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INTRODUCCIÓN
El siglo XXI, por su parte, ha traído al mundo académico otros ámbitos posibles
para el estudio de la interminable relación entre autores antiguos y modernos. Nos
referimos, básicamente, al ámbito de las “Recepciones clásicas”, tan en boga, sobre
todo, dentro del mundo anglosajón. Las “Recepciones clásicas” han aportado una
nueva perspectiva a nuestros estudios, no sólo posibles ya a partir de su transcurso
desde el pasado al presente, sino desde el presente al pasado. De igual forma que se
puede estudiar, pongamos por caso, la “influencia de Virgilio en Fray Luis de León”,
es posible abordar ahora, sin mayores complejos, la manera en que Borges elige a
Virgilio como su precursor literario, no muy distinta, por cierto, a la forma en que
Dante hizo lo propio con el mismo poeta latino.
INTRODUCCIÓN
Friedrich August Wolf fue acaso el primer filólogo en dejar claro que una obra
literaria es también la historia de su texto. Sus Prolegomena ad Homerum, publicados
a finales del siglo XVIII, supusieron un antes y un después en la consideración de la
obra de Homero. ¿Quién era Homero? Tal cuestión es clave, pues, hasta la Ciencia
nueva de Vico, rescatada por Wolf, Homero era un poeta en cierta forma marginado
por Virgilio durante la llamada “Batalla de los antiguos y los modernos”. Con Wolf
comienza la “cuestión homérica” y la idea romántica de que los textos de la Iliada y
la Odisea son mucho más que la mera obra de un autor. Dos cuentos de Borges, “El
inmortal” y “El hacedor”, recrean esta multiplicidad homérica. En el primero,
encontramos la fusión entre Homero y el Judío Errante, mientras el segundo no deja
de ser una “vida imaginaria”, a la manera de lo que hizo Marcel Schwob con Lucecio
y Petronio. La filología, por tanto, alimenta la literatura.
Diseminada, por tanto, la idea del autor personal, la idea de épica popular, ligada al
incipiente siglo XIX, comienza a abrirse camino. El mismo J.W. Goethe intenta
llevar a cabo un interesante experimento literario con su obra Hermann y Dorotea,
donde se propone crear un nuevo género, el de la épica popular o burguesa. Su obra
está escrita en hexámetros y supone un intento de cantar lo cotidiano frente al caos
del mundo. La Iliada, con su cólera de Aquiles o el episodio de Príamo cuando acude
a rogar a Aquiles que le devuelva el cadáver de su hijo, y que George Steiner
considera como la escena que funda el humanismo, suponen aspectos que se han
asentado como paradigmas atemporales para la literatura occidental. Simone Weil,
en una Francia asediada por el nazismo, nos recuerda en “La Iliada o el poema de la
fuerza” cómo la brutalidad reduce a las personas a la categoría de meras cosas.
La Iliada sabe recoger la miseria y la grandeza humanas, acaso como las terribles
caras de una misma moneda.
VIRGILIO y su Eneida
Acerca de la lectura moderna de Virgilio queremos centrarnos en los años ochenta del
siglo XX, dado que las manifestaciones de tal lectura durante aquella época resultan
claramente significativas para caracterizar un momento cultural concreto. Como ya
venimos estudiando a este respecto, la lectura que de Virgilio se llevó a cabo durante
aquella época “prodigiosa”, coincidente con la celebración del segundo bimilenario de
la muerte del poeta en 1981, encontró en algunos autores referentes ineludibles.
Hermann Broch, en su novela titulada La muerte de Virgilio, cuya versión española
reapareció en 1979, marcó el inicio de una particular visión del poeta frente al poder
de Augusto y ante el mismo final de la vida.
Por su parte, el libro de García Calvo dedicado al poeta, publicado en la editorial
Júcar en 1976, también supuso un hito dentro de España, dada la novedosa
interpretación de un Virgilio maltrecho por la propia enfermedad de la poesía, Por
otra parte, las traducciones rítmicas, que creaban la ilusión de estar leyendo al
propio poeta, marcaron un nuevo rumbo en la historia de la traducción del poeta,
que desde Eugenio de Ochoa, en el siglo XIX, había venido traduciéndose
preferentemente en prosa.
Más allá de los héroes, Ovidio nos ofrece una épica bien distinta a la que hemos
venido viendo con las obras anteriores. Las Metamorfosis presentan uno de los
panoramas mitológicos más completos y, al mismo tiempo, diversos, de la
Antigüedad. No es posible hablar de las Metamorfosis sin antes referirnos a Ovidio
como persona y como poeta. Vamos a aprovechar para ello un power point que lleva
por titulo "Ovidio y sus imágenes", y que puede verse en uno de los enlaces que
hemos añadido a este tema. Asimismo, este power point se complementa de una
versión con los textos y los comentarios a tales textos que debeis leer
cuidadosamente.
Ovidio es uno de los poetas más originales que ha dado la literatura latina. Su vida
es, asimismo, tan importante como su propia obra. El exilio sufrido por Ovidio en el
Mar Negro ha inspirado poderosamente a los modernos escritores y poetas. Por ello,
es interesante establecer una correlación entre su VIDA y su OBRA. Su obra puede
dividirse entre las obras propiamente amorosas, las Metamorfosis y los libros
publicados luego durante su triste exilio.
No exageramos si decimos que las dos obras que más han inspirado el arte de todos
los tiempos son la Biblia y la Metamorfosis. La primera, naturalmente, para los
temas religiosos, y la segunda para los asuntos paganos. Me llamó mucho la atención,
cuando visité el Museo Calsberg en Copenhague que, nada más entrar, los visitantes
pudieran consultar ejemplares de la obra de Ovidio, como el que podéis ver en la
fotografía.
En realidad, podemos considerar que las Metamorfosis, con su mútiple y sistemática
recopilación de mitos, es un "vademecum" para cualquier persona que quiera
interpretar los temas de la pintura antigua y moderna.
Lauro de Bosis es un poeta italiano menos conocido que T.S. Eliot, pero no menos
notable. Su tragedia Ícaro, publicada como manifiesto de libertad frente a la
dictatura de Mussolini, recurre a otro gran mito ovidiano: el frustrado vuelo de
Ícaro. En la tragedia de Bosis no aparece, sin embargo, Dédalo, el padre de Ícaro y
constructor de las alas de cera que supondrán la libertad y, al mismo, tiempo, la
muerte de su hijo. En este caso, Ícaro está sólo y la construcción de las alas alcanza
la dimensión metafórica de un poema.
Italo Calvino, a quien ya hemos leído en este mismo tema con ocasión de la Odisea,
también dedicad un bello ensayo a las Metamorfosis de Ovidio. Conviene en este
momento que reflexionemos un poco acerca de la idea de clásico que tiene Calvino y
que, en especial, pensemos en el hecho de que elija la Odisea y las Metamorfosis fente
a la Iliada y la Eneida.
El siguiente vídeo puede daros algunos argumentos para la reflexión.
http://tv.unir.net/videos/1155/0/Mundo-clasico-y-posmodernidad
Antonio Tabucchi escribe a finales del siglo XX un libro singular, Sueños de sueños,
desde la clave de las vidas imaginarias de Marcel Schwob. Desde el punto de vista de
la dualidad antes planteada entre vida y obra, ahora Ovidio se nos presenta como
parte de una de las metamorfosis descritas por él: la transformació en una gigantesca
mariposa. La Metamorfosis de Kafka y el poema "Albatros" de Baudelaire se
fusionan en este relato onírico y visionario, con el que terminaremos nuestro repaso
por el mundo ovidiano del siglo XX.
INTRODUCCIÓN
Este nuevo tema nos permitirá adentrarnos en la poesía lírica, bucólica, elegiaca y
epigramática. Horacio, con sus Odas y Epodos, nos permitirá pensar en una forma
idealizada de clasicismo, dentro del mundo moderno, que vino a llamarse
“horacianismo”. De Menéndez Pelayo y su Horacio en España hasta el heterónimo
de Pessoa llamado Ricardo Reis, que pone el broche final a la Oda como forma
poética (así lo propuso mi colega Juan Luis Conde), asistiremos a la configuración de
una forma de poesía pretendidamente atemporal y antirromántica. Las Bucólicas de
Virgilio, cuya primera composición aprendieron de memoria generaciones de
escritores (dice Ernst Robert Curtius que hasta Goethe, si bien podemos extendernos
hasta el propio Borges), nos llevará a la preciosa lectura que de esta obra hace, a
comienzos del siglo XX, el escritor portugués José María Eça de Queiroz en su obra
póstuma, titulada La ciudad y las sierras. Eça de Queiroz supera la estética
decadente y convierte a Virgilio en su “clásico cotidiano”. La elegía, que en este caso
centraremos en torno a los poetas Propercio y Tibulo, nos llevarán a la configuración
de los ciclos amorosos, desde la fascinación a la muerte. Julen Benda y Marcel Proust
serán perfectos lectores de la “locura” que a veces supone el enamoramiento. Por su
parte, la poesía epigramática nos llevará a la consideración de la brevedad y la
concisión en la literatura, desde Arquíloco a Marcial, pasando por la Antología
Palatina y Catulo, aunque, eso sí, vistos desde lecturas contemporáneas. Hay un
delicioso ensayo de Fernando Savater, titulado “El escudo de Arquíloco”, que nos
permitirá leer uno de los epigramas clave del poeta griego. La Antología Palatina es
una invitación a revisar la poesía y la prosa de la poeta Hilda Doolitle, amiga de
Ezra Pound, que ofrece una peculiar mirada psicoanalítica hacia algunos de los
antiguos autores, como Hédila y Hédilo. Por su parte, quisiéramos mirar la obra del
poeta Marcial desde las nuevas formas de epigrama que ensaya José Carlos Llop.
Catulo, finalmente, nos permitirá leer una vida imaginaria de Marcel Schwob
(“Clodia, matrona impúdica”) y la curiosa traducción biográfica que de sus poemas
llevó a cabo el profesor y poeta Bernardo Clariana (recientemente estudiado por
Carlos Mariscal de Gante).
Si bien la bibliofilia, o el amor por los libros bellos, está íntimamente unida al gusto
por los clásicos, el poema de Menéndez Pelayo se caracteriza por rendir homenaje a
una pobre edición de Horacio, sublimando, de esta forma, el profundo amor al libro y
al contenido que éste encierra, asunto sobre el que versa el resto del poema, y que no
es otro que el propio mundo poético horaciano.
