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Los valores religiosos y morales son y deben ser los más importantes, porque
se refieren a la dimensión decisiva de la existencia humana.
En palabras más sencillas, el valor de “algo” (un objeto, una idea, un acto, una
persona) consiste en su poder perfeccionar a alguien, a quien escoge ese
“algo”, y mucho (no todo) depende de quién es ese alguien que escoge ese
“algo”.
Entre la multitud de valores, descubrimos que unos son más importantes, más
hermosos y más nobles, porque llegan a aspectos centrales del corazó! ;n
humano. Otros valores, en cambio, tienen una importancia menor, porque
quedan en lo periférico, o porque producen un resultado muy pobre (el placer o
la autocomplacencia son resultados efímeros y vanos de quien escoge valores
empobrecedores), o porque satisfacen un deseo pero dañan al mismo tiempo
dimensiones profundas de las personas. ¿No es un valor conseguir más dinero,
pero no es un daño enorme conseguir ese dinero a través de un fraude?
Las diferencias que existen entre los valores permiten establecer una jerarquía
entre los mismos. Hay valores más importantes y otros más accesorios. Hay
valores que llegan al espíritu y otros que miran sobre todo al cuerpo. Hay
valores que promueven la unión y la armonía entre los hombres y otros que
llevan al egoísmo y a la violencia. Hay valores que sirven sólo para la vida
terrena y otros que llegan a la vida que existe tra! s ! la muerte.
d. Valores morales: son valores que tocan al ser humano en lo más profundo de
sí mismo, en el uso de su libertad, en su responsabilidad. La enumeración
podría ser larga, pero podemos mencionar los siguientes: la bondad de
corazón, la rectitud de conciencia, la sinceridad, la autenticidad, la lealtad, la
laboriosidad, la fidelidad, la generosidad, la servicialidad, la magnanimidad, la
justicia, la honradez, la gratitud, etc.
e. Valores religiosos: son valores que se refieren a nuestras relaciones con
Dios. Aquí podemos mencionar, por ejemplo, el valor de la oración, de la
piedad, de la veneración, etc.
Una sociedad que haga de la belleza física, de la “línea” (aparecer ante los
demás con una figura juvenil), de la fuerza o del dinero los valores más
importantes ha perdido la cabeza y avanza hacia su desintegración profunda,
con consecuencias funestas en las vidas de miles de personas.
Para evitar esos errores, cualquier auténtica educación en los valores necesita
reflexionar seriamente so! br! e lo que es el hombre y sobre aquellos bienes
valiosos que le permiten acometer su existencia humana de modo correcto y
bueno. Sólo con una buena antropología podemos reconocer la jerarquía de
valores que pone a cada cosa en su sitio.
Los valores religiosos y morales son y deben ser los más importantes, porque
se refieren a la dimensión decisiva de la existencia humana: su relación
temporal y eterna con Dios y con los otros seres humanos. Luego siguen los
valores del espíritu, que incluyen la disciplina mental para acceder a la verdad,
para “retenerla” con una buena memoria y expresarla de modo claro y
honesto; la fuerza de voluntad, que permite comprometerse en el trabajo, en el
estudio o en las mil actividades de la vida familiar; la solidaridad, que lleva a
los hombres a unir sus esfuerzos en la construcción de un mundo más
acogedor; la justicia, que permite no sólo respetar los acuerdos o! l! os
derechos ajenos, sino promoverlos allí donde todavía son pisoteados... La lista
podría ser muy larga, pero da una idea de lo urgente que es elaborar buenos
programas de formación en los valores.
Una sociedad que sepa proponer un programa exigente y completo de valores,
apoyados y vividos desde una educación para la virtud, permitirá que los niños,
adolescentes, jóvenes y adultos maduren cada día en su humanidad, vivan
abiertos a los demás, y se preparen en serio a la meta en la que se decide,
para siempre, el bien verdadero de cada uno de nosotros: el encuentro eterno
con Dios. ¿No debería ser esa la señal inequívoca de que hemos sabido ofrecer
un buen programa de formación en los valores?