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2. la independencia de América latina
José María Casado del Alisal, Juramento de los diputados de las Cortes
de Cádizen 1810, Madrid, 1862. Congreso de los Diputados.
La independencia de América Latina 37
La fase autonomista
La política moderna
Antes de analizar cómo la que había nacido como una reacción anti-
francesa "en nombre de Fernando VII" se volvió contra España hasta
derrumbar su imperio, conviene aclarar algunas cuestiones clave en
juego entonces y sobre las cuales los historiadores continúan debatien-
do. Según algunos, los móviles que dirigieron a los americanos a la
independencia eran liberales; así, las revoluciones hispanoamericanas
habrían formado parte de una ola revolucionaria mucho más amplia y
general, que en los Estados Unidos y en Francia había desplazado al An-
cien Régime, como también de las nuevas corrientes de ideas que en todo
Occidente aspiraban a abatir el absolutismo, invocando la soberanía
del pueblo. No hay duda, en efecto, de que los líderes independentistas
estaban pletóricos de ideas liberales, ni de que proclamaban la nece-
sidad de derrumbar los fundamentos de la sociedad corporativa para
crear una sociedad de "iguales", es decir, fundada sobre individuos au-
tónomos, responsables, propietarios, todos dotados de los mismos de-
rechos civiles, hasta prescindir de su ubicación en la escala social o en
el espectro étnico. Eje de aquel nuevo mundo, del advenimiento de la
política moderna que ellos deseaban hacer nacer de las ruinas del ab-
solutismo español, era la Constitución, de la cual, además, corrieron a
dotarse las juntas que progresivamente habían surgido en América, tal
como hicieron los liberales en España. En otros términos: se buscaba
un nuevo pacto social y político que codificara, organizara y delimitara
el poder político, y lo legitimara en nombre del pueblo soberano y no
de la mera voluntad de Dios.
En cambio, otros historiadores afirman que la situación fue diferen-
te. El golpe decisivo asestado al VÍnculo de América con España habría
La independencia de América Latina 43
El imaginario antiguo
Nuevas y viejas referencias se entrecruzaron sin descanso en el debate
intelectual que precedió y acompañó a las luchas por la independencia de
la América española. Por un lado, sopló con fuerza entre las elites cultas
el viento de la Ilustración, que en el mundo hispánico se manifestó, en
especial, como un nuevo modo de concebir la vida a través de los ideales
de la libertad individual y la afirmación de la razón sobre el dogma
religioso. Hijas de aquel clima fueron', durante las guerras contra España,
las invocaciones de los revolucionarios a los conceptos sobre los cuales
deseaban construir el nuevo orden independiente: el pueblo, la constitu-
ción, la libertad, la representación, la patria. Por otro lado, en todos los
niveles de la sociedad colonial permanecía arraigada la tradicional
concepción organicista del orden social, sobre la base de la cual la
sociedad era un organismo o una familia en cuya cabeza estaba el rey o
quien lo reemplazara. Privada de esta, el cuerpo social estaba predestina-
do a la disolución. Aquel organismo se hallaba a su vez formado por
cuerpos, cada uno de los cuales desarrollaba funciones precisas para
mantener la armonía del conjunto. Los nobles debían conducir la guerra,
el clero debía elevar plegarias al cielo por su éxito, los ricos contribuir con
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Simón Bolívar
Nacido en Caracas en 1783, era de origen aristocrático y de formación
intelectual ilustrada. Más allá de su actuación militar, Bolívar dejó una
profunda impronta en la historia política e intelectual de la época y un
legado que, transformado en mito, no deja de ejercer una fuerte
influencia en gran parte de la región. Sus funciones políticas fueron
innumerables y de importancia creciente: fue enviado a Europa en
busca de auxilios para la Junta de Caracas de 1810, antes de conver-
tirse, en 1819, en presidente de la Gran Colombia, cargo al que en
1824 se sumó el de dictador del Perú. Con tal investidura, abolió la
