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El ecologismo refutado

George Reisman • septiembre 10, 2012

El ecologismo es el producto del desmoronamiento del socialismo en un mundo que


ignora la contribuciones de Ludwig von Mises, un mundo que no sabe que lo que ha
dicho explica lógicamente el desmoronamiento del socialismo y lo que es más
importante, el éxito del capitalismo.

A causa de la ignorancia de las contribuciones de Mises, la gran mayoría de los


intelectuales y también del público en general, que ha estado sometido al sistema
educativo diseñado y gestionado por ellos, continúa creyendo cosas como que la
búsqueda de beneficio es la causa de los salarios de hambre, los horarios agotadores, los
talleres clandestinos y el trabajo infantil; y de los monopolios, la inflación, las
depresiones, las guerras, el imperialismo y el racismo.

Al mismo tiempo, creen que ahorrar es acaparar y una causa del desempleo y las
depresiones, como supuestamente lo es el progreso económico en forma de mejoras en
la eficiencia. Y por la misma lógica, consideran a la guerra y la destrucción como
necesarios para evitar el desempleo bajo el capitalismo. Además, creen que el dinero es
la raíz de todo el mal y que la competencia es “la ley de jungla” y “la supervivencia de
los más aptos”. La desigualdad económica, creen, prueba que los empresarios y
capitalistas de éxito desempeñan el mismo papel social en el capitalismo que los
propietarios de esclavos y aristócratas feudales en tiempo pretéritos y ésa es la base
lógica y justa de la “lucha de clases”.

El conocimiento real y positivo de la búsqueda de beneficio y el sistema de precios, del


ahorro y la acumulación de capital, del dinero, de la competencia económica y de la
desigualdad económica y de la armonía de los intereses entre los hombres que produce
la operación conjunta de estas características principales del capitalismo, todo este
conocimiento falta casi completamente por parte de la gran mayoría de los intelectuales
actuales. Para obtener ese conocimiento, sería necesario que leyeran y estudiaran a von
Mises, que es con mucho la fuente más importante de dicho conocimiento. Pero no lo
han hecho.

La ignorancia de las ideas de von Mises (la elusión voluntaria de sus ideas) ha permitido
a las últimas tres generaciones de intelectuales continuar con la mentira de que el
capitalismo es una “anarquía de producción”, un sistema de maldad galopante, una
completa locura y una continua lucha y conflicto, mientras que el socialismo es un
sistema de planificación y orden racional, de moralidad y justicia y la armonía universal
definitiva para toda la humanidad. Durante tal vez un siglo y medio, los intelectuales
han visto al socialismo como el sistema de la razón y la ciencia y como el objetivo
último de todo progreso social. Basándose en todo en lo que creen y piensan que saben
la gran mayoría de los intelectuales incluso ahora no pueden dejar de creer que el
socialismo debería triunfar y el capitalismo fracasar.

Ignorantes de las contribuciones de von Mises, los intelectuales no estaban en absoluto


preparados para el desmoronamiento mundial del socialismo que se hacía cada vez más
evidente en las últimas décadas del siglo XX y que culminó con la desaparición de los
regímenes comunistas en Europa del Este y la antigua Unión Soviética. Llevando su
ignorancia hasta la depravación, aparentemente han elegido interpretar el innegable
fracaso del socialismo no como una evidencia de su propia ignorancia, sino como un
fracaso de la razón y la ciencia. Creen que el socialismo es el sistema de organización
social implícito en la razón y la ciencia. Su fracaso, concluyen, solo puede ser el fracaso
de la razón y la ciencia. Tal es el estado de ignorancia que resulta de la ignorancia de las
contribuciones de von Mises.

Esto es lo mínimo que debe decirse acerca de la relación real entre socialismo y razón.
La razón es un atributo del individuo, no del colectivo. Como dijo repetidamente von
Mises, “Sólo el individuo piensa. Sólo el individuo actúa”. Lejos de ser un tipo de
sistema demandado o incluso remotamente apoyado por la razón, el socialismo
constituye la supresión forzosa de de la razón de todos excepto del Dictador Supremo.
Es el único que piensa y planea, mientras que todos los demás simplemente obedecen y
ejecutan sus órdenes. Un sistema en el que un hombre, o unos pocos, presume tener el
monopolio del uso de la razón debe, por supuesto, fracasar. Su fracaso ciertamente no
puede calificarse de un fracaso de la razón. No es un fallo de la razón más de lo podría
calificarse de un fracaso de las piernas humanas y si un hombre o un puñado de ellos
privaran de alguna forma al resto de la raza humana del poder de usar sus piernas y
luego, por supuesto, encuentra que sus propias piernas son inadecuadas para soportar el
peso de la raza humana.

Lejos de ser el fracaso del socialismo un fracaso de la razón, sería mucho más apropiado
describirlo como un fracaso de la locura: la locura de creer que el pensamiento y la
planificación de una persona o un puñado de ellas podría sustituir el pensamiento y
planificación de decenas y centenas de millones de hombre cooperando bajo el
capitalismo y su sistema de división del trabajo y precios. (Por supuesto, como nunca se
han preocupado por leer a von Mises, los intelectuales ni siquiera saben que la gente
normal realiza en realidad planificación económica, planificación que se integra y
armoniza mediante el sistema de precios. Desde la perspectiva abismalmente ignorante
de los intelectuales, la gente normal son como pollos sin cabeza. Pensar y planificar son
supuestamente acciones que solo los funcionarios públicos pueden realizar.

A causa de la ignorancia de la contribuciones de von Mises, no puedo esperar que


mucha gente sepa que el nazismo era realmente una forma importante de socialismo y
por tanto los quince millones o más asesinatos de los que fue responsable debería
ponerse en la cuenta del socialismo. Aparte del nazismo y todas sus muertes, el
socialismo “científico” marxista fue responsable de más de ochenta millones de muertes
en el siglo XX: treinta millones en la antigua Unión Soviética, cincuenta millones en la
China comunista y un número incontable en los países satélites.
La gran mayoría del establishment intelectual nunca se tomó muy en serio estas últimas
matanzas masivas y ciertamente no las consideró como causadas por las naturaleza del
socialismo. (Sí se tomaron en serio la matanzas cometidas por los nazis, de las que, en
su ignorancia, echaron la culpa al capitalismo). Incluso cuando al acabar el siglo XX,
mucho después de que se hubieran cometido la gran mayoría de las matanzas y fueran
conocidas en el mundo, el Presidente Reagan calificó a la Unión Soviética como “el
imperio del mal”, el establishment intelectual no fue capaz de dar otra respuesta que
criticarle por ser poco educado, poco diplomático y grosero.

