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El Paralaje Neanderthal

Índice

El Paralaje Neanderthal.................................................................................................1
Índice.........................................................................................................................1
Homínidos.................................................................................................................1
Humanos...............................................................................................................165
Híbridos.................................................................................................................327
Índice Completo.......................................................................................................488

Homínidos

ROBERT J. SAWYER

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Presentación

Hace tiempo que vengo siguiendo con gran interés la actividad creativa de Robert J. Sawyer y,
a la vista de lo que está logrando, me atrevo a afirmar que tenemos en él al que posiblemente
sea el más digno heredero de la ciencia ficción tradicional, esa que escribieran, por ejemplo,
Isaac Asimov o Arthur C. Clarke. Se trata de esa narrativa de ciencia ficción que es la que más
aprecia el gran público lector, incluso al margen de las modas y de las habituales
«deformaciones» en que solemos incurrir los especialistas. Pero, y nadie debería llevarse a
engaño en eso, pese a su aparente sencillez, la obra de Sawyer resulta más moderna, más
próxima a las preocupaciones y sensibilidades actuales. No en vano ha pasado ya más de
medio siglo desde que Asimov y Clarke iniciaran su carrera; Sawyer lo sabe y, como hombre
de su tiempo, actúa y escribe en consecuencia.
Creo que Sawyer dispone de una de las mejores fórmulas narrativas de la moderna ciencia
ficción: novelas que deben mucho a unos personajes normales envueltos en una trama de
misterio resuelta brillantemente con las técnicas habituales en los mejores thrillers. Pero, en el

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caso de Sawyer, esta vez la temática es la de la ciencia ficción rigurosa, muy bien
documentada, atractiva en lo científico pero siempre complementada con una interesante
reflexión sobre las cuestiones morales y sobre la inevitable subjetividad de los
comportamientos éticos y culturales.
En unos tiempos en los que la tecnociencia y sus realizaciones modifican y alteran rápida y
globalmente las condiciones de vida en todo el planeta, no es ocioso preguntarse sobre la
moralidad y el componente ético de la actividad de científicos e ingenieros, sobre las
consecuencias finales de sus obras y creaciones intelectuales. Y ésa parece ser la gran
especialidad de Robert J. Sawyer, quien parece gozar, además, de una capacidad especulativa
superior y de una facilidad explicativa y de divulgación de la ciencia que recuerda a la del
mejor Asimov.
Estoy convencido de que Sawyer está llamado a ser una referencia importante de la ciencia
ficción mundial. Sus obras son amenas y entretenidas; sin serlo realmente (hay mucho trabajo
tras las bambalinas... ) parecen lineales y sencillas; y resultan sumamente fáciles y agradables
de leer; sus personajes son gente normal, poco atormentada tal vez, pero que sufren
problemas y situaciones en las que pueden reconocerse la mayoría de los lectores.
Y las especulaciones científicotecnológicas de Sawyer son siempre interesantes.
Por diversas razones que ahora no vienen a cuento, tuve la oportunidad de realizar
personalmente la traducción de Hélice, la novela corta con la que Sawyer ganó la mención
honorífica en el Premio UPC de 1996. El trabajo de traductor, mucho más dilatado y profundo
que el de lector, me permitió entonces comprobar, entre muchas otras cosas, la facilidad
didáctica de Sawyer para hacer llegar al lector, incluso al no experto, los elementos centrales
de las ideas científicas más complejas (ingeniería genética y paleontología en aquel caso).
Por experiencia sé que no es nada fácil el trabajo del divulgador científico y, en cierta forma, el
autor de ciencia ficción que quiera ser riguroso está obligado a realizar esa actividad aunque
sólo sea por moverse siempre en el borde mismo de la ciencia y la tecnología del futuro.
Sawyer sabe hacerlo. Y muy bien.
Tras una carrera sorprendente, tras más de veinticinco premios nacionales e internacionales,
tras haber sido finalista casi inevitable (cinco veces en los últimos seis años... ) del premio
HUGO (el más famoso y prestigioso en la ciencia ficción mundial), por fin Sawyer ha logrado
precisamente ese codiciado premio con la novela que hoy presentarnos: Homínidos, el primer
volumen de una muy estimulante trilogía titulada genéricamente El paralaje Neanderthal. Eso
sí, tras haber saboreado casi las mieles del triunfo en el año 2001, cuando El Cálculo De Dios
no alcanzó el Hugo al ser vencida (es un decir... ) por ese fenómeno mediático que son los
libros de Harry Potter... Cosas veredes, amigo Sancho.
En Homínidos, un experimento científico hace posible la inesperada interacción entre dos
universos paralelos con la salvedad de que, en uno de ellos, la especie humana que ha
predominado son los Neanderthales y no los CroMagnons como ha ocurrido en nuestro mundo.
Ponter Boddit, un físico Neanderthal, es quien cruza accidentalmente la barrera entre esos
universos. En nuestro mundo, será reconocido inmediatamente como Neanderthal pero sólo
mucho más tarde como científico. Dos culturas distintas se enfrentan (con todas las
dificultades que ello representa), mientras el compañero de Boddit, Adikor Huld, se encuentra,
en su universo de Neanderthales, con un laboratorio destrozado, un cuerpo desaparecido,
mucha gente recelosa a su alrededor y enfrentado a un complejo juicio por asesinato.
Homínidos, es el inicio de una prodigiosa exploración cultural, El paralaje Neanderthal, un
nuevo tipo de «ficción antropológica» que centra sus mejores virtudes no sólo en la más actual
ciencia moderna, sino, y sobre todo, en las complejas consecuencias culturales, humanas y
antropológicas de un inesperado cruce de culturas. La civilización Neanderthal del universo de
Boddit y Huld ha alcanzado cotas culturales y científicas comparables a las nuestras pero,
lógicamente, con una historia, una sociedad e incluso una filosofía de la vida radicalmente
diferentes.
Si la ciencia ficción, como definiera Isaac Asimov, es esa «narrativa que trata de la respuesta
humana a los cambios en el nivel de la ciencia y de la tecnología», Sawyer se acoge
exactamente a ese registro: divulgación científica bien realizada y sumamente correcta (véase,

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por ejemplo, El Cálculo De Dios) pero puesta al servicio del análisis de los problemas éticos,
morales y culturales que esos nuevos desarrollos tecnocientíficos plantean.
Parece engañosamente fácil, pero no lo es: se trata de un tipo de trabajo narrativo que exige
estudio y conocimiento de la ciencia pero, y sobre todo, análisis detenido de todo eso que
consideramos «humano» y que ofrece a la ciencia ficción rigurosamente basada en la ciencia
(como escribe Sawyer) una compleja dimensión «humana» que acerca ese tipo de obras a
todo tipo de lectores, incluso a los no interesados en la ciencia siempre que lo estén al menos
por eso que llamamos «humanismo».
Por todo ello, hay quien ha considerado que El paralaje Neanderthal podría ser etiquetado,
como ya se ha dicho, como «ficción antropológica» y ha comparado este aspecto de la obra de
Sawyer con la de Ursula K. Le Guin. Aunque, me atrevo a decirlo, en Sawyer hay algo más: un
estudio riguroso de la ciencia moderna y sus últimas realizaciones, y una mayor facilidad en el
uso de sofisticados datos paleoantropológicos, de la física teórica de primera fila, de la
tecnología de la computación y, en definitiva, de la tecnociencia que no queda aislada y se
rodea de todo lo que forma la parte «humanista» de la actividad de los seres inteligentes, ya
sean los Neanderthales del universo de Boddit y Huld o los CroMagnons de nuestro propio
mundo.
Les invito a un viaje por las sendas de la imaginación responsable, por los caminos de una
ciencia ficción que resulta, valga la paradoja, «realista». Es un orgullo tener en NOVA obras
como El paralaje Neanderthal, y Homínidos es un espectacular botón de muestra.
Que ustedes la disfruten.

MIQUEL BARCELÓ

Para Marcel Gagné y Sally Tomasevic,


el colega y el otro colega.
Grandes personas, grandes amigos.

Agradecimientos

Por sus consejos antropológicos y paleontológicos, doy las gracias a: Dr. Jim Ahren,
Universidad de Wyoming; Shara E. Bailey, Universidad Estatal de Arizona: Dr. Miguel Bombín,
médico, Universidad Laurentian; Dr. Michael K. BrettSurman y Dr. Rick Potts, ambos del Museo
Nacional de Historia Natural, Instituto Smithsonian; Dr. John D. Hawks, Universidad de Utah;
Christopher Kuzawa, Universidad Emory; Dr. Philip Lieberman, Universidad Brown; Dr. Jakov
Radovcic, Museo de Historia Natural de Croacia; Dr. Robin Ridington, profesor emérito,
Universidad de Columbia Británica; Gary J. Sawyer (ninguna relación con el autor) y Dr. Ian
Tattersall, ambos del Museo Americano de Historia Natural; Dra. Annemarie Tillier, Universidad
de Burdeos; Dr. Erik Trinkaus, Universidad de Washington en Saint Louis; y Dr. Milford H.
Wolpoff, Universidad de Michigan.
Mi agradecimiento especial a: Dr. Art Mc Donald, director del Instituto Observatorio de
Neutrinos de Sudbury, y Dr. J. Duncan Hepburn, encargado del Observatorio de Neutrinos de
Sudbury; David Gotlib, director médico del Equipo de Crisis, Centro de Salud St. Joseph's,
Toronto; el reverendo Paul Fayter, historiador de la ciencia y teólogo, Universidad de York,
Toronto: y Andrew Stok, Grupo Fotónico, Universidad de Toronto.
Un agradecimiento enorme a mi encantadora esposa, Carolyn Clink; mi editor, David G.
Hartwell, y su socio, Moshe Feder; mi agente, Ralph Vicinanza, y sus asociados, Christopher
Lotts y Vince Gerardis; Tom Doherty, Linda Quinton, Jennifer Marcus, Aime Crump y todos los
demás de Tor Books; Harold y Sylvia Fenn, Robert Howard, Heidi Winter y todos los demás en
H.B. Fenn and Company; el doctor Stanley Schmidt, Sheila Williams, Trevor Quachri y Brian
Bieniowski de Analog Science Fiction and Fact; Melissa Beckett; Megan Beckett; Mary Gold;
Terence M. Creen; Andrew Zimmerman Jones; Joe y Sharon Karpierz; Chris y Donna
Krejlgaard; Donald Maass; Pete Rawlik; Joyce Schmidt; Tim Slater; y David G. Smith.

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Como siempre, le doy las gracias a aquellos amigos y colegas que hicieron comentarios sobre
el manuscrito de este libro: Asbed Bedrossian, Ted Bleaney, Michael A. Burstein, David
Livinstone Clink, John Douglas, Marcel Gagné, James Alan Gardner, Richard Gotlib, Peter
Halasz, Howard Miller, Laura Osborn, el doctor Ariel Reich, Alan B. Sawyer, Sally Tomasevic,
Edo van Belkom, Andrew Weiner y David Widdicombe.
Parte de esta novela fue escrita mientras era Escritor Residente en la Biblioteca Pública de
Richmond Hill (Ontario). Mi agradecimiento más sincero a la bibliotecaria extraordinaria
Cameron Knight, el Consejo de Dirección de la Biblioteca Pública de Richmond Hill y el Consejo
Canadiense para las Artes.
Partes de este libro fueron escritas en la casa donde John A. Sawyer pasa sus vacaciones en el
lago Canandaigua, Nueva York, y en la de Mary Stanton en West Palm Beach, Florida; y en la
casita para invitados de Robin y Jillian Ridington en Retreat Island, Columbia Británica. Les doy
las gracias a todos por su extraordinaria generosidad y hospitalidad.

Nota Del Autor

¿Es Neanderthal o Neandertal?

Ambas grafías son correctas, y ambas son de uso común, incluso entre los paleoantropólogos.
El fósil que da nombre a este tipo de homínido fue hallado en 1856, en un valle cercano a
Düsseldorf. El lugar se llamaba entonces Neanderthal: thal significa «valle» y Neander es la
versión griega de Neumann, el apellido del tipo que dio nombre al valle.
A principios del siglo XX, el Gobierno alemán regularizó la grafía de toda la nación, y «thal» y
«tal», ambos en uso en diversas partes del país, se convirtieron solamente en «tal».
Así que está claro que el lugar que antes se llamaba Neanderthal ahora sólo se escribe
correctamente como Neandertal.
¿Pero qué hay del fósil del homínido? ¿Deberíamos por tanto llamarlo también Neandertal?
Algunos dicen que sí. Pero hay un problema: los nombres científicos quedan tallados en piedra
una vez que se acuñan y, para siempre jamás, este tipo de homínido será conocido en la
literatura técnica con «th», bien como Homo neanderthalensis o como Homo sapiens
neanderthalensis (dependiendo de si se clasifica como una especie distinta a la nuestra o
solamente como una subespecie). Resulta extraño escribir algo distinto a «Neanderthal» en los
nombres científicos.
Mientras tanto, aquellos que están a favor de escribir «hombre de Neandertal» guardan
silencio cuando se trata del tema del hombre de Pekín: no hay ningún movimiento para
cambiarlo a «hombre de Beijing», aunque el nombre de la ciudad siempre se escribe Beijing
hoy en día.
He comprobado las últimas ediciones de seis importantes diccionarios ingleses: The American
Heritage English Dictionary, The Encarta World English Dictionary, Merriam Webster's
Collegiate Dictionary, The Oxford English Dictionary, Random House Webster' s Unabridged
Dictionary y Webster's New World Dictionary. Todos aceptan ambas grafías.
¿Y qué hay sobre la pronunciación? Algunos puristas dicen que, con independencia de cómo se
deletree -tal o -thal, hay que pronunciarlo con un sonido fuerte de T, ya que ambos t y th
siempre han sonado así en Alemán.
Tal vez, pero he oído a varios paleontólogos decirlo con un sonido como el de la th del
Inglés (como en thought). Y en los seis diccionarios que he consultado, todos excepto el
Oxford English Dictionary (OED) permiten ambas pronunciaciones (el OED sólo acepta tal).
Al final, todo se reduce a una cuestión de opción personal. En la extensa recopilación de
material de investigación que consulté para la creación de este libro, la grafía thal supera a la
tal en más de dos a uno (incluso en la literatura técnica reciente), así que he optado por la
grafía original: Neanderthal, que puede usted pronunciar como quiera.

•••

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Los bosques del Sur nos comunican el mensaje de que no tuvo que ser así, que hay espacio en
la tierra para una especie biológicamente comprometida con los aspectos morales de lo que,
irónicamente, nos gusta llamar «humanidad»: el respeto a los demás, la contención personal y
el rechazo a la violencia como solución al conflicto de intereses. La aparición de estas
tendencia en los monos bonobos apunta a lo que podría haber sido el Homo sapiens si la
historia evolutiva hubiera sido tan sólo ligeramente distinta.

RICHARD WRANGHAM y DALE PETERSON


Demonic Males: Apes and the Origins of Human Violence

•••

Tenéis intimidad cero de todas formas. Superadlo.

SCOTT MCNEALY
Jefe de personal, Sun Microsystems.

1 Primer Día: Viernes, 2 De Agosto (148/103/24)

La negrura era absoluta.


Contemplándola se hallaba Louise Benoit, de veintiocho años, una escultural posdoctorada de
Montreal con una cabellera de hirsuto pelo castaño recogida, como se exigía allí, en una
redecilla. Hacía su guardia en una abarrotada sala de control, enterrada dos kilómetros («una
milla y cuagto», como explicaba a veces a los visitantes americanos con aquel acento francés
que les encantaba) bajo la superficie de la Tierra.
La sala de control estaba junto a la cubierta situada sobre la enorme caverna oscura que
albergaba el Observatorio de Neutrinos de Sudbury. Suspendida en el centro de la caverna se
hallaba la esfera acrílica más grande del mundo, de doce metros («casi cuagenta pies») de
diámetro.
La esfera contenía mil cien toneladas de agua pesada cedida por la Atomic Energy of Canada
Limited.
Envolviendo aquel globo transparente había una disposición geodésica de vigas de acero
inoxidable, que sostenían 9600 tubos multiplicadores, cada uno alojado en una parábola
reflectante y apuntando hacia la esfera. Todo esto (el agua pesada, el globo acrílico que la
contenía y la concha geodésica envolvente) estaba alojado en una caverna en forma de cañón
de diez pisos de altura, excavada a partir de la roca norita adyacente. Y esa gargantuesca
cueva estaba llena casi hasta arriba con agua regular ultrapura.
Louise sabía que los dos kilómetros de roca canadiense que había encima protegían el agua
pesada de los rayos cósmicos. Y la concha de agua regular absorbía la radiación de fondo
natural de las pequeñas cantidades de uranio y torio de las rocas cercanas, impidiendo que
alcanzara también el agua pesada. De hecho, nada podía penetrar en el agua pesada excepto
los neutrinos, aquellas infinitésimas partículas subatómicas que eran el tema de la
investigación de Louise. Billones de neutrinos atravesaban la Tierra cada segundo; de hecho,
un neutrino podía atravesar un bloque de plomo de un añoluz de grosor con sólo un cincuenta
por ciento de probabilidades de golpear algo.
Con todo, del Sol surgían neutrinos con una profusión tan enorme que ocasionalmente se
producían colisiones... y el agua pesada era un blanco ideal para esas colisiones. Los nucleos
de hidrógeno del agua pesada contenían un protón (el componente normal de un núcleo de
hidrógeno) además de un neutrón. Y cuando un neutrino chocaba contra un neutrón, el
neutrón se descomponía, liberando un nuevo protón, un electrón y un destello de luz que podía
ser detectado por los tubos fotomultiplicadores.
Al principio, las oscuras cejas arqueadas de Louise no se alzaron cuando oyó la alarma de
detección de neutrinos hacer ping; la alarma sonaba brevemente una docena de veces al día, y

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aunque normalmente era lo más excitante que pasaba allí abajo, no merecía la pena levantar
la vista de su ejemplar de Cosmopolitan.
Pero entonces la alarma volvió a sonar, y luego otra vez más, y entonces se convirtió en un
sólido e interminable silbido eléctrico como el ECG de un moribundo.
Louise se levantó de su mesa y se acercó a la consola detectora. Encima había una foto
enmarcada de Stephen Hawking: sin firmar, naturalmente. Hawking había visitado el
Observatorio de Neutrinos de Sudbury en su inauguración hacía unos cuantos años, en 1998.
Louise dio un golpecito en el altavoz de alarma, por si era un fallo del sistema, pero la alarma
continuó.
Paul Kiriyama, un delgaducho estudiante graduado, entró corriendo en la sala de control,
procedente de algún lugar de la enorme instalación subterránea. Louise sabía que Paul solía
cortarse ante ella, pero esta vez no le faltaron palabras.
- ¿Qué demonios está pasando? -preguntó. Había una cuadrícula de pantallas de noventa y
ocho por noventa y ocho en el panel, representado los 9600 tubos fotomultiplicadores; cada
uno de ellos estaba iluminado.
- Tal vez alguien ha encendido por accidente las luces de la caverna -dijo Louise, sin que ella
misma se lo creyera.
El prolongado pitido cesó por fin. Paul pulsó un par de botones, que activaron cinco monitores
de televisión conectados a cinco cámaras subacuáticas situadas dentro de la cámara de
observación. Sus pantallas eran rectángulos perfectamente negros.
- Bueno, si las luces estaban encendidas -dijo-, ahora están apagadas. Me pregunto qué...
- ¡Una supernova! -declaró Louise, dando una palmada con sus manos de largos dedos-.
Tendríamos que contactar con la Oficina Central de Mensajes Astronómicos; establezcamos
nuestras prioridades.
Aunque el ONS había sido construido para estudiar los neutrinos procedentes del Sol, podía
detectarlos en cualquier parte del universo.
Paul asintió y se plantó delante de un buscador de la red, y pinchó en el enlace con el sitio de
la Oficina. Louise sabía que merecía la pena informar del hecho, aunque todavía no estuvieran
muy seguros.
Una nueva serie de pings surgieron del panel detector. Louise miró las pantallas de litio: varios
cientos de luces estaban encendidas por toda la parrilla. Extraño, pensó. Una supernova
debería registrarse como una fuente direccional...
- ¿Habrá algo estropeado en el equipo? -dijo Paul, llegando claramente a la misma conclusión-.
O tal vez la conexión de uno de los fotomultiplicadores se está interrumpiendo, y los otros
detectan el arco.
El aire resonó con un chasquido y un gruñido procedentes de la sala de al lado, la cubierta
sobre la gigantesca cámara de detección misma.
- Tal vez deberíamos encender las luces de la cámara -dijo Louise. El gruñido continuó, una
bestia subterránea acechando en la oscuridad.
- Pero ¿y si es una supernova? -dijo Paul-. El detector es inútil con las luces encendidas y...
Otro fuerte chasquido, como un jugador de hockey lanzando un mate.
- ¡Enciende las luces!
Paul levantó la tapa protectora del interruptor y lo pulsó. Las imágenes de los monitores de
televisión fluctuaron y luego se estabilizaron para mostrar...
- Mon Dieu! -exclamó Louise.
- Hay algo dentro del tanque de agua pesada! -dijo Paul-. ¿Pero cómo... ?
- ¿Lo has visto? -preguntó Louise-. Se está moviendo y... ¡Santo Dios, es un hombre!
Los chasquidos y gemidos continuaron, y entonces...
Pudieron verlo en los monitores y oírlo a través de las paredes.
La gigantesca esfera acrílica se hizo pedazos, resquebrajándose a lo largo de varias de las
vigas que mantenían unidos sus componentes.
- Tabernacle! -maldijo Louise, advirtiendo que el agua pesada debía de estar mezclándose con
el H2O corriente dentro de la cámara en forma de cañón. Su corazón latía con fuerza. Durante

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medio segundo no supo si preocuparse más por la destrucción del detector o por el hombre
que obviamente se estaba ahogando en su interior.
- ¡Vamos! -dijo Paul, acercándose a la puerta que conducía a la cubierta sobre la cámara de
observación. Las cámaras estaban conectadas a los sistemas de video: no se perderían nada.
- Un moment -contestó Louise. Cruzó la sala de control, tomó un teléfono y marcó una
extensión mirando la lista pegada en la pared. El teléfono sonó dos veces.
- ¿Doctor Montego? -dijo Louise cuando contestó la voz de acento jamaicano del médico de la
empresa minera-. Al habla Louise Benoit, del ONS. Le necesitamos inmediatamente en el
observatorio. Hay un hombre ahogándose en la cámara de detección.
- ¿Un hombre ahogándose? -dijo Montego-. ¿Pero cómo puede haber llegado allí?
- No lo sabemos. ¡Dese prisa!
- Voy para allá -dijo el doctor. Louise colgó el teléfono y corrió hacia la misma puerta azul que
Paul había atravesado antes, y que ya había vuelto a cerrarse. Se sabía los carteles de
memoria:

MANTENGAN LA PUERTA CERRADA


PELIGRO: CABLES DE ALTO VOLTAJE
EQUIPO ELECTRÓNICO PROHIBIDO A PARTIR DE ESTE PUNTO
CALIDAD DEL AIRE COMPROBADA. ACCESO PERMITIDO

Louise agarró el pomo, abrió la puerta y entró en la amplia extensión de la cubierta de metal.
Una trampilla lateral conducía a la cámara de detección propiamente dicha; el último
trabajador de la construcción había salido por ella y la había sellado tras de sí. Para sorpresa
de Louise, la trampilla seguía todavía sellada por cuarenta cerrojos; por supuesto, se suponía
que estaba sellada, pero no había forma alguna de que un hombre pudiera haber entrado en la
cámara a no ser por esa trampilla...
Las paredes que rodeaban la cubierta estaban cubiertas por una capa de plástico verde oscuro
para mantener a raya el polvo de las rocas. Docenas de conductos y tubos de polipropileno
colgaban del techo, y vigas de acero esbozaban la forma de la sala. Algunas paredes estaban
cubiertas de ordenadores; en otras había estanterías. Paul estaba junto a una de éstas,
rebuscando a la desesperada, presumiblemente en pos de unas tenazas lo bastante fuertes
para arrancar los cerrojos.
El metal chirriaba agónico. Louise corrió hacia la trampilla, aunque no tenía ninguna posibilidad
de abrirla con las manos desnudas. El corazón le dio un vuelco; un sonido, como el de los
disparos de una ametralladora, irrumpió en la sala cuando los cerrojos saltaron. La trampilla se
abrió de golpe, rebotó sobre sus goznes y golpeó el suelo con un tañido reverberante. Louise
se había apartado de un salto, pero un géiser de agua fría brotó por la abertura, empapándola.
La parte superior de la cámara de contención estaba llena de nitrógeno gaseoso, que Louise
sabía que ahora ya debía de estar siendo ventilado. El chorro de agua remitió rápidamente. Se
acercó a la abertura en la cubierta y se asomó, tratando de no respirar. El interior estaba
iluminado por los reflectores que Paul había conectado, y el agua era absolutamente pura;
Louise podía ver hasta el fondo, treinta metros más abajo.
Apenas distinguía las gigantescas secciones curvadas de la esfera acrílica; el índice de
refracción acrílica era casi idéntico al del agua, lo que dificultaba su visión. Las secciones,
ahora separadas unas de otras, estaban sujetas al techo por cables de fibra sintética; de no
ser así habrían caído al fondo del armazón geodésico que las rodeaba. La abertura de la
trampilla sólo permitía una perspectiva limitada, y Louise no podía ver todavía al hombre que
se ahogaba.
- Merde!-las luces del interior de la cámara se habían apagado-. ¡Paul! -gritó Louise-. ¿Qué
estás haciendo?
La voz de Paul (ahora llegaba desde el fondo de la sala de control), apenas era audible por
encima del equipo de aire acondicionado y el chapoteo del agua en la enorme caverna bajo los
pies de Louise.
- Si ese hombre está vivo todavía -gritó-, verá las luces de la cubierta a través de la trampilla.

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Louise asintió. Lo único que el hombre vería ahora sería un único cuadrado iluminado, de un
metro de lado, en lo que, para él, sería un enorme techo oscuro.
Un momento después, Paul regresó a la cubierta. Louise lo miró y luego volvió a la trampilla
abierta. Seguía sin haber rastro del hombre.
- Uno de nosotros debería entrar -dijo Louise.
Los ojos almendrados de Paul se abrieron de par en par. Pero... el agua pesada...
- No se puede hacer otra cosa -dijo Louise-. ¿Qué tal nadador eres?
Paul parecía cortado. Louise sabía que lo último que quería era quedar mal ante ella, pero...
- No muy bueno -dijo, bajando la mirada.
Ya era bastante embarazoso estar con Paul mirándola todo el tiempo, pero Louise no podía
nadar muy bien con su mono de nailon azul, el uniforme del ONS. Debajo, como casi todo el
mundo que trabajaba en el ONS, sólo llevaba la ropa interior: la temperatura era de unos
tropicales 40,6°C a esas profundidades de la Tierra. Se quitó los zapatos y luego se bajó la
cremallera que corría por la parte delantera de su mono; gracias a Dios, se había puesto
sujetador, aunque le habría gustado que no tuviera tantos encajes.
- Vuelve a encender las luces de ahí abajo -dijo Louise. Por fortuna, Paul no vaciló.
Antes de que regresara, Louise ya había atravesado la trampilla y se había metido en el agua,
que se mantenía a diez grados para desanimar el crecimiento biológico y para reducir la tasa
de ruido espontáneo de los tubos fotomultiplicadores.
Louise sintió un arrebato de pánico, la súbita sensación de estar en un lugar muy alto sin nada
que la sujetase: el fondo estaba lejos, muy lejos por debajo. Chapoteaba en el agua, la cabeza
y los hombros asomando por la trampilla abierta, esperando a que el pánico remitiera.
Cuando lo hizo, inspiró profundamente tres veces, cerró la boca v se zambulló bajo la
superficie.
Louise veía con claridad, y los ojos no le picaban en absoluto. Miró alrededor, tratando de
localizar al hombre, pero había tantos pedazos de acrílico y...
Allí estaba.
Había flotado hacia arriba, y quedaba un pequeño espacio (quizá de unos quince centímetros)
entre la superficie del agua y la cubierta superior. Normalmente estaba llena de nitrógeno
ultrapuro. El pobre tipo tenía que estar muerto: respirar aquello tres veces sería fatal. Una
triste ironía: probablemente se había abierto paso hasta la superficie, pensando que
encontraría aire, sólo para que lo matara el gas que inhaló allí. El aire respirable que entraba
por la trampilla abierta debía de estar ahora mezclándose con el nitrógeno, pero sin duda era
ya demasiado tarde para que eso sirviera de nada.
Louise volvió a asomar la cabeza y los hombros por la trampilla. Vio a Paul, que esperaba
ansiosamente a que le dijera algo, cualquier cosa. Pero no había tiempo para eso.
Inhaló más aire, llenando sus pulmones tanto como pudo, y luego se zambulló. No había
suficiente espacio para que mantuviera la nariz por encima del agua sin golpearse
constantemente la cabeza con el techo de metal mientras nadaba. El hombre estaba a unos
diez metros. Louise pataleó, cubriendo la distancia tan rápidamente como pudo, y entonces...
Una nube en el agua. Algo oscuro.
Mon Dieu!
Era sangre.
La nube rodeaba la cabeza del hombre, oscureciendo sus rasgos. No se movía. Si seguía vivo,
sin duda estaba inconsciente.
Louise asomó la boca y la nariz a la superficie. Inspiró con cautela, pero ahora ya había
suficiente aire respirable, y entonces agarró el brazo del hombre. Louise le hizo dar la vuelta
(había estado flotando boca abajo), de modo que su nariz asomara también al aire, pero no
pareció servir de nada. No emitió ningún gemido, nada que indicase que todavía respiraba.
Louise empezó a sacarlo a rastras del agua. Fue un trabajo difícil: el hombre era bastante
grueso, e iba completamente vestido, con la ropa empapada. Louise no tuvo tiempo de fijarse
mucho, pero advirtió que no llevaba protección ni botas de seguridad. No podía tratarse de uno
de los mineros que buscaban níquel, y aunque Louise sólo había atisbado de refilón la cara del
individuo (un tipo blanco, barba rubia), tampoco pertenecía al ONS.

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Paul debía de estar esperando en la cubierta de arriba. Louise vio su cabeza asomada hacia el
agua, viendo cómo Louise y el hombre se acercaban. En otras circunstancias, Louise habría
sacado al herido del agua antes de salir ella, pero la trampilla no era lo bastante grande para
que pasaran ambos a la vez, y haría falta que Paul y ella sacaran juntos al hombretón.
Louise soltó el brazo del tipo y asomó la cabeza por la trampilla ahora que Paul se había
apartado. Se tomó un instante para respirar, estaba agotada de arrastrar al hombre por el
agua, y luego apoyó las manos en el suelo mojado, se aupó y salió. Paul volvió a agacharse y
ayudó a Louise a salir, y luego se volvieron hacia el hombre.
Había empezado a alejarse flotando, pero Louise consiguió agarrarlo por el brazo y arrastrarlo
hacia la abertura. Louise y Paul se esforzaron entonces por sacarlo y por fin consiguieron
subirlo. Todavía estaba sangrando; la herida se le veía claramente en un lado de la cabeza.
Paul se agachó de inmediato junto al hombre y empezó a hacerle la respiración boca a boca,
su mejilla manchada de sangre cada vez que se volvía para ver si el ancho pecho del hombre
se alzaba.
Louise, mientras tanto, sostuvo la muñeca derecha del hombre y le buscó el pulso. No tenía...
¡No, no, un momento! ¡Allí estaba! ¡Había pulso!
Paul siguió insuflando aire en la boca del hombre, una y otra vez, y finalmente éste empezó a
respirar por su cuenta. Expulsó agua y vómito. Paul le colocó la cabeza de lado, y el líquido
que expulsaba se mezcló con la sangre del suelo, diluyéndola un poco.
Sin embargo, el hombre todavía parecía inconsciente. Louise, empapada, casi desnuda, y
helada por el chapuzón, estaba empezando a sentirse cohibida. Volvió a ponerse el mono y se
subió la cremallera. Sabía que Paul la estaba mirando, aunque fingiera no hacerlo.
Todavía pasaría un rato antes de que llegara el doctor Montego. El ONS no estaba sólo a dos
kilómetros de profundidad, sino también a un kilómetro y cuarto de distancia en horizontal del
ascensor más cercano, en el pozo número nueve. Aunque la cabina hubiera estado arriba (y no
había ninguna garantía de que lo estuviera), Montego tardaría veintitantos minutos en llegar.
Louise pensó que lo mejor sería quitarle al hombre la ropa empapada. Tendió la mano hacia la
camisa gris pizarra, pero... Pero no había botones, ni cremallera. No parecía un jersey, aunque
carecía de cuello y...
¡Ah, allí estaban! Broches ocultos a lo largo de la parte superior de los anchos hombros.
Louise intentó soltarlos, pero no cedieron. Miró los pantalones del hombre. Parecían verde
oliva oscuro, aunque puede que fuesen mucho más claros cuando estaban secos. Pero no
llevaba cinturón; en lugar de eso, una serie de broches y pliegues le rodeaban la cintura.
De repente a Louise se le ocurrió que el hombre podría estar sufriendo de descompresión. La
cámara de detección estaba a treinta metros de profundidad, ¿quién sabía hasta dónde había
caído o lo rápidamente que había subido? La presión del aire en estas profundidades de la
Tierra era el 130 % de lo normal. En ese momento, Louise no supo calcular cómo afectaría a
alguien la descompresión, pero en todo caso el hombre estaba recibiendo una concentración
superior de oxígeno que la de la superficie, y eso sin duda tenía que ser bueno.
No había otra cosa que hacer sino esperar; el hombre respiraba y su pulso se había
estabilizado. Louise finalmente tuvo oportunidad de mirar la cara del desconocido. Era ancha
pero no chata, de pómulos angulosos. Y su nariz era gigantesca, del tamaño de un puño. La
mandíbula inferior del hombre estaba cubierta de una barba tupida y rubia oscura, y tenía el
pelo rubio liso aplastado contra la frente. Sus rasgos faciales eran vagamente de la Europa del
Este, aunque de cutis más bien pálido, como el de los nórdicos, no oliváceo. Los ojos, muy
separados, estaban cerrados.
- ¿De dónde habrá salido? -preguntó Paul, sentado ahora en el suelo junto al hombre, con las
piernas cruzadas-. Nadie puede bajar ahí y...
Louise asintió.
- Y aunque pudiera, ¿cómo entraría en la cámara de detección sellada?
Hizo una pausa y se apartó el pelo de los ojos, advirtiendo por primera vez que había perdido
la redecilla mientras nadaba en el tanque.
- ¿Sabes? El agua pesada se ha estropeado. Si este tipo sobrevive, le espera un juicio en toda
regla.

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Louise sacudió la cabeza. ¿Quién podía ser ese hombre? Tal vez un canadiense nativo fanático,
un indio que consideraba que la minería estaba invadiendo territorios sagrados. Pero tenía el
pelo rubio, cosa rara entre los nativos. Tampoco podía tratarse de una desafortunada broma
juvenil: el hombre parecía tener unos treinta y cinco años.
Era posible que fuera un terrorista o un manifestante antinuclear. Pero aunque Atomic Energy
of Canada había suministrado en efecto el agua pesada, allí no se realizaban trabajos
nucleares.
Fuera quien fuese, reflexionó Louise, si finalmente moría a causa de sus heridas sería un
candidato de primera para los Premios Darwin. Era una clásica estupidez evolutiva: una
persona hacía algo tan increíblemente estúpido que le costaba la vida.

Louise Benoit oyó el sonido de la puerta al abrirse. Alguien entraba en la sala situada sobre la
cámara de detección.
- ¡Eh! -exclamó, llamando la atención del doctor Montego-. ¡Por aquí!
Reuben Montego, un jamaicanocanadiense de treinta y tantos años, corrió hacia ellos.
Se rapaba la cabeza al cero (gracias a eso era el único en el ONS a quien se le permitía no
usar redecilla), pero, como todos tenía que usar casco. El doctor se agachó, giró la muñeca
izquierda del hombre herido y...
- ¿Qué demonios es esto? -dijo Reuben con su marcado acento.
Louise lo vio también: algo insertado, al parecer, en la piel de la muñeca del hombre; una
pantalla rectangular de alta definición y acabado mate de unos ocho centímetros de alto por
dos de ancho. Mostraba una hilera de símbolos, los situados más a la izquierda cambiaban una
vez por segundo. Seis pequeñas cuentas, cada una de un color distinto, formaban una ristra
bajo la pantalla, y algo (tal vez una lente) estaba situado en el borde del aparato más alejado
del brazo del hombre.
- ¿Una especie de reloj a la moda? -dijo Louise.
Reuben decidió claramente aplazar la solución de ese misterio por el momento; colocó los
dedos índice y medio sobre la arteria radial del hombre.
- Tiene buen pulso -anunció. Entonces le dio una leve palmadita en una mejilla al hombre,
luego en la otra, intentando conseguir que recuperara el conocimiento-. Vamos -dijo,
animándolo-. Vamos. Despierta.
Por fin el hombre se sacudió. Tosió violentamente y escupió más agua por la boca.
Entonces abrió los ojos. Sus iris eran de un asombroso marrón dorado; Louise nunca había
visto nada parecido. Tardaron un segundo o dos en enfocar y entonces se abrieron de par en
par. El hombre parecía absolutamente asombrado de ver a Reuben. Volvió la cabeza y vio a
Louise y Paul, y su expresión continuó siendo de asombro. Se movió un poco, como si
intentara apartarse de ellos.
- ¿Quién es usted? -preguntó Louise.
El hombre la miró, sin expresión.
- ¿Quién es usted? -repitió Louise-. ¿Qué estaba intentando hacer?
- Dar -dijo el hombre, elevando su grave voz como si formulara una pregunta.
- Tengo que llevarlo al hospital -dijo Reuben-. Obviamente ha recibido un buen golpe en la
cabeza. Tendremos que hacerle radiografías del cráneo.
El hombre contemplaba la cubierta metálica, como si no pudiera creer lo que estaba viendo.
- ¿Dar barta dulb tinta? -dijo-. ¿Dar hoolb ka tapar? Louise se encogió de hombros.
- ¿Ojibwa? -dijo. Había una reserva ojibwa no muy lejos de la mina.
- No -dijo Reuben, negando con la cabeza.
- Monta has palap- ko -dijo el hombre.
- No le comprendemos -le dijo Louise al desconocido-. ¿Habla usted Inglés?
Nada.
- Parlez vous Français?
Tampoco nada.

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- ¿Nihongo ga dekimasu ka? -dijo Paul, y Louise supuso que significaba: «¿Habla usted
Japonés?»
El hombre los miró alternativamente, con los ojos todavía muy abiertos, pero no respondió.
Reuben se levantó entonces y le tendió una mano al hombre. Éste la contempló durante un
segundo, luego la tomó en su propia mano, que era enorme, con los dedos como salchichas y
un pulgar extraordinariamente largo. Dejó que el otro lo ayudara a ponerse en pie. Reuben
rodeó entonces con un brazo la ancha espalda del hombre, ayudándolo a sostenerse. Pesaba
treinta kilos más que Reuben, todos ellos músculo. Paul se situó al otro lado del hombre y usó
un brazo para ayudar también a sostener al desconocido. Louise se adelantó a los tres y
mantuvo abierta la puerta de la sala de control, que se había cerrado automáticamente
después de que Reuben entrara.
Dentro de la sala de control, Louise se puso sus botas de seguridad y un casco, y Paul hizo lo
mismo; los cascos tenían lámparas incorporadas y orejeras con las que podían protegerse los
oídos en caso necesario. También se pusieron gafas de seguridad. Reuben todavía llevaba su
casco. Paul encontró uno encima de una taquilla de metal y se lo ofreció al herido, pero antes
de que éste pudiera responder, el doctor lo rechazó.
- No quiero presión alguna en su cráneo hasta que hayamos hecho esas radiografías -dijo-.
Muy bien, vamos a llevarlo a la superficie. He pedido una ambulancia cuando venía de camino.
Los cuatro salieron de la sala de control, bajaron por un pasillo y entraron en la zona de
llegada a las instalaciones del ONS. En el Observatorio imperaba la higiene: ya tanto daba,
pensó Louise abatida. Dejaron atrás la cámara de aspiración, un cubículo parecido a una ducha
que limpiaba el polvo y la tierra de los que entraban en el ONS. Luego pasaron junto a una
hilera de duchas de verdad: todo el mundo tenía que lavarse antes de entrar en el ONS, pero
eso tampoco era necesario para salir. Había un puesto de primeros auxilios allí, y Louise vio
que Reuben miraba brevemente la taquilla que indicaba «Camillas». Pero el hombre caminaba
bastante bien, así que el médico les indicó que continuaran hacia el ascensor.
Entonces conectaron las luces de sus cascos y se dispusieron a recorrer el kilómetro y cuarto
del oscuro túnel de tierra. Las paredes lisas estaban jalonadas de barras de acero y cubiertas
con malla de alambre: a esas profundidades, con el peso de dos kilómetros de corteza
presionando sobre ellas, las paredes de roca sin reforzar hubiesen estallado en cualquier
espacio abierto.
Mientras recorrían el túnel, topándose de vez en cuando con charcos de barro, el hombre
empezó a caminar con más soltura. Era evidente que se estaba recuperando de su ordalía.
Paul y el doctor Montego se enzarzaron en una animada discusión sobre cómo podía haber
entrado aquel individuo en la cámara sellada. Por su parte, Louise estaba sumida en sus
pensamientos sobre el detector de neutrinos destrozado... y lo que eso iba a influir en la
financiación de su investigación. El aire les daba en la cara durante todo el camino:
ventiladores gigantescos insuflaban constantemente atmósfera de la superficie.
Finalmente, llegaron al ascensor. Reuben había ordenado que dejaran allí estacionada la
cabina, en el nivel de seis mil ochocientos pies (la rotulación de la mina era anterior al cambio
canadiense al sistema métrico decimal). Todavía les estaba esperando, sin duda para
mortificación de los mineros que querían bajar o subir.
Entraron en la cabina y Reuben activó repetidamente el comunicador que permitiría que el
operario de la superficie supiera que era el momento de empezar a subir. El ascensor se puso
en movimiento. La cabina no tenía luces internas, y Reuben, Louise y Paul habían apagado las
lámparas de sus cascos para no cegarse unos a otros con el resplandor. La única iluminación
procedía de los destellos de los apliques en los túneles que pasaban cada doscientos pies,
visibles a través de la parte delantera descubierta de la cabina. Sumida en la extraña luz
parpadeante, Louise veía atisbos intermitentes de los rasgos angulosos y los ojos hundidos del
desconocido.
Mientras subían más y más, Louise notó que los oídos le zumbaban varias veces. Pronto
pasaron el nivel de los cuatro mil seiscientos pies, el favorito de Louise. Inco cultivaba árboles
allí para reforestar proyectos alrededor de Sudbury. La temperatura se mantenía a unos veinte
grados constantes; la luz artificial añadida lo convertía en un invernadero fabuloso.

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Por la cabeza de Louise pasaron pensamientos desquiciados, extrañas ideas de Expediente X
sobre cómo había podido entrar el hombre en la esfera con la trampilla cerrada.
Pero se los guardó para sí: si Paul y Reuben tenían ideas similares, se sentían también
demasiado cortados para expresarlas en voz alta. Tenía que haber una explicación racional, se
dijo Louise. Tenía que haberla.
La cabina continuó su largo ascenso, y el hombre pareció recuperarse. Sus extrañas ropas
estaban todavía algo húmedas, aunque el aire que soplaba en los túneles las había secado
bastante. Trató de escurrirse la camisa y unas cuantas gotas cayeron sobre el suelo metálico
pintado de amarillo de la cabina del ascensor. Entonces usó su enorme mano para apartarse el
pelo mojado de la frente y revelar, para sorpresa de Louise (jadeó, aunque el sonido
seguramente fue inaudible con los chasquidos de la cabina) un prodigioso arco ciliar sobre
cada ojo, como una versión aplastada del logo de Mc Donald's.
Por fin el ascensor se detuvo con un estremecimiento. Paul, Louise, el doctor Montego y el
desconocido desembarcaron, dejando atrás a un pequeño grupo de mineros perplejos e
irritados que estaban esperando para bajar. Los cuatro subieron la rampa que conducía a la
sala grande donde los trabajadores colgaban cada día su ropa de calle y se ponían el mono.
Dos enfermeros de la ambulancia estaban esperando.
- Soy Reuben Montego, el médico de la mina. Este hombre casi se ahoga y ha sufrido un
trauma craneal...
Los dos enfermeros y el doctor continuaron discutiendo sobre el estado del hombre mientras lo
sacaban del edificio al caluroso día de verano.
Paul y Louise los siguieron, vieron cómo el doctor, el herido y los enfermeros subían a la
ambulancia y se perdían por el camino de grava.
- ¿Y ahora qué? -dijo Paul.
Louise frunció el ceño.
- Tengo que llamar a la doctora Mah -respondió. Bonnie Jean Mah era la directora del ONS. Su
despacho estaba en la Universidad de Carleton en Ottawa, a casi quinientos kilómetros de
distancia. Rara vez se la veía en el Observatorio: las operaciones del día a día quedaban en
manos de los posdoctorados y los estudiantes graduados, como Louise y Paul.
- ¿Qué vas a decirle? -preguntó Paul.
Louise miró en dirección a la ambulancia y su increíble pasajero.
- Je ne sais pas -dijo, sacudiendo lentamente la cabeza.

Había empezado mucho más serenamente.


- Día sano -había dicho Ponter Boddit en voz baja, apoyando la barbilla en un brazo mientras
miraba a Adikor Huld, que estaba de pie junto al lavabo.
- Eh, dormilón -dijo Adikor, volviéndose y apoyando su musculosa espalda contra el poste
rascador. Se meneó a izquierda y derecha-. Día sano.
Ponter le devolvió la sonrisa a Adikor. Le gustaba ver a Adikor moverse, le gustaba ver cómo
funcionaban los músculos de su pecho. Ponter no sabía cómo habría sobrevivido a la pérdida
de su mujercompañera Klast sin el apoyo de Adikor, aunque siempre había momentos
solitarios. Cuando Dos se convertían en Uno (y esto último acababa de terminar), Adikor iba
con su propia mujercompañera y su hijo. Pero las hijas de Ponter se estaban haciendo
mayores, y él apenas las había visto esta vez. Naturalmente, había un montón de mujeres
mayores cuyos hombres habían muerto, pero unas mujeres tan llenas de experiencia y
sabiduría (¡mujeres lo bastante mayores para votar!) no querían tener nada que ver con
alguien tan joven como Ponter, que sólo había visto 447 lunas.
De todas formas, aunque no tuvieran mucho tiempo para él, a Ponter le había gustado ver a
sus hijas, pero...
Dependía de la luz. Pero a veces, cuando tenía el sol detrás, y ladeaba así la cabeza, Jasmel
era la viva imagen de su madre. Ponter se quedaba sin aliento; echaba de menos a Klast más
de lo que podía expresar.

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Al otro lado de la habitación, Adikor estaba llenando la piscina, inclinado, manejando el grifo,
de espaldas a Ponter. Ponter hundió la cabeza en la almohada en forma de disco y observó.
Algunas personas habían advertido a Ponter de que no se mudara a vivir con Adikor y, Ponter
estaba seguro, algunos de los amigos de Adikor le habían expresado a éste probablemente una
preocupación similar. No tenía nada que ver con lo ocurrido en la Academia; simplemente,
trabajar y vivir juntos podía ser embarazoso. Porque aunque Saldak era una ciudad grande (su
población superaba los veinticinco mil habitantes, divididos entre el Borde y el Centro), había
sólo seis físicos en ella, y tres eran hembras. A Ponter y Adikor les gustaba hablar de su
trabajo y debatir nuevas teorías, y ambos apreciaban tener a alguien al lado que realmente
comprendiera lo que decían.
Además, hacían buena pareja en otros aspectos. Adikor era madrugador; empezaba el día
corriendo y le gustaba preparar el baño. Ponter se iba creciendo a medida que progresaba el
día; se ocupaba siempre de preparar la cena.
El agua seguía manando del grifo; a Ponter le gustaba el sonido, un estrepitoso ruido blanco.
Dejó escapar un suspiro de satisfacción y se levantó de la cama, la hierba que crecía en el
suelo le hizo cosquillas en los pies. Se acercó a la ventana, agarró las asas conectadas al panel
de hojametal y separó el postigo del marco magnético de la ventana. Luego, estirando los
brazos por encima de la cabeza, colocó el postigo en su posición diurna, adherido a un panel
de metal situado en el techo.
El sol se alzaba entre los árboles; le dio en los ojos a Ponter, que bajó la cabeza llevándose la
mandíbula al pecho y dejando que su arco ciliar se los protegiera. Fuera, un ciervo bebía del
arroyo situado a trescientos pasos. Ponter cazaba de vez en cuando, pero nunca en las zonas
residenciales; los ciervos sabían que allí no tenían nada que temer de ningún humano. A lo
lejos, Ponter vio el destello de los paneles solares repartidos por el terreno junto a la casa de
al lado.
Ponter le habló al aire.
- Hak -dijo, llamando a su implante Acompañante por el nombre que le había dado-, ¿cuál es
la predicción del tiempo?
- Muy buena -dijo el implante Acompañante-. La máxima hoy: dieciseis grados; la mínima esta
noche, nueve.
El Acompañante usaba voz femenina. Ponter lo había reprogramado recientemente (y, ahora
se daba cuenta, había sido una estupidez) para que utilizara grabaciones de la voz de Klast,
tomadas de su archivo de coartadas, como base para su forma de hablar. Le había parecido
que oír su voz le haría sentirse menos solitario, pero en cambio le encogía el corazón cada vez
que su implante le hablaba.
- No hay posibilidad de lluvia -continuó su Acompañante-. Vientos de veinte por ciento deasil a
dieciocho mil pasos por diadécimo.
Ponter asintió: los escáneres del implante detectaron sin dificultad su gesto.
- El baño está listo -dijo Adikor tras él. Ponter se volvió y vio a Adikor metiéndose en la piscina
circular abierta en el suelo. Miró el agitador y el agua revolviéndose a su alrededor.
Ponter (desnudo, como Adikor) se acercó a la piscina y se metió también. Adikor prefería el
agua más caliente que Ponter; habían llegado a un compromiso: una temperatura de treinta y
siete grados, la temperatura corporal.
Ponter usó un cepillo golbas y las manos para limpiar las partes de Adikor que el propio Adikor
no alcanzaba, o que prefería que le limpiara Ponter. Luego Adikor ayudó a Ponter a asearse.
Había mucha humedad en el aire; Ponter inspiró profundamente, dejando que humedeciera
sus cavidades nasales. Pabo, la gran perra marrón rojizo de Ponter, entró en la habitación. No
le gustaba mojarse, así que permaneció apartada varios pasos de la piscina.
Pero era evidente que quería que le dieran de comer.
Ponter dirigió a Adikor una mirada de «¿qué se le va a hacer?» y salió del baño, goteando
sobre la manta de hierba.
- Muy bien, chica -dijo-. Deja que me vista.

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Satisfecha tras haber hecho llegar su mensaje, Pabo salió del dormitorio. Ponter se acercó al
lavabo y seleccionó un cordón de secado. Agarró las dos asas y se lo pasó de un lado a otro
por la espalda; luego soltó un asa del cordón para secarse los brazos y las piernas.
Ponter se miró en el espejo cuadrado del lavabo y con los dedos extendidos se aseguró de
repartirse el pelo adecuadamente a ambos lados de la cabeza.
Había una pila de ropa limpia en un rincón de la habitación. Ponter se acercó y estudió la
selección. Normalmente no pensaba mucho en las ropas, pero sí Adikor y él tenían éxito aquel
día, uno de los exhibicionistas podría fijarse en ellos. Escogió una camisa gris pizarra, se la
puso y aseguró los broches de la parte superior de los hombros para cerrar las aberturas.
Aquella camisa era una buena opción, pensó: había sido un regalo de Klast.
Escogió un pantalón y se lo puso, metiendo los pies en los abolsamientos en los que
terminaban las perneras. Luego se ajustó las tobilleras de cuero y los cordones del empeine.
Adikor estaba saliendo ya de la piscina. Ponter lo miró, y luego contempló la pantalla de su
propio Acompañante. Tenían que ponerse en marcha: el hoverbus llegaría dentro de poco.
Ponter se dirigió a la habitación principal de la casa. Pabo se le acercó inmediatamente.
Ponter extendió la mano y acarició la cabeza de la perra.
- No te preocupes, chica -dijo-. No me he olvidado de ti.
Abrió la caja de vacío y sacó un hueso de bisonte grande y carnoso, resto de la cena de la
noche anterior. Lo dejó en el suelo (la hierba estaba cubierta de hojas de cristal para que la
limpieza fuera más fácil), y Pabo empezó a mordisquearlo. Adikor se reunió con Ponter en la
cocina y se puso a preparar el desayuno. Sacó dos filetes de carne de alce de la caja de vacío y
los puso en la cocina láser, que se llenó de vapor para rehumedecer la carne. Ponter se asomó
a mirar por la ventanita de la cocina cómo los rayos rubí se entrecruzaban en intrincadas
pautas para asar perfectamente por todas partes los filetes. Adikor llenó un cuenco con
piñones, sacó tazones de jarabe de arce diluido y luego los filetes ya hechos.
Ponter se volvió al mirador, el panel cuadrado insertado en la pared, que cobró vida
instantáneamente. La pantalla se dividió en cuatro cuadrados más pequeños, uno que
mostraba transmisiones del Acompañante ampliado de Hawst; otro, las de Talok; el de la parte
inferior izquierda, imágenes de la vida de Gawlt, y el inferior de la derecha, imágenes de
Lulasm. Ponter sabía que Adikor era seguidor de Hawst, así que le dijo al mirador que ampliara
esa imagen para que llenara la pantalla entera. Ponter tenía que admitir que Hawst siempre
tenía algo interesante que mostrar: esa mañana se había dirigido al extrarradio de Saldak,
donde cinco personas habían quedado enterradas vivas por un corrimiento de tierras.
Con todo, si un exhibicionista pasaba por la entrada de la mina aquel día, Ponter esperaba que
fuese Lulasm; a Ponter le parecía que ella siempre hacía las preguntas más inteligentes.
Ponter y Adikor se sentaron y se pusieron los guantes para comer. Adikor tomó algunos
piñones del cuenco y roció con ellos su filete; luego los metió dentro de la carne golpeando con
la palma de su mano enguantada.
Ponter sonrió: era una de las rarezas de Adikor, no conocía a nadie más que hiciera eso.
Ponter dio un mordisco a su propio filete, todavía humeando. Tenía ese sabor intenso que sólo
notaba en la carne que nunca había sido congelada; ¿cómo había podido sobrevivir nadie antes
de que se inventara el almacenamiento al vacío?
Poco después, Ponter vio que el hoverbus se posaba ante la casa. Le dijo al mirador que se
apagara, echaron los guantes de comer en el limpiador sónico, Ponter acarició a Pabo en la
cabeza y Adikor y él salieron por la puerta, dejándola abierta para que la perra pudiera entrar
y salir a su antojo. Subieron al hoverbus, saludaron a los siete pasajeros que ya había a bordo
y se dirigieron al trabajo como un día corriente más.

Ponter Boddit había crecido en esa parte del mundo; había visto la mina de níquel toda la vida.
Con todo, nunca había conocido a nadie que hubiera visitado sus profundidades: el trabajo
minero lo realizaban exclusivamente los robots. Pero cuando le diagnosticaron leucemia a
Klast, Ponter y ella empezaron a reunirse con otra gente que sufría cáncer en busca de apoyo,

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de compañía, para compartir información. Se reunían en las instalaciones de un kobalant que,
naturalmente, estaba vacío por las noches.
Ponter esperaba que varios de los afligidos por el mal hubieran visitado la mina.
Después de todo, al internarse en las profundidades de la roca, sin duda habrían quedado
expuestos a una radiactividad anormalmente alta.
Pero no formaba parte de su grupo nadie que hubiera bajado a la mina. Ponter empezó a
hacer preguntas y descubrió que aquélla era una mina de níquel muy poco corriente: los
niveles de radiación de fondo de sus antiguas rocas eran extraordinariamente bajos.
Y, a causa de eso, se le ocurrió una idea. Era físico y trabajaba con Adikor Huld en la
construcción de ordenadores cuánticos. Pero los registros cuánticos eran enormemente
sensibles a las alteraciones ambientales; habían tenido un verdadero problema con los rayos
cósmicos, que provocaban incongruencias.
La solución, parecía, estaba justo bajo sus pies. Con un millar de brazadas de roca sobre sus
cabezas, los rayos cósmicos ya no constituirían un problema. A tanta profundidad no podía
penetrar nada que no fueran los neutrinos, y éstos no influirían en los experimentos que
Ponter y Adikor querían realizar.
Delag Bowst era el administrador jefe de Saldak: los Grises le habían obligado a aceptar el
cargo. Pero, naturalmente, siempre pasaba lo mismo con los administradores: nadie que
eligiera ese puesto estaba realmente preparado para él.
Ponter le había presentado su propuesta a Bowst: que lo dejaran construir unas instalaciones
de ordenadores cuánticos en las profundidades de la mina. Y Bowst había convencido a los
Grises para que dieran su aprobación. Una civilización tecnológica no podía existir sin metales,
después de todo, pero la mina no había sido siempre respetuosa con el entorno. Cualquier
oportunidad para hacer algo positivo era bienvenida.
Así que se construyeron las instalaciones. A Ponter y Adikor todavía les daba problemas una
fuente inesperada de incoherencia: las descargas piezoeléctricas causadas por las tensiones de
las rocas a tan grandes profundidades. Pero Adikor creía haber resuelto finalmente el
problema, y ahora lo intentarían de nuevo, con un factor numérico mayor que ninguno hasta
entonces.

