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Unidad IV: Otros requisitos del pago - Imputación de pago

1. Requisitos.
Los arts. 867 a 874 del CCCN., establecen cuatro requisitos para un pago cancelatorio: “El
objeto del pago debe reunir los requisitos de:
 identidad,
 integridad,
 puntualidad y
 localización” (art. 867 CCCN).
Para gozar de efecto cancelatorio pleno el pago debe ser exacto. El pago debe cumplir cuatro
requisitos:
 debe ser idéntico al objeto debido;
 debe ser íntegro y no parcial;
 debe ser puntual, es decir, respetar el tiempo acordado para efectivizarlo;
 debe efectuarse en el lugar designado para efectivizarlo.
La concreción del verdadero cumplimiento de la obligación es la adecuación de lo debido con lo
prestado, de lo cual surgen dos requisitos sustantivos y dos requisitos circunstanciales.
Los requisitos sustantivos son:
a) identidad;
b) integridad;
Y los requisitos circunstanciales son:
a) localización;
b) puntualidad.
Ahora bien, en esta conclusión no se computa que existen obligaciones en las que el tiempo y
el lugar designado para el pago son requisitos esenciales de cumplimiento satisfactorio. Ello
ocurre en las obligaciones de plazo esencial, en las que el cumplimiento tardío equivale al
incumplimiento, como el supuesto de la entrega de la torta de casamiento, luego de la boda o
de un armamento adquirido, luego del fin de la guerra.
También constituye un requisito esencial de cumplimiento del pago en el lugar designado,
cuando ese lugar hubiera sido elegido para facilitar su cumplimiento, supuesto en que el lugar
de cumplimiento, no es neutro sino determinante. Esa elaboración es parcial e insatisfactoria,
porque no toma en cuenta estos supuestos, que, si bien no son la regla, tampoco son una
excepción tan limitada.
Así, estos requisitos en principio de excepción dada su importancia estratégica, se transforman
en sustanciales, tanto como los requisitos sustantivos y circunstanciales.
Los cuatro requisitos tradicionales del pago, que el art. 867 CCCN., recoge, son explicitados y
desarrollados en los arts. 868 a 874 CCCN.
Art. 868. “Identidad. El acreedor no está obligado a recibir y el deudor no tiene derecho a
cumplir una prestación distinta a la debida, cualquiera sea su valor”.
Art. 869. “Integridad. El acreedor no está obligado a recibir pagos parciales, excepto
disposición legal o convencional en contrario. Si la obligación es en parte líquida y en parte
ilíquida, el deudor puede pagar la parte líquida”.
Art. 871. “Tiempo del pago. El pago debe hacerse:
a) si la obligación es de exigibilidad inmediata, en el momento de su nacimiento;
b) si hay un plazo determinado, cierto o incierto, el día de su vencimiento;
c) si el plazo es tácito, en el tiempo en que, según la naturaleza y circunstancias de la
obligación, debe cumplirse;
d) si el plazo es indeterminado, en el tiempo que fije el juez, a solicitud de cualquiera de las
partes, mediante el procedimiento más breve que prevea la ley local”.
Art. 872. “Pago anticipado. El pago anterior al vencimiento del plazo no da derecho a exigir
descuentos”.
Art. 873. “Lugar de pago designado. El lugar de pago puede ser establecido por acuerdo de las
partes, de manera expresa o tácita”.
Art. 874. “Lugar de pago no designado. Si nada se ha indicado, el lugar de pago es el domicilio
del deudor al tiempo del nacimiento de la obligación. Si el deudor se muda, el acreedor tiene
derecho a exigir el pago en el domicilio actual o en el anterior. Igual opción corresponde al
deudor, cuando el lugar de pago sea el domicilio del acreedor.
Esta regla no se aplica a las obligaciones:
a) de dar cosa cierta; en este caso, el lugar de pago es donde la cosa se encuentra
habitualmente;
b) de obligaciones bilaterales de cumplimiento simultáneo; en este supuesto, lugar de pago es
donde debe cumplirse la prestación principal”.
Los cuatro requisitos arriba enumerados recogen los mismos recaudos que receptaban los arts.
740, 742, 747 y 750 del Código de Vélez, los que fueron exigidos estrictamente en un
comienzo de la aplicación del Código de Vélez, cuando se pensaba que, como las obligaciones
se contraían para ser cumplidas, quien no cumplía exactamente su obligación no merecía ser
liberado de ella.
Hacia 1950, estas exigencias comenzaron a ser relativizadas por los tribunales y, en algunos
casos, se alegó que el acreedor, aunque legalmente no podía ser obligado a aceptar un pago
parcial, en mérito al principio general de la buena fe, debía colaborar con el deudor en reducir
el peso y onerosidad de la deuda.
La reforma de 1968 (Reforma de la Ley 17.711) al Código de Vélez no reformó estos artículos,
pero introdujo expresamente entre nosotros el principio general de la buena fe en el art. 1198
del Código de Vélez. El principio general de la buena fe, constituye un principio que debe
presidir cada uno de los actos de la vida diaria de las personas. No solamente es receptado por
el CCCN., sino que su vigencia se ha multiplicado en varias normas, como los arts. 9, 729, 961,
991, etc., CCCN.
De tal modo, las normas que consagran el principio general de la buena fe, -señaladamente los
arts. 9 y 729 CCCN.-, deben leerse al lado de cada uno de los artículos del CCCN., lo que
afectará la lectura que se haga de los arts. 868 y ss. del CCCN, que en principio muestran
cierta rigidez en el cumplimiento de los requisitos del pago, los que sin embargo no pueden
degenerar en abusos o aprovechamientos (arts. 9 y 10 CCCN).
Hemos explicitado la doctrina del cumplimiento razonablemente proporcionado a lo pactado. Es
que el concepto de razonable proporción, habiendo sido objeto de determinación judicial en
relación con derechos constitucionales, es mucho más previsible en su alcance y contenido que
hablar de pagos “serios”, como alguna magistratura (Juez) ha intentado.
Las normas analizadas (arts. 868 a 874 CCCN.) deben ser compatibilizadas con el principio
general de buena fe. Principio fructífero, pero que no autoriza invenciones ni sorpresas a los
acreedores ni, menos, sacrificios voluntaristas de derechos privados.
PAGO CANCELATORIO = EFECTO EXTINTIVO
Sentado ello, cabe decir que el efecto básico del pago es la extinción de la obligación.
La obligación se extingue por distintos medios. El medio por antonomasia de extinción es el
pago, ya que implica la extinción de la obligación por su cumplimiento o consumación.
Es éste el medio “natural” de extinción de las obligaciones. Pero no cualquier pago posee efecto
liberatorio. Para liquidar una obligación, un pago debe ser exacto en cuanto a los cuatro
caracteres, siendo los dos caracteres esenciales:
 la Identidad y;
 la Integridad del pago.
El pago debe ser exacto en cuanto al tiempo, lugar, modo y sustancia,
a) Identidad del pago. El deudor debe pagar entregando la cosa prometida o realizando el
hecho objeto de la obligación. Cuando la cosa se determina individualmente, no existe
problema; pero cuando se designa en forma genérica, fijando simplemente su cantidad y
la especie a que pertenezca, el derecho tiene que resolver esta cuestión en una forma de
equidad, considerando que debe entregarse una cosa de mediana calidad.
Para que se dé la identidad del pago tiene que coincidir lo que se da en pago con el objeto de la
obligación. Lo común en la obligación, para que sea cancelatoria, es que ese pago sea idéntico
a la obligación (art. 868 CCCN.). Por ende, el acreedor no está obligado a recibir y el deudor no
tiene derecho a cumplir una prestación distinta de la debida, cualquiera sea su valor, incluso si
es superior al de la cosa debida.
Distinto es si se pacta la entrega de una cosa de calidad determinada, supuesto en el cual no
se satisface la obligación con otra cosa de distinta calidad (por ejemplo, vaca lechera, caballo
de salto).
En las obligaciones de entrega de dinero, lo menos está contenido en lo más, excepción hecha
de las épocas de inflación.
Se discute el principio de identidad en la cancelación de deuda con pago distinto de la moneda
corriente. No se puede pagar con moneda de otro tipo o no difundida en el medio (por ejemplo,
dólares canadienses, en vez de pesos), porque no es conocida y puede ser oneroso el cambio.
Este pago no sería válido porque incumple el principio de identidad. Si debo moneda nacional,
pago con moneda nacional. El problema se presenta cuando, en vez de dinero, el deudor
quisiera entregar una orden de pago o un título de crédito. Hay dos tipos de pago:
1) datio pro soluto. Es el pago en efectivo, que extingue la obligación. Es el pago al contado,
con efecto cancelatorio pleno de la obligación (por ejemplo, pago con dinero o el equivalente
exacto de lo que se debe pagar en efectivo).
2) datio pro solvendo. Es un pago apelando a la solvencia, que no implica cancelación
inmediata de la obligación porque lleva implícita la cláusula “salvo buen cobro”.
Cuando se reciben documentos de crédito (por ejemplo, cheque) en pago de una obligación, la
intención de las partes es subordinar la extinción de la obligación a la condición de que aquéllos
sean pagados; jurídicamente, la fuerza cancelatoria de estos documentos no es equiparable a
la del dinero. Por caso, el cheque es una orden que el librador da al banco girado para que
pague al legítimo tenedor del instrumento; pero el pago se considerará solamente efectuado
una vez que el tenedor haya percibido en dinero el importe indicado en el título.
Tratándose de pagos realizados con cheques, su efecto es pro solvendo, de modo que para
adquirir virtualidad es necesario que esa orden de pago sea concretada por las entidades
bancarias que registraban las cuentas contra las que fueron efectuadas las libranzas. Se agregó
allí que la dación de cheques importa pagos subordinados a una condición suspensiva, que la
orden de pago sea cumplida por el girado, pues los títulos no se entregan en pago, sino con
fines o con propósitos de pago y, por consiguiente, no se entiende que el pago haya sido hecho
efectivamente hasta que el importe indicado en el documento haya sido satisfecho realmente.
Es válida la negativa del acreedor a recibir un título del deudor fundado en alguna de las
razones dadas anteriormente. Además, es legal la negativa del acreedor, porque el supuesto
básico en el Código de Vélez, es que el deudor debe entregar lo que se ha comprometido.
Se aplica el art. 868 CCCN., sin controversias, por lo que el acreedor podría negarse a aceptar
otro tipo de pago que no fuera el comprometido. Claro que la negativa del acreedor de aceptar
el pago del deudor debe estar justificada.
El acreedor debe colaborar con el deudor para que la obligación no sea tan gravosa. Si no le
causa perjuicio recibir el pago que se le pone a disposición, no puede negarse a aceptarlo, pues
estaría obrando abusivamente.
Por ende, la entrega de un título de crédito pro solvendo puede ser legítimamente rechazada,
salvo que la entrega del cheque sea certificada y la disponibilidad del efectivo inmediata (que
tenga el banco retenidos los fondos y que no haya demora en el pago).
Incluso en ese caso, como un cheque no se acredita en el día, debe ser entregado con
suficiente antelación para cobrar a tiempo.
La jurisprudencia ha resuelto al respecto que pretender penalizar la conducta del deudor que
ha efectuado el pago con un cheque certificado, mediante aplicación de normas que sólo
excluidas de los parámetros de actuación habituales en nuestra sociedad podrían dar apoyo a
quien así acciona, constituye un actuar incivil y, por ello, la pretensión de hacer cargar un mes
de indexación sobre la pagadora, alegando una tardanza de dos días, que es el lapso que
demora la acreditación de un cheque certificado, constituye un actuar abusivo por parte del
acreedor que no debe ser estimado por el tribunal de justicia.
El plazo de acreditación del cheque no puede justificar la imputación de mora contra su
pagadora, pues trátase de una mínima dilación necesaria y de carácter administrativo para
concluir la traslación de los fondos de la entidad girada a la depositarla. Como tal, la traslación
de los fondos no depende de la deudora (depende del Banco) y es hecho conocido que en las
transacciones comerciales es tolerado el tiempo insumido en la compensación de cheques, por
tratarse de un mecanismo útil y necesario.
b) Principio de integridad (art. 869 CCCN). Como regla, el acreedor no está obligado a
recibir pagos parciales; salvo dos casos:
 La existencia de disposición legal o convencional en contrario;
 Que la obligación fuera en parte líquida y en parte ilíquida, situación en que el deudor
puede pagar la parte líquida.
En virtud de este principio, el pago debe ser “completo”, es decir, abarcar toda la cuantía del
objeto debido. Ni el deudor puede desobligarse por partes ni el acreedor puede preferir
unilateralmente la recepción de una parte de la deuda, postergando el cobro del resto para un
momento ulterior.
Tal exigencia de integridad no autoriza a abonar por partes una prestación fraccionable por su
naturaleza, salvo que el acreedor esté de acuerdo con ello. Claro que tampoco el acreedor
puede abusar de su derecho.
Desde ya que, pese a que el pago debe ser integro o completo, esta regla no es absoluta y
reconoce excepciones dentro de la misma ley, algunas expresamente reguladas, y otras
nacidas jurisprudencialmente de una interpretación sistemática y razonable del ordenamiento.
En ese caso se resolvió morigerar el rigor del principio de integridad del pago cuando la parte
faltante para completar la prestación total de capital e intereses puede ser calificada de
insignificante en comparación con el total de la obligación.
Excepciones del art. 869 CCCN.
Como excepciones al principio de integridad del pago, pueden mencionarse las siguientes:
• Convencional: Si las partes pactan una determinada fecha de pago y en un
determinado tiempo, pueden modificarlos luego pactando una prórroga o pagando
una parte y financiando el resto.
En un fallo se estableció que el principio de la integridad del pago no es absoluto, pudiendo
convenirse lo contrario, o resultar de la propia ley la posibilidad de pago parcial por el deudor,
uno de cuyos casos es el de que la deuda sea parcialmente líquida.
• Legal:
1) Beneficio de competencia (arts. 892 y 893 CCCN). Es el que se concede a deudores para no
pagar más de lo que está dentro de sus posibilidades. El legislador, a veces, otorga algunas
amnistías a ciertas deudas dando aumento en el plazo no previsto en plazos originales. Éste
puede ser general (por ejemplo, la ley de emergencia locativa, que se dictó en la época del
presidente Alfonsín, que bajaba el porcentaje de incremento de las locaciones y restringía el
desalojo).
2) Obligaciones a mejor fortuna (arts. 889 a 891 CCCN). Nunca pueden ser generales, se
conceden a una persona teniendo en cuenta las circunstancias. No es que se la autorice a no
pagar, sino que lo hará recién cuando las circunstancias mejoren. Es una obligación futura e
incierta (no imposible).
Veamos algunos fallos de los Jueces de suma utilidad con base en los arts., con base en
artículos del Código de Vélez, ellos son compatibles con el CCCN.:
1. Obligación a mejor fortuna:
a) La obligación a cumplir cuando el deudor mejore de fortuna es de plazo incierto y éste queda
determinado ante el requerimiento del acreedor.
b) Las obligaciones con cláusula de pago a mejor fortuna se encuentran sometidas a plazo
incierto y no a condición, desde que con tal modalidad las partes no han querido subordinar la
existencia misma del crédito a un hecho futuro e incierto, sino que sólo se encuentra diferida
su exigibilidad hasta el acaecimiento de un hecho futuro y contingente, que puede o no llegar a
ocurrir.
c) Si el acreedor convierte por propia decisión una obligación de exigibilidad inmediata en
una obligación a mejor fortuna, sólo se posterga su exigibilidad para cuando el deudor cuente
con medios para pagar, lo que puede ser determinado por el juez a requerimiento del acreedor.
d) Si quien se comprometió a cancelar una obligación, a medida que el desenvolvimiento de
un negocio que instalaría y explotaría le permitiese disponer de fondos para la devolución de
ese préstamo (cláusula de pago a mejor fortuna) -con lo que la obligación sería sólo exigible
cuando ocurra la mejoría de fortuna o la muerte del deudor-, hace abandono de tal actividad,
sin demostrar que ello se debió a causas que no le fueran imputables, debe entenderse que
voluntariamente impidió el cumplimiento de la premisa estipulada, correspondiendo que se fije
judicialmente el plazo para el pago, con independencia del mejoramiento o no de la situación
del deudor.
e) La recepción de la cláusula de pago a mejor fortuna en el campo de un mutuo comercial
debe ser -en principio- negativa o, por lo menos, restrictiva, y siempre que la naturaleza de las
obligaciones mercantiles sujetas a tal modalidad no exija una solución diversa.
f) El beneficio de litigar sin gastos genera una obligación que participa de los caracteres de los
que contienen la cláusula “a mejor fortuna”. Su exigibilidad se halla sujeta a un hecho futuro
eventual, como es el mejoramiento de fortuna del deudor. Se trata de una obligación
condicional resolutoria; de no cumplirse la condición de la exención, se convierte en definitiva,
o sea, sólo renace la responsabilidad por el pago de los gastos del proceso si el interesado
mejora de fortuna. La obtención del beneficio de litigar sin gastos no desplaza la condena en
costas. Es que éstas deben ponderarse y decidirse en razón de lo actuado, y si la parte es
merecedora de tal condena, así debe resolverse; a posteriori, sí opera el beneficio citado,
porque la imposición de costas genera una obligación semejante a la de pagar “a mejor
fortuna”.
g) La concesión del beneficio de litigar sin gastos lleva aparejado el efecto fundamental
consistente en que el beneficiario queda exento, total o parcialmente, del pago de las costas y
gastos judiciales hasta que mejore de fortuna y, por consiguiente, sin perjuicio de las posibles
modificaciones de que puede ser objeto, la resolución que concede el beneficio genera una
obligación que participa de los caracteres de los que contienen la cláusula “a mejor fortuna”; su
exigibilidad se halla sujeta a un hecho futuro eventual, como es el mejoramiento de fortuna del
deudor; se trata de una obligación condicional resolutoria. De no cumplirse la condición, la
exención se convierte en definitiva, o sea, sólo renace la responsabilidad por el pago de los
gastos del proceso si el interesado mejora de fortuna.
h) Si bien la legitimada activa detenta beneficio de litigar sin gastos, es cierto que ante el
resultado favorable que obtuviera, se perfila la inminente modificación de estado de pobreza
que justificó el acordado beneficio, encontrándose en estado de mejor fortuna.
i) Siendo la cláusula de pago a mejor fortuna un plazo incierto, puede suceder que el deudor a
quien favorece la inercia de la situación se niegue a reconocer que le ha llegado el momento
del pago; en tal caso los jueces, a instancia de parte, deben designar el tiempo en que deba
hacerlo. Y frente al requerimiento del acreedor de fijación del plazo, es carga del deudor
demostrar que no se ha dado el hecho que da certidumbre al tiempo del cumplimiento, esto es
que su situación económica no ha mejorado.
j) Es a cargo del deudor la prueba de que no ha mejorado de fortuna.
k) Debe evitarse transformar la concesión del beneficio en un privilegio, pues esta exención de
responsabilidad a mejor fortuna por las resultas del pleito tutela a una de las partes en la
misma medida en que afecta a la contraria, por razones que no son atribuibles, en principio, a
esta última y cuyo interés resulta igualmente respetable.
2. Beneficio de competencia:
a) El fundamento del pago con beneficio de competencia se encuentra en evitar que un deudor
de buena fe se vea colocado en situación de total desamparo al tener que dar satisfacción a
obligaciones contraídas con un acreedor con el cual media alguna relación que obliga en
equidad a tener cierta tolerancia.
b) El beneficio de competencia es una concesión legal que se otorga a ciertos deudores en
virtud de la cual están autorizados a pagar lo que buenamente puedan, dejándoles lo
indispensable para su subsistencia, con cargo de devolución si mejora de fortuna, requiriéndose
que aquél sea deudor de buena fe, carezca de recursos para su propia subsistencia y el
acreedor no se encuentre en una situación tan afligente como el propio deudor.
c) El beneficio de competencia constituye un favor legal y excepcional y por ello no puede
extenderse a personas distintas de las comprendidas en esa enunciación del art. 800 del
Código de Vélez y proyectarse a distintas situaciones de aquellas mismas personas.
d) La concesión del beneficio de competencia no implica una quita de la deuda, pues el saldo
impago sigue obligando al deudor, aunque sujeto a un plazo incierto dado que no se cuestiona
la existencia de la obligación y su cuantía, sino la oportunidad de su pago.
e) Toda obligación de pagar cuando el deudor pueda o tenga medios para hacerlo, constituye
una obligación a plazo incierto, no una obligación condicional.
