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Podemos ver en el trabajo artesanal y artístico dos aspectos: uno referido a los
materiales con los que se trabaja y otro referente a las ideas o invenciones del
individuo que realiza la actividad. En todas las áreas se pueden observar estos
dos elementos de manera clara. Los materiales serían el vehículo por medio
del cual se muestra de forma objetiva y tangible el resultado de su
manipulación. Esta manipulación que de los materiales realiza el individuo es lo
que permite al objeto surgir, mostrar el concepto o la significación de lo que se
quiere decir, la expresión de quien trabaja con ellos.
A lo largo de la historia, el individuo que expresa ha querido mostrar una parte
de sí mismo, de lo que piensa del mundo, una emoción, una capacidad, o algo
que quiere exteriorizar. Intenta poner en los objetos que produce las
interpretaciones que ha hecho respecto de la naturaleza o de actitudes
humanas que llaman su atención, interpretaciones del mundo en que vive, todo
lo que significa para él.
Según Roland Barthes,1 los productos culturales pertenecen al rango de los
significados, no al de los objetos. La artesanía, sin dejar de mantener una
condición de objeto, se enfoca al contexto de sus materiales, los vincula a un
sentido que proviene de su utilidad o su aplicación ornamental.
Según la propuesta de Benjamín Valdivia, para diferenciar los objetos
culturales conforme a su significado, “los grupos sociales responden
variablemente a una de tres formas de transferencia de significado, a saber:
aumento, disminución o conservación”.2
Las producciones expresivas de la cultura que tienen como propósito la
conservación de sus significados proceden conforme a lo siguiente:
1
Barthes, Roland. Empire of signs, 1983. Ed. Firrar, Sraus and Groux, Nueva York.
2
Valdivia, Benjamín. “Algunos criterios para la formulación de políticas culturales”. Colmena
Universitaria # 81, Universidad de Guanajuato, agosto de 2003. p. 71.
objetivo es continuar la actividad efectuada por generaciones anteriores.
(...)ninguno de los productores pretendería ser un creador original de
significados (...) el autor de los contenidos expresivos de ese tipo de
objetos, no es la persona, sino la comunidad; y no la comunidad
presente sino el continuo de habitantes de la localidad.
(...) los individuos concretos elaboran físicamente los objetos. (...)la serie
indefinida de pobladores (es) quien precisa los elementos
composicionales de esos objetos.”3
Es aquí donde situaríamos las obras llamadas folclóricas, las que se apegan a
la manera tradicional de trabajar los materiales y a los modelos que se vienen
haciendo en una comunidad desde épocas pasadas. Los objetos pueden ser
utilitarios o de adorno, y los significados se remiten a valores simbólicos que
incluso pueden haber perdido su contenido, pero que siguen ligados a la
comunidad que los produce. Los símbolos o patrones se repiten, algunas veces
ya sin conocer su sentido primigenio o cuando ya ni siquiera permanecen como
símbolos; los productores folclóricos siguen las técnicas, usadas sin ninguna
crítica, solo por repetición puntual de la actividad ancestral de la comunidad.
Este puede ser el caso de las artesanías o de las pinturas que evocan símbolos
de civilizaciones antiguas; también las vasijas o blusas bordadas que se
elaboran en las diversas comunidades como indumentarias distintivas de esa
región o grupo. En el campo de los textiles serían ejemplos los rebozos tejidos
en telar de cintura o los encajes tejidos por las bolilleras, los edredones
tradicionales de algunas regiones, e incluso los tejidos y bordados decorativos
que reproducen escenas típicas en la región que los produce.
Otra forma de transferencia de significados iría en rápido ascenso para luego
llegar a una drástica disminución, comandados por la moda:
3
Valdivia, op. cit. 2003. p. 72.
significativos de este tipo, adquieren una rápida presencia (...) sólo para
ser desechados al término de una temporada.”4
4
Valdivia, op. cit. 2003, p. 72 y 73.
entiende su significado: no hay nada oculto, además de que no se cuestiona
nada con su contenido. Después de un tiempo, el significado se pierde, pues ya
pasó de moda, y llega a ser obsoleto, aunque de inmediato es reemplazado por
un nuevo objeto de consumo.
