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El fin de semana en que la banda Watch Me Face It se presentaría en El Sótano coincidió de forma

casual con la previa de la famosa jornada. Recientemente había conversado con ellos por segunda
vez, dado que en nuestra primera conversación, el tiempo voló. Tal vez porque es una banda de seis
jóvenes con mucho que contar en su corto pero denso recorrido de vida, tal vez porque la pasé de lujo
aprendiendo tanto de ellos. Que dicho toque junto a otras bandas de rock pesado fuese casualmente
ese día, en que la ciudad se inundó de letreros frente a las casas de familias orgullosas de ser “hogar
de acogida” y una merma en el ambiente xenofóbico usual de medios y grupos nacionalistas extremos
me pareció todo menos una situación azarosa.

Los muchachos me citaron en el parque Benito Juárez para conocernos y charlar. Antes que llegasen,
me encontré de cara con el monumento a dicho personaje histórico, y una placa con la frase ya
conocida y usada para propósitos nobles y también viles:

“El respeto al derecho ajeno es la paz”.

Leerla en ese preciso momento, en esa fecha, me paralizó. Pensé en cómo se transparenta una idea
cuando se repite demasiadas veces, sin sumergirnos en ella, en su significado.

Ese día no fue así. El rostro de Benito, esculpido a la perfección y convertido en fondo de fotos de
gente banal me seguía. Y la frase repetía, en voz baja. Yo lo escuchaba como si estuviese detrás de
mí. El derecho ajeno, sabio concepto. El derecho a ser artista y a que se respete el género musical en
el que uno se desempeña, el derecho a ser joven y tener sueños concretos, a perseguir becas y
oportunidades que no abundan para todos, el derecho a hacer de nuestra existencia algo con propósito.

Los miembros de WMFI lo saben. Juntos desde hace un par de años, cada uno ha vivido su propia
versión de sentir atados sus derechos como artistas. Siendo el género metal difícil de vender al público
promedio, luchan a diario por no olvidar que su música merece el valor que ellos le dan, más allá de
la presión de tocar gratis en cada esquina donde se los soliciten. Reconozco en ellos la frustración
que siento como escritora con el género ensayo, e intervengo en mi inevitable postura de hermana
mayor putativa:

- Puedes tener pocos seguidores, pero son ellos quienes te valorarán y hablarán de ti a los
demás.
Luego de ordenar bebidas en una acogedora panadería de Vía España, ocupados dos mesas para
construir una experiencia de intercambio que me sorprendió: seis chicos en menos de 25 años de vida
saben más de sus metas y ambiciones que profesionales de cuarenta llenos de pergaminos. Mi sorpresa
no se debió a falta de fe en la juventud, sino al nivel que muestran estos muchachos en determinación
y amor por su proyecto. En tres horas de rosca de reyes y bebidas carbonatadas, conocí a Adri (vocals),
Cleveland (drums), Jorge (guitarra), Luis (bajo), Jean Michael (vocals) y Neneko (guitarra),
miembros de Watch Me Face It (En español: mírame enfrentarlo).

¿Qué es lo que enfrentan?

La vida, los padres, la sociedad, la poca popularidad del metal en contraste con el amor que ellos le
tienen. Cada uno encontró su camino a la distorsión, el canto gutural que muchos solo ven como
gritos, las líneas de bajo y la taquicárdica percusión de este hijo incomprendido del rock

Jean es el vocalista. Insiste en tratarme de usted y se expresa con una propiedad y ternura que
cualquier padre anhelaría ver en su crío. Ama las iguanas. “Las quiero como si fuesen mis hijos”. Me
muestra unas hermosas fotografías de sus exóticas mascotas junto a él en una sesión de fotos digna
de revista. En sus redes comparte la paz de sus prácticas de guitarra, su tiempo de calidad con amigos
y por supuesto, sus iguanas, todo intercalado con algunos cortos vídeos de canto. Pocos creerían que
detrás de ese fuego al soltar su enérgica interpretación hay tanta serenidad.

Su padre es músico evangélico, aunque hay otros músicos en su familia. Conoció que existía Metallica
gracias a un pariente, y sus inicios en la música incluyeron la guitarra y el teclado. Escuchaba a Linkin
Park y Evanescence, y le insistió a su papá que le enseñara guitarra, pues sentía que tomar clases
formales lo restringía. Poco a poco encontró su camino al canto, y entre las bandas que lo marcaron,
está System of a Down. Después de escucharlos pensó: “¡¿Cómo se hace eso?!”

