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La política como asunto público

Camilo Castiblanco Torres

Maestría en Estudios Políticos

2019

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Cuando hablamos de la palabra política son muchas las acepciones que nos ocupan en la

investigación que deseamos realizar. Recordamos nociones clásicas como el ζῷον πολῑτῐκόν

que sin lugar a dudas, constituye la manera de demostrar que por naturaleza somos seres

políticos, es decir, nos interesa participar de asuntos comunitarios.

Y esto considero que es real porque cuando hay un asunto acerca de los recursos propios de

una localidad o territorio deseamos que sean utilizados de manera eficiente: las vías terrestres

que conducen a nuestro trabajo o de una región a otra, estaría mejor si presentarán una malla

vial adecuada, facilitarán el acceso o agilizan el tránsito. Los asuntos políticos no derivan de

una lógica deductiva, de leyes puras aplicadas a un particular o como tema de una revista

especializada en economía. Ciertamente también hacen parte de sus aristas, pero de lo que se

trata quizá, en los términos aristotélicos, es preguntarse por cuestiones como ¿en cuántos

barrios debe estar distribuido el sector de la ciudad para que los recursos educativos,

hidroeléctricos, entre otros puedan satisfacer las necesidades de la población civil? Entonces,

para esto Aristóteles recordaba en su Política que la concepción antropológica del hombre

político tiene en consideración que la noción griega de la vida, era una concepción que hacía

de la polis la unidad constitutiva y la dimensión completa de existencia. Por lo tanto, en el

vivir político y en la politicidad los griegos no veían una parte o un aspecto de la vida, sino

la veían en su totalidad y en su esencia.

El vivir político en y para la polis era al mismo tiempo el vivir colectivo, el vivir asociado y

más concretamente el vivir en comunidad. Así que, esto es lo que se intenta decir: cuando se

tiene una relación cercana con el pensamiento político, se tiene a su vez una cercanía con la

ley y la justicia. Además, posee en su carácter una orientación precisamente hacia la virtud,

el bien común o la justicia. Justicia es un vínculo de los hombres dentro de los estados, puesto

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que la administración de la justicia, que consiste en la determinación de lo que es justo, es el

principio del orden dentro de la sociedad política. En tal sentido el deseo de justicia es el

mismo deseo de igualdad que da origen al sentido revolucionario

“el sentimiento revolucionario es el deseo de igualdad, cuando los

hombres consideran que son iguales a otros que no poseen más que

ellos; o también el deseo de desigualdad y superioridad cuando, al

conceptuarse a sí mismos como superiores, creen que ellos poseen no

más, sino lo mismo o menos que sus inferiores… entonces, en las

oligarquías las masas emprenden revoluciones con la idea de que se

encuentran tratadas injustamente, porque son iguales y poseen idéntica

participación, y en las democracias los notables se rebelan, porque no

son iguales, y sin embargo solo poseen una participación igual.” 1

Es claro, la postulación de la necesidad natural del Estado y su superioridad sobre el

individuo, de no ser así, entonces debería admitirse que el individuo pudiera bastarse a sí

mismo, aislado del todo como del resto de las partes. Pero aquel que no puede vivir en

sociedad y que en medio de su independencia no tiene necesidades no puede ser nunca

miembro del Estado. Esto implica la posible presentación de una jerarquía del poder, una

naturaleza en la cual se cuenta que en la necesidad de la conservación hay unos que son para

mandar y otros para obedecer. El hombre poseído de razón y de previsión manda como

1
Jowett, Benjamin. The basic Works of Aristotle. Nueva York, Random House, 1941. Pág. 34

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dueño, así como también que el ser capaz, por sus capacidades corporales, de ejecutar las

órdenes, obedezca como esclavo y de esta suerte, el interés del señor y del amo se confunde.

La perspectiva de la administración del poder en el que lo sub pasa a la supra-ordenación de

la vida social es evidente. La verticalidad de la gobernanza deriva una de sus implicaciones

como diminium politicum.