Sobre Fernando Pessoa y el fin de la oda como género debéis leer el artículo de Juan
Luis Conde que se adjunta en este mismo tema.
Y ahora nos vamos al tratamiento que Lorca hace del tópico horaciano del Carpe
diem.
Las rosas. Resulta de gran interés que nuestro conocimiento positivo de que la
guirnalda esté compuesta de rosas provenga tan sólo del título del soneto; sin
embargo, aunque hubiera sido elidido el nombre de la flor en cuestión, el propio
contexto que nos sugiere la brevedad del tiempo y el amor nos haría pensar en esta
flor, dado que somos herederos de una tradición cultural muy bien asentada. El
arraigo de esta asociación entre las rosas y el tiempo quedó perfectamente acuñado,
como ha señalado Ángel Crespo en un sorprendente ensayo, en la poesía romana
clásica y tardía:
Lorca se sitúa con plena conciencia de lo que hace ante uno de los tópicos más
conocidos y arraigados de la tradición poética occidental y, es más, no lo oculta. No
obstante, debemos tener claro que el tópico no es aquí una mera “fuente” que
debamos rastrear, sino un elemento completamente actualizado, en absoluta
sincronía con el mundo lorquiano. Se trata de “la tradición al servicio de la pasión”,
en feliz expresión de Andrés Soria Olmedo (Soria Olmedo 2004: 396), que nos lleva
desde la “guirnalda de rosas” a la “guirnalda de melancolía”, en otro de los sonetos
(“A Mercedes en su vuelo”). Sorprende que, a través de la imagen de la guirnalda, los
amantes terminen de una manera sutil encarnando las propias rosas, al quedar
también ellos “unidos, enlazados”, algo a lo que contribuye decididamente el color
rojo de la sangre, evocada en el verso precedente (“bebe en muslo de miel sangre
vertida”). Ellos, los amantes, son también bellos y efímeros como las rosas. A la
sorpresa de esta imagen nada le obsta el hecho de que en el poema atribuido a
Ausonio ya se hubiera comparado las flores con las jóvenes. Podemos leerlo en la
versión que Herrera hizo del texto latino en su comentario al soneto XXIII de
Garcilaso (las cursivas son mías):
Los imperativos: carpe, collige, “goza”, “coge”. A la manera de lo que propone T.S.
Eliot (1951: 15), deberíamos cambiar nuestra perspectiva del soneto lorquiano frente
a los posibles poemas que lo preceden en el tiempo. Lorca viene a modificar y
enriquecer el “sistema literario” que han configurado los diferentes poemas previos,
que ahora dialogan con él más allá de las cronologías: tales poemas se convierten en
los precursores del soneto lorquiano, y adquieren un realce nuevo gracias a que el
soneto los presupone y, al mismo tiempo, recrea. En este sentido, resulta interesante
observar el papel fundamental que desempeñan los verbos en modo imperativo que
la voz del poeta utiliza para interpelar a una suerte de “tú testaferro”. En este
sentido, no podemos menos que partir del poema de Horacio, que leeremos en la
versión de uno de los traductores de la época de Lorca, Bonifacio Chamorro (una vez
más, realzo con cursivas los aspectos pertinentes):
“A Leuconoe”
El verso gongorino “goza cuello, cabello, labio y frente” se nos viene a la mente al
recitar el de Lorca, dada la coincidencia del verbo “gozar”; sin embargo, al tiempo
que reconocemos un verso en otro, también observamos cómo gracias a esta
coincidencia aparecen notables diferencias. En Góngora encontramos la enumeración
de diferentes partes anatómicas de la joven (“cuello, cabello, labio y frente”),
mientras en Lorca el verbo aparece seguido por una singular imagen (“el fresco
paisaje de mi herida”), referida al mismo cuerpo del poeta, en lo que no deja de ser
una audaz imagen propia ya de la poesía vanguardista contemporánea a Lorca[2]. Al
imperativo “goza” utilizado por Lorca luego le siguen otros dos: “quiebra” y “bebe”,
no menos audaces. Curiosamente, Lorca recoge en su expresión tanto la audacia
expresiva (“goza el fresco paisaje”) que también encontramos en Horacio (el
verbo carpo [“arrancar”] determina semánticamente que el objeto directo sea un
fruto tangible, pero lo que tenemos es diem) como el recuerdo de las rosas (collige
virgo rosas), que Lorca nos sugiere justamente en el color rojo que nos evoca la
palabra “herida”.
Estos tres rasgos, las rosas, los imperativos y el tiempo, bastarían para apreciar
mínimamente la maestría de Lorca a la hora de recrear la tradición con notable
originalidad. A pesar de estas evidencias, hay otros elementos más sutiles. Por ello,
queremos añadir un rasgo estilístico que puede pasar imperceptible y que, esta vez,
nos llevaría a la poesía del propio Virgilio:
contemplando
tan callando,
da dolor;
Para nuestra sorpresa, entre “mordida” y “dormida” tan sólo hay un cambio de
orden de dos letras, en lo que no deja de sugerirse la evocación de una palabra por
otra, de naturaleza “anagramática”. Este recurso, utilizado ya por el propio Virgilio,
atrajo el interés del lingüista Ferdinand de Saussure a comienzos del siglo XX y de
poetas como nuestro Antonio Machado, que lo desarrollaron con verdadera devoción
(García Jurado 2015). El anagrama y la sorprendente relación que establece entre el
soneto lorquiano y el comienzo de las coplas de Jorge Manrique nos hace pensar,
igualmente, en otra asociación: la palabra “tiempo”. Pasamos, de esta manera, desde
el “cualquiera tiempo pasado / fue mejor” a “el tiempo nos encuentre destrozados”,
en lo que ahora sería una recreación a partir de otro tópico igualmente relacionado
con el del carpe diem: el del ubi sunt.
[2] Otro aspecto interesante sería el análisis de los finales de cada soneto, de una
parte, el gongorino (“en sombra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”), que ha
recibido la atención de Gabriel Laguna 1999: 201, quien observa cómo este final
“falta en las fuentes detectadas”, y, de otra, el lorquiano (“el tiempo nos encuentre
destrozados”), que sería una manera más violenta de expresar la aniquilación.
Tres grandes escritores, uno portugués, otro español y el tercero argentino, lograron
llevar a cabo su propia lectura vital de una composición latina que procedía de sus
tiempos escolares: la primera bucólica de Virgilio. Pero ellos, Eça de Qeiroz,
Machado y Borges, lograron hacer algo más que una mera lectura: convirtieron esta
composición escolar en parte de su vida, de sus recuerdos esenciales. POR
FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
Cada autor persigue unos fines diferentes cuando evoca aquella composición
primigenia, pero todos tienen en común la intensidad vital. De esta forma, Eça de
Queiroz traza para su novela póstuma A cidade e as serras una suerte de Arcadia
portuguesa donde su protagonista, Jacinto, regresa hastiado de París para
reconciliarse con la naturaleza y consigo mismo. Algo de la palingenesia que el
pensador Proudhon vio en la obra de Virgilio subyace, asimismo, en esta obra
salpicada de citas de la primera bucólica y de las Geórgicas. Asistimos a la recreación
de la amistad y el ambiente bucólico, o el canto a la libertad y a los amores tardíos,
así como la fortuna de vivir en la naturaleza. No falta el elogio a la inmediatez y la
recreación de los paisajes a la caída de la tarde (“o doce sosiego crepuscular, que
lentamente se estabelecia sobre valle e monte”). En cualquier caso, este regreso a la
naturaleza tiene también mucho de retorno a los versos del poeta Virgilio, acaso en el
intento de revivir los orígenes en el propio crepúsculo de la vida.
Antonio Machado se empeña, a lo largo de muchos años, en reescribir una cita latina
de esta misma bucólica, precisamente el verso donde uno de los pastores de Virgilio
cuenta que le ha llegado el amor cuando ya, al afeitarse, le cae la barba cada vez más
blanca. Pero Machado insiste en una errata que cambia la correcta forma tondenti
por el acaso más redondo tondendi, sin justificación alguna. El conocimiento de latín
de Machado era precario, a pesar de lo cual sintió siempre una sana admiración por
Virgilio. Así lo vemos en su cuaderno de Los complementarios, que se abre con esa
misma referencia a la edad tardía (ya con la errata de la forma tondendi) tomada de
la primera bucólica, y donde unas páginas más adelante nos ofrece un precioso elogio
de la figura y la obra de Virgilio.
El caso de Borges supone la lectura más elaborada de las tres. Borges aprende,
seguramente de memoria, la primera bucólica en Ginebra, durante su adolescencia.
Desde allí se pueden contemplar los mismos Alpes que se describen al final del poema
virgiliano. Borges se fija en la mágica polisemia del adjetivo lentus (lentus in umbra),
que en latín significa “flexible”. Comienza así uno de los grandes procesos de la
poética borgiana, que llega hasta el “Poema de los dones” (“lento en mi sombra”).
La lectura de la primera bucólica acompañó a Borges a lo largo de toda su vida,
desde las obras juveniles como Fervor de Buenos Aires hasta Los conjurados. Como
ocurre en Eça de Queiroz, Virgilio se convierte en símbolo del latín aprendido
durante la adolescencia, en pura nostalgia.
Ernst Robert Curtius decía que pocas composiciones latinas marcan, como la
primera bucólica de Virgilio, una cadena ininterrumpida que discurre desde el primer
siglo del Imperio hasta la época de Goethe. Con modestia, me atrevo a añadir que
esta cadena puede ampliarse, con eslabones dorados, hasta el mismo Borges.
