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Módulo 2

Haciendo Memoria

Herramientas para la construcción de paz


en la Colombia del pos acuerdo

Diplomado

Objetivo del Módulo 2

El módulo 2 “Haciendo Memoria”, pretende acercar al estudiante


a la noción y a la necesidad de la memoria histórica en las
comunidades, en tanto que sólo en el reconocimiento y la
reparación del dolor se logra el perdón. Se estudiará el significado
de la memoria histórica y su urgencia, así como estudios de caso
que hayan buscado la reconstrucción de tejido social a través de
la memoria histórica en distintas comunidades.

Se espera que el estudiante identifique estrategias puntuales que


pueda poner en práctica en su propio contexto, en procura de
consolidar estrategias para una paz sostenible.


Metodología

El Módulo 2 consta de lecturas teóricas, acompañadas de


ejercicios de investigación realizados con comunidades
diversas cuyo objetivo central es la reparación del tejido social
a través de la reconstrucción de la memoria histórica. Junto a
las lecturas, el estudiante encontrará actividades y links que
debe realizar para fortalecer el proceso pedagógico.

Introducción

“Conocer la memoria histórica acerca de lo sucedido durante el


conflicto armado, es decir, poder reconstruir colectivamente los
hechos, hacer el diagnóstico de los impactos sociales, económicos,
psicológicos, y emocionales que la violencia ocasiona en las personas,
comunidades y grupos poblacionales sujetos de situaciones
victimizantes, así como preservar la memoria histórica y crear
plataformas para que la voz de las víctimas, sus familiares, y de otros
actores sociales históricamente marginados sea escuchada, validada e
integrada en la narrativa del conflicto y construcción de la paz en
perspectiva de reparación integral.” (CNMH)


Los seres humanos necesitamos recordar. Nuestra memoria es quien nos
constituye. Sobre ella construimos lo que somos y lo que queremos ser.
Nuestro pasado determina cada una de nuestras acciones presentes y
determinará las futuras. Sin memoria, nuestra existencia es un vacío.

La familia, los amigos, los valores sobre los que hemos sido creados, lo que
hemos aprendido, todo pasa por la construcción de nuestras identidades.
No somos sólo uno, somos muchos conviviendo en un solo cuerpo.
Podemos ser madres y padres, pero también amigos, hijos y jefes o
subordinados. Cada una de las versiones de nosotros mismos es una
expresión de conductas sociales que hemos aprendido en nuestro camino
por la vida, así como también hemos aprendido a movernos entre ellas para
tener una vida alegre y placentera. Esa capacidad de actuar de diferentes
maneras en contextos particulares en una de las mayores gracias de la
memoria, que no es otra cosa que el reconocimiento de los diferentes
entornos sociales. Sin embargo, hay hechos que nos marcan, que atraviesan
nuestra pluralidad y dejan huellas imborrables en todas nuestras facetas.
Asesinatos, violaciones, pérdidas, desplazamientos, marginación….todas
estas experiencias permean nuestra humanidad y aprender a reconocerlos,
a expresarlos, es parte fundamental del proceso de paz y reconciliación.
Seguir adelante implica volver atrás, sanar, recordar. De estos aspectos nos
ocuparemos en este Módulo 2.

Reconoceremos muchas formas de violencia, y nos enfrentaremos a
dolorosos relatos de las víctimas. Leerlos nos hace partícipes de su proceso
de sanación.
“Pienso que andamos siempre a la caza de algo
escondido o sólo potencia o hipotético, cuyas huellas,
que asoman a la superficie del suelo, seguimos. Creo que
nuestros mecanismos mentales primarios se repiten,
desde el Paleolítico de nuestros padres cazadores y
recolectores de frutos a través de todas las cultura de la
historia humana. La palabra une la huella visible de la
cosa invisible, con la cosa ausente, con la cosa deseada
o temida, como un frágil puente improvisado tendido
sobre el vacío”.

-Ítalo Calvino-

Lectura 1

Memoria individual, memoria colectiva y memoria histórica. Lo secreto y lo escondido
en la narración y el recuerdo

Darío Betancur Echeverry
Profesor Universidad Pedagógica Nacional


Todos tenemos imágenes y recuerdos abstractos que son difíciles de encuadrar en recuerdos
reales o vividos; muchas veces nos encontramos en un lugar, y los objetos, la distribución del
espacio, etc., nos produce la sensación de que ya hemos estado allí. Pero hay siempre una serie
de imágenes abstractas (en el tiempo y en el espacio), que difícilmente corresponden con los
recuerdos vividos. ¿Cuáles son, pues, los roles necesarios para conservar completos nuestros
recuerdos y las condiciones en que reposan y son evocados por nuestro espíritu? No es
suficiente que se participe de una reunión con otras personas para que más tarde, cuando
alguien evoque delante de uno esas viejas acciones, de repente se transformen en recuerdo.

Es verdad que tales imágenes que nos son impuestas por nuestro medio modifican la
impresión que habíamos guardado de un hecho pasado o de una persona conocida. Es posible
que dichas imágenes reproduzcan inexactamente lo pasado y que los recuerdos aparecidos de
repente y que se encuentran delante de nuestro espíritu muestren una expresión exacta, y a los
recuerdos reales se añade así una masa de recuerdos ficticios; pero inversamente, es posible
que los testimonios de otros sean exactos y que ellos corrijan y completen mis recuerdos, al
mismo tiempo que ellos se vayan incorporando a los nuestros, pues en uno y otro caso nuestra
memoria no opera como una tabula rasa, de tal manera que los testimonios de los otros son
impulsados a reconstruir nuestros recuerdos.





