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Sin duda, uno de los grandes lectores de aquellos tiempos fue Wellington
Castillo. Merced a ello, desarrolló un lenguaje teatral que se caracteriza por ser
opuesto al puro divertimento, a la pura emotividad, al esteticismo. Por el
contrario, es un teatro narrativo que apunta al entretenimiento con ideas
fertilizadas por sus vivencias cordilleranas y su estancia universitaria –luego
profesional– en Trujillo, las mismas que cimentaron su compromiso social, en
procura de la comprensión crítica de nuestra realidad, para mostrarnos que el
estar fagotizados por el consumismo no sepulta la aspiración de un equilibrio
social como necesidad para nuestra supervivencia. En los intersticios de su
teatro, las vivencias en esa dualidad cultural se reflejan en el manejo de sus
argumentos, en las circunstancias que plantea y en la construcción de sus
personajes.
He montado tres obras suyas: Sobre cruz e imperios, en su primera versión con
el nombre de Túpac Amaru II; Mariposa de humo y Pumacayán. Esta última en
dos versiones, una de ellas para un unipersonal. Dichas cuatro experiencias
me incentivaron a experimentar con una necesidad de renovación, tanto en la
forma como en la manera de contar las historias.
Sobre Cruz e imperios tiene como mérito transfigurar el realismo y trabajar sus
históricos personajes con algunas metáforas, insertándolos en una escritura
cuya columna vertebral es la acción dramática, donde la imaginación logra un
carácter revelador.
Siempre Viva parte de las vivencias andinas de Wellington, las que avivan su
intuición para elaborar estructuras teatrales sustentadas con acciones
dramáticas fictas, sin ideologizarlas y sin apelar a la retórica pedestre,
retratando costumbres, modos, personajes y caracteres propios de Santiago de
Chuco, su tierra natal. Contiene una fuerza argumental donde la estupidez, la
soberbia y la locura dominante son reflejadas con aspereza, a veces con humor
y con cierta piedad que desvía la frustración.