El hoverbus dejó a Ponter y Adikor en la entrada de la mina. Era un hermoso día de verano,
con un cielo azul intenso, tal como el implante Acompañante de Ponter había prometido.
Ponter olía los pólenes en el aire y oía las llamadas quejumbrosas de los somormujos en el
lago. Tomó un protector de cabeza del cobertizo de almacenamiento y se lo ajustó a los
hombros, con las dos varas sosteniendo una placa plana sobre su cráneo; Adikor hizo otro
tanto.
El ascensor de la entrada de la mina era cilíndrico. Los dos físicos entraron en la cabina y
Ponter pulsó con el pie el interruptor de activación.
El ascensor comenzó su largo descenso.
Ponter y Adikor salieron del ascensor y recorrieron el largo túnel hacia el laboratorio de
ordenadores cuánticos; naturalmente, había sido construido en una parte de la mina que no
contenía filones valiosos. Caminaban en silencio, el silencio cómodo y amistoso de dos
hombres que se conocen desde hace mucho tiempo.
Finalmente, llegaron a las instalaciones cuánticas. Consistían en cuatro salas. La primera era
un cubículo diminuto para comer; no merecía la pena tomarse el tiempo de subir en ascensor
hasta la superficie para alimentarse. La segunda era un cuarto de baño seco: no había
fontanería ahí abajo, así que tenían que sacar los residuos. La tercera era la sala de control,
que contenía grupos de instrumentos y mesas de trabajo. Y la cuarta, la única sala grande, era
la gigantesca cámara de cómputo, más grande que toda la casa que compartían Ponter y
Adikor.
El objetivo habitual en la construcción de ordenadores era hacerlos lo más pequeños posible:
eso reducía al mínimo los retrasos causados por la velocidad de la luz. Pero los ordenadores de
Ponter y Adikor se basaban en usar protones cuánticamente enlazados como registros, y tenía
que haber una manera de distinguir entre las reacciones que se producían simultáneamente a

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causa del enlace cuántico y las que se producían como resultado de la comunicación normal a
velocidad de la luz entre dos protones. Y la manera más sencilla de hacerlo era separar los
registros para que el tiempo que tardaba la luz en viajar entre dos de ellos fuera fácilmente
medible. Por tanto los protones estaban dentro de columnas de contención magnética
repartidas por toda la cámara.
Ponter y Adikor se quitaron los protectores de la cabeza y entraron en la sala de control.
Adikor era el del sentido práctico: encontraba formas de hacer funcionar las ideas de Ponter en
lo referido al software y hardware. Se sentó ante una consola y empezó a ejecutar las rutinas
necesarias para inicializar los ordenadores cuánticos.
- ¿Cuánto falta para que estemos listos? -preguntó Ponter.
- Otro mediodécimo -dijo Adikor-. Todavía tengo dificultades para estabilizar el registro 69.
- ¿Crees que va a funcionar?
- ¿Yo? -dijo Adikor-. Naturalmente que sí. -Sonrió-. Claro que dije lo mismo ayer y anteayer y
el día anterior.
- El perpetuo optimista -dijo Ponter.
- Bueno, cuando uno está a esta profundidad, no puede hacer otra cosa que subir.
Ponter se echó a reír y entró en la sala de comidas por un tubo de agua. Esperaba que el
experimento fuera un éxito hoy. Faltaba poco para el siguiente Consejo Gris y Adikor y él
tendrían que dar otra vez explicaciones sobre qué devolvían a la comunidad a través de su
trabajo. Los científicos solían obtener la aprobación de sus propuestas (todo el mundo veía
claramente que la ciencia había mejorado su vida), pero siempre era más agradable informar
de resultados positivos.
Ponter usó los dientes para abrir el cierre de plástico del tubo de agua y bebió parte del fresco
líquido. Luego regresó a la sala de control, se sentó a su mesa y empezó a leer un abanico de
hojas de plástico cuadrado verde claro, revisando las notas de su último intento y tomando
sorbos de agua de vez en cuando. Ponter daba la espalda a Adikor, quien jugueteaba con los
controles al otro lado de la pequeña sala, cuya pared principal, casi toda de cristal, formaba
una gran ventana que daba a la gran sala de cómputo, de techo más alto y suelo más bajo que
las otras.
Ya habían tenido un éxito considerable con los ordenadores cuánticos. El último diezmes,
habían obtenido un factor numérico que requería 10 elevado a 73 átomos de hidrógeno como
registros... , una cantidad muy superior a todo el hidrógeno que había en todas las estrellas de
esta galaxia, y un orden de magnitud sesenta y tantas veces superior a la capacidad de toda la
cámara de cómputo, aunque hubiera estado llena enteramente de nitrógeno. Si habían tenido
éxito era por una sola razón: realmente conseguían un verdadero cálculo cuántico, con un
número limitado de registros físicos existiendo simultáneamente en estados múltiples
superpuestos unos a otros.
En cierto modo, el siguiente experimento era meramente una ampliación del anterior, un
intento de hallar un factor numérico aún más grande. Pero el número en cuestión era tan
enormemente grande que según el Teorema de Digandal tenía que ser primo. Ningún
ordenador convencional podía probarlo, pero sus ordenadores cuánticos debían poder hacerlo.
Ponter comprobó unas cuantas páginas impresas más, luego se acercó a otro grupo de control
y tocó algunas clavijas, ajustando partes del sistema de grabación. Quería asegurarse de que
cada faceta del cálculo quedara grabada para que luego no hubiera dudas sobre los resultados.
Si al menos pudieran...
- Preparado -dijo Adikor.
Ponter sintió que el corazón se le desbocaba. Quería que funcionara, por su propio bien y por
el de Adikor. Ponter había tenido mucha suerte al principio de su carrera; se había hecho un
nombre en el mundo de la física. Aunque muriese aquel día, sería largamente recordado.
Ponter sabía que Adikor no había tenido tanto éxito, aunque sin duda lo merecía. Qué
maravilloso sería para ambos si pudieran demostrar (o rebatir, cualquiera de los dos
resultados sería significativo) el Teorema de Digandal.
Había dos grupos de control que manejar, uno a cada lado de la pequeña sala. Ponter se
quedó en el que estaba, junto al arco que conducía al comedor; Adikor se acercó al otro, en el

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lado opuesto de la sala. Todos los controles tendrían que haber estado localizados en un
mismo sitio, pero esta disposición había ahorrado casi treinta brazadas de costoso cable
cuánticamente transductivo que se usaba para enlazar los registros. Cada grupo de control
estaba montado en una pared. Adikor se situó junto a la suya y tiró de las clavijas necesarias.
Ponter, mientras tanto, operaba los controles correspondientes de su propio grupo.
- ¿Todo listo? -preguntó Adikor.
Ponter miró la serie de luces indicadoras de su pantalla; todas eran rojas, del color de la
sangre, del color de la salud.
- Sí.
Adikor asintió.
- Diez latidos -dijo, iniciando la cuenta atrás-. Nueve. Ocho. Siete. Seis. Cinco. Cuatro. Tres.
Dos. Uno. Cero.
Varias luces se encendieron en la pantalla de Ponter: indicaban que los registros estaban
funcionando. En teoría, durante la fracción de un latido, se habían probado todos los factores
posibles, y los resultados ya habían sido recibidos como una serie de pautas de interferencia
en película fotográfica. Al ordenador convencional le haría falta un rato para decodificar las
pautas de interferencia que componían la lista de factores... y, si Digandal estaba equivocado y
ese número no era primo, podría ser una lista realmente larga.
Ponter dejó su consola y se dispuso a sentarse. Adikor caminaba de un lado a otro, mirando
por la ventana las filas de registros, cada uno una columna sellada de vidrio y acero que
contenía una cantidad específica de hidrógeno.
Finalmente, el ordenador convencional hizo plunk, indicando que había terminado.
Había un cuadrado en el centro del grupo de control de Ponter; los resultados aparecían en
signos negros sobre fondo amarillo. Y los resultados eran...
- ¡Cartílagos! -maldijo Adikor, detrás de Ponter, con una mano sobre su hombro.
La pantalla decía: «ERROR EN REGISTRO 69; OPERACIÓN ABORTADA.»
- Tenemos que sustituirlo -dijo Ponter-. No nos ha dado más que problemas.
- No es el registro -dijo Adikor-. Es la base que lo sujeta al suelo. Pero harán falta diez días
para hacer una nueva.
- ¿Entonces no podemos hacer nada antes del Consejo Gris? -preguntó Ponter. No tenía ganas
de enfrentarse a los ciudadanos mayores y decir que no se había añadido nada al conocimiento
desde la última sesión del Consejo.
- No, a menos... -La voz de Adikor se apagó.
- ¿Qué?
- Bueno, el problema del 69 es que tiende a vibrar sobre su base; los cierres de sujeción
tienen un defecto de fabricación. Si pudiéramos encontrar algo con lo que sostenerlo...
Ponter escrutó la sala. No había nada que pareciera adecuado.
- ¿Y si voy a la sala de cómputo y me apoyo en el registro? Ya sabes, descargo sobre él todo
mi peso. ¿Impediría eso que vibrara? Adikor frunció el entrecejo.
- Tendrías que sujetarlo con firmeza. El equipo tolera cierto movimiento, por supuesto, pero...
- Puedo hacerlo -dijo Ponter-. Pero... pero ¿provocará incongruencia mi presencia en la sala de
cómputo?
Adikor negó con la cabeza.
- No. Las columnas de registro están muy bien protegidas: haría falta algo mucho más
radiactivo o eléctricamente cargado que un cuerpo humano para trastornar su contenido.
- ¿Entonces... ?
Adikor volvió a fruncir el entrecejo.
- Es una solución del problema poco elegante.
- Pero podría funcionar.
Adikor asintió.
- Supongo que merece la pena intentarlo. Es mejor que acudir al Consejo con las manos
vacías.
- ¡Muy bien! -dijo Ponter, decidido-. Hagámoslo.

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Adikor asintió, y Ponter abrió la puerta que separaba las otras tres salas de la gran cámara que
contenía los tanques de registro. Luego bajó los escalones hasta el suelo de granito pulido de
la habitación, que había sido nivelado con rayos láser. Ponter avanzó con cuidado: se había
resbalado más de una vez al cruzarlo. Cuando llegó al cilindro 69, colocó una mano sobre su
parte superior curva, la cubrió con la otra mano y apretó con todas sus fuerzas.
- Cuando quieras -dijo.
- Diez -respondió Adikor con un grito-. Nueve. Ocho. Siete. Ponter luchó por mantener las
manos firmes. Por lo que podía notar, el cilindro no vibraba en absoluto.
- Seis. Cinco. Cuatro.
Ponter inspiró profundamente, tratando de calmarse. Aguantó.
- Tres. Dos. Uno.
Allá vamos, pensó Ponter.
- ¡Cero!
Adikor oyó el cristal sacudirse ferozmente en la ventana que daba a la sala de cómputo.
- ¡Ponter! -gritó. Adikor corrió hacia la ventana-. ¿PPonter? Pero no había ni rastro de él.
Adikor asió el pomo de la puerta y...
¡Whoosh!
La puerta cedió hacia adentro, abriéndose y arrancando el pomo de la mano de Adikor
mientras una gran ráfaga de aire de la sala de control entraba en la sala de cálculo y casi lo
tiraba de cabeza por la pequeña escalera. El aire corría hacia la cámara desde la sala de
control y la mina situada más allá, como si el que ocupaba antes ese espacio hubiera sido
sorbido.
Los oídos de Adikor zumbaron repetidas veces.
- ¡Ponter! -llamó de nuevo cuando el viento se calmó. Pero aunque la sala era grande, los
tanques de registros, dispuestos en una amplia parrilla, eran todos estrechas columnas: no
había manera de que Ponter pudiera estar oculto detrás de ninguno de ellos.
¿Qué podía haber sucedido? Si una pared de roca de la mina se había desplomado, y detrás
había una zona de baja presión, tal vez...
Pero había sensores sísmicos por todo el complejo minero, que habrían disparado los olores de
advertencia en el laboratorio de cómputo si hubiera habido alguna perturbación.
Adikor cruzó corriendo el suelo de granito.
- ¡Ponter! -llamó de nuevo-. ¿Ponter?
No había ninguna fisura en el suelo: no podía habérselo tragado la tierra. Adikor vio el tanque
del registro 69, el que Ponter había estado sujetando, al fondo de la sala. Ponter, obviamente,
no estaba allí, pero Adikor corrió hacia el registro de todas formas, buscando alguna pista y...
- ¡Cartílagos!
Adikor notó cómo le resbalaban los pies y chocó de espaldas contra el suelo de granito.
La superficie estaba cubierta de agua... de un montón de agua. ¿De dónde había salido?
Ponter estaba bebiendo un tubo, pero Adikor estaba seguro de que se lo había terminado
arriba. Y además había mucha más agua de la que habría cabido en un tubo: había cubos de
agua formando un extenso charco.
El agua (si eso era) parecía clara, clara. Adikor se llevó a la cara la mano húmeda, olisqueó.
No olía a nada.
Un lametón tentativo.
No sabía a nada.
Era pura, al parecer. Agua clara y pura.
Con el corazón desbocado y la cabeza dándole vueltas, Adikor fue a buscar algo donde
meterla; era la única pista que tenía.
¿De dónde había salido el agua?
¿Y adónde había ido Ponter?

- ¿Qué de... ?

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Negrura absoluta.
Y... ¡agua! Las piernas de Ponter Boddit estaban mojadas, y...
Y se estaba hundiendo, agua hasta la cintura, el pecho, la parte inferior de la mandíbula.
Ponter pataleó violentamente.
Tenía los ojos abiertos de par en par, pero no había nada, absolutamente nada que ver.
Agitó los brazos mientras se movía en el agua. Inhaló aire. ¿Qué había ocurrido?
¿Dónde podía estar?
En un momento se hallaba en las instalaciones de cálculo cuántico, y al siguiente...
Oscuridad, tan implacablemente absoluta que Ponter pensó que tal vez se había quedado
ciego. Una explosión podría haber sido la causa; los estallidos rocosos eran siempre un peligro
a esa profundidad y...
Y una entrada de agua subterránea era una posibilidad. Agitó los brazos un poco más, y luego
extendió los dedos de los pies, tratando de tocar el fondo, pero...
Pero no había nada, nada en absoluto. Sólo más agua. Podía estar a un palmo del fondo, o a
un millar. Pensó en zambullirse para averiguarlo, pero en la oscuridad, flotando libremente sin
ninguna luz, podría perder la orientación, no saber dónde estaba arriba y no volver a la
superficie a tiempo.
Había tragado agua mientras buscaba el fondo. Carecía completamente de sabor y cabía
esperar que un río subterráneo estuviera sucio, pero esa agua parecía tan pura como nieve
derretida.
Siguió inhalando aire. El corazón le redoblaba en el pecho y... Y quiso nadar hacia la orilla,
dondequiera que...
Un gruñido, grave, profundo, a su alrededor.
Otra vez, como un animal despertando, como...
¿Como algo bajo una gran tensión?
Finalmente tuvo suficiente aire en los pulmones para conseguir gritar.
- ¡Ayuda! -llamó Ponter-. ¡Ayuda!
El sonido resonó extrañamente, como si se hallara en un espacio cerrado. ¿Podía encontrarse
todavía en la sala de cálculo? Pero, si lo estaba, ¿por qué no respondía Adikor a sus llamadas?
No podía quedarse allí. Aunque todavía no estaba agotado, lo estaría pronto. Necesitaba
encontrar una superficie a la que agarrarse, o algo en el agua que pudiera utilizar como ayuda
para flotar, y...
El gemido de nuevo, más fuerte, más insistente.
Ponter empezó a nadar como un perro. Si hubiera algo de luz, un poquito al menos.
Nadó lo que parecía una corta distancia y...
¡Agonía! La cabeza de Ponter chocó contra algo duro. Se dio la vuelta con una brazada, los
miembros empezaron a dolerle, y extendió una mano, con los dedos abiertos, la palma hacia
delante. Lo que había golpeado era duro y cálido... No era metal ni cristal. Y era
absolutamente liso, tal vez ligeramente cóncavo, y...
Otro gemido, procedente de...
Su corazón se agitó; abrió mucho los ojos pero no vio nada en la oscuridad.
Empezó a nadar en la dirección opuesta. El ruido estaba creciendo ahora hasta proporciones
ensordecedoras.
¿Dónde estaba? ¿Dónde estaba?
El volumen continuó aumentando. Nadó más lejos y... ¡Uf! ¡Eso había dolido!
Había chocado contra otra pared lisa y dura. Desde luego ésas no eran las paredes de la
cámara de cálculo cuántico, que estaban recubiertas de tejido amortiguador de sonido.
¡Whoooooooshhhh!
De repente, el agua se movió alrededor de Ponter, abalanzándose, rugiendo, y él quedó
atrapado en medio de un río enfurecido. Inspiró profundamente, tragando algo de agua con el
aire, y entonces...
Y entonces sintió algo duro chocar contra su sien, y, por primera vez desde que había
empezado aquella locura, vio luz: estrellas ante sus ojos.
Y luego negrura otra vez, y el silencio y...

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Nada más.

Adikor Huld regresó a la sala de control, sacudiendo asombrado la cabeza, incrédulo.


Ponter y él eran amigos desde hacía años; ambos eran 145 y se habían conocido siendo
estudiantes en la Academia de Ciencias. Pero en todo ese tiempo nunca había visto que a
Ponter le gustara gastar bromitas. Y además, no había ningún lugar donde pudiera esconderse.
Las medidas contra incendios exigían diversas salidas de una sala a la superficie, pero ahí
abajo eso era prácticamente imposible. La única salida era atravesando la sala de control.
Algunas instalaciones de cálculo tenían suelos falsos para ocultar los cables, pero en aquel
caso el cableado estaba al descubierto, y el suelo era de antiguo granito pulido.
Adikor había estado observando los controles, no asomado a la ventana. Sin embargo, no
había habido ningún destello de luz que le llamara la atención. Si Ponter se había... ¿qué?,
¿volatilizado? Si se había evaporado, el aire habría olido a humo o a ozono. Pero no olía a
nada. Simplemente, había desaparecido.
Adikor se desplomó en una silla (la silla de Ponter), anonadado.
No sabía qué hacer a continuación: literalmente, no tenía ni idea. Tardó varios latidos en
calmarse. Tenía que notificar a la oficina administrativa de la ciudad que Ponter había
desaparecido, para que organizaran una búsqueda. Cabía la posibilidad (remota) de que el
suelo se hubiera abierto y Ponter hubiera caído, tal vez a otro pozo, a otro nivel de la mina. En
cuyo caso podía estar herido.
Adikor se puso en pie.

•••

El doctor Reuben Montego, los dos enfermeros de la ambulancia y el herido atravesaron las
puertas de cristal correderas de la zona de admisión de Urgencias del centro de salud St.
Joseph's, parte del Hospital Regional de Sudbury.
El jefe del servicio de Urgencias resultó ser un sij cincuentón con turbante verde jade.
- ¿Qué ocurre? -preguntó.
Reuben miró la placa del nombre, que rezaba: Doctor N. Singh.
- Doctor Singh -dijo-, soy Reuben Montego, el médico de la mina Creighton. Este hombre ha
estado a punto de ahogarse en un tanque de agua pesada y, como puede ver, sufre un
traumatismo craneal.
- ¿Agua pesada? -dijo Singh-. ¿De dónde... ?
- Del observatorio de neutrinos -respondió Reuben.
- Ah, sí -respondió Singh. Se volvió y pidió una silla de ruedas, luego miró al hombre y empezó
a tomar notas en su carpeta-. Forma corporal inusitada -dijo-. Pronunciado arco supraorbital.
Muy musculoso, muy ancho de hombros. Miembros cortos. Y... vaya, ¿qué es esto?
Reuben negó con la cabeza.
- No lo sé. Parece implantado en su piel.
- Muy extraño -dijo Singh. Miró al hombre a la cara-. ¿Cómo se encuentra?
- No habla Inglés -informó Reuben.
- Ah -dijo el sij-. Bueno, sus huesos hablarán por él. Llevémoslo a Radiología.
Reuben Montego caminaba de un lado a otro en el departamento de Urgencias, hablando de
vez en cuando con algún doctor de paso al que conocía. Por fin, Singh le comunicó que las
radiografías estaban listas. Reuben esperaba que lo invitaran, por cortesía profesional, y Singh
en efecto lo invitó a acompañarle.
El herido seguía en la sala de rayos, presumiblemente por si Singh decidía pedir más
radiografías, sentado en la silla de ruedas. Parecía más asustado, pensó Reuben, de lo que
solían estar los niños pequeños en los hospitales. El técnico en radiología había colocado las
radiografías del hombre (una vista frontal y una lateral) sobre un panel iluminado en la pared,
y Singh y Reuben se acercaron para examinarlas.
- Mire esto -dijo Reuben en voz baja.
- Extraordinario -dijo Singh-. Extraordinario.

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El cráneo era alargado, mucho más alargado que un cráneo normal, con una protuberancia
redondeada en la parte trasera, casi como un rodete de pelo. El doble arco ciliar era
prominente y la frente baja. La cavidad nasal era gigantesca, con extrañas proyecciones
triangulares a cada lado apuntando hacia el interior. La enorme mandíbula, visible al pie de la
imagen, revelaba lo que había ocultado la barba: la completa falta de barbilla. También
mostraba una brecha entre el último molar y el resto de la mandíbula.
- Nunca había visto nada parecido -dijo Reuben.
Los ojos marrones de Singh se abrieron de par en par.
- Yo sí -dijo-. Yo sí. -Se volvió para mirar al hombre, que todavía estaba sentado en la silla de
ruedas, farfullando una jerigonza.
Luego Singh volvió a consultar las espectrales imágenes grises-. Es imposible -dijo el sij-.
Imposible.
- ¿Qué?
- No puede ser...
- ¿Qué? Doctor Singh, por el amor de Dios...
Singh alzó una mano.
- No sé cómo es posible, pero...
- ¿Sí? ¿Qué?
- Este paciente suyo -dijo Singh, con voz de asombro-, parece ser un Neanderthal.

- Buenas noches, profesora Vaughan.


- Buenas noches, Daria. Hasta mañana.
Mary Vaughan miró el reloj: eran ya las nueve menos cinco.
- Ten cuidado.
La joven estudiante graduada sonrió.
- Lo haré. -Y se marchó del laboratorio.
Mary la vio marcharse, recordando con tristeza cuando su propia figura era tan esbelta como la
de Daria. Mary, de treinta y ocho años y sin hijos, estaba separada hacía tiempo de su marido.
Volvió a enfrascarse en la película autorradiográfica, interpretando nucleótido tras nucleótido.
El ADN que estaba estudiando había sido extraído de una paloma migratoria del Museo de
Campo de Historia Natural; lo habían enviado allí, a la Universidad de York, para ver si podía
ser secuenciado completamente. Ya lo habían intentado anteriormente, pero el ADN siempre
había estado demasiado degradado. El laboratorio de Mary, sin embargo, había tenido un éxito
sin precedentes en la reconstrucción de ADN que otros no conseguían descifrar.
Pero, por desgracia, la secuencia se rompió: no había forma de determinar, a partir de aquella
muestra, qué cadena de nucleótidos había estado presente originariamente. Mary se frotó el
puente de la nariz. Tendría que extraer un poco más de ADN de la paloma, pero estaba
demasiado cansada para hacerlo esa noche. Miró el reloj de pared: las nueve y veinticinco.
No era demasiado tarde; muchas de las clases nocturnas de la universidad terminaban a las
nueve, así que todavía habría un montón de gente deambulando por ahí. Si trabajaba hasta
pasadas las diez de la noche, normalmente llamaba a alguien del servicio de escolta del
campus para que la acompañara hasta su coche. Pero, bueno, no parecía necesario hacerlo a
esa hora tan temprana. Mary se quitó la bata de laboratorio verde pálido y la colgó en el
perchero de la puerta. Era Agosto; el laboratorio tenía aire acondicionado, pero sin duda
todavía hacía calor fuera. Tenía por delante otra noche pegajosa e incómoda.
Mary apagó las luces del laboratorio; uno de los fluorescentes latió un poco mientras moría.
Luego cerró la puerta con llave y recorrió el pasillo de la primera planta, dejando atrás la
máquina de Pepsi (Pepsi había pagado a la Universidad de York dos millones de dólares por la
exclusiva de máquinas expendedoras de refrescos del campus).
El pasillo estaba flanqueado por los habituales tablones de anuncios: inauguraciones, tareas de
clase, reuniones de clubes, ofertas de tarjetas de crédito baratas y suscripciones a revistas, y

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todo tipo de artículos en venta de estudiantes y profesorado, incluido un pobre desgraciado
que esperaba que alguien le pagara por una vieja máquina de escribir eléctrica.
Mary continuó por el pasillo, haciendo sonar los tacones contra las losas. No había nadie más.
Oyó el sonido de las cisternas en los urinarios al pasar ante el lavabo de hombres, pero las
descargas eran automáticas, controladas por un temporizador.
La puerta que conducía a la escalera tenía ventanas de cristal de seguridad, reforzadas con
malla de alambre. Mary abrió la puerta y bajó los cuatro tramos de escalones de hormigón,
cada uno conduciéndola medio piso más bajo. Llegada a la planta baja continuó un trecho por
otro pasillo, éste también vacío a excepción de un conserje que trabajaba al fondo.
Camino de la entrada dejó atrás las cajas de distribución del periódico del campus, el
Excalibur, y por fin, atravesó las puertas dobles para salir al cálido aire de la noche.
La Luna no había salido todavía. Mary enfiló por la acera, dejando atrás a algunos estudiantes,
aunque no reconoció a ninguno. Espantó algún insecto ocasional y...
Una mano le cubrió la boca, y sintió algo frío y afilado contra la garganta.
- No hagas ningún ruido -dijo una voz grave y rasposa, empujándola hacia atrás.
- Por favor... -dijo Mary.
- Cállate -dijo el hombre. Seguía empujándola hacia atrás, el cuchillo apretado con fuerza en
su garganta. El corazón de Mary latía violentamente. La mano se apartó de su boca, y la notó
de nuevo un momento después sobre su pecho, apretando brusca, dolorosamente.
La empujó a un pequeño hueco donde dos paredes de hormigón se encontraban en ángulo
recto, oculto por un gran pino. Entonces la obligó a darse la vuelta apretando sus brazos
contra la pared, la mano izquierda todavía sujetando el cuchillo mientras le agarraba al mismo
tiempo la muñeca. Ahora pudo verlo. Llevaba un pasamontañas negro, pero era desde luego
un hombre blanco: círculos de piel eran visibles alrededor de sus ojos azules. Mary intentó
darle con la rodilla en la entrepierna, pero él se echó atrás, y lo único que consiguió fue que la
mirara fijamente.
- No luches contra mí -dijo la voz. Ella olió el tabaco en su respiración, y pudo sentir contra sus
muñecas sus palmas sudorosas. El hombre apartó el brazo de la pared, arrastrando consigo los
de Mary, y luego golpeó ambos brazos contra el hormigón, de modo que el cuchillo quedara
más cerca de la cara de Mary. Su otra mano encontró la parte delantera de sus propios
pantalones, y Mary pudo oír el sonido de una cremallera. Sintió ácido en el fondo de su
garganta.
- Yo... tengo... tengo sida -dijo Mary, cerrando los ojos con fuerza, intentando aislarse de todo.
El hombre se echó a reír, un sonido rasposo, sin humor.- Ya somos dos -dijo.
A Mary el corazón le dio un vuelco, pero probablemente también él estaba mintiendo.
¿A cuántas mujeres les había hecho lo mismo? ¿Cuántas habían intentado la misma maniobra
desesperada?
Ahora había una mano en la cintura de sus pantalones, tirando hacia abajo. Mary sintió que la
cremallera se le abría y los pantalones caían alrededor de sus caderas, y el roce de la pelvis
del hombre y su pétrea erección sobre las bragas. Dejó escapar un gemido y la mano del
hombre la agarró de repente por la garganta, apretando, las uñas clavadas en su carne.
- Calla, puta.
¿Por qué no pasaba nadie? ¿Por qué no había nadie cerca? Dios, ¿por qué... ?
Sintió un duro tirón a sus bragas, y luego el pene del hombre contra su labios. Entró con
fuerza en su vagina. El dolor fue agónico, como si la estuvieran rompiendo por dentro.
No tiene nada que ver con el sexo, pensó Mary, mientras las lágrimas se acumulaban en las
comisuras de sus ojos. Es un crimen violento. Su espalda chocó contra la pared de hormigón,
mientras el hombre aplastaba su cuerpo contra el suyo, introduciéndose profundamente en
ella, una y otra y otra vez. Sus gruñidos animales se hacían más fuertes con cada embestida.
Y entonces, por fin, se terminó. Él se retiró. Mary sabía que debía mirarlo, buscar cualquier
detalle identificativo, mirar incluso si estaba circuncidado o no, cualquier cosa que pudiera
ayudar a meter en la cárcel al hijo de puta, pero no podía soportar hacerlo. Ladeó la cabeza y
miró al cielo oscuro, confuso a través de las lágrimas que le ardían en los ojos.

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- Ahora quédate aquí -dijo el hombre, dándole un golpecito en la mejilla con la hoja del
cuchillo-. No digas una palabra, y quédate aquí durante quince minutos.
Y entonces Mary oyó el sonido de una cremallera al subir y luego las pisadas del hombre
mientras corría por el suelo cubierto de hierba. Se apoyó entonces contra la pared y se dejó
caer hasta la acera, encogiendo las rodillas hasta que tocaron su barbilla. Se odiaba a sí misma
por los sollozos desgarradores que se le escapaban.
Al cabo de un rato se tocó entre las piernas y se miró la mano para ver si estaba sangrando.
No lo estaba, gracias a Dios.
Esperó a que su respiración se calmara, y a que su estómago se apaciguara lo suficiente para
poder levantarse sin vomitar. Y entonces se incorporó, dolorosa, lentamente. Oyó voces (voces
de mujeres) en la distancia, dos estudiantes charlando y riendo mientras pasaban de largo.
Una parte de ella quiso llamarlas, pero no consiguió que el sonido saliera de su garganta.
Sabía que estaban tal vez a 25°C de temperatura, pero sentía frío, más que en toda su vida.
Se frotó los brazos para entrar en calor.
Tardó (¿cinco minutos?, ¿cinco horas?) en recuperar el aplomo. Tenía que buscar un teléfono,
marcar el 911, llamar a la policía de Toronto... o a la policía del campus, o... se lo sabía, lo
había leído en los manuales del campus, del centro de crisis de violación de la Universidad de
York, pero...
Pero no quería hablar con nadie, ni ver a nadie, ni... ni que nadie la viera así.
Mary se abrochó los pantalones, inspiró profundamente y se puso a caminar. Pasaron unos
instantes antes de que se diera cuenta de que no se dirigía hacia su coche, sino que volvía al
Edificio de Ciencias de la Vida Farquharson.
Una vez allí, se agarró al pasamanos a lo largo de los cuatro tramos de escaleras, temerosa de
soltarlo, temerosa de perder el equilibrio. Por fortuna, el pasillo estaba tan desierto como
antes. Volvió al laboratorio sin que nadie la viera, y los fluorescentes cobraron vida.
No tenía que preocuparse por haberse quedado embarazada. Tomaba la píldora (que no era un
pecado según su punto de vista, pero sí para su madre) desde que se casó con Colm y, bueno,
después de la separación, había seguido tomándola, aunque no tuviera demasiado sentido.
Pero encontraría una clínica y se haría una prueba del sida, sólo para asegurarse.
Mary no iba a denunciarlo, ya había tomado esa decisión. ¿Cuántas veces había maldecido a
aquellas mujeres que dejaban de denunciar una violación? Estaban traicionando a otras
mujeres, dejando escapar a un monstruo, dándole la oportunidad de volvérselo a hacer a
alguien más, a ella, ahora, pero...
Pero era fácil maldecir cuando no eras tú, cuando no habías estado allí.
Sabía lo que les pasaba a las mujeres que acusaban a los hombres de violación: lo había visto
incontables veces en televisión. Intentarían establecer que era culpa suya, que no era un
testigo creíble, que de algún modo ella había consentido, que su moral era escasa. «Así que
dice que es una buena católica, señora O'Casey... Oh, lo siento, ya no se llama así, ¿verdad?
No desde que dejó a su marido, Colm. Pero usted y el profesor O'Casey siguen legalmente
casados, ¿no? Dígale al tribunal, por favor, ¿ se ha acostado con otros hombres desde que
abandonó a su marido?»
Ella sabía que la justicia rara vez se encontraba en un tribunal. La harían pedazos y volverían a
montarla para convertirla en alguien a quien ella misma no reconocería.
Y, al final, no cambiaría nada. El monstruo escaparía.
Mary inspiró profundamente. Tal vez cambiara de opinión alguna vez. Pero lo único realmente
importante ahora era la prueba física, y ella, la profesora Mary Vaughan, era al menos tan
competente como cualquier mujer policía con un equipo antiviolación en eso.
La puerta de su laboratorio tenía una ventana; se colocó de modo que no pudiera verla nadie
que pasara por el pasillo. Y entonces se bajó los pantalones. El sonido de su propia cremallera
hizo que el corazón diera un brinco. Luego tomó un tubo de cristal para especímenes y algunos
bastoncillos de algodón y, reprimiendo las lágrimas, recogió la porquería que había en su
interior.
Cuando terminó, selló la probeta, escribió la fecha en tinta roja y la etiquetó: «Vaughan 666»,
su nombre y el número adecuado para semejante monstruo. Después selló sus bragas en un

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contenedor opaco, lo etiquetó con las mismas fecha y descripción, y metió ambos
contenedores en el frigorífico donde se almacenaban los especímenes biológicos, colocándolos
junto al ADN tomado a una paloma migratoria, una momia egipcia y un mamut velludo.

- ¿Dónde estoy?
Ponter sabía que su voz sonaba asustada, pero, por mucho que lo intentaba, no podía
controlarlo. Seguía sentado en aquella extraña silla que rodaba sobre aros, lo cual era cosa
buena, porque dudaba que pudiera sostenerse en pie.
- Cálmate, Ponter -dijo su implante Acompañante-. Tu pulso es de...
- ¡Que me calme! -exclamó Ponter, como si Hak hubiera sugerido una imposibilidad ridícula-.
¿Dónde estoy?
- No estoy segura -dijo la Acompañante-. No detecto ninguna señal de las torres de posición.
Además, estoy completamente desconectada de la red de información planetaria, y no recibo
ningún reconocimiento de los archivos de coartadas.
- ¿No estás estropeada?
- No.
- Entonces... entonces esto no puede ser la Tierra, ¿verdad? Recibirías señales si...
- Estoy segura de que es la Tierra -dijo Hak-. ¿Te fijaste en el Sol cuando te subieron a ese
vehículo blanco?
- ¿Qué pasa con eso?
- Su temperatura de color era de 5200 grados, y abarcaba siete centésimas partes de la esfera
celeste... , igual que el Sol visto desde la órbita de la Tierra. Además, reconocí la mayoría de
los árboles y plantas que vi. No, se trata sin duda de la superficie de la Tierra.
- ¡Pero el hedor! ¡El aire es pestilente!
- Tendré que aceptar tu palabra -dijo Hak.
- ¿Podríamos... podríamos haber viajado en el tiempo?
- Eso parece improbable -respondió la Acompañante-. Pero si puedo ver las constelaciones
esta noche, sabré decir si hemos avanzado o retrocedido en el tiempo de modo apreciable. Y si
consigo divisar algunos de los otros planetas y la fase de la Luna, debería poder calcular la
fecha exacta.
- Pero ¿cómo volvemos a casa? ¿Cómo... ?
- Una vez más, Ponter, debo rogarte que te calmes. Estás a punto de hiperventilar.
Inspira profundamente. Eso es. Ahora suéltalo despacio. Eso es. Relájate. Inspira otra vez...
- ¿Qué son esas criaturas? -preguntó Ponter, agitando una mano hacia la delgaducha figura
con la piel marrón oscura y sin pelo y la otra figura delgaducha de piel más clara y un
envoltorio de tejido alrededor de la cabeza.
- ¿Mi mejor suposición? -dijo Hak-. Son gliksins.
- ¡Gliksins! -exclamó Ponter, tan fuerte que las dos extrañas figuras se volvieron hacia él. Bajó
la voz-. ¿Gliksins? Oh, venga ya...
- Mira esas imágenes de cráneos de allí.
Hak le hablaba a Ponter a través de un par de implantes en el caracol del oído, pero al cambiar
el balance de voz de izquierda a derecha podía indicar la dirección igual que si señalara. Ponter
se levantó, tembloroso, y cruzó la sala, apartándose de los extraños seres y acercándose a un
panel iluminado igual al que ellos estaban mirando, con varias profundas vistas de cráneos
pegadas a él.
- ¡Carne verde! -dijo Ponter, mirando los extraños cráneos-. Son gliksins, ¿no?
- Eso diría yo. Ningún otro primate carece de arco ciliar, ni tiene esa proyección en la parte
delantera de la mandíbula inferior.
- ¡Gliksins! Pero llevan extintos... bueno, ¿cuánto tiempo?
- Tal vez '400000 meses -dijo Hak.
- Pero esto no puede ser la Tierra de hace tanto tiempo -dijo Ponter-. Quiero decir: no es
posible que la civilización que hemos visto no dejara rastros en el archivo arqueológico.

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Como mucho, los gliksins tallaban hachas burdas de piedra, ¿no?
- Sí.
Ponter trató de no parecer histérico.
- Entonces, una vez más, ¿dónde estamos?
Reuben Montego miró asombrado al médico de Urgencias, el doctor Singh.
- ¿Qué quiere decir con eso de que parece un Neanderthal?
- Los rasgos del cráneo no dejan lugar a duda -dijo Singh-. Créame: tengo un título en
craneología.
- ¿Pero cómo puede ser, doctor Singh? Los Neanderthales llevan extintos un millón de años.
- En realidad, sólo unos 27000 años aproximadamente -dijo Singh-, si aceptamos la validez de
algunos hallazgos recientes. Si esos hallazgos resultaran ser falsos, entonces se extinguieron
hace unos 35000 años.
- Pero entonces ¿cómo... ?
- Eso no lo sé. -Singh indicó con la mano las radiografías sujetas al panel iluminado-. Pero el
conjunto de caracteres aquí visibles es inconfundible. Uno o dos podrían darse en cualquier
cráneo de Homo sapiens. ¿Pero todos ellos? Nunca.
- ¿Qué caracteres? -preguntó Reuben.
- El arco ciliar, obviamente -dijo Singh-. Advierta que no se parece a los arcos de los demás
primates: es doblemente arqueado y tiene un surco detrás. La forma en que la cara se estira
hacia adelante. El prognatismo... ¡mire esa mandíbula! La falta de barbilla. El hueco
retromolar.
- Indicó el espacio que quedaba detrás de la última muela-. ¿Y ve esas proyecciones
triangulares de la cavidad nasal? No las posee ningún otro mamífero, mucho menos un
primate. -Dio un golpecito en la parte trasera de la imagen del cráneo-. ¿Y ve esta proyección
redonda de atrás? Se llama el moño occipital. Es claramente Neanderthaloide.
- Me está tomando el pelo -dijo Reuben.
- Eso es algo que yo no haría nunca.
Reuben miró al desconocido, que se había levantado de la silla de ruedas y estaba ahora
contemplando, con asombro, un par de radiografías de cráneos al otro lado de la habitación.
Reuben miró de nuevo la radiografía que tenía delante. Tanto él como Singh estaban fuera de
la sala cuando habían tomado las placas: era posible que, por algún motivo, alguien hubiera
sustituido las imágenes, pero...
Pero aquellas radiografías eran reales, y eran radiografías de una cabeza viva, no de un fósil:
el cartílago nasal y el contorno de la carne eran claramente visibles. Con todo, seguía habiendo
algo muy extraño en la mandíbula inferior. Partes de ella aparecían en un tono gris mucho más
claro en la radiografía, como si estuvieran hechas de material menos denso. Y esas partes eran
lisas, sin ninguna característica especial, como si el material fuera de composición uniforme.
- Es un fraude -dijo Reuben, señalando la anomalía de la mandíbula-. El tipo es un fraude;
quiero decir: se ha hecho la cirugía plástica para parecer un Neanderthal.
Singh escrutó la radiografía.
- Hay trabajo de reconstrucción, sí... pero sólo en la mandíbula. Los rasgos craneales parecen
naturales.
Reuben miró al hombre herido, que todavía estaba mirando las otras radiografías de cráneos
mientras farfullaba para sí. El médico intentó imaginar el cráneo del desconocido bajo su piel.
¿Sería como el que Singh le estaba mostrando?
- Tiene varios dientes postizos -dijo Singh, todavía estudiando la radiografía-. Pero todos están
sujetos a la sección de mandíbula que ha sido reconstruida. En cuanto al resto de los dientes,
parecen naturales, aunque las raíces son taurodóntidas... otra característica Neanderthal.
Reuben se volvió hacia la radiografía.
- No hay cavidades -dijo, ausente.
- Eso es -respondió Singh. Se tomó un momento para calibrar las radiografías-. En cualquier
caso, parece que no hay ningún hematoma subdural, ni fractura craneana. No hay ningún
motivo para ingresarlo en el hospital.

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Reuben miró al desconocido. ¿Quién demonios podía ser? Farfullaba en una lengua extraña, y
había sido sometido a extensas operaciones de reconstrucción. ¿Podría ser miembro de algún
culto extraño? ¿Por eso había irrumpido en el laboratorio de neutrinos? Tenía más o menos
sentido, pero...
Pero Singh tenía razón: a excepción de la restauración maxilar, lo que veían en la radiografía
era un cráneo natural. Reuben Montego cruzó despacio la habitación, atento, como si...
Reuben advirtió poco después lo que estaba haciendo: se estaba acercando al desconocido no
como alguien se acercaría a un ser humano, sino más bien como se acercaría aun animal
salvaje. Y, sin embargo, no había nada incivilizado en sus modales.
El hombre oyó claramente acercarse a Reuben. Desvió su atención de las radiografías que lo
cautivaban y se volvió para mirar al doctor.
Reuben miró al hombre. Había advertido antes que su rostro era extraño. El arco ciliar sobre
cada ojo era obvio. Llevaba el pelo partido exactamente por la mitad, no con la raya a un lado,
y parecía algo natural, no forzado. Y la nariz: la nariz era enorme... pero no era aguileña en lo
más mínimo. De hecho, no se parecía a ninguna otra nariz que Reuben hubiera visto: carecía
por completo de puente.
Reuben alzó lentamente la mano derecha, con los dedos separados, asegurándose de que el
gesto no pareciera amenazador.
- ¿Puedo? -dijo, acercando la mano al rostro del desconocido.
El hombre tal vez no comprendiera las palabras, pero la intención del gesto era obvia.
Inclinó la cabeza hacia delante, invitando al contacto. Reuben pasó los dedos por el arco ciliar,
por la frente, por todo el cráneo de delante hacia atrás, palpando el... ¿cómo lo había llamado
Singh?, el moño occipital de la parte trasera, un duro bulto de hueso bajo la piel. No había
ninguna duda: el cráneo que aparecía en las radiografías pertenecía a esta persona.
- Reuben -dijo el doctor Montego, tocándose el pecho-. Reuben.
Entonces hizo un gesto al desconocido con la palma hacia arriba.
- Ponter -dijo el desconocido, con voz grave y sonora.
Naturalmente, el desconocido podía estar interpretando que «Reuben» era el término que
expresaba el tipo de humanidad a la que pertenecía Montego, y «Ponter» podía ser la palabra
del desconocido para Neanderthal.
Singh se acercó a ellos.
- Naonihal -dijo, revelando lo que significaba la N de su placa-. Me llamo Naonihal.
- Ponter -repitió el desconocido. Otras interpretaciones eran todavía posibles, pensó Reuben,
pero parecía probable que ése fuera el nombre del hombre.
Reuben miró al sij.
- Gracias por su ayuda.
Se volvió entonces hacia Ponter y le indicó que lo siguiera.
- Vamos.
El hombre se acercó a la silla de ruedas.
- No -dijo Reuben-. No, está usted bien.
Le indicó de nuevo que lo siguiera, y el hombre así lo hizo, a pie. Singh recogió las
radiografías, las metió en un sobre grande y salió con ellos, camino de admisión de Urgencias.
Unas puertas de cristal esmerilado bloqueaban el camino. Cuando Singh se plantó en la
alfombrilla de goma ante las puertas, éstas se deslizaron y...
Unos flashes electrónicos los deslumbraron.
- ¿Es éste el tipo que se cargó el ONS? -preguntó una voz masculina.
- ¿Qué cargos va a presentar Inco? -preguntó una femenina.
- ¿Está herido? -preguntó otro hombre.
Reuben tardó unos instantes en digerir la escena. Reconoció a un hombre como corresponsal
de la emisora local de la CBC, y a otro como el periodista especializado en sucesos mineros del
Sudbury Star. No conocía a la otra docena de personas, pero empuñaban micrófonos con los
logos de Global Television, CTV y Newsworld, y las iniciales de las emisoras locales de radio.
Reuben miró a Singh y suspiró, pero suponía que eso era inevitable.
- ¿Cuál es el nombre del sospechoso? -gritó otro periodista.

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- ¿Tiene antecedentes?
Los periodistas siguieron sacando fotos de Ponter, quien no hacía ningún esfuerzo por ocultar
el rostro. En ese momento, entraron dos agentes de la Real Policía Montada del Canadá
enfundados en oscuros uniformes azules.
- ¿Es éste el terrorista?
- ¿Terrorista? -dijo Reuben-. No hay ninguna prueba de que lo sea.
- Usted es el médico de la mina, ¿no? -preguntó uno de los policías.
Reuben asintió.
- Reuben Montego. Pero no creo que este hombre sea un terrorista.
- ¡Pero voló el observatorio de neutrinos! -declaró un periodista.
- El observatorio resultó dañado, sí -dijo Reuben-, y él estaba allí cuando sucedió, pero no creo
que lo pretendiera. Después de todo, estuvo a punto de ahogarse.
- De todas formas -dijo el policía, desmereciendo inmediatamente la opinión que Montego se
había formado de él-, tendrá que venir con nosotros.
Reuben miró a Ponter, a los periodistas, luego a Singh.
- Ya sabe qué sucede en casos como éste -le dijo en voz baja al sij-. Si las autoridades se
llevan a Ponter, nadie lo volverá a ver jamás. Singh asintió lentamente.
- Es de suponer.
Reuben se mordió el labio inferior, pensando. Entonces inspiró profundamente y habló en voz
alta.
- No sé de dónde es -dijo Reuben, rodeando ahora con un brazo los enormes hombros de
Ponter-, y no estoy seguro de cómo llegó aquí, pero el nombre de este hombre es Ponter y...
Reuben se detuvo. Singh lo miró. Reuben sabía que podía dejarlo ahí: sí, ya sabían el nombre
del hombre. No tenía que decir nada más podría callar, y nadie pensaría que estaba loco. Pero
si continuaba... Si continuaba, desataría un infierno.
- ¿Puede deletrearlo? -preguntó un periodista.
Reuben cerró los ojos, haciendo acopio de valor.
- Sólo fonéticamente -dijo, mirando ahora al periodista-. Ponter. Pero el de ustedes que lo
haya anotado más rápido es, estoy seguro, la primera persona en escribir ese nombre en el
alfabeto Inglés.
Hizo de nuevo una pausa, miró una vez más a Singh para darse ánimos, y luego continuó.
- Empezamos a sospechar que este caballero de aquí no es un Homo sapiens sapiens.
Puede que sea... bueno, creo que los antropólogos todavía están discutiendo la nomenclatura
adecuada para esta clase de homínido, ¿no? Parece ser lo que llaman Homo neanderthalensis
u Homo sapiens neanderthalensis... en cualquier caso, al parecer es un Neanderthal.
- ¿Qué? -dijo uno de los periodistas.
Otro simplemente soltó una risotada.
Y un tercero (el especialista en minas del Sudbury Star) hizo una mueca. Reuben sabía que
ese periodista tenía un título en geología; sin duda había seguido un curso o dos de
paleontología como parte de sus estudios.
- ¿Qué le hace decir eso? -preguntó, escéptico.
- He visto radiografías de su cráneo. El doctor Singh, aquí presente, está bastante seguro de
su identificación.
- ¿Qué tiene que ver un Neanderthal con la destrucción del ONS? -preguntó un periodista.
Reuben se encogió de hombros, reconociendo que era una buena pregunta.
- No lo sabemos.
- Tiene que ser un fraude -dijo el periodista especializado en minas-. Tiene que serlo.
- Si lo es, a mí también me han engañado, y al doctor Singh.
- Doctor Singh -inquirió un periodista-, esta... esta persona ¿es un cavernícola?
- Lo siento -dijo Singh-, pero no puedo discutir sobre un paciente excepto con otro médico
implicado en su caso.
Reuben miró a Singh, asombrado.
- Doctor Singh, por favor...
- No -dijo Singh-. Hay reglas...

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Reuben agachó la cabeza un momento, pensando. Luego se volvió hacia Ponter con ojos
suplicantes.
- Es cosa suya -dijo.
Ponter sin duda no entendió las palabras, pero al parecer captó el significado de la situación.
De hecho, a Reuben se le ocurrió que Ponter tendría una buena oportunidad de intentar
escapar, si quería: aunque no era particularmente alto, era más fornido que ninguno de los
policías. Pero los ojos de Ponter no tardaron en volverse hacia Singh, y Reuben advirtió que
Ponter estaba mirando el sobre de papel manila que Singh sujetaba con fuerza.
Ponter se acercó a Singh. Reuben vio que uno de los policías se llevaba la mano a la canana;
evidentemente, supuso que Ponter iba a atacar al médico. Pero Ponter se detuvo, justo delante
de Singh, y extendió una mano carnosa con la palma hacia arriba, en un gesto que trascendía
culturas.
Singh pareció vacilar un segundo, luego le entregó el sobre. No había placa visora iluminada
en la sala, y ya había oscurecido. Pero había una gran ventana por donde entraba la luz de una
farola del aparcamiento. Alzó entonces una de las radiografías y la colocó contra el cristal para
que todo el mundo pudiera verla. Las cámaras la enfocaron inmediatamente, y se sacaron aún
más fotografías. Ponter indicó entonces a Singh que se acercara. El sij así lo hizo, y Reuben lo
siguió. Ponter señaló la radiografía, luego a Singh. Repitió la secuencia dos o tres veces, y
luego abrió y cerró la mano izquierda estirando los dedos, el gesto (al parecer universal) para
«hablar».
El doctor Singh se aclaró la garganta, contempló los rostros que llenaban la sala, y luego se
encogió un poco de hombros.
- Ah... parece que tengo permiso de mi paciente para discutir sobre sus radiografías.
Sacó un bolígrafo del bolsillo del pecho de su bata y lo usó como puntero.
- ¿Ven esta protuberancia redondeada en la base del cráneo? Los paleontólogos la llaman
moño occipital...

Mary Vaughan condujo despacio los diez kilómetros hasta su apartamento en Richmond Hill.
Vivía en Observatory Lane, cerca del Observatorio David Dunlap, antaño (brevemente y hacía
mucho tiempo) hogar del mayor telescopio óptico del mundo, ahora reducido a poco más que
una facultad de enseñanza a causa de las luces de Toronto.
Mary había comprado la casita allí en parte por su seguridad. Mientras recorría el camino de
acceso, el guardia de la garita la saludó, aunque Mary no pudo mirarlo a los ojos... ni a él ni a
nadie. Siguió conduciendo, dejó atrás los cuidados céspedes y los grandes pinos, dio la vuelta
y bajó al aparcamiento subterráneo. Su plaza de aparcamiento estaba a un buen trecho de los
ascensores, pero nunca se sentía insegura al usarla, no importaba lo tarde que fuese. Del
techo colgaban cámaras entre las tuberías y los aspersores que brotaban como narices de
topos curiosos. La observaban cada paso hasta los ascensores, aunque esa noche, esa noche
infernal, deseaba que nadie la viera.
¿Estaba traicionando algo por la manera en que caminaba? ¿Por la rapidez de su paso?
¿Por la cabeza inclinada, por la forma como sujetaba la parte delantera de su chaqueta como si
los botones de algún modo ya no proporcionaran suficiente seguridad, suficiente intimidad?
Intimidad. No, ya no había forma de que pudiera tenerla.
Entró en el vestíbulo del ascensor P2 abriendo primero una puerta y luego la otra ante sí.
Entonces pulsó el único botón de llamada (desde allí sólo se podía ir hacia arriba), y esperó a
que bajara una de las tres cabinas. Normalmente, mientras esperaba miraba los diversos
anuncios colocados por la dirección o por otros residentes. Pero esta vez Mary mantuvo los
ojos clavados en el suelo, en las pulidas losas a cuadros. No había indicadores de las plantas
que mirar por encima de las puertas cerradas, ya que el vestíbulo principal cubría dos pisos, y
aunque el botón de SUBIR se apagaba unos pocos segundos antes de que una de las puertas
se abriera, ella decidió no mirarlo tampoco. Oh, estaba ansiosa por volver a casa, pero

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después de una mirada inicial, no podía soportar mirar la brillante flecha que apuntaba hacia
arriba...
Finalmente, la puerta más lejana de todas se abrió. Mary entró y pulsó el botón de la planta
catorce. La trece, en realidad, pero ese número se consideraba de mala suerte. Por encima del
panel numérico un cristal con un rótulo decía: «QUE TENGA UN BUEN DÍA. DE PARTE
DEL EQUIPO DE DIRECCIÓN.»
El ascensor se puso en marcha. Cuando se detuvo, la puerta se descorrió y Mary recorrió el
pasillo (recientemente alfombrado por orden de la misma dirección en un horrible tono sopa de
tomate) hasta la puerta de su apartamento. Rebuscó las llaves en su bolso, las encontró, las
sacó y...
Y se las quedó mirando, los ojos inundados de lágrimas, la visión borrosa, el corazón
redoblando de nuevo.
Tenía un llaverito, de cuyo extremo, un regalo de hacía años de su siempre práctica suegra de
entonces, colgaba un silbato amarillo contra violaciones.
Nunca había tenido ocasión de utilizarlo... no hasta que fue demasiado tarde. Oh, podría
haberlo tocado después del ataque, pero...
... Pero la violación es un crimen violento, y había sobrevivido. Le habían puesto un cuchillo en
la garganta, se lo habían apretado contra la mejilla, y sin embargo no la habían cortado, no la
habían desfigurado. Pero si hubiera hecho sonar la alarma, él podría haber vuelto, podría
haberla matado.
Se oyó un suave pitido: había llegado otro ascensor. Uno de sus vecinos estaría en el pasillo
dentro de un segundo. Mary metió la llave en la cerradura, el silbato colgando, y entró
rápidamente en su oscuro apartamento.
Pulsó el interruptor, las luces se encendieron, se dio la vuelta y cerró la puerta, apoyándose en
la palanca que hacía que el cerrojo encajara en su sitio.
Mary se quitó los zapatos y cruzó el salón, con sus paredes color melocotón, haciendo caso
omiso del ojo rojo del contestador automático, que le hacía guiños. Entró en el dormitorio y se
quitó la ropa, ropa que sabía que tiraría, ropa que nunca podría volver a ponerse, ropa que
nunca quedaría limpia no importaba cuántas veces la lavara. Entró luego en el cuarto de baño
adosado, pero no encendió la luz; se las apañó con la iluminación que llegaba de las lámparas
Tiffany de sus mesillas de noche. Se metió en la ducha y, en la semioscuridad, se frotó y frotó
y frotó hasta que sintió la piel enrojecida, y entonces sacó su grueso pijama de franela (el que
guardaba para las noches de invierno más frías, el que la abrigaba más) y se lo puso, y se
metió en la cama, abrazándose y tiritando y llorando un poco más y por fin, por fin, después
de horas de llorar, se sumergió en un sueño inquieto salpicado de imágenes donde la
perseguían y luchaba y la cortaban con cuchillos.