De una u otra manera se nos presenta aquí una mezcla de lo que podríamos llamar memoria
individual, memoria colectiva y memoria histórica. La memoria está, pues, íntimamente ligada
al tiempo, pero concebido éste no como el medio homogéneo y uniforme donde se desarrollan
todos los fenómenos humanos, sino que incluye los espacios de la experiencia. La memoria
individual existe, pero ella se enraíza dentro de los marcos de la simultaneidad y la
contingencia. La rememoración personal se sitúa en un cruce de relaciones de solidaridades
múltiples en las que estamos conectados. Nada se escapa a la trama sincrónica de la existencia
social actual, y es de la combinación de estos diversos elementos que puede emerger lo que
llamaremos recuerdos, que uno traduce en lenguaje. La conciencia no es jamás cerrada sobre
ella misma, no es solitaria.

Nosotros estamos en direcciones múltiples, como si los recuerdos se situaran en un punto de
señal o de mira, que nos permite ubicarnos en medio de la variación continua de los marcos
sociales y de la experiencia colectiva histórica. Es lo que tal vez explica por qué en los periodos
de calma o de fijación momentánea de las estructuras sociales, los recuerdos colectivos son
menos importantes que dentro de los periodos de tensión o de crisis. El recuerdo se sitúa así
como la frontera, como el límite, en la intersección de varias corrientes del pensamiento
colectivo, hasta el punto que nos resistimos a remover (traer) los recuerdos, los eventos que
nos conciernen sólo a nosotros.

La obra La obra de Halbwachs (1968) nos ayuda a situar los hechos personales de la memoria,
la sucesión de eventos individuales, los que resultan de las relaciones que nosotros
establecemos con los grupos en que nos movemos y las relaciones que se establecen entre
dichos grupos, estableciéndose así una distinción, como en seguida veremos:

• Memoria histórica: supone la reconstrucción de los datos proporcionados por el presente de
la vida social y proyectada sobre el pasado reinventado.

• Memoria colectiva: es la que recompone mágicamente el pasado, y cuyos recuerdos se
remiten a la experiencia que una comunidad o un grupo pueden legar a un individuo o grupos
de individuos.

Dentro de estas dos direcciones de la conciencia colectiva e individual se desarrolla
otra forma de memoria:

• Memoria individual: en tanto que ésta se opone (enfrenta) a la memoria colectiva, es una
condición necesaria y suficiente para llamar al reconocimiento de los recuerdos. Nuestra
memoria se ayuda de otras, pero no es suficiente que ellas nos aporten testimonios.


Creemos que la memoria individual, la memoria colectiva y la memoria histórica se construyen
desde la experiencia. En este sentido nos apoyamos en la noción de experiencia, a partir de la
tradición y la costumbre desarrollada por E. P. Thompson. En efecto, para él en los procesos de
construcción de la conciencia representa un papel muy significativo la noción de experiencia,
en sus dos momentos fundamentales: la experiencia vivida y la experiencia percibida.

La primera involucra aquellos conocimientos históricos sociales y culturales que los
individuos, los grupos sociales o las clases ganan, aprehenden al vivir su vida, elementos que se
constituyen en los nutrientes de sus reacciones mentales y emociones frente al acontecimiento.
De otra parte, la experiencia percibida comprende los elementos históricos, sociales y
culturales que los hombres, los grupos, las clases, toman del discurso religioso, político,
filosófico de los medios, de los textos, de los distintos mensajes culturales, en una palabra, del
conocimiento formalizado e históricamente producido y acumulado. La experiencia surge
“espontáneamente” en el ser social, pero ella no brota sin pensamiento; surge porque los
hombres son racionales, piensan y reflexionan sobre lo que les acontece a ellos y a su mundo;
dentro del ser social se produce una serie de cambios que dan lugar a la experiencia
transformada; dicha experiencia produce presiones sobre la conciencia social, generando
nuevos y mejores cuestionamientos (Thompson, 1981: 16-65).

La experiencia es una actividad cognitiva; es una manera de construir lo real y sobre todo de
“verificarlo”, de “experimentarlo”. La experiencia construye los fenómenos a partir de las
categorías del entendimiento y la razón. Evidentemente, para el sociólogo, estas categorías son
ante todo sociales, son unas “formas” de construcción de la realidad. Desde este punto de vista
la experiencia social deja de ser una “esponja”, una manera de incorporar el mundo a través de
emociones y sensaciones, para tornarse en una manera de construir el mundo (Dubet, 1994:
93).
La experiencia constituye nuestras mentes, y desde esa
experiencia actuamos, vivimos y construimos el mundo. La
memoria histórica implica la posibilidad de construir y re
construir el mundo, para transformarlo.

