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CONSEJOS PARA CUIDAR UNA IGLESIA

Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. Efesios 4:3 (NVI)
Que el amor sea el árbitro de sus vidas, porque entonces la iglesia permanecerá unida en
perfecta armonía. Colosenses 3:14 (BAD)

Te toca a ti proteger la unidad de tu iglesia. Dios desea intensamente que experimentemos la


unidad y armonía unos con otros. La unidad es el alma de la comunión. Destrúyela, y arrancarás
el corazón del cuerpo de Cristo. Nuestro modelo supremo para la unidad es la Trinidad. Padre,
Hijo y Espíritu Santo están completamente unificados como uno. Dios mismo es el ejemplo
supremo del amor sacrificado, de la humilde consideración hacia los demás y de la armonía
perfecta. Al igual que todo padre, nuestro Padre celestial se regocija viendo cómo sus hijos se
llevan bien entre sí. En los momentos finales antes de su arresto, Jesús oró apasionadamente
por nuestra unidad. (Juan 17: 20-23). Él pagó el precio más alto por ella, y quiere que la
protejamos, sobre todo del daño devastador que causan la división, el conflicto y la falta de
armonía. Si formas parte de la familia de Dios, es tu responsabilidad proteger la unidad donde
te congregas en comunión. Jesucristo te encomendó hacer todo lo que esté a tu alcance para
conservar la unidad, proteger la comunión, y promover la armonía en la familia de su iglesia y
entre todos los creyentes. La Biblia indica: “Esfuércense por mantener la unidad del espíritu en
el vínculo de la paz” (Efesios 4:3) ¿Cómo podemos hacerlo? La Palabra de Dios nos da consejos
prácticos:

Enfoquémonos en lo que tenemos en común, no en las diferencias. Pablo nos dice:


“Esforcémonos en promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación” (Romanos
14:19) Como creyentes compartimos un Señor, un cuerpo, un propósito, un Padre, un Espíritu,
una esperanza, una fe, un bautismo y un amor (Romanos 12:4-5) Compartimos la misma
salvación, la misma vida y el mismo futuro: factores mucho más relevantes que cualquier
diferencia que podríamos enumerar. Estos son los asuntos en los que debemos enfocarnos, no
en nuestras diferencias personales. Debemos recordar que fue Dios quien nos escogió para
darnos personalidades, trasfondos, razas y preferencias diferentes, de modo que podamos
valorar y disfrutar esas diferencias, no meramente tolerarlas. Dios quiere unidad, no
uniformidad. Y por causa de la unidad nunca debemos permitir que las diferencias nos dividan.
Debemos permanecer concentrados en lo que más importa: aprender a amarnos como Cristo
nos amó, y cumplir los cinco propósitos de Dios para cada uno de nosotros y para su iglesia. Por
lo general el conflicto es una señal de que estamos concentrándonos en otros asuntos menos
importantes, lo que la Biblia llama “discusiones necias” (2Timoteo 2:23) La división siempre
surge cuando dirigimos la mirada hacia las personalidades, las preferencias, las interpretaciones,
los estilos o los métodos. Pero si nos concentramos en amarnos y en cumplir los propósitos de
Dios, el resultado es la armonía. Pablo rogaba por esto: “Que haya verdadera armonía para que
no surjan divisiones en la iglesia. Les suplico que tengan la misma mente, que estén unidos en
un mismo pensamiento y propósito” (1Corintios 1:10).