esclavitud y propuso, sin éxito, una gran confederación americana para
contrarrestar la fragmentación política sobrevenida tras la caída del
imperio. En cuanto a su pensamiento, expresado tanto en escritos y
discursos como, sobre todo, en las constituciones de las que fue autor,
tuvo como principal tema y problema la legitimidad del poder en el
continente que acababa de ser liberado y la busca de la forma constitu-
cional más adecuada a su realidad social. Desilusionado por el fracaso
de la Primera República venezolana, en el Discurso de Angostura de
1819 dejó de lado el liberalismo de los primeros tiempos en nombre de
un análisis pesimista y desencantado de la sociedad venezolana, a la
cual describió como impregnada y recorrida por_una ignorancia y un
atraso tales que impedían el ejercicio de las virtudes republicanas. De
su análisis derivó la defensa de un gobierno fuerte y centralizado,
guiado por un presidente-monarca capaz de garantizar el orden y la
unidad de los nuevos estados, pero también de "crear" al pueblo con
su acción pedagógica. Por estas razones, su figura es controvertida y
se presta a diversas lecturas. Conservador según algunos, porque fue
defensor de un estado autoritario que pudiera erigirse en garante del
orden político; líder revolucionario según otros, por el espíritu jacobino
con el que buscó unir al pueblo, murió derrotado, en 1830, sin ver
realizados sus proyectos . ..4IIIT
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vador, Agustín de Iturbide, hasta que este, enterado de que los liberales
españoles habían impuesto a Fernando VII el retorno a la Constitución
de Cádiz, se decidió a volverse garante de la independencia mexicana,
suscribiendo en 1821 el Plan de Iguala, que por cierto preveía un Mé-
xico independiente dotado de sus cortes, pero decidido a proteger a la
iglesia y a tener como soberano un Borbón, con lo que México parece
haber accedido a la independencia por la vía clerical y la monarquía.
Pero el plan fracasó debido a las resistencias españolas. La pretensión
de Iturbide de asumir él mismo el título de emperador cayó en virtud de
la reacción liberal y republicana, que lo derrocó e instauró la república.
La Doctrina Monroe
Auténtico manifiesto destinado a orientar las relaciones exteriores de los
Estados Unidos con la parte latina del hemisferio, la Doctrina Monroe fue
enunciada en 1823 por el entonces presidente de los Estados Unidos,
aunque su autor en realidad fue su secretario de estado. Esto se produjo
al año siguiente de que los Estados Unidos reconocieran oficialmente la
independencia de la América española y cuando el futuro de los nuevos
estados surgidos de ese proceso era más incierto que nunca, tanto por
su fragilidad interna como por las ambiciones de algunas potencias
europeas, en especial Gran Bretaña, pero también Francia y en general la
entera Santa Alianza, formada por las autocracias de Austria, Prusia y
Rusia. A este contexto hay que referir los dos pilares sobre los cuales se
fundaba la doctrina, el primero de los cuales era una advertencia a los
estados europeos de que no intervinieran en los asuntos de los nuevos
estados americanos. Esto servía a proteger la independencia de ellos,
pero estaba expresado de un modo que inauguraba un largo período de
unilateralismo por parte de los Estados Unidos. Toda intervención
europea del tipo que la doctrina quería conjurar habría sido entendida, de
hecho, como una amenaza a la seguridad de Washington, con lo que el
gobierno de la Unión Americana se erigía en portavoz del hemisferio
entero y se apresuraba a prevenir eventuales alianzas de los nuevos
estados americanos con cualquier potencia europea. El segundo pilar
consistía en el correspondiente compromiso de los Estados Unidos a
permanecer extraños a los asuntos litigiosos europeos y a los de las
colonias europeas ya establecidas en América. Síntesis de ambos era la
fórmula "América para los americanos", que aludía a los ejes del excep-
cionalismo norteamericano, de los cuales la doctrina había sido extraída.
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