Actividad

Realiza un texto breve donde presentes tus reflexiones sobre los siguientes temas,
de acuerdo a la lectura anterior y la que sigue:

- La memoria como experiencia capaz de construir el mundo
-La memoria no como la verdad absoluta sino como la capacidad de re significar y
expresar
-La memoria histórica como la posibilidad de reconstruir hechos colectivamente
-La memoria como la vía abierta a ser escuchado y valorado
-La memoria como la posibilidad de conocerme a mí mismo
LA MEMORIA, LA VERDAD Y EL OLVIDO

Jheison Torres

La memoria es la facultad de recordar lo que hemos hecho o lo que otros han hecho. Por su
parte, la verdad se comprendería como la correspondencia de lo que recordamos con lo que
pasó, en un tiempo y lugar determinados. Pero esta situación que parece sencilla de entender
es mucho más compleja de lo que se piensa a primera vista. Su complejidad radica en al menos
dos aspectos: el carácter subjetivo de la verdad y la memoria, y el problema del olvido. La
exigencia de la memoria no es precisamente que sus hechos sean meros correlatos de la
verdad, sino más bien que cada individuo se define en su memoria; es decir, somos una
recopilación de hechos y recuerdos que se entremezclan con lo que queremos ser o quisimos
ser. Esto implica reconocer que la memoria no es una radiografía objetiva o descriptiva de
hechos sucedidos a los seres humanos, sino en realidad la compilación de sentimientos y
saberes sobre nuestra percepción de lo que hemos hecho y otros han hecho. Como hilo
conductor de la historia humana, la memoria permite crear identidades que son primordiales
para evaluar las acciones y proyectar el futuro, así lo indica José María Ruiz-Vargas (2008: 65):

Contar a otros nuestro pasado, y contárnoslo a nosotros mismos, cumple tres funciones
básicas: 1) Comprendernos a nosotros mismos: lo que supone la construcción de un yo
individual (el núcleo de la identidad personal) y el mantenimiento de su integridad y
continuidad a lo largo de la vida. De ahí que se hable de una función relativa al yo. 2)
Generar o provocar la empatía, en nosotros y en los que escuchan nuestra historia; por
lo que se habla de una función social o comunicativa; y 3) Planificar nuestra conducta
presente y futura; lo que apunta a una función directiva.

De esta forma, el concepto clásico de la verdad se torna difuso, pues no es una variable de un
sistema binario simple, verdad/falsedad, sino el reconocimiento de la memoria del individuo o
del colectivo en un relato particular, que permite, a su vez, el reconocimiento de las diferencias
entre individuos y colectivos. La verdad, vista así, es en realidad una amalgama de
posibilidades funcionales a la memoria, sobre todo del colectivo, pues en últimas, la verdad es
el consenso de las memorias de los individuos6, la identificación de estos con una forma de
expresar y sentir un conjunto de acontecimientos. El lenguaje es el centro de la memoria y la
verdad; es la herramienta con la cual es posible la reconstrucción de cada proceso de los
recuerdos; por lo tanto, se comprende que todo lo que diga el lenguaje en sus múltiples formas
es una etapa de un rompecabezas humano.

En esa perspectiva, los procesos impulsados por el concepto de la justicia transicional
imponen una dinámica clara: la necesidad de contar lo que pasó, saber la verdad de lo
ocurrido y castigar a los culpables. Este tipo de procesos implica para las víctimas la
oportunidad de contar sus memorias, y que estas puedan ser sistematizadas y construidas
colectivamente. No es un reconteo de noticias; es poder expresar en alguna forma narrativa los
sentimientos, concepciones y razones de las víctimas principalmente (REYES, 2008: 17). La
comprensión del contexto de victimización que construyen las víctimas puede ser ampliada,
aclarada o incluso llegar a modificarse por otros actores. Esto tiene especial relevancia en el
marco conmemorativo, pues estos espacios implican abrir una discusión en el seno de la
sociedad. Se trata de emprender un ejercicio dialógico más allá de quienes han sufrido las
inclemencias de la guerra. Sin este espacio, es difícil elaborar un verdadero esfuerzo de no
repetición frente a acciones de victimización y re victimización a las poblaciones vulnerables.

Las voces de la violencia en Colombia

Para empezar, es necesario reconocer las voces de la violencia en Colombia y las muchas
formas que ha tomado. Ver de frente la terrible realidad que para algunos afortunados es lejana
e invisible. Parte de la tarea de todo facilitador de paz es reconocer y escuchar las voces de
quienes han sufrido la guerra, en aras de contribuir a su reparación y la no repetición. Lee con
atención las historias de víctimas de la violencia que encontrarás a continuación, tomadas
todas del texto ¡Basta ya! Del Centro Nacional de Memoria Histórica (https://goo.gl/MxGyPz).
El informe permite confirmar que entre 1958 y 2012 el conflicto armado ha ocasionado la
muerte de por lo menos 220.000 personas, cifra que sobrepasa los cálculos hasta ahora
sugeridos. A pesar de su escalofriante magnitud, estos datos son aproximaciones que no dan
plena cuenta de lo que realmente pasó, en la medida en que parte de la dinámica y del legado
de la guerra es el anonimato, la invisibilización y la imposibilidad de reconocer a todas sus
víctimas.

