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El Amor de Dios es Incondicional?

Autor: Leigh McLeroy

Si el amor de Dios es incondicional, ¿significa eso que no hay ataduras?

¿Te gustaría iniciar una conversación interesante entre tus amigos—o una discusión
interminable entre teólogos? Haz esta pregunta: ¿El amor de Dios es incondicional?

Muchos dirán que sí. Dios es un Dios amoroso; de hecho, Dios es amor.1 Así que él te
amará sin importar lo que hagas. Alguien que cree en este tipo de amor divino “sin
ataduras” podría decir, “en el fondo está bien; Dios te acepta como eres—con verrugas y
todo. Dios te sonríe incluso si no haces malabares, porque tienes un valor intrínseco.
Puedes relajarte, disfrutar de su sonrisa y dejar que lo básicamente bueno y real en ti, se
manifieste.”2

Otros te dirán que no. Dios es santo y su norma es la rectitud absoluta—perfección,


inclusive.3 Si no eres justo no mereces (y no recibirás) el amor de Dios. Alguien de esta
escuela de pensamiento podría decir, “la Biblia dice que Dios aborrece el pecado. Así que
no es cierto que puedes pecar todo lo que quieras y que Dios simplemente seguirá
amándote sin importar lo que pase. ‘El Reino de Dios no es el barrio del Sr. Rogers (Mister
Rogers’ Neighborhood).’”4,5

Bien, ¿qué es entonces?

Con tantas preguntas filosóficas, estas respuestas de “podría ser esto o aquello,”
simplemente no llegan lo suficientemente lejos. De ser tomado al valor nominal, ninguna es
totalmente verdadera o totalmente falsa. Y, debido a que los significados de las palabras
que usamos importan grandemente, la respuesta depende en parte de un entendimiento
común de la terminología.

¿Qué significa “Amor incondicional”?

Si el amor de Dios es “incondicional,” ¿acaso eso significa que Dios no tiene estándares de
ningún tipo y que tolera voluntariamente cualquier abuso contra él? ¿O acaso
“incondicional” significa simplemente que no hay nada que el receptor deba hacer para
ganarse el amor de Dios?

Si no afirmamos claramente lo que entendemos por “incondicional” y lanzamos la palabra


en cualquier contexto, seguramente sobrevendrá una confusión. Incluso podríamos vernos
protestando, como Iñigo Montoya a Vizzini en la película “La Princesa Prometida” (The
Princess Bride) (cuando Vizzini repite “¡Inconcebible!”), “Sigues usando esa palabra. No
creo que significa lo que tú crees que significa.”6

¿Y qué pasa con la palabra “amor”? Esa sí que es una palabra expresada ligeramente. La
palabra amor es utilizada en una amplia gama de contextos.

¿Acaso amor significa que aceptamos y aprobamos todo? ¿Acaso amar significa ser cálidos
y afectuosos? ¿No tener prejuicios y ser tolerantes? ¿Es posible amar a alguien pero estar
en desacuerdo con ellos sobre cuestiones fundamentales? ¿Puede el amor sufrir injusticias
sin esperanza de resoluciones? Si esperas que alguien cambie sus comportamientos
nocivos, ¿significa eso que no le amas?

Esas cosas deben ser cuidadosamente consideradas cuando hablamos sobre el amor
incondicional de Dios. No es suficiente expresar las palabras sin la comprensión de lo que
significan.

El Amor de Dios: El Quién, Por qué y Cuándo

Echemos un vistazo a lo que el amor de Dios sí significa. La Biblia nos dice que Dios ama
“al mundo.” El apóstol Juan escribió: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo
unigénito.”7 Juan no dijo “tanto amó Dios ‘a ciertas personas en el mundo,’” o “tanto amó
Dios ‘a sólo aquellos que lo conocieron y decidieron amarlo.’” No, Dios ama a todos.

El amor dominante de Dios para el mundo y la gente que creó es absoluto. Dios amó al
mundo entero y aquellos en él desde el principio, y lo hizo porque el amor es una expresión
de su naturaleza. Estuvo y está en él, amar. Y por ello ama a cada hombre, cada mujer y
cada niño.8

El Amor de Dios: El Cómo


La Biblia raramente menciona el amor de Dios sin hablar de cómo se demuestra ese amor.
“Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos
pecadores, Cristo murió por nosotros.,” escribió el apóstol Pablo.9 Juan nos dice, “Así
manifestó Dios su amor entre nosotros: En que envió a su Hijo unigénito al mundo para que
vivamos por medio de él.”10

¿Cómo amó Dios al mundo? Envió a su hijo Jesús al mundo para que muriera por nosotros,
para salvarnos de las consecuencias de nuestros errores.11 Para Dios, el amor es
algo hecho—no sólo algo que se siente o es afirmado.

Ninguno de nosotros merece ese tipo de sacrificio—pero cada uno de nosotros lo necesita.
La mayoría estaría de acuerdo en que nadie es perfecto. Pero Dios es perfecto. Así que para
que Dios nos lleve a una relación de amor recíproco con él, tenemos que cambiar. No
somos perfectos, pero él es. Así que a través de la vida y muerte de Cristo, él nos
perfecciona. Él hace por nosotros lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos.

Dios demuestra su amor incondicional por cada uno de nosotros al proveer una manera para
que todas las personas puedan ser completas. Esa “manera” es Jesús, y es quien afirmó,
“Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí.”12

El sacrificio incondicional de Jesús—e incluso, voluntario—prepara el escenario para una


relación de amor recíproco.

Una condición: Aceptación

Pero algo más tiene que pasar para que la obertura del amor esté completa—y ese
algo escondicional. Debemos creer en y recibir el sacrificio del hijo único de Dios.

El amor de Dios para nosotros no es un amor débil y cobarde que nos permite seguir
cometiendo los mismos errores sólo para sentirnos cómodos y mantener nuestra autoestima.
El amor de Dios es un acto audaz, sin restricciones, de un todo o nada que nos fortalecerá
para que seamos lo mejor que podamos. El amor de Dios nos cambiará para siempre si lo
aceptamos.
La ira de Dios contra el pecado permanece en aquellos que rechazan su regalo en
Jesucristo.13Pero aquellos que creen y reciben ese regalo conocen su amor por experiencia,
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos
amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros
pecados.”14

Dios ama a todos incondicionalmente, pero sólo aquellos que reciben el regalo del
sacrificio de Jesús serán capaces de conocer y experimentar ese amor. El amor
incondicional de Dios sólo puede ser experimentado en una manera—y esa manera es la
condición de creer.

Dos Extremos de la Misma Cuerda

Dios ama incondicionalmente a todos al ofrecer salvación sin requisitos previos de mérito o
valor. “El noble sendero de las ocho facetas de los budistas, la doctrina hindú del karma, la
alianza judía y el código de derecho musulmán—cada una de éstas ofrece una manera de
ganar aprobación.” 15 Pero en el cristianismo, Cristo se gana la aprobación de Dios para
nosotros—incondicionalmente.

Todo lo que nos queda por hacer es aceptar la oferta. La recepción individual y experiencia
de dicha aprobación es condicional. Cada uno de nosotros debe aceptar el sacrificio del
Hijo para tener una relación con el Padre.

La vida y muerte de Jesús satisfacen completamente los requisitos de Dios para la santidad.
“Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él
recibiéramos la justicia de Dios.”16 Nuestra aceptación del regalo de Dios es el otro
extremo de la cuerda que nos ata a él en amor por siempre.

Una vez que somos de él, nada puede separarnos de Dios. Una vez que hemos aceptado su
amor, nada puede hacer que se quite de nosotros—eso es lo que lo hace incondicional.
“Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo
presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la
creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro
Señor.”17
Dios es Amor: ¿Cómo definimos nosotros el Amor?
“Dios es Amor”. ¿Pero cómo lo definimos? El diccionario define al amor como “un intenso
afecto por otra persona, basado en lazos familiares o personales”. Habitualmente, este
“intenso afecto” tiene raíz en una atracción sexual por otra persona. Nosotros amamos a
otra gente o decimos amar a otras personas, cuando somos atraídos a ellos o cuando nos
hacen sentir bien. Fíjate que la frase clave en la definición de amor del diccionario, es la
frase “basado en”. Esta frase implica que nosotros amamos de manera condicional; en otras
palabras, nosotros amamos a alguien porque ellos cumplen una condición que nosotros
requerimos antes de que podamos amarles. ¿Cuántas veces has escuchado o has dicho: “Te
amo porque eres linda”, o “Te amo porque me cuidas”, o “Te amo porque es divertido
estar contigo”?

Nuestro amor no solo es condicional, también es “ mercurial”. Nuestro amor se basa en


sentimientos y emociones que pueden cambiar de un momento a otro. La tasa de divorcios
es extremadamente alta en la sociedad actual, porque los esposos y esposas supuestamente
dejan de amarse unos a otros o se “desenamoran”. Podrían estar atravesando un bache en
su matrimonio y ya no “sienten” amor por sus cónyuges, así que se dan por vencidos.
Evidentemente, su voto matrimonial de “hasta que la muerte nos separe”, significa que
pueden separarse cuando el amor por su cónyuge muera, en lugar de cuando mueran
físicamente.

¿Puede alguien realmente comprender el amor “incondicional”? Parece que el amor que los
padres tienen por sus hijos es lo más cercano que podemos ver de un amor incondicional,
sin la ayuda del amor de Dios en nuestras vidas. Nosotros continuamos amando a nuestros
hijos a través de los buenos y malos tiempos, y no dejamos de amarlos, aunque no cumplan
las expectativas que tenemos de ellos. Tomamos la decisión de amar a nuestros hijos,
aunque los consideremos no merecedores de ese amor; nuestro amor no se detiene cuando
nosotros no “sentimos” amor por ellos. Este amor es similar al amor de Dios por nosotros.
Pero como lo veremos, el amor de Dios trasciende la definición humana de amor a un punto
que nos es difícil entender.
Dios es Amor: ¿Cómo define Dios el Amor?
La Biblia nos dice que “ Dios es Amor” (1 Juan 4:8). ¿Pero cómo podemos siquiera
comenzar a comprender esa verdad? Hay muchos pasajes en la Biblia que nos dan la
definición de Dios del amor. El versículo mejor conocido es Juan 3:16: “Porque tanto amó
Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda,
sino que tenga vida eterna”. Así pues, una manera en la que Dios define el amor es en el
acto de entrega. Sin embargo, lo que Dios dio (o deberíamos decir, a “quien” Dios dio), no
era simplemente un obsequio envuelto; Dios sacrificó a su hijo único para que nosotros, los
que ponemos nuestra fe en su hijo, no pasemos la eternidad separados de él. Este es un
amor asombroso, porque nosotros somos quienes escogemos estar separados de Dios por
nuestro propio pecado, y aun así, es Dios quien enmienda esta separación por medio de su
intenso sacrificio personal, y todo lo que tenemos que hacer es aceptar su obsequio.

Otro gran versículo sobre el amor de Dios se encuentra en Romanos 5:8: “Pero Dios
demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo
murió por nosotros”. En este versículo y en Juan 3:16, no encontramos condición alguna de
la cual dependa el amor de Dios por nosotros. Dios no dice: “Tan pronto como limpies tus
acciones, te amaré”; ni tampoco dice: “Sacrificaré a mi hijo si prometes amarme”. De
hecho, en Romanos 5:8, encontramos exactamente lo opuesto. Dios quiere que nosotros
sepamos que su amor es incondicional; por eso envió a su hijo, Jesucristo, a morir por
nosotros, mientras nosotros éramos aún pecadores. No tuvimos que limpiarnos, no tuvimos
que hacer ninguna promesa a Dios antes de poder experimentar su amor. Su amor por
nosotros siempre ha existido y por ello, él entregó todo y sacrificó todo mucho antes de que
estuviéramos conscientes de que necesitábamos su amor.

Dios es Amor: Es Incondicional


Dios es Amor, y su amor es muy diferente al amor humano. El amor de Dios es
incondicional y no se basa en sentimientos o emociones. No nos ama porque nosotros
seamos fáciles de amar o porque le hagamos sentir bien; él nos ama porque él es amor. Él
nos creó para tener una relación amorosa con él y sacrificó a su propio hijo (quien también
estaba dispuesto a morir por nosotros) para restaurar esa relación.
Dios es Amor: ¿Cómo Deberíamos Definir Amor?
Cuando la Escritura dice “Dios es Amor”, no nos están diciendo que Dios es algún
sentimiento difuso, nebuloso y cálido de amor. Los escritores de la Biblia no estaban
diciendo que en nuestra forma limitada de amor humano encontraríamos a Dios. Para nada.
De hecho, cuando leemos en la Biblia que Dios es amor, significa que Dios define amor. Y
cuando decimos que Dios define el amor, no queremos decir que lo haga como un
diccionario podría hacerlo; queremos decir que Dios es la definición misma de amor. No
existe una cosa tal como el amor sin Dios. Por mucho que lo intentemos, no podemos
definir amor sin el conocimiento de Dios. Esto significa esencialmente que nuestra
definición humana de amor es falsa.