Esta categoría de significación sería la del arte entendido como bellas artes: la
significación aumenta con el tiempo y se le van agregando nuevos sentidos,
enriqueciendo su contenido y percepción. Por ejemplo, Don Quijote significa
más en nuestros días que en el tiempo cuando fue escrito. Los artistas crean e
inventan continuamente, pero su consumo no es masivo ni depende de la
moda para surgir y ser apreciado. La intención también cambia; los productos
de este tipo no se hacen para ser usados en algo, sino por la pura expresión y
para ser contemplados; y no son útiles ni ornamentos. En el caso de los textiles
se incluirían aquí los trabajos hechos con hilo y/o fibras, tejidos que no buscan
ser útiles ni ornamentales además de que contienen otro tipo de trabajo técnico
y se expresan de manera distinta a los dos anteriores (a saber no son
folclóricos ni populares). El textil contemporáneo no sería entonces una
expresión que surja de la masa, ni que obedezca a la moda, sino que se
apropia de las características de sus materiales para ofrecer una suma de
propuestas en la búsqueda de nuevos significados.
5
Valdivia, op. cit. 2003. p. 73.
Así, son tres sectores que tiene la propuesta de Valdivia para ayudarnos a
clasificar los productos culturales. También señala que dichos productos
pueden emigrar de una a otra categoría dependiendo de las circunstancias, el
paso del tiempo y otros factores.
Pero, volviendo al tema que nos ocupa, podemos ver que las artesanías han
entrado de lleno en el mundo actual. Igual que en otras esferas del mundo
contemporáneo, la confusión y la mezcla de significados y materiales, se
manifiesta en sus productos. Producen objetos que muestran la tradición, pero
también otros que ilustran diseños pertenecientes al mundo de la moda o la
televisión. Las artesanías también muestran una mezcla de materias primas;
utilizan para su elaboración los materiales tradicionales, pero también se
introducen algunos pertenecientes al mundo industrial. Se detecta también que
se han perdido, o están a punto de perderse, técnicas tradicionales antiguas;
debido sobre todo a la laboriosidad y nivel de perfeccionismo requerido para
llevarlas a cabo y a la falta de un mercado que pague lo que valen las piezas
producidas de tal manera.
No es la primera vez que el mundo artesanal tiene una crisis como ésta. A
finales del siglo XIX, la revolución industrial hizo que los talleres artesanales
europeos decayeran. Pero gracias a un esfuerzo que hicieron varios grupos de
gente interesada en conservar las técnicas, pudieron recuperarse y optaron por
la alternativa de ofrecer un producto en el que su ventaja residía en la
confección manual y la originalidad ante el trabajo industrial que producía
piezas exactamente iguales.
En México, en los talleres de tejido hubo una época donde se producían
prendas con una alta calidad en cuanto a materiales y diseños. Con el progreso
acelerado del siglo XX, los talleres tuvieron que especializarse para ofrecer un
producto que mostrara las ventajas de la elaboración manual; así perduraron
los talleres artesanales de cobijas y tejidos que hacían de la prenda algo
peculiar, que no podía ser ofrecido por la industria con sus productos hechos
en serie. Pero el abandono de la indumentaria tradicional, también llevó a los
talleres a la pérdida de clientes. Pocas eran las personas que preferían usar
una prenda de lana. La inmensa mayoría se vestía como dictaban las modas
que venían de otros países. Y por tanto ya no era rentable utilizar materias
primas (lana, algodón, lino, seda) de buena calidad. Las prendas se hicieron
más rústicas y los diseños se fueron perdiendo, hasta quedar sólo unos
cuantos.
Muchos talleres han cerrado sus puertas ante esta situación. Pero aún quedan
algunos que luchan por sobrevivir y por encontrar la manera de aplicar las
técnicas que les han heredado otras generaciones en productos que la gente
acepte y compre.
En el estado de Guanajuato quedan aún numerosos talleres que trabajan sus
telares, pero enfrentan todos los problemas que se mencionaron más arriba. Es
una actividad predominantemente masculina, pues de los talleres visitados sólo
en cuatro o cinco de ellos hay mujeres trabajando el telar. Es una muestra de
que, en ese estado, se conserva la tradición española en la que el telar es una
máquina manejada por hombres. Esto se explica porque es una zona donde la
tradición indígena de la mujer manejando el telar de cintura no es muy fuerte y
en tiempos de la Colonia se vio opacada por el establecimiento de obrajes
españoles para satisfacer la demanda de prendas de vestir de la numerosa
población que se asentó en los alrededores de las minas de Guanajuato y la
zona agrícola y ganadera del centro del país.
Todavía en la década de los sesentas muchas ciudades guanajuatenses
producían rebozos, sarapes, cobijas y algunas prendas de vestir, como las
cotorinas, que todavía acostumbraba un amplio sector de la población. Sobre
todo en las clases populares urbanas y en la población rural del país estas
prendas eran necesarias e insustituibles. En los años setentas se dio un fuerte
impulso oficial a la gente que trabajaba con lana y se promocionaron sus
productos en cadenas de grandes tiendas departamentales y en el mercado
extranjero y nacional como signo de estatus, obteniendo una buena respuesta
de consumo. En este momento los artesanos dieron un giro ante la demanda y
producían para ese mercado que valoraba sus productos.
