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BASES GRECOLATINAS DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL:

POLÍTICA Y RELIGIÓN

Textos Imperio

J. Freedland, “EEUU, la Roma del siglo XXI”, The Guardian 20/9/2002


La palabra del momento actual es imperio (…) Lo que resulta sorprendente, y
mucho más novedoso, es que la noción de imperio norteamericano se ha
convertido, súbitamente, en motivo de un vivo debate dentro del propio país.
No sólo entre los liberales de corte eurófilo, sino a todo lo largo y ancho del
espectro político, desde la izquierda hasta la derecha más conspicua.

En los últimos tiempos, por ejemplo, un liberal disidente como Gore Vidal,
quien ha titulado su más reciente recopilación de artículos sobre EEUU El
último imperio, ha encontrado un gran aliado en el columnista conservador
Charles Krauthammer. A principios de este mismo año, Krauthammer afirmaba
en el rotativo The New York Times: «El hecho cierto es que ninguna otra nación
ha ejercido un mayor dominio cultural, económico, tecnológico y militar en
toda la Historia del mundo desde la época del Imperio romano».

La idea de que EEUU es una especie de Roma del siglo XXI está ganando
terreno, cada día más, en la conciencia de aquel país. La revista The New York
Review of Books ilustraba recientemente un artículo sobre el poder de EEUU con
un dibujo de George Bush disfrazado a la manera de un centurión romano,
incluso con lanza y armadura. A principios de este mes, la emisora de radio
WBUR de Boston, titulaba un programa especial que emitió sobre el poder
imperial de EEUU Pax Americana, parafraseando la conocida expresión latina
Pax Romana. Tom Wolfe ha escrito que Norteamérica es «en la actualidad la
potencia más poderosa sobre la Tierra, tan omnipotente como la Roma de Julio
César».

Pero, ¿es correcta esta comparación? ¿Son los norteamericanos unos nuevos
romanos? En el transcurso del rodaje de un documental que he hecho
recientemente sobre los acontecimientos ocurridos durante los últimos meses,
hice esta misma pregunta a un grupo de personas extraordinariamente
cualificadas para contestarla. No se trataba de expertos en estrategias de
Defensa de EEUU o en política exterior norteamericana, sino de los
historiadores británicos más importantes en el campo de la Historia del Mundo
Antiguo. Todos conocen Roma a la perfección y todos ellos, sin excepción, se
sienten absolutamente anonadados ante las enormes similitudes existentes
entre el imperio actual y el imperio de entonces.
La más obvia de dichas similitudes estriba en su sobrecogedora fuerza militar.
Roma era la superpotencia de su tiempo y se enorgullecía de tener un ejército
con el mejor entrenamiento, dotado del mayor presupuesto y con el mejor
equipamiento militar que el mundo hubiera visto jamás. Ningún otro ejército se
le acercaba ni de lejos. EEUU es ahora una potencia dominante igual que lo era
Roma (…)

Existe una notable diferencia entre ambos imperios. Y es que, aparte de los
casos peculiares de Puerto Rico y la isla de Guam, EEUU no tiene colonias, en el
sentido formal del término, tal y como los romanos siempre tuvieron (…) EEUU
tiene bases militares (…)

La lección primera del manual romano para el éxito imperial consiste en poner
de relieve que no es suficiente con disponer de una gran fuerza militar: el resto
del mundo debe conocer la existencia de dicha fuerza. Y también temerla. A
estos efectos, los romanos utilizaron la técnica propagandística más
característica de su tiempo -los combates de gladiadores en el Coliseo- para
demostrar al mundo lo duros que eran. En la actualidad, la cobertura de 24
horas al día que ofrecen los telediarios sobre operaciones militares de EEUU
-incluyendo vídeos de seguimiento de bombas inteligentes hasta alcanzar sus
objetivos- o las películas de Hollywood se utilizan para idéntica función.

