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1. ¿QUÉ ES LA IGLESIA?
Durante siglos, sobre todo en Occidente, la Iglesia era definida por el ser, pero la
Iglesia en su integridad incluye necesariamente el actuar y el significado, sin los cuales no
existe la Iglesia del Señor. Quehacer y significado no son aspectos añadidos a una Iglesia
previamente existente, sino que pertenecen a su entraña desde el principio.
(Cf. A. Dulles, Modelos de Iglesia, Sal Terrae, Santander 1975; J. Marins-T. Mª.
Trevisán-C. Chacona, Modelos de Iglesia. CEB en América Latina. Hacia un modelo
liberador, Paulinas, Bogotá 1976: H. Fries, “Cambos en la Imagen de la Iglesia y
desarrollo histórico-dogmático” en Mysterium salutis IV/1 231-296: A. Mayer-
Pfannhofz, “Evolución de la imagen de la Iglesia en la historia de la cultura occidental”
en AA.VV., La Iglesia y el hombre de hoy, Cristiandad, Madrid 1963, 91-115)
Ningún modelo agota el ser eclesial, y ninguno de los modelos históricos ha sido
entendido como definitivo por la Iglesia, sino que son más bien hitos importantes en el
recorrido de la Iglesia en la historia, lo que hace que se sucedan los modelos a medida que
se ahonda en la riqueza de la Iglesia. La Iglesia tiene una existencia itinerante, es “Iglesia
en camino”. Cada modelo, pues, hace un aporte significativo que se conservará y, a la vez,
tiene unos límites.
“clérigos” con el paulatino oscurecimiento de los laicos, que pasan a ser, sobre todo,
destinatarios de la acción de la jerarquía.
+ Iglesia del Vaticano II. Todavía no tenemos la distancia necesaria para calificar a
esta Iglesia, pero sí algunos rasgos comúnmente aceptados:
. Se recupera la Iglesia-misterio o primitiva, la Iglesia de los Padres (LG cap. I)
. Las raíces y el lenguaje son endógenos: Escritura y Padres
. Es calificada como “tumba de la cristiandad”, sobre todo en GS
. Es una Iglesia peregrinante, en constante tensión escatológica (LG cap. VII)
. Se rebasa el enfoque jurídico y clerical, y se enfatiza lo pastoral frente a lo
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apologético
. Es una Iglesia “samaritana”, “servidora y compañera de viaje de la humanidad”,
alejada de todo triunfalismo y superadora del “eclesiocentrismo”
. “La Iglesia somos todos”, y todos responsables en su misión desde la propia
vocación. Es una “eclesiología total” (Congar), supera la “sociedad de desiguales”
. Es sabido de todos que el tema-estrella del Vaticano II es la Iglesia (ningún
concilio anterior lo había tratado tan extensa y profundamente), sobre todo en
las grandes constituciones LG y GS
. En definitiva: se supera la Iglesia-sociedad, la de la polémica antiprotestante, la
de la “Contrarreforma”, la apologética y clerical.
(Para una síntesis teológica, puede consultarse B. Forte, La Iglesia de la Trinidad.
Ensayo sobre el misterio de la Iglesia comunión y misión, Secretariado Trinitario,
Salamanca 1996; R. Sánchez Chamoso, Iglesia-comunión e Iglesia ministerial, IUSI,
Caracas 1997)
La repercusión de esta eclesiología en los ministerios es evidente y profunda. Un
concilio que discurre bajo el signo de la “totalidad” incide en la ministerialidad de toda la
Iglesia, más aún, la Iglesia es “toda ella ministerial”, es un “cuerpo ministerial” o de
servicios (Cf. Conferencia Episcopal Francesa, Todos responsables en la Iglesia. El
ministerio presbiteral en una Iglesia “toda ella ministerial”, Sal Terrae, Santander 1975). Lo
trataremos más en concreto en el apartado siguiente.
Hay una decidida recuperación del laicado. Un texto de los más incisivos del
concilio nos lo dirá con toda claridad: “La Iglesia no está verdaderamente formada, no vive
plenamente, no es señal perfecta de Cristo entre los hombres, en tanto no exista y trabaje
con la Jerarquía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar
profundamente en las conciencias, en la vida y en el trabajo de un pueblo sin la presencia
activa de los seglares. Por ello, ya al tiempo de fundar la Iglesia, hay que atender sobre todo
a la constitución de un maduro laicado cristiano” (AG 21a). Se ha superado
ministerialmente la “Iglesia de desiguales” (Cf. LG 30.32).