Dios es el creador de todas las cosas, y por su naturaleza, él es amor. Dios dice que el amor
es incondicional y sacrificial, y no se basa en sentimientos; por lo tanto, el amor no es un
“intenso afecto, basado en lazos familiares o personales”. Para entender lo que el amor
verdadero es y ser capaz de amar verdaderamente a otros, debemos conocer a Dios, y
podemos hacer esto a través de una relación personal con él. Podemos tener una relación
cercana con Dios, colocando nuestra fe en Jesucristo, quien fue el sacrificio de amor de
Dios para nosotros.

Dios es Amor: El Verdadero Amor solo ocurre por medio de una Relación con Él
¡Dios es Amor! Y como tal, el amor verdadero (el amor de Dios) puede ser resumido en
este pasaje de la Escritura: “Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el
amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce. El que no ama no
conoce a Dios, porque Dios es amor. Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que
envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él. En esto consiste el
amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo
para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados. Queridos
hermanos, ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los
otros” (1 Juan 4:7-11).
Si quieres conocer este amor —el verdadero amor—, conoce a Dios. Él está listo a derramar
su amor en ti y quiere enseñarte cómo amar a otros como él te ama.

¿Qué es el amor de Dios?

La Biblia nos habla constantemente de la importancia del amor en nuestras vidas. De


hecho, 1 Juan 4:16 incluso nos dice que “Dios es amor”. Además, las Escrituras también
nos exhortan a buscar la perfección del amor de Dios en nuestras vidas.

Pero, ¿qué es el amor de Dios exactamente? ¿Y cómo se desarrolla? ¿Es realmente posible
amar como Dios lo hace? Algunas personan describen este tipo de amor como “amor
altruista”. Pero, ¿es el amor altruista el amor de Dios?

¿De dónde proviene el amor divino?

El amor es un sentimiento exclusivamente humano que no puede reducirse a un producto de


la evolución; más bien, es algo que proviene directamente de nuestro Creador. Como
leemos en Génesis 1:26, Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza. Y, dado que
tenemos la capacidad de amar y fuimos creados a imagen de Dios, ¿quién más que Él
podría ser la fuente del amor?

Jesucristo, cuando vino a la tierra como Dios en la carne, nos dejó el ejemplo perfecto del
amor de Dios. El día anterior a su dolorosa flagelación y muerte en la cruz, Cristo describió
el amor más grande que un humano puede expresar diciendo: “Nadie tiene mayor amor que
este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13).

Pero, si bien este tipo de amor es sin duda admirable, el amor de Dios va mucho más allá.
Como Cristo también explicó en los comienzos de su ministerio, amar a nuestros amigos no
es suficiente para tener el amor de Dios.

La magnitud del amor de Dios

En Mateo 5:43-46, Jesucristo nos dice: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y
aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que
os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os
persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol
sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que
os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?”.

Pero no sólo lo predicó, ¡sino que además lo practicó! Al ser el único ser humano libre de
pecado, Cristo no merecía morir, “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de
Dios es vida eterna” (Romanos 6:23). Por el contrario, estaba en todo su derecho de pedir la
vida eterna. Sin embargo, Cristo decidió sacrificarse por nosotros y dijo a su Padre que
daría su propia vida para pagar por los pecados de sus amigos —y, lo que es más, los de sus
enemigos también.

Este increíble ejemplo es indispensable para comprender el amor de Dios. Aun en la agonía
de su crucifixión, y mientas sus enemigos lo mataban, Cristo pidió por ellos diciendo:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

¿Sería usted capaz de amar de esta manera? Sin duda, este tipo de amor es una de las cosas
más difíciles de desarrollar. ¡Pero la recompensa vale la pena! Y aun hay más que decir
sobre el amor de Dios.

¿Es el amor altruista suficiente?

Claramente, el amor altruista —sacrificarse uno mismo por el beneficio de los demás— es
una de las expresiones más puras del amor humano. Y ¿qué mejor ejemplo de amor
altruista que dar la vida por alguien más?

Pues bien, en 1 Corintios 13:3, Pablo nos explica que el hecho de dar la vida por alguien no
implica que tengamos el amor de Dios: “Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer
a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me
sirve” (énfasis añadido).

Así es. Estar dispuestos a sacrificarnos por los demás —aun al punto de dar la vida— es
uno de los requisitos para desarrollar el amor de Dios; pero tampoco es suficiente. Se
requiere aun más que esto (Romanos 5:7). Pero ¿cómo puede ser posible?
¿Cómo se desarrolla el amor de Dios?

Muy pocas personas en el mundo entienden el plan Dios. Si usted desea más información al
respecto, le invitamos a explorar las secciones relacionadas en nuestro sitio web (consulte
“El plan de salvación”). En pocas palabras, este plan comienza con el ofrecimiento de la
vida eterna para todo ser humano: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en
que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 Juan 4:9). Como
vemos, Dios expresa su amor al darnos la posibilidad de formar parte de su familia
espiritual y vivir eternamente.

¿Qué espera Dios de nosotros? Espera que sigamos los pasos de Jesucristo y desarrollemos
el mismo amor que Él tuvo, que “el Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios, y
a la paciencia de Cristo”, como Pablo bien nos aconseja (1 Tesalonicenses 3:5, énfasis
añadido).

Pero ¿en qué consiste esta trasformación? El primer paso es reconocer que Dios existe
(consulte “¿Existe Dios?”); luego, reconocer que la Biblia es la palabra de Dios (consulte
“¿Es la Biblia veraz?”). Y, por último, debemos estudiar su palabra y obedecerla (consulte
“Los Diez Mandamientos”); “el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de
Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él” (1 Juan 2:5).

Jesucristo expresó el amor de Dios no solo muriendo por la humanidad, sino también
viviendo para nosotros. En nuestro caso, expresar este tipo de amor significa vivir como Él
vivió.

Cuando uno de los líderes judíos le preguntó cuál era el mandamiento más importante,
“Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda
tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los
profetas” (Mateo 22:37-40, énfasis añadido).

Con esta respuesta, Cristo sintetizó la esencia de los Diez Mandamientos. Los primeros
cuatro describen formas prácticas —presentes en nuestro diario vivir— en que expresamos
amor a Dios cuando nuestro corazón, mente y alma están enfocados en amar al Creador. Y
los seis últimos describen cómo debemos expresar amor hacia los demás, ya sea con
nuestros pensamientos o con nuestras acciones.

En otras palabras, los mandamientos de Dios son su amor en acción: tanto el amor que
debemos expresarle a Él como el que debemos expresar a los demás. Sus leyes nos ayudan
a comprender y practicar su amor en nuestra vida (Romanos 13:8-10).

Vivir por quienes amamos

Por increíble que parezca, Dios espera que alcancemos la perfección, llegando a tener el
mismo amor que Jesucristo tiene —un amor tan grande que, sí, lo llevó a morir no sólo por
sus amigos o sus futuros seguidores, sino por la humanidad entera.

Más aun, ¡lo llevó a guardar los mandamientos de Dios a la perfección durante toda su
vida!

Éste es el tipo de amor que nosotros debemos desarrollar, y hacerlo debería ser el propósito
de nuestras vidas. Si bien es cierto que nunca lograremos ser perfectos en amor (como Dios
es) en esta vida, Dios quiere que esa sea nuestra meta. Y el camino hacia el amor de Dios
requiere de nuestra dedicación para conocer y obedecer su palabra, “Pues este es el amor a
Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan
5:3).

Cuando Dios se le apareció a Moisés y a la nación de Israel, fue en estos términos: “Y


pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Eterno! ¡Eterno! fuerte, misericordioso y
piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Éxodo 34:6).

La Biblia nos dice esto acerca del Eterno, Dios creador: “Toda buena dádiva y todo don
perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra
de variación” (Santiago 1:17). Si un regalo es “bueno”, definitivamente viene de Dios —el
Dios que nunca cambia.

“Bueno eres tú, y bienhechor,” (Salmos 119:68).

“Bueno” es la descripción constante de las escrituras para la naturaleza y acciones de Dios.


En la primera revelación en la Biblia acerca de Dios y su creación, la palabra “bueno” es
usada repetidamente. Dios describe como “bueno” las cosas que Él hizo durante los días de
la creación, y la obra de la creación completa fue resumida como “muy buena” (Génesis
1:4, 10, 12, 18, 21, 25).

De acuerdo con la Biblia, Dios es bueno.

¿Cuál es la definición y el estándar del “bien”?

¿Pero qué significa exactamente esto? En un mundo de maldad, dolor y sufrimiento puede
surgir la pregunta si en verdad Dios es totalmente bueno.

¿Quién define el “bien”? No todo el mundo está de acuerdo.

De hecho, algunos aseguran que el Dios que se describe en la Biblia es cruel y


definitivamente no es bueno. Un escritor, Christopher Hitchens, ha ido tan lejos que
escribió un libro titulado God Is Not Great: How Religion Poisons everything (Dios no es
Grandioso: cómo la religión envenena todo).

Según Christopher Hitchens, Dios no es grandioso ni bueno.

¿Por qué las personas difieren al definir el “bien”? Puede que sea cuestión de percepción. Si
el ser es la perspectiva, entonces una persona puede definir algo como “bueno” en términos
de cómo alguien o algo afecta el ser. Usted es “bueno” dependiendo de cuán feliz y alegre
me hace sentir. El “yo” se convierte en el punto de referencia para definir la “bondad”. La
felicidad o la alegría de los demás no es importante.

La definición del “bien” para la gente puede depender también del tiempo. Algunas
personas tienden a evaluar la vida solo a corto plazo. Si usted me complace ya —hoy,
entonces usted es “bueno”.

Esto, por supuesto, deja el mañana y el próximo año fuera del panorama por completo.
Ignora la posibilidad de que algo que trae placer a corto plazo, pueda ocasionar dolor,
sufrimiento o pérdida a largo plazo. Tampoco logra ver lo bueno que puede llegar a ser el
resultado a largo plazo de las luchas y el sufrimiento a corto plazo.
Otros asocian “bondad” con “amabilidad” o buenos modales —nunca hiriendo los
sentimientos de otras personas— siempre diciendo cosas positivas y siendo cortés con los
demás. En tiempos modernos, el término “políticamente correcto” se ha venido utilizando
de manera institucionalizada para describir la “amabilidad” — muchas veces en detrimento
de la veracidad o crítica constructiva. En su forma avanzada puede resultar en “tolerancia”
moral a un comportamiento, incluso un comportamiento que hiera y dañe a otras personas.

La lista podría continuar. Otras opiniones, como la de la esencia de la “bondad” se centran


en cualidades tales como la generosidad, humildad, lealtad y “espiritualidad”. Hay una
considerable variación en cómo la gente ve el concepto del “bien”.

¿Pero cómo define la Biblia la “bondad”? ¿En qué sentido de la palabra “bueno”, Dios es
“bueno” —según el testimonio de la Biblia?

Si queremos entender a Dios y su bondad, es muy importante que estudiemos lo que nos
enseña la Biblia acera de esta pregunta. Cuando lo hacemos, nos damos cuenta de que las
diferentes opiniones del ser humano y perspectivas acerca de la “bondad” mencionadas
anteriormente, carecen de una entendimiento completo.

(Para entender el asunto relacionado de porqué existe el mal y el sufrimiento en el mundo,


lea la sección ¿Por qué permite Dios el sufrimiento?).

La bondad de Dios en el desarrollo de su plan de salvación

Según las escrituras, nosotros podemos entender la “bondad” de Dios en la elaboración de


su gran plan de salvación. Dios tiene un plan maravilloso para el ser humano que Él creó —
¡un plan formidable! Según el propósito de Dios, ese plan toma tiempo, paciencia y
resistencia. Para que ese maravilloso plan se lleve a cabo, vienen pruebas a lo largo del
camino para nosotros lo seres humanos (Mateo 7:13-14).