Además de la magnitud de muertos, los testimonios ilustran una guerra profundamente
degradada, caracterizada por un aterrador despliegue de sevicia por parte de los actores
armados sobre la inerme población civil. Esta ha sido una guerra sin límites en la que, más que
las acciones entre combatientes, ha prevalecido la violencia desplegada sobre la población civil.
En Colombia, el conflicto armado no tiene una modalidad de violencia istintiva. Los actores
armados enfrentados han usado y conjugado todas las modalidades de violencia. Todos han
desplegado diversas modalidades y cometido crímenes de guerra y de lesa humanidad,
haciendo a la población civil la principal víctima del conflicto. Pero no todos los grupos y
organizaciones armadas practicaron con la misma intensidad y con igual grado de sevicia las
modalidades de violencia, aunque todos fundaron en ella sus estrategias. La evidencia empírica
que arrojan los casos emblemáticos y la información cuantitativa registrada en distintas
fuentes refleja que, en términos de repertorios de violencia, los paramilitares ejecutaron en
mayor medida masacres, asesinatos selectivos y desapariciones forzadas, e hicieron de la
sevicia una práctica recurrente con el objeto de incrementar su potencial de intimidación. Las
guerrillas, por su parte han recurrido primordialmente a los secuestros, los asesinatos
selectivos, y los atentados terroristas, además del reclutamiento forzado y el ataque a bienes
civiles.

Con respecto a la violencia ilegal de miembros de la Fuerza Pública, se ha podido establecer con
base en testimonios y en sentencias judiciales el empleo de modalidades como las detenciones
arbitrarias, las torturas, los asesinatos selectivos y las desapariciones forzadas. Las razones
que explican el origen de los grupos armados, así como sus intereses y referentes de actuación,
difieren de un grupo a otro y cualquier intento de construir alternativas y salidas a la guerra ha
de tener esto en cuenta. Ahora bien, la probada participación de agentes estatales como
perpetradores de crímenes, resulta particularmente inquietante para la sociedad, el Estado en
su conjunto, y para ellos mismos, dado el grado particular de legalidad y responsabilidad que
les compete. Además de su participación directa en la violación de Derechos Humanos, todos
los casos documentados por el GMH registran con notable regularidad la connivencia y las
omisiones de miembros de la Fuerza Pública, con acciones violatorias de los Derechos
Humanos y alianzas con grupos poderosos que por métodos violentos defienden intereses
económicos y políticos, o buscan con codicia el acceso a más tierra y/o recursos. (CNMH)

Poblaciones marginadas
(Mujeres, indígenas, identidades sexuales diferentes)

Relato 1: En la Inspección de Policía de El Placer, Putumayo, los paramilitares también
ejercieron violencia sexual y ejecutaron violaciones contra mujeres acusadas de
guerrilleras, pero además a muchas las esclavizaron sexualmente y las obligaron a hacer
tareas domésticas forzadas en condiciones ignominiosas. Así narró una mujer su
experiencia:

“Me llevó a una casa en El Placer [alias El Indio]. Cuando entré me encontré con cuatro
mujeres de distintas edades, unas muy jóvenes y otras ya adultas. La casa era de color
crema, era grande, había cuatro piezas, un solar, una cocina, dos baños (uno privado
para ellos) y un hueco. Cuando nos estaban violando nos decían “si no quieren que las
echemos al hueco, ¡cállense!”. Ese espacio visible y amenazante me acompañó todo el
año que duré encerrada en esa casa. Llegaban borrachos, drogados, nos sacaban al patio,
nos apuntaban con armas cortas y largas, y nos cogían a la fuerza hasta encerrarnos en el
cuarto que ellos quisieran… ellos escogían. Una vez me tocó con tres hombres al mismo
tiempo. Pero la mayoría de veces llegaban tirando puertas y entraban al cuarto de la que
quisieran y ahí caían. Se iban después de tener sexo. Era muy duro, no podíamos salir a
ninguna parte, pasábamos el día lavándoles los uniformes, limpiando la casa y cocinando
para ellos… como una “mujer”. Recuerdo que una muchacha de 15 años se suicidó. No
aguantó. La mujer mayor era la que nos daba ánimo, era la única que podía salir de la

Las variaciones entre paramilitares, guerrilleros e integrantes de la


Fuerza Pública registradas en testimonios y en cifras confirman la tesis
de que los hombres que cometen estos crímenes, más que responder a
instintos irrefrenables desatados en medio del conflicto armado, están
reaccionando a incentivos o sanciones que han establecido los
comandantes y las dirigencias de cada una de las organizaciones
armadas. Las representaciones de la feminidad y la masculinidad que las
organizaciones inculcan en sus integrantes en los entrenamientos
militares; las estrategias militares que utilizan para derrotar a sus
enemigos y establecer sus dominios; los repertorios de regulación social
que aplican para mantener su dominio; el comportamiento de los
comandantes frente a las mujeres, entre otras circunstancias,
promueven o inhiben la ocurrencia de la violencia sexual (CNMH, 82)


Relato 2: Una mujer del Putumayo se atrevió a contar lo que le hicieron los
paramilitares: [...] Una noche que íbamos con mi novio para mi casa, nos salió un grupo
de nueve hombres. Se identificaron como paramilitares. A él lo amarraron y a mí me
empezaron a desnudar a la fuerza y a golpearme muy duro […] me decían que siempre
iba a ser una prostituta de la guerrilla y me insultaban, me decían cosas horribles. A él
también le decían que era guerrillero, que por eso andaba conmigo. Después de estar
desnuda, empezaron uno por uno a penetrarme, todos me golpeaban la cara,
arrancaron mi cabello, me metieron sus penes por la boca y en un momento
empezaron a meterme sus pistolas en mi vagina […] Después de que cada uno hizo
conmigo lo que se le ocurrió, me llenaron de arena y piedras en mi vagina y me dijeron
que yo nunca me iba a olvidar de ellos. Que me iban a dejar viva solo para que
recordara que nunca debía meterme con guerrilleros. Que todo eso me pasaba por
guerrillera, por ser una prostituta cochina”.

