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Después de enumerar los aspectos que le parecen característicos y

determinantes de este proceso político, el autor va aplicando ese esquema a


los
distintos países, diferenciándolos en dos bloques: Oeste y Este. Abarca un
amplio espectro de tiempo y espacio, aportando gran cantidad de datos; sin
embargo, hay un excesivo simplismo en los mismos, sin apuntar más causas o
razones que las inmediatas (se parece más a un guión que a un estudio del
tema), por lo que o bien ofrece sucesivamente una visión corta y parcial de los
hechos, haciendo difícil reconstruirlos en su conjunto, o bien hace farragosas
disgresiones sin encuadramiento cronológico y con causas mal delimitadas.
En el Prólogo dice que quiere ser una explicación y exposición de las "razones
teóricas de posibilidad" de los distintos hechos y procesos históricos, en un
esfuerzo por unir los datos empíricos de los historiadores marxistas con
explicaciones a los problemas teóricos del materialismo histórico, a los que
dice que los filósofos no han sabido acercarse. Mezcla lo general y lo
particular como método de intento de entendimiento de ambas cuestiones (a
menudo en dicotomía, dice por soslayo de alguna de ellas, en otros estudios
también marxistas). Y busca un tratamiento paritario de estudio para los países
del Este, cuyo estudio detenido según el autor que no se había hecho, sino
como una realidad genérica y lejana. También intenta con esto analizar las
circunstancias del nacimiento del Estado como tal (dice el autor que nace en el
absolutismo), para entender mejor cómo y por dónde va a venir su abolición.
Contenido ideológico
El autor defiende la tesis de que el poder —estructura, gobierno— siempre ha
estado en manos de la nobleza (en la que incluye también a la Iglesia), hasta
las Revoluciones burguesas del siglo XVIII; el absolutismo no sería más que
un modo de defenderse ésta ("caparazón", lo llama) de los nuevos ataques del
proletariado, ahora en forma de incipiente burguesía. Reduce el sujeto
histórico a tres personajes prácticamente: Estado, nobleza y siervos
(incluyendo a la Iglesia de vez en cuando en la segunda); y la acción a la lucha
de clases, según los modos de producción. Alude con simpleza, y como
determinantes, a aspectos o hechos socio-económicos, analizando la historia
en base a los modos de producción exclusivamente. Concibe el feudalismo
como un modo de opresión y alienación del trabajador previo al capitalismo
(por lo que el hombre viviría en esclavitud desde la Edad Media...).
Ofrece una visión meramente humana de la Iglesia y, como siempre, tan sólo
político económica; así, al observar el hecho de las posesiones de la Iglesia
enalgunas épocas tan sólo desde ese prisma y prescindiendo de cualquier otra
circunstancia, deja falseado su sentido.
No utiliza más fuentes que otros autores marxistas (citados con profusión). En
algunos temas establece una contraposición de posturas interpretativas de
algunos de ellos, en una aparente autocrítica interna que le da visos de
verosimilitud y de honradez intelectual.
El que tenga explicación para todo hace sospechar que distorsione la Historia
de modo apriorístico.
El modo de exposición, no virulenta ni hiriente, sino sosegada y
aparentemente objetiva, hace más fácil que el lector vaya consintiendo como
causas y razones verídicas lo que no son sino meras hipótesis partidistas. En
general, viene a ser un "amasijo" de datos históricos ciertos, falseados por la
interpretación marxista que elabora de ellos.
II. RESUMEN
A. EUROPA OCCIDENTAL
1. EL ESTADO ABSOLUTISTA EN OCCIDENTE
En el transcurso del siglo XVI apareció en Occidente el estado absolutista,
cuya estructura administrativa era calificada por Marx como "instrumento
específico burgués": la condición fundamental de antigua monarquía era el
equilibrio entre la nobleza terrateniente y la burguesía, mientras que el poder
estatal centralizado con sus órganos omnipotentes, el ejército permanente, la
policía, la burocracia, el clero y la magistratura —órganos creados con arreglo
a un plan de división sistemática y jerárquica del trabajo— procede de los
tiempos de la monarquía absoluta y sirvió a la naciente sociedad burguesa
como arma poderosa en sus hechos contra el feudalismo.
