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El feudalismo

europeo después
de la crisis
medieval
Xavier Torres Sans
P08/74527/00841_02
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Índice

1. Estructura de la renta del marquesado de Llombay a


comienzos del siglo XVII (1609)..................................................... 5

2. La decadencia manufacturera mediterránea: una


discusión sobre sus causas............................................................... 7

3. El "retorno a la tierra" de la burguesía mediterránea: las


villas de Paladio................................................................................. 10

4. La sociedad europea de la época moderna: ¿una sociedad


de órdenes o de clases?; un debate................................................ 11

5. El corporativismo: lenguaje y lógica............................................ 12


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1. Estructura de la renta del marquesado de Llombay


a comienzos del siglo XVII (1609)

(cifras en libras)

a) Monopolios

Molinos de harina 570

Hornos de pan 234

Carnicerías 100

Hostales/Tabernas 120

Tiendas 95

Molino de yeso 120

Horno de cerámica 2

Tierra de batán 2

Molino de cera 2

Prensa de aceite 625

Total 1.870

b) Peajes e impuestos

Peita 431

Tributos varios 28

Total 459

c) Aparcerías o derechos derivados de la propiedad de la tierra

(valor de las entregas en especie)

Trigo 1.023

Maíz 716

Cebada 6

Pasas 312

Higosyuva 68

Paja 73

Algarrobo 25

Fuente: James Casey (1981).El reino de Valencia en el siglo XVII (pág. 296-297). Barcelona: Curial.
© FUOC • P08/74527/00841_02 6 El feudalismo europeo después de la crisis medieval

Lino 6

Alfalfa y forraje 24

Hoja de morera 600

Melocotones 5

Total 2.858

d) varios

Imposiciones sobre animales/pastos 152

Imposiciones sobre las brescas 6

Laudemio 130

Otros 42

Total�general 5.517

Fuente: James Casey (1981).El reino de Valencia en el siglo XVII (pág. 296-297). Barcelona: Curial.
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2. La decadencia manufacturera mediterránea: una


discusión sobre sus causas

Un trabajo clásico de Carlo M. Cipolla imputaba a los salarios la falta de com- Lectura recomendada
petitividad de los tejidos y, en general, de las manufacturas mediterráneas. O
Carlo�M.�Cipolla (1985). "La
más exactamente, al resistencialismo o inmovilismo gremial, que habría obs- decadencia económica de
taculizado cualquier tentativa de reducción de los costes de producción: no Italia". En: C. M. Cipolla y
otros. La decadencia económi-
sólo una rebaja de la retribución del trabajo, sino incluso la organización más ca de los imperios (5.ª ed., pág.
157-174). Madrid: Alianza. La
flexible o eficiente del trabajo mismo o de los procesos de producción.
primera versión de este traba-
jo data de 1952.
Asimismo, el problema no era seguramente tan sencillo, tal como apunta Ci-
polla al dar noticia de otros factores, como una fiscalidad excesiva.

Por un lado, porque lo que se suele tildar de inmovilismo no era sino una
"economía�moral" característica de los gremios o corporaciones y que velaba,
en suma, por el mantenimiento de un cierto igualitarismo en el seno de las
comunidades de oficio. Así, bastantes estatutos gremiales que limitaban la ca-
pacidad de los obradores particulares (y, por lo tanto, el número de aprendices
y oficiales, o incluso de los utensilios o medios de producción) no hacían sino
conjurar la eventual escisión del oficio entre unos pocos patrones y una gran
cantidad de asalariados.

De este modo, un mercado de trabajo libre no entraba dentro de los cálculos o


la óptica de los gremios. Pero tampoco, claro está, la innovación tecnológica,
susceptible de poner en peligro, si no los puestos de trabajo, al menos el nivel
medio de ingresos de los agremiados. El tratadista Francesc Eiximenis ya lo
explicaba, y bastante claramente, hacia finales del siglo XIV: este religioso ge-
rundense se preguntaba qué sucedería si un buen día, en una ciudad cualquie-
ra, se presentaba un zapatero "qui fes ab novells instruments aitantes sabates
en un jorn com altre en vint".

Pues, que el aumento de productividad de este zapatero particular "seria destrucció de


cent o dos-cents sabaters qui hui viuen tots en la comunitat d'aquest ofici; e per conse-
güent [...] en aital cas més valdria manar al dit sabater novell de no usar de son novell
artifici [...] que si volia obrar de sa art, que n'usàs així com los altres. E açò valdria més que
no que ell usant de sa art pus espatxadament soferrien notable estrenement e misèria".

