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Samanta Schwebli
LA EMBAJAD
TIEMP
Por Natalia Laube | Foto J
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2/4/2019 La embajadora del tiempo - Revista Anfibia
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Una silla blanca junto a un escritorio blanco pegados, a su vez, a una pared
blanca. Un pilón de libros, una lámpara y un pequeño grupo de plantas discretas a
un costado. Una mesa baja que eventualmente servirá para tener a mano algunas
anotaciones y hojas impresas. El rincón de trabajo de Samanta Schweblin no es,
estrictamente hablando, un cuarto propio, sino más bien terreno ganado al living
del departamento que, desde hace cinco años, comparte con su marido
Maximiliano en el efervescente barrio de Kreuzberg, no muy lejos del centro
geográfico berlinés. Pero no deja de ser un rincón hecho a la medida de sus
necesidades: para escribir, Samanta precisa un espacio lo más silencioso y
despejado posible, sin nada que pueda desconcentrarla. Acá, en este refugio libre
de distracciones, escribió Kentukis, la novela que presentó en Buenos Aires a
mediados del año pasado y que desde entonces sigue presentando también en
diversos festivales y eventos de literatura europeos, a los que viaja cada vez más
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seguido, aunque sea por pocos días: una de las ventajas de estar en el centro de
Europa, a unas pocas horas-avión de muchas cosas.
Son casi las seis de la tarde de otro día gris en Berlín y la luz del escritorio está
prendida. No es fácil afirmar que es de noche porque estamos compartiendo lo
que para nosotras es una merienda (tomamos té, picoteamos frutos secos) pero
afuera, a esta altura, la oscuridad es rotunda. Bienvenidas, bienvenidos a una
nueva jornada del largo invierno alemán.
***
La vida que Samanta lleva en Berlín se armó casi sin que se diera cuenta. Ella y
Maximiliano habían llegado para quedarse por un año gracias a la beca para
artistas del Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD), que anualmente
selecciona alrededor de cinco escritores de todo el mundo y les ofrece casa,
seguro médico y un sueldo en la capital pobre pero sexy de Alemania. La idea es
que, durante ese período, los elegidos solamente tengan que ocuparse de escribir,
sin otras, o no tantas, preocupaciones mundanas. Un lujo para cualquiera, más aún
para alguien que siempre ha vivido en Latinoamérica.
“Cuando llegué, estaba viviendo en Buenos Aires un poco como viven muchos de
mis amigos escritores: luchando por llegar a fin de mes y dando talleres literarios
cuatro o cinco veces por semana. Me sentaba a escribir y tenía los textos de todos
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Sería apresurado trazar una conexión directa entre su decisión de mudarse lejos
de Buenos Aires y su explosión como la escritora argentina de mayor proyección
internacional. Pero lo cierto es que, en estos últimos años fuera de casa, y con la
posibilidad de dedicarse de lleno a la escritura, Samanta sumó a su trayectoria
algunos de esos hitos que trascienden los suplementos culturales y llegan a los
sitios web de los diarios con el fragor de las noticias del día, casi siempre
impulsada por cierto orgullo nacional (¿a qué periodista no le gustan las noticias
que comienzan con “la argentina que…”?).
En 2015, ganó el Premio Ribera del Duero, dotado con 50 mil euros, que
condecora el mejor libro de cuentos inéditos en español. En 2017 fue finalista del
premio Man Booker International Prize por Fever Dream, traducción al inglés de
Distancia de rescate, y al año siguiente esa misma novela se llevó el premio Shirley
Jackson, destinado a thrillers y relatos de suspense psicológico. La semana
pasada se anunció su segunda vez como nominada al Man Booker, esta vez por
Pájaros en la boca o Mouthful of birds. Mientras tanto, sus libros se siguen
traduciendo a una veintena de idiomas, comienzan a circular por lugares algo
recónditos para nuestro GPS latinoamericano, los diarios del mundo hablan de
“una de las mejores cuentistas en español de la actualidad” y Netflix produce la
versión fílmica de Distancia de rescate, dirigida por la peruana Claudia Llosa y
protagonizada por Dolores Fonzi. Pero ella se tomas las cosas con cierta calma;
sin falsa modestia, con una conciencia sobre su carrera que jamás oculta, pero con
calma al fin. “Yo sigo siendo una escritora argentina que vive en Berlín. No soy una
escritora internacional”, asegura.
