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UNIDAD 2: LA PERSONA, UNA MIRADA HACIA EL INTERIOR

Objetivo de la unidad: Valorar a la persona humana como un sujeto capaz de


conocer la verdad y el bien, en libertad y el amor

SEMANA 6: La inteligencia humana y el conocimiento de la verdad.


Todo hombre por naturaleza desea saber
Aristóteles.

Aprendizajes esperados:

- Reflexionar sobre la capacidad de la persona humana para conocer la verdad

- Analizar las características del conocimiento humano.

Conceptos claves: inteligencia - verdad - conocimiento - realidad.

1. Las facultades superiores humanas

En la primera unidad iniciamos nuestro estudio del ser humano, comprendiéndolo, de la


mano de Aristóteles, como un animal racional, poseedor de un cuerpo y un alma. Además
pudimos descubrir las capacidades o facultades que posee el hombre en su cuerpo, así
como las tendencias o pasiones que mueven su actuar. Pero, como dijimos, el ser humano
no se agota en su cuerpo y lo que puede hacer gracias a él. Debido a la íntima unión
existente entre su corporeidad y su alma, los seres humanos son capaces de mucho más:
pensar, escoger, deliberar, amar, etc. Es este segundo componente, el de su alma y
racionalidad, lo que estudiaremos en esta segunda unidad, intentando descubrir la forma
en que actúan e interactúan estas dos dimensiones que significan, a la vez, la riqueza y
complejidad de las personas. Comenzaremos por estudiar las capacidades o facultades que
posee el hombre en su alma, a saber, la inteligencia y la voluntad.

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2. La inteligencia humana y el conocimiento de la verdad

Si contemplamos la naturaleza, nos daremos cuenta que todos los seres vivos son capaces
de adaptarse, resolver problemas y desenvolverse ante distintas situaciones. Parecería que
todos son, de una manera u otra, inteligentes. Al observar a los animales más desarrollados,
nos percatamos de que tienen habilidades admirables, y que muchas veces somos nosotros
quienes los imitamos a ellos para desarrollar nuestra tecnología o avanzar en distintos
aspectos: el vuelo de los pájaros, los paneles de las abejas, los sistemas de comunicación de
los mamíferos marinos, la organización de las hormigas, etc. Sin embargo, esa capacidad
que poseen, también llamada inteligencia inconsciente, es radicalmente distinta a la
nuestra. En primer lugar la inteligencia de los animales nace de su instinto, no es una
facultad de la cual ellos sean conscientes (de allí su nombre) ni que puedan educar y
desarrollar por sí mismos a lo largo de su vida. Les permite sobrevivir y no extinguirse. En
segundo lugar, la inteligencia que poseen los animales es de carácter eminentemente
práctica, está orientada puramente al obrar, sin que haya detrás de ella un carácter
reflexivo. En cambio, nuestra inteligencia apunta a algo mucho más elevado, por encima de
la mera supervivencia, es decir, el conocimiento de la verdad.

En la primera unidad estudiamos que las facultades corpóreas tenían un objeto propio. Así,
el objeto propio del oído son los sonidos; del tacto, las texturas, etc. La inteligencia humana
también posee un objeto sobre el cual se centra toda su actividad: la verdad. Es probable
que esto te suene un poco extraño. En la sociedad actual posee mucha fuerza e influencia
una corriente filosófica llamada relativismo, que sostiene que no existe la verdad y que, si
existiera, no sería posible que los seres humanos la conocieran; y que, por lo tanto, lo único
que hay son simples opiniones, sin que sea más válida una que la otra.

¿Es posible sostener entonces que el ser humano puede conocer la verdad? Cuando
hablamos de “la verdad”, es posible que pensemos en las grandes verdades que entrañan
misterios para la mente humana, como son el origen del universo y el hombre, la existencia
de Dios, las causas profundas de un cambio en la humanidad, etc. Sin embargo, siguiendo

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la filosofía aristotélica, nos daremos cuenta que el asunto es más simple de lo que parece.
Supongamos que en este momento te encuentras sentado leyendo este texto. Si yo digo “el
alumno se encuentra sentado leyendo el texto de Antropología” estarás de acuerdo de que
se trata de una verdad. Todos los días, a cada minuto, decimos múltiples verdades. Pero
surge aquí una pregunta fundamental: ¿qué es la verdad? Una verdad es simplemente una
aseveración que describe adecuadamente la realidad. Si alguien dice “Duoc UC es una
institución de educación superior”, está describiendo adecuadamente la realidad, y esa
afirmación constituye una verdad. Vemos, entonces, que conocer las verdades de la
realidad no es algo imposible; muy por el contrario, lo hacemos constantemente y
cualquiera puede llevar a cabo tal obra. Si no pudiésemos conocer verdaderamente,
habríamos desaparecido como especie hace mucho tiempo, pues nos sería imposible
distinguir, por ejemplo, los alimentos dañinos de los que son beneficiosos o, como veremos
más adelante, comunicarnos entre nosotros de la manera en que lo hacemos. Así entonces,
podemos decir que la inteligencia tiene como función propia el conocer, y como objeto
propio el conocimiento verdadero.

3. Las características del conocimiento humano

Puesto que el hombre es capaz de conocer la verdad, es necesario profundizar en cómo es


el conocimiento humano.