Para Borges, si tenéis suerte, aún podéis conseguir alguna copia gratuita del trabajo
en este enlace: http://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/14753820.2014.985078
Por cierto su rostro era digno inclusive de que Aquiles muriera por él;
En fin, Albertina no era, como una piedra a cuyo alrededor ha nevado, más que el
centro generador de una inmensa construcción que pasaba por el plano de mi
corazón. Roberto, para quien era invisible toda esta estratificación de sensaciones,
sólo captaba un residuo que, en cambio, no veía yo, porque ella me lo impedía. Lo
que desconcertó a Roberto al ver la fotografía de Albertina no era el pasmo de los
viejos troyanos diciendo al ver pasar a Helena:
sino el asombro exactamente inverso y que hace decir: “¡Y por esto tanta bilis, tanta
pena, tantas locuras!” Hay que confesar que este tipo de reacción al ver a la persona
que ha causado los sufrimientos, destrozado la vida a veces, a veces causado la
muerte de una persona querida es infinitamente más frecuente que la de los viejos
troyanos, y en una palabra, la reacción habitual.” (La fugitiva, pp. 29-30)
Es muy significativo observar cómo los dos últimos versos del soneto de Ronsard
están inspirados precisamente en los versos 35-36 de la elegía citada de Propercio. He
aquí un puente invisible entre Propercio y Proust a través de un digno intermediario:
el poeta de los Sonetos para Helena. Gracias a tales intermediarios, Propercio va
adquiriendo nuevos valores dentro de la literatura moderna y se gana el calificativo,
junto a Catulo, de poeta moderno.
Esta misma sensación de esclavitud es la que vuelve a aparecer en las reflexiones del
protagonista de la Recherche:
Como se hace la víspera de una muerte prematura, hacía yo la cuenta de los placeres
de que me privaba el punto final puesto por Albertina a mi libertad. (La fugitiva, p.
180)
De suerte que, al levantar por última vez los ojos desde fuera a la ventana del cuarto
donde iba a estar al cabo de un momento, me pareció ver el luminoso enrejado que se
iba a cerrar sobre mí y cuyos inflexibles barrotes de oro había forjado yo mismo para
una eterna servidumbre. (La fugitiva, pp. 359-360)
Una vez casada, ya no le importará su independencia y nos estaremos los dos aquí,
tan felices. Claro que esto era renunciar a Venecia. Pero ¡qué pálidas, qué
indiferentes, qué muertas resultan las ciudades más deseadas –y, mucho más aún que
Venecia, la duquesa de Guermantes, el teatro- cuando estamos unidos a otros
corazón por una ligadura tan dolorosa que nos impide separarnos! (La fugitiva, p. 13)
Cabe diferenciar, a este respecto, la situación del varón con respecto a la de la mujer
amada. Mientras el varón se impone a sí mismo no salir de viaje, la amada vive este
hecho más bien como una imposición ajena, bien de carácter moral o como una
verdadera reclusión, consecuencia de la victoria de su amado sobre ella, lo que puede
significar que la amada huya y se libere:
Pero decirle: “Toma nuestro barco, o el tren, y vete un mes a tal país que yo no
conozco, donde no sabré nada de lo que haces”, era cosa que me había tentado a
menudo por la idea de que, lejos de mí y por compasión, me preferiría y estaría
contenta al volver. (La fugitiva, p. 12)
Cuando, ¡oh dolor!, Saint-Loup me dijo también que en aquel salón había oído
cantar a voz en grito en una habitación contigua y que era Albertina quien cantaba,
comprendía con desesperación que Albertina, libre por fin de mí, era feliz. Había
reconquistado su libertad. (La fugitiva, p. 67)
(....)
De igual forma que, como veremos más adelante, hay un vestido inicial para la
amada, también hay un “vestido final” con el que queda prendida su imagen en
nuestra conciencia, como también es posible verlo en la elegía 4,7 de Propercio,
precisamente la que describe la aparición de Cintia tras morir:
Los viajes se enmarcan, finalmente, dentro de una peculiar geografía establecida por
el amor y los celos, de manera que se establecen unos lugares peligrosos para la
tentación frente a otros lugares que resultan castos o seguros:
¿Por qué tantas veces la vía Apia te lleva a Lanuvio? (Prop. 2,32,1-
4)
Propercio identifica estos lugares con zonas de recreo, como Bayas, mientras que en
la Recherche tales emplazamientos, llamados genéricamente “Gomorra”, están por
todas partes:
A pesar de todo, para evitar que se preparara algo a espaldas mías, yo aconsejaba
renunciar aquel día a las Buttes-Chaumont e ir más bien a Saint-Cloud o a otro sitio.
(La prisionera, p. 19)
Y fue precisamente la noche en que Albertina se puso por primera vez el vestido azul
y oro de Fortuny que, evocando Venecia, me hacía sentir más aún lo que sacrificaba
por Albertina sin que ésta me lo agradeciera en absoluto. No había visto nunca
Venecia, pero soñaba continuamente con Venecia, desde aquellas vacaciones de
Pascua que, niño aún, debía haber allí, y, más atrás aún, por los grabados de Tiziano
y las fotografía de Giotto que Swam me dio en Combray. El vestido de Fortuny que
Albertina llevaba aquella noche me parecía como la sombra tentadora de aquella
invisible Venecia. (La prisionera, p. 427)
Los vestidos que utilizan Cintia y Albertine guardan caracteres comunes, como el
hecho de tener nombres propios, vestido de Cos y vestido de Fortuny,
respectivamente. Ambos se convierten, además, en piezas fundamentales de la
historia amorosa, y hacen que el amante termine siendo un custos ornati, figura
sumamente ambigua que hace de él una suerte de árbitro de la moda. Es muy
significativo que Propercio hable del vestido de la amada desde la idea consciente del
viejo tópico de la belleza sin adorno:
La tradición literaria del vestido de la amada tiene para Proust sus antecedentes
inmediatos en la obra de Balzac:
De todos los vestidos o de todas las batas que llevaba madame de Guermantes, los
que parecían responder mejor a una intención determinada, tener un significado
especial, eran esos vestidos pintados por Fortuny según antiguos dibujos de Venecia.
¿Es su carácter histórico, es más bien el hecho de que cada uno es único lo que le da
un carácter tan especial que la actitud de la mujer que lo lleva esperándonos,
hablando con nosotros, toma una importancia excepcional, como si ese traje fuera el
resultado de una larga deliberación y como si esa conversación surgiera de la vida
corriente como una escena de novela? En las de Balzac se ven heroínas que visten a
propósito esta o la otra toilette el día en que tienen que recibir a este o al otro
visitante. Las toilettes de hoy no tienen tanto carácter, excepto los trajes de Fortuny.
(La prisionera, p. 32)
Cabe destacar, sobre todo, la relación que guarda el vestido con la primera imagen
que tenemos de la amada. Propercio hace explícito el motivo en la elegía que dedica
al cumpleaños de Cintia:
(…) después ponte el vestido con el que por vez primera cautivaste
Con este movimiento olvidado, el cuerpo que animó volvió a ser el de aquella
Albertina, ceremoniosa bajo un aire brusco, su novedad prístina, su atractivo de ser
desconocido y hasta su escenario. (La prisionera, p. 206)
El motivo del vestido con el que vimos por vez primera a la amada pasa por Petrarca
y Goethe[3], dos de los autores que revitalizan la tradición de Propercio, y adquiere
en Proust una suerte de posición cumbre cuando queda visto desde la propia
conciencia de una primera impresión:
Como el vestido con que vimos la primera vez a una mujer, me ayudarían a
encontrar de nuevo el amor que tenía entonces, la belleza a la que superpuse tantas
imágenes cada vez menos amadas, para poder recobrar la primera, yo que no soy el
yo que la vio y que debo ceder el sitio al yo que era entonces si ese yo evoca la cosa
que conoció y que mi yo de hoy no conoce.[4]
¡Ah, cuánto vale por sí misma la resplandeciente belleza! (Prop. 2,29b, 1-8)
Por otra parte, no era sólo el mar al atardecer lo que vivía para mí en Albertina, sino
a veces el mar dormido en la arena las noches de la luna. Porque a veces, cuando me
levantaba para ir a buscar un libro al despacho de mi padre, mi amiga, que me había
pedido permiso para echarse en la cama mientras tanto, estaba tan cansada por la
larga excursión de la mañana y de la tarde, al aire libre, que, aunque yo hubiera
pasado sólo un momento fuera de mi cuarto, al volver encontraba a Albertina
dormida y no la despertaba. Tendida cuan larga era, en una actitud de una
naturalidad que no se podía inventar, me parecía como un tallo florido que alguien
dejara allí; (…) (La prisionera, p. 73)
Cabría pensar, al igual que ocurre ante el cuadro de Leighton, hay una suerte de
mitología subliminar que si bien presenta los rasgos suficientes como para que
podamos pensar en una figura mítica como Ariadna. Por lo demás, los deseos
sexuales ante la amada dormida, que hemos encontrado en Propercio, se satisfacen
en la Recherche sin necesidad de que ésta se despierte, al tiempo que sus extremidades
se comparan con ramas inertes[7]:
A veces me hacía gustar un placer menos puro. Para ello no tenía necesidad de
ningún movimiento, extendía mi pierna contra la suya, como una rama que se deja
caer y a la que se imprime de cuando en cuando una ligera oscilación… (La
prisionera, p. 76 )
Pero a este placer de verla dormir, tan dulce como sentirla vivir, le ponía fin otro
placer: el de verla despertarse. Era, en un grado más profundo y más misterioso, el
placer mismo de que viviera en mi casa. (La prisionera, p. 77)
para que yo, mi vida, deje de quejarme de ti, a tu puerta (Prop. 1,8, 24)
Volvía a apostarme ante su puerta, pero ya no se veía luz por la rendija. Albertina
había apagado, se había acostado, y yo seguía allí quieto, esperando no sé qué
oportunidad que no llegaba; y al cabo de mucho tiempo, muerto de frío, volvía a
meterme bajo las mantas y me pasaba llorando todo el resto de la noche. (La
prisionera, p. 119-120)
En La recherche no podía faltar tampoco este motivo, si bien aquí se vuelve más
complejo cuando recordamos que esta negación de Albertine es un eco de otros besos
también negados en la primera parte de la obra:
(…) el miedo pánico que tuve la noche en que Albertina no quiso besarme, la noche
en que oí el ruido de la ventana, aquel miedo no era razonable. (La fugitiva, pp. 13-
14)
4. Celos y preguntas del amante, despecho. Propercio y Proust son dos de los grandes
autores de la literatura universal que mejor han descrito el sentimiento enfermizo de
los celos. El juego entre la verdad y el autoengaño, o la insatisfacción a la hora de
informarse sobre lo que ha hecho la amada, presiden buena parte de las actividades
de nuestros personajes, en especial cuando preguntan a terceros:
al referirme cosas que estimas que yo querría creer? (Prop. 3,6, 1-4)
Uno se aviene a aquel engaño con tal de que se lo digan, otro con tal de que se lo
oculten, sin que ninguno de ellos sea más absurdo que el otro, puesto que, si el
segundo resulta más verdaderamente engañado desde el momento en que le ocultan
la verdad, el primero reclama en esta verdad el alimento, la ampliación, la
renovación de sus sufrimientos. (La prisionera, p. 29)
No duda Proust en comparar los suplicios de los celos con algunas de las tareas
inacabables que encontramos en la mitología:
Los celos, que tienen una venda en los ojos, no sólo son impotentes para ver nada en
las tinieblas que los rodean, son también uno de esos suplicios en los que hay que
recomenzar siempre la tarea, como la de las Danaides, como la de Ixión. (La
prisionera, p. 161)
Tras tantos desvelos y sinsabores, cuando se termina la pasión queda ver a la amada
con ojos serenos, y es entonces cuando llega el despecho:
Este final del amor, que viene acompañado por sentimientos despectivos hacia la
amada (Prop. 3,25), es el que también encontramos al final de las dos grandes
historias de amor de La recherche, la de Swam y Odette, y la del protagonista de la
obra y Albertine.
