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l. TERTULIANO*
7. Jn 1, 12.
8. Dt 33, 9.
9. Cf. Mt 23, 9.
10. Mt 8, 22.
60 Padre nuestro· que estás en los cielos
11. Jn 8, 44.
12, Is 1, 24.
13. Jn 8, 34-35.
14. 1Sam 2, 30.
Origenes 61
III. ÜRÍGENES *
Sería digno de observar, si en el antiguo testamento se en-
cuentra· una oración en la que alguien invoca a Dios como Pa-
dre; porque nosotros hasta el presente no la hemos encontrado,
a pesar de haberla buscado con todo interés. Y no decimos que
Dios no haya sido llamado con el título de Padre, o que los que
han creído .en él no hayan sido llamados hijos de Dios; sino que
por ninguna parte hemos encontrado en una plegaria esa confianza
proclamada por el Salvador de invocar a Dios como Padre. Por
lo demás, que Dios es llamado Padre e hijos los que se atuvieron
a la palabra divina, se puede constatar en muchos pasajes vetero-
testamentarios. Así: «Dejaste a Dios que te engendró, y diste
al olvido a Dios que te alimentó» 16 ; y poco antes: «¿No es él el
padre que te crió, el que por sí mismo te hizo y te formó?» 17 , y
todavía en el mismo pasaje: «Son hijos sin fidelidad alguna» 18 •
Y en Isaías: «Yo he criado hijos y los he enaltecido, pero ellos
me han despreciado» 19 • Y en Malaquías: «El hijo honrará a su
padre y el siervo a su señor. Pues si yo soy padre, ¿dónde está
mi honra?». 20
Aunque en todos estos textos Dios sea llamado Padre, e hijos
aquéllos que fueron engendrados por la palabra de la fe en él,
no se encuentra, sin embargo, en la antigüedad una afirmación
elata e indefectiblé de esta filiación. Y así los mismos lugares adu-
cidos muestran que eran realmente súbditos los que se llamaban
hijos. Y a que, según el apóstol, «mientras el heredero es menor,
siendo el dueño de todo, no difiere del siervo; sino que está bajo
tutores y encargados hasta la fecha señalada por el padre» 21 • Mas
la plenitud de los tiempos llegó con la venida de nuestro señor
Jesucristo, cuando puede recibirse libremente la adopción, como
enseña san Pablo cuando afirma que «no habéis recibido el
espíritu de adopción, por el que clamamos: Abba, Padre!» 22 • Y
en el evangelio de san Juan leemos: «Mas a cuantos lo recibieron
les dio poder para llegar a ser hijos de Dios; a los que creen en
su nombre» 23 • Y por este espíritu de adopción de hijos sabe-
mos [ ... ], que «todo el que ha nacido de Dios no peca, porque
la simiente de Dios está en él; y no puede pecar, porque ha na-
cido de Dios». 24
Por todo esto, si entendiéramos lo que escribe san Lucas al
decir: <<Cuando oréis, decid: Padre» 25 , nos avergonzaríamos de in-
vocarlo bajo ese título, si no somos hijos legítimos. Porque sería
triste que, junto a los demás pecados nuestros, añadiéramos el cri-
men de la impiedad. E intentaré explicarme. San Pablo afirma [ .. .] ,
que «nadie puede decir: "Jesús es el Señor", sino en el Espíritu
santo; y nadie hablando en el Espíritu de Dios puede decir: "ana-
tema Jesús"» 26 • A uno mismo llama Espíritu santo y Espíritu de
Dios. Mas no está claro lo que significa decir «Jesús es el Señor»
en el Espíritu santo, ya que esta expresión la dicen mucWsimos
hipócritas y muchísimos heterodoxos; y a veces también los de-
monios, vencidos por la eficacia de este mismo nombre. Y nadie·
osará afirmar que alguno de éstos pronuncie el nombre del «Se-
ñor Jesús en el Espíritu santo». Porque ni siquiera querrían decir:
Señor Jesús; ya que sólo lo dicen de corazón los que sirven al
Verbo de Dios, y lÍnicamente a él lo invocan como Señor, al
hacer cualquier obra. Y si éstos son los que dicen: «Señor Jesús»,
entonces todo el que peca, anatematizando con su prevaricación
al Verbo divino, con las obras mismas exclama: «anatema a Je-
sús». Pues de la manera que el que sirve al Verbo de Dios dice:
21. Gál 4, l.
22. Rom 8, 15.
23. Jn 1, 12.
24. 1Jn 3, 9.