La realidad es que la gran mayoría de los intelectuales de las últimas generaciones


tienen sangre en sus manos. Al menos hablando moralmente, al pedir el establecimiento
del socialismo o negar o ignorar sus sangrientas consecuencias resultantes, han sido
cómplices de matanzas masivas, ya sea antes o después de los hechos.

De hecho los intelectuales tienen una cierta conciencia de su culpabilidad. Pues no solo
culpan a la razón y la ciencia del fracaso del socialismo, sino que ahora consideran a la
razón y la ciencia y a su tecnología derivada como fenómenos profundamente
peligrosos, pues ellas, y no el socialismo, han sido responsables de las matanzas
masivas. De hecho el mismo bando intelectual que hace una generación o más pedía una
“ingeniería social” ha llevado el fracaso de la ingeniería social al grado de oponerse
ahora a la ingeniería de prácticamente cualquier tipo.

El mismo bando intelectual que hace una generación o más pedía el control totalitario
de todos los aspectos de la vida humana con el fin de poner orden a lo que de otra forma
sería supuestamente un caos, pide ahora una política de laissez faire, por respeto a las
armonías naturales. Por supuesto no es una política de laissez faire hacia los seres
humanos, que serían igual de rígidamente controlados que siempre. Por supuesto,
tampoco es una política que reconozca ninguna forma de armonía económica entre seres
humanos. No, es una política de laissez faire hacia la naturaleza en bruto: las supuestas
armonías que hay que respetar son las de los llamados ecosistemas.

Pero aunque los intelectuales se han vuelto contra la razón, la ciencia y la tecnología,
continúan apoyando el socialismo y, por supuesto, oponiéndose al capitalismo. Ahora lo
hacen en forma de ecologismo. Deberíamos entender que el objetivo del ecologismo de
límites globales en las emisiones de dióxido de carbono y otros productos químicos, tal
y como se pide en el Tratado de Kioto, lleva fácilmente al establecimiento de una
planificación centralizada mundial con respecto a una amplia variedad de medios de
producción esenciales. De hecho, un puente explícito entre el socialismo y el
ecologismo lo brinda una de los teóricos más ilustres del movimiento ecologista, Barry
Commoner, que fue asimismo es primer candidato del Partido Verde a Presidente de
Estados Unidos.

El puente se conforma como un intento de validación ecológica de una de las


primerísimas ideas de Karl Marx en ser desacreditada: la predicción de Marx del
progresivo empobrecimiento de los asalariados bajo el capitalismo, Commoner intenta
rescatar esta idea argumentando que lo que impidió que la predicción de Marx se hiciera
realidad hasta ahora es solo que el capitalismo ha sido capaz de explotar el medio
ambiente temporalmente. Pero este proceso debe llegar a un final y, en consecuencia, el
supuesto conflicto inherente entre capitalistas y trabajadores aparecerá con todo su
vigor. (A quien el interese, cito ampliamente a Commoner en Capitalism).
Respecto de la similitud esencial entre ecologismo y socialismo, escribí:

La única diferencia que veo entre el movimiento verde de los ecologistas y el antiguo
movimiento rojo de comunistas y socialistas es la superficial de las razones específicas
por las que quieren violar la libertad y la búsqueda de la felicidad individuales. Los
Rojos afirmaban que al individuo no se le podía dejar libre porque las consecuencias
serían cosas como “explotación”, “monopolios” y depresiones. Los Verdes afirman que
al individuo no se le pueda dejar libre porque las consecuencias serían cosas como la
destrucción de la capa de ozono, la lluvia ácida y el calentamiento global. Ambos
afirman que es esencial un control gubernamental centralizado sobre la actividad
económica. Los Rojos la quieren supuestamente para favorecer la consecución de
prosperidad humana. Los Verdes la quieren para supuestamente para evitar daños
medioambientales (…) [y en el fondo] ambos, los Rojos y los Verdes quieren que
alguien sufra y muera; unos, los capitalistas y los ricos, supuestamente por el bien de los
proletarios y los pobres; los otros, una importante parte de la humanidad, supuestamente
por el bien de los animales inferiores y la naturaleza inanimada. (Ibíd., p.102).

Si los intelectuales del mundo hubieran estado abiertos a la posibilidad de que


estuvieran equivocados acerca de la naturaleza del capitalismo (profunda y
devastadoramente equivocados) y se hubieran tomado la molestia de leer y entender las
obras de von Mises para aprender cómo y por qué han estado equivocados, el
socialismo hubiera muerto de una vez y para siempre con la Unión Soviética y todo el
mundo se estaría moviendo ahora hacia el capitalismo del laissez faire y hacia un
progreso y prosperidad sin precedentes. En su lugar, los intelectuales han elegido
encajar la doctrina del ecologismo en el mundo, en un esfuerzo desesperado por destruir
el capitalismo y salvar el socialismo.

II.

Todo lo que he dicho hasta ahora debería entenderse como la naturaleza de un prólogo.
Considero que lo sustancial de mi charla es la refutación de las dos afirmaciones
esenciales de los ecologistas y luego una crítica de sus prescripciones políticas
esenciales. Las dos afirmaciones esenciales de los ecologistas, que doy por supuesto que
ya las conocen bien todos, son (1) que el progreso económico continuado es imposible,
por el inminente agotamiento de los recursos naturales (de este idea viene el lema
“reducir, reusar, reciclar”) y (2) que el progreso económico continuado, de hecho
mucho del progreso económico que hemos tenido hasta ahora, es destructivo para el
medio ambiente y por tanto peligroso.