Una vez muerta, Albertine pasa a ser parte de la conciencia del amado, y es de esa
manera como resucita en él:
Para que la muerte de Albertina hubiera podido suprimir mis sufrimientos, habría
sido preciso que el choque la matara no sólo en Turena, sino en mí. En mí nunca
estuvo tan viva. (La fugitiva, p. 73)
¿Cómo se me apareció muerta, cuando ahora, para pensar en ella, sólo tenía a mi
disposición las mismas imágenes que veía, una u otra, cuando estaba viva? (La
fugitiva, p. 84)
[2] Francisco García Jurado, “El vestido femenino como motivo elegíaco en
Propercio y el Corpus Tibullianum”, CFC (Lat.) 20, 2001, p. 96.
[4] Marcel Proust, En busca del tiempo perdido 7. El tiempo recobrado. Traductora:
Consuelo Bergés, Madrid, Alianza Editorial, 1985, p. 236.
[5] Cf. Stephan F. Schröder, Museo Nacional del Prado. Católogo de la Escultura
Clásica. Volumen II. Escultura mitológica, Madrid, Museo del Prado, 2004, p. 395.
[6] Richard Aste et alii, La bella durmiente. Pintura victoriana del Museo de
Arte de Ponce, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2009, p. 54: “El tema de la
somnolencia, especialmente cuando se expresa con figuras femennas dormidas, fue
un importante leitmotiv en la pintura inglesa de finales del siglo XIX alineada con el
Esteticismo, y estaba cargado de alusiones a la muerte, al inconsciente y a un sentido
de alejamiento de la experiencia temporal.”
El poeta Ezra Pound compuso uno de los poemas más breves y famosos a propósito
de Safo. Se titula, “Papyrus” y es como sigue:
Spring . . . . . . .
Too long . . . . . .
Gongula . . . . . .
El escudo de Arquíloco
FERNANDO SAVATER
25 MAY 1995
Catulo, finalmente, nos permite leer una vida imaginaria de Marcel Schwob (“Clodia,
matrona impúdica”) y la curiosa traducción biográfica que de sus poemas llevó a
cabo el profesor y poeta Bernardo Clariana (recientemente estudiado por Carlos
Mariscal de Gante).
A una palmera
Bibliografía
María José Barrios Castro, "Un fragmento fictico de Safo en Ezra Pound"
Los orígenes teóricos para entender qué es la recepción están en las aportaciones de
la Escuela de Costanza, particularmente en la llamada “estética de la recepción” de
Hans Robert Jauss:
1. La lectura estética
2. La desjerarquización de las relaciones literarias
3. La naturaleza de lo clásico: materia y forma
1. La lectura estética. Con respecto a la Antigüedad, los siglos XVIII y XIX crearon
un tipo de lectura distanciada que pretendía situar a los autores en su propia
circunstancia vital. Se trata de la lectura histórica, que dio comienzo, a su vez, a la
moderna historia literaria. Este tipo de lectura histórica tuvo evidentes efectos
positivos, pero también afectó a algunos autores antiguos de manera negativa. Es el
caso de Virgilio, poeta que, como el propio Borges afirma, se vio perjudicado (frente
a Homero) por tal modalidad de lectura:
Pessoa y HoracioArchivo
Las Geórgicas de Virgilio nos ofrecen un poema dedicado a las labores del campo. En
su ensayo titulado “Sobre los libros” (Ensayos 2,10) el humanista Michel de
Montaigne (1533-1592) considera las Geórgicas como la obra más perfecta de la
poesía, incluso por delante de la Eneida:
Hoy día, este juicio de valor quizá pueda resultar sorprendente, si bien no deja de
reflejar la calidad de un poema que supone un magno proyecto, nada menos que toda
una obra compuesta en hexámetros y dedicada a los cuidados del campo. Dividida en
cuatro libros y con el precedente de la poesía del viejo poeta Hesíodo (s. VII a.C.),
las Geórgicas no deben dejar de sorprender a los lectores que se acercan a la obra de
Virgilio.
Hay que acudir a mi libro titulado El arte de leer (Madrid, Liceus, 2007 en la
dirección electrónica https://eprints.ucm.es/14607/) para leer el capítulo 6: "Virgilio.
Razones actuales para leer las Bucólicas y las Geórgicas". De manera especial, quiero
que leáis los textos de Héctor Yánover y de Andrés Trapiello. Mientras el primero de
los textos es una recreación libresca de las Geórgicas, el segundo nos ofrece una
semblanza de la obra.
-La fábula
Al lector desprevenido quizá le sorprenda que, por ejemplo, Aulo Gelio ocupe el
título de un cuento de Andrea Camilleri. Se trata de un "encuentro complejo" e
inesperado entre un autor antiguo y otro moderno. Entre ellos se tiene un puente rico
e interminable que va más allá de una mera imitación. Hoy quería traer aquí otra
relación curiosa y fructífera: la del fabulista latino Fedro con el autor
hispanoamericano Augusto Monterroso.
Nos resulta difícil pensar que haya alguien, incluidos los niños, que no supieran
darnos su versión de una fábula como la de la cigarra y la hormiga. Con razón dice
Gérard Génette que la "fábula es casi íntegramente un género hipertextual y
paródico"[1], hipertextual porque de manera indeleble subyace el texto clásico, ya
sea de Esopo, Fedro, o La Fontaine (por no recordar nuestros fabulistas hispanos
Iriarte, Samaniego y Hartzenbusch), y paródico porque siempre tenemos la
posibilidad de reconvertir el asunto de la fábula a nuestro gusto, actualizándola o
convirtiéndola en arma de doble filo. Estamos también de acuerdo con Genette
cuando afirma que el éxito de la fábula viene dado por su brevedad y su
notoriedad[2], condiciones necesarias para que sea un género tan popular. Esa
brevedad o concisión, precisamente, tan acorde con el gusto por la breuitas en la
literatura latina, convertida en una obsesión en los tiempos del Imperio[3], va a ser
una de las metas de ciertos maestros del relato breve de nuestro siglo, entre quienes
debemos destacar el autor en el que vamos a centrarnos en este capítulo, el
guatemalteco exiliado en México Augusto Monterroso (1921), recreador irónico de
fábulas, un eslabón más, el más moderno quizá, de la larga cadena que constituye
este género, y autor de cuentos tan breves como el titulado "El dinosaurio", que es
como sigue:
A esta misma brevedad alude Gayo Julio Fedro (ca. 15 a.C.-ca. 55 p.C.) en los
senarios que abren su libro segundo de fábulas[4]:
"La Vaca, la Cabra y la paciente Oveja[7] se asociaron un día con el León para gozar
alguna vez de una vida tranquila, pues las depredaciones del monstruo (como lo
llamaban a sus espaldas) las mantenían en una atmósfera de angustia y zozobra de la
que difícilmente podían escapar como no fuera por las buenas.
Con la conocida habilidad cinegética de los cuatro, cierta tarde cazaron un ágil
Ciervo (cuya carne por supuesto repugnaba a la Vaca, a la Cabra y a la Oveja,
acostumbradas como estaban a alimentarse con las hierbas que cogían[8]) y de
acuerdo con el convenio dividieron el vasto cuerpo[9] en partes iguales.
Aquí, profiriendo al unísono toda clase de quejas y aduciendo su indefensión y
extrema debilidad, las tres se pusieron a vociferar acaloradamente, confabuladas de
antemano para quedarse también con la parte del León, pues, como enseñaba la
Hormiga, querían guardar algo para los días duros del invierno.
Pero esta vez el León ni siquiera se tomó el trabajo de enumerar las sabidas
razones[10] por las cuales el Ciervo le pertenecía a él solo, sino que se las comió allí
mismo de una sentada, en medio de los largos gritos de ellas en que se escuchaban
expresiones como Contrato Social, Constitución, Derechos Humanos y otras
igualmente fuertes y decisivas." (La oveja negra, p.208)
El tema cinco está dedicado al teatro en sus dos grandes modalidades: la tragedia y
la comedia. Desde el punto de vista de los encuentros complejos entre autores
antiguos y modernos, las posibilidades son innumerables. El teatro antiguo no sólo se
relaciona con el teatro moderno, sino con otros generos, como la prosa ensayística o
el relato breve. De manera sucinta, en lo que a la tragedia respecta, vamos a
considerar ciertas relectuas que parten de la obra de Esquilo, Sófocles y Eurípides.
La comedia vendrá represantada por un autor latino, Plauto, y un aspecto muy
concreto, como es el tema del doble.
-La tragedia
Siglos más tarde, en Canadá, un notario hace saber a dos gemelos, Nawal y Jeanne,
las últimas voluntades de su madre. Deben entregar dos cartas, una a un hermano
cuya existencia desconocían y otra a un padre que jamás hubieran dado en pensar
que existía. Comienza de esta forma una historia que es, sobre todo, un viaje por la
terrible vida de la madre de ambos gemelos, marcada por la cruel guerra que tuvo
lugar en el Líbano durante el pasado siglo XX. Los gemelos llegarán a saber que su
desconocido hermano no es otro que su propio padre, dedicado a violar a la madre
cuando había estado presa. Este terrible personaje, abandonado a la fuerza por su
madre al nacer, es Nawal, que ha sobrevivido a la muerte, pero se ha convertido en
un torturador.