3) Beneficio de litigar sin gastos:
a) El reconocimiento a la necesidad de resguardar la igualdad ante la ley para tener acceso a la
protección jurisdiccional debe tener su correlato con la situación económica del pretendiente,
condición que, en principio, excluye la necesidad de que se encuentre en un estado de
indigencia, empero sí le impone que acredite fehacientemente que no se encuentra en
condiciones de solventar los gastos causídicos del juicio.
b) Para que se pueda determinar si la condición a la que se ha sujetado el otorgamiento del
beneficio (impotencia patrimonial del peticionante) subsiste o si ha concluido -tornando exigible
la obligación de pagar las tasas y demás gastos de justicia-, se requiere de un planteo
incidental por parte de quien pretenda el cese del beneficio, y que lleve a establecer que el
beneficiario “ha mejorado su fortuna”, o sea, que está en condiciones económicas de asumir el
pago de los honorarios y demás costas.
c) El beneficio de litigar sin gastos no implica un privilegio que exima eterna y definitivamente
a quien resulta obligado, pues tal obligación participa de la naturaleza de la cláusula “a mejor
fortuna”. Su exigibilidad se halla subordinada al acaecimiento de un hecho futuro e incierto,
cual es el mejoramiento económico del deudor, razón por la cual se trata de una obligación
condicional resolutoria de no cumplirse la condición, la exención se convierte en definitiva. Por
otra parte, la concesión del beneficio es siempre provisional y no causa estado.
d) La indemnización que se ha reconocido al actor en autos no alcanza a constituir la mejora
económica a la que alude el art. 84 CPCC, pues en tal caso dicho resarcimiento tiende, en
virtud del principio de reparación integral, a colocar a la víctima en el mismo estado en que se
encontraba al momento en que se produjo el hecho que originó el juicio de daños y perjuicios.
Se ha señalado que la percepción por el beneficiario de la suma reclamada no importa per se
una efectiva mejora patrimonial. La mera invocación de que la suma correspondiente a los
intereses reconocidos en la sentencia sobre el capital de condena importa la mejora de fortuna
a la que alude en el art. 84 CPCC, no es suficiente para dejar sin efecto el beneficio, habida
cuenta de que dichos accesorios forman parte de la indemnización reconocida en la sentencia
definitiva y hacen a la integralidad de la reparación de los daños sufridos (esta sala, causa
827/97 del 10/7/07), máxime cuando no se ha invocado ni acreditado que la suma resultante
de la sentencia supera la necesaria para lograr dicha reparación, colocando al actor en una
situación económica mejor de la que en su momento el juez consideró para conceder el
beneficio de litigar sin gastos.
4. Efectos del Beneficio de litigar sin gastos:
a) Quien obtuvo el beneficio de litigar sin gastos no puede ser ejecutado por las costas
procesales en tanto no varíe su situación patrimonial.
b) Concedido el beneficio de litigar sin gastos, su titular estará exento de la obligación de
pagar, además de las tasas de justicia y otros gastos judiciales, las costas y honorarios
correspondientes a la contraparte, hasta que mejore su fortuna. Ello debe entenderse en el
sentido de que los honorarios de los abogados no podrán ser cobrados mientras subsistan las
condiciones que llevaron a conceder el beneficio de litigar sin gastos, aunque prevé su
subsistencia mientras permanezca la condición suspensiva, o sea, hasta que el actor mejore su
fortuna.
c) La concesión del beneficio de litigar sin gastos lleva apa-rejado el efecto fundamental
consistente en que el beneficiario queda exento, total o parcialmente, del pago de las costas y
gastos judiciales hasta que mejore de fortuna y, por consiguiente, sin perjuicio de las posibles
modificaciones de que puede ser objeto; la resolución que concede el beneficio genera una
obligación que participa de los caracteres de los que contienen la cláusula “a mejor fortuna”.
d) Si bien el beneficio de litigar sin gastos tiene por fundamento la “necesidad” de preservar o
hacer efectiva la garantía constitucional de la defensa en juicio que tiende a asegurar el acceso
a la justicia y que en “la ponderación del beneficio de litigar sin gastos la ley deja librada a la
apreciación judicial, en cada caso concreto, la determinación de la suficiencia o insuficiencia de
los recursos del interesado para afrontar los gastos del proceso de que se trate”, de ello no se
sigue que su otorgamiento favorable desplace una condena en costas sino que la exigibilidad
de las mismas queda sujeta a una condición resolutoria: “hasta que mejore de fortuna”, hecho
futuro e incierto que debe ser acreditado por la parte legitimada en los términos del art. 83,
párr. 3o, del CPCC, y los arts. 620 y 572 del Código de Vélez.
e) Si se pretende la ejecución de honorarios regulados sin haberse iniciado el incidente para
acreditar que la parte beneficiada efectivamente tuvo un mejoramiento de fortuna,
corresponderá rechazar la pretensión.
f) En la obligación sujeta a la cláusula "a mejor fortuna”, su exigibilidad se halla subordinada al
acaecimiento de un hecho futuro e incierto, cual es el mejoramiento de fortuna del deudor,
razón por la cual se trata de una obligación condicional resolutoria. Si el beneficiario mejora de
fortuna, renace su responsabilidad por el pago de los gastos del proceso.
g) La presunción de escasez de recursos tiene efectos idénticos al beneficio de litigar sin gastos
en cuanto se mantiene hasta que se demuestre la mejora de fortuna del beneficiario y
comprende los gastos del proceso y los honorarios profesionales. Pero que se mantenga la
mentada presunción por participar de los mismos efectos del beneficio de litigar sin gastos no
implica interpretar que nunca se podrá exigir al ejecutado -condenado en costas- a cumplir con
el pago total de los honorarios reclamados. Sólo quedan supeditados hasta que se pruebe la
mejora de fortuna por la vía procesal que corresponda.
h) No cualquier mejora económica es suficiente para dejar sin efecto o quebrantar la
presunción de escasez, sino aquella que le permita salir de la situación de carencia de recursos
que en su momento se encontraba al requerir la asistencia de la defensa.
i) Hasta tanto no se acredite la mejora de fortuna, esta última sigue vigente, se mantiene
incólume. Es decir, opera como si se hubiera tramitado y concedido la franquicia; y por lo
tanto, el obligado al pago, por resultar vencido, se encuentra eximido de solventarlas. Por lo
tanto, un letrado que pretende ejecutar sus honorarios contra quien goza de esta presunción
debe quebrantar la presunción de escasez de recursos; y en su caso, acompañar y ofrecer toda
la prueba de la que intentara valerse para acreditar, en definitiva, su mejora de fortuna y evitar
la concesión de la franquicia por el Tribunal o su mantenimiento.
2. Lugar del pago o cumplimiento.
Este principio de que el pago debe cumplirse en el lugar designado y no en otro cualquiera se
denomina principio de localización.
De los varios requisitos del pago o cumplimiento de la obligación, este último suele ser el
requisito al que menos atención se le presta.
Se trata, en general, de un requisito no esencial, pero la localización de la obligación es, en
ciertos casos, una determinación que porta importantes consecuencias en la vida, desarrollo y
fenecimiento del vínculo obligacional.
La obligación no sólo constriñe al deudor a pagar, sino a hacerlo en determinado lugar y no en
otro. Ello no resulta casual, porque elegir un lugar u otro para recibir el pago seguramente fue
una decisión pensada en el momento de constituir la obligación, debiendo pensarse
razonablemente que las partes tendrían algún motivo especial que justificare la elección del
lugar
El lugar de cumplimiento de la obligación es normalmente definido como una circunstancia de
ella; sin embargo, no es cualquier circunstancia, ya que constituye una pauta importante para
dar solución a diversos problemas prácticos:
1) La determinación del régimen jurídico aplicable. Según el lugar de cumplimiento, puede
entrar en juego uno u otro derecho, si la cuestión es captada por el derecho internacional
privado y resulta de aplicación el estándar de la lex loci solutionis (la ley del lugar de
cumplimiento de la prestación).
2) La determinación de la jurisdicción en que deba resolverse alguna disputa que surgiera con
relación al cumplimiento defectuoso de la obligación. El lugar de cumplimiento de la obligación
puede operar como factor de determinación de la competencia del juez al que se sometan las
disputas entre los sujetos obligacionales.
3) La determinación del lugar de ejecución, al señalar el lugar en que deben cumplirse las
prestaciones y quien carga con los costos y los riesgos de la entrega de la cosa o el
cumplimiento de la prestación.
El lugar de cumplimiento de la obligación, también llamado locus solutionis, o “lugar de la
prestación” es el sitio “en el cual el deudor debe desplegar aquella conducta o aquel
comportamiento configurado en el negocio de constitución de la relación obligatoria. El lugar de
prestación tiene una evidente importancia en el orden práctico y desde un punto de vista
económico. Para el acreedor determina un mayor o menor grado de utilidad de la prestación. Si
la prestación es ejecutada en el lugar preciso en que al acreedor le interesa, el acreedor
obtiene con ello la utilidad máxima. Si, por el contrario, es ejecutada en un lugar di¬ferente, su
utilidad disminuirá en la medida en que el acreedor tendrá que llevar a cabo él mismo una
actividad adicional o en su caso costearla para trasladar la prestación o sus resultados a su
centro dé interés... El lugar de prestación determina para el deudor un grado mayor o menor
de onerosidad de la obligación. Una ejecución de la prestación en el mismo centro de interés y
de actividad del deudor es para él menos onerosa que otra que le imponga la realización de
una actividad adicional o un desplazamiento de la prestación”.
El lugar de cumplimiento de la prestación constituye una circunstancia -en muchas ocasiones
intrascendente, pero muy importante en otras- de la relación obligatoria, sirviendo de marco a
la prestación.
En principio, solamente la prestación cumplida en el lugar determinado por las partes al efecto
constituye el cumplimiento exacto de la prestación y libera plenamente al deudor.
En caso de pretender el deudor cumplirla en otro lugar, distinto del señalado para el
cumplimiento, el acreedor puede rehusarse a recibirla, si ello le causa perjuicio y, en tal caso,
el deudor no podrá pretender haber quedado liberado con un cumplimiento fuera del lugar
designado.
Claro que el acreedor para ello deberá alegar un perjuicio derivado del cambio, pues si le es
intrascendente el mismo, configuraría un exceso y hasta un abuso una alegación tal y es sabido
que, en esta como en cualquier otra cuestión, el abuso del derecho se encuentra vedado por el
ordenamiento vigente (art. 10 CCCN).
Reglas generales.
Los arts. 874 y 875 del nuevo CCCN., establecen las siguientes reglas generales en esta
materia:
a) El lugar de pago puede ser establecido por acuerdo de las partes, de manera expresa o
tácita (art. 873 CCC). La designación del lugar de cumplimiento se produce cuando las partes lo
consignan inequívocamente en términos claros y precisos, lo que puede suceder al momento de
constituir la obligación o, de común acuerdo, también después.
b) Esta designación no requiere del empleo de formalismos especiales ni de la utilización de
formas sacramentales.
c) Será expresa tal determinación, cuando las partes fijen un domicilio con toda precisión
para el cumplimiento de la prestación y será tácita cuando el lugar de cumplimiento surja
inequívocamente de la convención o de alguna circunstancia de la obligación.
d) Lo corriente es que sea expresa, pero podría llegar a ser tácita, cuando resultare de la
naturaleza y circunstancias de la obligación. Esto último ocurriría, por ejemplo, respecto de la
obligación de realizar una construcción o de parquizar una quinta de fin de semana, que debe
ser cumplida necesariamente en el lugar donde está ubicado el inmueble.
e) Si las partes no han fijado un lugar de pago, éste es el domicilio del deudor al tiempo del
nacimiento de la obligación (art. 874, 1ra parte, CCCN).
f) Si el deudor se muda posteriormente, el acreedor tiene derecho a exigir el pago en el
domicilio actual o en el anterior. Igual opción corresponde al deudor, cuando el lugar de pago
sea el domicilio del acreedor (art. 874, in medio, CCCN).
g) El domicilio del deudor no es el lugar de cumplimiento de la obligación en las siguientes
obligaciones:
g.1) de dar cosa cierta; en dicho caso, el lugar de pago es donde la cosa se encuentra
habitualmente;
g.2) de obligaciones bilaterales de cumplimiento simultáneo; en este supuesto, el lugar de
pago es donde debe cumplirse la prestación principal.
h) Frente al silencio de las partes, la ley presume que ellas han elegido, como lugar del
pago, el lugar donde la cosa cierta existía al tiempo del nacimiento de la obligación. Por
ejemplo, si Arturo vende a Ignacio una moto que tiene en su casa de fin de semana de Monte
Hermoso, la entrega de la misma debe hacerse en esa ciudad. Si el deudor tuviera que
entregarlo en otro sitio, ello implicaría la necesidad de transportarlo y, por tanto, una mayor
onerosidad de la prestación a su cargo, inadmisible sin una manifestación de voluntad en tal
sentido.
3. Las obligaciones quérables o de recogida. Distintos casos.
El CCCN., ha establecido una regla subsidiaria, pero de alcance general, para el caso de que las
partes no hayan fijado un lugar de pago, determinando que éste es el domicilio del deudor al
tiempo del nacimiento de la obligación (art. 874, primera parte, CCCN).
Ello ha hecho que las obligaciones quérables hayan ganado un importante lugar en el nuevo
ordenamiento.
Respecto del lugar de cumplimiento de una obligación, la doctrina francesa clásica alumbró una
célebre distinción, cuyos efectos perduran hasta nosotros. Se trata de la clásica distinción entre
las obligaciones quérables y las obligaciones portables, que diferencia los vínculos
obligacionales según el lugar en que las prestaciones deben ser cumplidas o satisfechas.
Las obligaciones portables exigen del deudor que sea quien lleve a cabo el transporte o el
desplazamiento de la prestación, cargue con los costos y los riesgos de ello y la cumpla en el
domicilio del acreedor.
Las obligaciones quérables son aquellas que cargan al acreedor con la necesidad de buscar él
mismo la prestación, es decir, de presentarse a cobrar en un domicilio distinto del suyo. La
obligación es quérable, cuando el acreedor debe “buscar su pago”. La voz “quérable” deriva del
latín “quaero” que significa “buscar”.
El vocablo francés “quérable” puede ser traducido como requerible. Es así que las obligaciones
quérables son obligaciones requeribles, siendo la palabra quérable un adjetivo calificativo de
una deuda, que por así disponerlo una cláusula contractual o una disposición legal, su
cumplimiento debe ser requerido por el acreedor en el domicilio del deudor o en el de
cumplimiento determinado, debiendo en ellas el requirente presentarse a tal domicilio, bien
para obtener el pago, bien para constituirlo en mora, en caso de no haberlo obtenido.
Agudamente, dos juristas peruanos de nota han aseverado que la obligación quérable “afecta al
acreedor en la medida en que le impone la carga de ir a cobrar y, por ese mismo motivo, le
acarrea dificultades para pactar la mora automática”.
La querabilidad (quérabilité) de una obligación puede surgir bien normativamente o bien por
contrato. Por contrato, cuando las partes determinan de consuno que el domicilio de
cumplimiento de la obligación es el domicilio del deudor; normativa-mente, cuando, a falta de
estipulación de las partes del lugar de cumplimiento, la ley (art. 747 in fine CC) determina
supletoria-mente que el domicilio de cumplimiento es el del deudor, si no se ha expresado lo
contrario en la fuente de la obligación o en actos bilaterales posteriores.
En el derecho argentino, la doctrina y la jurisprudencia han interpretado la cuestión, en
general, con excesivo simplismo; se ha identificado a la obligación quérable con aquella que se
cumple en el domicilio del deudor, al que debe concurrir el acreedor a buscar el cumplimiento
de la prestación. Es la más común de estas obligaciones, pero no es la única.
El problema de la simplificación excesiva es que suele llevar al error. En rigor, tan quérable es
la deuda cuando el lugar de cumplimiento es el domicilio del deudor como cuando no hubiese
lugar designado para el pago y se tratase de un cuerpo cierto y determinado, y el acreedor
debiera concurrir al sitio donde éste existía al tiempo de contraerse la obligación.
Ello, porque, en esencia, la deuda quérable es aquella caracterizada por que el acreedor debe
efectuar un requerimiento de pago o cumplimiento en un sitio predeterminado, esto es, que el
acreedor debe concurrir a un lugar para obtener el cumplimiento de la prestación, no afectando
ese carácter de la deuda, que ella deba cumplirse no en el domicilio del deudor, sino en el de
un tercero designado por éste, donde, por ejemplo se halla la cosa que debe entregarse al
acreedor.
Sin embargo, de hecho, en la Argentina obligación quérable es sinónimo de aquella que debe
cumplirse en el domicilio del deudor. Habiendo efectuado ya la aclaración de que se trata de
una simplificación excesiva, conservaremos el equívoco, por razones de mejor entendimiento y
sobre la base de la regla de uso común del lenguaje, para no tener que hacer aclaraciones cada
dos párrafos.
De tal modo, en lo que a nuestro país concierne, se denominan obligaciones querables,
solamente a aquellas que deben cumplirse en el domicilio del deudor, sea por haberlo así
convenido las partes o por haber omitido éstas establecer el lugar de pago o cumplimiento. A
este último supuesto resulta aplicable el principio de que ante la falta de determinación del
lugar de pago, éste debe ser realizado en el domicilio del deudor (arts. 618 in fine y 747 in fine
del CC, y art. 874 CCCN).
Pareciera un tema abstracto, pero no lo es. Estas obligaciones están presentes en nuestra
práctica cotidiana mucho más frecuentemente de lo que el común de las gentes cree, sólo que
no las ven.
Bien ha concluido Jérôme François que la deuda es quérable porque el acreedor debe
desplazarse para obtener su pago; pero este tipo de deudas lo obliga a algo más: a tomar la
iniciativa para percibir lo que se le adeuda.
En esta línea, dice el maestro Alain Bénabent, que “la distinción entre obligaciones portables y
quérables traduce una oposición en cuanto a la iniciativa de las operaciones de pago; las deu-
das son... quérables cuando la iniciativa está a cargo del acreedor y, por ende, el deudor no
debe intereses moratorios más que a partir del día en que ha sido colocado en mora”61 por el
acreedor a través del requerimiento personal de cumplimiento.
Cabe agregar a tan exacta definición que la Casación francesa ha establecido la regla, en
materia de obligaciones de recogida, de que el acreedor no puede válidamente colocar en
estado de mora al deudor, más que después de haber vanamente reclamado el pago de la
deuda en el domicilio de éste.
Agudamente, observa el maestro François que “con el desarrollo de los medios modernos de
pago (por oposición al pago en especie) esta clasificación de las obligaciones ha cambiado de
significación” en el derecho europeo, al menos.
De los tres posibles lugares de cumplimiento que brinda el art. 747 del CC en el primer caso, la
regla general establece que el lugar de cumplimiento de la obligación es el lugar designado por
las partes. Luego, la norma prevé que si no hubiese lugar de-signado y se tratase de un cuerpo
cierto y determinado, deberá hacerse donde éste existía al tiempo de contraerse la obligación.
