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LOS CUENTOS INFANTILES CLÁSICOS

Hilda Ocampo. Adaptación

La lectura juega un importante rol en la vida de los niños. Desde pequeños,


los cuentos que ponemos a su alcance definirán muchas de sus posiciones frente a
la vida, por lo que su acertada selección supone una gran responsabilidad para los
adultos. Ante esto, es preciso revisar muchas de las historias con las que nuestros
niños crecen, ya que en muchas ocasiones los cuentos clásicos infantiles han
reforzado y refuerzan los estereotipos masculino y femenino tal como los
conocemos.

En dichos cuentos, los varones tienen el monopolio del coraje, la imaginación, la


iniciativa, la astucia, el gesto de Blanca Nieves o la Cenicienta. En definitiva, los
varones viven a plenitud, salvan al mundo y reciben su premio heroico, la solidaridad
con los demás así como también la posibilidad de emplear la violencia, ya sea en
defensa propia o como medio para conseguir sus fines. Asimismo, realizan toda
clase de tareas, desde gobernar hasta hachar leña y en ellos se recompensa la
iniciativa y el espíritu de aventura con poder y riquezas. De esta manera, el príncipe
caza, monta, explora y descubre mientras la bella, duerme. Para describir al héroe
de un cuento, el autor puede elegir entre una amplia gama de cualidades humanas,
ya que este es valiente, audaz y capaz de gestos heroicos para salvar a las niñas
bellas de las garras de lobos, madrastras y Barbas Azules. Además, los varones de
los cuentos son juzgados con gran benevolencia. Por ejemplo, el Gato con Botas
miente, roba y mata y nadie se lo reprocha y, por el contrario, es el héroe que triunfa
y generalmente a los padres se los exime de culpa y cargo, porque están siempre
demasiado ocupados con cuestiones de Estado o con su trabajo, o simplemente
están influenciados por una mala mujer, como el caso de Blanca Nieves o la
Cenicienta. En definitiva, los varones viven a plenitud, salvan al mundo y reciben su
premio.

En cambio, a las mujeres de estos cuentos, ya sean ellas reinas o plebeyas,


no se les conoce otra ocupación que la de amas de casa. Solo les queda la
abnegación, el sometimiento, la mansedumbre, la rivalidad con sus congéneres, la
fragilidad y hasta el servilismo rotulado como actitud positiva. En ellas se
recompensan esa abnegación y sometimiento con el matrimonio y punto. Además,
describir a la heroína es simple: joven y bella. Por otra parte, las mujeres de estas
historias no tienen muchas opciones. Por ejemplo, Blanca Nieves, una vez que sale
del palacio, solo tiene dos posibilidades: realizar quehaceres domésticos o caer en
las trampas de su madrastra y, al igual que Caperucita y que la Bella Durmiente,
tampoco sabe cuidar de sí misma. Por ello debe ser salvada primero por el buen
corazón de un leñador, más tarde por los enanitos y finalmente por el príncipe. Esta
bella joven, hija de rey, canta y sonríe mientras barre y cocina para siete enanos
mineros. El personaje de la madrastra, tanto de Blanca Nieves como la de la
Cenicienta, ilustra no solo la tristemente célebre rivalidad entre mujeres sino
también la advertencia de que una mujer es activa e inteligente solamente para la
maldad. No hay una sola bella heroína que sea inteligente y audaz, incluso algunas
son irremediablemente bobas. Caperucita cree que el lobo en cofia y camisón era
su abuela y Blanca Nieves es incapaz de ver que la viejecita que trata de
envenenarla, es su madrastra disfrazada. En cuanto a la Bella Durmiente, la única
actividad que se le conoce es la de haber metido su principesco dedito donde no
debía. Así fue dormida por el huso de la bruja y fue despertada por el beso del
príncipe. Por si esto fuera poco, las mujeres fuimos siempre las culpables de toda
desgracia (y algunas religiones se han encargado de enfatizarlo). Porque la madre
de Caperucita es acusada de no saber cuidar de su hija y, en otros casos, basta
que sea madrastra para que necesariamente sea una mala persona. Vemos así
que, según estos cuentos, lo femenino equivale a sumisión y pasividad.

Y se podría seguir. Pero esto ya da una idea de la misoginia implícita en los


cuentos que van formando las personalidades de nuestras hijas y también las de
nuestros hijos. Habrá servido de algo si sólo una persona se inquieta, toma
conciencia y se hace capaz de contar alguno de estos hermosísimos cuentos con
los cambios necesarios, para que la niña pueda verse a sí misma como poseedora
no sólo de ternura y afecto sino también de la inteligencia, audacia, imaginación y
solidaridad. Y el niño como poseedor no sólo de inteligencia, audacia, imaginación
y solidaridad, sino también de afecto y ternura.

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