El nombre de Edipo es una palabra parlante y se refiere a quien tiene los pies
hinchados. Al nacer, Layo atravesó con fíbulas los pies del bebé antes de entregárselo
a un pastor. De esta forma, perdido de vista el niño, no tendría efecto la profecía de
que el hijo varón que engendrara Layo terminaría asesinando a su progenitor. Este
rasgo identificativo de Edipo, que le da nombre, no aparece en la obra de Wajdi
Mouawad, donde el niño recibe, en cambio, una nariz de payaso por si algún día
puede ser reencontrado. Sin embargo, en la versión cinematográfica que Denis
Villeneuve rueda en 2011, uno de los talones de Nawad está marcado por unas
pequeñas cicatrices que recuerdan ciertamente a las de Edipo.
A pesar de las diferencias o, más bien, gracias a ellas, la obra de Mouawad matiene
toda la esencia trágica del Edipo rey. Creemos que no merece la pena indagar en ecos
textuales directos de la obra griega en la moderna, pues la elaboración de la nueva
tragedia obedece a una asimilación y apropiación total de la obra antigua, hasta el
punto de haberse convertido en parte del mismo acto creativo del autor moderno.
Probablemente, en caso de hallarse similitudes formales, éstas obedecen a admirables
coincidencias antes que a buscados paralelos. En este sentido, no debemos perder de
vista la idea global de ambas obras, su concepción como mecanismos perfectos donde
el reconocimiento de la verdad se va abriendo paso implacable y trágicamente. Son,
pues, las proporciones e intenciones lo que confiere unidad a ambas obras, mucho
más que los pequeños detalles.
-Esquilo
"Para definir el orientalismo me parece útil emplear la noción de discurso que Michel
Foucault describe en L’Archéologie du savoir y en Surveiller et punir. Creo que si no
se examina el orientalismo como un discurso, posiblemente no se comprenda esta
disciplina tan sistemática a través de la cual la cultura europea ha sido capaz de
manipular e incluso dirigir Oriente desde un punto de vista político, sociológico,
militar, ideológico, científico e imaginario a partir del periodo posterior a la
Ilustración." (Said 2003, 21-22)
“Son varias las circunstancias que han contribuido a fomentar esta concepción un
tanto desvinculada de su propio territorio a propósito del más extraordinario tesoro
espiritual de nuestro continente.
Entre los motivos principales figura sin lugar a dudas el puente latino-romano a
través del cual se transmitió la literatura griega a la herencia europea. Fueron los
romanos quienes, después de entusiasmarse, de dejarse conquistar por ella (lo que
indudablemente constituye un mérito suyo), la editaron, la reeditaron, la tradujeron
y exploraron ampliamente.
Es precisamente ahí donde se produjo la primera de las mutilaciones sufridas por esa
literatura. A pesar de la benignidad romana para con el arte griego, no se debe perder
de vista ni un solo instante que los romanos eran invasores, y además de los más
groseros y contumaces que haya conocido la historia. En su condición de tales, jamás
se encontraron en disposición de concebir los hondos pozos de donde emergían los
preceptos y mensajes de un pueblo, los que establecen y programan su arte.
Arrogantes y desdeñosos ante los pueblos sometidos, menos aún podían comprender
los romanos las influencias recíprocas entre los distintos pueblos balcánicos y muy en
especial el intercambio de sus tesoros espirituales.
Desgraciadamente, los condicionamientos, las investigaciones y las tesis latinas sobre
la literatura griega antigua adquirieron cierto estatuto de oficialidad en el mundo
europeo. Las mencionadas tesis de mantuvieron tras la caída de Roma y bastantes
de ellas sobreviven todavía, con independencia de sus refinamientos formales…
El desarrollo, por una parte, de los países europeos occidentales y el atraso, por otra,
de los países balcánicos, que cayeron bajo sucesivos y oscuros dominios, acrecentaron
todavía más el menosprecio de las metrópolis hacia el territorio que había
engendrado una vez fascinantes obras maestras. El desprecio romano sería sustituido
por el desprecio común de los grandes Estados occidentales, los cuales, pese a los
reiterados llamamientos de Byron o Séller, Goethe o Hörderlin, bien pronto
olvidaron a quién le debían sus raíces culturales.” (Kadaré 2003: 165-167).
El texto de Kadaré puede explicarse sin violencia desde los presupuestos de Said, si
bien el primero no habla de Oriente, sino de una región de Europa durante la
Antigüedad. Estos fenómenos de “representación” y de “exterioridad” aducidos por
Said no son privativos para el llamado Orientalismo.
Ismaíl Kadaré, Esquilo, el gran perdedor, traducción del albanés de Ramón Sánchez
Lizarralde y aría Roces, Madrid, Biblioteca de Ensayo Siruela, 2006
Perdedor
FRANCISCO CALVO SERRALLER
DE ESQUILO, padre de la tragedia, apenas sabemos nada. Casi nada, y todo muy
dudoso, sobre él, y, lo que es peor, prácticamente nada sobre su ingente obra,
estimada en noventa tragedias, de las que conservamos sólo siete, ni siquiera la
décima parte. En realidad, aunque, como vemos, muy escasa, la información sobre
Esquilo, Sófocles y Eurípides es, si se quiere, comparativamente, más abundante que
la que tenemos sobre este fundamental género dramático y sobre sus autores, la
mayor parte de los cuales nos son conocidos sólo de nombre. Es lógico, por tanto,
que, a partir del Renacimiento, la investigación para completar estas escasas fuentes
y el estudio, fundamentalmente filológico, sobre la tragedia, fuera una preocupación
intelectual apremiante en Occidente, si bien, a pesar de este formidable esfuerzo de
varios siglos, todavía subsisten muchos puntos oscuros y polémicos.
Cuando la ansiedad por conocer no se corresponde con los datos fiables obtenidos, el
hombre no tiene más remedio que suplir con la imaginación y la intuición lo que la
realidad no le proporciona. En el caso de la literatura y el arte, estas deficiencias
eruditas pueden tener, sin embargo, la ventaja de hacernos ahondar más y mejor en
la lectura y la contemplación, pues, al fin y al cabo, la obra de arte se alimenta de la
experiencia vivida y desafía por sí misma nuestra capacidad crítica. Es lo que ha
demostrado el escritor albanés Ismaíl Kadaré (Gjirokastër, 1936), del que se acaba de
traducir a nuestra lengua un ensayo titulado Esquilo. El gran perdedor (Siruela), en el
que no sólo analiza, comenta y recrea la vida y la obra del gran escritor griego, sino
que aventura sugestivas hipótesis nuevas sobre temas y motivos cruciales de sus
principales composiciones trágicas.
Hoy que estamos cada vez más cegados por una banal reducción del conocimiento a
lo que acaece en la actualidad más ramplona, el luminoso fuego con que Kadaré nos
remite al más remoto pasado para explicarnos, mediante Esquilo, de dónde venimos
y quiénes somos, y, por tanto, con qué nos deberemos enfrentar, es un don precioso,
único, verdaderamente conmovedor. En este sentido, ese "gran perdedor" que fue
Esquilo sigue sufragando nuestras pérdidas, la oscura y secreta misión que, ayer y
hoy, concierne al arte, tan inútil como imprescindible.
Con el título de “El vencido”, Xavier Roca-Ferrer (1949), buen conocedor tanto de la
literatura de la Antigüedad como de esta peculiar corriente estética basada en
imaginar vidas de autores, nos ofrece en su obra titulada La cabeza de Penteo un
extraño y jugoso relato donde el tragediógrafo Esquilo, tras haber sido derrotado por
un joven autor en las Grandes Dionisiacas, pide en secreto a su esclavo Formión que
le compre cicuta. El esclavo no será capaz de llevar a cabo tal encargo, pero hará
correr la noticia por Atenas, y otra persona llegará hasta la casa de Esquilo para
satisfacer su luctuoso deseo.
-La comedia
Finalmente, nos acercaremos al tema del doble, donde Plauto es el supremo maestro.
La dimensión epistemológica (cuál es el doble verdadero) y moral (cuál es el bueno)
de este tema nos permitirá deleitarnos con las lecturas de El doble de Dostoievski, El
hombre duplicado de Saramago, y Amphitryon de Ignacio Padilla.
Sin menoscabo de otras posibles vertientes, el tema del doble en la literatura ofrece
dos aspectos, desde mi punto de vista, esenciales. El primero de ellos es la dimensión
epistemológica, es decir, la cuestión de cuál de los dobles es el verdadero y cuál es el
falso. Este asunto transciende ejemplarmente a Descartes cuando utiliza los motivos
del Amphitruo plautino para su Discurso del método, como ha mostrado el Dr. García-
Hernández. El otro gran asunto es el de la dimensión moral del doble, para lo que
Fiodor Dostoyevski llega a constituir el paradigma esencial.
En 1846, Fiodor Dostoyevski publica una novela fundamental sobre el viejo tema
del doble. La obra, cuyo protagonista es un gris funcionario llamado Yakov
Petrovich Goliadkin, se titula, de manera simple y concisa, El doble (Dvoinik), e
incide especialmente en un aspecto clave del tema de la duplicidad, como es el de la
dimensión moral de aquellos que ejercen una doble vida mediante engaños:
Mucho más impactante es, sin embargo, la historia de las fotografías que aparecieron
hace unos años en la prensa, donde se mostraba la nueva imagen que había adoptado
Radovan Karadzic, el sanguinario presidente de la República Serbia entre los años
1992 y 1996. Su rostro estaba cubierto por una poblada barba blanca que lo hacía
difícilmente reconocible, y lo que resultaba especialmente inquietante era su nuevo
aspecto de santón. El criminal de guerra había adoptado una identidad falsa y,
acorde con ella, se dedicaba a la medicina alternativa, como si jamás hubiera
cometido crimen alguno.
Este es el asunto que vamos a revisar en este blog, partiendo de una moderna novela
escrita por el escritor mexicano Ignacio Padilla que lleva un título bien
significativo: Amphitryon. Sus precursores literarios fundamentales son, y no
casualmente, Plauto y Dostoyevski, que en cierto modo se actualizan y confunden
dentro de esta nueva trama. Conviene, no obstante, ofrecer unas claves previas para
entender en su justa medida cuáles son los tipos de doble básicos.
El tema del doble constituye uno de esos aspectos esenciales de nuestra cultura y
creación literaria. Sin embargo, no cabe hablar de una única forma de duplicidad.
