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4 NORMAS DE USO II

NOMBRE DEL ESTUDIANTE: Ana Karen Tejeda Soto.

INSTRUCCIONES: En la parte inferior, reescribe el siguiente texto corrigiendo los 30 errores en el uso de h,
m, n, r, rr, ll, y e i.

Al subir a un avión sonrreímos sin saber muy bien por qué. La posibilidad de temtar al destino hace que
seamos más supersticiosos que rracionales: no somreímos por dicha, sino como un comjuro contra la
adversidad.
Pensé esto al tomar un avión de hélice de Zacatecas a la ciudad de México.
En la fila para documentar me había yamado la atención un honbre con el pelo a rape, camiseta de
basquetbolista y botas de una piel que no supe reconocerr, una piel de reptil con crestas diminutas. En su
brazo, un Christo tatuado yoraba lágrimas azules. Tres cadenas de oro le pemdían del pecho y dos celulares
del cinturón de pita.
Lo escuché hablar en buen inglés por uno de sus teléfonos. Luego sonó el otro y habló en susuros. Su
equipaje era una bolsa verde, como las que usan los soldados norteamericanos. Parecía un ranchero que izo
negocios al otro lado de la frontera y enpacó de prisa. Iba acompañado por su mujer y un hijo pequeño, que
tenía en los brazos calcomanías que semejaban tatuajes.
Antes de documentar, me encontré a un conocido y sobrevino uno de esos diálogos de esmerada cortesía que
los mexicanos sostenemos con personas que no volveremos a ver. La mujer me vio con curiosidad.
Aunque éramos pocos pasajeros, la hazafata nos dijo que debíamos rrespetar los asientos asigmados para
mantener el equilibrio de la nave. Me tocó el 12D, en la última fila, donde el respaldo no puede reclinarrse. A
mi lado se sentó la mujer del hombre de los coyares de oro.
E oído a conocedores emcomiar los aviones de hélice, que pueden planear en caso necesario. Para el viajero
común, la cabina estrecha, su tendencia a surfear en las corrientes de aire, y el echo de que las aspas
pertenezcan a una tecnología anterior, sugieren un hambiente algo precario.
Me persigné i abrí una novela para evadirme.
Después de una bolsa de aire, la mujer de al lado preguntó:
–¿Puedo hablar con usted?
Me quité los lentes para escuchar, como si lo iciera por los ojos. La siguiente pregunta me tomó por sorpresa:
–¿Usted cree que un enemigo puede perdonar? –sus ojos me vieron con preocupación.
Ha diferencia de su marido, ella vestía con senciyez: pantalones de mezcliya, sandalias, camisa a cuadros.
–¿A qué se refiere? –le pregunté.
Enroió con nerviosismo su pase de abordar en el dedo índice y me contó que su marido tenía que respetar un
acuerdo hecho por sus jefes. “Ay gente a la que no le gusta lo que uno hace, gente que se mete con uno”, dijo
de manera enigmática.

TEXTO CORREGIDO
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