You are on page 1of 4

Universitaria agustiniana

Actualización Teológica “La Iglesia en la historia”


Álvaro Martínez Martínez
Abril 29 de 2014

¿Sigue siendo la Iglesia y su historia, historia de la salvación?

En el campo de la teología es importante la filosofía a partir de nuevas preguntas. Los

nuevos cuestionamientos que sigan suscitando en el hombre la búsqueda de sentido, de su ser,

del mundo y de su relación trascendental con el concepto o experiencia que cada quien tenga

de Dios. Es el hombre el único ser capaz de hacer historia y de forjar la historia, de estar

imbuido en un eterno presente y de catapultarse desde su pasado hacia un horizonte futuro.

Por eso nuestra historia debe ser una historia de salvación. Y desde ella predicar la buena nueva

en el presente. Sólo así, nuestros discursos tendrán ese sabor teológico, porque serán en y

desde la historia.

Es necesario, entonces, tener un vasto campo y un mar extenso no solo de recorrido, si

no de conocimiento teológico para poder interpretar y traducir a cada situación el discurso que

Dios quiere dar a los hombres. Dios en la historia convierte a la historia en camino de salvación.

Solo así nuestros discursos teológicos tendrán algo de compromiso vital

Por ello, es clave que en el pensamiento teológico actual redunde el concepto de que la

fuente de la teología es el mismo Dios hablando y salvando. Pero ¿Cómo hacer una

interpretación objetiva de la historia de la salvación, alejada de las interpretaciones subjetivas

de la historia que es narrada por los vencedores? ¿Acaso no debemos hacer como el pueblo de

Israel, que supo interpretar no solo sus victorias, que le hacían consolidarse más en su elección,
sino también sus derrotas, que le recordaban sus infidelidades? ¿Han sido todos los pueblos

capaces de tener esa visión histórica salvífica de su propia historia? con estas preguntas, estos

cuestionamientos, afirmo lo dicho antes, que en el campo de la teología es importante la

filosofía a partir de nuevas preguntas.

Pero quiero quedarme con la siguiente sarta de preguntas para así poder mitigar un

poco mis inquietudes más que filosóficas, teológicas. ¿Estamos dando un sentido histórico-

salvífico a los avatares de nuestra historia? ¿Es causa de nuestro caminar a tientas, la

individualidad relativa a un Dios la que nos hace no mirar nuestro devenir histórico-salvífico con

la objetividad de lo que sigue siendo la Iglesia: el nuevo pueblo de Dios? Porque si la historia

tiene un sentido, y ese sentido es Cristo mismo, alfa y omega, principio y fin, entonces ¿Por qué

siguen siendo nuestros discursos, muy bellos por cierto, hilazas sueltas del entramado de la

historia? ¿Cuándo se convierte Cristo en ese sentido salvífico que debe ser vivido en esperanza?

Ahora bien, la teología de la historia del pueblo de Israel está contenida en las Sagradas

Escrituras. Lo que de Israel nos interesa no es su historia crónicamente narrada, lo que de él es

importante no solo para los creyentes, es su historia vista desde claves que le dan una

sonoridad salvífica. Increíblemente Israel así se convierte en un pedagogo universal que puede

conducir a cualquier pueblo a contemplar su propia historia como momento salvífico. Por ello la

Iglesia, nuevo pueblo de Dios, nuevo Israel, como luz de las naciones, ha de conducir, como ese

pedagogo universal, a todos los pueblos en los que se encuentra como pueblo trashumante

hacia la patria celestial por los caminos históricos-salvíficos por los que la humanidad

deambula.
Ya en el Concilio Vaticano II, en la constitución sobre la Iglesia Lumen Gentium, se dio

una visión sobre la noción de la Iglesia como “pueblo de Dios”. Y aunque ninguna figura puede

definir la naturaleza de la Iglesia y ninguna imagen agota lo que en sí misma es, la imagen

bíblica del “pueblo de Dios” es aunque simple, bastante fundamental para la eclesiología

propuesta por el Vaticano II. Esta interpretación no es meramente sociológica, es una idea que

remonta a la elección y llamada, a la alianza, a la consagración, a la promesa. En el Concilio no

se da una mirada meramente corporativa mística de la Iglesia, sino como la manifestación

terrena del misterio de la Iglesia. Por tanto la Iglesia se encuentra dentro de la historia, se

realiza dentro de las dimensiones espacio-temporales, por tanto es mutable, aun cuando su

esencia es inmutable.

Así mismo, la Iglesia encarnada en la historia, hace las veces de quien es sacramento,

como Cristo lo hizo, siendo sacramento del Padre. Por ello la visión de una Iglesia dentro de las

realidades terrenas, es una visión dinámica de la acción de Dios en la historia. Así, la Iglesia

como pueblo sigue siendo una realidad en desarrollo lanzada hacia la eternidad y que como

Cristo resucitado, debe ascender llevando consigo a los que antes eran cautivos (Ef 4, 7-9).

Ahora bien, si la Iglesia es como lo afirma el concilio, “sacramento de salvación”, desde

aquí se puede entender con mayor claridad que existe una relación íntima entre lo que es su

misión y las formulación principal de este ensayo ¿Sigue siendo la iglesia y su historia, historia

de la salvación? Porque la historia de la Iglesia, aunque muchas veces consignada de manera

cronológica es una metahistoria cuando se le contempla como un quehacer de Dios en el

mundo. Basta ver tantos acontecimientos gloriosos, otros no tanto, y otros oscuros de la Iglesia

y reconocer en ellos cómo todo ha acontecido para el bien de los que aman al Señor (Rom 8,
28). Dios sigue aconteciendo, no solo en la Iglesia, acontece en el devenir histórico de cada

hombre. Lo curioso en todo es que, como reacción en cadena, todo acontecer aunque personal

tiene que ver con el acontecer humano y todo acontecer humano afecta lo personal.

Quien ignora la historia está condenado a repetirla y quien ignora su propia historia de

salvación está condenado a no contemplar con visión beatífica a un Dios actuante. He aquí la

misión de la Iglesia como “Sacramento de salvación”. Un sacramento que muestra, que revela,

pero también un sacramento que abre los ojos, que capacita y que suministra, como colirio, la

verdad que abre los ojos de la humanidad a la Verdad que es Cristo, sentido último de toda

historia.

You might also like