Sé realista con respecto a tus expectativas. En cuanto descubrimos cómo quiere Dios que
sea la verdadera comunión, es fácil desanimarnos por la diferencia entre lo ideal y la realidad en
nuestra iglesia. Sin embargo, debemos amar a la iglesia con pasión pese a sus imperfecciones.
Anhelar lo ideal mientras criticamos lo real es señal de inmadurez. Por otro lado, si uno se
conforma con la realidad sin esforzarse por alcanzar lo ideal es señal de complacencia. La
madurez consiste en vivir con esta tensión. Habrá creyentes que sí te defraudarán y te
decepcionarán, pero eso no es ninguna excusa para no tener comunión con ellos. Ellos son tu
familia, aun cuando no actúen como tal; simplemente no puedes abandonarlos. En cambio Dios
nos dice: “Tengan paciencia unos con otros, siendo indulgentes con las fallas de los demás por
su amor” (Efesios 4:2) Las personas se desilusionan con la iglesia por muchas razones
entendibles. La lista podría ser bastante larga: conflictos, heridas, hipocresía, negligencia,
mezquindad, legalismo y otros pecados. En lugar de asustarnos y sorprendernos, debemos
recordar que la iglesia está formada por pecadores de carne y hueso, incluyéndonos a nosotros
mismos. Nos lastimamos unos a otros, a veces en forma intencional y otras veces sin mala
intención, porque somos pecadores. Pero en vez de abandonar la iglesia, necesitamos
quedarnos para resolver el asunto si esto es de alguna manera posible.

Decídete a animar más que a criticar. Siempre es más fácil eludir el compromiso y hacerse
a un lado para disparar dardos contra los que trabajan, que participar y hacer una contribución.
Dios nos advierte una y otra vez que no debemos criticarnos, compararnos ni juzgarnos unos a
otros (Santiago 4:11; 5:9) Cuando criticas lo que otro creyente está haciendo con fe y convicción
sincera, interfieres en los asuntos de Dios: “¿Qué derecho tienes a criticar a los siervos de otro?
Sólo su Señor puede decidir si están haciendo lo correcto” (Romanos 14:4) Pablo agrega que no
debemos juzgar o despreciar a otros creyentes cuyas convicciones son diferentes a las nuestras:
“¿Por qué criticas las acciones de tu hermano, por qué intentas empequeñecerlo? Todos
seremos juzgados un día, no por las normas de otros, ni siquiera por las nuestras, sino por el
juicio de Dios” (Romanos 14:10) Cuando juzgo a otro creyente, pasan cuatro cosas al instante:
pierdo mi comunión con Dios, saco a relucir mi propio orgullo e inseguridad, me coloco bajo el
juicio de dios y daño la comunión de la iglesia. Un espíritu de censura es un vicio costoso. La
Biblia llama a Satanás “el acusador de nuestros hermanos” El trabajo del diablo consiste en
culpar, quejarse y criticar a los miembros de la familia de Dios. Todo el tiempo que pasamos
haciendo lo mismo, es porque hemos sido embaucados y estamos haciendo el trabajo por
Satanás. Recuerda que los otros cristianos, no importa cuánto discrepes de ellos, no son el
verdadero enemigo. Todo el tiempo que pasamos comparando o criticando a los otros hermanos
debería ser utilizado para construir la unidad de nuestra comunidad. La Escritura dice:
“Pongámonos de acuerdo en usar toda nuestra energía para llevarnos bien entre nosotros.
Ayuden a los demás con palabras alentadoras; no los derrumben con la crítica” (Romanos 14:19)
Niégate a escuchar chismes. Chismear es divulgar una información cuando uno no es parte
del problema ni de la solución. Tú sabes que chismear está mal, pero tampoco debes
escucharlos, si es que quieres proteger tu iglesia. Escuchar los chismes es como aceptar algo
robado, y te convierte también en culpable del delito. Cuando alguien empiece a contarte un
chisme, ten el valor de decirle: “Hágame el favor de parar. No necesito saber eso. ¿Ha hablado
usted directamente con esa persona?” Las personas que te cuentan chismes también rumorean
acerca de ti. No se puede confiar en ellas. Si prestas atención a los chismes, Dios te llama
alborotador (Proverbios 17:4; 16:28; 26:20; 25:9; 20:19) “Los alborotadores escuchan a los
alborotadores”. 15 “Éstos son los que dividen las iglesias, pensando sólo en ellos mismos”
(Proverbios 17: 14 PAR) Es triste que en el rebaño de Dios, las heridas más grandes
generalmente vienen de las otras ovejas y no de los lobos. La Biblia dice que esta clase de
alborotadores debe ser evitada porque “el chismoso revela los secretos; por lo tanto, no te
asocies con el charlatán” (Proverbios 20:19) La manera más rápida de terminar con un conflicto
en una iglesia o en un grupo pequeño es enfrentar a los que están difundiendo rumores, e insistir
en que no lo hagan más. Salomón señaló: “Sin combustible se apaga el fuego, y las tensiones
desaparecen cuando se acaban los chismes” (Proverbios 26:20).