Finalmente, luego de todo ello, aparecen las obligaciones en las que el lugar de cumplimiento
es el domicilio del deudor
Así, las obligaciones requeribles o de recogida son la excepción y no la regla en materia de
obligaciones; la regla es que el lugar de cumplimiento de la obligación es el lugar designado
por las partes y no es lo más corriente que las partes designen el domicilio del deudor como
lugar de cumplimiento.
La determinación del lugar de cumplimiento de la prestación por las partes puede hacerse en
forma expresa o de una manera implícita. La manifestación tácita puede inferirse de las
circunstancias particulares de cada caso.
Tanto el Código de Vélez como el CCCN., sientan el principio inverso al del derecho francés,
donde la regla es que la obligación es quérable y la excepción es que sea portable, lo cual se
relaciona con el sistema de constitución en mora adoptado por el ordenamiento galo y la
vigencia efectiva allí del principio favor débitons.
Y, además de una excepción, las obligaciones requeribTéso de recogida constituyen un
supuesto de tipo supletorio, es decir, que sólo entra enjuego, por lo general, ante la falta de
precisión por las partes del lugar de cumplimiento de la obligación.
La doctrina argentina ha afirmado, siguiendo a Llambías, que la naturaleza quérable de la
obligación constituye un principio general supletorio.
El art. 874 CCCN., así lo establece ahora:
1) Regla general: El pago debe ser hecho en el lugar designado por las partes en la
obligación.
2) Regla alternativa: Si nada se ha indicado, el lugar de pago es el domicilio del deudor al
tiempo del nacimiento de la obligación.
Así, la obligación es quérable -en lo que se conoce en la Argentina por tal- solamente si no
existe lugar de cumplimiento designado.
Normalmente, la obligación del deudor constituye una obligación de recogida, cuando no se
estipula en el contrato su lugar de cumplimiento, lo que, a tenor del art. 874 CCC, convierte al
domicilio del deudor en el lugar de pago legalmente establecido, a falta de estipulación de las
partes.
Es mucho menos frecuente que las partes pacten expresamente que el lugar de cumplimiento
sea el domicilio del deudor, a menos que de allí deban retirarse efectos de alguna complejidad
de movilización, o que estén allí resguardados o estibados y deba el acreedor ir a recogerlos.
La regla práctica es que cuando se entregan cosas fungibles o de escaso valor o nula
complejidad de traslado, el domicilio pactado suele ser el del acreedor.
Es que la naturaleza quérable de la obligación traslada los riesgos del pago, así como sus
costos al acreedor , quien suele siempre pretender evitarlos y, por ende, no suele de buen
grado aceptar tales obligaciones, salvo que especiales circunstancias así lo ameriten o la
cuestión sea olvidada por las partes y, entonces, la ley sea la que, en el art. 874 CCC,
encuadre la cuestión -supletoriamente- en el anaquel de las obligaciones de recogida por
antonomasia, esto es, aquellas cuyo lugar de cumplimiento es el domicilio del deudor
Como se viera supra, la determinación del lugar de cumplimiento en uno u otro domicilio (del
deudor o del acreedor) puede implicar o una jurisdicción diferente o, en ocasiones, hasta
determinaciones de una diferente ley aplicable, si se tratase de cuestiones captadas por el
derecho internacional privado.
Por ende, “lejos de ser indiferente, el lugar de cumplimiento importa, en la práctica,
trascendentes consecuencias”.
Como bien apunta el Profesor Castillo Freyre, “por lo general y a fin de facilitar el cobro, se
suele elegir el domicilio del acreedor”.
También la deuda suele ser de las que venimos estudiando, cuando se trata de la entrega de
un cuerpo cierto, normalmente de alguna dimensión o de alguna complejidad para su
movilización y la cosa a entregar se halla en el domicilio del deudor; en estos casos suele
establecerse que el lugar de cumplimiento es el domicilio del deudor, sencillamente, porque en
él se halla la cosa transmitida
La distinción que analizamos ha quedado perfectamente es-clarecida merced a los aportes de la
doctrina y la jurisprudencia francesa, en especial, y europea, en general.
La diferenciación es sencilla de trazar: las deudas portables son aquellas en que el lugar de
pago es el domicilio del acreedor, por lo que el deudor debe “portar” los medios de pago hasta
allí hasta entregarlos, con lo que él carga con los riesgos y gastos del pago.
La obligación es quérable, en cambio, cuando quien debe desplazarse para obtener el pago y
llevar la iniciativa al efecto de verse satisfecho es el acreedor, quien debe concurrir -
normalmente- al domicilio del deudor a requerirle el cumplimiento.
Las precisiones anteriores deben ser tomadas en cuenta, pues no debe caerse en este tema en
un tratamiento superficial y adocenado, simplificando excesivamente la temática, cuando no
adoptando posiciones equivocadas, como ha ocurrido en algunos casos en materia de mora en
las obligaciones requeribles.
No cabe soslayar, aunque se lo ha hecho en algunos casos, que en las obligaciones de recogida
se enfatiza el deber de colaboración del acreedor para ver satisfecha su acreencia; esto no
puede ser un dato neutro al momento de analizar la entrada en mora.
Hemos tenido ocasión de fallar en tres casos de obligaciones quérables y consideramos que las
mismas, si fueran más y mejor conocidas, podrían aplicarse a muchos más supuestos de los
que se las ve aplicadas en nuestros foros hoy día.
Uno de los supuestos arquetípicos de obligaciones quérables es el consistente en la obligación
del empleador de entregar el certificado de trabajo que exige el art. 80 LCT.
En un caso tal, sostuvimos que la obligación de pagar al trabajador despedido la indemnización
correspondiente, así como la obligación de entregarle a éste el certificado de trabajo post-
cese, constituyen obligaciones cuyo lugar de cumplimiento no puede ser sino el domicilio del
deudor.
Agregamos allí que en derecho del trabajo, la enorme mayoría de las obligaciones de los
empleadores son obligaciones de este tipo, pues a tenor de lo dispuesto en el art. 129 primer
párrafo, LCT, “el pago de las remuneraciones deberá hacerse en días hábiles, en el lugar de
trabajo y durante las horas de prestación de servicios...”. Si es así respecto de las
remuneraciones, con igual o aun mayor razón ello ocurre con las indemnizaciones, las que no
tienen norma especial que las sustraiga de este principio general de requisito de localidad del
pago en esta temática.
Adujimos seguidamente que, tratándose de una obligación de recogida ante el incumplimiento
del acreedor de concurrir a cobrar, no puede sostenerse que pesa sobre el deudor una
obligación implícita de diligencia consistente en interpelar al acreedor para que concurra a
cobrar; en efecto, dado que el débito del deudor se agota en aguardar la concurrencia del
acreedor para efectuar el pago, la circunstancia de no haber cursado la referida interpelación
no le es imputable como base de una atribución de mora.
Finalmente, dejamos sentado que dado que la mora de una de las partes, en supuestos de
obligaciones no bilaterales o sinalagmáticas, excluye la de su contraria, pues un principio lógico
implica que a una obligación corresponde sólo una mora y nunca pueden existir respecto de
una única obligación dos morosos in-compatibles o contrapuestos, en estos supuestos de
obligaciones quérables la mora del acreedor o mora accipiendi excluye a la del deudor, la que
nunca llegó a configurarse si el acreedor no de-mostró haber concurrido a su domicilio a
requerirle el pago.
No hace mucho nos tocó fallar otro caso, verdaderamente mucho más interesante y novedoso,
donde también se hallaba en juego una variante de obligación quérable.
Se trataba del caso de un obrero que laboraba como fileteador de pescado y labores conexas
para una empresa empacadora de pescado, en el puerto de Rawson. El operario no cumplía un
horario fijo, sino variable y podía trabajar cuatro horas por día como catorce o más,
dependiendo de la existencia de buena pesca ese día. Tampoco trabajaba todos los días, sino
que era convocado, al igual que sus compañeros, por el patrón por mensaje de texto a su
celular o por teléfono y era pasado a buscar, lo mismo que sus compañeros, en un camión de
la patronal por la casa de cada uno o puntos prefijados de espera. Por circunstancias que no
vienen al caso, el patrón despide al operario argumentando que no había ido a trabajar un día
y que esta falta se sumaba a otras anteriores, para conformar una causal hábil de despido. El
caso es que la prueba ofrecida por el patrón era escasa y plagada de generalidades, no
habiendo acreditado que ese día concreto en que dispuso el despido hubiera convocado al
operario o ido a buscarlo.
En nuestro voto dijimos que en el caso que nos ocupaba, la modalidad de la prestación laboral,
al igual que la forma de traslado y convocatoria del personal de la demandada, aproximan el
tema a la obligación quérable, en la cual el requerimiento de cumplimiento debe cumplirse en
el domicilio del deudor -en este caso, el operario- que es el deudor de una obligación de puesta
a disposición, la de su fuerza y capacitación laboral en beneficio del patrón.
Agregamos que, si bien en ese caso no se trataba de una deuda de dinero, sino de un débito
laboral, el hecho de que el principal convoque al operario ciertos días y no todos y lo pase a
buscar por su casa un vehículo suyo aproxima notoriamente esta obligación a las de recogida,
con lo que rige similar régimen al de ellas en tal obligación, no corriendo, por ejemplo, la mora
automática, sino que la mora es por constitución, necesariamente.
Sostuvimos luego que en tal situación, la acreditación de que el patrón notificó por teléfono o
por mensaje de texto el día concreto en que se produjo el hecho que se adujo como motivo del
despido y la prueba de la concurrencia del vehículo del patrón a la casa del operario ese día
constituyen extremos de hecho de necesaria acreditación, para posibilitar un despido con
causa. Pues bien, esa prueba no se produjo allí.
De todo ello concluimos que, en ese caso, no se habían probado extremos de hecho que
viabilizaran la procedencia de la configuración de la causal de despido invocada, por lo que
sien-do carga del empleador que despide la prueba de la causal de distracto (art. 243 LCT) y
no habiéndose probados tales extremos de hecho, lógica consecuencia es que el despido debe
juzgarse incausado y disponerse el pago de una indemnización por despido al actor.
La mora en las obligaciones quérables.
Agudamente, dos juristas peruanos han precisado, en relación con la obligación quérable, que
ella “afecta al acreedor en la medida en que le impone la carga de ir a cobrar y, por ese mismo
motivo, le acarrea dificultades para pactar la mora automática. Si el lugar de pago es el
domicilio del deudor, de poco serviría que se pactara la mora automática, pues necesariamente
el acreedor tendría que ir a cobrar para constituir en mora a su deudor”.
No cabría agregar una coma a tan atinado comentario. Sin embargo, en nuestro país los
errores de concepto han primado y hasta existen acuerdos plenarios de dos Cámaras de
Apelación capitalinas, bien que de comienzos de la década de 1980, cuyas mayorías cayeron en
el error de admitir en estas obligaciones la mora automática, lo que constituye un desvarío,
producido por la extralimitación del influjo de los textos por sobre la realidad efectiva.
Llamativamente -y pese a que habíamos advertido de las consecuencias de ese criterio en un
artículo nuestro ya citado-, el legislador de la ley 26.994 recayó en ese error, al redactar el art.
888 CCC, que establece que “para eximirse de las consecuencias jurídicas derivadas de la mora,
el deudor debe probar que no le es imputable, cualquiera sea el lugar de pago de la obligación”.
La incidencia de esta norma es grave, al obligar al deudor a probar que su mora es inimputable
revirtiendo la carga de una prueba que para él es gravosa y hasta diabólica, mientras que para
su contraparte sería sencillo probar que fue a cobrar a su domicilio en determinado momento. A
nuestro juicio, en cuanto a su in fine, es una norma retrógrada, inconveniente, axiológica-
mente disvaliosa y contradictoria con un principio general que surge de otra norma del nuevo
ordenamiento (art. 1735 CCC): el principio de facilidad probatoria, esto es que, a los efectos de
la asignación de la carga de la prueba, debe ponderarse cuál de las partes se halla en mejor
situación para aportarla.
Nos parece una afrenta a la razonabilidad, requisito sin el cual la obligación misma se vuelve
ilegítima e inconstitucional, la exigencia de que un deudor pruebe un no hecho, máxime un “no
hecho” que pudo ocurrir durante un largo período, como que el acreedor no ha ido a cobrarle a
su casa.
Ha dicho Montesano que, a tenor del art. 888 CCCN., queda cerrada “toda discusión doctrinaria
en torno a qué sucede si el lugar de pago es el domicilio del deudor, y adhiriendo a la solución
de la doctrina plenaria de las Cámaras Nacional en lo Civil y en lo Comercial. A nuestro juicio,
la solución coloca al deudor en la prueba “diabólica” de tener que aguardar todo el día en su
domicilio la llegada del acreedor y en su caso demostrar que éste no compareció para eximirse
de las responsabilidades de la mora”.
Compartimos en buena parte sus afirmaciones, pero nos parece que no tiene por qué quedar
cerrado el tema de la obligación quérable y su constitución en mora por la aplicación lineal de
una norma aislada.
La aplicación directa, sin matices, ni elaboración alguna del in fine del art. 888 CCC repugna
toda razonabilidad e incluso pone en cuestión valoraciones éticas, que tanto se pregonan en el
CCCN., como los principios de buena fe (arts. 9 y cc. CCCN.) y de moralidad (arts. 279 y cc.
CCCN.),
etc.
Que a una persona -el deudor- a quien debía ir el acreedor a cobrarle en su casa -lo que debiera
ser una ventaja para el primero- pueda hacérsela quedar constituida en mora, sin que el
acreedor haga más que esperar el vencimiento del plazo de la obligación, incluso, sin
molestarse en ir a cobrarle a su domicilio, constituye una ocurrencia. Implica dejar en manos
del acreedor la suerte del deudor y cargar sobre él crecidas deudas por intereses, que el deudor
bien pudo no saber que habían comenzado a correr.
De la sola lectura de los párrafos anteriores surgen sin demora interrogantes acuciantes como
los siguientes: ¿Satisface la situación descripta el paradigma de la buena fe? ¿Y el de la
moralidad y las buenas costumbres? ¿Dónde deja la aplicación estricta del art. 888 CCCN., a las
obligaciones quérables todo lo que sostuvieron y hasta declamaron los miembros de la Comisión
de Reformas sobre las cargas probatorias dinámicas? ¿Ahora resulta que en un artículo -1735
CCCN.- se proclama el principio de facilidad de la prueba y la modernidad de las cargas
probatorias dinámicas y en otro -888 CCCN.- se exige a una persona la rendición de una prueba
diabólica? ¿Qué clase de coherencia es ésa?
El derecho civil nació hace milenios como una manifestación de la búsqueda de la justicia frente
al formalismo desbordado. Ha cambiado mucho, pero la aspiración de justicia y de satisfacción
del bien común sigue marcando su norte, con lo que no da igual una solución que otra.
El acreedor, que cargaba con una obligación de colaboración para el cobro en las obligaciones
quérables, pasa ahora, por artes de birlibirloque, a tener en sus manos el destino de su
deudor, sin hacer nada más que esperar. Los abusos a que va a dar lugar esta curiosa idea
están a la vista. Sólo falta esperar que el nuevo Código entre en vigencia para verlos.
Desde que ese Código rija, el deudor tiene que tratar por todos los medios de que su domicilio
no sea el lugar de cumplimiento de la obligación, porque en tal caso pende sobre él una
verdadera “espada de Damocles”: la posibilidad de que quede constituido en mora sin que se le
haya ido a cobrar e, incluso, sin saberlo.
La Comisión de Reformas ha cerrado sus ojos a la verdad en este punto, como en otros. Bien
había resuelto un prestigioso tribunal capitalino que cuando el lugar donde deben ser cumplidas
las obligaciones es el domicilio del deudor y el acreedor no se presenta, se entiende que aquel
no incurre en mora, pues el retardo que pudiera configurarse no es imputable a su
comportamiento sino a la no concurrencia del propio acreedor, quien debe desvirtuarla por
cualquier medio de prueba.
O, como dijo nuestra sala en otro fallo, en determinados casos ocurrentes corresponde moderar
el peso de la carga de la prueba. Es que en ocasiones la obtención de una probanza directa se
muestra en la práctica seriamente dificultosa y a raíz de ello se han formulado pautas de
flexibilización del onus probandi, tales como a mayor dificultad, menor exigencia probatoria, o el
límite de toda carga es la posibilidad de cumplirla (conf.: Zavala de González, “La prueba en los
procesos de daños y perjuicios”, en la obra colectiva Procedimiento probatorio, Panamericana
1998, p. 333). Ya antaño el maestro Couture indicaba que “para el caso de prueba muy difícil
(diffllioris probationis) los jueces deben atemperar el rigorismo del Derecho a fin de que no se
hagan ilusorios los intereses legítimos” y, en idéntico orden de ideas, nuestra CSJN ha
declarado que “las reglas atinentes a la carga de la prueba deben ser apreciadas en función de
la índole y características del asunto sometido a la decisión del órgano jurisdiccional, a los
efectos de dar primacía, por sobre la interpretación de normas procesales, a la verdad jurídica
objetiva, de modo que el esclarecimiento no se vea perturbado por un excesivo rigor formal”.
Cuando vemos propuestas ilusorias o extremadamente ritualistas, quienes hemos sido activos
abogados litigantes primero, luego funcionarios del Estado, después funcionarios judiciales y
luego magistrados, vemos con horror cómo pueden perderse algunos en laberintos
conceptuales para desatender las exigencias de la realidad. Es verdaderamente una exigencia
irreal que alguien pueda probar un hecho negativo, máxime cuando él consiste en la ausencia
de requerimiento de pago; con una tesitura como la que combatimos, en verdad, se está
eligiendo a quién perjudicar, bajo argumentos presuntamente legales.
Boffi Boggero enseñó que “la normatividad no puede desentenderse de la realidad natural”. Y
agregamos nosotros: la interpretación de las normas, menos aún, puede
llegar por interpretaciones conjeturales o sesgadas de los textos a negar la realidad evidente.
El requerimiento de una prueba negativa así violenta toda razonabilidad y contraviene el
principio favor debitoris, que tanto se menea en otros aspectos, tornando ilusorio el tratamiento
de todo el tema.
Un autor ha concluido, luego de brindar diversos argumentos, lo siguiente: “1. Es correcta la
doctrina del plenario en cuanto interpreta que en las obligaciones a plazo pagaderos en el
domicilio del deudor, es éste quien debe probar que el acreedor no concurrió a recibir el pago,
si pretende liberarse de las responsabilidades derivadas de la mora (art. 509 in fine CC). 2. El
art. 747 no se encuentra en pugna con el dispositivo del 509. En las obligaciones a plazo la
mora se produce por el solo vencimiento, cualquiera que sea el lugar de pago, salvo que el
deudor demuestre no tener culpa. 3. La cooperación del acreedor es siempre necesaria, trátese
de deudas “quérables” o “portables”. La prueba de la no cooperación incumbe al deudor en
todos los casos.
Que la prueba impuesta al deudor sea de difícil producción no constituye un argumento
decisivo para condenar la doctrina legal impuesta”. A partir de ello ha sostenido la aplicación,
sin cortapisa o límite alguno, de la mora automática a las obligaciones quérables.
Nos parece un desatino. El entendimiento que combatimos vulnera el principio favor debitoris,
que se transformaría en una mascarada si se perjudicase de un modo tan terminante e in
justificado al deudor, obligándosele a probar un hecho negativo -la ausencia de requerimiento
de pago- prácticamente imposible de acreditar, lo que resulta o bien gravoso o bien requiere
la presentación de pruebas inverosímiles o poco convincentes.
Qué otro calificativo cabe poner a la exigencia de prueba de un hecho que pudo suceder o no
durante un determinado, incluso extenso, período -por ejemplo, que el acreedor no se presentó
a cobrar en el domicilio del deudor, del 1 de febrero de 2015 hasta el 3 de marzo del mismo
período-.
Si se pretendiese acreditar un extremo de hecho así por medio de testigos, la sombra del falso
testimonio cubriría toda la declaración del deponente, cuya razón de sus dichos sería para
comentar largo rato, pero nada convincente, con toda seguridad.