25. Le 11, 2.
26. 1Cor 12, 3.
Orígenes . 63
del diablo» 34, puede ocurrir que, viniendo a nuestra alma el Ver-
bo de Dios, destruyendo la obra del diablo, haga desaparecer la
mala semilla arrojada en nosotros, viniendo a ser hechos de
Dios.
No. pensemos que hemos aprendido solamente a recitar unas
palabras en determinados momentos destinados a la oración, sino
que, entendiendo lo que arriba dijimos cori respecto al «orad sin
cesar» 35 , comprenderemos que toda nuestra vida, en incesante
oración, debería decir: «Padre nuestro que estás en los cielos»;
y no debería estar nuestra conversación en modo alguno sobre
la tierra, sino completamente en el cielo 36 , que es el trono de
Dios, ya que ha sido establecido el reino de Dios en todos los
portadores de la imagen del Celestial 37 y, por esto, han venido a
ser celestiales.
Cuando se dice que el Padre de los santos «está en los cielos»,
no se ha de pensar que está limitado por una figura corpórea y
que habita en los cielos como en un lugar. Pues, si estuviera
comprehendido por los cielos, vendría a ser menor que los cielos,
que lo abarcan. Por el contrario; se. ha de creer que es él el que;
con su inefable y divina virtud, lo abarca y lo contiene todo. En
general, las palabras que, tomadas a la letra, pueden parecer a la
gente sencilla que indican estar en un lugar, hay que entenderlas
en un sentido elevado y espiritual, acomodado a la noción de
Dios.
·Consideremos estas palabras [ , .. ] : «Antes de la fiesta de la
pascua, .viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo
al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo,
los amó hasta el fin» 38 • Y poco más adelante: «Sabiendo que el
Padre había puesto en sus marios todas las cosas, y que había
salido de Dios y a él se volvía» 39 • Y en el capítulo siguiente: «Ha-
béis oído lo que os dije: me voy, pero vuelvo a vosotros. Si me
5.
66 Padre nuestro que estás en los cielos
46. Ecl 5, l.
47. Sal 72, 28.
48. Mt 5, 48.
49. Jn 1, 12.
68 Padre nuestro que estás en los cielos
nuestro Señor decir sino estas palabras: «Padre nuestro, que estás
en los cielos». Muchas cosas se han dicho en alabanza de Dios,
las cuales, cualquiera que lea las Sagradas Escrituras, podrá en-
contrar varia y cumplidamente difundidas por todos sus libros.
Sin embargo, en ninguna parte se encuentra precepto alguno
ordenando al pueblo de Israel que dijera: «Padre nuestro», o que
orase a Dios Padre; sino que Dios se dio a conocer como Señor
mandando a sus esclavos, es decir, a los hombres, que aún vivían
según la carne. Pero digo esto con relación al tiempo, en que
los judíos percibieron los preceptos de la ley que se les mandó
guardar; pues los profetas demuestran muchas veces, que el mis-
mo Señor nuestro podría también ser Padre de ellos, si no se apar-
tasen de sus mandamientos. Así, dice lsaías: «He criado hijos,
dijo el Señor, y los he engrandecido, y ellos me han desprecia-
do» 62 • Y el salmo: «Yo dije: vosotros sois dioses e hijos todos del
Altísimo» 63 ; y el profeta Malaquías: «Si yo soy vuestro Padre,
¿dónde está la honra, que me corresponde?; y, si soy vuestro Se-
ñor, ¿dónde está la reverencia, que me es debida?» 64 • Y así otros
muchos lugares, donde se inculpa a los judíos porque, pecando,
no quisieron ser hijos de Dios. No hacemos mención de aquellos
textos, que se dijeron proféticamente del pueblo cristiano, el cual
habría de tener a Dios por Padre, en conformidad con aquel di-
cho del evangelio: «Diales poder de llegar a ser hijos de Dios» 65 ;
