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Cronológicamente, el tema I cubre unos dos mil años: desde los primeros pensadores jonios, allá
por el siglo VI a.C., hasta la Caída de Constantinopla (1453: el final del viejo mundo, ya que
Bizancio no dejaba de ser el Imperio Romano de Oriente) y el descubrimiento de América(1492: el
comienzo del nuevo mundo, y no sólo en sentido geográfico). Nos hemos permitido la licencia de
cubrir todo este tiempo bajo el doble rubro: “Idea” y “Antigüedad”, porque desde la perspectiva de
lIdealismo Filosófico apenas hay cambios profundos (digamos: metafísicos) durante todo el
período, por más que ello resulte sorprendente. El establecimiento del Cristianismo como religión
universal y la caída del Imperio Romano de Occidente (476 d.C.) dividen ese período,
curiosamente, en dos mitades de aproximadamente mil años cada una. La cosmovisión antigua, en
definitiva platónica,tiene dos extremos:
la Idea y la realidad, que al cabo vienen a desembocar en lo mismo, a saber: para la mentalidad
antigua, hay dos mundos: el del ser y el del devenir, así como dos modos de conocimiento: el
“científico” (basado en conceptos e ideas) y el “empírico”(basado en la experiencia, incluyendo en
ella no solamente la percepción o aísthesis, sino también la creencia o pístis, deudora a su vez de la
revelación divina). Ostenta la supremacía el mundo suprasensible (pero progresivamente sometido a
una razón universal o lógos común) sobre el sensible, y el conocimiento científico sobre el empírico
(aunque, por lo general, sólo a través de la experiencia de nuestro mundo “de aquí abajo” podamos
entrever, por defecto y corrección, el de “arriba”). Queda como resto el mito, ya relativamente
racionalizado por la tragedia (donde la sumisión del héroe al destino es ya ambigua, suscitando
tanta compasión como “purificación”o kátharsis), y por otro lado, la épica, con las grandes obras de
Homero (la Ilíada, la primera gran epopeya en donde el lenguaje poético engendra la realidad
narrada; y la Odisea, en la que la valoración de la astucia e
inteligencia del hombre -en la figura de Ulises- deja ver ya su primacía sobre
el mito –en cuanto narración verídica, situada en otro tiempo, que ilumina y
pervive bajo las vestiduras racionales del “lugar allende los cielos” (tópos hyperouránios) de Platón
y los neoplatónicos, de
por un Dios trino y único, que no sólo es el Ser mismo (Ipsum ess) y el Ser
Supremo (Ens summum), sino que también, y sobre todo desde San Agustín, engloba todo el
ámbito de las perfectiones, o sea de las ideas eternas (antes, superiores al dios). Cosmológicamente
hablando, Dios y los ángeles superiores habitan en el cielo empíreo.
Debajo de la divina
morada
el cielo astronómico
que transmiten sabiduría, amor y poder en esos orbes, mientras que el mundo
muerte.
Por lo que respecta al posible paso entre los dos mundos, para los griegos
los dioses pueden intervenir en los asuntos de los hombres y hasta unirse
unión, pueden acceder a la inmortalidad (es la llamada apoteosis), por sus grandes
Por cierto, es digno de nota que, salvando las obvias diferencias en materia de
las relaciones de
la Idea con la
“realidad”. Para empezar, este último término remite al latín: realitas, del
verbo reor (“calcular, pensar, juzgar”), de donde res (la cosa de la que se habla)
Por ello, cabe decir que la Idea platónica posee el grado supremo de
“verdades” o “ideas”).
A su vez, esa “realidad”: la calidad o la manera que una cosa tiene de ser,
lat. y portugués: formosa). Y ello por la virtud (dýnamis, poder) de la luz del sol,
en clara analogía con la función de la Idea, que hace de medio entre el acto de
pensar y el objeto pensado, como se verá igualmente en el texto escogido. Lo
(el “Príncipe de este mundo”), para los cristianos. Y eso es, justamente, el
diálogo homónimo de Platón, expresa esta dualidad de forma contundente: “Lo que
Por cierto, poco tiene que ver todo ello con la imagen vulgar del “idealismo”: una
supuesta doctrina, según la cual uno podría crear las cosas a su antojo, al
Dos mundos
La cosmovisión antigua, en definitiva platónica, tiene dos extremos: la Idea y la realidad, que al cabo
vienen a desembocar en lo mismo, a
saber: para la mentalidad antigua, hay dos mundos: el delser y el del devenir, así como dos
modos de conocimiento: el “científico” (basado en ideas y conceptos) y el “empírico” (basado
en la experiencia, incluyendo en ella no sólo la percepción oaísthesis, sino también la creencia
o pístis, deudora de la revelación divina).