Francesc Eiximenis. Lo Crestià (pág. 226-227). Antología a cargo de A. Hauf. Edicions


62/"la Caixa". Colección Les millors obres de la literatura catalana, núm. 98, libro 12.º,
cap. CCCXCII.

Ésta es la opinión de un moralista, y no de un economista del siglo XX. Pero es


que las corporaciones gremiales de la Europa moderna estaban más cercanas
al siglo XIV (cuando escribía Eiximenis) que al siglo XX (lo cual parece que no
todos los historiadores lo han tenido bastante en cuenta).
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El problema de la pañería mediterránea tampoco era simplemente moral o


gremial, pues los salarios no eran en absoluto siempre ni en todas partes la
partida principal del coste o del precio final del paño. La lana o las fibras�tex-
tiles utilizadas podían representar entre un 30 y un 40%, razón por la cual un
acceso fácil o más barato a unas materias primas adecuadas podía marcar una
diferencia decisiva entre pañerías de calidad similar pero de latitud diferente.
Así pues, el proceso de especialización pecuaria de algunas regiones europeas,
como Inglaterra, podía constituir una auténtica reducción de costes manufac-
tureros; igual que cualquier ganancia de productividad agraria, susceptible de
reducir el precio de la subsistencia o mano de obra.

Por otro lado, la masa�salarial más importante no era siempre la de los oficios
agremiados, como tejedores o pelaires, sino la mano de obra utilizada en la
preparación de la materia prima (cardado, limpieza y suavizado de la fibra,
hiladura), mayoritariamente femenina, y siempre mal pagada: en la Toscana
de finales del siglo XV o de mediados del siglo XVI la hiladura y la preparación
de la lana representaban en torno a un 30% de los costes de producción; más o
menos, tanto como el trabajo especializado de tejedores, pelaires y tintoreros
(la tintorería era cara sobre todo por el precio de los colorantes).

Además, estaba la fiscalidad, que en Venecia significaba un 42% del precio


final del paño (según R. T. Rapp (1976). Industry and Economic Decline in Seven-
teenth-Century Venice, Cambridge, Mass. y Londres, Harvard University Press).
Pero no era nada fácil (aunque pudiera ser bien lógico) desgravar la producción
pañera mediterránea. Tanto la República italiana como otras entidades políti-
cas de ámbito mediterráneo (desde el ducado de la Toscana hasta el Principado
de Cataluña) centraban una parte, en ocasiones la principal, de sus ingresos
fiscales en los impuestos sobre la producción y la circulación de tejidos. En
Venecia, podía ser el 30 ó 40%. En el caso de la Generalitat catalana, la bolla, el
impuesto textil por excelencia, proporcionaba cerca de las dos terceras partes
de los ingresos ordinarios de esta institución.

Por otra parte, la ruralización de la manufactura requería ciertas condiciones


objetivas (e independientes de la fiscalidad o de la actitud de los gremios), que,
según parece, no existían en ningún sitio o no eran tan favorables en el campo
mediterráneo. Hace tiempo, Joan Thirsk ya explicó que la consolidación de
una industria rural iba bastante ligada a la estructura agraria y a la estructura
agraria de clases de cada región. El capital mercantil buscaba en el campo –ya lo
hemos dicho– una mano de obra barata. Sin embargo, ésta sólo se encontraba
en las áreas caracterizadas por una elevada densidad de campesinos pobres
(pero tenientes del suelo, es decir, que se podían procurar la subsistencia) y
unas actividades agropecuarias poco exigentes en cuanto a trabajo (caso de la
ganadería) o marcadamente estacionales (caso de la agricultura cerealista de
rotación bienal, con períodos de gran necesidad de trabajo, como durante la
cosecha, pero con otros de relativa "ociosidad", como en invierno).
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En otras palabras: la industria rural exigía un�cierto�grado�de�pobreza campe- Lectura complementaria


