente pronto se opuso a ella, y exigió la revocación de
la Decimoctava Enmienda, que autorizaba la prohibición a nivel federal. Y por

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supuesto, después de que la prohibición se derogó, toda la violencia relacionada con
este tema -violencia "gubernamental" y violencia mafiosa- terminó de inmediato.
En este ejemplo, y en muchos otros, se puede ver que, abandonados a su suerte, la
mayoría de las personas no tratarán de imponer por la fuerza sus preferencias a los
demás, sino que se esforzarán por evitar los conflictos violentos. Sin embargo, si hay
un "gobierno" que la gente puede usar para imponer coercitivamente sus valores a
otros, con mucho gusto se lo exigirán, y no sentirán vergüenza ni culpa por haberlo
hecho. Si cada persona que hiciera o intentara hacer cumplir una amenaza (o "ley",
como suelen llamarse) tuviera que asumir la responsabilidad personal por haberlo
hecho, y tuviera que asumir ese riesgo por sí misma, muy pocos estarían tan ansiosos
por amenazar a sus vecinos. Pero una vez toman el vehículo de la "autoridad", todo
aquel que cree en el "gobierno" amenaza a sus vecinos regularmente, sin aceptar
ninguna responsabilidad ni asumir ningún riesgo por haberlo hecho. En resumen, la
creencia en la "autoridad" convierte a todo aquel que cree en ella en un matón y un
cobarde.
Organización sin "autoridad".
Habiendo mencionado las formas en que la sociedad humana cambiaría sin el mito de
la "autoridad", es igualmente importante notar las cosas que no cambiarían. Por
alguna razón, algunas personas piensan que la "anarquía" -una sociedad sin clase
dominante- equivale a "cada uno para sí mismo", y que cada uno tiene que cultivar su
propio alimento, construir su propia casa, y así sucesivamente. Lo que implica tal
creencia es que la cooperación humana y el comercio ocurren sólo porque alguien
está "al mando". Por supuesto, este no es el caso, y nunca lo ha sido. Las personas
comercian y cooperan en beneficio mutuo, como se puede ver en los muchos millones
de negocios y transacciones que ocurren a diario sin ninguna participación del
"gobierno".
Los supermercados son ejemplos de medios altamente organizados y
sorprendentemente eficientes de distribución de alimentos, que involucran a miles de
personas, ninguna de las cuales es obligada a participar, pero cada una de las cuales
lo hace para su propio beneficio. Todo el mundo, desde los granjeros, pasando por los
camioneros, los repartidores, los empleados de caja, los gerentes de tienda y los
propietarios de cadenas de tiendas enteras, hacen lo que hacen porque reciben un
beneficio personal por hacerlo. Nadie está "legalmente" obligado a producir un bocado
de comida para nadie más, y sin embargo cientos de millones de personas son
alimentadas, y bien alimentadas, con una gran variedad de productos alimenticios de
alta calidad, pero a un bajo precio, por lo que este sería, esencialmente, un sistema
anarquista de producción y distribución de alimentos.
Esto es resultado de la naturaleza humana y de simple economía. Cuando hay
necesidad de algún producto o servicio, se puede ganar dinero proporcionándolo. Y
donde haya dinero para ganar, habrá alguna persona -o grupos de personas-
compitiendo por ese dinero, tratando de hacer productos que sean mejores y más
baratos. Este "sistema", que en realidad no es ningún sistema, "castiga"
automáticamente a aquellos comerciantes cuyos productos son inferiores o demasiado
costosos, y recompensa a aquellos que encuentran la manera de ofrecer a la gente lo
que quieren a mejor precio. Y renunciar al mito de la "autoridad" no lo impediría en
absoluto.

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De hecho, la superstición de la "autoridad" está constantemente interfiriendo con la
gente que intenta organizarse para el beneficio mutuo, lanzando "impuestos",
requisitos de licencia, regulaciones, inspectores y otros obstáculos "legales" en el
camino. Incluso las "leyes" supuestamente destinadas a proteger a los consumidores
no hacen otra cosa que limitar las opciones disponibles para los consumidores. El
resultado final es que muchos empresarios que de otra manera tendrían que centrarse
en hacer un mejor producto a un mejor precio se centran en presionar a los que están
en el "gobierno" para que hagan cosas que obstaculicen o destruyan a las empresas
competidoras. Dado que el mecanismo de "gobierno" es siempre el uso de la fuerza,
nunca puede ayudar con la competencia; sólo puede obstaculizarla. En otras palabras,
en lugar de ser esencial para una sociedad organizada, el mito de la "autoridad" es el
mayor obstáculo para que los seres humanos se organicen para el beneficio mutuo.

Defensa sin "autoridad"


Aquellos que insisten en que el "gobierno" es necesario, a menudo plantean la
cuestión de la defensa y la protección, afirmando que la sociedad sin el "gobierno"
significaría que cualquiera podría hacer cualquier cosa, que no habría normas de
comportamiento, ni reglas, ni consecuencias para quienes deciden cometer robos o
asesinatos, y que, por lo tanto, la sociedad se derrumbaría en una violencia y un caos
constantes. Tales preocupaciones, sin embargo, se basan en un profundo
malentendido de la naturaleza humana, y de lo que es el "gobierno", y de lo que no es.
Defenderse contra los agresores no requiere ninguna "autoridad" especial, ninguna
"legislación", ninguna "ley" y ninguna "fuerza pública". La fuerza defensiva está
intrínsecamente justificada, independientemente de quién lo haga y de lo que diga
cualquier "ley". Y tener un medio formal y organizado para proporcionar tal fuerza
defensiva a una comunidad tampoco requiere "gobierno" o "ley". Cada individuo tiene
el derecho de defenderse a sí mismo, o defender a alguien más. Puede optar por
contratar a otra persona para que preste servicios de defensa, ya sea porque es
físicamente incapaz de defenderse o simplemente porque prefiere pagarle a otra
persona para que lo haga. Y si un grupo de personas decide pagar para tener una
organización de militares entrenados, con armas, vehículos, edificios y otros recursos
que necesitan para defender su barrio o población, el resto de la gente también tiene
ese derecho.
En este punto, la mayoría de los creyentes en el "gobierno" protestarán, diciendo: "Eso
es lo mismo que el gobierno". Pero no es el caso. Y aquí es donde la diferencia se
hace evidente. Lo que un individuo no tiene derecho a hacer -lo que ningún grupo de
personas, por grande que sea, tiene derecho a hacer- es contratar a otra persona
(individuo o grupo) para que haga algo que un individuo normal no tiene derecho a
hacer. No se puede contratar legítimamente a alguien para que cometa un robo,
incluso aunque lo llamen "impuestos", porque el individuo medio no tiene derecho a
robar. No pueden contratar legítimamente a alguien para espiar y controlar por la
fuerza las decisiones y comportamientos de sus vecinos, aunque lo llamen
"regulación". Aquellos en una sociedad apátrida se sentirían justificados en contratar a
alguien para usar la fuerza sólo en las formas muy limitadas, y en las situaciones muy
específicas, en las que cada individuo tendría el derecho a usar la fuerza: para
defenderse de los agresores. En cambio, la mayor parte de los actos que llevan a cabo
los llamados "protectores" del "gobierno" son de agresión, en vez de defendernos de
semejantes actos.

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Algo de lo que ahora se clasifica como "trabajo policial" -de hecho, todo lo que la
"policía" hace que es legítimo, noble, justo y útil para la sociedad- existiría igualmente
sin el mito de la "autoridad". Investigar los delitos y atrapar a los verdaderos criminales
-es decir, a las personas que hacen daño a otros, no sólo a las que desobedecen a los
políticos- continuaría sin el mito de la "autoridad", como algo que casi todo el mundo
querría, y por lo que estaría dispuesto a pagar. Lo demuestra el hecho de que ya
existen detectives y empresas de seguridad privada, además de los servicios de
"protección" del "gobierno" que todo el mundo se ve obligado a financiar, sean o no
competentes en su trabajo.
Sólo habría una diferencia, aunque es una diferencia importante: aquellos que hacen
el trabajo de investigar y proteger, en ausencia de la superstición de la "autoridad",
siempre serán vistos como que tienen exactamente los mismos derechos que todos
los demás. Aunque presumiblemente estarían mejor equipados y mejor cualificados
para hacer su trabajo que el ciudadano medio, sus acciones serían juzgadas según los
mismos estándares que las acciones de cualquier otra persona, lo que no es el caso
en absoluto de las llamadas "fuerzas del orden" actualmente. Los proveedores
privados de protección también juzgarían sus propias acciones, no porque alguna
"autoridad" les hubiera dicho que hicieran algo determinado, o porque sus acciones
fueran consideradas "legales" por el "gobierno", sino porque esas acciones, en su
opinión personal, estuvieran intrínsecamente justificadas. La excusa de "sólo
seguimos órdenes" ya no convencería al público en general, sino que los propios
agentes no podrían, ni siquiera imaginarlo, usar semejante excusa para evadir la
responsabilidad de sus acciones, pues ya nadie se erigiría como "autoridad" sobre
ellos.
La "policía" no autoritaria -si es que se les llamara así- sería vista de manera muy
diferente a como son ahora los agentes del "gobierno". Sería obvio que no tienen el
derecho de hacer algo que ninguna otra persona tampoco tiene derecho a hacer. Sólo
podrían ir a lugares, interrogar a la gente, usar la fuerza o hacer cualquier otra cosa,
en situaciones en las que cualquier otra persona estuviera justificada para hacer lo
mismo. Como resultado, la persona normal no tendría ninguna razón para sentir
nerviosismo o miedo en su presencia, cosa que actualmente no ocurre cuando uno
está en presencia de los "agentes de la ley". La gente no sentiría más obligación de
someterse a interrogatorios o registros, o a cualquier otra cosa solicitada por
protectores privados, de lo que sentiría si algún extraño en la calle hiciera semejantes
peticiones. Y si un protector privado se volviera abusivo, o incluso violento, su víctima
tendría el derecho de responder de la misma manera que lo haría si alguien más se
comportara de esa manera. Más importante aún, el individuo que se resistiera a la
agresión de un protector privado tendría el apoyo de sus vecinos, porque sus vecinos
no se estarían imaginando tener ninguna obligación de inclinarse ante alguien por
llevar una placa o citar una "ley".
La mejor manera de evitar que una organización de defensa se vuelva corrupta o
"fuera de control" es a través de la capacidad de los clientes de hacer algo tan simple
como dejar de pagar. Obviamente, nadie querría pagar para que una pandilla de
matones lo oprima, pero la mayoría de la gente tampoco querría pagarle a una pandilla
para que oprima a otras personas. Por mucho que la persona promedio quiera ver a
los ladrones y asesinos atrapados y detenidos, también quiere asegurarse de que los
inocentes no resulten perjudicados. Si los clientes de una compañía privada de
seguridad descubrieran que sus "protectores" estuvieran acosando y atacando a
personas inocentes -la inversa del tipo de comportamiento para el que fueron