Imagínese un testigo que pretenda afirmar que ha estado en el domicilio del deudor, todo el
tiempo en que pudo presentarse el acreedor durante ese período, para afirmar que el mismo no
concurrió a cobrar; ello implica afirmar implícitamente que esta persona no se ausentó de ese
lugar un solo instante, nunca se distrajo, no satisfizo sus necesidades fisiológicas básicas,
estuvo atento todo el tiempo a la posible presencia de esta persona en la puerta del inmueble,
etc.
Máxime, pensando que no podría ser un testigo incluido en alguna causal de inhabilidad, como
un pariente, el cónyuge del deudor, etc. ¿Cuál sería la razón de los dichos de un testigo así que
diera algún poder de convicción al testimonio?
Creemos que la exigencia de prueba de un no hecho -el no requerimiento del pago, durante un
largo período- resulta, o bien imposible o, al menos, supererogatoria para el deudor, al no
tratarse de un hecho negativo que pueda probarse por hechos positivos contrarios.
En consecuencia, es un hecho negativo que no puede probarse válidamente, ya que cualquier
prueba que se presentase, automáticamente, removería los pensamientos más negativos del
juez sobre ella, por lo inverosímil de la situación del testigo en la situación a probar. Y los
jueces no pueden, no deben, ser cándidos.
Por ende, coincidimos acabadamente con el precedente de la CNCom., Sala B, que dice que
“cuando el lugar de pago es el domicilio del propio deudor, no se produce la mora automática
por el mero transcurso del plazo cierto, ya que en tal circunstancia el mismo deudor estaría
obligado a probar el hecho negativo de la inconcurrencia del acreedor a su domicilio al tiempo
previsto para el pago. Tal prueba negativa es prácticamente imposible, por lo que nadie puede
estar sometido a una probanza de esa naturaleza”.
En otro caso se resolvió que la prueba de un hecho negativo, en principio, se encuentra vedada
en nuestro orden jurídico, no sólo por contraponerse a lo establecido por el art. 377 CPCC, sino
por la dificultad -por no decir imposibilidad- práctica de comprobar la no ocurrencia de un
determinado hecho (ei incumbit probatio qui dicit, non qui negat).
También compartimos el criterio de que, tratándose de un pagaré a la vista, con cláusula sin
protesto, es insuficiente a los efectos de tener por constituido en mora al demandado el
requerimiento por telegrama colacionado, en tanto el mismo no puede reemplazar la ineludible
presentación del documento, atento su naturaleza de título quérable.
En similar sentido, se dijo agudamente que, aun tratándose de pagarés librados “a la vista”, ello
y la dispensa del protesto no excluyen la carga de presentación. En efecto, la deuda
instrumentada en aquéllos en quérable, esto es, aquella cuyo lugar de cumplimiento es el
domicilio del deudor (o el domicilio indicado en el título), por lo que el ejecutante debe
presentarse en el mismo para requerir hacerla efectiva porque el mero requerimiento de pago
sin exhibición de los títulos que induzca contemplatio leteris no importa -salvo los casos de
expresa admisión del obligado-, presentación, concebida como carga específicamente cambiaría
cuya noción comprende la actividad descripta.
Adherimos al criterio tradicional de que cuando el domicilio de pago es el del deudor se requiere
la efectiva colaboración del acreedor para que se pueda efectivizar la obligación; caso en que la
mora automática no debe producirse de pleno derecho, pues es necesario que el acreedor
demuestre que ha concurrido al domicilio de pago con intención de recibirlo y así dar por
cumplida con la obligación que emergía del contrato.
Una posible escapatoria al yerro del art. 888 in fine CCCN. es interpretar esta norma en un
ensamble con los arts. 9, 279 y 1735 y, entonces, en los casos en que el acreedor, en una
obligación quérable, no haya acercado prueba alguna de que fue a cobrar al domicilio del
deudor, hacerle saber que el juez espera de él que colabore en la prueba de tales extremo,
dado que lo contrario implicaría una neutralidad axiológica incompatible con la recta labor de
juzgar.
Y coincidimos absolutamente con el criterio de la Suprema Corte bonaerense de que cuando el
domicilio de pago es el del deudor se requiere la efectiva colaboración del acreedor para que se
pueda efectivizar la obligación; caso en que la mora no se produce de pleno derecho, pues es
necesario que el acreedor demuestre que ha concurrido al domicilio de pago con intención de
recibirlo y así dar por cumplida con la obligación que emergía del contrato.
Nos ha tocado intervenir como juez de Cámara en varios casos donde se debatían obligaciones
quérables. En ellos, dejamos sentado que, cuando las obligaciones del deudor encuadran dentro
de tal categoría, la mora se produce por constitución, sin que sea conceptualmente aplicable en
este campo la mora automática.
Dijimos allí que en las obligaciones “de recogida” o quérables, para que se configure la mora del
deudor, es menester una prestación accesoria del acreedor del dinero, consistente en
presentarse para cobrar en la sede del deudor.
Y expresamos luego en el mismo fallo que tratándose de una obligación de recogida o quérable,
ante el incumplimiento del acreedor de concurrir a cobrar no puede sostenerse que pesa sobre
el primero una obligación implícita de diligencia consistente en interpelar al acreedor para que
concurra a cobrar; en efecto, dado que el débito del deudor se agota en aguardar la
concurrencia del acreedor para efectuar el pago, la circunstancia de no haber cursado la referida
interpelación no le es imputable como base de una atribución de mora.
En este tipo de obligaciones, designadas en francés como “dettes quérables” y castellanizadas
como “obligaciones de recogida”, es esencial la colaboración del acreedor para que el deudor se
libere, motivo por el cual la mora automática no juega, al requerirse para la extinción de las
mismas una colaboración del acreedor consistente en presentarse a cobrar en el domicilio del
deudor.
Como bien dicen los maestros Terré, Simler y Lequette, “cuando el pago debe hacerse en el
domicilio del deudor..., las deudas son quérables (dettes querábles); ellas obligan al acreedor a
buscar su deuda ante el deudor... En la práctica, esta regla significa en estos días que el
acreedor no puede válidamente perseguir a su deudor o colocarlo en mora si él no le ha
reclamado el pago, por ejemplo por correo dirigido a su domicilio”.
Coincidimos con Mariano Gagliardo acerca de que “la mora automática no funcionaría mientras
el acreedor no realice la actividad a su cargo, consistente en la concurrencia al domicilio del
deudor en busca de la prestación que le es debida”.
Sus desarrollos prosiguen expresando: “La exigibilidad es presupuesto del estado de mora,
pero para que se produzca ésta, será necesaria la concurrencia del acreedor o quien lo
represente al domicilio del deudor a recibir el pago. El distingo del domicilio del acreedor y
deudor, como el lugar de pago, recepta en cierta medida, la distinción de la doctrina francesa
entre dettes quérables-cuyo pago debe ser buscado por el estipulante-, a diferencia de las
dettes portables, que deben ser entregadas por el promitente. La solución debe enfocarse
desde el ángulo de la actividad probatoria que constituye un imperativo del propio interés. Todo
deber implica una restricción a la libertad jurídica o bien un sacrificio, y no puede por ello
trasladarse al deudor la prueba de un hecho negativo -extremadamente difícil-, pues no sería
equitativo exigir que el deudor estuviera aguardando las 24 horas del día del vencimiento a su
acreedor, o bien que debiera probar que así lo hizo, o que aquél no compareció. En
consecuencia, parece más razonable -acorde con los principios de buena fe-probidad-, la
concurrencia al domicilio del deudor a percibir su crédito, adecuándose a la directiva procesal
que impone a cada parte la carga de la prueba respecto de los hechos a los que atribuye la
producción del efecto jurídico que pretende”.
En similar sentido, valiosa jurisprudencia ha dejado sentado que “el principio de la mora
automática no es absoluto. Tratándose de obligaciones que deban cumplirse en el domicilio del
deudor (o deuda quérablé)... no bastará el simple vencimiento del término fijado, sino que será
necesaria la constitución en mora del obligado mediante la interpelación correspondiente a los
efectos de que el acreedor acredite la negativa del pago, pues, de lo contrario, le bastaría a éste
con no concurrir al domicilio del deudor para hacerle incurrir en mora. Lo mismo, en todos los
demás casos en que el cumplimiento de la obligación requiera la cooperación del acreedor. Esta
doctrina también regía antes de la reforma al Código Civil, cuando era indispensable para la
constitución en mora el requerimiento del acreedor”.
En pareja senda, se ha declarado que la existencia de cláusula expresa pactando la mora
automática para el supuesto de incumplimiento, no libera al acreedor, cuya colaboración es
necesaria de demostrar su oportuna presencia en el domicilio del deudor, en los supuestos en
que el lugar de pago de la obligación es el domicilio de éste, para integrar el presupuesto de
producción de la mora.
La doctrina favorable a la postura del deudor en las obligaciones quérables, también ha
sostenido la inaplicabilidad de la mora automática en estos casos, posición en la que nos
encolumnados y que sostienen autores de prestigio.
Se requiere, al efecto de la constitución en mora del deudor, la actuación del acreedor,
consistente en concurrir al domicilio del deudor a reclamar su prestación. Ésa es la regla
general, que debe cumplirse siempre que el deudor, de un modo verificable, no haya anticipado
su intención de incumplir la prestación; es que, en tal caso, la concurrencia del acreedor sería
un requisito estéril.
Como dijimos en un voto nuestro, el derecho no impone formalismos inútiles ni exige nunca la
realización de actos estériles, es decir, actos que no tienen un contenido real, que no tienen
una finalidad concreta u6.
Los recaudos se conceden para dar al obligado una oportunidad de cumplir determinada
obligación. Cuando el beneficiado por el recaudo -como el requerimiento de pago- abdica de su
derecho a gozarlo, declarando previamente -por ejemplo- que no tiene la voluntad de cumplir el
acto que se le intima, el requisito formal de la interpelación deja de tener sentido, ante la
manifestación recepticia de quien ya ha manifestado su voluntad.
El derecho no impone ni exige actos estériles, como lo ha puesto de resalto la jurisprudencia
nacional reiteradamente y como puede verse en el excelente voto del maestro Roberto Ernesto
Greco.
Pero, ¿qué son actos estériles? Son aquellos actos sin un contenido real, que han quedado
privados de consecuencias prácticas o virtualidad, por el vaciamiento de su ámbito real de
significación. Por ende, si tal fuera el caso, el requerimiento de pago personal en su domicilio
habría quedado vacío de sustancia y perdería sentido. En todos los demás supuestos, él debe
practicarse necesariamente para constituir en mora. La interpre¬tación sistemática y no de
normas aisladas por el juez, si éste obra con apego a principios antes que a normas sueltas
como si blandiera un garrote, permitirá superar el evidente yerro del in fine del art. 888 del
nuevo ordenamiento.
4. Tiempo del pago.
La puntualidad es el último de los requisitos que hacen a la exactitud del cumplimiento y
habilitan el efecto cancelatorio del pago.
Lo contrario implica incumplimiento: quien paga tardíamente no cumple normalmente con su
obligación, y esta circunstancia genera una pléyade de efectos, que seguidamente
analizaremos.
Distintos casos.
La determinación del tiempo del pago varía según los distintos supuestos que pueden presentar
las obligaciones, pudiendo distinguirse los siguientes, conforme al art. 871 CCCN.: “El pago
debe hacerse:
a) si la obligación es de exigibilidad inmediata, en el momento de su nacimiento;
b) si hay un plazo determinado, cierto o incierto, el día de su vencimiento;
c) si el plazo es tácito, en el tiempo en que, según la naturaleza y circunstancias de la
obligación, debe cumplirse;
d) si el plazo es indeterminado, en el tiempo que fije el juez, a solicitud de cualquiera de las
partes, mediante el procedimiento más breve que prevea la ley local”.
Es decir que se presentan las siguientes posibilidades de pago, de acuerdo con el tiempo de su
efectivización.
1) Obligaciones puras y simples. El inc. a del art. 871 CCCN., establece en este supuesto que
las mismas son exigibles en el momento de su nacimiento, esto es, que puede ser requerido el
pago sin demora alguna, a partir de su constitución.
2) Obligaciones con plazo expreso. Cuando las partes han fijado un plazo para el cumplimiento
de la obligación, la norma es por demás sencilla: el pago debe ser hecho el día del vencimiento
de la obligación (art. 871, inc. b, CCCN.). Recuérdese que -por regla general- según el art. 6,
primera parte, del nuevo Código Civil y Comercial, día es el intervalo que corre de medianoche
a medianoche, por lo que los días no se cuentan nunca por horas, por lo que el deudor tendría
hasta la medianoche para efectivizar el pago. El plazo puede ser expreso o tácito. El plazo es
expreso cuando aparece inequívocamente determinado en la convención.
3) Obligaciones con plazo tácito. El plazo es tácito si resulta de la naturaleza y las
circunstancias de la obligación, como ocurre, por ejemplo, cuando alguien se obliga a
suministrar una cosechadora para levantar la cosecha de trigo. En este supuesto, el inc. c del
art. 871 CCCN., dispone que el vencimiento del plazo tácito se produce en el tiempo en que,
según la naturaleza y circunstancias de la obligación, ésta debe cumplirse.
4) Obligaciones de plazo indeterminado. En ellas, el vencimiento se produce en el tiempo que
fije el juez, a solicitud de cualquiera de las partes, mediante el procedimiento más breve que
prevea la ley local (art. 871, inc. d, CCCN).
• En un voto de nuestra autoría nos hemos ocupado de este tipo de plazos indeterminados
explicando que los supuestos de plazo indeterminado, como el contemplado en el art. 509, 3er
párr.., CC, requieren de su fijación judicial.
• En este tipo de obligaciones no puede haber mora anterior a la sentencia que fije el plazo de
cumplimiento, pues no cabe sostener la exigibilidad de la obligación con anterioridad a la
sentencia, pues el texto legal indica expresamente con toda claridad que la mora quedará
configurada en la fecha indicada por la sentencia para el cumplimiento de la obligación. Si el
juez declarara una fecha anterior a la sentencia, no estaría estableciendo propiamente un
plazo, sino decidiendo que éste ya existía y señalando cuál era.
• En la actualidad, nuestro criterio ha sido legalmente receptado, ya que el art. 887, inc. b, del
nuevo CCCN., resuelve la cuestión expresamente al establecer la regla de que la mora
automática no rige respecto de las obligaciones sujetas a plazo indeterminado propiamente
dicho.
• La obligación de plazo indeterminado no es una obligación pura o de exigibilidad inmediata ni
una obligación de plazo tácito y conviene diferenciarlas bien.
• En un interesante fallo se deslindó el terreno de cada una de estas obligaciones, expresándose:
“Las obligaciones puras no se encuentran legisladas expresamente dentro de la enunciación
taxativa del art. 509 CC. El legislador de 1968 dejó fuera del cuadro legal a las obligaciones de
exigibilidad inmediata, las que no deben ser confundidas con las obligaciones sin plazo a que se
refiere el párrafo tercero de esa disposición legal, pues su alcance es limitado a los supuestos
de obligaciones de plazo indeterminado; éstas se configuran cuando las partes han diferido
para un momento ulterior la determinación del plazo, no llegándose a poner de acuerdo a ese
respecto o bien cuando es la misma ley la que determina la necesidad de recurrir a la instancia
judicial para fijar la oportunidad del cumplimiento. Por el contrario, aquellas otras que no están
sujetas a accidentes o modalidad, son exigibles en la primera oportunidad que su índole
consienta”.
• Tanto en las obligaciones puras como en las obligaciones a plazo el juez sí puede decir que la
mora ya acaeció con anterioridad y en la sentencia mandar cumplir la obligación directamente,
sin plazo alguno. Pero en las obligaciones de plazo indeterminado ello no es jurídicamente
posible.
• El juez puede establecer una fecha de exigibilidad anterior a la sentencia en las obligaciones de
plazo tácito, porque en ellas, en rigor, no fija un plazo sino que se limita a comprobar que el
plazo pactado por las partes era tácito y no indeterminado y que se podía determinar por
aplicación de pautas contractuales. En estos casos, fijada la exigibilidad anterior a la sentencia,
la mora del deudor puede ser previa a la declaración judicial o, en palabras de la aquí apelante,
ser el plazo “retroactivo” porque no se trata de dar plazo para cumplir sino de fijar la fecha de
la mora.
• En las obligaciones puras o de exigibilidad inmediata ni siquiera el juez debe fijar plazo:
comunicada la voluntad de cobro al deudor, éste queda emplazado a cumplirla en esa fecha y,
en caso de no hacerlo, el juez manda cumplir la obligación sin otras esperas o plazos.
• El plazo no es más que un accidente o modalidad de la obligación y no un elemento esencial de
ella, por lo cual, no es necesario que el acreedor acuda en todos los supuestos a la instancia
judicial para definir la oportunidad de cumplimiento, sino sólo cuando se está ante una
obligación con plazo indeterminado.
• En las obligaciones de plazo indeterminado es esencial, inexcusable, que el acreedor concurra
ante el juez para pedirle la fijación de un plazo antes de pretender ejecutar la obligación. Y
antes de que el juez fije dicho plazo, que es de cumplimiento, no existe ni mora ni, por ende,
ejecutabilidad de la obligación.
• Para poner precisión en este tema, debe trazarse la diferencia entre ambos supuestos. “La
distinción entre plazo tácito y plazo indeterminado (en cuyo caso corresponde la fijación
judicial) es a veces sutil, pero a nuestro juicio ha quedado definitiva-mente aclarada a partir de
un voto del Dr. De Abelleyra: aunque la obligación no contenga plazo, éste será tácito y no
indeterminado, cuando la interpretación de la voluntad de las partes conduzca a la conclusión
de que ellas no se propusieron deferir la fijación del plazo a la decisión del juez, sino que
estimaron que la obligación debía cumplirse dentro de un plazo razonable. Cuando el caso se
lleva a los tribunales, lo que el juez debe decidir no es la fijación del plazo, sino si el plazo se
ha cumplido o no y cuándo se ha cumplido”.
• Este criterio quedó consagrado en la jurisprudencia de la misma sala que prestigiaran en su
tiempo los Doctores Borda, Llambías y De Abelleyra, la que muchos años después sigue
repitiendo, con acierto, que “aunque la obligación no contenga plazo, éste será tácito y no
indeterminado cuando la interpretación de la voluntad de las partes conduzca a la conclusión
de que ellas no se propusieron diferir la fijación del plazo a la decisión del juez, sino que
estimaron que la obligación debía cumplirse dentro de un plazo razonable”.
• Si el documento que acredita la deuda no contiene ningún dato que hubiera permitido a las
partes de consuno o a una de ellas por vía de interpretación indicar un plazo determinable, no
cabe considerar que el plazo de tal deuda es un plazo tácito, pues ello sería desinterpretar el
concepto de las obligaciones sometidas a tales plazos. Al carecer de toda pauta el documento
que acredita la deuda, indudablemente se trata de un plazo indeterminado a fijarse por el juez,
el que ontológicamente es un plazo de cumplimiento y no una fecha determinativa de una mora
ya cumplida. Por ende, este tipo de plazos, por estar destinados a permitir el cumplimiento,
nunca puede ser retroactivo.
• Si no había plazo fijado, el juez debe fijarlo. Y debe fijarlo a tenor de lo dispuesto por el art.
509, 3er párr., del CC. Interpretando el supuesto que tenemos delante y el texto del tercer
párrafo del art. 509 CC, dicen los profesores Trigo Represas y Compagnucci de Caso que “la
última forma de constitución en mora es la que exige la previa fijación de un plazo por parte
del juez y luego la expiración del mismo, refiriéndose a ella el tercer párrafo del vigente art.