Las monarquías absolutas introdujeron unos ejércitos y una burocracia
permanente, un sistema nacional de impuestos, un derecho codificado y los
comienzos de un mercado unificado; todas estas características, esencialmente
capitalistas, dice el autor, coinciden con la desaparición de la servidumbre que
era la institución nuclear del primitivo modo de producción feudal. Y añade
que, sin embargo, las relaciones feudales no desaparecieron en el campo
mientras el trabajo no se transformó en "fuerza de trabajo"; las relaciones de
producción rurales continuaban siendo feudales, pues los señores que
continuaron siendo propietarios de los medios de producción fundamentales
fueron los nobles terratenientes. Según el autor, los cambios en las formas de
explotación feudal que acaecieron al final de la época medieval fueron
precisamente los que modificaron las formas del Estado: y así entiende que "el
absolutismo fue un aparato reorganizado y potenciado de dominación feudal",
pues incluso cuando el campesino pide créditos al noble, los intereses son muy
altos y se arruina ("refeudalización", la llama). También C. Hill opina lo
mismo: "la monarquía absoluta fue una forma diferente de monarquía feudal".
El estado absolutista nunca fue un árbitro entre la aristocracia y la burguesía,
ni un instrumento de la naciente burguesía contra la aristocracia. Y, mientras
el feudalismo como modo de producción, se definía por una unidad orgánica y
política distribuida en soberanías fragmentadas a lo largo de toda la formación
social, el estado absoluto fue —lo mismo que los estados monárquicos del
Renacimiento— instrumento modernizado para el mantenimiento del dominio
nobiliario sobre las masas rurales; la nobleza tenía que adaptarse, sin
embargo,
a la burguesía mercantil que se había desarrollado en las ciudades medievales.
En el siglo XII los conceptos legales romanos comenzaron a extenderse hacia
el exterior de Italia. A finales de la Edad Media ningún país importante de la
Europa Occidental estaba al margen de este proceso: pero la recepción
decisiva del derecho romano ocurrió en la era del Renacimiento,
correlativamente con el absolutismo.
Económicamente, la recuperación e introducción del derecho civil clásico
favoreció el desarrollo del capital libre en la ciudad y en el campo (la gran
nota distintiva del derecho civil romano había sido su concepción de una
propiedad privada absoluta e incondicional, mientras que el modo de
producción feudal se definía precisamente por los principios jurídicos de una
propiedad escalonada o condicional, que servía de complemento a su
soberanía fragmentada). La reaparición plena de la idea de una propiedad
privada absoluta de la tierra fue un producto de la primera época moderna.
La recepción del derecho romano en la Europa renacentista fue un siglo de la
expansión de las relaciones capitalistas en las ciudades y en el campo, y
económicamente respondía a los intereses vitales de la burguesía comercial y
manufacturera; políticamente correspondía a las exigencias constitucionales
de los estados feudales reorganizados de la época. El sistema legal romano
comprendía dos sectores distintos y aparentemente contrarios:
—el derecho civil, que regulaba las transacciones económicas entre los
ciudadanos: "Ius"; y
—el derecho público, que regía las relaciones políticas entre el estado y sus
súbditos: "Lex" ("la voluntad del príncipe tiene fuerza de ley").El auge de la
propiedad privada desde abajo, se vio equilibrado por el
aumento de la autoridad pública: los estados absolutistas de Occidente
apoyaron sus nuevos fines en precedentes clásicos: el derecho romano era el
arma intelectual más poderosa que tenían a su disposición para programas de
integración territorial y centralismo administrativo.
Innovaciones institucionales:
A. El estado absolutista echó los cimientos del ejército profesional. No
constituían un ejército nacional obligatorio, sino una masa mixta de hombres
en la que los mercenarios extranjeros desempeñaban un papel constante y
central, y cuya explicación encuentra él en la negativa de la clase noble a
armar en masa a sus propios campesinos (según cita de Jean Bodin, por si se
sublevaban); y, a la inversa, se podía confiar en las tropas mercenarias para
aplastar rebeliones sociales.
B. La burocracia civil y el sistema de impuestos. El sistema nació en el siglo
XVI y se convirtió en un soporte financiero fundamental de los estados
absolutistas durante el siglo XVII (no parece tener en cuenta que también los
no absolutistas y marxistas —que lo cobran en directo sin incluirlo en el
salario— de todos los siglos siguientes...).
La burocracia absolutista reflejó el ascenso del capital mercantil. Acusa al
absolutismo de tener también unos impuestos reales para financiar la guerra
que gravaban también en los pobres (no se fija en que la infraestructura en
general era muy precaria, tanto más en cuanto a la siempre difícil justicia
distributiva).
