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LA NUEVA ERA DEL VIEJO YO(*)

HUGO MUJICA

Nada poseemos en el mundo –porque el azar puede


quitárnoslo todo– salvo el poder de decir yo. Eso es
lo que hay que entregar a Dios, o sea destruir.
No hay en absoluto ningún otro acto libre que nos
esté permitido, salvo el de la destrucción del yo.
Ofrenda: no se puede ofrecer otra cosa más que el
yo, y cuanto denominamos ofrenda no es más que
una etiqueta puesta a un desquite del yo.

Simone Weil

Como sobre un nuevo amanecer, como un mítico inicio, hace algunos años, ya
décadas, se escuchó un anuncio: "en medio de la vieja cultura emerge un nuevo yo". Esta
grandilocuente afirmación –tomada de La conspiración de Acuario1, el libro que
podríamos llamar el manual introductorio e iniciático de la Nueva Era– nos va a servir de
hilo de Ariadna en este intento de comprensión y esclarecimiento de tal prometido
amanecer.
Antes de entrar en esta supuesta Nueva Era, sería bueno situarnos en el origen de
esa porción del tiempo, la nuestra, que se llama Modernidad. Lo hacemos puesto que es
imprescindible partir del inicio, mirar cómo nace ese "Yo": el "sujeto moderno", del cual,
veremos, el "nuevo yo", no es más que un nuevo vestuario de ese mismo yo. Su clon
espiritual, al que trataremos de desnudar y cuya espiritualidad trataremos de
desenmascarar.

II

De tanto en tanto, de siglos en siglos, el hombre pareciera experimental la


necesidad de renovar su propia imagen, cambiar su rostro, al menos modificarlo. Como si
en el avanzar de la historia tendría que ajustar su propia identidad para responder a ella,
para poder asumirla y crearla. Para hacerlo no sólo se mira a sí mismo -cosa por otra parte
que es un rasgo de [27] la modernidad-, mira hacia lo que él no es, hacía el haz de sus
relaciones: mira a la naturaleza y al mundo, mira a sus semejantes, mira hacia lo abierto,
lo trascendente o la divinidad en quién cree o a la que niega. Esta trilogía abarca toda su
exterioridad, dibujan toda alteridad.
Cada vez que esto ocurre, quizás porque la imagen que tenía ya no se ve reflejada
en los cambiantes paisajes de la historia, junto con él se redefine y configura una época; o,
precisamente, una época es eso, una manera diferente de plasmarse el hombre en todo lo
que lo rodea, en esculpir la realidad a imagen de sí. De sus miedos y esperanzas, sus
verdades y sus traiciones.
2