Por ello, debemos partir de las dos modalidades de doble que podemos considerar
clásicas, y que se pueden denominar, genéricamente como “Sosias” y “Gemelos” (2):
a) “Sosias”. Esta modalidad recibe el nombre del esclavo Sosia (mejor que “Sosias”),
personaje de la comedia plautina titulada Anfitrión. En ella se representa la vieja
historia de Júpiter que, ayudado por otro dios, Mercurio, suplanta conscientemente
al general tebano Anfitrión, ausente a causa de la guerra, para poder pasar una larga
noche con su legítima esposa, Alcmena. A Sosia, como criado de Anfitrión, le
corresponde ser suplantado por el propio Mercurio. La historia supone uno de los
argumentos más recreados de la literatura de Occidente. Es una comedia donde todo
parece duplicarse: el propio nombre del protagonista, ambiguamente llamado Anfi-
trión, el género de la obra, que, no conforme con ser comedia o tragedia, se vuelve
tragicomedia, o los propios suplantadores, nada menos que dos dioses, que ocupan el
lugar de Anfitrión y su criado Sosia. Al final de la obra, Alcmena da a luz dos niños,
concebidos de su legítimo esposo y del propio dios. El hijo del segundo será Hércules.
b) “Gemelos”, nombre antiguo para una modalidad de doble que en el Romanticismo
alemán adopta también la denominación de Doppelgänger. Frente a la modalidad
anterior, donde el suplantador es completamente consciente de lo que está haciendo,
en este caso asistimos a un engaño involuntario. Los gemelos suelen compartir el
desconocimiento que cada uno de ellos tiene del otro. Su fuente antigua más
conocida es la comedia titulada Menaechmi, de Plauto, donde asistimos a toda una
suerte de equívocos al reencontrarse dos gemelos, uno de ellos desaparecido cuando
era niño.
La cuestión de dilucidar cuál de las dos versiones del doble es la primigenia no deja
de ser un asunto controvertido, pues hay opiniones justificadas en uno y otro
sentido. De esta forma, cabría pensar, que son los gemelos los que constituyen una
variante de la primera modalidad(3) o, por el contrario, son precisamente los gemelos
la primera representación de doble en la literatura (4). Sea como fuere, parece que
estamos ante una estructura común, dada bien por el resultado del desdoblamiento
de un sujeto que toma la apariencia de otro o, sencillamente, por la aparición de dos
sujetos idénticos. En este sentido, la novela Amphitryon de Igacio Padilla desarrolla
ambas modalidades, la del doble como concebido como una “Sosias” (en el capítulo
IV), y la de los gemelos (en el capítulo III).
Así las cosas, las comedias plautinas suponen el horizonte y las precursoras
imprescindibles para cualquier nueva obra que se escriba acerca del tema del doble.
Un criterio eficaz para comprobar esta vigencia puede proporcionarlo el cotejo de
algunos de los elementos esenciales en el propio desarrollo de la trama de dobles, en
particular los siguientes:
Tales rasgos se van repitiendo con audaces variaciones a lo largo del tiempo, como
hemos tenido ocasión de comprobar en estudios comparados anteriores, en particular
con El Gólem, escrita por el checo Gustav Meyrink y publicada en 1915 (5), y El
hombre duplicado, escrita por el premio Nóbel portugués José Saramago y publicada
en 2002 (6).
La novela Amphitryon del mexicano Ignacio Padilla (7), uno de los más egregios
representantes de la llamada “generación del crack”, viene a constituir el tercer
estudio que llevamos a cabo al respecto, dentro de una riquísima sucesión de
versiones a las que no podemos referirnos, ni tan siquiera sucintamente, en este breve
ensayo, aunque sí debemos dedicar unas líneas a su importancia específica dentro del
epígrafe siguiente.
Antes del romanticismo, verdadero hito en la explicación del desarrollo literario del
tema, están los cultivadores de la tradición más clásica, como Molière o Shakespeare.
Precisamente, ya al final de este camino inverso, nos quedan el Amphitruo y
los Menaechmi de Plauto, en los mismos albores de la tradición. La lectura de autores
modernos como Saramago o Padilla no implica, en todo caso, una relación servil de
tales autores con respecto al texto primigenio, pues, más bien, son ellos los que hacen
que ese primer texto cobre nuevos matices y se reafirme con la llegada de los nuevos
aportes.
A propósito de este aspecto clave, hace años formulamos una manera algo distinta de
plantear las relaciones entre los autores antiguos y modernos del siglo XX.
Propusimos una relación múltiple entre unos y otros, más allá de los consabidos
modelos de influencia o imitación, cuyas relaciones imprevistas daban lugar a una
suerte de contrahistoria de la literatura que hemos denominado «encuentros
complejos». El caso de Ignacio Padilla puede explicarse perfectamente desde esta
perspectiva.
Ignacio Padilla dialoga o plantea un encuentro complejo con muchas de las obras
fundamentales que constituyen el tema del doble. Conviene decir que su novela se
articula en torno a cuatro relatos que merecen, cada uno como tal, una breve reseña:
El tercer relato, “La sombra de un hombre”, está escrito esta vez por el propio
Alikoshka Goliadkin, que nos desvela cómo hacia 1917 dio muerte en un duelo a su
hermano gemelo Piotra Goliadkin (como ya hemos referido más arriba, en este
punto, Ignacio Padilla introduce el otro de los esquemas básicos para entender en
toda su dimensión el tema del doble: el de los hermanos gemelos). Goliadkin busca
ahora a Thadeus Dreyer, alternado con el seminarista Schley. Con la búsqueda de
Kretzschmar para suplantar a Adolf Eichmann, personaje real y uno de los altos
cargos nazis, comienza a pergeñarse el Proyecto Amphirtyon, en el que se prepara
una serie de dobles para sustituir a varios líderes nazis.
“En el centro, según reza el pie de foto, se encuentra el sonriente general Thadeus
Dreyer, flanqueado a su izquierda por el brigada Alikoshka Goliadkin, y a su derecha
un tal Franz T. Kretzschmar, teniente del Noveno Cuerpo de Ingenieros”
(Amphitryon, p. 217).
“Amphitryon. Delicioso personaje, sin duda. Existen por lo menos treinta comedias
basadas en la historia de este patético individuo. La de Molière me parece en extremo
grosera. Si le interesa mi opinión, prefiero la de Plauto. (…)” (Amphitryon, p. 185).
“Hoy sé que a veces son los simples mortales quienes acumulan la rabia suficiente
para rebelarse contra los dioses, pero en ocasiones son los dioses quienes nos dejan
volver a casa tras haber usurpado nuestro lecho y amado a nuestras mujeres”
(Amphitryon, p. 211)
Hay, asimismo, una conciencia del origen teatral de la tragicomedia, como cuando se
habla de “íntimas tragedias” (Amphitryon, p. 34), “un drama cuyo desarrollo conocía
de memoria” (Amphitryon,p. 44); o cuando se dice que “El recluta Thaedus Dreyer y
el seminarista se alternaban esta vez los papeles de mi pesadilla como si se tratase de
una mala comedia” (Amphitryon, p. 126).
Llegados a este punto, es oportuno aclarar que no estamos tanto ante una
“influencia” de Plauto como ante su relectura compleja y creativa, donde los nuevos
textos, como el de Padilla o el de Saramago, vienen a enriquecer más, si cabe, el
equilibrio constituido entre los textos preexistentes. Hay argumentos suficientes
para observar cómo la novela de Padilla supone una creativa actualización de la
trama plautina, donde Júpiter, con Mercurio a su servicio, suplanta a Anfitrión, se
acuesta con su esposa Alcmena y llega a tener un hijo de ésta: el propio Hércules. El
esquema de Padilla nos muestra a Thadeus Dreyer como suplantador de Victor
Kretzschmar. Éste dispone, como Júpiter, de un mensajero, Goliadkin, y tiene un
hijo de la mujer del suplantado: Franz T. Kretzschmar. Sólo falta Sosia, que en esta
nueva trama ya no resulta pertinente, ante la presencia de un narrador invisible.
Rasgos de la duplicidad
Más allá de este esquema básico e ineludible, cabe señalar otros rasgos coincidentes,
como la guerra o la locura, y diversos aspectos más particulares que, como
señalábamos más arriba, se han vuelto elementos constituyentes del tema del doble,
a saber: el nombre propio, el disfraz, el papel del personaje femenino, la noche y el
propio espacio literario. Comentemos brevemente cada uno de ellos:
Otro rasgo coincidente es el papel del personaje femenino como víctima del engaño,
tan afín en ambas tramas. La conciencia que de este engaño tiene la mujer puede ser
un factor variable, dependiendo de la necesidad de la propia historia. Cabe la
ignorancia, como en el caso de Alcmena, o la conciencia de la madre de Franz T.
Kretzschmar, resignada ante la evidencia del propio engaño.
A su vez, sorprende otro rasgo común que podría parecer circunstancial, pero que
resulta un elemento clave, sobre todo a partir de la estética romántica. Nos referimos
a la noche como lugar ideal para los engaños y las suplantaciones. En Plauto
tenemos lo que se llama “la noche larga”, donde Júpiter ha detenido el paso del sol y
la luna para prolongar su estancia con Alcmena. En la novela de Padilla, las partidas
de ajedrez siempre tienen lugar durante la noche.
Conclusión
NOTAS
(1) F.M. Dostoyevski, El doble. Poema de Petersburgo. Versión directa del ruso y nota
preliminar de Juan López Morillas, Madrid, Alianza, 2002, p. 131.
(3) Juan Bargalló (ed.), Identidad y alteridad : aproximación al tema del doble, Sevilla,
Alfar, 1994, p. 13.
(5) Francisco García Jurado “Reinterpretación (post)romántica del antiguo mito del
doble: Der Golem, de Gustav Meyrink, desde el Anfitrión, de Plauto”, en Carlos
Alvar et alii, El mito, los mitos, Madrid, Sociedad Española de Literatura General y
Comparada-Ediciones Caballo Griego para la Poesía, 2002, pp.71-82.
(6) Mª Jesús Pérez Ibáñez y Francisco García Jurado, “El múltiple regreso de
Saramago a Plauto: el tema del doble”, Castilla. Estudios de Literatura 28-29, 2003-
2004, pp. 171-202.
(7) Para las citas de esta novela utilizaremos la siguiente edición: Madrid, Espasa-
Calpe, 2000.