137
contratados- la cartera de clientes desaparecería instantáneamente, y los matones
quedarían sin negocio. Y si, a falta de una "autoridad" oficial, los matones decidieran
obligar a sus antiguos clientes a seguir pagando, la reacción del pueblo sería rápida y
severa, ya que nadie sentiría la obligación "legal" de dejarse oprimir.
Un sistema de protección no autoritario también carecería de otro aspecto
particularmente ridículo de casi todas las formas de "defensa" autoritarias. Es normal,
no sólo que los "gobiernos" obliguen a la gente a financiar sus planes de "defensa",
sino que se nieguen a decirle a la gente lo que están financiando. El "gobierno" de
Estados Unidos, y en particular la CIA (aunque muchas otras agencias también se
dedican a operaciones secretas), han gastado durante décadas, billones de dólares,
muchos de los cuales aún están en paradero desconocido, en operaciones que sus
"clientes" -el pueblo estadounidense- tienen prohibido conocer. De hecho, cualquiera
que intentara decirle al pueblo estadounidense lo que está financiando sería
encarcelado -o algo peor - por violación de la "seguridad nacional". Con un poder casi
ilimitado, fondos casi ilimitados y permiso para hacer todas sus acciones en secreto,
es absurdo imaginar que los militares y la CIA sólo harían cosas útiles y justas. De
hecho, cada vez más, el pueblo estadounidense está aprendiendo que la CIA ha
estado involucrada durante décadas en el narcotráfico y el tráfico de armas, la tortura,
el asesinato, la compra de influencia con gobiernos extranjeros, la instalación de
dictadores títeres, y todo tipo de prácticas destructivas y malvadas. Incluso el
presidente Harry Truman, que creó la CIA, declaró más tarde que nunca lo habría
hecho si hubiera sabido que se convertiría en la "Gestapo estadounidense". Cualquier
empresa privada que ofreciera servicios de protección o defensa no obtendría ningún
cliente si su argumento de venta lo fuera: "Si nos dan grandes sumas de dinero, los
protegeremos; aunque no les diremos por lo que están pagando, y no les diremos lo
que hacemos ni cómo lo hacemos". La única razón por la que el "gobierno" obtiene
financiación basada en una premisa tan ridícula es porque obtiene su dinero a través
de la coerción violenta, no del comercio voluntario. No se le da a la gente la opción de
financiar o no.
Hay otro aspecto absurdo de la "protección" a través del "gobierno" que nunca
ocurriría con proveedores privados de defensa y protección. Bajo el pretexto del
"control de armas" y otras "leyes", los regímenes autoritarios a menudo impiden por la
fuerza que el pueblo pueda defenderse, al tiempo que afirman de manera ridícula que
lo hacen por la seguridad de las mismas personas que están siendo desarmadas. Los
que están en el poder saben muy bien que un público desarmado es un público
indefenso, y eso es precisamente lo que quieren los tiranos. La idea de que a una
persona que no le importa violar las "leyes" contra el robo o el asesinato le va a
importar violar las "leyes" de las armas es absurda. Las estadísticas sobre la
delincuencia y el sentido común demuestran que la aprobación de una "ley" contra la
posesión privada de armas sólo afectará a los respetuosos con la “ley", el resultado
será, que la gente esencialmente buena, terminará siendo menos capaz de
defenderse de los agresores. Y eso es exactamente lo que los políticos quieren, pues
tienen la mayor y más poderosa banda de agresores a su alrededor. No hace falta
decir que, si alguien busca protección contra agresores, no va a pagar voluntariamente
a una empresa que le quite por la fuerza sus medios de autodefensa.
Además, los enfrentamientos violentos entre policía y civiles serían obviamente pocos
o inexistentes si la gente pudiera por fin dejar de financiar a cualquier "protector" que
acabe convirtiéndose en agresor. Por ejemplo, muchas de las tensiones raciales y la
violencia en la historia de Estados Unidos fueron el resultado de la opresión y el abuso

138
contra civiles negros por parte de las "fuerzas del orden" blancas. Más que una "ley"
que actúa como una influencia civilizadora, fue utilizada como excusa para la agresión
violenta. Si se les hubiera dado la opción, los habitantes de un barrio negro
obviamente no hubieran pagado voluntariamente para que matones blancos racistas y
sádicos los intimidaran y atacaran de forma regular. Muchos otros enfrentamientos
violentos, en Estados Unidos y en otros lugares, también han sido el resultado de
personas molestas con lo que su clase dominante les estaba haciendo. Esto incluiría
la masacre de miles de manifestantes en la Plaza de Tiananmen por el ejército chino
en 1989, los asesinatos de varios manifestantes contra la guerra por la Guardia
Nacional en Kent, Ohio, en 1970, y así sucesivamente. Cada vez más a menudo en
Estados Unidos, las manifestaciones y protestas públicas por las políticas
"gubernamentales" terminan en ataques autoritarios contra los manifestantes, con
gases lacrimógenos, porras, pistolas paralizantes, balas de goma, etcétera.
Obviamente, ningún nadie pagaría voluntariamente para que una pandilla de matones
impida por la fuerza que esa misma gente diga libremente lo que piensa. Más
importante aún, la motivación detrás de tales protestas es casi siempre el descontento
por lo que los funcionarios del "gobierno" están haciendo contra la voluntad del pueblo
(al menos algunos de ellos). Si a cada uno se le permitiera gastar su propio dinero, en
lugar de verse obligado a financiar una agenda centralizada y autoritaria, no habría
razón para que ocurrieran la mayoría de este tipo de protestas, y los consiguientes
enfrentamientos.
Un protector no autoritario sólo haría lo que él y sus clientes consideraran honesto, lo
que probablemente se explicaría en un contrato, en el que el protector aceptaría
prestar servicios específicos a cambio de una tarifa específica. Compare esto con la
versión estándar "gubernamental" de "protección": "Tomaremos por la fuerza todo el
dinero que queramos, y decidiremos qué haremos por usted, si es que hacemos algo".
La mayoría de la gente quiere que se detenga a los agresores y que se proteja a los
inocentes. En un mercado libre, el camino para que una empresa tenga éxito es dar a
los clientes lo que quieren. A diferencia del "gobierno", si una empresa privada de
defensa tuviera que depender de clientes dispuestos, tendría un gran incentivo para no
ser descuidada, derrochadora, abusiva o corrupta. Si la gente pudiera llevar su
negocio a otra parte, siempre habría una competencia para ver quién podría
proporcionar justicia de manera más efectiva. Para que una empresa privada de
protección tenga éxito, tendría que demostrarlo a sus clientes: 1) ser muy bueno para
averiguar quién es culpable y quién no; 2) ser muy bueno para asegurarse de que los
inocentes no sean acosados, agredidos o calumniados; 3) ser muy bueno para
asegurarse de que las personas verdaderamente peligrosas sean atrapadas e
incapacitadas para hacer más daño; 4) ser muy bueno para asegurarse que las
víctimas de los crímenes reciban la mayor restitución posible; y 5) ser muy bueno para
hacer que aquellos que han hecho algo malo, pero que no es necesario alejarlos
totalmente de la sociedad, sean recuperados en instituciones donde su actitud y
comportamiento puedan realmente mejorar. En contraste, los fiscales del "gobierno" se
especializan en demonizar a los acusados, y, además, consiguen un incentivo por
obtener condenas (o confesiones mediante coacción, conocidas como "acuerdos de
declaración de culpabilidad"), independientemente de la culpabilidad o inocencia de
los acusados. Los tribunales del "gobierno" constantemente liberan a personas que
aún representan un peligro obvio para otros, mientras mantienen encerradas a
millones de personas que no han hecho daño a nadie; el sistema penitenciario
"gubernamental", debido a cómo los presos son degradados, abusados y agredidos,
tanto por los "guardias" como por otros reclusos, transforma a personas frustradas y

139
enojadas en personas aún más frustradas y enojadas, convirtiendo a inocentes en
delincuentes y a los delincuentes, en peores delincuentes. Por si fuera poco, el pueblo
es obligado a financiar ese sistema destructivo, lo quiera o no.
Otro punto importante es que, en el caso de una empresa privada de protección, si un
"agente privado" se convierte en abusivo, la reputación y la carrera de cualquier otro
agente privado dependerá de cómo se denuncia y se persigue a este delincuente. Por
el contrario, ahora se entiende universalmente que las fuerzas policiales
"gubernamentales" protegen, ante todo, a las suyas propias. Cuando un policía es
sorprendido haciendo algo corrupto, "ilegal" o violento, casi sin excepción, todos los
demás policías ayudarán a encubrirlo o a defenderlo. Su funcionamiento se basa en la
mentalidad pandillera, porque las personas que se ven obligadas a pagar sus salarios
no son las personas a las que realmente tienen que responder, debido a que la
mayoría de los empleados del "gobierno", responden a los políticos y ven al público en
general como ganado, no como clientes. En contraste, el público en general vería a los
defensores privados como sus amigos, sus aliados y sus empleados y, lo que es más
importante, como sus iguales. No los verían como una "autoridad" ante la que deben
humillarse, ni como una amenaza potencial constante a temer. Todos, incluyendo el
propio agente contratado, reconocerían que no tiene más derechos que cualquier otra
persona. Todo el mundo sabría que, si un agente privado cometiera un robo, una
agresión o un asesinato, sería valorado y tratado exactamente como cualquier otro
delincuente sería valorado y tratado.
Un verdadero agente, que defienda la libertad y la propiedad, no sólo no requiere creer
en la "autoridad", más bien al contrario, requiere una ausencia de dicha creencia.
Quien se imagina a sí mismo con el derecho de controlar por la fuerza a los demás,
aunque sea de manera "limitada", va a tratar a la gente como le venga en gana. El
"agente de la ley" que reparte multas por infracciones absurdas, detiene e interroga a
personas sin causa justificada, y parece estar siempre buscando una razón para
interferir en la vida diaria de las personas, no es un protector, y no merece respeto o
cooperación. Un protector no autoritario, por otro lado, no sería más que un ser
humano normal, con los mismos derechos que los demás, aunque debería estar
armado y mejor entrenado en el combate físico que la mayoría. Se le vería como el
vecino al que hay que llamar si hay problemas, en lugar de ser el agente de una
pandilla de matones que, ante todo, sirve a la clase dominante. Y el trabajo de
protector, sin estar investido por ninguna "autoridad" especial, poder o estatus, atraería
únicamente a aquellos que realmente quieren proteger a los demás, y difícilmente
atraería a los que solo quieren una oportunidad de ejercer poder y control sobre los
demás, algo que, por desgracia, alimenta actualmente el trabajo de las "fuerzas del
orden". Insisto en que esto no quiere decir que los agentes privados nunca harían
nada malo. Seguirían siendo humanos, capaces de tener malos juicios, negligencia e
incluso intenciones maliciosas, como todo el mundo. Sin embargo, no tendrían
permiso "legal" para hacer el mal, y no tendrían ningún "sistema", ninguna "ley",
ninguna "autoridad" a la que pudieran ampararse por sus acciones o a la que pudieran
culpar, para evitar la ira de sus víctimas. Si alguna vez actuaran como agresores, la
venganza contra ellos sería efectiva y rápida. En una población que ha renunciado a la
superstición de la "autoridad", cualquier grupo de protectores que decidiera convertirse
en un grupo de extorsionadores, matones y tiranos no tendría que someterse a ser
"votado" en contra, o demandado ante alguna "autoridad". Simplemente les
dispararían. Lo único que permite la opresión prolongada y generalizada de cualquier
población armada es la creencia en la "autoridad" entre las víctimas de la opresión. Sin
eso, es imposible someterlos o dominarlos por mucho tiempo.