•••

Reuben Montego nunca había visto a su jefe, el presidente de Inco, y la verdad es que le
sorprendió que tuviera un número en la guía. Con considerable nerviosismo, lo llamó.
Reuben estaba orgulloso de su empresa. Inco había empezado, como tantas compañías
canadienses, como subsidiaria de una firma estadounidense: en 1916, fue creada como filial
canadiense de la International Nickel Company, una empresa minera de Nueva Jersey. Pero
doce años más tarde, en 1928, la filial canadiense se convirtió en sede de la compañía por
medio de un intercambio de acciones.
Las principales operaciones mineras de Inco se desarrollaban en y alrededor del cráter del
meteorito de Subdury, donde hacía dieciocho mil años un asteroide de entre uno y tres
kilómetros de diámetro había chocado contra el suelo a quince kilómetros por segundo.
El capital de Inco subía y bajaba dependiendo de la demanda mundial de níquel; la compañía
proporcionaba un tercio del suministro en todo el mundo. Pero Inco se esforzaba siempre por
ser una empresa cívica, así que cuando Herbert Chen, de la Universidad de California, propuso
en 1984 que la profundidad de la mina Creighton de Inco, su baja radiactividad natural y la
disponibilidad de grandes cantidades de agua pesada almacenadas para ser usadas en los

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reactores CANDU canadienses convertían a Sudbury en el emplazamiento ideal para el detector
de neutrinos más avanzado del mundo, Inco accedió con entusiasmo a ceder el lugar gratis y a
hacer las excavaciones adicionales para la cámara de detección de diez pisos y el pozo de mil
doscientos metros que conducía hasta ella sin coste alguno.
Y aunque el Observatorio de Neutrinos de Sudbury era un proyecto conjunto de cinco
universidades canadienses, dos estadounidenses, Oxford, Los Álamos, Lawrence Berkeley y
Brookhaven National Laboratories, cualquier cargo de intrusión contra ese Neanderthal, ese
Ponter, tendría que ser presentado por el propietario del terreno. Y ese era Inco.
- Hola, señor -dijo Reuben, cuando el presidente respondió al teléfono-. Por favor, discúlpeme
por molestarlo en casa. Soy Reuben Montego, el doctor de...
- Sé quién es usted -dijo la voz grave y cultivada.
Eso halagó a Reuben, pero continuó.
- Señor, quisiera que llamara usted a la policía y dijera que Inco no va a presentar ningún
cargo contra el hombre que encontramos dentro del Observatorio de Neutrinos de Sudbury.
- Le escucho.
- He conseguido convencer al hospital para que no le dé el alta a ese hombre. Una ingestión
masiva de agua pesada puede ser fatal. Según el protocolo de Seguridad, trastorna la presión
osmótica de las paredes celulares. Ese hombre no puede haber tragado lo suficiente para sufrir
verdaderos daños, pero estamos utilizando eso como pretexto para impedir que le den el alta.
De lo contrario, estaría en la trena ahora mismo.
- «La trena» -repitió el presidente, divertido.
Reuben se sintió aún más cohibido.
- De todas formas, como decía, creo que no debería estar en la cárcel.
- Dígame por qué -dijo la voz.
Y Reuben lo hizo.
El presidente de Inco era un hombre decidido.
- Haré esa llamada -dijo.
Ponter estaba tendido en una... bueno, era una cama, suponía, pero no era un hueco para
estar a ras de suelo, sino que estaba elevada y sostenida por un armazón de metal de feo
aspecto. Y la almohada era una bolsa amorfa rellena de... no estaba seguro de qué, pero
desde luego no eran piñones secos, como su almohada de casa.
El hombre calvo (Ponter había visto pelusa en su oscuro cuero cabelludo, así que la calvicie
debía de ser una afección, no un estado congénito) había salido de la habitación.
Ponter entrelazó los dedos tras la cabeza, dando un apoyo más firme a su cráneo. No era
molesto para Hak. Los escáneres de su Acompañante lo percibían todo dentro de un radio de
un par de pasos: sólo tenía que descubrir su lente direccional cuando miraba un objeto que
quedaba fuera de su alcance.
- Es claramente de noche -dijo Ponter, al aire.
- Sí -contestó Hak. Ponter sintió los implantes en el caracol de su oído vibrar levemente
mientras su cabeza se apoyaba contra sus brazos.
- Pero fuera no está oscuro. Hay una ventana en esta habitación, pero parece que han
inundado el exterior con luz artificial.
- Me pregunto por qué -dijo Hak.
Ponter se levantó (qué extraño tener que pasar los pies por encima de la cama para
levantarse) y se asomó a la ventana. Había demasiada claridad para ver las estrellas, pero...
- Está allí -dijo Ponter, colocando la muñeca contra el cristal para que Hak pudiera ver.
- Es la Luna de la Tierra, sí -dijo Hak-. Y su fase, un ligero menguante, es exactamente la
adecuada para la fecha de hoy, 148/103/24.
Ponter sacudió la cabeza y regresó a la extraña cama elevada. Se sentó en el borde; era
incómodo hacerlo, pues no tenía respaldo trasero. Se tocó entonces la sien que el hombre de
la cabeza envuelta le había vendado. Ponter se preguntó si los vendajes de aquel hombre se
debían a que tenía una herida en la cabeza.
- Me lastimé la cabeza -dijo Ponter, al aire.

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- Sí -respondió Hak-, pero ya viste las profundo vistas que te sacaron. No había ningún daño
serio.
- Pero estuve a punto de ahogarme, también.
- Eso es verdad.
- Así que... así que tal vez mi cerebro resultó herido. Anoxia y todo eso...
- ¿Crees que estás alucinando? -preguntó Hak.
- Bueno -dijo Ponter, alzando el brazo derecho, e indicando con un gesto la extraña habitación
que lo rodeaba-, ¿cómo si no explicar todo esto?
Hak guardó silencio un momento.
- Si estás alucinando -dijo la Acompañante- entonces si yo te digo que no lo estás podría ser
parte de esa alucinación. Así que en realidad no tiene sentido que intente convencerte de lo
contrario, ¿no?
Ponter se tumbó en la cama y contempló el techo, que carecía de relojes y obras de arte.
- Deberías intentar dormir un poco -dijo Hak-. Tal vez las cosas tengan más sentido por la
mañana.
Ponter asintió levemente.
- Ruido blanco -dijo.
Hak obedeció, reproduciendo un suave siseo tranquilizador a través de los implantes del
caracol, pero a Ponter le pareció que pasaba mucho tiempo antes de quedarse dormido.

9 Segundo Día Sábado, 3 De Agosto (148/103/25)

Adikor Huld no soportaba estar en casa. Todo en ella le recordaba al pobre, desaparecido
Ponter. La silla favorita de Ponter, su bloque de datos, las esculturas que Ponter había
seleccionado... todo. Por eso había salido, para sentarse en el patio y contemplar tristemente
el paisaje. Pabo salió también y miró a Adikor un rato; Rabo era la perra de Ponter: la tenía
desde mucho antes de que Adikor y Ponter empezaran a vivir juntos. Adikor la conservaría,
aunque sólo fuera para que la casa no estuviera tan solitaria. Pabo regresó al interior. Adikor
sabía que iba a la puerta delantera para ver si Ponter regresaba. Llevaba moviéndose de un
lado a otro, asomándose a ambas puertas, desde que Adikor había vuelto a casa el día
anterior. Adikor nunca había vuelto del trabajo sin Ponter hasta entonces; la pobre Pabo
estaba desconcertada y muy triste sin duda.
Adikor estaba también profundamente triste. Se había pasado llorando casi toda la mañana.
No gimoteaba, ni sollozaba: sólo lloraba, a veces incluso sin darse cuenta él mismo hasta que
una gruesa lágrima le caía en el brazo o en la mano.
Los equipos de rescate habían registrado exhaustivamente la mina pero no habían encontrado
ningún rastro de Ponter. Habían usado equipo portátil para localizar a su Acompañante, pero
no habían conseguido detectar sus transmisiones. Perros y humanos habían recorrido túnel
tras túnel, intentando captar el olor de un hombre que podría estar inconsciente, oculto a la
vista.
Pero no había nada. Ponter había desaparecido total y absolutamente, sin dejar rastro.
Adikor cambió de postura. La silla que ocupaba estaba hecha de tablas de pino, con un
respaldo que sobresalía y amplios y planos reposabrazos donde podía sostenerse fácilmente un
tubo de bebida. No había ninguna duda de que la silla era útil. Su fabricante (Adikor había
olvidado el nombre de la mujer, pero estaba marcado en el respaldo) sin duda consideraba que
había contribuido suficientemente a la sociedad. Los muebles eran necesarios; Adikor tenía
una mesa y dos armaritos hechos por la misma carpintera.
Pero ¿cuál sería la contribución de Adikor, ahora que Ponter ya no estaba? Ponter era el
brillante de la pareja; Adikor reconocía eso y lo aceptaba. Pero ¿cómo contribuiría él ahora, sin
Ponter, el querido, querido Ponter?
El trabajo de cálculo cuántico se había acabado, por lo que a Adikor se refería. Sin Ponter, no
continuaría. Otros (había un grupo femenino al otro lado del océano, en Evsoy, y otro
masculino en la costa Oeste de aquel continente) continuarían trabajando en líneas paralelas.

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Les deseaba suerte, suponía, pero aunque leería sus informes con interés, una parte de sí
siempre lamentaría que no fueran Ponter y él los que hicieran los descubrimientos.
Álamos y abedules formaban un frondoso dosel alrededor del patio y los lirios blancos florecían
al pie musgoso de los árboles. Una ardilla pasó correteando y Adikor oyó a un pájaro
carpintero picoteando un tronco. Inspiró profundamente, inhalando pólenes y los olores de
hojas y suelo.
Se oyó algo moviéndose; de vez en cuando, un animal grande se acercaba a la casa durante el
día y...
De repente, Pabo salió corriendo por la puerta trasera. También ella había detectado la
llegada. Adikor hinchó las aletas de la nariz. Era una persona (un hombre) quien venía.
¿Podría ser... ?
Pabo dejó escapar un gemido lastimero. El hombre apareció a la vista. No era Ponter.
Por supuesto que no.
A Adikor le dolía la cabeza. Pabo regresó a la casa, a la puerta delantera, para continuar su
vigilia.
- Día sano -le dijo Adikor al hombre que llegaba. No era nadie a quien hubiera visto antes: un
tipo rechoncho, de pelo rojizo. Llevaba una camisa suelta azul oscuro y un pantalón gris.
- ¿Se llama usted Adikor Huld, y reside aquí, en el Borde de Saldak?
- Sí a lo primero -dijo Adikor-, y obviamente a lo segundo.
El hombre alzó el brazo izquierdo, apuntando a Adikor con el interior de su muñeca.
Quería transferir algo al Acompañante de Adikor, sin duda.
Adikor asintió y sacó una clavija de control de su Acompañante. Vio cómo la pantallita de su
unidad destellaba al recibir datos. Esperaba que fuese una carta de presentación: quizás era
un pariente que visitaba la zona, o tal vez un mercader buscando trabajo, transfiriendo sus
credenciales. Adikor podría borrar la información fácilmente si no era de interés.
- Adikor Huld -dijo el hombre-, es mi deber informarle que Daklar Bolbay, actuando como
tabant de las menores Jasmel Ket y Megameg Bek, le acusa del asesinato del padre de éstas,
Ponter Boddit.
- ¿Qué? -dijo Adikor, alzando la cabeza-. Está usted bromeando.
- No, no bromeo.
- Pero Daklar es... era la mujercompañera de Klast. Me conoce desde hace años.
- Da lo mismo -dijo el hombre-. Por favor, muéstreme su muñeca para que pueda confirmar
que se han transferido los documentos apropiados.
Adikor, aturdido, así lo hizo. El hombre simplemente miró la pantalla (decía «BOLBAY ACUSA A
HULD, TRANSFERENCIA COMPLETA»), y luego miró de nuevo a Adikor.
- Habrá un dooslarm basadlarm -(una antigua fórmula que significaba literalmente «preguntar
pequeño antes de preguntar grande»)-, para determinar si debe usted enfrentarse a un
tribunal completo por este crimen.
- ¡No ha habido ningún crimen! -dijo Adikor, la furia creciendo en su interior-. Ponter ha
desaparecido. Puede que esté muerto, eso lo reconozco, pero si es así, fue un accidente.
El hombre lo ignoró.
- Puede elegir libremente a cualquier persona para que hable en su favor. El dooslarm
basadlarm ha sido fijado para mañana por la mañana.
- ¡Mañana! -Adikor sintió que cerraba los puños-. ¡Eso es ridículo!
- La justicia pospuesta no es justicia en absoluto -dijo el hombre mientras se marchaba.

10

Mary necesitaba café. Se levantó de la cama, fue a la cocina y puso la cafetera en marcha.
Luego entró en el salón y pulsó el botón de reproducción de su contestador automático, un
viejo y fiel Panasonic que emitía fuertes chasquidos cuando arrancaba y terminaba de
rebobinar su cinta.
- Cuatro mensajes nuevos -anunció la voz masculina, fría y carente de emoción, y entonces el
aparato empezó a reproducirlos.

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- Qué tal, hermanita, soy Christine. Tengo que contarte lo de este tipo nuevo con el que estoy
saliendo... lo conocí en el trabajo. Sí, lo sé, lo sé, siempre dices que no me líe con nadie de la
oficina, pero de verdad, es tan guapo y tan simpático, y tan gracioso. ¡Te lo juro por Dios,
hermanita, es un verdadero hallazgo!
Un verdadero hallazgo, pensó Mary. Santo cielo, otro verdadero hallazgo.
La voz mecánica de nuevo:
- Viernes, 9:04 p.m.
Eso era poco más de las seis en Sacramento. Christine debía de haber llamado en cuanto
volvió a casa de la oficina.
- Hola, Mary, soy Rose. Hace siglos que no te veo. Vamos a almorzar juntas, ¿eh? ¿Tienen un
Blueberry Hill en York? Me acercaré e iremos... cerraron el que tengo cerca. De todas formas,
supongo que ahora estás fuera... espero que te lo estés pasando genial, sea lo que sea que
estés haciendo. Dame un toque.
La voz de la máquina:
- Viernes, 9:33 p.m.
Dios, pensó Mary. Santo Dios. Eso debió de ser exactamente cuando... cuando...
Cerró los ojos.
Y entonces se reprodujo el siguiente mensaje.
- ¿Profesora Vaughan? -dijo una voz con acento jamaicano-. ¿Es el domicilio de la profesora
Mary Vaughan, la genetista? Lo siento si no lo es... y odio tener que llamar tan tarde. Lo
intenté en el campus de York, por si todavía estaba usted allí, pero se puso el contestador.
Hice que información telefónica me diera los números de todas las M. Vaughan de Richmond
Hill... hay un artículo en la red sobre usted que dice que es ahí donde vive.
El mensaje contestador de Mary sólo decía «Soy Mary», pero quien llamaba presumiblemente
se había contentado con eso.
- De todas formas... Dios, espero que no se me corte aquí... mire, me llamo Reuben Montego,
soy médico, trabajo en la mina Creighton de Inco, en Sudbury. No sé si habrá visto ya las
noticias, pero hemos encontrado un...
Hizo una pausa, y Mary se preguntó por qué. Hasta ahora había estado farfullando.
- Bueno, mire, si no ha visto las noticias, digamos que hemos encontrado lo que creemos que
es un espécimen de Neanderthal en, ah, un estado notable.
Mary sacudió la cabeza. No había ningún fósil de Neanderthales en América del Norte.
El tipo debía de haber encontrado los restos de algún viejo canadiense nativo...
- Hice una búsqueda en la red con «Neanderthal» y «ADN», y su nombre no dejaba de
aparecer. ¿Puede... ?
Bip. El tipo había sobrepasado el tiempo máximo de grabación de los mensajes.
Viernes, 10:20 p.m. informó la voz robótica.
- Maldición, odio estas cosas -dijo el doctor Montego, cobrando otra vez vida-. Mire, lo que iba
a decir es que nos gustaría que autentificara usted lo que tenemos aquí. Llámeme... en
cualquier momento del día o de la noche, a mi móvil en...
Mary no tenía tiempo para eso. Ni ese día ni ningún otro por el momento. Además, los
Neanderthales no eran su único interés; si se trataba de un hueso de nativo antiguo bien
conservado, eso sería intrigante, pero la conservación tendría que ser verdaderamente notable
para que el ADN no se hubiera deteriorado y...
Sudbury. Eso estaba en la zona septentrional de Ontario. ¿Podrían haber... ?
Eso sería fabuloso. Otro hombre helado, petrificado, tal vez encontrado en las profundidades
de una mina.
Pero, por Dios, ella no quería pensar en eso ahora mismo. No quería pensar en nada.
Mary regresó a la cocina y llenó un tazón del café ya preparado al que añadió un poco de
batido de chocolate de un cartón de medio litro; no conocía a nadie más que hiciera eso, y
había renunciado a intentar que se lo sirvieran en los restaurantes. Volvió luego al salón y
puso la tele, un aparato de catorce pulgadas que normalmente no usaba mucho: prefería
entretenerse con una novela de John Grisham, o, de vez en cuando, un romance de Harlequin,
cuando volvía a casa por las noches.

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Usó el mando a distancia para sintonizar CablePulse 24, un canal permanente de noticias que
dedicaba sólo parte de su pantalla a los noticiarios: la parte derecha mostraba información
meteorológica y financiera, y la inferior los titulares de The National Post. Mary quería ver cuál
sería la temperatura ese día, y si iba a llover, a ver si desaparecía parte de la horrible
humedad del aire, y...
- ... la destrucción del Observatorio de Neutrinos de Sudbury -decía la Mujer Mofeta; Mary
nunca recordaba su nombre, pero tenía una incongruente veta blanca en el pelo oscuro-. Se
conocen pocos detalles, pero las instalaciones, situadas a más de dos kilómetros de
profundidad, al parecer sufrieron un grave accidente alrededor de las 3:30 de la tarde. No se
produjeron víctimas, pero el laboratorio de 73 millones de dólares está de momento
clausurado. El detector, que apareció en todos los titulares el año pasado al resolver el llamado
Problema de Neutrinos Solares, sondea los misterios del universo. Se inauguró con gran boato
en 1998, con la visita del famoso físico Stephen Hawking. -Aparecieron imágenes de archivo
de Hawking en su silla de ruedas recorriendo un pozo minero para acompañar el plano de la
Mujer Mofeta-. Y hablando de misterios, un hospital de Sudbury sostiene que se halló un
Neanderthal vivo dentro de la mina. Tenemos conexión con Don Wright. ¿Don?
Mary se quedó mirando, absolutamente asombrada, mientras un periodista nativo canadiense
daba un breve informe. El tipo que mostraban en pantalla tenía en efecto arcos ciliares y...
Dios, el cráneo, visto fugazmente en una radiografía que alguien alzaba contra una ventana...
Parecía Neanderthal, pero...
Pero ¿cómo podía ser? ¿Cómo era posible? Por el amor de Dios, estaba claro que el tipo no era
un salvaje, y llevaba un corte de pelo curioso. Mary veía a menudo CanalPulse 24; sabía que
no desdeñaban emitir de vez en cuando reportajes que eran poco más que anuncios poco
disimulados de películas, pero...
Pero Mary estaba suscrita a una lista de correos sobre homínidos; había suficientes temas
aburridos allí para que fuera imposible que se le hubiera pasado por alto si alguien fuera a
hacer una película sobre los Neanderthal en Ontario... Sudbury... Ella nunca había estado en
Sudbury y...
Y, Cristo, sí, le haría bien marcharse una temporada. Pulsó el botón de memoria de llamadas
de su contestador. El primero en aparecer fue un número con el código 705. Pulsó el botón de
llamada y se acomodó en su asiento de Morticia, una silla de mimbre de alto respaldo que era
su favorita. Después de tres llamadas, la voz que ella ya había escuchado contestó:
- Montego.
- Doctor Montego, soy Mary Vaughan.
- ¡Profesora Vaughan! Gracias por llamar. Tenemos...
- Doctor Montego, mire... no tiene ni idea de lo... de lo ocupada que estoy ahora mismo.
Si se trata de una broma o...
- No es ninguna broma, profesora, pero no queremos llevar a Ponter a ninguna parte todavía.
¿Puede venir usted a Sudbury?
- ¿Están absolutamente seguros de tener algo real?
- No lo sé; eso es lo que queremos que nos diga usted. Mire, también estamos intentando
contactar con Norman Thierry, de la UCLA, pero allí todavía ni siquiera son las ocho de la
mañana y...
Jesús, ella no quería a Thierry metido en eso. Si era cierto (aunque, Dios, ¿cómo podría
serlo?), sería una absoluta bomba.
- ¿Para qué me quieren allí? -preguntó Mary.
- Quiero que tome usted directamente las muestras de ADN. Quiero que no haya ninguna duda
sobre su autenticidad ni sobre su procedencia.
- Hacen falta... Dios, no sé, tal vez cuatro horas de carretera para llegar a Sudbury desde aquí.
- No se preocupe por eso -dijo Montego-. Tenemos preparado un avión de la corporación en
Pearson desde anoche, por si llamaba usted. Tome un taxi al aeropuerto y podemos tenerla
aquí antes de mediodía. No se preocupe; Inco le reembolsará todos los gastos.
Mary miró su apartamento, con sus estanterías blancas y sus muebles de mimbre, su colección
de figuritas Royal Doulton, las láminas enmarcadas de Renoir. Podía pasarse por la Universidad

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de York para recoger el material adecuado, pero... No. No quería volver allí. Todavía no... tal
vez en Septiembre, cuando tuviera que volver a dar clases.
Pero necesitaría el material. Y ahora era de día. Podía dejar el coche en el Aparcamiento DD,
acercarse al Edificio Farquharson desde una dirección completamente distinta, sin pasar por
donde...
Donde...
Cerró los ojos.
- Tendré que pasarme por York para recoger algunas cosas, pero... sí, muy bien, lo haré.

11

Faltaban veinticuatro días para el siguiente Dos Que Se Convierten En Uno, esos fabulosos
cuatro días de vacaciones que Adikor Huld anhelaba tanto cada mes. Pero, a pesar de que
sería lo adecuado, desde luego no podía aguardar hasta entonces para hablar con la persona
que esperaba que hablara en su favor en el dooslarm basadlarm. Podría haberla llamado con
comunicación de voz, pero se perdía mucho cuando se intercambiaban sólo palabras, sin
gestos o feromonas. No, esto iba a ser muy delicado: sin duda merecía un viaje al Centro.
Adikor usó su Acompañante para pedir un cubo de viaje y un conductor. La comunidad tenía
más de tres mil coches; no tendría que esperar mucho a que uno viniera a recogerlo.
Su Acompañante le habló:
- Sabes que es Últimos Cinco, ¿no?
¡Cartílagos! Se le había olvidado. El efecto estaría en pleno apogeo. Sólo había ido dos veces
antes al Centro durante Últimos Cinco; conocía a hombres que no lo habían hecho nunca, y de
los que se había burlado diciéndoles que había escapado con vida por los pelos.
Pese a todo, probablemente era una buena precaución meterse de nuevo en la piscina antes
de ir, para reducir sus propias feromonas. Fue e hizo precisamente eso.
Una vez terminado el baño, se secó con un cordón y se vistió con una camisa marrón oscuro y
un pantalón marrón claro. En cuanto terminó, el cubo de viaje se posó ante la casa.
Pabo, todavía buscando a Ponter, salió corriendo a ver quién había llegado. Adikor salió más
despacio.
El cubo era la última versión, casi transparente por completo, con motores de efecto suelo
debajo y asientos en cada esquina, una de las cuales ocupaba el conductor. Adikor subió y se
sentó en el asiento acolchado, junto a éste.
- ¿Va al Centro? -preguntó el conductor, un 143 con una tira calva que le corría por la cabeza,
donde se había ensanchado.
- Sí.
- ¿Sabe que es Últimos Cinco?
- Lo sé.
El conductor se echó a reír.
- Bueno, no le estaré esperando.
- Lo sé -dijo Adikor-. Vamos.
El conductor asintió y operó los controles. El cubo tenía un buen anulador de sonido: Adikor
apenas oía los ventiladores. Se preparó para el viaje. Pasaron junto a otro par de cubos,
ambos con pasajeros masculinos. Adikor pensó que los conductores probablemente se
consideraban muy útiles: él no había manejado nunca un cubo de viaje, pero tal vez ese
trabajo le gustaría...
- ¿Cuál es su contribución? -preguntó el conductor en tono tranquilo, para trabar conversación.
Adikor siguió mirando el panorama a través de las paredes del cubo.
- Soy físico.
- ¿Aquí? -dijo el conductor, parecía incrédulo.
- Tenemos unas instalaciones en una de las minas.
- Ah, sí -repuso el conductor-. He oído hablar de eso. Ordenadores modernos, ¿verdad?
Un ganso volaba sobre ellos, su cara blanca resaltaba contra su cuello y su cabeza negros.
Adikor lo siguió con la mirada.

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- Sí.
- ¿Cómo va?
Ser acusado de un crimen cambiaba tu perspectiva de todo, advirtió Adikor. En circunstancias
normales hubiese dicho «bien», en vez de contar toda la lamentable historia.
Pero incluso el conductor podía ser llamado a declarar en algún momento: «Sí, adjudicador,
conduje al sabio Huld, y cuando le pregunté cómo iban las cosas en sus instalaciones, dijo:
"Bien." Ponter Boddit estaba muerto, pero no mostraba ningún tipo de remordimiento.»
Adikor inspiró profundamente, y luego midió sus palabras con cuidado.
- Hubo un accidente ayer. Mi compañero murió.
- Oh -dijo el conductor-. Lamento oír eso.
El paisaje era yermo en ese punto: antiguos macizos de granito y matorrales bajos.
- Yo también -dijo Adikor.
Continuaron en silencio. No había manera de que pudieran declararlo culpable de asesinato;
sin duda el adjudicador diría que si no había cadáver, no había ninguna prueba de que Ponter
estaba muerto, mucho menos de que hubiera sido víctima de un crimen.
Pero si...
Si lo condenaban por asesino, entonces...
¿Entonces qué? Sin duda lo despojarían de sus propiedades y se lo darían todo a la mujer-
compañera de Ponter y sus hijos, pero... pero no, no, Klast llevaba ya muerta veinte meses.
Pero, aparte de quitarle sus propiedades, ¿qué más?
Seguro... seguro que eso no.
Y sin embargo, para un asesinato, ¿qué otra pena podían imponerle? Parecía inhumano, pero
había sido invocado cada vez que era necesario desde la primera generación.
Sin duda se estaba preocupando por nada. Daklar Bolbay se sentía desconsolada, sin duda,
por la pérdida de Ponter... pues Ponter había sido el hombrecompañero de la propia mujer-
compañera de Daklar; ambos habían estado unidos a Klast, y su muerte debía de haber
golpeado a Bolbay tanto como a Ponter. ¡Y ahora ella había perdido también a Ponter! Sí,
Adikor comprendía que su estado mental estuviera temporalmente desequilibrado por esta
doble pérdida. Sin duda al cabo de un día o dos Bolbay recobraría la sensatez, retiraría la
acusación y le ofrecería una disculpa.
Y Adikor aceptaría graciosamente la disculpa, ¿qué otra cosa podía hacer?
Pero ¿y si no retiraba los cargos? ¿Y si Adikor tenía que seguir con todo aquel absurdo hasta
un tribunal? ¿Entonces qué? Bueno, tendría que...
El conductor sacó a Adikor de su ensimismamiento:
- Casi hemos llegado al Centro. ¿Tiene una dirección exacta?
- Lado Norte, plaza Milbon.
Adikor vio que el conductor subía y bajaba la cabeza expresando su reconocimiento.
En efecto, se estaban acercando al Centro: las tierras despejadas daban paso a macizos de
álamos y abedules, y a bloques de edificios de árboles cultivados y ladrillo gris. Era casi
mediodía y las nubes habían desaparecido.
Mientras continuaban, Adikor vio la primera, y luego otra, y después varias más, caminando:
las criaturas más hermosas del mundo.
Una de una pareja vio el cubo de viaje y señaló a Adikor. No era tan extraño que un hombre
visitara el Centro en un momento u otro aparte de los cuatro días durante los que Dos se
convertían en Uno, pero sí era notable en Últimos Cinco, a final de mes.
Adikor trató de ignorar las miradas de las mujeres mientras el conductor continuaba su viaje.
No, pensó. No, no podían declararlo culpable. ¡No había ningún cadáver!
Y sin embargo, si lo hacían...
Adikor se agitó en su asiento mientras el cubo continuaba volando. Notó que el escroto se le
contraía, como si sus contenidos quisieran escalar por dentro de su torso, para alejarse del
peligro.

12

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Reuben Montego estaba encantado de que Mary Vaughan acudiera desde Toronto. Una parte
de él esperaba que pudiera demostrar genéticamente que Ponter no era un Neanderthal, que
demostrara que era una simple variedad de ser humano. Eso devolvería cierta racionalidad a la
situación. Después de una noche de sueños inquietos, para Reuben era más fácil aferrarse a la
idea de que algún chalado se había hecho alterar para parecer un Neanderthal que aceptar que
fuera uno de verdad. Tal vez Ponter era en efecto miembro de algún culto extraño, como
Reuben había pensado al principio. Si hubiera llevado una serie de cascos apretados mientras
crecía, cada uno esculpido en forma de cabeza de Neanderthal, su cráneo podría haber
desarrollado esa forma. Y, en algún momento, obviamente, se había sometido a cirugía
submaxilar para dar a su mandíbula inferior ese aspecto prehistórico...
Sí, podría haber sucedido así, pensó Reuben.
No tenía sentido ir directamente al aeropuerto de Sudbury; todavía faltaban un par de horas
para que llegara la profesora Vaughan. Reuben se dirigió al centro de salud St. Joseph's para
ver cómo se encontraba Ponter.
Lo primero que advirtió cuando entró en la habitación del hospital fueron los oscuros
semicírculos bajo los ojos de Ponter. Reuben se alegró de no mostrar él mismo casi nunca tal
signo de fatiga. Sus padres, allá en Kingston (la de Jamaica, no de Ontario, aunque había
vivido una temporada allí también) nunca tenían modo de saber cuándo se había quedado
despierto la mitad de la noche leyendo cómics.
Tal vez, pensó Reuben, el doctor Singh debería haberle recetado un sedante a Ponter.
Aunque fuera de verdad un Neanderthal, casi con toda certeza todo lo que funcionara en un
humano corriente sería efectivo también con él. Pero claro, si la responsabilidad hubiera sido
suya, Reuben también se habría pasado de cauto.
En cualquier caso, ahora Ponter estaba sentado en la cama tomando un desayuno tardío que le
había traído una enfermera. Se había quedado mirando la bandeja un rato después de su
llegada, como si faltara algo. Finalmente envolvió la mano derecha en la servilleta de lino
blanco, y estaba usando esa mano cubierta para comer con ella, cogiendo tiras de bacón una a
una. Sólo usó los cubiertos para los huevos revueltos, aunque empleó la cuchara en vez del
tenedor.
Ponter apartó la tostada después de olisquearla. También rechazó el contenido de la cajita de
copos de cereales Kellogg's, aunque pareció disfrutar de las perforaciones que permitían
transformar la caja en un cuenco. Después de un sorbo tentativo, apuró la tacita de plástico de
zumo de naranja de un solo trago, pero no quiso saber nada del café ni del cartón de 250
mililitros de leche semidesnatada.
Reuben se metió en el cuarto de baño para llevarle a Ponter un vaso de agua... y se detuvo en
seco.
Ponter era de alguna otra parte. Tenía que serlo. Oh, era bastante corriente que una persona
se olvidara de vaciar la cisterna, pero...
Pero Ponter no sólo no había tirado de la cadena: se había limpiado con la larga y fina tira de
«Esterilizado para su protección» en vez de con el papel higiénico. Nadie de ninguna parte del
mundo civilizado podría cometer ese error. Y Ponter pertenecía sin duda a una cultura
tecnológica, con aquel intrigante implante que tenía en la parte interior de la muñeca
izquierda.
Bueno, pensó Reuben, la mejor forma de descubrir cosas sobre ese hombre era hablar con él.
Estaba claro que no sabía, o no quería, hablar Inglés, pero, como solía decir la vieja abuela de
Reuben, hay entre nueve y sesenta maneras de despellejar un gato.
- Ponter -dijo Reuben, usando la única palabra que el otro había pronunciado anoche.
El hombre guardó un prolongado silencio durante un largo instante, y ladeó levemente la
cabeza. Luego asintió, como si reconociera a alguien aparte de Reuben.
- Reuben -dijo.
Reuben sonrió.
- Eso es. Mi nombre es Reuben. -Habló despacio-. Y su nombre es Ponter.
Ponter, ka.
Reuben señaló el implante que Ponter tenía en la muñeca izquierda.-¿Qué es eso? -dijo.

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Ponter alzó el brazo.
- Pasalab -dijo. Lo repitió despacio, sílaba a sílaba, al parecer comprendiendo que había
comenzado una lección de lenguaje-. Pasalab.
Reuben advirtió el error cometido; no había ninguna palabra inglesa equivalente que
intercambiar. Oh, tal vez «implante», pero parecía un término demasiado genérico. Decidió
probar con algo diferente. Alzó un dedo.
- Uno -dijo.
- Kolb -dijo Ponter.
Hizo el signo de la paz.
- Dos.
- Dak.
El honor de los scouts.
- Tres.
- Narb.
Cuatro dedos.
- Cuatro.
- Dost.
Una mano completa, los dedos separados.
- Cinco.
- Alm.
Reuben continuó, añadiendo cada vez un dedo de su mano izquierda hasta completar las cifras
del uno al diez. Después intentó alternar los números, sin seguir ninguna secuencia, para ver
si Ponter daba siempre la misma palabra por respuesta o si se lo estaba inventando todo sobre
la marcha. Por lo que Reuben podía decir (tenía problemas para seguir la pista de aquellas
extrañas palabras) Ponter no se equivocó ni una sola vez. No era sólo un truco: parecía un
verdadero lenguaje.
A continuación, Reuben indicó partes de su propio cuerpo. Se señaló con un dedo índice la
cabeza afeitada.
- Cabeza -dijo.
Ponter señaló su propia cabeza.
- Kadun -dijo.
A continuación, Reuben se indicó el ojo izquierdo.
- Ojo.
Y entonces Ponter hizo algo sorprendente. Alzó la mano derecha, la palma hacia afuera, como
pidiéndole a Reuben que esperara un momento, y empezó a hablar rápidamente en su propio
lenguaje, con la cabeza levemente gacha y ladeada, como si hablara por teléfono con alguien
invisible.
- ¡Esto es patético! -dijo Hak a través de los implantes en el caracol del oído de Ponter.
- ¿Sí? -replicó Ponter-. Nosotros no somos como vosotros, ¿sabes? No podemos descargar
información.
- Tanto peor para vosotros -dijo Hak-, pero de verdad, si hubieras prestado atención a lo que
se han estado diciendo entre sí y a lo que te han estado diciendo desde que llegamos, ya
habrías pillado mucho más de su lenguaje que una simple lista de nombres. He catalogado de
forma fiable 116 palabras de su lenguaje, y con razonable fiabilidad he deducido otras 240,
basándome en el contexto en que fueron utilizadas.
- Bien -dijo Ponter, algo picado-, si crees que puedes hacerlo mejor que yo...
- Con el debido respeto, un chimpancé aprendería mejor que tú un lenguaje.
- ¡Bien! -dijo Ponter. Extendió la mano y tiró de la clavija de control de su Acompañante que
conectaba con el altavoz externo-. ¡Hazlo tú!
- Con sumo gusto -dijo Hak, a través de los implantes en el oído, y luego pasó al altavoz...
- Hola -dijo una voz femenina. El corazón de Reuben dio un brinco-. ¡Yuju! Aquí.
Reuben miró hacia abajo. La voz procedía del extraño implante que Ponter llevaba en la
muñeca izquierda.
- Háblele a la mano -dijo el implante.

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- Umm -dijo Reuben. Y luego añadió-: Hola.
- Hola, Reuben -dijo la voz femenina-. Mi nombre es Hak.
- Hak -repitió Reuben, sacudiendo levemente la cabeza-. ¿Dónde está?
- Estoy aquí.
- No, quiero decir dónde está. Supongo que esa cosa es una especie de teléfono móvil... por
cierto, que está prohibido usarlos en los hospitales: pueden interferir en los equipos médicos.
¿Podríamos llamarla... ?
¡Bliiip!
Reuben dejó de hablar. El pitido había surgido del implante.
- Aprendizaje de lenguaje -dijo Hak-. Siga.
- ¿Aprendizaje? Pero...
- Siga -repitió Hak.
- Um, sí, vale. Muy bien.
De repente Ponter asintió, como si hubiera oído una petición que Reuben no hubiera advertido.
Señaló la puerta de la habitación.
- ¿Eso? -dijo Reuben-. Oh, eso es una puerta.
- Demasiadas palabras -dijo Hak.
Reuben asintió.
- Puerta -dijo-. Puerta.
Ponter se levantó de la cama y caminó hacia la puerta. Puso su manaza sobre el pomo, y la
abrió.
- Um -dijo Reuben. Y luego-: ¡Oh! Abrir. Abrir.
Ponter cerró la puerta.
- Cerrar.
Ponter abrió y cerró repetidas veces la puerta.
Reuben frunció el entrecejo, y luego comprendió.
- Abrir. Está abriendo la puerta. O cerrándola. Abrir. Cerrar. Abrir. Cerrar.
Ponter se dirigió a la ventana. La indicó con un gesto de ambas manos.
- Ventana -dijo Reuben.
Dio un golpecito al cristal.
- Cristal -informó Reuben.
De nuevo la voz femenina cuando Ponter subió la ventana, exponiendo la pantalla.
- Estoy abriendo la ventana.
- ¡Sí! -dijo Reuben-. ¡Abriendo la ventana! ¡Sí!
Ponter bajó la ventana.
- Estoy cerrando la ventana -dijo la voz femenina.
- ¡Sí! -dijo Reuben-. ¡Sí, eso es!

13

Adikor Huld había olvidado cómo era Últimos Cinco. Podía olerlas, oler a todas las mujeres. No
estaban menstruando... todavía no. El principio de eso, coincidiendo con la Luna Nueva,
marcaría el final de Últimos Cinco, el final del mes actual y el principio del siguiente.
Pero todas estarían menstruando pronto; lo notaba por las feromonas que flotaban en el aire.
Bueno, no todas ellas, naturalmente. Las prepúberes (miembros de la generación 148) no lo
harían, ni tampoco las posmenopáusicas, miembros en su mayoría de la generación 144, ni
todas las de generaciones anteriores. Y si alguna de ellas estuviera preñada o dando el pecho,
tampoco menstruaría. Pero la generación 149 no se produciría hasta dentro de muchos meses
y la generación 148 había sido destetada hacía tiempo. Naturalmente, había unas cuantas que,
normalmente sin tener ninguna culpa, eran estériles. Pero el resto, al vivir juntas en el Centro,
al oler fácilmente las feromonas de las otras, todas sincronizaban sus ciclos: todas estaban a
punto de iniciar el periodo.

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Adikor comprendía bien que eran los cambios hormonales los que hacían que muchas de ellas
estuvieran inquietas al final de cada mes, y por eso sus antepasados varones, mucho antes de
que empezaran a numerar las generaciones, se retiraban a las montañas durante esa época.
El conductor dejó a Adikor cerca de la casa que estaba buscando, un sencillo edificio
rectangular, cubierto a medias por la arboricultura, construido en parte con ladrillos y
argamasa, con paneles solares en el techo. Adikor inspiró profundamente por la boca: un acto
tranquilizador que eludía sus senos nasales y su sentido del olor. Resopló lentamente y
recorrió el pequeño sendero entre la disposición de rocas, flores, hierba y matorrales que
cubrían el área frontal de la casa. Cuando llegó a la puerta, que estaba entornada, llamó:
- ¿Hola? ¿Hay alguien en casa?
Un momento después apareció Jasmel Ket. Era alta, esbelta y acababa de pasar su 225 luna,
la edad de la mayoría. Adikor vio a Ponter en su cara, y a Klast también: por fortuna, Jasmel
había heredado los ojos de él y las mejillas de ella, en vez de al revés.
- Qqqué -tartamudeó Jasmel. Luchó por controlarse, luego lo intentó otra vez-. ¿Qué estás
haciendo aquí?
- Día sano, Jasmel -dijo Adikor-. Ha pasado mucho tiempo.
Tienes un montón de músculos en el cuello para venir aquí... ¡y durante Últimos Cinco
además!
Yo no maté a tu padre -dijo Adikor-. De verdad, no lo hice.
- Ha desaparecido, ¿no? Si está vivo, ¿dónde está?
- Si está muerto, ¿dónde está su cadáver? -preguntó Adikor.
- No lo sé. Daklar dice que te deshiciste de él.
- ¿Está aquí Daklar?
No, ha ido al intercambio de habilidades.
- ¿Puedo pasar?
Jasmel miró su implante Acompañante, como para asegurarse de que seguía funcionando.
- Yo... supongo que sí -dijo.
- Gracias.
Ella se hizo a un lado, y Adikor entró en la casa. El interior era fresco, un alivio que se
agradecía en el calor del verano. Un robot casero ronroneaba al fondo, levantando cosas con
sus brazos de insecto y sorbiendo el polvo con su pequeña aspiradora.
- ¿Dónde está tu hermana? -preguntó Adikor.
- Megameg -dijo Jasmel, recalcando el nombre, como si fuera un detalle que Adikor hubiera
olvidado-. Megameg está jugando al barstalk con sus amigas.
Adikor se preguntó si tenía que demostrar que lo sabía todo acerca de Megameg; después de
todo, Ponter hablaba de ella y de Jasmel constantemente. Si ésa hubiera sido una visita social,
tal vez lo hubiese mencionado. Pero era más que eso, mucho más.
Sí, Megameg Bek. Una 148, ¿verdad? Un poco pequeña para su edad, pero quisquillosa. Quiere
ser cirujano cuando crezca, creo. Jasmel no dijo nada.
- Y tú -continuó Adikor-, Jasmel Ket, estudias para ser historiadora. Te interesa en especial la
Evsoy anterior a la generación uno, pero también te atraen las generaciones treinta a cuarenta
de este continente y...
- Muy bien -dijo Jasmel, interrumpiéndolo.
- Tu padre hablaba a menudo de vosotras... y con gran orgullo y amor.
Jasmel alzó levemente las cejas, claramente sorprendida y halagada al mismo tiempo.
- Yo no lo maté -repitió Adikor-. Créeme, lo echo más de menos de lo que puedo decir.
Es...
Se detuvo. Había estado a punto de señalar que no había habido todavía un Dos Que Se
Convierten En Uno desde la desaparición de Ponter; Jasmel no había tenido que enfrentarse a
su ausencia todavía. De hecho, habría sido raro que ella hubiera visto a su padre en los tres
últimos días, desde la última vez que Dos dejaron de ser Uno. Pero Adikor había tenido que
afrontar la realidad de la ausencia de Ponter, el vacío de su hogar, todos los momentos
conscientes desde que desapareció. Sin embargo, no tenía sentido discutir quién sentía la pena

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más grande; después de todo Adikor reconocía que, por mucho que amara a Ponter, Ponter y
su hija Jasmel estaban relacionados genéticamente.
Sin embargo, tal vez Jasmel había estado pensando lo mismo.
- Yo también lo echo de menos. Ya. Yo... -Apartó la mirada-. No pasé mucho tiempo con él
cuando Dos se convirtieron en Uno la última vez. Está ese chico, sabes, que...
Adikor asintió. No estaba seguro de cómo era ser padre de una mujer joven. Él mismo no
había tenido ningún hijo de la generación 147; oh, se había emparejado con Lurt cuando esa
generación fue concebida, pero por algún motivo ella no se quedó embarazada... y, sí, habían
soportado los chistes de rigor sobre un físico y una química que no lograban comprender la
biología. El retoño de Adikor de la generación 148 era Dab, un niño pequeño que todavía vivía
con su madre, y Dab quería pasar todo el tiempo posible con su padre cuando se reunían cada
mes.
Pero Adikor había oído... bueno, no eran realmente quejas de Ponter. Él comprendía que así
eran las cosas. Pero, de todas formas, que Jasmel tuviera tan poco tiempo para él cuando Dos
se convertían en Uno había entristecido a Ponter, Adikor lo sabía. Y ahora, al parecer, Jasmel
estaba aceptando el hecho de que su padre no estaría allí nunca más, que echaría de menos el
tiempo que podría haber pasado con él, y ya no había manera de enmendar las cosas, ningún
modo de recuperarlo, ni de volver a ser abrazada por él, ni de oír su voz alabándola o
contándole un chiste o preguntándole cómo le iban las cosas.
Adikor miró a su alrededor la habitación y tomó asiento. La silla era de madera, hecha por la
misma carpintera que suministraba las sillas que Ponter y él tenían en casa: la mujer era
amiga de Klast.
Jasmel se sentó al otro lado de la habitación. Detrás de ella, el robot de limpieza se marchó a
otra parte de la casa.
- ¿Sabes qué sucederá si me declaran culpable? -preguntó Adikor. Jasmel cerró los ojos, tal
vez para mirar hacia abajo.
- Sí -dijo en voz baja. Pero entonces, como si fuera una defensa, añadió-: ¿Qué diferencia hay,
de todas formas? Ya te has reproducido. Tienes dos hijos.
- No -respondió Adikor-. Sólo tengo uno, un 148.
- Oh -dijo Jasmel en voz baja, tal vez avergonzada por saber menos del compañero de su
padre de lo que Adikor sabía sobre las hijas de su compañero.
- Y además, no se trata sólo de mí. Mi hijo Dab será esterilizado también, y mi hermana
Kelon... todos los que compartan el cincuenta por ciento de mi material genético.
Naturalmente, ya no eran los días bárbaros de antaño: ahora era la época de las pruebas
genéticas. Si Kelon o Dab demostraban que no habían heredado los genes aberrantes de
Adikor, tendrían derecho a evitar ser operados. Pero aunque algunos crímenes tenían sencillas
causas genéticas bien comprendidas, la tendencia asesina no tenía marcadores tan simples. Y
además el asesinato era un crimen tan horrible que no podía permitirse de ningún modo que
se transmitiera, por remota que fuese la posibilidad.
- Lo lamento -dijo Jasmel-. Pero...
- No hay peros -dijo Adikor-. Soy inocente.
- Entonces el adjudicador te declarará inocente.
Ah, la falta de experiencia de la juventud, pensó Adikor. Habría sido enternecedor, de no ser
por lo que estaba en juego.
- Es un caso muy extraño -dijo Adikor-. Incluso yo lo admito.
Pero no tenía motivo alguno para matar al hombre que amo.
- Daklar dice que siempre te resultó difícil estar a sotavento de mi padre.
Adikor sintió que se le envaraba la espalda.
- Yo no diría eso.
- Yo sí -dijo Jasmel-. Mi padre, seamos sinceros, era más inteligente que tú. No te gustaba ser
un adjunto a su genio.
- «Contribuimos lo mejor que podemos» -dijo Adikor, citando el Código de la Civilización.
- Eso hacemos, en efecto -dijo Jasmel-. Y tú querías que tu contribución fuera la principal. Pero
en vuestra colaboración, eran las ideas de Ponter las que se ponían a prueba.

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- Eso no es motivo para matarlo -replicó Adikor.
- ¿No? Mi padre ya no está, y tú eres el único que estaba con él cuando desapareció.
- Sí, ya no está. No está y...
Adikor sintió que las lágrimas se acumulaban en sus ojos, lágrimas de tristeza y de frustración.
- Lo echo mucho de menos. Lo digo con la cabeza inclinada hacia atrás: yo no lo hice.
No podría haberlo hecho.
Jasmel miró a Adikor. Él notó que las aletas de la nariz de ella se dilataban, captando su olor,
sus feromonas.
- ¿Por qué debería creerte? -preguntó, cruzando los brazos sobre el pecho.
Adikor frunció el ceño. Había dejado claro su dolor, había tratado de argumentar emociones.
Pero aquella muchacha tenía más que los ojos de Ponter: tenía también su mente.
Una mente aguda y analítica, una mente que atesoraba la lógica y lo racional.
- Muy bien -dijo Adikor-. Considera esto: si soy culpable de asesinar a tu padre, seré
sentenciado. Perderé no sólo mi capacidad para reproducirme, sino también mi posición y mis
pertenencias. No podré continuar mi trabajo: el Consejo Gris sin duda exigirá una contribución
más directa y tangible a un asesino convicto si quiero seguir siendo parte de la sociedad.
- Y bien que hará -dijo Jasmel.
- Ah, pero si no soy culpable... si nadie es culpable, si tu padre ha desaparecido, si está
perdido, necesita ayuda. Necesita mi ayuda: yo soy el único que podría... recuperarlo. Sin mí,
tu padre ha desaparecido para siempre. -La miró a los ojos dorados-. ¿No lo ves? La postura
sensata es creerme: si estoy mintiendo y asesiné a Ponter... , bueno, ningún castigo lo
devolverá. Pero si estoy diciendo la verdad y Ponter no fue asesinado, entonces la única
esperanza que tiene es que yo pueda continuar buscándolo.
- Ya han registrado la mina -dijo Jasmel sin inflexiones. -La mina sí, pero...
¿Se atrevería a decírselo? Cuando las palabras resonaban dentro de su cabeza parecía una
locura; imaginaba lo loco que parecería cuando lo dijera.
- Estábamos trabajando con universos paralelos -dijo Adikor-. Es posible... remotamente
posible, lo sé, pero me niego a renunciar a él, al hombre que es tan importante para ambos... ,
es posible que se haya, bueno, deslizado a otro de esos universos. -La miró, implorante-.
Tienes que saber algo del trabajo de tu padre. Aunque le concedieras poco tiempo -vio que
aquellas palabras calaban hondo-, tuvo que haberte hablado de nuestro trabajo, de sus
teorías.
Jasmel asintió.
- Me habló, sí.
Bueno, entonces, podría... , sólo podría, haber una posibilidad. Pero necesito superar este
apestoso dooslarm basadlarm. Tengo que volver al trabajo.
Jasmel calló un buen rato. Adikor sabía, por sus ocasionales discusiones con su padre, que
dejarla reflexionar en paz sería más efectivo que insistir, pero no pudo evitarlo.
- Por favor, Jasmel. Por favor. Es el único movimiento sensato: asumir que no soy culpable y
que hay una posibilidad de que podamos recuperar a Ponter. Decide que soy culpable, y habrá
desaparecido para siempre.
Jasmel guardó silencio un rato más. Luego dijo:
- ¿Qué quieres de mí?
Adikor parpadeó.
- Yo, ah, pensaba que era obvio -dijo-. Quiero que hables en mi favor en el dooslarm
basadlarm.
- ¿Yo? -exclamó Jasmel-. ¡Pero si yo soy quien te acusa de asesinato!
Adikor alzó su muñeca izquierda.
- He revisado con cuidado los documentos que me entregaron. Mi acusador es la mujer-
compañera de tu madre, Daklar Bolbay, actuando en nombre de las hijas de tu madre: tú y
Megameg Bek.
- Exactamente.
- Pero ella no puede actuar en tu nombre. Has visto ya 225 lunas, eres una adulta. Sí, no
puedes votar todavía... ni yo tampoco, naturalmente, pero eres responsable de ti misma.

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Daklar sigue siendo la tabant de la joven Megameg, pero no la tuya.
Jasmel frunció el ceño.
- Yo... no había pensado en eso. Me he acostumbrado tanto a que Daklar nos cuide a mi
hermana y a mí...
- Ahora eres tu propia persona ante la ley. Y nadie podría persuadir mejor a un adjudicador de
que yo no maté a Ponter que su propia hija.
Jasmel cerró los ojos, inspiró profundamente y dejó escapar el aire en un largo y entrecortado
suspiro.
- Muy bien -dijo por fin-. Muy bien. Si hay una posibilidad, cualquier posibilidad, de que mi
padre siga vivo, tengo que aprovecharla. Tengo que hacerlo. -Asintió una sola vez-. Sí, yo seré
quien hable en tu favor.

14

La sala de reuniones de la mina Creighton tenía diagramas en las paredes que mostraban la
red de túneles y galerías. Un pedazo de mena de níquel ocupaba el centro de una larga mesa
de madera. En un extremo de la sala había una bandera canadiense; en el otro, una gran
ventana daba al aparcamiento y el agreste paisaje situado más allá.
A la cabecera de la mesa se encontraba Bonnie Jean Mah, una mujer blanca con abundante
pelo castaño casada con un chinocanadiense, de allí su apellido. Era la directora del
Observatorio de Neutrinos de Sudbury y acababa de llegar en avión de Ottawa.
A un lado de la mesa se sentaba Louise Benoit, la alta y hermosa posdoctorada presente en la
sala de control del ONS en el momento del desastre. Y al otro lado se encontraba Scott Naylor,
el ingeniero de la compañía que había fabricado la esfera acrílica situada en el corazón del
ONS. Junto a él estaba Albert Shawwanossoway, el principal experto en mecánica geológica de
Inco.
- Muy bien -dijo Bonnie Jean-. Para poner a todo el mundo al día, han empezado a secar la
cámara del ONS, antes de que el agua pesada se contamine más. La AECL va a intentar
separar el agua pesada del agua normal y, en teoría, deberíamos poder montar de nuevo la
esfera y cargarla con el agua recuperada, y poner de nuevo el ONS en funcionamiento.
-contempló las caras de la habitación-. Pero sigo queriendo saber qué causó exactamente el
accidente.
Naylor, un hombre blanco, regordete y calvo, dijo:
- Yo diría que la esfera que contenía el agua pesada reventó por la presión interior.
- ¿Podría haber causado eso el desplazamiento provocado por un hombre al entrar en la
esfera? -preguntó Bonnie Jean.
Naylor negó con la cabeza.
- La esfera contenía 1100 toneladas de agua pesada; si se le añade un ser humano, que pesa
cien kilos (un décimo de una tonelada), sólo se incrementa la masa en una diezmilésima.
Los seres humanos tienen más o menos la misma densidad que el agua, así que el aumento de
desplazamiento sólo sería también de una diezmilésima. La esfera acrílica podría soportarlo
fácilmente.
- Entonces debe de haber empleado algún tipo de explosivo -dijo Shawwanossoway, un ojibwa
de unos cincuenta años con el pelo largo y negro.
Naylor negó con la cabeza.
- Hemos examinado el agua recuperada del tanque. No hay rastros de ningún explosivo... y no
hay muchos que resulten efectivos estando empapados, de todas formas.
- Entonces ¿qué? -preguntó Bonnie Jean-. ¿Podría haber habido, no sé, una incursión de
magma o algo así, y que el agua hirviera?
Shawwanossoway sacudió la cabeza.
- La temperatura del ONS, y de todo el complejo minero, se vigila continuamente: no hubo
ningún cambio. En la caverna observatorio permanecía en su valor normal de 105 grados...
Fahrenheit, es decir, 41°C. Caliente, pero no cercana a la ebullición. Recuerden, también, que
la mina está a dos kilómetros de profundidad, lo que significa que la presión del aire es de

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unos mil trescientos milibares... un 30% más que al nivel del mar. Y a mayor presión,
naturalmente, el punto de ebullición sube, no baja.
- ¿Y el caso contrario? -preguntó Bonnie Jean-. ¿Y si el agua pesada se congeló?
- Bueno, se habría expandido, igual que el agua normal -dijo Naylor. Frunció el ceño-. Sí, eso
habría hecho reventar la esfera. Pero el agua pesada se congela a 3,82°C. No podría hacer
tanto frío allá abajo.
Louise Benoit se unió a la conversación.
- ¿Y si entró algo más aparte de un hombre? ¿Cuánto material tendría que haberse añadido
antes de que estallara?
Naylor lo pensó un momento.
- No estoy seguro; nunca se ha especificado. Siempre supimos exactamente cuánta agua
pesada iba a cedernos la AECL. -Hizo una pausa-. Tal vez... , no lo sé, tal vez el 10%. Cien
metros cúbicos, o así.
- ¿Y eso es cuánto? -preguntó Louise. Miró la sala de reuniones en la que se encontraban-.
Esta sala mide unos seis metros de lado, ¿no?
- ¿Veinte pies? -dijo Naylor-. Sí, supongo.
- Y tiene techos de diez pies de altura... es decir, unos tres metros -continuó Louise-. Así que
está usted hablando de un volumen de material tan grande como el contenido de esta sala.
- Más o menos, supongo.
- Eso es ridículo, Louise -dijo Bonnie Jean-. Lo único que se encontró allá abajo fue un hombre.
Louise asintió, dándole la razón, pero luego alzó las cejas.
- ¿Y el aire? ¿Y si cien metros cúbicos de aire fueran insuflados en la esfera?
Naylor asintió.
- Ya había pensado en eso. Pensé que tal vez una erupción de gas se introdujo de algún modo
en la esfera, aunque no tengo ni idea de cómo. Las muestras de agua que tomamos estaban
algo aireadas, pero...
- ¿Pero qué? -preguntó Louise.
- Bueno, contenían nitrógeno, oxígeno y algo de CO 2 además de polvo de roca y polen.
En otras palabras, aire de mina corriente.
- Entonces no podían proceder de las instalaciones del ONS -dijo Bonnic Jean.
- Así es, señora -dijo Naylor-. Ese aire es filtrado: está libre de polvo de roca y otros
contaminantes.
- Pero las únicas partes de la mina que conectan con la cámara de detección están en las
instalaciones del ONS -dijo Louise. Naylor y Shawwanossoway asintieron.
- Muy bien, muy bien -dijo Bonnie Jean, alzando los dedos-. ¿Qué es lo que tenemos? El
volumen de material dentro de la esfera se incrementó en, suponemos, un 10% o más. Eso
podría haber sido causado por una infusión de cien metros cúbicos o más de aire sin filtrar...
aunque a menos que el aire fuera bombeado muy rápidamente, habría sido comprimido por el
peso del agua, ¿no? Y, en cualquier caso, no sabemos de dónde vino el aire... , desde luego no
del ONS, ni cómo entró en la esfera, ¿cierto?
- Así es, más o menos, señora -dijo Shawwanossowav.
- Y ese hombre... ¿tampoco sabemos cómo entró en la esfera? -preguntó Bonnie Jean.
- No -respondió Louise-. La compuerta de acceso entre la esfera interior de agua pesada y el
tanque externo de agua normal estaba sellada incluso después de que la esfera reventara.
- Muy bien -dijo Bonnie Jean-, ¿sabemos cómo ese... ese Neanderthal, como lo llaman, entró
siquiera en la mina?
Shawwanossoway era el único de los presentes que trabajaba para Inco. Extendió los brazos.
- Los de seguridad de la mina han revisado las cintas de seguridad y los archivos de acceso de
las cuarenta y ocho horas previas al incidente -dijo-. Caprini... ése es nuestro jefe de
seguridad, jura que rodarán cabezas cuando averigüe quién la cagó al dejar entrar a ese tipo,
y dice que sucederán cosas aún más terribles cuando descubra a quien ha estado intentando
ocultarlo.
- ¿Y si no está mintiendo nadie? -dijo Louise.