y también con aquel otro del apóstol san Pablo: «Mientras el he-
redero es niño, en nada se diferencia de un siervo» 66 , haciendo
luego mención de nosotros al decir que hemos «recibido el espí-
ritu de adopción, el cual nos hace clamar ¡Abba!», esto es, «¡Pa-
dre!». 67
62. Is 1, 2.
63. Sal 81, 6.
64. Mal 1, 6.
65. Jn 1, 12.
66. Gál 4, l.
67. Rom 8, 15.
San Agustín· 73
«Padre nuestro, que estás en los cielos». ¡Oh Señor mío, cómo
parecéis Padre de tal Hijo, y cómo parece vuestro Hijo, Hijo de
tal Padre! ¡Bendito seáis por siempre jamás! No fuera al fin de
la oración esta merced, Señor, tan grande. En comenzando, nos
henchís las manos y hacéis tan gran merced, que sería harto bien
henchirse el entendimiento para ocupar de manera la voluntad
que no pudiese hablar palabra. ¡Oh, qué bien venía aquí, hijas,
contemplación perfecta ... [y] ... con cuánta razón se entraría el
alma en sí, para poder mejor subir sobre sí misma a que le diese
este santo Hijo a entender qué cosa es el lugar adonde dice que
está su Padre, que es en los cielos! ¡Salgamos de la tierra, hijas
mías, que tal merced como ésta no es razón se tenga en tan poco,
que después que entendamos cuán grande es, nos quedemos en
la tierra!
¡Oh Hijo de Dios y Señor mío! ¿Cómo dais tanto junto a
la primer palabra? Ya que os humilláis a Vos con extremo tan
grande en juntaros con nosotros al pedir, y haceros hermano de
cosa tan baja y miserable, ¿cómo no dais en nombre de vuestro
Padre todo lo que se puede dar, pues queréis que nos tenga por
hijos, que vuestra palabra no puede faltar? Obligáisle a que la
cumpla, que no es pequeña carga; pues en siendo Padre nos ha
de sufrir, por graves que sean las ofensas. Si nos tornamos a él,
como el hijo pródigo, hanos de perdonar, hanos de consolar en
nuestros trabajos, hanos de sustentar como lo ha de hacer un tal
Padre, que forzado ha de estar mejor que todos los padres del
mundo; porque en él no puede haber sino todo bien cumplido, y
después de todo esto hacernos participantes y herederos con
Vos [ ... ].
¡Oh Buen Jesús!, ¡qué claro habéis mostrado ser una cosa
con él, y que vuestra voluntad es la suya y la suya vuestra! ¡Qué
confesión tan clara, Señor mío! ¡Qué cosa es el amor que nos
tenéis! Habéis andado rodeando, encubriendo al demonio que
sois Hijo de Dios, y con el gran deseo que tenéis de nuestro bien,
Ya sabéis que Dios está en todas partes. Pues claro está, que
adonde está el rey, allí, dicen, está la corte; en fin, que adonde
está Dios, es el cielo. Sin duda lo podéis creer, que adonde está
su majestad, está toda la gloria. Pues mirad qué dice san Agus-
tín, que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar den-
tro de sí mismo 71 • ¿Pensáis que importa poco para un alma derra-
mada entender esta verdad, y ver que no ha menester para hablar
con su Padre eterno ir al cielo, ni para regalarse con él, ni ha me-
nester hablar a voces? [ ... ] . Ni ha menester alas para ir a bus-
carle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí, y no ex-
trañarse de tan buen huésped; sino con gran humildad, hablarle
como a Padre, pedirle como a Padre, contarle sus trabajos, pe-
dirle remedio para ellos, entendiendo que no es digna de ser
su hija [ ... ].
Este modo de rezar, aunque sea vocalmente, con mucha más
brevedad se recoge el entendimiento, y es oración que trae con-
sigo muchos bienes. Llámase recogimiento, porque recoge el
alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios, y
viene con más brevedad a enseñarla su divino Maestro, y a darla
oración de quietud, que de ninguna otra manera. Porque allí
metida consigo misma, puede pensar en la pasión, y representar
allí al Hijo y ofrecerle al Padre, y no cansar el entendimiento
andándole buscando en el monte Calvario, y al Huerto y a la
Columna.
