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Publicado en Universidad y bioética, Ana Cristina Ramírez Barreto (Coord.) UMSNH 2017
En primer lugar habría que decir que, aunque siempre existieron inquietudes de mi
parte, fueron necesarias una serie de circunstancias personales, sociales y académicas, para
que me comprometiera con estas tareas dentro de la temática de la filosofía práctica.
Destacaré de estos antecedentes la creación de una red internacional de investigación con
colegas españoles y latinoamericanos, así como la del Cuerpo Académico de Filosofía Social
en mi Universidad, que represento. Habiendo realizado un par de estancias de investigación
a principios de los años noventa en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas en Madrid, trabajando temas relacionados con la ética
contemporánea española y acerca de la filosofía de Agnes Heller, pude entrar en contacto
con colegas españoles y latinoamericanos, también a partir de las experiencias en Congresos
tales como los de la Asociación Española de Etica y Filosofía Política, los Congresos
Iberoamericanos de Filosofía, los Nacionales de Filosofía -hoy llamados Internacionales-
organizados por la Asociación Filosófica de México, etc.
Habría que destacar el trabajo en equipo que se comenzó a hacer con un núcleo de
profesores de otras universidades, particularmente en la Universidad Autónoma de Querétaro
con José Salvador Arellano y Robert Hall, que se vería reflejado en la dirección de la
investigación doctoral, y posteriormente del libro -del que elaboro el prólogo- Teoría ética
para una ética aplicada, UAQ 2013, que trata de una “ética constructivista social plural”, de
José Salvador Arellano, pero también con mi participación continua en eventos, en
Diplomados de Etica aplicada y de Bioética en esa Universidad, participación en congresos
(Congreso Nacional de Filosofía Aplicada 2014) y publicaciones conjuntas entre nuestras
universidades a partir de entonces. Hemos participado también conjuntamente en varios
talleres de la Revista Dilemata de éticas aplicadas, uno de ellos en España, pero también
trayendo a investigadores españoles a México para concretar proyectos en red, en el X Taller
Internacional Dilemata bioética, biopolítica y medio ambiente: una perspectiva de género,
UAQ 2014.
Si bien el tema del aborto se había abordado, debatido e incluso tratado públicamente
en conferencias, programas de radio y televisión; no se había planteado la necesidad
de asumir una postura clara respecto al mismo. Además, como se ha señalado en este
trabajo no era la primera vez que el tema había confrontado a las mujeres con los
grupos conservadores… Sin embargo, a diferencia de aquel momento y de aquel
grupo de mujeres, las integrantes del Movimiento Amplio de Mujeres de Guanajuato
tenían formación y experiencia en la incidencia política, y el tema del aborto formó
parte del proyecto Promoción del Derecho a la Salud Sexual y Reproductiva en el
Centro de México de Milenio Feminista Región Centro, lo cual las había llevado,
hacia finales de 1999 y principios del año 2000, a realizar un estudio cualitativo para
conocer las causas y condiciones en las que las mujeres se practicaban un aborto en
los Estados que conformaban la región. Además, mujeres activistas conocían la
realidad de las mujeres víctimas de violación, dado su trabajo en las Dirección de
Atención a Víctimas de la PGJ; mientras que otras lo hacían desde la atención a
mujeres víctimas de violencia en la Casa de Apoyo a la Mujer. Por lo tanto, esas
mujeres vivieron la reforma como una brutal violación a los derechos humanos de las
mujeres; lo que implicó el tránsito de una evidente interlocución, interacción e
incidencia con distintas instancias gubernamentales, si bien permeada por las
tensiones antes mencionadas, a una actitud opositora y crítica hacia las actividades y
acciones del gobierno.
El Comité de Estudios de Género de la Universidad de Guanajuato, que marcó un
período fue, sin embargo desaparecido, y después de un tiempo de pausa se creó una nueva
Comisión relacionada con el Programa Institucional de Igualdad de Género 2016-2019, con
el objetivo general de “ser un instrumento eficaz para la instauración de la perspectiva de
género en sus diferentes instancias, dimensiones y prácticas institucionales”, incluyendo un
protocolo y una ventanilla para atender los casos de violencia de género al interior de la
Universidad, además de toda una gama de actividades. Un proyecto relevante, que no ha
podido concretarse en los últimos años, pero que parece viable e indispensable, es el de la
creación del Doctorado Interinstitucional de Género, dentro del marco de la Red de Enlaces
Académicos de Género de la Región Centro Occidente de la ANUIES.
Destacaré por otro lado la tesis doctoral sobresaliente que dirigieron Gabriel Bello y
María José Guerra, de la ULL, Judith Butler: ética, violencia y precariedad en 2016, de la
que fui parte del tribunal, y también la tesis de Cuauhtémoc Nattahí Hernández, que está por
publicarse en nuestra Universidad: El dispositivo sexo-género, que tuve la oportunidad de
dirigir y prologar, y que comentaré.
