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Relatoría 7 de Febrero de 2019

Señales raíces de un paradigma indiciario, Carlo Ginzburg


Por Lesly Quintero Ruedas
Como bien se había advertido en la clase, la lectura del resultó ser una actividad
académica que se salía del tedio que puede denotar este carácter porque
indiscutiblemente apareció el disfrute de la narrativa. Iniciando entonces el viaje por
las líneas del documento, el autor con gran habilidad para parangonar (un nuevo
término que aprendí que significa comparar), intenta relatar y de paso entender él
mismo cómo nace un paradigma indiciario absolutamente relevante para las ciencias
humanas, pero históricamente relegado y desprestigiado. Se dispone entonces, hacer
una analogía entre tres personajes, sus actividades, y como llegaron a este mismo
punto de encuentro que es el indicio y la pesquisa. Como abrebocas, el autor trajo a
colación a un experto en arte, Morelli, al cual se le atribuye un trabajo y una técnica
con la cual podían detectarse, a través de la exhaustiva mirada y atención de detalles
vulgares, las obras falsas de las auténticas o los verdaderos creadores de la pintura.
Luego, extrayendo un fragmento de la gran obra literaria de Conan Doyle, Ginzburg
muestra como a través de la observación el asombroso Sherlcok Holmes enlaza en
una relatoría deductiva los hechos y las pistas que dan con la resolución de los casos:
todo a través de un ejercicio de observación de aspectos tan insignificantes como la
curvatura o profundidad del pabellón de una oreja. Finalmente, entra en escena Freud,
a quien se describe como seguidor e influenciado por los dos personajes anteriores y
al maestro, en nuestra ciencia, de los detalles y las pesquisas como método para
descifrar los más profundos sentimientos y hechos de la vida de sus pacientes o
inclusive de toda la sociedad europea. De esta manera, el autor enlaza a partir de
personajes ilustres de sectores distintos esa habilidad o quizá morbo natural que
resultaría clave para el desarrollo de muchas de las ciencias humanas. Remata
entonces en uno de sus párrafos con estas frases que vuelven el escrito aún más
seductor ante mi gusto literario: “Nuestros pequeños gestos inconscientes revelan
nuestro carácter más que cualquier actitud formal, cuidadosamente preparada”.
No contento con este entretenido juego de comparaciones, el autor se remonta a
épocas más antiguas. Hacia los inicios de la civilización, la invención de la escritura
y la herencia de la oralidad son manifiestos reales que demuestran que las actividades
de la humanidad tuvieron su base en ese sexto sentido que a términos más formales,
podría llamársele intuición y del cual se vale mucho el ser humano aún en las ciencias
más duras para la resolución de problemas. Parece que ese “Saber Venatorio”, vestigio
del paradigma indiciario que dibuja su sombra de acuerdo a la temporalidad del saber:
pasado, presente o futuro; aguarda tras bambalinas, un saber intelectual de la intuición,
la propiedad más antigua de la humanidad.
Los triunfos de ciertas tendencias filosóficas, métodos científicos y doctrinas,
relegaron parte del potencial de esta herramienta natural del ser humano, inclusive se
intentó estudiar a este mismo bajo discursos precisos como el método matemático.
Sin embargo nunca se logró alejarla del todo de las disciplinas, quizá por ser al fin de
cuentas un pequeño gesto inconsciente… una sensatez de los hombres.
La capacidad para reparar en el leve suspiro, la mirada sombría o el silencio que habla
no son pautas, lineamientos o tratados que se adquieren al acercarse teóricamente a la
psicología, dice el autor. Son saberes mucho más ricos en la práctica y que se aprenden
no a través de una revisión bibliográfica, sino al sumergirse en la experiencia colmada
de “sutilezas a menudo no traducidas verbalmente”. Es en este punto de mi lectura
donde vuelvo al aula y recuerdo con gran simpatía como ante la pregunta ociosa sobre
el origen de la voluntad de asistir al curso, muchos respondieron desde el centro de
sus estómagos siguiendo, naturalmente, la sospecha de una afinidad.
Saltando hacia siglos más cercanos a nuestra época, las experiencias de las sociedades
empiezan a estar mediadas por los libros. En medio de las revoluciones del siglo, la
sociedad burguesa viviendo el éxtasis de literatura de imaginación (o novela
fantástica), abre las compuertas de una nueva fortuna para el paradigma indiciario.
Rectifico entonces que parte de mi voluntad por este curso ha sido el vicio lector que
me persigue desde mi infancia y que quizá en estos momentos me está haciendo tomar
una buena decisión. Recurriendo a la metáfora el autor nos grafica el paradigma
indiciario como un tapiz al que ha llamado sucesivamente en la lectura como
venatorio, adivinatorio, indiciario y sintomatológico; pero a la larga adjetivos que
remiten a “un modelo epistemológico común articulando disciplinas entre sí, que se
ligan a través del préstamo de métodos o términos clave”.
Como el estilo de Ginzburg ha sido sostener su idea mediante sucesos históricos y
personajes intelectuales de gran renombre, incluye dentro de su escrito, el hallazgo de
las huellas dactilares como herramienta para la identificación y el control de las
sociedades. Y no de casualidad o sin intención incluye este hecho. Una vez más, el
atender a los detalles (como las minúsculas líneas que surcan las yemas de los dedos)
se “extiende una noción de la individualidad que llegaba a través de la relación con el
estado y con sus órganos burocráticos y policiales” señala el autor. Los indicios
mínimos, como revelaciones de constantes humanas o de deseos absolutamente
íntimos e individuales se exponen ante nosotros no como el todo del ejercicio clínico
en esta disciplina, pero sí como un elemento fundamental del cuál cada particular se
valdrá, junto con el centro de su estómago para guiarse en una mejor dirección, o
mínimamente en la menos mala posible.
Nadie aprende el oficio de conocedor o de la diagnosis limitándose a poner en práctica
reglas preexistentes, anota el autor. Este fragmento es un intento bastante exitoso de
explicar suavemente ante nosotros que no basta conocer los autores y conceptos; se
requiere en gran medida de una valentía hacia la incertidumbre y un uso de la
inteligencia remota y antigua de la que se ha hablado en renglones anteriores. Para
este tipo de conocimientos, señala el autor “entran en juego elementos imponderables:
el olfato, la intuición…una recepción visceral hacia otro sintomatológico que pretende
ser percibido de la manera en como muchas doctrinas se han resistido a hacerlo.
Inclusive la nuestra propia que es, en mi opinión, la disciplina perfecta para quien
tiene curiosidad desaforada o un morbo intelectual sobre los otros, pero más
profundamente sobre sí mismos.

Al finalizar la lectura, podría decir que no siéndome extraño, la pluma del autor es de
una calidad literaria muy de mi gusto. Una lectura rica no sólo en el desarrollo de la
idea principal, sino también en las reflexiones propias del autor que parecen mostrarse
ante mí como el reflejo de un pensamiento propio nunca organizado. La forma de
escribir claridades ante aspectos humanos como el enamoramiento, y los rastros de
carácter que se van dejando inconscientemente son, en manos de Ginzburg y de todos
los autores maravillosos que he leído en esta escuela, de una simpleza y sencillez
fulminante que engancha aún más la mirada hacia esta concepción del ser humano.

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