Las que de esta manera se pudieren encerrar en este cielo pe-
queño de nuestra alma, adonde está el que le hizo y la tierra, y
acostumbrar a no mirar ni estar adonde se distraigan estos sen-
tidos exteriores, crea que lleva excelente camino, y que no dejará
de llegar a beber el agua de la fuente, porque camina mucho en
poco tiempo. Es como el que va en una nave, que con un poco
de buen viento, se pone en el fin de la jornada en pocos días, y
los que van por tierra, tárdanse más [ ... ] .
Pues hagamos cuenta que dentro de nosotras está un palacio
de grandísima riqueza, todo su edificio de oro y piedras preciosas,
en fin, como para tal Señor, y que sois vos parte para que este
l. Padre
* IV, I 1-20.
72. Cf. Dt 32, 6; Is 63, 16; Mt 10, 20; Le 6, 36.
80 Padre nuestro que estás en los cielos
76. Cf. Jn
1, 12-13.
77. Cf. Jn
3, 6-7; 1Pe 1, 23.
78. Cf. Rom 8, 15; 1Jn 3, l.
79. Job 19, 21.
6.
82 Padre nuestro que estás en los cielos
2. Nuestro
XII. D. BoNHOEFFER *
Los discípulos invocan juntos al Padre celestial, que sabe ya
todo lo que necesitan sus amados hijos. La llamada de Jesús, que
les une, los ha convertido en hermanos. En Jesús han reconoci-
do la amabilidad del Padre. En nombre del Hijo de Dios les está
permitido llamar a Dios Padre. Ellos están en la tierra y su Pa-
dre está en los cielos. El inclina su mirada hacia ellos, ellos ele-
van sus ojos hacia él.
XIII. R. GuARDINI *
l. El Padre
[ ... ] Hablar es siempre un movun1ento del espíritu y del
corazón; por tanto, está dirigido hacia aquél, a quien se quiere
decir algo. También ocurre así con la oración: busca a aquél, a
que se refiere. Quién es éste, nos lo dice la primera frase del
texto: «Padre nuestro del cielo» [ ... ]. ¿Qué es lo que no signi-
fica este «Padre, que está en los cielos»?
En la historia de las religiones aparecen divinidades de índole
paternal, cuya imagen, por lo regular, va unida a la idea del cielo.
Cuando un hombre contempla el cielo -de día, brillando el sol;
o de noche, centelleando de estrellas- tiene la sensación de
algo amplio, alto, inconmensurable. Y a la vez también tiene la
sensación de que esa inconmensurabilidad .le envuelve como una
bóveda en la altura. Adonde quiera que vaya, siempre queda en~
vuelto en esa bóveda; siempre tiene la impresión de estar bajo su
poder. En ese espacio abovedado recorre el sol su camino, pro-
duciendo el día; y por la noche aparecen los estrellas, silenciosas
y con todo el poder imaginativo de las constelaciones. Se produce
así una impresión de regularidad, de ley firme y de orden inque-
brantable, que también penetra con su influjo en el ámbito te-
rrestre, condicionando la vida humana. De ese cielo desciende la
lluvia a la tierra y la fertiliza, para que produzca toda clase de
vegetación; de él vienen también la tempestad y el rayo, tra-
yendo perdición. Esta grandeza, por encima del hombre en su
poderío, despierta en él la sensación religiosa del temor y a la
vez la del cobijo. Surge así la idea de que allá arriba impera
una divinidad, y se concreta en las diversas formas de padres ce-
lestiales, que encontramos en las mitologías de los pueblos: Zeus,
Júpiter, Odín, etc.
¿Es una entidad divina de esa especie el Padre, a quien se
refiere la oración del Señor? ¡Ciertamente que no! Siempre ha
existido la impresión de tales potencias y abovedamientos, y en
* o. c., 284-310.