La esencial de los ecologistas es la prohibición de la acción individual por el propio


interés siempre que el producto de dicha acción cuando se realiza de forma masiva
supuestamente daña el medio ambiente. El ejemplo concreto principal de esta
prescripción política es el intento ahora en marcha de obligar a la gente a renunciar a
cosas como sus automóviles y aire acondicionado, diciendo que los residuos de ciento o
miles de millones de personas utilizando esos dispositivos causa calentamiento global,
Por supuesto, este mismo ejemplo es actualmente el ejemplo principal de los supuestos
peligros del progreso económico.
La base de mi crítica a las afirmaciones esenciales de los ecologistas es la teoría de los
bienes de Carl Menger. La base de mi crítica a su prescripción política esencial es el
espíritu del individualismo que aparece en los escritos de Ludwig von Mises.

En sus Principios de Economía, Menger desarrolla dos aspectos de su teoría de los


bienes que son altamente relevantes para la crítica de las dos afirmaciones esenciales de
los ecologistas. El primer aspecto es su reconocimiento de que lo que convierte en
bienes a lo que de otra forma serían meras cosas no son las propiedades intrínsecas de
las cosas sino una relación hecha por los humanos entre las propiedades físicas de las
cosas y la satisfacción de las necesidades o deseos humanos. Menger describe cuatro
prerrequisitos, todos los cuales deben estar simultáneamente presentes, con el fin de que
una cosa se convierta en bien o, como dice a menudo, tener “carácter de bien”.

Escribe:

Si una cosa se va a convertir en bien, o en otras palabras, si va a adquirir carácter de


bien, los siguientes cuatro prerrequisitos deben estar simultáneamente presentes:

1. Una necesidad humana.


2. Aquellas propiedades que hacen a la cosa capaz de producir una
conexión causal con la satisfacción de esta necesidad.
3. Conocimiento humano de esta conexión causal.
4. Control del bien suficiente como para dirigirlo a la satisfacción de la
necesidad (p. 52).

Debe decirse que los últimos dos prerrequisitos son hechos por los humanos. El
conocimiento humano de la conexión causal entre cosas materiales externas y la
satisfacción de necesidades humanas debe descubrirla el hombre. Y el control suficiente
de las cosas materiales externas como para dirigirlas a la satisfacción de las necesidades
humanas debe establecerlo el hombre. En su mayor parte, se establece por medio de un
proceso de acumulación de capital y un aumento de la productividad de la mano de
obra.

Todo esto tiene un reflejo inmediato en la materia de los recursos naturales. Implica que
los recursos ofrecidos por la naturaleza, como hierro, aluminio, carbón, petróleo, etc. no
son en modo alguno inmediatamente bienes. Su carácter de bienes debe crearlo el
hombre, por el conocimiento descubridor de sus respectivas propiedades, que le
permiten satisfacer las necesidades humanas y luego establecer control suficiente sobre
ellas como para dirigirlas a la satisfacción de necesidades humanas.

Por ejemplo, el hierro, que ha estado presente en la tierra desde la formación del planeta
y durante toda la presencia del hombre en la tierra, no se convirtió en un bien hasta
mucho después de que acabara la Edad de Piedra. El petróleo que ha estado presente en
la tierra durante millones de años, no se convirtió en un bien hasta mediados del siglo
XIX, cuando se descubrieron usos para él. El aluminio, el radio y el uranio tampoco se
convirtieron en bienes hasta el último siglo o siglo y medio.

Un ejemplo relativo al carácter de bienes creado solo después del establecimiento de un


control suficiente como para dirigir el recurso ofrecido por la naturaleza a la
satisfacción de una necesidad humana sería el caso de los depósitos de petróleo que
estén a mayor profundidad de la que pueden llegar los equipos actuales de perforación.
A medida que mejoran los equipos de perforación, se establece el control sobre
depósitos a profundidades cada vez mayores. Esos depósitos, a medida que se van
conociendo, se convierten en bienes, lo que no habían sido hasta ahora. De forma
similar, durante algunos años después de la creación del carácter de bienes del petróleo,
aquellos depósitos que contenían una cantidad significativa de azufre no eran utilizables
para la fabricación de productos derivados del petróleo y por tanto no eran bienes, Su
carácter de bienes se creó solo cuando Rockefeller y la Standard Oil desarrollaron el
proceso de craqueo de moléculas de petróleo, que hizo así utilizables los depósitos
sulfurosos.

El segundo aspecto de la teoría de los bienes de Menger que resulta altamente relevante
para la crítica de las afirmaciones esenciales de los ecologistas es su principio de que el
punto de partida para el carácter de bienes y el valor de los bienes está dentro de
nosotros (dentro de los seres humanos) e irradia fuera hacia cosas externas,
estableciendo el carácter de bienes y el primer valor de las cosas que satisface
directamente nuestras necesidades, como comida y ropa, cuya categoría de bienes
Menger describe como “bienes de primer orden” y, segundo, los medios de producir los
bienes de primer orden, como la harina para hacer pan y la tela para hacer ropa, cuya
categoría de bienes Menger describe como “bienes de segundo orden”.

El carácter de bienes y el valor de los bienes proceden por tanto de los bienes de
segundo orden a los bienes de tercer orden, como el trigo, que se usa para fabricar
harina, y el hilo de algodón, que se usa para fabricar la tela para fabricar la ropa. Desde
ahí proceden los bienes de cuarto orden, como los aperos y la tierra usados para
producir el trigo y el algodón en bruto del que se fabrica el hilo de algodón. Por tanto, el
carácter de bienes y el valor de los bienes, en opinión de Menger, irradian hacia fuera de
los seres humanos y sus necesidades hacia cosas cada vez más remotas para la
satisfacción directa de las necesidades humanas.

En palabras propias de Menger: “El carácter de bienes de los bienes de nivel superior
deriva del de los bienes correspondientes de nivel inferior” (p. 63). Y “(…) el valor de
los bienes de nivel superior siempre y sin excepciones está determinado por el valor
eventual de los bienes de nivel inferior a cuya producción sirven” (p. 150). Y respecto
del valor de los bienes de primer orden: “El valor que un individuo económico atribuye
a un bien es igual a la importancia de la satisfacción concreta que depende de su control
del bien” (p. 146). “El factor determinante (…) es (…) la magnitud de la importancia de
esas satisfacciones con respecto a las cuales somos conscientes de ser dependientes del
control del bien” (p. 147).

