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Universidad Autónoma de Santo Domingo

(UASD - NAGUA)

Asignatura:

Did Esp Cs Soc Prac Doc l (TEG-128)


Semestre:

2019-01

Tema:

Realidad Científica

Nombre:

Alvin Johan Campos López

Sección:

N1
Profesor:
Bernardo Santana
Fecha:

27-03-2019
Introducción

Oímos, vemos, percibimos texturas, saboreamos, olfateamos. Son


innumerables las sensaciones que nuestro sistema nervioso procesa
continuamente con la finalidad de situarnos en el mundo para guiar nuestros
pasos y advertirnos de los peligros y de las oportunidades. Esas sensaciones
no servirían de mucho si no dispusiéramos de un modelo mental del mundo,
procedente de nuestras experiencias previas y de nuestra cultura, y de una
amalgama de imágenes, recuerdos, relaciones y expectativas que constituyen
“nuestra realidad”.

La realidad no se muestra fácilmente, aspiramos a conocerla, es un ideal.


¿Cómo explicaban la lluvia los neandertales hace 30.000 años?, ¿qué
pensaban de las enfermedades las comunidades del paleolítico?

Por la historia sabemos que el ser humano ha ido enriqueciendo su visión del
mundo a partir de la experiencia y que la ha transmitido de generación en
generación mediante el lenguaje oral, el arte, las religiones y, sobre todo, la
escritura.
La Realidad Pre Científica

El realismo científico es una variedad del realismo crítico que sostiene,


básicamente (i) que existe una realidad objetiva, (ii) que el objetivo primordial
de la ciencia es describir y explicar (además de predecir) los hechos de la
realidad y (iii) que la ciencia consigue su objetivo en cierta medida y de un
modo especial, gracias a la aplicación del método científico. Esta es,
obviamente, una caracterización bastante general y vaga. La razón de ello es
que hay numerosas variedades de realismo científico, casi tantas como autores
realistas científicos, los cuales hacen énfasis en diferentes características de
esta concepción.

Entre los filósofos que han defendido diversas variedades de realismo científico
pueden mencionarse el argentino Mario Bunge,el británico Roy Bhaskar, los
estadounidenses Hilary Putnam, Philip Kitcher y Richard Boyd y el finlandés
Ilkka Niiniluoto.

Realismo de teorías y realismo de entidades


En su trabajo "Representar e intervenir" Ian Hacking distingue dos modalidades
del realismo científico. 1) El realismo acerca de teorías donde las teorías son
verdaderas o falsas en cuanto constituyen representaciones adecuadas o no
de la realidad. 2) El realismo acerca de entidades que afirma que muchas
entidades realmente existen. Es importante notar que 2 no implica 1.
Justamente Hacking se considera un realista en cuanto algunas entidades si
bien no acuerda dar demasiada confianza a ninguna teoría. Sostiene que lo
que pensamos, cómo representamos el mundo, no importa tanto como lo que
hacemos, cómo intervenimos en el mundo.

La verdad científica
ACTUALMENTE, el prestigio de la ciencia como garantía de la verdad en lo
que se dice es muy grande. Los agentes de publicidad lo reconocen y explotan
con frecuencia, señalando que las bondades del producto X han sido
"científicamente comprobadas" o que la superioridad del producto Y está
"demostrada científicamente".

A las proposiciones así calificadas, el carácter científico les confiere una doble
virtud: no sólo son verdadera sino que además lo son de manera permanente e
irrefutable. En la misma tesitura, se acepta que la ciencia no admite titubeos o
incertidumbres: lo que ya ha sido demostrado científicamente como verdadero
es clara y completamente cierto, mientras que lo que aún no ha recibido tal
carácter permanece en la profunda oscuridad de lo desconocido.
Por lo tanto, puede decirse que, en la opinión del público en general, las
verdades científicas son ciertas, permanentes y completas.

En cambio, en los medios formados por profesionales de la ciencia, los


investigadores aceptamos que la verdad científica es solamente probable,
transitoria e incompleta. Mi objetivo en estas líneas es examinar las causas de
estas diferencias conceptuales y sus posibles significados.