“La autoridad se enaltece tanto cuanto lo hacen los seres que la ejercen

o a quienes ella rige. La autoridad vale más en los hombres que en razón

directa de la perfección de los obreros, y una obra se realiza dondequiera

que se hallan la autoridad y la obediencia. Estos dos elementos la

obediencia y la autoridad se encuentran en todo conjunto formado de

muchas cosas que conspiren a un resultado común aunque por otra parte

estén separadas o juntas.”2

De esta manera pues se desea expresar que las diferentes visiones que se fundamentan en

perspectiva vertical del poder encubren la falta de participación democrática de los sujetos

políticos o de la subjetivación. Pues se comprende que unas de las premisas básicas es la de

que una democracia no constituye solamente, ni siquiera principalmente, un medio por el cual

diferentes grupos pueden conseguir sus fines, o aspirar a una sociedad justa; sino que es

precisamente la sociedad justa en acción. Tan solo el tomar y dar de las luchas internas de una

sociedad libre ofrece algunas garantías de que los procesos de ella no se acumularan entre las

manos de pocos que detentan el poder, y de que los hombres pueden evolucionar. Es cierto,

que la democracia en realidad necesita instituciones que respalden el conflicto y el desacuerdo,

2
Aristóteles. La política. Ediciones universales. Bogotá. 1995. Pág. 32

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así como otras que mantengan la legitimidad y el consenso. Sin embargo, la democracia

presenta rasgos de padecimiento y los escenarios políticos en el mundo occidental que nos

llenan de optimismo declinan marcadamente en conflictos, si acaso, intelectuales y queda

relegada “la lucha” a grupos de representantes de valores diferentes.

Es pues de notarse que la lucha por el poder, su participación e influencia esta siempre

materializada en tanto, los individuos, grupos y clases como por el poder que manda y los

ciudadanos que sustentan. Es apetecible el poder en la naturaleza humana porque con ella nos

hacemos onerosos, causa prestigio, beneficios y placeres. Por consiguiente, el poder es una

fatigable lucha por encontrar en el escenario de lo público “un puesto” que legitime la oratoria

disfrazada de importancia parlamentaria o de administración ministerial. Se impregna pues de

poder el interior de una sociedad global que a su vez presenta una rivalidad entre los individuos

y que compete a discusiones tan marcadas como la localidad, la región, lo nacional, las clases,

la raza o naturalmente una ideología.

Los ciudadanos no pueden desvirtuarse del poder de sujeción social del orden establecido. El

ostentar el poder y padecerlo son las antítesis de los ciudadanos que lo encarnan y lo hacen

un hecho social. La colectividad, las comunidades se van destituyendo o heredando para que

surja una nueva clase dominante y por lo tanto el Estado sigue estando en manos de una

minoría. Lo que enfrenta a estos grupos espontáneos sociales es el deseo por la satisfacción

de sus demandas (sociedades más civilizadas) y dicho de manera llana es la resolución de sus

conflictos. El antagonismo descrito entre los gobernantes y los gobernados es solo una pareja

trillada en el escenario político. Detrás de estas relaciones sociales y relaciones de poder

subyace una trama (por ejemplo, el Estado profundo) que mueve los hilos de una supra-

estructura (estructuras socioeconómicas para dar un ejemplo muy propio del maxismo). La

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resistencia a estos modelos de producción robustecidos por la técnica y la tecnología se

legitiman en una forma o Estado el cual es opresor por naturaleza como se concibe desde el

liberalismo “el mejor puesto” que se ocupa en la vida pública compete a rasgos que se han

inducido y gobierna en los occidentales unos factores esencialmente psicológicos.

“el poder es corruptor porque permite a los gobernantes saciar sus

pasiones en detrimento de los gobernados. El poder corrompe y el

poder absoluto corrompe absolutamente” 3

Al fijarnos en la naturaleza humana no nos sorprende que un hombre que puede en un

momento dado poder realizarlo todo pueda perder el control y saciar sus apetitos sacrificando

con ello el sentido de la justicia. Es claro que mientras las sociedades aparecen menos justas

las necesidades aparecen como mayores y por tanto, las ventajas y oportunidades

disminuyen. El poder y triunfo son un mismo lado de la moneda que mueve la psicología del

hombre politicus. Se nos presenta pues una sociedad de la abundancia en la que solo los que

gozan de ella viven el poder y ejercen a su antojo. Encontraremos pues una manera en que

los diferentes fenómenos sociales nos inciten o si es el caso nos indignen a fin de luchar por

fisurar el orden establecido que es síntesis de toda despolitización e inmovilismo.

Axel connet apatía politica

Democracia deliberativa

Ciudadano deliberativo

La republica de platon de badiu

En busca de la politica – zigmund baumand – agenciamiento.

3
Duverger, Maurice. Introducción a la política. Editorial Ariel. Barcelona. 1982. Pág. 43

6
La diaforizacion de la moral – bauman – perdida de la politica.

Marta nos vaun

Emociones y politica.

Laclaxon

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