Como los romanos, los norteamericanos son muy conscientes de la enorme


trascendencia que tiene la tecnología. Para los romanos, la tecnología se
centraba, fundamentalmente, en la construcción de sus famosas calzadas, unas
vías que permitían el desplazamiento de sus tropas por todo el imperio y el
abastecimiento de éstas a unas velocidades jamás imaginadas hasta entonces
(…) En nuestro mundo de hoy en día, a aquellas calzadas las han venido a
sustituir las superautopistas de la información. Internet también comenzó
siendo una herramienta para uso militar concebido por el Departamento de
Defensa y en la actualidad se ha convertido en el mismísimo corazón del
comercio norteamericano.

Por otra parte, y a lo largo de todo este proceso imperial, el inglés se está
convirtiendo en el latín de estos tiempos: la lengua que se habla en todo el
mundo (…)

Las mayores conquistas de Roma no fueron a punta de lanza, sino que para
ellas utilizaron todo el poder de seducción que ejercía sobre los pueblos que ya
había conquistado. Tal y como observaba Tácito a propósito de Gran Bretaña, a
los pueblos nativos parecían gustarles mucho las togas, los baños y la
calefacción central, sin darse cuenta de que todas esas cosas no eran sino los
símbolos de su «esclavitud».

Hoy en día, EEUU ofrece a los pueblos del mundo un paquete cultural de
similar coherencia, un conjunto de productos y servicios que son siempre lo
mismo donde quiera que uno los pueda consumir. Si bien en nuestros días ya
no hay togas ni luchas de gladiadores, sí que existen Starbucks, Coca-Cola,
McDonald's y Disney, bienes que se pagan con el equivalente contemporáneo
de los talentos romanos, es decir, con la divisa fuerte del siglo XXI, el dólar.

Roma tenía por costumbre atraerse a los herederos de las familias más
importantes de las naciones que conquistaba, a los que preparaba
concienzudamente para que, más adelante, gobernaran en sus países de origen
a favor, naturalmente, de los intereses romanos. Exactamente de la misma
manera que, en los tiempos actuales, las escuelas privadas de elite de
Washington están repletas de hijos de reyes árabes, presidentes suramericanos o
futuros líderes africanos, todos ellos pro-occidentales.

El sistema no funcionó siempre bien (…) Roma tuvo, incluso, su propio 11 de


septiembre. En el año 80 a. C., el rey helénico Mitrídates ordenó a sus súbditos
que mataran a todo ciudadano romano que se encontrara viviendo entre ellos,
señalando incluso una fecha concreta para proceder a las ejecuciones. Sus
súbditos hicieron caso estricto de dicha orden y asesinaron a 80.000 romanos
que residían en diferentes comunidades diseminadas por toda Grecia.

«Los romanos quedaron enormemente traumatizados cuando se enteraron de la


terrible noticia», comenta Jeremy Paterson, especialista en Historia de la
Antigüedad de la Universidad de Newcastle. «Ocurrió algo parecido a lo que se
decía en todos los periódicos de EEUU tras los atentados del 11 de septiembre.
Los romanos, atónitos, se preguntaban a sí mismos: "¿Por qué nos odian
tanto?"». (…)

La idealización mitológica norteamericana de su pasado -la presentación de los


padres fundadores de la patria, Washington y Jefferson, como titanes heroicos;
la representación, a modo de historieta folclórica, de los patriotas
norteamericanos lanzando por la borda los fardos de té en el puerto de Boston
en 1766, y la interpretación de la Guerra de la Independencia- era algo muy
típicamente romano. También aquel Imperio sintió la necesidad de crear un
pasado mítico protagonizado por grandes héroes, que para los romanos fueron
Eneas y la fundación de Roma. En ambos casos el propósito es el mismo:
demostrar que una gran nación no lo es por un simple accidente, sino que es
fruto de un destino claro y manifiesto.

Además, Norteamérica comparte con Roma la firme convicción de que está


llevando a cabo una sagrada misión encomendada desde lo alto. Augusto se
declaró a sí mismo hijo de un dios y colocó una estatua en memoria de su padre
de adopción, Julio César, sobre un podio al lado de las estatuas de Marte y
Venus (…)

Libro de Daniel II, 39-44


Después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo; y luego un tercer
reino de bronce, el cual dominará toda la tierra. Y el cuarto reino será fuerte
como el hierro. Y en los días de estos reyes el Dios del cielo suscitará un reino
que nunca será destruido, y ese reino no será entregado a otro pueblo.
Pulverizará y aniquilará a todos esos reinos y él subsistirá eternamente.

