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LOS VIAJES SON LOS VIAJEROS.

LO QUE VEMOS NO ES LO QUE VEMOS SINO LO QUE SOMOS.

FERNANDO PESOA

Clase N° 1: “Sentipensamiento”

¿Para qué escribe uno, si no es para juntar sus


pedazos? Desde que entramos en la escuela o la iglesia,
la educación nos descuartiza: nos enseña a divorciar el
alma del cuerpo y la razón del corazón. Sabios
doctores de Ética y Moral han de ser los pescadores
de la costa colombiana, que inventaron la palabra
sentipensante para definir al lenguaje que dice la
verdad". Eduardo Galeano

“Cuando un niño habla por primera vez su monosílabo suele ser todo el
universo balbuceante. Con un lenguaje libre y sin orden, como un juego
infantil. Un lenguaje libre es un pensamiento libre….sin rumbo ….sin
mapa…”. Carlos Skliar

El espejo en el espejo

La dama corrió la cortina negra de la ventanilla de su coche y preguntó:

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-¿Por qué no vas más de prisa? ¡Ya sabes lo que significa para mí llegar
a tiempo a la fiesta!

El cochero cojo se inclinó desde el pescante hacia ella y contestó:

-Hemos entrado en un convoy, madame. Yo tampoco sé cómo.


Seguramente me quedé un poco dormido. Sea como fuere, está ahí de
pronto esa gente que nos atasca la carretera.

La dama se asomó a la ventana. Efectivamente, la carretera estaba


ocupada por una larga comitiva.

Eran niños y viejos, hombres y mujeres, todos vestidos con


extravagantes y multicolores trajes de saltimbanquis, con sombreros
fantásticos sobre las cabezas y grandes fardos a las espaldas. Algunos
iban montados sobre mulas, otros sobre grandes perros o avestruces.
Entremedias traqueteaban también carros de dos ruedas, cargados
hasta arriba con cajas y maletas o carros entoldados en los que iban
familias.

-¿Quiénes sois? preguntó la dama a un muchacho vestido de arlequín


que caminaba al lado del coche. Llevaba una pértiga al hombro cuyo
extremo llevaba una muchacha de ojos almendrados vestida como una
china De la pértiga colgaban toda clase enseres domésticos, encima iba
sentado un pequeño mono que tenía frío-.

¿Sois un circo?

-No sabemos quiénes somos -dijo el muchacha-. No somos un circo.

-¿De dónde venís? -quiso saber la dama.

-De las Montañas del Cielo -respondió el muchacho-, pero de eso hace
ya mucho tiempo.

-¿Y qué hacíais allí?

-Eso era antes de que yo viniese al mundo. Yo nací por el camino.

Ahora intervino en la conversación un viejo que llevaba un gran laúd o


teorbe a la espalda:

-Allí representábamos el Espectáculo ininterrumpido, bella dama. El


niño no puede saberlo. Era un espectáculo para el sol, la luna y las

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estrellas. Cada uno de nosotros estaba sobre una cumbre distinta y nos
gritábamos las palabras. Actuábamos sin cesar, pues aquel espectáculo
mantenía unido al mundo. Pero ahora lo ha olvidado ya también la
mayoría de nosotros. Hace ya demasiado tiempo.

-¿Por qué dejasteis de representarlo?

-Había sucedido una gran desgracia, bella dama: Un día nos dimos
cuenta de que faltaba una palabra. Nadie nos la había robado, tampoco
la habíamos olvidado. Sencillamente ya no estaba. Pero sin esa palabra
no podíamos seguir actuando, porque ya nada daba sentido. Era
precisamente la palabra por la que todo se relaciona con todo.
¿Comprende, bella dama? Desde entonces viajamos de un lado a otro
para encontrarla de nuevo.

-¿Por la que todo se relaciona con todo? -preguntó la dama,


asombrada.

-Sí -dijo el viejo, asintiendo serio con la cabeza-, seguro, bella dama,
que usted también se habrá dado cuenta ya de que el mundo sólo se
compone de fragmentos que no tienen nada que ver los unos con los
otros. Eso es así desde que perdimos la palabra. Y lo peor es que los
fragmentos se siguen descomponiendo y quedan cada vez menos cosas
que guarden relación entre sí. Si no encontramos la palabra que reúna
todo con todo, un día el mundo se pulverizará por completo. Por eso
viajamos y la buscamos.

-¿Creéis acaso que la encontrareis un día?

El viejo no contestó, aceleró sus pasos y la adelantó. La muchacha de


los ojos almendrados que caminaba ahora junto a la ventana de la
dama, explicó tímidamente:

-Escribimos la palabra sobre la superficie de la tierra con el largo


camino que recorremos. Por eso no nos quedamos en ningún sitio.

-Ah -dijo la dama-, entonces sabéis siempre dónde tenéis que ir?

-No, nos dejamos guiar.

-¿Y quién o qué os guía?

-La palabra contestó la muchacha y sonrió como si pidiese disculpas.

