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POR
M A N U E L ZAPATA O L I V E L L A
Unión Nacional de Escritores
3
SENGHOR, LEOPOLD SEDAR, "Libertad, negritud y humanismo", Madrid, Tecnos, 1970.
La negredumbre en García Márquez — 109
antropólogo, describió las tribus aborígenes del bajo Magdalena y hasta es-
cribe una gramática de la lengua guajira. Con mucha más razón debía
conocer los reductos indígenas en el Valle del Cauca, aún existentes. Isaacs,
sin embargo, tuvo sus razones — tal vez las mismas de Gabo — para pros-
cribir el paso de amerindios por su paraíso literario. Otros autores, precisa-
mente aquellos que acapararon el aplauso universal con sus obras románticas
— Lamartine y Chateaubrian— habían abarrotado la novelística con per-
sonajes fantásticos inspirados en los aborígenes de América.
Si Jorge Isaacs deseaba obtener cierta originalidad, tenía que inspi-
rarse en un pueblo distinto en ese momento no tan explotado por los román-
ticos: los prisioneros africanos. El tema, no obstante, tampoco permanecía
inédito en la época en que apareció María (1868). Ya para entonces dos
mujeres habían inmortalizado a sus personajes afros. Sab (1841), de Gertru-
dis Gómez de Avellaneda y el Tío Tom (1852), de Enriqueta Beecher Stowe.
El propio Lamartine había publicado su poema dramático Toussianí Lou-
verture (1850).
Nuestro romántico debió enfrentarse a la fama de esas obras y esos
autores. En su balanza de novelista seguramente contrapuso el indianismo
de los franceses ya en decadencia y la simpatía de que gozaban entonces los
africanos a propósito de su liberación. No se debe olvidar que en nuestro
país aún se debatía candentemente el pro y el contra de la esclavitud. El
mismo Isaacs vivió el tráfico de prisioneros en su propia casa. Agregúese su
ancestro británico por parte del padre y comprenderemos por qué fue más
fuerte el influjo de los ingleses en la decisión de acoger en su novela a los
africanos, prescindiendo de los indígenas que tanto había estudiado como
antropólogo 4 .
¿Quién podrá objetarle esta determinación que nos legara una de las
páginas maestras en la literatura universal sobre el paternalismo esclavista?
A la inversa de Isaacs, el creador de Macondo prefiere quedarse con
sus pocos guajiros, turcos y árabes, pero sobre todo, con los presuntos "blan-
cos" que ocultan su sangre pigmentada. Extraordinario observador y supe-
rior novelista, Gabo nos describirá en la casta de los Buendía, el prototipo
de quienes pretenden ignorar que sus abuelos conquistadores, de hábitos
polígamos y sin mujeres europeas, debieron amancebarse con amerindias y
africanas por varios siglos en el Caribe y resto del continente. He aquí la
originalidad de Gabo, mostrarnos la negredumbre sin "negros".
Desde las primeras páginas de Cien años de soledad hasta la última,
se advierten los trazos inconscientes de la africanía:
4
ZAPATA OLIVELLA, MANUEL, "María". Testimonio vigente del romanticismo ameri-
cano, en Revista Letras Nacionales, núm. 14, Bogotá, 1967.
L a n e g r e d u m b r e en García M á r q u e z — 111
5
GONZÁLEZ-WIPPLER, MIGENE, "Santería", New York, Anchor Press-Doubleday, 1975.
6
LACHETENERE, _.., "El sistema religioso de los Lucumís y otras influencias africanas
en Cuba", La Habana, 1940.
T
BASTIDES, ROGER, Las Américas negras, Madrid, Alianza Editorial, 1969.
8
JAHN, JANHEINZ, "Muntú: Las culturas neoafricanas". México, Fondo de Cultura
Económica, 1963.
* ORTIZ, FERNANDO, "Hampa afro-cubana los negros brujos", Madrid, 1960.
112 — MANUEL ZAPATA OLIVELLA
10
FREYRE, GILBERTO, "Interpretación del Brasil", México, Fondo de Cultura Eco-
nómica, 1964.
(XX Congreso Nacional de "Literatura, Lingüística y Semiótica". Universidad Nacional
de Colombia, Bogotá, octubre 29 de 1997).