· R. Guardini 87
2. El cielo
110. Jn 4, 14.
94 Padre nuestro que estás en los cielos
3. La filialidad divina
[ ... ] Donde hay un padre, también hay un hijo; pero ¿qué
hijo es el que aquí habla? Todo el que conozca siquiera un poco
el nuevo testamento sabe que habla con gran encarecimiento d<"
la sagrada filialidad. Jesús [ ... ] ha dicho: «Si no os convertís y
os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» 112 •
Estas palabras han sido malentendidas, e incluso deformadas. Se
ha dicho que, para ser cristiano, se debe tener un determinado
temple de ánimo; que se debe no ser independiente, necesitar
apoyo, ser dócil; en una palabra: que se debe ser espiritualmente
infantil; una personalidad con decidida conciencia de sí misma,
que viva con impulsos poderosos y esté decidida a conquistar su
parte en el mundo, no podría sino rechazar el cristianismo ...
Un gran malentendido, más aún, una mala calumnia, pues esa
infancia y filialidad de que habla el nuevo testamento están lle-
nas de seriedad y responsabilidad [ ... ] . Cristo no se refirió nun-
ca a algo infantil como falto de independencia. Quien por tempe-
ramento se siente necesitado de apoyo, ciertamente puede ser cris-
tiano; incluso, quizá una docilidad natural le facilitará la obe-
diencia de la fe. Pero quien toma en serio el espíritu de Jesús,
nota pronto lo que significa estar en la responsabilidad cristiana
y hacer la voluntad de Dios en la situación de cada momento. La
niñez de que habla Jesús no es tampoco un mero temperamento,
sino algo real. Ser [ ... ] hijo de Dios, no consiste en saberse en-
vuelto por un alto poder y saber, con nuestro destino defendido
en sus manos, sino que es un misterio de sagrada realidad; pen-
semos en las palabras de san Pablo, según las cuales a aquéllos,
que él lleva a la fe, «les ha destinado a ser semejanza de la ima-
gen de su Hijo, para que éste sea primogénito entre muchos her-
manos» 113 [ ... ]. En el evangelio de san Juan se cuenta cómo [ ... ]
112. Mt 18, 3.
113. Rom 8, 29.
96 Padre nuestro que estás en los cielos
114. Jn 3, 1-5.
115. Rom 8, 15-16.
H; van den. Bussche 97
hijas de Dios; se hará visible para los demás, pero también para
nosotros mismos [ ... ] : «Mirad, qué gran amor nos ha mostrado
el Padre, que nos llamamos hijas de Dios y lo somos. Por eso
el mundo no nos reconoce, porque nosotros no le hemos recono-
cido. Amados míos, ahora somos hijos de Dios; pero todavía no
es visible qué seremos un día. Sabemos que seremos semejantes a
él, cuando se manifieste; pues le veremos tal como es» 116 • Ser
hijos de Dios es una imagen de la eterna filialidad del Logos;
por eso participa de su destino: ¡no ser reconocido en el mundo!
Por eso el ser hijos de Dios debe ser entendido teniendo en cuen-
ta, que sólo se ha de hacer visible cuando Vlielva el Señor en su
gloria [ ... ].
En tales pensamientos presentimos la profundidad de lo que
se llama «existir», y lo que es lo existencia cristiana. Pues ¿sé yo
realmente quién soy? A veces ocurre~ ciertamente, que me quedo
sentado, quizá en el silencio de la noche, y me llega como en un
soplo la pregunta: ¿Qué ocurre realmente conmigo? ¿Qué hay
detrás de todo lo que soy y hago y emprendo en el afán visible de
lo cotidiano, de todo lo que me preocupa y me alegra? ¿Qué es:
«yo»? ¿Quién soy yo? A esa pregunta no responde ninguna cien-
cia, ninguna ordenación social, ninguna filosofía. Pero alguna vez,
así está prometido, lo veré; y lo que entonces se manifestará es
el nombre que me da Dios.
7.
98 Padre nuestro que estás en los cielos
cos para dar al texto griego un color local o para mostrar a sus
lectores romanos que aún sabía algo de arameo; sino porque ese
término estaba ligado, en el recuerdo de los discípulos, a su es-
tupefacción en presencia de una cosa inaudita. Cuando san Pablo
exclama con júbilo, que los cristianos también «pueden» decir:
«¡Abba, Padre!» 118 , es igualmente porque el apóstol no ha vuelto
aún en sí de la admiración causada por el empleo de ese término.