140
Disuadir e incentivar
Algunos asumen que, si no fuera por el "gobierno", los delincuentes serían libres de
hacer lo que les plazca sin ninguna repercusión. Una vez más, esto muestra un
profundo desconocimiento de la naturaleza humana y de lo que es el "gobierno". En
realidad, la creencia en la "autoridad" no añade nada a la eficacia de cualquier sistema
de defensa y protección.
Las personas que usan la agresión contra otros, como el asalto, el robo y el asesinato,
obviamente no están restringidas por su propia moralidad o por el respeto a la auto
propiedad de sus víctimas. Sin embargo, pueden optar por no cometer un delito en
particular si se saben que hay un riesgo de daño contra sí mismos. Eso se llama
"disuasión". Y los elementos disuasorios, por definición, no dependen de apelar a la
conciencia del atacante, sino que atañen al instinto de autopreservación del atacante.
Para decirlo sin rodeos, el mensaje que se transmite a los verdaderos criminales no
es: "No hagas eso, porque está mal"; el mensaje es: "No hagas eso, o te lastimarás".
La supuesta rectitud moral o "autoridad" de la amenaza contra un posible agresor es
irrelevante para la eficacia de la disuasión. Ya sea un "agente de policía", un perro, un
propietario enojado o incluso otro ladrón, la única pregunta en la mente del atacante es
que probabilidad hay de que sufra dolor o muerte si intenta robar o atacar a alguien.
Los factores disuasorios para otros tipos de malas conductas, que no sean tan
flagrantes como el robo o la agresión, tampoco requieren "autoridad". Algunos afirman
que sin los inspectores y reguladores del "gobierno", todas las empresas estarían
sacando productos de mala calidad y peligrosos. Pero tal afirmación se basa de nuevo
en un profundo desconocimiento de la naturaleza humana y la economía. No importa
cuán codicioso o egoísta sea un hombre de negocios, no puede tener éxito a largo
plazo si vende productos que no satisfacen a sus clientes. Alguien que a sabiendas
vende un producto defectuoso, o alimentos contaminados, tendrá pocos o ningún
cliente. Las numerosas "retiradas" de productos, que son muy costosas y que muchas
empresas llevan a cabo voluntariamente, incluso para defectos o problemas
relativamente triviales, son prueba de ello. A diferencia de la situación actual, en la que
el poder del "gobierno" se utiliza para apuntalar y proteger a corporaciones
irresponsables y destructivas, en un mercado verdaderamente libre, con consumidores
informados y competencia abierta, la corrupción y el crimen no serían recompensados,
y las empresas serían incapaces de aislarse de las consecuencias de su
irresponsabilidad.
Los inspectores y controladores del "gobierno" se ven impulsados por el incentivo de
imponer multas a las personas y de hacer cumplir las "leyes" y "reglamentos",
independientemente de si tienen sentido o no. Por el contrario, un sistema de
inspectores privados, que responde sólo a las personas que quieren saber qué es
seguro y qué no tiene poder de ejecución, no tendrá ningún incentivo para interferir en
los asuntos de los demás, o para inventar cosas sobre las que quejarse. Las empresas
podrían invitar voluntariamente a revisiones privadas de sus productos o sus
instalaciones, como las que ya realizan Underwriters Laboratories, Consumer Reports
y otros, con el fin de poder mostrar al público una opinión imparcial sobre la seguridad
y fiabilidad de sus productos. Muchas empresas lo hacen hoy en día, además de tener
que pasar por todos los obstáculos burocráticos que los "gobiernos" ponen en su
camino.

141
Muchas otras cuestiones podrían tratarse de manera similar, no autoritaria. Los
inspectores privados de construcción, que ya se utilizan en muchas compañías
inmobiliarias, tendrían el trabajo de determinar, en nombre de los compradores
potenciales, cuán seguro y sano es un edificio. Además de los inspectores privados,
los restaurantes podrían simplemente invitar a los clientes potenciales a examinar por
sí mismos sus instalaciones. Todas estas acciones serían voluntarias. Un negocio
podría elegir no tener ninguna inspección, y los clientes potenciales podrían elegir si
desean, o no, acudir a ese negocio.
El hecho de que se suponga que tantas cosas son problemas que la "autoridad" debe
resolver, es una señal de pereza intelectual. Los clientes quieren productos de calidad,
y los empresarios que quieren tener éxito deben proporcionar productos de calidad.
Por lo tanto, a ambos les interesa poder demostrar objetivamente la calidad de los
productos que se ofrecen. Contrariamente al estereotipo del hombre de negocios
malvado, codicioso y aprovechado, la manera de enriquecerse en una sociedad libre
es proporcionando productos y servicios que realmente beneficien al cliente. Casi
todos los esquemas deshonestos que son rentables a largo plazo son aquellos que
son creados o respaldados por el "gobierno" por la fuerza, como la estafa del “dinero
fraccionario", la estafa de esa falsificación "legal" llamada "política monetaria", la
estafa de los juicios, etc.
Incluso sin "gobierno" habría ocasionalmente conflictos graves. Por ejemplo,
supongamos que una fábrica vierte desechos tóxicos en un río, matando a todos los
peces río abajo en la propiedad de otros, lo que constituiría una forma de invasión y
destrucción de la propiedad. La ausencia de "autoridad" no impediría a las víctimas
hacer algo al respecto; de hecho, puede facilitarles hacer algo al respecto. En lugar de
demandar en un tribunal "gubernamental", donde se puede sobornar al juez para que
apoye un negocio de miles de millones de dólares, la respuesta podría ser algo más
efectiva, aunque parezca menos civilizada. La gente que vive en el río puede hacer
algo tan simple como decirle al dueño de la fábrica que si sigue permitiendo que su
contaminación fluya hacia sus propiedades, destruirán físicamente su fábrica.
Obviamente, puede haber formas más educadas y pacíficas de resolver el problema,
tales como boicots o dar publicidad a estas malas acciones. De cualquier manera, la
gente puede crear un factor disuasorio efectivo contra el comportamiento inapropiado,
especialmente cuando no hay un "gobierno" involucrado que pueda ser pagado y
corrompido. Muchas de las contribuciones a la campaña equivalen ahora a simples
sobornos para que los políticos "miren hacia otro lado". Del mismo modo, los
tribunales "gubernamentales" pueden encontrar fácilmente razones para desestimar
cualquier demanda, permitiendo así que prosperen los criminales ricos (de los que
causan víctimas reales).
El cliché del hombre de negocios codicioso y malvado, a menudo, omite el hecho de
que los crímenes a gran escala se cometen, generalmente, con la cooperación de
funcionarios del "gobierno". Sin la protección del "gobierno", incluso el empresario más
codicioso y despiadado tendría un gran cuidado en no enfadar a sus clientes, hasta el
punto de que dejaran de comprar sus productos, o hasta el punto de que reaccionaran
violentamente contra él.
La mayoría de las personas, por lo general, serían reacias a usar la fuerza, sabiendo
que sólo ellas asumirían tanto la responsabilidad como los riesgos de hacerlo. Habría
un gran interés en resolver las disputas y los desacuerdos de forma pacífica y de
mutuo acuerdo. Por otro lado, cuando prevalece la creencia en el "gobierno", no hay

142
ningún incentivo para resolver las cosas pacíficamente, porque ganar la batalla
"política" no supone ningún riesgo para quienes abogan por la violencia a través del
"gobierno". Sin una clase dominante a la que ampararse, que impone legislativamente
una agenda única para todos, la gente se vería obligada a tratar entre sí como adultos
racionales, en lugar de como niños llorones e irresponsables. La gente estaría mucho
más satisfecha por los intentos de cooperación y el compromiso pacífico, que por la
lucha en pos de conseguir la espada del "gobierno". Cuando la intimidación y la
agresión ya no se reconocen como formas legítimas de interacción humana, los seres
humanos aprenderán, por necesidad, a "ser amables".

Anarquía en acción
Mientras que mucha gente teme el concepto de "anarquía", lo cierto es que casi todos
experimentamos la "anarquía" de regularmente. Cuando la gente va a comprar
alimentos, o navega por el centro comercial, están viendo los resultados de una
cooperación mutua no autoritaria. Nadie está obligado a producir ninguno de los
productos ofrecidos, nadie está obligado a vender nada, y nadie está obligado a
comprar nada. Cada persona actúa en su propio interés, y todos los involucrados -
productores, vendedores y compradores- se benefician del acuerdo. Todos los
individuos se benefician, y la sociedad en general se beneficia, sin ningún tipo de
coerción ni gobernantes involucrados. Existen innumerables ejemplos de eventos y
organizaciones mutuamente voluntarias, cooperativas, pacíficas, eficientes y útiles que
no involucran al "gobierno". No obstante, aunque hay una miríada de ejemplos
fácilmente disponibles de cómo la interacción "anarquista" eficiente, organizada y
productiva se compara con casi todos los esfuerzos del "gobierno", la gente todavía
cree que los seres humanos que interactúan entre sí como iguales conducirían al caos
y al caos.
Cuando los coches circulan en una autovía de cuatro carriles, o cuando la gente pasea
por la acera, eso es "anarquía" en acción. Miles de millones de veces al día, las
personas se turnan, dejan espacio para otros, y así sucesivamente, sin que ninguna
"autoridad" les ordene hacerlo. Sí, claro, a veces hay gente desconsiderada, pero aún
así, muy rara vez se produce un conflicto serio, algo más serio que un gesto grosero o
una palabra de enojo. Los conflictos potenciales, desde discusiones menores hasta
asuntos más serios, ocurren miles de millones de veces al día, y en la gran mayoría de
los casos, se resuelven sin violencia y sin la participación de ninguna "autoridad".
Incluso en lo que respecta a los problemas más importantes, la gente a menudo
encuentra formas de llegar a acuerdos mutuos. Si bien los métodos organizados y no
gubernamentales de resolución de disputas, que utilizan arbitrajes, investigaciones y
negociaciones, para resolver pacíficamente incluso los desacuerdos más importantes,
la mayoría de los conflictos de intereses nunca llegan tan lejos. La mayoría de las
personas, por lo general, se esfuerzan por evitar, o resolver rápidamente, posibles
conflictos con otros.
Aunque algunas personas señalan estas cosas como un indicador de la bondad
inherente de la humanidad, a menudo hay otro factor que interviene. La mayoría de la
gente simplemente no quiere las molestias y el estrés que conllevan las
confrontaciones, y especialmente evita los riesgos que vienen con las confrontaciones
violentas. Muchas personas "ponen la otra mejilla" con bastante frecuencia, no
necesariamente porque sean pacientes y bondadosos, sino simplemente para evitar
que les molesten con discusiones inútiles y pérdidas de tiempo. Muchos, cuando

143
encuentran a alguien haciendo algo odioso, se dicen "déjalo pasar", porque tienen
cosas más importantes de las que preocuparse. En la mayoría de las personas, existe
una fuerte tendencia a "llevarse bien", aunque sólo sea para su propio beneficio. Y si
no hubiera una "autoridad" a la que dirigirse -ningún papá estado gigante al que
llorarle- la gente manejaría los asuntos como adultos con mucha más frecuencia de lo
que lo hacen ahora. Esto no quiere decir que toda diferencia de opinión terminaría
pacíficamente sin "autoridad", pero la disponibilidad de ese gigantesco club que forma
el "gobierno", es una tentación constante para cualquiera que guarde rencor, quiera
herir a alguien más, o quiera obtener riquezas ganadas a través de "litigios". Si no
existiera, mucha menos gente acudiría o intensificaría los desacuerdos o disputas. Ya
sea por caridad, cobardía o simplemente por el deseo de evitar los dolores de cabeza
de un conflicto prolongado, muchas personas -incluso aquellos que tienen una queja
legítima contra alguien más- seguramente dejarán el pasado atrás y continuarán con
sus vidas.