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- Eso no es posible, señorita Benoit -contestó Shawwanossoway-. Nadie puede bajar al ONS
sin quedar registrado.
- Nadie podría si utilizara el ascensor -dijo Louise-. Pero ¿y si no llegó de esa forma?
- ¿Cree que lo hizo escalando dos kilómetros de conductos de aire en vertical? -preguntó
Shawwanossoway, con una mueca-. Aunque pudiera hacer eso, y harían falta unos nervios de
acero, las cámaras de seguridad lo habrían grabado de todas formas.
- A eso voy -dijo Louise-. Obviamente no bajó a la mina. Como ha dicho la profesora Mah, lo
llaman Neanderthal... pero es un Neanderthal con un especie de implante de alta tecnología en
la muñeca. Lo vi con mis propios ojos.
- ¿Entonces? -dijo Bonnie Jean.
- ¡Por favor! -exclamó Louise-. Todos ustedes deben de estar pensando lo mismo que yo. No
tomó el ascensor. No bajó por los conductos de ventilación. Se materializó dentro de la
esfera... él, y un montón de aire.
Naylor silbó las primeras notas del tema de Star Trek, la serie original. Todos se echaron a
reír.
- Vamos -dijo Bonnie Jean-. Sí, es una situación de locos, y podría ser tentador llegar a
conclusiones alocadas, pero mantengamos los pies en la tierra.
Shawwanossoway también sabía silbar. Entonó el tema de Dimensión Desconocida.
- ¡Ya basta! -exclamó Bonnie Jean.

15

Mary Vaughan era la única pasajera a bordo del Learjet de lnco que volaba de Toronto a
Sudbury; había advertido al subir que el avión, pintado de gris oscuro en los costados, tenía
escrito en la proa La pepita De Níquel.
Mary aprovechó el breve tiempo de vuelo para repasar las notas en su ordenador portátil:
habían pasado años desde que publicara su estudio sobre el ADN Neanderthal en Science.
Mientras leía sus notas, retorcía la cadena de oro de la que pendía la sencilla cruz que siempre
llevaba al cuello.
En 1994, Mary se había labrado un nombre al recuperar material genético de un oso de treinta
mil años de antigüedad que hallaron congelado en los hielos del Yukon. Dos años más tarde,
cuando la Rheinisches Amt für Bodendenkmalpflege (la agencia responsable de la arqueología
en la zona del Rin) decidió que era hora de ver si se podía extraer ADN del fósil más famoso de
todos, el hombre de Neanderthal original, llamaron a Mary. Ella tuvo sus dudas: ese espécimen
estaba disecado, no había estado congelado nunca y (las opiniones variaban) podía tener hasta
cien mil años de antigüedad, tres veces más que el oso. Con todo, el desafío era irresistible. En
Junio de 1996 voló a Bonn y se dirigió al Rheinisches Landesmuseum, donde se alojaba el
espécimen.
La parte más conocida (el cráneo con su arco ciliar) estaba expuesta al público, pero el resto
de los huesos se guardaban en una caja de acero, dentro de un armario de acero, en el interior
de una bóveda de acero. Un cuidador de huesos alemán llamado Hans condujo a Mary a la
bóveda. Llevaban vestidos de plástico protectores y mascarillas de cirujano: había que tomar
todo tipo de precauciones para no contaminar los huesos con ADN moderno. Sí, los
descubridores originales sin duda habían contaminado los huesos, pero después de siglo y
medio, su ADN desprotegido en la superficie tenía que haberse degradado por completo.
Mary sólo pudo tomar un trocito muy pequeño de hueso; los sacerdotes de Turín guardaban su
sudario con igual celo. A pesar de todo, fue extraordinariamente difícil para ella y para Hans,
como profanar una gran obra de arte. Mary tuvo que secarse las lágrimas de los ojos cuando
Hans usó una sierra de orfebre para cortar un trozo semicircular, de sólo un centímetro de
ancho y tres gramos de peso, del húmero derecho, el hueso mejor conservado de todos.
El duro carbonato cálcico de las capas exteriores del hueso tendría que haber aportado cierta
protección al ADN original interior. Mary se llevó la muestra a su laboratorio de Toronto y la
dividió en piezas diminutas.

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Hicieron falta cinco meses de trabajo concienzudo para extraer un trocito de nucleótido 379 de
la zona de control del ADN mitocondrial del Neanderthal. Mary usó la reacción en cadena de
polimerasas para reproducir millones de copias del ADN recuperado, y lo secuenció con
cuidado. Luego comparó la parte correspondiente de ADN mitocondrial de 1600 humanos
modernos: canadienses nativos, polinesios, australianos, africanos, asiáticos y europeos. Cada
una de esas personas tenía al menos 371 nucleóticos iguales de 379; la desviación máxima era
de sólo ocho nucleótidos.
Pero el ADN Neanderthal tenía una media de sólo 352 nucleótidos en común con los
especímenes modernos; se desviaba en unas sorprendentes veintisiete bases. Mary llegó a la
conclusión de que la especie humana y los Neanderthales tenían que haber divergido entre
'550000 y '690000 años para que su ADN fuera tan diferente. En contraste, todos los humanos
modernos probablemente compartían un antepasado común '150000 ó '200000 años en el
pasado. Aunque la fecha de más de medio millón de años para la divergencia entre
Neanderthal y hombre moderno era mucho más reciente que la división entre el género Homo
y sus parientes más cercanos, los chimpancés y bonobos, sucedida hacía cinco u ocho millones
de años, todavía era lo suficientemente remota para que Mary considerara que los
Neanderthales eran probablemente una especie completamente distinta de los humanos
modernos, no sólo una subespecie. Homo neanderthalensis, no Homo sapiens
neanderthalensis.
No todos estuvieron de acuerdo. Milford Wolpoff, de la Universidad de Michigan, estaba seguro
de que los genes Neanderthales habían sido plenamente absorbidos por los europeos
modernos: consideraba que cualquier prueba que demostrara algo distinto era, por tanto, una
aberración o una interpretación errónea.
Pero muchos antropólogos estuvieron de acuerdo con el análisis de Mary, aunque todos (Mary
incluida) dijeron que harían falta más estudios para estar seguros... si se pudiera encontrar
más ADN de Neanderthal.
Y ahora, tal vez, sólo tal vez, se había encontrado más. Era imposible que aquel hombre de
Neanderthal fuese real, pensaba Mary, pero si lo era...
Mary cerró el portátil y miró por la ventanilla. Ontario Norte se extendía bajo ella, con las rocas
del Escudo Canadiense al descubierto en bastantes puntos y álamos y abedules salpicando el
paisaje. El avión comenzaba su descenso.
Reuben Montego no tenía ni idea de qué aspecto tenía Mary Vaughan, pero como no había
ningún otro pasajero a bordo, no tuvo ningún problema para localizarla. Resultó que era
blanca, de treinta y tantos años largos, con pelo rubio miel que mostraba raíces más oscuras.
Le sobraban quizás unos cinco kilos y, al acercarse, a Reuben no le cupo duda de que no había
dormido mucho la noche anterior.
- Profesora Vaughan -dijo, tendiendo la mano-. Soy Reuben Montego, el médico de la Mina
Creighton. Muchas gracias por venir. -Señaló a la joven que había recogido camino del
aeropuerto de Sudbury-. Ésta es Gillian Ricci, la encargada de prensa de Inco; cuidará de
usted.
Reuben pensó que Mary parecía inadecuadamente complacida con la atractiva joven que le
acompañaba; tal vez la profesora era lesbiana. Tomó la maleta que sostenía Mary.
- Traiga, déjeme que la ayude.
Mary le entregó la maleta, pero se colocó junto a Gillian en vez de junto a Reuben mientras
recorrían la pista recalentada por el sol de verano. Tanto Reuben como Gillian llevaban gafas
de sol; Mary tenía que entrecerrar los ojos para soportar el resplandor, pues evidentemente
había olvidado traerlas.
Llegaron al Ford Explorer color vino de Reuben y Gillian iba a ocupar amablemente el asiento
trasero cuando Mary la detuvo.
- No, yo me sentaré ahí -dijo-. Yo... ah... quiero estirar las piernas. Su extraña declaración
flotó entre ellos un segundo, y entonces Reuben vio que Gillian se encogía de hombros y se
pasaba al asiento de pasajeros delantero.

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Fueron directamente al centro de salud St. Joseph's, en la calle Paris, dejando atrás el museo
de ciencias en forma de copo de nieve. Por el camino, Reuben informó a Mary sobre el
accidente en el ONS y el extraño que habían encontrado.
Mientras aparcaban, Reuben vio tres furgonetas de emisoras locales de televisión. Sin duda la
seguridad del hospital mantenía a los periodistas alejados de Ponter, pero, también sin
ninguna duda, los periodistas estarían siguiendo esa historia con atención.
Cuando llegaron a la habitación 3G, Ponter estaba de pie, mirando por la ventana, de espaldas
a ellos. Saludaba, y Reuben advirtió que las cámaras de televisión debían de estar enfocando
apuntando a su ventana. Un famoso accesible, pensó Reuben. La prensa va a adorar a este
tipo.
Reuben tosió amablemente, y Ponter se dio la vuelta. Quedó iluminado por detrás y seguía
siendo difícil distinguir sus rasgos. Pero cuando avanzó un paso, el médico disfrutó viendo
cómo Mary se quedaba boquiabierta al poner por primera vez los ojos sobre el Neanderthal.
Había visto brevemente a Ponter por la tele, le había dicho, pero al parecer eso no la había
preparado para la realidad.
- Bueno, se acabó Carleton Coon -dijo Mary, cuando recobró la compostura.
- ¿Cómo dice? -preguntó Reuben bruscamente.
Mary pareció desconcertada, luego se ruborizó.
- Oh, vaya. Carleton Coon. Un antropólogo estadounidense. El tipo que dijo que si se vistiera a
un Neanderthal con un traje de Brooks Brothers, no tendría problemas para hacerse pasar por
un humano normal.
Reuben asintió. Luego dijo:
- Profesora Mary Vaughan, me gustaría presentarle a Ponter.
- Hola -dijo la voz femenina del implante de Ponter.
Reuben vio que los ojos de Mary se ensanchaban.
- Sí -dijo, asintiendo-. Esa cosa de su muñeca habla.
- ¿Qué es? -preguntó Mary-. ¿Un reloj parlante?
- Mucho más.
Mary se inclinó hacia delante para echarle una ojeada.
- No reconozco esos números, si eso es lo que son -dijo-. Y... oiga, ¿no cambian demasiado
rápido para ser segundos?
- Tiene usted buen ojo -dijo Reuben-. Sí, así es. La pantalla usa diez números distintos,
aunque no se parecen a ninguno que yo conozca. Y lo cronometré: hay un incremento cada
0,86 segundos, lo cual, si se calcula, es exactamente una cienmilésima parte del día. En otras
palabras, es un reloj decimal basado en la Tierra y, como puede ver, muy sofisticado. No se
trata de una pantalla de plasma; no sé qué es, pero puede leerse no importa desde qué ángulo
lo mires ni cuánta luz incida sobre él.
- Me llamo Hak -dijo el implante de la muñeca izquierda del extraño-. Soy la Acompañante de
Ponter.
- Ah -dijo Mary, enderezándose-. Um, me alegro de conocerla. Ponter emitió una serie de
sonidos graves que Mary no comprendió.
- Ponter se alegra de conocerla también -dijo Hak.
- Nos pasamos la mañana dando una clase de lengua -dijo Reuben, mirando ahora a Mary-.
Como puede ver, hemos hecho algunos progresos aceptables.
- Eso parece -dijo Mary, asombrada.
- Hak, Ponter -dijo Reuben-. Ésta es Gillian.
- Hola -dijo Gillian, intentando, le pareció a Reuben, mantener la compostura.
- Hak es... bueno, supongo que «ordenador» es el término adecuado. Un ordenador portátil y
parlante. -Reuben sonrió-. Deja en pañales a mi Palm Pilot.
- ¿Fabrica... fabrica alguien un aparato así? -preguntó Gillian.
- No que yo sepa -dijo Reuben-. Pero ella, Hak, tiene al parecer una memoria perfecta.
Se le dice una palabra una vez y la aprende para siempre.
- ¿Y este hombre, Ponter, no habla de verdad Inglés? -preguntó Mary.
- No -respondió Reuben.

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- Increíble -dijo Mary-. Increíble.
El implante de Ponter pitó.
- Increíble -repitió Reuben, volviéndose hacia Ponter-. Significa no creíble -otro bliip-, no
verdadero. -Se volvió de nuevo hacia Mary-. Trabajamos los conceptos de verdadero y falso
usando matemáticas sencillas, pero, como puede ver, todavía nos falta camino por recorrer.
Para empezar, aunque evidentemente para Hak, con su memoria perfecta, es más fácil
aprender Inglés que para nosotros aprender su lengua, ni ella ni Ponter son capaces de
pronunciar la «i» larga, y...
- ¿De veras? -dijo Mary. Parecía bastante interesada, advirtió Reuben.
- Se llama usted Mare -dijo Hak, demostrando el argumento-. Ella se llama Gill'an.
- Eso es... es sorprendente.
- ¿Lo es? -dijo Reuben-. ¿Por qué?
Mary inspiró profundamente.
- Se ha debatido mucho a lo largo de los años si los Neanderthales podían hablar y, en caso de
poder hacerlo, qué gama de sonidos habrían emitido.
- ¿Y... ?
- Algunos lingüistas piensan que no habrían podido pronunciar el fonema i largo, porque sus
bocas habrían sido mucho más alargadas que las nuestras.
- ¡Así que es un Neanderthal! -declaró Reuben.
Mary tomó aliento otra vez, lo dejó escapar lentamente.
- Bueno, eso es lo que he venido a averiguar, ¿no?
Soltó la bolsita que llevaba y la abrió. Sacó un par de guantes de látex y se los puso. A
continuación, sacó un frasco de plástico lleno de bastoncillos de algodón y extrajo uno.
- Necesito que le diga que abra la boca -dijo Mary.
Reuben asintió.
- Es fácil. -Se volvió hacia Ponter-. Ponter, abra la boca.
Hubo una pausa de un segundo: Hak, había descubierto Reuben, podía traducir a Ponter sin
que los otros lo oyeran. Ponter arrugó su continuo entrecejo rubio (una visión bastante
sorprendente), como si le extrañara la petición, pero hizo lo que le pedían.
Reuben se quedó anonadado. Tenía un amigo en el instituto que podía meterse el puño entero
en la boca. Pero la de Ponter se abrió tanto y su capacidad era tan enorme que probablemente
podría haberse metido no sólo el puño, sino también un tercio del antebrazo.
Mary se acercó vacilante y metió el bastoncillo en la boca de Ponter, frotando el interior de la
mejilla larga y angulosa.
- Las células de la boca se desprenden fácilmente -dijo, a modo de explicación, advirtiendo al
parecer la expresión de asombro de Gillian-. Es la manera más simple de tomar una muestra
de ADN. Sacó el bastoncillo, lo pasó inmediatamente a un frasco esterilizado.
- Muy bien, es todo lo que necesito -dijo.
Reuben le sonrió a Gillian, luego a Mary.
Magnífico. ¿Cuándo lo sabremos con seguridad?
Bueno, tengo que volver a Toronto, y...
Naturalmente, si eso es lo que quiere -dijo Reuben-. Pero, bueno, llamé a un amigo mío del
Departamento de Química y Bioquímica de la Laurentian. Es una universidad pequeña, pero
con un gran laboratorio donde realizan pruebas forenses para la policía montada y la PPO.
Podría hacer usted su trabajo allí.
- Inco la alojará en el Ramada -añadió Gillian.
Mary estaba evidentemente sorprendida.
- Yo... -Pero luego pareció considerarlo-. Claro -dijo-. Claro, ¿por qué no?

16

Ahora que Jasmel había accedido a declarar en favor de Adikor, el siguiente paso habría sido
llevarla al Borde y mostrarle el escenario del supuesto crimen. Pero Adikor suplicó la

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indulgencia de Jasmel durante un diadécimo o así, diciendo que había más de un encargo que
tenía que hacer en el Centro.
Ponter, naturalmente, había tenido a Klast como su mujerpareja; Adikor la recordaba con
cariño, y se entristeció mucho cuando ella murió. Pero Adikor tenía una mujer propia y ella,
maravillosamente, seguía viva. Adikor conocía a la hermosa Lurt Fradlo desde hacía el mismo
tiempo que a Ponter, y Lurt y él tenían un hijo, Dab, un 148. Sin embargo, a pesar de
conocerla desde hacía tanto tiempo, Adikor sólo había estado ocasionalmente en el laboratorio
de química de Lurt; después de todo, cuando Dos se convertían en Uno, era fiesta y nadie iba
a trabajar. Por fortuna, su Acompañante conocía el camino, y lo dirigió hasta allí.
El laboratorio de Lurt estaba hecho por completo de piedra; aunque sólo había un riesgo
mínimo de explosión en cualquier laboratorio químico, la seguridad dictaba que la estructura
estuviera hecha de algo que pudiera contener explosiones e incendios.
La puerta principal del edificio del laboratorio estaba abierta. Adikor entró.
- Día sano dijo una mujer, disimulando, pensó Adikor, de un modo admirable su sorpresa de
ver a un hombre allí en esa época del mes.
- Día sano repuso Adikor-. Estoy buscando a Lurt Fradlo.
- Está al final de ese pasillo.
Adikor sonrió y se encaminó pasillo abajo.
- Día sano dijo tras asomar la cabeza por la puerta del laboratorio de Lurt.
Lurt se dio la vuelta, con una enorme sonrisa en su hermoso rostro.
- ¡Adikor! -Cubrió la distancia entre ellos y le dio un abrazo-. ¡Qué agradable sorpresa!
Adikor no recordaba haber visto jamás hasta entonces a Lurt durante un Últimos Cinco.
Parecía perfectamente sana y racional... igual que Jasmel, por cierto. Tal vez todo aquel
asunto de los Últimos Cinco era una exageración de los hombres...
- Hola, preciosa -dijo Adikor, apretujándola otra vez-. Me alegro de verte.
Pero Lurt conocía bien a su hombre.
- Algo va mal -dijo, soltándolo-. ¿Qué es?
Adikor miró por encima del hombro, asegurándose de que estaban solos. Entonces tomó de la
mano a Lurt y la guió hasta un par de sillas de laboratorio junto a una gráfica de la tabla
periódica; las otras únicas entidades animadas del laboratorio eran un par de robots de
servicio. Uno vertía líquido en vasos picudos de análisis; otro montaba una estructura con
tubos y cristal. Adikor se sentó y Lurt ocupó el asiento frente a él.
- Me han acusado de asesinar a Ponter dijo.
Lurt abrió mucho los ojos.
- ¿Ponter ha muerto?
- No lo sé. Lleva desaparecido desde ayer por la tarde.
- Estuve en una fiesta de troceado de carne anoche -dijo Lurt-. No me había enterado.
Él le contó toda la historia. Ella era compasiva, y en ningún momento manifestó incredulidad
en lo concerniente a la inocencia de Adikor; la confianza de Lurt era algo con lo que Adikor
podía contar siempre.
- ¿Quieres que hable en tu favor? -preguntó Lurt.
Adikor apartó la mirada.
- Bueno, de eso se trata. Verás, ya se lo he pedido a Jasmel.
Lurt asintió.
- La hija de Ponter. Sí, eso impresionará a un adjudicador, creo.
- Es lo que yo creo. Espero que no te sientas despreciada.
Ella sonrió.
- No, no, por supuesto que no. Pero, mira, si hay algo más que pueda hacer para ayudar...
- Bueno, hay una cosa -dijo Adikor. Sacó un frasquito de la bolsa que llevaba colgando de la
cadera-. Es una muestra de un líquido que recogí en el lugar de la desaparición de Ponter:
había charcos por todo el suelo. ¿Podrías analizarlo para mí?
Lurt tomó el frasquito y lo alzó a la luz.
- Claro -dijo-. Y si hay algo más que pueda hacer, sólo tienes que pedirlo.

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Jasmel, la hija de Ponter, acompañó a Adikor al Borde. Fueron directamente a la mina de
níquel; Adikor quería enseñarle el lugar exacto donde había desaparecido su padre. Pero
cuando llegaron al ascensor del pozo, Jasmel pareció vacilar.
- ¿Qué ocurre? -preguntó Adikor.
- Yo... um, tengo claustrofobia.
Adikor sacudió la cabeza, confundido.
- No, no tienes. Ponter me contó que cuando eras pequeña te gustaba esconderte dentro de
cubos de dobalak. Y te llevó a explorar cavernas el último diezmes.
- Bueno, um... -Jasmel se calló.
- Oh -dijo Adikor, asintiendo, comprendiendo-. No te fías de mí, ¿verdad?
Es que... bueno, mi padre fue la última persona que bajó ahí contigo. Y nunca volvió a subir.
Adikor suspiró, pero comprendía su actitud. Alguien (algún ciudadano privado) tenía que
acusar a Adikor del crimen, o los procedimientos legales no podrían continuar. Y si se deshacía
de Jasmel y Megameg y Bolbay, tal vez no quedara nadie para presentar la acusación...
- Podemos pedirle a alguien que baje con nosotros dijo Adikor.
Jasmel lo consideró, pero también ella debía de estar pensando que todo cobraba un nuevo
significado en un momento como aquél. Sí, podía pedir escolta, alguien a quien conociera bien,
alguien en quien confiara implícitamente. Pero podían llamar a esa persona a declarar también,
si el asunto acababa en un tribunal pleno. «Sí, adjudicadores, sé que Jasmel habla en defensa
de Adikor, pero incluso ella le tenía demasiado miedo para bajar a la mina a solas con él. ¿Y
pueden reprochárselo ¿Después de lo que él le hizo a su padre?»
Finalmente, consiguió esbozar una débil sonrisa... una sonrisa que a Adikor le recordó un poco
la del propio Ponter.
- No -dijo-. No, por supuesto que no. Estoy nerviosa, supongo. -Sonrió un poco más,
quitándole importancia-. Es esta época del mes, después de todo.
Pero cuando se acercaron al ascensor, un hombre particularmente fornido se alzó tras él.
- Deténgase, sabio Huld -dijo.
Adikor estaba seguro de que no había visto a ese hombre en la vida.
- ¿Sí?
- ¿Está pensando en bajar a su laboratorio?
- Sí, en efecto. ¿Quién es usted?
- Gaskdol Dut -dijo el hombre-. Mi contribución es el cumplimiento.
- ¿El cumplimiento? ¿De qué?
- De su escrutinio judicial. No puedo dejarlo bajar.
- ¿Escrutinio judicial? -dijo Jasmel-. ¿Qué es eso?
- Significa que las transmisiones del Acompañante del sabio Huld están siendo controladas
directamente por un ser humano que vive y respira según se reciben en el pabellón de
archivos de coartadas -dijo Dut-, y así será diez décimos al día, veintinueve días al mes, hasta
que se demuestre su inocencia, si es el caso.
- No sabía que estuviera permitido hacer eso -dijo Adikor, sorprendido.
- Oh, pues sí -dijo Dut-. En el momento en que Daklar Bolbay cursó su queja contra usted, un
adjudicador ordenó que lo colocaran bajo escrutinio judicial.
- ¿Por qué? -dijo Adikor, intentando controlar su furia.
- ¿No le transfirió Bolbay un documento explicándoselo? -preguntó Dut-. Un fallo, si no lo hizo.
De cualquier forma, un escrutinio judicial garantiza que no intenta usted salir de esta
jurisdicción, alterar pruebas potenciales y ese tipo de cosas.
Pero no estoy intentando hacer nada de eso -dijo Adikor-. ¿Por qué no me deja bajar a mi
laboratorio?
Dut miró a Adikor como si no pudiera creer la pregunta.
- ¿Por qué no? Porque las señales de su Acompañante no se podrán detectar desde allá abajo.
No podríamos mantenerlo bajo escrutinio.
- Hueso sin tuétano -dijo Adikor en voz baja.
Jasmel se cruzó de brazos.
- Soy Jasmel Ket, y...

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- Sé quién es usted -dijo el controlador.
- Bueno, entonces sabe que Ponter Boddit era mi padre. El controlador asintió.
Este hombre está intentando rescatarlo. Tiene usted que dejarlo bajar a su laboratorio.
Dut sacudió la cabeza, asombrado.- Este hombre está acusado de haber matado a su padre.
- Pero es posible que no lo hiciera -respondió Jasmel-. Puede que mi padre esté todavía vivo.
La única forma de averiguarlo es repetir el experimento de cálculo cuántico.
- No sé nada de experimentos cuánticos -dijo Dut.
- ¿Por qué no me sorprende eso? -dijo Adikor.
- Vaya, es usted un bocazas, ¿eh? -contestó Dut, mirando a Adikor de arriba abajo-. En
cualquier caso, mis órdenes son sencillas. Impedirle que salga de Saldak, e impedir que baje a
su laboratorio. Y recibí una llamada del pabellón de archivos de coartadas diciendo que iba
usted a hacer exactamente eso.
- Tengo que bajar.
- Lo siento -dijo Dut, cruzando sus enormes brazos delante de su enorme pecho-. No sólo no
se le puede controlar allí abajo, sino que podría intentar deshacerse de pruebas que todavía no
se hayan encontrado.
Jasmel tenía en efecto la rápida mente de su padre.
- No hay nada que me impida a mí bajar al laboratorio, ¿no? Yo no estoy bajo escrutinio
judicial.
Dut lo consideró.
- No, supongo que no.
- Muy bien -dijo Jasmel, volviéndose hacia Adikor-. Dime qué tengo que hacer para traer a mi
padre de vuelta.
Adikor negó con la cabeza.
- No es tan fácil. El equipo es muy complejo y, ya que Ponter y yo lo montamos, la mitad de
las clavijas de control ni siquiera están etiquetadas.
Jasmel no ocultó su frustración. Miró al hombretón.
- Bueno, ¿y si baja usted con nosotros? Así verá qué hace Adikor.
- ¿Bajar ahí? -Dut rió-. ¿Quiere que baje al único sitio donde mi Acompañante no puede ser
controlado... y que lo haga con la persona que puede haber cometido allí un asesinato
anteriormente? Me está cepillando el pelo de la espalda.
- Tiene que dejarle bajar -insistió Jasmel.
Pero Dut negó con la cabeza.
- No. Lo que tengo que hacer es impedirle que baje.
Adikor sacó la mandíbula.
- ¿Cómo? -dijo.
- ¿Qqué... qué dice? -replicó Dut.
- ¿Cómo? ¿Cómo va a impedirme que baje?
- Usando todos los medios necesarios -dijo Dut, con tranquilidad.
- Muy bien, pues -dijo Adikor. Permaneció inmóvil un momento, como pensando si realmente
quería intentar hacer eso-. Muy bien, pues -repitió, y empezó a caminar resueltamente hacia la
entrada del ascensor.
- Alto -dijo Dut, sin ningún énfasis.
- ¿O qué? -dijo Adikor, sin mirar atrás. Trató de parecer intrépido, pero la voz le falló y no
produjo el efecto que quería-. ¿Va a darme un golpe en el cráneo?
A su pesar, los músculos de su cuello se contrajeron, preparándose para el golpe.
- Ni hablar -dijo Dut-. Lo dormiré con un dardo tranquilizante. Adikor dejó de andar y se dio
media vuelta.
- Oh.
Bueno, nunca se había topado con la ley antes... ni conocía a nadie que lo hubiera hecho.
Supuso que tenía sentido que tuvieran un modo de detener a la gente sin causarle daño.
Jasmel se interpuso entre Adikor y el lanzador de dardos que Dut sostenía ahora en la mano.
- Tendrá que dispararme a mí primero -dijo-. Va a bajar.
- Como quiera. Pero se lo advierto: despertará con un dolor de cabeza terrible.

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- ¡Por favor! -dijo Jasmel-. Está intentando salvar a mi padre, ¿no lo entiende?
Por una vez, la voz de Dut tuvo algo de calor.
- Está agarrando usted humo. Sé que debe de ser muy duro, pero tiene que aceptar la
realidad. -Hizo un gesto con el lanzador para que los dos se marcharan de la mina . Lo siento,
pero su padre está muerto.

17

El laboratorio de genética de la Universidad Laurentian no disponía del equipo especial para


extraer ADN degradado de especímenes antiguos, como el laboratorio de Mary en York.
Pero nada de eso haría falta. Era una cuestión sencilla tomar las células de la boca de Ponter y
extraer ADN de una de las mitocondrias: en cualquier laboratorio genético del mundo podría
haberlo hecho.
Mary introdujo dos imprimaciones, pequeñas piezas de ADN mitocondrial que encajaban con el
principio de la secuencia que había identificado hacía años en el fósil del Neanderthal alemán.
Luego añadió la enzima polimerasa ADN y disparó la reacción en cadena de polimerasa, que
haría que la sección en la que estaba interesada se ampliara, reproduciéndose una y otra vez,
duplicándose en cada ocasión. Pronto tendría millones de copias de la cadena para analizar.
Como había dicho Reuben Montego, el laboratorio realizaba mucho trabajo forense, y por eso
tenían cinta selladora para cristal. La cinta se usaba para que los genetistas pudieran declarar
sin ningún género de duda que no había manera de que el contenido de un frasco hubiera sido
alterado cuando no lo tenían delante. Mary selló el bote donde estaba teniendo lugar la
amplificación RCP y firmó en la cinta.
Usó entonces uno de los ordenadores del laboratorio para acceder a su correo en York.
Había recibido más correo electrónico en el último día que en todo el mes anterior, y muchos
mensajes eran de expertos en Neanderthal de todo el mundo que de algún modo se habían
enterado de que ella estaba en Sudbury. Había mensajes de la Universidad de Washington, la
Universidad de Michigan, la UCB, la UCLA, Brown, SUNY Stony Brook, Stanford, Cambridge, el
Museo de Historia Natural de Inglaterra, el Instituto de Prehistoria Cuaternaria y Geología de
Francia, de sus viejos amigos del Rbeinisches Landesmuseum, y más, todos pidiendo muestras
del ADN del Neanderthal, al mismo tiempo que hacían bromas al respecto, como si,
naturalmente, aquello no pudiera estar sucediendo de verdad.
Ella ignoró todos aquellos mensajes, pero sintió la necesidad de enviar una nota a su
estudiante graduada en York:

DARIA:
LAMENTO DEJARTE EN LA ESTACADA, PERO SÉ QUE PUEDES ENCARGARTE DE TODO. ESTOY SEGURA DE QUE
HAS VISTO LOS INFORMES EN LA PRENSA, Y TODO LO QUE PUEDO DECIR ES, SÍ, PARECE QUE EXISTE LA
POSIBILIDAD DE QUE SEA UN NEANDERTHAL. AHORA MISMO ESTOY HACIENDO PRUEBAS DE ADN PARA
AVERIGUARLO CON SEGURIDAD.
NO SÉ CUÁNDO VOLVERÉ. PROBABLEMENTE ME QUEDE AQUÍ UNOS CUANTOS DÍAS MÁS, COMO MÍNIMO. PERO
QUERÍA DECIRTE... , ADVERTIRTE, EN REALIDAD... , QUE CREO QUE UN HOMBRE INTENTÓ SEGUIRME CUANDO
SALÍ DEL LABORATORIO EL VIERNES POR LA NOCHE. SÉ PRECAVIDA... SI VAS A TRABAJAR HASTA TARDE, HAZ
QUE TU NOVIO VENGA A RECOGERTE AL FINAL DEL DÍA O QUE ALGUIEN TE ACOMPAÑE HASTA LA RESIDENCIA.
TEN CUIDADO.
MNV

Mary leyó la nota un par de veces y luego pulsó: «ENVIAR AHORA.» Luego permaneció sentada
contemplando la pantalla durante mucho, mucho tiempo.
Maldición.
Maldición. Maldición. Maldición.
No podía quitárselo de la cabeza, ni siquiera cinco minutos. Calculaba que la mitad de sus
pensamientos de aquel día se habían centrado en los horribles acontecimientos de... Dios mío,

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¿había sido apenas ayer? Parecía mucho más lejano, aunque los recuerdos de las cosas que él
le había hecho estaban todavía marcados a fuego.
Si hubiera estado en Toronto, podría haberlo hablado con su madre, pero...
Pero su madre era una buena católica, y no había forma de evitar temas desagradables cuando
se hablaba acerca de una violación. A mamá le preocuparía que Mary pudiera estar
embarazada... y no admitiría jamás un aborto. Mary y ella habían discutido sobre el edicto de
Juan Pablo II por el que las monjas violadas en Bosnia debían tener sus hijos. Y decirle a su
madre que no había nada de lo que preocuparse porque Mary tomaba la píldora no iba a ser
mucho mejor. En lo que a los padres de Mary se refería, el método Ogino era la única forma
aceptable de control de la natalidad... Mary pensaba que era un milagro que sólo tuviera tres
hermanos en lugar de una docena.
Y, claro, podía hablar con sus hermanos, pero... le resultaba imposible hablar con un hombre,
con cualquier hombre, de aquello. Eso descartaba a sus hermanos, Bill y John. Y su única
hermana, Christine, se había mudado a Sacramento, y no parecía un tema adecuado para
hablarlo por teléfono.
Y sin embargo tenía que hablar con alguien. Con alguien en persona. Con alguien, allí.
Había un ejemplar del calendario de la universidad en una mesa del laboratorio; Mary encontró
el mapa del campus en él y localizó lo que estaba buscando. Se levantó y recorrió el pasillo
hasta las escaleras, pasó del edificio de Ciencia Uno al de las aulas y se encaminó por lo que
los estudiantes de la Laurentian llamaban «el callejón de los bolos», el largo pasillo de cristal
de la planta baja que corría entre el edificio de las aulas y la sala de actos. Lo recorrió seguida
por el sol de la tarde, dejó atrás un puesto de donuts y unos cuantos kioscos dedicados a
actividades estudiantiles. Finalmente giró a la izquierda al fondo del callejón de los bolos, dejó
atrás las oficinas, subió las escaleras, dejó atrás la librería del campus y recorrió un corto
pasillo.
Acudir al centro de crisis de violación de la Universidad de York quedaba completamente
descartado. Los consejeros de allí eran voluntarios en su mayoría, y aunque sin duda se
protegía la confidencialidad, el chismorreo de que una docente hubiera sido atacada resultaría
irresistible. Además, podían verla entrar o salir de la oficina.
Pero la Universidad Laurentian, por pequeña que fuera, tenía también un centro de crisis de
violación. La triste verdad era que todas las universidades necesitaban uno: había oído que
incluso había uno en la Universidad Oral Roberts. Allí nadie conocía a Mary, y todavía no la
habían entrevistado en televisión, aunque sin duda sería conocida cuando tuviera los
resultados de las pruebas de ADN de Ponter. Así que, si quería un poco de anonimato, eso no
podía esperar.
La puerta estaba abierta. Mary entró en la pequeña zona de recepción.
- Hola -dijo la joven negra sentada tras la mesa. Se levantó y se acercó a Mary-. Pasa, pasa.
Mary comprendió su solicitud. Muchas mujeres probablemente llegaban hasta el umbral, pero
luego se marchaban, incapaces de expresar lo que les había sucedido.
Aunque la mujer probablemente se daba cuenta de que si Mary era la víctima de una violación,
no acababa de suceder. No llevaba la ropa desaliñada, y su maquillaje y su pelo estaban en
orden. Además el centro debía de recibir visitantes que no eran víctimas: gente que venía a
ofrecerse voluntaria, a investigar, a usar la fotocopiadora.
- ¿Te han herido? -preguntó la mujer.
Herido. Sí, ésa era la forma correcta de abordarlo. Era más fácil admitir que habías sido herida
que aceptar la palabra con «V». Mary asintió.
- Tengo que preguntarlo -dijo la mujer. Tenía grandes ojos marrones y llevaba una joya
pequeña en la nariz-. ¿Ha sido hoy? Mary negó con la cabeza.
Durante medio segundo, la mujer pareció... , bueno, decepcionada no era la palabra adecuada,
pensó Mary, pero los hechos recientes eran sin duda mucho más interesantes, si se utilizaba el
material preciso para recabar pruebas, si...
- Ayer -dijo Mary, hablando por primera vez-. Anoche. -¿Fue... fue alguien que conozcas?
- No -respondió Mary... pero entonces calló. En realidad, no estaba segura de la respuesta a
esa pregunta. El monstruo tenía puesto un pasamontañas. Podría haber sido cualquiera: un

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estudiante a quien le hubiera dado clase; otro miembro del claustro; alguien del personal no
docente; un chorizo de la zona de Driftwood. Cualquiera-. No lo sé. Él... llevaba una máscara.
- Sé que te hirió -dijo la joven, rodeando a Mary con un brazo y haciéndola pasar-, ¿pero te
hizo daño? ¿Necesitas ver a un médico? -La mujer alzó una mano-. Tenemos una doctora
excelente.
Mary volvió a negar con la cabeza.
- No -dijo-. Tenía un... -La voz de Mary se quebró, sorprendiéndola. Lo intentó de nuevo-.
Tenía un cuchillo, pero no lo utilizó.
- Animal -dijo la mujer.
Mary asintió.
Entraron en una habitación interior, con paredes pintadas de rosa pálido. Había dos sillones,
pero ningún sofá: incluso allí, incluso en ese santuario, la visión de un sofá podría ser
excesiva. La mujer le indicó a Mary que ocupara uno de los sillones, cómodo y acolchado, y
ocupó el otro, sentándose frente a ella, pero se inclinó hacia delante y tomó amablemente la
mano izquierda de Mary.
- ¿Quieres decirme tu nombre? -preguntó la mujer.
Mary pensó en darle un nombre falso, o tal vez... No quería mentirle a esa dulce joven que
intentaba ayudarla; tal vez su segundo nombre, Nicole: eso no sería realmente una mentira,
pero seguiría ocultando su identidad. Pero cuando abrió la boca, salió «Mary».
- Mary Vaughan.
- Mary, yo me llamo Keisha.
Mary la miró.
- ¿Qué edad tienes? -preguntó.
- Diecinueve -dijo Keisha.
Tan joven.
- ¿Alguna vez... tú... ?
Keisha apretó los labios y asintió.
- ¿Cuándo?
- Hace tres años.
Mary notó que los ojos se le abrían de par en par. Entonces sólo tendría dieciséis.
Podía... Dios mío, su primera vez podía haber sido una violación.
- Lo siento mucho -dijo Mary.
Keisha ladeó la cabeza, aceptando el comentario.
- No te diré que lo superarás, Mary, pero podrás sobrevivir. Y nosotras te ayudaremos a
hacerlo.
Mary cerró los ojos y tomó aire. Luego lo dejó escapar lentamente. Podía sentir a Keisha
apretando amablemente su mano, transfiriéndole fuerzas. Por fin, Mary volvió a hablar.
- Lo odio -dijo. Abrió los ojos. El rostro de Keisha mostraba preocupación, apoyo-. Y... -añadió,
despacio, en voz baja-, me odio a mí misma por dejar que sucediera.
Keisha asintió y extendió el otro brazo, abrazando y sosteniendo también amablemente la
mano derecha de Mary.

18

Adikor y Jasmel regresaron de la mina a casa de Adikor, la casa que había compartido con
Ponter. Las costillas de iluminación se encendieron a una orden de Adikor, y Jasmel lo
contempló todo con interés.
Era la primera vez que Jasmel visitaba lo que fuera la residencia de su padre; Dos siempre se
convertían en Uno con los hombres cuando los hombres acudían al Centro, en vez de las
mujeres visitar el Borde.
Jasmel se sintió fascinada y melancólica mientras recorría la casa, mirando la colección de
esculturas de Ponter. Sabía que le gustaban los roedores de piedra y, en efecto, solía regalarle
tallas de ese tipo cada vez que había un eclipse lunar. Jasmel sabía que a Ponter le gustaban
especialmente los roedores hechos de minerales que no eran propios de la zona del animal: su

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orgullo y alegría, a juzgar por el lugar que ocupaba junto a la plancha wadlak era un castor a
la mitad de su tamaño natural, un animal local, moldeado con malaquita importada de Evsoy
central.
Mientras continuaba curioseando, el Acompañante de Adikor emitió un sonidito.
- Día sano -le dijo él-. Oh, maravilloso, amor. ¡Magnífica noticia! Espera un latido... -Se volvió
hacia Jasmel-. Querrás oír esto: es mi mujercompañera, Lurt. Ha analizado ese líquido que
encontré en el laboratorio de cálculo cuántico después de que desapareciera tu padre.
Adikor sacó una clavija de control de su Acompañante, activando el altavoz externo.
- Jasmel Ket, la hija de Ponter, está conmigo -dijo Adikor-. Adelante.
- Día sano, Jasmel -dijo Lurt.
- También para ti -respondió Jasmel.
- Muy bien -continuó Lurt-. Esto debería sorprenderos. ¿Sabes qué es el líquido que me
trajiste?
- Creía que era agua -dijo Adikor-. ¿Lo es?
- Más o menos. En realidad es agua pesada.
Jasmel alzó la ceja.
- ¿De veras? -dijo Adikor.
- Sí -contestó Lurt-. Pura agua pesada. Naturalmente, las moléculas de agua pesada se dan en
la naturaleza; componen aproximadamente el 0,1% del agua de lluvia normal, por ejemplo.
Pero conseguir una concentración como ésta... bueno, no estoy segura de cómo se haría.
Supongo que se podría idear una técnica para fraccionar agua natural, basándose en el hecho
de que el agua pesada es un diez por ciento más pesada, pero habría que procesar una
enorme cantidad de agua para separar la cantidad que dijiste que encontraste. No conozco
ninguna instalación capaz de hacer eso, y no se me ocurre ningún motivo de por qué querría
nadie hacerlo.
Adikor miró a Jasmel, y luego de nuevo a su muñeca.
- ¿No hay ninguna posibilidad de que suceda de modo natural? ¿De que pueda haberse filtrado
de las rocas?
- Ninguna posibilidad -dijo la voz de Lurt-. Estaba ligeramente contaminada con lo que al final
identifiqué como la solución limpiadora que se usa en los suelos de tu laboratorio; debe de
haber quedado un residuo seco que se disolvió en el agua. Pero por lo demás es
absolutamente pura. El agua filtrada del suelo contendría minerales disueltos dentro: ésta es
fabricada. Por quién, no lo sé, y cómo, no estoy segura... pero desde luego no es algo que
sucediera naturalmente.
- Fascinante -dijo Adikor-. ¿Y no había ni rastro del ADN de Ponter?
- No. Había un poco del tuyo: sin duda se te desprendieron algunas células al recoger el agua,
pero de nadie más. No había rastros de plasma sanguíneo ni de nada más que pudiera haber
surgido de él tampoco.
- Muy bien. ¡Muchas gracias!
- Día sano, querido -dijo la voz de Lurt.
- Día sano -repitió Adikor, y tiró de la clavija de control que ponía fin a la conversación.
- ¿Qué es agua pesada? -preguntó Jasmel.
Adikor se lo explicó.
- Debe de ser la clave -concluyó.
- ¿Estás diciendo la verdad sobre el origen del agua pesada? -preguntó Jasmel.
- Sí, por supuesto. La recogí del suelo de la cámara de los ordenadores después de que Ponter
desapareciera.
- No es venenosa, ¿verdad?
- ¿El agua pesada? No veo por qué.
- ¿Qué uso se le da?
- Ninguno, que yo sepa.
- ¿No hay modo alguno en que el cuerpo de mi padre pudiera haber sido, no sé, convertido de
algún modo en agua pesada?

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- Lo dudo mucho -dijo Adikor-. Y tampoco hay restos de los elementos químicos que
componían su cuerpo. No se desintegró ni entró en combustión espontánea: simplemente
desapareció. -Adikor sacudió la cabeza-. Tal vez mañana, en el dooslarm basadlarm, podamos
explicarle al adjudicador por qué tenemos que bajar al laboratorio. Hasta entonces, espero que
Ponter se encuentre bien, dondequiera que esté.

•••

Después de dejar a Mary Vaughan instalada en el laboratorio de genética de la universidad,


Reuben Montego tomó un bocado en un Taco Bell y luego se dirigió al centro de salud St.
Joseph's. En el vestíbulo vio a Louise Benoit, la hermosa estudiante francocanadiense de
posdoctorado. Estaba discutiendo con alguien que parecía pertenecer al departamento de
seguridad del hospital.
- ¡Pero yo le salvé la vida! -la oyó Reuben exclamar-. ¡Sin duda querrá verme!
Reuben se acercó a la joven.
- Hola -dijo-. ¿Cuál es el problema?
La mujer volvió su hermoso rostro hacia él, los ojos marrones se ensancharon de gratitud.
- ¡Oh, doctor Montego! -dijo-. Gracias a Dios que está usted aquí. Venía a ver cómo está
nuestro amigo, pero no me dejan subir a su planta.
- Soy Reuben Montego -le dijo Reuben al hombre de seguridad, un tipo pelirrojo y musculoso-.
Soy el... -Bueno, ¿por qué no?-, el medico de cabecera del señor Ponter. Puede confirmarlo
con el doctor Singh.
- Sé quién es usted -dijo el hombre de seguridad-. Y, sí, está usted en la lista de admitidos.
- Bueno, esta joven me acompaña. Es verdad que le salvó la vida a Ponter en el Observatorio
de Neutrinos de Sudbury.
- Muy bien -dijo el hombre-. Lamento dar la lata, pero tenemos periodistas y curiosos
intentando colarse a todas horas y...
En ese momento llegó el doctor Naonihal Singh, con un turbante marrón oscuro.
- ¡Doctor Singh! -llamó Reuben.
- Hola -dijo Singh, acercándose y estrechando la mano de Reuben-. Escapando del teléfono,
¿no? El mío ha estado sonando sin parar.
Reuben sonrió.
- El mío también. Parece que todo el mundo quiere saber cosas de nuestro señor Ponter.
- Sabe, me encanta que esté bien -dijo Singh-, pero la verdad es que me gustaría darle de
alta. No tenemos suficientes camas en el hospital, gracias a Mike Harris.
Reuben asintió, comprensivo. El cicatero antiguo primer ministro de Ontario había clausurado o
fusionado muchos hospitales por toda la provincia.
- Y -continuó Singh-, no está bien que yo lo diga, pero si él pudiera marcharse de aquí, tal vez
a mí dejarían de incordiarme los periodistas.
- ¿Adónde podríamos llevarlo? -preguntó Reuben.
- Eso no lo sé -repuso Singh-. Pero si está bien, no tiene nada que hacer en un hospital.
Reuben asintió.
- Muy bien, vale. Nos lo llevaremos al salir. ¿Hay algún modo de largarse sin que nos vea la
prensa?
- La idea es más bien que la prensa sepa que se ha ido -dijo Singh.
- Sí, sí -contestó Reuben-. Pero nos gustaría llevarlo a algún lugar seguro antes de que se den
cuenta.
- Ya veo -dijo Singh-. Sáquelo por el garaje subterráneo. Aparque allí; tome el ascensor de
personal hasta la B2, y salga por el pasillo. Mientras Ponter mantenga la cabeza gacha dentro
del coche, nadie lo verá marcharse.
- Excelente -dijo Reuben.
- Por favor, lléveselo hoy -dijo Singh.
Reuben asintió.
- Lo haré. -Gracias.

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Reuben y Louise se encaminaron escaleras arriba.
- Hola, Ponter -dijo Reuben al entrar en la habitación del hospital. Ponter estaba sentado en la
cama. Llevaba la misma ropa con la que lo habían encontrado.
Al principio Reuben pensó que Ponter había estado viendo la televisión, pero luego el doctor
advirtió la manera en que tenía levantado el brazo izquierdo, con el ojo de cristal de Hak
vuelto hacia la pantalla. Lo más probable era que la Acompañante hubiera estado escuchando
más muestras de lenguaje, intentando comprender más palabras por el contexto.
- Hola, Reuben -dijo Hak, presumiblemente de parte de Ponter. Ponter se volvió para mirar a
Louise. Reuben advirtió que no reaccionaba como lo habría hecho un varón humano normal;
no había ninguna sonrisa de deleite ante la inesperada visita de una hermosa joven.
- Louise -dijo Reuben-. Éste es Ponter.
Louise dio un paso adelante.
- ¡Hola, Ponter! Soy Louise Benoit.
- Louise te sacó del agua -dijo Reuben.
Ponter sonrió ahora cálidamente; tal vez allí todos le parecían iguales, pensó Reuben.
- Lou... -dijo la voz de Hak. Ponter se encogió de hombros, como pidiendo disculpas.
- No puede pronunciar la i larga de tu nombre -dijo Reuben. Louise sonrió.
- No importa. Puedes llamarme Lou; muchos de mis amigos lo hacen.
- Lou -repitió Ponter, hablando por sí mismo con su voz grave-. Yo... tu... yo...
Reuben miró a Louise.
- Todavía estamos construyendo su vocabulario. Me temo que no hemos llegado a las
amabilidades sociales todavía. Estoy seguro de que está intentando darle las gracias por
salvarle la vida.
- No hay de qué -dijo Louise-. Me alegro de que estés bien. Reuben asintió.
- Y hablando de estar bien -dijo-. Ponter, te vas de aquí. La ceja continua de Ponter se alzó
sobre su frente.
- ¡Sí! -dijo Hak, hablando otra vez por él-. ¿Dónde? ¿Dónde ir? Reuben se rascó un lado de su
cabeza afeitada.
- Ésa es una buena pregunta.
- Lejos -dijo Hak-. Lejos.
- ¿Quieres ir lejos? -preguntó Reuben-. ¿Por qué?
- El... el... -Hak se calló, pero Ponter movió una mano, cubriendo su gigantesca nariz: tal vez
el equivalente Neanderthal de tapársela con dos dedos.
- ¿El olor? -dijo Reuben. Asintió y se volvió hacia Louise-. Con una nariz como ésa, no me
extraña que tenga un agudo sentido del olfato. Yo mismo odio el olor de los hospitales, y me
paso un montón de tiempo en ellos.
Louise miró a Ponter, pero le habló a Reuben.
- ¿Sigue sin tener ni idea de dónde procede?
- No.
- Yo creo que de un mundo paralelo -dijo Louise, simplemente.
- ¿Qué? -exclamó Reuben-. ¡Oh, vamos!
Louise se encogió de hombros.
- ¿De dónde si no podría ser?
- Bueno, ésa es una buena pregunta, pero...
- Y si viene de un mundo paralelo -dijo Louise-, supongamos que ese mundo no tiene motores
de combustión interna, ni cualquiera de las otras cosas que contaminan nuestro aire.
Si uno tuviera realmente una nariz muy sensible, no desarrollaría jamás tecnologías apestosas.
- Tal vez, pero eso no significa que tenga que proceder de otro universo.
- De cualquier forma -dijo Louise, apartándose el pelo largo y castaño de los ojos-
probablemente quiera alejarse de la civilización. Ir a algún lugar que no huela tan mal.
- Bueno, yo puedo conseguir un permiso en Inco -dijo Reuben-. Lo bueno de ser el jefe del
personal médico es que puedes redactar tus propias autorizaciones. Me gustaría seguir
trabajando con él.
- Yo tampoco tengo nada que hacer mientras secan las instalaciones del ONS -dijo Louise.

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Reuben sintió que su corazón redoblaba. ¡Maldición, seguía siendo un perro de presa!
Pero sin duda Louise estaba pensando en ir con ellos por su interés científico en Ponter. En
cualquier caso, sería magnífico pasar más tiempo con ella; su acento era increíblemente sexy.
Me pregunto si las autoridades intentarán retenerlo otra vez -dijo Reuben.
- Sólo ha pasado un día desde que llegó aquí -dijo Louise-, y apuesto a que nadie en Ottawa se
lo ha tomado todavía en serio. Es sólo otra historia sensacionalista del tipo de las del National
Enquirer. Los agentes federales y los militares no aparecen cada vez que alguien dice que ha
visto un ovni. Estoy segura de que todavía no les ha dado por pensar que esto podría ser una
realidad.
Los olores son de verdad horribles, pensó Ponter, mientras miraba a Lou y Reuben.
Hacían un contraste absoluto: él con la piel oscura y completamente calvo, y ella con la piel
aún más clara que la de Ponter y el pelo castaño tupido que le caía en cascada por debajo de
los estrechos hombros.
Ponter todavía estaba asustado y confundido, pero Hak le susurraba palabras tranquilizadoras
en los implantes de su oído cada vez que la Acompañante detectaba que los signos vitales de
Ponter se agitaban demasiado. Sin la ayuda de Hak, Ponter estaba seguro de que ya se habría
vuelto loco.
¡Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo! Sólo el día antes se había despertado en su
propia cama con Adikor, le había dado de comer a su perra, había acudido al trabajo...
Y ahora estaba allí, dondequiera que eso pudiera ser. Hak tenía razón: tenía que ser la Tierra.
Ponter sospechaba que había otros planetas habitables en las infinitas extensiones del espacio,
pero parecía pasar lo mismo allí que en casa, el aire era respirable... ¡respirable, en el sentido
en que la cocina de su querido Adikor podía considerarse comestible! Había aromas hediondos,
olores gaseosos, olores frutales, olores químicos, olores que ni siquiera podía identificar. Pero,
tenía que admitirlo, el aire lo mantenía, y la comida que le habían dado era (¡en su mayor
parte!) químicamente compatible con su sistema digestivo.
Así pues: la Tierra. Y seguramente no la Tierra del pasado. Había partes de la Tierra moderna,
sobre todo en las regiones ecuatoriales, que estaban poco exploradas, pero, como había
señalado Hak, la vegetación que veían era prácticamente igual que en Saldak, lo que
significaba que era improbable que estuviera en otro continente, o en el hemisferio Sur. Y
aunque hacía calor, la mayoría de los árboles que había visto eran de hoja caduca; esto no
podía ser una zona ecuatorial.
¿El futuro, entonces? Pero no. Si la humanidad dejara de existir, por algún motivo insondable,
no serían los gliksins quienes ocuparan su lugar. Los gliksins se habían extinguido; su
resurgimiento era tan improbable como el de los dinosaurios.
Si no era sólo la Tierra, sino de hecho la misma parte de la Tierra de donde había venido el
propio Ponter, entonces ¿dónde estaban las vastas nubes de palomas pasajeras? No había
visto ninguna desde su llegada. Tal vez, pensó Ponter, los olores nauseabundos las habían
espantado.
Pero no.
No.
Eso no era ni el futuro ni el pasado. Era el presente... un mundo paralelo, un mundo donde,
increíblemente, a pesar de su innata estupidez, los gliksins no se habían extinguido.
- Ponter -dijo Reuben.
Ponter alzó la cabeza, con una expresión vagamente perdida en el rostro, como si hubiera
perdido la concentración.
- ¿Sí?
- Ponter, vamos a llevarte a otro lugar. No estoy seguro de dónde. Pero, bueno, para empezar,
te sacaremos de aquí. Tú... puedes venir a alojarte conmigo.
Ponter ladeó la cabeza, sin duda escuchando la traducción de Hak. Pareció asombrado un par
de veces: presumiblemente Hak no estaba segura de cómo traducir algunas de las palabras
que había empleado Reuben.
- Sí -dijo Ponter, por fin-. Sí. Nos vamos de aquí.
Reuben hizo un gesto para que Ponter abriera la marcha.

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- Abro puerta -dijo Ponter, hablando por sí mismo, con evidente placer, mientras abría la
puerta de la habitación del hospital-. Atravieso puerta -dijo, acompañando las palabras con la
acción adecuada.
Esperó a que Louise y Reuben salieran también.
- Cierro puerta -dijo, cerrando la puerta tras ellos. Y sonrió de oreja a oreja, y cuando Ponter
sonreía de oreja a oreja, su boca medía casi un palmo de una comisura a otra-. ¡Ponter fuera!