De forma paralela, mientras Jean se trazaba seriamente la meta de ser cantante, recibía el discurso:
“le dedicas demasiado tiempo a la banda, no a la escuela”, discurso conocido por muchos jóvenes
que se trazan la meta seria de explorar sus posibilidades con el arte.

Adriana tiene que retirarse temprano a su trabajo, de ahí que la banda me citara a una hora que ella
pudiese participar. Solo cinco minutos de conversación y ya tengo tanta lección aprendida sobre
dejarse maravillar por la juventud artista.
Nacida en El Salvador y procedente de una familia de músicos, vivió en México y España. Iba a
estudiar ingeniería biomédica, pero la vida llevó a que dedicara dos años al canto lírico en el
Conservatorio de México. “Le agarré rabia. No conecto con el lírico”. Su hermano mayor canta ópera
y fue a España a formarse como cantante.

Adriana encontró su voz en el metal, sin embargo, no le gusta ser el centro de atención. Se ve como
parte de la banda, más que como solista. “Yo pertenezco a ellos”, responde sin dudar.

No esperaba que la perspectiva de artistas tan jóvenes fuese tan realista. Al cuestionarlos sobre la
posibilidad de vivir del arte, Adriana fue muy clara: “No creo que pueda vivir de la música en Panamá,
no de la manera en que yo quisiera. No funcionaría en ambiente de estrés. Lo de buscar camarones
por todos lados no es lo mío”.

Cleveland es el baterista y vocero de la banda. Su amor por la música inició cuando jugaba guitar
hero en casa de su primo. Dicha fascinación lo llevó a que tomara clases en la Academia de Música
de Panamá y en La Nota.

“El disco saldrá cuando esté listo”. Aparte de sus cualidades como relacionista público de la banda,
el joven baterista se muestra como la voz determinante en cuanto al rumbo que toma la música de su
equipo. Se toma a pecho la calidad de sus grabaciones, y conoce al dedillo todo el proceso que implica
crear una obra de calidad. Ejemplo a seguir para muchos improvisados que en el afán de cumplir con
los requisitos para que alguien los encuentre de casualidad y sus delirios de grandeza fácil se
concreten, no piensan en lo que una plataforma digital puede ofrecerles y suben cualquier birria
dominguera, sin cuidar los detalles ni la calidad de la grabación.

Cleveland ha encontrado su propio camino en la música, y la postura de su familia no le representa


un obstáculo. Siente que puede lograr que la banda llegue hasta donde tenga que llegar. Y va por buen
camino: maneja las peticiones de entrevista con mucha propiedad, cuida su expresión oral y escrita

A los ocho años, Jorge pidió que le enseñaran acordes. Hacía las veces de que tocaba air guitar cuando
escuchaba música. Su tía le regaló una guitarra, y desde ese día, se dedicó a practicar. Dicha disciplina
con el instrumento hizo que su familia temiera que él se enamoraría del instrumento. O bien, de la
música. Y así fue. Jorge quería estudiar en la AMP pero no podía pagarlo. Su amigo Eduardo le ayudó
a pagar, y lo nombraron asistente para poder pagar las clases.

Aunque la vida truncó algunas de sus metas como músico y ciertas oportunidades se le frustraron, le
gusta mucho enseñar. Renunció a su puesto en la academia y montó su propio centro de enseñanza
musical, encarando el conformismo que a veces abunda en la escena musical del país. La academia
está ubicada en Brisas del Golf y además ofrecen clases a domicilio para cualquier nivel. Su
publicidad reza “No importa si nunca has tocado un instrumento”, invitación tentadora. La visión de
Jorge es que cualquiera puede tocar música si se lo propone. Considera que en Panamá aprecian la
música, no al músico.

Es conmovedor que esas palabras salgan de un chico joven con una visión tan diáfana de su papel en
el arte: en ocasiones juzgamos a la nueva generación como trivial y con poco compromiso hacia sus
propias vidas. Estos muchachos entienden la realidad del mundo y desean que dicha realidad mejore.
Conozco adultos en sus cuarenta que no ven más sentido a la vida que percibir un salario y mirar la
serie de moda.

Alfredo (Neneko, para sus amigos) tiene 25 años. Siendo originario de Bogotá, escuchaba vallenato
por influencia de su familia, donde había músicos profesionales. Se expuso desde temprano a muchos
géneros.