El ser humano, el hombre y la mujer, el que hoy llamamos antiguo, se entendió a


sí mismo como un habitante del cosmos, como un ser natural, hijo y parte de la naturaleza,
de la fysis. Expresión de ella, en ella, y no en sí mismo, ya que aún no había descubierto o
instaurado su existencia aislada del todo. Aún no había erigido ese punto de fuga y de
convergencia que llamó yo, sujeto, ego o interioridad. Aún no había hecho de sí el centro
de lo que no era él.
El hombre medieval se comprendió a sí mismo no sólo como expresión y parte de
la naturaleza, también, y sobre todo, como hijo de Dios. Su lugar en la tierra ya no se
limitaba al mundo, este era sólo el lugar desde el cual se abría a un más allá más lejos que
todo aquí. Su lugar en el mundo ya no era sólo el mundo, era la trascendencia, era un
mundo que se abría y de cuya apertura, el cielo, era su paisaje y color. Hijo de la naturaleza,
sí, pero abierto a lo sobrenatural. Ni cerrado ni reflejado sobre sí.
El mundo o la historia, los otros o él mismo, la trascendencia o Dios, dijimos, son
los polos de toda relación, de toda realidad. La prevalencia de uno de estos términos, o el
soslayo de alguno, diferencia una época de otra, un ser humano de otro ser humano. La
Modernidad, nuestra época, nace cuando el hombre centra su reflexión sobre su propia
subjetividad, cuando su reflexión se vuelve su propio reflejo. Subjetividad identificada
cada vez más con un yo consciente de sí mismo , un yo frente y enfrentado a todo lo que
no sea él.
Podríamos inscribir en la partida de nacimiento del hombre moderno, del Sujeto,
la definición que Descartes, el padre de la nueva criatura, dio de sí mismo: "pienso, por lo
tanto soy". Convicción, certeza o conocimiento de sí, al que llega después de haber dudado
de todo, luego de haber hecho de esa duda la relación con todo lo que no es él. Luego de
haber quedarse con una única seguridad: él mismo. O, al menos, una parte de sí que en
adelante será todo su ser: su yo pensante.
En el fondo del hombre, en su última realidad, se encontrará ese mis-[28]mo
hombre pensándose a sí. El hombre, cada hombre y mujer, se dirá a sí mismo quién es:
monólogo, reflejo y reflexión… En verdad, creemos, ese fondo de sí, eso último con que
se encontró, fue tan sólo lo último de sí, fueron los límites de la razón, no lo límites de su
ser, no su ser más que lo que es, su ser más allá de sí. Pero no fue esto lo que creyó, creyó
sólo en lo que llegó a razonar.
El hombre comenzaba a creer sólo en él… Monólogo, espejo y especulación,
reflejo y reflexión… Narciso: la soledad había nacido, era el nuevo fundamento de la
humanidad.
Siempre el hombre se había sentido solo, pero siempre la soledad había sido un
lugar de paso, un desierto purificador, para seguir adelante, para encontrarse con lo que
comenzaba más allá de él: su semejante, el mundo o su Dios. Ahora, por ver primera el
hombre no iría más allá de sí, ya no sería hijo de nadie, y, sin padre, difícilmente se sentiría
hermano de nada y de nadie.
El hombre ya no sentirá que sus raíces se hunden en la tierra, en la naturaleza, ni
que su cuerpo se erige hacia lo alto, hacia lo azul, ira perdiendo toda memoria de su origen
para sentirse original, ya no pertenecerá a nada más que a sí. Separado, desgarrado de todo,
se agarró, casi con desesperación, a lo único que le quedó: un sujeto sujetado a su propio
yo. Liberado el pensamiento de toda atadura, de toda relación que no sea consigo mismo,
pudo correr, avanzar y correr… incluso adelante del hombre mismo que lo pensaba: el
3

pensamiento se había liberado de la vida, sus necesidades y valores, ahora la vida debía
seguirlo a él.
Eduardo Subirats, en su libro El alma y la muerte, nos condensa este paso, esta
constitución del sujeto con radical claridad:

"La separación de un núcleo intelectual de la conciencia, que Descartes


formula como condición general del conocimiento, pone de manifiesto la
raíz del desgarramiento del hombre moderno consigo mismo y con las
cosas. Esta escisión es el fundamento del sistema racional de la dominación
y de su portador subjetivo. Al progreso real de la historia, el proceso de un
creciente poder sobre las cosas y sobre nuestra misma realidad interior, se
traduce en la esfera de la subjetividad en la cristalización de un núcleo
fuerte, la fría cabeza organizadora cuya subsistencia tan sólo garantiza su
capacidad de reducir toda realidad a la omnipotencia del cálculo.
La exigencia de la dominación pone por condición a este sujeto intelectual
y abstracto el abandono de su inmersión en la inmediatez de las cosas. El
hombre moderno realiza así el destino de un dominio sobre la realidad
pagado al precio de su desprendimiento de las cosas y de la pérdida del
sentido vital que solamente podía buscar en el medio de su [29]
participación. La alienación que la civilización impone a la vida es la
consecuencia directa de este principio de separación2".

Antes de pasar al próximo punto, dejemos clara nuestra propia imagen: la de un


sujeto, sujeto a sí mismo, identificado con su razón, razón que será el instrumento de su
creciente dominio sobre el mundo, razón instrumental -pasará a llamarse-, cuyo uso
instrumentará para intentar dominar, subsumir la totalidad del mundo para su uso y
necesidad, para su usufructuación. El sujeto de la razón instrumental será entonces el
sujeto de la dominación, pensar será dominar y poseer o, al menos, controlar. Someter.

