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Así fundamenta la doctrina social cristiana

los derechos humanos


Así fundamenta la doctrina social cristiana los derechos humanos

Según demuestra monseñor Michel Schooyans en su nuevo libro.

Por: . | Fuente: Zenit.org

La doctrina social de la Iglesia se ha convertido en una decisiva


defensa y fundamento de los derechos humanos en un mundo
atenazado entre el socialismo y el liberalismo, constata el
profesor Michel Schooyans.

En Francia, acaba de publicar una nueva obra en la que hace


una original síntesis de su pensamiento con el título «Para
afrontar los desafíos del mundo moderno - La enseñanza social
de la Iglesia» (Presses de la Renaissance, Paris 2004).

En esta entrevista ha abordado algunos de los argumentos


candentes que presenta en su libro.

¿Qué relación existe entre la doctrina social de la Iglesia


y la defensa de los derechos del hombre?
En los primeros documentos en los que comenzó a articularse la
enseñanza social de la Iglesia, los Papas hacían referencia a
situaciones de abuso y opresión que la conciencia moral debía
denunciar. Se trataba de cuestionar las estructuras establecidas
para transformarlas en estructuras económicas y políticas más
justas. Nada de todo esto está trasnochado, todo lo contrario.

Pero han surgido dos factores nuevos, que han provocado una
profundización de la enseñanza de la Iglesia sobre la sociedad.
El primero es la experiencia del totalitarismo, cuyas diferentes
manifestaciones tienen en común el querer destruir
psicológicamente a la persona humana.

El segundo es el despegue de la filosofía personalista, del que se


benefició ampliamente la constitución pastoral del Concilio
Vaticano II «Gaudium et Spes», y que Juan Pablo II comenzó a
desarrollar muy pronto, en Cracovia y en Lublín.

Desde entonces, en su enseñanza social, la Iglesia subraya que


los seres humanos están hechos para vivir juntos, que todos
han recibido la vida como algo compartido con el mismo Dios,
del que todos son imagen. De este modo, la enseñanza de la
Iglesia se ve enriquecida por una rica antropología que
fundamenta los derechos del hombre: el derecho a la vida, a
fundar una familia, a practicar una religión, a trabajar, a
asociarse, etc. Derechos inalienables que el Estado y las
organizaciones internacionales deben promover y proteger.

En su libro, usted habla de la teología de la creación y de


la teología del trabajo. ¿Cuál es su fundamento? ¿Cuál es
su concepción del hombre y de Dios?
La teología de la creación encuentra su fundamento en los
primeros capítulos del libro del Génesis. El hombre está llamado
a transmitir la vida y a ser un administrador responsable de la
creación. Ahora bien, cuando el hombre se comporta como si
pudiera apoderarse del don de Dios que es el ambiente, surgen
problemas morales.

Hoy hay nuevas formas de avaricia que llevan a algunos grupos


privados o a ciertos Estados a abusar de los recursos del
mundo, explotándolos según sus intereses particulares. Se
olvida que los bienes de la tierra han sido puestos por el
Creador a disposición de toda la humanidad. Esto significa que
tenemos una responsabilidad no sólo ante nuestros
contemporáneos, sino también ante las generaciones futuras.

Así se explican los repetidos llamamientos del Santo Padre a


favor de una ecología humana: El hombre es el regalo más bello
de Dios al hombre, escribe en síntesis en la encíclica
«Centesimus Annus» (Cf. número 38). No somos creíbles
cuando pretendemos respetar el ambiente pero no respetamos
en primer lugar al ser humano y cuando no se reconoce su
papel único en la cumbre de la creación.

Además, y contrariamente a una ecología bucólica, residuo de


sueños de intelectuales de la Ilustración, allí donde el hombre
está ausente o no interviene en la naturaleza, ésta se vuelve
violenta. El hombre debe cultivar constantemente el ambiente
para prevenir la erosión, la desertización, la destrucción de
cultivos por insectos nocivos, etc.