El compromiso evangelizador embarca a todos, cada uno según su propia vocación
y puesto en la Iglesia. Es una Iglesia “pluriministerial”. Se ha señalado como un dato
significativo que el Vaticano II hable constantemente de “ministerios” (en plural), con lo
que se sobrepasa y desautoriza cualquier “monopolio ministerial”.
El Vaticano II repite que la “vocación cristiana” es esencialmente misionera (Cf. AA
y AG; R. Sánchez Chamoso, Vocación cristiana y liderazgo, Trípode, Caracas 2003).
Énfasis en el pueblo de Dios como “pueblo mesiánico” (LG 9b).
En resumen: La eclesiología de comunión, misionera, ecuménica y diacónica
compromete en la evangelización a todos, cada uno desde su vocación personal. Se ha
dicho que el concilio significa “el fin de la era constantiniana”, que es un “giro histórico”.
Aludamos a un hecho de nuestros días. Frente al eslogan: “Cristo, sí; Iglesia, no”, la
réplica es: “Jesús sí; Iglesia también” (Título de un libro de R. Blázquez, Sígueme,
Salamanca 1983). No se puede eludir la mediación eclesial. Por eso, carece de sentido el
“libre ministerio” (al margen de la Iglesia). La Iglesia es la “llamada que llama”, la
“convocada que convoca”. “La Iglesia es comunidad de llamados y comunidad, a la vez,
generadora y educadora de vocaciones” (Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 35).
En conclusión. “No hay nada mejor en una Iglesia en la que todo es mejor”. Cada
uno ha recibido de Dios un don particular, una vocación, y esto es lo mejor para él, no lo
mejor en general comparado con lo que han recibido otros.
Otra cuestión es la distinta importancia que en la Iglesia tienen algunos ministerios,
que son constitutivos de la Iglesia por lo que nunca han faltado ni faltarán mientras la
Iglesia exista; los hay que conllevan una especial responsabilidad por lo que su ejercicio
supone para el bien de toda la Iglesia. Éste es el caso del ministerio ordenado.
Dios no sólo llama, sino que también elige el modo de llamar, de modo paralelo a
lo que ocurre con la salvación: Dios es quien salva y quien establece el modo de alcanzar la
salvación. Por tanto, el “cómo” o economía de la llamada no es algo secundario o
accidental, o una determinación que toma la Iglesia o los hombres, sino que es un
integrante de la Teología de la vocación. Es un dato teológico.
2. PUNTO DE PARTIDA
“A Dios nadie lo ha visto jamás”, se nos dice en toda la Biblia (Jn 1, 18; 6, 46; Mt
11, 27; Éx 33, 20…); ni lo ha visto ni le ha oído. Se ha mostrado y se ha dejado oír a través
de mediaciones.
Este llamar “por medio de” o “a través de” es el modo ordinario de llamar de Dios.
Puede llamar directamente, y así lo vemos en el caso de Yahvé en el AT y de Jesús en el
NT: Los Doce (Mc 3, 13-14), Mateo (Mt 9, 9ss.), Felipe (Jn 1, 43), Simón y Andrés o
Santiago y Juan (Mt 4, 18-22), etc.
Causa segunda: coyuntura que media nuestra relación con Dios y se inscribe en la
providencia divina sobre el mundo. La acción de Dios es trascendente y sólo se hace
visible y efectiva a través de la acción creada, que es inmanente y mundana. Dios hace
que las “causas segundas” hagan, Dios hace “hacer”. Un ejemplo es el profeta, hombre
al fin y al cabo, pero es “boca de Dios” (Jer 15, 9), boca, y mano, y rostro, y amor
activo del que es por naturaleza “invisible”.