III

Martín Heidegger, el filósofo de Ser y Tiempo, definió el materialismo de la


sociedad en la que vivió -la misma en la que todavía vivimos y construimos nosotros-,
como una predisposición, una ya congénita actitud para tratar la realidad, material y
humana, como "materia". Como material a ser usado, como algo que está allí, frente y
enfrentado a nosotros, disponible para nuestro uso.
Ahora, cuando ya el siglo de ese pensador ha pasado, ese pasado inmediato va
delineando una forma, vamos viendo las líneas de fuerza que entretejieron su trama. Y si
nos detenemos en la línea que con mayor claridad se distingue de las otras, su línea más
clara, existencial y cotidiana, podríamos afirmar que el rasgo más sobresaliente de
Occidente fue, y sigue siendo, la tan exitosa como irrefrenable capacidad que ha tenido
para reducir la totalidad de la vida al rango de mercadería.
Como un nuevo diluvio, las aguas del mercado fueron cubriéndolo todo, y, una vez
pasado la marea, sobre las playas del mundo quedaba ese mismo mundo, pero ahora
empaquetado, disponible para la venta… Desde los artefactos eléctricos al Canto
Gregoriano convertido en pasajero hit, desde las ubicuas remeras con el Che Guevara hasta
4

los Girasoles de Van Gogh cuyo precio reemplaza y supera la fama de su autor, desde las
barbies hasta los cuerpos humanos, todo deviene mercadería, todo entre en el tick compro,
tack vendo, el compás del mercado, el latido de Occidente.
Así, ese sujeto, manido o tullido en su razón instrumental, instrumentará la realidad
para el nuevo valor que el mismo pondrá sobre la realidad: el precio. Si el hombre que se
comprendía como parte de la naturaleza buscaba la sabiduría, o el que se supo hijo de Dios
buscaba la santidad, ahora, el hombre hacedor y usufructurador buscará otro valor: el lucro,
la usura. [30]

IV

Adentremos en este párrafo, en el que veremos la auto-formación del sujeto


espiritual, o de la espiritualidad del sujeto y para el sujeto, con una cita de "El crepúsculo
del deber" de Gilles Lipovetsky:

"De hecho, la cultura del bienestar no se concibe sin todo un arsenal de


normas, de información técnicas y científicas que estimulen un trabajo
permanente de autocontrol y vigilancia de sí: tras el imperativo categórico,
el imperativo narcisista glorificado sin cesar por la cultura higiénica y
deportiva, estética y dietética. Conservar la forma, luchar contra las arrugas,
velar por una alimentación sana, broncearse, mantenerse delgado, relajarse,
la felicidad individualista es inseparable de un extraordinario forcing del
esfuerzo de dinamización, mantenimiento, gestión óptima de uno mismo.
La ética contemporánea de la felicidad no sólo es consumista, es de esencia
activista, constructivista: no ya, como antes, gobernar idealmente sus
pasiones, sino optimar nuestros potenciales; no ya la aceptación resignada
del tiempo, sino la eterna juventud del cuerpo; no ya la sabiduría, sino el
trabajo de calidad de uno sobre sí mismo; no ya la unidad del yo, sino la
diversidad high tech de las exigencias de protección, de mantenimiento, de
valoración del capital cuerpo. Por un lado, la época fuera-del-deber liquida
la cultura autoritaria y puritana tradicional; por el otro, engendra nuevos
imperativos (juventud, salud, esbeltez, forma, ocios, sexo) de
autoconstrucción de uno mismo, sin duda personalizados pero creadores de
un estado de hipermovilización, estrés y reciclaje permanente. La cultura
de la felicidad desculpabiliza la autoabsorción subjetiva, pero al mismo
tiempo arrastra una dinámica ansiosa por el propio hecho de las normas del
mejor-estar y mejor-parecer que la constituyen3".

"No sólo de pan vive el hombre…" dice la Biblia… No sólo de mercancía se llena
el mercado, se dijo a sí ese mismo mercado … Cuando el hombre se sentó a la mesa del
banquete del consumo, sintió otra clase de hambre, otra clase de sed, pero claro, también
a ello acudió el mercado, también en ese vacío vio la posibilidad de llenarse él.
Sin darnos cuenta cómo, ni desde cuándo -y ya estamos de lleno en nuestra
contemporaneidad- se nos anunció, y el anuncio sigue sonando, sigue publicitando, que
estamos en los albores de un nuevo humanismo, que el Ave Fénix del hombre como medida
de todas las cosas una vez más extiende sus alas: la Nueva Era... "Por todos lados se ven
5