C. El comercio: la teoría mercantilista —dice Bodin— era profundamente
belicista, al hacer hincapié en la necesidad y rentabilidad de la guerra (lo
"recogen" del marxismo, porque el mercantilismo era más bien y simplemente
liberalista).
D. Diplomacia, que fue la marca del nacimiento del estado renacentista, y en
la que el autor ve también el predominio feudal. La entiende como un sistema
formalizado de presión e intercambio interestatal, con el establecimiento de
embajadas recíprocamente asentadas en el extranjero, cancillerías
permanentes, etc. (se diría que piensa en la KGB...).
El E.A. realizó funciones sociales en la acumulación agraria necesaria para el
triunfo final del modo de producción capitalista, puesto que favorecía
indirectamente los intereses de la clase mercantil. La clase noble nunca tuvo
un desplazamiento político, sino que era la misma nobleza feudal, en época de
transición al capitalismo y atada ahora al Estado: ejército, burocracia,
diplomacia y dinastía formaban un inflexible complejo feudal que regía toda
la maquinaria del Estado y guiaba sus destinos, hasta que la nobleza
desapareció y llegaron las "residencias" burguesas y la aparición del estado
capitalista.
2. CLASE Y ESTADO: PROBLEMAS DE PERIODIZACIÓN (según las
relaciones entre nobleza y monarquía)
Los estados del reino representaban usualmente a la nobleza, al clero y a los
burgueses urbanos, organizados en un sistema de tres curias, o en otro
diferente de dos cámaras. El autor entiende la Iglesia como una parte más de
la nobleza, y explica los servicios que como tal prestaba en beneficio del
Estado y de ella misma.
Época del Renacimiento (primera fase): consolidación del absolutismo, gran
auge secular de grandes señores provocado por el rápido crecimiento
demográfico y cultura universitaria en las aristocracias occidentales, pero
subsistía la pirámide medieval en torno al soberano, hasta que los teóricos del
absolutismo empezaron a propagar las concepciones del derecho divino que
elevaba la soberanía regia por encima de la lealtad limitada y recíproca de la
Edad Media.
Bodin formula a este respecto la idea moderna del poder político como
capacidad soberana de crear nuevas leyes e imponer su obediencia
indiscutiblemente: "Su signo principal es el de imponer leyes sobre los
súbditos, generalmente sin su consentimiento", y "la ley no es más que el
mandato de un soberano en el ejercicio de su poder"; pero también habla en
contra del mero arbitrio del monarca. Y, de hecho, ningún estado absolutista
en Occidente pudo disponer a placer de la libertad, ni de las tierras de la
nobleza, ni de la burguesía; tampoco pudieron alcanzar una centralización
administrativa, ni una unificación jurídica completa, sino que siempre estuvo
doblemente limitada:
a) por la persistencia de los organismos políticos tradicionales que estaban por
debajo de ella,
b) por la presencia de la carga excesiva de una ley moral situada por encima
de ella.
El siglo XVII presenció la implantación plena del estado absolutista:
—en un siglo de depresión agrícola y demográfica
—los ejércitos multiplican su tamaño—el costo de estas enormes máquinas
militares creó profundas crisis de
ingresos en los estados absolutistas: se incrementaron los impuestos sobre las
masas, y se hizo venta de cargos y honores públicos, que hace que crezca el
número de burgueses "arribistas" entre los funcionarios del Estado.
Pero la extensión de la guerra, la burocratización de los cargos, la
intensificación de los impuestos, la invasión de las clientelas..., empujaban a
la eliminación de lo que Montesquieu, un siglo después, teorizaba con
nostalgia como los "poderes intermedios" entre la monarquía y el pueblo: las
asambleas de estados se hundían bajo la fuerza centrípeta de la nobleza en
torno al monarca. A pesar de todo, hubo en el siglo XVII repetidas rebeliones
locales nobiliarias contra el Estado absolutista (la Fronda en Francia, la
república catalana en España, la revolución napolitana en Italia, la rebelión de
los estados de Bohemia y la gran rebelión en Inglaterra; con diferentes
proporciones), pero no hubo nunca una rebelión permanente, pues estaba
unida por cosas en común a la monarquía. La gran rebelión únicamente triunfó
en Inglaterra. El siglo XVIII es, en comparación, de gran tranquilidad y
consolación, estabilidad; la nobleza vuelve a ganar confianza en su capacidad
para regir los destinos del Estado. Las relaciones civiles del estado absolutista
de Occidente en la era de la Ilustración reflejan un exceso de adornos,
refinamiento de las técnicas, influencias burguesas, pérdida del dinamismo y
la creatividad. Todavía se predicaba y practicaba el mercantilismo, aunque las
nuevas doctrinas insisten más en el comercio libre y la inversión en la
agricultura.