19

Siguiendo las instrucciones del doctor Singh, Reuben Montego, Louise Benoit y Ponter llegaron
sin problemas al coche de Reuben, que éste había trasladado al aparcamiento del personal.
Reuben tenía un SUV de color vino, con la pintura descascarillada por culpa de las carreteras
de gravilla del lugar donde estaba situado Inco. Ponter subió al asiento trasero y se tendió,
cubriéndose la cabeza con un ejemplar del Sudbury Star del día. Louise (que había ido
andando al hospital) se sentó delante con Reuben. Había aceptado la invitación de Reuben
para reunirse con él y con Ponter en su casa para cenar: el doctor había dicho que la llevaría a
la suya más tarde.
Iniciaron el viaje, con la CJMXFM sonando suavemente en la radio. La canción que escuchaban
era la versión de Geri Halliwell de It's raining men.
- Bueno -dijo Reuben, mirando a Louise-, convénzame. ¿Por qué cree que Ponter procede de
un universo paralelo?
Louise frunció los labios un momento (Dios, pensó Reuben, sí que es guapa), y entonces dijo:
- ¿Cómo está de física?
- ¿Yo? Lo que estudié en el instituto. Oh, y compré un ejemplar de Breve historia, del Tiempo
cuando Stephen Hawking vino a Sudbury, pero no llegué muy lejos en su lectura.
- Muy bien dijo Louise, mientras Reuben giraba a la derecha-, déjeme hacerle una pregunta. Si
se lanza un único fotón contra una barrera con dos rendijas verticales, y un pedazo de papel
fotográfico al otro lado muestra pautas de interferencia, ¿qué ha pasado?
- No lo sé -reconoció Reuben, sincero.
- Bueno -dijo Louise-, una interpretación es que ese único fotón se ha convertido en una onda
de energía y, al golpear la pared con las rendijas, cada rendija ha creado un nuevo frente de
onda y se ha obtenido la interferencia clásica, con picos y valles que se amplifican unos a otros
o se cancelan unos a otros.
Sus palabras hicieron sonar una vaga campana en la mente de Reuben.
- Muy bien.
- Bueno, como decía, ésa es una interpretación. Otra es que el universo mismo se divide,
convirtiéndose brevemente en dos universos. En uno, el fotón (todavía una partícula) atraviesa
la rendija izquierda, y en el otro atraviesa la rendija derecha. Y, como no hay ningún modo de
discernir por qué rendija atraviesa el fotón en este universo o en el otro, los dos universos se
colapsan y vuelven a ser uno, siendo la pauta de interferencia el resultado de la reunión de
universos.
Reuben asintió, pero sólo porque eso parecía lo más adecuado.
- Así que tenemos una base física experimental para creer en la existencia temporal de
universos paralelos -dijo Louise-. Esas pautas de interferencia aparecen aunque sólo envíes un
fotón hacia un par de rendijas. Pero ¿y si los dos universos no vuelven a colapsarse en uno? ¿Y
si, después de dividirse, continúan por caminos separados?
- ¿Sí? -dijo Reuben, intentando seguirla.
- Bueno, imagine el universo dividiéndose en dos, quién sabe, hace docenas de miles de años,
cuando había dos especies de humanidad viviendo juntas: nuestros antepasados, que eran los
CroMagnons, y los antepasados de Ponter, los antiguos Neanderthales. No sé cuánto tiempo
coexistieron las dos especies, pero...
- Desde hace cien mil años hasta hace tal vez veintisiete mil años -dijo Reuben.
Louise puso cara de estar impresionada, claramente sorprendida de que Reuben dispusiera de
ese dato.

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Reuben se encogió de hombros.
- Hemos traído a una genetista de Toronto, Mary Vaughan. Ella me lo ha dicho.
- Ah. Vale, bien, en algún momento de ese periodo, quizá se produjo una división, y los dos
universos continuaron divergiendo. En uno, nuestros antepasados se hicieron dominantes. Y en
el otro, los Neanderthales llegaron a convertirse en dominantes, creando su propia civilización
y su propio lenguaje.
A Reuben la cabeza le daba vueltas.
- Pero... ¿pero entonces cómo volvieron los dos universos a entrar en contacto?
- Je ne sais pas -dijo Louise, negando con la cabeza.
Salieron de Sudbury, recorrieron la Carretera Regional 55 hasta la mal llamada ciudad de
Lively, cerca de la cual se encontraba la mina.
- Ponter -dijo Reuben-. Probablemente ya puedes levantarte, ya no nos detendrá el tráfico.
Ponter no se movió.
Reuben cayó en la cuenta de que había hablado de un modo demasiado complejo.
- Ponter, arriba -dijo.
Oyó el sonido del periódico al arrugarse y vio la enorme cabeza de Ponter surgir en el espejo
retrovisor.
- Arriba -confirmó Ponter.
- Esta noche, te alojarás en mi casa -dijo Reuben-. ¿Comprendido?
Después de una pausa, presumiblemente para que se hiciera la traducción, Ponter dijo que sí.
- Ponter tiene que comer -intervino Hak.
- Sí -contestó Reuben-. Sí, comeremos pronto.
Continuaron hasta la casa de Reuben, adonde llegaron veinte minutos más tarde. Era una casa
moderna de dos plantas en un par de acres de terreno en las afueras de Lively.
Ponter, Louise y Reuben entraron, y Ponter observó fascinado cómo Reuben abría la puerta
principal y luego echaba el cerrojo y la cadena una vez que estuvieron dentro.
Ponter sonrió.
- Qué bueno -dijo, con deleite.
Al principio, Reuben pensó que le hacía un cumplido por la decoración, pero luego se dio
cuenta de que Ponter estaba claramente complacido porque la casa tenía aire acondicionado.
- Bueno -dijo Reuben, sonriéndoles a Louise y Ponter-, bienvenidos a mi humilde morada.
Poneos cómodos.
Louise miró en derredor.
- ¿No estás casado? -preguntó.
Reuben vaciló; la primera y mejor interpretación de la pregunta era que ella estaba
comprobando su disponibilidad. La segunda interpretación, más probable, era que de pronto
había caído en la cuenta de que se había marchado al campo con un hombre a quien apenas
conocía, y ahora estaba sola con él y un Neanderthal en una casa vacía. Y la tercera
interpretación, advirtió Reuben, mientras advertía el caos de su salón, con revistas tiradas por
aquí y allá y un plato con restos de pizza en la mesita, era que obviamente vivía solo: ninguna
mujer habría soportado semejante desorden.
- No -contestó Reuben-. Lo estuve, pero...
Louise asintió.
- Tienes buen gusto -dijo, contemplando los muebles, una mezcla de caribeño y canadiense,
con montones de caoba.
- Es cosa de mi esposa -dijo Reuben-. No he cambiado casi nada desde que nos separamos.
- Ah -dijo Louise-. ¿Puedo ayudarte con la cena?
- No, había pensado en preparar unos filetes. Tengo una barbacoa en la parte de atrás.
- Soy vegetariana -dijo Louise.
- Oh. Um, podría prepararte algunas verduras a la plancha... y, um, ¿una patata?
- Eso sería magnífico -dijo Louise.
- Muy bien. Hazle compañía a Ponter -dijo Reuben, y se marchó al cuarto de baño para lavarse
las manos.

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Más tarde, mientras trabajaba en el patio trasero, Reuben pudo ver que Louise y Ponter
mantenían una conversación cada vez más animada. Presumiblemente, Hak captaba más
palabras a medida que pasaba el tiempo. Finalmente, cuando los filetes estuvieron hechos,
Reuben llamó al cristal para atraer la atención de Louise y Ponter, y les hizo señas para que
salieran.
Un momento después, así lo hicieron.
- ¡Doctor Montego! -dijo Louise, entusiasmada-. ¡Ponter es físico!
- ¿Sí?
- Sí, sí. No tengo todos los detalles todavía, pero es físico sin duda... y creo que es físico
cuántico.
- ¿Y cómo se deduce eso? -preguntó Reuben.
- Dijo que se dedica a pensar en cómo funcionan las cosas, y yo dije, suponiendo que tal vez
fuera ingeniero, si se refería a cosas grandes, y él dijo que no, no, cosas pequeñas, cosas
demasiado pequeñas para verlas. Y yo dibujé algunos diagramas (material básico de la física)
y él los reconoció, y dijo que eso es lo que hacía.
Reuben miró a Ponter con renovada admiración. La frente hacia atrás y el ceño prominente lo
hacían parecer, bueno, un poco obtuso, pero... ¡físico! ¡Científico!
- Bueno, bueno, bueno -dijo Reuben. Les indicó que se sentaran ante una mesa redonda con
un parasol. Fue sirviendo en platos los filetes y las verduras a la parrilla que había envuelto en
papel de aluminio y los llevó a la mesa.
Ponter mostró su ancha sonrisa. ¡Eso sí que era comida para él! Pero entonces miró de nuevo
en derredor, igual que le había visto hacer Reuben esa mañana, como si faltara algo.
Reuben usó su cuchillo para cortar un pedazo de filete y se lo llevó a la boca.
Ponter, torpemente, imitó lo que había hecho Reuben, aunque cortó un trozo mucho más
grande.
Cuando terminó de masticar, Ponter emitió algunos sonidos que debían de ser palabras en su
idioma. Inmediatamente fueron seguidos por una voz masculina que Reuben no había oído
hasta entonces.
- Buena -dijo-. Buena comida.
La voz parecía proceder del implante de Ponter.
Reuben alzó las cejas, sorprendido, y Louise explicó:
- Empezaba a confundirme al hablar con ellos, intentando discernir cuándo era el implante que
hablaba por su cuenta y cuándo traducía a Ponter. Ahora usa una voz masculina cuando
traduce lo que dice Ponter, y una voz femenina para sus propias palabras.
- Es más sencillo así -dijo la familiar voz femenina de Hak.
- Sí -dijo Reuben-, desde luego que sí.
Louise usó torpemente sus largos dedos para desliar el papel de aluminio de sus verduras.
- Bueno, veamos qué más podemos averiguar.
Y durante la hora siguiente Reuben y Louise hablaron con Ponter y Hak. Pero para entonces ya
habían salido los mosquitos, y en abundancia. Reuben encendió una vela ácida para
espantarlos, pero el olor hizo que Ponter se atragantara. Reuben apagó la vela, y volvieron al
salón. Ponter se sentó en un cómodo sillón, Louise en un extremo del sofá con sus largas
piernas bajo el cuerpo y Reuben en el otro extremo.
Continuaron hablando durante otras tres horas, reconstruyendo poco a poco lo sucedido. Y,
cuando la historia completa surgió a la luz, Reuben se hundió en el sofá, absolutamente
sorprendido.

20 Tercer Día Domingo, 4 De Agosto (148/103/26)

BÚSQUEDA DE NOTICIAS PALABRA(S) CLAVE: NEANDERTHAL

LA NOTICIA DE ESTA MAÑANA EN SUDBURY, CANADÁ, ES QUE LAS PROPUESTAS DE MATRIMONIO SUPERAN LAS
AMENAZAS DE MUERTE DOS A UNO A FAVOR DEL VISITANTE NEANDERTHAL. VEINTIOCHO MUJERES HAN
ENVIADO CARTAS O EMAILS A ESTE PERIÓDICO DECLARÁNDOSE, MIENTRAS QUE LA POLICÍA DE SUDBURY Y LA

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REAL POLICÍA MONTADA DEL CANADÁ HAN REGISTRADO SÓLO TRECE AMENAZAS DE MUERTE CONTRA SU
VIDA...

ENCUESTA DE USA TODAY:


PORCENTAJE QUE CREE QUE EL SUPUESTO NEANDERTHALES UN FRAUDE: 54%.
QUE CREE QUE ES REALMENTE UN NEANDERTHAL, PERO VIENE DE ALGÚN LUGAR DE ESTA TIERRA: 26%
QUE CREE QUE VIENE DEL ESPACIO EXTERIOR: 11%
QUE CREE QUE VIENE DE UN MUNDO PARALELO: 9%

LA POLICÍA DESACTIVÓ HOY UNA BOMBA EN LA ENTRADA DEL POZO DE LA MINA QUE CONDUCE A LA CAVERNA
QUE ALBERGA EL OBSERVATORIO DE NEUTRINOS DE SUDBURY, DONDE EL SUPUESTO NEANDERTHAL APARECIÓ
POR PRIMERA VEZ...

UNA SECTA RELIGIOSA DEBATON ROUGE, LOUISIANA, RECIBE LA LLEGADA DEL NEANDERTHAL DE CANADÁ
COMO LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO. «CLARO QUE PARECE UN HUMANO ANTIGUO -DECLARÓ EL REVERENDO
HOOLEY GORDWELL-. EL MUNDO TIENE SEIS MIL AÑOS DE ANTIGÜEDAD, Y CRISTO VINO POR PRIMERA VEZ
HACE UN TERCIO DE ESE TIEMPO. NOSOTROS HEMOS CAMBIADO UN POCO, QUIZÁ DEBIDO A UNA NUTRICIÓN
MEJOR, PERO ÉL NO.» EL GRUPO ESTÁ PLANEANDO UNA PEREGRINACIÓN A LA CIUDAD MINERA DE SUDBURY,
ONTARIO, DONDE EL NEANDERTHAL VIVE ACTUALMENTE.

A la mañana siguiente, temprano, después de procurar que no los vieran por el camino, Ponter
y el doctor Montego se reunieron con Mary en el laboratorio de la Universidad Laurentian. Era
hora de analizar el ADN de Ponter, de responder a la gran pregunta.
Secuenciar los 379 nucleótidos requería un trabajo meticuloso. Mary estaba sentada a una
mesa de plástico blanco lechoso, con la superficie iluminada por los tubos fluorescentes que
tenía debajo. Había colocado la película autorradiactiva en la mesa y, con un rotulador, iba
escribiendo las letras del alfabeto genético para la cadena en cuestión: GGC, que indicaba el
aminoácido glicina; TAT, el código de la tirosina; ATA, en el ADN mitocondrial, opuesto al ADN
nuclear, especificaba metionina; AAA, la nomenclatura de la lisina...
Por fin terminó: las 379 bases de una parte específica de la región de control de Ponter
quedaron identificadas. El ordenador portátil de Mary tenía incorporado un programa de
análisis de ADN. Empezó a teclear las 379 letras que acababa de escribir en la película y luego
le pidió a Reuben que las tecleara de nuevo, sólo para asegurarse de que las había introducido
correctamente.
El ordenador informó inmediatamente de tres diferencias entre lo que había introducido Mary y
lo que había introducido Reuben, advirtiendo (era un programita inteligente) un error causado
porque Mary se había dejado accidentalmente una T en un punto; los otros dos errores eran
erratas de Reuben. Cuando estuvo segura de que habían introducido correctamente las 379
letras, hizo que el programa comparara la secuencia de Ponter con la que había extraído del
espécimen tipo de Neanderthal del Rheinisches Landesmuseum.
- ¿Bien? -dijo Reuben-. ¿Cuál es el veredicto?
Mary se echó atrás en su asiento, anonadada.
- El ADN que tomé de Ponter difiere en siete puntos del ADN recuperado del fósil de
Neanderthal. -Alzó una mano-. Era de esperar un poco de variación individual, y naturalmente
habrá habido alguna deriva genética con el paso del tiempo, pero...
- ¿Sí? -dijo Reuben.
Mary alzó los hombros.- Es un Neanderthal, en efecto.
- Guau -dijo Reuben, mirando a Ponter como si lo viera por primera vez-. Guau. Un
Neanderthal viviente.
Ponter habló un poco de su propio lenguaje, y su implante interpretó:- ¿Mi especie
desaparecida? -dijo la voz masculina.
- ¿De aquí? -preguntó Mary-. Sí, su especie desapareció de aquí... hace al menos 27000 años.
Ponter bajó la cabeza, reflexionando sobre esto.

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Mary reflexionó también. Hasta la aparición de Ponter, los parientes vivos más cercanos del
Homo sapiens eran los dos miembros del género Pan: el chimpancé y el bonobo.
Ambos estaban relacionados con los humanos y compartían aproximadamente el 95% del ADN
de la humanidad. Mary estaba lejos de terminar sus estudios con el ADN de Ponter, pero
suponía que compartiría hasta un 99% con su especie Homo sapiens.
Y ese 1% restante explicaba todas las diferencias. Si era un Neanderthal típico, su cavidad
craneana era probablemente más grande que la de un hombre normal. Y era más musculoso
que ningún humano que Mary hubiera conocido: sus brazos eran tan gruesos como los muslos
de la mayoría de los hombres. Además, sus ojos eran de un increíble marrón dorado; Mary se
preguntó si habría variantes de color entre su especie.
También era bastante velludo, aunque lo parecía menos a causa de su color claro. Sus
antebrazos y, supuso, su espalda y su pecho, estaban bien cubiertos. Y tenía barba, y una
cabeza llena de pelo partido por la mitad.
Entonces se dio cuenta: ya había visto ese tipo de peinado. Los bonobos, los pequeños simios
llamados a veces chimpancés pigmeos, llevaban el mismo peinado. Fascinante. Se preguntó si
toda su gente tenía el pelo así o era sólo un estilo que cultivaba.
Ponter volvió a hablar en su propio idioma, en voz baja, quizás hablando solo, pero el implante
tradujo las palabras al Inglés de todas formas.
- Mi especie desaparecida.
Mary habló con toda la amabilidad de la que fue capaz.- Sí. Lo siento.
Más sílabas brotaron de los labios de Ponter, y su Acompañante dijo:- Yo... no hay otros. Yo...
todos...
Sacudió la cabeza y volvió a hablar. La Acompañante pasó a su voz femenina, hablando por sí
misma.
- No tengo vocabulario para traducir lo que está diciendo Ponter.
Mary asintió con lentitud, apenada.- La palabra que estás buscando -dijo amablemente- es
«solo».

•••

El dooslarm basadlarm de Adikor Huld tuvo lugar en el edificio del Consejo Gris, en la periferia
del Centro. Los varones podían llegar allí sin internarse mucho en el territorio femenino; las
hembras podían entrar en él sin salir técnicamente de su tierra. Adikor no estaba seguro de
cómo influiría en sus posibilidades que los interrogatorios preliminares fueran durante Últimos
Cinco, pero la adjudicadora, una mujer llamada Komel Sard, parecía pertenecer a la
generación 142, así que hacía tiempo que debía de haber dejado atrás la menopausia.
La acusadora de Adikor, Daklar Bolbay, se alzaba ahora en la gran cámara cuadrada.
Los ventiladores soplaban el aire desde el lado Norte de la cámara hacia el Sur, y la
adjudicadora Sard se encontraba en el extremo Sur, contemplando el desarrollo de la acción
con expresión neutra en su rostro sabio y arrugado. El aire servía a un doble propósito: le traía
las feromonas del acusado, a menudo para ella algo tan significativo como las palabras
pronunciadas, e impedía que sus propias feromonas (que podrían haber traicionado qué
argumentos la impresionaban) fueran detectadas por la acusadora o el acusado, ambos
situados en el lado Norte.
Adikor había visto a Klast muchas veces, y siempre se había llevado bien con ella; su hombre-
compañero, después de todo, era Ponter. Pero Bolbay, que había sido la mujercompañera de
Klast, no parecía tener ni su calidez ni su simpatía.
Bolbay llevaba un pantalón naranja oscuro y un top naranja oscuro: el naranja había sido
siempre el color de los acusadores. Por su parte, Adikor iba de azul, el color de los acusados.
Cientos de espectadores, igualmente divididos entre varones y hembras, se sentaban a cada
lado de la sala; un dooslarm basadlarm por asesinato se consideraba algo digno de ver.
Jasmel Ket estaba allí, al igual que su hermana menor, Megameg Bek. La mujercompañera de
Adikor, Lurt, estaba presente también; le había dado un gran abrazo cuando llegó. Sentado a
su lado estaba Dab, el hijo de Adikor, de la misma edad que la pequeña Megameg.

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Y, naturalmente, casi todos los exhibicionistas de Saldak estaban presentes: no había nada
más interesante en aquel momento que esa audiencia. A pesar de su actual situación, Adikor
se alegró de ver a Hawst en persona, pues había usado mucho su mirador para enterarse de
cosas en el pasado. También reconoció a Lulasm, el favorito de Ponter, y a Gawlt y Talok y
Repeth y a un par de otros más. Los exhibicionistas eran fáciles de detectar: tenían que llevar
ropa plateada, lo que indicaba a cuantos tenía alrededor que sus emisores implantados eran
públicamente accesibles.
Adikor estaba sentado en un taburete. Había espacio de sobra por todas partes para que
Bolbay caminara a su alrededor mientras hablaba, y lo hacía con gran teatralidad.
- Díganos, sabio Huld, ¿tuvo éxito su experimento? ¿Consiguieron hallar el factor numérico
elegido?
Adikor negó con la cabeza.
- No.
- Así que hacerlo bajo la superficie no sirvió de nada -dijo Bolbay-. ¿De quién fue la idea de
hacer ese experimento bajo tierra? -Su voz era grave para tratarse de una hembra, un rumor
profundo.
- Ponter y yo lo acordamos juntos.
- Sí, sí, ¿pero quién fue el primero en sugerir la idea? ¿Usted o el sabio Boddit?
- No estoy seguro.
- Fue usted, ¿verdad?
Adikor se encogió de hombros.
- Es posible.
Bolbay estaba ahora delante de él. Adikor se negó a reconocer su presencia mirándola.
- Ahora, sabio Huld, díganos por qué eligió usted esa localización.
- No he dicho que la eligiera. He dicho que es posible que lo hiciera.
- Bien. Díganos por qué se eligió esa localización para su trabajo.
Adikor frunció el ceño, pensando cuántos detalles era apropiado dar.- La Tierra es
bombardeada continuamente por los rayos cósmicos -dijo por fin.
- ¿Y eso qué es?
- Radiación ionizante que procede del espacio exterior. Una corriente de protones, núcleos de
helio y otros núcleos. Cuando chocan con núcleos de nuestra atmósfera, producen radiación
secundaria... principalmente piones, muones, electrones y rayos dutar.
- ¿Y son peligrosos?
- En realidad no. Al menos, no en las pequeñas cantidades producidas por los rayos cósmicos.
Pero afectan a los instrumentos delicados, y por eso quisimos emplazar nuestro equipo en
algún lugar que estuviera protegido de ellos, y, bueno, la mina de níquel Debral estaba cerca.
- ¿No podrían haber utilizado otra instalación?
- Supongo que sí. Pero Debral es única no sólo por su profundidad (es la mina más profunda
del mundo), sino también por la baja radiación de fondo de sus rocas. El uranio y otros
materiales radiactivos presentes en muchas otras minas desprenden partículas cargadas que
habrían lastrado nuestros instrumentos.
- ¿Entonces estaban bien protegidos allí abajo?
- Sí... de todo excepto de los neutrinos, supongo.
Adikor captó la expresión del rostro de la adjudicadora Sard.
- Son partículas minúsculas que atraviesan la materia sólida; nada puede ser protegido contra
ellos.
- Bien, ¿no estaban protegidos también contra algo más allá abajo? -preguntó Bolbay.
- No comprendo -dijo Adikor.
- Mil brazadas de roca entre ustedes y la superficie. Ninguna radiación (ni siquiera las
partículas de rayos cósmicos que han recorrido sin impedimentos enormes distancias) podían
alcanzarlos.
- Correcto.
- Y ninguna radiación podía llegar a la superficie desde donde estaban ustedes trabajando, ¿no
es cierto?

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- ¿Qué quiere decir?
- Quiero decir que las señales de sus Acompañantes, el suyo y el del sabio Boddit, no podían
llegar desde allí hasta la superficie -dijo Bolbay.
- Sí, eso es cierto, aunque no le había dado importancia a ese detalle hasta que un controlador
me lo mencionó ayer.
- ¿No le había dado importancia? -El tono de Bolbay denotaba incredulidad-. Desde el día en
que nació, tiene usted un cubo de registro personal en el pabellón de archivos de coartadas
que está junto al edificio de este mismo Consejo. Y ha grabado todo lo que ha hecho, cada
momento de su vida, a medida que lo transmitía su Acompañante. Cada momento de su vida
en la superficie de la Tierra, es decir, excepto el tiempo que pasó allá abajo.
- No soy ningún experto en esos asuntos -dijo Adikor, sin demasiada sinceridad-. En realidad
no sé mucho de la transmisión de datos de los Acompañantes.
- Vamos, sabio Huld. Hace un momento nos estaba contando historias de muones y piones, ¿y
ahora espera que creamos que no comprende una sencilla emisión de radio?
- No he dicho que no la comprendiera. He dicho que nunca había pensado en ese tema.
Bolbay estaba de nuevo tras él.
- ¿Nunca pensó en el hecho de que, mientras estaba allí abajo, por primera vez desde su
nacimiento, no habría ningún registro disponible de lo que estaba haciendo?
- Mire -dijo Adikor, hablando directamente a la adjudicadora, antes de que Bolbay diera la
vuelta y bloqueara de nuevo su línea de visión-. No he tenido motivos para acceder a mi
propio archivo de coartadas desde hace muchísimos meses. Cierto, el hecho de que mis
acciones se registran normalmente es algo de lo que soy consciente, en un sentido abstracto,
pero no pienso en ello cada día.
- Y sin embargo -dijo Bolbay-, cada día de su vida, disfruta usted de la paz y la seguridad que
esas mismas grabaciones hacen posibles. -Miró a la adjudicadora-. Sabe que cuando pasea de
noche las posibilidades de ser víctima de un robo o asesinato o lasagklat son casi cero, porque
no es posible escapar a semejante crimen. Si se acusa a alguien de eso... bien, digamos de
que yo le he atacado en la plaza Peslar. Si usted pudiera convencer a un adjudicador de que su
acusación era plausible, el adjudicador podría ordenar que se abriera su archivo o su mina de
coartadas por el lapso de tiempo en cuestión, lo cual demostraría que soy inocente. El hecho
de que un crimen no pueda cometerse sin que quede constancia hace que todos nos
relajemos.
Adikor no dijo nada.
- Excepto cuando alguien idea el modo de recluirse con su víctima en un lugar, prácticamente
el único donde no puede hacerse ningún registro de lo que suceda.
- Eso es ridículo -dijo Adikor.
- ¿Lo es? Esa mina fue explotada mucho antes del comienzo de la Era de los Acompañantes, y,
naturalmente, llevamos ya siglos empleando robots para trabajar en las minas. Es casi
inaudito que un humano tenga que bajar a esas minas, y por eso nunca nos hemos ocupado
de la falta de comunicación entre los Acompañantes que están allí y el pabellón de archivos de
coartadas. Pero usted lo dispuso para estar con el sabio Boddit en un escondite subterráneo
durante lapsos de tiempo prolongados.
- Ni siquiera pensarnos en eso.
- ¿No? -dijo Bolbay-. ¿Reconoce el nombre de Kobast Gant?
El corazón le dio un vuelco a Adikor, y la boca se le secó.- Es un investigador de inteligencia
artificial.
- Así es. Y él declarará que hace meses mejoró su Acompañante y el del sabio Boddit,
añadiéndoles sofisticados componentes de inteligencia artificial.
- Sí. Eso hizo.
- ¿Por qué?
- Bueno, um...
- ¿Por qué?
- Porque a Ponter no le gustaba estar desconectado de la red de información planetaria.

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Con nuestros Acompañantes desconectados de la red, allá abajo, le parecía bien concentrar
mucha más capacidad de proceso en ellos, para que pudieran ayudarnos mejor con nuestro
trabajo.
- ¿Y eso se le olvidó? -dijo Bolbay.
- Como ha dicho usted -replicó Adikor con aspereza-, eso fue hace meses. Me he
acostumbrado a tener un Acompañante que es más charlatán de lo corriente. Después de todo,
estoy seguro de que Kobast Gant también declarará que, aunque eran primeras versiones de
su software de inteligencia artificial para Acompañantes, su intención era que estuvieran
disponibles para todos los que lo quisieran. Esperaba que la gente los encontrara útiles,
aunque nunca estén desconectados de la red... y consideraba que todos se acostumbrarían
rápidamente, y que pronto sería tan natural para ellos como tener un Acompañante menos
listo. -Adikor cruzó las manos sobre el regazo-. Bueno, yo me acostumbré rápidamente al mío
y, como dije al principio, ni siquiera pensé mucho en el tema, ni por qué había sido
originalmente necesario... pero... ¡espere! ¡Espere!
- ¿Sí? -dijo Bolbay.
Adikor miró directamente a la adjudicadora Sard, sentada al otro lado de la sala.
- ¡Mi Acompañante podría decirles lo que sucedió allá abajo! La adjudicadora miró firmemente
a Adikor.
- ¿Cuál es su contribución, sabio Huld? -preguntó.
- ¿Yo? Soy físico.
- Y programador informático, ¿no es así? -dijo la adjudicadora-. De hecho, usted y el sabio
Boddit estaban trabajando en ordenadores complejos.
- Sí, pero...
- Entonces -dijo la adjudicadora , difícilmente creo que podamos confiar en nada de lo que diga
su Acompañante. Sería un asunto trivial para alguien de su experiencia programarlo para que
nos diga lo que usted quisiera.
- Pero yo...
- Gracias, adjudicadora Sard -dijo Bolbay-. Ahora díganos, sabio Huld, ¿cuántas personas
están relacionadas normalmente con un experimento científico?
- Esta pregunta no tiene sentido -respondió Adikor-. Algunos proyectos los emprende un solo
individuo y...
- ... y otros los emprende una docena de investigadores, ¿no es cierto?
- A veces, sí.
- Pero su experimento implicaba sólo a dos investigadores.
- Eso no es correcto -dijo Adikor-. Otras cuatro personas trabajaron en diversas etapas de
nuestro proyecto.
- Pero ninguna de ellas fue invitada a bajar a la mina. Sólo ustedes dos, Ponter Boddit y Adikor
Huld, bajaban allí, ¿verdad?
Adikor asintió.
- Y sólo uno de ustedes regresó a la superficie.
Adikor permaneció impasible.
- ¿No es eso, sabio Huld? Sólo uno de ustedes regresó a la superficie.
- Sí, pero como ya he explicado, el sabio Boddit desapareció.
- Desapareció -dijo Bolbay, como si nunca hubiera oído la palabra antes, como si se estuviera
esforzando por comprender su significado-. ¿Quiere decir que se desvaneció?
- Sí.
- En el aire.
- Eso es.
- Pero no hay absolutamente ningún registro de esa desaparición.
Adikor sacudió levemente la cabeza. ¿Por qué lo perseguía así Bolbay? Nunca había sido
desagradable con ella, y no podía imaginar que Ponter lo hubiera presentado jamás ante
Bolbay en términos desfavorables. ¿Qué era lo que la motivaba?
- No se ha encontrado ningún cadáver -dijo Adikor, desafiante-. No han encontrado ningún
cadáver porque no hay ningún cadáver.

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- Eso dice usted, sabio Huld. Pero a un millar de brazadas bajo tierra podría haber eliminado el
cuerpo dejándolo en un montón de sitios: poniéndolo en una bolsa hermética para impedir que
sus olores escapen, y luego arrojándolo por una fisura, enterrándolo bajo una roca suelta o
tirándolo a una máquina trituradora de rocas. El complejo minero es enorme, después de todo,
con decenas de miles de túneles y galerías. Sin duda podría haberse usted librado del cadáver
allí abajo.
- Pero no lo hice.
- Eso dice usted.
- Sí -dijo Adikor, obligándose a adoptar un tono de calma-, eso digo.

•••

La noche anterior, en casa de Reuben, Louise y Ponter habían intentado idear un experimento
que pudiera demostrar a los demás que lo que Ponter decía era cierto: que procedía de un
mundo paralelo.
Los análisis químicos de las fibras de sus ropas podrían hacerlo. Ponter había dicho que eran
sintéticas, y presumiblemente no coincidirían con ningún polímero conocido.
Igualmente, algunos de los componentes del extraño implante Acompañante de Ponter casi
con toda certeza serían desconocidos para la ciencia de este mundo.
Un dentista podría demostrar que Ponter nunca había estado expuesto a agua fluorada.
Incluso sería posible demostrar que había vivido en un mundo sin armas nucleares, dioxinas,
ni motores de combustión interna.
Pero, como había señalado Reuben, todas esas cosas simplemente demostrarían que Ponter no
procedía de esta Tierra, no que viniera de otra Tierra. Podía, después de todo, ser un
alienígena.
Louise había argumentado que no había modo alguno en que la vida de otro planeta se
pareciera tantísimo a los resultados aleatorios que la evolución había producido en el nuestro,
pero admitió que para algunos la idea de alienígenas era más aceptable, y desde luego más
familiar, que la idea de universos paralelos... un comentario que instó a Reuben a decir que
Kira Nerys estaba más atractiva vestida de cuero.i
Finalmente, el propio Ponter proporcionó una prueba adecuada. Su implante, dijo, contenía
mapas completos de la mina de níquel que estaba supuestamente situada cerca, en esa
versión de la Tierra; después de todo, había sido el emplazamiento de las instalaciones donde
trabajaba él también. Naturalmente, la mayoría de los yacimientos principales ya habían sido
encontrados por su gente y por el personal de Inco, pero, comparando los mapas de la
Acompañante con los de la página web de Inco, el implante de Ponter identificó un lugar rico
en cobre que no había detectado Inco. De ser acertada, era exactamente el tipo de
información que sólo podría tener alguien procedente de un universo paralelo.
Así que ahora, Ponter Boddit (ya sabían su nombre completo), Louise Benoit, Bonnie Jean Mah,
Reuben Montego y una mujer a quien Louise veía por primera vez, una genetista llamada Mary
Vaughan, estaban todos ellos en los tupidos bosques, exactamente a 372 metros de distancia
del edificio de la ONS en la superficie. Los acompañaban dos geólogos de Inco, que manejaban
una barrena de toma de muestras. Uno de ellos insistía en que Ponter no podía tener razón en
que hubiera cobre en aquel punto.
Sondearon a 9,3 metros, tal como Hak había dicho que hicieran, y retiraron el tubo de
muestra. Louise se sintió aliviada de que la barrena con punta de diamante se parara por fin:
el sonido rechinante le había producido dolor de cabeza.
El grupo llevó la muestra al aparcamiento, cada uno sujetándola en algún momento del
trayecto. Y allí, donde había espacio para hacerlo, los geólogos retiraron la opaca membrana
externa. En la parte superior, naturalmente, había humus, y debajo, un residuo de barro,
arena, grava y guijarros. Debajo de eso, dijo uno de los geólogos, había roca norita del
Precámbico.
Y debajo, exactamente a la profundidad que había dicho Hak, había...

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Louise aplaudió, entusiasmada. Reuben Montego sonreía de oreja a oreja. El geólogo,
incrédulo, murmuraba para sí. La profesora Mah sacudía lentamente la cabeza adelante y
atrás, asombrada. Y la genetista, la doctora Vaughan, miraba a Ponter con los ojos muy
abiertos.
Estaba allí, exactamente donde él había dicho que estaría: cobre nativo, retorcido y bulboso,
pero sin duda metálico.
Louise le sonrió a Ponter y pensó en el mundo verde y limpio que le había descrito la noche
anterior.
- Dinero caído del cielo -dijo en voz baja.
La profesora Mah se acercó a Ponter y tomó su mano gigantesca en la suya, estrechándola con
firmeza.
- No lo habría creído -dijo-, pero bienvenido a nuestra versión de la Tierra.

21

A excepción de los geólogos, todos se reunieron en la sala de conferencias de la mina


Creighton: Mary Vaughan, la genetista que había venido desde Toronto; Reuben Montego, el
doctor de Inco; Louise Benoit, la posdoctorada del ONS que estaba presente cuando el
detector resultó destruido; Bonnie Jean Mah, la directora del proyecto ONS; y, el más
importante de todos, Ponter Boddit, físico de un mundo paralelo, el único Neanderthal vivo que
se veía en esta Tierra desde hacía al menos veintisiete mil años.
Mary había elegido sentarse junto a Bonnie Jean Mah, la única mujer de la sala que tenía una
silla vacía a su lado. Frente a ella, en la parte delantera de la sala, estaba Reuben Montego.
- Pregunta -dijo con aquel acento jamaicano que Mary encontraba delicioso-. ¿Por qué hay una
mina en este sitio?
La propia Mary no tenía ni idea, y ninguno de los que obviamente lo sabían parecían inclinados
a irse por las ramas, pero por fin Bonnie Jean Mash replicó:
- Porque hace mil ochocientos millones de años un asteroide cayó aquí, dejando grandes
depósitos de níquel -dijo.
- Exactamente -dijo Reuben-. Un hecho que sucedió mucho antes de que hubiera ninguna vida
multicelular en la Tierra, un hecho que el mundo de Ponter y el nuestro comparten en sus
pasados comunes.
Los miró uno a uno, hasta detenerse en Mary.
- Hay poca capacidad de decisión a la hora de elegir dónde se abre una mina -dijo Reuben-. Se
hace donde están los yacimientos. Pero ¿y el ONS? ¿Por qué se construyó allí?
- Porque los dos kilómetros de roca sobre la mina proporcionan un escudo excelente contra los
rayos cósmicos, haciendo que sea un lugar ideal para un detector de neutrinos -dijo Mah.
- Pero no sólo eso, ¿verdad, señora? -dijo Reuben, quien, según dedujo Mary, se había vuelto
todo un experto gracias a la ayuda de Louise-. Hay minas profundas por todo el planeta. Pero
esta mina tiene muy poca radiación de fondo, ¿verdad? De hecho, este lugar es único para
albergar instrumentos que serían afectados negativamente por la radiación natural.
Eso le pareció razonable a Mary, y advirtió que la profesora Mah asentía. Pero entonces Mah
añadió:
- ¿Y... ?
- Pues que en el universo de Ponter se construyó una mina en este mismo punto, para extraer
los mismos depósitos de níquel -respondió Reuben-. Y con el tiempo él mismo reconoció el
valor de este lugar y convenció a su gobierno para que emplazara unas instalaciones de física
en ese subsuelo.
- ¿Entonces nos quiere hacer creer que hay un detector de neutrinos en el mismo lugar en otro
universo? -preguntó Mah.
Reuben negó con la cabeza.
- No -dijo-. No, no lo hay. Recuerde, la posibilidad de elegir esta instalación como observatorio
de neutrinos tuvo que ver también con un accidente histórico: que los reactores nucleares de
Canadá, al contrario de los americanos, los británicos, los japoneses o los rusos, tienen que

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usar agua pesada como moderador. Ese conjunto de circunstancias no se repite en el mundo
de Ponter... de hecho, parece que no utilizan energía nuclear. Pero estas instalaciones
subterráneas son igualmente buenas para otro tipo de instrumentos muy delicados.
Hizo una pausa y fue mirando de rostro en rostro, y luego dijo:
- Ponter, ¿dónde trabajas?
- Dusble korbul to kalbtadu -repuso Ponter.
Y el implante, utilizando su voz masculina, proporcionó la traducción:
- En unas instalaciones de cálculo cuántico.
- ¿Cálculo cuántico? -repitió Mary, pero se sintió incómoda al hacerlo: no estaba acostumbrada
a ser la más ignorante de la reunión.
- Eso es -dijo Reuben, sonriendo-. ¿Doctora Benoit? Louise se levantó y asintió.
- El cálculo cuántico es algo con lo que nosotros mismos acabamos de empezar a jugar -dijo,
apartándose el pelo de los ojos-. Un ordenador normal puede determinar los factores de un
número dado probando un posible factor para ver si funciona, y luego otro, y otro, y otro:
cálculo a lo bruto. Pero si se usa un ordenador convencional para calcular el factor de un
número grande (pongamos por caso uno con 512 dígitos, como los que se usan para codificar
las transaccciones de tarjetas de crédito en la Red), harían falta incontables siglos para probar
todos los factores posibles uno a uno.
También ella los miró a todos de uno en uno, para asegurarse de que no había perdido a su
público.
- Pero un ordenador cuántico utiliza la superposición de estados cuánticos para comprobar
múltiples factores hipotéticos de manera simultánea -dijo Louise-. Es decir, en esencia, nuevos
universos duplicados de corta vida se crean específicamente para hacer el cálculo cuántico, y,
una vez que el cálculo del factor se ha completado (cosa que sería virtualmente instantánea)
todos esos universos se colapsan y vuelven a ser uno solo, ya que, excepto por el número
candidato que probaron para ver si era un factor, son por lo demás idénticos. Y así, en el
tiempo que se tarda en probar un solo factor, se consigue que todos ellos se prueben
simultáneamente, y se resuelve un problema anteriormente irresoluble. -Hizo una pausa-. Al
menos, hasta ahora, así es como creíamos que funcionan los cálculos cuánticos: basándose en
la superposición momentánea de estados cuánticos que crean de manera efectiva universos
diferentes.
Mary asintió, tratando de seguir la explicación.
- Pero supongamos que no es así como sucede realmente -dijo Louise-. Supongamos que en
vez de crear universos temporales durante una fracción de segundo, un ordenador cuántico
accede a universos paralelos ya existentes... otras versiones de la realidad donde el ordenador
cuántico también existe.
- No hay ninguna base teórica para creer eso -dijo Bonnie Jean, molesta-. Y, además, no hay
ningún ordenador cuántico en estas instalaciones, en el único universo que sabemos que
existe.
- ¡Exactamente! -dijo Louise-. Lo que yo propongo es esto: el doctor Boddit y su colega
estaban intentando hallar el factor de un número tan grande que para comprobar todos sus
posibles factores hicieron falta más versiones del ordenador cuántico que había en universos
separados y ya existentes. ¿No lo ve? Contactó con miles, millones, de universos existentes. Y
en cada uno de esos universos paralelos, el ordenador cuántico encontró un duplicado de sí
mismo, y ese duplicado probó un factor potencial diferente. ¿De acuerdo? Pero ¿y si se
estuviera hallando el factor de un número enorme, un número gigantesco, un número con más
factores posibles que universos paralelos donde las instalaciones de cálculo cuántico ya
existen? ¿Entonces qué? Bueno, creo que eso es lo que sucedió: el doctor Boddit y su
compañero estaban hallando el factor de un número gigantesco, el ordenador cuántico
encontró a sus hermanos en todos y cada uno de los universos paralelos donde ya existía, pero
siguió necesitando más copias de sí mismo, y por eso fue a buscar a otros universos paralelos,
incluyendo aquellos en los que las instalaciones de cálculo cuántico nunca habían sido
construidas... como nuestro universo. Y cuando alcanzó uno de ésos, fue como golpear una

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pared, que abortó el experimento. Y ese choque causó que una gran parte de las instalaciones
de cálculo de Ponter fueran transferidas a este universo.
Mary advirtió que la doctora Mah asentía.
- El aire que acompañó a Ponter.
- Exactamente -dijo Louise-. Como suponíamos, fue principalmente aire lo que se tranfirió a
este universo... aire suficiente para reventar la esfera acrílica. Pero, además del aire, se
transfirió también a una persona que estaba en las instalaciones de cálculo cuántico.
- Entonces, ¿él no sabía que iba a venir aquí? -preguntó Mah.
- No -respondió Reuben Montego-, no lo sabía. Si nosotros estábamos asombrados, imagine lo
sorprendido que estaba él. El pobre hombre se encontró de pronto sumergido en agua, en
medio de una oscuridad absoluta. Si no se hubiera transferido con él aquella enorme burbuja
de aire, se habría ahogado con toda seguridad.
Todo tu mundo vuelto del revés, pensó Mary. Miró al Neanderthal. Estaba haciendo un buen
trabajo al ocultar la desorientación y el miedo que debía de sentir, pero la conmoción sin duda
había sido enorme.
Mary le dirigió una sonrisita de compasión.

22

El dooslarm basadlarm de Adikor Huld continuaba. La adjudicadora Sard seguía sentada en el


extremo Sur, y Adikor en el Centro, con Daklar Bolbay caminando en círculos a su alrededor.
- ¿Se ha cometido un crimen de verdad? -preguntó Bolbay, mirando ahora a la adjudicadora
Sard-. No se ha encontrado ningún cadáver, y por eso podría argumentarse que éste es
simplemente un caso de desaparición, no importa lo improbable que esa circunstancia parezca
hoy. Pero hemos registrado la mina con detectores de señales portátiles, y por eso sabemos
que el implante de Ponter no transmite. Si estuviera herido, estaría transmitiendo.
Incluso si hubiera muerto por causas naturales, continuaría transmitiendo durante días,
usando la energía almacenada, durante días después de que cesaran los propios procesos
bioquímicos de Ponter. Nada que no sea una acción violenta puede explicar la desaparición de
Ponter y el silencio de su Acompañante.
Adikor sintió un nudo en el estómago. Bolbay tenía razón en su razonamiento: los
Acompañantes estaban diseñados a prueba de engaños. Antes de que existieran, la gente a
veces desaparecía, y sólo después de muchos meses se los declaraba muertos, a menudo
simplemente porque no había una explicación mejor. Pero Lonwis Trob había prometido que
sus Acompañantes cambiarían eso, y así había sido. Ya no desaparecía nadie.
Sard estaba obviamente de acuerdo.
- Acepto que la ausencia de cadáver y de transmisiones por parte del Acompañante sugieren
una actividad criminal -dijo-. Prosigamos.
- Muy bien dijo Bolbay. Miró brevemente a Adikor, y luego se volvió hacia la adjudicadora-. El
asesinato nunca ha sido común. Terminar con la vida de otro, poner un total y completo fin a
la existencia de alguien, es atroz más allá de ninguna comparación. Sin embargo, hay casos
conocidos, la mayoría, lo reconozco, de antes de la época de los Acompañantes y los registros
del archivo de coartadas. Y en casos anteriores, los tribunales pidieron que se demostraran
tres cosas para confirmar un cargo de asesinato.
»La primera es la oportunidad para cometer el crimen... , y en este caso Adikor Huld la tuvo,
de un modo que no tuvo nadie en este planeta, pues estaba más allá de las capacidades de su
Acompañante para transmitir sus acciones.
»La segunda es una técnica, un modo en que el crimen pudiera haberse cometido. Sin
cadáver, sólo podemos especular acerca del modo en que se cometió, aunque, como verán
más tarde, hay un método probable.
»Y, finalmente, hay que demostrar un motivo, una razón para el crimen, algo que impulsara a
alguien a cometer un acto tan horrible y definitivo. Y ésa es una cuestión que me gustaría
tratar ahora, adjudicadora.
La vieja hembra asintió.

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- Estoy escuchando.
Bolbay se volvió para mirar a Adikor.
- Usted y Ponter Boddit vivían juntos, ¿no es cierto?
Adikor asintió.
- Desde hace seis diezmeses.
- ¿Lo amaba?
- Sí. Mucho.
- Pero su mujercompañera había muerto recientemente.
- Ella era también su mujercompañera, Daklar Bolbay -dijo Adikor, aprovechando la
oportunidad para recalcar el conflicto de intereses de Bolbay.
Pero Bolbay estaba preparada para la ocasión.
- Sí. Klast, mi amada. Ya no vive, y por eso siento un gran pesar. Pero no le echo la culpa a
nadie: no hay nadie a quien echar la culpa. La enfermedad se presenta, y los prolongadores de
vida hicieron todo lo posible para que sus últimos meses fueran cómodos.
Pero para la muerte de Ponter Boddit sí que hay alguien a quien echar la culpa.
- Tenga cuidado, Daklar Bolbay -dijo la adjudicadora Sard-. No ha demostrado que el sabio
Boddit esté muerto. Hasta que yo decida eso, puede hablar de esa posibilidad sólo en términos
hipotéticos.
Bolbay se volvió hacia Sard y asintió.
- Mis disculpas, adjudicadora -dijo. Se volvió de nuevo hacia Adikor-. Estábamos discutiendo
otra muerte, otra sobre la cual no existe ninguna duda: la de Klast, que fue la mujer-
compañera de Ponter... y la mía propia. -Bolbay cerró los ojos-. Mi pena es demasiado grande
para expresarla, y no la exhibiré ante nadie. Klast hablaba a menudo de él; sé cuánto amaba a
Ponter, y cuánto él la amaba a ella. -Bolbay guardó silencio un instante, tal vez para
recuperarse-. Sin embargo, a la luz de esta reciente tragedia, debemos plantear otra
posibilidad respecto a la desaparición de Ponter. ¿Podría haberse quitado la vida, desesperado
por la muerte de Klast? -Miró a Adikor-. ¿Cuál es su opinión, sabio Huld?
- Estaba muy triste por la pérdida, pero la pérdida fue hace ya algún tiempo. Si Ponter hubiera
sentido impulsos suicidas, estoy seguro de que yo lo habría sabido.
Bolbay asintió razonablemente.
- No pretendo decir que conocía al sabio Boddit tan bien como usted, sabio Huld, pero
comparto su valoración. Con todo, ¿podría haber habido otros motivos para que cometiera
suicidio?
Adikor se sorprendió.
- ¿Como cuáles?
- Bueno, su trabajo... perdóneme, sabio Huld, pero no veo otra forma de expresarlo: su
trabajo conjunto era un fracaso. Era inminente una sesión del Consejo Gris en la cual ustedes
tendrían que haber discutido sus contribuciones a la sociedad. ¿Podría haber temido tanto que
su trabajo fuera cancelado que, bueno, decidió poner fin a su vida?
- No -dijo Adikor, anonadado por la sugerencia-. No, de hecho, si alguien hubiera olido mal
ante el Consejo, habría sido yo, no él.
Bolbay dejó que este comentario calara, y entonces continuó:
- ¿Sería tan amable de profundizar en esa idea?
- Ponter era el teórico -dijo Adikor-. Sus teorías no han sido probadas ni rebatidas, así que
todavía había trabajo válido que hacer con respecto a ellas. Pero yo era el ingeniero: yo era
quien se suponía que tenía que construir los aparatos experimentales para comprobar las ideas
de Ponter. Y fue ese aparato, nuestro prototipo de ordenador cuántico, lo que falló. El Consejo
podría haber considerado inadecuada mi contribución, pero desde luego no habrían pensado lo
mismo de la de Ponter.
- Entonces la muerte de Ponter no puede haber sido un suicidio -dijo Bolbay.
- Una vez más -intervino Sard-, hablará usted del sabio Boddit como si estuviera vivo, hasta
que yo decida lo contrario.
Bolbay inclinó de nuevo la cabeza ante la adjudicadora.

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- Una vez más, mis disculpas. -Se volvió hacia Adikor-. Si Ponter quisiera matarse, ¿es justo
decir, sabio Huld, que no se habría quitado la vida de un modo que pudiera implicarlo a usted?
- La sugerencia de que él pudiera quitarse la vida es tan improbable... -empezó a decir Adikor.
- Sí, estamos de acuerdo en eso -dijo Bolbay, tranquilamente-, pero, hipotéticamente, si lo
hiciera, sin duda no habría elegido hacerlo de un modo que dejara una sospecha de juego
sucio, ¿no está usted de acuerdo?
- Sí, estoy de acuerdo.
- Gracias -dijo Bolbay-. Ahora, este asunto que mencionó usted respecto a que su propia
contribución tal vez fuera inadecuada... Adikor se agitó en su taburete.
- ¿Sí?
- Bueno, yo, naturalmente, no tenía ninguna intención de sacar este tema -dijo Bolbay. A
Adikor le pareció captar una vaharada de falsedad en ella- Pero como lo ha mencionado usted,
deberíamos quizás ahondar en esta cuestión... sólo para descartarla, ya me entiende.
Adikor no dijo nada y, al cabo de un instante, Bolbay continuó.
- ¿Cómo se sentía, viviendo a sotavento de él? -preguntó amablemente.
- Yo... ¿perdone?
- Bueno, acaba usted de decir que la contribución de Ponter no era probable que fuera puesta
en duda, pero la suya sí.
- En el Consejo concreto que se avecina, sí -dijo Adikor-. Pero en general...
- En general -dijo Bolbay, y su voz grave era relamida-, debe usted admitir que su propia
contribución era una fracción de la suya. ¿No es cierto?
- ¿Está esto relacionado con el caso?
- De hecho, adjudicadora, creo que sí dijo Bolbay.
Sard parecía dudosa, pero asintió para que Bolbay continuara. Así lo hizo.
- Sin duda, sabio Huld, debe usted saber que cuando las generaciones todavía por nacer
estudien física y cálculo informático, el nombre de Ponter será mencionado a menudo,
mientras que el suyo rara vez lo será, ¿no?
Adikor notó que el pulso se le aceleraba.
- Nunca me he planteado tal cosa.
- Oh, vamos -dijo Bolbay, como si los dos supieran lo contrario-. La disparidad de sus
contribuciones era obvia.
- Se lo advierto de nuevo, Daklar Bolbay -dijo la adjudicadora-. No veo ningún motivo para
humillar al acusado.
- Estoy simplemente tratando de explorar su estado mental -replicó Bolbay, inclinándose de
nuevo. Sin esperar a que Sard respondiera, se volvió hacia Adikor-. Así pues, sabio Huld,
díganos: ¿qué se sentía al estar haciendo una contribución menor?
Adikor inspiró profundamente.
- No es asunto mío sopesar nuestro valor relativo.
- Por supuesto que no, pero acerca de la diferencia entre el suyo y el de él no cabe duda -dijo
Bolbay, como si Adikor estuviera obsesionado con algún detalle sin importancia, en vez de ver
el panorama general.
- Es bien sabido que Ponter era el brillante. -Bolbay sonrió solícita.
- Así pues, una vez más, díganos por favor qué sentía al saber eso.
- Sentía -dijo Adikor, tratando de mantener un tono pausado -antes de que Ponter
desapareciera exactamente lo mismo que hoy. Lo único que ha cambiado es que ahora estoy
triste y sin palabras por la pérdida de mi mejor amigo.
Bolbay se había colocado ahora tras él. El taburete era giratorio; Adikor podría haberla seguido
mientras andaba, pero decidió no hacerlo.
- ¿Su mejor amigo? -dijo Bolbay, como si eso fuera una admisión sorprendente-. ¿Su mejor
amigo, dice? ¿Y cómo hizo honor a esa amistad cuando desapareció? Anunciando que eran su
software y su equipo, no sus teoremas, lo importante de sus experimentos.
Adikor se quedó boquiabierto.
- Yo... yo no he dicho eso. Le dije a un exhibicionista que sólo haría comentarios sobre el papel
del software y el hardware, porque eran mi responsabilidad.

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- ¡Exactamente! Desde el momento en que él desapareció, quitó usted importancia a las
contribuciones de Ponter.
- ¡Daklar Bolbay! -exclamó Sard-. Tratará al sabio Huld con el debido respeto.
- ¿Respeto? -desdeñó Bolbay-. ¿Como el que él mostró a Ponter una vez desaparecido?
A Adikor le daba vueltas la cabeza.
- Podemos acceder a mi archivo de coartadas, o al del exhibicionista -dijo. Señaló a Sard,
como si fueran viejos aliados-. La adjudicadora puede oír las palabras exactas que empleé.
Bolbay hizo un ademán, descartando esta sugerencia como si fuera una locura absoluta.
- No importa qué palabras dijera: lo que importa es lo que nos dicen sobre lo que estaba usted
sintiendo. Y lo que estaba sintiendo era alivio porque su rival había desaparecido...
- No -dijo Adikor bruscamente.
- Se lo advierto, Daklar Bolbay -dijo Sard, bruscamente.
- Alivio porque ya no seguiría eclipsado por otro -continuó Bolbay.
- ¡No! -dijo Adikor, la furia creciendo en su interior.
- Alivio -continuó Bolbay, alzando la voz- porque ahora podría empezar a reclamar como única
toda contribución que hubieran hecho en conjunto.
- ¡Basta, Bolbay! -ladró Sard, golpeando el brazo de su sillón con la palma de la mano.
- ¡Alivio -gritó Bolbay- porque su rival estaba muerto! Adikor se puso en pie y se volvió para
enfrentarse a Bolbay. Contrajo los dedos en un puño y echó atrás el brazo.
- ¡Sabio Huld! -tronó la voz de la adjudicadora Sard en la sala.
Adikor se detuvo. El corazón se le salía del pecho. Bolbay, advirtió, se había colocado
sabiamente a sotavento, de modo que los ventiladores ya no impulsaran sus feromonas hacia
él. Miró su propio puño cerrado: un puño que podría haber roto el cráneo de Bolbay de un solo
golpe, un puño que podría haberle aplastado el pecho, roto las costillas, reventado el corazón
con un buen impacto. Era como si fuese algo ajeno a él, algo que ya no formara parte de su
cuerpo. Adikor bajó el brazo, pero todavía había tanta furia en él, tanta indignación, que
durante varios latidos fue incapaz de abrir los dedos. Se volvió hacia Sard, implorante.
- Yo... adjudicadora, sin duda comprende... Yo... yo no podría haber... -Negó con la cabeza-.
Ha oído lo que me ha dicho. Yo... nadie podría...
Los ojos violeta de la adjudicadora Sard mostraban espanto mientras miraba a Adikor.
- Nunca he visto una exhibición semejante, dentro o fuera de un proceso legal -dijo-. Sabio
Huld, ¿qué le ocurre?
Adikor todavía se rebullía por dentro. Bolbay tenía que conocer la historia, por supuesto que sí.
Era la mujercompañera de Klast, y Ponter estaba con Klast incluso en aquellos días. Pero...
pero... ¿era por eso por lo que Bolbay lo perseguía con tanta saña? ¿Era ése su motivo? Sin
duda debía de saber que Ponter nunca habría querido eso.
Adikor se había sometido a una terapia intensiva para resolver su problema para controlar la
cólera. Su querido Ponter había reconocido que era una enfermedad, un desequilibrio químico,
y (para crédito de aquel hombre maravilloso) había permanecido junto a Adikor durante todo
su tratamiento.
Pero ahora... , ahora Bolbay lo había engañado, lo había provocado, lo había empujado más
allá del límite para que todos lo vieran.
- Digna adjudicadora -dijo Adikor, intentando parecer tranquilo. ¿Debería explicarlo? ¿Podría?
-Adikor agachó la cabeza-. Pido disculpas por mi estallido.
La voz de Sard todavía temblaba de asombro.
- ¿Tiene alguna prueba más que apoye su acusación, Daklar Bolbay?
Bolbay, después de haber conseguido el efecto exacto que quería, se había convertido en la
viva imagen de la razón.
- Si se me permite, adjudicadora, hay un pequeño detalle...