Relato 3: “A la comunidad Wayuu nos destruyeron moral y culturalmente. La historia
de los Wayuu y los guajiros cambió, porque bajaron la cabeza cuando entró el
paramilitarismo. Y no hay venganza ni guerra. Los paramilitares venían con el
pensamiento claro: análisis del terror. A los hombres: varios tiros. A las mujeres:
decapitadas, cortadas de senos […]. Humillación a la mujer y a los hombres. Están
marcados. Con todo lo que hicieron, nos hirieron tanto que supieron herirnos como
comunidad y como personas con todo lo que consideramos como sagrado [...]

Relato 4: En el caso de Bahía Portete las mujeres fueron cruelmente atacadas y
torturadas en lugares abiertos, y sus cuerpos inertes fueron abandonados en sitios
visibles —el de Rosa en una vía pública y el de Margoth cerca de su casa—. No hubo
ningún intento de ocultar o desaparecer los cuerpos. Por el contrario, los torturaron y
los exhibieron. Los victimarios torturaron sexualmente a las mujeres y cercenaron sus
extremidades y órganos relacionados con la sexualidad, para luego incinerar los
cuerpos muertos. Mediante el ataque violento y el asesinato de mujeres se buscó
también mancillar su cuerpo como territorio y desacralizarlo”.




Relato 5: El trabajo en la costa caribe documentó casos en que los paramilitares
realizaron acciones públicas en las que ridiculizaban y sometían a la burla
pública a los hombres homosexuales, con el propósito de degradar su dignidad y
convertir su identidad sexual y sus opciones de vida en motivo de sorna y
vergüenza pública. Convocados por los paramilitares, los hombres
homosexuales de San Onofre Sucre, fueron obligados a participar en peleas de
boxeo y en un desfile que es recordado por pobladores del municipio así: Fue un
espectáculo bastante fuerte. Ellos empezaron desde temprano. Vendían cerveza,
ahí había de todo, comida, y colocaron a las personas a boxear. Tú sabes que
poner a boxear unas personas que son gays, eso genera como mucha parodia
para todos; todo el mundo se reía, parecía el circo romano: ellos boxeaban; los
demás se reían. Entonces, allá a ellos les colocaban como unas batolas [prenda
de vestir femenina], sus guantes, y hacían un espectáculo como si fueran
mujeres que estuvieran pegándose cachetadas. El boxeo de un hombre es a
golpes pero allá era dándose cachetadas. Entonces eso daba cierta risa, producía
emoción, la gente se reía. Yo vi como catorce parejas, pero eso se extendió.
Cuando yo me vine eran las ocho pero me imagino que eso continuó […].

Relato 6: En el 2001, el 17 de enero, pues algo enmarcable, algo que no se va a
borrar de las mentes, fue la masacre de Chengue, el lugar donde ocurrió fue en la
Plaza Principal de Chengue, eh.., los autores fueron los paramilitares, pues fue
algo, algo demasiado atroz por decirlo así, porque hubieron unas muertes muy
feas, donde en poquitas palabras les voy a decir que reunieron a la gente en el
parque, o sea, a los hombres y a algunas mujeres, porque el que logró salir,
escapar, pues se fue […] En ese plazo de tiempo, pues, llevaron a los hombres,
habían niños de 12-14 años, eso sí logramos defenderlos como pudimos para
que no les hicieran nada, sin embargo los pateaban, después de ese momento
que ya mataron la gente nos mandaron a una casa y empezaron a quemar, a
quemar, a quemar las [otras] casas.”

Relato 7: […] como a las cuatro de la tarde, ellos llamaron “jefe, llevamos 48,
¿seguimos o paramos?”. El jefe, porque se oyó claritico por el radio ese o por el
teléfono, le dijo: “Ya no sigan más porque ustedes han matado mucha gente
inocente ahí, no sigan”. Mientras se traía al personal, estaban los subversivos
con sus armas revisando las embarcaciones que venían, a ver quién había que
fuera enemigo de ellos para rematarlo. Entonces vinimos y le dijimos al
comandante de la guerrilla: “¿Sabe qué, hermano? Tiraron una pipeta en la
iglesia y mataron a un poco de gente.
Las acciones violentas contra población marginadas y carentes
de poder, son continuas en Colombia, y no sólo por escenarios
de violencia de grandes magnitudes. Violencia psicológica,
emocional y simbólica también se ejercen de manera continua
sobre ellos. Es deber del facilitador de paz realizar acciones en
contra de todo discriminación posible; contrarrestar el odio por
el otro, hacer las paces con la diferencia y reconocer en su
pluralidad la dignidad humana.

Los relatos presentados son pequeñas muestras de años atroces de violencia. Sin
embargo, existen múltiples escenarios donde la violencia, por no ser de grandes
magnitudes, pasa desapercibida. Las historias de todos los seres humanos que han
experimentado el rechazo, la burla, la pobreza, deben ser espacios para visibilizar.
No sólo las grandes acciones violentas como las leídas deben ser rescatadas, hacer
memoria también implica sanar los espacios íntimos donde nuestra dignidad
humana ha sido afectada. Recordar las historias de nuestra niñez, los dolores de
nuestros padres y abuelos, constituye un ejercicio central en el proceso de
reconocernos y tomar acciones en pro de sanar nuestra propia vida. No podremos
ayudar a otros hasta no ayudarnos a nosotros mismos.

