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Cultura, ¿para qué?

“Quedarse en lo inmediato y creer que se tiene bastante, es condición de molusco”


Julio Cortázar (El examen)

Para la sociedad en la que vivimos, el término “cultura” ha pasado a tener una


connotación, por lo menos, pomposa. Pensar en una persona culta hace suponer una cierta
distancia, infranqueable, entre la misma y el resto del mundo, distancia que, se imagina,
deriva de la actitud poco sociable del sujeto y de disposiciones personales que le impiden
integrarse y convivir con quienes no comparten su dimensión intelectual.

El mundo moderno avanza a velocidad vertiginosa: las tecnologías y la información se


desarrollan tan rápido que, la aplastante mayoría de las personas vive sumergida en un
reducido mundo de unas cuantas pulgadas, en las que la comunicación se reduce a
mensajes inmediatos de, a penas, unas cuántas líneas siempre impregnadas del terrible
fantasma de las dos palomitas azules. ¡Qué ironía que, en la era de la información y del
máximo desarrollo científico que la historia de la humanidad ha vivido, hemos aprendido a
conformarnos con informaciones inútiles y vanas, cuando no falsas o completamente faltas
de sustento racional y comprobable.

Nuestro mundo nos engaña al habernos acostumbrado a la facilidad y a la velocidad;


desde Auguste Comte vivimos engañados por el mito del progreso que nos lleva a creer
que el valor de una sociedad y – a fortiori- de una persona, se mide por los avances
tecnológicos, invitándonos a hacer un uso, tantas veces, desproporcionado de los mismos,
sumergiéndonos en un solipsismo que se reduce a nuestra relación entre el aparato y yo.

Jamás las Humanidades se habían visto tan amenazadas como el día de hoy. No hace
aún muchas décadas, la adquisición de conocimientos sólidos que sentaran las bases de
todo lo que podíamos llegar a aprehender de la realidad, era moneda común. Los sistemas
educativos en los que vivimos han contribuido, no poco, a abandonar la aprehensión de
cimientos culturales sólidos, dejando a los educandos en un simple brochazo de cultura.

Nos hemos acostumbrado a vivir sin reflexión. Abrazamos noticias e información sin
sustento real y los hacemos nuestros y los defendemos a capa y espada como si de ello
dependiera nuestra vida. Peor aún, olvidamos totalmente el rumbo de nuestra sociedad,
viviendo indiferentes antes las dificultades ajenas, aun cuando nosotros podamos tener
responsabilidad en ello, contentándonos de solucionar las nuestras, aún a expensas del
bienestar de los demás. En política no estamos mucho mejor: aceptamos las apariencias
que el político del momento intenta vendernos, o nos contentamos de la crítica fácil y
simplona que no hace más que repetir lo que las redes sociales “nos enseñan”.
Frente a ese reducido mundo de ideas recibidas, lugares comunes, falsas informaciones
y banalidades, aparece la palabra “cultura” como la única posibilidad de no dejarse invadir
por ese mundo. Mirada con desconfianza, con recelo, se le juzga como algo inútil, o bien,
al alcance de unos cuantos snobs que se contentan de hacer gala de sus copiosos pero
inservibles conocimientos, más dignos de un espectáculo de talentos, o como simples
enciclopedias vivientes, encargadas de resolver dudas a diestra y siniestra. Y es que al
hombre moderno le incomoda la concepción de cultura como el cultivo del hombre, el
conjunto de conocimientos que ennoblecen la vida del ser humano y lo elevan a vivir
dignamente. Es justamente esa definición la que hacemos nuestra.

Invariablemente, lo anterior lleva a preguntarnos: ¿sirve la cultura para algo? ¿tiene que
servir para algo?
La respuesta inmediata, no exenta de algo de cinismo, sería sin duda “no”. Basta mirar a
nuestro alrededor. Puestos políticos de no poca envergadura, son sostenidos por personas
que brillan por su ignorancia e incapacidad; personas en lugares estratégicos, donde el
conocimiento es elemento base del competente desarrollo de su actividad, dependen de
subalternos que, ellos sí, poseen la cultura suficiente…para hacer que el jefe brille. Fama,
“éxito”, y posición económica, están rara vez al alcance de mentes privilegiadas y, en
cambio, son el premio y la recompensa a la mediocridad y la desfachatez.
Porque vivimos en una sociedad que se complace en hacer la apología de la mediocridad
y la desfachatez. Como pocas cosas, la música es un claro ejemplo del nivel infrahumano
al que hemos llegado. Adiós a Vivaldi, Bach y Mozart, compositores “demasiado
complicados y elevados”, creadores de músicas “que no se cantan ni se bailan”. Hola a
estilos musicales de dudosa calidad estética -música basada simplemente en los más
primitivos instintos del hombre.