. Es Dios quien llama, pero “por medio de”. He aquí la paradoja: hay una inmediatez
mediada. Tener conciencia de esto es fundamental para el agente de pastoral vocacional,
apunta al núcleo de su identidad: es socio de Dios en la “economía de la vocación”. “La
respuesta de la persona humana a la llamada de Dios no acontece sólo por iniciativa
divina ni tampoco sólo por iniciativa humana. Admitida la prioridad de la iniciativa de
Dios, la relación se produce gracias a la coordinación de las dos intencionalidades en
una unión dinámica de la naturaleza humana y de la gracia divina” (A. Manenti,
“Mediación” en Diccionario de Pastoral Vocacional Sígueme, Salamanca 2005, 683-
684).
4. DIVERSIDAD DE MEDIACIONES
+ Mediación de personas, que, de ordinario, han sido a su vez llamadas: “el llamado
que llama”. Así, Andrés a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías. Y lo llevó a
Jesús” (Jn 1, 41-42); o Felipe a Natanael (Jn 1, 45).
“El llamado que llama”. El Vaticano II lo recuerda especialmente al sacerdote, al
que atribuye un papel determinante y específico, y le recomienda insertar la pastoral
vocacional en la pastoral general (Cf. OT 2.6; PO 11) y es corroborado con fuerza por Juan
Pablo II (Pastores dabo vobis, nn. 34.39.40.41.74.81…).
Por razones obvias, cuando el mediador vocacional es una persona, ésta está
especialmente indicada para el discernimiento vocacional de otros. Puede dialogar
directamente con ellos; puede comprender mejor la situación que ella ha experimentado
también; puede ofrecer su propio testimonio en el itinerario vocacional, despejando dudas y
temores, mostrando la plenitud de una vida entregada a la causa del Señor…
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+ AT. Nos vamos a referir a algunos “relatos vocacionales” del AT para ilustrar la
mediación de las personas en la vocación de otros. Esto, por supuesto, no invalida el origen
divino de la vocación, sino que nos muestra “cómo” ha querido llamar Dios, teniendo
además en cuenta los casos en que Dios llama directamente.
. Vocación del profeta Eliseo: 1Rey 19, 16.19-21. La mediación personal la
protagoniza el profeta Elías, quien es el que inmediatamente “llama” a Eliseo.
. Vocación de David: 1Sam 16, 1-13. Dios envía a Samuel “a la casa de Jesé” para
que entre sus hijos elija el futuro rey David.
Tanto Elías como Samuel son instrumento de Dios para llamar a sus “ungidos”.
“Hombres como eran, hablaron de parte de Dios” (2Pe 4, 21).
lugar a su hermano Simón y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que quiere decir
Cristo). Y lo llevó a Jesús” (vv. 41-42).
Otro protagonista de la “mediación personal” es Felipe, al que Jesús había invitado a
seguirle (v. 43). Felipe se lo comunica a Natanael: “Felipe se encontró con Natanael y le
dijo: Hemos encontrado a aquél de quien escribió Moisés en el libro de la ley, y del que
hablaron también los profetas: es Jesús, el hijo de José, de Nazaret” (vv. 45-47).
Hemos asistido a una llamada en cascada, que va de unos llamados a otros
formando una cadena. Esta cadena de llamadas se oficializará en la Iglesia hasta hoy
para convertirse en el modo ordinario de llamar de Dios.
. Bernabé avala a Pablo: Hech 9, 13-18. Los recelos que existían contra Saulo, el
antiguo perseguidor de los cristianos, quedan bien documentados en el NT (Hech: Ananías,
9, 13-14; en Jerusalén, 9, 26). Va a ser Bernabé el que disipe las dudas y supere los
prejuicios ante los responsables de Jerusalén: “Entonces Bernabé tomó consigo a Saulo y lo
presentó a los apóstoles. Les contó cómo en el camino Saulo había visto al Señor que le
había hablado, y con qué convencimiento había predicado en Damasco el nombre de
Jesús” (9, 27). La mediación de Bernabé fue decisiva: “Desde entonces, Saulo iba y venía
libremente con los apóstoles en Jerusalén, predicando con valentía el nombre del Señor”
(9, 28).
. Mediación de la comunidad: Hech 13, 2-3. No sólo personas singulares como
hemos visto hasta ahora, sino que también la comunidad ejerce la “mediación de la
llamada” y la encomienda del envío.