No es fácil, pero es bueno —totalmente bueno. Dios es bueno, y esa bondad se ve en la


medida que Él va cumpliendo su propósito de ir aumentando su familia. Entendamos. Dios
el Padre y Jesucristo están comprometidos a “llevar muchos hijos a la gloria” (Hebreos
2:10). Ellos están aumentando la familia de Dios. Su propósito es traer a los seres humanos
a la vida eterna en medio de una relación familiar amorosa con ellos —para hacer muchos
más a su “imagen y semejanza” (Génesis 1:26; 1 Corintios 15:49; Colosenses 3:10).

Llevando a cabo ese propósito, Dios revela su carácter y su naturaleza a la humanidad. Él


nos muestra que seremos como Él. Su carácter es puro, santo y amoroso. En esta revelación
de su santa naturaleza a su creación humana, Dios es bueno. “Bueno y recto es el Eterno;
Por tanto, él enseñará a los pecadores el camino” (Salmos 25:8).

Dios revela su justa ley a la humanidad. Su ley sirve como guía para vivir de una manera
que le agrade a Dios, y nos lleva al cumplimiento de su plan. Al poner a disposición del
hombre esa guía y esa “luz” espiritual, Dios es bueno. “Bueno eres tú, y bienhechor;
Enséñame tus estatutos” (Salmos 119:68).

Llevando a cabo su glorioso propósito, Dios primero ha hecho mortal a la humanidad y le


ha dado vida física. En esa vida, todos los hombres y mujeres han pecado —violando las
leyes justas de Dios, y careciendo de la santidad y pureza espiritual de Dios. (Romanos
3:23, 6:23).

La bondad de Dios lleva al hombre al arrepentimiento

Cuando Dios trabaja directamente en la vida de un ser humano pecador, lo condena por sus
pecados y le concede el don del arrepentimiento —una voluntad y compromiso para
cambiar, para ser como Dios y buscar su perdón. Al hacer esto, Dios es bueno: “¿O
menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su
benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:4).

Cuando el deseo de las personas es estar en conformidad con los caminos de Dios y vivir de
acuerdo a sus leyes justas y apartarse de la senda del pecado, Dios es amable,
misericordioso y desea perdonar sus pecados. En esta misericordiosa respuesta al
arrepentimiento, Dios es bueno. “Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, Y grande en
misericordia para con todos los que te invocan” (Salmo 86:5).

El sacrificio de Cristo muestra la bondad de Dios


Cuando Dios llama y escoge a una persona para que lo conozca y lo trae al arrepentimiento
y perdón, ese perdón se da a través de la fe en la muerte —el sacrificio— de Jesucristo.
Cristo, el hijo de Dios, murió por los pecadores, para que pudiéramos vivir. Al aceptar Dios
el Padre misericordiosamente la muerte de Cristo, en lugar de la muerte eterna para un
pecador arrepentido, Dios es bueno.

Cuando una persona se ha arrepentido del pecado y ha pedido la misericordia de Dios y el


don del Espíritu Santo, Dios vive y trabaja dentro de esa persona, a través del poder de ese
espíritu. Si la persona entonces utiliza ese poder espiritual dado por Dios para que cambie,
esa persona puede ser transformada en su interior. Al hacer esto, Dios es bueno: “porque
Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”
(Filipenses 2:13).

En todo aspecto relacionado en llevar a cabo su plan de salvación, a través de Jesucristo, en


la vida de los seres humanos, Dios es bueno.

¡Finalmente todos entenderán la bondad de Dios y su plan!

Como vimos anteriormente, no todas las personas entienden el “bien” de la misma manera.
Muchos no lo entienden a la luz de la Biblia ni con la naturaleza y obras de Dios. La
mayoría no sabe ni conoce la increíble “bondad” de Dios. Pero incluso teniendo en cuenta
esto, ¡hay buenas noticias!

¡Las buenas noticias son que esto va a cambiar! La Biblia revela que ya viene el tiempo en
que el conocimiento de Dios —de cómo es Él y cómo actúa, de la “bondad” de Dios— se
extenderá mucho más de lo que está actualmente. “Porque la tierra será llena del
conocimiento de la gloria del Eterno, como las aguas cubren el mar” (Habacuc 2:14).

¡En ese maravilloso momento, cuando el Reino de Dios gobierne en la tierra, la bondad de
Dios será conocida, entendida y alabada a través de todo el mundo!

“Del poder de tus hechos estupendos hablarán los hombres, Y yo publicaré tu grandeza.
Proclamarán la memoria de tu inmensa bondad, Y cantarán tu justicia. Clemente y
misericordioso es el Eterno, Lento para la ira, y grande en misericordia. Bueno es el Eterno
para con todos, Y sus misericordias sobre todas sus obras” (Salmos 145:6-9).
¿Qué debería hacer usted?

Conocer a Dios es la relación más importante y significativa que usted puede tener.
Conocer su bondad es inspirador —nos llena de esperanza y nos motiva a vivir una vida
con sentido, confianza y propósito. Usted puede conocer a Dios mejor. Lea y estudie el
material de este sitio para aprender más de Dios, el plan que tiene para la humanidad y
su propósito para su vida. Léalo con la Biblia a su alcance.

Si desea ayuda personal y consejo acerca de algo, no dude en escribirnos utilizando el link
de abajo “Pregúntenos”.

El Amor de Dios - Juan 15:13


El amor de Dios por nosotros, por Su enemistada creación, está representado gráficamente
en el sacrificio que Él hizo por nosotros. "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga
su vida por sus amigos" (Juan 15:13).

Jesucristo es el único y eterno Hijo de Dios.1 Es el Alfa y el Omega,2 el Gran YO SOY,3 el


"Dios Todopoderoso"4 por el cual fueron creadas todas las cosas5 y en él todas las cosas
subsisten.6 Jesús, quien es la cabeza de todas las cosas,7 se humilló a sí mismo de tal
manera, que la mente humana ni siquiera puede soportar el pensar en ello. El vino a este
mundo maldito por el pecado y compartió activamente nuestros sufrimientos. Tal como
somos hechos de carne y sangre, así participó Él de lo mismo.8 Fue hecho carne y habitó
entre nosotros.9 Compartió los sufrimientos que acarreamos sobre nosotros mismos al
rechazar Sus santos preceptos.10Y como si eso no fuera suficiente para convencernos de Su
amor y preocupación por nosotros, Jesús, el Dios inmortal y Dador de la Vida, se dio a sí
mismo en la cruz ¡en el mayor acto de amor que el mundo ha conocido jamás! Al hacer esto
nos libró de nuestros pecados, eficazmente clavándolos consigo mismo en la cruz. De esta
manera, Él, que no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros11 y Él, quien dio vida a
todos, gustó la muerte por aquellos condenados a morir.12

El Amor de Dios - Porque de tal manera amó Dios al Mundo


¡Dios es amor! "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, más tenga vida eterna. Porque no envió
Dios a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él
(Juan 3:16-17). Jesucristo amó tanto al mundo que se dio a Sí mismo por él, desde Sus
derechos y privilegios como Hijo único y eterno de Dios, ¡hasta Su propia vida! Si usted
desea ver el amor de Dios, mire la cruz. "En esto se mostró el amor de Dios para con
nosotros: En que Dios envió a Su Hijo unigénito, para que vivamos por Él. En esto consiste
el amor: No en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y
envió a Su Hijo en propiciación por nuestros pecados" (1a de Juan 4:9-10). "Porque la paga
del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro"
(Romanos 6:23).

El Amor de Dios - ¡Es para Usted!


El amor de Dios nos ha sido revelado y ahora Él está a la puerta y llama.13 Depende de
cada individuo el buscar una relación personal con Dios, o el rechazarlo rotundamente. La
única barrera entre nosotros y el amor de Dios es nuestro libre albedrío y Jesucristo es la
puerta.14 "Jesús respondió: ´Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre si
no por Mí´" (Juan 14:6). La salvación es un regalo gratis comprado y pagado con la sangre
de Cristo. No hay otro camino. "…No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la
justicia, ¡entonces por demás murió Cristo!" (Gálatas 2:21). Usted no puede ganarse el
perdón de Dios a través de buenas obras. ¿Cómo podría el hacer las buenas obras, que usted
debería haber hecho toda la vida, compensar las incontables veces que ha fallado? Dios no
es tonto. Aunque "amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá delante
de Mí…" (Jeremías 2:22).

Una vez un hombre cayó de rodillas delante de Cristo y le rogó: "Si quieres, puedes
limpiarme." Cristo, "teniendo misericordia" respondió: "Quiero, sé limpio" (Marcos 1:40-
41). Nosotros también podemos caer de rodillas y reconocer la única provisión de Dios para
nuestros pecados. Nosotros también podemos oír: "Quiero, sé limpio." Cristo
voluntariamente sufrió la justa indignación de Dios sobre sí mismo para que usted no
tuviese que hacerlo; quienquiera que acepte Su muerte sobre la cruz como pago por sus
pecados, se reconciliará con Dios a quien ha ofendido. "Y todo esto proviene de Dios,
quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo…Dios estaba en Cristo reconciliando consigo
al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados…Al que no conoció pecado,
por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él"
(2da de Corintios 5:18-19, 21). ¿Aceptaría usted hoy el amor de Dios?

EL AMOR A DIOS

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Libro único

Capítulo 1. LA CARIDAD ES CAMINO QUE LLEVA A LA VIDA. CÓMO HA Y QUE


AMAR A DIOS Y AL PRÓJIMO

Necesitamos ser vigilantes, atentos, animosos y solícitos para indagar y aprender el modo y
la manera de poder evitar las penas del infierno y conseguir la felicidad del cielo; puesto
que no podremos evitar aquel tormento ni adquirir aquel gozo, si no es conociendo el
camino para esquivar lo primero y poder alcanzar lo segundo.

Escuchemos, entonces, con gusto, y meditemos atentamente las palabras del Apóstol,
donde manifiesta dos cosas, a saber: que la vida gloriosa del cielo es inefable, y cuál es el
camino que conduce a esa vida. Porque dice: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni comprendió el
corazón del hombre lo que Dios ha preparado para los que lo aman 1. Al decir que Dios ha
preparado bienes para quienes lo aman, está mostrando que el amor es el camino por el que
se llega a esos bienes. Pero no puede darse el amor de Dios sin el amor del prójimo, como
atestigua San Juan, cuando dice: Quien no ama a un hermano suyo, a quien ve, ¿cómo
puede amar a Dios a quien no ve? Y el mandato que tenemos de Dios es que quien ama a
Dios, ame también a su prójimo 2. En este doble amor consiste la verdadera caridad, de la
que habla el Apóstol, cuando dice: Os vaya mostrar aún un camino mucho mejor 3. Ved
cómo la caridad es el camino más excelente que lleva a la patria celestial, sin él nadie puede
llegar allí. Pero ¿quién es el que anda por ese camino?, ¿quién lo ha conocido? El que ama
a Dios y al prójimo.

¿Cómo debemos amar a Dios y al prójimo? Debemos amar a Dios más que a nosotros
mismos, pero al prójimo como a nosotros. Amamos a Dios más que a nosotros, cuando
anteponemos en todo los mandamientos suyos a nuestra voluntad, porque no se nos manda
amar al prójimo más que a nosotros, sino como a nosotros, es decir, debemos querer y
desear al prójimo todo el bien que debemos querer y deseamos a nosotros, sobre todo la
felicidad eterna, y ayudarle a conseguirla, tanto en las cosas corporales, como en las
espirituales, según lo pide la razón, y los recursos lo permitan. Por lo cual el Señor dice en
el evangelio: Tratad vosotros a los demás como queréis que los hombres os traten a
vosotros 4; Y el apóstol Juan dice: No amemos de palabra y con la boca, sino con obras y
de verdad 5. Y ¿quiénes son los prójimos a los que debemos amar así? Ciertamente son
todos los hombres, sean cristianos, judíos, paganos, tanto amigos como enemigos.