Ostenta la supremacía el mundo suprasensible (pero progresivamente sometido a una razón
universal o lógos común) sobre el
sensible, y el conocimiento científico sobre el empírico(aunque, por lo general, sólo a través de
la experiencia de nuestro mundo “de aquí abajo” podamos entrever, por defecto y corrección, el de
“arriba”).
Queda como resto el mito, ya relativamente racionalizado por la tragedia (donde la sumisión
del héroe al destino es ya ambigua, suscitando tanta compasión como
“purificación”o kátharsis), y porla épica, con las grandes obras de Homero (la Ilíada, la primera gran
epopeya en donde el lenguaje poético engendra la realidad narrada; y la Odisea, en la que la valoración
de la astucia e inteligencia del hombre -en la figura de Ulises- deja ver ya su primacía sobre el poder y la
arbitrariedad de los dioses), o también de Hesíodo (con la Teogonía, que es ya por sí misma una casi
completa cosmovisión,y Los trabajos y los días: un primer intento de articulación de la historia, o
mejor: de las edades del mundo).
En el caso de Grecia y Roma, el mito -en cuanto narración verídica, situada en otro tiempo, que
ilumina y aclara los problemas del presente- pervive bajo las vestiduras racionales del “lugar
allende los cielos” (tópos hyperouránios) de Platón o los neoplatónicos, de la teología astral de
Aristóteles, e incluso del “espíritu” o pneûma de los estoicos, confundido con la idea de una “naturaleza”
o physis, viviente y
omnipenetrante. En el Cristianismo, ese “mundosuprasensible” está presidido por un Dios t
rino y único, que no sólo es el Ser mismo (Ipsumesse) y el Ser Supremo (Ens summum), sino que
también, y sobre todo desde San Agustín, engloba todo el ámbito de las perfectiones, o sea de
las ideas eternas (antes, superiores al dios). Cosmológicamente hablando, Dios y los ángeles superiores
habitan en el cielo empíreo.
Comentario de un texto: No es recomendable ver el sol. Cuando uno mira al sol,
los ojos como dice la República de Platón,
se le hacen chirivitas.
Lo más razonable es atender aquello que hace que el sol, permita que veamos otras
cosas. El sol no es la mirada, ni la visión, sino que precisamente lo que
nunca vemos es aquello que nos permite ver. Ocurre eso con la idea de bien, que
es la que posibilita, es la causa efectivamente del conocimiento, es la que
nos permite que conozcamos, pero probablemente nunca llegaremos a hacernos
cargo de lo que es la idea misma de bienes. Por tanto las ideas nos permiten
conocer la realidad, pero nunca llegaremos a conocer lo que ya son, sino
su relación.
la relación que entre ellas configuran un mundo, por eso nunca confundamos la
luz con el sol y nunca confundamos la realidad efectiva de las cosas con
aquello que las ilumina y las permite ser
presión de: 1) los mercaderes fenicios (que no sólo comercian con productos de distintas
al igual que El o Al, en los pueblos semitas). De esta tensión surge la idea
No hay que entender ese término medio como un Centro del mundo altivamente
se creía en la antigua China). Grecia podría ser más bien considerado como
una circunferencia.
antigua
de la circunferencia circunscrita),
(phrónimos).
un verdadero
(la cual, por cierto, estaba dispersa en diversos dialectos). 1) La antigua red
políticos y visiones del mundo estables. Son buenos ejemplos de ello los llamados
como Solón o “filósofos” como Tales de Mileto. Pero también podríamos incluir aquí
antiguas la clara filosofía de verdad (que, según esto, habría nacido con
díke (la Justicia; antes, la gran Diosa cantada por Parménides en su Poema) como
frente a la physis. Frente a ese doble embate, que podríamos denominar como
el diálogo
lejos como donde tiende mi ánimo (thymòs). Y una vez que en el muy nombrado
cuatro raíces (rizómata) de todas las cosas escuchas primero: Zeus brillante
("el Invisible": Hades, el aire) y Néstis ("la que fluye": el agua), que con sus
con estas palabras en las que él mismo sale a escena: "Heródoto de Halicarnaso
abata el recuerdo de las acciones humanas y para que las grandes empresas
acometidas, ya sea por los griegos, ya por los bárbaros, no caigan en olvido;
Protágoras de Abdera reza así: "De todas las cosas-de-uso (chrematôn), medida
(métron) es el hombre (ánthrópos): de las que son, por aquello que son;
escuchando a la razón (toû lógou akoúsantas) es sabio convenir (homologogeîn sophón) que todo es
uno
sido dado conocerse a sí mismos (ginóskein eautoùs) y tener buen sentido (sophroneîn)."