Es el caso de la comunidad cristiana de Antioquia, bajo la inspiración del Espíritu:
“Un día, mientras celebraban la liturgia del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo:
Sepárenme a Bernabé y a Saulo para la misión que les he encomendado. Entonces, después
de ayunar y orar, les impusieron las manos y los despidieron” (13, 2-3). Los enviados, al
regreso de su misión, dan cuenta a la comunidad de la tarea realizada (Hech 14, 26-27).
La intervención de la comunidad en la designación de los elegidos y enviados se va
a repetir en la historia de la Iglesia (y de las vocaciones) en casos tan significativos como
Ambrosio y Agustín, y va a establecerse una praxis con siglos de duración como un
exponente de este fenómeno (Cf. J. I. González Faus, Ningún obispo impuesto. Las
elecciones episcopales en la historia de la Iglesia, Sal Terrae, Santander 1992).
“Salió a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo:
Vayan también ustedes a mi viña…Salió de nuevo a mediodía y a primera hora de la tarde
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e hizo lo mismo. Salió por fin a media tarde, encontró a otros que estaban sin trabajo y les
dijo: ¿Porqué están aquí todo el día sin hacer nada? Le contestaron: Porque nadie nos ha
contratado. Él les dijo: Vayan también ustedes a mi viña”.
. Salió.., salió…, salió… a todas las horas (de la vida del llamado; la llamada es
siempre puntual, no hay vocaciones “tardías”, cualquier edad es adecuada)
. Estaban en la plaza sin trabajo (cuando hay tanto que hacer en la Iglesia, y los
obreros son pocos)
. Estaban sin trabajo porque nadie los había contratado (faltó el mediador
vocacional, el que les mostrara que servían para algo)
. VAYAN TAMBIÉN USTEDES A MI VIÑA (Invitación a trabajar en la
la viña del Señor, “el llamado que llama”).
Amén.
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El ministerio es el fruto de un don o gracia del Espíritu Santo, pues todo ministerio
tiene en la base un carisma o don del Espíritu. En este sentido, el hombre no tiene
ministerio (vocación), sino que es tenido por él.; no elijo el ministerio (vocación), sino que
soy elegido por él; no soy dueño, sino “administrador de la gracia recibida” (1Pe 4, 10). Es
Otro el que imprime una determinada orientación a mi existencia, y le hace ser de una
forma determinada (Cf. 1Cor 12, 28-30; 4, 11).
y deja de ser lo que era); es un acto creador. La persona se identifica con la misión;
cambiada ésta, cambia la persona:
El nuevo ser que confiere la vocación lo expone ampliamente Pablo cuando habla
de haber sido “constituidos o instituidos” en el ministerio; es más que un simple
“nombramiento o designación”, se comienza a ser algo que no se era.
(Cf. G. Pasini, “Servicio” en Diccionario de Pastoral Vocacional, Sígueme, Salamanca
2005, 1030-1035; L. Arrieta, “El poder en la Iglesia. ¿Poder para dominar o poder para
servir y liberar?” en Sal Terrae 84 (1996) 35-51).
Referencia básica. “Jesús los llamó y les dijo: Ustedes saben que los jefes de las
naciones las gobiernan tiránicamente y que los dirigentes las oprimen. No debe ser así
entre ustedes. El que quiera ser importante entre ustedes, sea su servidor, y el que quiera
ser el primero, que sea su esclavo. De la misma manera que el Hijo del hombre no ha
venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos” (Mt 20, 25-28 par.)
El pasaje lo refieren los tres sinópticos, y nos introduce en el mismo corazón del
cristianismo. A la zaga de Jesús, el amor se hace servicio, y éste en pauta y norma de vida
El Vaticano II asevera: “El hombre no puede encontrar su propia plenitud si no es en la
entrega sincera de sí mismo a los demás” GS 24c).
Los hermanos zebedeos piden ocupar los primeros puestos (aspiración compartida
por los demás discípulos: Mt 20, 24). Jesús les responde a unos y otros que “no saben lo
que piden” (Mt 20, 22), que han orientado mal sus aspiraciones. Es otra la escala de valores
que establece Jesús para que el hombre alcance la estatura querida por Dios. (Enfoque
contracultural).
