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José Luis Ibáñez Salas 17/06/2018 OPINION, Tribuna libre Dejar comentario
Para Haskell, existe una crucial diferencia entre objetividad y neutralidad, pues luchar
por la una no es lo mismo que hacerlo en pos de la otra. La objetividad sería para ambos
(las palabras son las de Lorenz) “el resultado colectivo de respetar las reglas
metodológicas de la disciplina, imparcialidad, desapego, crítica mutua y ecuanimidad”.
Buscar la objetividad, en ese sentido, no tiene que ver con ser neutral, siendo de hecho
compatible esa indagación con fuertes compromisos políticos y sociales.
Objetividad, honestidad
Bueno, a eso que Lorenz con Haskell llama objetividad es a lo que yo prefiero llamar
honestidad. Lorenz comienza su acercamiento a la objetividad y a la verdad de los
historiadores con la distinción que hace un posmodernista, el historiador neerlandés
Frank Ankersmit, entre dos clases de entidades lingüísticas a la hora de establecer una
comprensión filosófica de la escritura de la Historia. Ankersmit diferencia entre, por un
lado, “enunciados singulares, descriptivos y referenciales” (del tipo Francisco Franco
murió el 20 de noviembre de 1975), que “no presuponen teorías y cuyo valor de verdad
puede ser decidido de manera independiente de otros enunciados”, y, por otro,
“complejas entidades lingüísticas no descriptivas, no referenciales, desprovistas de todo
valor de verdad” (nociones como feudalismo, Ilustración) a las que el historiador
neerlandés llama sustancias narrativas o representaciones históricas. Estas últimas,
únicamente “generan puntos de vista, o perspectivas, desde los cuales podemos mirar al
pasado, pero no pueden ser hallados en el pasado, no pueden ser fijados a nada en el
pasado”. Sin embargo, los enunciados singulares, descriptivos y referenciales sí pueden
ser fijados al pasado.
Tal y como lo entiende Lorenz, la filosofía de la Historia necesita incluir los dos puntos
de vista confrontados desde la década de los 70 del siglo pasado: el objetivismo, que
considera el conocimiento histórico sólo desde la óptica epistémica del observador
(distante); y el relativismo, que tiende a ver el conocimiento histórico únicamente desde
la perspectiva del actor (involucrado). La filosofía de la Historia “necesita analizar el
pasado histórico y el pasado práctico en sus conexiones e intersecciones”.
El oficio del historiador, que siempre se enfoca hacia el conocimiento de un pasado real,
cierto, tiene pretensiones de verdad. Y no sólo lo dice Lorenz, pero es a él al que voy a
seguir en su profundización en lo que de verdad hay en la Historia a través de su propio
concepto de realismo interno.
Concluyo: la imparcialidad
Creo que es buena idea ir rematando este artículo con las acertadas apreciaciones que la
historiadora española Cristina Gómez Cuesta hace al respecto:
Estoy con Prost: no existe en la Historia la objetividad. “Más que de objetividad, mejor
sería hablar de imparcialidad y de verdad”, que son las metas que ha de conquistar el
esfuerzo del historiador y “aparecen al término de su trabajo, no al inicio”. Para Prost,
para quien “la Historia dice la verdad pero sus verdades no son absolutas, son relativas y
parciales”, la Historia jamás podrá alcanzar la objetividad, aunque la pretende y tiende
hacia ella: “Más que de objetividad, deberíamos hablar de distancia e imparcialidad”.
El historiador, al igual que un juez, no puede ser objetivo pero sí imparcial, evitando las
perspectivas unilaterales. Esa imparcialidad es el resultado de una “actitud moral e
intelectual”, nos advierte Prost, pues la necesaria apelación a la honestidad y al rigor del
historiador, cuya pretensión es la de comprender, no la de “dar lecciones o moralizar”,
es de orden tanto moral como intelectual.
En la Historia, “la verdad es aquello que está probado”. El historiador dispone para la
administración de la prueba de muchos métodos, bien sean de investigación (para
establecer los hechos, las secuencias, las causas y las responsabilidades, es decir, las
pruebas factuales) o bien de sistematización (cuando el historiador “enuncia verdades
que se refieren a una suma de realidades, tales que individuos, objetos, costumbres,
representaciones…, o sea, las pruebas sistemáticas, normalmente validadas
estadísticamente). Del rigor con que se usen esos métodos para la administración de la
prueba depende el régimen de verdad de la Historia.