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(1954)
Podría decirse que el temerario amante de las emociones hace una regresión al
estado de narcisismo primario, que lo sitúa artificialmente en una situación que es
parte de él mismo -como en una caricatura del temprano estado en que el
individuo sólo concibe el ambiente como parte de su self y todavía no ha
repudiado lo que es DISTINTO DE MI-.
No nos sorprenderá hallar un estado a mitad de camino entre esos dos extremos,
estado con el cual ambos se relacionan y con respecto al cual ambos son una
fuga. Sugiero que en estas dos organizaciones defensivas cumple un papel central
el establecimiento personal de ese estado que las palabras YO SOY describen
mejor que ninguna otra. Tan pronto ese estado YO SOY se convierte en un hecho,
de inmediato evoluciona hacia un ESTAR SIENDO o SEGUIR SIENDO; o sea,
queda incluido un factor temporal.
Los bebés que tienen la fortuna de ser bien manejados desde el principio parecen
llegar a EXISTIR y a sentirse reales casi automáticamente. En la medida en que el
individuo no ha tenido esa fortuna y fue mal manejado en un comienzo (madre
deprimida, angustiada, enferma, etc.), habrá de organizar en alguna medida una
pauta de conducta defensiva que implica una regresión a una identificación
primaria caricaturesca, o bien un intento prospectivo de alcanzar una relación con
objetos externos. De este modo, considero personalmente que la idea de Balint es
constructiva.
A la larga encontramos que el mundo contiene estos tres grupos: aquellos para
quienes la cuestión de la EXISTENCIA no es difícil, aquellos que no conservan
ninguna esperanza de sentirse reales y lo único que saben es que esto sucede en
raros momentos (como cuando cae una bomba), y, en el medio, aquellos que
están atrapados en una lucha perenne por establecer su existencia personal, lo
cual consiguen en compañía de otros que libran la misma lucha y bajo la influencia
integradora de alguna filosofía.
Cuando, a raíz de un mal manejo, se interfiere con los procesos naturales, el bebé
desarrolla defensas según la dotación que traiga de etapas anteriores. Un ejemplo
de error grosero en el manejo es impedirle al bebé que se chupe el pulgar. En ese
caso (y suponiendo que antes haya habido un manejo satisfactorio, de modo tal
que ya se hayan efectivizado momentos YO SOY), el bebé puede organizar
pautas de conducta defensivas de acuerdo con los lineamientos indicados por
Balint: renegación de la necesidad de entablar relaciones y énfasis excesivo en las
relaciones con los objetos más claramente externos. Sugiero que la-alternancia de
estas dos defensas puede fácilmente ser observada en la clínica.
Pero no está tan claro si hay o no una aplicación directa de la temática de Balint
en materia de relaciones interpersonales como las que se dan entre personas
totales, donde el tema central es el complejo de Edipo y el niño está envuelto
típicamente en el círculo familiar. En esta etapa (el niño de 2 a 4 años), han
surgido nuevas y vastas organizaciones defensivas -y nuevos tipos de angustia-.
Han aparecido las ideas de la castración y la muerte, el instinto se ha vuelto fálico
y genital, y la fantasía permite ahora a: niño jugar a la mamá y el papá, soñar con
el acto sexual e identificarse por turnó con cada uno de sus padres, así cano
tolerar ser excluido durante breves períodos.
De todas maneras, aun en los más normales tal vez puedan apreciarse, en la
fantasía y el juego, las reliquias de los dos tipos contrastantes. Es probable que en
esta etapa el equivalente se encuentre en las opciones de matar al padre rival o
identificarse con él o ella, en la relación triangular básica. (A propósito omito la
injerencia burda de conflictos irresueltos y de pautas de conducta
correspondientes a etapas anteriores en esta otra etapa, más avanzada, del
complejo de Edipo propiamente dicho.)
Me complace comentar este libro no sólo porque trata un tema muy importante,
sino también porque creo que en esta clase de trabajos el autor expresa su
personalidad. Tal vez resulte ser un libro precursor.
Hay en especial un aspecto del médico clínico que lo sitúa en una destacada
posición para hacer psicoterapia, y en rigor le da una ventaja sobre el
psicoanalista así como sobre otros especialistas de diversa especie, y es su
disponibilidad para el paciente y la continuidad de su atención profesional durante
varios años. Teniendo en cuenta esto, no hay necesidad alguna de que la
psicoterapia termine, salvo que alcance una intensidad tal que no sea posible
mantenerla más que por un período limitado. El trabajo efectuado por el grupo de
Balint contribuye al problema del psicoanalista frente a ciertos pacientes cuyo
análisis no parece llegar a su fin luego del período prefijado. La mayoría de los
analistas han tenido experiencia con pacientes que en verdad necesitan volver de
vez en cuando. Si esto sucede, tal vez el analista piense que algo anduvo mal,
mientras que para el médico clínico es muy natural que el paciente vuelva de tanto
en tanto, ya sea en un momento crítico o simplemente para obtener la tranquilidad
que le brinda la existencia y salud permanentes del médico. Todo el vecindario
conoce al médico clínico y a su familia, y es posible que su principal psicoterapia
la realice, no con los pacientes que concurren a su consultorio, sino con los que
usan en forma positiva la posibilidad de ver al médico en caso de necesidad.