Y hay más. Jesús nos descubre su propia identidad, a modo de espejo en el que
debemos mirarnos: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir”. Dicen
los exegetas que “esta sentencia es una de las más importantes de los evangelios” (V.
Taylor). He aquí la referencia obligada para sus seguidores: “Si yo, el Maestro y el Señor,
os he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado
ejemplo, para que como yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan” (Jn 13, 14-
15). Tenemos un ejemplo o espejo, no estamos ante una desnuda teoría. Es posible, porque
Alguien ha recorrido antes ese camino.
Contamos, pues, con la doctrina y la praxis de Jesús. Palabra y praxis se refuerzan
mutuamente. ¿Qué es más elocuente, la palabra o la praxis?
Dios tiene su escalafón, pero subversivo del nuestro, invierte la catalogación social
que establece el mundo. “El más pequeño entre ustedes es el más importante” (Lc 9, 48) y
“el mayor de ustedes será el que sirva a los demás” (Mt 23, 11).
+ Por una parte, Jesús no fundó una Iglesia acéfala y sin directores, más aún, avala a
los que él envía, los considera sus representantes según el testimonio unánime de los
evangelios: “El que los recibe a ustedes, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe al
que me envió” (Mt 10, 40; cf. Mc 9, 41; Lc 10, 16; Jn 13, 20). Los que Jesús pone al frente
de la comunidad gozan de un especial estatuto de representatividad querido por el mismo
que los envía.
El Evangelio no niega la autoridad, la presidencia, la dirección. Entre los carismas,
se cuenta con el de “dirigir la comunidad” y el de la “enseñanza”(1Cor 12, 28; cf. Rom 12,
7), el de “pastores y doctores” (Ef 4, 11), es decir, hay dirigentes, guías y maestros. Jesús
mismo reconoce e instituye líderes (Los Doce: Mc 3, 14; Mt 19, 28; Juan el Bautista: Mt
11, 9.11; Pedro: Mt 16, 18-19; Jn 21, 15-17).
+Por otra parte, Jesús nos habla de un nuevo sentido de la autoridad y de un nuevo
estilo, dice cómo deben hacer uso de su posición directiva: poniéndose al servicio de los
demás. La autoridad como servicio. La primera comunidad se hace eco del nuevo
planteamiento cuando dice a los dirigentes: “Apacienten el rebaño que Dios les ha
confiado, no como déspotas, sino como modelos del rebaño” (1Pe 5, 2-3).
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Esta es una de las paradojas cristianas.: la libertad se hace servicio, con palabra
paulinas más fuertes, se hace esclavitud. El servicio es la cumbre del mensaje cristiano si es
fruto del amor y de la fe. Dicho de otra forma: el amor se hace servicio, o, en otra fórmula
paulina, “lo que vale es la fe que actúa por medio del amor” (Gál 5, 6). “No grita libertad
más que el esclavo, el pobre esclavo; el libre grita amor” (Unamuno).
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Una libertad que no se traduce en amor –nos dice Pablo- es una “libertad como
pretexto para satisfacer los apetitos desordenados” (Gál 5, 13); libertad para el egoísmo,
no para el servicio a los demás.
Pablo habla de lo que se concede a uno y a otro (Cf. 1Cor 12, 8-10) y concluye que
“el Espíritu reparte a cada uno sus dones como él quiere” (1Cor 12, 11), con lo que
queda avalado todo ministerio cristiano a partir del “don recibido”.
El mismo Pablo se pregunta: “¿Son todos apóstoles? ¿Hablan todos de parte de
Dios? ¿Enseñan todos?...” (1Cor 12, 29-30). Los ministerios son variados. La
diversidad-pluralidad de ministerios la ilustra Pablo con la imagen del cuerpo,
compuesto de diversos miembros con función propia a cada uno (Cf. 1Cor 12, 14-18).
“Ahora bien, ustedes forman el Cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro de ese
cuerpo” (1Cor 12, 27; cf. 3, 17; 2Cor 6, 16).
No hay nadie sin carisma, sin vocación o ministerio: “Cada uno ha recibido un don;
póngalo al servicio de los demás” (1Pe 4, 10; cf. 1Cor 12, 28); “a cada uno de
nosotros ha sido dada la gracia según la medida del don de Cristo” (Ef 4, 7). Dios, por
medio del don que otorga a cada uno, lo habilita para el ministerio: “capacita así a los
creyentes para la tarea del ministerio y para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef 4,
12).