Capítulo 2. POR QUÉ Y DE QUÉ MODO NOSOTROS TENEMOS QUE AMAR A


DIOS. EL AMOR DE DIOS SE ESTIMULA POR EL ASOMBRO DE LA CREACIÓN.
LA CRIATURA RACIONAL ES DOBLE. PARA QUÉ FUE CREADA

Puesto que toda nuestra salvación consiste en el amor, tenemos que examinar con cuidado
por qué y cómo debemos amar a nuestro Señor. En efecto, nada más eficaz para excitar en
nosotros el amor, para alimentarlo y aumentarlo, como la reflexión constante y diligente de
sus beneficios. Nos ha dado y colmado de tantos beneficios que nuestra alma desfallece, y
termina anonadada por completo ante la consideración de tantos beneficios suyos. Y
aunque no podamos devolverle tanto amor y reconocimiento y tantas acciones de gracias,
como conviene, con todo debemos compensarle con cuanto amor y gratitud seamos
capaces. Aquí está el por qué nosotros debemos amar también mucho al Señor, es decir, por
sus beneficios, porque nos los ha dado sin mérito alguno nuestro por su gran piedad, por su
bondad totalmente gratuita. Y cómo nosotros debemos amar a Dios lo manifiesta aquel
mandamiento suyo, que ordenó El con insistencia, y que quiso que fuera cumplido con
exactitud 6. Escucha, hombre, el mandamiento que es el principal y primero de todos los
mandamientos; te repito, escúchalo con atención, guárdalo en la memoria, medítalo de
continuo, y cúmplelo con todas tus fuerzas exactamente, con asiduidad y perseverancia.
Este es ese mandamiento: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, es decir, con todo
el entendimiento; y con toda tu alma, es decir, con toda tu voluntad: y con toda tu mente 7,
es decir, con toda la memoria: de manera que le consagres a Él todos tus pensamientos,
toda tu vida y todo tu entendimiento.
Pero, porque quizá piensas que Dios a ti te ama poco, y no dudas en amarle también a Él
poco; examina y repasa en tu espíritu los dones y beneficios que te ha dado y los que te ha
prometido, para que te convenzas de que tú debes amarle a Él apasionadamente.

Y para excitar y acrecentar más en ti el amor de Dios, considera con atención por quién, por
qué y para qué fue creado el hombre, y qué cosas creó Dios por el hombre. Has de saber
que la causa de todas las cosas creadas, celestes y terrestres, visibles e invisibles, no es otra
que la bondad del Creador, que es Dios único y verdadero, cuya bondad es tan grande que
ha querido que otros sean partícipes de su felicidad, por la cual Él es feliz eternamente,
felicidad que vio que podía comunicarla sin que pudiese disminuir lo más mínimo. Este
bien que era El mismo, y por el cual El mismo es feliz, quiso comunicarlo a otros por su
sola bondad, no por necesidad, porque era propio del sumo Bien querer hacer el bien, y del
omnipotentísimo no poder hacer mal alguno. Y, porque nadie puede participar de su
felicidad si no es por la inteligencia, de modo que tanto más se participa, cuanto más se
comprende, creó Dios la criatura racional, para que entendiera el sumo Bien, entendiendo lo
amara, amando lo poseyera, y poseyéndolo lo gozara. Y la distinguió de esta manera: que
una parte permaneciese en la pureza de su ser, sin que se uniese a un cuerpo, a saber, el
ángel; otra parte que se juntase a un cuerpo, a saber, el alma.

Según esto, la criatura racional se divide en incorpórea y corpórea. La incorpórea es el


ángel; la corpórea en cambio se llama hombre, porque consta de alma racional y de cuerpo.
Por tanto la formación de la criatura racional tuvo como causa primera la bondad de Dios.
En resumen, el hombre y el ángel fueron creados por la bondad de Dios. Efectivamente,
existimos porque Dios es bueno; y en cuanto que existimos, nosotros somos buenos. ¿Para
qué, pues, ha sido creada la criatura racional? Para alabar a Dios, para servirle, para gozar
de Él. En todo esto ella misma es la que se aprovecha, no Dios. Porque Dios, que es
perfecto y pleno de la suma bondad, no puede ni ganar ni perder nada. Y porque la creación
de la criatura racional por Dios hay que referirla a la bondad del Creador y a la utilidad de
la criatura, debemos responder que: por la bondad de Dios y por la utilidad de la criatura,
con que le resulta ventajoso servir a Dios y gozar de Él.

Capítulo 3. TODO ES DEL HOMBRE


El ángel y el hombre fueron creados por Dios, no porque Dios creador y sumamente feliz
tuviese necesidad de su servicio, porque El no necesita de nuestros bienes, sino para que le
sirvan y gocen de Él, pues servirle a Él es reinar. Y aquí el provecho es para el servidor, no
para el que es servido.

Y como el hombre ha sido creado para Dios, esto es, para servirle, el mundo ha sido creado
para el hombre, es decir, para que le sirviese. Así pues, el hombre está en el medio, entre
Dios y el mundo, para servir y para ser servido, para abarcar los dos extremos, y para que
todo revierta en bien del hombre, tanto el obsequio que recibe como el que él da. Porque
Dios ha querido que el hombre le sirva de modo que con su servicio no sea Dios quien se
aprovecha, sino el mismo hombre; y quiso que el mundo sirviese al hombre, para que
además se beneficiase él mismo igualmente. En consecuencia todo era bien del hombre,
tanto lo que fue creado para él, como aquello para lo cual él fue creado. Porque, dice el
Apóstol, todas las cosas son nuestras 8: a saber, las cosas superiores, las iguales y las
inferiores. Las cosas superiores ciertamente son nuestras para gozar, como Dios Creador
Trinidad; las cosas iguales son nuestras para convivir, es decir, los ángeles, que aunque
ahora son superiores a nosotros, en el futuro serán iguales 9; Y las cosas inferiores son
nuestras, porque sirven para nuestro uso, como cuando decimos que los bienes de los
señores son de los servidores, no a título de propiedad, sino de usufructo. En algunos
pasajes de la Escritura está escrito que hasta los mismos ángeles son enviados para servicio
nuestro, por eso el Apóstol afirma: Que todos los espíritus en funciones son enviados al
servicio de los que han de heredar la salvación 10. Esto a nadie debe parecer algo increíble,
cuando hasta el mismo Creador y Rey de los ángeles ha venido no a ser servido, sino a
servir y a dar su vida por muchos 11. Se dice que los ángeles presentan nuestras oraciones y
ofrendas a Dios; no porque enseñen algo a Dios, que conoce todas las cosas, tanto antes de
que sucedan, así como después; sino porque consultan su voluntad divina sobre todo, y lo
que llegan a conocer que es voluntad de Dios, eso nos lo anuncian a nosotros de una forma
clara o misteriosa. Por eso el ángel dice a los hombres: Cuando orabais, yo presentaba a
Dios vuestra oración 12. Lo mismo cuando oramos nosotros, no es que enseñemos a Dios
algo, como si El no supiese qué queremos, y qué necesitamos, sino que la criatura racional
necesita dirigir hacia la verdad eterna las causas temporales, ya para pedir lo que le
conviene, ya para consultar lo que debe hacer. Así pues, la caridad supereminente de Dios
nos envía desde lo alto de los cielos a los ángeles para que nos consuelen, nos visiten y nos
ayuden en orden a Dios, en orden a nosotros, y en orden a ellos mismos. Principalmente en
orden a Dios, porque es tan grande su piedad, que ellos imitan, como es digno, las entrañas
misericordiosas de Dios para con nosotros; en orden a nosotros, porque nos compadecen
sobre manera por su propia semejanza con nuestra naturaleza; en orden a ellos mismos,
porque están deseosos de que sus filas se completen con nosotros.

Capítulo 4. DIGNIDAD DEL ALMA. RECONOCIDA POR EL AMOR DE DIOS HACIA


ELLA. A QUIEN SIRVEN TODAS LAS COSAS POR GRACIA DE DIOS. CÓMO HAN
DE SER AMADAS LAS COSAS CREADAS, Y CÓMO EL CREADOR

En primer lugar que cada uno se examine atentamente a sí mismo y, cuando haya
reconocido su dignidad, para no injuriar a su Creador, que no ame las cosas inferiores a él.
En efecto, hasta las cosas que en sí mismas son hermosas, pierden valor comparadas con
otras más hermosas; y como es impropio asociar lo deforme con lo hermoso, así es
completamente impropio igualar las cosas que sólo tienen una mínima o imaginaria belleza
con las cosas que son más bellas. Entonces, fíjate bien, alma, en tu propia belleza, y
entiende cuál es la belleza que debes amar. Porque, si esa visión interior tuya está quizá
obscurecida por tu negligencia, y eres incapaz de contemplarte a ti misma como lo exigen
tu dignidad y tu interés, ¿por qué al menos no sopesas y valoras con el juicio de otros lo
que debes estimar y valorar de ti misma? Tienes un esposo, y no lo conoces. Es el más
hermoso de todos, y no has visto su rostro. El sí te ha visto a ti, porque, si no, no te amaría.
El no ha querido aún descubrirse ante ti; pero te ha enviado sus dones, te ha dado las arras,
como prenda de amor y señal de su predilección. Si pudieras conocerlo, si vieras su
hermosura, no dudarías jamás de tu belleza, porque sabrías que un esposo tan bello, tan
hermoso, tan distinguido, y tan extraordinario no se habría enamorado de ti al verte, si tu
encanto singular y tu atractivo sobre otros no le hubiese impresionado. ¿Qué vas a hacer
entonces? Por ahora no puedes verlo, porque está oculto; y por eso ni temes ni te
avergüenzas de ofenderlo, porque desprecias su amor singular, y te prostituyes torpe e
impúdicamente a la pasión de un extraño. No obres así. Si aún no eres capaz de conocer
quién es el que te ama, fíjate al menos en las arras que te ha dado, porque quizá a la vista de
esos dones suyos que están ,en tu poder, puedas reconocer con qué cariño debes amarlo, y
con qué empeño y diligencia debes guardarte para El. Sus arras son insignes, un regalo
regio; porque ni convenía a su grandeza hacer regalos pobres, ni siendo tan sabio habría
otorgado cosas grandes por poco precio. Porque es muy grande lo que te ha dado, pero es
de mayor valor lo que Él ama en ti. Es decir, que es algo muy grande lo que te ha dado.

¿Qué es lo que te ha dado tu esposo? Observa todo este universo mundo, y considera si hay
algo que no sea para tu servicio. Toda la naturaleza sigue su curso para obedecer tus
órdenes, ponerse a tu disposición, servir a tus necesidades y placeres con abundancia
asegurada. Cielo, tierra, aire, y mar, con cuanto contienen, nunca cesan de regalarte. Las
estaciones, al renovarse cada año y revitalizar lo viejo, reformando lo caduco y restaurando
lo fungible, te ayudan con alimentación perpetua. ¿Quién crees que ha instituido todo esto?
¿Quién ha ordenado a la naturaleza que te sirva así con una armonía tan perfecta? Disfrutas
el beneficio, y no reconoces a su autor. El don es manifiesto, el donante oculto, y sin
embargo tu misma razón no te permite dudar de que todo esto no es algo que te sea debido
a ti, sino que es un beneficio gratuito. Así pues, quienquiera que sea, nos ha dado mucho; y
quien ha querido darnos tanto, es que nos ha amado mucho. Por tanto, sus dones
demuestran tanto las pruebas de su amor como los motivos del amor que le debemos. ¡Qué
locura no desear espontáneamente el amor de un bienhechor tan poderoso! ¡Qué impiedad,
y qué perversidad no amar a tan gran amador!

Ya que amas todas estas cosas, ámalas como súbditos, como servidores, como arras del
esposo, como regalos del amigo, y favores del Señor, de tal modo que recuerdes siempre
que se lo debes a Él; y no por sí mismas, sino por Él, ni a ellas con Él, sino por su causa; y
por medio de ellas, y por encima de ellas le ames a É1.

Capítulo 5. REPASO A LOS BENEFICIOS DE DIOS

Cuídate, alma, de ser llamada meretriz, lo que Dios no permita, si es que amas los regalos
del donante más que el afecto del amante. La injuria que haces a su amor es tanto mayor
cuanto que hasta recibes sus dones, y, sin embargo, no correspondes a las muestras de su
amor. O bien, si puedes, rehúsa sus dones, o, si no puedes rehusarlos, correspóndele amor
con amor. Ámalo a Él por sí mismo, y ámate a ti por amor a Él; ámalo a Él para que goces
de Él, y ámate a ti, de modo que Él, sea quien te ame. Ámalo en los dones que Él te ha
concedido. Amalo a Él para ti, y también ámate a ti para Él. Ese es el amor puro y casto,
que nada tiene de impuro, nada de amargo, nada de transitorio.

Así pues, considera, alma mía, los dones que has recibido tanto en común con las demás
criaturas, como los especiales con algunas, y los singulares que tú sola has recibido. El te
ha amado en todos esos bienes tanto en los comunes de todos contigo, como en los
especiales con algunos, y en los singulares concedidos a ti sola. Además te ha amado a ti
como a todas las demás criaturas, porque te ha hecho partícipe en común con ellas de sus
dones. Te ha amado a ti más que a las demás, porque te ha distinguido a ti con el don de
una gracia singular. Has sido amada entre todas las criaturas; has sido amada con todos los
buenos, y por encima de todos los malos; y para que no te parezca poco que has sido amada
más que todos los malos, ¿cuántos son los buenos que han recibido menos que tú?