sina (pero tampoco mucho, porque entonces el resultado hubiera sido la emi-
Joan�Thirsk (1961). "Indus-
gración) y un�cierto�grado�de�desocupación�forzada de la familia campesina tries in the Countryside". En:
F. J. Fisher (ed.). Essays in the
Economic ans Social History of
Ahora bien, mientras éste fue el caso de algunas regiones de la Inglaterra del Tudor and Stuart England (pág.
70-89). Cambridge: Cambrid-
siglo XV o XVI, y también de otros lugares, en algunas latitudes mediterráneas
ge University Press.
la estructura agraria vigente prohibió o restringió seriamente la alternativa de
una manufactura rural. En la Toscana, al menos, no faltaba pobreza rural, pe-
ro la estructura agraria y las características mismas de la explotación agraria
dominante –el podere mezzadrile– no dejaban lugar para una hipotética activi-
dad industrial de carácter complementario; no ofrecían a los mercaderes y a
los pañeros un trabajo manufacturero lo suficientemente barato. El podere era
una explotación agraria policultural (se hacía de todo: cereal, viña y vino, oli-
vo y aceite, hortalizas, legumbre, ganado) caracterizada por una gran intensi-
dad de trabajo. El propietario urbano procuraba exprimir al máximo la capa-
cidad laboral de la familia de masoveros que habitaba allí, de tal manera que
no hubiera "ociosidad" de la mano de obra. En la Toscana, y también en otras
latitudes, el resultado fue entonces una desindustrialización�urbana�sin�in-
dustria�rural.

Lecturas complementarias

Podéis ver Paolo� Malanima (1980). "Industria e agrocioltura in Toscana tra Cinque e
Seixento", Studi Storici (núm. 2, abril-junio, pág. 281-309) y su monografía florentina La
decadenza di un'economia cittadina. L'industria di Firenze nei secoli XVI-XVIII (Bolonia: Il
Mulino, 1982).
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3. El "retorno a la tierra" de la burguesía


mediterránea: las villas de Paladio

En venecia, el "retorno a la tierra" de la burguesía urbana se tradujo en una


espectacular colonización de tierra firme, que implicó costosas obras de dre-
naje y roturación, y que culminó, en la segunda mitad del siglo xvi, con las
célebres villas de paladio.

Asimismo, conviene hacer notar que lo que hoy admiramos como una obra Lectura complementaria
de arte (la simetría y el frontón clásico, la estatuaria, los jardines pulcros) era,
Podéis ver la monografía clá-
en la época, una auténtica y eficiente explotación agraria, rodeada de campos, sica de James�S.�Ackerman,
huertas y tierras de labranza. El conjunto residencial incluía dependencias y Palladio (Madrid: Xarait Edi-
ciones, 1981 [1966], espec.
anexos de todo tipo: graneros y almacenes, establos para los animales, estan- cap. 2).
cias para los trabajadores y galerías porticadas y alargadas con el fin de res-
guardar los utensilios agrícolas. El cuerpo central era la parte noble, porque a
diferencia de algunas villas romanas de veraneo, las paladines de Tierra Firme
eran el primer o principal hogar de un auténtico hacendado o aristócrata rural,
que supervisaba las cosechas y el trabajo de sus aparceros y trabajadores.
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4. La sociedad europea de la época moderna: ¿una


sociedad de órdenes o de clases?; un debate

La discusión sobre la naturaleza de la sociedad europea de la época moderna –


sociedad de órdenes o sociedad de clases– ha dividido reiteradamente a los his-
toriadores. El debate viene de lejos. Una bibliografía mínima debería tener en
cuenta algunas discusiones colectivas de los años sesenta como las siguientes:

• R. Mousnier (1968) (ed.). Problèmes de stratification sociale. París. Es un co-


loquio de 1966.

• E. Labrousse (1973) (ed.). Ordres et classes. París. Es un coloquio de 1967.


Existe traducción castellana: C. E. Labrousse y otros (1978). Órdenes, esta-
mentos y clases. Madrid: Siglo XXI.

• R. Mousnier (1969). Les hiérarchies sociales de 1450 à nos jours. París. Las
ideas de Mousnier se pueden consultar igualmente en el primer capítulo
de otro libro del autor: Furores campesinos. Los campesinos en las revueltas
del siglo XVII (Madrid, Siglo XXI, 2.ª ed., 1989).

Y más recientemente tenemos la obra siguiente:

• M. L. Bush (1992) (ed.). Social Orders & Social Classes in Europe since 1500:
Studies in social stratification. Londres: Longman.

Además, la discusión debería incorporar la historiografía germánica reciente-


mente recuperada y sus advertencias sobre la exactitud y el rigor del vocabu-
lario. Según estos autores, la sociedad europea de la época moderna sólo se
puede describir e interpretar correctamente con los términos o el vocabulario
social de aquella sociedad (y no de la nuestra); es decir, órdenes y estamentos,
pero no clases. Así se advierte en los libros siguientes:

• Otto Brunner (1991). Estructura interna de Occidente. Madrid: Alianza.