Actividad 1

- Escribe tus sensaciones al leer los desgarradores testimonios de la guerra.
-Reflexiona sobre la condición de desigualdad en la que aún se encuentra la
mujer. ¿Recuerdas momentos de tu vida donde hayas sido objeto o testigo de
algún tipo de violencia contra la mujer? Escribe tus historias.

-Pregunta a personas cercanas o miembros de tu comunidad qué tipo de
violencias, causadas por discriminación o diferenciación racial, de género, clase o
cultura, han experimentado en sus vidas. Determina factores comunes y escribe
sus historias.
Haciendo memoria: Reconstrucción del tejido social a
través de un estudio de caso

Encuentros artísticos con el dolor, las memorias y las violencias (2004)

Pilar Riaño
Antropóloga, Ph.D. Universidad de Vancouver



Texto completo disponible en: https://goo.gl/sV2jgY



Reflexionando sobre la necesidad de recordar a los muertos para conjurar el olvido, un joven de
Medellín -ciudad colombiana en la que en los últimos 20 años han muerto más de 40.000
jóvenes como resultado de múltiples violencias- escribe: La muerte sola, no es muerte
completa. La muerte completa es el olvido. Así que no hay muertos más muertos que los que se
olvidan. Esto lo debíamos saber mejor los habitantes de Medellín, que en los últimos años nos
ha tocado aprender en suerte, y al son de sálvese quien pueda, ese oficio atroz que es torear la
muerte, además con el capote más rojo, más alegre, más vivo... más débil: nuestra juventud.
Pero también y con el otro lado del mismo capote hemos aprendido el oficio del olvido. Su voz
se une a muchas otras que interrogan el olvido y el sentimiento de pérdida como expresiones
de las heridas que las violencias extremas y múltiples han ocasionado en el mundo social de los
colombianos. A partir de mi investigación etnográfica sobre memoria y violencia en la ciudad de
Medellín y de una intervención de arte público comunitario, La piel de la memoria, este artículo
comparte la preocupación por el papel del recuerdo y el olvido en sociedades atravesadas por
la violencia y el terror.

Presenta una reflexión antropológica sobre el impacto de la violencia en la experiencia humana
y en los modos de tramitación de los duelos. La piel de la memoria tuvo lugar en el barrio
Antioquia al suroccidente de Medellín (un barrio con una historia marcada por la exclusión, las
tensiones sociales y las violencias) e intentó responder a la discontinuidad y vacío que
preocupa al residente citado a través del arte, el ritual y la conmemoración comunitaria. En una
primera parte, se recogieron cerca de 500 objetos emblemáticos de las memorias de los
habitantes del barrio Antioquia para su instalación en un bus-museo de la memoria, que rodó
por los diferentes sectores del barrio, y en una estación del metro de Medellín.

El proyecto enfatizó la elaboración del duelo y la reflexión sobre el pasado a través del
préstamo de un objeto seleccionado por los residentes como representativo de una memoria
significativa en sus vidas. La obtención de estos objetos fue tarea de un grupo de 20 jóvenes y
mujeres del barrio quienes, mientras visitaban a sus vecinos, se convirtieron en escuchas y
escribanos de las historias y emociones que acompañan a los objetos del mundo material.
El museo, como lugar expresivo de la memoria que recibió en 10 días a más de 4.000 visitantes
de toda la ciudad, se convirtió así en un recinto dinámico de las memorias individuales y
colectivas, y en un lugar que les rindió homenaje pero que también develó su carácter
conflictivo y en disputa. Los objetos dan cuenta de la tradición oral local pero, además, de los
trazos de la memoria de eventos nacionales que perviven en la vida familiar y de los modos en
que los conflictos locales se articulan con procesos macro sociales como los de la violencia
política de los años 50, el narcotráfico, las políticas de planificación urbana y la exclusión social.
La segunda parte del proyecto buscaba superar la sospecha y hostilidad entre los vecinos del
barrio y crear un canal expresivo para pensar en el futuro. A los residentes que entregaron un
objeto y a los visitantes del museo se les pidió que escribieran una carta que incluyera un deseo
para un vecino(a) desconocido(a) (los escritores no conocerían quien eventualmente recibiría
qué carta en particular), y un deseo específico para el futuro del barrio Antioquia.

Cerca de dos mil cartas en papel blanco, colocadas en gruesos sobres blancos de gran tamaño,
fueron expuestas sin abrir próximas a los objetos en el museo. Al final de la exhibición, en una
celebración-performance que tomo la forma de seis comparsas por las calles del barrio, jóvenes
y adultos en una coreografía de bicicletas, mimos, contadores de historias, chirimías, zancos y
personal de pie, deambularon por el barrio celebrando la instalación del museo de la memoria
y anticipando el futuro con la entrega de una carta a cada hogar del barrio.

En los últimos quince años, la Oficina de Paz y Convivencia de Medellín tramitó más de cien
pactos de no-agresión con bandas y milicias del nororiente, centroriente, suroccidente y
suroriente de la ciudad (Daza 2001). En su gran mayoría, estos pactos han tenido una corta
historia y, en materia de meses, los grupos o nuevas versiones de ellos regresan al
enfrentamiento armado y al ejercicio del terror. Las posibles razones del fracaso repetitivo de
estos experimentos de “paz” tienen que ver con los vínculos directos entre conflictos locales y
violencias-sistemas macro sociales, y con una débil voluntad política para sostener estos
procesos. Pero también tienen que ver con la ineficiencia e impunidad que caracterizan los
sistemas judiciales, el fracaso en la formulación y ejecución de estrategias para la inserción
económica y social de estos jóvenes, y la ausencia de intervenciones socioculturales que
tramiten las venganzas y duelos no elaborados que continúan alimentando odios y violencias.

