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“EL DIVORCIO”

Por el élder Dallin H. Oaks

La siguiente declaración del élder Dallin H. Oaks, del Cuórum de los Doce
Apóstoles, ayuda a aclarar cómo se aplica esa enseñanza a nuestros días: “El tipo
de matrimonio que se requiere para la exaltación, de duración eterna y de calidad
divina, no considera el divorcio. En los templos del Señor, las parejas se casan por
toda la eternidad; pero algunos matrimonios no progresan hacia ese ideal. A causa
de “la dureza de nuestros corazones” [Mateo 19:8], el Señor actualmente no hace
valer las consecuencias de la norma celestial. Permite que las personas
divorciadas se vuelvan a casar sin la mancha de inmoralidad especificada en la ley
superior” A menos que un miembro divorciado haya cometido transgresiones
graves, él o ella puede reunir los requisitos para obtener una recomendación para
el templo en base a las mismas normas de dignidad que se aplican a los otros
miembros. Hay muchos buenos miembros de la Iglesia que se han divorciado. Les
hablo primeramente a ellos. Sabemos que muchos de ustedes son víctimas
inocentes: miembros cuyos ex cónyuges continuamente faltaron a los convenios
sagrados o abandonaron o rehusaron llevar a cabo responsabilidades del
matrimonio por largo tiempo. Los miembros que han experimentado este tipo de
abuso saben por experiencia propia que hay algo peor que el divorcio. Cuando un
matrimonio está muerto y no tiene esperanza de renacer, es necesario tener un
medio para darle fin. Vi ejemplos de ello en las Filipinas. Dos días después de su
matrimonio en el templo, un esposo abandonó a su joven esposa y no se ha
sabido de él por más de diez años. Una mujer casada huyó y obtuvo el divorcio en
otro país, pero su esposo, abandonado, todavía está casado ante la ley filipina. Ya
que no hay estipulación para el divorcio en ese país, estas víctimas inocentes del
abandono no tienen manera de dar fin a su condición de casados y seguir
adelante con su vida. Sabemos que algunos contemplan su divorcio con
remordimiento por su culpa parcial o predominante en la separación. Todos los
que han pasado por el divorcio conocen el dolor y la necesidad del poder sanador
y de la esperanza que proviene de la Expiación. Ese poder sanador y esa
esperanza están al alcance de ellos y también del de sus hijos. (“El divorcio”,
Liahona, mayo de 2007, pág. 70-71).

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