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¿ QUE ES EL

MUNDO, BIBLICAMENTE?
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biblicamente/

EL MUNDO EN PERSPECTIVA BIBLICA

La simple observación de la importancia que el término mundo (griego: cosmos) ocupa


en el Nuevo Testamento (especialmente en los escritos juaninos y paulinos, en textos
relacíonados con la historia de salvación) debería ser suficiente para comprobar la
dimensión cósmica del evangelio. La obra de Dios en Cristo Jesús tiene que ver
directamente con el mundo en su totalidad, no meramente con el individuo. Por lo
tanto, una soteriología que no toma en cuenta la relación entre el evangelio y el mundo
no hace justicia a la enseñanza bíblica.

Pero, ¿qué es el mundo?

No puedo pretender un estudio exhaustivo del tema, pero para comenzar trataré
brevemente de separar los hilos de esa complicada madeja que es el término cosmos
en el Nuevo Testamento.

1. El mundo es la suma total de la creación, el universo, “los cielos y la tierra”


que Dios cre6 en el principio y que recrearía al fin. 1

Lo más distintivo del enfoque neo testamentario del universo es su énfasis cristológico.
El mundo fue creado por Dios por medio del Logos (Jn. 1.10), y aparte del Logos nada
de lo que ha sido hecho fue hecho (Jn. 1.3). El Cristo a quien el evangelio proclama
como el agente de la redención es también el agente de la creación de Dios y es a la vez
la meta hacia la cual se dirige todo el universo (Col. 1.16) y el principio de
coherencia de toda la realidad, tanto material como espiritual (Col. 1.17).

A la luz del significado universal de Jesucristo, el cristiano no puede ser pesimista en


cuanto al destino último del mundo. En medio de los vaivenes de la historia, sabe que
Dios no ha abdicado su trono y que a su debido tiempo todas las cosas serán
colocadas bajo el mando de Cristo (Ef. 1.10; d. 1 Co.15.24ss.). El evangelio involucra
la esperanza de “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap. 21; cf. 2 P.
3.13).2Consecuentemente, la única evangelización auténtica es la que se orienta hacia
esa meta última de la “restauración de todas las cosas” en Cristo Jesús, prometida por
los profetas y proclamada por los apóstoles (Hch. 3.21). La escatología centrada en la
salvación futura del alma resulta excesivamente limitada frente a las escatologías
seculares de nuestra época, la más significativa de las cuales -la marxista- vislumbra
la formación de una sociedad ideal y un hombre nuevo. Hoy más que nunca la
esperanza cristiana en sus dimensiones más amplias tiene que proclamarse con tal
convicción y tal fuerza que la falsedad de toda otra esperanza no necesite
comprobación.

2. En un sentido más limitado, el mundo es el presente orden de existencia


humana, el contexto espacio-temporal de la vida del hombre. 3

Este es el mundo de los bienes materiales, donde los hombres se preocupan con
“cosas” que son necesarias pero que fácilmente se convierten en un fin en si (Le,
12.30). La “ansiosa inquietud” por estas cosas es incompatible con la búsqueda del
Reino de Dios (Le. 12.22-31). Los tesoros que el hombre pueda lograr en la tierra son
perecederos (Mt. 6.19). De nada le sirve ganar “todo el mundo” y destruirse o
perderse a si mismo (Le. 9.25; cf. Jn. 12.25). Hay un realismo cristiano que exige que
tomemos en cuenta que nada “hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos
sacar” (1 Ti. 6.7). Todos los bienes materiales yacen bajo el signo de la temporalidad
de un mundo que avanza ineludiblemente hacia el fin. y frente a ese fin todo lo que
compete puramente al presente orden se relativiza: no puede ser visto como si agotara
el sentido de la existencia humana (1Co. 7.29-31; cf. 1 [n. 2.17). De lo contrario forma
parte de ese sistema de rebelión del hombre contra Dios que será considerado más
adelante en este estudio.

Anunciar el evangelio es anunciar el mensaje de un reino que no es de este mundo (Jn


18.36) y que por lo tanto no ajusta su política ni a la de los reinos de la tierra. De un
reino cuyo soberano rechazó “los reinos del mundo y la gloria de ellos” (Mt. 4.8; cf.
Le. 4.5), para instaurar el suyo propio sobre la base del amor. De un reino que se hace
presente entre los hombres, aquí y ahora (Mt. 12.28), por medio de uno que no
procede de este mundo (tou cosmou toutou), sino “de arriba”, de un orden que se
extiende más allá del transitorio escenario de la vida humana Jn. 8.23).