En opinión de Menger, está claro que el proceso de la producción representa un


progreso de los bienes de nivel alto a los de nivel bajo, es decir, de bienes más lejanos a
la satisfacción de las necesidades humanas y de la fuente del valor de todos los bienes a
bienes menos lejanos a la satisfacción de las necesidades humanas y de la fuente del
valor de todos los bienes. El proceso de producción aparece inequívocamente como una
de las constantes mejoras de la utilidad, ya que se mueve cada vez más cerca de su fin y
propósito último: la satisfacción de necesidades humanas.

Para aplicar la postura de Menger a la crítica de las afirmaciones esenciales del


ecologismo, es necesario primero destacar el hecho de que, en su relato de las cosas, la
contribución de la naturaleza a los recursos naturales es implícitamente mucho menor de
lo que se supone generalmente. De acuerdo con la opinión predominante, lo que la
naturaleza ha proporcionado son los recursos naturales que explota el hombre, es decir,
por ejemplo, todas las minas de hierro y carbón, todos los pozos de petróleo y gas, etc.
Al mismo tiempo, de acuerdo con la opinión predominante, la única conexión del
hombre con estos recursos naturales supuestamente dados por la naturaleza en su
totalidad es meramente que los agota, sin posibilidad de reemplazarlos. Por ejemplo, se
piensa de forma generalizada que mientras que le hombre produce cosas como
automóviles y neveras, su única conexión con los recursos naturales usados en su
producción, como la mena de hierro, simplemente se gasta, sin posibilidad de
reemplazarla.

Como dije, en opinión de Menger, la contribución de la naturaleza a los recursos


naturales es mucho menor que la que se asume normalmente. Lo que ha proporcionado
la naturaleza, de acuerdo con Menger, es el producto material y las propiedades físicas
de los depósitos de estas minas y pozos, pero no ha proporcionado el carácter de bienes
a ninguno de ellos. De hecho, hubo un tiempo en que ninguno de ellos fueron bienes.

El carácter de bienes de los recursos naturales, de acuerdo con Menger, lo crea el


hombre cuando descubre las propiedades que tienen que los hacen capaces de satisfacer
las necesidades humanas y cuando obtiene control sobre ellos suficiente como para
dirigirlos a la satisfacción de necesidades humanas.

Todo lo que hace falta añadir a la opinión de Menger sobre la creación por el hombre
del carácter de bienes de los recursos naturales es un reconocimiento preciso explícito
del grado en que las cosas a las que se refiere Menger como que la naturaleza ha
provisto y aún no son bienes o al menos del dominio del que las cosas podrían llevarse a
un grado mayor para recibir el carácter de bienes por virtud de la contribución del
hombre al proceso. En otras palabras, ¿qué ha proporcionado exactamente la naturaleza
con respecto a lo cual el hombre podría descubrir conexiones causales para la
satisfacción de sus necesidades y sobre lo que en mayores porciones podría obtener un
control suficiente para dirigir dichas cosas a la satisfacción de sus necesidades?

Mi respuesta a esta pregunta es que lo que ha proporcionado la naturaleza es materia y


energía: materia en forma de elementos químicos conocidos y desconocidos y energía
en sus diversas formas. Llamo a esta contribución de la naturaleza “los recursos
naturales proporcionados por la naturaleza. Los recursos naturales en el sentido mucho
más estrecho de “bienes”, tal y como usa Menger el término, se toman de su dominio
virtualmente infinito proporcionado por la naturaleza- Los recursos naturales que son
bienes en el sentido de Menger son recursos naturales proporcionados por la naturaleza
que el hombre ha hecho utilizables y accesibles en virtud de descubrir propiedades que
poseen que les permiten satisfacer las necesidades humanas y en virtud de obtener
control suficiente de ellos como para dirigirlos a la satisfacción de necesidades
humanas.

Aquí es esencial entender la distinción entre los dos sentidos de la expresión “recursos
naturales”. Primero, existen los recursos naturales tal y como los proporciona la
naturaleza. Esos recursos naturales, como digo, son materia, en todas sus formas
elementales, y energía, en todas sus formas. Y luego, en segundo lugar, tomado de este
dominio, están los recursos a los que el hombre ha dado carácter de bienes.
Ya estamos familiarizados con el hecho de que una característica importante de los
recursos naturales en el primer sentido, esto es de los recursos naturales tal y como los
proporciona la naturaleza, es que ninguno de ellos son intrínsecamente bienes, que para
conseguir su carácter de bienes han de esperar a la acción del hombre. Una
característica más, igualmente importante, de los recursos naturales tal y como los
proporciona la naturaleza y que ahora hay que enfatizar todo lo posible, es el enormidad
de su cantidad. De hecho, para todos los propósitos prácticos, son infinitos. Hablando
estrictamente, son unos y los mismos que toda la materia y energía del universo. Esa es
la totalidad de los recursos naturales proporcionada por la naturaleza.

Por tanto, en un sentido, el sentido de la usabilidad, los recursos naturales accesibles (es
decir, de bienes como Menger define el término) la contribución de la naturaleza es
cero. Prácticamente nada nos llega de la naturaleza que esté listo para ser un recurso
usable y accesible, en el sentido de Menger. Sin embargo, en otro sentido, los recursos
naturales que vienen de la naturaleza (la materia, en forma de todos los elementos
químicos, conocidos y por conocer, y la energía en todas su formas) son virtualmente
infinitos. En este sentido, la contribución de la naturaleza es ilimitada.

Incluso si limitamos nuestro horizonte exclusivamente al planeta tierra, que ciertamente


no tiene por qué ser nuestro límite definitivo, la magnitud de los recursos naturales
ofrecidos por la naturaleza es impresionantemente enorme. Es nada menos que toda la
masa de la tierra y toda la energía que conlleva, desde las tormentas en la atmósfera, en
las que una de ellas descarga más energía que lo que produce toda la humanidad en año
entero al tremendo calor que hay en el centro de la tierra en millones de kilómetros
cúbicos de hierro y níquel fundidos. Sí, los recursos naturales ofrecidos solamente por la
naturaleza en la tierra se extienden de los límites superiores de la atmósfera terrestre, a
seis mil kilómetros abajo, hasta su centro. Esa enormidad consiste en elementos
químicos sólidamente empaquetados. No hay un solo centímetro cúbico de tierra, ni en
la superficie ni bajo ella, que no sea un elemento químico u otro, o alguna combinación
de elementos químicos. Ésta es la contribución de la naturaleza a los recursos naturales
contenidos en este planeta. Esto indica la increíblemente enorme cantidad de lo que hay
por ahí esperando a la transformación por parte del hombre en recursos naturales que
posean el carácter de bienes.