Capítulo 6. EL BENEFICIO DE LA CREACIÓN. EL BENEFICIO DE LA


REPARACIÓN. EL VALOR DEL HOMBRE

Piensa, alma, en primer lugar, que no existirías alguna vez, y que, para que comenzaras a
existir, has sido enriquecida con este don de Dios. En efecto, el don de Dios era para que
fueras hecha. Pero, ¿es que a Él le habías dado algo antes de que tú fueras hecha?
Ciertamente que no. Tú nada le habías dado; ni nada podías darle antes de que fueras hecha.
Por cierto, aunque te hubiese concedido solamente la existencia, por eso solo merecería
nuestra alabanza y nuestro amor eternos. Pero en realidad nos ha dado mucho más, porque
nos ha dado no sólo el ser, sino también el ser bello y hermoso. Y, como tampoco quiso
ponerse limites la liberalidad del mejor bienhechor, todavía nos ha dado algo más, y nos ha
atraído más y más a su semejanza. Quiso atraer a Sí por medio de la semejanza a los que
había atraído ya por medio del amor.

Además de que nos dio el ser, y el ser bellos, nos dio también el vivir: para que fuéramos
superiores por la esencia a las cosas que no son, por la forma a las que son desordenadas, o
incompletas e irregulares, y por la vida a las que son inanimadas. Grande es tu deuda, alma
mía. Has recibido mucho, sin tener nada de tu parte, y por todo ello no tienes otra cosa que
dar sino el pago de tu amor. En efecto, lo que se te ha dado por amor, nada mejor y más
apropiado que pagarlo con amor, ya que lo has recibido por amor.
Ahora empezaré a contarte todo lo que hizo este esposo tuyo, que se mostró tan excelente al
crearte, y se dignó humillarse cuando te redimió. Allí se mostró tan sublime, aquí tan
humilde; con todo no es menos amable en su pequeñez que en su grandeza; porque
tampoco es menos admirable en uno y otro caso. Entonces, al crearte, su poder te colmó de
dones, ahora, al redimirte, su misericordia soportó por ti las pruebas más crueles. Para
devolverte al lugar de donde habías caído, El mismo se dignó descender hasta el lugar
donde estabas caído; y para recuperarte con justicia todo lo que habías perdido, El mismo
se dignó tomar piadosamente sobre Sí los sufrimientos que tú padecías. En consecuencia,
El descendió del cielo, tomó tu naturaleza, sufrió, venció y te restauró. Descendió a la
condición mortal, tomó nuestra mortalidad, sufrió la pasión, venció la muerte, y restauró al
hombre.

Considéralo, alma mía, y enmudece ante tantas maravillas, ante tantos beneficios y
bondades para contigo. Medita cuánto te amaría el que se dignó obrar cosas tan grandes por
ti. Fuiste creada bella por la gracia de su creación, y tú te volviste fea por tu iniquidad; pero
de nuevo fuiste purificada y hermoseada por su piedad, obrando siempre en ambos casos su
caridad. Antes, cuando no existías, El te amó para crearte; después, cuando eras fea, El te
amó para hacerte hermosa; y para demostrarte lo mucho que te amaba quiso librarte de la
muerte, solamente muriendo El mismo; y, como si no bastasen los beneficios tan grandes
de su piedad, te muestra además el afecto verdadero de su amor.

El Creador piadoso infundió al primer hombre desde arriba el soplo de la vida son su
inmensa bondad; pero con caridad mucho mayor dio por el hombre no sólo las cosas suyas,
sino que hasta Él mismo se da y se sacrifica a Sí mismo por el hombre, En verdad que es
grande proceder de Dios, porque me siento ser obra suya; pero mucho más es que veo que
Él mismo se ha convertido en mi precio, porque la misma redención se realiza con un don
tan copioso que el hombre parece alcanzar el mismo valor de Dios. ¡Feliz culpa mía, que,
mientras el amor le atrae para lavarla, a la vez ese mismo amor me tiende sus brazos para
desearlo, y para buscarlo a Él ardientemente con todas las entrañas! Jamás conocería tan
bien su amor, si no lo hubiese experimentado en tantos y tan grandes peligros. ¡Oh feliz
caída, porque después he resucitado más feliz que antes! Imposible imaginar una
predilección más grande, un amor más sincero, una caridad más santa, un afecto más
ardiente. Murió por mí el inocente, sin encontrar en mí nada que le agradara. ¿Qué amaste,
Señor, en mí, y hasta tal punto me has amado, para que murieras por mí? ¿Qué de
importante encontraste en mí, que quisiste sufrir tantos y tan duros tormentos?

Capítulo 7. EL BENEFICIO DE LA VOCACIÓN A LA FE

Pero eso no es todo, porque ponte a pensar ¿cuántos y de qué calidad, comparados contigo,
fueron rechazados, sin poder conseguir la gracia que a ti te ha sido dada? Ciertamente has
oído que desde el principio del mundo hasta hoy han pasado muchísimas generaciones, las
cuales, sin conocer a Dios y sin el rescate de su redención, han perecido en la muerte
eterna. Tu Redentor te ha preferido a ti a todos ellos, al darte esa gracia que ninguno de
ellos mereció recibir. Tú sola fuiste escogida entre todos; y, al elegirte a ti, ninguna otra
causa podrás encontrar que el amor único de tu Salvador. De esa manera te ha elegido y te
ha preferido a ti tu esposo, tu amador, tu Dios y Redentor tuyo. Te ha escogido entre todos,
te ha preferido a los demás, y te ha amado más que a todos. Te ha marcado con su nombre,
a fin de que su recuerdo estuviese siempre contigo. Quiso que compartieras su nombre, de
modo que fuera en ti verdaderamente una realidad, porque te ha ungido con el mismo óleo
de la alegría, con el que El también fue ungido 13, de modo que has sido ungido por el
Ungido, porque cristiano viene de Cristo. ¿Es que tú fuiste más fuerte, más sabio, más
noble, más rico que los demás, para haber merecido alcanzar una gracia especial sobre
todos ellos? ¿Cuántos fuertes, sabios, nobles y ricos han existido; y sin embargo, perecieron
abandonados y rechazados? Es innegable que ha hecho mucho por ti, porque, cuando antes
estabas manchada, y contaminada, eras deforme, estabas escuálida y llena de andrajos,
desgarrada y hecha jirones, objeto de horror y de asco; sin embargo, Dios, Señor tuyo, te
amó de tal modo que te ha enriquecido con tantos y tan grandes dones de su gracia. Puesto
que si antes no hubieras sido cuidadosamente, con desvelo apasionado, cultivada y
embellecida de modo conveniente, nunca habrías sido digna de ser introducida en el tálamo
del esposo celestial. Ahora, pues, mientras hay tiempo, cultiva, alma mía, tu forma,
embellece tu cara, dispón bien tu exterior, elimina la suciedad, recobra la limpieza,
conviértete, guarda la disciplina, y mejorando, por fin, del todo, muéstrate con denuedo
esposa digna de tu digno Esposo. Prepárate, por tanto, como conviene a una esposa del
esposo inmortal, a la esposa del reino celestial.
Capítulo 8. DON DE LAS VIRTUDES. CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA DE DIOS

Has de saber también que debes a su amor todo eso que tienes a tu disposición para que
puedas embellecerte; porque nada tendrías de ti misma, si no lo recibieras de Él. Además
has recibido de Él como vestidos para cubrirte las obras buenas, y como joyas y adornos
diversos el que puedas adornarte y embellecerte con los frutos de las limosnas, los ayunos,
las oraciones, las vigilias sagradas, y las demás obras de piedad; también te ha concedido
copiosamente todo lo que puede servir para la salud, la alimentación, para restaurar la
belleza, para aumentar los encantos. Contempla con qué distribución tan copiosa te ha
venido todo por todas partes. Tú no tenías nada, y te lo dieron; lo habías perdido, y te lo
devolvieron; nunca te abandonaron, para que conozcas el amor tan grande del que te ama.
Él no quiere que te pierdas, por eso te espera con infinita paciencia, y te concede
piadosamente que, si tú quisieras, puedas reparar una y otra vez lo que has perdido con tu
negligencia. Y ¡cuántos han perecido ya de los que recibieron todo eso contigo, pero que no
han merecido recuperar nuevamente contigo los dones que habían perdido! Tú has sido
amada más que todos, porque se te devuelve tan bondadosamente lo que habías perdido,
mientras que a ellos les es negado con tanto rigor. Jamás te ha negado a ti la gracia, que
siempre te ha dado, para hacer el bien. Si haces grandes obras, eres engrandecido con
misericordia; pero cuando no las haces, eres humillado para tu salvación. Porque El sabe
mejor que tú lo que te conviene; y por tanto, si quieres pensar rectamente de Él, comprende
que todo lo que ha hecho contigo lo ha hecho por, tu bien. Porque es tal el amor de Dios
entre nosotros que, cuanto se hace insufrible a la debilidad humana, El en su bondad no lo
permite sino para bien nuestro. Quizás no tienes la gracia de las virtudes, pero entonces,
cuando el ímpetu de los vicios te sacuda, te afirmarás mejor en la humildad. Pues la
debilidad del humilde agrada más dulcemente a Dios que la virtud del soberbio. No tengas
la más mínima audacia de prejuzgar las disposiciones divinas, antes bien pídele siempre
con temor y reverencia que, según El te conoce, venga en tu ayuda; que piadoso borre las
reliquias del pecado que quedan en ti; que benigno perfeccione el bien comenzado; y que te
lleve hasta Él mismo por el camino que más le plazca.

Capítulo 9. IMPORTANCIA DE LOS DEMÁS BENEFICIOS


¿Qué debemos hacer, alma mía, por Dios nuestro Señor, de quien hemos recibido tantos
bienes? No contento con darnos los mismos bienes que a los demás, hasta en nuestras
miserias hemos experimentado su amor especial, para que le amemos extraordinariamente
tanto por los bienes como por los males. Tú me has dado, Señor, el don de conocerte; y,
más que a otros, el conocer muchos de los secretos que tú has revelado. A muchos de mis
coetáneos los has dejado en las tinieblas de la ignorancia, y a mí, sobre ellos, me has
infundido la luz de tu sabiduría; me has dado la facultad de sentir, un entendimiento ágil,
una memoria tenaz, la eficacia en las obras, la gracia en la conversación, el progreso en los
estudios, el éxito en lo emprendido, el consuelo en las adversidades, la cautela en la
prosperidad; y adondequiera que me vuelva siempre me ha acompañado tu gracia y tu
misericordia. Y muchas veces, cuando me he visto perdido, repentinamente tú me has
librado; cuando yo me extraviaba, tú me atrajiste al buen camino; estaba en la ignorancia, y
me instruiste; había pecado, y me corregiste; estaba triste, y me consolaste; cuando caí, me
levantaste; cuando estuve en pie, me tenías de la mano. Tú me has concedido conocerte con
mayor verdad, amarte con más pureza, creer en ti con más sinceridad, y seguirte con más
amor. Señor, Dios mío, dulzura de mi vida, y lumbre de mis ojos, ¿cómo podré pagarte por
todos los bienes que me has dado? Quieres que te ame.

Pero ¿cómo y cuánto te voy a amar? Y ¿quién soy yo para amarte? Y, sin embargo, he de
amarte a ti, Señor, mi fortaleza, mi fundamento, mi refugio y mi libertador, mi Dios, mi
ayuda, mi protector, fuerza de mi salvación, y mi guía. ¿Qué más voy a decir? Que tú,
Señor, eres mi Dios.