Crianza de los hijos antiautoritaria


La crianza de los hijos se basa tan a menudo en el autoritarismo que muchos ni
siquiera pueden imaginarse cómo sería una crianza no autoritaria. Es importante
distinguir qué efecto tendría la pérdida de la superstición de la "autoridad" en la crianza
de los hijos. No significaría que los padres no pondrían restricciones sobre lo que sus
hijos pueden hacer, ni tampoco evitaría que los padres controlen a sus hijos en contra
de su voluntad en algunas situaciones. Pero cambiaría drasticamente la mentalidad
tanto de los padres como de los hijos.
Hoy en día, enseñar a los niños la diferencia entre el bien y el mal, y enseñarles a
obedecer, es visto por la mayoría de la gente como la misma acción. Sin embargo, un
padre puede ordenar a su hijo que haga algo malo con la misma facilidad con la que
ordena que haga algo bueno. Contrariamente a lo que enseña la paternidad
autoritaria, el hecho de que un padre ordene algo no lo convierte en automáticamente
correcto, y no hace que el niño esté obligado a obedecer. Si, por ejemplo, un padre
ordena a su hijo que robe en una tienda, el niño no tiene la obligación moral de
hacerlo, y la desobediencia estaría perfectamente justificada (aunque probablemente
sea peligrosa para él). Por supuesto, es posible que el niño no entienda que robar está
mal, si sus padres le dicen que robe.
Por otro lado, un padre puede imponer una restricción necesaria y justificada a su hijo,
que quizás al niño no le gusta y no cree que esté justificada. En cualquier caso, el niño
sólo está obligado a hacer lo que considere correcto. La alternativa sería que tenga la
obligación moral de hacer lo que considera que está mal, lo cual es imposible. Y aquí
es donde reside la diferencia: el padre autoritario enseña al niño que la obediencia, es
por sí misma, un imperativo moral, independientemente de la orden (por ejemplo,
"¡Porque soy tu padre y te lo digo yo!) El padre no autoritario también puede imponer
restricciones al niño, y no exige al niño que le gusten, ni pretende que sean justas,
simplemente por el hecho de que el padre las haya impuesto. En otras palabras, el
padre no autoritario puede ver esta necesidad, porque el niño todavía no tiene el
conocimiento o la experiencia que le den suficiente competencia como para tomar sus
propias decisiones de futuro, o deba tomar ciertas restricciones sobre el niño (con
respecto a la hora de acostarse, la dieta, etc.), pero no afirma que el niño tenga
obligación moral de obedecer sin cuestionar. Cuanto antes se le enseñe al niño el
motivo de que existan ciertas reglas, antes podrá entender por qué debe hacer lo que

144
sus padres afirman que le beneficiará. Por supuesto, eso no siempre es posible,
especialmente cuando los niños son muy pequeños. El padre que impide que el niño
se coma una caja entera de dulces está beneficiando al niño, que todavía no tiene
suficiente comprensión o autocontrol para servir a sus propios intereses. Pero enseñar
al niño que debe sentir la obligación moral de acatar reglas que le parecen injustas,
innecesarias, inútiles, estúpidas o incluso hirientes, sólo porque una "autoridad" le dijo
que lo hiciera, es enseñarle la lección más peligrosa que puede haber: que está
moralmente obligado a soportar cosas injustas, innecesarias, inútiles, estúpidas o
hirientes si se hacen a través de la "autoridad".
Para evitar transmitir la superstición de la "autoridad", los padres nunca deben hacer
uso del "porque yo lo dije" como razón por la que un niño debe hacer algo. El padre
debe expresar que hay razones racionales para las restricciones, incluso aunque el
niño todavía no pueda comprender esas razones. En otras palabras, al justificar las
reglas, no es que los padres tengan el derecho de imponer por la fuerza dichas reglas
a sus hijos, sino que dado que los padres (ojalá así sea) tienen mucho más
entendimiento y conocimiento que los hijos, les corresponde tomar muchas de las
decisiones del niño, hasta que tenga suficiente periplo vital para tomar sus propias
decisiones.
Aún más importante es cómo un padre controla el comportamiento que su hijo muestre
hacia los demás. Es extremadamente importante enseñar a un niño que es totalmente
incorrecto dañar intencionadamente a otra persona (excepto cuando sea necesario
para defenderse a él o a un inocente). Pero si, en lugar de ese principio, el padre
enseña "obedéceme", pero luego ordena al niño que no golpee a los demás, le ha
enseñado obediencia, pero no moralidad. Si el niño se abstiene de golpear a otros, no
porque entienda que hacerlo está mal, sino porque se le dijo que no lo hiciera,
entonces está funcionando de la misma manera que un robot amoral, y no ha
aprendido nada acerca de ser un ser humano. El resultado práctico a corto plazo
puede parecer el mismo en ambos casos, ya que el niño se abstendrá de golpear a
otros, pero las lecciones aprendidas son muy diferentes. Cuando el niño al que sólo se
le enseñó a obedecer crezca, y alguna otra "autoridad" le diga que debe hacer daño a
los demás, es casi seguro que lo hará, porque fue entrenado para hacer lo que se le
dice. Por otro lado, el niño al que se le enseñó a respetar los derechos de los demás, y
al que se le enseñaron los principios de la autopropiedad y la no agresión, no los
abandonará a la ligera, ni siquiera aunque alguien que pretende ser "autoridad" le diga
que lo haga.
Los niños aprenden con el ejemplo. Si un niño ve a sus padres siempre actuando
como sujetos sometidos a una clase dominante, el niño aprenderá a ser un esclavo.
Si, en cambio, los padres demuestran en su vida diaria cómo usar y seguir su propio
corazón y mente, el niño aprenderá a hacer lo mismo. El niño debe entender que es su
deber, no sólo seguir las reglas de ser una buena persona, sino descubrir por sí mismo
cuáles son las reglas de ser una buena persona. Las normas por las que se rige un
"autopropietario" quizás pueden describirse como "reglas", pero el valor de tales
"reglas" no proviene del hecho de que una "autoridad" las haya emitido, sino porque el
individuo cree que tales "reglas" describen un comportamiento inherentemente moral.
Esto no significa que todos estén de acuerdo en lo que es moral, aunque existe un
amplio consenso sobre algunos principios básicos. Pero incluso con el
comportamiento de cada persona guiado por su propia comprensión imperfecta e
incompleta del bien y del mal, los resultados generales mejorarían drásticamente en
comparación con la alternativa autoritaria, en la que básicamente las personas buenas

145
hacen cosas que saben que están equivocadas, porque se sienten obligadas a hacer
lo que la "autoridad" les dice que hagan (como lo demuestran los experimentos de
Milgram).
Una vez más, a pesar de que muchas personas asumen falsamente que una sociedad
sin una "autoridad" centralizada y reguladora significaría "cada uno a la suya", la
cooperación y los acuerdos de grupo no requieren "autoridad", y aquellos niños que
pasan sus años de formación aprendiendo a interactuar con diferentes personas de
todas las edades sobre una base mutuamente voluntaria, en lugar de aprender a hacer
ciegamente lo que se les dice, están mucho mejor preparados para formar relaciones y
realizar esfuerzos conjuntos basados en el acuerdo, el compromiso y la cooperación.
Esta interacción voluntaria puede tener lugar entre dos personas, o entre dos millones.
Incluso la limitada libertad experimentada por los estadounidenses ha demostrado que
incluso las industrias extremadamente complejas pueden basarse por completo en la
participación voluntaria y la cooperación de todos los implicados. Y la historia también
ha demostrado que en el momento en que se utiliza un método de organización
basado en el control centralizado y coercitivo, como ocurre en la llamada "economía
planificada", se produce una caída de la productividad, y aparecen la pobreza y la
esclavitud. Sin embargo, la mayoría de los niños siguen siendo criados en entornos
autoritarios, con la afirmación de que eso los preparará mejor para la vida en el mundo
real. En verdad, los prepara sólo para una vida de esclavitud.

A mitad de camino
En cualquier grupo de personas que haya abandonado el mito de la "autoridad" -ya
sea que se trate de un pequeño grupo de amigos, de los habitantes de una ciudad o
de la población de todo un continente-, la frecuencia y la gravedad de los conflictos
violentos y los actos de agresión dentro de ese grupo serán drásticamente menores
que en cualquier otro lugar, donde la mayoría de la gente, a través del "voto" y de
otras acciones "políticas", aboga por la agresión y la perpetra de forma regular. Sin
embargo, aunque los individuos en tal grupo tendrían poco que temerse los unos a los
otros, probablemente tendrían que lidiar con actos de agresión de aquellos fuera del
grupo que siguen en la creencia en el "gobierno". Un individuo cuya mente ha sido
liberada, pero que todavía vive en una sociedad infestada por el engaño de la
"autoridad", estará en constante riesgo de ser el blanco de una agresión autoritaria.
Ser libre en la mente -comprender el concepto de ser dueño de uno mismo- no
necesariamente hace que uno sea físicamente libre. Sin embargo, puede marcar una
enorme diferencia positiva, al abrir innumerables medios nuevos a través de los cuales
la gente puede tratar de hacer frente a los intentos autoritarios de controlarlos,
evitarlos o incluso resistirse a ellos.
El individuo que se enorgullece de ser un "ciudadano respetuoso con la ley" sólo tiene
una manera de intentar alcanzar la libertad, que casi nunca es efectiva: rogando a sus
amos que cambien sus "leyes". Por otro lado, el que comprende que es dueño de sí
mismo, que no le debe lealtad a ningún supuesto amo, y que no necesita permiso
"legislativo" para ser libre, tiene muchas más opciones. Y cuanta más gente haya
escapado de la superstición, más fácil será evitarla o resistirse. Por ejemplo, incluso
un pequeño número de "autopropietarios" pueden crear canales de comercio que
eludan los controles habituales y los esquemas de extorsión, vía impuestos, diseñados
por los "gobiernos".

146
Irónicamente, esta forma totalmente legítima y moral de interacción voluntaria a
menudo se denomina "mercado negro", o hacer negocios "bajo la mesa", mientras que
el sistema habitual de agresión, coerción y extorsión es visto como legítimo y justo por
los creyentes en el "gobierno". En realidad, la legitimidad de cualquier comercio (o de
cualquier otra interacción humana) no depende de si alguna "autoridad" lo conoce y lo
controla, como implica el concepto de "mercado negro", sino de si lo que ocurre es
mutuamente consensual. Aquellos que entienden esto pueden encontrar muchas
maneras de eludir o derrotar los intentos del "gobierno" de controlarlos y explotarlos
coercitivamente.
Muchos actos de agresión realizados en nombre de "la ley" pueden ser evitados o
abortados con bastante facilidad por un número relativamente pequeño de personas,
siempre que no sientan la obligación moral automática de hacer lo que se les dice. Por
supuesto, no siempre es así. Si esa banda llamada "gobierno" hace algo bien, es
ejercer la fuerza bruta, ya sea en forma de acciones militares o con las "fuerzas del
orden" nacionales. Sin embargo, en casi todos los casos, la mayor parte del poder que
ejercen los que están en el "gobierno" es el resultado, no de armas, tanques y
bombas, sino de la percepcion de sus víctimas. Si el 99% de la población obedece a la
clase dominante por un simple sentimiento de obligación, el 1% restante puede ser
controlado por fuerza bruta (con la aprobación del 99%). Pero si un porcentaje más
sustancial de la población no sintiera el deber de obedecer, la cantidad de fuerza bruta
necesaria para controlarlos se volvería enorme. A saber, muchos de los habitantes de
los Estados Unidos ahora renuncian a cerca de la mitad de lo que ganan en
"impuestos" en varios niveles, y la mayoría se sienten obligados a hacerlo sin
rechistar. Pero si una potencia extranjera de invadiera y conquistara el país, e
impusiera un "impuesto" del 50%, le sería totalmente imposible recaudar ese
impuesto, porque el pueblo no sentiría la obligación moral, legal o patriótica de cumplir.
Doscientos millones de trabajadores encontrarían doscientos millones de maneras de
usar la evasión, el engaño, el secreto, o incluso la violencia directa, para evitar y
derrotar el intento de estos ladrones extranjeros de esclavizar al pueblo.
Hoy en día, sólo hay una banda mafiosa capaz de oprimir al pueblo estadounidense, y
es el propio "gobierno" estadounidense. Esto se debe a que es la única pandilla que la
gente cree que tiene el derecho de coaccionar y controlar (ellos dicen "regular"),o
robar y extorsionar (ellos dicen "impuestos") al pueblo estadounidense. Una
preocupación común entre las personas, es que sin un "gobierno" fuerte que los
proteja, alguna potencia extranjera entraría y tomaría el control. Pero estos temores
pasan completamente por alto cuán grande es el papel que desempeña la percepción
en la capacidad de oprimir. Un área del tamaño de Estados Unidos, habitada por cien
millones de propietarios de armas -además de otros doscientos millones de personas
que probablemente se convertirían en propietarios de armas si ocurriera una invasión-
sería imposible de ocupar y controlar por la fuerza bruta solamente. La historia da
muchos ejemplos (por ejemplo, el gueto de Varsovia en la Segunda Guerra Mundial, la
guerra de Vietnam y las secuelas de la guerra en Irak) de cómo incluso un ejército
permanente enorme y tecnológicamente avanzado puede ser frustrado
indefinidamente por un número relativamente pequeño de "insurgentes" armados. Y
una tierra habitada por "autopropietarios" tiene otra gran ventaja, en el sentido de que
es literalmente imposible que se rindan colectivamente. Si no hubiera un "gobierno"
que pretenda representar a la población, y nadie que clame hablar en nombre del
pueblo en su conjunto, conjuntamente no hay forma de que los ciudadanos se
"rindan", a menos que todos y cada uno se rindan.