• Dietrich Gerhard (1991). La Vieja Europa. Factores de continuidad en la his-


toria europea (1000-1800). Madrid: Alianza.
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5. El corporativismo: lenguaje y lógica

El corporativismo –ya lo hemos dicho– era una forma ideal de concebir y or-
denar la sociedad. En el origen de este orden ideal hay todavía, y en pleno si-
glo XVII incluso, el�imaginario�del�feudalismo: la división trifuncional entre
oratores (los que ruegan o rezan), bellatores (o guerreros) y laboratores (o traba-
jadores y campesinos), que se impuso o se reanudó en el siglo XI, a raíz de
la "revolución feudal", según Georges Duby (Los tres órdenes o lo imaginario del
feudalismo, Madrid-Barcelona, Petrel, 1980). Si las categorías pueden cambiar o
incluso multiplicarse en el transcurso del tiempo, el principio mismo perma-
nece, sin embargo, invariable. En el siglo XVI o XVII, igual que en el XI o XIV,
la sociedad se concibe como un agregado de funciones específicas y distintas,
jerarquizadas (porque unas son más importantes o reputadas que otras, como
rezar respecto a guerrear, y guerrear, a su vez, a trabajar), pero al fin y al cabo
todas imprescindibles (nadie sobra, porque, mirándolo bien, ¿qué sería de los
señores y de los eclesiásticos sin el humilde trabajo de los campesinos?).

Ahora bien, este modo de ver las cosas (o de concebir la vida en sociedad) tenía
sus (y bien serias) implicaciones. En primer lugar, el orden ideal, la comunidad
y el "bien común" piden una desigualdad social tajante. Lo contrario sería tan
"antinatural" como inoperante o destructivo: si todo el mundo hace una mis-
ma cosa (guerrear, por ejemplo), ¿quién satisfará las otras necesidades sociales
(trabajar, rezar)?; si todo el mundo realiza una misma función, la sociedad,
simplemente, no es posible. Sin embargo, por eso mismo, en una sociedad pa-
recida, la cooperación mutua es un auténtico imperativo, pues el orden ideal
o la armonía social sólo pueden ser el resultado de la cooperación de personas
y de funciones diferentes. Así pues, máxima desigualdad pero también máxi-
ma cooperación, tal como sucede con el caso del cuerpo humano, donde hay
una cabeza y unos miembros que han de trabajar al mismo tiempo y sincopa-
damente.

Lo explicaba bastante bien el menor o franciscano catalán Francesc�Eiximenis


(c. 1330-1409) hacia finales del siglo XIV:

"[La] cosa pública és alguna comunitat de gents ajustades e vivents sots una mateixa llei, e
senyoria e costumes [...]cascuna aital comunitat deu ésser composta de diverses persones
ajudants l'una a l'altra segons llurs necessitats [...] [car] per experiència apar que havem
mester moltes e diverses coses, així com menjar, beure, vestir e calçar, e així de les altres
coses, les quals no pot cascú fer per si mateix. E per tal, en la cosa pública la un ajuda
a l'altre [...]"

Consecuentemente:
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"tots los hòmens de la comunitat no poden ésser eguals [...] car [...] com les dites diverses
necessitats dels hòmens requeren ajudes d'oficis no eguals, apar que los hòmens no són
eguals d'oficis en llur estament [...] car la necessitat que requir que sia l'hom ajudat per
justícia no és així egual a la necessitat que requir que l'hom sia ajudat en fam ni en set.
Car a la primera necessitat ha mester aquell qui manté justícia, així com és aquell qui té
senyoria, e a la segona és bastant un pagès, o flequer o taverner, los quals no són eguals
a aquells qui han a sostenir justícia [...]"

Hasta aquí estamos todavía en el terreno de la división social del trabajo. En


el origen de la jerarquización social y política hay, sin embargo, oficios o fun-
ciones diferentes:

"la cosa pública [doncs] és composta sumàriament de tres estaments de persones, ço és,
de menors, mitjans e majors. E aquesta composició aital és així com un cos humanal [és]
compost de diversos membres; e així ho diu sant Pau, Ad Romanos, XII [...] «que així com
diverses membres fan un cos qui han diversos oficis en l'hom, així diverses persones e
oficis ajustats fan un cos e una comunitat [...]» [de tal manera] que en la cosa pública
havia cap, e aquest és aquell qui ha lo regiment o senyoria; los ulls e les orelles són los
jutges e els oficials; los braços són aquells qui defenen la cosa pública, ço és los cavallers
e los hòmens d'armes; lo cor són los consellants; les parts generatives són los preïcants e
informants; les cuixes e cames són los menestrals; los peus que calciguen la terra són los
pagesos qui la colren e l'exerciten per llur ofici tostemps".