Practica el método de Dios para solucionar conflictos. Jesús le dio a la iglesia un proceso de
tres pasos sencillos: “Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace
caso, has ganado a tu hermano. Pero si no, lleva contigo a uno o dos más, para que “todo asunto
se resuelva mediante el testimonio de dos o tres testigos”. Si se niega a hacerles caso a ellos,
díselo a la iglesia” (Mateo 18:15-17a) Durante los conflictos, serás tentado a quejarte con un
tercero en lugar de hablar con valentía la verdad y amor con la persona con quien te disgustaste.
Apoya a tu pastor y a los líderes. No hay líderes perfectos, pero Dios les da la responsabilidad
y la autoridad para mantener la unidad de la iglesia. Pero cuando hay conflictos interpersonales
que resolver, eso es un trabajo ingrato. A menudo los pastores tienen la desagradable tarea de
actuar como mediadores entre miembros heridos, que tienen conflictos o que son inmaduros.
También tienen la tarea imposible de intentar que todos estén contentos, ¡algo que ni siquiera
Jesús pudo lograr”. La Biblia es clara con respecto a la manera en que hemos de relacionarnos
con los que nos sirven: “Respondan a sus líderes pastorales. Escuchen su consejo. Ellos están
alertas a la condición de sus vidas, y obra bajo la supervisión estricta de Dios. Contribuyan al
gozo de su liderazgo” (Hebreos 13:17). Un día los pastores estarán delante de Dios y rendirán
cuenta de cuán bien velaron por ti. “Ellos cuidan de ustedes como quienes tienen que rendir
cuentas”. (Hebreos 13:17). Pero tú también eres responsable. Tú también tendrás que rendir
cuentas a Dios de cuán bien los seguiste a ellos. La Biblia da a los pastores instrucciones muy
específicas respecto a la manera en que deben tratar a las personas que causan divisiones en la
comunidad. Ellos deben evitar las discusiones, enseñar con delicadez a los que se oponen
mientras oran para que cambien, advertir a los contenciosos, rogar porque haya armonía y
unidad, reprender a los que son irrespetuosos con los líderes, y destituir a los que causan
divisiones en la iglesia si hacen caso omiso de dos amonestaciones. (2timoteo 2:14, 23-26;
Filipenses 4:2; Tito 2:15-3:2, 10-11) Protegemos la comunión cuando honramos a los que nos
sirven por medio del liderazgo. Los pastores y los ancianos necesitan nuestras oraciones,
estímulo, aprecio y amor. Se nos ordena: “Honren a los líderes que trabajan tanto por ustedes,
que han recibido la responsabilidad de exhortarlos y guiarlos en la obediencia. ¡Cólmenlos de
aprecio y amor!”. (1Tesalonicenses 5:12-13a) Te desafío a aceptar tu responsabilidad de
proteger y promover la unidad de tu iglesia. Pon todo tu esfuerzo para lograrlo, y así agradarás
a Dios. No siempre será fácil. A veces tendrás que hacer lo que es mejor para el cuerpo, no para
ti mismo, dando muestras de tu preferencia por otros. Por eso Dios nos ha puesto en la familia
de una iglesia: para aprender a no ser egoístas. En la comunidad aprendemos a decir “nosotros”
en lugar de “yo”, y “nuestro” en vez de “mío”. Dios dice: “No piensen sólo en su propio bien.
Piensen en los otros cristianos y en lo que es mejor para ellos”. (1Corintios 10:24) Dios bendice
a las congregaciones que están unidas.

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