147
Una buena manera de comprender la realidad de la situación es considerar el asunto
desde la perspectiva del líder de los invasores. ¿Cómo se puede iniciar una invasión y
ocupación de una zona en la que muchos millones de habitantes, que podrían estar
escondidos en cualquier parte, y pueden matar cualquier cosa a menos de cien
metros, como de hecho haría cualquier cazador normal? Un aspirante a tirano tendría
muchas más posibilidades de ganar poder sobre el pueblo postulándose para un
cargo, obteniendo así el derecho percibido en la mente de sus víctimas, de ser
gobernados y controlados.
La opresión a gran escala, especialmente desde la llegada de las armas de fuego,
depende mucho más del control mental que del control corporal. Aquellos que anhelan
el dominio ganan mucho más poder convenciendo a sus víctimas de que está mal
desobedecer sus órdenes que convenciendo a sus víctimas de que es meramente
peligroso (pero moral) desobedecer. Por mucho que el pueblo se queje y proteste,
mientras el pueblo siga obedeciendo "la ley" (las órdenes de los políticos), los tiranos
tienen poco que temer. Mientras sus intentos de controlar y extorsionar sean vistos
como actos "legales" de "autoridad", y mientras el pueblo se sienta obligado a
cumplirlos, a menos y hasta que la clase dominante cambie tales "leyes", el pueblo
seguirá esclavizado en cuerpo, porque seguirá esclavizado también en su mente.
Irónicamente, mucha gente sigue creyendo que un "gobierno" fuerte es lo único que
puede proteger al pueblo en su conjunto, cuando la creencia en el "gobierno" es en
realidad lo único que realmente oprime al pueblo entero. La fuerza bruta por sí sola no
podría hacerlo a gran escala, ni por un período prolongado de tiempo. Incluso un
ejercito con tanques, aviones, bombas y otras armas no tiene poder para controlar a
una población armada por mucho tiempo, a menos que primero engañe a la gente
para que crean que tiene el derecho de controlarla. En otras palabras, sólo cuando
una pandilla de matones es imaginada como una "autoridad" puede salir impune tras
aplicar opresión y esclavitud a largo plazo. Como resultado, el "gobierno" (o la
creencia en él), en lugar de ser esencial para la protección de los derechos
individuales, es solo esencial para la violación prolongada y generalizada de los
derechos individuales.
Irónicamente, incluso la mayoría de los que reconocen al "gobierno" como la mayor
amenaza contra la libertad actualmente, insisten en que algún tipo de "gobierno" es
necesario para la protección. La creencia en la "autoridad" es tan fuerte que puede
convencer a personas racionales de que lo mismo que rutinariamente les roba,
coacciona y ataca es necesario para protegerlos del robo, la coacción y el asalto. El
hecho de que el "gobierno" haya sido siempre un agresor, y nunca un protector, en
cualquier parte del mundo y en cualquier momento de la historia, no les extrae de su
creencia, casi de culto, en los poderes mágicos y las virtudes de la entidad abstracta y
mítica llamada "autoridad".

El camino hacia la justicia

Muchas injusticias a gran escala en la historia se habrían derrumbado rápidamente -o


nunca se habrían iniciado- si no fuera por alguna "autoridad" que aprueba y hace
cumplir tales injusticias. Los males de la esclavitud, por ejemplo, a menudo se
atribuyen al racismo y a la codicia, pero la "autoridad" desempeñó un papel
fundamental para que la esclavitud fuera económicamente viable. Si no hubiera

148
existido una enorme red organizada de "fuerzas del orden" para capturar a los
esclavos fugitivos, y a cualquiera que les ayudara a escapar, ¿cuánto tiempo habría
durado la esclavitud? Si liberar esclavos no hubiera sido "ilegal" y, por tanto, inmoral a
los ojos de los autoritarios, ¿cuán eficaz hubiera sido el "tren clandestino"?
(Seguramente no se hubiera conocido como "clandestino" al no haber sido "ilegal")
El movimiento "abolicionista" consistía en personas que pensaban que la esclavitud
era inmoral, y que querían que se cambiaran las "leyes" para declarar oficialmente que
la esclavitud era inmoral e "ilegal". Si, en lugar de pedir un cambio en las "leyes", los
abolicionistas estado liberando activamente a los esclavos, lo más probable es que la
trata de esclavos habría caído décadas antes, si es que hubiera llegado a ocurrir.
Enviar esclavos al otro lado del mundo sería un negocio muy arriesgado si, en el
momento de desembarcar, su "carga" pudiera ser liberada por la fuerza. El problema
es que la mayoría de la gente cree que incluso las "leyes" inmorales e injustas deben
ser obedecidas hasta que se cambie dicha "ley". Claramente esto significa que la
lealtad de estas personas al mito de la "autoridad" es más fuerte que su lealtad a la
moralidad, y hacer lo que los amos les dicen es más importante para ellos que hacer lo
que saben que es correcto. Y la humanidad ha sufrido muchísimo por ello.
La capacidad de la gente para resistir a la tiranía depende en gran medida de si
aceptan o no el mito de la "autoridad". Aquellos que pueden ver la injusticia cometida
por el "gobierno", pero que siguen creyendo que deben "seguir la ley" y "trabajar
dentro del sistema", nunca conseguirán justicia. Por otro lado, los que no ven a los
megalómanos políticos como gobernantes legítimos, los que no sienten la obligación
de obedecer una "ley" inmoral, los que no sienten la necesidad de tratar con lo que en
realidad es una clase de parásitos -una banda de ladrones y matones políticos- como
intocables, respetables y honorables, tienen muchas más posibilidades de derrotar a la
tiranía "legal". (Y la mayor parte de la tiranía y opresión que ha ocurrido a lo largo de la
historia fue constituida "legalmente").
Hay muchos métodos disponibles para aquellos que están dispuestos a resistir
"ilegalmente" la injusticia y la tiranía, incluyendo, desde la resistencia pasiva o el
sabotaje no violento, pasando por el asesinato y otras formas de resistencia por la
fuerza. Dependiendo de la severidad de la opresión, de los propios valores, conciencia
y creencias del individuo acerca de cuándo (si es que alguna vez) el uso de la
violencia es apropiado, uno puede elegir un buen número de formas de derrotar a la
tiranía. Algunos simplemente tratarán de permanecer "fuera del radar", viviendo de tal
manera que se evite llamar la atención de los ejecutores de la "autoridad". Algunos
pueden optar por la desobediencia civil abierta, como cientos de personas que fuman
marihuana abiertamente frente a una comisaría de policía. Algunos pueden elegir un
método más activo, pero no violento, como pinchar las ruedas de la policía, o destruir
algunas propiedades que son utilizadas para cometer actos de agresión autoritaria.
Otros pueden elegir el método de resistencia abiertamente violenta, como ocurrió en la
Revolución Americana.
Análogamente, la víctima de un robo de tipo no "gubernamental", puede tratar de
evadir al ladrón, ser más listo que él, o incluso matarlo si es necesario, es decir,
cualquier cosa que sea apropiada para evitar ser víctima de nadie. Del mismo modo,
quienes reconocen que el mal "legal" siempre es dañino, y que resistirse a él está
plenamente justificado, no perderían el tiempo en elecciones y en presionar a políticos
para que cambien la legislación; simplemente harían todo lo que pudieran para
protegerse a sí mismos, y posiblemente a los demás, de ser víctimas de tal agresión
"legal". Si superamos cierto punto, cuanta más gente se resista, menos violencia será
149
necesaria para resistirse. Si una policía local tiene una docena de "agentes de
narcóticos" -gente cuya tarea principal es cometer actos de agresión contra otros que
no han cometido actos de fuerza ni fraude- y por otra parte, varios cientos de civiles
hacen saber que tienen derecho a usar lo que sea necesario, incluyendo la fuerza
mortal, para detener cualquier intento de secuestro, allanamiento de morada, o actos
similares de agresión cometidos por "oficiales de narcóticos", los agresores (la policía),
de no tener una banda autoritaria más grande a la que recurrir para pedir ayuda,
simplemente se rendirían para evitar ser exterminados. El efecto disuasorio que
funciona contra los delincuentes de la calle puede funcionar igual de bien contra los
delincuentes "gubernamentales".
En la India, Mahatma Gandhi y sus seguidores utilizaron la desobediencia pasiva
generalizada para socavar el control británico de ese país. La prohibición del alcohol
en los Estados Unidos es otro ejemplo de una "ley" inmoral que fue básicamente
desobedecida. Los altos niveles de desobediencia, junto con la negativa de la mayoría
de los jurados a dar su bendición a la agresión "legal", junto con algunos actos de
resistencia violenta (por ejemplo, alquitranar y emplumar a los "chivatos") hicieron que
esa "ley" inmoral fuera inaplicable. Las legislaturas finalmente lo revocaron en un
intento de salvar las apariencias, porque tener una ley inaplicable en los libros
contribuye en gran medida a destruir la legitimidad de la clase dominante a los ojos de
sus víctimas. Dondequiera que el pueblo no sienta la obligación moral de cumplir con
las demandas autoritarias, cualquier acto de agresión "legal" puede ser ignorado. Sin
embargo, cuando el número de seres conscientes es menor, a veces la violencia es
necesaria para derrotar ciertos actos de agresión "legales". (Si sólo unas pocas
personas reconocen la ilegitimidad de la opresión "legal", la resistencia por la fuerza a
menudo se vuelve en contra de la gente)
Donde hay opresión, siempre hay violencia. Suele ser unilateral, con los agentes de la
"autoridad" cometiendo la mayor parte o la totalidad de la violencia. El hombre que
coopera pasivamente mientras afirma estar en contra de la violencia está
beneficiando, de hecho, la violencia del Estado. Cuando se comete un acto de
agresión, ya sea por la "autoridad" o por cualquiera, la no violencia, por definición, deja
de ser una opción. La pregunta que debemos hacernos es si la violencia agresiva no
será desafiada o bien, si se utilizará la fuerza defensiva para contrarrestarla. En
cualquier caso, la violencia estará presente.
Obviamente, los ladrones, matones y asesinos que proclaman que sus crímenes son
"legales" -como ha hecho todo tirano en la historia- siempre tildarán de criminales y
terroristas a los que se resistan a ellos. Sólo aquellos que no se preocupan de ser
etiquetados como "criminales", porque ya se han despojado del mito de la "autoridad"
y reconocen que el término "ley" se utiliza generalmente para hacer aparecer lo malo
como bueno, tienen alguna oportunidad de lograr la libertad. Así pues, cuanta más
gente haya que entienda qué es el autogobierno y cómo surge la naturaleza mítico-
mágica de la "autoridad", y que, además, esté dispuesta a luchar por lo que es
correcto (aunque sea ilegal), pero esté dispuesto a luchar contra lo que es "legal" pero
es incorrecto, menos violento será el camino hacia la verdadera civilización
(coexistencia pacífica).