23

Al final de la reunión en la sala de conferencias de Inco, Reuben Montego invitó a todo el


mundo a su casa para otra barbacoa. Ponter sonrió con satisfacción: obviamente, le había

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gustado la cena de la noche anterior. Louise aceptó también la invitación, argumentando que,
con el ONS en ruinas, no tenía mucho que hacer últimamente. Mary también aceptó: parecía
divertido, y era mejor que pasar otra noche sola mirando el techo de su habitación del hotel.
Pero la profesora Mah rehusó. Debía volver a Ottawa: tenía una cita a las diez de la noche, en
el 24 de Sussex Drive, para informar al primer ministro.
El problema ahora era librarse de los medios de comunicación, que según los guardias de
seguridad de Inco estaban apostados ante las puertas de la mina Creighton. Pero Reuben y
Louise elaboraron rápidamente un plan, que pusieron en práctica de inmediato.
Mary tenía un coche de alquiler, cortesía de Inco, un Dodge Neon rojo (cuando lo recogió,
Mary preguntó al encargado si usaba gas noble: todo lo que recibió fue una mirada vacía por
respuesta).
Mary dejó su Neon en la mina y ocupó el asiento de pasajeros del Ford Explorer negro de
Louise, que tenía una matrícula personalizada: «D2O.» Al cabo de un momento, Mary cayó en
la cuenta de que era la fórmula química del agua pesada. Louise sacó una manta del maletero
del coche (los conductores sensatos de Ontario y Quebec siempre llevan mantas o sacos de
dormir por si tienen un accidente en invierno), y envolvió a Mary en ella.
Al principio a Mary le pareció horriblemente calurosa, pero, por fortuna, el coche de Louise
tenía aire acondicionado; pocos estudiantes graduados podían permitirse eso, pero Mary
sospechaba que Louise no tenía dificultad para conseguir un buen trato allá donde fuere.
Louise condujo por el caminito de grava hasta la entrada de la mina, y Mary, bajo la manta,
hizo todo lo posible por parecer animada y voluminosa. Al cabo de un momento, Louise
aceleró, como si quisiera escapar.
- Ahora mismo estamos atravesando la verja -le dijo a Mary, que no veía nada-. ¡Y funciona!
La gente nos señala y están empezando a seguirnos.
Louise los condujo hasta Sudbury. Si todo salía según lo planeado, Reuben habría esperado
que los periodistas echaran a correr detrás del Explorer, y luego habría llevado a Ponter a su
casa en las afueras de Lively.
Louise condujo hasta el pequeño edificio de apartamentos donde vivía y aparcó. Mary oyó los
otros coches detenerse junto a ellos, algunos haciendo chirriar los neumáticos
dramáticamente. Louise bajó del asiento del conductor y se acercó a la puerta de pasajeros.
- Muy bien -le dijo a Mary, después de abrir la puerta-, ya puede salir.
Mary así lo hizo, y oyó las otras puertas cerrarse de golpe a medida que los conductores se
apeaban.
- Voilá! -gritó Louise mientras ayudaba a Mary a quitarse la manta de encima, y Mary les
sonrió tímidamente a los periodistas.
- ¡Oh, mierda! -dijo uno de ellos.
- ¡Maldición! -dijo otro.
Pero una tercera periodista (había tal vez una docena presente) fue más lista.
- Es usted la doctora Vaughan, ¿verdad? -la interpeló-. ¿La genetista?
Mary asintió.
- Bueno -exigió saber la periodista-, ¿es o no es un Neanderthal?
Mary y Louise tardaron cuarenta y cinco minutos en librarse de los periodistas, quienes,
aunque decepcionados por no haber encontrado a Ponter, quedaron encantados al oír los
resultados de las pruebas de ADN de Mary.
Sin embargo, Mary y Louise pudieron por fin entrar en el edificio y subir hasta el pisito de la
tercera planta. Esperaron hasta que todos los periodistas se hubieron marchado (el
aparcamiento se veía perfectamente desde la ventana del dormitorio de Louise). Luego la
posgraduada sacó un par de botellas de vino del frigorífico, volvió con Mary al coche y
condujeron hasta Lively.
Llegaron a casa de Reuben poco antes de las seis de la tarde. Reuben y Ponter no habían
querido empezar todavía a preparar la cena hasta asegurarse de que Louise y Mary llegaban.
Ponter había estado tumbado en el sofá del salón: Mary se dijo que tal vez se sentía un poco
incómodo por el clima, cosa que no era sorprendente, teniendo en cuenta todo lo que le había
sucedido.

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Louise anunció que iba a ayudar a preparar la cena. Mary se enteró de que era vegetariana y
de que, al parecer, se sentía mal por haber tenido que obligar a Reuben a hacer un esfuerzo
extra la noche anterior. Reuben, advirtió Mary, aceptó rápidamente la oferta de ayuda de
Louise... ¿qué varón heterosexual no lo haría?
- Mary, Ponter -dijo Reuben-, sentíos como en casa. Louise y yo pondremos la barbacoa en
marcha.
Mary sintió que su corazón empezaba a latir más rápido, y que la boca se le secaba. No había
estado a solas con un hombre desde... desde...
Pero era temprano, y...
Y Ponter no era...
Era un tópico, pero también cierto, más cierto que nada. Ponter no era como los otros
hombres.
No pasaría nada; después de todo, Reuben y Louise no estarían lejos. Mary inspiró
profundamente, intentando calmarse.
- Claro -dijo en voz baja-. Por supuesto.
- Magnífico -dijo Reuben-. Hay refrescos y cerveza en el frigorífico; abriremos el vino de Louise
con la cena.
Louise y él se metieron en la cocina y luego, un par de minutos más tarde, se encaminaron al
patio trasero. A Mary se le cortó la respiración cuando Reuben cerró las cristaleras que daban
al patio, pero él no quería que escapara el fresco al exterior. Sin embargo, con las puertas
cerradas y el ronroneo del aire acondicionado, Mary dudaba que Reuben y Louise pudieran
oírla.
Mary volvió la cabeza para mirar a Ponter, que se había puesto en pie, Consiguió ofrecerle una
débil sonrisa.
Ponter le sonrió a su vez.
No era feo; no, no lo era. Pero su cara era bastante poco común: como si alguien hubiera
tomado un modelo de barro de un rostro humano normal y hubiera tirado de él hacia adelante.
- Hola -dijo Ponter, hablando por sí mismo.
- Hola.
- Embarazoso -dijo Ponter.
Mary recordó su viaje a Alemania. Había odiado ser incapaz de hacerse comprender, odiado
esforzarse por leer las instrucciones de una cabina telefónica, intentar pedir en un restaurante,
intentar preguntar direcciones. Qué horrible tenía que ser para Ponter (¡un científico, un
intelectual!) verse reducido a comunicarse al nivel de un niño.
Las emociones de Ponter eran obvias: sonreía, fruncía el ceño, alzaba sus cejas rubias, reía;
ella no lo había visto llorar, pero suponía que podía hacerlo. Todavía no tenían el vocabulario
necesario para discutir cómo se sentía por estar allí; había sido más fácil hablar sobre
mecánica cuántica que sobre sentimientos.
Mary asintió, comprensiva.
- Sí -dijo-, debe de ser muy embarazoso no poder comunicarse. Ponter ladeó un poco la
cabeza. Tal vez había comprendido; tal vez no. Contempló el salón de Reuben como si faltara
algo.
- Sus habitaciones no tienen...
Frunció el ceño, frustrado, pues al parecer quería expresar una idea para la que ni él ni su
implante tenían vocabulario. Finalmente, se acercó al extremo de una voluminosa estantería,
llena de novelas de misterio, deuvedés y pequeñas tallas jamaicanas. Ponter se dio media
vuelta y empezó a frotarse la espalda de lado a lado contra el borde del último estante.
Mary se sorprendió al principio, pero luego comprendió lo que estaba haciendo: Ponter estaba
utilizando la estantería como poste rascador. Una imagen del satisfecho Baloo de El Libro De
La Selva de Disney se formó en su mente. Intentó contener una sonrisa. A ella le solía picar la
espalda a menudo... y, pensó brevemente, había pasado mucho tiempo desde la última vez
que se la rascó alguien. Si la espalda de Ponter era en efecto velluda, probablemente le picaba
a menudo. Al parecer, las habitaciones de su mundo tenían aparatos de rascado de algún tipo.
Se preguntó si sería educado ofrecerse a rascarle la espalda... y ese pensamiento la hizo

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detenerse. Había dado por supuesto que nunca querría tocar a un hombre, jamás, ni ser
tocada por ninguno. No había nada necesariamente sexual en rascar una espalda, pero, claro,
los libros que Keisha le había dado confirmaban lo que ya sabía: que tampoco había nada
sexual en una violación. De todas formas, no tenía ni idea de qué constituía una conducta
adecuada entre hombre y mujer en la sociedad de Ponter: podría ofenderlo enormemente, o...
Tranquilízate, muchacha.
Sin duda no le parecía más atractiva a Ponter de lo que él le parecía a ella. Ponter siguió
rascándose unos instantes más, y luego se apartó de la enorme estantería. Hizo un gesto con
la palma abierta, como invitando a Mary a ocupar su turno.
A ella le preocupaba dañar la madera o derribar las cosas de los estantes, pero todo parecía
haber sobrevivido a los vigorosos movimientos de Ponter.
- Gracias -dijo Mary. Cruzó la habitación, se colocó detrás de una mesita de café de vidrio y
apoyó la espalda en la esquina de la estantería. Se frotó un poco contra la madera. La verdad
es que se sintió bien, aunque el cierre del sujetador se le encallaba al pasar por el ángulo.
- Bueno, ¿sí? -dijo Ponter.
Mary sonrió.
- Sí.
Justo entonces sonó el teléfono. Ponter lo miró, y Mary también. Volvió a sonar.
- Desde luego, no para yo -dijo Ponter.
Mary se echó a reír y se acercó a una mesita esquinera, que sostenía un teléfono verdiazulado
de una sola pieza. Descolgó.
- Casa del doctor Montego.
- ¿Está ahí la profesora Mary Vaughan por casualidad? -preguntó una voz masculina.
- Um, al aparato.
- ¡Magnífico! Me llamo Sanjit. Soy productor de Planeta Diario, el noticiario científico nocturno
de Discovery Channel Canadá.
- Oh -dijo Mary-. Es un programa muy bueno.
- Gracias. Hemos estado siguiendo ese asunto del Neanderthal que ha aparecido en Sudbury.
Francamente, no lo creímos al principio, pero bueno, nos acaba de llegar un teletipo que dice
que usted ha autentificado el ADN del espécimen.
- Sí -dijo Mary-. Tiene en efecto ADN de Neanderthal.
- ¿Qué hay del... hombre? ¿No es un farsante?
- No. Es genuino.
- Guau. Bueno, mire, nos encantaría que apareciera usted mañana en el programa.
Pertenecemos a la CTV, así que podemos enviarle a alguien de nuestro afiliado local y hacerle
una entrevista, estando usted allí y Jay Ingram, uno de nuestros presentadores, aquí en
Toronto.
- Um -dijo Mary-, bueno, claro. Supongo.
- Magnífico -dijo Sanjit-. Bien, déjeme establecer de qué nos gustaría hablar.
Mary se volvió y miró por la ventana del salón: vio a Louise y Reuben ocupados en la
barbacoa.
- Muy bien.
- Primero, déjeme ver si tenemos bien su historial. Usted es profesora en York, ¿no es así?
- Sí, de genética.
- ¿Con plaza fija?
- Sí.
- Y su título es en...
- Biología molecular.
- Bien, en 1996, fue usted a Alemania a recoger ADN del espécimen de Neanderthal que hay
allí; ¿es correcto?
Mary miró a Ponter, para ver si se ofendía porque ella hablaba por teléfono. Él le dirigió una
mirada indulgente, así que continuó. -Sí.
- Hábleme de eso -dijo Sanjit.

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En resumen, la preentrevista duró más o menos veinte minutos. Oyó a Louise y Reuben entrar
y salir de la cocina un par de veces, y Reuben asomó la cabeza en el salón una vez para ver si
Mary estaba bien; ella cubrió el teléfono con una mano y le dijo lo que pasaba. Reuben sonrió
y volvió a cocinar. Por fin Sanjit terminó con sus preguntas, y acordaron los detalles para
grabar la entrevista. Mary colgó el teléfono y se volvió hacia Ponter.
- Lo siento -dijo.
Pero Ponter avanzaba hacia ella, con un brazo extendido. Ella advirtió de inmediato lo idiota
que había sido: la había atraído hasta allí, junto a las estanterías, lejos de la puerta. Con un
empujón de aquel brazo enorme, la apartaría también de la ventana, fuera de la vista de
Reuben y Louise.
- Por favor -dijo Mary-. Por favor. Gritaré...
Ponter dio otro lento paso hacia adelante, y entonces... Y entonces Mary gritó.
- ¡Socorro! ¡Socorro!
Ponter se desplomó contra la alfombra. Su frente estaba perlada de sudor y su piel se había
vuelto de un color ceniciento. Mary se arrodilló junto a él. Su pecho subía y bajaba
rápidamente, y había empezado a jadear.
- ¡Socorro! -gritó ella de nuevo.
Oyó que la puerta de cristal se deslizaba al abrirse. Reuben entró en tromba.
- ¿Qué... ? ¡Oh, Dios!
Corrió junto al caído Ponter. Louise llegó unos segundos más tarde. Reuben le tomó el pulso a
Ponter.
- Ponter está enfermo -dijo Hak, usando su voz femenina.
- Sí -asintió Reuben-. ¿Sabes qué le ocurre?
- No -respondió Hak-. Su pulso es elevado, su respiración entrecortada. Su temperatura
corporal es de 39.
Mary se sorprendió un momento al oír al implante citar lo que parecía una cifra en grados
Celsius, en cuyo caso tenía fiebre... pero, claro, era una escala de temperatura lógica para ser
desarrollada por cualquier ser con diez dedos.
- ¿Tiene alguna alergia? -preguntó Reuben.
Hak soltó un pitidito.
- Alergias -dijo Reuben-. Comidas o cosas del entorno que normalmente no afectan a la gente,
pero que a él le causan enfermedad.
- No -dijo Hak.
- ¿Estaba enfermo antes de salir de vuestro mundo?
- ¿Enfermo? -repitió Hak.
- Malo. No bien.
- No.
Reuben miró un reloj de madera profusamente tallada que había en uno de sus estantes.
- Han pasado unas cincuenta y una horas desde que llegó aquí. Cristo. Cristo.
- ¿Qué ocurre? -preguntó Mary.
- Dios, soy un idiota -dijo Reuben, poniéndose en pie. Corrió a otra habitación de la casa y
regresó con un maletín médico de cuero marrón, que abrió. Sacó un depresor lingüal de
madera y una linterna pequeña.
- Ponter -dijo con firmeza-, abre la boca.
Los ojos dorados de Ponter estaban ahora medio cubiertos por sus párpados, pero hizo lo que
le pedía Reuben. Evidentemente, Ponter nunca había sido examinado antes de esa forma; se
resistió a la intromisión de la espátula de madera en la boca. Pero, calmado tal vez por
algunas palabras de Hak que sólo él podía oír, pronto dejó de resistirse, y Reuben apuntó con
la linterna dentro de la cavernosa boca del Neanderthal.
- Sus amígdalas y otros tejidos están muy inflamados -dijo Reuben. Miró a Mary, luego a
Louise-. Es una infección de algún tipo.
- Pero tú, la profesora Vaughan, o yo misma hemos estado con él casi todo el tiempo que lleva
aquí -dijo Louise-, y no estamos enfermos.

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- Exactamente -replicó Reuben-. Lo que tenga, probablemente lo pilló aquí... y es algo a lo que
nosotros tres tenemos inmunidad natural, pero él no.
El doctor rebuscó en su maletín, encontró un frasco de pastillas.
- Louise -dijo, sin volverse-, trae un vaso de agua, por favor. Louise corrió a la cocina.
- Voy a darle unas aspirinas muy fuertes -le dijo Reuben a Hak, o a ella... Mary no estaba
segura de a quién-. Esto debería bajarle la fiebre.
Louise regresó con un vaso de agua. Reuben lo tomó. Metió dos píldoras entre los labios de
Ponter.
- Hak, dile que se trague las píldoras.
Mary no estaba segura de si la Acompañante había entendido las palabras de Reuben o
simplemente deducido sus intenciones, pero acto seguido Ponter se tragó las píldoras y, con su
manaza sostenida por la de Reuben, consiguió hacerlas pasar con un poco de agua, aunque
gran parte le corrió barbilla abajo, empapando su barba rubia.
Pero no se atoró, advirtió Mary. Un Neanderthal no podía atragantarse: eso era lo bueno de no
poder articular muchos sonidos. La cavidad bucal estaba dispuesta de modo que ningún líquido
ni comida podían irse por mal sitio. Reuben ayudó a Ponter a beber más agua, hasta vaciar el
vaso.
Maldición, pensó Mary. Maldición.
¿Cómo podían haber sido tan estúpidos? Cuando Hernán Cortés y sus conquistadores llegaron
a América Central, traían consigo enfermedades contra las que los aztecas no tenían ninguna
inmunidad, y eso que los aztecas y los españoles sólo estuvieron separados durante unos
pocos miles de años, tiempo suficiente para que se desarrollaran patógenos en una parte del
planeta contra los que no podían defenderse en la otra. El mundo de Ponter llevaba separado
de éste al menos veintisiete mil años; aquí tenían que haber evolucionado enfermedades
contra las que él no tendría ninguna resistencia.
Y...
Mary se estremeció.
Y viceversa también, naturalmente.
Reuben estaba pensando sin duda lo mismo. Se puso en pie, cruzó la habitación y descolgó el
teléfono que Mary había utilizado antes.
- Hola, operadora -dijo-. Soy el doctor Reuben Montego, y esto es una emergencia médica.
Necesito que me ponga en contacto con el Laboratorio para el Control de Enfermedades de
Sanidad Canadiense en Ottawa. Sí, eso es... con quien se encargue del control de las
enfermedades infecciosas...

24

El dooslarm basadlarm de Adikor Huld se suspendió temporalmente, en principio para la cena,


pero también porque la adjudicadora Sard quería darle una oportunidad de calmarse, de
recuperar la compostura y de consultar con otros cómo paliar el daño de su estallido violento.
Cuando el dooslarm basadlarm se reemprendió, Adikor se sentó de nuevo en el taburete. Se
preguntó a qué genio se le había ocurrido sentar al acusado en un taburete mientras los
demás daban vueltas a su alrededor. Tal vez Jasmel lo supiera; estaba estudiando historia,
después de todo, y esos procedimientos eran de origen antiguo.
Bolbay avanzó hacia el centro de la sala.
- Deseo que nos traslademos al pabellón de archivos de coartadas -dijo, dirigiéndose a la
adjudicadora.
Sard miró el reloj montado en el techo, evidentemente preocupada por lo mucho que estaba
tardando todo aquello.
- Ya ha establecido usted que el archivo de coartadas del sabio Huld no puede mostrar nada
que lleve a la desaparición de Ponter Boddit. -Frunció el ceño, y añadió, en un tono que no
admitía discusión-: Estoy segura de que el sabio Huld y quienquiera que vaya a hablar en su
favor estarán de acuerdo en que esto es cierto sin tener que trasladarnos todos allí para
demostrarlo.

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Bolbay asintió respetuosamente.
- En efecto, adjudicadora. Pero no es el cubo de coartadas del sabio Huld lo que deseo abrir.
Es el de Ponter Boddit.
- No mostrará tampoco nada acerca de su desaparición -dijo Sard, y parecía exasperada-,
y por el mismo motivo: las mil brazadas de roca que bloqueaban sus transmisiones.
- Cierto, adjudicadora -respondió Bolbay-. Pero no es la desaparición del sabio Boddit lo que
deseo revisar. Más bien, quiero mostrarle acontecimientos que datan de hace doscientos
veintinueve meses.
- ¡Doscientos veintinueve! -exclamó la adjudicadora-. ¿Cómo puede algo tan antiguo tener
relación con este procedimiento?
- Si me lo permite -dijo Bolbay-, creo que verá que tiene gran importancia.
Adikor se daba golpecitos sobre el arco ciliar con el pulgar, pensando. Doscientos veintinueve
meses; eso era hacía poco más de dieciocho años y medio. Ya conocía a Ponter entonces: los
dos pertenecían a la generación 145, y habían entrado al mismo tiempo en la Academia. Pero
¿qué hecho del pasado podía... ?
Adikor se puso en pie.
- Digna adjudicadora, me opongo a esto.
Sard lo miró.
- ¿Se opone? -dijo, sorprendida de oír algo semejante durante un proceso legal-. ¿Sobre qué
base? Bolbay no está proponiendo abrir su archivo de coartadas... sólo el del sabio Boddit. Y
como él ha desaparecido, abrir su archivo es algo que Bolbay, como tabant de sus familiares
vivos más cercanos, tiene derecho a solicitar.
Adikor se enfureció consigo mismo. Sard podría haber denegado la petición de Bolbay si él
hubiera mantenido cerrada la boca. Pero ahora sin duda sentía curiosidad por lo que Adikor
quería que se mantuviera oculto.
- Muy bien -dijo Sard, tomando su decisión. Miró a la multitud de espectadores-. Ustedes
tendrán que quedarse aquí, hasta que yo decida si esto es algo que tenga que ser visto
públicamente. La familia inmediata del sabio Boddit, el sabio Huld y quien vaya a hablar en su
favor pueden acompañarnos, siempre y cuando ninguno sea exhibicionista. -Por último, sus
ojos cayeron sobre Bolbay-. Muy bien, Bolbay. Será mejor que esto merezca mi tiempo.
Sard, Bolbay, Adikor y Jasmel, con Megameg de la mano, recorrieron el ancho pasillo cubierto
de hiedra que conducía al pabellón de coartadas. Bolbay al parecer no pudo resistirse a pinchar
a Adikor mientras caminaban.
- No hay nadie que hable en tu favor, ¿eh? -dijo.
Por una vez, Adikor consiguió mantener cerrada la boca.
No había mucha gente viva todavía que hubiera nacido antes de la introducción de los
Acompañantes: los pocos pertenecientes a la generación 140 y los aún menos de la 139 que
no habían muerto todavía.
Para todos los demás, un Acompañante había formado parte de sus vidas desde justo después
de nacer, cuando se instalaba el implante infantil inicial. La celebración del milésimo mes
desde el principio de la Era de la Coartada tendría lugar al cabo de poco: se planeaban grandes
festejos por todo el mundo.
Incluso allí, en Saldak, muchos miles habían nacido y habían muerto ya desde que se instalara
el primer Acompañante; ese implante inicial había sido colocado en el antebrazo de su propio
creador, Lonwis Trob. El gran pabellón de archivos de coartadas, junto al edificio del Consejo
Gris, estaba dividido en dos alas. La del Sur se topaba con un macizo de antigua roca; sería
extraordinariamente difícil ampliar esa ala, y por eso se empleaba para almacenar los cubos de
coartadas activos de los vivos, un número que era siempre una constante. El ala Norte,
aunque no era mucho más grande que la otra, podía agrandarse mucho, como se requería;
cuando alguien moría, su cubo de coartadas se desconectaba del receptor y se llevaba allí.
Adikor se preguntó en qué ala estaría almacenado el cubo de Ponter ahora.
Técnicamente, la adjudicadora tenía todavía que fallar si se había producido un asesinato.
Esperaba que fuera en el ala de los vivos; no estaba seguro de poder mantener la compostura
si tenía que enfrentarse al cubo de Ponter en el otro lado.

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Adikor ya había estado en los archivos. El ala Norte, el ala de los muertos, tenía una sala para
cada generación, con arcadas abiertas entre sí. La primera era diminuta y sólo contenía un
cubo, el de Walder Shar, el único miembro de la generación 131 que todavía vivía en Saldak
cuando se introdujeron los Acompañantes. Las siguientes cuatro salas eran sucesivamente más
grandes, y albergaban cubos de miembros de las generaciones 132, 133, 134 y 135, cada una
diez años más joven que la precedente. A partir de la generación 136, todas las salas eran del
mismo tamaño, aunque muy pocos cubos de generaciones posteriores a la 144 habían sido
transferidos, pues casi todos sus miembros seguían vivos.
En el ala Sur había una única sala, con treinta mil receptáculos para cubos de coartadas.
Aunque en un principio en el ala Sur reinaba un perfecto orden, con la colección inicial de
cubos clasificados por generación y, cada generación por sexos, se había desbaratado mucho
con el tiempo. Los niños nacían por grupos, de un modo ordenado, pero la gente moría a
edades muy distintas, y por eso los cubos de las generaciones siguientes habían sido colocados
en receptáculos vacíos, dondequiera que hubiese uno.
Eso hacía que encontrar un cubo concreto entre los más de veinticinco mil que componían la
población de Saldak fuera imposible sin un directorio. La adjudicadora Sard se presentó a la
mantenedora de coartadas, una gruesa mujer de la generación 143.
- Día sano, adjudicadora -dijo la mujer, sentada a horcajadas en una silla de montar tras una
mesa en forma de riñón.
- Día sano -respondió Sard-. Quiero acceder al archivo de coartadas de Ponter Boddit, físico de
la generación 145.
La mujer asintió y le habló a un ordenador. La pantalla cuadrada de la máquina mostró una
serie de números.
- Síganme -dijo, y Sard y los demás así lo hicieron.
A pesar de su envergadura, la mantenedora iba a paso vivo. Los condujo por una serie de
pasillos cuyas paredes estaban cubiertas de hileras de nichos, cada uno con un cubo de
coartadas, un bloque de granito reconstituido del tamaño de la cabeza de una persona.
- Aquí lo tenemos -dijo la mujer-. Receptáculo número 16321: Ponter Boddit.
La adjudicadora asintió, luego volvió su arrugada muñeca con su propio Acompañante hacia el
brillante ojo azul del cubo de Ponter.
- Yo, Komel Sard, adjudicadora, ordeno la apertura del receptáculo de coartadas 16321, para
investigaciones legales justas y adecuadas. Sello temporal.
El ojo del receptáculo se volvió amarillo. La adjudicadora se apartó y la mantenedora alzó su
Acompañante.
- Yo, Mabla Dabdalb, mantenedora de coartadas, acepto la apertura del receptáculo 16321,
para investigaciones legales justas y adecuadas. Sello temporal.
El ojo se volvió rojo, y sonó una nota.
- Aquí tiene, adjudicadora. Puede usar el proyector de la sala doce.
- Gracias -dijo Sard, y volvieron a la entrada. Dabdalb señaló la sala que les había asignado, y
Sard, Bolbay, Adikor, Jasmel y Megameg se dirigieron hacia allí y entraron.
La habitación era grande y cuadrada, con una pequeña galería de sillas de montar contra una
pared. Todos se sentaron, excepto Bolbay, que se acercó a la consola de control adosada a la
pared. Sólo se podía acceder a los archivos de coartadas dentro de ese edificio; como
protección contra cualquier visionado no autorizado, el pabellón de archivos estaba
completamente aislado de la red de información planetaria, y no tenía líneas de
telecomunicaciones externas. Aunque a veces era incómodo tener que ir físicamente a los
archivos para acceder a las grabaciones propias, el aislamiento se consideraba una protección
conveniente.
Bolbay miró al grupito allí reunido.
- Muy bien -dijo-. Voy a solicitar los acontecimientos sucedidos en 146/120/11.
Adikor asintió, resignado. No estaba seguro del undécimo día, pero la luna centésimo vigésima
desde el nacimiento de la generación 146 parecía la adecuada.
La habitación se oscureció y una esfera casi invisible, como una burbuja de jabón, pareció
flotar ante ellos. Bolbay evidentemente consideró que el tamaño por defecto no era lo bastante

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dramático para sus propósitos; Adikor la oyó toquetear las clavijas de control y el diámetro de
la esfera creció hasta que tuvo más de una brazada de longitud. Tocó más controles y la esfera
se llenó con tres esferas más pequeñas unidas, cada una teñida de un color distinto. Luego
esas tres esferas se subdividieron en otras tres y ésas volvieron a subdividirse, y así
sucesivamente, como un video acelerado de la mitosis de alguna extraña célula. Mientras la
esfera principal se llenaba de esferas cada vez más y más pequeñas, éstas adquirieron más y
más colores, hasta que, finalmente, el proceso se detuvo y una imagen de un joven de pie en
una sala de pensamiento de presión positiva de la Academia de Ciencias llenó la esfera visora,
como una escultura tridimensional de cuentas.
Adikor asintió: aquella grabación se había realizado hacía tanto tiempo que los avances en
resolución no estaban disponibles todavía. Con todo, podía verse.
Bolbay estaba manejando evidentemente más controles. La burbuja giró de modo que todos
pudieran ver la cara de la persona representada. Era Ponter Boddit. Adikor había olvidado lo
joven que era Ponter entonces. Miró a Jasmel, sentada junto a él. Su mirada era de asombro.
Probablemente no se le escapaba que su padre tenía entonces aproximadamente la misma
edad que ella.
- Ése, naturalmente, es Ponter Boddit -dijo Bolbay-. Con la mitad de su edad actual... o de la
que sería su edad actual si todavía estuviera vivo.
Continuó rápidamente antes de que la adjudicadora pudiese amonestarla.
- Ahora voy a avanzar...
La imagen de Ponter caminó, se sentó, se puso en pie, deambuló por la sala, consultó un
bloque de datos, se frotó contra un poste rascador, todo a velocidad frenética. Y entonces la
puerta hermética de la sala se abrió (la presión positiva impedía el paso de feromonas que
pudieran distraer el estudio) y entró un joven Adikor Huld.
- Pausa -dijo la adjudicadora Sard.
Bolbay congeló la imagen.
- Sabio Huld, ¿confirma que ése es efectivamente usted?
Adikor se sintió mortificado al ver su propio rostro; había olvidado que durante un breve
periodo de tiempo había adoptado la moda de afeitarse la barba. Ah, si fuera la única locura de
su juventud que había quedado grabada...
- Sí, adjudicadora -reconoció Adikor, en voz baja-. Ése soy yo.
- Muy bien -dijo Sard-. Continúe.
La imagen de la burbuja empezó a avanzar de nuevo a toda velocidad. Adikor se movía por la
sala, como hacía Ponter, aunque la imagen de Ponter permanecía siempre en el centro de la
esfera: era el espacio que lo rodeaba lo que cambiaba.
Adikor y Ponter parecían estar hablando amistosamente... Y luego menos amistosamente...
Bolbay redujo la reproducción a velocidad normal.
Ponter y Adikor estaban discutiendo en ese punto.
Y entonces...
Adikor quería cerrar los ojos. Sus propios recuerdos del hecho eran bastante vívidos.
Pero nunca lo había visto desde esa perspectiva, nunca había visto la expresión de su rostro...
Y por eso miró.
Y vio cómo cerraba el puño...
Vio cómo echaba atrás el brazo, el bíceps hinchado...
Vio cómo impulsaba el brazo hacia delante...
Vio cómo Ponter alzaba la cabeza justo a tiempo...
Vio cómo su puño alcanzaba la mandíbula de Ponter...
Vio cómo la mandíbula de Ponter se torcía...
Vio cómo Ponter retrocedía tambaleándose, la sangre manándole por la boca...
Vio cómo Ponter escupía dientes.
Bolbay congeló de nuevo la imagen. Sí, en su favor, la expresión en el rostro del joven Adikor
era ahora de sorpresa y remordimiento. Sí, se inclinaba para ayudar a levantarse a Ponter. Sí,
era evidente que lamentaba lo que había hecho, que por supuesto había sido...

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Había sido estar a un pelo de matar a Ponter Boddit, al golpearlo en el cráneo con un puñetazo
refrendado por toda la fuerza de Adikor.
Megameg estaba llorando. Jasmel se había agitado en su asiento, apartándose de Adikor. La
adjudicadora Sard meneaba lentamente la cabeza adelante y atrás, incrédula. Y Bolbay...
Bolbay estaba de pie, los brazos cruzados delante del pecho.
- Bien, Adikor -dijo Bolbay-, ¿debo reproducirlo con sonido, o le gustaría ahorrarnos a todos el
tiempo y contarnos por qué peleaban usted y Ponter?
Adikor sintió náuseas.
- Esto no es justo -dijo en voz baja-. No es justo. Me he sometido a tratamiento para controlar
mi temperamento... a ajustes de los niveles de neurotransmisores. Mi escultor de personalidad
lo confirmará. Nunca había golpeado a nadie con anterioridad en toda mi vida, y no he vuelto a
hacerlo.
- No ha respondido a mi pregunta -dijo Bolbay-. ¿Por qué estaban peleando?
Adikor guardó silencio, meneando lentamente la cabeza adelante y atrás.
- ¿Bien, sabio Huld? -exigió saber la adjudicadora.
- Era por algo trivial -dijo Adikor, mirando ahora el suelo cubierto de hiedra-. Era... -Inspiró
profundamente, luego dejó escapar el aire muy despacio-. Era un asunto filosófico, relacionado
con la física cuántica. Ha habido muchas interpretaciones de los fenómenos cuánticos, pero
Ponter se aferraba a lo que sabía perfectamente que era un modelo incorrecto. Yo... ahora sé
que me estaba pinchando, pero...
- Pero resultó ser demasiado para usted -dijo Bolbay-. Dejó que una simple discusión de
ciencia... ¡de ciencia!, se le fuera de las manos, y se enfadó tanto que la resolvió de un modo
que podría haberle costado a Ponter la vida si lo hubiera golpeado una fracción de palmo más
arriba.
- Esto no es justo -repitió Adikor, mirando ahora a la adjudicadora-. Ponter me perdonó.
Nunca presentó una acusación pública: sin la acusación de la víctima, por definición no se ha
cometido ningún crimen. -Su tono era ahora suplicante-. Ésa es la ley.
- Vimos esta mañana en la cámara del Consejo lo bien que controla Adikor Huld su
temperamento hoy en día -dijo Bolbay-. Y ahora hemos visto que intentó matar una vez a
Ponter Boddit. Fracasó en esa ocasión, pero creo que hay motivos para creer que
recientemente tuvo éxito, allá en las instalaciones de cálculo cuántico, bajo tierra.
Bolbay hizo una pausa, luego miró a Sard.
- Creo -dijo, complaciente- que hemos establecido los hechos suficientemente para que este
asunto sea enviado a un tribunal pleno.

25

Mary se acercó a la ventana principal de la casa de Reuben y se asomó al exterior.


Aunque eran más de las seis de la tarde, todavía habría luz durante un par de horas en esa
época del año y...
¡Santo Dios! El productor de Discovery Channel no era el único que había descubierto dónde
estaban. Dos furgonetas de televisión con antenas parabólicas en el techo, y tres coches con
logotipos de emisoras de radio estaban aparcados fuera, además de un cascado Honda con un
guardabarros de color distinto al resto del coche: presumiblemente pertenecía a un periodista
de prensa escrita. Desde que el teletipo había confirmado la autentificación del ADN de Ponter,
al parecer todo el mundo había empezado a tomarse en serio aquella historia demencial.
Reuben soltó por fin el teléfono. Mary se volvió a mirarlo.
- No estoy preparado para tener invitados -dijo el doctor-, pero...
- ¿Qué? -preguntó Louise, sorprendida.
Mary ya lo había deducido.
- No vamos a ir a ninguna parte, ¿verdad? -dijo.
Reuben negó con la cabeza.
- El CLCE ha ordenado la cuarentena de este edificio. Nadie entra ni sale.
- ¿Durante cuánto tiempo? -preguntó Louise, los ojos muy abiertos.

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- Eso es cosa del Gobierno -respondió Reuben-. Varios días, como mínimo.
- ¡Días! -exclamó Louise-. Pero... pero...
Reuben extendió las manos.
- Lo siento, pero no podemos saber qué anda flotando en la corriente sanguínea de Ponter.
- ¿Qué fue lo que acabó con los aztecas? -preguntó Mary.
- La viruela, principalmente -respondió Reuben.
- Pero la viruela... -dijo Louise-. Si él la tuviera, ¿no debería tener pústulas en la cara?
- Aparecen dos días después de la fiebre -dijo Reuben.
- Pero, de todas formas, la viruela ha sido erradicada.
- En este universo, sí -dijo Mary-. Y por eso nosotros ya no nos vacunamos contra ella.
Pero es posible...
Louise asintió, comprendiendo.
- Es posible que no haya sido eliminada en su universo.
- Exactamente -dijo Reuben-. Y aunque lo haya sido, podría haber incontables patógenos que
han evolucionado en su mundo contra los cuales nosotros no tenemos ninguna inmunidad.
Louise tomó aire, al parecer para intentar conservar la calma.
- Pero yo me siento bien -dijo.
- Y yo también. ¿Mary?
- Bien, sí.
Reuben negó con la cabeza.
- Pero no podemos correr ningún riesgo. Tienen muestras de sangre de Ponter en el St.
Joseph's. La mujer del CLCE con la que estoy tratando dice que hablará con su jefe de
patología y harán pruebas de todo lo que se les ocurra.
- ¿Tenemos suficiente comida? -preguntó Louise.
- No -contestó Reuben-. Pero nos traerán más, y...
¡Ding dong!
- ¡Oh, Cristo! -dijo Reuben.
- ¡Hay alguien en la puerta! -declaró Louise, asomándose a la ventana.
- Un periodista -dijo Mary, al ver al hombre.
Reuben corrió escaleras arriba. Durante medio segundo, Mary pensó que iba a buscar una
escopeta, pero entonces lo oyó gritar, aparentemente desde una ventana que había abierto allí
arriba.
- ¡Márchese! ¡Esta casa está en cuarentena!
Mary vio que el periodista retrocedía unos pasos y echaba atrás la cabeza para mirar a
Reuben.
- Me gustaría hacerle unas preguntas, doctor Montego -dijo. -¡Márchese! -gritó Reuben-. El
Neanderthal está enfermo, y este lugar ha sido declarado en cuarentena por orden de Sanidad
de Canadá.
Mary vio que llegaban más vehículos por la carretera y unas luces rojas y amarillas empezaban
a barrer la escena.
- Vamos, doctor -respondió el periodista-. Sólo unas cuantas preguntas.
- Hablo en serio -dijo Reuben-. Estamos conteniendo una enfermedad infecciosa, aquí.
- Tengo entendido que la profesora Vaughan está ahí también -gritó el periodista-. ¿Puede
hacer algún comentario sobre el ADN del Neanderthal?
- ¡Márchese! ¡Por el amor de Dios, hombre, márchese!
- Profesora Vaughan, ¿está usted ahí dentro? Soy Stan Tinbergen, del Sudbury Star. Me
gustaría...
- ¡Mon Dieu! -exclamó Louise, señalando hacia la calle-. ¡Ése hombre tiene un rifle!
Mary miró hacia donde señalaba Louise. En efecto, allí había alguien, apuntando con un arma a
la casa desde unos treinta metros de distancia. Un segundo después, el hombre que había a su
lado se llevó un megáfono a la boca.
- Habla la Real Policía Montada del Canadá -dijo la voz amplificada y reverberante del
hombre-. Apártese de la casa.
Tinbergen se dio media vuelta.

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- Esto es una propiedad privada -gritó-. Nadie ha cometido ningún delito y...
- Apártese -ordenó el policía, que iba vestido de paisano, aunque Mary vio que su coche blanco
estaba en efecto rotulado con las letras RPMC y el equivalente francés, GRC.
- Si el doctor Montego o la profesora Vaughan responden unas cuantas preguntas yo...
- ¡Última advertencia! -dijo el policía a través del megáfono-. Mi compañero sólo tratará de
herirle, pero...
Tinbergen no quería renunciar a su reportaje.
- ¡Tengo derecho a hacer preguntas!
- Cinco segundos -tronó la voz del oficial de policía.
Tinbergen no se movió.
- ¡Cuatro!
- ¡El público tiene derecho a saber! -gritó el periodista.
- ¡Tres!
Tinbergen se dio de nuevo media vuelta, al parecer decidido a hacer una última pregunta.
- Doctor Montego -gritó, alzando la cabeza-, ¿supone esta enfermedad algún riesgo para la
gente?
- ¡Dos!
- Responderé a todas sus preguntas -gritó Reuben-. Pero no así. ¡Márchese!
- ¡Uno!
Tinbergen se volvió, levantando las manos hasta la altura del pecho.
- ¡Muy bien, vale!
Empezó a apartarse de la casa.
En cuanto el periodista llegó al otro extremo del camino de acceso, el teléfono empezó a sonar
en casa de Reuben. Mary cruzó el salón y lo atendió, pero Reuben debía de haber descolgado
ya en una extensión de arriba.
- Doctor Montego -oyó decir a una voz de hombre-, soy el inspector Matthews, de la RPMC.
En otro caso, Mary hubiese colgado el teléfono, pero se moría de curiosidad.
- Hola, inspector -dijo la voz de Reuben.
- Doctor, Sanidad nos ha pedido que le prestemos toda la ayuda que precise.
La voz del hombre se oía débil; Mary supuso que llamaba desde un teléfono móvil.
Torció el cuello para asomarse por la ventana; el hombre que había usado el altavoz estaba
ahora en efecto de pie junto a su coche blanco, hablando por un móvil.
- ¿Cuánta gente hay dentro de la casa?
- Cuatro personas -contestó Reuben-. Yo mismo, el Neanderthal y dos mujeres: la profesora
Mary Vaughan, de la Universidad de York, y Louise Benoit, una estudiante de física
posdoctorada que trabajaba para el Observatorio de Neutrinos de Sudbury.
- Tengo entendido que uno está enfermo -dijo Matthews.
- Sí, el Neanderthal. Tiene fiebre alta.
- Déjeme que le dé el número de mi móvil -dijo el policía. Leyó una serie de dígitos.
- Lo tengo -dijo Reuben.
- Voy a estar aquí hasta que llegue mi relevo, a las once -dijo Matthews-. El relevo tendrá el
mismo teléfono; llame si necesita cualquier cosa.
- Necesito antibióticos para Ponter. Penicilina, eritromicina... unas cuantas cosas.
- ¿Tiene correo electrónico en casa? -preguntó Matthews.
- Sí.
- Haga la lista. Envíela a Robert Matthews, con doble «t», a rpmcgrc.gc.ca. ¿Lo tiene?
- Sí -dijo Reuben-. Lo necesitaré tan pronto como sea humanamente posible.
- Lo tendrá ahí esta noche, si son cosas que pueden tener en una farmacia corriente o el St.
Joseph's.
- Vamos a necesitar más comida también.
- Les traeremos lo que quieran. Mándeme un mail con una lista de alimentos, artículos de
aseo, ropa, lo que necesite.
- Magnífico -dijo Reuben-. Yo debería tomar muestras de sangre de todos nosotros, y enviarlas
al St. Joseph's y otros laboratorios.

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- Bien.
Acordaron en llamarse mutuamente si las circunstancias cambiaban de algún modo, y Reuben
colgó. Mary lo oyó bajar las escaleras.
- ¿Bien? -preguntó Louise... revelando que Mary había estado escuchando al mirarlos a ambos.
Reuben resumió la llamada.
- Lo siento -dijo-. Lo siento de veras.
- ¿Y los demás? -dijo Mary-. ¿Los otros que estuvieron en contacto con Ponter?
Reuben asintió.
- Le diré al inspector Matthews que los localicen. Probablemente los pondrán en cuarentena en
el St. Joseph's en vez de aquí.
Entró en la cocina y regresó con una libreta y un trozo de lápiz que parecía usar para la lista
de la compra.
- Muy bien, ¿quién más ha estado expuesto a Ponter?
- Un estudiante graduado que trabajaba conmigo -dijo Louise-. Paul Kiriyama.
- La doctora Mah, naturalmetne -dijo Mary-, y... Dios mío, ya está camino de Ottawa. ¡Será
mejor que impidamos que se reúna con el primer ministro esta noche!
- También había un puñado de gente del St. Joseph's -dijo Reuben-. Los camilleros de la
ambulancia, el doctor Singh, un radiólogo, enfermeras...
Continuaron haciendo la lista.
Ponter seguía tendido en la alfombra de color champán. Parecía inconsciente; Mary veía subir
y bajar su enorme pecho. Tenía la frente inclinada cubierta de sudor, y sus ojos se movían tras
los párpados como animales subterráneos en el fondo de madrigueras.
- Muy bien -dijo Reuben-. Creo que están todos. -Miró a Mary, luego a Louise, luego al yacente
Ponter-. Tengo que hacer una lista de los medicamentos que necesito para tratar a Ponter. Si
tenemos suerte...
Mary asintió y miró también a Ponter. Si tenemos suerte, pensó, ninguno de nosotros va a
morir.

26 Cuarto Día Lunes, 5 De Agosto (148/103/27)

BÚSQUEDA DE NOTICIAS PALABRA(S) CLAVE: NEANDERTHAL

¿ACCEDIÓ PONTER BODDIT A CANADÁ DE MANERA ILEGAL? ESA PREGUNTA CONTINÚA INQUIETANDO A LOS
EXPERTOS EN INMIGRACIÓN, TANTO AQUÍ COMO EN EL EXTRANJERO. NUESTRO INVITADO DE ESTA NOCHE ES EL
PROFESOR SIMON COHEN, QUE ENSEÑA DERECHO DE CIUDADANÍA EN LA UNIVERSIDAD MC GILL DE
MONTREAL...

LAS DIEZ PRINCIPALES RAZONES POR LAS QUE SABEMOS QUE PONTER BODDIT DEBE DE SER UN NEANDERTHAL
AUTÉNTICO:
 NÚMERO DIEZ: CUANDO CONOCIÓ A SU PRIMERA HEMBRA HUMANA, LA GOLPEÓ CON UNA PORRA Y SE
LA LLEVÓ ARRASTRÁNDOLA POR LOS PELOS.
 NÚMERO NUEVE: SE LE CONFUNDE EN LA PENUMBRA CON LEÓNIDAS BREZHNEY.
 NÚMERO OCHO: CUANDO ARNOLD SCHWARZENEGGER FUE A HACERLE UNA VISITA, BODDIT DIJO:
«¿QUIÉN ES ESE FLACUCHO?»
 NÚMERO SIETE: SÓLO VE LAS NOTICIAS DE LA FOX.
 NÚMERO SEIS: LA PUBLICIDAD DE MC DONALD'S AHORA REZA: «MILES DE MILLONES DE HOMO
SAPIENS ATENDIDOS... MÁS UN NEANDERTHAL.»
 NÚMERO CINCO: LLAMÓ «COLEGA» A TOM ARNOLD.
 NÚMERO CUATRO: CUANDO LE ENSEÑARON UNA ROCA RARA EN EL SMITHSONIAN, LA TALLÓ HASTA
OBTENER UNA PUNTA DE LANZA PERFECTA.
 NÚMERO TRES: LLEVA UN RELOJ FOSSIL Y BEBE OLD MILWAUKEE MUY MUY MUY ANTIGUO.
 NÚMERO DOS: ESTÁ COBRANDO ROYALTIES POR EL FUEGO.
 ¿Y LA RAZÓN NÚMERO UNO POR LA QUE SABEMOS QUE PONTER BODDIT TIENE QUE SER UN
NEANDERTHAL? CACHETES PELUDOS... LOS CUATRO.

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JOHN PEARCE, DIRECTOR DE ADQUISICIONES INTERNACIONALES DE RANDOM HOUSE CANADA, HA OFRECIDO A
PONTER BODDIT EL MAYOR ANTICIPO DE LA HISTORIA EDITORIAL CANADIENSE POR LOS DERECHOS MUNDIALES
DE SU BIOGRAFÍA AUTORIZADA, SEGÚN INFORMA EL PERIÓDICO QUILL & QUIRE...

SE RUMOREA QUE EL PENTÁGONO ESTÁ INTERESADO EN HABLAR CON PONTER BODDIT. LAS IMPLICACIONES
MILITARES DE LA FORMA EN QUE SUPUESTAMENTE LLEGÓ AQUÍ HAN LLAMADO LA ATENCIÓN DE AL MENOS UN
GENERAL DE CINCO ESTRELLAS...

Ahora veremos si he cometido el mayor error de mi vida, pensó Adikor Huld mientras se
sentaba en el taburete de la cámara del Consejo.
- ¿Quién habla en favor del acusado? -preguntó la adjudicadora Sard.
No se movió nadie. A Adikor el corazón le dio un vuelco. ¿Había decidido Jasmel Ket
abandonarlo? Al fin y al cabo, ¿quién podría reprochárselo? El día anterior había visto con sus
propios ojos que una vez (cierto, hacía mucho tiempo) Adikor había intentado aparentemente
matar a su padre.
La sala estaba en silencio, aunque uno de los espectadores, al parecer llegando a la misma
conclusión a la que Bolbay había llegado anteriormente, dejó escapar una risita breve y
despectiva: nadie iba a hablar en favor de Adikor.
Pero entonces, por fin, Jasmel se puso en pie.
- Yo -dijo-. Yo hablo en favor de Adikor Huld.
Hubo exclamaciones de sorpresa por parte del público.
Daklar Bolbay, que estaba sentada cerca, se levantó, anonadada.
- Adjudicadora, esto no está bien. La muchacha es una de las acusadoras.
La adjudicadora Sard inclinó hacia delante su arrugada cabeza mirando a Jasmel.
- ¿Es eso cierto?
- No -respondió Jasmel-. Daklar Bolbay era la mujercompañera de mi madre; la nombraron mi
tabant cuando murió mi madre.
Pero he visto ya doscientas veinticinco lunas y reclamo los derechos de la mayoría de edad.
- ¿Eres una 147? -preguntó Sard.
- Sí, adjudicadora.
Sard se volvió hacia Bolbay, que estaba todavía de pie.
- Todos los 147 alcanzaron su responsabilidad personal hace meses. A menos que argumente
que su pupila es mentalmente incompetente, su custodia sobre ella terminó automáticamente.
¿Es mentalmente incompetente?
Bolbay se rebullía por dentro. Abrió la boca, sin duda para hacer claramente una observación,
pero se lo pensó mejor. Agachó la cabeza.
- No, adjudicadora.
- Muy bien, pues -dijo Sard-. Ocupe su asiento, Daklar Bolbay.
- Gracias, adjudicadora -dijo Jasmel-. Ahora, si puedo...
- Un momento, 147 -dijo Sard-. Habría sido una cortesía por tu parte decirle a tu tabant que
ibas a oponerte a su caso.
Adikor comprendía por qué Jasmel había permanecido en silencio. Si hubiera advertido a
Bolbay, ésta habría hecho todo lo posible para disuadirla. Pero Jasmel tenía el encanto de su
padre.
- Habla usted sabiamente, adjudicadora. Mantendré su consejo bajo mi ceño.
Sard asintió, satisfecha, e indicó a Jasmel que continuara. Jasmel se dirigió al centro de la
sala.
- Adjudicadora Sard, ha oído usted muchas insinuaciones de Daklar Bolbay. Insinuaciones y
ataques sin fundamento sobre el carácter de Adikor Huld. Pero apenas lo conoce. Adikor era el
hombrecompañero de mi padre; cierto, sólo he visto a Adikor brevemente cuando Dos se
convertían en Uno... él tiene su propio hijo, el joven Dab, que está aquí en esta sala y su
mujer, Lurt, sentada junto a Dab. Pero, con todo, nos veíamos frecuentemente... mucho más
frecuentemente que Daklar y él.

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Se acercó a Adikor y puso la mano sobre su hombro.
- Me presento aquí, la hija del hombre a quien se le acusa de haber matado, y le digo que no
creo que lo hiciera.
Hizo una pausa, miró brevemente a Adikor y luego miró a los ojos a la adjudicadora, sentada
al otro lado de la sala.
- Ya has visto el registro de coartadas -insistió Bolbay, sentada a horcajadas cerca, en la
primera fila de espectadores. Sard la hizo callar.
- Sí -dijo Jasmel-. Sí, lo he visto. Sabía que mi padre tenía una lesión en la mandíbula. Le dolía
de vez en cuando, sobre todo por las mañanas cuando hacía frío. No sabía quién le había
causado la lesión: él no lo dijo nunca. Pero sí que decía que había sido hacía mucho, que el
responsable se sintió extremadamente arrepentido, y que había perdonado al individuo.
- Hizo un pausa-. Mi padre era bueno juzgando caracteres. No habría sido compañero de
Adikor si hubiera creído que existía la más leve posibilidad de que Adikor repitiera sus
acciones. -Miró a Adikor y luego a la adjudicadora-. Sí, mi padre ha desaparecido. Pero no creo
que fuera asesinado. Si está muerto, es a causa de un accidente. Y si no lo está...
- ¿Crees que está herido? -preguntó la adjudicadora Sard.
Jasmel se sorprendió: no era frecuente que la adjudicadora hiciera preguntas directas.
- Podría estarlo, adjudicadora.
Pero Sard negó con la cabeza.
- Niña, te compadezco. De verdad. Sé bien lo que es perder a un padre. Pero lo que estás
diciendo no tiene sentido. Los hombres registraron las minas en busca de tu padre. Las
mujeres también se unieron a la búsqueda, aunque era Últimos Cinco. También se utilizaron
perros para rastrear.
- Pero si estuviera muerto -dijo Jasmel-, su Acompañante habría emitido una señal
localizadora, al menos durante cierto tiempo. Lo buscaron con equipo portátil y no encontraron
nada.
- Cierto -contestó Sard-. Pero si su Acompañante se hubiera estropeado o destruido
deliberadamente, no habría ninguna señal.
- Pero no hay ninguna prueba...
- Niña -dijo la adjudicadora-, se sabe que han desaparecido hombres antes. Si las
circunstancias de su vida son insoportables algunos se quitan el implante y se marchan a los
bosques. Se desprenden de todas las ataduras de la civilización avanzada y se unen a una de
esas comunidades que eligen vivir según los medios tradicionales, o simplemente se aíslan y
viven una vida nómada. ¿Hay algo que pudiera haber impulsado a tu padre a desaparecer?
- Nada -respondió Jasmel-. Lo vi la última vez que Dos se convirtieron en Uno, y estaba bien.
- Brevemente -dijo la adjudicadora.
- ¿Perdone?
- Lo viste brevemente. -A Sard no le pasó inadvertido que Jasmel alzaba la ceja-. No, no he
mirado tu archivo de coartadas; no has sido acusada de ningún delito, después de todo.
Pero sí que hice algunas averiguaciones: es prudente que una adjudicadora lo haga en un caso
tan poco corriente como éste. Así que vuelvo a preguntar: ¿había algún motivo para que tu
padre optara por desaparecer? Podría simplemente haber eludido a Adikor en la mina, después
de todo, y esperado hasta que no hubiera ninguno de los robots mineros cerca y luego haber
usado el ascensor.
- No, adjudicadora -dijo Jasmel-. No vi en él ningún síntoma de inestabilidad mental, ningún
indicio de que no fuera feliz... bueno, tan feliz como pueda serlo un hombre que ha perdido a
una compañera.
Estoy de acuerdo en eso -dijo Adikor, mirando directamente a la adjudicadora-. Ponter y yo
éramos muy felices juntos.
- Su palabra es algo sospechosa, dadas las actuales circunstancias -dijo Sard-. Pero, una vez
más, he hecho mis propias investigaciones y confirman lo que dice. Ponter no tenía ninguna
deuda que no pudiera controlar, ningún enemigo, ningún nadalp... ningún motivo para dejar
atrás una familia y una carrera.

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- Exactamente -dijo Adikor, sabiendo una vez más que lo más prudente era callarse pero
incapaz de controlarse.
- Así pues -dijo la adjudicadora Sard, si no tenía ningún motivo para desear desaparecer, y no
padecía inestabilidad mental, entonces volvemos a la declaración de Bolbay. Si Ponter Boddit
estuviera simplemente herido, o muerto por causas naturales, los equipos de búsqueda lo
habrían encontrado.
- Pero... -dijo Jasmel.
- Niña la cortó Sard-, si tienes alguna prueba, no simples opiniones personales, sino pruebas
irrefutables, de que Adikor Huld no es culpable, ofrécenoslas.
Jasmel miró a Adikor. Adikor miró a Jasmel. A excepción de alguno que otro que tosía o se
agitaba en su asiento, el gigantesco salón permaneció en silencio.
- ¿Bien? -dijo la adjudicadora-. Estoy esperando.
Adikor se encogió de hombros mirando a Jasmel. No tenía ni idea de si plantear aquello era
adecuado o no. Jasmel se aclaró la garganta.
- Sí, adjudicadora, existe otra posibilidad...

27

Mary había pasado la noche incómoda.