Por último, a diferencia de lo que dice la ecología panteísta


inspirada en la Nueva Era, el hombre no es el simple producto
de una evolución material; no debe alienarse, ni ser alienado
ofreciendo un culto neogapano a la Madre Tierra.

En un capítulo de su libro, usted aborda la relación entre


políticas demográficas y la democracia. En otro capítulo,
muestra que los niños son la mejor inversión. ¿Cuáles son
sus argumentos?
Las democracias occidentales siguen utilizando y divulgando
para su provecho la ideología maltusiana y sus corolarios
neomaltusianos. Según las expresiones modernas de esta
ideología, la seguridad de los países ricos estaría amenazada por
el crecimiento de la población de los países del tercer mundo.
Una «bomba» demográfica procedente del tercer mundo estaría
a punto de estallar, sumergiendo a los países ricos y
amenazando su bienestar. Por tanto, según esta ideología de la
seguridad demográfica, es urgente que los países ricos
controlen eficazmente el crecimiento de la población pobre. Este
control se debería hacer con la connivencia de las clases
dirigentes de los mismos países en vías de desarrollo.

Ahora bien, un control así acaba siendo coercitivo, como lo


demuestran los ejemplos de la India, Brasil, México, Perú, etc.
Es una mentira y una agresión física y sobre todo psicológica
decir a estos países que el desarrollo de la democracia pasa por
la mutilación del 40% de las mujeres en edad de procrear.

Los países europeos, que han financiado ampliamente estas


campañas, han quedado atrapados en su misma trampa. Al
financiar y legalizar en su misma casa el rechazo a la vida, las
poblaciones de estos países envejecen e incluso disminuyen. Es
lo que el gran demógrafo francés Gérard François Dumont ha
llamado el «invierno demográfico».

En su doctrina social, la Iglesia confirma por motivos morales y


religiosos lo que dicen muchos expertos en economía, en
demografía, y en ciencias políticas, es decir, que lo más
importante hoy no es el capital físico (materias primas) sino el
capital humano, es decir, el hombre bien formado moral e
intelectualmente.

Usted relaciona paz y desarrollo y propone una


concertación mundial a favor del desarrollo. ¿Cómo indica
la doctrina social de la Iglesia el camino virtuoso que
lleva al desarrollo económico, espiritual y social?
Desde sus orígenes, en el siglo XIX, la doctrina social de la
Iglesia ha pronunciado críticas fundadas contra el socialismo y el
liberalismo. Al socialismo, le reprocha el no confiar en la
persona humana y el esperar demasiado de los poderes
públicos. Al liberalismo le recrimina el favorecer un
individualismo que consagra la supremacía del más fuerte en
detrimento de los más débiles, y el no querer reconocer el papel
necesario y legítimo de los poderes públicos.

En su enseñanza social, la Iglesia reconoce el papel subsidiario


de los poderes públicos: éstos deben estar al servicio de las
personas, de las instituciones intermedias y de la sociedad civil;
deben estar bajo el control de éstos. Se da un equilibrio precario
que sólo se mantiene cuando los actores sociales tienen una
fuerte motivación moral y religiosa capaz de llevarles a
promover el bien común, a tener una ternura particular por los
más vulnerables, a trabajar por la justicia y la paz.
Este ideal, el único digno del hombre, implica que los mismos
poderes públicos, las organizaciones internacionales, las
estructuras económicas no sean indiferentes a la verdad, que no
sean moralmente relativistas, o puramente utilitaristas o incluso
cínicas, sino que todos estén preocupados por servir y no por
hacerse servir.