Efectos secundarios del mito

150
Mirando hacia atrás en la historia, no faltan ejemplos de la crueldad del hombre hacia
el hombre, ejemplos de opresión y sufrimiento, violencia y odio, situaciones y
acontecimientos que no dan una buena imagen de la raza humana en general. Y,
aunque muchas de las injusticias más flagrantes de la historia fueron el producto obvio
y directo de la creencia en el "gobierno", como son la guerra y la opresión, hay muchas
otras injusticias que no se suelen atribuir a la acción del "gobierno", pero que, sin
embargo, hubieran sido imposibles sin la participación de la "autoridad".
Además del ejemplo de si la esclavitud pudiera haber existido de no haberse aplicado
"legalmente" (como se mencionó anteriormente), se podrían hacer preguntas similares
sobre el trato de los indígenas americanos. Si no fuera por los edictos autoritarios del
"gobierno" y sus mercenarios de Estado para hacerlos cumplir, ¿habría habido un
esfuerzo tan grande y concentrado para exterminar o desalojar por la fuerza a los
nativos de las tierras que habían habitado durante generaciones? Sin duda habría
habido conflictos menores debido al choque de culturas y a las demandas de tierras
agrícolas y de caza, pero ¿hubiera sido el interés personal de alguien participar en un
combate violento a gran escala?
Tras el fin de la esclavitud legal en Estados Unidos (más o menos al mismo tiempo
que acabó la esclavitud "legal", apareció el "impuesto sobre la renta", por primera vez),
continuaron las tensiones raciales y los conflictos violentos. Muchos creen que el
"gobierno" entonces llegó y salvaguardó esta situación. En realidad, el conflicto
violento entre las razas fue fomentado por la "autoridad". Durante muchos años, la
segregación racial se impuso por la fuerza a través de "leyes". Irónicamente, las
tensiones raciales se exacerbaron más tarde por la integración ordenada por el
"gobierno", que buscaba mediante la coacción a personas de diferentes razas y
culturas, que se mezclaran, lo quisieran o no. Una vez más, el resultado fue más
violencia. Durante todo este fiasco, algunas empresas y escuelas, si se las hubiera
dejado en libertad, habrían optado por la segregación y otras por la integración. Si no
fuera por el "gobierno" que intenta imponer por la fuerza una "política oficial" a todo el
mundo, los padres podrían haber elegido simplemente a qué escuelas enviar a sus
hijos (segregados o no), y los compradores podrían haber elegido simplemente a qué
empresas patrocinar (segregados o no). No sólo gran parte de la violencia cometida
contra los negros fue hecha directamente por los agentes del "gobierno", sino que
incluso gran parte de la violencia cometida en el ámbito privado fue resultado de la ira
acumulada en personas que fueron obligadas por el "gobierno" a tratar con personas
de otra raza y cultura. Es tonto pensar que separar a la gente, o unirla, hará que la
gente sea más feliz, más amable, más abierta o más tolerante. En ninguno de los dos
casos la paz o la seguridad de ninguna de las dos razas fue atendida por ninguna
intervención autoritaria. Aunque es imposible decir exactamente cuán extendida o
prolongada hubiera sido la segregación y el racismo sin la participación del "gobierno",
es de sentido común pensar que, si se otorga a las personas de cualquier raza y
religión, la libertad de elegir con quién asociarse, al menos hace posible la
coexistencia pacífica de culturas muy diferentes. Pero cuando el "gobierno" se
involucra, y el debate es entre forzar a las razas a permanecer separadas, o forzar a
las razas a mezclarse, obviamente algunas personas se enojarán, y con razón.
Esto no quiere decir que todos los puntos de vista sean igualmente válidos. El punto
es que la gente con visiones del mundo muy diferentes, por muy "estúpidas o listas,
abiertas o intolerantes, informadas o ignorantes que sean sus puntos de vista, por lo
general pueden coexistir pacíficamente, incluso en estrecha proximidad, a menos que
el "gobierno" se involucre. Diferentes personas pueden no gustarse entre sí, pueden

151
no aprobar las creencias y estilos de vida de los demás y, de hecho, pueden criticar o
condenar duramente a otras culturas. Pero eso no significa que no puedan coexistir
pacíficamente, con ambos bandos absteniéndose de agredirse violentamente. Pero
siempre que se involucra el "gobierno", la coerción inherente a toda la "ley" asegura
que la gente dejará de "llevarse bien".
Otro ejemplo de los efectos indirectos y nocivos de la acción "gubernamental" es el
hecho de que la violencia asociada al "narcotráfico" (producción y distribución de
sustancias "ilegales") sólo existe a causa de las "leyes de estupefacientes". Al
"prohibir" una sustancia, o un comportamiento, incluso cuando todos los participantes
son adultos dispuestos, los políticos crean un mercado negro, que no sólo tiene un
enorme potencial de beneficio debido a la limitación de la oferta, sino que crea una
situación que priva específicamente a los clientes y proveedores de cualquier
protección "legal". Por ejemplo, si un traficante de drogas es robado o agredido, por la
policía o por cualquier otra persona, es poco probable que llame a las "fuerzas del
orden" para que le ayuden. "Prohibir" algo por consenso, ya sea la prostitución, el
juego o las drogas, garantiza que el mercado será controlado por la banda más
violenta, o la que ha pagado más a muchos de los agentes de la ley u otros
funcionarios. Una vez más, un ejemplo perfecto de "antes y después" de esto fue la
prohibición del alcohol en los Estados Unidos. Cuando el alcohol se convirtió en
"ilegal" fue inmediatamente tomado por el crimen organizado, que era conocido no
sólo por su violencia sino también por su capacidad para sobornar a agentes y
funcionarios del "gobierno". Cuando el alcohol volvió a ser "legal", toda la violencia
relacionada con este tema se esfumó casi instantáneamente.
A pesar de ese clarísimo ejemplo de los lamentables resultados que se dan al
promulgar "leyes" para prohibir los "vicios", la mayoría de la gente apoya las "leyes"
contra conductas y hábitos que encuentran desagradables. Como resultado, la
violencia continúa. En lugar de ver que es un problema que existe por culpa del
"gobierno" y sus "leyes", algunos todavía creen que es un problema contra el que el
"gobierno" debe luchar. Lo mismo podría decirse de la infame violencia de los
usureros, que pululan en los juegos de azar "ilegales", y de la violencia de los
"proxenetas" en aquellos lugares donde la prostitución es "ilegal". En estos casos, una
comparación paralela actual resulta incluso mejor que una comparación de "antes y
después”: ¿el juego produce más violencia en Atlantic City, donde es "legal", o en
lugares donde es "ilegal"? ¿Supone la prostitución una amenaza mayor para todos los
involucrados en Ámsterdam, donde es "legal", o en los lugares donde es "ilegal"? Con
esto no quiero decir que la prostitución, el juego y las drogas (incluido el alcohol) sean
cosas buenas, sino que, ya sean buenas o malas, al introducir la coacción del
"gobierno" en la situación no se eliminan tales "vicios", sino que los hace más
peligrosos para todos los implicados, e incluso para personas que no están implicadas.
Por si alguien cree todavía que estas "leyes contra el vicio" son resultado de buenas
intenciones, deben saber que los políticos son muy conscientes de que los juegos de
azar, la prostitución y el uso de drogas "ilegales" siguen ocurriendo en las prisiones
"gubernamentales". Los políticos saben muy bien que si el cautiverio constante, con
vigilancia estrecha, con registros aleatorios y con castigos severos no pueden prevenir
tales comportamientos en personas que son mantenidas en jaulas vigiladas de cerca,
las "leyes" difícilmente podrán erradicar tales comportamientos de todo un país. Pero
pueden, y de hecho lo hacen, dar a los tiranos una excusa para crear un poder en
constante expansión, y es precisamente para eso, que los "gobiernos" promulgan