509... Aunque en rigor acá la norma no se refiere en verdad a las obligaciones ‘sin plazo’ como
resulta literalmente del texto transcripto, sino a las llamadas obligaciones ‘sin plazo fijado o
preestablecido’ o, si se prefiere, ‘de plazo no determinado’. A diferencia de las ‘puras’ o
‘simples’ o ‘inmediatamente exigibles’, este tipo de obligación es ‘a plazo’, pero en ellas las
partes no han previsto en forma expresa cuándo se cumpliría el mismo, ni tampoco se puede
inducir o deducirse su duración de la naturaleza de la obligación, o sea que, se ha dicho, la
indeterminación es absoluta”.
• En un fallo se expresa: “No existiendo plazo determinado para el cumplimiento de la obligación
de escriturar, la intimación que dice haber realizado el comprador por carta documento no es
válida para constituir en mora al vendedor, desde que es el juez quien debe señalar el tiempo
en el cual deberá aquél cumplir con su obligación”.
En otro fallo se dijo: “En las obligaciones a plazo de vencimiento indeterminado, para que opere
la mora es necesario que el acreedor solicite al juez que proceda a fijarlo, mediante un
procedimiento sumario, antes de demandar el cumplimiento de la obligación o en el mismo
juicio que promueva para exigir dicho cumplimiento. Para que el requerimiento del acreedor
sea idóneo para constituir en mora al deudor, debe ser categórico, coercitivo y apropiado en
cuanto al objeto, modo y tiempo de la prestación reclamada; debe conllevar la posibilidad de
cumplimiento, otorgando un plazo prudencial para ello. La concesión de un plazo de
cumplimiento exiguo se aproxima a un abusivo ejercicio del derecho del acreedor, pues no
permitiría cumplir el requerimiento”.
En relación a las obligaciones a plazo, en cualquier caso, el plazo -sea expreso, tácito,
determinado o determinable- debe ser suficiente como para permitir el cumplimiento de la
obligación, pues un plazo inadecuado a la naturaleza de la obligación no cumple su finalidad,
pudiendo declararse abusivo.
Así lo expresamos en un voto: en las obligaciones sujetas a un plazo de cumplimiento, el plazo
dado debe ser suficiente para posibilitar el cumplimiento de la obligación.
Tal pauta presidirá la fijación del plazo de cumplimiento de la obligación en las obligaciones de
plazo indeterminado, debiendo ser el plazo fijado por el magistrado suficiente a los efectos de
posibilitar el cumplimiento.
Y cuando el plazo de cumplimiento fuera por interpelación, para que el requerimiento del
acreedor sea idóneo para constituir en mora al deudor debe ser categórico, coercitivo y
apropiado en cuanto al objeto, modo y tiempo de la prestación reclamada; debe conllevar la
posibilidad de cumplimiento, otorgando un plazo prudencial para ello. La concesión de un plazo
de cumplimiento exiguo se aproxima a un abusivo ejercicio del derecho del acreedor, pues no
permitiría cumplir el requerimiento.
Un plazo exiguo es un plazo inválido. Claro que quien afirma la exigüidad del plazo o el
carácter abusivo de la intimación debe probar esos asertos o surgir éstos probados de las
circunstancias del caso.
Por ello, afirmar que un plazo es suficiente o no lo es en general o en abstracto, implica un
exceso de generalización, por cuanto dependerá de las circunstancias del caso si el plazo dado
es o no suficiente para cumplir la obligación.
Para determinar si el pago tardío es cancelatorio de la obligación, debe distinguirse según que
el plazo sea esencial o no esencial.
La obligación de plazo esencial ha sido receptada por el art. 956 CCCN., aunque sin precisar el
concepto.
Como ejemplo de incumplimiento de plazo esencial, podría ponerse la entrega en mayo de
artículos de cotillón de carnaval, o la entrega de un vestido de novia dos días después de la
boda; tales entregas han perdido utilidad, han devenido abstractas, por haber pasado la
oportunidad en que se habrían de utilizar los bienes y haber quedado el cumplimiento de la
obligación privado de interés para el acreedor.
Cuando el plazo es esencial, el pago o la entrega de la cosa fuera de término no es válido ni
cancelatorio. Pero cuando el pago no es esencial, puede no afectarle al acreedor la entrega de
la cosa dos o tres días más tarde.
Una obligación ha sido dotada de plazo esencial cuando la prestación es prevista y querida para
un momento perfectamente localizado en el tiempo, de tal modo que el mero transcurso de
éste importa incumplimiento definitivo, convirtiéndose la obligación primitiva, si
correspondiere, en la de pagar daños e intereses.
En los términos del art. 956 CCCN., cuando el plazo de cumplimiento de la obligación es
esencial, su transcurso frustra el interés del acreedor de modo irreversible.
La regla es que los plazos no son esenciales, sino que ellos son un accidente o circunstancia de
la obligación. Por lo general, o en los casos más corrientes al menos, el plazo no es más que un
accidente o modalidad de la obligación y no un elemento esencial de ella.
La excepción es la que establece el art. 956 in fine CCCN.: que el plazo es esencial, por lo que
quien afirma la esencialidad del plazo debe acreditar su afirmación
A su vez, el art. 351 CCCN., sienta la regla general de que el plazo se presume establecido en
beneficio del obligado a cumplir o a restituir a su vencimiento.
Las obligaciones de plazo esencial están previstas por el art. 351 in fine CCCN., como aquellas
que escapan de esa regla general, cuando por la naturaleza del acto, o por otras
circunstancias, resulte que ha sido previsto de favor del acreedor o de ambas partes.
Claramente, cuando el plazo ha sido establecido en interés de ambas partes, como ocurre en
las obligaciones de plazo esencial, el plazo es fatal y su vencimiento sin satisfacción de la
prestación vacía de contenido a la obligación, no presentando interés para el acreedor el
cumplimiento tardío de la prestación.
En cambio, cuando el plazo no es esencial, un atraso ligero, esto es una demora de unos pocos
días, si no causa un daño comprobable al acreedor, no es suficiente para justificar la ne-gativa
a recibir la prestación, pues ello -si no hay de por medio un daño acreditado- podría ser visto
como un abuso del derecho del acreedor.
a) Caducidad del plazo. Los plazos se conceden para dar facilidades al deudor para cumplir.
Pero cuando se torna evidente que, aun esperando el plazo, éste no podrá o no querrá cumplir,
el plazo concedido deja de tener efecto, se extingue o se pierde antes de su vencimiento, y el
acreedor tiene entonces el derecho de exigir el pago en cualquier momento. Es ésta una
sanción que la ley impone al deudor en ciertas y determinadas circunstancias.
El art. 353 CCCN., establece: “Caducidad del plazo. El obligado a cumplir no puede invocar la
pendencia del plazo si se ha declarado su quiebra, si disminuye por acto propio las seguridades
otorgadas al acreedor para el cumplimiento de la obligación, o si no ha constituido las garantías
prometidas, entre otros supuestos relevantes. La apertura del concurso del obligado al pago no
hace caducar el plazo, sin perjuicio del derecho del acreedor a verificar su crédito, y a todas las
consecuencias previstas en la legislación concursal”.
Ello así, los casos de caducidad del plazo previstos por el Código son:
1) Quiebra del deudor. El deudor caído en quiebra pierde el beneficio de los plazos que se le
hubieren acordado, por una razón muy clara: facilitar las operaciones de la liquidación general
de los bienes del deudor. Por medio de la caducidad se evita tener que esperar el vencimiento
de todos los plazos para proceder a la liquidación o bien tener que reservar los dividendos para
las obligaciones aún no vencidas.
Debe tratarse de una declaración de quiebra, ya que la mera apertura del concurso del
obligado al pago no hace caducar el plazo concedido para el pago.
2) Disminución de las garantías y seguridades otorgadas para el cumplimiento de la
obligación.
El art. 353, 2da parte, CCCN., establece dos supuestos distintos, encuadrares en la categoría
disminución de la garantías y seguridades de cumplimiento de la obligación. La primera de ellas
se configura cuando el deudor, por acto propio, disminuye las seguridades otorgadas al
acreedor para el cumplimiento de la obligación.
La segunda finca en que el deudor no hubiera constituido las garantías prometidas al
constituirse la obligación.
Se trata de dos causales diferenciadas, incluso temporal o cronológicamente: la primera implica
ontológicamente un supuesto de ineficacia sobrevenida de la obligación, ya que una obligación
que se hallaba adecuadamente afianzada en cuanto a su cumplimiento, al contar con
seguridades suficientes para su realización, ve disminuidas en un tiempo posterior esas
seguridades.
La norma menta expresamente al acto propio del deudor como causal de caducidad; es
innegable que si voluntariamente el deudor constituye derechos de terceros que se
contraponen a los del acreedor original, éste tiene el derecho de dar por caduco el plazo para el
cumplimiento, dado que la seguridad de cobro ya no es tal.
Ahora bien, entendemos que la misma solución sería aplicable si la disminución de la garantía
de cobro se produjese no por un acto deliberado del deudor, sino por la acción de terceras
personas que agredieran la garantía o incluso por otros hechos que la hicieran desaparecer de
hecho. Es que estos supuestos caerían dentro de la causal abierta de que hablaremos
seguidamente.
Llamativamente, el legislador ha establecido un cajón de sastre o norma de remisión al
establecer una causal abierta de caducidad del plazo, al colocar luego de los dos supuestos
anteriormente vistos la expresión “entre otros supuestos relevantes”.
Claramente, este último es un gravísimo error de concepto, ya que una consecuencia tan grave
como la caducidad de un plazo no puede estar sometida a una remisión en blanco al criterio del
intérprete, que es justamente lo que configura la expresión mencionada, pues quien
determinada cuáles son esos supuestos re-levantes para disponer la caducidad del plazo es el
juez, quien al no establecer pautas de relevancia será quien decida, según su discreción, cuáles
son esos extremos de hecho que configuran el concepto abierto receptado por la norma y
cuáles no.
Pero, sea como fuere, es indudable que los supuestos de disminución de la garantía de cobro
por la acción de terceras personas debieran caer dentro del anaquel de los “otros supuestos
relevantes”.
La segunda es una causal de ineficacia del plazo no sobreviniente sino estructural o congénita:
no se ha cumplido nunca la condición a la que se subordinara la concesión de ese plazo, que
era la constitución de garantías prometidas al constituirse la obligación.
El deudor no ha hecho lo que se había comprometido a hacer al constituir la obligación, lo que
coloca al plazo dado para el cumplimiento de ésta dentro del ámbito de la inestabilidad,
exponiéndola a caer, al ser declarado caduco.
b) Pago anticipado. El nuevo art. 352 CCC establece: “Pago anticipado. El obligado que
cumple o restituye antes del plazo no puede repetir lo pagado”.
Y el art. 872 CCC dice: “Pago anticipado. El pago anterior al vencimiento del plazo no da
derecho a exigir descuentos”.
La existencia de dos normas, en el mismo ordenamiento, redactadas por una misma Comisión
y dictadas por el mismo legislador, en un mismo instante, con el mismo título y con contenidos
que debieran estar juntos, pero que se ubican en dos sectores radicalmente diversos del
Código, es una muestra más de la deficiente técnica legislativa de que adolece este nuevo
ordenamiento.
Se dirá que no es un defecto grave porque ambas normas no se contradicen, lo que es cierto.
Pero lo grave aquí es el parcela- miento de la regulación normativa, no existiendo sistema
alguno razonable o coherente en el Código, lo que lleva al intérprete a la necesidad de la
lectura total del ordenamiento a cada paso, justamente para evitar las sorpresas y para
descartar que dónde no debiera haber alguna regla, ella esté, como aquí ocurre.
Tener que armar una norma completa a partir de dos pedazos de ella, disociados y ubicados en
dos segmentos bien diversos del nuevo ordenamiento, es una pena, pero más lo es que el
legislador no haya zanjado de una vez la duda acerca de si el deudor puede pagar
anticipadamente o no, contra la voluntad del acreedor. Nada se dice al respecto, con lo que las
dos medias normas en materia de pago anticipado, lamentablemente, no dan lugar a una
norma completa y correcta, ni siquiera sumándolas interpretativamente.
Por nuestra parte, consideramos que el deudor puede hacer pagos anticipados, incluso contra
la voluntad del acreedor. Llegamos a esta conclusión porque el nuevo art. 872 CCCN. es
parecido, pero diferente al art. 755 del CC, que consignaba: “Si el deudor quisiere hacer pagos
anticipados y el acreedor recibirlos, no podrá éste ser obligado a hacer descuentos”.
La solución legal es idéntica en ambas normas respecto de los descuentos al mentar los
descuentos. El comienzo del párrafo queda así: La solución legal es idéntica en ambas normas
respecto de los descuentos, pues ambas consideran que no existe ningún motivo para
beneficiar con una quita al deudor que, por su propia voluntad y sin acordar ningún beneficio
con el acreedor, paga antes del vencimiento.
La diferencia estriba en que el nuevo texto suprime la referencia a si el acreedor quisiera recibir
los pagos anticipados. Esa quita, más la interpretación de que las obligaciones nacen para su
cumplimiento, por lo que nadie de buena fe puede negarse a recibir la prestación, si ello no le
causa daño alguno (art. 9 y cc. CCCN.), a nuestro juicio desnivela la cuestión en favor de la
facultad del deudor de pagar anticipadamente, aun en contra de la voluntad del acreedor.
5. Gastos: principios generales. Aplicaciones.
Normalmente, el pago no tiene gastos, al menos si nos referimos al pago de una suma de
dinero. Pero cuando consiste en la entrega de una cosa, cuando hay que hacer un flete para
entregar un caballo pura sangre de carrera y éste está en un haras en el campo o cuando lo
que debe entregarse es una escultura o una obra de arte, que es frágil o muy voluminosa, que
exige la toma de recaudos especiales o la asunción de ingentes gastos, la cuestión cambia.
En este caso, los gastos que originare el traslado de la cosa a entregar deben ser solventados
por el deudor, a mérito del principio de que lo accesorio sigue la suerte de lo principal.
El Código de Vélez no establecía nada determinante al res-pecto, pero los autores, basándose
en los arts. 1415, 765 y 1515, sostenían que el principio era que a falta de precisión sobre ello,
el deudor debía correr con los gastos del pago.
El CCCN., tampoco tiene una norma específica en la materia, al haber dejado pasar la
oportunidad del legislador de dejar cerrada esta cuestión.
Igualmente, la misma solución puede construirse, al igual que en el Código de Vélez, por una
norma del régimen del contrato de compraventa, en este caso, el art. 1138 CCCN.: “Gastos de
entrega. Excepto pacto en contrario, están a cargo del vendedor los gastos de la entrega de la
cosa vendida”.
Tomando esa norma como principio general en la materia, si nada han previsto las partes en
sus negociaciones, disponer lo contrario pondría en cuestión el principio de la integridad del
pago, ya que se obligaría al acreedor a recibir un pago que no es completo, pues de lo recibido
deben descontarse los montos que insumirían los gastos del pago.
Riesgos del pago.
Riesgo es la situación jurídica que se presenta cuando el cumplimiento de una obligación no es
instantáneo en el momento de constituirse ella y los sujetos de la obligación o las partes de un
contrato, o una de ellas al menos, quedan expuestos a la incertidumbre acerca de la factibilidad
del cumplimiento futuro de la prestación a su cargo, como a la imposibilidad de cumplir sus
prestaciones, si una causa ajena a las partes, inimputable a ellas, lo impidiera.
Cuando el cumplimiento y el nacimiento de la obligación no son simultáneos pues se separan
en el tiempo, el riesgo aumenta, porque hay probabilidad de imposibilidad de cumplimiento, lo
que aumenta en países de gran inseguridad jurídica o fuerte intervencionismo estatal, p. ej. en
Venezuela.
Pero la disociación de constitución y cumplimiento de la obligación también produce riesgos
inevitables en países estables, los que nunca desaparecen del todo, pero que se potencian
conforme la relación sea más duradera, conforme sean múltiples y separados en el tiempo los
actos de cumplimiento (obligaciones fluyentes, de ejecución continuada o de tracto sucesivo) y
según las circunstancias políticas o ideológicas de un país, pudiendo llegar a verdaderas
dictaduras jurídicas que hacen pasar malos momentos a los contratantes, volvié¿endo
conjetural el cumplimiento del contrato, al depender de muchas situaciones azarosas.
En derecho comparado existen dos teorías para asumir estos riesgos de cumplimiento:
1) El principio de que la cosa perece para su dueño (res perit domino) o principio de
que el propietario soporta el daño resultado del azar (casum sentit dominus), que
hace correr los riesgos de la cosa propios de la cosa a entregar y los del cumplimiento en sí al
obligado al pago;

2) El principio de que la cosa perece para el acreedor (res perit creditore), o sea que
coloca tales riesgos sobre la espalda del acreedor o sujeto activo de la obligación.

Es decir, en un principio el momento de transmisión del riesgo por pérdida o deterioro casual
estuvo dominado durante siglos por la regla romana de que la cosa perece para el acreedor.
Sin embargo, esto cambió durante el periodo de la Codificación cuando aquélla regla se
considera irracional y se encontró una nueva solución a través del principio de que el
propietario soporta el daño resultado del azar, conectando la transmisión del riesgo con la
transferencia de la propiedad.
En el derecho argentino, con los riesgos, sucede lo mismo que con los gastos. Quien debe
hacer la entrega, corre hasta la entrega o cumplimiento con los riesgos del pago, pues la cosa
crece y se pierde para su dueño y hasta la transmisión el dueño sigue siendo el solvens y él
carga con los riesgos de que la cosa se pierda.
La diferencia está en que en este caso se cuenta con una norma específica, ya que el CCCN.,
en su art. 755: “Riesgos de la cosa. El propietario soporta los riesgos de la cosa. Los casos de
deterioro o pérdida, con o sin culpa, se rigen por lo dispuesto sobre la imposibilidad de
cumplimiento”.
Esta norma es una de las concreciones más claras del principio de que la cosa perece para su
dueño en el CCCN.
Es una norma que sigue la jurisprudencia imperante, que ha resuelto que el pago se configura
en el momento en que el acreedor está en condiciones de hacer efectivo el cobro de lo debido.
Hasta ese momento está a cargo del deudor las consecuencias del modo de pago libremente
elegido por él y, a partir de allí, como la cobranza queda librada a la diligencia del acreedor,
son a su costa las consecuencias de la que ponga para hacerse de esos fondos.
6. Efectos: liberación del deudor, su irrevocabilidad. Efectos secundarios.
En el art. 880 CCCN., dice: “Efectos del pago por el deudor. El pago realizado por el deudor que
satisface el interés del acreedor, extingue el crédito y lo libera”.
El problema es que el pago posee efectos de diversa índole y el art. 880 CCCN., sólo menciona
a dos de esos efectos:
 la extinción del crédito;
 la liberación del deudor.
Para tratar debidamente los efectos del pago, se debe comenzar por hacer una distinción
imprescindible entre:
a) Efectos principales y necesarios del pago: son aquellos que se producen siempre e
imprescindiblemente;
b) Efectos secundarios y accidentales: son efectos contingentes o que corrientemente se
producen, pero que no son inexorables y a veces no se producen.
7. Efectos principales del pago.
El efecto más importante del pago es la cancelación del débito, y como consecuencia la
liberación del deudor, tal lo dice la parte final el art. 880 CCCN.
El pago produce la extinción de la obligación, fija de modo irrevocable la situación de las
partes; quien lo recibe al pago no puede pretender luego que lo pagado no se ajusta a lo
debido, puesto que tal pretensión se ve obstaculizada cuando el pago es cancelatorio, pues
dicha cancelación determina la liberación del deudor, si el acreedor lo ha aceptado sin salvedad
ni reservas, no puede pretender luego manifestar luego que el pago recibido en cancelación no
se ajustaba a lo que el pretendía.
Ya dijimos, que la consecuencia jurídica del pago, es la liberación del deudor al dar al acreedor
la satisfacción de lo debido, de donde constituye para el deudor un derecho adquirido, en tanto
el pago voluntario devendría irrevocable para ambas partes de la obligación.