(8) Las fechas en que se sitúa su novela, entre dos guerras mundiales, y la relación del
tema del doble con el mundo judío me hace pensar lejanamente en El Golem de
Meyrink, si bien hay obras más recientes sobre este asunto, como Operación Shylock,
de Philip Roth (Madrid, Alfaguara, 1996), donde el protagonista averigua que tiene
un doble en Jerusalén que defiende la vuelta de los judíos europeos a su lugar de
origen.
6. Tradición de la historiografía, de la prosa filosófica, de la oratoria y la
retórica. Tradición de la novela
Las citas antiguas pueden establecer un ameno diálogo con el texto moderno, como
ocurre precisamente en la obra Viajes con Herodoto, del periodista
polaco Ryszard Kapuściński, quien representa a sus lectores en clave de tragedia
griega la lectura que hace del viejo historiador durante una larga estancia en China
como periodista:
"Ahora se produce una escena que parece sacada de una tragedia griega: el campo de
batalla está cubierto de cadáveres de soldados de los dos ejércitos. A él acude Tomiris
con un odre vacío. Va de un soldado a otro, drenando sangre de las recientes heridas,
para llenarlo. La reina debe de estar manchada, incluso chorreando sangre humana.
Hace mucho calor, así que con la mano ensangrentada se seca el rostro. Ahora
también su rostro está manchado de sangre. Otea el horizonte en busca del cuero de
Ciro. Luego que lo encontró, le cortó la cabeza y la metió dentro del odre, insultándole con
estas palabras: Me has hundido aunque sigo con vida y a pesar de que yo soy tu
vencedora, pues perdiste a mi hijo cogiéndole con engaño. Pero yo te saciaré de sangre
cumpliendo mi palabra.
Se queda desierto un escenario sobre el cual sólo permanece con vida Tomiris,
desesperada y llena de odio."[1]
El autor moderno, famoso periodista que se hace acompañar en sus viajes por un
volumen de Heródoto (no es casual que sea Heródoto, pues este historiador fue
también un gran viajero), amplifica y dramatiza el final del primero de los nueve
libros que componen su Historia, el que lleva precisamente el nombre de la musa
Clío. En su relato, el autor moderno inserta el pasaje que lleva el número 114 de las
ediciones del historiador griego. Nótese cómo en este caso la diferencia entre el texto
del autor moderno y el de Heródoto viene marcada por la letra cursiva que hace
resaltar el de éste último, sin otras marcas gráficas, como podrían ser las comillas.
[1] Ryszard Kapuściński, Viajes con Heródoto. Traducción del polaco de Agata
Orzeszek, Barcelona, Anagrama, 2006, p. 114.
Vamos a repasar como ejemplo algunos sugerentes textos de Julio Cortázar y Julio
Ramón Ribeyro. Julio Cortázar (1914-1984) da buena cuenta de su conocimiento de
los historiadores romanos al referirse explícitamente en uno de sus cuentos nada
menos que a Tácito, Suetonio, la Historia Augusta y Amiano Marcelino:
"Por fin, en el presente año, estudio paralelamente una antología de moderna poesía
angloamericana de Louis Untermeyer, la historia del Renacimiento en Italia de John
Aldington Symonds y -absurda complacencia- la serie de los Césares romanos desde
el héroe epónimo hasta el último capítulo de Amiano Marcelino. Para esta tarea me
traje -con la gentil aprobación de la bibliotecaria de la Escuela- Tácito, Suetonio, los
escritores de la Historia Augusta y Marcelino. En el momento de escribir este relato
he llegado a conocer en detalle la vida de los emperadores hasta Probo; pegada a la
pared de mi habitación hay una gran hoja de cartulina y ahí registro uno por uno los
nombres de aquellos romanos y las fechas de sus reinados (...)"
Todavía resulta más curioso otro fenómeno derivado, como es ver que son,
precisamente, los historiadores modernos de Roma, en concreto Theodor Mommsen
y Jérôme Carcopino, los que hacen su aparición en la ficción literaria. De esta forma,
y aunque los datos son imprecisos, nos da la impresión de que Julio Cortázar está
aludiendo a la figura del historiador alemán Theodor Mommsen en el cuento titulado
"Sabio con agujero en la memoria", compuesto precisamente mediante retazos de
célebres frases latinas, a la manera de un mensaje telegráfico, y donde hace
participar también en la acción nada menos que al mismísimo emperador Caracalla:
"El doctor Álvaro Peñaflor interrumpió la lectura del libro de Platón que tenía entre
las manos y quedó contemplando por los ventanales de su biblioteca las luces de la
ciudad de Lima que se extendían desde La Punta hasta el Morro Solar. Era un
añochecer invernal inhabitualmente despejado. Podía distinguir avisos luminosos
parpadeando en altos edificios y detrás la línea oscura del mar y el perfil de la isla de
San Lorenzo.
Cuando quiso reanudar su lectura notó que estaba distraído, que desde esa galaxia
extendida a sus pies una voz lo llamaba. Habituado a los análisis finos escrutó
nuevamente por la ventana y se escrutó a sí mismo y terminó por descubrir que la
voz no estaba fuera sino dentro de él. Y esa voz le decía: sal, conoce tu ciudad, vive.
(...)
Pero la soledad tenía muchos rostros. Él había conocido únicamente la soledad
literaria, aquella de la que hablaban poetas y filósofos, sobre la cual había dictado
cursillos en la universidad y escrito incluso un lindo artículo que mereció la
congratulación de su colega, el doctor Carcopino. Pero la soledad real era otra cosa.
(...)
Cuando estuvo frente al volante quedó absolutamente absorto. Él tenía un
conocimiento libresco pero perfecto de las viejas ciudades helenas, de todos los
laberintos de la mitología, de las fortalezas donde perecieron tantos héroes y fueron
heridos tantos dioses, pero de su ciudad natal no sabía casi nada, aparte de los
caminos que siempre había seguido para ir a la universidad, a la biblioteca nacional,
a la casa del doctor Carcopino, donde su madre. Por eso, al poner el carro en marcha,
se dio cuenta que sus manos temblaban, que este viaje era realmente una explicación
de lo desconocido, la terra incognita (...)"
En 1984 adquirí en la Feria del Libro de Madrid una edición de Rayuela, de Julio
Cortázar. Se trataba de la primera edición académica, dentro de la colección de
literatura hispánica de Cátedra, a cargo de Andrés Amorós. Desde el año 63, fecha de
la primera edición de la mítica novela, hasta los ochenta, había dado tiempo a la
canonización de la obra, sin que por ello perdiera un ápice de su vitalidad:
simplemente cambia la nueva generación de lectores que revivirán la historia.
Rayuela cuenta una de las historias de amor, la de la Maga y el protagonista de la
novela, más intensas y tristes que jamás se hayan contado: historia de azares, de
vértigos y de dolor. La forma de la novela, en especial su estructura, tampoco deja
indiferente. Ilustramos este blog con una fotografía del París de Cortázar.
Por cierto, ya había tenido puntual noticia acerca de esta traducción castellana que
transcribía Cortázar y de la que es oportuno hablar, pues es una pieza importante
para nuestro relato. En todo caso, ya había supuesto, casi desde el principio, que la
traducción citada no era suya (sí el error de “AULIO” en lugar de “AULO”), pues el
castellano me parecía propio de otro siglo. Así las cosas, tras este repaso inicial a la
obra de Gelio, salvada ya la primera impresión y viendo cuánta enjundia cabía en
sus páginas, no pude menos que soñar con el proyecto de traducirla. Pensé en mi
futuro, naturalmente incierto, pero lleno de proyectos e ilusiones. Pasara lo que
pasara en mi vida, debía marcarme como anhelo llevar a cabo una traducción de esta
obra o de una parte de ella. Al cabo del tiempo, puedo decir que ese anhelo se vio
cumplido por causas que son más que curiosas y que, con Ernesto Sábato, podríamos
explicar desde el hecho de que, en realidad, no existen las casualidades. Sábato, por
cierto, supuso en la lenta indagación de las conexiones de Gelio con los autores
argentinos otro pequeño eslabón, dado que alude en su novela Sobre héroes y
tumbas, dos años anterior a la publicación de Rayuela, a la misma relación entre la
palabra “persona” con su antiguo significado latino de “máscara”:
"Pues, como decía Bruno, «persona» quería decir máscara y cada uno tendrá muchas
máscaras: la del padre, la del profesor, la del amante. Pero ¿cuál era la verdadera?
¿Y había realmente una que fuese la verdadera? (...)"
(Ernesto Sábato, Sobre héroes y tumbas, Barcelona, Seix Barral, 1984, p. 189)
De manera particular, la lectura que Borges hizo de Aulo Gelio venía motivada por
una suerte de convención literaria que se había creado en la Argentina de los años 20
gracias al poema titulado “Aulo Gelio”, de Arturo Capdevila. Asimismo, la amistad
de Borges con Bioy Casares, admirador incondicional de la obra del autor latino,
también era un factor que debía tenerse muy en cuenta. No obstante, frente a la
lectura, llamémosla, posromántica de Capdevila y la lectura admirada de Bioy,
Borges llevó a cabo una apropiación puramente “borgiana” de las Noches áticas,
dotada de unas claves propias. Nuestro fin, a lo largo de varios y pacientes años, ha
sido hacer visibles cuáles han sido los cauces de tal lectura. Debo reconocer que, a
priori, el par de citas directas que Borges hace de Gelio, dentro de dos de sus reseñas,
no animaban ciertamente a aventurarse en semejante estudio. La constatación
positiva, definible como “Aulo Gelio en Borges” (modelo “A en B”), era a todas luces
insuficiente.
Sin embargo, cierto día tuvo lugar un hecho clave que inclinó totalmente la balanza
desde el lado del escepticismo hasta el de la certidumbre. El profesor Daniel
Balderston publicó el año 2014 un artículo en Variaciones Borgesdonde editaba y
estudiaba un texto manuscrito de Borges encontrado, singularmente, en un ejemplar
de las Noches áticas que había sido de su propiedad. Como era esperable, Borges
había leído la obra del autor latino en la versión española de Francisco Navarro y
Calvo, al igual que habían hecho Capdevila y el propio Bioy. Aquella publicación de
Balderston cambió el curso de los acontecimientos. No se trataba tan sólo de poder
conferir materialidad bibliográfica a la lectura borgiana de Gelio, sino incluso de
poder indagar en el propio texto manuscrito que se encontraba dentro del ejemplar,
y donde aparecían dos palabras clave: “noche” y “memoria”, palabras que también
pueden encontrarse en el propio Prefacio de la obra latina.
c) Citas explícitas del autor antiguo por parte del autor moderno
Habida cuenta de tales presupuestos para nuestro estudio, hemos llevado a cabo un
análisis donde observamos, en primer lugar, cómo Arturo Capdevila y Adolfo Bioy
Casares crean el contexto adecuado, tanto intelectual como emotivo, para la lectura
borgiana de Aulo Gelio.