Que las verdades científicas son ciertas se demuestra con facilidad, pues es
posible confirmar que las predicciones hechas a partir de ellas se cumplen.
Recordemos que Herón, rey de Siracusa, había ordenado la construcción de
una corona de oro y había entregado el precioso metal al joyero del palacio,
pero cuando recibió la corona el rey sospechó que quizá el artífice lo había
engañado, diluyendo el oro en otro metal, y le pidió a Arquímedes que lo
demostrara. El sabio encontró la solución al problema en el sitio y en el
momento en que menos lo esperaba: cuando se sumergía en una tina de baño
y reconoció que perdía peso en la misma proporción en que desplazaba agua
de la tina. En otras palabras, descubrió un método para medir la densidad de
un objeto sólido de forma irregular; como la densidad depende del material con
que está hecho el objeto, resulta también una forma de determinar la pureza
del mencionado material. Aplicando su método a la corona del rey Herón,
Arquímedes demostró que tenía menos oro del que había recibido el joyero
real. La predicción (que no es otra cosa que una instancia particular de la
verdad científica) se cumple y confirma el carácter verdadero del postulado
científico.

La permanencia de la verdad científica es otro aspecto en el que difieren la


opinión popular y el concepto profesional. El público en general tiene una
posición ambivalente al respecto: por un lado, quiere pensar que "ahí afuera"
existe una especie de montaña formada por un material purísimo llamado
Verdad y que los científicos somos como picapedreros que con más o menos
esfuerzo logramos obtener fragmentos de distintos tamaños de este material,
que conservará su valor y su pureza para siempre; por otro lado, se da cuenta
que, a través de la historia, algunas verdades científicas han cedido su lugar a
otras, frecuentemente parecidas pero ocasionalmente tan distintas que se diría
que son opuestas (no hace demasiados años se aceptaba que las células
diploides normales de la especie Homo sapiens tenían 48 cromosomas; en
1956 se demostró, no sin cierto bochorno internacional, que en realidad sólo
poseemos 46 cromosomas). Para estos casos, que no son pocos, el público en
general ha adoptado el concepto del "progreso", o sea que las verdades
científicas pueden pasar de menos a más desarrolladas, siendo al mismo
tiempo todas ellas ciertas.
En cambio, cualquier miembro activo de la comunidad científica que sostuviera
la permanencia de la verdad en la ciencia tendría como recepción inicial una
sonora y unánime carcajada, seguida (si su postura es persistente) por su
marginación completa. Los profesionales de la ciencia sabemos que una de las
propiedades esenciales de nuestros postulados es su transitoriedad, que los
resultados de nuestro trabajo se parecen mucho más a una escalera infinita
que a las tablas de Moisés, que cuando postulamos una nueva hipótesis para
explicar un grupo de fenómenos lo hacemos con la convicción de que
probablemente es mejor que la vigente (que puede o no ser propia) pero que
con seguridad, en última instancia, también está equivocada.

La razón de esta postura aparentemente irracional es que el conocimiento que


tenemos de la naturaleza es incompleto; lo que sabemos no es perfecto pero
es perfectible, no de un golpe sino poco a poco, con mucho trabajo y cayendo
una y otra vez en falsas ideas de haber agotado la cuestión, de haberla
comprendido en su totalidad. La verdad en la ciencia no sólo no es absoluta,
sino que tampoco es (ni puede ser) permanente.

¿Qué es verdad en ciencia?


¿Qué es verdad en ciencia? En ciencia, el concepto de verdad puede aludir
tanto a la realidad como al conocimiento. Son dos sentidos diferentes. El
concepto de verdad relativo a la realidad misma tiene interés en una fase de la
investigación: el experimento. Experimentar es conversar con la realidad.