En clases anteriores1, al hablar de los sentidos externos e internos, afirmamos que estos
actúan de manera conjunta, formando lo que se denomina conocimiento sensible, punto de
partida de todo conocimiento humano, y que posteriormente, y en un grado superior, pasa
a ser parte fundamental del conocimiento intelectual, que es el conocimiento en sentido
más propio y perfecto. Este es el que estudiaremos a continuación.

En primer lugar diremos que el conocimiento que poseen y adquieren los seres humanos es
abstracto. Abstraer significa, literalmente, “poner aparte” o “separar”. Cuando conocemos,

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Esto lo estudiamos en uno de los apartados de la clase de la semana 2.

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lo que hacemos es captar los rasgos más importantes o esenciales de las cosas y guardarlos
en nuestra inteligencia. Así, lo que hacemos es separar mentalmente las cualidades
esenciales de las cosas. Cuando estoy frente a una manzana, yo capto con mis sentidos el
color rojo, la textura suave del exterior y el dulzor del sabor. Pero esa información que nos
entregan los sentidos queda “abstraída”, “separada” de la cosa y puedo llevar conmigo esa
información sin tener que llevarme el objeto. Así, si alguien me pregunta por el sabor de las
manzanas, puedo describirlo y explicarlo sin necesidad de estar comiendo una. Esto es
posible precisamente porque el conocimiento humano es abstracto, lo que me permite
almacenar, recordar y reflexionar sobre lo conocido. Si pudiera comunicarme con los
caballos, y le preguntara a uno de ellos por el sabor del pasto que comió ayer, el animal no
podría explicarlo, porque su conocimiento es fundamentalmente práctico. Su acción de
conocer se agota en la percepción sensorial y el uso de lo aprendido para sobrevivir, pero
no podría reflexionar sobre ese conocimiento, puesto que no es abstracto. Podemos decir
entonces que el perro o el caballo saben, pero no saben que saben.

En segundo lugar, diremos que el conocimiento humano es inmaterial. Hemos dicho


anteriormente que el alma humana es inmaterial y que la capacidad de pensar,
“residiendo”, por así decirlo, en el alma, es también inmaterial. Si quien conoce (el alma) es
inmaterial, y la capacidad que conoce (la inteligencia) es inmaterial, será también inmaterial
el resultado de dicha operación, a saber, el conocimiento. Para darnos cuenta de que esto
es así basta con hacer un simple ejercicio: piensa en lo que almorzaste o desayunaste ayer.
Piensa en su sabor, textura, consistencia, etc. Ahora intenta darle esa comida a alguien.
Ciertamente no puedes, porque ese conocimiento que tienes de tu comida de ayer no es
material, sino que, al estar abstraído o separado de la realidad material, se transforma en
un conocimiento inmaterial. Es esta cualidad del conocimiento la que nos permite
almacenar en nuestra mente una ilimitada cantidad de objetos y situaciones conocidas.

En tercer lugar, diremos que el conocimiento es universal. Para comprender esta


característica, debemos primero entender el proceso mediante el cual conocemos. El
proceso del conocimiento comienza con la percepción sensorial. Sigamos el ejemplo de la

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manzana: lo primero que sucede es que mis sentidos captan las cualidades de la manzana;
el rojo, la suavidad, la dulzura, etc. Luego, el sensorio o sentido común unifica toda esa
información, lo que nos permite percatarnos de que estamos frente a una manzana. Es en
este momento que nuestra inteligencia “abstrae” las cualidades más importantes o
esenciales que me permiten formar un concepto o idea de “manzana” en mi inteligencia.
Cuando comparo ese concepto o idea con la manzana que tengo frente a mí y soy capaz de
dar una definición de la manzana (fruto del manzano, comestible, de color verde, amarillo
o rojo, con forma redondeada y algo hundida por los extremos, de piel suave y sabor dulce
o ácido, y semillas en forma de pepitas encerradas en una cápsula interna) puedo decir con
confianza que mi concepto o idea mental es un conocimiento verdadero sobre la manzana.
Pues bien, vemos que el resultado del proceso de conocer es un concepto. Ese concepto,
siendo una abstracción y de carácter inmaterial, es también universal. ¿Qué quiere decir
esto? Los conceptos que obtenemos de la experiencia de conocer, se aplican a todos los
casos que se nos presentan a la inteligencia. Dicho de otro modo, el concepto o idea de
manzana que yo poseo se aplica a todas las manzanas. Cada vez que percibo unidos el fruto
del manzano, con el color rojo, verde o amarillo; la suavidad de la piel; la redondez hundida
por los extremos; las semillas en forma de pepitas encerradas en una cápsula y el sabor
dulce o ácido; puedo saber con certeza verdadera que se trata de una manzana. Lo mismo
sucede con todas las cosas que conocemos. Cada vez que percibo un mamífero equino,
cuadrúpedo, de tamaño mediano o grande y orejas pequeñas, que corre y que puede ser
montado, entiendo que se trata de un caballo, pues ese es el concepto que poseo en mi
inteligencia, y que se aplica a todos los casos que caen bajo esa definición. Pero además
este concepto es válido no sólo para mí, sino para cualquier otro ser humano racional que
pueda acceder a ese conocimiento. El concepto de manzana o de caballo es así asequible a
todos los seres humanos, independientemente de su edad, sexo, nacionalidad, idioma,
cultura o religión.

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