Desde que se instaló definitivamente en Europa, Samanta también viaja mucho
más que antes a festivales o eventos de literatura y a lecturas organizadas por las
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editoriales que la publican. Un poco porque ahora está cerca (lo que implica que
los festivales más pequeños pueden costear sus vuelos con mayor facilidad, y
también que para ella es más fácil programar escapadas de unos pocos días), pero
sobre todo porque la necesidad de presencia física fue creciendo conforme se
multiplicaron las traducciones de sus libros. “En Croacia, en República Checa, en
Italia, por ejemplo, mis libros son editados por editoriales independientes que
necesitan que cada tanto vaya, haga una lectura, dé una entrevista, participe de
alguna actividad. Yo soy muy nueva en esos mercados todavía, y hace falta que
apoye, que esté, conocer a esos lectores y que los lectores me conozcan, que dé
alguna nota. Todo eso lleva tiempo y presencia. Y me gusta mucho viajar, pero una
siempre vuelve un poco fuera de eje, lleva un tiempo volver a acomodarse.
Últimamente, estoy intentando que me lleve cada vez menos tiempo volver a casa,
a la escritura. Poder saltar más rápido del aeropuerto de Tegel al escritorio”.
* * *
Desde el sillón del living de Samanta es posible ver, hacia un lado, una ventana
que da a la calle, ahora entregada a la oscuridad y al silencio –incluso acá, en
Kreuzberg, Berlín es una ciudad con índices de ruido que casi nunca se condicen
con los de una gran capital–. Hacia adentro, las estufas blancas y los pisos de
madera típicos de un departamento alemán y la biblioteca, dividida en dos, como
guardiana de la puerta de entrada. A su izquierda, unos cuantos anaqueles con
libros comprados en estos últimos años y algunas joyas más viejas, traídas desde
Buenos Aires. Hacia la derecha, una columna angosta con todas las ediciones de
sus propios libros en distintos idiomas. Una colección de todas las versiones, y
todos los colores, y todos los idiomas que fue conquistando su obra y que ahora
da a conocer en cada nuevo viaje, en cada nueva entrevista, en cada nuevo
festival.
– La gran mayoría de las invitaciones a ferias o festivales, o incluso los contactos
para algunas traducciones me llegan directamente a mí. Me gusta entender bien
adónde voy, con quién estoy tratando. Por una cuestión de tiempos, muchas veces
tengo que decir que no y quiero estar muy segura respecto de qué cosas priorizo.
Esas gestiones me resultan difíciles (intercambiar mails, informarse, ¡pedir cosas!).
Siempre me costó mucho esa parte: la de poner condiciones. Pero fui
aprendiendo.
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“Hay algo muy interesante que sucede en estos talleres donde somos todos
extranjeros, donde aparecen voces porteñas, chilangas, guatemaltecas, españolas,
mendocinas: escuchar tantos castellanos hace que desnaturalices y vuelvas a
pensar tu voz, tus propias palabras”, reflexiona. “A veces alguien leía un texto y lo
primero que había que hacer, mucho antes que cualquier apreciación o
sugerencia, era preguntarle por las palabras que no entendíamos”, se ríe. “Pero
ese desconcierto inicial, ese español que es el tuyo pero en palabras de otro te
suena desconocido, servía también para pensar la propia escritura, para repensar
alrededor del ritmo y la música de un texto, y hasta qué punto tu español también
configura tu voz y tu estilo. También era una buena excusa para comparar
constantemente las tradiciones de las que cada uno venía, e incluso cómo, en
cada país, la idea de cómo debe o no formarse un autor –si es que esto fuera
posible-, cambia radicalmente, y lo que en ciertos ámbitos pareciera ser muy
natural, sería, por supuesto, inaceptable en otros.
