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del mundo y de su relación trascendental con el concepto o experiencia que cada quien tenga
de Dios. Es el hombre el único ser capaz de hacer historia y de forjar la historia, de estar
Por eso nuestra historia debe ser una historia de salvación. Y desde ella predicar la buena nueva
en el presente. Sólo así, nuestros discursos tendrán ese sabor teológico, porque serán en y
desde la historia.
no de conocimiento teológico para poder interpretar y traducir a cada situación el discurso que
Dios quiere dar a los hombres. Dios en la historia convierte a la historia en camino de salvación.
Por ello, es clave que en el pensamiento teológico actual redunde el concepto de que la
fuente de la teología es el mismo Dios hablando y salvando. Pero ¿Cómo hacer una
de la historia que es narrada por los vencedores? ¿Acaso no debemos hacer como el pueblo de
Israel, que supo interpretar no solo sus victorias, que le hacían consolidarse más en su elección,
sino también sus derrotas, que le recordaban sus infidelidades? ¿Han sido todos los pueblos
capaces de tener esa visión histórica salvífica de su propia historia? con estas preguntas, estos
Pero quiero quedarme con la siguiente sarta de preguntas para así poder mitigar un
poco mis inquietudes más que filosóficas, teológicas. ¿Estamos dando un sentido histórico-
salvífico a los avatares de nuestra historia? ¿Es causa de nuestro caminar a tientas, la
individualidad relativa a un Dios la que nos hace no mirar nuestro devenir histórico-salvífico con
la objetividad de lo que sigue siendo la Iglesia: el nuevo pueblo de Dios? Porque si la historia
tiene un sentido, y ese sentido es Cristo mismo, alfa y omega, principio y fin, entonces ¿Por qué
siguen siendo nuestros discursos, muy bellos por cierto, hilazas sueltas del entramado de la
historia? ¿Cuándo se convierte Cristo en ese sentido salvífico que debe ser vivido en esperanza?
Ahora bien, la teología de la historia del pueblo de Israel está contenida en las Sagradas
importante no solo para los creyentes, es su historia vista desde claves que le dan una
sonoridad salvífica. Increíblemente Israel así se convierte en un pedagogo universal que puede
conducir a cualquier pueblo a contemplar su propia historia como momento salvífico. Por ello la
Iglesia, nuevo pueblo de Dios, nuevo Israel, como luz de las naciones, ha de conducir, como ese
pedagogo universal, a todos los pueblos en los que se encuentra como pueblo trashumante
hacia la patria celestial por los caminos históricos-salvíficos por los que la humanidad
deambula.
Ya en el Concilio Vaticano II, en la constitución sobre la Iglesia Lumen Gentium, se dio
una visión sobre la noción de la Iglesia como “pueblo de Dios”. Y aunque ninguna figura puede
definir la naturaleza de la Iglesia y ninguna imagen agota lo que en sí misma es, la imagen
bíblica del “pueblo de Dios” es aunque simple, bastante fundamental para la eclesiología
propuesta por el Vaticano II. Esta interpretación no es meramente sociológica, es una idea que
terrena del misterio de la Iglesia. Por tanto la Iglesia se encuentra dentro de la historia, se
realiza dentro de las dimensiones espacio-temporales, por tanto es mutable, aun cuando su
esencia es inmutable.
Así mismo, la Iglesia encarnada en la historia, hace las veces de quien es sacramento,
como Cristo lo hizo, siendo sacramento del Padre. Por ello la visión de una Iglesia dentro de las
realidades terrenas, es una visión dinámica de la acción de Dios en la historia. Así, la Iglesia
como pueblo sigue siendo una realidad en desarrollo lanzada hacia la eternidad y que como
Cristo resucitado, debe ascender llevando consigo a los que antes eran cautivos (Ef 4, 7-9).
aquí se puede entender con mayor claridad que existe una relación íntima entre lo que es su
misión y las formulación principal de este ensayo ¿Sigue siendo la iglesia y su historia, historia
mundo. Basta ver tantos acontecimientos gloriosos, otros no tanto, y otros oscuros de la Iglesia
y reconocer en ellos cómo todo ha acontecido para el bien de los que aman al Señor (Rom 8,
28). Dios sigue aconteciendo, no solo en la Iglesia, acontece en el devenir histórico de cada
hombre. Lo curioso en todo es que, como reacción en cadena, todo acontecer aunque personal
tiene que ver con el acontecer humano y todo acontecer humano afecta lo personal.
Quien ignora la historia está condenado a repetirla y quien ignora su propia historia de
salvación está condenado a no contemplar con visión beatífica a un Dios actuante. He aquí la
misión de la Iglesia como “Sacramento de salvación”. Un sacramento que muestra, que revela,
pero también un sacramento que abre los ojos, que capacita y que suministra, como colirio, la
verdad que abre los ojos de la humanidad a la Verdad que es Cristo, sentido último de toda
historia.