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Cada uno de estos grupos funge un papel peculiar y, a la vez, forman en conjunto un
“cuerpo ministerial” o una “Iglesia de servicios”. El Vaticano II ha tratado el tema
ampliamente. (R. Gerardi, “Ministerios eclesiales” en Diccionario de Pastoral Vocacional,
Sígueme, Salamanca 2005, 686-693; AA. VV., “Ministerio y ministerios” (monográfico) en
Communio 6 (1996); AA. VV., Los ministerios en la Iglesia. Perspectivas teológicas y
realidades pastorales, Sígueme, Salamanca 1984 y también en Seminarios n. doble 93-94).
Todo existe a partir del “corazón” de Dios, es obra de su amor, pero especialmente
el hombre, elevado a ser “imagen de Dios”, emparentado con Dios, y con un papel peculiar
en el plan de Dios, que se plasmará en un “proyecto de vida” (Cf. AA. VV., “La vocación:
proyecto de vida” en Todos Uno (monográfico) 74 (1983); E. Brena, “Proyecto de vida” en
Diccionario de Pastoral Vocacional…, 953-958; J. Martín Velasco, “La opción
fundamental: ¿quién soy yo?, ¿qué voy a hacer de mi vida? en Sal Terrae 82 (1994) 251-
263; G. Sovernigo, Proyecto de vida. En busca de mi identidad, Soc. de Ed. Atenas, Madrid
1994).
La vocación divina es una oferta o invitación a los hombres, no una coacción, por lo
que puede ser reconocida y aceptada o rechazada (Cf. DH 11a). Éste es el estilo de Dios.
“Todos los hombres están invitados a esta unión con Cristo” (LG 3). Se nos abre así a la
perspectiva cristológica.
que sigue a Cristo, hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de
hombre” (GS 41a)
La Iglesia actúa con la más profunda convicción: “Al manifestar a Cristo, la Iglesia
revela con ello a los hombres la auténtica verdad de su condición y de su vocación entera”
(AG 8a; GS 41a). De esta forma, actúa “como fermento y como alma de la sociedad, que
debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios” (GS 40b).
(Sobre Iglesia y vocación-destino del hombre, cf. J. Collantes, La Iglesia de la Palabra,
BAC, II, Madrid 1972, 254-332)
colaboración de la Iglesia para lograr la fraternidad universal que responda a esa vocación”
(GS 3b).
“No se llame inútil una religión como la católica, la cual, en su forma más consciente como
es la conciliar, se declara toda a favor y en servicio del hombre… La religión católica es para la
humanidad; en cierto sentido, ella es la vida de la humanidad” (n. 14).
“Amar al hombre para amar a Dios. Amar al hombre –decimos-, no como instrumento, sino
como primer término trascendente, principio y razón de todo amor” (n. 17).
“La historia antigua del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del concilio. Una
simpatía inmensa lo ha penetrado todo” (n. 8).
El Papa concluye:
El ser y la vocación del hombre (vocación divina) hay que entenderla a partir de la Trinidad,
no sólo desde la perspectiva cristológica vista antes.
Formulación. “El ser humano sólo llega a comprenderse cuando se comprende como aquél
al que se dirige esta comunicación divina”, y así, “el misterio de la Trinidad es el misterio
último de nuestra propia realidad, y lo experimentamos precisamente en esa realidad” (292-
293), “ambos misterios forman un misterio insondable” (288), y dicen referencia a la “esencia
de aquél a quien se dirige la autocomunicación” (318).
El misterio trinitario se introduce “en la situación del hombre” (316), con lo que se alude “a
la constitución esencial de las criaturas humanas”, donde se pone de manifiesto que el misterio
de Dios Trino y el misterio del ser humano están recíprocamente referidos.
De esta forma se explica que el hombre sea “capaz de Dios”, capaz de diálogo con Dios,
alteridad respecto de Dios y distinto de Dios, pero “aquél al que Dios va a dirigir su
autocomunicación como condición de posibilidad de ésta” (317). El Dios que se da como
“persona” presupone un ser personal que lo recibe. En conclusión, el hombre es “capaz de
Dios” porque es su “imagen y semejanza”.