Capítulo 10. LA PROVIDENCIA DE DIOS SOBRE NOSOTROS

Señor y Dios mío, son muchos e innumerables los beneficios que me has concedido, y será
muy agradable para mí pensar de continuo en ellos, hablar de ellos sin cesar y darte gracias
en cada instante, para que pueda alabarte y amarte por todos tus beneficios. Ahí tienes,
alma mía, tus arras; y en esas arras reconoces a tu esposo. Guárdate, pues, para El, intacta,
inmaculada, incontaminada e íntegra. Si antes eras una corrompida, ahora te ha convertido
en virgen; y como su amor suele devolver la integridad a los corruptos, también suele
conservar la castidad a los que son puros. Piensa constantemente cuánta misericordia ha
derrochado contigo, y valora en ello la grandeza de su amor, puesto que reconoces que
jamás ha cesado de hacerte beneficios. Me parece, en efecto, cuando pienso en sus
bondades para conmigo, como si Dios, por así decirlo, no tuviese otra ocupación que
atender a mi salvación; y le veo tan ocupado en mi custodia, como si se olvidara de todo, y
quisiera, dedicarse sólo a mí. Dios siempre se me hace presente, se me ofrece siempre
dispuesto; dondequiera que vaya, Él no me abandona; en todas partes me acompaña; en
todo lo que hiciere me ayuda, y, en fin, ve todas mis acciones, y en su gran bondad, me
presta su asistencia especial, como se demuestra palmariamente por los efectos de su
gracia. De lo cual se sigue que, aunque sea invisible para nosotros, nunca podemos huir de
su presencia. ¿Y ese toque dulce que yo experimento con su recuerdo y que me impresiona
con tanta fuerza y suavidad, que comienzo como a estar toda enajenada de mí misma, y
abstraída no sé cómo? De repente no soy la misma, y cambiada del todo comienzo a tener
un bienestar que no soy capaz de explicar. La conciencia rebosa de júbilo, se olvida la
miseria de los dolores pasados, el alma se regocija, el entendimiento se ilumina, el corazón
se embellece, los deseos se inundan de felicidad. Aunque no sé dónde, me encuentro en
otro lugar, y como que poseo algo interiormente con los abrazos del amor, sin saber qué es;
y sin embargo me esfuerzo con todo entusiasmo por poseerlo siempre y no perderlo jamás.
El alma lucha de algún modo gozosamente para no apartarse de aquello que ha querido
siempre abrazar; y como si allí encontrase la meta de sus deseos, salta de un júbilo
grandioso e inefable, sin desear otra cosa ni apetecer nada más, y queriendo permanecer
siempre así, ¿No es ése el Amado? En verdad que Él es mi Señor, el que viene a visitarme,
pero ahora viene invisible, oculto, incomprensible; y viene para tocarme, no para que yo lo
vea; viene para ayudarme, no para que yo lo abarque; viene no para darse ahora todo
entero, sino para darnos a gustar su dulzura, no para colmar el deseo ni mostrar la plenitud
de su perfecta hartura. Y todo esto pertenece a las arras de su desposorio, porque el que
algún día se te mostrará y dará para siempre, ahora se te muestra de algún modo para que le
gustes y veas cuán dulce es.

Capítulo 11. EL DON DE LA VIDA. LOS DELEITES SENSIBLES Y OTROS


BENEFICIOS

Así pues, tú debes amar mucho a tu Dios, porque te ha concedido tantos beneficios. Más
aún, para que te enciendas más en su amor considera con cuidado cómo, además de los
beneficios anteriores, te ha concedido muchos más. Y como ves los bienes aquí recordados
que te ha dado, debes mostrarte muy agradecido y devoto a quien tales favores te ha hecho,
y decirle, dándole gracias: debo amar a mi Dios, porque sacando el bien del mal de mis
padres, me ha creado de su carne, e infundió en mí el soplo de la vida, tratándome mejor
que a los abortivos, arrancados del útero, que a los ahogados dentro de las entrañas de sus
madres que parecen concebidos para el castigo y no para la vida. Si yo he recibido el ser, y
el ser hombre, el entendimiento para distinguirme de los animales. He recibido la forma del
cuerpo, y con la diferenciación de los sentidos: ojos para ver, oídos para oír, nariz para oler,
manos para palpar, paladar para gustar, pies para andar, y, en fin, la misma salud del
cuerpo. También ha habido otro grandísimo beneficio que Dios creó para la agudeza
sensorial de cada sentido: los estímulos y deleites convenientes a cada uno: armoniosos,
olorosos, sabrosos, y luminosos. Realmente, la providencia del Creador ha puesto en las
cosas cualidades tan diversas que todos y cada uno de los sentidos del hombre pueden
encontrar sus propios deleites. En efecto, una cosa percibe la vista, otra la olfacción, otra el
oído, otra el olfato, otra el gusto, y otra el tacto. La belleza de los colores deleita la vista, la
dulzura del canto acaricia los oídos, la fragancia de los olores halaga el olfato, la dulzura de
los sabores regala el gusto, la suavidad del contacto recrea el tacto. Y ¿quién es capaz de
enumerar la gama inmensa de deleites de los sentidos? Porque son tantos y tan variados en
cada uno, que, si alguien los examina por separado, enseguida ve que cada uno tiene los
suyos propios. ¡Cuántos placeres de los ojos descubrimos en la variedad de colores, cuántos
deleites de los oídos oímos en la diversidad de sonidos; y, sobre todos ellos, cuántos dulces
coloquios para intercambiar los hombres sus sentimientos, para recordar las cosas pasadas,
relatar las presentes, anunciar las futuras y revelar las ocultas de tal manera que, si
careciese de estos dones, la vida humana sería semejante a la de los animales!

Y ¿por qué no recordar los conciertos de las aves, la dulce melodía de la voz humana, las
modulaciones armoniosas de todos los sonidos? Porque son tantos los géneros de la
armonía que no puede fácilmente ni el pensamiento recorrer, ni la palabra explicar; y sin
embargo todos son para servir al oído, y para su deleite. Lo mismo cabe decir del olfato:
cada perfume tiene su olor, y todas las cosas, que desprenden su propio suave olor, y
exhalan exquisitos aromas, han sido hechas al servicio del olfato y para su deleite.
Igualmente el gusto y el tacto tienen su diversidad de deleites, que se puede explicar
suficientemente por la analogía de los anteriores. Sin duda está también el gran don de la
salud, que Dios creó para mí unos miembros sanos e íntegros de modo que ni a los míos
causasen pena ni irrisión a los extraños. Aún he recibido más: una mente que puede
entender, que puede captar la verdad, que puede discernir lo justo de lo injusto, para que
sea capaz de buscar y desear al Creador, de alabarlo y de unirme a Él.

Valoro también otro gran beneficio, que Dios ha querido que yo naciera en este tiempo y
entre tales personas, por medio de las cuales yo pudiese llegar a la fe en Dios y a sus
sacramentos. Veo que ha sido negado a innumerables hombres esto que yo me alegro de
haber recibido, y eso que todos tenemos una misma condición. Y aquéllos fueron
abandonados por justicia, en cambio, yo he sido llamado por su gracia. Continuaré todavía,
porque veo el gran don de Dios que fue el ser educado por mis padres, que ni el fuego me
ha dañado, ni el agua me ha sorbido ni el demonio me ha maltratado, ni me han herido las
fieras, ni he perecido por un precipicio, y, en fin, que he sido alimentado en la fe y en la
buena voluntad hasta una edad conveniente.

Capítulo 12. LA DIVINA LARGUEZA. TRES MANERAS DE SER LIBRADOS DEL


PECADO. EL ÁNGEL DE LA GUARDA.
EL PECADOR CONMUEVE A TODA LA CREACIÓN.
CON CUÁNTA LIBERALIDAD PERDONA DIOS

Señor Dios, has tenido gran piedad para conmigo. Y, aun cuando eres admirable en todas
tus obras, todavía eres más admirable en la ternura de tu piedad, porque a ninguno
desprecias, a nadie rechazas ni aborreces, a no ser al insensato que te haya odiado. Repito,
pues, Señor, que todos éstos son dones que me has concedido por tu misericordia: que Tú,
clemente, me has salvado cuantas veces me encontré en peligro; que nunca pudo disminuir
tu misericordia para conmigo a causa de mis pecados; que aun olvidado de Ti me
interpelaste, apartado me hiciste volver, y cuando volvía a ti me acogiste benignamente,
cuando me arrepentía perdonaste no sólo los pecados que había cometido, sino también los
que Tú impediste que cometiese, porque tengo que pensar que he sido perdonado por ti
cuantas veces con tu protección no cometí el pecado; en efecto, como he caído en muchos
pecados, así habría caído en muchos más, si Tú no me hubieses protegido. Por otra parte, he
de recordar los tres modos como he sido preservado de los pecados, a saber: por la
preservación de la ocasión, por la fuerza dada para resistir, y por el deseo sano del bien.
Realmente habría caído en muchos pecados, si hubiera tenido la ocasión, pero que la
misericordia de Dios alejó de mí esa oportunidad. Además, habría caído en muchos
pecados quizá gravemente cometidos por la violencia de la tentación, pero tú, Señor, me
diste fortaleza para vencer mi pasión y no consentir en modo alguno a la concupiscencia
que sentía. Más aún, tu misericordia, Señor, me alejó de ciertos pecados de tal modo que,
inspirándome horror a ellos, ni siquiera la tentación me molestase lo más mínimo. Y, por
cierto, la prueba de tu gran bondad, Señor Dios, es ésta: que yo, desgraciado, te he irritado,
he hecho el mal en tu presencia, he provocado tu furor y merecido tu ira; yo he pecado y tú
me has sufrido, te fui infiel y todavía me esperas. Cuando me arrepiento, tú me perdonas; si
vuelvo, me recibes; incluso cuando soy remolón, tú me estás aguardando; me vuelves a
llamar, cuando voy perdido, me invitas a pesar de mis repugnancias, me estimulas, cuando
soy indolente, me abrazas al volver, me enseñas, porque soy ignorante, me consuelas
cuando estoy triste; tú me levantas de la ruina, y me curas después de la caída, me atiendes
si te lo suplico, te haces presente, cuando te busco y me abres al llamarte; tú me enseñas el
camino del bien y me das prudencia para caminar. Otra gran prueba de tu bondad, Señor, es
que me has colmado de bienes, incluso antes de que yo fuera capaz de pedirlos, de
desearlos o conocerlos. Y eso no es todo, Señor, sino que, después de que te conocí, y pude
suplicarte, buscarte, desearte y unirme a ti, tu bondad gratuita no ha cesado de regalarme
tus bienes, aunque yo no te lo pedía, ni te buscaba, ni te deseaba, incluso cuando no te
estimaba y hasta te aborrecía. Reconozco también como uno de los mayores beneficios el
haberme concedido desde el mismo nacimiento hasta mi último suspiro un ángel de paz
para guardarme. Lo cual hace decir a un santo (San Jerónimo): «Grande es la dignidad de
las almas porque desde el mismo nacimiento cada una tiene un Ángel delegado para su
custodia».

Además, me has mostrado, Señor, que tu bondad es grande para conmigo, porque has
soportado mis iniquidades con tu maravillosa paciencia. Te debo gracias continuas, porque
no me has tratado según mis iniquidades, por no haberme tragado la tierra, ni haberme
fulminado el cielo, ni abrasado el rayo ni sorbido las aguas, y no me has castigado con un
castigo especial, incluso con la muerte, como he merecido. Cierto que, cuando al pecar me
apartaba de ti, no sólo he merecido tu ira, sino que también he provocado contra mí a toda
la creación. En efecto, si un siervo abandonase a su señor, exacerbaría no sólo al señor, sino
que además toda su familia participaría de su justa indignación. Luego cuando te he
ofendido a ti, Dios Creador de todo, con mi rebeldía he provocado la ira a toda la creación,
de tal modo que el universo entero con toda justicia lucha contra mí y a tu favor. La tierra
podría decirme con razón: no debía aguantarte, sino más bien tragarte, porque, al pecar, te
has atrevido a apartarte de mi Creador, y te has entregado al enemigo, es decir, al diablo. El
sol podría decirme también: No debo iluminar tu vida, sino para vengar a mi Señor, que es
luz de luz y fuente de toda iluminación, negarte del todo mis rayos. De ese modo todas las
criaturas se esforzarían en vengar tan gran injuria hecha a su Creador, si no frenara su
ímpetu el mismo que las creó, y que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta
y que viva. Así pues, siento por eso, Señor, que tanto más debo humillarme ante tu mano
poderosa, y mostrarme tanto más agradecido, devoto, y dispuesto a servirte, cuanto más
obligado, al darte cuenta por tantos y tan grandes beneficios tuyos para que la venganza por
tanto tiempo diferida no castigue mis culpas con tanto mayor rigor cuanto más tiempo has
tardado en castigarme.