3. El mundo es la humanidad, reclamada por el evangelio, pero hostil a Dios y


esclavizada por los poderes de las tinieblas.4

Ocasionalmente cosmos apunta a la humanidad, sin referencia a su situación frente a


Dios. Es Mucho más frecuentemente, sin embargo, representa a la humanidad en su
relación con la historia de la salvación que culmina en Jesucristo, por la cual es
juzgada.

2. El mundo reclamado por el evangelio. La afirmación más categórica de la


voluntad de Dios de salvar al mundo se da en la persona y obra de su Hijo
Jesucristo. La dificultad que tenga mas para explicar cómo es posible que, a
pesar de que la voluntad de Dios que su salvación se extienda a todos los
hombres (1 Ti. 2.4), no todos sean efectivamente salvos, no debe conducirnos
a negar la dimensión universal de la soteriología neotestamentaria. Según ésta,
Jesucristo no es el Salvador de una secta, sino “el Salvador del mundo”
(]n. 4.42; 1 Jn.4.14; 1 Ti. 4.10).
El mundo es el objeto del amor de Dios (Jn 3.16); Jesucristo es el Cordero de Dios
(Jn 1.29), la luz del mundo (Jn 1.9, 8.12,9.5), la propiciación no sólo por los
pecados de los suyos sino “también por los de todo el mundo” (1 Jn.2.2; cf. 2
Co. 5.19) Para esto fue enviado él por el Padre: no para condenar al mundo, sino “para
que el mundo sea salvo por él” (Jn. 3.17).

Claramente, la salvación de Dios en Cristo Jesús tiene un alcance universal. Pero la


universalidad del evangelio no debe confundirse con el universalismo de teólogos
contemporáneos que afirman que, en virtud de la obra de Cristo, todos los hombres
han recibido la vida eterna, sea cual fuere su posición frente a Cristo. Los beneficios
procurados por Cristo son inseparables del evangelio y, consecuentemente, sólo
pueden recibirse en y por el evangelio. Proclamar el evangelio no es únicamente,
proclamar un hecho cumplido, sino proclamar un hecho cumplido y simultáneamente
hacer un llamado a la fe. La proclamación de Jesús como “el Salvador del mundo” no
es una afirmación de que todos los hombres son salvos automáticamente, sino una
invitaci6n dirigida a todos los hombres a poner su confianza en aquel que dio su vida
por los pecados del mundo. Cristo no nos salva aparte de la fe: la fe no nos restaura
aparte de Cristo. El se hizo uno con nosotros: nosotros tenemos que hacernos uno con
él. Sin la afirmación de este doble proceso de auto identificación y de los
resultados que le siguen, no hay una exposición completa del evangelio”. 6

De la universalidad del evangelio se deriva la universalidad de la misión evangelizadora


de la iglesia. El reclamo del mundo por parte del evangelio, iniciado en Cristo Jesús,
continúa por medio de sus seguidores. Como el Padre le envió a él, así él los ha enviado
al mundo Un 17.18). El arrepentimiento y el perdón de pecados en su nombre deben
ser anunciados en todas las naciones (Le. 24.47; d. Mt. 28.19; Mr. 16.15). Y es esta
exigencia del evangelio la que da sentido a la historia hasta el fin de la era presente (Mt.
24.14).