El efecto liberatorio del pago constituye un derecho patrimonial adquirido del deudor, que se
confunde con la inviolabilidad de la propiedad asegurada por el art. 17 CN.
Pero otro efecto principal del pago es su irrevocabilidad, porque el acreedor no puede pretender
devolver un pago que ya aceptó, porque en nada mejoraría la condición de la deuda y tornaría
más gravosa la situación del deudor. Este efecto del pago está contemplado en el art. 352
CCCN., pero sólo para el pago anticipado, aun cuando se trata de un efecto principal e
inexorable de todo pago regular y no sólo del anticipado.
En síntesis, los efectos necesarios o principales del pago son:
 la extinción de la obligación;
 la cancelación del crédito;
 la correlativa liberación del deudor (arts. 880 y 352 CCCN).
El pago, entonces, tiene un doble efecto:
 la cancelación del crédito por el acreedor;
 la liberación del deudor del yugo obligacional.
El pago realiza la obligación en toda su plenitud, la satisface y la extingue. La función esencial
del pago es la de consumir el vínculo obligatorio mediante la realización de la finalidad para la
cual ha sido constituido.
El pago justo constituye un hecho que determina la satisfacción del interés del acreedor y libera
al deudor; la extinción del crédito implica la extinción de los derechos accesorios, derechos de
garantías y facultades análogas otorgadas al acreedor para seguridad y refuerzo del crédito
que, una vez pagado, el acreedor tiene la obligación de cancelar.
El pago tiene un tercer efecto que es:
 la irrevocabilidad del pago.
Al acreedor no le es dado devolver un pago que ya aceptó bajo crítica de ser parcial, pues le
estaría provocando un daño al deudor sin mejorar la situación de la deuda.
En síntesis, los efectos necesarios o principales del pago son:
 La extinción de la obligación y la cancelación del crédito.
 La correlativa liberación del deudor.
 La irrevocabilidad de la aceptación del pago por el acreedor.
 La irrepetibilidad del pago regular efectuado por el deudor, un representante o un
tercero, supuesto que no incluye obviamente los llamados pagos indebidos, que no son
propiamente pagos y a cuyo respecto procede la repetición de lo entregado.
Pero el pago también puede tener efectos secundarios o accidentales, que el art. 880 CCCN.,
ha omitido.
Efectos secundarios o accidentales.
Para que este acto jurídico (pago) tenga efectos secundarios tiene que ser un pago:
 Voluntario;
 Lícito;
 determinado en sus alcances;
 tiene que ser por sí y no por tercero.
El pago, para tener efectos secundarios tiene que ser un acto jurídico en sentido propio y su
intención tiene que ser clara, pues si su intenciones dudosa, carecerá de tales efectos
secundarios. El pago siempre tiene efectos principales pero no siempre tiene efectos
secundarios. Una voluntad plena puede hacer que el pago produzca efectos principales y
también secundarios, pero no se trata de efectos consustanciales (los efectos secundarios) al
pago sino que los efectos secundarios están presentes según el caso.
Tipos de efectos secundarios.
Los efectos secundarios que el pago puede tener, son:
a) El pago como acto confirmatorio de una obligación. Confirmar un acto es ratificarlo,
hacerlo propio o hacer desaparecer del acto los vicios de que adolecía. El efecto confirmatorio
opera sobre los pagos que adolecerían de nulidad relativa (las obligaciones pasibles de una
nulidad absoluta no pueden ser confirmadas, según art. 393 CCCN). Los incapaces no pueden
confirmar una obligación ni directamente ni mediante un pago (art. 393, in fine, CCCN). El
deudor, para poder confirmar un pago, debe dejar de ser incapaz.
El pago confirmatorio debe ser un pago no forzado y hecho por una persona capaz. El pago
debe ser voluntario para ser confirmatorio. Llambías dice que debe existir ‘animus’. Basta con
un acto voluntario de pago para que se produzca el efecto confirmatorio.
El pago opera como acto de confirmación en forma tácita; pues, de otro modo, estaríamos en
presencia de un reconocimiento expreso de la obligación por declaración de voluntad y no por
pago.
La confirmación tácita por pago se incluye en art. 394, 2° párr., CCCN: “La confirmación tácita
resulta del cumplimiento total o parcial del acto nulo realizado con conocimiento de la causa de
nulidad o de otro acto del que se deriva la voluntad inequívoca de sanear el vicio del acto”.
b) El pago como acto consolidatorio. Es común que entre personas serias se establezcan
arras o señas. Hay contratos que permanecen en un estado de latencia, porque han sido
firmados pero no tienen principio de ejecución. En uno de estos vínculos convencionales, quien
paga le da principio de ejecución al contrato. La entrega de arras o señas es la entrega de una
parte de la obligación en garantía del pago de la misma. El que entrega la seña acepta que la
puede perder, si desistiera del negocio. Y el que recibe la seña debe devolver el doble de lo
percibido, en caso de dejar sin efecto la obligación (la función de la seña es establecer una
sanción en caso de no cumplir con la obligación o de desistir del acuerdo). En el caso de las
arras confirmatorias, quien paga las arras está consolidando el contrato por medio del pago.
Los requisitos para que esta confirmación se produzca son:
• Que se trate de una nulidad relativa (art. 393 CCCN).
• Que la obligación pagada no fuera inmoral, ilícita o contraria a las buenas
costumbres o a la moral (arts. 279, 398, 958, 1004 y cc., CCCN), ya que si se
tratara de una deuda violatoria de alguno de estos parámetros, la confirmación
sería ineficaz, por tratarse de una cuestión de orden público y, por tanto, ajena al
ámbito legítimo de disposición de las partes.
• Que el solvens (deudor) sea capaz cuando hace el pago, pues si siguiera siendo
incapaz, el acto estaría viciado (art. 394, 2 párr., CCCN).
• Tiene que haber una intención inequívoca del solvens (deudor) de confirmar el
acto, pues ante la duda no se le puede asignar ese efecto a su pago.
• El solvens (deudor) tiene que pagar por sí y no por terceros.
c) El pago como reconocimiento de la obligación. El pago puede significar un
reconocimiento tácito de la obligación además de su extinción, enmarcado en los arts. 733 a
735 CCCN., porque un pago parcial sirve para reconocer la obligación de pago de la parte
restante así como de la legitimación activa de la ejecutante respecto de ésta.
Este efecto secundario del pago, que es el reconocimiento de la obligación, se plasma en una
segunda faceta: quien al pagar reconoce la obligación pierde el derecho de plantear la nulidad
de la obligación porque está reconociendo que ella le es exigióle, lo que implica un acto
concluyente de su parte que no puede luego desdecir, porque le sería inadmisible el planteo a
mérito de la doctrina de los actos propios.
Ahora bien, para ello tiene que existir intención de pagar, debiendo el pago ser válido.
Además, debe tratarse de un pago voluntario, pues quien paga coactivamente -por ej., en
virtud de una ejecución judicial o siendo extorsionado- no puede cargar con esta presunción en
contra. El pago voluntario es el que responde a la espontaneidad del sujeto sin que pueda ser
atribuido a estímulos externos a él.
Si el pago no es voluntario sino coactivo, inducido o viciado, no puede tener efectos
secundarios, porque de él no se puede extraer una intención autónoma, voluntaria y libre. Ello,
porque sin voluntad libre no hay acto propio, no hay ni siquiera acto, puesto que no hay
intención, al faltar uno de los elementos de los actos voluntarios (cfr. art. 260 CCCN).
Quien paga voluntariamente está renunciando a una facultad. Ése sí es un acto propio y sirve
como reconocimiento de la obligación.
Para que el pago implique un reconocimiento, quien paga debe pagar una obligación suya y no
una ajena; por ende, en el pago por tercero, este efecto accesorio del pago no se da.
Si en un caso existe una prueba concreta que demuestra que el solvens (deudor) o pagador no
pagó por sí, sino que transfirió una suma que debía a los otros coaccionados de la causa y que
depositó en la cuenta de la abogada de la actora, con anuencia y a pedido de sus deudores, se
trata claramente de un pago por tercero y, consecuentemente, no cabe asignarle el efecto de
reconocimiento de una obligación. En tal situación no puede hacerse jugar el efecto de
reconocimiento de la obligación a dicho pago, por cuanto obra en la causa una prueba, no
contrariada por otras, de que el solvens no pagó por sí sino por terceros, deudores suyos, lo
que descoloca el fundamento de que la conducta del solvens importó un reconocimiento suyo
de la obligación pagada.
d) El pago y la conducta de las partes sirve como elemento para interpretar un
contrato, (art. 1065, inc. b, CCCN). El pago vale como acto de interpretación del contrato;
ello, en cuanto es esclarecedor del alcance que da a la obligación del deudor y aun del acreedor
que lo recibe sin protesta o salvedad.
A través de un pago, un sujeto obligacional puede ver encuadrada su conducta en el marco del
art. 1065, inc. b, CCCN., que establece que cuando el significado de las palabras interpretado
contextualmente no es suficiente, se debe tomar en consideración la conducta de las partes,
incluso la posterior a su celebración.
Los actos de las partes posteriores a la firma del contrato o a la constitución de la obligación
constituyen la forma más eficaz y auténtica de interpretar la prestación comprometida y la
extensión del vínculo que las liga.
Si se da un caso de controversia en la interpretación del contrato, el pago puede servir como
elemento de interpretación.
8. Prueba del pago y apreciación de esa prueba.
En un litigio judicial no tienen tanta trascendencia los hechos como las afirmaciones procesales
de dichos hechos y, en correspondencia con tales afirmaciones, la acreditación posterior de
dichas afirmaciones. Los hechos no afirmados no ingresan a la litis y los hechos no probados
tampoco pueden tener virtualidad en la litis.
Así, la prueba de un hecho suele ser irrelevante si el hecho no ha sido temporánea y
debidamente ingresado a la litis, bajo la forma de una afirmación procesal relevante y luego
negada oportunamente por la contraparte.
Ello así, una parte no tiene la carga probatoria de hechos que se hallaren reconocidos por la
contraria, porque el hecho reconocido está exento de prueba.
Quien en una causa ha afirmado la ejecución de un hecho extintivo de una obligación -como un
pago-, si esta afirmación es contestada de acuerdo con las normas procesales, es quien tiene
sobre sí la carga de acreditar ese hecho, si no está cubierto por ninguna presunción aplicable a
él.
El pago -como regla- no se presume, sino que debe probarse. Excepcionalmente, el legislador
presume el pago.
El accipiens (acreedor), cuando ha sido reconocida la obligación por el deudor, tiene en su
favor la situación existente creada por el reconocimiento de su derecho.
Quien busca o pretende modificar la situación establecida, para que se le reconozca el pago
realizado y la extinción de su obligación, es el solvens (deudor) y el solvens tiene sobre sí la
carga de acreditar los hechos base de su pretensión extintiva.
El tema de la carga de la prueba del pago está regido por el art. 894 CCCN., que establece:
“La carga de la prueba incumbe:
a) en las obligaciones de dar y de hacer, sobre quien invoca el pago;
b) en las obligaciones de no hacer, sobre el acreedor que invoca el incumplimiento”.
Como se aprecia fácilmente, la nueva norma que viene a llenar el vacío que sobre prueba del
pago contenía el Código de Vélez se mantiene en los términos establecidos por las legislaciones
procesales provinciales en materia de prueba -art. 377 CPCCN y los que siguen sus aguas y art.
375 CPCC de provincia de Buenos Aires-, en el sentido de que la invocación o afirmación de un
hecho positivo torna responsable de su prueba al que la realiza (conforme art. 894 CCCN.)
Por cuanto en las obligaciones de no hacer no sería razonable ni constituiría una exigencia
regular cargar la prueba de un hecho negativo sobre el deudor, obligándosele a probar que no
ha violado la obligación contraída.
Justamente, quien invoca el hecho positivo de la violación de la obligación de no hacer,
teniendo mucha más facilidad de prueba, ya que se trata de un hecho positivo, que se ubica en
un instante preciso y acreditable con mucha mayor eficacia, es quien tiene la carga de
acreditarlo, no siendo razonable que se obligue a una persona a probar, por ejemplo, que no
hizo determinada actividad durante un cierto período, lo que exigiría la prueba de un hecho
negativo continuado.
Aun de intentar probarse algo así, implicaría una demostración de malas artes procesales, en
caso de tenérsele por acreditado, ya que no es normal que se cubra un largo período en forma
perfecta, con una prueba convincente de la no realización de un hecho. En el otro extremo, ello
llevaría a agravar sustancialmente la situación del obligado a probar el hecho negativo.
En cuanto a los medios de prueba admisibles, el art. 895 CCCN., dispone:
“Medios de prueba. El pago puede ser probado por cualquier medio excepto que de la
estipulación o de la ley resulte previsto el empleo de uno determinado, o revestido de ciertas
formalidades”.
El CCCN., en materia de prueba del pago ha establecido un interesante régimen en los arts.
894 a 899, remediando el vacío que en esta materia contenía el ordenamiento velezano y que
obligaba a los jueces a recurrir a normas procesales para salvar la omisión.
El CCCN., sigue la postura amplia de que el pago se puede probar por cualquiera y todos los
medios de prueba, tesis que seguía también abundante jurisprudencia.
Se ha resuelto reiteradamente que la prueba del pago pesa sobre el deudor, aunque puede
acreditarse por cualquier medio de prueba, incluso por presunciones. Ello no significa que se
admita su acreditación liviana ni, menos aún, conjetural, sobre la base de pruebas nada
convincentes.
Incluso tribunales que no admiten tamaña amplitud probatoria, han resuelto que si bien para
probar el pago que el deudor alega el medio formal y corriente es el recibo, entendiéndose por
ello la constancia escrita emanada en tal sentido del acreedor obrante en instrumento público o
privado, no puede prescindirse de los comprobantes de depósitos bancarios cuando la solución
del pleito puede depender de ellos, pues una solución contraria importaría tanto como
renunciar a la verdad jurídica objetiva, máxime teniendo en cuenta que la bancarización de las
relaciones comerciales es un imperativo en la actualidad.
Si bien el pago de la prestación debida puede acreditarse por cualquier medio de prueba,
algunos de ellos son más convincentes que otros, como lo son el recibo -instrumento privado- o
la confesión, que se muestran superiores a la prueba de testigos.
No son muchos los casos en que la normativa exige una prueba formal del pago, pero en los
contados casos en que ello ocurre, la exigencia apunta a dos finalidades:
• la protección de una parte débil evitando que se le haga firmar una constancia que
acredite el pago, sin haberlo recibido verdaderamente;
• cuestiones fiscales o de moralidad, destinadas a evitar o dificultar el lavado de
dinero o manejos espurios de dinero no declarado.
Como sea, si el solvens (deudor-pagador) no ha cumplido la carga de la prueba del pago, al
que puede acreditar por cualquier medio admisible, debe juzgarse que el solvens no ha
satisfecho la carga probatoria que tenía sobre sí en este aspecto y que la obligación subsiste.
Lo visto hasta aquí -y hasta la terminología del art. 894 CCCN- se relaciona directamente con la
noción de carga.
Entre las diversas cargas que tienen las partes en un proceso, sobresalen con claridad dos:
• la carga postulatoria: consiste en la carga de plantear correctamente la base
fáctica del reclamo contenido en la demanda, demostrar los presupuestos
habilitantes de la petición, así como identificar debidamente el alcance del planteo
introducido.
• la carga probatoria: consiste en un imperativo del propio interés, una
circunstancia de riesgo que supone no un derecho del contrario sino una necesidad
para vencer.
El problema es que ambas cargas -postulatoria y probatoria- son sucesivas y no
intercambiables, por lo que la carga probatoria no entra en vigencia, si previamente no se ha
cumplido con la carga postulatoria, pues no tiene efecto alguno la prueba de hechos no
afirmados y no contradichos temporalmente. Sin postulación pertinente, no hay prueba
admisible.
La carga postulatoria se corresponde con una carga probatoria específica: si se invoca la
ejecución de un pago, en ciertas y determinadas condiciones, es ese extremo de hecho el que
hay que probar; pues, el litigante debe probar los elementos demostrativos de la existencia y
alcance del derecho que afirma o que niega.
Por ello, si la parte que afirma el pago -sea actora o demandada- no ha cumplido a cabalidad
con su carga postulatoria, al no haber introducido correctamente a la causa la plataforma
fáctica del caso, pretendiendo luego enmendar la plana en la prueba o en los agravios, ello
resulta inadmisible, pues la prueba no puede salvar los errores de la afirmación, que es previa
a ella y condiciona su fuerza y consecuencia.
Se ha sostenido con acierto que, dado que en el procedimiento civil rige el principio dispositivo,
las partes tienen la carga procesal de ser precisas en el planteo de sus pretensiones, en la
alegación de los hechos y en la invocación del derecho aplicable. El desarrollo del proceso no
puede quedar condicionado a declaraciones de voluntad petitorias que se expresan en forma
errática.
En cambio, cuando se ha afirmado un hecho conducente para la solución del litigio, en tiempo y
forma, y ese hecho no es reconocido sino negado por la contraparte, se despliega la carga
probatoria, exigiendo del postulante del hecho su prueba.
Y en aras de la carga probatoria, cada parte debe probar los hechos a los que atribuye la
producción del efecto jurídico que pretende, ya que la actividad probatoria constituye, como
toda carga procesal, un imperativo del propio interés y de esa actividad procesal depende
producir el convencimiento o certeza sobre los hechos controvertidos, pudiendo el litigante
llegar a obtener una decisión desfavorable en el caso de adoptar una conducta omisiva.
Cuando el juez no dispone de pruebas idóneas y convincentes acerca de los hechos
controvertidos, el juez debe acudir al principio que indica que era al solvens a quien le
correspondía la carga de la prueba del hecho extintivo del derecho cuyo reconocimiento
pretendía y que, dado que el mismo no la ha satisfecho, debe resolverse en contra de la
pretensión del pagador.
Por ende, postulamos el análisis riguroso de los medios de prueba del pago que no fuesen su
prueba natural a través de un recibo.
Así, la prueba del pago recae, en primer término, sobre la parte que lo ha invocado, pues éste
no se presume. En segundo lugar, puede ser probado por cualquier medio, pero esa amplitud
probatoria lleva como contrapartida que la comprobación del pago que no conste en recibos
debe examinarse con un criterio severo, riguroso y restrictivo. Esta última regla tiene su
fundamento en la presunción derivada de la omisión del recibo pertinente, habida cuenta que la
exigencia del recibo por parte del deudor es lo que ordinariamente acontece en la práctica
general de los negocios, de modo que su falta debe ser entendida en sentido desfavorable para
el deudor, quien entonces se halla obligado a desvirtuar mediante prueba idónea la presunción
que le es adversa, pues a quien pudo recabar recibo y no lo hizo lo menos que se le puede
pedir es que justifique la razón de su conducta negligente y descuidada y agote por otros
medios de comprobación la verdad del pago que alega.
La prueba del pago pesa sobre el deudor, aunque puede acreditarse por cualquier medio de
prueba, incluso por presunciones.
Si bien puede ser acreditado por cualquier medio de prueba, al no presentarse recibo, la
prueba aportada del pago debe ser apreciada con criterio riguroso en resguardo de la seguridad
jurídica; una cosa es la amplitud con que debe admitirse todo género de prueba, y otra, el
criterio con que debe ser valorada la misma, por cuanto quien pudo exigir el recibo y no lo ha
hecho debe cargar con las consecuencias de su negligencia.
Por ello, el que alega el pago sin aportar el correspondiente recibo debe agotar los otros
medios probatorios, a fin de acreditar la veracidad de dicho pago.
Claro que la ausencia de recibo no es un obstáculo insuperable para el deudor que dice haber
pagado su obligación, sino que a lo sumo le exige una acreditación más acabada de sus dichos.