sus signos", anuncian sus heraldos con voz melosa y música armoniosa. Y claro, como
buenos hijos de Descartes, como hijos de la modernidad, todo ocurre dentro de nosotros,
todo viene hacia nosotros: todo es yo. [31]
La humanidad deshumanizada tiene sed de humanidad: Acuario -símbolo del
aguatero en el antiguo zodiaco- nos dará de beber. Si la razón y su brazo ejecutor, la
voluntad, mostraron su fracaso para llenarnos por dentro, la Nueva Era nos invita a tomar
otras armas: el Espíritu y la Conciencia Expandida, y también un clásico, la fe: tener "fe
en Acuario".
La llamada "conspiración de Acuario", afirman, es eterna, pero, no obstante, se
podría tomar como fecha fundante "la magna conferencia sobre la conciencia inventada en
California" en la década de los 70. Obviamente, este "invento", propio de la fase
posmoderna de la modernidad, es más bien un "pastiche": el "Transcendentalismo" del
siglo XIX (pergeñado a partir de Emerson y Thoreau) y el "Movimiento del Potencial
Humano" de los años 60, y, está claro ya que nos situamos y contextualizamos en la
cumbre del primer mundo: los Estados Unidos. Los exportadores de the american way of
life, que ahora comienzan a exportar the american way of soul, su propia y vendible alma.
Heráclito y su "todo fluye" es parte de este pastiche, a la que no puede quedar
afuera la tradición oriental descubierta por "los buscadores del Dharma": la generación
beat de los años 50 americanos. Libros que van desde el excelente Zen y el arte de los
arqueros japoneses4 hasta el lamentable Zen y el arte de la mantención de la motocicleta5
jalonan y marcan la descendente incorporación de "todo". Descendencia que incluye tanto
a los verdaderos maestros de la interioridad como a los mercaderes del confort interior…
La lista es casi eterna, pero hay algo que enhebra y arrastra ese ingente caudal: el positive
thinking, el pensamiento positivo, es decir, la quintaesencia del motor progresista
americano, dispuesto a negar hasta la muerte y hasta a la misma muerte con sus "ondas
positivas". Ondas capaces, se supone, de transformarlo todo con solo pensar positivamente
acerca de uno mismo y del propio proyecto, eso sí, sin distraerse en mirar a los demás, sin
"dividir las energías".
"Hay una especie de inocencia dinámica en la idea norteamericana de que quien
realmente se empeña puede vencer al azar y a los elementos 6". Y, párrafos después, un
autor "inspirado" por Acuario, avala poéticamente lo dicho con versos de Walt Whitman,
el cantor del progreso americano:

"Veo que ha de realizarse en ti con certeza la antigua promesa milenaria


que se ha ido postergando hasta ahora...
La nueva sociedad, por fin...
abriendo el paso a la humanidad en toda su anchura,
la verdadera América".

Digamos de paso que la New Age declara su independencia de la "inte-[32] ligencia


europea": "lineal, desencarnada y jerárquica...", es decir, "hemisferio izquierdo del
cerebro". Pero no se tratará de rechazar el hemisferio izquierdo cerebral sino integrarlo
"holísticamente". Es decir, nada, una vez más, debe quedar fuera de control, fuera del
totalizante y globalizante yo.
La Nueva Era es una metáfora, metáfora de un optimismo, optimismo o
ingenuidad, acerca de la condición humana, al menos de sus virtualidades y la posibilidad
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de su "realización" integral, creativa y armónica. Dejemos que nos explique esto mismo
uno de sus exponentes:

"Se trata del despertar de una conciencia más alta, un movimiento hacia la
luz y el crecimiento. Hacia un estado del ser más elevado... es el estado que
emerge cuando vivo la vida de un modo creativo y compasivo que me
potencia...
Una invitación a encontrarnos con el hoy en una forma alegre, nutriente y
creativa... simboliza una expresión más madura y destrabada de la
sacralidad y el amor en el corazón de la vida... En esta corriente de
soñadores estuvieron los Adam Smith... es fundamentalmente un símbolo
representativo del corazón que, asociado con Dios, construyen un mundo
mejor, capaz de ensalzar los valores de totalidad y sacralidad...".