En una sociedad que se globaliza, la enseñanza social de la


Iglesia aparece como una luz que irradia esperanza. Una luz
que, para nuestra satisfacción más grande, somos nosotros

Derechos humanos y Doctrina Social de la


Iglesia
Benedicto XVI recibió hoy a los miembros de la Pontificia Academia de
las Ciencias Sociales al final de la XV sesión plenaria de ese ente que
preside la profesora Mary Ann Glendon

Por: . | Fuente: VIS

CIUDAD DEL VATICANO, 4 MAY 2009

La Academia, después de haber examinado las relaciones entre la


doctrina social de la Iglesia y el trabajo, la democracia, la globalización,
la solidaridad y la subsidiaridad, se ha centrado esta vez en "el tema
clave de la dignidad de la persona y los derechos humanos, punto de
encuentro entre la doctrina social de la Iglesia y la sociedad actual",
observó el Papa.

"La Iglesia ha afirmado siempre que los derechos fundamentales, por


encima y más allá de las diferentes formas en que se formulen y de los
diferentes grados de importancia que tengan en los diversos contextos
culturales, deben ser sostenidos y reconocidos universalmente porque
son intrínsecos a la naturaleza del ser humano creado a imagen y
semejanza de Dios" y " por eso comparten una característica común que
los une y que exige el respeto universal". Asimismo la Iglesia ha
enseñado siempre que "el orden ético y político que gobierna las
relaciones entre las personas hunde sus raíces en la estructura misma
del ser humano".

La Edad Moderna, "con mayor conciencia sobre los derechos humanos y


su universalidad, (...) contribuyó a dar forma a la idea de que el
mensaje de Cristo -que proclama que Dios ama a todo hombre y a toda
mujer y que todo ser humano está llamado a amar a Dios libremente-
demuestra que todos y todas, independientemente de su condición
social o cultural, son libres por naturaleza".

El Papa recordó después que a mediados del siglo pasado y tras las
catástrofes de las dos guerras mundiales y las ideologías totalitarias, la
comunidad internacional se dotó de "un nuevo sistema de derecho
internacional basado en los derechos humanos" y cómo Pablo VI y Juan
Pablo II "afirmaban decididamente que el derecho a la vida y a la
libertad de conciencia y de religión son el centro de aquellos derechos
que brotan de la misma naturaleza humana".

"Estrictamente hablando, esos derechos no son verdades de fe, aunque


se perciben y adquieren plena luz con el mensaje de Cristo que
"manifiesta plenamente el hombre al propio hombre". La fe los confirma
ulteriormente. Obedece a la razón que, hombres y mujeres, viviendo y
actuando en un mundo físico como seres espirituales, perciban la
presencia de un "logos" que los capacita para distinguir no solamente lo
verdadero de lo falso, sino también el bien del mal, lo mejor de lo peor,
la justicia de la injusticia".

"La acción de la Iglesia en la promoción de los derechos humanos se


refuerza por la reflexión racional, de forma tal que esos derechos
pueden presentarse a todas las personas de buena voluntad,
independientemente de su filiación religiosa". Al mismo tiempo, "como
cada nueva generación y cada individuo debe reapropiarse de esos
derechos, y la libertad humana es siempre frágil, la persona necesita la
esperanza y el amor incondicionales que solo se encuentra en Dios y
que lleva a la participación en la justicia y la generosidad de Dios hacia
los demás".
"Esa perspectiva llama nuestra atención sobre algunos de los problemas
sociales más críticos de las últimas décadas, como la conciencia cada
vez más grande, en parte provocada por la globalización y la crisis
económica actual, de un tremendo contraste entre la igual atribución de
derechos y el desigual acceso a los medios para alcanzarlos. Para los
cristianos, que piden siempre a Dios "danos hoy nuestro pan de cada
día", es una tragedia vergonzosa que la quinta parte de la humanidad
pase todavía hambre".

"Para garantizar un abastecimiento adecuado de alimentos, al igual que


la protección de los recursos vitales como el agua y la energía, es
necesario que todos los líderes internacionales manifiesten su prontitud
para trabajar en buena fe, respetando la ley natural y fomentando la
solidaridad y la subsidiaridad con las regiones y los pueblos más pobres
del planeta, como la estrategia más eficaz para eliminar las
desigualdades sociales entre las países y las sociedades y para potenciar
la seguridad mundial".

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