La analogía orgánica o antropomórfica (asimilación del "cuerpo" social al cuer-


po humano) no era sólo una manera más o menos ingeniosa o didáctica de
concebir la convivencia en sociedad, sino una manera, al mismo tiempo, de
incentivar la cooperación entre los distintos "miembros" del "cuerpo" social o
de inhibir, en suma, la rebeldía social:

"tanta és l'amor que té l'un membre a l'altre que la un serveix així diligentment a l'altre,
que tot ço que aquell fa serveix als altres. Exemple n'havem car l'ull no solament veu a
si mateix anant, ans encara veu al peu [l'avisa, literalment] que no ensopec, e a la mà
que vaja a obrar, e a tot lo cos que es sàpia governar [...]. Així mateix, la llengua parla per
servei de tot lo cos, e la boca menja per sustentació de tot lo cos, e si massa menja fa mal
a tot lo cos, així com l'error de cascun membre torna a mal de tot lo cos. Semblantment,
pots veure que si la un membre sofir [pateix] mal, los altres se'n complanyen [...]. E si
a vegades, per ventura, un membre nafra a l'altre e li fa mal, lo membre ferit o nafrat
no demana venjança, ans tot lo cos està trist e es complany [...]. Pots així mateix veure
que un membre no ha enveja de bé ni d'ofici de l'altre, ni jamés la un membre no el vol
separar de l'altre; ans si la un membre és tallat del cors tots los membres e tot lo cors
tremolen, e s'esmaien e avorreixen aquella separació així quasi com a mort"

Todas las citas provienen de: Francesc Eiximenis. Lo Crestià Antología a cargo
de Albert Hauf. Barcelona: Edicions 62/"la Caixa". Col. Les millors obres de la
literatura catalana, núm. 98, pág. 192-194, cap. CCCLVII y CCCLVIII del libro
Dotzè del Crestià.

Asimismo, las implicaciones de la doctrina "corporal" o corporativista no aca-


ban aquí. En una sociedad (o concepción social) como ésta no se proscribe
sólo la rebelión, sino que incluso la mera movilidad�social es sospechosa o
incluso claramente condenada, al menos inicialmente. No sólo porque todo
el mundo debe resignarse a ocupar el lugar que le corresponde y que, como
decían Eiximenis y otros tratadistas, era resultado no del destino, sino de la
explícita voluntad divina:
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"que cascú se tingués per pagat de l'estament a què Déus l'havia apellat, e li'n faés gràcies,
cogitant que no és sens gran causa que Déus haja elegit aquest a aquest treball, e no
aquell" (Ibid., pág. 284).

Pero, además de ir contra Dios, la movilidad social, el cambio de estamento y


de función, introducía un principio de confusión que amenazaba con derivar
hacia el caos o el desenfreno: hacia una auténtica Babel social.

Finalmente, en una sociedad (o concepción social) de este tipo, "hacer�justi-


cia", atributo soberano por excelencia, no podrá significar otra cosa que velar
por el mantenimiento de la desigualdad social: literalmente, "dar a cada uno
lo que es suyo" (o que le corresponde por estamento, que es aproximadamen-
te lo mismo). Y velar, además, por su correlato: la cooperación entre funcio-
nes, órdenes y clases diferentes de personas. Entonces, la sociedad se describe
(tanto en el siglo XIV como antes y después) como una sucesión de órdenes
y estamentos, del más noble hasta el más humilde, y todos perfectamente (es
decir, jerárquicamente) trabados. Es lo que hace Andreu�Bosch, un jurista de
Perpiñán, en un tratado de comienzos del siglo XVII, titulado Sumari,�índex�o
epítom�dels�admirables�i�nobilísims�títols�d'honor�de�Catalunya,�Rosselló�i
Cerdanya, publicado en Perpiñán en 1628 (ed. facsímil, Barcelona-Sueca, Ed.
Curial, 1974).