Desde esta preocupación, el artículo se interroga acerca de las condiciones bajo las cuales los
procesos de paz y reconciliación pueden operar a nivel microsocial: • el papel de la memoria,
los rituales y el arte como motores de reconocimiento del sufrimiento social y de la elaboración
del duelo colectivo; • el modo en que las respuestas culturales y de intervención social a través
del arte, la memoria y la cultura pueden constituirse en elementos dinamizadores de una
pedagogía colectiva y cívica que cuestione los modos en que la violencia destruye la vida social
local, las separaciones tajantes entre representación y experiencia y aquellas construcciones
binarias (víctima-victimario, violento-no violento) que no dan cuenta de las complejidades y
contradicciones desde las que se viven las violencias.

El impacto que las acciones violentas y las políticas de exclusión social han tenido sobre el
tejido social y la experiencia humana y cotidiana de los habitantes del barrio ha sido
devastador. Dicho impacto puede ser rastreado desde el concepto de “herida social” que
maneja Doris Salcedo6 y a partir de una exploración de las formas en las que el dolor y el
sufrimiento individual y colectivo se viven y re-significan como experiencias sociales. Esta
herida colectiva se forma en el entrecruce de los efectos de procesos macro sociales de
planeación urbana, violencia política y economía política del narcotráfico, con los conflictos que
desangran a bandas locales, sus familias, cuadras, sectores y al barrio, y con el éxodo continuo
de sus habitantes (que persiguen la esperanza de “coronar” a través del transporte de droga o
el traqueteo –traficar-). El sufrimiento social resulta del impacto de estos poderes nacionales o
locales sobre la experiencia cotidiana y es vivido desde las experiencias extremas frente a la
muerte, los juegos paradigmáticos de lealtades, la ausencia de procesos comunitarios de
elaboración del duelo y la desestructuración de la confianza social. Se trata, entonces, de un
sufrimiento social que como lo han anotado Kleinman, Das y Lock (1997) tiene sus orígenes y
consecuencias en las devastadores lesiones que las fuerzas sociales pueden infringir en la
experiencia humana.

La propuesta de intervención cultural surge de los logros que se obtienen con el proceso de
recuperación de historia barrial, las reflexiones del grupo de jóvenes y mujeres del barrio
vinculados a este proceso y las de los trabajadores con jóvenes y activistas. En el proyecto de
arte público comunitario, la memoria fue el motor principal de una intervención artística,
comunitaria e investigativa que exploró la relación memoria, duelo y reconciliación. A través
del arte público comunitario y la recuperación de la memoria, se propició un espacio de
reflexión colectiva sobre el pasado, un espacio que permitiera desde el presente elaborar los
duelos individuales y colectivos para así poder mirar hacia el futuro con una mirada que ayude
a la reconciliación y a la convivencia. En la primera parte del proyecto de arte público se
enfatizaba la elaboración del duelo a través del préstamo de un objeto u artefacto significativo
de la memoria de cada familia. Los recolectores de objetos optan por la práctica cultural de la
visita a los vecinos de la cuadra o sector. La visita buscaba establecer una relación cercana que
permitiera al visitado compartir y evocar ciertas memorias a través de los objetos. Un
periodista local describió la tarea de los recolectores-visitantes como una forma de
“arqueología cotidiana”: buscando objetos e identificando su carga significativa, ayudando a los
residentes a establecer una relación entre el objeto, el lugar que ocupa en su mundo material y
los modos en que éste establece para el individuo y/o la familia un lazo con el pasado. Allí, en la
intimidad del cuarto o de la sala de la casa, mientras los objetos eran sacados de baúles, repisas,
paredes o rincones, las historias se fueron contando.

Una vez recopilados los objetos y familiarizados con sus historias de dolor, perdida, cambio,
viaje, creencias y tradición, las preguntas y dilemas se trasladan al campo de la representación
artística y a la manera en que el bus, en tanto espacio físico, podría transformarse en un lugar
simbólico-social para el recuerdo, la reflexión y la conmemoración. El bus se escoge como lugar
para la instalación del museo de la memoria cuando nuestras discusiones con los jóvenes y
mujeres del barrio y con el equipo coordinador concluyen que no existía un lugar en el barrio al
que pudieran tranquilamente desplazarse los habitantes de todos los sectores.


La transformación de un bus de transporte público -en este caso, escolar- en museo nos
permite, además, entrelazar su función de desplazamiento por la ciudad (cruzando territorios)
con la metáfora del museo de memorias que desdibuja y cruza las fronteras territoriales para
trazar una ruta simbólica hacia el encuentro de las memorias. El bus con los colores verde y
blanco que develan su función de transporte escolar ofrece un lugar para el recuerdo y para la
transformación de los actos de ver y recordar en actos de re-conocimiento.