Y esto me lleva a lo que considero que es la visión revolucionaria de los recursos


naturales que está implícita en la teoría de los bienes de Menger. Que es que no solo el
hombre crea los bienes (carácter de recursos naturales) obteniendo conocimiento de sus
propiedades útiles y luego creando su usabilidad y accesibilidad estableciendo el
necesario control sobre ellos, sino que asimismo tiene la capacidad de continuar
aumentando indefinidamente la oferta de recursos naturales que posean carácter de
bienes. Agranda la oferta de recursos naturales usables y accesibles (es decir, de
recursos naturales que poseen carácter de bienes) a medida que expande su
conocimiento y su poder físico sobre la naturaleza.

La opinión prevalente, que domina el pensamiento de ecologistas y conservacionistas,


de que hay una existencia escasa y preciosa de recursos naturales que la actividad
productiva del hombre sirve simplemente para agotarla, es errónea. Vista en su contexto
completo, la actividad productiva del hombre sirve para agrandar a oferta de recursos
naturales accesibles y usables convirtiendo una fracción mayor, aunque aún diminuta,
de la naturaleza en recursos naturales que posean carácter de bienes. La cuestión
esencial respecto de los recursos naturales es de qué fracción de la virtual infinitud que
es la naturaleza tiene el hombre suficiente conocimiento al respecto y suficiente control
físico como para ser capaz de dirigirlo para la satisfacción de sus necesidades. Esta
fracción siempre será realmente pequeña y siempre será capaz de un enorme
crecimiento posterior.

Como dije hace un momento, la oferta de recursos naturales usables y accesibles se


expande a medida que el hombre aumenta su conocimiento y poder físico sobre el
mundo y el universo. Hasta ahora, aunque considerablemente expandido en
comparación con el que había hace siglos, el poder físico del hombre sobre el mundo se
ha venido confinando esencialmente al aproximadamente 30% de la superficie terrestre
que no está cubierto por el agua del mar y ha sido confinado además a profundidades
que se miden en pies, no en millas. El hombre está literalmente solo arañando la
superficie de la tierra y la parte más superficial de ésta. Y en ninguna parte se está
ocupando de la naturaleza ni cercanamente tan eficaz o eficientemente como lo podría
hacer algún día.

Además de los ejemplos dados anteriormente con respecto al hierro, petróleo, aluminio,
radio y uranio, consideremos las implicaciones para la oferta de recursos naturales
usables y accesibles del hombre al convertirse en capaz de cavar a mayores
profundidades con menos esfuerzo, separar los componentes que antes no podía hacer o
hacerlo con menos esfuerzo, para conseguir acceder a regiones de la tierra previamente
inaccesibles o mejorar su acceso a regiones ya accesibles. Todo esto aumenta la oferta
de recursos naturales usables y accesibles. Por supuesto, lo hace en virtud de crear lo
que Menger describe como control suficiente sobre las cosas como para dirigirlas a la
satisfacción de necesidades humanas. Todo ello les confiere el carácter de bienes a lo
que hasta entonces eran meras cosas.

Como escribí en Capitalism:

Hoy día, como resultado de dichos avances, la oferta de recursos naturales


económicamente utilizables es incomparablemente mayor de lo que era al inicio de la
Revolución Industrial o incluso hace una o dos generaciones. Hoy día, el hombre puede
cavar más fácilmente miles de pies en una mina de lo que antes le costaba cavar diez
pies, gracias a avances como equipos de excavación más poderosos, explosivos más
potentes, estructuras de acero para bóvedas de minas y bombas y máquinas modernas.
Hoy día, un solo trabajador de manejando un buldócer o una pala mecánica puede
mover más tierra que cientos de obreros en el pasado utilizando pico y pala. Los
avances en los métodos de reducción han hecho posible obtener menas puras de
compuestos con los que antes era imposible o demasiado costoso trabajar. Las mejoras
en la navegación y construcción de vías férreas y carreteras han hecho posible el acceso
a bajo coste a importantes depósitos minerales en regiones previamente inaccesibles o
muy costosas de explotar.

Y añadí:

No hay límite para los posibles avances futuros. El hidrógeno, el elemento más
abundante en el universo, puede convertirse en una fuente de energía económica en el
futuro. Explosivos atómicos y de hidrógeno, láseres, sistemas de detección por satélites
e incluso los propios viajes espaciales abren nuevas e ilimitadas posibilidades de
incrementar la oferta de minerales económicamente utilizables. Los avances en la
tecnología minera que harían posibles excavar económicamente a una profundidad de,
digamos, diez mil pies, en lugar de las profundidades actualmente mucho más limitadas
o cavar minar bajo los océanos, también incrementarían la porción de masa
terráquea accesible al hombre de forma que todos los suministros previos de minerales
accesibles parecería insignificante en comparación. (p. 64).

El punto clave es que, siguiendo las ideas de Menger de la naturaleza de los bienes, la
oferta de recursos naturales usables y accesibles económicamente es expandible. Se
agranda como parte del mismo proceso por el que el hombre aumenta la producción y
suministro de todos los demás bienes, a saber, el progreso científico y económico y y el
ahorro y la acumulación de capital.

La situación fundamental es ésta. La naturaleza presenta a la tierra como una inmensa


bola sólidamente apretada de elementos químicos. También ha proporcionado increíbles
cantidades de energía en relación con esta masa de elementos químicos. Si, por encima
y contra esta contribución de la naturaleza aparece la inteligencia humana motivada, el
tipo de inteligencia humana motivada que tanto favorece una sociedad libre y
capitalista, con el perspectiva de ganar una fortuna personal sustancial como
consecuencia de casi cualquier avance significativo, puede haber pocas dudas acerca del
resultado: El hombre tendrá éxito en agrandar progresivamente la fracción de la
naturaleza que constituyen bienes; esto es, tendrá éxito en agrandar progresivamente la
oferta de recursos naturales usables y accesibles.