Por tanto, a la perspectiva cristológica para entender el ser y misterio del hombre, debe
añadirse la perspectiva trinitaria.
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1. ACOTANDO EL TERRENO
Hay que resaltar el tema “novedad” de la cultura vocacional. Fue introducido por
Juan Pablo II (Mensaje para la XXX Jornada mundial de oración por las vocaciones: 8-9-
1992, y repetido en el Mensaje para la Jornada del año 2000).
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Es muy escasa la conciencia del pueblo sobre cultura vocacional (Cf. n. 152), por lo
que es abordado el tema hoy por los que se ocupan de la pastoral vocacional (Cf. n. 178).
(Algunas publicaciones: J. E. Vecchi, “Cultura de la vocación” en Diccionario de Pastoral
Vocacional, Sígueme, Salamanca 2005, 325-334; D. Lerga, “Hacia la creación de un clima
vocacionante” en Todos Uno 71 (1982) 73-80; G. Uribarri, “Hacia una cultura vocacional”
en Sal Terrae 88 (2000) 683-693; P. Walter, “La cultura vocacional” en Testimonio 196
(2003) 915-919; J. Saraiva Martins, “Per una cultura delle vocazioni” en Seminarium 36
(1996) 157-168; AA. VV.,Cultura e vocazioni, Rogate, Roma 1994).
Este primer desafío del CPV se desglosa en varios puntos, aunque el documento no
ahonda en el desarrollo de la cultura vocacional a la que hace alusión, encomendándola
especialmente al obispo (Cf. n. 218). Para lograr una cultura vocacional hay que dar varios
pasos:
. Integración de la pastoral vocacional en la pastoral orgánica general y establecer
una estrecha vinculación con las pastorales sectoriales (familiar, juvenil, educativa,
catequética…), así como con la actividad litúrgica y religiosa (n. 195; cf. n. 152). Por
razones obvias, “la pastoral familiar y la juvenil” son vistas como “lugar privilegiado” (n.
197).
Lo que se plantea es impregnar toda la pastoral con una “dimensión vocacional”, y
no limitarse a una pastoral vocacional simplemente como una más entre las distintas
pastorales sectoriales. Es la pastoral vocacional en las pastorales sectoriales.
. En esta tarea, destaca la figura del sacerdote como “primer promotor vocacional”
(n. 196). A este respecto, al obispo y al presbiterio corresponde promover “diversas
iniciativas vocacionales” en todos los niveles diocesanos para el fomento, formación y
discernimiento vocacional (n. 199). De esta forma, el entero “ministerio pastoral” queda
enrolado en el trabajo vocacional.
. Poner a los jóvenes en situación de comenzar a entender la vocación “mediante
compromisos apostólicos concretos” desde los que puedan descubrir “las necesidades
pastorales y el eventual servicio que puedan prestar” (n. 198).
. Pasos fundamentales de la pastoral vocacional será la selección y formación en
cada diócesis de “los encargados de acompañar el proceso vocacional”; particularmente
importante serán “el promotor vocacional”, y el “equipo de pastoral vocacional parroquial”
(nn. 200.201). No obstante, estos cargos no deben monopolizar la tarea, sino más bien
deben sensibilizar vocacionalmente a todo el pueblo de Dios (n. 176; cf. OT 2).
Por último, hay que dar pasos para el trabajo en equipo de pastoral vocacional, bien
en el nivel diocesano o parroquial o de una congregación.
. Resulta extraña la norma del n. 217 (cf. n. 169): aplicar las normas eclesiales para
admitir candidatos despedidos o provenientes de otros centros. Implícitamente se reconoce
y denuncia un modo de proceder a todas luces inexplicable.
. Por último, se pide a OSVEN que ofrezca programas y subsidios para la formación
de los formadores (n. 214), y a los obispos que envíen sacerdotes a universidades y
facultades o centros de formación eclesiástica (n. 215). Se espera de la Comisión Episcopal
(Departamento de clero, vocaciones y seminarios del Secretariado Permanente del
Episcopado Venezolano) subsidios para el proceso de selección y admisión de los
aspirantes al sacerdocio (n. 216; cf. nn. 169.180).