Creo que esta cita plasma y resume la metáfora: potencial humano, creatividad,
luz, totalidad, sacralidad... También –no podía faltar– "Dios", el inevitable socio de toda
empresa de envergadura es invitado a colaborar con la Nueva Era, una vez más estamos
"with God at our side", con Dios a nuestro lado –cantaba y canta Bob Dylan en el estribillo
de una de sus baladas sobre matanzas y guerras que jalonan la historia de su país– aunque,
en este pensamiento, Dios no sea aquel a quien yo me debo, el que merece mi adoración,
sino aquel que me hace sentir bien, el que avala y legitima mi proyecto. Dios, como todo
lo demás para este pensar, no es un valor en sí, sino que vale para mí.
Se trata, fundamentalmente, de un "despertar" de las "potencialidades humanas"
aún dormidas, un "gran despertar" para lo cual, a falta de clépsidra acuariana, uno puede
tratar la psicología gestáltica, control mental, onda verde, naturalismo, yoga, técnicas
psicocorporales, arte interior, aikido, neurolingüística, flores de Bach, autoconocimiento
computado, terapias y medicinas no convencionales, psicoradionica, astrología, tarot,
biodinámica, gemas, cristales y elixires, autoestima, teosofía, etiopatía, psicodrama,
terapia sistémica, evolución akasica, rebirthing, la ciencia de los nombres, parapsicología,
sanación natural, antroposofía, eutonía, colorterapía, integración corporal, movimiento
consciente, auriculoterapia, shiatzu, biodanza... Los productos, tomados al azar y con
humor, que si se [33] plasmasen todos a la vez, ciertamente podrían sepultar a sus usuarios
y, cierta y verdaderamente, llenan góndolas enteras en las ferias de la auto-realización. Se
trata, una vez más, del consumismo de la auto-realización o de realizarse consumiendo,
ahora, en esta nueva línea, la auto-creación de la propia alma, o del alma como propiedad.
"Programa usted mismo sus estados de ánimo", se lee en un aviso de los tantos que
llenan las revistas especializadas en la absorción con uno mismo, tecnología alemana
mediante, la Nueva Era o el anunciado mundo feliz que Aldous Húxley vislumbró y
advirtió, ya está entre nosotros, sin mayores estruendos, como todo lo vano, más
ilusionando que realizando, más impidiendo que haciendo.
Cerremos y redondeemos este párrafo citando al mismo Gilles Lipovesky con que
lo abrimos, esta vez tomando su estudio sobre el individualismo contemporáneo, su libro
"La era del vacío":

"El proceso de personalización tiene por efecto una deserción sin


precedentes de la esfera sagrada, el individualismo contemporáneo no cesa
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de minar los fundamentos de lo divino… Es más, la propia religión ha sido


arrastrada por el proceso de personalización: se es creyente, pero a la carta,
se mantiene tal dogma, se elimina tal otro, se mezclan los Evangelios con
el Corán, el zen o el budismo, la espiritualidad se ha situado en la edad
kaleidoscópica del supermercado y del auto-servicio. El turnover, la
desestabilización ha revestido lo sagrado de la misma manera que le trabajo
o la moda: un tiempo cristiano, algunos meses budistas, unos años discípulo
de Krishna o de Maharaj Ji. La renovación espiritual no viene de una
ausencia trágica de sentido, no es una resistencia al dominio tecnocrático,
es un resultado del individualismo posmoderno reproduciendo su lógica
flotante. La atracción de lo religioso es inseparable de la
desubstancialización narcisista, del individuo flexible en busca de sí
mismo, sin referencias ni certeza –aunque fuera la del poder de la ciencia–
pertenece a la misma categoría que los entusiasmos efímeros, aunque no
por ello menos poderosos, por tal o cual técnica relacional, dietética o
deportiva. Necesidad de encontrarse a sí mismo o de aniquilarse en tanto
que sujeto, exaltación de las relaciones interpersonales o de la meditación
personal, extrema tolerancia y fragilidad capaz de consentir los imperativos
más drásticos, el neomisticismo participa de la desmembración
personalizada del sentido y de la verdad, del narcisismo psi, sea cual sea la
referencia al Absoluto que le subyace. Lejos de ser antinómico con la lógica
principal de nuestro tiempo, el resurgimiento de las espiritualidades y
esoterismos de todo tipo no hace sino realizarla aumentando el abanico de
elecciones y posibilidades de la vida privada, permitiendo un cóctel
individualista del sentido conforme al proceso de personalización7". [34]