Bajo el título "la connivencia del anonimato" se llama la atención sobre una
importantísima cuestión, bien conocida también en la asistencia social. Sucede a
veces que hay muchos médicos involucrados con un solo paciente o familia, que
no se comunican libremente entre sí. Nadie asume la responsabilidad principal. En
el campo de la asistencia social se denomina "trabajo con casos" [case work] el
empeño de reunir todos esos elementos diversos y asignar dicha responsabilidad
a un asistente social único encargado del caso. Se ha señalado que puede haber
muchos organismos interesados en un caso y el problema central tal vez quede
repartido entre ellos sin que exista un mecanismo de re-integración. Este estado
de cosas -la falta de coordinación en los esfuerzos- se denomina en el libro "la
connivencia del anonimato", expresión ésta que nos plantea si realmente transmite
lo que el autor procuró decir con ella. Yo sugeriría que lo que este grupo describe
es la dispersión de los agentes responsables, mostrando que en ciertos casos
esta dispersión tiene como causa un trastorno psiquiátrico del paciente o de uno u
otro de los protagonistas del drama social. Sin embargo, esta otra expresión no
capta en su totalidad lo que el autor ha querido significar. Se explica con claridad
en el libro el efecto de esta connivencia del anonimato en la evolución del caso.
Balint hace hincapié en lo que él llama la "función apostólica" del médico, término
al que se le da notable prominencia en el libro y que puede ser engañoso. Explica
su uso de la siguiente manera: "Siempre ocurría como si el médico tuviese en su
poder el conocimiento revelado de lo que era correcto y lo que era incorrecto que
esperasen y soportasen los pacientes; más aún, como si tuviese el deber de
convertir a su fe a todos sus pacientes ignorantes e incrédulos". Para los médicos
clínicos integrantes de este grupo, fue sin duda muy importante saber que debían
conocer sus propias motivaciones y, en rigor, su propia personalidad. Estos
médicos tenían que habérselas con algo semejante (aunque no igual) a la
necesidad primaria del analista, que es la de someterse a su propio análisis. Pero
aun si a los médicos que realizan este trabajo les fuese posible ser analizados,
deberían emprender la tarea particular que se examina en los capítulos titulados
"La función apostólica", vale decir, aun así tendrían que empezar desde el
comienzo y tratar de reevaluar las premisas en que descansa el ejercicio de la
medicina clínica. Podría agregarse que a ningún analista le vendría mal reevaluar
de vez en cuando las premisas de su labor. No se trata forzosamente de modificar
lo que ya está hecho. Quienquiera ejerza como médico necesita ser capaz de
considerar lo que hace y ocuparse de sus propias actitudes y acciones, del mismo
modo en que considera los síntomas que presenta el paciente y su respuesta al
tratamiento. Es evidente que para Balint esto es muy importante; comenta: "El
estudio de la función apostólica es tal vez el modo más directo de estudiar el
efecto principal -el terapéutico- de esta droga" (o sea, el médico).
Sin duda, el psicoanálisis tiene algo que aprender del estudio que el médico clínico
debe efectuar de su propia actitud y de la prescripción que hace de sí mismo
(obviamente, lo inverso también es cierto). Balint afirma que lo que el psicoanalista
sabe acerca de la terapia médica general está contenido, primordialmente, en la
bibliografía sobre la teoría y la práctica de la interpretación, en especial la parte
referida al manejo de la tendencia a "actuar" de los pacientes. Como es natural, el
médico clínico se ve envuelto en la actuación de sus pacientes, y tal vez sea
válido que en la mayoría de los casos pueda ocuparse de los problemas
inmediatos correspondientes a un ejemplo especial de actuación, y omitir el
análisis del tema central. Sin embargo, es interesante que comprenda cuál es ese
tema inconsciente o central mientras está envuelto en la actuación periférica.
El psicoanalista se percata intensamente del papel del médico clínico cuando uno
de sus analizandos requiere atención médica a raíz de un asma, o de sufrir
vahídos, o de tener la sensación de que la muerte es inminente en las primeras
horas de la mañana. En otras palabras los analistas se percatan por cierto de la
función del médico clínico en el manejo general del paciente en análisis, pero es
posible que no se den cuenta en igual medida de que un enorme número de
pacientes que no está en absoluto en análisis es tratado con éxito por sus médicos
clínicos.