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Facultad de Letras
Matías Quezada
El autor fija “las correspondencias entre sustancia y expresión” (163), las cuales
permanecen, volviéndose así significativos todos y cada uno de sus elementos. El mismo
cuerpo material del mensaje se vuelve significativo. Pero, ¿es el autor consciente de cada una
de esas combinaciones de significaciones?
Por otro lado, se repasa la forma. Se pregunta por el lenguaje literal –también tratado
como norma–, por el no literal; busca la literariedad de la misma manera en que su criticada
Hamburger busca: en la comunicación como traspaso de información, el pragmatismo antiguo
del que pretende escapar. Para Todorov no existía género más moderno que el que traspasa su
naturaleza de género, de clase, de separación. Es decir, es justamente en la relatividad del factor
estético donde se ha de buscar la idea de arte.
Sabemos que no puede haber valor literario sin un lector o sin un autor. El arte, entonces,
no puede surgir sin la existencia de al menos dos sensibilidades. Y es en esta reciprocidad
donde la “lucha de la humanidad por una verdad que le resulta necesaria” (I. Lotman, La
estructura del texto artístico, 9-10) donde se pierde la gratuidad comunicativa: el arte es, ante
todo, un contacto con un ser diferente al propio. Y esta es básicamente una definición de
comunicación.
Existen cuatro estadios que el mensaje debe atravesar. Un ser –humano, absolutamente
incomunicado, sin contar unos precarios cinco sentidos– codifica a través de una sensibilidad
un mensaje que deberá ser percibido a través de sentidos por otra sensibilidad, y alcanzando así
a otro ser. El segundo sujeto, en presencia de un movimiento ajeno a sí mismo, verifica que
existe realmente otro sujeto (y comprueba a la vez su propia existencia, pero eso no concierne a
este trabajo). Pero esto sería inherente a cualquier acto comunicativo. El otro sujeto podría ser
parte de un espejismo más, una ilusión de los sentidos. El arte se transforma en arte en el
momento en que en la imagen del otro que percibimos en torno al mensaje deviene ser, el
momento en que participamos de su sensibilidad y percibimos su existencia, atravesando el
vacío que nos separa de él. Es un intento de negación o superación de la soledad. Para el autor
no es posible controlar las significaciones que alcanzará su obra, y por lo tanto el intento de
contacto trasciende al intento por comunicación. Para establecer una idea, siempre
aproximativa, de literariedad, sería necesario entonces fijarse como centro el estudio de los
rasgos que indiquen la presencia nunca inmediata de otra sensibilidad.
Y por tanto, al depender de una sensibilidad, no puede lo literario, en tanto arte, separarse
de lo estético, del estudio del efecto de objetos sobre la sensibilidad. Por un lado, habría que
estudiar el objeto literario en cuanto capaz de transportar rasgos sensibles, y por otro, no menos
importante, a la misma sensibilidad como puerto de comunicación del ser. No se puede separar
al hecho estético del sujeto sensible.
Bibliografía
1
Mukarovsky, Jan,“L’art comme fait sémiologique”, (1934), Poétique, 3, 1970.