La vida siempre pareció necesitar de pensarse a sí misma para comprenderse, para


encenderse: el hombre es el lugar donde ese acontecimiento se cumple, donde diciéndose,
la vida, dice su sentido. Donde nombrándolo, el hombre dice su verdad.
Algunos seres, los pensadores y los filósofos, son los que de alguna manera
tomaron distancia de lo cotidiano para pensar lo esencial, entrecerraron los ojos para no
ver los detalles y descubrieron las tres o cuatro hilos que entramaban el tejido de la vida.
Esta milenaria tarea, como todo lo esencial, requiere madurez, es decir, tiempo hecho de
lentitud, fidelidad a lo buscado, demora en lo encontrado. En síntesis: hondura y
radicalidad. Todo menos prisa y liviandad.
Dentro y para el "cóctel individualista", dentro y para la feria del yo, el mercado
no podía dejar de proveer un nuevo ingrediente, ahora, apuntando a la búsqueda del
"sentido y la verdad": la filosofía. Claro, que también en esto el giro decisivo se cumple:
si la filosofía fue siempre amor a la sabiduría, pensamiento del ser, ahora se trasmuta en
pensarse a uno mismo, en amor a sí. Ya no se tratará de abrirse interrogativamente ante el
misterio de la existencia, sino de hacer que las respuesta cierren toda interrogación, toda
inquietud que perturbe la calma y la armonía de estar contenido y encerrado en el propio
yo. La filosofía ya había sido presentada en sistemas y tratados, métodos o ensayos: ahora
será receta. Si al asombro, la actitud opuesta al dar por descontado, fue siempre
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considerado como el principio de la filosofía, ahora ya se puede dar por descontado, no


hace falta asombrarse, basta la más superficial curiosidad: ahora se puede comprar.
Cualquiera que frecuente las mesas de novedades de las librerías, o que se pare en
sus vidrieras, puede darse cuenta del nuevo producto en oferta. En poco tiempo, esa tarea
de pocos, democracia del mercado de por medio, llegó a la cumbre: best seller, esa mágica
faja que le ponen a los libros con la millonaria cifra de lectores que que invita a quien lo
mira a unirse a esa multitud, ser un número más que confirme el éxito del autor. El éxito
en sí que es vender. Basta recorrer las librerías, cada vez más a imagen y semejanza de los
shopping que las contiene, librerías o quioscos de diario, para comprobar la nueva
proliferación, la última plaga: Más Platón y menos Prosac, Efectos terapéuticos de la
filosofía, Filosofía práctica; Cinco pasos para enfrentarse a los problemas con filosofía,
Tomátelo con filosofía: ideas para mitigar los males del espíritu… Series de compendios
que bajo el atrayente título de "para principiantes" y, en alegre diseño de comic se puede
saber sobre todo y cualquier filósofo con sólo mirar los dibujitos y uno que [35] otro
concepto; también los hay "en 20 minutos"… Y la grosería sigue hasta puntos
insoportables, o al menos claros: "La dieta del filósofo, adelgace y de paso encuéntrele un
sentido a su vida". Y claro, todo en papel, en tapa blanda o dura, en CD rom, película o
vídeo, banda ancha o angosta…

VI

Comenzamos este artículo haciéndonos eco de un grandilocuente anuncio: "en


medio de la vieja cultura emerge un nuevo yo", un yo –individuo, sujeto, Narciso–nombres
de una nueva concepción del hombre: un ser encapsulado en sí mismo, primero como
solitario yo, después como espíritu igualmente solitario: siempre como él y nada más que
él.
Un sujeto que hizo de la reflexión el propio reflejo de sí. Juego o laberintos de
espejos donde siempre volvía a encontrarse con él. Vimos que, desde esa soledad, manido
del instrumento de su razón salía decidido a conquistarlo todo, a disponer de todo para sí,
y, finalmente, a volver sobre sí esa misma conquista: a conquistarse a sí, a llegar hasta su
propio vacío, a llenarlo de su propio hacer.
Esta última conquista, esta colonización de su interior, esta mercantilización de su
interioridad, es el logro de la Nueva Era, la sustitución del alma, eso precisamente que no
es uno mismo porque no es un para-sí sino un para-otros, no es algo de lo que dispongo
sino el nivel de mi depender de la vida que no me puedo dar, mi pender de la trascendencia,
la sustitución, decía, por la propia construcción de una interioridad narcisista, de un refugio
donde Narciso se mira a sí sin que nada más moleste su contemplación, aunque a esa nada
la llame "Dios".
Precisamente, y contrariando las constantes referencias a métodos y contenidos
religiosos de la literatura que nos ocupa, si hay algo reñido con lo religioso y con la
sabiduría ascética y práctica, si todas ellas convergen en un común enemigo ese enemigo
se llama "Yo". Ese yo que usurpa el lugar central de la vida, aunque sea la propia,
apropiándose de ella, haciendo de todo su hacer. Lejos de atacar a ese impostor, la Nueva
Era lo fortalece, lo exacerba, lo legitima; basta prestar una mínima atención para percatarse
que todo método, toda búsqueda, toda planificación, comienza con la palabra "auto", es
decir, la palabra yo. Origen y destino de su preocupación. Si la meta perenne de religiones
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y ascesis, si la aspiración ínsita en palabras como ex-sistencia o ex-tasis, era salir de sí, ir
más allá de uno mismo, ahora la meta es más cercana: ir hacia uno mismo, traerlo todo
hacia sí. Hacer de sí el destino final, el origen y destino de la realidad. [36]
Cuando el lenguaje religioso pone en la categoría de "gracia" su diferencia
específica con cualquier intento o logro humano, está señalando precisamente el
fundamento de gratuidad de la existencia, esa gratuidad, esa gracia que precede toda vida:
el hecho de que no soy yo que me di mi vida sino que esa vida la recibí, que esa vida no
dependió de mí sino que pende sobre ese abismo de gracia. Gracia que, calladamente,
desmiente, desnuda al yo de su pretensión de ser eje y sostén de su propia vida, hacedor y
dador de todo lo que en ella acontece, gracia que, con la serenidad del agua que gasta las
orillas, va deconstruyendo la torre la de soberbia del yo, con la serenidad del agua o con el
diluvio final de la muerte, de esa muerte sobre la que el poder del yo no puede poder.
Gracia, por otra parte, que nos enseña que la vida, que la propia persona, y hasta el propio
yo, no es algo que nosotros hacemos sino algo que recibimos, dice, finalmente, que la vida
es recepción, acogida. Don.