La filosofía
Ahora bien, eso exige que los conceptos se agrupen y subordinen a una Idea
sino como cierta perfección a que ella misma (la enérgeia) conduce, como la
Aristóteles, Ética a Nicómaco. Y por fín la ataraxía (la serenidad, por ausencia
esa posesión sólo la tendría en grado sumo el Dios. Sólo que ello no está
localizado por así decir en cada hombre: éste ha de ser consciente de ello, y por
En segundo lugar, el griego no piensa que él tiene la razón como si fuera una
posesión suya una ocurrencia mental, porque la razón dice la verdad de las
cosas. Se da razón (lógon didónai) y por eso no se tiene la verdad sino que se
Sin embargo, es evidente que las cosas se nos manifiestan como seres
Acaso. ¿Es razón suficiente la creencia en dos mundos? Porque si así fuere ¿cómo
las cosas revelada a la atenta mirada del sabio con el saber hacer y obrar de
los hombres?
el saber y el hacer.
La filosofía está impulsada por el anhelo, muy humano (quizá demasiado) de descansar en la
Verdad, o sea de Unidad, Universalidad y Necesidad, plasmada esa tríada en el reconocimiento de
que ha de existir un lógos común: la razón universal -objetiva y subjetiva, a la vez-, articulada en
conceptos: la idea o el eîdos de cada “cosa” (en el sentido de res: cosa-con-significado), que “se da
a ver” (o se “deja” ver) a través de los entes sensibles. Ahora bien, eso exige que los conceptos se
agrupen y subordinen a una Idea única y soberana, en Platón (o el Yo absoluto, en el Fichte de
Jena), o bien acaben por someterse en su conjunto (lo mismo que los entes determinados por esos
conceptos) a una intuición que se intuye a sí misma (noésis noéseos), identificada con el único Dios
de verdad (Aristóteles).
Y a su vez la teoría ha de tener su contrapartida en una buena práxis: en el nivel supremo, ambas: el
saber-hacer y el buen-hacer, se identifican en el placer del autoconocimiento, de la autosuficiencia
placentera (Aristóteles: "El placer perfecciona la actividad ((teleioî dè tèn enérgeian he hedonè), no
como una disposición que le fuera inherente, sino como cierta perfección a que ella misma [la
enérgeia] conduce, como la juventud a la flor de la vida." Ética a Nicómaco: 1174b 23-25) y la
ataraxía (la serenidad, por ausencia de turbación, en la que insistirán sobre todo las escuelas
postaristotélicas: estoicos, epicúreos y neoplatónicos). A esas tres “virtudes” de autorreflexión y
autorreferencia (saberse a sí mismo, hacerse a sí mismo y no necesitar de nada ajeno a sí mismo)
tiende el sabio (¿sería ello la verdadera filo-sofía: el amor al saberse-hacerse-y-poseerse?), pero sólo
las poseería en grado sumo el Dios.
Textos de apoyo
1) Razón y autoconciencia
1.1) Heráclito (DK22B113): “Común es a todos tener buen sentido”
(xynón eti pâsi tòphróneein). [Adviértase que aquí todavía no se hace
distinción clara entre el saber teórico y la sabiduría práctica; desde Platón y
Aristóteles, la phrónesis será justamente la capacidad -nunca plena y
matemáticamente mensurable- de distinguir lo bueno de lo malo, lo
conveniente de lo inconveniente; los romanos traducirán el término
como prudentia, hasta convertirse ésta en
una virtud cardinal o moral (junto con las aretaí conocidas: fortaleza,
templanza y justicia].
1.2) Heráclito (DK22B101): “Me he dado a mí mismo mi estilo de vida”
(edi zesámenemeoutón: “Me he formado a mí mismo”).
1.3) Platón, Fedón, 72e: [Sócrates acaba de sentar que:] “la instrucción [o
el aprendizaje] no es otra cosa que reminiscencia”
(he máthesis ouk állo ti è anamnesis). [Pero piensa que el argumento
esgrimido por Cebes para probar esa tesis no ha convencido al otro
compañero de diálogo: Simmias. A lo que éste responde:] “No es que yo lo
ponga en duda […], lo que yo pido es experimentar (patheîn) en mí eso de
que se está hablando (= ho lógos), es decir que se me haga recordar.”
El mundo de las ideas