Sin embargo, más allá de las anteriores consideraciones sobre el lamentable estado de
nuestra sociedad, creemos que la cultura puede reivindicarse por sí misma. Dejando de
lado el tópico utilitarista del valor de la aplicación factual de las cosas, es evidente que la
Cultura posee innegables atributos que, por sí solos, hacen que merezca la pena
replantearse la pregunta de la necesidad de aquella.

En primer lugar, la cultura nos permite acercarnos a la comprensión del patrimonio


humano y nacional. ¿Cómo no sentirse orgulloso de un México que, durante el Virreinato,
se encontró en la cúspide de la creación literaria, plástica, musical y arquitectónica? Un
México que era el centro de los intercambios comerciales entre Europa y Asia. Cuánto no
necesitamos conocer la riqueza cultural de nuestra patria para, de esa manera, entender
mejor el desvarío político de quienes se atreven a “gobernarnos”, aislados en su burbuja
pseudo-burguesa.
Es también, la cultura, una increíble fuente de conocimiento del mundo. El ser humano
es, por definición, contingente. Hoy está, mañana es solo historia. Pero la realidad que nos
rodea nos ofrece a cada instante la posibilidad de maravillarnos, de sorprendernos, aún en
los pequeños detalles. ¿Cómo no sorprenderse ante el maravilloso milagro de la
abstracción en el niño, cuando dejando del lado los accidentes (características externas)
de un objeto, es capaz de asimilar su esencia, pudiendo nombrar a varios de ellos
independientemente de sus diferencias externas?
Es, además, el medio de acercase a los demás seres humanos, entender diferentes
realidades de las personas que nos rodean, poder comprender las dificultades y ventajas
que tiene la vida de los demás, y con ellos, alegrarnos o llorar por lo que vale la pena.
Porque es el hombre un ser social que, más allá de la banalidad, puede compartir risas y
lágrimas con los otros.
Es, evidentemente, la cultura, el medio de mejorar nuestra reflexión y comprensión de la
realidad. Nada teme más el tirano, que a una persona que, gracias a su cultura, no puede
ser objeto de sus mentiras ni de su opresión. No basta tener la mente llena de lugares
comunes y enarbolar los clásicos “abajo el mal gobierno” y “viva Zapata”. La comprensión
del destino de una nación no es posible si no es a través del conocimiento de su riqueza
cultural, de su historia, y de sus relaciones con el mundo.
Pasando a un plano mucho más subjetivo, la cultura es, sin duda, la manera de conocer
mundos lejanos, de franquear fronteras culturales y políticas a las que de otra manera no
podríamos aspirar; es el medio de comunicar con seres humanos de otras épocas,
atravesar momentos de la historia que nos hacen llegar a realidades desconocidas.
Literatura y poesía, arte y ciencia, música e historia, y otros tantos cientos de rubros en los
que nuestra mente sería capaz de brillar, son refugio seguro contra la nimiedad y la
estulticia, contra la mediocridad imperante y la desinformación. Porque cultivarse implica
esfuerzo y trabajo constante, dedicación y esfuerzo continuo, justo aquello que el hombre
moderno más teme, porque es más fácil ser un simple receptáculo leguminoso, que
protagonista de su propio destino.

Es, la cultura, la verdadera resistencia contra la corriente materialista y utilitarista de


nuestra sociedad; la verdadera resistencia contra un sistema que quiere que sus
ciudadanos sean simples seguidores borreguiles, capaces de ser engañados por las
cortinas de humo que los del poder crean, mientras siguen sumergiéndonos en el mundo
en que ellos quieren que vivamos, porque así conviene a sus pueriles designios. Benito
Taibo, autor mexicano, no se cansa de repetir “leer es resistir”. Hoy queremos inspirarnos
en sus palabras para afirmar “cultivarse es resistir”, cultura es resistencia: resistencia al
invasor de nuestra mente, de nuestra vida y de nuestro destino.

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