Por ello, cuando experimentamos, observamos, miramos o vemos, lo que nos


preocupa es que nuestro interlocutor sea la realidad de verdad y no cualquier
otro substituto de tal realidad. Un caso clásico es la cuestión del ruido y la
información. ¿Cómo separar el uno de la otra? Cuando un aparato de
observación, o nuestros propios sentidos, nos proporcionan datos, la pregunta
siempre es: ¿Son de verdad? ¿No será un artefacto? Otro caso no menos
trascendente es separar la realidad de una ilusión de la realidad. ¿Cómo
distinguir la una de la otra? El problema es profundo y afecta directamente a la
percepción humana, un proceso complejísimo que empieza en el mundo físico
de los objetos que emiten señales, continúa por el mundo fisiológico que las
capta, sigue en el mundo cerebral que las interpreta y acaba, si acaba, en un
mundo psicológico y cultural que las distorsiona. No en vano muchos científicos
modernos definen la percepción como una alucinación controlada. Un tercer
aspecto de la verdad de la realidad es plenamente cultural. Es, por ejemplo, la
verdad asociada a la realidad que presentan los museos. Muchos de estos
centros engañan al visitante con la exposición de mezclas de piezas de verdad
y piezas de mentira. Hoy se pueden hacer copias y reproducciones
indistinguibles y ¿por qué desilusionar al visitante con avisos? ¿Por qué
renunciar a una buena copia del buen original que tiene otro buen museo? El
truco es sustituir la realidad, o parte de ella, por conocimiento, es decir, por
representaciones de la realidad (copias, simulaciones, imágenes). Si
acompañamos a un niño por un museo pronto nos daremos cuenta de la
trascendencia de este concepto de verdad, porque su pregunta más frecuente
será, con mucho, ésta: "Oye, pero ¿es de verdad o de mentira?" La verdad de
la realidad, entendida como la fidelidad de la realidad para con ella misma, es
un concepto profundo, polémico, pero claro y universal. El concepto de verdad
asociado al conocimiento es otra cosa. Pero debemos arrancar la discusión
desde un poco más atrás. ¿Qué es conocimiento?

El conocimiento es una representación, necesariamente finita, de un pedazo


de realidad, presuntamente infinito. Si, además, el conocimiento se elabora con
cierto método, llamado método científico, entonces el conocimiento se llama
ciencia.

Retrocedamos un poco. El conocimiento como representación mental de la


realidad, transmisible entre las diferentes mentes (que pueblan el mundo
intentando a su vez adquirir conocimiento), requiere acordar ciertos conceptos
y principios.

Lo primero es la partición del universo. El universo, como el conjunto de


todo lo que es, se divide en dos partes bien desproporcionadas: la mente y el
resto del mundo. En la primera gran hipótesis, existe el sujeto de conocimiento
y existe el objeto de conocimiento. Se admite, de paso, una segunda hipótesis:
en la realidad, que acabo de separar de mí, para observar y representar,
resulta que existen otras mentes con las que intercambiar conocimiento. Ya
podemos adelantar otra importante propiedad del conocimiento, según sea la
profusión de mentes que pueden participar de él: la universalidad. El
conocimiento se transmite de una mente a otra. Lo que no se puede transmitir
no es, por definición, conocimiento.

Pero dos mentes inmersas en la realidad están separadas por la realidad


misma. Esto significa que una mente, para comunicarse con otra, ha de
atravesar la realidad. Es decir, el conocimiento creado por una mente, como
representación de una complejidad presuntamente infinita, se ha de traducir en
un trozo de realidad para que así pueda alcanzar otra mente de destino. Es el
caso de una pintura, una escultura, una ecuación matemática, un poema, un
programa de ordenador, un gesto, un objeto... Por ello, un conocimiento está
encuadrado en el espacio y el tiempo. Empieza y acaba. El conocimiento es
finito.

Nos acercamos así a la primera cuestión. El conocimiento es una


representación de la realidad rigurosa y necesariamente finita, mientras que la
realidad representada es presuntamente infinita. Un elemento de la realidad, un
suceso o un objeto, sólo es idéntico a sí mismo. En efecto, es imposible
demostrar que dos pedazos de realidad son idénticos porque infinita sería la
tarea de recorrer todos sus detalles, matices, partes, estados y variables que lo
definen. Es imposible porque nunca se puede estar seguro de que uno ha
terminado de considerar todas esas variables. En cambio, basta la primera
diferencia, una sola, para concluir que dos pedazos de realidad son diferentes.
En otras palabras, el conocimiento siempre es una aproximación finita de una
realidad infinita.