9. Recibo: concepto y naturaleza.
El recibo es la prueba por antonomasia del pago; es una especie de confesión del acreedor de
que ha recibido el pago, siempre y cuando se extienda sin vicios ni interlineados, tachaduras o
agregados y la firma que lo suscribe sea efectivamente del acreedor o un representante suyo,
debidamente autorizado para recibirlo.
El recibo ha sido caracterizado doctrinariamente como medio típico y específico de prueba del
cumplimiento.
El art. 896 CCCN., define al recibo como un instrumento público o privado en el que el acreedor
reconoce haber recibido la prestación debida.
El recibo emanará del acreedor y tendrá expresa referencia al título o títulos constitutivos de la
obligación que permitan establecer la cancelación total o parcial de ese crédito, sin que sean
necesarias otras investigaciones.
Los recibos firmados por quienes corresponda no requieren mayores formalidades para resultar
válidos y eficaces como tales, pues lo que interesa es acreditar el efectivo desembolso de las
sumas que en ellos se indican.
El recibo de pago debe expresar de modo claro, preciso y categórico la imputación al crédito de
que se trate, sin que pueda dejar lugar a dudas acerca de la extinción de la obligación.
No se requieren formas sacramentales para la configuración de un recibo ni, menos aún,
formas preimpresas, pero sí cierta formalidad instrumental, por lo que no deben faltar en él
determinadas menciones; un recibo es una declaración por escrito del acreedor de que ha sido
satisfecha, total o parcialmente, la deuda, la fecha de tal hecho, el monto recibido, el medio de
pago (si es en efectivo o por medio de un cheque u otro objeto dado en pago); si es parcial el
pago, a qué obligación se imputa, etc.
El recibo, para probar el pago, debe estar extendido en términos correspondientes con su
finalidad probatoria, de manera tal que no quede duda alguna respecto de la deuda con la que
se relaciona.
El recibo constituye un instrumento privado que por su naturaleza participa de los mismos
principios que sustentan la validez o eficacia probatoria que se les atribuye a dichos
instrumentos; de modo tal que, frente a la negativa de la persona a quien se opone, su valor
probatorio depende de la acreditación que se haga respecto de la autenticidad de su contenido.
Al deudor que pretende su liberación es a quien le corresponde acreditar el pago, constituyendo
el recibo la prueba por excelencia de la formalización del mismo. Dentro de la libertad que
tienen las partes para redactar el contenido de los recibos, estos deben contener indicaciones
correspondientes con la finalidad probatoria del documento, ya que una vez reconocido el
instrumento, constituye entre las partes una prueba acabada del pago que allí consta. Por ello,
al acreedor que impugna la validez del recibo le corresponde justificar la causa por la cual, pese
a los términos del documento, el pago no ha tenido lugar, ya sea por error, adulteración, etc.
El art. 898 CCCN., dice:
“El deudor puede incluir reservas de derechos en el recibo y el acreedor está obligado a
consignarlas. La inclusión de estas reservas no perjudica los derechos de quien extiende el
recibo”.
Exigibilidad del recibo.
El deudor, siempre que paga, tiene el derecho de que se le expida recibo. El Código Civil
alemán establece expresamente el deber del acreedor de otorgar recibo.
En el CCCN., el deber de otorgar recibo se establece en el art. 897 CCC, que dice: “el
cumplimiento de la obligación confiere al deudor derecho de obtener la constancia de la
liberación correspondiente. El acreedor también puede exigir un recibo que pruebe la
recepción”.
Hay un derecho al recibo por quien paga lo que debe (también en quien lo hace como tercero)
y hay un deber de extenderlo por parte de quien recibe el pago.
Respecto al deudor, el cumplimiento exacto de la obligación le confiere el derecho a la
liberación correspondiente, y la prueba por excelencia de ese cumplimiento de la obligación es
el recibo.
Es cierto que el recibo no es la única prueba del cumplimiento, pues, en ocasiones, existen
otras pruebas que lo suplantan; por ejemplo, si el pago es para cancelar una obligación
documentada en un pagaré, rompiendo el pagaré o arrancándole la firma se atesta el
cumplimiento como si se expidiera recibo, puesto que al destruir el título ejecutivo se cancela la
obligación documentada en él.
Pero lo común en estos casos, en que el pago se genera con causa en un título de crédito, es
que se otorgue recibo y, además, se entregue al deudor el título.
Jurisprudencialmente se ha declarado que el recibo de pago apareja acreditación suficiente del
pago efectuado a los efectos cancelatorios respecto de la firmante de éste. El recibo constituye,
luego de su reconocimiento, una prueba completa del pago que allí consta.
En caso de que el acreedor se rehusara a entregar recibo al deudor que paga, se configura un
supuesto de mora accipiendi, pues fundadamente el deudor puede negarse a pagar si no se le
da recibo, ya que mañana el acreedor podría exigirle un nuevo pago, negando haber recibido el
anterior no documentado.
El acreedor tiene que colaborar para recibir el pago o para que se efectivice, y entregar recibo
para documentarlo es para él una obligación fundamental. De otro modo, la mora accipiendi
deja expedita la acción del deudor para consignar ante el juez y dejar constancia del pago.
La prueba por antonomasia del pago es el pertinente recibo; a falta de recibo, el medio
apropiado para acreditar este extremo es la prueba pericial contable, a través de la cual puede
obtener la prueba inequívoca del pago.
El efecto extintivo del pago supone que se haya recibido el capital sin reservas, debiendo
prevalecer una interpretación restrictiva en cuanto a la posibilidad de que ese hecho del recibo
sea reemplazado por otros.
Puede tenerse por acreditado el pago mediante la presentación de un recibo expedido
electrónicamente con membrete del banco acreedor, en el cual se ha especificado la suma
abonada y la cuota que se cancela, con discriminación de los diversos rubros que la componen
y constancia del saldo adeudado.
Forma y contenido del recibo.
El recibo es un acto formal, aunque no solemne. No tiene formas sacramentales, pero debe
otorgarse por escrito la constancia de que se ha recibido una suma de dinero con efecto
cancelatorio, identificando la deuda cancelada.
Podría decirse, en suma, que el principio que rige la obligación de extender recibo es el del
informalismo.
Una excepción a este principio de informalismo se establece en el art. 1017 CCCN., que dice:
“Escritura pública. Deben ser otorgados por escritura pública:.. .c) todos los actos que sean
accesorios de otros contratos otorgados en escritura pública”.
Si la obligación se instrumentó en escritura pública, el pago que se relaciona con ella debe
documentarse también en escritura pública, ya que rige el principio de equivalencia o
paralelismo de las formas: si la obligación se constituyó por escritura pública, se extingue por
un pago documentado con igual formalidad.
El efecto del clásico “recibo por saldo” es, según doctrina unánime, el de acreditar la
cancelación de toda la obligación, pues tal expresión significa, gramatical y jurídicamente y de
acuerdo igualmente con los usos comerciales, que la persona que la emite se da por satisfecha
de su crédito y nada más tiene que exigir del deudor por la relación de negocio que hubiesen
mantenido.
Menciones que no debe contener un recibo:
• Ninguna mención que agrave, modifique o altere en perjuicio del deudor la
obligación que origina el pago.
• La mera firma a ruego o el dígito pulgar del acreedor. La firma a ruego debe estar
rodeada de garantías que la hagan válida. La impresión digital de un analfabeto no
constituye firma y, por tanto, no es válida y el recibo no libera.
• Borraduras, tachaduras, sobreescrituras, interlineados, etc. Bien se resolvió en un
caso que si las borraduras y sobreescrituras comprobadas atañen a un elemento
esencial de recibo -como la expresión del monto abonado-, y no han sido salvadas
con posterioridad -más allá de la enmienda-, tornan inadmisible al documento
como elemento de prueba del pago invocado.
• El formulario correspondiente a la pretensora, en donde se imputa el pago, de
manera concreta y sin reserva alguna, a las facturas objeto de la operación.
Valor probatorio.
El recibo reconocido en cuanto a su firma hace plena fe de su contenido y alcance entre las
partes. Ello, salvo que el acreedor afirme y luego pruebe debidamente la existencia de un
abuso de firma en blanco (art. 315 CCCN) o de una adulteración del recibo, que lo prive de
valor probatorio.
El reconocimiento de la firma de un recibo o instrumento privado que reconoce un pago implica
que también las menciones obrantes en su cuerpo quedan reconocidas (art. 314, 2° párr.,
CCCN.) y el valor entre accipiens y solvens de tal recibo es desde entonces el de plena prueba
de la existencia del pago al que éste alude.
En cuanto a los terceros, el pago instrumentado en recibo les será oponible, salvo que prueben
su irregularidad, pero no les será oponible la fecha del mismo, a excepción de que el recibo
fuera otorgado en instrumento público o tuviera fecha cierta por alguna otra vía. Es que,
tratándose de un instrumento privado, del que no han participado, no vale como fecha cierta
contra los terceros lo que el acreedor afirma en el recibo.
Otros medios de prueba del pago.
Si bien la prueba por excelencia del pago es el recibo emanado del acreedor, como el pago es
un acto jurídico, puede probarse por todos los medios ordinarios, inclusive por testigos y
presunciones.
Quien alega el pago sin acompañar el recibo pertinente, tiene que desvirtuar la innegable
presunción en su contra, que surge de esa omisión. Porque como de ordinario los pagos se
comprueban por el recibo pertinente, y las cosas se aprecian por lo que es verosímil y de
ocurrencia corriente, la ausencia de recibo inclina a pensar que no hubo pago.
Un supuesto especial se produce con la tenencia del pagaré por el deudor; el pagaré entregado
por el acreedor al deudor puede constituir una presunción de pago, en la medida en que aquél
demuestre que fueron entregados a este último como título de crédito y no robado o perdido.
Quien alega un pago sin exhibir recibo puede valerse de cualquier medio de prueba, pero la
apreciación de los elementos demostrativos arrimados a ese fin debe ser rigurosa,
particularmente severa cuando se trata de declaraciones testificales o presunciones, por estar
en juego el principio constitucional de la seguridad jurídica; si tras el análisis subsistieran las
dudas, corresponde tener por no acreditado el pago. Es que quien invoca haberse liberado de la
obligación extinguiéndola mediante el pago toca el demostrarlo, de manera que si las
probanzas arrimadas no resultan convincentes es él quien ha de soportar las consecuencias
desfavorables de la falta de prueba.
A quien pudo recabar recibo y no lo hizo, lo menos que se le puede pedir es que justifique la
razón de su conducta negligente y descuidada y agote por otros medios de comprobación la
verdad del pago que alegue.
En materia de pago, el recibo es el medio de convicción por excelencia; consecuentemente,
cuando se aportan otros elementos con el objeto de acreditar el pago, éstos deben ser
apreciados de modo riguroso, no bastando con meros indicios que no alcanzan a ser
presunciones o que, si lo fueran, no son graves, precisos y concordantes o no resultan
complementados por otras probanzas directas.
El pago no sólo puede ser acreditado mediante recibo, sino que también debe considerárselo
realizado cuando aparece probado por otro medio fehaciente. Se impone una mayor
flexibilización probatoria cuando se utilizan medios electrónicos de pago.
Debe tenerse por cierto que quien efectuó los pagos es quien posee los recibos, pues la
posesión por él de esos instrumentos lo torna así presumible. La posesión de la factura que da
cuenta del pago de las reparaciones efectuadas a un automotor, debidamente reconocida por
quien la extendió, crea la presunción iuris tantum (que admite prueba en contrario) de que su
poseedor fue quien efectuó el pago.
En materia cambiaria, la devolución del título constituye prueba del pago, sin dar recibo ni
incorporarlo al documento, pues exigir la constancia del pago en la letra es una facultad del
deudor y sólo servirá para contestar al acreedor en caso de que invoque haber sido desposeído
por un medio distinto de la entrega voluntaria.
Corresponde tener por acreditado el pago total invocado por el demandado si los indicios
arrimados en esa dirección son graves, precisos y concordantes.
Otro medio eficaz para acreditar el pago es:
• la pericia contable;
• el informe bancario de acreditación en la cuenta del accipiens del monto del pago
alegado.
10. Extinción de intereses por aceptación de pagos parciales sin reservas.
Desde la sanción del Código de Vélez persistieron las dudas inquietantes sobre los alcances del
art. 624 del Código de Vélez, que reglaba la percepción de pagos parciales y sus efectos.
El CCCN., no ha receptado el art. 624 del Código de Vélez tal cual estaba redactado, ni otras
normas que interactuaban con él, sino que ha dado nueva reglamentación a este tema.
En esta materia, la regla la establece el art. 869 CCCN., al inicio, el que indica:
“El acreedor no está obligado a recibir pagos parciales, excepto disposición legal o convencional
en contrario...”.
Pero resulta fundamental analizar el efecto que el art. 899 CCCn., porta en esta temática:
“Presunciones relativas al pago. Se presume, excepto prueba en contrario, que:
a) si se otorga un recibo por saldo, quedan canceladas todas las deudas correspondientes a la
obligación por la cual fue otorgado;
b) si se recibe el pago correspondiente a uno de los periodos, están cancelados los anteriores,
sea que se deba una prestación única de ejecución diferida cuyo cumplimiento se realiza
mediante pagos parciales, o que se trate de prestaciones sucesivas que nacen por el transcurso
del tiempo;
c) si se extiende recibo por el pago de la prestación principal, sin los accesorios del crédito, y
no se hace reserva, éstos quedan extinguidos;
d) si se debe daño moratorio, y al recibir el pago el acreeDor no hace reserva a su respecto, la
deuda por ese daño está extinguida”.
El art. 899 CCCN., presenta algunas notorias diferencias con el art. 624 del Código de Vélez,
según el criterio que la jurisprudencia y la doctrina mayoritaria sustentaban a su respecto.
Frente al art. 624 del CC estábamos en presencia de una imputación legal de consecuencias
desfavorables a un acto del acreedor; esto es, que no se trataba de una presunción sino de la
asignación normativa de un efecto a una conducta, donde no juega la intención del acreedor.
Bien se había decidido que la claridad y contundencia del art. 624 del CC permite sostener que
la norma no hace un juego de presunciones que podrían abrir paso a las dudas sobre si son
solamente hominis (presunciones mentales del Juez con procedimiento deductivo) o iuris et de
iure (que admite presunción en contrario), por cuanto por expresa disposición legal se produce
la extinción de la obligación accesoria.
A diferencia del art. 624 CCCN., el art. 899 CCCN., enfatiza que él establece presunciones que
admiten prueba en contrario, lo que las convierte, por ende, en relativas o salvo prueba en
contrario (iuris tantum), es decir, desvirtuables por prueba contraria. Se trata de una diferencia
sustancial y trascendente, pero no es la única.
El inc. a) del art. 899 CCCN., no hace otra cosa que receptar una jurisprudencia pacífica que
consideraba que el otorgamiento de un recibo por saldo permite presumir canceladas todas las
deudas correspondientes a la obligación por la cual fue otorgado. Como se trata de una
presunción relativa, puede ser desvirtuada sin duda.
El inc. b) del art. 899 CCCN., también recepta una jurisprudencia, aunque en este caso no
pacífica sino dividida, sobre que si se recibe el pago correspondiente a uno de los periodos,
están cancelados los anteriores, sea que se deba una prestación única de ejecución diferida
cuyo cumplimiento se realiza mediante pagos parciales, o que se trate de prestaciones
sucesivas que nacen por el transcurso del tiempo. También se trata de una presunción iuris
tantum por prueba en contrario.
Pero cabría preguntarse si esa desvirtuación se produce por formularios preimpresos genéricos,
como suelen emitir las municipalidades y algunos importantes acreedores, que insertan una
leyenda en todo recibo de obligaciones periódicas que emitan, de que la portación de ese
recibo no implica prueba del pago de las obligaciones correspondientes a períodos anteriores.
Entendemos que el principio de informalidad que rige la emisión de recibos torna válidas, como
principio, estas reservas generales, salvo que las mismas encubran algún tipo de inmoralidad o
abuso, como ocurría hace algunos años, que diversos municipios y organismos, en la creencia
de que la mayoría de la gente no conserva mucho tiempo los recibos de pago, mandaban
intimaciones masivas de pago por extensos períodos, sin cerciorarse de si el concreto individuo
intimado a pagar adeudaba o no esos períodos. En casos así, cabría relativizar el valor de estas
reservas genéricas, pero como principio ellas tendrían validez en los supuestos corrientes.
El inc. d) del art. 899 CCCN., presume que si se debe daño moratorio, y al recibir el pago el
acreedor no formula reserva sobre él, la deuda por ese daño está extinguida.
Y el inc. c) del art. 899 CCCN., enfatiza que si se extiende recibo por el pago de la prestación
principal, sin los accesorios del crédito, y no se hace reserva, éstos quedan extinguidos.
Cuando el art. 899 inc. C) CCCN., habla de accesorios del crédito incluye, a los intereses, pero
también a prestaciones accesorias que pudieron haberse comprometido.
En cambio, este inciso no se aplica a primera vista, a la actualización de las sumas debidas por
desvalorización monetaria; ello, por dos razones:
• porque la indexación se halla prohibida por el ordenamiento argentino (Ley de
Convertibilidad, art. 1);
• porque la actualización no es accesorio del capital, sino que, precisamente, busca
mantener el valor adquisitivo de ese capital.
Sin embargo, según sea la interpretación que cada uno asigne a los arts. 765 y 772 CCCN., y al
ensamble de ambos, podría aceptarse la indexación, a partir de la vigencia del CCCN.; en dicho
caso, cabría interpretar que por hermenéutica coordinada y armónica del inciso c) del art. 899
CCCN., y art. 765 y 772 CCCN., el inciso c) podría aplicarse a la actualización de las sumas
debidas por desvalorización monetaria.
El inc. c) del art. 899 CCCN., se corresponde con el art. 903 del CCCN., que dice:
“Pago a cuenta de capital e intereses. Si el pago se hace a cuenta de capital e intereses y no se
precisa su orden, se imputa en primer término a intereses, a no ser que el acreedor dé recibo
por cuenta de capital”.
También el final del art. 900 CCCN., establece que si el deudor adeuda capital e intereses, el
pago no puede imputarse a la deuda principal sin consentimiento del acreedor.
Se trata de tres reglas que se complementan y de las que surge que, dada la gravedad de la
consecuencia de la imputación de un pago a capital, mientras queda pendiente el pago de
intereses, el ordenamiento requiere una manifestación expresa de voluntad del acreedor, la
conformidad con la imputación a capital del pago, para así tenerlo también por conforme con la
pérdida de los intereses y accesorios. Sin ese acto expreso de imputación -ruinosa, en algunos
casos-, el ordenamiento presume que el pago parcial se imputa primero a los intereses
adeudados y, en lo que reste, a capital.
Otra diferencia con el art. 624 del CC radica en que en el art. 899 CCCN., el recibo a que se
refiere la norma es el recibo escrito, es decir, la constancia de pago, antes que el acto material
de recepción del dinero en pago.
Además, el CCCN., aclaró la duda del art. 624 CC ya que se aplica a las obligaciones
comerciales y obligaciones civiles, respondiendo a la jurisprudencia mayoritaria de la aplicación
a ambos tipos de obligaciones, que era la tesis correcta y es la que sigue el CCCN.
Tampoco en el art. 899 CCCN., existe obstáculos fundamentales para su aplicación a pagos
retirados en el expediente frente a reclamos judiciales, toda vez que la norma no efectúa
distinciones al respecto.
No se nos escapa que no siendo costumbre del foro la realización de reservas al retirar pagos
en sede judicial, contestar afirmativamente el interrogante podría implicar graves daños para
los desprevenidos.
Esta realidad exige apreciar las situaciones que se planteen con mayor prudencia y mesura que
en los restantes supuestos; y todavía más, hacer una salvedad fundamental: si previamente se
practicó liquidación que contenga determinación de intereses o se hizo reserva en un escrito, el
retiro posterior de una suma sin reserva alguna en ese momento no puede considerarse
renuncia a los accesorios. Lo contrario sería trasplantar irreflexivamente una solución útil en
supuestos diversos y, a nuestro juicio, llevar demasiado lejos la normativa. Se trata de un
delicado equilibrio, porque tampoco cabe considerar que el reclamo de intereses en la demanda
cubre cualquier omisión posterior.