La probabilidad de su éxito se ve muy reforzada por dos hechos íntimamente


relacionados: la naturaleza progresiva del conocimiento humano y la naturaleza
progresiva de la acumulación de capital en una sociedad capitalista, que, por supuesto,
es también una sociedad racional, a la par que libre. En una sociedad así, las existencias
de conocimientos científicos y tecnológicos crece de generación en generación, a
medida que cada nueva generación empieza con todo el conocimiento adquirido por las
generaciones previas y luego hace su propia nueva contribución al conocimiento. Esta
nueva contribución aumenta las existencias de conocimiento transmitidas a la próxima
generación, que a su vez hace sus nuevas contribuciones al conocimiento y así
sucesivamente, sin límite fijo a la acumulación de conocimiento salvo que se llegue a la
omnisciencia.

De forma similar, el una sociedad así, las existencias de bienes de capital aumentan de
generación en generación. La mayor existencia de bienes de capital acumulados en
cualquier generación basándose en una preferencia temporal suficientemente baja y por
tanto al correspondiente alto grado de ahorro y provisión para el futuro, junto con una
continua alta productividad de los bienes de capital basada en el conocimiento científico
y tecnológico avanzado, sirven para producir no solo una mayor y mejor oferta de
bienes de consumo, sino asimismo una mayor y mejor oferta de bienes de capital. Esa
mayor y mejor oferta de bienes de capital, continuando con la misma base de bajas
preferencias temporales y avance del conocimiento científico y tecnológico, sirve a su
vez para aumentar y mejorar más la oferta no solo de bienes de consumo sino también
de bienes de capital. El resultado es una continua acumulación de capital, que se basa en
que de generación en generación el hombre es capaz de enfrentarse a la naturaleza con
la posesión de poderes crecientes de control físico sobre ella.
Basándose tanto en el progresivamente creciente conocimiento de la naturaleza como en
el progresivamente creciente poder físico sobre la naturaleza, el hombre aumenta
progresivamente la fracción de la naturaleza con constituye bienes, es decir, la oferta de
recursos naturales usables y accesibles.

III.

Me ocupo ahora del segundo aspecto de la teoría de los bienes de Menger que se
relaciona con la crítica de las ideas esenciales del ecologismo, a saber, su visión del
proceso de producción como de continua mejora de la utilidad a medida que se traslada
de bienes de orden superior a bienes de orden inferior.

Todo lo que hace falta añadir a la opinión de Menger es reconocer de nuevo el hecho de
que la tierra es una inmensa bola sólidamente apretada de elementos químicos. Esos
elementos químicos constituyen lo que rodea material y externamente al hombre, es
decir, su entorno. Son las condiciones materiales externas de la vida humana.

Esto se hace evidente tan pronto como nos damos cuenta de que no solo todo el mundo
constituye físicamente en nada salvo en elementos químicos, pero asimismo que estos
elementos nunca se destruyen. Simplemente reaparecen en distintas combinaciones, en
distintas proporciones, en distintos lugares. Como escribí en capitalismo:

Aparte de lo que se ha perdido en unos pocos cohetes espaciales, la cantidad de cada


elemento químico en el mundo hoy día es la misma que había antes de la Revolución
Industrial. La única diferencia es que, a causa de la Revolución Industrial, en lugar de
mantenerse en letargo, fuera del control de hombre, se han utilizado como nunca antes
de forma que favorezcan la vida y el bienestar humanos.

Por ejemplo, parte del hierro y cobre del mundo ha sido extraído del interior de la tierra,
donde era inútil, para ahora conformar edificios, puentes, automóviles y mil y un
objetos que benefician la vida humana. Parte del carbono, oxígeno e hidrógeno del
mundo se han separado de ciertos componentes y recombinado con otros, en un proceso
que genera energía para calentar y alumbrar hogares, mover maquinaria industrial,
automóviles, aviones, barcos y ferrocarriles e incontables otras formas de servir a la
vida humana. De ello se deduce que al estar el entorno humano compuesto de elementos
químicos como hierro, cobre, carbono, oxígeno e hidrógeno y al hacerlos útiles
mediante su actividad productiva en distintas formas, dicho entorno mejora a su vez.
(…)

Consideremos más ejemplos. Para vivir, el hombre necesita ser capaz de mover su
persona y bienes de un sitio a otro. Si un bosque salvaje aparece en su camino, ese
movimiento resulta difícil o imposible. Por tanto, representa una mejora en su entorno
cuando el hombre aparta los elementos químicos que constituyen algunos de los árboles
a otro lugar y echa los elementos químicos, que trae de otro sitio, para construir una
carretera. Es una mejora en el entorno cuando el hombre construye puentes, cava
canales, excava minas, despeja terrenos, construye fábricas y casas o hace cualquier otra
cosa que represente una mejora en las condiciones materiales externas de su vida. Todas
esas cosas representan una mejora en lo que rodea materialmente al hombre—su
entorno. Todo ello representa la redisposición de los elementos de la naturaleza en
forma que les haga encontrarse en una relación más útil para la vida y el bienestar
humanos.

Por tanto, toda la actividad económica tiene como único fin la mejora del entorno—se
dirige exclusivamente a la mejora de las condiciones materiales externas de la vida
humana. La producción y la actividad económica son precisamente los medios con los
que el hombre adapta su entorno y por tanto lo mejora. (p. 90).

Si alguien se pregunta cómo los ecologistas pueden no apreciar el hecho de que


precisamente la producción y la actividad económica constituyen los medios con los
que el hombre mejora su entorno, la respuesta es que los ecologistas no comparten el
punto de partida del valor de Menger (o de la civilización occidental), es decir, el valor
de la vida y el bienestar humanos. En su opinión, el punto de partida del valor es el
supuesto “valor intrínseco” de la naturaleza, es decir, el supuesto valor de naturaleza por
sí misma, totalmente aparte de cualquier conexión con la vida y el bienestar humanos.
Ese supuesto valor intrínseco se destruye cada vez que el hombre cambia cualquier cosa
en el estado preexistente de la naturaleza.