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La dama se quedó mirando a la niña durante largo tiempo, luego
preguntó en voz baja:

-¿Puedo ir con vosotros?

La muchacha no dijo nada, sonrió y adelantó despacio el coche siguiendo


al muchacho que iba delante.

-¡Alto! -gritó la dama a su cochero.

Este tiró de las riendas, se volvió y preguntó:

-¿Quiere de verdad ir con ésos, madame?

La dama estaba sentada en los cojines, muda y derecha, mirando de


frente.

Poco a poco pasó el resto de la tropa junto al coche parado. Cuando


pasó el último rezagado, la dama se apeó y siguió la comitiva con la
mirada hasta que se perdió en la lejanía. Empezó a llover un poco.

-¡Volvamos! -ordenó al cochero subiendo de nuevo-, regresamos. He


cambiado de idea.

-¡Gracias a Dios! dijo el cojo-, ya creía que quería irse de verdad con
ésos.

-No -contestó la dama sumida en pensamientos-, yo no les sería de


utilidad.

Pero tú y yo podemos dar fe de que existen y que les hemos visto.

El cochero hizo dar media vuelta a los caballos.

-¿Puedo preguntar algo, madame?

-¿Qué quieres?

-¿Cree madame que encontrarán alguna vez esa palabra?

-Si la encuentran –contestó la dama-, el mundo tendría que


transformarse de una hora a otra. ¿No lo crees? Quién sabe, tal vez
seremos alguna vez testigos de ello. ¡Y ahora echa a andar!

Michael Ende

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Aprender

Aprender como escapar.


Escapar de la voz alta, de la línea que nunca desborda, de aquello
que se supone ser el centro.
Aprender como salir: salir al mundo, a la indecisión, dejarse llevar
por el movimiento de las cosas, acariciar las periferias.
Aprender como darse cuenta que una nube y otra nube no forman un
pájaro, como inspirar y no como un gemido, con los pies desnudos
sobre la tierra húmeda.
Aprender de todo lo que nos ruboriza, de lo que tiembla, de lo que
no tiene nombre.
Aprender para nada.
Aprender como inutilidad para engañar al tiempo. Aprender de la
hoja durante la caída de la lluvia, aprender con las oscilaciones y los
naufragios.
Aprender como fragilidad: exponerse al viento.
Aprender como desear: mirar una mirada, deshacerse el
pensamiento.

Carlos Skliar En “14 fragmentos para una poética educativa”

Una caminata se inscribe en los músculos, la piel, es física y remite a la


condición corporal que es la de lo humano. Manera de recuperar la infancia
en el júbilo del esfuerzo, de la tenacidad, del juego. Como un niño que
juega y desaparece en su acción, el caminante se disuelve en su avance y
recupera sensaciones, emociones elementales que la vida de nuestras
sociedades ha vuelto escasas.

Lo que es importante en la caminata no es su punto de llegada sino lo que


en ella se juega en todo momento, las sensaciones, los encuentros, la
interioridad, la disponibilidad, el placer de vagabundear... muy
simplemente existir, y sentirlo. Ella se encuentra lo más lejos posible de

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los imperativos contemporáneos donde toda actividad debe ser provechosa,
rentable. La caminata es inútil, como todas las actividades esenciales.
Superflua y gratuita, no conduce a nada de no ser a sí mismo tras
innumerables desvíos. Nunca está subordinada a uno objetivo sino a una
intención, la de recuperar su aliento, un poco de ligereza, unas ganas de
salir de su casa. El destino no es más que un pretexto, ir más más allá
que a otra parte, pero la próxima vez será a otra parte más que allá. En
este sentido, la caminata es la irrupción del juego en la vida cotidiana, una
actividad consagrada solamente a pasar algunas horas de paz antes de
volver a casa con una provisión de imágenes, de sonidos, de sabores, de
encuentros...
Caminar es un largo viaje a cielo abierto y al aire libre del mundo en la
disponibilidad de lo que viene.

Caminar, elogio de la lentitud - David Le Bretón.

Es mediodía y James Baldwin está caminando con un amigo por las calles
del sur de la isla de Manhattan. La luz roja los detiene en una esquina.
—Mira —le dice el amigo señalando el suelo.
Baldwin mira. No ve nada.
—Mira, mira.
Nada. Allí no hay nada que mirar, nada que ver. Un cochino charquito de
agua contra el borde de la acera y nada más. Pero el amigo insiste:
—¿Ves? ¿Estás viendo?
Y entonces Baldwin clava la mirada y ve. Ve una mancha de aceite
estremeciéndose en el charco. Después, en la mancha de aceite ve el arco
iris. Y más adentro, charco adentro, la calle pasa, y la gente pasa por la
calle, los náufragos y los locos y los magos, y el mundo entero pasa,
asombroso mundo lleno de mundos que en el mundo fulguran; y así gracias
a un amigo, Baldwin ve, por primera vez en su vida ve.
Aprendiendo a ver – Eduardo Galeano

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