La verdad de los lógicos, la verdad de las proposiciones, es un concepto


simple y claro porque la realidad cae lejos. No hay que hacer demasiadas
concesiones en su honor. Las proposiciones son verdaderas o no verdaderas
(falsas), como máximo son indecidibles. Si una afirmación es decidible ya sólo
puede ser verdadera o no serlo. A es A es una proposición verdadera, A es no A
es una proposición falsa. Esta verdad es una verdad interior a la construcción
mental de la matemática, una verdad en función de la cual se construye toda la
lógica, sí, pero un concepto que agota su significado en sí mismo.

Basta que la proposición aluda a la realidad de este mundo para que las
cosas se compliquen muy rápidamente. El propio lenguaje cubre el concepto
de verdad con una delicada capa de ambigüedad. En efecto, digamos, y es
mucho decir, que el diccionario del idioma con más palabras no llega a cien mil
palabras. Bien, pues resulta que el número de objetos y fenómenos distintos de
este mundo son muchos más, claro. Esto significa que cualquier proposición
escrita en el más rico de los idiomas es, si alude a la realidad de este mundo,
forzosamente falsa. Sencillamente, no hay bastantes palabras para decir la
realidad. Ahora la proposición no puede tener sólo dos estados accesibles
(verdadero y falso), sino infinitos valores entre un mínimo (falso) y un máximo
(verdadero). Por ejemplo: ¿en qué cabello exactamente se queda calvo un
melenudo cuando le arrancamos los cabellos de uno en uno? Antes de llegar
incluso al conocimiento general de la realidad, el concepto de verdad pierde su
carácter absoluto. La verdad tiene peso, la verdad tiene grados, la verdad tiene
matices.

En nuestra época, la ciencia goza de un prestigio tal que, por ejemplo, Paul
Feyerabend no exageró al decir que la misma reverencia que se tenía en la
edad media a obispos y cardenales, se la tiene hoy a los científicos. Gran parte
de su prestigio se debe, sin lugar a dudas, al impresionante éxito que ha tenido
en sus aplicaciones tecnológicas y en sus predicciones. Se suele suponer, por
lo tanto, que si algo está “científicamente demostrado” ya no cabe discusión
alguna. Sin embargo, la relación entre la ciencia y la realidad es cuanto menos
conflictiva y no es posible afirmar, sin más aclaraciones, que la ciencia alcanza
la verdad. En el seno de la filosofía analítica surgió desde mediados de la
década del 80 un debate todavía no agotado que discute justamente ese punto:
qué argumentos tenemos para aceptar que la ciencia alcanza la verdad, que
las entidades que postulan los científicos para explicar el mundo y que pueblan
ya nuestro universo aceptado –como electrones, protones, galaxias, virus y
bacterias– realmente existen.
Aquí nos proponemos introducir al lector en el debate tratando primero de
caracterizar bien cuál es la pregunta puntual, presentado luego las posiciones y
los principales argumentos, para concluir con alguna reflexión acerca de las
consecuencias de este debate en otras discusiones interdisciplinarias.
Conclusión

El método científico no es investigación científica. Existe relación entre ellos


pero también distinción. Para realizar una correcta investigación sin duda que
es imprescindible el método científico, pero éste puede y de hecho se emplea
sin que hagamos una investigación, al menos aquellas que llevamos a cabo
como tesis para licenciarnos o las que tienen lugar en centros e institutos
especiales dedicados a ello.

La actividad humana que emplea consciente o no, el método científico es


actividad científica.

El hombre interrelaciona constantemente con su medio. Hombre – medio


constituye una unidad dialéctica. El hombre requiere transformar su medio.
Está consciente de la necesidad y trascendencia de los cambios, pero el
problema está en cómo hacerlo.

La transformación de la realidad puede ser espontánea o dirigida y ésta última


a partir de la experiencia cotidiana o mediante el conocimiento científico.

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