Cuando los ecologistas hablan de “daño al entorno” en relación con cosas como talar
bosques, explosionar formaciones rocosas o la pérdida de estas especie de planta o
animal sin valor conocido o previsible para el hombre, lo que realmente quieren decir en
último término es la pérdida del los supuestos valores intrínsecos que constituyen esas
cosas y no una pérdida real alguna para el hombre. Por el contrario, están dispuestos a
sacrificar la vida y el bienestar humanos por la preservación de dichos supuestos valores
intrínsecos. Para ellos, el “entorno” no es lo que rodea al hombre, derivando su valor de
su relación con éste, sino la naturaleza por sí misma, derivando su valor de sí misma, es
decir, poseyendo un valor “intrínseco”.

Por supuesto, los ecologistas también se presentan frecuentemente como defensores de


la vida y el bienestar humanos y en esos casos dirigen sus ataques a distintos residuos
negativos de la producción y la actividad económicamente comparativamente menores,
como la degradación local de la calidad del aire o el agua, olvidando totalmente lo que
es muy positivo, que, por supuesto, resulta ser de una abrumadora mayor significación.

Lo que garantiza que los beneficios positivos de la producción y la actividad económica


compensen incalculablemente cualquier negatividad asociada a sus residuos es el
principio de respeto a los derechos individuales. Aunque en modo alguno observado
siempre, este principio requiere que la producción y actividad económica de alguien no
solo le beneficie sino que en lo que se refiere a otra gente implicada en el proceso, el
uso de su trabajo y propiedades debe obtenerse solo por su consentimiento voluntario.
Y, por supuesto, para obtener su consentimiento voluntaria, su cooperación debe
merecerles la pena.

Así por ejemplo, si queremos construir un edificio, no solo nosotros nos beneficiaremos,
sino asimismo todos los que trabajen para nosotros en la construcción y los que nos
proporcionen materiales y equipos para ello. También lo harán los compradores o
arrendatarios del edificio, si construimos para vender o alquilar. Además, ninguna
propiedad o tercera persona puede verse dañada por nuestra acción. Por ejemplo, nos
arriesgamos a una fuerte sanción si construimos nuestro edificio de una forma que
socave los cimientos de una edificio adyacente o que haga a nuestro edificio inseguro
para quienes pasen junto a él.

Las principales quejas de los ecologistas actualmente se preocupan del hecho de que
calentamos y refrescamos nuestro edificio, es verdad que no como individuos aislados,
sino como unos de muchas decenas o centenas de miles de individuos que utilizan
combustibles fósiles o CFC. Al hacerlo, supuestamente la humanidad es culpable del
delito de aumentar el nivel de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero,
causando así “calentamiento global” o aumentando el nivel de moléculas que destruyen
el ozono en la atmósfera superior, ocasionando así tasas mayores de cáncer de piel. Y
como la humanidad supuestamente es culpable de estas cosas, los ecologistas suponen
que a los hombres individuales se nos deba restringir, si no prohibir completamente,
nuestro uso de combustibles fósiles y CFC, incluso aunque, como individuos, seamos
completamente incapaces de causar ninguno de los supuestos efectos; y por supuesto lo
mismo es cierto, mutatis mutandis, para todos y cada uno de los demás individuos.

IV.

Ahora quiero ocuparme del enorme espíritu del individualismo que puede encontrarse
en von Mises. Solo los individuos piensan y solo los individuos actúan, dice von Mises.
De esto se deduce, por supuesto, que solo debería considerarse responsable a un
individuo de sus propias acciones. El hijo no debería ser castigado por los pecados del
padre; un miembro de una raza o nación o clase económica no debería ser considerado
responsable de las acciones de otros miembros de esa raza, nación o clase económica.

Y así también debería ser en el caso de un supuesto daño medioambiental. Si un


individuo, o una empresa individual, es incapaz por sí mismo de causar calentamiento
global o eliminar ozono, o lo que sea, a una escala suficiente como para causar daño a
otro individuo o individuos concretos, no existe ninguna base adecuada en la filosofía
de von Mises para prohibir esta acción. Como digo en Capitalism: “Prohibir una
actividad de un individuo en un caso como éste es hacerle responsable de algo de lo que
él sencillamente no es de hecho responsable. Es exactamente lo mismo que si se le
castigara por algo que no haya hecho” (p. 91).

Al individuo no debería castigársele por las consecuencias que puedan resultar solo
como consecuencia de acciones de la categoría o grupo más amplio del cual es
miembro, pero no ocurran como resultado de sus propias acciones. Así, incluso aunque
sea cierto que el efecto combinado de las acciones de varios miles de millones de
personas esté realmente causando calentamiento gomal o desaparición de ozono
(ninguna de estas afirmaciones se ha probado realmente: ¡las afirmaciones del
calentamiento global tienen la certidumbre de una previsión del tiempo, extendida a los
próximos 100 años!), pero incluso si, como digo, esas afirmaciones fueran ciertas, de
ello no se deduciría ninguna justificación para prohibir a ningún individuo o individuos
concretos actuar de forma que solo por agregados de miles de millones de individuos
generen calentamiento gomal o desaparición de ozono o lo que sea.

Si el calentamiento gomal o la desaparición de ozono o lo que sea realmente son


consecuencias de las acciones de la raza humana consideradas colectivamente, pero no
de las acciones de un individuo concreto, incluyendo cualquier empresa privada
individual, entonces la forma adecuada de ocuparse de ellos es como equivalente a los
actos de la naturaleza. No siendo causados por las acciones de seres humanos
individuales, son equivalentes a acciones no causadas moralmente por seres humanos en
absoluto, es decir, a actos de la naturaleza.

Una vez que vemos las cosas desde esta perspectiva, queda claro cuál es la respuesta
apropiada a esta cambien medioambiental, ya sea el calentamiento global y la
desaparición del ozono, el enfriamiento global o el aumento de ozono o cualquier otra
cosa que produzca la naturaleza. Es la misma que la respuesta apropiada del hombre a la
naturaleza en general. Esto es, los seres humanos deben ser libres de ocuparse de la
naturaleza para su máximo aprovechamiento, sujeto solo a la limitación de no iniciar el
uso de fuerza física contra la persona o propiedad de otros seres humanos. Siguiendo
este principio, el hombre se ocupará de cualquier fuerza negativa de la naturaleza que
generen los residuos de su propia actividad tomados agregadamente precisamente la
misma forma exitosa en que se ocupa normalmente de las fuerzas primarias de la
naturaleza.