Reuben Montego tenía campanitas en el patio; Mary opinaba que habría que fusilar a la gente
que tiene campanitas que suenan con el viento, pero bueno, ya que Reuben tenía un par de
acres de tierra, era probable que no molestaran a nadie más. Sin embargo, el tintineo
constante le había impedido conciliar el sueño.
Hubo mucha discusión a la hora de acostarse. Reuben tenía una cama de matrimonio en su
cuarto, un sofá en el despacho del primer piso y otro abajo, en el salón. Por desgracia,
ninguno era sofácama. Al final, acordaron dejarle a Ponter la cama; la necesitaba más que los
demás. Reuben se quedó con el sofá de arriba, Louise con el sofá de abajo para la primera
noche, y Mary durmió en un sillón reclinable, también en el salón.
Ponter estaba enfermo, pero Hak no. Mary, Reuben y Louise acordaron turnarse para darle
nuevas lecciones de lengua al implante. Louise dijo que era noctámbula, de todas formas, así
que Hak podría aprender las veinticuatro horas sin interrupción. Y Louise, en efecto,
desapareció en la habitación de Ponter poco antes de las diez de la noche, y no bajó de nuevo
al salón hasta pasadas las dos. Mary no estaba segura de si había sido el sonido de la llegada
de Louise lo que la despertó, o si ya estaba despierta, pero sabía que tenía que subir y ayudar
a Hak a aprender más Inglés.
Hablar a la Acompañante le resultaba molesto a Mary, no porque la pusiera nerviosa hablar
con un ordenador (nada de eso: la fascinaba), sino porque tenía que estar a solas en el
dormitorio de Ponter, y porque tenía que cerrar la puerta para que el ruido de sus
conversaciones con la Acompañante no molestara a Reuben, que dormía en la habitación de al
lado.
Le sorprendió lo mucho más fluida que se había vuelto Hak en las horas que la Acompañante
había pasado hablando con Louise.
Por fortuna, Ponter durmió durante toda la lección de lenguaje, aunque Mary tuvo un breve
momento de pánico cuando de repente se movió y se puso de costado. Si Mary comprendía
bien lo que Hak estaba tratando de explicarle, la Acompañante suministraba ruido blanco a
través de los implantes auditivos de Ponter, de modo que las conversaciones que Hak
mantenía no lo molestaran.
Mary sólo consiguió aguantar una hora diciendo sustantivos y verbos para Hak antes de
sentirse demasiado cansada para continuar. Se excusó y bajó al salón. Louise se había
quedado con el sujetador y las bragas y estaba tendida en el sofá, tapada en parte por una
manta.
Mary ocupó el sillón reclinable y, esta vez, por puro cansancio, se quedó rápidamente dormida.
Por la mañana, la fiebre de Ponter había desaparecido. Tal vez las aspirinas y antibióticos que
Reuben le había suministrado le estaban sirviendo de ayuda. El Neanderthal se levantó de la

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cama y bajó las escaleras... y, para sorpresa de Mary, iba absolutamente desnudo. Louise
seguía dormida, y Mary, enroscada en el sillón reclinable, acababa de despertarse. Durante
medio segundo, tuvo miedo de que Ponter hubiera bajado a buscarla... no, desde luego, si
estaba interesado en alguna, era en la joven y hermosa francocanadiense.
Pero aunque miró brevemente a Louise y a Mary, resultó que lo que buscaba en realidad era la
cocina. Al parecer no se había dado cuenta de que Mary tenía los ojos abiertos.
Ella iba a hablar, a protestar por su desnudez, pero, bueno...
Dios mío, pensó Mary, mientras él atravesaba el salón. Dios mío. Puede que no fuera gran
cosa de cuello para arriba, pero...
Giró la cabeza para verle los glúteos mientras desaparecía en la cocina, y miró de nuevo
cuando volvió a salir, con una de las latas de CocaCola de Reuben en la mano: Reuben tenía
todo un estante del frigorífico dedicado a esa bebida. La científico que había en Mary se sintió
fascinada de ver a un Neanderthal en carne y hueso, y...
Y la mujer que había en ella simplemente disfrutó viendo moverse el musculoso cuerpo de
Ponter.
Mary se permitió una sonrisita. Había creído que tal vez nunca podría mirar de nuevo a un
hombre de esa forma.
Era bueno saber que aún podía.
Mary, Reuben y Louise habían sido entrevistados ya varias veces por teléfono, y Reuben, con
permiso de Inco, había organizado una rueda de prensa. Los tres se situaron ante un
micrófono en conexión con los periodistas, que grababan la sesión a través de la ventana del
salón con lentes zoom.
Mientas tanto, se estaban haciendo análisis de viruela, peste bubónica y toda una gama de
otras enfermedades. Las muestras de sangre habían sido enviadas en un jet de las Fuerzas
Aéreas Canadienses al Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de Atlanta y al
cuarto nivel del laboratorio de emergencias del Centro Canadiense de Ciencias para la Salud
Humana y Animal de Winnipeg. Los resultados del primer grupo de cultivos llegaron a las
11:14 de la mañana. No se había encontrado todavía ningún patógeno en la sangre de Ponter,
y nadie que hubiera estado con él (incluidos todos los que ahora estaban en cuarentena en el
St. Joseph's) mostraba ningún síntoma de enfermedad. Mientras se probaban los otros
cultivos, los microbiólogos también buscaban en las muestras sanguíneas algún patógeno
desconocido: células u otras inclusiones de tipos que nunca hubiesen visto antes.
- Es una lástima que sea físico en vez de médico -le dijo Reuben a Mary, tras la rueda de
prensa.
- ¿Por qué?
- Bueno, tenemos suerte de contar con antibióticos efectivos que ofrecerle. Las bacterias se
hacen inmunes con el tiempo: normalmente le administro a mis pacientes eritromicina, porque
la penicilina es muy poco eficaz hoy en día, pero a Ponter le administré penicilina primero. Se
basa en el moho del pan, naturalmente, y si la gente de Ponter no hace pan, entonces puede
que nunca la hayan descubierto, así que podría ser efectiva contra cualquier tipo de infección
bacteriana que hubiera traído consigo de su mundo. Luego le di eritromicina y un puñado de
otros medicamentos, para combatir cualquier cosa que pueda haber pillado aquí. De todas
formas, la gente de Ponter tendrá probablemente antibióticos propios, pero es probable que
sean distintos de los que nosotros hemos descubierto. Si pudiera decirnos qué utilizan,
tendríamos una nueva arma en la guerra contra la enfermedad... un arma contra la que
nuestras bacterias no han desarrollado todavía ninguna resistencia.
Mary asintió.
- Interesante -dijo-. Lástima que el portal entre su mundo y el nuestro se cerrara casi
inmediatamente. Probablemente hay montones de posibilidades comerciales fascinantes entre
dos versiones de la Tierra. Las farmacéuticas seguro que son tan sólo la punta del iceberg. La
mayoría de los alimentos que consumimos no crecen de forma natural. Puede que a él no le
gusten los productos derivados del trigo, pero la patata, el tomate, el maíz modernos, los
pollos domésticos y los cerdos y las vacas... todos son formas de vida que hemos creado

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esencialmente mediante cría selectiva. Podríamos intercambiarlas por los alimentos que ellos
tengan.
Reuben asintió.
- Y eso es sólo el comienzo. Hay indudablemente montones de cosas más por hacer en
términos de intercambio de vetas mineras. Apuesto a que nosotros sabemos dónde hay
minerales valiosos, fósiles y similares que ellos no han encontrado, y viceversa.
Mary se dijo que probablemente él tenía razón.
- Todo lo que sea natural y tenga más de unas pocas decenas de miles de años estaría
presente en ambos mundos, ¿no? Otra Lucy, otra Tyrannosaurus Sue, otro grupo de fósiles de
Burgess Shale, otro diamante Hope... al menos, la piedra original, sin tallar.
Hizo una pausa, considerando concienzudamente todas aquellas posibilidades.
Hacia mediodía, Ponter se sentía claramente mucho mejor. Mary y Louise lo contemplaban,
cubierto por una manta, tendido en la cama, mientras dormía tranquilamente.
- Me alegro de que no ronque -dijo Louise-. Con esa nariz tan grande...
- Lo cierto es que probablemente por eso no ronca: tiene aire de sobra.
Ponter se volvió en la cama.
Louise lo miró un instante, luego se volvió hacia Mary.
- Voy a darme una ducha -dijo.
A Mary le había bajado el periodo esa mañana; desde luego, le apetecía una ducha también.
- Yo me ducharé después de ti.
Louise entró en el cuarto de baño y cerró la puerta tras ella. Ponter volvió a agitarse, luego se
despertó.
- Mare -dijo en voz baja. Dormía con la boca cerrada y su voz al despertar sonaba áspera.
- Hola, Ponter. ¿Has dormido bien?
Él alzó su larga y rubia ceja (Mary todavía no se había acostumbrado a eso), como si pensara
que era una pregunta ridícula.
Ponter ladeó la cabeza: Louise había empezado a ducharse. Y entonces distendió las aletas de
la nariz, cada agujero del diámetro de una moneda de veinticinco centavos, y miró a Mary.
Y de repente ella advirtió lo que estaba sucediendo, y se sintió enormemente avergonzada e
incómoda. Él podía oler que estaba menstruando. Mary retrocedió, no veía el momento de
ducharse. La expresión de Ponter fue neutral.
- Luna -dijo.
Sí, pensó Mary, es esa época del mes. Pero desde luego no quería hablar del tema. Bajó
rápidamente las escaleras.

28

La adjudicadora Sard tenía una expresión en su rostro sabio y arrugado que indicaba:
«Será mejor que esto merezca la pena.»
- Muy bien, niña -le dijo a Jasmel, que estaba todavía de pie junto a Adikor en la sala del
Consejo-. ¿Qué otra explicación, además de una acción violenta, existe para la desaparición de
tu padre?
Jasmel guardó un momento de silencio.
- Se lo diría alegremente, adjudicadora, pero...
Sard se estaba impacientando más que de costumbre.
- ¿Sí?
- Pero, bueno, el sabio Huld podría explicarlo mucho mejor que yo.
- ¡El sabio Huld! -exclamó la adjudicadora-. ¿Propones que el acusado hable en su propia
defensa? -Sark sacudió la cabeza, asombrada.
- No -dijo Jasmel rápidamente, advirtiendo que Sark estaba a punto de prohibir esa
escandalosa idea-. No, nada de eso. Él simplemente recalcaría algunos puntos técnicos:
información sobre física cuántica.
- ¡Física cuántica! -dijo Sard-. ¿Qué puede tener que ver la física cuántica con este caso?

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- Puede que de hecho sea la clave -dijo Jasmel-. Y el sabio Huld puede presentar la
información de manera mucho más elocuente... -vio que Sard fruncía el entrecejo- y sucinta
que yo.
- ¿No hay nadie más que pueda proporcionar la misma información? -preguntó la
adjudicadora.
- No, adjudicadora -respondió Jasmel. Bueno, hay un grupo de hembras en Evsoy que están
realizando una investigación similar, pero...
- ¡Evsoy! -exclamó Sard, como si Jasmel hubiera nombrado la cara oculta de la Luna. Volvió a
menear la cabeza
- Oh, está bien.
Fijó una mirada de depredador sobre Adikor-. Sea breve, sabio Huld.
Adikor no estaba seguro de si debía levantarse o no, pero se estaba cansando de estar sentado
en el taburete, así que lo hizo.
- Gracias, adjudicadora -dijo-. Yo, ah, agradezco que me permita hablar aparte de responder
simplemente a las preguntas que se me formulan.
- No me haga lamentar mi indulgencia -dijo Sard-. Adelante.
- Sí, por supuesto. El trabajo que Ponter Boddit y yo estábamos realizando implicaba cálculos
cuánticos. Ahora bien, en un cálculo cuántico, al menos según una teoría, se contacta con
incontables universos paralelos donde también existen ordenadores cuánticos idénticos. Y
todos esos ordenadores cuánticos abordan simultáneamente diferentes porciones de un
problema matemático complejo. Al sumar su capacidad, hacen el trabajo de manera mucho
más rápida.
- Fascinante, estoy segura -dijo Sard-. Pero ¿qué tiene esto que ver con la supuesta muerte de
Ponter?
- Es, ah, mi creencia, digna adjudicadora, que la última vez que realizamos nuestro
experimento de cálculo cuántico, un... pasaje macroscópico de algún tipo... pudiera haberse
abierto en uno de esos universos, y Ponter cayó por él y...
Daklar Bolbay hizo una mueca despectiva; otros en el público siguieron su ejemplo.
Sard sacudió una vez más la cabeza, incrédula.
- ¿Espera que me crea que el sabio Boddit desapareció en otro universo?
Ahora que la multitud sabía hacia dónde se inclinaban los sentimientos de la adjudicadora, no
tuvieron necesidad de contenerse. De muchos asientos brotó una carcajada.
Adikor sintió que el pulso se le aceleraba y que sus puños se cerraban... cosa que era lo último
que debía hacer, lo sabía. No podía hacer nada respecto a la taquicardia, pero lentamente se
obligó a abrir las manos.
- Adjudicadora -dijo, consiguiendo adoptar el tono más deferente posible-, la existencia de
mundos paralelos subraya gran parte del pensamiento teórico de la física cuántica de hoy en
día y...
- ¡Silencio! -gritó Sard, y su voz resonó en la sala. Algunos miembros del público se quedaron
boquiabiertos de su volumen-. Sabio Huld, en todos mis cientos de meses como adjudicadora,
nunca he oído una excusa tan endeble. ¿Cree que los que no acudimos a su vanagloriada
Academia de Ciencias somos ignorantes que pueden ser engañados con pura cháchara?
- Digna adjudicadora...
- Cállese -dijo Sard-. Cállese y vuelva a sentarse.
Adikor tomó aire y lo retuvo... como le habían enseñado a hacer en aquellos doscientos veinte
meses largos en que recibió tratamiento por haber golpeado a Ponter. Soltó el aire muy
despacio, imaginando que su furia escapaba con él.
- ¡He dicho que se siente! -exclamó Sard.
Adikor obedeció.
- ¡Jasmel Ket! -dijo la adjudicadora, volviendo su feroz mirada ahora hacia la hija de Ponter.
- ¿Sí, adjudicadora? -preguntó Jasmel, la voz temblando. La adjudicadora tomó aire también, y
se controló.
- Niña -dijo, más calmada-, niña, sé que perdiste a tu madre recientemente a causa de la
leucemia. Sólo puedo imaginar lo injusto que debe de haber sido para ti, y para la pequeña

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Megameg. -Le sonrió a la hermana de Jasmel, y nuevas arrugas se amontonaron sobre las
otras más antiguas de su cara. Y ahora parece que también tu padre ha muerto... y, una vez
más, no del modo inevitable que tarde o temprano nos alcanza a todos, sino inesperadamente,
sin advertencia, y a una edad temprana. Puedo comprender porqué te sientes tan reacia a
renunciar a él, porqué aceptas una explicación absurda...
- No es eso, adjudicadora -dijo Jasmel.
- ¿No lo es? Estás desesperada para aferrarte a algo, a algún tipo de esperanza. ¿No es eso?
- Yo... no lo creo.
Sard asintió.- Hará falta tiempo para aceptar lo que le ha sucedido a tu padre. Eso lo sé.
-Contempló la sala, y luego finalmente su mirada se posó sobre Adikor-. Muy bien -dijo.
Guardó silencio un momento, reflexionando-. Muy bien -repitió. Estoy preparada para decidir.
- Creo que es justo y adecuado declarar que se ha encontrado una buena causa circunstancial
para el crimen de asesinato, y por tanto ordeno que este asunto sea juzgado por un trío de
adjudicadores, suponiendo que alguien aún desee seguir adelante.
Miró ahora a Bolbay.
- ¿Quiere continuar presentando cargos, por cuenta de su pupila menor, Megamek Bek?
Bolbay asintió.
- Sí.
Adikor sintió que la cabeza le daba vueltas.
- Muy bien -dijo Sard. Consultó un bloque de notas-. Un tribunal pleno se reunirá en este salón
del Consejo dentro de cinco días a partir de ahora, el 148/104/03. Hasta entonces, usted,
sabio Huld, continuará bajo escrutinio judicial. ¿Lo entiende?
- Sí, adjudicadora. Pero si tan sólo pudiera bajar a...
- Nada de peros -replicó Sard-. Y una cosa más, sabio Huld. Yo dirigiré el tribunal, e instruiré a
los otros dos adjudicadores. Reconozco que ha habido cierto dramatismo en hacer que la hija
de Ponter Boddit hable en su favor, pero el efecto no soportará un segundo intento.
Le sugiero fervientemente que busque a alguien más apropiado para que hable en su favor la
próxima vez.

29

A primera hora de la tarde, Reuben Montego pudo darles una buena noticia. Había estado
comunicándose por teléfono y email con varios expertos de las sedes del CLCE y el CDC, así
como del laboratorio de emergencias de Winnipeg.
- Ya te habrás dado cuenta de que a Ponter no parece gustarle el grano ni los productos
lácteos -dijo Reuben, sentado ahora en el sofá mientras bebía el aromático café etíope que
Mary había descubierto que le gustaba.
- Sí -dijo Mary, mucho más cómoda después de la ducha, aunque hubiera tenido que ponerse
la misma ropa que el día anterior-. Le encantan la carne y la fruta fresca. Pero no parece sentir
mucho interés por los productos agrícolas, el pan, ni la leche.
- En efecto. Y la gente con la que he estado hablando me dice que eso es muy positivo para
nosotros.
- ¿Por qué? -preguntó Mary. No soportaba el café de Reuben, aunque había pedido un poco de
Maxwell House y, sí, batido de chocolate para que se lo trajeran más tarde, además de ropa.
Por el momento, se contentaba con la cafeína que proporcionaban las latas de CocaCola.
- Porque sugiere que Ponter no procede de una sociedad agrícola explicó Reuben. Lo que he
averiguado gracias a Hak lo confirma, más o menos. La versión de la Tierra de Ponter parece
tener una población mucho más baja que ésta. Por tanto, no practican la agricultura ni la
ganadería, al menos no a la escala que nosotros hemos estado haciendo los últimos miles de
años.
- Yo creía que esas cosas eran necesarias para mantener cualquier tipo de civilización, no
importa cuál sea la población -dijo Mary. Reuben asintió.
- Me muero de ganas de que Ponter pueda responder a esas preguntas. De todas formas, me
dicen que la mayoría de las enfermedades serias que nos afectan empezaron en animales

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domésticos, y luego pasaron a las personas. El sarampión, la tuberculosis y la viruela proceden
todas del ganado vacuno; la gripe procede de los cerdos y los patos, y la tos ferina de los
cerdos y los perros.
Mary frunció el entrecejo. Por la ventana vio pasar un helicóptero: más periodistas.
- Es verdad, ahora que lo pienso.
- Y -continuó Reuben- las epidemias sólo evolucionan en áreas de gran densidad de población,
donde hay muchas víctimas potenciales. En zonas de baja densidad, los gérmenes de esas
enfermedades no son evolutivamente viables: matan a sus propios anfitriones, y luego no
tienen otro sitio al que ir.
- Sí, supongo que eso también es cierto -dijo Mary.
- Probablemente es demasiado simplista decir que si Ponter no procede de una sociedad
agrícola, entonces debe de pertenecer a una sociedad de cazadoresrecolectores -dijo
Reuben-.Sin embargo, ese parece ser el modelo que más se ajusta, al menos según
entendemos en nuestro mundo, a lo que Hak ha tratado de describir. Las sociedades
cazadorasrecolectoras sí que tienen densidades de población mucho más bajas, y también
muchas menos enfermedades.
Mary asintió.
- Me han dicho que el mismo principio es aplicable a los primeros exploradores europeos y los
nativos, aquí en las Américas -continuó Reuben-. Todos los exploradores procedían de
sociedades agrícolas y muy pobladas, y rebosaban de gérmenes epidémicos. Los nativos
pertenecían todos a sociedades de baja densidad, con poca o ninguna ganadería: no tenían
gérmenes epidémicos propios, ni ninguna de las enfermedades que pasan del ganado a los
humanos. Por eso la devastación se produjo sólo en un sentido.
- Yo creía que la sífilis llegó al Antiguo Mundo desde el Nuevo -dijo Mary.
- Bueno, sí, hay algunas pruebas de eso -dijo Reuben-. Pero aunque la sífilis se originó tal vez
en América del Norte, aquí no se transmitía sexualmente. Fue sólo cuando llegó a Europa que
aprovechó la oportunidad de ese medio de transmisión y se convirtió en una causa importante
de mortandad. De hecho, la forma endémica y no venérea de la sífilis todavía existe, aunque
ahora se da principalmente sólo en las tribus beduinas.
- ¿De verdad?
- Sí. Así que, en vez de ser un ejemplo para rebatir la forma en que se contagian las
epidemias, la sífilis confirma que el desarrollo de las epidemias requiere condiciones sociales
típicas de civilizaciones superpobladas.
Mary digirió esto durante un momento.
- Eso significa que nosotros tres vamos a estar bien, ¿no?
- Ésa parece la conclusión más probable: Ponter sufre algo que tenemos aquí, pero
probablemente no habrá traído nada de su lado por lo que tengamos que preocuparnos.
- Pero ¿qué pasará con él? ¿Se pondrá bien?
Reuben se encogió de hombros.
- No lo sé -dijo-. Le he dado suficientes antibióticos de amplio espectro para acabar con la
mayoría de las infecciones bacterianas, grampositivas y gramnegativas. Pero las enfermedades
virales no responden a los antibióticos, ni existe un antiviral de amplio espectro. A menos que
tengamos pruebas de que tiene una enfermedad viral concreta, administrarle antivirales al
azar probablemente haría más daño que bien. -Parecía tan frustrado como se sentía Mary-. No
podemos hacer otra cosa sino esperar y observar.

•••

Los exhibicionistas ocupaban toda la cámara del Consejo, rodeaban a Adikor Huld y le gritaban
preguntas, como lanzas arrojadas contra un mamut emboscado.
- ¿Le sorprende la decisión de la adjudicadora Sard? -preguntó Lulasm.
- ¿Quién va a hablar en su favor delante del tribunal? -preguntó Hawst.

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- Tiene usted un hijo de la generación 148; ¿es lo bastante mayor para comprender lo que
podría sucederles a usted... y a él? -dijo un exhibicionista cuyo nombre Adikor no sabía, un
147 que presumiblemente tenía un público más joven viéndolo con sus miradores.
Los exhibicionistas le gritaron también sus preguntas a la pobre Jasmel.
- Jasmel Ket, ¿cómo son las relaciones entre usted y Daklar Bolbay?
- ¿Crees que tu padre puede estar vivo todavía?
- Si el tribunal condena al sabio Huld por asesinato, ¿cómo te sentirás por haber defendido a
una persona culpable?
Adikor sintió la furia crecer en su interior, pero luchó, luchó para ocultarla. Sabía que las
emisoras. Acompañantes de los exhibicionistas estaban siendo vistas por incontables personas.
Por su parte, Jasmel se negó a responder nada, y los exhibicionistas la dejaron por fin en paz.
Al cabo de un rato, los que acosaban a Adikor se hartaron y se marcharon de la sala,
dejándolos a Jasmel y a él solos en la enorme cámara. Jasmel miró a Adikor a los ojos un
instante, y luego desvió la mirada. Adikor no estaba seguro de qué decirle: sabía leer los
estados de ánimo de su padre, pero Jasmel tenía mucho de Klast también.
Finalmente, para llenar el silencio, Adikor dijo:
- Sé que lo hiciste lo mejor posible.
Jasmel miró ahora al techo, con sus auroras pintadas y su reloj montado en el centro.
Luego bajó la cabeza, y miró Adikor.
- ¿Lo hiciste? -preguntó.
- ¿Qué? -El corazón de Adikor redobló-. No, por supuesto que no. Yo amo a tu padre.
Jasmel cerró los ojos.
- No sabía que fuiste tú quien intentó matarlo antes.
- No intenté matarlo. Estaba furioso, eso es todo. Creí que lo entendías, creí...
- ¿Porque seguí hablando en tu favor creíste que no me preocupó lo que vi? ¡Ese era mi padre!
¡Lo vi escupir los dientes!
- Fue hace mucho tiempo -dijo Adikor, en voz baja-. Yo, ah, no lo recordaba tan... tan
sangriento. Lamento que tuvieras que verlo. -Hizo una pausa-. Jasmel, ¿no lo entiendes? Yo
amo a tu padre: le debo todo lo que soy. Después de ese... incidente... , él podría haber
presentado cargos; podría haberme hecho esterilizar. Pero no lo hizo. Comprendió que yo
tenía, tengo, una enfermedad, una incapacidad para controlar a veces mi ira. Todo lo que soy
se lo debo a él; le debo tener un hijo, Dab. Lo que siento hacia tu padre es gratitud. Yo nunca
le haría daño. No podría.
- Tal vez te cansaste de estar en deuda con él.
- No había ninguna deuda. Todavía eres joven, Jasmel, y no tienes ningún lazo aún, pero
pronto lo tendrás, lo sé. No hay ninguna deuda entre dos personas que se aman. Sólo hay
perdón total, y se sigue adelante.
- La gente no cambia -dijo Jasmel.
- Sí que cambia. Yo lo hice. Y tu padre lo sabía.
Jasmel guardó silencio durante largo rato.
- ¿Quién va a hablar en tu favor esta vez?
Adikor había ignorado la pregunta cuando se la hicieron a gritos los exhibicionistas.
Pero ahora lo pensó seriamente.
- Lurt es la opción natural -dijo-. Es una 145, lo bastante mayor para que los adjudicadores la
respeten. Y dijo que haría cualquier cosa para ayudarme.
- Espero... -dijo Jasmel. Continuó un momento más tarde-. Espero que lo haga bien.
- Gracias. ¿Qué vas a hacer tú ahora?
Jasmel miró directamente a Adikor.
- Por ahora... por ahora, necesito alejarme de aquí... y de ti.
Se dio la vuelta y salió de la enorme sala del Consejo, dejando a Adikor completamente solo.

30 Quinto Día Martes, 6 De Agosto (148/103/28)

BÚSQUEDA DE NOTICIAS PALABRA(S) CLAVE: NEANDERTHAL

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UN NEANDERTHAL COMO UN CLARO
LÍDER ESPIRITUAL ISLÁMICO HA DENUNCIADO AL SUPUESTO HOMBRE DE
PRODUCTO DE LOS EXPERIMENTOS DE INGENIERÍA GENÉTICA OCCIDENTALES. EL WILAYAT ALFAQIH DE IRÁN
CONMINA AL GOBIERNO CANADIENSE A ADMITIR QUE PONTER BODDIT ES PRODUCTO DE UN PROCEDIMIENTO
PERVERSO E INMORAL DE ADN RECOMBINADO...

OTTAWA ESTÁ SIENDO SOMETIDA A PRESIONES PARA QUE CONCEDA LA CIUDADANÍA CANADIENSE A PONTER
BODDIT... Y LAS SOLICITUDES PROCEDEN DE UNA FUENTE INUSITADA. EL PRESIDENTE LE PIDIÓ HOY AL
PRIMER MINISTRO DE CANADÁ QUE ACELERARA EL PROCESO POR EL CUAL EL NEANDERTHAL PUEDA
CONVERTIRSE EN CANADIENSE LEGAL. PONTER BODDIT HA INDICADO QUE NACIÓ EN UNA LOCALIDAD QUE SE
CORRESPONDE, EN SU MUNDO, CON SUDBURY, ONTARIO. «SI NACIÓ EN CANADÁ -DICE EL PRESIDENTE-,
ENTONCES ES CANADIENSE.»

EL PRESIDENTE ESTÁ PRESIONANDO PARA QUE SE CONCEDA PASAPORTE CANADIENSE A BODDIT, PARA QUE EL
NEANDERTHAL PUEDA VIAJAR LIBREMENTE A ESTADOS UNIDOS UNA VEZ LEVANTADA LA CUARENTENA, DANDO
FIN AL DEBATE DE CAPITOL HILL SOBRE SI PODRÍA ENTRAR POR LA ADUANA NORTEAMERICANA.

LA SECCIÓN 5, PÁRRAFO 4 DE LA LEY DE CIUDADANÍA CANADIENSE DA AMPLIA LIBERTAD, QUE WASHINGTON


INSTA A QUE SE INVOQUE: «PARA ALIVIAR CASOS ESPECIAL E INUSITADAMENTE PROBLEMÁTICOS O PARA
RECOMPENSAR SERVICIOS DE VALOR EXCEPCIONAL A CANADÁ, Y SIN ALTERAR CUALQUIER OTRA PREVISIÓN DE
ESTA LEY, EL GOBERNANTE EN EJERCICIO PUEDE, A SU DISCRECIÓN, ORDENAR AL MINISTRO QUE CONCEDA LA
CIUDADANÍA A CUALQUIER PERSONA... »

UNA PETICIÓN POR INTERNET CON MÁS DE DIEZ MIL FIRMAS RECOGIDAS EN TODO EL MUNDO HA SIDO
CURSADA AL MINISTRO DE SANIDAD CANADIENSE, EXIGIENDO QUE PONTER BODDIT PERMANEZCA
PERMANENTEMENTE EN CUARENTENA...

LAS ACCIONES DE INCO CERRARON HOY EN SU PUNTO MÁS ALTO TRAS CINCUENTA Y DOS SEMANAS...

«ES UN CIRCO MEDIÁTICO -DECLARÓ BERNIE MONKS, DE SUDBURY-. ONTARIO NORTE NO HA VISTO NADA
IGUAL DESDE QUE NACIERON LOS QUINTILLIZOS DIONNE ALLÁ POR 1934... »

CONTINÚAN LLOVIENDO OFERTAS DE TRABAJO PARA PONTER BODDIT. EL LABORATORIO DE INVESTIGACIÓN


BÁSICA DE ITT EN JAPÓN LE HA OFRECIDO EL PUESTO DE DIRECTOR DE UNA NUEVA UNIDAD DE CÁLCULO
CUÁNTICO. MICROSOFT E IBM TAMBIÉN LE HAN OFRECIDO CONTRATOS CON GENEROSAS CLÁUSULAS
ADICIONALES. EL MIT, CALTECH Y OTRAS OCHO UNIVERSIDADES LE HAN OFRECIDO PUESTOS DOCENTES. LA
CORPORACIÓN RAND LE HA HECHO IGUALMENTE UNA OFERTA, ASÍ COMO GREENPEACE.

NO HAY NOTICIAS TODAVÍA SOBRE CUÁL DE ESTAS OFERTAS LE PARECE MÁS ATRACTIVA AL NEANDERTHAL...

UNA COALICIÓN DE CIENTÍFICOS FRANCESES HA FIRMADO UNA DECLARACIÓN DICIENDO QUE AUNQUE LA
LLEGADA DE PONTER BODDIT A ESTA TIERRA TUVO LUGAR EN SUELO CANADIENSE, ES EVIDENTE QUE NO
NACIÓ EN ESE PAÍS, Y QUE NINGÚN NEANDERTHALENSE VIVIÓ JAMÁS EN AMÉRICA DEL NORTE. SU
CIUDADANÍA, ARGUMENTAN, DEBERÍA SER POR TANTO FRANCESA, YA QUE LOS FÓSILES DE NEANDERTHAL MÁS
ANTIGUOS SE ENCUENTRAN EN ESE PAÍS...

LOS DEFENSORES DE LOS DERECHOS CIVILES A AMBOS LADOS DE LA FRONTERA CONDENAN LA CUARENTENA
FORZOSA DEL LLAMADO HOMBRE DE NEANDERTHAL, DICIENDO QUE NO HAY PRUEBAS DE QUE SUPONGA UNA
AMENAZA MÉDICA PARA NADIE...

UNO TRAS OTRO, LOS ANÁLISIS DE SANGRE FUERON NEGATIVOS. LO QUE HABÍA CONTRAÍDO PONTER PARECÍA
HABER REMITIDO, Y NO HABÍA NINGUNA PRUEBA DE QUE TUVIERA NADA QUE FUESE PELIGROSO PARA LOS
HUMANOS DE ESTE MUNDO. CON TODO, EL CLCE NO ESTABA DISPUESTO A LEVANTAR TODAVÍA LA
CUARENTENA.

http://www.palimpalem.com/2/jiddu 95
Ponter llevaba su propia camisa otra vez, la de cuando llegó. La policía le había traído un
pequeño ajuar de ropa adicional, comprada en el Mark's Work Wearhouse local, pero no le
sentaba muy bien: parecía imposible comprar ropa de confección para una persona que era
una versión levemente aplanada de Mister Universo.
El Inglés de Ponter (o de Hak) estaba mejorando ostensiblemente. La Acompañante no tenía la
«i» larga en su repertorio preprogramado, pero había registrado tanto a Mary como a Reuben
pronunciándola, y reproducía la versión adecuada cada vez que la palabra lo requería y no
podía articularla. Pero sonaba gracioso oírse llamar «Marec», la mitad con el tono de voz de
Hak y la otra mitad con su propia voz o con la de Reuben, así que Mary le dijo a la
Acompañante que no se molestara: la gente solía llamarla «Mare», de todas formas, y no
importaba si Hak seguía haciéndolo también. Louise igualmente le dijo a Hak que no pasaba
nada si seguía llamándola sólo «Lou».
Finalmente, Hak anunció que había acumulado un vocabulario suficiente para mantener
conversaciones verdaderamente significativas. Sí, dijo, habría lagunas y dificultades, pero
podrían resolverlas sobre la marcha.
Y así, mientras Reuben estaba ocupado al teléfono obteniendo los resultados de más pruebas
con otros médicos, y mientras Louise, la noctámbula, dormía arriba, tras aceptar el
ofrecimiento de Ponter de usar la cama cuando él no la empleara, Mary y Ponter se sentaron
en el salón y tuvieron su primera charla de verdad. Ponter hablaba en voz baja, emitiendo
sonidos en su propio idioma, y Hak, usando su voz masculina, proporcionaba la traducción al
Inglés.
- Es bueno charlar.
Mary dejó escapar una risita nerviosa. Se había sentido frustrada por su incapacidad para
comunicarse con Ponter, y ahora que podían hablar, no sabía qué decirle.
- Sí -dijo-. Es bueno charlar.
- Un día precioso -dijo la voz traducida de Ponter, mientras miraba por la ventana trasera del
salón.
Mary volvió a reírse; de buena gana, esta vez. Hablar del tiempo... , un formalismo que
trascendía las fronteras entre las especies.
- Sí que lo es.
Y entonces se dio cuenta de que no era ella quien no sabía qué decirle a Ponter. Más bien,
tenía tantas preguntas que no sabía por dónde empezar. Ponter era científico: debía de tener
algún conocimiento de lo que sabía su gente sobre genética, sobre la división entre el género
Homo y el género Pan, sobre...
Pero no. No. Ponter era una persona... primero y antes que nada, era una persona, y una
persona que había sufrido una ordalía terrible.
La ciencia podía esperar. Ahora, hablarían sobre él, sobre cómo le iba.
- ¿Cómo te encuentras? -preguntó Mary.
- Estoy bien -dijo la voz traducida.
Mary sonrió.
- Lo digo en serio. ¿Cómo te encuentras?
Ponter pareció vacilar, y Mary se preguntó si los hombres de Neanderthal compartían con los
hombres de su especie esa cierta reluctancia a hablar sobre sentimientos. Pero entonces él
resopló por la boca, un suspiro largo y entrecortado.
- Estoy asustado -dijo-. Y echo de menos a mi familia.
Mary alzó las cejas.
- ¿Tu familia?
- Mis hijas -dijo él-. Tengo dos hijas, Jasmel Ket y Megameg Bek.
Mary se quedó un poco boquiabierta. No se le había ocurrido pensar en la familia de Ponter.
- ¿Qué edad tienen?
- La mayor tiene... lo sé en meses, y vosotros contáis el tiempo por años, ¿no? La mayor
tiene... ¿Hak?
La voz femenina de Hak intervino.

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- Jasmel tiene dieciocho años. Megameg tiene ocho.
- Santo Dios -dijo Mary-. ¿Estarán bien? ¿Y su madre?
- Klast murió hace dos diezmeses -dijo Ponter.
- Veinte meses -añadió Hak-. Uno coma ocho años.
- Lo siento -dijo Mary suavemente.
Ponter asintió.
- Las células de su sangre, cambiaron...
- Leucemia -dijo Mary, proporcionando la palabra.
- La echo de menos cada mes -dijo Ponter.
Mary se preguntó por un instante si Hak había traducido bien. Sin duda Ponter quería decir que
la echaba de menos cada día.
- Perder ambos padres...
- Sí - dijo Ponter . Naturalmente, Jasmel es adulta ya, así que...
- ¿Así que ya puede votar y todo eso? -preguntó Mary.
- No, no, no. ¿Ha sumado mal Hak?
- Por supuesto que no dijo la voz femenina de Hak.
- Jasmel es demasiado joven para votar -dijo Ponter-. Yo soy demasiado joven para votar.
- ¿Qué edad hay que tener en tu mundo para votar?
- Debes tener al menos seiscientas lunas... dos tercios del tradicional tiempo de vida de
novecientos meses.
Hak, que evidentemente quería disipar la idea de que matemáticamente era incapaz,
suministró rápidamente las conversiones.
- Se puede votar a la edad de cuarenta y nueve años; el lapso de vida tradicional es de
setenta y tres años, aunque muchos viven más hoy en día.
- Aquí, en Ontario, la gente puede votar cuando cumple los dieciocho -dijo Mary-. Años, quiero
decir.
- ¡Dieciocho! -exclamó Ponter-. Eso es una locura.
- No conozco ningún lugar donde la edad para votar sea superior a los veintiún años.
- Eso explica mucho sobre vuestro mundo -dijo Ponter-. Nosotros no dejamos que la gente
conforme la política hasta que haya acumulado sabiduría y experiencia.
- Pero entonces, si Jasmel no puede votar, ¿qué la convierte en una adulta?
Ponter alzó ligeramente los hombros.
- Supongo que esas distinciones no son tan significativas en mi mundo como aquí. De todas
formas, a los 225 meses, un individuo o una individua acepta la responsabilidad legal de sí
mismo, y normalmente está a punto de establecer su propio hogar.-Sacudió la cabeza-. Ojalá
pudiera hacer saber a Jasmel y Megameg que sigo con vida, y que no paro de pensar en ellas.
Aunque no pueda regresar a casa, daría cualquier cosa por hacerles llegar un mensaje.
- ¿Y no hay forma de que puedas volver?
- No veo cómo. Oh, tal vez si se pudiera construir aquí un ordenador cuántico, y si las
condiciones que llevaron a mi... traspaso... pudieran duplicarse con exactitud. Pero yo soy
físico teórico, sólo tengo una idea muy vaga de cómo se construye un ordenador cuántico. Mi
compañero, Adikor, sabe cómo, pero no tengo forma de contactar con él.
- Debe de ser muy frustrante.
- Lo siento -dijo Ponter-. No pretendía echarte encima mis problemas.
- No importa -dijo Mary-. ¿Hay... hay algo que nosotros, cualquiera de nosotros, pueda hacer
para ayudarte?
Ponter emitió una única y triste sílaba Neanderthal. Hak la tradujo como «no».
Mary quiso alegrarlo.
- Bueno, no creo que vayamos a estar en cuarentena mucho tiempo. Tal vez cuando salgas de
aquí puedas viajar, ver un poco de mundo. Sudbury es una ciudad pequeña, pero...
- ¿Pequeña? -dijo Ponter, los ojos muy abiertos-. Pero hay... no sé cuántos. Decenas de miles
de habitantes al menos.
- En el área metropolitana de Sudbury viven unas ciento sesenta mil personas -dijo Mary, que
lo había leído en una guía en la habitación del hotel.

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- ¡Ciento sesenta mil! -repitió Ponter-. ¿Y eso es una ciudad pequeña? Tú, Mare, eres de otra
parte, ¿no? Una ciudad diferente. ¿Cuántas personas viven allí?
- La ciudad de Toronto tiene dos millones cuatrocientos mil habitantes. El gran Toronto (una
zona urbana continua con Toronto como centro), tiene tal vez tres millones y medio.
- ¿Tres millones y medio? -dijo Ponter, incrédulo.
- Más o menos.
- ¿Cuántas personas hay?
- ¿En todo el mundo?
- Sí.
- Un poco más de seis mil millones.
Ponter se hundió en su asiento.
- Es... es... un número de personas increíble.
Mary alzó las cejas.
- ¿Cuántos habitantes tiene tu mundo?
- Ciento ochenta y cinco millones -dijo Ponter.
- ¿Por qué tan pocos?
- ¿Por qué tantos?
- No lo sé -respondió Mary . Nunca lo había pensado.
- ¿No sabéis... ? En mi mundo, sabemos cómo prevenir los embarazos. Tal vez podría
enseñaros...
Mary sonrió.
- También nosotros tenemos métodos.
Ponter alzó la ceja.
- Tal vez los nuestros funcionan mejor.
Mary se echó a reír.
- Tal vez.
- ¿Hay comida suficiente para seis mil millones de personas?
- Comemos sobre todo plantas. Cultivamos...
Un bliip, la señal convenida que Hak empleaba al oír una palabra que no constaba todavía en
su base de datos y que no podía deducir por el contexto.
- Las hacemos crecer deliberadamente. He advertido que no parece gustarte el pan...
Otro bliip
- Una... comida hecha con grano, pero el pan, o el arroz, es lo que comemos la mayoría.
- ¿Conseguís alimentar bien a seis mil millones de personas con plantas?
- Bueno, ah, no -dijo Mary-. Unos quinientos millones de personas no tienen suficiente para
comer.
- Eso está muy mal -dijo Ponter, simplemente.
Mary no podía estar en desacuerdo. Con todo, advirtió con un sobresalto que hasta el
momento Ponter había estado expuesto solamente a una visión parcial de la Tierra. Había visto
un poco la televisión, pero no lo suficiente para abrir de verdad los ojos. Sin embargo, parecía
que Ponter iba a pasarse el resto de la vida en esta Tierra. Había que hablarle de la guerra, de
la tasa de delincuencia, la contaminación y la esclavitud... toda la mancha sangrienta a través
del tiempo que era la historia humana.
- Nuestro mundo es un lugar complejo -dijo Mary, como si eso excusara el hecho de que
hubiera gente muriendo de hambre.
- Eso he visto -contestó Ponter-. Nosotros sólo tenemos una especie de humanidad, aunque
había más en el pasado. Pero vosotros parece que tenéis tres o cuatro.
Mary ladeó levemente la cabeza.
- ¿Qué?
- Los diferentes tipos de humano. Tú perteneces obviamente a una especie, y Reuben a otra. Y
el varón que ayudó a rescatarme, parecía ser de una tercera especie.
Mary sonrió.
- Eso no son especies distintas. Sólo hay una especie de humanidad aquí también: el Homo
sapiens.

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- ¿Podéis reproduciros unos con otros? -preguntó Ponter.
- Sí.
- ¿Y los retoños son fértiles?
- Sí.
Ponter frunció el ceño.
- Tú eres la experta en genética, no yo, pero... -dijo-. Pero... si todos pueden reproducirse
unos con otros, entonces ¿para qué la diversidad? ¿Por qué a lo largo del tiempo toda la
humanidad no ha acabado por parecer similar, una mezcla de todas las posibles tendencias?
Mary resopló ruidosamente. No esperaba llegar a ese lío concreto tan pronto.
- Bueno, umm, en el pasado... no hoy, entiéndeme, sino... -Tragó saliva-. Bueno, no hoy
exactamente, sino en el pasado, la gente de una raza...
Un bliip diferente, una palabra reconocida que no podía ser traducida en ese contexto.
- La gente de un color de piel no quería tener mucho que ver con la gente de otro color.
- ¿Por qué? -preguntó Ponter. Una pregunta simple, muy simple en realidad...
Mary se encogió de hombros.
- Bueno, las diferencias de coloración se produjeron originalmente porque las poblaciones
estaban aisladas geográficamente. Pero después de eso... después de eso se produjo una
interacción limitada debido a la ignorancia, la estupidez, el odio.
- Odio -repitió Ponter.
- Sí, es triste decirlo. -Volvió a encogerse de hombros-. Hay muchas cosas en el pasado de mi
especie de las que no estoy orgullosa.
Ponter guadó silencio un buen rato.
- Me he estado preguntando por este mundo vuestro -dijo por fin-. Me sorprendí al ver las
imágenes de cráneos en el hospital. He visto esos cráneos, pero en mi mundo sólo son
conocidos por los fósiles encontrados. Me sorprendió ver en carne lo que hasta entonces sólo
había conocido como hueso.
Hizo de nuevo una pausa, mirando a Mary, como desconcertado por su aspecto. Ella se rebulló
levemente en la silla.
- No sabíamos nada del color de vuestra piel -dijo Ponter-, ni del color de vuestro pelo.
Los... Bliip (Hak también pitaba como un árbitro cuando se omitía una palabra porque el
equivalente Inglés no estaba todavía en el vocabulario de la Acompañante)-. Los de mi mundo
se asombrarían al conocer tanta diversidad.
Mary sonrió.
- Bueno, no todo es natural -dijo-. Quiero decir, mi pelo no es realmente de este color.
Ponter parecía asombrado.
- ¿De qué color es de verdad?
- Más o menos de un castaño ratón.
- ¿Por qué lo alteraste?
Mary se encogió un poco de hombros.
- Autoexpresión, y... bueno, he dicho que era castaño, pero la verdad es que tiene un poco de
gris. A mí... a mucha gente, en realidad, no nos gusta el gris.
- El pelo de mi especie se vuelve gris cuando envejecemos.
- Es lo que nos pasa a nosotros también. Nadie nace con el pelo gris. Ponter volvió a fruncir el
ceño.
- En mi lengua, el término para quien tiene el conocimiento que da la experiencia y el que
usamos para el color del pelo es el mismo: «Gris.» No me cabe en la cabeza que alguien
quiera ocultar ese color.
Mary se encogió de hombros una vez más.
- Nosotros hacemos muchas cosas que no tienen sentido.
- Eso es verdad -dijo Ponter. Hizo una pausa, como considerando si continuar o no-. A menudo
nos hemos preguntado qué fue de vosotros... en nuestro mundo, quiero decir. Perdóname. No
quiero parecer... -bliip-, pero debes saber que vuestros cerebros son más pequeños que los
nuestros.
Mary asintió.

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- Un diez por ciento más pequeños, de media, si no recuerdo mal.
- Y parecíais físicamente más débiles. A juzgar por las cicatrices de vuestros huesos,
consideramos que vuestra especie tendría la mitad de nuestra masa muscular.
- Yo diría que así es -dijo Mary, asintiendo.
- Y -continuó Ponter- has hablado de vuestra incapacidad para llevaros bien, incluso con otros
de vuestra misma especie.
Mary volvió a asentir.
- Hay algunas pruebas arqueológicas de esto entre vuestra especie en mi mundo también -dijo
Ponter-. Una teoría extendida es que os destruisteis mutuamente... ya que al no ser tan
inteligentes... Verás... -Ponter agachó la cabeza-. Lo siento. No quería molestarte.
- No importa.
- Estoy seguro de que hay una explicación mejor -dijo Ponter-. Sabíamos tan poco de
vosotros...
- En cierto modo -dijo Mary-, el hecho de saber que podría haber sido de otra manera, que no
tendríamos que haber sobrevivido necesariamente... probablemente sirva de algo. Recordará a
mi gente lo preciosa que es la vida.
- ¿Es que eso no les parece obvio? -preguntó Ponter, con los ojos muy abiertos de asombro.

31

Adikor salió por fin de la sala del Consejo, tras atravesar lenta y tristemente la puerta.
Todo aquello era una locura, ¡una locura! Había perdido a Ponter y, como si eso no fuera lo
bastante devastador, ahora tendría que enfrentarse a un tribunal pleno. La confianza que
pudiera tener en el sistema judicial (una entidad de la que sólo había sido vagamente
consciente hasta entonces) había quedado destrozada. ¿Cómo podía una persona inocente y
dolida ser acosada de esa forma?
Adikor se encaminó por un largo pasillo de cuyas paredes pendían retratos cuadrados de
grandes adjudicadores del pasado, hombres y mujeres que habían desarrollado los principios
de la ley moderna. ¿Era esa... esa burla lo que realmente tuvieron en mente?
Continuó su camino, sin prestar mucha atención a la gente con la que se encontraba
ocasionalmente... hasta que un destello naranja le hizo volverse.
Bolbay, todavía vestida con el color de los acusadores, estaba al fondo del pasillo. Se había
entretenido en el edificio del Consejo, tal vez para evitar a los exhibicionistas, y ahora buscaba
la salida.
Antes de poder pensárselo, Adikor echó a correr hacia ella, sintiendo el musgo de la alfombra
bajo sus pies. Cuando Bolbay salía por la puerta del fondo al sol de la tarde, la alcanzó.
- ¡Daklar!
Daklar Bolbay se volvió, sobresaltada.
- ¡Adikor! -exclamó, los ojos muy abiertos. Alzó la voz-. ¡Quienquiera que esté monitorizando a
Adikor Huld para su escrutinio judicial que preste atención! ¡Ahora se está enfrentando a mí,
su acusadora!
Adikor negó lentamente con la cabeza.
- No estoy aquí para hacerte daño.
- He visto que tus hechos no siempre casan con tus intenciones -dijo Bolbay.
- Eso fue hace años -dijo Adikor, empleando la palabra que más enfatizaba la cantidad de
tiempo-. Nunca había golpeado a nadie antes y nunca he vuelto a hacerlo desde entonces.
- Pero lo hiciste -dijo Bolbay-. Perdiste el control. Te desataste. Intentaste matar.
- ¡No! No, nunca quise hacerle daño a Ponter.
- No está bien que estemos hablando -dijo Bolbay-. Tienes que disculparme.
Se dio la vuelta.
Adikor extendió la mano, agarrando a Bolbay por el hombro.
- ¡No, espera!
El rostro de ella mostró pánico mientras se volvía a mirarlo, pero rápidamente cambió de
expresión, mirándole significativamente la mano. Adikor la apartó.

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- Por favor -dijo-. Por favor, tan sólo dime por qué. ¿Por qué me persigues con tanta... con
tanta saña? En todo el tiempo que hace que nos conocemos, nunca te hice ningún mal.
Tienes que saber que yo amaba a Ponter, y que él me amaba a mí. Él no querría que me
acosaras de esta forma.
- No te hagas el inocente conmigo -dijo Bolbay.
- ¡Pero es que soy inocente! ¿Por qué estás haciendo esto?
Ella simplemente negó con la cabeza, se dio media vuelta y se marchó.
- ¿Por qué? -preguntó Adikor tras ella-. ¿Por qué?

•••

- Tal vez podamos hablar sobre tu gente -le dijo Mary a Ponter-. Hasta ahora, sólo hemos
tenido fósiles de Neanderthal para estudiarlos. Se ha debatido sobre muchas cosas, como,
bueno, por ejemplo, para qué sirven vuestros arcos ciliares prominentes.
Ponter parpadeó.
- Protegen mis ojos del sol.
- ¿De veras? -dijo Mary-. Supongo que eso tiene sentido. Pero entonces, ¿por qué no los
tenemos nosotros? Quiero decir: los Neanderthales evolucionaron en Europa, mis antepasados
procedían de África, donde hay mucho más sol.
- Nosotros nos preguntamos lo mismo cuando examinamos los fósiles de los gliksins -dijo
Ponter.
- ¿Gliksins?
- El tipo de homínido fósil de mi mundo al que más os parecéis. Los gliksins no tenían el ceño
prominente, así que supusimos que eran nocturnos.
Mary sonrió.
- Supongo que gran parte de lo que se deduce a partir de unos huesos es erróneo. Dime, ¿qué
pensáis de esto? -Se dio golpecitos con el índice en la barbilla.
Ponter pareció incómodo.
- Ahora sé que no es así, pero...
- ¿Sí?
Ponter usó una mano abierta para acariciarse la barba, mostrando su mandíbula sin barbilla.
- Nosotros no tenemos esas proyecciones, así que supusimos...
- ¿Qué? -dijo Mary.
- Supusimos que era una protección contra la baba. Tenéis la cavidad bucal tan pequeña, que
pensamos que la saliva se os salía constantemente. Además, tenéis el cerebro más pequeño
que nosotros y, bueno, los idiotas babean a menudo...
Mary se echó a reír.
- Santo cielo -dijo-. Pero, dime, hablando de mandíbulas, ¿qué le pasó a la tuya?
- Nada -dijo Ponter-. Es igual que era antes.
- Vi las radiografías que te sacaron en el hospital -dijo Mary-. Tu mandíbula muestra una
reconstrucción extensa.
- Oh, eso -dijo Ponter, en tono de disculpa-. Me golpearon en la cara hace un par de cientos de
meses.
- ¿Con qué te golpearon? -preguntó incrédulamente Mary-. ¿Con un ladrillo?
- Con un puño.
Mary se quedó boquiabierta.
- Sabía que los Neanderthales eran fuertes, pero... ¿Un puñetazo hizo eso?
Ponter asintió.
- Tienes suerte de que no te matara -dijo Mary.
- Tuvimos suerte los dos... el golpeado, como podríamos decir, y el golpeador.
- ¿Por qué te golpearon?
- Una discusión estúpida -dijo Ponter-. Desde luego, él no debería haberlo hecho, y me pidió
muchas disculpas. Decidí no insistir en el asunto. Si lo hubiera hecho, lo habrían juzgado por
intento de asesinato.

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- ¿Podría haberte matado de un solo puñetazo?
- Oh, sí. Yo reaccioné a tiempo y alcé la cabeza: por eso me dio en la mandíbula en vez de en
el centro de la cara. Si me hubiera golpeado ahí, podría haberme hundido el cráneo.
- Oh, vaya -dijo Mary.
- Estaba furioso, pero yo lo había provocado. Fue tanto culpa mía como suya.
- ¿Podrías.. podrías matar a alguien con las manos desnudas? -preguntó Mary.
- Desde luego. Sobre todo si me acercara por detrás. -Ponter entrelazó los dedos, alzó los
brazos, e hizo el gesto de descargar con los puños enlazados-. Podría aplastar un cráneo así
desde atrás. Desde delante, si descargara un buen puñetazo o una patada en el centro del
pecho de alguien, podría aplastarle el corazón.
- Pero... pero... no te ofendas, pero los simios son muy fuertes también, y rara vez se matan
entre sí cuando pelean.
- Eso es porque la lucha dentro de un grupo de simios en busca de dominación se basa en el
ritual y el instinto, simplemente se abofetean... es sólo una exhibición de conducta. Pero los
chimpancés sí que matan a otros chimpancés, aunque suele ser con los dientes. Cerrar los
dedos y formar un puño es algo que sólo hacen los humanos.
- Oh... vaya -Mary advirtió que se estaba repitiendo, pero no se le ocurría nada mejor para
resumir sus sentimientos-. Aquí los humanos pelean constantemente. Algunos incluso lo hacen
por deporte: el boxeo, la lucha libre.
- Locura -dijo Ponter.
- Bueno, estoy de acuerdo, sí. Pero casi nunca se matan entre sí. Quiero decir: es casi
imposible que un humano mate a otro con las manos desnudas. Supongo que no somos lo
bastante fuertes.
- En mi mundo -dijo Ponter-, golpear es matar. Y por eso nunca nos golpeamos. Porque
cualquier violencia puede ser fatal, y no podemos permitirlo.
- Pero a ti te golpearon.
Ponter asintió.
- Sucedió hace mucho tiempo, cuando yo era todavía estudiante en la Academia de Ciencias.
Estaba discutiendo como sólo puede hacerlo un joven, como si ganar importara. Noté que la
persona con la que discutía se estaba enfureciendo, pero continué con mi argumento. Y él
reaccionó de... una manera desafortunada. Pero lo perdoné.
Mary miró a Ponter, imaginándolo volviendo la otra larga y angulosa mejilla hacia la persona
que lo había golpeado.

•••

Adikor había hecho que su Acompañante llamara un cubo de viaje para que lo llevara a casa, y
ahora estaba sentado en la parte trasera, en el patio, solo, estudiando procedimientos legales.
Alguien podría en efecto estar monitorizando las transmisiones de su Acompañante, pero
todavía podía usarlo para conectar con el conocimiento acumulado de todo el mundo,
transfiriendo los resultados a un bloque de datos para verlos más fácilmente.
Su mujercompañera, Lurt, había accedido de inmediato a hablar en su defensa delante del
tribunal. Pero aunque ella y los demás (se le permitiría llamar a testigos esta vez) podrían
defender el carácter de Adikor y la estabilidad de su relación con Ponter, parecía improbable
que eso fuera suficiente para convencer a la adjudicadora Sard y sus asociados para que no
continuaran con el proceso. Y por eso Adikor había empezado a repasar la historia legal,
buscando otros casos de acusación de asesinato sin que hubiera llegado a encontrarse un
cadáver, con la esperanza de localizar un juicio previo que pudiera ayudarlo.
El primer caso similar que descubrió databa de la generación 17. El acusado era un hombre
llamado Dassta, y se decía que había matado a su mujercompañera tras irrumpir
supuestamente en el Centro. Pero el cadáver de ella no se localizó nunca: desapareció sin más
un día. El tribunal declaró que, sin un cadáver, no podía decirse que se había cometido
asesinato.
Adikor se entusiasmó con ese descubrimiento... hasta que siguió leyendo la ley.