Se extendió el "vincolismo", para la protección y consolidación de las grandes
propiedades agrarias contra las presiones y riesgos de desintegración por el
mercado capitalista. Se prohibía a los propietarios de tierras la enajenación de
la propiedad familiar e investía de derechos únicamente al hijo. Así preserva
intactos los grandes bloques de propiedades, los latifundios de los potentados,
contra los peligros de la fragmentación o venta en un mercado comercial
abierto.
Se extendió por toda Europa una nueva cultura, cosmopolita y elitista de corte
y salón, tipificada por la nueva preeminencia del francés como idioma
internacional del discurso diplomático y político (penetrado por las ideas
burguesas representadas en la Ilustración). La fuerza real de los ejércitos en
general se estabilizó o disminuyó en la Europa Occidental tras el tratado de
Utrecht. Pero la frecuencia de las guerras y su importancia capital para el
sistema estatal internacional no cambió sustancialmente.
Común determinante fue la orientación feudal-territorial (Guerra de los Cien
Años, lucha de Habsburgo y Valois); reforma y contrarreforma (Treinta
Años).
Que fue reemplazado por un tipo nuevo de conflicto militar, las guerras
comerciales capitalistas: angloholandesas (enfrentamientos marítimos, cuyo
objetivo era el monopolio colonial mundial); de ahí la guerra mixta del siglo
XVIII —la de los Siete Años—.

4. FRANCIA
Evolución diferente a la hispánica. La monarquía Capeto extendió lentamente
en la Edad Media, siglos XIII-XIV, sus derechos de soberanía hacia el exterior
de su base original, en la Isla de Francia; abarcaría desde Flandes hasta el
Mediterráneo, sin oposición de reinos, lo que permitía una jerarquía jurídica y
facilitaba una integración política, aunque menos conseguida cuanto más se
alejara de la Corte en París.
Un problema era la gran demografía; estaba poblada de unos 20 millones.
Las tres grandes rupturas de orden político:
— guerra de los 100 años, s. XV.
— guerra de religión, s. XVI
— la Fronda s. XVII
La historia de la construcción del absolutismo francés habría de ser de una
progresión convulsiva hacia un Estado monárquico centralizado, interrumpido
por recaídas en la desintegración y en la anarquía provincial, seguidas de una
reacción intensificada hacia la concentración del poder monárquico.
Resultado: culto a la autoridad real en la persona de Luis XIV.
La transición de la monarquía medieval a la absoluta se vio paralizada en un
primer momento y luego acelerada (época de Carlos VII). La guerra de los
Cien Años contribuyó a la emancipación fiscal y militar de la monarquía de
los límites del sistema medieval. Además, la monarquía se vio reforzada a
finales del s. XV, con un ejército regular, pagado con el impuesto de la "taille"
(nobleza, clero y algunas ciudades quedan exentos); la nobleza retuvo el poder
autónomo local por la fuerza de sus espadas, de las que dependía toda la
responsabilidad de la estructura social, que aún era muy precaria para dirigir
un país tan grande como Francia.
La nueva monarquía inaugurada por Luis XI no era un estado centralizado.
Estaba formado por doce gobernadurías confiadas a nobles o a príncipes. Se
desarrolló un conjunto de "parlaments" locales creados por la monarquía y que
tenían autoridad judicial suprema en sus territorios (época de Carlos VIII y
Luis XII).
S. XVI: —el reino crece, prospera (época de Francisco I y Enrique II);
—los estados generales dejan de existir;
—las ciudades no son convocadas;
—la política exterior depende más del rey.
El prestigio dinástico se vio favorecido por las otras guerras exteriores en
Italia, convertidas en una salida a la belicosidad nobiliaria, aunque no se
consiguió Italia (derrota frente a España y tratado de Château-Cambresis. 40
años de guerra civiles después, iniciadas por los conflictos religiosos que
acompañaron a la reforma y alimentadas después por la lucha por el control de
la monarquía, políticamente vacante a la muerte de Enrique II: lucha entre
hugonotes: La Santa liga. Dirigidos por los Guisa, Montmorency y los
Borbones; cada linaje controlaba una zona de influencia (el protestantismo
siempre atrajo a los artesanos burgueses en las ciudades, pero no a los
campesinos). A consecuencia de esta guerra, se producen levantamientos en
toda Francia, hasta que Enrique IV se "convierte" al catolicismo por táctica:
reunió a los aristócratas de la Liga, aisló los Comités y suprimió las rebeliones
campesinas: la guerra de religión acabó con al reafirmación del Estado real.