Permítanme desarrollar esto. Aquí estamos. Disfrutamos de una civilización industrial


increíblemente maravillosa, cuya naturaleza se indica por el hecho de que gracias a ella
gran cantidad de seres humanos pueden viajar a velocidades impresionantes durante
cientos de kilómetros sin parar en sus propios automóviles personales, escuchando
orquestas sinfónicas mientras se mueven; de hecho, pueden volar sobre continentes
enteros en horas en aviones a reacción, mientras ven películas y beben martinis; pueden
entrar en habitaciones oscuras y llenarlas de luz pulsando un interruptor; pueden abrir la
puerta de una nevera y disfrutar de comida deliciosa y sana traída de todos los lugares
del mundo; pueden hacer todo esto y mucho más. Es lo que tenemos. Esto y muchísimo
más, es lo que la gente en todas partes podría tener si fueran suficientemente
inteligentes como para establecer la libertad económica y el capitalismo.

Pero todo esto no vale prácticamente en lo que respecta a los ecologistas. Están
dispuestos a renunciar a todo ello porque, según alegan, causa calentamiento global y
desaparición de ozono, es decir, mal tiempo. Y la mejor forma que tenemos para evitar
ese mal tiempo, dicen, y así controlar la naturaleza para nuestro mayor beneficio es
abandonar la civilización industrial moderna y el capitalismo.

La respuesta apropiada a los ecologistas es que no sacrificaremos un pelo de


civilización industrial y que si el calentamiento global y la desaparición del ozono están
realmente entre sus consecuencias, las aceptaremos y nos ocuparemos de ellas, por
medios razonables como emplear mejores aires acondicionados y protectores solares, no
renunciando a nuestros aires acondicionados, neveras y automóviles.

Más esencialmente, la respuesta a los ecologistas es que la respuesta apropiada al


cambio climático, ya sea el calentamiento global o una nueva edad de hielo, es la
libertad económica de una sociedad capitalista. Antes o después se producirá ese
cambio climático (aunque no sea en este siglo o siquiera en este milenio), en algún
momento concreto del futuro remoto. En ese momento harán falta cambios enormes en
la actividad humana. Algunas zonas actualmente usadas para ciertos propósitos se
convertirán en inusables para ellos. Podemos imaginar que incluso pueden convertirse
en inhabitables. Otras áreas actualmente inhabitables o apenas habitables ser convertirán
en mucho más deseables. Tendrán lugar cambios importantes en las ventajas
comparativas de vastas zonas, a lo cual la gente debe ser libre de responder.
Como escribí en Capitalism:

Incluso si el calentamiento global resultar ser un hecho, los ciudadanos libres de una
civilización industrial no tendrían graves dificultades en afrontarlo—por supuesto,
siempre que su capacidad de uso de energía no se vea limitado por el movimiento
ecologista y los controles gubernamentales en sentido opuesto. Las aparentes
dificultades de afrontar el calentamiento global, o cualquier otro cambio a gran escala,
sólo aparecen cuando el problema se ve desde la perspectiva de los planificadores
centrales gubernamentales.

Sería un problema demasiado grande para que los burócratas gubernamentales lo


gestionaran (…).Pero sin duda no sería un problema demasiado grande a resolver para
decenas y cientos de millones de individuos libres y racionales viviendo bajo el
capitalismo. Se resolvería al decidir cada individuo la mejor manera de afrontar los
aspectos particulares del calentamiento global que le afectaran.

Los individuos decidirían, a partir de cálculos de ganancias y pérdidas, qué cambios


necesitan hacer en sus negocios y vidas personales, de forma que se ajusten mejor a la
situación. Podrían decidir dónde es ahora relativamente más deseable poseer terrenos,
ubicar granjas y negocios y vivir y trabajar y dónde es relativamente menos deseable y
qué nuevas ventajas comparativas tiene cada localización para la producción de según
qué bienes. Fábricas, almacenes y casas, todas necesitan reemplazarse antes o después.
Ante la perspectiva de un cambio en las preferencias relativas de diferentes
localizaciones, la manera de proceder al reemplazo sería diferente. Quizás algunos
reemplazamientos deberían hacerse antes de lo previsto. Para asegurarse, algunos
valores de los terrenos bajarían y otros subirían. Lo que les ocurriera a los individuos
respondería a la forma en que hayan minimizado sus pérdidas y maximizado sus
posibles ganancias. Lo esencial que necesitan es la libertad de servir a sus propios
intereses comprando terrenos y trasladando sus negocios a las áreas que resultaran
relativamente más atractivas y la libertad de libertad de buscar empleo y comprar o
alquilar viviendas en esas áreas.

Con esa libertad, todo el problema quedaría superado. Esto pasa porque bajo el
capitalismo las acciones de los individuos y el pensamiento y la planificación
subyacentes se coordinan y armonizan a través de sistema de precios (como han tenido
que aprender muchos antiguos planificadores de Este de Europa y la extinta Unión
Soviética). Como consecuencia, el problema se resolvería exactamente de la misma
forma en la que decenas y cientos de millones de individuos libres han resuelto
problemas mucho mayo-res, como el rediseño del sistema económico para afrontar el
cambio del caballo por el automóvil, la colonización del Oeste Americano y la
transformación de la mayor parte del trabajo del sistema económico de la agricultura a
la industria (pp. 88-89).

Una respuesta racional a la posibilidad de un cambio medioambiental a gran escala es


establecer la libertad económica de los individuos de ocuparse de éste cuando se
produzca. El capitalismo y el libre mercado son los medios esenciales de hacerlo, no los
paralizantes controles del gobierno y el “ecologismo”. Y tanto en el establecimiento de
la libertad económica como en cualquier otro aspecto importante de respuesta al
ecologismo, la filosofía de Ludwig von Mises y Carl Menger debe mostrarnos el
camino.
Este artículo es un extracto de un discurso pronunciado en la 7ª Austrian Scholars
Conference (2001).

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra.

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