Pedro Mejía, Historia Imperial y Cesárea, p. 2: Ha poco menos de dos mil


trescientos años que se fundó Roma, y vive hoy.

Lex de imperio de Vespasiano


... o séale lícito (a Vespasiano) hacer un tratado con quienes quiera, tal como les
fue lícito al divino Augusto, a Tiberio Julio César Augusto y a Tiberio Claudio
César Augusto Germánico; y que le sea lícito reunir al Senado, hacer una
propuesta, tramitarla y publicar decisiones senatoriales a partir de esa propuesta y
su votación, tal como les fue lícito al divino Augusto, ...; y que, cuando se reúna el
Senado, a partir de su voluntad o autoridad, ... se tenga por legal todo lo que
disponga y se respete como si hubiese sido promulgado por una ley del Senado y
como tal se tenga; y que, a quienes, tras haberlo pedido al Senado y al Pueblo
romano, encomendare una magistratura, un cargo civil, un mando militar o un
encargo público, y a quienes diere o prometiere su aquiescencia, se tenga la
decisión por extraordinaria; y que le sea lícito agrandar los límites del pomerio,
modificarlos, cuando considere que es en beneficio del Estado, tal como fue lícito a
Augusto...; y que tenga derecho y potestad para llevar a cabo cualquier cosa que
considere que es por bien del Estado o en beneficio de las cosas divinas, humanas,
públicas o privadas...

Virgilio, Eneida I, 275-279


Después, contento con el rubio abrigo de la loba nodriza,
Rómulo continuará la estirpe, fundará las mavorcias
Murallas y los llamará romanos a partir de su nombre.
A éstos, ni límites ni plazos les pongo yo ara sus hechos:
Un mando sin fin les he dado.
Polibio, II, 6, 1-3
Algunos tratadistas de la historia de Aníbal, al querer señalarnos las causas
de la guerra en cuestión entre romanos y cartaginenses, aducen primero el asedio
de Sagunto por parte de los cartaginenses, y en segundo lugar su paso, en contra
de los tratados del río que los naturales llaman Ebro. Yo podría afirmar que estos
fueron los comienzos de la guerra, pero negaría rotundamente que fueron sus
causas, a no ser que alguien diga que el paso de Alejandro a Asia fue al causa de
su guerra contra el Persa...

Polibio, III, 28, 5-30, 4


Siendo esto así, sólo nos queda examinar y considerar a cuál de los dos
pueblos hay que atribuir la causa de la guerra de Aníbal (…) En el tratado que se
hizo sobre Sicilia figura escrito, como ellos reconocen, que aquella seguridad se
extendería a los aliados de los pueblos, (…) tanto a los antiguos como a los que se
recibieran más adelante (…)
Siendo esto así, era igualmente conocido que los saguntinos, muchos años
antes de Aníbal, se habían acogido a la protección de los romanos; la más patente
prueba de ello, y que aceptan los mismos cartagineses, consiste en que, habiendo
estallado una sedición entre los saguntinos, no acudieron a los cartagineses,
vecinos suyos y dueños de la Península, sino a los romanos, y por medio de éstos
consiguieron el restablecimiento de su gobierno. Por estas razones, si se admite
que la destrucción de Sagunto fue la causa de la guerra, tendrá que convenirse en
que fue injustamente que los cartagineses emprendieran esta guerra tanto por el
tratado de Lutacio, por el que se extendía a los aliados de ambos bandos la
seguridad pactada entre los dos pueblos, como por el de Asdrúbal, en el que se
convenía que los cartagineses no debían llevar la guerra allende el Ebro.

Cicerón, Sobre la república III, 35


En defensa de nuestros aliados nuestro pueblo se ha apoderado ya de
todo el mundo.