Pero a partir de la década de los noventa, según testimonios recogidos entre
los artesanos del estado de Guanajuato, comenzó a decaer la compra de
dichos artículos, lo que, aunado a que paulatinamente se ha perdido el gusto
por las prendas tradicionales de lana, actualmente produce una situación
desesperada.
Respecto de las labores de hilar y tejer, debemos señalar que la fabricación de
artículos de lana en telar de madera es un proceso muy laborioso, porque,
aunque ahora se ayudan con algunas máquinas para cardar o hilar, implica
muchos pasos y por tanto, es la gran cantidad de tiempo que se le tiene que
dedicar y por tanto uno de los factores que impiden abaratar el producto. Los
telares que tradicionalmente se usan para el tejido son telares horizontales, o
de bajo liso, generalmente rústicos y de maderas gruesas. La excepción la
hace el taller de enseñanza de gobelino de Dolores Hidalgo que trabaja en
telares de alto lizo. En este taller se reproducen obras de artistas famosos o
imágenes con muchas sombras y perspectiva, pues la técnica permite una
mayor definición. Se utilizaban hilos de algodón para la urdimbre y lana
delgada para tejer, pero como ya no se podía encontrar en el calibre que se
requería, se cambió por acrilán que es más barato y fácil de conseguir por los
alumnos.
Pocos son los artesanos que realizan el proceso completo de la obtención de
fibra de lana para tejer. En Dolores Hidalgo, el señor Agustín Barajas tiene una
máquina de cardado, en San Luis de la Paz, el señor Enoc Suárez tiene
máquina de cardar y la familia Rodríguez tiene otra. La más grande se
encuentra en Cerro Colorado, Coroneo, propiedad de la Familia Granados. La
mayoría compra las madejas ya hechas y sólo lavan y tiñen.
Respecto a los diseños, se observó que varios tejedores conservan figuras
tradicionales en sus prendas: grecas, caballos, herraduras, águilas y venados
generalmente realizados con pocos colores. Existen otros diseños y en ellos se
usa más color. Por ejemplo en San Miguel de Allende se hacen prendas muy
coloridas y con diseños más contemporáneos. En otros lugares se tejen
mariposas, búhos, pavorreales, flores estilizadas y cactus.
La calidad del hilo varía según la zona, siendo la de Coroneo y sus alrededores
la que tiene mejor calidad, es una lana más delgada y con un mejor trabajo de
hilado.
Respecto a la significación, podemos decir que en la artesanía textil lanar del
estado de Guanajuato, se conserva la tradición, aunque se ha perdido el
simbolismo de los motivos que se reproducen en las prendas. Sólo pervive una
vaga idea de lo mexicano, sin tener ya ninguna conexión con algún saber de la
cultura antigua. No hay un contenido mitológico que se haya pasado de
generación en generación. Sólo algunas figuras han pasado de padres a hijos,
pero su significado se ha disuelto. Se apegan a la manera en que se ha
trabajado siempre la materia prima y a las prendas que se han elaborado con
esos materiales. Es de ahí de donde podemos recuperar las técnicas y diseños
que están en peligro de perderse. En ese sentido, la producción textil artesanal
de esa región, se inserta en el arte folclórico.
Pero también algunos talleres como los de San Miguel Allende y los tejedores
de Silao, producen artículos de cultura popular, pues se adaptan a las
necesidades del mercado, ofreciendo tapetes y colgaduras con diseños
actuales que se tienen que renovar cada cierto tiempo. Ahí sólo podemos ver
que perduran las técnicas, ya no los materiales tradicionales ni los diseños,
pero hay una búsqueda para colocar las prendas en el mercado más
rápidamente.
En este panorama se sitúa la complicada polémica de cómo se debe intervenir
para rescatar el oficio, si respetando la tradición o hacer que se desarrolle
obedeciendo a las necesidades del mercado.
A mi ver, es necesario un intenso trabajo de recuperación de técnicas antiguas,
un trabajo de diseño de nuevos productos elaborados con esas técnicas y una
acción destinada al mejoramiento de los materiales con los que se trabaja, una
búsqueda de mercados donde se puedan colocar los distintos tipos de
productos para todos los gustos, además del no menos valioso trabajo de
registro de la actividad actual. Creo que es necesaria la conjunción de
esfuerzos para mantener vivo el oficio de la tejeduría. No es tarea fácil, pero las
acciones individuales se suman para evitar que un día el tejido artesanal sea
cosa del pasado.