152
leyes "antivicio", para crear "crimen" donde no lo había, en un intento de justificar la
existencia de su poder y su control autoritarios.
En un mundo sin el mito de la "autoridad", muchos humanos (incluido este autor)
seguirán estando contra el uso de drogas, la prostitución y otros "vicios", pero es poco
probable que apoyen los esfuerzos violentos actuales para suprimir estos
comportamientos. No sólo se sentirían poco justificados para apoyar la violencia, sin la
excusa de una "autoridad" tras la que esconderse, sino que probablemente no
querrían proporcionar los miles de millones necesarios para llevar a cabo campañas
violentas a gran escala contra estas actividades tan extendidas. Incluso la persona
más crítica tendría motivos económicos y morales para dejar a los demás en paz, así
como el temor a las represalias de cualquiera de esas personas contra las que
decidiera cometer actos de agresión. Por supuesto, que exista un discurso crítico
acerca de ciertos estilos de vida y sus comportamientos, así como que haya intentos
de persuadir a la gente para que cambie sus malas costumbres, serían una parte
perfectamente aceptable de una sociedad realmente humana. De hecho, si la gente
tuviera que tratar de usar la razón y la persuasión verbal para ganarse a la gente, en
lugar de usar la fuerza bruta del "gobierno", quizás los objetivos serían escuchados
con más atención. Como mínimo, ya no se convertiría la cuestión de los malos hábitos
en un tema de derramamiento de sangre y brutalidad, como sucede ahora con todos
los violentos intentos de "legislar" lo moralmente aceptable.
La otra cara de la moneda que ofrece la idea "Si es ilegal, debe ser malo" es "Si es
legal, debe estar bien". Quizás el mayor ejemplo de esto es el hecho de que, en 1913,
el "gobierno" de Estados Unidos no sólo "legalizó" la esclavitud fiscal a través del
"impuesto sobre la renta", confiscando directa y forzosamente los frutos del trabajo de
las personas, sino que también, a través de la Ley de la Reserva Federal, legalizó un
nivel de falsificación y fraude bancario que deja perplejo al espíritu. En resumen, los
políticos dieron a los banqueros permiso "legal" para crear dinero de la nada, y para
prestar ese "dinero" falsamente fabricado, con interés, a otros, incluyendo a los
"gobiernos". Aunque la mayoría de la gente no es consciente de los detalles de cómo
ocurren estos enormes fraudes y robos a través de las "monedas fiduciarias" y los
"bancos de reserva fraccionada", mucha gente tiene ahora una percepción visceral de
que "los bancos" están haciendo algo sumamente engañoso y corrupto. De lo que no
se dan cuenta es que fue el "gobierno" el que dio permiso a los bancos para estafar al
público billones y billones de dólares.
Otro ejemplo particularmente controvertido de cómo un debate sobre la "legalidad"
puede triunfar sobre un debate sobre los hechos y la moralidad es la cuestión del
aborto. Una de las partes presiona a la "autoridad" para que el aborto sea "legal", y
luego defiende dicha práctica basada en la "legalidad": El otro lado presiona para que
el aborto sea "proscrito", con la esperanza de que se utilice la violencia de la
"autoridad" para impedir su práctica. En términos lógicos, la única cuestión relevante,
que es una cuestión religiosa, biológica y filosófica, y no una cuestión "legal", es: ¿En
qué momento un feto cuenta como persona? La respuesta a esa pregunta dicta si el
aborto es un asesinato o es el equivalente a la extirpación de un riñón. Sin embargo,
en lugar de abordar la única cuestión que realmente importa, por compleja y
controvertida que sea, ambas partes suelen centrarse en tratar de conseguir que la
violencia de la "autoridad" esté de su lado para machacar a la otra.
Como otro ejemplo de injusticia "legalizada", casi todo el mundo es consciente de lo
escandalosas e irracionales que se han convertido ciertas "demandas" (por ejemplo,
los delincuentes que allanan viviendas demandan con éxito a los propietarios después
153
de autolesionarse durante un allanamiento), pero no se dan cuenta de que son los
decretos de los "jueces" nombrados por el "gobierno" los que permiten que esto
ocurra. Además de que el "gobierno" puede "legalmente" robar a un niño para dárselo
a otra persona, el "gobierno" también crea, a través del sistema actual de litigios, un
mecanismo por el que una persona puede robar sin problema y "legalmente" a otra.
Las "leyes" en nombre del medio ambiente, también se usan para mostrar el poder
inmoral en ambas direcciones. Con suficiente dinero, una empresa que realmente
contamina, y por lo tanto infringe los derechos de propiedad de otros, puede cambiar
las "contribuciones de campaña electoral" por un posterior permiso "legal" para
contaminar. Al mismo tiempo, pueden utilizar "leyes" ambientales para aplastar a la
competencia, creando y haciendo cumplir un laberinto de "regulaciones" ambientales -
muchas de ellas innecesarias o contraproducentes, a veces estúpidas- para mantener
a las empresas más pequeñas fuera del mercado. Además, los políticos pueden
utilizar amenazas subjetivas acerca de peligros ambientales como excusas ya sea
para obtener el control de la industria privada, para controlar el comportamiento de
millones de personas o para extorsionar más cantidad de dinero para sus propios
fines.
Para muchas empresas actuales, el éxito depende no tanto de proporcionar un
servicio adecuado a un precio razonable, sino de obtener favores especiales y un trato
preferencial del "gobierno". Esto puede hacerse en forma de donaciones directas (por
ejemplo, subvenciones o subsidios), comercio político (por ejemplo, contratos
"gubernamentales" sin licitación), otorgamiento de licencias (como en la industria
médica), aranceles sobre el comercio internacional, control regulatorio con favoritismo,
y muchos otros medios. Los resultados de todos estos factores -precios más altos,
productos y servicios de inferior calidad, disminución de opciones, etc.- a menudo se
asume que se derivan de las deficiencias de la industria privada, en vez de ser
reconocidos por lo que son: las consecuencias adversas propias del control autoritario
sobre la interacción humana.
Las grandes crisis económicas son siempre el resultado de la manipulación por parte
del "gobierno" del comercio, el crédito y las divisas. Salvo la destrucción física total, la
única manera de destruir toda una economía es inmiscuirse en su medio de cambio, el
"dinero", a través de la falsificación "legalizada", emitiendo sin control crédito inventado
y moneda fiduciaria. La mayoría de la gente, ignorando la economía básica, cree que
la inflación y otros problemas económicos son algo natural, desafortunado pero
inevitable. En realidad, son síntomas del robo y el fraude “legalizado” a gran escala.
Las "leyes" de inmigración son otro ejemplo del daño indirecto y problemas
secundarios causados por el "gobierno". Aparte de la obvia coerción directa que
conllevan, estas "leyes" causan otros problemas que de otra manera no existirían,
como son: 1) el lucrativo y lamentable negocio del contrabando de "ilegales" al país; 2)
el hecho de que los "ilegales" son blancos fáciles para muchas formas de explotación,
porque no se atreven a hablar o buscar ayuda; y 3) las personas son forzadas a vivir
bajo regímenes tiránicos, porque no pueden escapar físicamente. Y dado que los
"ilegales" ya están clasificados como "criminales”, por lo general son vistos como
"indeseables" simplemente por estar en el país, por lo que no reciben ni respeto ni
protección de gran parte de la ciudadanía, cuya consecuencia final será que tienen
menos incentivos para que se comporten de una manera "respetuosa con la ley".
Incluso muchos problemas que parecen ser de naturaleza no gubernamental existen
debido a alguna "ley". Por supuesto, hay, y siempre habrá, casos de fraude y robo

154
cometidos por individuos sin escrúpulos que actúan por su cuenta, pero la mayoría de
la gente desconoce por completo cuántas estafas, tramas y estafas privadas, no sólo
son permitidas por la "autoridad", sino que son alentadas y recompensadas por ciertas
"leyes" del "gobierno", ya sea intencional o accidentalmente. Al no tener un mercado
verdaderamente libre con el que compararlo, muchos continúan asumiendo que la
coacción estatal es necesaria, cuando en realidad todo lo que hace es obstaculizar e
interferir en la productividad y progreso humanos.

Lo que pudo haber sido


Es imposible llegar a imaginar en cuán diferente hubiera sido la historia humana de
haber derrumbado la superstición de la "autoridad" hace mucho tiempo. Obviamente,
las atrocidades de la Alemania nazi, la Rusia de Stalin, la China de Mao, la Camboya
de Pol Pot, y muchas más, nunca habrían ocurrido. Además, aunque pudiera haber
violentos enfrentamientos culturales o religiosos regionales, las guerras a gran escala
simplemente no existirían y serían imposibles, sin la presencia de soldados que
obedecieran ciegamente a una "autoridad" percibida. Si la enorme cantidad de
recursos, esfuerzo e ingenio que se han invertido en destrucción masiva (guerra) se
hubiera invertido en algo productivo, ¿dónde estaríamos hoy? Si, en lugar de gastar
tanto tiempo y esfuerzo luchando sobre quién debería tener las riendas del poder y
para qué debería usarse ese poder, la gente hubiera pasado todos esos años siendo
inventiva y productiva, ¿cómo sería el mundo ahora? ¿Y si se hubiera permitido que
cada persona apoyara lo que quisiera, en lugar de que el "gobierno" robara a todo el
mundo y luego empezara una discusión interminable sobre cómo deberían gastarse
esos "fondos públicos"? ¿Qué pasaría si, en lugar de discutir sobre qué plan
centralizado y autoritario debería imponerse por la fuerza a todos, la gente viviera su
propia vida y persiguiera sus propios sueños? ¿Quién puede imaginar hasta qué punto
la humanidad en su conjunto podría haber progresado ya?
Esto no significa que sin la creencia en la "autoridad" nunca hubieran surgido
conflictos personales. Los había, y a veces terminaban en violencia. La diferencia es
que, con la creencia en el "gobierno", siempre terminan en violencia, porque la
coacción es lo que siempre hace el "gobierno". Mientras que las personas, incluso las
de puntos de vista y orígenes muy diferentes, pueden encontrar formas de coexistir
pacíficamente, en cualquier situación en la que se vea involucrada la "autoridad" se
"resuelve" automáticamente con violencia.
Con el tema del "matrimonio entre personas del mismo sexo", ¿qué pasaría si, en
lugar de estar en una discusión continua sobre qué puntos de vista y qué opciones
deberían imponerse a todos, cada sacerdote, cada empresario y en general, cada
individuo, pudiera decidir por sí mismo cómo vivir, o qué es a lo que él quiere llamar
"matrimonio”? Con el tema de la "rezar en la escuela", ¿qué pasaría si, en lugar de
que el "gobierno" creara conflicto y hostilidad, confiscando por la fuerza el dinero de
todos los ciudadanos, para financiar un sistema escolar "público" enorme y
homogéneo, se permitiera a cada persona (cristiana, judía, musulmana, atea, etc.)
elegir a qué escuelas, si las hubiera, querría acudir? Esto no significa que las personas
con diferentes puntos de vista se quieran o terminen creyendo las mismas cosas.
Significa que, sin creer las mismas cosas, podrían coexistir pacíficamente, una
situación que el "gobierno" no permite. ¿Qué pasaría si, en lugar de que las agencias
"gubernamentales" decidieran “legalmente” qué medicamentos y tratamientos médicos
puede la gente elegir, y qué profesionales pueden tener "licencia" para ejercer, la

155
gente pudiera tomar sus propias decisiones? (En tal escenario, el negocio de
proporcionar en las aduanas información objetiva y real sobre diversos productos y
servicios, prosperaría)
Las soluciones "gubernamentales" consisten siempre en que los políticos deciden
cómo tratar las diferentes situaciones y luego imponen por la fuerza sus ideas a todos
los demás. Sin embargo, no es moralmente legítimo, ni efectivo sobre una base
práctica, que los políticos tomen las decisiones de todos los demás por ellos. Y eso es
cierto en todo tipo de aspectos de la sociedad humana. ¿Cómo sería el mundo si,
durante los últimos cien años, en lugar de discutir sobre cómo limitar por la fuerza las
opciones de la gente (que es lo que hace toda "ley"), la gente hubiera dedicado su
tiempo y esfuerzo a probar nuevas ideas y a idear nuevos enfoques de los problemas,
permitiendo que cada persona dedicara su propio tiempo, esfuerzo y dinero a lo que él
mismo decidiera apoyar?
¿Qué pasaría si, en lugar de un sistema centralizado de redistribución forzada de la
riqueza ("bienestar gubernamental"), se hubiera dejado a la gente en libertad para
decidir por sí mismos las mejores y más compasivas maneras de ayudar a los
necesitados? En lugar de tener un sistema que recompensa la pereza y la picardía,
que genera dependencia, podríamos tener un sistema que realmente ayude a la gente.
¿Qué pasaría si, en lugar de que el "gobierno" obligue a las empresas a hacer lo que
los políticos y burócratas declararon como "seguro", la gente pudiera inventar nuevas
ideas y soluciones, establecer sus prioridades y tomar sus propias decisiones sobre la
mejor manera de protegerse a sí misma? ¿Y si, en lugar de tener esa “máquina de
control centralizada” que intenta forzar a la gente a ser "justa", la gente pudiera elegir
por sí misma con quién asociarse, qué tratos hacer, y así sucesivamente?
Todo lo que el "gobierno" financia crea conflicto. Todo proyecto "público" -desde
"subvenciones" otorgadas por el "Instituto de las Artes", hasta subvenciones para
ciertos estudios o negocios, pasando por escuelas, parques y todo lo demás "público"-
equivale a robar a miles o millones de personas, con el fin de dar el dinero a unas
pocas personas. ¿Por qué alguien esperaría que todos en un país entero -o, aunque
solo fueran cien personas- estén de acuerdo exactamente en cómo se debe gastar su
dinero? ¿Qué pasaría si, en lugar de desviar y secuestrar muchos billones de dólares
en poder adquisitivo cada año para financiar las agendas de los políticos y sus locuras
megalómanas, esa riqueza se hubiera destinado a cosas que a la gente que pagó ese
dinero realmente le importaran, y quisiera apoyar? ¿Qué pasaría si, durante los
últimos miles de años, cada uno se hubiera ocupado de sus propios asuntos y no
hubiera intentado utilizar el "gobierno" para imponer sus ideas y prioridades a los
demás? ¿Qué pasaría si, en lugar de un monstruo gigante y centralizado, limitando
violentamente las opciones, la creatividad y el ingenio de todos, tratando de forzar la
conformidad y la igualdad, mientras se agotan las ideas y la riqueza de los que
producen, que hubiera pasado si las diferentes personas y los diferentes grupos
hubieran estado probando nuevas ideas, e implementando las mejores maneras de
resolver problemas y crear un mundo mejor, guiados por sus propias creencias y
valores?
Lamentablemente, la idea sigue aterrorizando a mucha gente, que todavía cree que un
mundo controlado a la fuerza por los políticos será más seguro y civilizado que un
mundo habitado por seres humanos libres que ejercen el libre albedrío y el juicio
individual. El hecho es que las personas que tienen fe en el "gobierno" para dejarle
hacer que las cosas funcionen, aunque sean mayoría y tengan buenas intenciones,
son el problema. Como resultado de su adoctrinamiento en el culto a la "autoridad",
156
siguen creyendo y promoviendo la idea profundamente insensata de que el único
camino hacia la paz, la justicia y la civilización armoniosa proviene de una coerción
constante, de los controles forzosos del "gobierno", de la opresión perpetua y de la
esclavitud hecha en nombre de la "ley", así como del sacrificio del libre albedrío y la
moralidad para elevar en un altar a la dominación y la obediencia ciega. Por duro que
esto pueda sonar, es la base de toda creencia en el "gobierno".