Esta admiración es muy comprensible. No precisamente [ ... ]
porque Dios en el antiguo testamento se hubiera dado a conocer
como un señor terrible y como un juez exigente, mientras que en
. el nuevo se habría revelado como un padre lleno de amor. Esta
presentación simplifica torpemente los datos, y corre el riesgo ade-
. más de hacernos comprender mal la paternidad del nuevo testa-
mefito. Porque aun aquí el Padre lleno de amor continúa siendo
el Dios santísimo, pero ha querido que su Hijo, que era «de con-
dición divina ... se despojó a sí mismo, tomando condición de
siervo ... y se humilló, obedeciendo hasta la muerte y muerte de
cruz» 119 •
120. Ex 4, 22.
121. Os 11, 1; cf. Ez 16; Sab 14, 34.
122. Dt 1, 31; d. Os 11, 34.
123. Cf. Jer 3, 19-20.
124. Dt 32, 6-7.
125. Cf. Dt 8, 5; Prov 3, 12.
126. Cf. SaJ. 103, 13; Is .63, 15-16; 64, 7.
127. Cf. por ejemplo Eclo 23, 14.
100 Padre nuestro que estás en los cielos
2. Hijos de Dios
La breve invocación «Padre» corresponde en la versión de Lu-
cas a abbá: los discípulos pueden servirse igualmente de esta ape-
lación familiar en su conversación con Dios. Si el empleo de la
palabra abbá, hecho por Jesús, ya los había maravillado, con ma-
yor razón debieron dudar de utilizarla ellos mismos. Y ciertamen-
te no se habrán decidido a utilizarla, a no ser por un mandato ex-
preso de Jesús. Se nota aún esta admiración en textos [paulinos]
ya citados 138 • El júbilo de san Pablo hace eco a la estrofa del
prólogo de san Juan: «A los que le recibieron, les dio el poder
de ser llamados hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los
cuales [ ... ] de Dios han nacido». 139
Es natural que se necesitara un cierto tiempo para que la pri-
mitiva comunidad cristiana ·pudiera «realizar» la verdad de esta
adopción. No obstante, el abbá del padrenuestro [=Le] nos ga-
citado 150 • En este sentido puede decirse, que Dios debe aún ha-
cerse nuestro Padre, que su paternidad sobre nosotros todavía no
se ha realizado plenamente. 151
Y, sin embargo, ya somos hijos de Dios 152 • Cuando el reino de
Dios se manifestó «con poder» 153 , cuando Jesús (al fin de su vida)
llegó a ser Hijo del hombre o «Hijo de Dios con poder» 154 , los
discípulos tuvieron parte en el Espíritu del Hijo resucitado, lle-
garon a ser ellos mismos hijos de Dios, teniendo el derecho a
decir a Dios «Abba, Padre» 155 • Asimilados por el Espíritu al Re-
sucitado, ya forman una sola personalidad jurídica con él 156 y son,
desde ahora, hijos de Dios 157 • Esta filiación real y ontológica de
los cristianos sólo ha sido puesta de manifiesto y es comprensible
después del don del Espíritu. Pablo y Juan son los autores que
principalmente han hecho patente esta etapa de la filiación.
En los evangelios sinópticos, al mismo tiempo que su reali-
zación escatológica, se considera principalmente el estadio prepa-
ratorio de la filiación. En esta etapa de la fe de los discípulos
todavía no podía deducirse de una manera muy clara la significa-
ción de la filiación realizada. Todavía no eran verdaderos discí-
pulos, porque no habían aún recibido el Espíritu. Pero ya eran
tratados por Dios como sus hijos, en previsión de la filiación que
recibirían en el momento de la resurrección de Jesús.