Cicerón, Sobre la república III, 23, 34 ss


No emprende la ciudad perfecta guerra alguna que no sea por lealtad a las
alianzas o por su propia seguridad (…) Son injustas las guerras que se acometen
sin causa, pues no puede haber guerra justa si no se hace a causa de castigo o
para rechazar al enemigo invasor… y no es justa si no se ha declarado y
anunciado, y si no se hace por reclamar la restitución de algo. ¿No vemos acaso
cómo la misma naturaleza da el dominio a los fuertes con gran utilidad de los
débiles? ¿Por qué, si no, manda dios en el hombre, el alma en el cuerpo, y la
razón sobre la concupiscencia, la ira y demás partes defectuosas de la misma
alma?

Polibio, XV, 10, 2


Les rogaba que recordaran las batallas pretéritas, que fueran hombres
valientes, a la altura de sí mismos y de la patria. Debían poner ante sus ojos que
si derrotaban al enemigo no sólo se convertirían en dueños inamovibles de
África, sino que se asegurarían para sí y para su país la hegemonía, el dominio
indisputado de todo el resto del universo.

Cicerón, Sobre la república III, 22, 33


La verdadera ley es una recta razón, congruente con la naturaleza, general
para todos, constante, perdurable, que impulsa con sus preceptos a cumplir el
deber (…) Tal ley no es lícito suprimirla (…) ni puede ser distinta en Atenas y en
Roma, hoy y mañana, sino que habrá siempre una misma ley para todos los
pueblos y momentos, perdurable e inmutable; y habrá un único dios como
maestro y jefe común de todos, autor de tal ley, juez y legislador.

Plutarco, Sobre la fortuna de Alejandro, 328d-329c


La admirada República de Zenón, fundador de la escuela estoica, nos
lleva a este punto esencial: que cada uno de nosotros no debería vivir separado
por nuestras reglas individuales de justicia en ciudades y demos separados,
sino que deberíamos considerar a todos los hombres como conciudadanos y
compañeros de demos, y que deberíamos llevar una vida en común con un
orden común, como un rebaño que paste junto en el mismo campo. Zenón lo
dijo así, imaginándolo como un sueño de buen orden filosófico; pero fue
Alejandro quien puso en práctica esas palabras. Pues no trató, como le había
aconsejado Aristóteles, a los griegos como hegemón y a los bárbaros como
gobernante absoluto, cuidando de los primeros como si fueran amigos y
parientes, y tratando a los segundos como si fueran plantas o animales...
Alejandro les ordenó que pensaran en toda la tierra habitada como en su
patria ... en los hombres buenos como su gente, y en los malos como extranjeros,
y que no distinguieran entre griego y bárbaro por la capa y el escudo, o por la
daga persa y la chaqueta de los medos; sino que juzgaran lo griego por la virtud
y lo bárbaro por la maldad, y que pensaran en las ropas o la comida o el
matrimonio o la forma de vida como común para todos, mezclados por la
sangre y la descendencia.
Elio Arístides, A Roma, 92-106
Como consecuencia del tamaño del Imperio forzosamente también nació
la experiencia, y a su vez, a consecuencia del conocimiento del arte del
gobierno, el Imperio creció de manera justa y conveniente. Y esto, de entre todo,
es lo que merece mayor atención y admiración de vuestra organización política,
la grandeza de la empresa, pues nada se le parece. Después de haber dividido
en dos partes a todos aquellos que están en el Imperio -y al decir esto me refiero
a toda la ecúmene- por una parte a todo aquel que fuese muy elegante, linajudo
y poderoso en cualquier parte, lo hicisteis ciudadano y hasta vuestro congénere,
mientras que el resto quedó como súbdito y gobernado. Y ni el mar ni toda la
tierra que se interponga impiden obtener la ciudadanía, y aquí no hay
distinción entre Asia y Europa. Todo está abierto para todos. Nadie que sea
digno de una magistratura o de confianza es extranjero, sino que se ha
establecido una democracia común a la tierra bajo el dominio de un solo
hombre, el mejor gobernante y regidor; todos se reúnen aquí como si fuera en el
ágora común, cada uno para procurarse lo debido.