+ Se tiene que estar de acuerdo con el documento del CPV por cuanto se mueve en
el ámbito de los mínimos exigibles en todo centro de formación sacerdotal regido por las
normas de la Iglesia universal. Pero debemos preguntarnos: ¿Para qué Iglesia y qué
sociedad se forman los futuros pastores de Venezuela? He aquí la asignatura pendiente.
Veamos.
¿Es muy severa nuestra evaluación? Juzgue cada uno por sí mismo. Con todo, no
olvidemos que aquí nos hemos referido sólo a los sacerdotes, pero el CPV tiene además
otros documentos sobre la vida religiosa y sobre el laicado, que merecerían un juicio más
matizado y más positivo.
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1. FUNDAMENTO BÍBLICO
Veamos la misma idea desde otra perspectiva paulina. “Ustedes forman el cuerpo de
Cristo, y cada uno es un miembro de ese cuerpo. Y Dios ha asignado a cada uno un lugar
en la Iglesia” (vv. 27-28); la asignación de un lugar y un papel, no la totalidad de la Iglesia
en su ser y en sus funciones. Por eso, continúa Pablo: “¿Son todos apóstoles? ¿Hablan
todos de parte de Dios? ¿Enseñan todos?...” (vv. 29-30). Todos y cada uno de estos
ministerios desarrollan una función específica de la Iglesia o Cuerpo de Cristo formado por
todos, pero sobre ninguno gravita la totalidad de la misión de la Iglesia, sino que esa
totalidad la llevan a cabo con la complementariedad y solidaridad de todos en la misión.
Cada vocación está animada y orientada hacia un único cometido global: el encargo
que Jesús hizo a su Iglesia, y, por tanto, toda vocación contribuye en definitiva al mismo
objetivo. Esta confluencia en el objetivo terminal crea entre todas las vocaciones una
corresponsabilidad, una confluencia, un “alma de comunión”, que debe despertar en cada
uno el reconocimiento y aprecio de los que son “socios” en la misma tarea, y debe hacer
que se sientan solidarios en la empresa común, no solitarios o autosuficientes.
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2. EXPLICACIÓN TEOLÓGICA
con diversos dones jerárquicos y carismáticos” (LG 4a; AG 4a, con citas de Ef 4, 11-12;
1Cor 12, 4; Gál 5, 22).
con estas palabras: “Existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la
acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo” (LG 32c).
Todas las vocaciones contribuyen al logro de la misión de Cristo y de la Iglesia,
actuando cada una este o aquel valor evangélico y evangelizador, valor que redunda en bien
de todos.
Hay que educar no tanto para ser distinto cuanto para ser socio. Se ha vivido durante
largos períodos subrayando lo que diferencia a las instituciones religiosas, resaltando su
especificidad, sus objetivos, su espiritualidad, sus métodos de apostolado, sus logros
apostólicos, e incluso sus santos o figuras destacadas, en definitiva, su “uniforme”. Con ello
se contribuía a que cada institución se consideraba a sí misma sin relación con las otras,
siguiendo rutas paralelas o, aún peor, en competencia con los demás.
Si tomamos en serio la teología del ministerio del Vaticano II, parece llegada la hora
de superar ese “individualismo vocacional y ministerial”, pasando de la conciencia de
“protagonista” a la de “socio”. Es llegada la hora de avanzar en la dirección de la
complementariedad y armonía de las vocaciones, a partir de la convicción de que cada
vocación o ministerio es parte de un todo, el “ministerio eclesial”. Con ello, lo que saldrá
ganando es la causa de Dios.
El nuevo talante o estilo vocacional invita además a todos a promover todas las
vocaciones y servicios que la Iglesia y la sociedad necesiten, y no sólo las vocaciones para
la propia Congregación o grupo (Cf. Puebla, n. 884). Se abre así un horizonte vocacional
más católico o universal, y se inserta a todos de forma más clara y expresiva en el problema
vocacional de la Iglesia como tal. Éste es el enfoque vocacional peculiar de la Hermandad
de Sacerdotes Operarios: promover todos los servicios que la Iglesia necesite en cada
momento y en cada lugar.