La interpretación que presenta Cuauhtémoc N. Hernández, es el resultado de una
elaboración teórica al enfrentarse con diversas temáticas contemporáneas y relacionarlas con
los estudios de género. Esta exploración filosófica consiste en sostener la postura de que el
sistema sexo-género ha sido y es un dispositivo histórico de poder. Ciertos desarrollos y
herramientas de análisis del pensador francés Michel Foucault podrían ser operativizados con
respecto al género, de modo que la veta teórica foucaultiana sea aprovechable para el
feminismo, con la noción de dispositivo a la cabeza. La discriminación de género sería vista
en los términos de un dispositivo de poder, lo que implica una visión distinta -una
reformulación- de la opresión de género. Una concepción performativa de la identidad de
género permitiría romper a su vez con la metafísica de la sustancia, es decir, estar más allá
del “naturalismo de los sexos”.
Así también se puede analizar a las instituciones educativas como ámbitos del poder
disciplinario; la escuela sería un dispositivo activo en la transformación y fabricación de
subjetividades sexo-genéricas asimétricas y diferenciadas, dicotomizadas y jerarquizadas. En
lo general, podría analizarse a la sexualidad como una experiencia histórica singular de
Occidente, que implicaría saberes, normatividades, subjetividades y heterogeneidades
sexuales, un proceso de sexualización coactiva en relación con el control del cuerpo y los
placeres, insertando al cuerpo en relaciones de poder con el fin de producir individuos
sexualmente integrables a la sociedad, con sus jerarquías, asimetrías y su biopoder, un poder
sobre la vida, sobre la administración de la vida. Así el sexo habría sido utilizado como matriz
de las disciplinas y como principios de las regulaciones. Aun así, pienso que el enfoque de
Foucault adolecería de un análisis suficiente de la diferencia sexual como un constructo
social. Esta invención social se habría convertido en el lugar identitario por excelencia, en
una concepción primordialmente bimórfica y excluyente de lo que llamamos ahora la
diversidad sexual.
Para terminar, y para aportar un tono más reflexivo y ensayístico, expondré aquí algo
que he escrito para la revista Anomalía (mayo de 2016) acerca de las perspectivas de género.
Los estudios de género y de la diversidad sexual representan una parte significativa de los
cambios en la manera de pensar y hacer la filosofía. Son una muestra de los cambios en la
forma de producción del saber y de los discursos, derivada del giro lingüístico de la filosofía,
de los cambios en la forma de producción de nuevas subjetividades alternativas, pero también
de los nuevos derechos conquistados y de nuevas formas democráticas en proceso. La lucha
por la democracia sexual está conquistando nuevos derechos reproductivos, nuevas formas
de convivencia y de representación democrática más equitativas con respecto al género, y
nuevas formas de lucha contra la violencia de género y contra la discriminación.
El pensamiento filosófico y social de los últimos años ha sido más sensible con
respecto a las diferencias de todo tipo, y por ello también a las diferencias de género. Y es
que las formas de alteridad humana están entrelazadas por ser objeto todas ellas de
discriminación. El derecho a ser diferente es el derecho de las minorías sexuales, de las
mujeres, de los indígenas, de los discapacitados, de los pobres, de los migrantes, de los países
pobres, etcétera. Las formas de discriminación están entrelazadas por el hecho de que hay un
entrecruzamiento de todas ellas que perjudica siempre a los más pobres y marginados,
todavía más maltratados si son indígenas, mujeres, o personas con preferencias sexuales
diferentes, como puede verse con claridad cuando analizamos, por ejemplo, el maltrato a los
migrantes centroamericanos que cruzan por nuestro país. En el discurso dominante se
entretejen los pretextos para la dominación de los más ricos, de los más occidentalizados o
blancos, de los masculinos en sentido tradicional.
Un nuevo discurso desde los géneros -pero también más allá de la forma en que han
sido concebidos- debe contribuir a producir nuevas formas de libertad y de vida cotidiana,
crear libertades a partir de la experimentación y de la imaginación, evitar las prácticas de
sujeción y de subalternidad, apoyarse en la fragilidad y la contingencia humanas, en la
vulnerabilidad, en la debilidad o en la discapacidad de aquellos que han sido marginados del
discurso o de las formas de ejercicio del poder dominante. Tal vez esté llegando la hora de la
reivindicación y del empoderamiento de los subalternos, de los discriminados, de los
diferentes tildados de perversos o desviados de lo supuestamente “natural”. Es a partir de
esta conciencia que se puede reivindicar aquello que ha sido considerado abyecto por la
dominante élite sexual, que ha interpretado el mundo para su conveniencia. Así podríamos
quizás construir una nueva ética, nuevas formas de solidaridad entre los diversos y nuevas
formas de convivencia social y política a partir de prácticas dialógicas y tolerantes, inventivas
y reivindicativas, comunitarias y autogestivas, plurales y amables, transgresoras y
constructoras de vínculos. Así podríamos tal vez empezar a situarnos más allá de este
neoliberalismo autoritario, de su hiper-individualismo consumista y generador de grandes
desigualdades, más allá de la creciente marginalización y de la incesante destrucción del
medio ambiente que presenciamos.