Cicerón, Sobre los deberes II, 26-27


Hubo un tiempo en que el imperio del pueblo romano se sostenía sobre
los favores, no sobre los abusos; las guerras se hacían en defensa de los aliados
o en pugna por nuestra supremacía, y las consecuencias de las guerras eran
suaves o no excedían lo imprescindible; el Senado era refugio de reyes, pueblos
y naciones; nuestros magistrados y generales se esforzaban por obtener la gloria
máxima de una sola cosa: defender provincias y aliados con equidad y lealtad.
Aquello podría, pues, llamarse con más exactitud un “patronazgo” sobre el
mundo entero, que un imperio.

Epígrafe sobre la liberación de Grecia por Nerón (Acrefias, 67 d.C.).


El Emperador César proclama: puesto que quiero recompensar por su
favor y piedad a la nobilísima Hélade, invito a la mayoría de los habitantes de
esta provincia, en cuanto les sea posible, a que estén presentes en Corinto cuatro
días antes de las Calendas de diciembre.
Cuando la muchedumbre se hubo reunido en asamblea, pronunció el
discurso que a continuación se recoge:
Un don inesperado para vosotros, caballeros helenos, aunque nada es
impensable de mi magnanimidad, os otorgo graciosamente, un don tal que
vosotros no habéis sido capaces de pedirlo. Recibid vosotros, todos los griegos
que habitan en Acaya y la región hasta ahora llamada Peloponeso, recibid la
libertad y la exención de los tributos, lo que ni siquiera en vuestros mejores
tiempos tuvisteis todos nunca, pues siempre fuisteis esclavos o bien de gentes
extrañas o de vosotros mismos. ¡Ojalá hubiese podido ofrecer este don cuando
la Hélade estaba en la flor de la vida, para que más gente hubiera podido
disfrutar de esta gracia! Por esta razón reprendo al Tiempo que ha disminuido,
desde el mismo comienzo, la grandeza de mi gracia. Y ahora no es por piedad
sino por mi buena disposición que os hago este acto de beneficiencia, y así
correspondo a vuestros dioses, cuya providencia, por tierra y por mar, siempre
he experimentado, porque me han ofrecido la oportunidad de concederos tan
gran beneficio. Pues otros emperadores liberaron ciudades, pero Nerón ha sido
el único que ha liberado una provincia.
El sumo sacerdote vitalicio de los Augustos y de Nerón Claudio César
Augusto, Epaminondas, hijo de Epaminondas, hizo la propuesta: que la
siguiente proposición sea presentada por él mismo ante el Consejo y el Pueblo:
puesto que el señor de todo el universo, Nerón, el más grande de los
emperadores, designado para su decimotercera potestad tribunicia, padre de la
patria, Nuevo Helios que resplandece sobre los griegos, ya que ha preferido
convertirse en el benefactor de la Hélade, correspondiendo y dando muestras
de piedad para con nuestros dioses que siempre han estado a su lado por su
providencia y salvación, la libertad, un bien propio de nuestro país por siempre
y autóctono, pero en el pasado arrebatada a los helenos, el único y el más
grande de los emperadores de toda la eternidad, convertido en amante de
Grecia, Nerón, Zeus Libertador, nos la ha concedido y otorgado graciosamente,
y ha restablecido a la Hélade en su antigua autonomía y libertad añadiendo a
este gran e inesperado don también la exención de todos los tributos, lo que
ninguno de los anteriores Augustos concedió completamente, por todo esto se
ha decretado por los arcontes, los miembros del Consejo y el Pueblo que se
consagre un altar junto al existente consagrado a Zeus Salvador con la siguiente
inscripción: “A Zeus Eleuterio Nerón por toda la eternidad”; que se consagre
también unas estatuas, en el templo de Apolo Ptoio, de Nerón Zeus Eleuterio y
de la divina Augusta Mesalina, convirtiendo la dedicación del templo con
nuestros dioses patrios, para que cuando se celebren los misterios también
nuestra ciudad se muestre completamente llena de honor y piedad hacia el ... de
nuestro señor Augusto Nerón; que este decreto, grabado sobre una estela, se
coloque en el ágora junto a la estatua de Zeus Salvador y en el templo de Apolo
Ptoio.