Así pues, habiendo sido por tanto tiempo objeto de inmensa paciencia, reflexiona, alma
mía, en la misericordia que Dios te ha mostrado, en sus designios de predilección que ha
querido tener contigo, en la caridad infinita con que nos ha amado. Por estos motivos, el
Señor te ha estado esperando incansablemente; apartando los ojos de mis pecados, como no
queriendo ver cuánto le había ofendido. Podría decir por todo esto que El disimulaba para
hacerme ver su paciencia, cumplir sobre mí sus designios, y confirmarme su caridad. Por
medio de todo eso, como bien lo recuerdo, sacudió mi corazón para despertarlo haciéndome
ver sus heridas de esos pecados, para que sintiese su dolor. También me atemorizó
poniéndome a las puertas mismas del infierno, y mostrándome los suplicios preparados
para los réprobos, de modo que no me quedase ya ningún deleite de malicia, para
inspirarme mayor consuelo, me dio la esperanza del perdón, y después me lo otorgó. De
este modo su perdón fue tan completo, y tan liberal el olvido de toda injuria, que ya ni
condena por venganza, ni confunde con improperios, y mucho menos ama imputándome
nada. En efecto, entre los hombres hay quienes perdonan pero a su manera, porque no se
vengan, y sin embargo humillan; otros hay que, aun cuando no digan nada, con todo no lo
olvidan y guardan rencor; y en ninguno de estos casos el perdón es completo. Muy distinta
y distante es la benignidad de Dios, que obra con generosidad y perdona del todo, de tal
modo que según la confianza de los pecadores, ya arrepentidos, donde ha abundado el
pecado, hasta suele sobreabundar la gracia. Un testigo es Pedro, a quien a pesar de la triple
negación le encomendó el cuidado pastoral de toda su Iglesia; otro testigo es Pablo, que de
perseguidor de la Iglesia fue convertido en vaso de elección y doctor de los gentiles; otro
testigo es Mateo, quien de publicano fue convertido en apóstol, otorgándole además que
fuese el primer escritor del Nuevo Testamento.

Capítulo 13. EL DON DE LA CONTINENCIA Y SU TRIPLE ENEMIGO

Además de todo esto el Señor Dios me ha dado la continencia. Y me estoy refiriendo a la


continencia no sólo de la lujuria, sino también, como es ineludible, de todos los demás
vicios y pecados. Yo que antes apenas podía guardar continencia por tres días, después con
la gracia de Dios he podido guardarla por mucho tiempo. Por lo cual creo que con toda
razón puedo exclamar: porque el que es poderoso ha hecho obras grandes conmigo 14. Tal
vez alguno tenga en poco la continencia, pero yo no opino así. Ya sé qué enemigos tiene y
cuánta virtud es necesaria para poder resistir a semejantes adversarios. El primer enemigo
de nuestra continencia es la propia carne que guerrea contra el espíritu. ¡Cuán familiar es el
enemigo, cuán peligroso el combate, y qué guerra civil! Ni podemos evitar este enemigo
tan peligroso, ni hacerlo huir; pero tenemos que convivir con él, porque está ligado a
nosotros. Pero ¿qué hay más peligroso y miserable, que estar obligados a alimentar a
nuestro enemigo, sin poder deshacernos de él? Ves, por tanto, con qué cuidado has de
guardarte de ésa que duerme en tu seno. Y no es éste el único enemigo mío, tengo además
otro que me acecha y asedia por todas partes. Este enemigo es el mundo presente
corrompido, el cual a través de las cinco puertas, que son los cinco sentidos del cuerpo, me
lacera con sus dardos, y hace que la muerte penetre por mis ventanales. El tercer enemigo
es el perpetuo del género humano, la antigua serpiente más astuta que los demás animales.
Es un enemigo que no podemos ver, y ¿cuánto menos evitar? Enemigo que siempre ataca,
bien de una forma descarada y violenta, bien disimulada y engañosamente, pero siempre
nos incordia y persigue con malicia y crueldad. ¿Y quién será capaz, no diré de vencer,
pero ni siquiera de tolerar todo esto? Por eso lo he dicho para que destaque la dificultad de
la continencia de modo que apreciemos los dones que Dios nos ha concedido 15; y así
amemos más a quien nos ha dado esta fortaleza. Porque en realidad solamente practicamos
esta virtud en el Señor, y es Él quien anula a todos los que nos atribulan. Él es quien
destruye no sólo nuestra carne con sus vicios y concupiscencias, y este mundo corrompido
con sus curiosidades y sus vanidades, sino que también pone bajo nuestros pies al mismo
demonio con sus tentaciones. ¿No he dicho con toda razón que encontraría en la
continencia motivos para exclamar: Que el que es poderoso ha hecho obras grandes
conmigo?

Capítulo 14. LA ESPERANZA DE LA VIDA ETERNA ESTÁ EN TRES COSAS

Además el Señor Dios me ha concedido la gracia de merecer los bienes de la vida eterna;
gracia que creo que consiste principalmente en tres cosas, a saber: en el odio de los pecados
cometidos, en el desprecio de los bienes presentes, y en el deseo de los futuros. Después me
ha dado la esperanza de alcanzar esos bienes, y que consiste en tres cosas: en tres cosas,
repito, que fortalecen y afianzan mi corazón para que, firmemente enraizado en ella,
ninguna penuria de méritos, ninguna consideración de la propia miseria, y ninguna
presunción de la felicidad celestial pueda despeñarme de la celsitud de la esperanza.
¿Quieres saber, alma mía, cuáles son? Las tres cosas en las cuales considero que consiste
toda mi esperanza son: la caridad de mi adopción, la verdad de la promesa, y el poder de la
redención. Que mi pensamiento insensato murmure ya cuanto le plazca, diciendo: ¿Y quién
eres tú, o cuánta es esa gloria, o con qué méritos esperas obtenerla? Yo responderé con
inquebrantable confianza. Sé de quién me he fiado, y estoy seguro de que Dios me ha
adoptado con su caridad infinita, de que es veraz en sus promesas, y de que es poderoso en
sus obras; y puede hacer lo que quiera. Por consiguiente con toda justicia mi Dios merece
ser amado.

Capítulo 15. OTROS BENEFICIOS RECIBIDOS. DEBEMOS BENDECIR A DIOS EN


LOS BIENES Y EN LOS MALES

Efectivamente, ha sido obra de su gracia infinita: que Dios fue en busca mía, cuando yo
huía de Él; que me animó, cuando temía; que me levantó a la esperanza, cuando estaba
desesperado; que me colmó de beneficios, siendo ingrato; que me atrajo y me sedujo con el
gusto de la dulzura interior, cuando estaba habituado a los deleites inmundos; que rompió
las cadenas indisolubles de la mala costumbre, y, arrancándome del siglo, me acogió
benignamente. Recuerda también, alma mía, aquellos beneficios de la divina bondad, que tú
sola conoces con qué amable acogida Cristo te recibió, cuando renunciaste al mundo; con
qué delicias te alimentó, cuando estabas hambrienta; qué riquezas de su misericordia te
mostró; qué afectos te inspiró; con qué bebida de la caridad te embriagó. Pero gran
beneficio suyo fue que, cuando yo era un siervo suyo fugitivo y rebelde, me llamó con su
misericordia, y no me dejó privado de sus consolaciones espirituales. Por cierto, cuando yo
era tentado, Él me sostenía; cuando estaba en peligro, Él me libraba; estando triste, me
consolaba; si vacilaba, Él me afianzaba. Siempre que mi corazón estaba seco por el temor,
Él, consolador piadoso, me atendía; cuantas veces me desazonaba por el miedo, Él se
escanciaba cual vino generoso o aroma embriagador en mis entrañas. Recuerdo también
cuántas veces me ilustraba con la luz de los sentidos espirituales cuando salmodiaba o leía,
y cuántas, en tiempo de oración, me arrebataba a un deseo inefable de Él, cuántas
transportaba mi mente, apartándola de las cosas terrenas, a las delicias y amenidades del
paraíso. Omito otras muchas y grandes obras de su misericordia para conmigo, para que no
parezca que me atribuyo a mí algo de la gloria, que es toda suya. Porque, según la
valoración de los hombres, la bondad del que da y la felicidad del que recibe van de tal
modo unidas que no sólo se alaba al dador, sino también al que recibe el don. En efecto,
¿qué tiene uno que no haya recibido? Y, quien ha recibido gratis ¿por qué va a ser alabado
como si lo hubiera merecido? Luego a Ti solo, Dios mío, y gloria mía, toda la alabanza, a
Ti solo toda acción de gracias; en cuanto a mí, que he cometido tantos pecados, y he
recibido gratuitamente tantos bienes, la confusión y vergüenza.

Considera, pues, alma mía, lo mucho que hace brillar la bondad de Dios no sólo su
generosidad, sino también nuestra iniquidad. Porque, si es gran bondad hacer muchos
beneficios a los que no merecen nada, ¿cuál y cuán grande será otorgar grandes bienes a los
que sólo merecen males? ¡Oh piedad infinita, que ninguna impiedad puede vencer! Por un
lado Dios perdona con misericordia, por otro otorga beneficios con abundancia: perdona
nuestros pecados, y otorga sus beneficios; siempre dispuesto a perdonar, pronto a hacer el
bien; indulgente y generoso, siempre benigno, en todas partes bueno. Confesémosle, pues,
nuestros pecados, y también nuestros beneficios; nuestros pecados, porque son obras
nuestras, para que los perdone piadosamente; nuestros beneficios, porque son bienes suyos,
para que los conserve y aumente. Hagamos esto sin desfallecer, para no aparecer ingratos ni
por el perdón concedido ni por la gracia otorgada. Repito que esto debe hacer quien cree ser
o desea ser amigo de Dios. Porque el amor verdadero todo lo confiesa. Y todo esto bien
meditado ¿qué otra cosa ha de hacer sino arrebatar admirablemente el corazón, apartándolo
por completo de todo otro amor, para amar a Dios que lo ha concedido, y adorarle con
pasión? En cambio, si alguno ve que todos esos bienes no los ha recibido de Dios, y que
por eso no le debe tan gran amor, tenga por cierto que no hay nadie que, si reflexiona, no
descubra fácilmente múltiples razones para estar sumiso a Dios, para amarle con todas las
fuerzas y todas las fibras del corazón, para poder siempre darle gracias continuamente.
Incluso uno, a quien le falten las gracias necesarias para la salvación, ni entonces murmure
de Dios ni le acuse de nada, porque Dios ha hecho todas las cosas con certísima y justa
medida, el cual se compadece de quien quiere, y al que quiere lo endurece 16, porque puede
dar sus dones como le plazca, y también puede retirarlos cuando quisiere. Por tanto, si
todavía no tiene esos dones, que lo sienta, y que trabaje y ore para conseguirlos; y
muéstrate agradecido a Dios por los bienes recibidos.