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Si el segundo jueves del mes la encuentra en Berlín, Samanta tiene una cita casi
obligada: la noche de tangos en Gloria, el restaurant de comida argentina que en
2013 abrió junto a un socio jujeño y que se volvió un punto obligado para
argentinos con nostalgia de empanadas y malbec, y por supuesto también para
europeos ávidos de conocer la cocina de América del Sur. Ubicado a unos metros
del Görlitzer Park, Gloria organiza este evento especial una vez por mes en el que
al menú de siempre se le suma la música en vivo, casi siempre a cargo de un
guitarrista (Gabriel Battaglia) y dos cantantes (Elisa Martel y Duna Rolando), a
veces acompañados por invitados especiales.
Desde la barra, con una copa de vino mendocino recién servida en mano, Samanta
saluda de lejos a unos cuantos conocidos y amigos. Regala una sonrisa a la mesa
de allá al fondo sin moverse de su rincón y después vuelve a nuestra charla, con la
voz dulce y el tono apaciguado que la caracterizan. Incluso cuando juega de local,
Samanta se mueve sigilosa, en calma, y evita las estridencias. “Me encanta este
día porque es un poco como darse una vueltita por Buenos Aires. Se llena de
argentinos, se habla solo en español, se cantan tangos, a veces hasta se baila, y
siempre me encuentro con algún amigo que anda por ahí. A veces pienso que
reemplaza un poco lo que para mí eran los domingos en familia, que siempre hacía
en Buenos Aires: pasta, carne, vinito, panza llena, un dato de clasificados que
después te soluciona la semana, una discusión política que te la amarga y mucho
cariño y sensación de pertenencia”, explica. Detrás nuestro, de manos de un mozo
porteño, una mesa de otros cinco porteños recibe su comida (pastel de papas o
“Auflauf argentinischer Art”, cazuela patagónica o “Eintopf mit Lammfleischwürfeln”
y empanadas, la especialidad de la casa) y por momentos es difícil recordar que
habría que atravesar el segundo océano más extenso de la Tierra para llegar al
lugar del que provienen estos sonidos, los sabores, los aromas, esta energía que
se respira.
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varios amigos que llevan viviendo décadas acá, lejos de sus ciudades natales, y
que siguen pensándose como extranjeros. Pero es una extranjería cómoda, en un
lugar que está lleno de gente de muchos lugares del mundo y en el que la gran
mayoría de las personas elige estar. Y además, creo que siempre fui un poco
extranjera, en todos los lugares en los que viví. Cuando era chiquita y vivía en
Hurlingham me llevaban a un colegio de El Palomar, a una estación de tren de mi
barrio. Yo era “la chica de Hurlingham”, y siempre me sentía fuera de lugar.
Cuando terminé el secundario e hice la carrera de Imagen y Sonido en la UBA, me
acuerdo que más de una vez me dijeron ‘vos hablás raro’, y entendí que lo decían
porque yo era de provincia. Yo pensaba: ¿qué es lo que hago tan distinto?
Después me mudé a Capital, y siempre seguí sintiendome un poco de afuera. Y
ahora, cuando vuelvo a Buenos Aires desde Berlín, empapada de tantos tipos de
españoles, todavía me dicen ‘hablás raro’, pero entonces yo pienso, ‘listo, estoy en
casa’.”
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Macedonio Vive
Genia!
Me gusta · Responder · 5 d
Valeria Bence
Amo sus libros!
Me gusta · Responder · 3 d
Graciela Chambo
Me encanto ¡
Me gusta · Responder · 3 d
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Natalia Laube
CRONISTA
Julieta De Marziani
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