Plinio, Historia Natural, III, 39


La misión de Roma es suavizar las formas de los pueblos, conducir el
discurso salvaje de un sinnúmero de pueblos distintos a una conversación
común, en una lengua común, traer la civilización, la humanitas, a los hombres;
que todas las razas puedan en una palabra, pertenecer a una única patria.
Eneida VI, 851-853
Tú, romano, recuerda que deberás regir los pueblos bajo tu gobierno (éstas
serán tus artes) e imponer una regla de paz.

R. Kipling, La carga del hombre blanco, 1899


Llevad la carga del Hombre Blanco.
Enviad adelante a los mejores de entre vosotros;
Vamos, atad a vuestros hijos al exilio
Para servir a las necesidades de vuestros cautivos;
Para servir, con equipo de combate,
A naciones tumultuosas y salvajes;
Vuestros recién conquistados y descontentos pueblos,
Mitad demonios y mitad niños.

Llevad la carga del Hombre Blanco,


Con paciencia para sufrir,
Para ocultar la amenaza del terror
Y poner a prueba el orgullo que se ostenta;
Por medio de un discurso abierto y simple,
Cien veces purificado,
Buscar la ganancia de otros
Y trabajar en provecho de otros.

Llevad la carga del Hombre Blanco,


Las salvajes guerras por la paz,
Llenad la boca del Hambre,
Y ordenad el cese de la enfermedad;
Y cuando vuestro objetivo este más cerca
En pro de los demás,
Contemplad a la pereza e ignorancia salvaje
Llevar toda vuestra esperanza hacia la nada.

Llevad la carga del Hombre Blanco.


No el gobierno de hierro de los reyes,
Sino el trabajo del siervo y el barrendero,
El relato de cosas comunes.
Las puertas por las que vosotros no entrareis,
Los caminos por los que vosotros no transitareis,
Vamos, hacedlos con vuestra vida
Y marcadlos con vuestra muerte.

Llevad la carga del Hombre Blanco,


Y cosechad su vieja recompensa
La reprobación de vuestros superiores
El odio de aquellos que protegéis,
El llanto de las huestes que conducís
(¡Tan laboriosamente!) hacia la luz:
“Oh amada noche egipcia,
¿Por qué nos librasteis de la esclavitud?,

Llevad la carga del Hombre Blanco,


No oséis rebajaros,
Ni clamar ruidosamente por la Libertad,
Para encubrir vuestro cansancio.
Por todo lo que gritáis o susurráis,
Por todo lo que hagáis o dejéis de hacer,
Los silenciosos y descontentos pueblos
Os juzgarán a vuestro Dios y a vosotros.

Llevad la carga del Hombre Blanco,


Olvidad esos tiempos de la infancia,
Los laureles ligeramente concedidos,
La fama fácil y sin fundamento;
Venid ahora, a buscar vuestra hombría,
A través de todos los años ingratos,
Frutos, aguzados con la costosa sabiduría,
El juicio de vuestros pares.

Tácito, Agrícola, 21
Ayudó a la gente a construir templos, foros, casas al estilo romano.
Alababa a los que respondían, y censuraba a los que se retrasaban. La ambición
de la promoción sustituyó a la obligación. ... Los britanos, que no tenían
experiencia de aquello, lo llamaban “civilización” (humanitas), aunque era
parte de su esclavitud

Tácito, Historias (extractos)


La paz y Roma nos pertenecen por igual a vencidos y vencedores:
amadlas, pues, y veneradlas. Ya habéis probado las alternativas: sacad
conclusiones para no preferir el desastre de la rebeldía a la seguridad de la
sumisión (…)
El motivo de los germanos para invadir las Galias siempre será el mismo:
antojo y codicia y el deseo de cambiar de asentamiento; quieren abandonar sus
ciénagas y parameras y apoderarse de vosotros junto con esta fertilísima tierra
vuestra. Pero como pretexto ponen la libertad y bonitas palabras: nadie que
haya deseado esclavizar a los demás ha dejado de emplear esos mismos
términos.

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