Capítulo 16. EL BENEFICIO DE LA REDENCIÓN. BIENES TERRENOS Y


CELESTIALES

Grandes y muchos, más aún, innumerables, son los beneficios que tú, Señor, Dios mío, me
has concedido; por los cuales con toda justicia mereces que te ame y siempre te alabe. En
efecto, ¿qué bien puedo, he podido o podré tener que no venga de Ti, el sumo Bien, de
quien procede todo lo que es bueno, y es la razón y el origen del bien? Pero entre todos esos
beneficios hay uno que me enciende, me apremia, me mueve, y me impulsa a que yo te
ame. Sobre todas las cosas, repito, es la muerte más ignominiosa y amarga, que sufriste
para realizar la obra de la redención, la que te hace, oh buen Jesús, amable para mí. Sólo
esto basta para reclamar del todo fácilmente para Ti toda nuestra vida, nuestros trabajos,
nuestro homenaje, y, en fin, todo nuestro amor; repito, que esto es lo que excita mejor
nuestra devoción, lo que más suavemente la nutre y más eficazmente la aumenta. Como que
el Creador del mundo ha trabajado mucho en esta obra, y ni la misma creación del mundo
le costó tantas fatigas. En efecto, sobre el mundo y las cosas que hay en el mundo lo dijo
y todo fue hecho, lo mandó, y fue creado 17; en cambio, para redimir al género humano
sufrió grandes, muchos y continuos trabajos y dolores. He aquí cómo nos amó quien, no
por propia necesidad, sino solamente por nuestro amor padeció tan crueles e ignominiosos
tormentos. Con razón, pues, he de decir que este beneficio solo es superior a todos los
demás beneficios. Como quiera que regalar a uno sus propios bienes sea gran generosidad,
ciertamente es mucho mayor darse a sí mismo por amor. Y si es prueba de amor grande dar
la vida por los amigos, mucho mayor lo es entregarla por los enemigos, que es lo que hizo
el Hijo de Dios por nosotros. Cuando todavía éramos enemigos de Dios, fuimos
reconciliados por la muerte de su Hijo. Apenas habrá uno que muera por un justo, pero El
murió por lo impíos, el justo por los injustos, para ofrecernos a Dios; El se exilió del cielo
para repatriarnos a nosotros al cielo. ¡Qué piedad tan inefable, qué dulzura tan indecible de
amor, qué dignación tan estupenda de caridad la de Dios al hacerse hombre por el hombre,
Dios que se viste de carne por el hombre, que muere, y experimenta todas las pruebas a
semejanza del hombre, menos el pecado! He ahí a qué precio y con qué trabajos redimió al
pobre hombre, que por título estaba bajo el dominio del demonio; que si no hubiera sido
rescatado ciertamente sería condenado con el diablo para siempre. Por eso he dicho todo
esto para que el hombre comprenda cuánto debe amar a Dios; con cuánta paciencia y hasta
alegría, y no sólo eso, sino también con qué entusiasmo debe soportar los trabajos y dolores
por Aquel, que sufrió tantos y tamaños sufrimientos por nosotros. Porque había que pasar
por muchas tribulaciones para entrar en el reino de los cielos 18. Así que mi alma, Señor
Jesús, te abrace sobre la cruz, y que beba de tu preciosísima sangre; que esta suave
meditación sea la ocupación de mi memoria, de tal modo que nunca se olvide totalmente de
ella. Que decida no saber nada sino a Jesucristo, crucificado, para que mi ciencia no se
extravíe de la firmeza de la fe; que ese admirable amor tuyo reivindique para sí todo el
amor mío, para que la codicia del mundo no lo absorba. Que al alma que tu amor, Señor, ha
llenado de dulzura, ni el temor la angustie, ni la contamine la concupiscencia, ni la ira la
desgarre, ni la soberbia la arrebate, ni la avente el humo de las glorias fatuas, ni la agite el
furor, ni el estímulo de la ambición la desgarre, ni la contraiga la avaricia; tampoco la
tristeza la derrumba, ni la envidia la consume; finalmente ningún vicio la corrompe, cuando
está sólidamente implantada en las dulzuras de su amor. ¿Quién, pues, da tanto a los suyos
en la vida presente, y cuánto les reserva para el futuro? Lo que da en el presente son bienes
temporales, en cambio, lo que Dios promete dar a los suyos para el siglo futuro son bienes
eternos, incomparablemente mucho mejores que los bienes temporales. Porque los
temporales se adquieren con dificultad, los adquiridos se pierden fácilmente, y hasta los
bien conservados hay que guardarlos con serios cuidados, se pierden con dolor, y una vez
perdidos se recuperan con grandes sacrificios. En cuanto a los bienes de la vida futura no se
pierden nunca ni disminuyen, son poseídos con gozo y en paz, se poseen siempre, siempre
son deseados, y jamás producen hastío. Una vez que se hayan conseguido estará tan seguro
de que nunca los perderá, como está y estará seguro de que jamás los querrá perder.

Capítulo 17. LAS PROMESAS DIVINAS. NO PUEDEN PERDERSE

Por consiguiente, las promesas de Dios, que nos ha dado cosas tan grandes y nos ha
prometido otras mayores, deben movernos a amarle mucho. Nos ha prometido el descanso
después del trabajo, la libertad después de la esclavitud, la seguridad después del temor, el
consuelo después de la aflicción, la resurrección después de la muerte y desde la
resurrección el gozo pleno, sumo e indeficiente. Finalmente, se nos prometió a sí mismo,
como juró a nuestros padres dársenas a sí mismo 19. Son, pues, las promesas divinas
grandes e inefables, y por ellas y en ellas quiere de algún modo que le amemos. Si
preguntas ¿cómo? El deseo ardiente de sus promesas es el mejor modo de amarle. Las
promesas divinas, por más que se las desee, nunca se las deseará como debieran. Pues por
mucho que adelantara todavía debe adelantar más. Por tanto ese deseo vehemente en modo
alguno tiene medida porque nunca puede ser excesivo. Mientras que en las demás cosas la
impaciencia suele ser una falta, en la expectación de tan gran promesa es laudable la
impaciencia que no sabe esperar. Y mientras que la impaciencia de esperar mortifica más al
que más ama y al que más desea, la esperanza que se retrasa aflige al alma, porque todos
estos bienes son poseídos en la patria celestial. Por eso comenzaremos hablando de ese
bien, que es el bien sumo de todos los bienes, qué sea su naturaleza, y cuál su excelencia.

Capítulo 18. LA FELICIDAD DE LOS ELEGIDOS. EL GOZO. EL MUTUO


CONOCIMIENTO. LA INTEGRIDAD CORPORAL

Así pues, despertemos y elevemos todo nuestro entendimiento, en cuanto Dios nos lo
conceda, para pensar cuál y cuánto será ese gozo único y singular de los elegidos, a saber,
el bien único y soberano, que es vida, luz, felicidad, sabiduría, eternidad y otros muchos
bienes de su género; y con todo no es sino el Bien único y sumo, totalmente autosuficiente,
que no le falta de nada, y de quien todos los demás seres tienen necesidad para existir y
para ser felices. Este sumo Bien es Dios Padre, es también el Verbo o Hijo del Padre, y
asimismo es el Amor único y común del Padre y del Hijo, es decir, el Espíritu Santo que
procede de ambos. Y lo que es cada uno en singular, eso es toda la Trinidad en común, el
Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, porque cada uno en singular no es otra cosa que la
unidad sumamente simple, y la simplicidad sumamente una, que ni se puede multiplicar, ni
puede ser una cosa unas veces y otra cosa otras. Pero una sola cosa es necesaria 20. Pues
esto es eso único necesario, en lo cual está todo bien, más aún, que es el todo, único, entero
y solo bien. Y, si cada uno de los bienes son deleitables, considera atentamente cuán
deleitable será ese bien que contiene la amenidad de todos los bienes, y no cual la
experimentamos en las cosas creadas, sino tanto más diferente cuanto se diferencia el
Creador de la criatura. En efecto, si es buena la vida creada, ¿cuán buena no ha de ser la
Vida creadora? Si amena es la salud creada, ¿cuán amena no ha de ser la Salvación que
produjo la salvación? Si es amable la sabiduría por el conocimiento de las cosas creadas,
¿cuán amable no será la Sabiduría que ha creado todas las cosas de la nada? En fin, si son
tantos y tan grandes los deleites en las cosas deleitables, ¿cuál y cuánto será el deleite en
Aquel que creó todas las cosas deleitables? ¡Feliz el hombre que disfrute de este bien! ¿Qué
será para él, y qué no será, todo eso? Ciertamente que será para él todo lo que quiera que
sea, y no será lo que no quiera. Sin duda, allí tendrá todos los bienes del cuerpo y del alma,
como ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni ha subido al corazón del hombre 21. ¿Por qué,
entonces, vagamos por todas partes, buscando los bienes de nuestro cuerpo y de nuestra
alma? Amemos al único Bien, que contiene todos los bienes, y nos basta. Deseemos el Bien
simple, que es todo bien, y será suficiente. Tú, carne, ¿qué es lo que amas? Y tú, alma, ¿qué
es lo que deseas? Allí está todo lo que amas, y todo lo que deseas. Ningún carnal es capaz
de explicar, ni pensar ni entender cómo son los bienes del reino de los cielos, porque son
mucho mayores y mejores que lo que podemos pensar y entender. En efecto, el reino de
Dios es mayor que toda fama, mejor que toda alabanza, muy por encima de toda ciencia, y
más excelente que toda gloria que se precie. El reino de Dios, repito, está lleno de luz y de
paz, de caridad y de sabiduría, de honestidad y de gloria, de dulzura y amor, de alegría y
felicidad perenne, y de todo bien inefable, que ni se puede decir ni pensar. Con todo, no
debo callar sino que debo hablar todo lo que puedo, ya que no puedo decir todo lo que
quiero. Y por lo mismo que creemos que Dios es inefable, por eso no debemos hablar de Él
lo que podemos. Igualmente hay que creer de esa vida más de lo que está escrito, puesto
que la palabra no es capaz de expresar todo lo que la mente es capaz de comprender, y la
comprensión de la mente humana, por muy profunda que sea, concibe menos de lo que es la
grandeza de la misma realidad. Luego hay que creer que la vida futura es la
bienaventuranza eterna y la eternidad bienaventurada. Allí reina la seguridad completa, la
tranquilidad perfecta, el placer sereno, la eternidad feliz; allí el amor es perfecto, el temor
no existe, el día es eterno, el movimiento ágil, y es uno el espíritu de todos, seguro siempre
en la contemplación de su Dios, y en su unión con El. Allí aquella ciudad, que es la misma
congregación bienaventurada de los ángeles y los santos, brilla radiante de méritos. Allí
sobreabunda la salvación eterna, la verdad reina; allí nadie engaña ni es, engañado; de
donde ningún bienaventurado es echado fuera, y donde ningún miserable es admitido. Esa
es la vida contemplativa bienaventurada, en la cual, los que hayan llegado por la realización
de las obras buenas, serán semejantes a los bienaventurados, y reinarán para siempre todos
juntos unidos con Dios. Además verán allí lo que aquí han creído, contemplando la
substancia de su Creador con corazones purísimos, gozarán con júbilo eterno, poseerán la
caridad divina y el amor mutuo, y estarán eternamente unidos con Dios y mutuamente unos
con otros. Recuperados los cuerpos incorruptibles e inmortales recibirán el derecho de
ciudadanía de la patria celestial, y hechos ciudadanos suyos para siempre recibirán como
botín los premios prometidos. Allí les rebosará tanta alegría y tanta gracia de gozos
celestiales, que no dejarán de dar gracias a su remunerador por tantos y tan grandes dones,
y sin sentir fastidio alguno por el mar inagotable de gracias y bienes recibidos. Allí las
mentes de cada uno se harán patentes a cada uno de la misma manera que los rostros
corporales a los ojos del cuerpo; porque allí la pureza de los pechos humanos será tan
grande y tan perfecta que consideran siempre cómo dar gracias a su purificador, no cómo
los ofendidos se avergüenzan de algunas sórdidas manchas de los pecados, porque allí no
habrá ni pecados ni pecadores, y los que allí estuvieren ya no podrán pecar. Tampoco habrá
ya secreto alguno para los perfectamente bienaventurados, los cuales contemplarán al
mismo Dios con corazones puros, que es sobre todo lo más excelente; puesto que la criatura
humana será tan perfecta que no podrá ya ni mejorar ni empeorar. Todos los bienes que la
substancia humana, sublimada a la semejanza de su Creador, y que recibidos en la
naturaleza había corrompido al pecar, serán restaurados con perfección, por ejemplo, el
entendimiento sin error, la memoria sin olvidos, el pensamiento sin inexactitudes, la
caridad sin disimulos, los sentidos sin equivocación, el buen estado sin debilidad, la salud
sin dolores, la vida sin muerte, la facilidad sin impedimento, la saciedad sin hastío, y la
sanidad completa sin enfermedad alguna. Porque todo cuanto en esta vida hace defectuosos
a los cuerpos humanos, sea que maten mordiscos de fieras o sucesos imprevistos, sea que
molesten enfermedades de todo género, o mutile la crueldad humana, sea que el fuego y
cualquier otro elemento natural le debilite, sea que la misma decrepitud resulte deprimente
hasta para los sanos, todos esos daños de los cuerpos y otros semejantes la sola resurrección
los reparará entonces de tal modo que una eterna juventud recobrará esos cuerpos
restaurados en todos sus miembros. Por esta causa todos los que vivan allí, aunque se
diferencian unos de otros por los méritos diferentes, sin embargo todos serán
bienaventurados con una misma perfección, porque nadie deseará nada que sea superior a
su recompensa. En efecto, así como la saciedad corporal deja igualmente satisfechos a
todos, aunque cada uno haya comido no igualmente sino según su posibilidad; así todos los
santos, aunque fueren distintos por alguna diversidad de sus méritos, todos serán perfectos
con la misma beatitud, porque también todos serán bienaventurados con la misma
perfección. Por lo demás, en aquella patria de la suprema felicidad ni los de mayores
méritos se arrogarán nada como suyo, porque allí no habrá arrogancia alguna, ni los
inferiores en méritos tendrán envidia de los superiores, porque allí nadie puede ser
envidioso; y, por eso, aunque allí habrá diversidad de mansiones, todos serán igual y
sumamente perfectos, porque todos serán igualmente felices en el reino celestial.

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