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Populismo hormonal

Por José William Pérez Jiménez

Resulta que, en el Perú, la violación sexual es una cuestión de testosterona. Para este populismo,
las políticas del Estado deben girar alrededor de la castración química y así inhibir la producción
hormonal. Esta fórmula del desarrollo, por ejemplo, podría implementarse a punta de ampolletazos
para disminuir la producción de la hormona leptina y… ¡Zas! Asunto arreglado: en adelante, habría
menos hambre. En esa línea, ¿por qué no hacer lo mismo con la hormona dopamina de nuestros
congresistas y, así, disminuir, los congresistas durmientes?

Supongamos que la castración química tiene algún beneficio en casos de violación sexual (cosa que
no es así), ¿tiene sentido que se castre a quien estará el resto de su vida en cadena perpetua (la
propuesta legislativa aprobada por el Congreso, así lo consigna), pero que no se castre aquel
violador que años después saldrá de prisión? En esta propuesta, avalada por diversas fuerzas del
Congreso, adolece de un mínimo de coherencia. ¿Tal vez sea necesaria la castración química que
disminuya los niveles de imbecilina (hay poderosas razones para sospechar de su existencia)?

Las violaciones sexuales en nuestro país es una cosa seria y no merece este circo. El Perú es tercer
país con más cantidad de violaciones, en donde el número mayor de víctimas son mujeres menores
de edad, habiendo ocurrido la mayor cantidad de estas violaciones en el entorno inmediato (familia,
conocidos) de las víctimas. Crímenes que, en mucho casos, cuentan con un camino de impunidad
facilitado por las instituciones del Estado que deben velar por justicia y la dignidad de las persona,
más aún si son menores. Crímenes que cuentan con el aval social para reproducir el sexismo y el
machismo como paradigmas de comportamiento, a la vez que vilipendia a los derechos humanos.
Problema que, con la complicidad del populismo hormonal de muchos congresistas, podría gravarse
mucho más.

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