Igual que Eiximenis doscientos años antes, Bosch multiplica las razones orgá-
nicas o providencialistas de la división en órdenes de la sociedad:

"Les causes que obligaren tant als primers mortals, com als successors, de formar estats
differents, y títols de honor majors y menors, foren [...] per imitació y semblança de la
obra de la creació del univers [...] seguir lo mateix home son instinct natural que apeteix
y té per propi y de sa naturalesa differenciarse [...] [l']exemple de totes les demés coses
creades racionals, y irracionals, inanimades [...] que tingué lo mateix home per espill,
llum y guia, majorment la sua formació, y figura [...] y en particular les parts de son cos
que serveixen de ensenyansa [...] los exemples de les Abelles, Grues y altres, que honrran y
respectan a una com a superior [...] les differències que segons la natura se amostran, [per]
exemple del or en comparació del ferro [...] la necessitat precisa tingueren los governs [...]
y governats de formar y crear certs estats majors y menors [...] amostrant clarament la
experiencia que altrament fora estat impossible sustentarse [...]" (pág. 13, libro I, cap. 10).

Así pues, por sus páginas desfilan los diferentes estados o estamentos, de más
a menos, y cada uno con sus "títulos" o privilegios específicos. Los nobles, por
supuesto, los acumulan de todo tipo: según Bosch, además de las exenciones
fiscales, o del derecho de llevar armas, hay mucho de carácter judicial y penal,
como:

"Les promeses de ells se tenen per cumplides. En fet propri se'ls dóna crèdit. La paraula
de ells val prova. Lo testimoni és de més fe que [el] del innoble [...]. Si no és per delictes
gravíssims no poden ésser capturats [...]. No poden ésser capturats per deutes civils. Deuen
ésser punits menys que els altres. No poden ésser punits ab penes vils com assots, penjar ni
altres. No poden ésser atormentats ab torments de plebeyos. No poden ésser convinguts
a pagar sinó quan poden, llevat no.ls falte lo necessari [...]. En [cas de] dupta se ajuda y
affavoreix a la noblesa" (Ibid., pág. 69, libr I, cap. 14, epígrafe II).
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Otros pueden parecer anecdóticos, pero no menos significativos. Cualquier


excusa es buena con el fin de suscribir la superioridad de este estamento. Así,
"en los públichs hostals han de precehir als ja hospedats..." (Ibid.).

Además, los nobles no son en absoluto los únicos que disfrutan de privilegios
en la sociedad del Antiguo Régimen. Doctores en derecho o medicina, merca-
deres y negociantes, y los denominados "ciudadanos honrados" o prominentes
también los tenían; igual que (aunque más que) el llamado (por Bosch mismo)
"lo tercer y últim estat, y mà menor", es decir, algunos mercaderes y notarios,
pero sobre todo (cuantitativamente) los campesinos (gruesos) y los menestra-
les (o maestros gremiales, para ser más exactos) de todo tipo. Dentro de este
último estamento, sin embargo, también había categorías y subcategorías. Del
"arte del Campesino", Bosch nos dice "que ha de ser posada en primera esti-
mació y honrra per ésser los exercints aquella los membres més principals y de
major importància per conservació de les Repúbliques", lo cual significa que
Bosch tiene una opinión mejor del campesinado y la "rusticidad" que Eixime-
nis, que les dice de todo (Ibid., pág. 426, libro III, cap. 11). De los menestrales u
"officis de les arts mecàniques" de su villa de Perpiñán dice que tienen muchos
privilegios, que "puch assegurar [que] si tenia de referirlos, tindria de fer un
particular llibre, majorment dels officis de Parayres y T[e]ixidors..." (Ibid.).

Naturalmente, muchos de estos privilegios menestrales o populares nos pue-


den parecer poca cosa; al menos, por comparación con los otros estados o es-
tamentos. Pero es por comparación como acaban siendo valiosos. Porque el
orden estamental ideal no�incluía�a�todo�el�mundo. Algunos individuos (y
a menudo, muchos individuos) eran o demasiado pobres o demasiado libres
(sin vínculos corporativos de ninguna clase, lo que a menudo no era ninguna
ventaja) para formar parte de ella. La población migratoria, que iba de un lugar
a otro en busca de trabajo, los inmigrantes que llegaban y se instalaban episó-
dicamente en la ciudad, los vagabundos rurales y otros desclasados, quedaban
al margen de la sociedad ordenada o corporativa: eran la marginalidad en el
sentido estricto de la palabra. Bosch mismo señala explícitamente, y para al
caso de las tierras rosellonesas: la gente "de prosàpia de Jueus, los vagabundos,
Gitanos, delinquents, viciosos... [i] molts numeros de vassalls obligats a servi-
tuts als senyors que de si amostran la poca estimació de ses persones..." (Ibid.,
pág. 12-13, libro I, cap. 9).

"Vasallos obligados a la servitud": el imaginario del feudalismo, todavía.

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