Aceptando la Realidad
Los estatistas suelen decir: "Muéstrame un ejemplo de dónde ha funcionado una
sociedad sin gobierno (anarquía)". Por supuesto, puesto que hablan de sociedades
que consisten casi enteramente de estatistas totalmente adoctrinados, una sociedad
sin clase dominante rara vez se contempla, y mucho menos se intenta. Sin embargo,
los estatistas utilizan el hecho de que nunca han probado la verdadera libertad -pues
este concepto es completamente ajeno a su forma de pensar- como prueba de que
una sociedad sin Estado "no funcionaría". Esto sería como un grupo de médicos
medievales de los que usaban sanguijuelas para cada dolencia, argumentando:
"Muéstrame un caso en el que un médico ha curado un dolor de cabeza sin usar
sanguijuelas". Por supuesto, si ninguno de ellos hubiera pensado en un tratamiento
distinto a las sanguijuelas, así pues, no habría un ejemplo de métodos alternativos que
"funcionaran". Sin embargo, esto sería claro testimonio de la ignorancia de los
médicos, no de la ineficacia de tratamientos que nunca se han probado.
Pero lo más importante es que la "anarquía" es lo que es. Decir que la sociedad no
puede existir sin "gobierno" es exactamente tan razonable como decir que la Navidad
no puede existir sin Santa Claus. La sociedad ya existe sin "gobierno", y siempre lo ha
hecho. Ha sido la gente creyendo en una entidad con derecho a gobernar -imaginando
una cosa llamada "autoridad"- la que ha hecho que la historia de la humanidad esté
repleta de opresión, violencia, sufrimiento, asesinato y caos.
Irónicamente, los estatistas a menudo señalan la muerte y el sufrimiento que aparece
cuando dos o más grupos luchan por quién debería estar "al mando", etiquetándolo
como "anarquía" y citándolo como evidencia de que sin "gobierno", habría caos y
muerte. Sin embargo, este derramamiento de sangre y posterior opresión es resultado
directo y obvio de la creencia en la "autoridad", y no el resultado de la falta de
"gobierno". Es cierto que, en comparación con la vida bajo un régimen autoritario
estable y arraigado, la vida en un país en el que el pueblo está luchando por lo que
debería ser la nueva "autoridad" (a través de rebeliones, guerras civiles, una nación
conquistando a otra, etc.) puede ser mucho más peligrosa e impredecible. Como
resultado, la gente que vive en zonas devastadas por la guerra a menudo sólo desea
que se ponga fin al conflicto, que una de las partes gane y se convierta en el nuevo
"gobierno". Para estas personas, un "gobierno" estable puede representar una paz y
seguridad relativas, pero la causa subyacente de la opresión cometida por regímenes
estables y el derramamiento de sangre que se produce durante las luchas por el poder
es la creencia en la "autoridad". Si nadie creyera en una clase dominante legítima,
nadie pelearía por quién debe gobernar. Si no hubiera un trono, nadie pelearía por él.
Todas las guerras civiles, y casi todas las revoluciones, se basan en el supuesto de
que alguien debería estar a cargo. Sin la superstición de la "autoridad", no habría
razón para que estas cosas sucedieran.

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Por su propia naturaleza, el "gobierno" no añade nada positivo a la sociedad. No crea
riqueza ni genera virtud. Sólo añade una gran cantidad de violencia inmoral y la ilusión
de que dicha violencia es legítima. Permitir que algunas personas dominen por la
fuerza a todas las demás -que es lo único que hace el "gobierno"- no contribuye a la
sociedad ni con un mínimo talento, habilidad, productividad, ingenio, creatividad,
conocimiento, compasión, o cualquier otra cualidad positiva presente en los seres
humanos. En vez de eso, extingue y limita constantemente todas estas virtudes a
través de sus "leyes" coercitivas. Es destructivo y demente aceptar como cierto que:
1. la civilización requiere la limitación forzosa de sus posibilidades y la restricción
violenta de la mente y el espíritu humanos,
2. la sociedad civil sólo puede existir si el poder y la virtud de cada individuo son
superados y suprimidos por la fuerza por una banda de amos y explotadores.
3. no se puede confiar en que el hombre normal se gobierne a sí mismo, sino que
debe confiar en que los políticos gobiernen a todos,
4. la única manera de que la moralidad y la virtud de la humanidad brillen, es
aplastando el libre albedrío y la autodeterminación de miles de millones de seres
humanos, y convertirlos a todos en títeres obedientes e irreflexivos de la clase
dominante y en fuente de poder para tiranos narcisistas y megalómanos,
5. el camino hacia la civilización es la destrucción del libre albedrío, el buen juicio y la
autodeterminación de los individuos.

Ese es el fundamento, el corazón y el alma, de la superstición llamada "autoridad".


Cuando la gente esté lista para reconocer esa mentira atroz por lo que es, y empiece a
aceptar la responsabilidad personal por sus propias acciones, y por el estado de la
sociedad -y ni un momento antes- entonces podrá comenzar la verdadera humanidad.
La gente puede desear desesperadamente "paz en la tierra" hasta que se ponga azul
su cara, pero nunca la tendrán, a menos que estén dispuestos a pagar el precio,
renunciando a esa vieja y cansina superstición.
La solución a la mayoría de los males de la sociedad es que usted, querido lector,
reconozca el mito de la "autoridad" por "lo que es", lo abandone en su fuero interno, y
luego comience a hacer esfuerzos para desprogramar y despertar a todas las
personas que conozca, que como resultado de su adoctrinamiento en el culto de la
"adoración de la autoridad" y a pesar de sus nobles virtudes e intenciones, continúan
apoyando y participando en la violenta, antihumana, destructiva y malvada opresión
de esa máquina de agresión conocida como "gobierno".

La Línea de Flotación Revisada


Contrariamente a lo que casi todo el mundo ha aprendido a creer, el "gobierno" no es
necesario para la civilización. No conduce a la civilización. Es, de hecho, la antítesis
de la civilización. No promueve la cooperación, ni trabajar juntos, ni cualquier
interacción voluntaria. No es una coexistencia pacífica. Es coacción; es fuerza; es
violencia. Es la agresión animal, encubierta por rituales pseudorreligiosos, de culto,
que están diseñados para hacer que parezca legítimo y justo. Es matonería brutal,
disfrazada de consentimiento y organización. Es la esclavitud de la humanidad, la

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subyugación del libre albedrío y la destrucción de la moralidad, disfrazada de
"civilización" y "sociedad". El problema no es sólo que la "autoridad" pueda ser usada
para el ejercer el mal; el problema es que, en su esencia más básica, es el Mal. En
todo lo que hace, derrota el libre albedrío del ser humano, a los que controla a través
de la coerción y el miedo. Reemplaza y destruye las conciencias morales,
reemplazándolas con una obediencia ciega e irreflexiva. No se puede usar para el
bien, igual que una bomba no se puede usar para curar un cuerpo. Siempre es
agresión, siempre es el enemigo de la paz, siempre es el enemigo de la justicia. En el
momento en que deja de ser un atacante, deja de encajar en la definición de
"gobierno". Es, por su propia naturaleza, un asesino y un ladrón, enemigo de la
humanidad, y un veneno para la humanidad. Como dominador y controlador,
gobernante y opresor, no puede ser otra cosa.
El supuesto derecho a gobernar, en cualquier forma que se presente, es lo opuesto a
la humanidad. El uso de la violencia es lo contrario de convivir en armonía. El deseo
de dominio es lo opuesto al amor por el prójimo. Ocultar la violencia bajo capas de
rituales complejos y legislaciones contradictorias, así como etiquetar la fuerza bruta
como virtud y compasión, no cambia ese hecho. Afirmar nobles objetivos, diciendo que
la violencia es "la voluntad del pueblo", o que se comete "por el bien común" o "por los
niños", no va a transformar el mal en bien. "Legalizar" el mal no lo hace correcto. Un
hombre que subyuga por la fuerza a los otros, no importa cómo se describa su acción
o cómo se lleve a cabo, es incivilizado e inmoral. La destrucción que causa, la
injusticia que crea, el daño que hace a cada alma que toca - perpetradores, víctimas y
espectadores por igual - no puede deshacerse llamándola "ley", o afirmando que era
necesaria. El mal, lleve el nombre que lleve, sigue siendo malvado.
El mensaje que permanece aquí es muy simple. Toda la historia registrada lo
proclama, pero pocos, hasta ahora, se han permitido escucharlo. El mensaje es este:
Si usted ama la muerte y la destrucción, la opresión y el sufrimiento, la injusticia
y la violencia, la represión y la tortura, la impotencia y la desesperación, los
conflictos perpetuos y el derramamiento de sangre, enséñales a tus hijos a
respetar la "autoridad" y a enseñarles que la obediencia es una virtud.
Si, por el contrario, usted valora la coexistencia pacífica, la compasión y la
cooperación, la libertad y la justicia, entonces enseñe a sus hijos los principios
de la auto propiedad, enséñeles a respetar los derechos de cada ser humano, y
enséñeles a reconocer y rechazar la creencia en la "autoridad" por lo que es: la
superstición más irracional, contradictoria, antihumana, malvada, destructiva y
peligrosa que el mundo haya conocido jamás.

DEDICATORIA
Este libro está dedicado a dos personas: la primera persona, es aquella que,
debido a la lectura de este libro, desobedezca una orden de dañar a otros, y la
segunda persona será aquella que, como resultado de la decisión, no sufrirá
ningún daño por parte del primero.

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Sobre el autor
Larken Rose, un autodenominado "enemigo del estado", vive con su esposa e
hija en el este de Pensilvania. Es autor de varios otros libros, incluyendo The
Iron Web y Cómo ser un tirano exitoso (El Manifiesto del Megalómano).
Larken Rose es defensor de la libertad individual, la propiedad privada y una
sociedad voluntaria que defienda el bien común, siendo conocido a nivel
nacional. Para más información, visite
www.larkenrose.com
Una nota sobre los derechos de autor...
Un "copyright" suele ser una amenaza implícita ("¡No copies esto o lo otro!").
Aunque espero que cualquiera que le guste este libro me compre copias
adicionales, si alguien copia este libro sin mi permiso, eso por sí solo no me
haría sentir justificado para usar la fuerza contra esa persona, bien por mi
mismo o bien a través del "gobierno". Sin embargo, si alguien hiciera un montón
de dinero haciendo y vendiendo copias de "contrabando", me pondría
seriamente desagradable. Así pues, los derechos de autor del libro son
principalmente para que nadie más pueda registrarlo, y de esa forma, usar la
violencia del estado para impedir que yo lo distribuya.

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