En segundo lugar, la existencia de un ejemplar de las Noches áticas que fue propiedad
de Borges nos ayuda a indagar con mayor precisión en el tipo de lectura llevada a
cabo, especialmente a la hora de encontrar palabras clave. Para empezar, es muy
destacable que se trate de la versión española de Francisco Navarro y Calvo (1893),
la misma de la que partieron los dos autores antes citados.
El estudio de los temas comunes tratados por Gelio y Borges nos lleva a curiosas
conjeturas, pero tres asuntos han llamado poderosamente nuestra atención: el alma
que huye del cuerpo, la memoria prodigiosa y la etimología del término clásico. En
este sentido, también es curioso observar cómo en tales coincidencias temáticas
entran en juego nuevos autores, antiguos y modernos, tales como Marcel Schwob,
Platón y Plinio el Viejo.
Las características que Borges atribuye a su obra “colecticia” son claramente propias
del género misceláneo. Sin embargo, si comparamos este epílogo de Borges con su
modelo más esperable, el del “Proemio y prólogo” de la Silva de Mexía, no
lograremos encontrar tantos paralelos como si lo hacemos en el propio “Prefacio” de
las Noches de Gelio:
No deja de ser una hermosa casualidad que el Prefacio de las Noches áticas, un texto
fundamental para entender las claves de lo que es una obra misceleánea (entre otras
cosas, la importancia del tiempo a la hora de compilar y diponer los materiales crea
como tal un orden fortuito), haya estado durante siglos, hasta 1651, al final de la
obra. La literatura, en este sentido, se mueve en torno a unos sutiles hilos que
transcienden la casualidad y causalidad.
Llegué la obra de Antonio Gamoneda gracias a una circunstancia concreta. Allá por
el año de 1995, tuve noticia, gracias a un programa cultural emitido por Radio
Nacional de España, de que se había publicado una bella y extraña obra
titulada Libro de los venenos en la editorial Siruela. Se trataba de algo radicalmente
extraño y diferente, en buena medida inclasificable dentro de los géneros literarios al
uso, nada menos que una “corrupción y fábula” elaborada a partir de un antiguo
libro de ciencia, y esta rareza me cautivó.
En el siglo XX, esta edición ha sido reproducida al menos en dos ocasiones como
facsímil, pero, sobre todo, destaca la que la Consejería de Medio Ambiente,
Administración Local y Ordenación del Territorio – Secretaría General Técnica de la
Comunidad de Madrid dio a la luz en 1991. El facsímil resulta ser una pequeña obra
de arte.
El moderno facsímil del ejemplar del Dioscórides.
Cuando vió la luz el facsímil, eran los tiempos de Joaquín Leguina como presidente
de la Comunidad de Madrid, y estas empresas editoriales hoy día ya quedan
relegadas ciertamente al recuerdo. El facsímil como tal es una esmerada edición,
desde su papel apergaminado y reproducido a todo color, según el ejemplar
iluminado para Felipe II al que ya nos hemos referido, hasta las guardas y la
encuadernación misma.
Las artísticas guardas del facsímil editado en 1991.
Según confiesa el propio Gamoneda, la razón de ser de esta obra vino impuesta por
Jacobo Siruela, tras una conversación con el propio poeta acerca de estos raros y
recónditos asuntos que terminan convirtiendo los antiguos nombres de venenos en
pura poesía.
El facsímil del Dioscórides y la portada del “Libro de los venenos” de Gamoneda,
donde podemos observar una ilustración compartida.
Publiqué un artículo sobre este tema que tuvo dos egregios lectores, nada menos que
el querido escritor catalán Joan Perucho y el propio poeta Antonio Gamoneda. Para
quien quiera leer este trabajo, sepa que ahora está disponible en el portal de la
UNED. El trabajo ya ha pasado a formar, felizmente, parte de las bibliografías de
estudios dedicados a Gamoneda y su obra. Esto, para mí, no supone tanto un mérito
académico como, ante todo, vital. En este sentido, me gustaría reproducir aquí el eco
material de las lecturas de Perucho y Gamoneda.
Joan Perucho, que guardaba en su casa de Barcelona una edición de 1555 de
la Materia medicinal de Dioscórides, si bien no iluminada, era un gran bibliófilo y, al
tiempo, aficionado a la literatura sobre libros. En una visita que hicimos al escritor
la profesora Isabel Velázquez y yo mismo hace ya unos cuantos años, le llevé un
original de mi trabajo sobre Gamoneda (todavía no había sido publicado). Al cabo
del tiempo, el propio Perucho se refiere a tal trabajo en su libro titulado Els Pares del
desert:
Hemos comenzado este blog hablando del precioso ejemplar del Dioscórides de
Laguna publicado en Amberes en 1555 e iluminado para el que terminaría siendo el
rey Felipe II. Ahora, un ejemplar del Libro de los venenos de Gamoneda cierra
asombrosamente este círculo, gracias a su encuadernación artística, elaborada en
2007. En la convocatoria del premio a las mejores encuadernaciones artísticas de
2007 se decidió que el libro objeto de encuadernación para ese año fuera El libro de los
venenos, de Antonio Gamoneda, dado que éste había recibido el Premio Cervantes en
2006.
“Nació en los días en que saltimbanquis vestidos con trajes verdes hacían pasar a
cerditos amaestrados por aros de fuego; cuando porteros barbudos, con túnica cereza,
desgranaban legumbres en una bandeja de plata, delante de los mosaicos galantes a
la entrada de las quintas.” (“Petronio”, en Vidas imaginarias, traducción de Julio
Pérez Millán, Barcelona, Orbis, 1987 cedida por Centro Editor de América Latina,
pág. 57)
“Su infancia transcurrió entre elegancias como ésas. No se ponía dos veces seguidas
una lana de Tiro. La platería que caía en el atrio se hacía barrer junto con la
basura[1]. Las comidas estaban compuestas por cosas delicadas e inesperadas y los
cocineros variaban sin cesar la arquitectura de las vituallas[2]. No había que
asombrarse si al abrir un huevo se encontraba una pasa de higo[3], ni temer cortar
una estatuilla imitación de Praxiteles esculpida en foiegras. El yeso que tapaba las
ánforas estaba diligentemente dorado.[4]” (“Petronio”, en Vidas imaginarias, pág.
57)
Frente a la versión de Tácito, Petronio no muere, sino que escapa con su esclavo
Siro:
“Alrededor de los treinta años, Petronio, ávido de esa libertad diversa, comenzó a
escribir la historia de esclavos errantes y disipados (...). Se dice que cuando acabó los
dieciséis libros de su invención, mandó llamar a Siro para leérselos, y que el esclavo
reía y gritaba muy fuerte golpeando sus manos. En ese momento maquinaron el
proyecto de llevar a la práctica las aventuras compuestas por Petronio. Tácito refiere
mentirosamente que Petronio fue árbitro de la elegancia en la corte de Nerón y que
Tigelino, celoso, le hizo enviar la orden de muerte. Petronio no se desvaneció
delicadamente en una bañera de mármol, murmurando versitos lascivos. Huyó con
Siro y terminó su vida recorriendo los caminos.” (“Petronio”, en Vidas imaginarias,
págs. 57-60)
Esta vida imaginaria vuelve a ser, como todas las de su género, breve, y no carece de
los elementos visionarios que veíamos para la vida de Séptima y Lucrecio. El autor
se recrea en la descripción de las extravagancias contadas por el propio Petronio en
su novela. Schwob desmiente la fuente historiográfica de Tácito y concede una larga
vida errante al novelista, quien, al contrario de lo que le ocurría a Lucrecio, tiene
tiempo para escribir su novela. Frente a lo esperable, donde la literatura es
consecuencia de la vida, y donde la novela de Petronio no sería más que el resultado
de sus propias experiencias vitales, aquí la novela escrita servirá de modelo, a priori,
para la vida, que será, pues, una consecuencia de la propia literatura. En particular,
Schwob se ha centrado en varios pasajes de la cena de Trimalción, la parte mejor
conservada de la novela, al igual que hizo en el cuento “Las estrigas”, en Corazón
doble. FRANCISCO GARCÍA JURADO
[1] Petr. 34, 2-3. En traducción de Manuel C. Díaz y Díaz (Satiricón I, Madrid, CSIC,
1990): “Ahora bien, en la barahúnda sucedió que cayó al suelo una bandeja de asas,
y un esclavo la recogió; se dio cuenta Trimalción y mandó que fuese castigado con
azotes el esclavo, y que se tirase otra vez la bandeja. Luego apareció el maestresala y
barrió con una escoba la plata junto con las otras limpiaduras.”
[2] Cf. Petr. 35.
[3] Petr. 33, 4-8 “Llegaron de seguido dos esclavos y mientras retumbaba la música
se pusieron a rebuscar en la paja; sacaron de debajo de ella unos huevos de pavo y los
repartieron a los comensales. Volvió Trimalción ante esta mascarada su rostro y nos
dijo: «Amigos míos, huevos de pavo mandé poner bajo la gallina. Y, por Hércules,
que temo que estén ya incubados. Probemos, sin embargo, a ver si todavía se pueden
sorber.» Recibimos cada uno de nosotros una cucharilla que pesaba no menos de
media libra, y cascamos los huevos que eran figurados de pasta. Yo tengo que decir
que estuve a punto de tirar el que me había tocado, porque me pareció que ya tenía
el pollo formado. Un momento después, cuando oí a un veterano comensal: «Algo
bueno debe haber aquí», seguí abriendo con la mano la cáscara y encontré un
papafigo gordísimo envuelto en yema picada sazonada con pimienta.”
[4] Petr. 34, 6 “Al punto traen dos ánforas de vidrio cuidadosamente selladas, en
cuyo cuello habíase puesto un marbete con esta nota: Falerno de Opimio, de cien
años.”