VII

En su mayoría los valores de la Nueva Era, la cultura light de la interioridad, la


literatura de auto-ayuda o de filosofía de consumo, los gurúes de bes tseller o mediáticos,
son, en general, tomados de la llamada Filosofía Perenne. Tomados de ese ingente caudal
de valores, intuiciones, sabidurías laicas o religiosas, que la humanidad ha dejado como
sedimento y tradición a través de los milenios, ha conservado a través de los tiempos y ha
sido conservada por ellos. A veces estos valores dispensan su vida a una época, otras veces
están simplemente allí, en lo callado, esperando el momento en que una época se ponga a
la escucha y los vuelva a dar a la luz, a encarnar. Vuelva a iluminarse desde ellos. Pero en
todos los tiempos esos valores, esa sabiduría, fueron y son precisamente lo que nos
relacionaba, nos religaba, con lo que nosotros no somos, es decir, nos religaban con una
otredad, un Otro, una trascendencia humana o divina, que nos permitían vivir más allá de
nosotros mismos, que nos recordaban que trascender hacia los otros o hacia Dios es nuestro
verdadero estar. Nos recordaban que amar a los otros como a uno mismo no es poner el
acento en ese "uno mismo", sino es ese amar que es nuestro verdadero ser.
Después de todo, o, antes que nada, toda religión, todo verdadero saber, todo
trascender, está diciendo una sola y única cosa: el tú precede al yo, el otro está antes que
yo. Nos dice que la única verdadera realización no es realizarse, es olvidarse de sí: es
comenzar a hacer del otro el propio destino, la propia historia. [37]
Ciertamente, y por esa misma perennidad, los valores de la Nueva Era no son
despreciables, tampoco su casi histérico optimismo que impulsa a esa visión de la
existencia; nada de eso es despreciable pero tampoco es soslayable la crasa ingenuidad y
flagrante simplismo que entraña esta nueva era de viejos y perennes ideales humano.
Simplismo, ingenuidad y superficialidad que hacen de los valores una nueva banalidad, y
¿cómo decir la palabra banalidad sin pensar en Hannah Arendt y su estudio, precisamente,
sobre la banalidad del mal8? Sobre esa cotidiana complicidad con el mal que es soslayar
el compromiso, la denuncia, y la responsabilidad y solidaridad sobre los demás, su justicia
y su libertad. Banalidad del mal, precisamente de esa presencia que la ideología de la
Nueva Era no parece reconocer, que no tiene en cuenta en su búsqueda de armonía y paz,
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una armonía y una paz como propia y propiedad, como olvido del derecho a lo mismo de
los demás, de los que parecen estar de-más.
Una visión de la vida no es solo lo que mira, es también, y principalmente, lo que no
ve, lo que deja de mirar. Lo mismo podemos decir de un discurso o de una filosofía, o de
la casi total ausencia de la palabra "nosotros" en esta Nueva Era de muchos uno mismo
pero ningún nosotros. Una visión que mira pero no se da por mirado, no deja que la
necesidad del sea la vergüenza de mi propia realización. Un discurso en el que el otro es
sólo un medio para mi realización, aunque esta realización pase por el preocuparme por el
otro, pero no como finalidad, sino como mediación hacia mí, hacia mi realización.