“El rock es hermoso”, afirma, mientras describe su llegada a la banda. Sus influencias incluyen a
Héroes del Silencio, Nirvana, Enanitos Verdes y Avalanch.

Aprendió guitarra a los once años por un amigo, llegó a Panamá a los catorce por decisiones de su
familia, y tomó estudios en el INAC a los 18.

Neneko se sumerge en la revisión de mi libro, mientras sus compañeros de banda me comparten sus
enormes sueños para WMFI. Siendo el mayor de los integrantes, y además colombiano, su presencia
es fuerte, en contraste con su complexión delgada y rostro de niño. En medio de una conversación
sobre política, exclama airado contra las circunstancias: “Ojalá yo pudiera votar aquí”, en un intento
por hacer que sus amigos mediten en cuánto puede representar la oportunidad del voto, o bien la
impotencia que seguro siente ante estar amarrado en el país que es ahora su hogar. Sonrío al
escucharlo y recuerdo la frase que repito a mis alumnos: “cada extranjero les dará una razón para que
ustedes amen su propio país”.
Luis Navarro entró como bajista de la banda en 2011. Con veinte años, se declara fanático del jazz.
Su tío y su abuelo tocan guitarra. Durante su tiempo en la AMP tuvo buenos maestros, como el
profesor Luis Fernández, quien fue de mucha inspiración para él.

Como buen artista, no se limita en sus gustos. También escuchaba System of a Down.

“El bajo está subestimado. Es lo que uno siente de la música cuando escucha música en vivo, en
especial rock”.

Luis es el más reservado de toda la banda. Espera con paciencia a que interrogue a sus compañeros,
a la vez que presta atención y asiente cuando alguien ofrece una idea. La experiencia me dice que el
miembro más callado de una banda de rock suele tener con frecuencia mayor introspección, y en
ocasiones es quien da la estocada final para tomar una decisión grupal. Ahora, no confundir silencio
con apatía. De esa también hay: bandas que se llenan la boca criticando a otros conjuntos más exitosos
pero que a la hora de defender su proyecto, arrojan toda la responsabilidad de dar la cara a los
miembros más extrovertidos, quienes defienden dicha apatía con frases como “ellos no hacen trabajo
administrativo”.

En cambio, WMFI encara las oportunidades con espíritu de equipo. Hablan de sus planes, como
concretar la publicación de su disco, grabado bajo sus estándares. “Saldrá cuando esté listo” afirma
nuevamente Cleveland. Me recuerda al tiempo en que editaba y revisaba el borrador de Sobre tus
Hombros y nunca sentí que estaba terminado. Recuerdo haber leído que Gabo dijo una vez que, si
esperas a que la obra esté terminada, nunca la publicarás. La insatisfacción que todo artista siente ante
el resultado no perdona edad ni género artístico.

WMFI es una familia. Son un equipo y tiene los pies en la tierra ante la situación del metal en Panamá.
Disfrutan presentarse, pero también comprenden que su oferta es un trago exótico. Después de
compartir en dos ocasiones con ellos, aparte de disfrutar a distancia su interpretación en vivo,
considero que tienen razones para estar optimistas. Encarar no es algo que sea frecuente estos días:
muchos artistas prefieren fumarse lo poco que ganan en cada excusa para vicio y alegría temporal.
Embotan su talento y postergan sus ambiciones para luego culpar a los que sí logran trascender, y en
el camino pierden a los que depositaron su fe en ellos y los vieron más allá de un estereotipo.

Por miedo al éxito, patología frecuente en el artista de un país como Panamá. Miedo a intentar y
encarar el fracaso, al oprobio, a que alguien comente en redes sociales, a que otros estén haciendo lo
que ellos arrojan en el lomo ajeno porque “ese no es mi trabajo en la banda”. Miedo a ver la cuesta
arriba y a quedarse a medio camino, consolándose en que lo que llega fácil, fácil se va. Yo tendría
más miedo a vivir con la incertidumbre de qué hubiese pasado si volcaba mis vísceras en mis sueños.
Mejor aquí, dicen ellos, donde no hay encontrones con la realidad, seamos jóvenes y salvajes, ya
habrá tiempo para soñar.

Watch Me Face It no conoce esos miedos. Decidieron mirar al frente, saltar la baja barra que la
sociedad espera de ellos y romper el parabrisas del transporte a la estabilidad, a los rezos de familia,
a lo convencional. Decidieron encarar, y que otros vean cómo lo hacen.

Decidieron crear su propia paz.

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