Para la distribución de los objetos en el bus se revisaron las historias de cada objeto. Las
propuestas estéticas y narrativas que surgieron en los talleres y reuniones con el equipo de
jóvenes y mujeres recolectoras, determinaron que cada objeto debía ser instalado para dar
cuenta del valor que tienen para quién lo prestó y su carácter único. La propuesta de la artista
Suzanne Lacy fue la de agrupar los objetos de acuerdo a unos hilos narrativos visuales que
seguían los temas dominantes en las memorias que éstos evocaban: pérdida de un ser querido,
amistad, períodos de la vida, relaciones e historia. Con excepción de aquellos objetos que por su
tamaño no cabían en las vitrinas, todos los objetos recolectados fueron incluidos en la
instalación. Como antropóloga conocedora del impacto desarticulador de la violencia en el
tejido social del barrio y en las relaciones de confianza, mi dilema se ubicaba en los modos de
contrarrestar el poder representativo de la violencia sangrienta y la posibilidad de ofrecer
imágenes alternativas que, ancladas en lo cultural, permitan re-elaboraciones de las memorias
de las violencias y visibilicen otras representaciones y marcas. La propuesta de un bus museo
(como lugar para la memoria que exhibe los objetos que se recogieron en las visitas a vecinos)
se ligaba con una de las pistas de mi investigación etnográfica: la profunda interconexión entre
memorias y lugares, y las cualidades mnemónicas de los lugares para activar la memoria e
imaginación y para conectar los individuos con un sentido de historia e identidad. El concepto
de lugar como metáfora de identidad y del habitar (cf. Escobar 2001) fue desarrollado en el
proyecto de arte público a través de la instalación del museo en un espacio familiar. El bus
como un objeto familiar de movimiento que cruza diariamente bordes imaginarios e impuestos
facilitó el contexto físico para la instalación. Entendimos así al museo como un receptáculo de
memoria viva y cotidiana, una especie de textura sensorial, una piel de la memoria, sentida y
resignificada por cada uno de sus visitantes. El lazo entre el propietario anónimo de un objeto,
los otros objetos y la memoria colectiva que resulta de su instalación produjo un campo de
significados muy ricos en el cual estaba reflejado el carácter conflictivo y en disputa de las
memorias y los modos diversos en que las historias locales recrean historias nacionales.

La secuencia de estos objetos puestos con cuidado y creatividad detrás de cientos de luces
blancas crea un conjunto de relaciones y una aura ritual que daba cuenta de la magnitud de la
pérdida, pero también de continuidades y referentes históricos e identitarios: tradiciones
culinarias y familiares, la participación de varias generaciones en la guerra y el impacto de ella.
Ellos también daban cuenta de la singularidad con que cada quién mantiene esos vínculos con
el pasado a través de los objetos más diversos: el pedazo de algodón, la estampita, el cofre, la
manila, los radios, las prendas de vestir, las fotos, las cartas.

La piel de la memoria nos permite indicar desde una experiencia local la importancia de la
legitimación simbólica de los reclamos de los dolientes y los modos en que las memorias
históricas mediatizan las relaciones de los individuos con el presente y sus posiciones frente



a la paz, la violencia, la reconciliación y la justicia. Estos elementos también juegan un papel
central en los procesos nacionales de negociación cuando se convierten en una de las bases
desde las que los diversos actores, incluido el Estado, definen y negocian sus posiciones. Las
dimensiones simbólicas, humanas e intrasíquicas son fundamentales en la restauración de las
confianzas, en los procesos individuales y locales de elaboración del duelo y en los procesos de
paz que se vislumbren con un margen de sustenibilidad. Sin embargo, y regresando a la idea de
la naturaleza social y política de nuestras heridas sociales, los intentos de una sociedad por
lidiar con un pasado de terror y dolor tienen que estar liderados por procesos de
administración de justicia y establecimiento de responsabilidades sociales. Estos procesos
deberán responder efectivamente a los reclamos por justicia, por el reconocimiento de las
historias que se han silenciado, de las atrocidades cometidas y la responsabilidad estatal,
mientras que consideren las avenidas justas para la reparación social. En este sentido, es
importante entender el alcance limitado de una intervención artística que opera en el ámbito
cultural. El uso del arte y la memoria como campos de interacción y testimonio social nos
permiten reformular el campo de acción social de los procesos de reconciliación. La
reconciliación es reformulada, más que como silenciamiento del pasado, como una fuerza, un
deseo-pasión, desde el que nos enfrentamos con el pasado. Esta mirada hacia el pasado
involucra un retorno a los sentidos a través del reconocimiento del dolor y de una memoria
relacional donde experiencia, testimonio y reconocimiento se entrecruzan.

Los procesos de reconciliación proporcionan una estructura y un marco temporal para
reconocer el sufrimiento, elaborar los duelos y para encarar la desestructuración del mundo
social por la violencia. Un proceso humano, social y cultural que propicia lugares colectivos de

Actividad de fin de módulo



A lo largo del módulo hemos reflexionado sobre la naturaleza e
importancia de la memoria histórica, hemos recorrido relatos
terribles para acompañar a la victimas en su proceso de
reconstrucción del dolor y finalmente hemos observado un ejemplo
de cómo podemos intervenir para contribuir en la sanación a través
de la memoria.

Para finalizar el módulo:

- Construye una estrategia sencilla, a modo de idea principal, para
reconstruir la memoria histórica de la comunidad o población de tu
interés. Alimenta esta estrategia con las reflexiones realizadas a lo
largo del módulo y producidas por las diferentes lecturas.

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