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31 de marzo de 2019
Historias no contadas sobre el ex presidente, a diez años de su muerte
Los radicales suelen apelar a la historia casi como una metafísica de la política. A
comienzos de los años ‘90, cuando el radicalismo buscaba integrarse a la Internacional
Socialista, un joven dirigente radical de Ensenada compartió un café con un joven no
radical interesado en la política exterior.
–Te entiendo –dijo el otro, que quiso avanzar un casillero–. ¿Pero te preocupa qué
cosa, exactamente?
–Y sí... Con Olof Palme asesinado y con Felipe González cada vez más liberal, para
ustedes no debe ser muy seductora la Internacional Socialista, ¿no?
–No me entendés porque no sos radical. Hipólito Yrigoyen fue neutralista. Yo estudié
por qué. Defendía el derecho a la paz de los Estados no beligerantes. ¿No nos
estaremos metiendo en algo que no es nuestro? ¿A vos qué te parece que opinaría Don
Hipólito?
La tensión
Más acá de la metafísica, sobre Alfonsín puede haber tantas lecturas como lectores.
Las miradas son infinitas. Una de ellas, una de tantas, es observar, en política exterior,
la tensión permanente entre la lectura de la correlación de fuerzas, la voluntad, los
triunfos, las derrotas y la tenacidad desde 1982 hasta 1987.
Desde 1982 y no 1983 porque Alfonsín leyó de manera realista la guerra de Malvinas.
Fundador y dirigente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, su
sector, el Movimiento de Renovación y Cambio, no dio funcionarios a la dictadura
como la Línea Nacional de Ricardo Balbín. Fue uno de los pocos políticos que no se
entusiasmaron con el desembarco militar en las islas. Después de la derrota, además,
vio la fisura del régimen y tomó envión. Convirtió a miles de no radicales en
alfonsinistas y le ganó la interna a Fernando de la Rúa, el pollo de Balbín. Radical
hasta el tuétano y hombre de partido, sin embargo llegó al liderazgo de la UCR con
una técnica movimientista. “Populista”, dirían hoy los despreciativos.
Ya en 1983, en la campaña contra el peronista Italo Lúder, hizo eje en la democracia.
Terminó cada acto recitando el Preámbulo. Le adosó la democracia social: con
democracia se come, se educa y se cura. Buscó y consiguió una parte del voto
peronista cuando definió al enemigo como la encarnación de un supuesto pacto
sindical-militar. Prometió juzgar a los comandantes por las violaciones a los derechos
humanos mientras su contrincante había dicho que no revisaría la autoamnistía militar.
El 30 de octubre ganó por 51,75 por ciento contra 40,16. Una victoria limpia que
incluyó la provincia de Buenos Aires. Ahí estaba parte del voto obrero peronista. El
voto radical se lo aseguró también en Buenos Aires, en la Capital y en Córdoba, que
fue central en su estrategia: el chaqueño Luis León no se quedó sin la vicepresidencia
por los méritos ideológicos de Víctor Martínez. Quedó afuera de la fórmula porque
Martínez era cordobés.
Comprendió que no habría liquidación del Partido Militar sin democracia estable en la
región. Uruguay era una dictadura desde 1973. También desde 1973 dominaba
Augusto Pinochet la vida y la muerte en Chile. Alfredo Stroessner reinaba desde 1954
en Paraguay. Los militares en Brasil, desde 1964. Solo Bolivia tenía un presidente
constitucional, Hernán Siles Zuazo.
Esa situación no varió hasta marzo de 1985, con la vuelta de la democracia en Brasil y
Uruguay. Hasta ese momento Alfonsín se concentró en desmontar el peor frente, el de
los conflictos limítrofes con Chile, que un Pinochet en medio de su peor crisis
económica también necesitaba apaciguar. Negoció con Santiago el fin del litigio del
Beagle. Lo complementó con un plebiscito no vinculante el 25 de septiembre de 1984.
Fue una jugada de gran contenido interno. Por un lado le quitaba al Partido Militar
una coartada presupuestaria y de poder. Por otro lado ayudaba al incipiente peronismo
crítico, a punto de convertirse en Peronismo Renovador, a que se separase del
paleojusticialismo encarnado por el senador Vicente Leónidas Saadi. Aunque no era
obligatorio, el plebiscito convocó al 70 por ciento del padrón. La paz definitiva fue
aprobada por 80 por ciento contra 17 por ciento. Aplastante.
El 85
En marzo del 85 un Alfonsín entonado le discutió en público a Ronald Reagan el
apoyo norteamericano a los contras antisandinistas, articulados con los grupos de
tareas de la Argentina. El vice de Reagan, George Bush padre, aprendió a odiar a ese
bigotudo contrera que peleaba en los jardines de la Casa Blanca. Pero no trasladó la
falta de confianza a un plan de desestabilización. Washington no destrababa la
negociación de la deuda externa, con lo cual perjudicaba al Gobierno argentino y, a la
vez, no estimulaba un golpe contra Alfonsín. E incluso después desalentaría a los
carapintadas de Aldo Rico. Estimulado por el regreso democrático en Brasil y
Uruguay (marzo del ‘85) el Presidente pudo acelerar los procesos contra los militares.
El 22 de abril de 1985 se celebró la primera audiencia pública del Juicio a las Juntas a
cargo de la Cámara Federal porteña. Había llegado, al fin, el turno de la Justicia civil.
El mismo 1985 fue un año virtuoso más allá del Cono Sur. Brasil, Uruguay y la
Argentina, junto con Perú, formaron el Grupo de Apoyo a Contadora para ayudar a
México, Colombia, Venezuela y Panamá en la solución de la crisis de América
Central. La intención de los ocho no era transformarse en una instancia de
intervención adosada a los Estados Unidos sino en un canal que evitara esa
intervención, tanto directa como indirecta.
El final
Desde 1987 el desgaste limó a Raúl Alfonsín. Sufrió una pérdida importante de
credibilidad por la Ley de Obediencia Debida tras el alzamiento de Semana Santa.
Alfonsín nunca había planteado juzgar a todos los represores. Pero desde la Semana
Santa y desde la Obediencia Debida quedó estampado en público, como un sello, que
él limitaba el juzgamiento no porque volvía al principio sino porque no se había
impuesto a la rebelión carapintada que encabezaron los oficiales de inteligencia, es
decir los torturadores de los campos de concentración.
La crisis económica resultó indomable. Fue derrotado en la provincia de Buenos Aires
por el peronismo renovador de Antonio Cafiero.
El sueño de negociar la deuda junto con México y Brasil se desvaneció cuando los
acreedores lograron ampliar el trío y llenarlo de otros preotagonistas que hicieron de
quintacolumna. No siempre más es más.
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