XV. J. JEREMIAS *
Cuando se sigue la historia de la invocación de Dios como
Padre 158 , desde sus orígenes más remotos, se tiene la impresión
de descender a una mina, en cuyas profundidades aparecen, en re-
novada sucesión, inesperadas y nuevas capas:
Maravilla ya el hecho de que, en el antiguo oriente, la divini-
dad era invocada como padre durante el tercero y segundo mile-
nio a. C. [ ... ]. Si nos dirigimos a la literatura vétero-testamen-
taria, constatamos que sólo en 14 (¡muy importantes!) textos es
designado Dios como Padre. Dios es Padre de Israel [ ... ] en
cuanto le libró, salvó y eligió mediante poderosas gestas histórico-
salvíficas. Solamente en el mensaje de los profetas, sin embargo,
adquiere la designación divina «Padre» su pleno desarrollo. Aqué-
llos tuvieron que acusar reiteradamente al pueblo no haber dado
a Dios el honor, que un hijo debe a su padre 159 [ ••• ]. La res-
puesta de Israel a esta acusación es la confesión de los pecados y
el renovado grito: «Tú eres nuestro Padre» 160 , al que Dios res-
ponde con un perdón incomprensible 161 [ ••• ] •
* o. c., 162-164.
158. Cf. J. Jeremias, o. c., 15-67.
159. Cf. Mal 1, 6; Dt 32, 5.6; Jer 3, 19 s.
160. Is 63, 15 s; 64, 7 s; Jer 3, 4.
161. Cf. Jer 31, 20.
106 Padre nuestro que esth en los cielos
XVI. S. SABUGAL
167. Mt 18, 3.
168. Rom 8, 15; Gál 4, 6.
108 Padre nuestro que estás en los cielos
169. Mt 1, 16b.
170. Mt 1, l8c.2Qc.
171. Mt 2, 15.
172. Mt 3, 17; 17, 5.
173. Cf. Mt. 3, 17; 17, 5; 4, 3.6; 8, 29.
174. Cf. Mt 16, 16; 23, 63-64.
175. Mt 14, 33; 27, 54.
176. Mt 7, 21; 10, 32.33; 11, 27; 12, 50; 15, 13; 16; 17, 18, 10.19.35;
20, 23; 25, 34; 26, 29.39.42.53.
177. Cf. Mt 26, 53.
178. Cf. Mt 26, 39.42.
179. Mt 11, 27h-c.
180. Mt 11, 27a.
S. Sabugal 109
209. Mt 6, 3.6.17.
210. Mt 6, la.2.5.16.
211. Mt 6, lb.
212. Mt 6, 4b.6b.l8b.
213. Mt 6, 26.28-29.
214. Mt 6, 26b.30b-34.
215. Mt 6, 32b.
216. Mt 6, 8.
217. Mt 10, 18-20.
112 Padre nuestro que estás en los cielos
to, por lo demás, nadie podrá matarlos 218 : «¡Incluso los cabellos
de su cabeza tiene él contados!» 219 • Pues no es voluntad suya, que
se pierda <mno solo de los más pequeños» de sus hijos 2211 • El
Padre vela por ellos.
225. Mt 6, 9b; 10, 32.33; 16, 17; 18, 10.19. La invocación «Padre
nuestro, que estás en los cielos», característica de Mt (= 20 veces) pero no
exclusiva suya (Me 11, 25; cf. Le 11, 13 ), no es frecuente en la literatura
judaico-palestinense del siglo r d. C., siendo, sin embargo, empleada }'1a por
esa «oración (= Qaddish) fundamentru del judaísmo» (R. Aron, o. c.,
232) antiguo, «con Ja que Jesús se hallaba familiariZJado desde niño»
(J. Jeremías, Teología NT I, 232), y deviniendo luego relativamente fre-
cuente en oraciones del judaísmo posterior (cf. Str.-Bill. I, 410; J. Klaus-
ner, o. c., 387), como invocación divina «muy familiar» del culto sinagogal
(C. G. Montefiore, o. c., II, 101). Este empleo, como ·lo muestra el respec-
tivo del Qaddish y de los T argums, se remonta con toda probabilidad al
siglo r d. C., pudiendo haberse inspirodo en él, por tanto, su uso por la. tra-
dición evangélica y, en particular, mateana: cf. M. McNamara, Targum and
new testament, Shannon 1972, 116-119; A. Díez Macho, Neophyti 1, IV:
Númenos, Madrid 1974, 36-37.
226. Mt 23, %; cf. 7, 21; 12,50; 15, 13, 18, 35.
227. Mt 23, 9.
B.
114 Padre nuestro que estás en los cielos
versal de los hijos de Dios! 228 • Por eso introduce su oracron ca-
racterística, invocándole con el apropiado título: «Padre nuestro,
que estás en los cielos».