Otro tema interesante es: ¿Cuándo debe efectuarse la reserva de intereses?
Creemos que el momento para realizar la reserva es el de la instrumentación del recibo escrito.
El inc. c) del art. 899 CCCN., dispone que la extinción de los accesorios se produce si se
extiende recibo por el pago de la prestación principal, es decir que, extendido ese recibo sin
reservas, la extinción se ha producido en ese instante, en el momento de completarse y firmar
el recibo.
En ese sentido, nos parece un abuso interpretativo, sobre la base del principio general de que
los plazos del CCCN., e cuentan por días y no por horas (art. 6 CCCN.), considerar que el
reclamo de intereses efectuado el mismo día, aunque con posterioridad a la aceptación del
pago, resulta temporáneo.
Como excepción, consideramos válida la reserva efectuada previamente a la percepción,
cuando se tratare de un pago parcial en un trámite judicial o previamente se hubiera practicado
liquidación que contuviera determinación de intereses o se hubiese efectuado reserva de
percibirlos.
11. Imputación del pago. Concepto.
Imputar es establecer una relación entre el pago que se efectúa y la obligación que se salda. O
sea, determinar la deuda que se cancela, ahora, cuando el monto pagado no alcanza a
satisfacer todas las deudas que el solvens (pagador) tiene con el accipiens (acreedor), se
presenta un problema de imputación. Es así que sólo ante la diversidad o multiplicidad de
deudas se torna operativa la imputación.
Equivocadamente, se ha llegado a hablar de imputación frente a una deuda única, que
pretende pagarse parcialmente. Se trata de un malentendido: es que resulta conceptualmente
inconcebible una imputación frente a una deuda única, pues sería como pretender optar cuando
se tiene delante una opción única y excluyente, lo que es todo un contrasentido.
Imputar es optar: optar por extinguir una determinada deuda, de varias que se tienen con el
mismo acreedor. Si hay una sola deuda, no hay opción y, por ende, no hay imputación.
Ahora bien, si existe una sola deuda de capital, pero ella genera intereses y es pagada
parcialmente, ya no hay frente al pago una sola deuda, sino que a la acreencia de capital se ha
sumado otra, accesoria, de intereses, las que suman ahora dos deudas y no una, y autorizan la
imputación, que la propia ley establece cómo habrá de practicarse en este caso (cfr. arts. 742 y
624 CC).
Castán Tobeñas, dice que se llama imputación de pago a “la designación de la deuda que ha de
aplicarse el pago que se realiza, cuando el deudor tiene varias obligaciones en favor del mismo
acreedor”.
Álvarez Caperochipi, dice que “en caso de existencia de varias deudas vencidas y líquidas entre
el mismo acreedor y deudor se llama imputación de pagos al régimen de determinación de cuál
ha de ser la deuda que se entiende efectivamente pagada”.
Jurisprudencialmente, se ha dicho que la imputación del pago es una manifestación de voluntad
de carácter recepticio: debe comunicarse a la otra parte a fin de que ésta pueda ajustar su
conducta a aquélla.
La imputación del pago es un mecanismo a través del cual se puede especificar qué es aquello
que el deudor paga al tiempo de cumplir con la prestación debida; dicho en otros términos, a
través de ella se define a qué obligación debe aplicarse el pago efectuado por el deudor,
cuando el deudor no alcanza a solventar todas las deudas insolutas.
No siempre se imputan los pagos, pues no es inexorable hacerlo. De hecho, en la mayoría de
los supuestos, no hace falta imputar los pagos, pues éstos son completos y extintivos de todas
las obligaciones entre ese deudor y ese acreedor.
Para que se imputen los pagos, tiene que darse un supuesto de pago insuficiente en primer
lugar, el pago no tiene que alcanzar para cubrir todas las obligaciones, porque si se realiza un
pago que satisfaga, por ejemplo, capital más intereses, carece de objeto.
El derecho no exige nunca la realización de actos estériles, es decir, aquellos que no tienen un
contenido real, que no tienen una finalidad concreta (notificar de nuevo a quien ya fue
notificado, imputar un pago cancelatorio de todas las obligaciones, etc.).
Así, cuando, por ejemplo, alguna norma exige notificar a una persona, lo hace sobre la base de
que ella no está en conocimiento del acto jurídico de que se trate. De otro modo, si esa
persona ya se dio personalmente por notificada, el derecho no exige una nueva notificación a
quien ya fue notificado.
Los plazos se conceden para dar una oportunidad de cumplir determinada obligación. Cuando el
beneficiado por el plazo abdica de su derecho a gozarlo, declarando ante un requerimiento
fehaciente que no tiene la voluntad de cumplir el acto que se le intima, el plazo mismo deja de
tener sentido, ante la manifestación recepticia de quien ya ha manifestado su voluntad.
Pero cabe preguntarse: ¿qué son actos estériles? Son aquellos actos sin un contenido real, que
han quedado privados de consecuencias prácticas o virtualidad, por el vaciamiento de su
ámbito real de significación. La imputación tiene importancia cuando se trata de un pago
parcial o cuando existe más de una obligación. Puede presentarse el caso de que entre
acreedor y deudor existan dos o más obligaciones de idéntica naturaleza y que el pago
efectuado por este último no alcance a cubrir todas las deudas pendientes.
El CCCN., resuelve el problema de a cuál de esas obligaciones se imputará el pago realizado,
estableciendo un sistema de imputación del pago, en sus arts. 900 a 903.
Ha dicho la CSJN que los pronunciamientos que caen en un exceso ritual manifiesto se tornan
arbitrarios, vulnerando la exigencia del adecuado servicio de justicia que garantiza el art. 18 de
la CN.
Y si ello es así, cuando una sentencia ordena cumplir actos procesales estériles o requisitos
meramente rituales o sin contenido real, ¿por qué habría de ser diferente el tratamiento legal
cuando el acto se produzca fuera del proceso? ¿O es que fuera de los tribunales no rigen
principios básicos de lógica jurídica? Claramente, el cumplimiento de ritos caprichosos o de
exigencias sin sentido debe evitarse tanto en el foro como fuera de él. Por ello, cuando el
deudor reconoce estar en mora, no es necesaria la interpelación del acreedor para que la
constitución en mora se dé por establecida
El art. 900 CCCN., define la imputación, cuando dice:
“Si las obligaciones para con un solo acreedor tienen por objeto prestaciones de la misma
naturaleza, el deudor tiene la facultad de declarar, al tiempo de hacer el pago, por cuál de ellas
debe entenderse que lo hace...”.
Naturaleza jurídica de la imputación.
La imputación es un acto jurídico bilateral, pues se efectúa entre acreedor y deudor
conjuntamente. No otra cosa establece el art. 900 CCCN., al final, concordante en espíritu -
aunque con distinta redacción- con el art. 776 del CC: si el deudor adeuda capital e intereses,
el pago no puede imputarse a la deuda principal sin consentimiento del acreedor.
Requisitos.
Para que funcione la imputación de pago deben darse los siguientes requisitos:
• Que existan dos o más obligaciones que liguen al mismo deudor con el mismo
acreedor.
• Que el deudor y el acreedor ocupen la misma posición o calidad en todas las
obligaciones (lo que transforma a la imputación en la situación inversa de la
compensación).
• Que las prestaciones sean de la misma naturaleza (si se entrega dinero, el pago
se debe impulsar a las obligaciones de dar sumas de dinero y no a las
obligaciones de dar cosas inciertas fungibles [maíz, soja, etc.], por ejemplo).
• Que las deudas sean liquidas y exigibles.
• Que el pago efectuado por el deudor no alcance a satisfacer todas las deudas,
pues de otro modo resultaría innecesaria la imputación.
En nuestra jurisprudencia se ha sostenido que, para que exista un problema de imputación de
pagos, debe verificarse un supuesto de pluralidad de deudas e insuficiencia de fondos para
atenderlas en su totalidad.
La teoría de la imputación del pago define a qué obligación debe aplicarse el pago efectuado
por el deudor cuando éste no alcanza a solventar todas las deudas insolutas. Supone la
existencia de varias obligaciones pendientes, susceptibles de pago, que versan sobre objetos
de la misma índole y vinculan a las mismas personas que revisten la calidad de acreedor y
deudor.
La teoría de la imputación del pago a que se refieren los arts. 773 al 778 CC requiere para
funcionar que las obligaciones tuviesen por objeto prestaciones de la misma naturaleza.
Las reglas relativas a la imputación del pago suponen obligaciones vencidas.

Clases de imputación.
La imputación del pago puede ser hecha por el deudor, por el acreedor, o por la ley. Este orden
que hemos seguido no es caprichoso, pues el CCCN., fija una cronología precisa para la
imputación:
• Por el deudor (art. 900 CCCN.);
• Por el acreedor (art. 901 CCCN.);
• Por la ley (arts. 902 y 903 CCCN).
Seguidamente, veremos en detalle este proceso de la imputación, y los derechos y limitaciones
de deudor y acreedor en la imputación.
En principio, la ley confiere al deudor el derecho de elegir la deuda que va a satisfacer.
La fórmula legal es indudable sobre que la primacía del derecho de imputar el pago la tiene el
deudor: “El deudor tiene la facultad de declarar, al tiempo de hacer el pago, por cuál de ellas
debe entenderse que lo hace” (sic, art. 900 CCCN).
Este derecho del deudor de imputar su pago no es enteramente libre, sino que está sujeto a
limitaciones:
• El deudor no puede elegir una deuda ilíquida, habiendo otras líquidas (art. 900, 2° parte,
y 869 in fine CCCN).
• El deudor no pude optar por una deuda de plazo no vencido, existiendo otras vencidas
(art. 900, 2° parte CCCN).
• En caso de obligaciones de pagar capital e intereses, el deudor no puede imputar el pago
al capital, sin consentimiento del acreedor. El art. 900, CCCN., al final, dice que si el
deudor debiese capital con intereses, no puede, sin consentimiento del acreedor, imputar
el pago al principal.
La exigencia del consentimiento del acreedor es una consecuencia de la vigencia del principio
de “integridad” del pago (art. 869 CCCN.): el acreedor no puede ser obligado a recibir pagos
parciales, requiriéndose su consentimiento al efecto.
Es facultad del deudor, en principio, optar por la deuda que pretende saldar, aun cuando tal
regla no sea absoluta, pues en algún caso necesitará la conformidad del acreedor o en otros
esa facultad tiene ciertos límites (art. 900, CCCN., al final).
De acuerdo con lo normado por el art. 900 CCCN., en principio, es el deudor y no el acreedor
quien debe imputar el pago, ya que la ley ha preferido que sea el deudor mismo el que tenga
esa primacía; él conoce la medida de su interés y debe decidir qué deuda solventar total o
parcialmente. Es el deudor quien tiene prioridad para efectuar la imputación, pues se
comprende que quiera extinguir con preferencia a otra la deuda que le es particularmente
pesada.
Imputación por el acreedor.
El acreedor adquiere esta facultad recién cuando el deudor no ha imputado el pago efectuado,
declinando expresa o implícitamente el derecho que para hacerlo le concedía el derecho.
El derecho del acreedor es sobreviniente, mientras que el del derecho del deudor es original o
preferente. El derecho del acreedor de imputar el pago surge del art. 901 CCCN., que dice:
“Imputación por el acreedor. Si el deudor no imputa el pago, el acreedor se encuentra
facultado a hacerlo en el momento de recibirlo...”.
Ahora bien, esta facultad del acreedor está sujeta legalmente a las siguientes pautas:
• el acreedor debe imputar el pago a alguna de las deudas líquidas y exigibles;
• una vez canceladas totalmente una o varias deudas, puede aplicar el saldo a la
cancelación parcial de cualquiera de las otras.
El CCCN., ha eliminado el vicio de sorpresa del art. 775 del Código de Vélez.
El art. 775 del CC establecía el vicio de “sorpresa”, como un vicio específico del acto jurídico
pago, además de los otros vicios de los actos jurídicos.
En un fallo se resolvió que la “sorpresa” se refiere a un aprovechamiento del acreedor que
toma desprevenido al deudor y concreta una imputación de pago en perjuicio del deudor.
Pero, no se agota a esta innovación. Hay algo más serio: los arts. 900 a 903 CCCN., no
contemplan el tema de la modificación de la imputación una vez efectuada, a diferencia de lo
previsto por el Código de Vélez en su art. 775.
De tal modo, surge la duda razonable sobre si una vez practicada la imputación de un pago,
puede luego modificarse.
No hay respuesta específica al problema en los arts. 900 a 903 CCCN., pero nos parece que
ello no constituye un serio obstáculo para responder el interrogante, pues por aplicación de
otras normas del ordenamiento, la cuestión se resuelve sin dificultad y en un sentido valioso.
Vale, a nuestro juicio correctamente, el art. 866 CCCN., toma partido por la tesis del acto
jurídico como esencia del pago, al disponer que “las reglas de los actos jurídicos se aplican al
pago, con sujeción a las disposiciones de este Capítulo”, nos parece claro que una vez realizada
la imputación ella se vuelve estable e inmodificable, salvo que el interesado en cuestionarla
pruebe la existencia en el acto de imputación de uno de los vicios de los actos jurídicos que
contempla el CCCN., en sus arts. 265 a 270 (error), 271 a 275 (dolo), 276 a 278 (violencia), o
alguno de los vicios contemplados en los arts. 332 a 342.
Imputación legal.
Cuando no existe imputación hecha por las partes (ni por el deudor, ni por el acreedor), la hace
supletoriamente la ley misma. Al respecto, dispone el art. 902 CCCN.. que “si el deudor o el
acreedor no hacen imputación del pago, se lo imputa:
a) en primer término, a la obligación de plazo vencido más onerosa para el deudor;
b) cuando las deudas son igualmente onerosas, el pago se imputa a prorrata”.
Esta regla es complementada por el art. 903 CCCN., que indica que “si el pago se hace a
cuenta de capital e intereses y no se precisa su orden, se imputa en primer término a
intereses, a no ser que el acreedor dé recibo por cuenta de capital”.
Analicemos el criterio de imputación legal supletoria que establece el CCCN.:
1) En primer término, el CCCN., utiliza el principio de la mayor onerosidad e imputa el pago
a la deuda de plazo vencido más gravosa para el deudor. Tal onerosidad puede derivarse de
que tal deuda lleve aparejada una tasa de interés más elevada que otras, o porque existe una
cláusula penal, una hipoteca, prenda, etc. Porque una ha sido objeto de demanda judicial y la
otra no, o porque una de ellas está documentada en un título ejecutivo y la otra no, etc. Son
todas pautas de onerosidad a considerar en el caso concreto, para definir en ese supuesto
particular cuál es la deuda más onerosa para el deudor.
2) En segundo término, si las deudas fuesen de igual naturaleza, se imputará a todas a
prorrata. Este prorrateo de todas las deudas implica que el Código Civil deja de lado aquí el
principio de la prelación temporal.
Momento de la imputación.
La imputación, tanto si la hace el deudor como si la efectúa el acreedor, debe ser hecha en el
momento de verificarse el pago.
Una imputación anterior o posterior no suple, ni modifica, ni desplaza a la que se hiciera en ese
momento.
El CCCN., establece expresamente el momento en que debe hacerse la imputación en dos
normas sucesivas: los arts. 900 y 901.
El art. 900 CCCN., al medio, dice que el deudor tiene la facultad de imputar “al tiempo de hacer
el pago”, mientras que el art. 901 CCCN., dice que el acreedor se encuentra facultado a hacer
la imputación en el momento de recibir el pago.
Claro que el deudor puede ejercer su derecho a especificar a cuál de las prestaciones
adeudadas imputa el pago hasta el momento mismo en que éste se realice, no estando
obligado a pronunciarse antes de ese momento, pero siendo vinculante una manifestación que
eventualmente hubiera hecho antes, pues no podría luego cambiar de opinión al momento del
pago, ya que los actos propios -aun prematuros- condicionan el ejercicio posterior de
facultades en sentido contradictorio con ellos, al ser de aplicación allí la doctrina de los actos
propios.
Se ha manifestado -a nuestro juicio, en forma parcialmente equivocada- que "el deudor puede
ejercitar su derecho de determinar a cuál de las prestaciones imputa el pago hasta el momento
en que lo realice. Es válida, también, toda determinación que realice inclusive con anterioridad
a dicho acto solutorio (Cristóbal Montes, Lacruz Berdejo, Bercovitz Rodríguez-Cano). Pero en
tal caso no queda comprometido por anuncio, salvo que hubiere renunciado a la facultad de
retractarse. De allí que podría mudar su parecer, aunque, en tal supuesto, debería responder
por el daño al interés negativo causado al acreedor con motivo del anterior anuncio (Llambías).
Más aún: podría también hacerla después de efectuado el pago, aunque siempre con acuerdo
de parte.
Esta afirmación sigue de cerca a autores extranjeros, sin advertir el impacto que en la materia
tiene la doctrina de los actos propios. Una vez exteriorizada la declaración de voluntad del
deudor de imputar a determinada deuda o prestación el pago, éste pierde el derecho de
cambiar la imputación realizada, al devenir inaudible la manifestación postrera, contradictoria
con la primigenia a la que el deudor no estaba obligado, pero realizó.
Como dijimos en un voto, en materia de actos propios, por sobre lo que las partes dicen está lo
que ellas actúan. Varios motivos llevan a sostener este criterio: el derecho civil no es campo
propicio para los declamadores. Quien realiza actos incompatibles con sus dichos se arriesga a
que se tomen en cuenta los actos y se descarten los dichos que van anexos a ellos.
Justamente porque el principio general de la buena fe receptado por el art. 1198 CC impide la
contraposición de hechos con palabras en cabeza de un mismo sujeto, ya que ello es el
paradigma del incumplimiento del deber de actuar con buena fe y coherencia.
La inadmisibilidad de ir contra los propios actos constituye técnicamente un límite del ejercicio
de un derecho subjetivo o de una facultad derivada del principio de buena fe y,
particularmente, de la exigencia de observar dentro del tráfico jurídico un comportamiento
coherente.
La doctrina del acto propio constituye una limitación del ejercicio de una pretensión.
Esencialmente, la llamada doctrina de los actos propios constituye técnicamente un límite del
ejercicio de un derecho subjetivo o de una facultad reconocida al sujeto que luego pretende
variar de comportamiento.
La doctrina de los actos propios es, entonces, una limitación al ejercicio de un derecho, que
reconoce como fundamento una razón de política jurídica: la protección de la confianza
suscitada por el comportamiento antecedente, que luego se pretende desconocer.
También se ha resuelto que la doctrina de los propios actos importa una barrera opuesta a la
pretensión judicial, por la cual se impide el obrar incoherente que lesiona la confianza suscitada
en la otra parte de la relación e impone a los sujetos un comportamiento probo en las
relaciones jurídicas, pues no es posible permitir que se asuman pautas que suscitan
expectativas y luego se autocontradigan al efectuar un reclamo judicial.
No compartimos la idea de que si el deudor se manifestare antes del momento del pago no
estaría obligado a mantenerse en esa manifestación. Creemos que, a mérito de la doctrina de
los actos propios, su manifestación lo obliga posteriormente, salvo que el acto primero
estuviera viciado, lo que debería demostrar para hacer valer.
La jurisprudencia ha decidido que la imputación del pago por el acreedor debe hacerse al
tiempo mismo de recibir el pago, ya que la realizada ulteriormente resultaría improcedente.
Es facultad del deudor imputar el pago al momento de hacerlo. Si no la ejerce, la atribución se
traslada al acreedor.
La imputación del pago efectuada por el acreedor no puede hacerse sino al tiempo mismo de
recibir dicho pago, por lo que la realizada después en forma unilateral resulta improcedente.

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