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Ese proyecto de marzo del ‘76 se facilitó con las políticas aplicadas previamente desde el
gobierno constitucional de Isabel Perón, cuando se desató un fuerte ajuste sobre los
ingresos de los trabajadores con el “rodrigazo” de 1975, con la represión ilegal promovida
desde ese gobierno a través de la triple AAA (que para el momento del golpe de estado ya
llevaba más de mil desaparecidos) y con la represión legal desatada desde el ministro del
interior Esteban Righi con un decreto que abrió las puertas al ejército para el
“exterminio” de la guerrilla.
Pero la tarea de romper esa sociedad y de “reorganizar la nación” en beneficio del poder
económico más concentrado por parte de la dictadura cívico-militar, a pesar de los
avances y horrores provocados no se pudo llegar a completar, ya que la derrota de
Malvinas erosionó seriamente la gobernabilidad de la Junta Militar que debió convocar a
elecciones y retirarse repudiada por el pueblo.
Vendrá entonces la democracia que desde 1983 comenzó a caminar a los tumbos,
presionada por los usureros internacionales, las corporaciones extranjeras y los grupos
económicos nacionales, para que se orientara en función de sus mezquinos intereses. El
tironeo duró lo que duró el gobierno de Alfonsín, hasta que saboteado por un golpe ‘de
mercado’, terminó entregando el mando presidencial antes de tiempo y con una
hiperinflación que barrió con el poder adquisitivo de gran parte de la población.
Será Menem quien definirá el rumbo claudicante, con políticas que llevarán a la
‘demolición’ del modelo herido de muerte por la dictadura, y abrirá el espacio para un
nuevo modelo económico-social, comandado por una minoría concentrada de privilegiados,
saqueadores y depredadores, que después de la crisis de fines de siglo se desplegará en la
Argentina.
Ese modelo neocolonial ya no contemplará nunca más las propuestas políticas de los
grandes partidos que hablen de un proyecto nacional, de un modelo de país soberano;
puesto que el comando y las estrategias del país la definirán las corporaciones y el capital
financiero internacional en su propio y exclusivo beneficio. El rol de la democracia formal,
condicionada, colonizada y cada vez más fraudulenta, será gestionar el proyecto
dominante y a la vez buscar recuperar la cuestionada legitimidad en las masivas
movilizaciones por el ‘que se vayan todos’.
El interregno del kirchnerismo mostrará dos caras de una misma moneda. Por un lado, una
más oculta, de la consolidación del nuevo modelo, concentrador del ingreso y la riqueza,
extranjerizado, extractivista depredador de nuestros bienes comunes, y saqueador de
nuestros recursos y nuestras divisas. Por otro lado, la fantasía de un gobierno corrupto
que buscará realizar una relativa transferencia de la enorme renta generada por nuestras
exportaciones primarias hacia sectores de medios y bajos ingresos, con el relato de un
supuesto perfil “nacional y popular”, cuyas limitaciones quedarán en evidencia cuando los
motores del impulso inicial se fueron apagando y cayeron los precios astronómicos de los
bienes exportados.
Los doce años de kirchnerismo dejaron en pie ese modelo neocolonial, que era aceptado en
esencia por toda la partidocracia (oficialistas y opositores), pero también una sociedad
que reclamaba mantener los ingresos recibidos en la etapa ‘de bonanza’ inicial, a pesar de
tener un tercio de su población viviendo en la pobreza y casi la mitad de la población
activa con graves problemas de empleo.
Hoy nos encontramos con la aplicación demencial de políticas que apuntan a destruir lo que
aun queda del viejo modelo, derechos históricos de los trabajadores y el pueblo argentino,
un tejido industrial agredido durante décadas y muy debilitado, y una clase media que
constituye una ‘molestia’ para el proyecto de saqueo y voracidad de los usureros
internacionales y las corporaciones extranjeras depredadoras.
Hoy Macri ha logrado resultados extraordinarios para el proyecto dominante, apoyado por
partidos y gobernadores supuestamente opositores.
Una transferencia de ingresos hacia el capital usurero, los grandes bancos privados, las
corporaciones energéticas y mineras, las concesionarias vinculadas al poder político y las
empresas de amigos y familiares del presidente y sus funcionarios. Eso lo hace a costa de
una fuerte pérdida del poder adquisitivo de la población, de una caída vergonzosa de los
haberes de los jubilados y pensionados, pero en simultáneo también de una destrucción
masiva de industrias y desaparición en gran escala de micros, pequeñas y medianas
empresas. Destrucción y desmantelamiento de actividades que demandaron décadas de
esfuerzos y sacrificios y que difícilmente se puedan revertir en el futuro.
Como telón de fondo, para traer dólares que se llevan los especuladores, ha provocado un
innecesario, irresponsable y fenomenal aumento de la deuda pública renunciando a nuestra
soberanía, de manera que cualquier gobierno que continúe desde diciembre próximo se vea
sometido a aceptar cualquier condicionamiento en perjuicio del país y su población, ante la
segura imposibilidad de poder cumplir con los pagos de las obligaciones inconstitucionales
y fraudulentas asumidas por este gobierno.
Frente a este presente de sacrificios para las mayorías y de futuro sombrío para todos,
debemos redoblar la lucha por el NUNCA MÁS.
Pero hoy el NUNCA MÁS debe asumir también el compromiso de luchar por frenar el
proyecto de entrega y depredación, por defender la integridad de la sociedad argentina y
el recupero de nuestra soberanía, para comenzar a construir una nueva economía, humana
y sustentable, base material de una nueva sociedad, donde todos puedan vivir dignamente
y tener derecho a ser felices.
No podemos esperar que nos regalen nada. Democracia real no es sólo votar cada cuatro
años a quienes nos van a traicionar y entregar a la voracidad de los saqueadores. Lo que
hagamos o no hagamos hoy definirá lo que nos suceda mañana. El futuro depende de todos
nosotros. Y afortunadamente, los últimos tiempos nos muestran que la sociedad está
empezando a despertarse.