VIII

Cabría preguntarse qué tiene de malo tanta facilidad, tan tanto al alcance de la
mano, al menos de cualquier mano que pague. Nada, si sabemos que pagamos por nada,
todo, si creemos estar comprando precisamente lo que se sustrae al ser comprado, lo que
rompe el interés, lo que inicia en la gratuidad. Lo cierto es que sólo no tenemos lo que
sabemos no tener, y por eso mismo, por saber que nos falta podemos llegarlo a recibir. Nos
quita, ya si queremos ir a lo más profundo, la fecundidad del vacío, o el cuenco de la
carencia: el espacio del no tener como cuenco que recibe, como oportunidad de recibir
precisamente lo que nadie puede darse a sí: el otro o lo Otro.
Lo que se nos quita con este consumo, con esta religión a la carta o esta filosofía
sin filosofar, es eso, eso mismo que creemos estar comprando: un pensamiento o una
espiritualidad capaz de religarnos con lo que no somos y con lo que, tácita o
explícitamente, sentimos que necesitamos. Una sabi-[38]duría que sentimos necesitar para
conducir nuestras vidas, para volver a vivir en medio de tanto funcionar… Lo que sentimos
querer pero confundimos con su virtualidad, con su mercantilización. Productos,
respuestas, para que todo siga igual, para que sigamos siendo usados para seguir usando.
Consumidos consumiendo.
Además de mostrarnos que ya todo puede ser mercancía, que ya hasta lo que debiese
tener valor tiene precio, la Nueva Era nos enseña otra cosa: los hombres estamos cada día
más solos, más huérfanos de verdaderos valores, más exilados de profundidad. Nuestro
humanismo renacentista fracasó, nuestra modernidad nos vacío, pero ¿debemos aceptar
este artificio de nueva humanidad? ¿tenemos que encapsularnos en nuestro individualismo
a través de tanto narcisismo epocal por miedo de darnos a los demás? ¿Por miedo a volver
a soñar, a crear?
"2000 años y ni un nuevo Dios", se quejaba Nietzsche, ¿pero tenemos que
inclinarnos ante Acuario o programarnos felices y realizados para no sentir tanta
orfandad? Estamos solos, pero todos, quizás la aceptación de esa verdad, y no la huida de
esa soledad, nos muestre lo que tenemos en común: nos hermane en una espera, una
recepción de algo que venga de allí mismo, de ese desierto que nos toca vivir, esa
intemperie que por ser tal, no tiene ningún espejo que nos refleje, nos deje ver más allá de
nuestro yo.
Vivimos en una época light, lo sabemos, lo disfrutamos y lo padecemos, pero
también sabemos la consecuencia de tanta indiferencia, de tanta omisión, de tanta
distracción disfrazada de ingenuidad. En un niño la ingenuidad y la simpleza suelen ser
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conmovedoras, en un adulto raramente no es cobardía, ciertamente, siempre es


complicidad. [39]

NOTAS
1
MARILYN PERGUSON, La conspiración de Acuario, Buenos Aires, Troquel, 1989.
2
EDUARDO SUBIRATS, El alma y la muerte, Barcelona, Anthropos, 1983, 235-236.
3
GILLES LIPOVETSKY, El crepúsculo del deber, Barcelona, Anagrama, 1994, 55.
4
EUGEN HERRIGEL, Zen y el arte de los arqueros japoneses, Buenos Aires, La Mandrágora, 1959.
Actualmente se ha editado bajo el título de Zen en el arte de tiro con arco, Buenos Aires, Kier, 1972.
5
ROBERT PIRSIG, Zen y el arte de la mantención de la motocicleta, Santiago de Chile, Cuatro Vientos, 1993.
6
MARILYN PERGUSON, Op.cit.
7
GILLES LIPOVETSKY, La era del vacío, Barcelona, Anagrama, 1986, 118-119.
8
HANNAH ARENDT, La condición humana, Barcelona, Paidós, 1993. Esta cita está mal. El libro al que se
refiere el autor es Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal.

[40]

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