Enrique IV
El absolutismo, a partir de ahora, iba más rápidamente con Sully (hugonote),
Richelieu y Colbert. Los príncipes reales eran todavía rivales del monarca, yen
las ciudades la burguesía comercial controla el poder municipal. Pero
Enrique IV restableció la presencia real y el poder central en París,
reconstruyendo la ciudad y convirtiéndola en capital permanente del reino.
Promueve la recuperación agrícola y promoción del comercio de exportación.
Y con el Edicto de Nantes, soluciona l problema protestante al concederles
una autonomía regional.
Se conservó la paz exterior y la economía administrativa. Sully duplicó los
ingresos por medio de los impuestos indirectos, la reordenación de de las
contribuciones agrarias, la reducción de gastos, la venta de cargos oficiales
(sinecuras y prebendas). Richelieu los "intendants" representaron el nuevo
poder del Estado absolutista en los rincones más alejados del reino. Eran
funcionarios enviados con misiones temporales y ad hoc y que más tarde se
convertirían en delegados permanentes del gobierno central de Francia.
Con Mazarino, las presiones fiscales por la guerra de los Treinta Años
motivaron continuas rebelines urbanas y rurales; se consiguió agrandar el
territorio (victoria de Rocroi sobre España y tratado de Westfalia), pero
provocó la crisis de la Fronda y no se pudieron llevar a cabo conquistas en el
Mediterráneo.
Luis XIV
Asumió el mando personal de todo el aparato del Estado en 1661. Reunidas la
autoridad real y el poder ejecutivo en un único soberano, todo el potencial
político del absolutismo francés llegó rápidamente a su plenitud.
Las medidas adoptadas contra el particularismo refractario de los grupos e
instituciones tradicionales, provocaron el resentimiento de príncipes y pares y
de la pequeña aristocracia provincial.
Administraciones competentes, disciplinadas (Colbert, Tellier) ocuparon la
cima del orden burocrático, puesto a disposición de la monarquía.
El volumen del ejército creció enormemente en este reinado, pasando de 30 ó
50.000 hombres a 300.000 al final del reinado; introdujeron la paga regular, la
instrucción y el uniforme. También se creó una fuerza de policía permanente.
El absolutismo francés alcanzó su apogeo en las últimas décadas del s. XVII.
La estructura del Estado de Luis XIV iba a convertirse en el modelo de la
mayor parte de la nobleza europea.
Las realizaciones organizativas del del absolutismo borbónico estaban
destinadas a la expansión militar.
Los mejores años desde el punto de vista administrativo, económico y cultural
fueron 1661-1672: los gastos del Estado disminuyeron gracias a la supresión
general de cargos, las tierras reales fueron recuperadas, la recaudación de
impuestos indirectos se elevó en trono al 60% por medio de un control del
sistema de arrendamiento: los ingrasos netos de la monarquía se duplicaron;
se
lanzó un ambicioso programa mercantilista para acelerar el desarrollo
manufacturero y comercial de Francia y la expansión colonial en el exterior.
Este mismo mercantilismo llevó a la decisión de invadir Holanda en 1672 para
suprimir la competencia de su comercio, la guerra holandesa fue inicialmente
un éxito, pero con una coalición internacional para la defensa (España y
Austria) la dinastía Orange volvía a tomar el poder en Holanda.
La reducción fiscal de Colbert en el interior quedó eliminada; en adelante la
guerra iba a dominar prácticamente todos los aspectos del reinado.
Miseria, hambre, malas cosechas provocaron nuevos levantamientos del
campesinado.
La nobleza, aligerada de los cargos monetarios que Richelieu y Mazarino
habían intentado imponerle, permaneció completamente leal.
El restablecimiento de la paz en la década de 1680 se limitó a acrecentar la
arrogancia del absolutismo borbónico. El rey se encerró en Versalles, el
calibre de sus ministros descendió.