1. El mundo hostil a Dios ‘Y esclavizado por los poderes de las tinieblas. El uso
más distintivo que el Nuevo Testamento hace del término cosmos tiene un
colorido eminentemente negativo. Se refiere a la humanidad, pero a la
humanidad en abierta hostilidad contra Dios, personificada como el
enemigo de Jesucristo y sus seguidores. El Logos por medio del cual fueron
hechas todas las cosas vino al mundo, pero “el mundo no le conoció” (Jn.
1.10). Vino como la luz del mundo Un. 8.12, 9.5), para dar testimonio de la
verdad (Jn 18.37), pero “los hombres amaron más a las tinieblas que la luz,
porque sus obras eran malas” (jn 3.19). Fue un rechazo colectivo. Pero fue la
única actitud consecuente con la naturaleza del mundo alienado de Dios: el
mundo no puede recibir el Espíritu de verdad ; la mente carnal no puede
sujetarse a la ley de Dios (Ro. 8.7). Esa es la tragedia del mundo: está
encerrado en el circulo vicioso de un rechazo que lo conduce a odiar a Cristo y
sus seguidores gratuitamente Un 15.18, 24; 1 Jn. 3.1, 13) y que a la vez lo torna
incapaz de percibir la verdad del evangelio Un. 9.39~41). Tal es la situación del
mundo en su rebelión contra Dios, que Jesucristo ni siquiera ora por él (Jn 17.9).

Pero si se cala un poco más hondo en el análisis del concepto del mundo en los escritos
juaninos y paulinos, se hace obvio que detrás del rechazo de Jesucristo por parte de
los hombres está la influencia de poderes espirituales hostiles a los hombres y a Dios.
“El mundo entero está bajo el poder del diablo” (1 Jn. 5.19, V.P.). La “sabiduría del
mundo,” caracterizada por su desconocimiento de Dios, refleja la sabiduría de los
“príncipes de este siglo” -los poderes de las tinieblas- que crucificaron a Cristo (1
Ca. 1.20; 2.6,8). La ceguera de los incrédulos respecto al evangelio es el resultado de
la acci6n de Satanás, “el dios de este siglo” (2 Ca. 4.4). Aparte de la fe, los hombres
están sometidos al espíritu de la época (el Zeitgeist) controlado por el “príncipe de
la potestad del aire” (Ef 2.2). El mundo está bajo el dominio de “espíritus
elementales” (Gá. 4.3, 9; Col. 2.8, 20), principados y potestades (Ro. 8.38; 1 Ca.
15.24,26; Ef. 1.21,3.10,6.12; Col. 1.16,2.10,15).

El cuadro del mundo que emerge de los textos mencionados es confirmado por el resto
del Nuevo Testamento. En éste, como en el judaísmo del siglo l, la era presente es
concebida como la era en la cual Satanás y sus huestes han recibido la autoridad de
dominar el mundo. El universo no es un universo cerrado, en el cual todo puede
explicarse en base a cosas naturales, es más bien, la arena donde Dios -un Dios que
actúa en la historia- está librando una batalla contra poderes espirituales que
esclavizan a los hombres y obstaculizan su percepci6n de la verdad revelada en
Jesucristo.

Este diagnóstico del hombre en el mundo no puede simplemente arrojarse al cesto


de basura como el resultado de la especulaci6n apocalíptica común entre los judíos en
el mundo del Nuevo Testamento. Como dice E. Stauffer, “En el cristianismo
primitivo no hay teología sin demonología.” y sin demonología el problema del
pecado tiene que hallar explicación exclusivamente en el hombre sin dar atención
debida al hecho de que el hombre mismo es victima de un orden que lo trasciende y le
impone un estilo de vida que resulta contraproducente. El pecado (en singular) no es la
suma de los pecados (en plural) individuales de los hombres. Es, por el contrario, una
situación objetiva que condiciona a los hombres y los

En conclusión, el problema del hombre en el mundo no es simplemente que comete


pecados aislados O cede a la tentación de vicios particulares. Es, más bien, que está
aprisionado dentro de un sistema que lo condiciona para que absolutice lo relativo y
relativice lo absoluto, un sistema cuyo mecanismo de autosuficiencia lo priva de la vida
eterna y lo somete al juicio de Dios. Esta es una de las razones porque la evangelización
no puede reducirse a la comunicación verbal de contenidos doctrinales, ni la
confianza del evangelista puede depositarse en la eficacia de sus métodos. Como
enseñara el apóstol Pablo, “no estamos luchando contra gente de carne y hueso, sino
contra fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes, es decir, los que tienen
mando, autoridad, dominio sobre este mundo oscuro” (Ef. 6.12, V.P.). La
proclamación del evangelio que no toma en serio el poder del enemigo, tampoco podrá
tomar en serio la necesidad de los recursos de Dios para la lucha.

Rene Padilla (Misión Integral, Cap 1. El Evangelio y la Evangelización)

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