En el interior: continuó la depresión agraria, el comercio marítimo recuperó
prosperidad; la derrota del candidato francés al electorado del Colonia y la
subida de Guillermo III al trono inglés fueron las causas del conflucto
internacional:
Liga de Augsburgo (1689-97):
Alineó a casi toda Europa contra Francia (Holanda, Inglaterra, España,
Austria, Saboya y la mayor parte de Alemania). Los objetivos bélicos de Luis
XIV fallaron en casi todas partes. (La única ganancia, por el tratado de
Ryswick, absorbe Estrasburgo). Los demás territorios ocupados tuvieron que
ser evacuados.
Para financiar los gastos de la guerra se inventaron nuevos cargos que se
pusieron a la venta, se subastaron títulos, aumentaron los empréstitos
obligatorios y rentas públicas. Se manipuló el valor de la moneda, por primera
vez se introdujo un impuesto por capitalización, del que no se libró la nobleza.
Cinco años después, Francia entra en conflucto por la Sucesión española; la
tranquilidad llegó con la derrota final en la guerra; la paz fue mitigada por
lasdivisiones en la coalición victoriosa contra Luis XIV, que permitieron a la
dinastía borbónica conservar la monarquía española con el precio de la
separación política de Francia.
Paradoja del absolutismo francés: su brillantez interior no coincidió con su
gran predominio internacional: la estructura de estado de Richelieu y
Mazarino, todavía defectuosa e incompleta, fue la que consiguió
espectaculares éxitos en el extranjero, mientras que la monarquía consolidada
y estabilizada de Luis XIV fracasó. El absolutismo francés no gozó de un
periodo de hegemonía comparable en Europa occidental.
La derrota final de Luis XIV se debió al cambio en la posición relativa de
Francia dentro del sistema político europeo concomitante con las revoluciones
inglesas de 1640-1688 y su consiguiente imperialismo.
Regencia en 1715
La alta nobleza reaparece en escena. El regente obtuvo del "Parlament" dejar a
un lado el testamento de Luis XIV. El gobierno pasó a manos de los pares que
acabaron con el sistema ministerial del régimen anterior y asumieron el poder
en la "plysinodi".
Época de carácter abiertamente clasista del absolutismo; predominio colectivo
de una alta aristocracia. La toma de regencia de los grandes no fue duradera,
pero en adelante la nobleza mantuvo un control tenaz de los más altos cargos
del gobierno:
— los "parlaments"
— los arzobispos y obispos
— los altos mandos militares; pero el absolutismo continuaba siendo un
poder inaccesible e irresponsable, que gravitaba sobre las cabezas del
conjunto
de la nobleza.
Luis XIV había dejado el Estado cargado de una masa de deudas, la regencia
las redujo a la mitad por el sistema de Law, pero los gastos de la política
exterior desde la guerra de sucesión de Austria, combinadas con el despilfarro
de la corte, mantuvieron en un déficit constante y cada vez más profundo a la
hacienda. Los intentos de recaudar menos impuestos fueron rechazados en los
parlamentos y en los estados provinciales. La monarquía pretendía gravar con
los impuestos la riqueza de la nobleza, y ésta exigía un control sobre la
política de la monarquía. La aristocracia se negó a enajenar privilegios
económicos sin obtener derechos políticos sobre la dirección del Estado
monárquico.
A partir de la regencia, hubo en general una época de expansión económica
con un alza de precios, una prosperidad agrícola y una recuperación
demográfica. La agricultura continuaba siendo la más importante producción,
las manufacturas y el comercio registraron avances. La industria francesa
aumentó. El progreso del comercio fue mucho más rápido. El monopolio
aristocrático del aparato del Estado, hizo disminuir la venta de cargos. En este
siglo XVIII el absolutismo se inclinó hacia los empréstitos públicos.
La disminución simultánea del ascenso de los plebeyos al Estado feudal y el
desarrollo de una economía comercial al margen de éste, emanciparon a la
burguesía de su dependencia subalterna del absolutismo: la monarquía se
mostró incapaz de proteger los intereses burgueses, cuando incluso coincidían
nominalmente con los del absolutismo. Los costos de la intervención
borbónica en la guerra de la Independencia de EE.UU fueron los que
provocaron la definitiva crisis fiscal del absolutismo francés en el interior. En
1778 la deuda del Estado era tan grande, y el déficit presupuestario tan agudo
que los últimos ministros de Luis XVI, decidieron imponer contribución sobre
la tierra a la nobleza y al clero. Los parlamentos se resistieron, la monarquía
decretó su disolución, después los restableció.
La reacción aristocrática contra el absolutismo se transformó en una
revolución burguesa que lo derribó (1789).

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