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Ponter y Adikor habían escogido sillones normales: sillones frágiles, de hecho. Era un signo del
inquebrantable convencimiento de Ponter de que Adikor estaba curado, de que su
temperamento nunca volvería a estallar en violencia física. Pero Adikor se sintió ahora tan
frustrado que aplastó el reposabrazos de su sillón con un golpe del puño, haciendo volar
astillas de madera. Para que los casos previos tuvieran peso legal, leyó en su bloque de datos,
tenían que ser de las últimas diez generaciones; la sociedad siempre avanzaba, decía el Código
de Civilización, y lo que la gente había hecho hacía mucho tiempo no tenía relación con la
sensibilidad de hoy en día.
Adikor continuó investigando y acabó por encontrar un caso intrigante de la generación 140,
sólo ocho generaciones antes de la actual. Un hombre había sido acusado de matar a otro
durante una disputa porque el segundo había construido una casa demasiado cerca de la del
primero. Pero, una vez más, no se encontró ningún cadáver. En ese caso, también, el tribunal
declaró que la falta de cuerpo era suficiente para descartar la acusación. Eso animó a Adikor,
aunque...
La generación 140. Era de la época... veamos, entre 1100 y 980 meses antes: de ochenta y
ocho a setenta y ocho años atrás. Pero los Acompañantes habían sido introducidos hacía poco
menos de mil meses: las celebraciones para conmemorarlo se avecinaban.
¿Databa el caso de la generación 140 de antes o de después de la introducción de los
Acompañantes? Adikor siguió leyendo.
De antes. ¡Cartílagos! Bolbay sin duda alegaría que aquello no era pertinente. Claro, diría, los
cadáveres e incluso la gente con vida podía desaparecer fácilmente durante los tiempos
oscuros, antes de que el gran Lonwis Trob nos liberara a todos, pero un caso en el que no
podía haber habido registro de las actividades del acusado no tenía nada que ver con otro en
que el acusado había ideado una situación específicamente para evitar que se registraran.
Adikor investigó un poco más. Por un momento le pareció que podría ser conveniente que
hubiera gente especializada en ocuparse de los asuntos legales de otros: eso, parecía, sería
una buena contribución. Habría intercambiado alegremente trabajo con alguien familiarizado
con este campo y que pudiera realizar aquella investigación por él. Pero no: seguramente era
una mala idea. La mera existencia de gente que trabajara en exclusiva en cosas legales sin
duda aumentaría el número de demandas y...
De repente, Pabo salió corriendo de la casa, ladrando. Adikor alzó la cabeza y, como siempre
esos días, el corazón le dio un vuelco. ¿Podría ser? ¿Podría ser?
Pero no, no lo era. Por supuesto que no. Y sin embargo era alguien a quien Adikor no esperaba
ver: la joven Jasmel Ket.
- Día sano -dijo ella, cuando estuvo a diez pasos de distancia.
- Día sano -respondió Adikor, intentando mantener un tono neutral.
Jasmel se sentó en el otro sillón, el que usaba su padre. Pabo conocía bien a Jasmel; la perra
había acudido a menudo al Centro cuando Dos se convertían en Uno, y estaba claramente
contenta de ver otro rostro familiar. Pabo se frotó el hocico en las piernas de Jasmel, y la
muchacha rascó la piel castaño rojiza de la cabeza del animal.
- ¿Qué le ha pasado a tu sillón? -preguntó Jasmel.
Adikor apartó la mirada.
- Nada.
Jasmel prefirió evidentemente no insistir. Después de todo, lo que había sucedido era obvio.
- ¿Accedió Lurt a hablar en tu favor? -preguntó.
Adikor asintió.
- Bien -dijo Jasmel-. Estoy segura de que hará todo lo que pueda. Guardó silencio un rato, y
luego, tras mirar de nuevo la silla rota, añadió:
- Pero...
- Sí dijo Adikor-. Pero...
Jasmel contempló el paisaje. En la distancia deambulaba un mamut, estoico, plácido.
- Ahora que este asunto ha sido transferido a un tribunal pleno, el cubo de coartadas de mi
padre ha sido trasladado al ala de los muertos. Daklar se pasó toda la tarde revisando partes,
mientras se prepara para presentar su caso contra ti. Es su derecho, naturalmente, como

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acusadora que habla en defensa de una persona muerta. Pero yo insistí en que me dejara ver
también el archivo de coartadas de Ponter. Y os he visto a mi padre y a ti juntos, en los días
anteriores a su desaparición.
Volvió a mirar a Adikor.
- Bolbay no puede verlo, pero claro, lleva sola mucho tiempo. Aunque... bueno, ya te dije que
había un joven que se interesaba por mí. A pesar de lo que dijiste de que todavía no tengo
lazos, sé cómo es el amor... y en mi mente no hay ninguna duda de que amabas
verdaderamente a mi padre. Después de verte como él te veía, no puedo creer que le hicieras
ningún daño.
- Gracias.
- ¿Hay... hay algo que yo pueda hacer para ayudarte a presentarte ante el tribunal?
Adikor negó con la cabeza tristemente.
- No estoy seguro de que haya ya nada que pueda salvarnos, ni a mí ni a mis parientes.

32 Sexto Día Miércoles, 7 De Agosto (148/103/29)

BÚSQUEDA DE NOTICIAS PALABRA(S) CLAVE: NEANDERTHAL

PLAYGIRL LE HA ENVIADO UNA CARTA A PONTER BODDIT, PREGUNTÁNDOLE SI LE GUSTARÍA POSAR DESNUDO...

«¿TIENE ALMA? DIJO EL REVERENDO PETER DONALDSON, DE LA IGLESIA DEL REDENTOR DE LOS ÁNGELES-.
ÉSA ES LA PREGUNTA CLAVE. Y YO DIGO, NO, NO LA TIENE... »

«CREEMOS QUE LA PRISA POR CONCEDER A PONTER LA CIUDADANÍA CANADIENSE ESTÁ CALCULADA PARA
PERMITIRLE REPRESENTAR A CANADÁ EN LOS PRÓXIMOS JUEGOS OLÍMPICOS, Y SOLICITAMOS AL COI QUE
PROHÍBA ESPECÍFICAMENTE QUE COMPITA CUALQUIERA QUE NO SEA HOMO SAPIENS... »

CONSIGUE LA TUYA AHORA: CAMISETAS CON LA CARA DE PONTER BODDIT. TALLAS S, M, L, XL, XXL Y
NEANDERTHAL DISPONIBLES.

LOS ESCÉPTICOS ALEMANES, CON SEDE EN NUREMBERG, ANUNCIARON HOY QUE NO HABÍA NINGÚN BUEN
MOTIVO PARA CREER QUE PONTER BODDIT PROCEDE DE UN UNIVERSO PARALELO. «ÉSA SERÍA LA ÚLTIMA
INTERPRETACIÓN QUE CABRÍA ACEPTAR -DIJO EL DIRECTOR EJECUTIVO KARL VON SCHLEGEL-, Y SÓLO DEBERÍA
SERLO CUANDO TODAS LAS OTRAS ALTERNATIVAS, MÁS SENCILLAS, HAYAN SIDO DESCARTADAS... »

LA POLICÍA ARRESTÓ HOY A TRES HOMBRES QUE INTENTABAN REBASAR EL DISPOSITIVO ESPECIAL MONTADO EN
TORNO A LA CASA DEL DOCTOR REUBEN MONTEGO, EN LIVELY, UNA CIUDAD SITUADA CATORCE KILÓMETROS
AL SUDOESTE DE SUDBURY, DONDE EL HOMBRE DE NEANDERTHAL PERMANECE EN CUARENTENA...

Había muchas formas de pasar el tiempo, y parecía que Louise y Reuben habían encontrado
una de las más antiguas. Mary no había mirado realmente a Reuben bajo esa luz, pero, ahora
que lo hacía, advertía que era bastante guapo. Las cabezas afeitadas no eran lo suyo, pero
Reuben tenía rasgos firmes, una sonrisa deslumbrante y ojos inteligentes, y era esbelto y de
músculos bien proporcionados.
Y, naturalmente, tenía aquel maravilloso acento... pero eso no era todo. Resultó que hablaba
fluidamente Francés, lo que significaba que Louise y él podían conversar en ese idioma.
Además, a juzgar por su casa, ganaba obviamente sus buenos dineritos, lo que no era
sorprendente puesto que era médico.
Un verdadero hallazgo, como diría la hermana de Mary. Naturalmente, Mary tenía bastante
mundo para comprender que, una vez terminada la cuarentena, la relación de Reuben y Louise
probablemente terminaría también. Con todo, se sentía incómoda: no porque fuera una
puritana; le gustaba pensar, a pesar de su educación de niña buena católica, que no lo era.

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Sino más bien porque tenía miedo de que Ponter se hiciera una idea equivocada sobre la
sexualidad en este mundo, que pudiera pensar que ahora se esperaba que él se emparejara
con Mary. Y la atención de un hombre era lo último que ella quería en aquel preciso momento.
De cualquier manera, el romance de Louise y Reuben implicaba que Ponter y ella pasaban
mucho tiempo juntos y a solas. Pasado un día, resultó que Reuben y Louise se pasaban la
mayor parte del tiempo abajo, en el sótano, viendo videos de la enorme colección de Reuben,
mientras que Mary y Ponter solían estar juntos en la planta baja. Y como Reuben y Louise
dormían ahora juntos, se habían quedado con la cama de matrimonio de Ponter.
Mary no sabía qué le había dicho Reuben para conseguir el cambio, pero la nueva cama de
Ponter era el sofá del despacho de Reuben del piso superior, lo que dejaba todo el salón para
Mary.
Algunos Domingos Mary iba a misa. No había ido esa semana... aunque podría haberlo hecho,
ya que el CLCE no había ordenado la cuarentena hasta el Domingo por la tarde. Pero ahora
lamentaba habérsela perdido.
Por fortuna, había misas televisadas. El canal Vision transmitía una misa católica en directo
desde una iglesia de Toronto a diario. Reuben tenía una tele en su despacho, además del
aparato que Louise y él utilizaban en el sótano. Mary subió al despacho para ver allí la misa. El
cura iba vestido con una opulenta casulla verde. Tenía el pelo blanco y las cejas negras, y una
cara que le recordó a Mary un Gene Hackman delgado.
- ... la gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del
Espíritu Santo estén con todos vosotros -anunció el sacerdote, un tal monseñor DeVries, según
el rótulo superpuesto en la pantalla.
Mary, sentada en el sofá que esa noche le serviría de cama a Ponter, se persignó.
- Jesús fue enviado para aliviar a los que sufren -anunció DeVries-. Señor, ten piedad.
Mary se unió a la congregación televisiva y repitió:
- Señor, ten piedad.
- Vino para llamar a los pecadores -dijo DeVries-. Cristo, ten piedad.
- Cristo, ten piedad -repitieron Mary y los demás.
- Reza por todos nosotros a la derecha del Padre. Señor, ten piedad. -Señor, ten piedad.
- Que el Señor Todopoderoso tenga misericordia de todos nosotros, perdone nuestros pecados
y nos lleve a la vida eterna. -Amén dijo la congregación.
La lectura, a cargo de una mujer negra con el pelo muy corto que vestía una túnica púrpura,
era del Libro del profeta Jeremías. Tras ella, una hermosa vidriera mostraba a Jesús en un halo
y a los doce apóstoles, con la Virgen María mirando. Mary no estaba exactamente segura de
por qué había sentido la necesidad de escuchar misa. Después de todo, no era ella quien
necesitaba perdón por haber pecado...
Ahora sonaba un órgano y un joven cantaba: «Sálvame, Señor, en tu firme amor... »
Mary no había hecho nada malo. Ella era la víctima.
La eucaristía continuó. El sacerdote leyó a Lucas:
- Di que estos dos hijos míos se sentarán a tu derecha y a tu izquierda en tu reino...
Naturalmente, Mary conocía la historia que el sacerdote estaba leyendo: la de la mujer que
encontró a Cristo en el camino de Jerusalén. Conocía el contexto. Pero las palabras resonaron
en su cabeza: dos hijos, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda...
¿Podría haber sido así? ¿Podrían dos especies de humanidad haber convivido pacíficamente?
Caín era agricultor, cultivaba trigo. Abel era carnívoro y criaba ovejas para el sacrificio. Pero
Caín había matado a Abel...
El sacerdote vertía ahora el vino.
- Bendito seas, señor Dios todopoderoso y eterno. Te ofrecemos este vino, fruto de la tierra y
del trabajo del hombre, que será bebido por nosotros...
- Oremos, hermanos...
- Dios todopoderoso y eterno que a través de tu hijo Jesucristo...
- Te pedimos que santifiques estos dones en la comunión de tu espíritu...
- Tomad y comed todos de él, porque éste es mi cuerpo, que será entregado por vosotros...

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- Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva
y eterna que será derramada por vosotros para el perdón de vuestros pecados...
Mary deseó poder estar con la congregación, comulgando. Cuando la ceremonia terminó, se
persignó de nuevo y se levantó.
Y fue entonces cuando vio a Ponter Boddit, de pie en silencio junto a la puerta, observando,
con la boca barbuda y sin barbilla abierta.

33

- ¿Qué era eso? -preguntó Ponter.


- ¿Cuánto tiempo llevas aquí? -exigió saber Mary.
Un rato.
- ¿Por qué no has dicho nada?
- No deseaba molestarte dijo Ponter-. Parecías... concentrada en lo que pasaba en la pantalla.
Bueno, pensó Mary, en cierto modo, ella le había usurpado la habitación: el sofá donde dormía
era el que ella ocupaba ahora. Ponter entró por fin en el despachito de Reuben y se acercó al
sofá, presumiblemente para sentarse a su lado. Mary se desplazó hasta un extremo,
apoyándose contra uno de los reposabrazos tapizados.
- ¿Qué era eso? -repitió Ponter.
Mary se encogió levemente de hombros.
- Una ceremonia eclesiástica.
La Acompañante de Ponter pitó.
- Iglesia -dijo Mary-. Un lugar de oración.
Otro pitido.
- Religión. Adorar a Dios.
Hak intervino en este punto, empleando su voz femenina.
- Lo siento, Mare. No conozco el significado de ninguna de esas palabras.
- Dios -repitió Mary-. El ser que creó el universo.
Hubo un momento durante el cual la expresión de Ponter permaneció neutral. Pero entonces,
al parecer tras oír la traducción de Hak, sus ojos dorados se abrieron de par en par.
Habló en su idioma, y Hak tradujo, usando la voz masculina:
- El universo no tuvo ningún creador. Ha existido siempre.
Mary frunció el ceño.
Sospechaba que a Louise (si salía alguna vez del sótano) le encantaría explicarle a Ponter la
cosmología del Big Bang. Por su parte, Mary simplemente dijo:
- Esa no es nuestra creencia.
Ponter sacudió la cabeza, pero evidentemente estaba dispuesto a no insistir.
- Ese hombre -dijo, indicando el televisor- habló de «vida eterna». ¿Tiene tu especie el secreto
de la inmortalidad? Nosotros tenemos especialistas en prolongación de la vida, y llevan mucho
tiempo buscando eso, pero...
- No -contestó Mary-. No, no. Está hablando del cielo. -Alzó una mano con la palma hacia
afuera, y consiguió evitar el pitido de Hak-. El cielo es el lugar donde supuestamente
continuamos existiendo después de la muerte.
- Eso es un oxímoron.
Mary se maravilló de la eficacia de Hak. Ponter había dicho una docena de palabras en su
idioma, presumiblemente algo parecido a «eso es una contradicción de términos», pero la
Acompañante había advertido que había una forma más sucinta de expresarlo en Inglés,
aunque no fuera en la lengua del Neanderthal.
- Bueno -respondió Mary-, no todo el mundo en la Tierra... En esta Tierra, quiero decir, cree en
la otra vida.
- ¿Lo cree la mayoría?
- Bueno... sí, supongo que sí.
- ¿Y tú?
Mary frunció el ceño, pensando.

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- Sí, supongo que sí.
- ¿Basándote en qué evidencia? -preguntó Ponter. El tono de sus palabras en Neanderthal era
neutral: no estaba intentando ser despectivo.
- Bueno, dicen que...
Mary se calló. ¿Por qué lo creía? Era científica, una pensadora lógica, racionalista.
Pero, naturalmente, su adoctrinamiento religioso había tenido lugar mucho antes de su
formación en biología. Finalmente, se encogió de hombros, consciente de que su respuesta no
sería convincente.
- Lo dice la Biblia.
Hak pitó.
- La Biblia -repitió Mary-. Las escrituras.
Bliip.
- El libro sagrado.
Bliip.
- Un libro santo de enseñanzas morales. La primera parte es compartida por mi gente,
llamados cristianos, y por otra religión importante, los judíos. La segunda parte sólo la siguen
los cristianos.
- ¿Por qué? -preguntó Ponter-. ¿Qué ocurre en la segunda parte?
- Cuenta la historia de Jesús, el hijo de Dios.
- Ah, sí. Ese hombre habló de él. ¿Así que este... este creador del universo tuvo de algún modo
un hijo humano? ¿Era Dios humano, entonces?
- No. No, es incorpóreo: sin cuerpo.
- Entonces, ¿cómo pudo... ?
- La madre de Jesús era humana, la Virgen María. -Hizo una pausa-. En cierto modo, me
pusieron mi nombre por ella. Ponter sacudió levemente la cabeza.
- Lo siento: Hak ha estado haciendo un trabajo admirable, pero está claro que aquí está
fallando. Mi Acompañante intepretó algo que dijiste como referido a alguien que nunca ha
tenido una relación sexual.
- Virgen, sí -dijo Mary.
- ¿Pero cómo puede una virgen ser también madre? -preguntó Ponter-. Eso es otro...
Y Mary lo oyó pronunciar la misma sarta de palabras que Hak había traducido antes como
«oxímoron».
Jesús fue concebido sin relación previa. Dios más o menos lo plantó en su vientre.
- Y esa otra facción... ¿judíos, dijiste? ¿Rechaza esta historia?
- Sí.
- Parecen... menos crédulos, digamos. -Miró a Mary-. ¿Tú crees eso? ¿Esa historia de Jesús?
- Yo soy cristiana -respondió Mary, confirmándolo tanto para ella como para Ponter-. Una
seguidora de Jesús.
- Ya veo -dijo Ponter-. ¿Y también crees en esa existencia después de la muerte?
- Bueno, nosotros creemos que la verdadera esencia de la persona es el alma...
Bliip.
- Una versión incorpórea de la persona, y que el alma viaja a uno de dos destinos después de
la muerte, donde la esencia seguirá viviendo. Si la persona ha sido buena, el alma va al cielo...
un paraíso, en presencia de Dios. Si la persona ha sido mala, el alma va al infierno...
Bliip.
- Y es torturada...
Bliip
- Atormentada para siempre.
Ponter guardó silencio un buen rato, y Mary trató de leer sus anchos rasgos.
- Nosotros... -dijo Ponter por fin-. Mi gente... no creemos en otra vida.
- ¿Qué creéis que pasa después de la muerte? -preguntó Mary.
- Para la persona que ha muerto, absolutamente nada. Deja de ser, total y completamente.
Todo lo que fue desaparece para siempre jamás.
- Eso es muy triste.

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- ¿Lo es? -preguntó Ponter-. ¿Por qué?
- Porque tenéis que continuar viviendo sin ellos.
- ¿Vosotros tenéis contacto con aquellos que habitan en esa otra vida?
- Bueno, no. Yo no. Algunas personas dicen que sí, pero nunca se ha demostrado.
- Que me zurzan -dijo Ponter; Mary se preguntó dónde habría aprendido Hak esa expresión-.
Pero si no tenéis acceso a esa otra vida, a ese reino de los muertos, entonces, ¿por qué le dais
crédito?
- Nunca he visto ese mundo paralelo de donde vienes -dijo Mary-, y sin embargo creo en él. Y
tú ya no puedes verlo... pero sigues creyendo también en él.
Una vez más, Hak sacó la máxima nota.
- Touché -dijo, resumiendo perfectamente una docena de palabras pronunciadas por Ponter.
Pero las revelaciones de Ponter habían intrigado a Mary.
- Nosotros sostenemos que la moralidad proviene de la religión, de la creencia en un bien
absoluto y de, bueno, el miedo, supongo, a la condena... a ser enviado al infierno.
- En otras palabras -dijo Ponter-, los humanos de vuestra especie os comportáis bien sólo
porque se os amenaza sino no lo hacéis. Mary ladeó la cabeza, conviniendo.
- Es la prueba de Pascal -dijo-. Verás, si crees en Dios y él no existe, entonces has perdido
muy poco. Pero si no crees, y existe, entonces te arriesgas al tormento eterno. Vistas así las
cosas, es prudente ser creyente.
- Ah -dijo Ponter; la interjección era la misma en su lenguaje que en el de Mary, así que no
hizo falta ninguna traducción por parte de Hak.
- Pero mira -continuó Mary-, aún no has contestado a mi pregunta sobre la moralidad. Sin un
Dios... sin la creencia de que seréis recompensados o castigados tras el final de vuestra vida...
¿qué impulsa la moralidad entre vuestra gente? Me he pasado bastante tiempo contigo ya,
Ponter, y sé que eres una buena persona. ¿De dónde procede esa bondad?
- Me comporto como lo hago porque es lo adecuado.
- ¿Según qué parámetros?
- Según los parámetros de mi gente.
- ¿Pero de dónde proceden esos parámetros?
- De...
Y aquí Ponter abrió mucho los ojos, grandes orbes bajo una ondulada barrera de hueso, como
si hubiera tenido una epifanía... en el sentido laico de la palabra, naturalmente.
- ¡De nuestra convicción de que no hay vida ninguna después de la muerte! -dijo, triunfante-.
Por eso vuestra creencia me preocupa, ahora lo veo. Nuestra valoración es directa y
congruente con todos los hechos observados: la vida de una persona termina por completo con
la muerte; no hay ninguna posibilidad de reconciliarse con los muertos, de enmendar nada
cuando se han ido, y no hay ninguna posibilidad de que, porque hayan llevado una vida moral,
estén ahora en el paraíso, olvidados los problemas de esta existencia. -Hizo una pausa, y sus
ojos se movieron a derecha e izquierda escrutando el rostro de Mary, buscando al parecer
signos de que ella comprendía a dónde quería llegar-. ¿No lo ves? -continuó Ponter-. Si yo le
hago daño a alguien... si le digo algo feo o, no sé, quizá le quito algo que le pertenece... según
vuestra visión del mundo puedo consolarme con el convencimiento de que, después de
muerta, todavía se puede contactar con esa persona: pueden repararse las cosas. Pero según
mi visión del mundo, cuando una persona ha muerto... cosa que podría sucedernos en
cualquier momento, por accidente o por un ataque al corazón o por cualquier otra causa...
entonces tú, que hiciste el mal, debes vivir sabiendo que toda la existencia de esa persona
terminó sin que jamás hicieras las paces con ella...
Mary reflexionó sobre esto. Sí, a la mayoría de los esclavistas no les había importado el
asunto, pero sin duda algunas personas con conciencia, atrapadas en una sociedad basada en
la compra y la venta de seres humanos, debieron de sentir algún remordimiento... pero ¿se
habían consolado acaso con la idea de que la gente a la que estaban maltratando sería
recompensada por su sufrimiento después de la muerte?

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Sí, los líderes nazis eran la esencia del mal, pero ¿cuántos de los miembros de la tropa, al
seguir las órdenes para exterminar a los judíos, habían conseguido dormir de noche gracias a
la creencia de que los recién fallecidos estaban ahora en el paraíso?
Y no tenía que tratarse de algo de tanta envergadura. Dios era el gran compensador: si te
perjudicaban en vida, se te compensaba en la muerte: el principio fundamental que había
permitido a los padres enviar a sus hijos a morir en incontables guerras, una tras otra. De
hecho, no importaba si le arruinabas la vida a otra persona, porque esa persona bien podía ir
al cielo. Oh, tú mismo podías condenarte al infierno, pero nada de lo que le hicieras a nadie
era realmente dañino a la larga. Esta existencia era un mero prólogo: la vida eterna estaba
todavía por venir.
Y, en efecto, en esa existencia infinita, Dios compensaría todo lo que le hubieran hecho... a
ella.
Y aquel hijo de puta, aquel hijo de puta que la había atacado, ardería en el infierno.
No, no importaba si no denunciaba nunca el delito: no había forma de que pudiera escapar a
su juicio final.
Pero... pero...
- Pero ¿qué hay de tu mundo? ¿Qué les ocurre allí a los delincuentes?
Bliip.
- La gente que vulnera las leyes -dijo Mary-. La gente que intencionadamente hace daño a los
demás.
- Ah -dijo Ponter-. Tenemos pocos problemas con eso ya, tras haber limpiado la mayoría de los
genes malos de nuestro poso genético hace generaciones.
- ¿Qué? -exclamó Mary.
- Los delitos serios se castigaron con la esterilización no sólo del perpetrador, sino también de
cualquiera que compartiese el cincuenta por ciento de su material genético: hermanos y
hermanas, padres, hijos. El efecto fue doble. Primero, erradicó esos genes malos de nuestra
sociedad y...
- ¿Cómo descubre la genética una sociedad sin agricultura? Quiero decir: nosotros lo hicimos a
través del cultivo de plantas y la cría de ganado.
- Puede que nosotros no hayamos criado animales o plantas para alimentarnos, pero sí que
domesticamos lobos para que nos ayudaran a cazar. Yo tengo una perra llamada Pabo a la que
quiero mucho.
Los lobos se adaptaban muy bien a la cría controlada: los resultados fueron obvios.
Mary asintió: eso parecía bastante razonable.
- ¿Dijiste que la esterilización tuvo un doble efecto sobre vuestra sociedad?
- Oh, sí. Además de eliminar directamente los genes defectuosos, las familias tenían un fuerte
incentivo para que ninguno de sus miembros se comportara de un modo demasiado antisocial.
- Supongo que era de esperar.
- Así es -dijo Ponter-. Como genetista, sin duda sabes que la única inmortalidad que realmente
existe es genética. La vida es impulsada por genes que quieren asegurarse su propia
reproducción, o proteger copias existentes de sí mismos. Así que nuestra justicia apuntó a los
genes, no a las personas. Nuestra sociedad está ahora prácticamente libre de delitos porque
nuestro sistema judicial apuntó directamente a lo que realmente impulsa toda vida: no al
individuo, ni a las circunstancias, sino a los genes. Lo hicimos así, de modo que la mejor
estrategia de supervivencia para los genes es obedecer la ley.
- Richard Dawkins lo aprobaría, supongo -dijo Mary-. Pero estabas hablando de esa... práctica
de esterilización en pasado. ¿Ha terminado?
- No, pero ahora hay poca necesidad de aplicarla.
- ¿Tanto éxito tuvo? ¿Ya nadie comete delitos graves?
- Casi nadie lo hace por desórdenes genéticos. Hay, naturalmente, desórdenes bioquímicos
que causan una conducta antisocial, pero ésos se pueden tratar con fármacos. La esterilización
sólo se emplea ya raramente.
- Una sociedad sin delitos -dijo Mary, meneando lentamente la cabeza, asombrada-. Eso debe
de ser... -Hizo una pausa, preguntándose cuánto quería bajar la guardia. Entonces añadió-:

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Eso debe de ser fabuloso. -Frunció el entrecejo-. Pero sin duda un montón de delitos quedarán
sin resolver. Quiero decir, si no sabéis quién lo cometió, entonces puede quedar sin castigo... o
si tenía un desorden bioquímico, no ser tratado.
Ponter parpadeó.
- ¿Delitos sin resolver?
- Sí, ya sabes: delitos que la policía -bliip-, o lo que sea que tengáis para hacer cumplir la ley,
no pueda averiguar quién los cometió.
- No existen esos delitos.
Mary se enderezó. Como la mayoría de los canadienses, estaba en contra de la pena capital...
precisamente porque era posible ejecutar a la persona equivocada. Todos los canadienses
vivían con la vergüenza del injusto encarcelamiento de Guy Paul Morin, que había pasado diez
años pudriéndose en la cárcel por un asesinato que no cometió; de Donald Marshall Jr., que
estuvo encarcelado once años por un crimen que tampoco cometió; de David Milgaard, que
pasó veintitrés años encarcelado por una violación con asesinato de la que era inocente. La
castración era el menor de los castigos a los que Mary le hubiera gustado ver sometido a su
propio violador... pero si, en su búsqueda de venganza, se le aplicaba a la persona equivocada,
¿cómo podría vivir consigo misma? ¿Y qué había del caso de Marshall?
No, no eran todos los canadienses los que vivían con esa vergüenza; eran los canadienses
blancos. Marshall era un indio mi'kmaq cuyas protestas de inocencia ante un tribunal blanco, al
parecer, no fueron creídas simplemente porque era indio.
De todas formas, tal vez estaba pensando ahora más como una atea que como una creyente.
Una creyente debería sostener que Milgaard, Morin y Marshall acabarían por recibir su justa
recompensa celestial que compensaría lo que hubieran soportado aquí en la Tierra.
Después de todo, el propio hijo de Dios había sido ejecutado injustamente, incluso según los
parámetros de Roma: Poncio Pilatos no creía que Cristo fuera culpable del crimen del que se le
acusaba.
Pero el mundo de Ponter empezaba a parecer peor aún que el juicio de Pilatos: brutales
esterilizaciones forzosas con el absoluto convencimiento de que siempre encontrabas el
verdadero culpable. Mary reprimió un escalofrío.
- ¿Cómo podéis estar seguros de haber castigado a la persona adecuada? Más concretamente,
¿cómo podéis estar seguros de que no habéis castigado a la persona equivocada?
- Por los archivos de coartadas -dijo Ponter, como si eso fuera lo más natural del mundo.
- ¿El qué?
Ponter, todavía sentado a su lado en el sofá del despacho de Reuben, alzó el brazo izquierdo y
lo giró para mostrar el interior de su muñeca. Los extraños dígitos de la Acompañante
parpadearon.
- Los archivos de coartadas -repitió-. Hak transmite constantemente información sobre mi
localización, además de imágenes tridimensionales de lo que estoy haciendo exactamente.
Naturalmente, ha estado fuera de contacto con el receptor desde que llegué aquí.
Esta vez Mary no contuvo el escalofrío.
- ¿Quieres decir que vives en una sociedad totalitaria? ¿Que estás constantemente sometido a
vigilancia?
- ¿Vigilancia? -dijo Ponter, alzando las cejas-. No, no, no. Nadie está vigilando los datos
transmitidos.
Mary parpadeó, confusa.
- Entonces, ¿qué se hace con eso?
- Se registra en mi archivo de coartadas.
- ¿Y qué es eso, exactamente?
- Un archivo de memoria informatizado; un bloque de material en cuyas capas cristalinas
grabamos registros inalterables.
- Pero si nadie lo controla, ¿para qué sirve?
- ¿Estoy usando mal la palabra «coartada»? -dijo Hak, con la voz femenina que utilizaba para
hablar por su cuenta-. Tenía entendido que una coartada era la prueba de que una persona
estaba en otro lugar cuando se cometía un acto.

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- Um, sí -dijo Mary-. Eso es una coartada.
- Bien, pues -continuó Hak-. El archivo de Ponter le proporciona una coartada irrefutable para
cualquier crimen del que pudiera ser acusado.
Mary sintió que el estómago se le encogía.
- Dios mío... ¿Ponter recurre a ti para que tú demuestres su inocencia?
Ponter parpadeó, y Hak tradujo sus palabras con la voz masculina.
- ¿A quién más debería recurrir?
- Quiero decir que aquí, en la Tierra, una persona es inocente hasta que se demuestre lo
contrario.
Mientras decía esas palabras, Mary se dio cuenta de que había muchos lugares donde eso no
era cierto, pero decidió no enmendar su comentario.
- ¿Y yo tengo que entender que no tenéis nada comparable a nuestros archivos de coartadas?
-preguntó Ponter.
- Eso es. Oh, hay cámaras de seguridad en algunos sitios. Pero no están en todas partes, y
casi nadie tiene una en casa.
- Entonces, ¿cómo os aseguráis de si alguien es culpable? Si no hay ningún registro de lo que
sucedió en realidad, ¿cómo podéis estar seguros de que vais a ocuparos de la persona
adecuada?
- A eso me refería al mencionar los crímenes sin resolver -dijo Mary-. Si no estamos seguros...
y a menudo no tenemos ni idea, entonces la persona se libra.
- Eso no parece un sistema mejor -dijo Ponter lentamente.
- Pero nuestra intimidad está protegida. Nadie nos está mirando continuamente por encima del
hombro.
- Ni en mi mundo tampoco... al menos, si no eres un... No conozco la palabra. Alguien que lo
muestra todo a los otros para que lo vean.
- ¿Un exhibicionista? -dijo Mary, alzando sorprendida las cejas.
- Sí. Su contribución es permitir que los demás vean las transmisiones de sus Acompañantes.
Tienen implantes ampliados que perciben con mayor resolución y a mayor distancia, y van a
diversos lugares interesantes para que los demás puedan ver lo que está sucediendo en ellos.
- Pero sin duda, en teoría, alguien podría comprometer la seguridad de las transmisiones de
cualquiera, no sólo las de un exhibicionista.
- ¿Por qué querría nadie hacer eso?
- Bueno... um, no sé. ¿Porque puede?
- Yo puedo beber orina -dijo Ponter-, pero nunca he sentido la necesidad de hacerlo.
- Nosotros tenemos personas que consideran un desafío comprometer las medidas de
seguridad... sobre todo las relacionadas con los ordenadores.
- Eso difícilmente parece una contribución a la sociedad.
- Tal vez no -dijo Mary-. Pero, mira, ¿y si la persona que es acusada no quiere abrir su...
¿cómo lo llamaste? ¿Su archivo de coartadas?
- ¿Por qué no iba a querer?
- Bueno, no lo sé. ¿Por una cuestión de principios?
Ponter parecía perplejo.
- O -dijo Mary- porque lo que estaban haciendo de verdad en el momento del crimen era
embarazoso.
Bliip.
- Embarazoso. Ya sabes, algo de lo que sentirse avergonzado. Bliip.
- Quizás un ejemplo me ayudará a entender lo que quieres decir -dijo Ponter.
Mary arrugó los labios, pensando.
- Bueno, um, vale, digamos que yo... digamos que estaba, ya sabes, practicando, um, el sexo
con el compañero de otra persona. El hecho de que lo estuviera haciendo podría ser mi
coartada, pero no querría que la gente lo supiera.
- ¿Por qué no?
- Bueno, porque creemos que el adulterio -bliip- está mal.

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- ¿Mal? -dijo Ponter, después de que Hak dedujera al parecer el significado de la palabra sin
traducir-. ¿Cómo puede ser, a menos que se presente una demanda de falsa paternidad? ¿A
quién hace daño eso?
- Bueno, no sé. Quiero decir que nosotros, ah, consideramos que el adulterio es un pecado.
Bliip.
Mary se esperaba aquel pitido, al menos. Si no tenías ninguna religión, ninguna lista de cosas
que, aunque no hicieran realmente daño a otra persona siguieran siendo conductas
indeseables (uso de drogas, masturbación, adulterio, ver videos porno), entonces tal vez no
fueras tan fanático en lo concerniente a tu intimidad. La gente insistía en ella porque, al menos
en parte, había cosas que hacía y que no deseaba que los demás supieran. Pero en una
sociedad permisiva, una sociedad abierta, una sociedad cuyos únicos delitos eran los que
tenían víctimas específicas, tal vez no fuese tan gran cosa. Y, por supuesto, Ponter no había
demostrado ningún pudor por la desnudez (una idea religiosa, nuevamente) y ningún deseo de
aislarse en el cuarto de baño.
Mary sacudió la cabeza. Todas las veces que se había sentido cohibida y avergonzada en su
vida, todas las veces en que se había alegrado de que nadie pudiera ver lo que estaba
haciendo... ¿eran cosas incómodas simplemente porque se trataba de normas impuestas por la
Iglesia? La vergüenza que sintió por dejar a Colm; la vergüenza que le impedía divorciarse; la
vergüenza que sentía a la hora de afrontar sus propios impulsos ahora que no tenía ningún
hombre en su vida; la vergüenza que sentía a causa del pecado... Ponter no soportaba nada de
eso, parecía; mientras no le hiciera daño a nadie, nunca se sentía incómodo de hacer las cosas
que le daban placer.
- Supongo que vuestro sistema podría funcionar -dijo Mary, dubitativa.
- Funciona -replicó Ponter-. Y recuerda que para los delitos serios, los que implican ataques a
otra persona, suele haber al menos dos registros de coartadas disponibles: el de la víctima y el
del perpetrador. La víctima normalmente presenta su archivo como prueba, y la mayor parte
del tiempo muestra claramente al perpetrador.
Mary se sentía a la vez fascinada y repelida. Sin embargo...
Aquella noche en York...
Si se hubieran grabado imágenes, ¿podría habérselas mostrado a nadie?
Sí, se dijo con firmeza. Sí. Ella no había hecho nada malo, nada de lo que avergonzarse.
Ella era la víctima inocente. Todos los folletos que Keisha le había dado en el centro de crisis
por violación lo decían, y ella de verdad intentaba creerlo.
Pero... pero aun en el caso de que hubiese un registro de lo que ella había visto, ¿podría haber
sido utilizado para capturar al monstruo? Llevaba pasamontañas: no le había visto en ningún
momento la cara, aunque un millar de rostros distintos habían acosado sus sueños desde
entonces. ¿A quién habría acusado? ¿De quién habría sido el archivo de coartadas que
hubiesen ordenado abrir los tribunales? Mary no tenía ni idea de por dónde empezar, ni de
quién sospechar.
Sintió el estómago revuelto. Tal vez ése era el verdadero problema, la situación que el pueblo
de Ponter había evitado: tener demasiados sospechosos, demasiada población, demasiado
anonimato, demasiada saña y agresividad en los... hombres, pensó. Hombres.
Todos los académicos de su generación procuraban utilizar un lenguaje neutro en lo
concerniente a los géneros. Pero los crímenes de naturaleza violenta eran de manera
abrumadora obra de varones.
Y, sin embargo, ella se había pasado la vida rodeada de hombres buenos y decentes. Su
padre; sus dos hermanos; tantos colegas que le habían ofrecido su apoyo; el padre Caldicott, y
el padre Belfontaine antes que él; muchos buenos amigos; un puñado de amantes.
¿Qué proporción de hombres constituía realmente el problema? ¿Cuántos eran violentos,
coléricos, incapaces de controlar sus emociones, incapaces de refrenar sus impulsos? ¿Era un
grupo tan grande que no podría haber sido «limpiado» (era la palabra que había empleado
Ponter, una palabra positiva, una palabra esperanzada) del poso genético hacía generaciones?
No importaba lo grande o pequeña que fuera la población de varones violentos, pensó Mary,
había demasiados. Una sola bestia ya sería demasiado y...

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Y allí estaba ella, pensando como el pueblo de Ponter. En efecto, al poso genético le vendría
bien una buena limpieza, una purga terapéutica.
Sí, sin duda.

34

Adikor Huld yacía en su cama, mullida, en el suelo, contemplando el reloj montado en el techo.
El sol llevaba fuera varios diadécimos ya, pero no encontraba ningún motivo para levantarse.
¿Qué había pasado ese día, allá en el laboratorio de cálculo cuántico? ¿Qué había salido mal?
Ponter no se había evaporado; no lo habían consumido las llamas; no había explotado.
Todas aquellas cosas habrían dejado huellas abundantes.
No, sin duda, Ponter había sido transferido a otro universo... pero...
Pero eso le sonaba ridículo incluso a él: comprendía lo escandaloso que debía de haberle
parecido a la adjudicadora Sard. Y sin embargo, ¿qué otra explicación había?
Ponter había desaparecido.
Y una inmensa cantidad de agua pesada había aparecido en su lugar.
Presumiblemente, pensó Adikor, había sido un intercambio equilibrado: masas idénticas pero
volúmenes radicalmente diferentes. Después de todo, no había sido sólo Ponter lo que había
desaparecido; Adikor había oído el aire saliendo de la cámara de cálculo cuántico, como si
también hubiera sido absorbido a otro lugar. Pero incluso una habitación llena de aire tenía
poca masa, mientras que el agua en estado líquido (incluso el agua pesada líquida) se
encontraba en el estado de más densidad de esa sustancia, más incluso que el sólido cuando
estaba congelada.
Así pues, un gran volumen de aire y un hombre habían desaparecido de ese universo, y una
masa idéntica, pero de volumen mucho más pequeño, de agua pesada había venido a
reemplazarlos desde... desde el otro lado. Ése era el planteamiento que no abandonaba la
mente de Adikor.
Pero...
Pero entonces eso significaba que había agua pesada en el mismo emplazamiento en el otro
universo. Y el agua pesada pura no se producía de modo natural.
Lo cual significaba que... el portal, otra palabra que se le ocurrió de pronto, tenía que haberse
abierto en un tanque de almacenamiento de agua pesada. Y si el agua pesada había sido
transferida desde allí hasta aquí, entonces Ponter había sido transferido de aquí hasta allí, lo
que quería decir...
Lo que quería decir que probablemente se habría ahogado.
Las lágrimas llenaron las profundas cuencas de los ojos de Adikor, como agua de lluvia
acumulándose en pozos.

•••

Ponter se agitó en el sofá y miró de nuevo a Mary.


- Los archivos de coartadas no sólo resuelven delitos -dijo-. Tienen muchos otros usos. Por
ejemplo, vi ayer en la televisión que dos excursionistas se habían perdido en el parque
Algonquino.
Mary asintió.
- Perderse así es imposible en mi mundo. Tu Acompañante triangula las señales de varios
transmisores colocados en la cima de las montañas para detectar tu posición, y si estás herido
o atrapado por un alud o algo parecido, es fácil que los equipos de rescate conecten con tu
Acompañante. Alzó una mano, copiando lo que Mary había hecho antes, cortando la esperada
objeción-. Naturalmente, sólo un adjudicador puede ordenar que te localicen de esa forma, y
sólo cuando lo solicitas enviando una señal de emergencia, o cuando lo pide un miembro de la
familia.
Por la mente de Mary cruzaron los titulares que había visto con demasiada frecuencia:
«La policía abandona la búsqueda»; «Suspendido el rastreo de la muchacha desaparecida»;

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«Víctimas de alud presumiblemente muertas».
- Supongo que disponer de una señal de emergencia como ésa sería muy útil -dijo.
- Lo es -replicó Ponter con firmeza-. Y el Acompañante puede enviar la señal
automáticamente, si tú eres incapaz de hacerlo. Monitoriza los signos vitales, y si sufres un
ataque al corazón (o estás a punto de tener uno) puede pedir ayuda.
Mary sintió un retortijón. Su propio padre había muerto de un ataque cardíaco, solo, cuando
ella tenía dieciocho años. Encontró su cuerpo al llegar a casa del colegio.
Ponter evidentemente confundió la tristeza del rostro de Mary con duda continuada.
- Y sólo un mes antes de que viniera aquí, extravié un escudo para la lluvia que me gustaba
mucho: era un regalo de Jasmel. Habría sido... , ¿devastador?, si lo hubiera perdido para
siempre. Pero simplemente visité el pabellón de archivos donde se guardan mis grabaciones y
revisé los acontecimientos del día anterior. Vi exactamente dónde había perdido el escudo y
pude recuperarlo.
Mary desde luego se había pasado horas y horas buscando libros extraviados y trabajos de
estudiantes y tarjetas de visita y llaves de la casa y cupones a punto de expirar. Tal vez
valorabas más esas cosas si estabas seguro de que tu existencia era finita: tal vez ese
conocimiento te impulsaba a hacer algo que evitara esas pérdidas de tiempo.
- Una caja negra personal -dijo Mary, en realidad para sí, pero Ponter respondió.
- Lo cierto es que el material de registro es rosa. Usamos granito reprocesado.
Mary sonrió.
- No, no. Una caja negra es como llamamos al registro de vuelo: un aparato a bordo de un
avión que registra la conversación telemétrica y de la cabina, por si hay un accidente. Pero la
idea de tener mi propia caja negra no se me había ocurrido nunca. -Hizo una pausa-. ¿Cómo
se toman entonces las imágenes? -Miró la muñeca de Ponter-. ¿Tu Acompañante lleva una
lente?
- Sí, pero sólo se usa para captar cosas fuera del espacio de grabación normal del
Acompañante. El Acompañante utiliza campos sensores para registrar todo lo que rodea a la
persona, y a la persona misma también. -Ponter emitió el sonido grave que era su risa-.
Después de todo, no serviría de mucho si sólo grabáramos lo que es visible desde la lente del
Acompañante: montones de imágenes de mi muslo izquierdo o el interior de mi faltriquera.
De esta forma, cuando se reproduce mi archivo, puedo verme a mí mismo desde cierta
distancia.
- Sorprendente -dijo Mary-. Nosotros no tenemos nada parecido.
- Pero he visto productos de vuestra ciencia, de vuestra industria. Sin duda, si os hubiérais
propuesto como prioridad desarrollar esa tecnología...
Mary frunció el ceño.
- Bueno, supongo. Quiero decir: pasamos de poner el primer objeto en el espacio a llevar al
primer hombre a la Luna en menos de doce años y...
- Vuelve a decir eso.
- He dicho que quisimos con tantas ganas poner a alguien en la Luna...
- La Luna -repitió Ponter-. ¿Quieres decir la Luna de la Tierra?
Mary parpadeó.
- Ajá.
- Pero... pero... eso es fantástico -dijo Ponter-. Nosotros nunca hemos hecho nada igual.
- ¿No habéis estado en la Luna? ¿Ningún Neanderthal ha llegado a la Luna?
Ponter tenía los ojos muy abiertos.
- No.
- ¿Y a Marte o los otros planetas?
- No.
- ¿Tenéis satélites?
- No, sólo uno, igual que aquí.
- No, me refiero a satélites artificiales. Mecanismos sin tripulación que se ponen en órbita, ya
sabes, para ayudar a predecir el tiempo, para las comunicaciones y esas cosas.
- No. No tenemos nada de eso.

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Mary reflexionó durante un momento. Sin el legado de las V2, sin las bombas volantes de la
Segunda Guerra Mundial, ¿habrían podido los humanos poner algo en órbita?
- Nosotros hemos lanzado... bueno, no sé, muchos cientos de cosas al espacio.
Ponter alzó la cabeza, como si intentara visualizar el rostro de la Luna a través del techo de la
casa de Reuben.
- ¿Cuántas personas viven ahora en la Luna?
- Ninguna -respondió Mary, sorprendida.
- ¿No tenéis un asentamiento permanente allí?
- No.
- Entonces la gente va simplemente a ver la Luna y luego vuelve a la Tierra. ¿Cuántos van
cada mes? ¿Es una cosa popular?
- Umm, no va nadie. Nadie ha ido desde... bueno, supongo que desde hace más de treinta
años. Sólo hemos enviado a doce personas a la superficie de la Luna. Seis grupos de dos.
- ¿Por qué lo dejasteis?
- Bueno, es complicado. El dinero fue sin duda un factor.
- Me lo imagino.
- Y, bueno, estaba la situación política. Verás, nosotros... -Hizo una breve pausa-. Vaya, es
difícil de explicar. Lo llamamos la Guerra Fría. No hubo ninguna lucha, pero Estados Unidos y
otra nación grande, la Unión Soviética, estaban enzarzados en un severo conflicto ideológico.
- ¿Sobre qué?
- Umm, sobre sistemas económicos, supongo.
- No parece una lucha que merezca la pena -dijo Ponter.
- Parecía muy importante en su época. Pero, de todas formas, el presidente de Estados Unidos
fijó el objetivo en... ¿cuándo fue?, en 1961, supongo, de poner a un hombre en la Luna al final
de esa década. Verás, los rusos (la gente de la Unión Soviética) habían puesto en el espacio el
primer satélite artificial, y luego al primer hombre, y Estados Unidos iba por detrás, así que,
bueno, se dispusieron a derrotarlos.
- ¿Y lo hicieron?
- Oh, sí. Los rusos nunca consiguieron poner a nadie en la Luna. Pero, bueno, una vez que
derrotamos a los rusos, la gente perdió el interés.
- Eso es ridículo... -empezó a decir Ponter, pero entonces se detuvo-. No, debo pedir disculpas.
Ir a la Luna es una hazaña magnífica y, lo hicierais una vez o un millar de veces, sigue siendo
digno de alabanza. -Hizo una pausa-. Supongo que es simplemente una cuestión de
prioridades.

35

Mary y Ponter bajaron a buscar algo de comer. Justo cuando llegaron a la cocina, Reuben
Montego y Louise Benoit salieron por fin del sótano. Reuben le sonrió a Ponter.
- ¿Más barbacoa?
Ponter le devolvió la sonrisa.
- Gracias. Pero debes dejarme ayudar.
- Te enseñaré cómo -dijo Louise. Le dio una palmada a Ponter en el antebrazo-. Vamos,
grandullón.
De repente, Mary se encontró poniendo reparos.
- Creía que eras vegetariana.
- Lo soy -dijo Louise-. Desde hace cinco años. Pero sé cómo se prepara una barbacoa.
Mary sintió la necesidad de acompañarlos cuando Ponter y Louise atravesaron las cristaleras
para salir al patio. Pero... pero... no, eso era una tontería.
Louise cerró tras ellos las puertas correderas, manteniendo el aire refrigerado dentro de la
casa.
Reuben estaba limpiando la mesa de la cocina. Simuló el acento de un viejo judío.
- ¿Bien, se puede saber de qué habéisss estado hablando vosotrrros dosss?

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Mary todavía miraba a través del cristal a Louise, que reía y se sacudía el pelo mientras
explicaba cómo funcionaba la barbacoa, y a Ponter, colgado de cada palabra.
- Umm, principalmente de religión.
La voz de Reuben regresó de inmediato a la normalidad.
- ¿De verdad?
- Ajá -dijo Mary. Apartó los ojos de lo que estaba pasando fuera y miró a Reuben-. O más
exactamente, de la ausencia de religión entre los Neanderthales.
- Pues yo creía que los Neanderthales sí que tenían religión -dijo Reuben, que ahora sacaba
unos sencillos platos blancos de una alacena . El culto del oso cavernario y todo eso.
Mary negó con la cabeza.
- Has estado leyendo libros antiguos, Reuben. Nadie se toma eso en serio hoy en día.
- ¿De veras?
- Sí. Oh, se encontraron algunos cráneos de oso cavernario en una cueva que había sido en
efecto ocupada por los Neanderthales. Pero ahora parece que los osos habían muerto
simplemente en la cueva, probablemente durante la hibernación, y que los Neanderthales se
mudaron después.
- ¿Pero no estaban todos los cráneos dispuestos según una pauta?
- Bueno -dijo Mary, tomando un montón de platos y repartiéndolos- el tipo que los encontró
dijo que estaban en una cuna o un ataúd de piedra. Pero no se tomaron fotos, los obreros
supuestamente destruyeron el ataúd y los únicos dos bocetos hechos por el arqueólogo (un
tipo llamado Báchler) se contradecían por completo el uno al otro. No, parece que Báchler vio
simplemente lo que quería ver.
- Oh -dijo Reuben, que rebuscaba ahora en el frigorífico los ingredientes para preparar una
ensalada-. ¿Pero no enterraban los Neanderthales a los muertos con cosas que el difunto
podría querer en la otra vida? Sin duda eso es un signo de religión.
- Bueno, lo sería si los Neanderthales lo hubieran hecho de verdad. Pero los sitios que son
ocupados durante generaciones acumulan basura: huesos, viejas herramientas de piedra y
todo eso. Los pocos ejemplos que creíamos tener de artículos en las tumbas de los
enterramientos Neanderthales resultaron ser cosas que habían sido enterradas
accidentalmente con el cadáver.
Reuben estaba ahora arrancando las hojas a una lechuga iceberg.
- Ah, ¿pero no implica en sí mismo el acto del enterramiento una creencia en la otra vida?
Mary miró alrededor, buscando algo que pudiera hacer para ayudar, pero no parecía que
hubiera nada.
- Podría ser -dijo- o podría deberse simplemente a un intento de mantener las cosas
ordenadas. Se han encontrado montones de cadáveres Neanderthales en posición fetal muy
marcada. Eso podría deberse a una ceremonia, o podría ser un deseo por parte del pobre
diablo que tenía que cavar la tumba de hacer el agujero lo más pequeño posible.
Los cuerpos muertos atraen carroñeros, después de todo, y tienden a apestar si los dejas al
sol.
Reuben estaba ahora cortando apio.
- Pero... pero yo creía que los Neanderthales fueron, bueno, los primeros niños de las flores.
Mary se echó a reír.
- Ah, sí. La cueva de Shanidar, en Irak... donde se encontraron huesos de Neanderthales
cubiertos con polen fosilizado.
- Eso es -asintió Reuben . Como si hubieran sido enterrados con guirnaldas de flores, o algo
así.
- Lo siento, pero eso también ha sido desmentido. El polen era sólo una intrusión accidental en
la tumba, traída por roedores o por aguas subterráneas que se filtraban a través del
sedimento.
- Pero... ¡espera un momento! ¿Y la flauta Neanderthal? Eso fue noticia de primera plana en
todo el mundo.
- Sí -dijo Mary-. Ivan Turk la encontró en Eslovenia: un hueso de oso hueco con cuatro
agujeros.

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- Eso es, eso es. ¡Una flauta! Sin duda se usaba para tocar música religiosa.
- Me temo que no -dijo Mary, apoyada ahora contra el costado del frigorífico-. Resulta que la
flauta no era nada de eso: sólo un hueso perforado por los mordiscos de un carnívoro,
probablemente un lobo. Y, sí, como es típico de los periódicos, esa revelación no salió en
primera plana.
- Eso seguro. Es la primera vez que lo oigo.
- Estuve presente en la reunión de la Sociedad Paleoantropológica en Seattle en el '98, cuando
Nowell y Chase presentaron el trabajo en el que desacreditaban la flauta. -Mary hizo una
pausa-. No, en realidad parece que, hasta el final, los Neanderthales, al menos en esta versión
de la Tierra, no tuvieron nada que pudiéramos llamar religión, ni siquiera un conocimiento de
ese tema. Oh, algunos de los últimos especímenes hicieron cosas un poco distintas, pero la
mayoría de los paleontólogos opinan que sólo estaban imitando a los CroMagnons que vivían
cerca: los CroMagnons fueron indiscutiblemente nuestros antepasados.
- Hablando de CroMagnons -dijo Reuben- ¿qué hay del cruce entre Neanderthales y
CroMagnons? ¿No he leído en alguna parte que se hallaron fósiles de un niño híbrido en,
bueno, tal vez 1998?
- Sí, Erik Trinkaus insiste mucho en ese espécimen. Es de Portugal. Pero mira, él es
antropólogo físico, y yo soy genetista. Él basa su caso enteramente en el esqueleto de un niño
que, en su opinión, muestra características híbridas. Pero no tiene el cráneo... y el cráneo es el
único diagnóstico verdadero para identificar a un Neanderthal. A mí sólo me parece un niño
fornido.
- Hmm -dijo Reuben-. Pero, verás, he visto a tipos que se parecen bastante a Ponter, en
rasgos sino en color. Algunos europeos del Este, por ejemplo, tienen narices grandes y
entrecejo prominente. ¿Estás diciendo que esos tipos no tienen genes Neanderthales?
Mary se encogió de hombros.
- Conozco a algunos paleoantropólogos que dirían que sí. Pero, en realidad, el jurado todavía
no ha decidido si nuestra especie de humanos y los Neanderthales podrían cruzarse.
- Bueno, si sigues pasando tanto tiempo con Ponter, tal vez respondas a esa pregunta por
nosotros algún día.
Reuben estaba tan cerca que ella pudo darle un golpecito en el brazo con la mano abierta.
- ¡Venga ya! -dijo. Miró hacia el salón, para que Reuben no pudiera ver la sonrisa que crecía
en su cara.

•••

Jasmel Ket apareció en casa de Adikor a eso de mediodía. Adikor se sintió sorprendido, pero le
agradó verla.
- Día sano -dijo.
- Lo mismo te digo -repuso Jasmel, agachándose para acariciar la cabeza de Pabo.
- ¿Quieres comer algo? ¿Carne? ¿Zumo?
- No, estoy bien -dijo Jasmel-. Pero he estado leyendo más sobre la ley. ¿Has pensado en una
contrademanda?
- ¿Una contrademanda? -repitió Adikor-. ¿Contra quién?
- Daklar Bolbay.
Adikor condujo a Jasmel al salón. Ocupó un sillón y ella el otro.
- ¿Con qué acusación? -dijo Adikor-. No me ha hecho nada.
- Ha interferido en tu pena por la pérdida de tu hombrecompañero...
- Sí. Pero sin duda eso no es un delito.
- ¿No lo es? ¿Qué dice el Código de la Civilización respecto a perturbar la vida de otro?
- Dice muchas cosas.
- La parte en la que estoy pensando es: «La acción frívola contra otro no puede ser pasada por
alto; la civilización funciona porque sólo invocamos su poder sobre el individuo en casos
atroces.»
- Bueno, me ha acusado de asesinato. No hay crimen más atroz.

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- Pero no tiene ninguna prueba real contra ti -dijo Jasmel-. Eso hace que su acción sea
frívola... o, al menos, podría serlo a los ojos de un adjudicador.
Adikor negó con la cabeza.
- No me imagino a Sard dejándose impresionar por ese razonamiento.
- Ah, pero Sard no puede oír las contra demandas: ésa es la ley. Hablarías delante de un
adjudicador diferente.
- ¿De verdad? Tal vez merezca la pena intentarlo. Pero... pero mi objetivo no es prolongar los
procedimientos. Es superarlos, conseguir que me levanten este apestoso escrutinio judicial
para poder bajar al laboratorio.
- Oh, estoy de acuerdo en que no deberías presentar una contrademanda. Pero la sugerencia
de que podrías hacerlo tal vez te ayude a obtener tu respuesta.
- ¿Respuesta? ¿A qué?
- A por qué Daklar te persigue de esta forma.
- ¿Tú sabes por qué?
Jasmel agachó la cabeza.
- No lo sabía, no hasta hoy, pero...
- ¿Pero qué?
- No soy yo quien tiene que decirlo. Si vas a oírlo todo, tendrá que decírtelo Daklar
directamente.

36

Reuben, Louise, Ponter y Mary estaban sentados a la mesa de la cocina de Reuben.


Todos menos Louise comían hamburguesas; Louise picoteaba un plato de ensalada.
Al parecer, en el mundo de Ponter, la gente comía con guantes en las manos. A Ponter no le
gustaba usar cubiertos, pero la hamburguesa parecía un buen término medio. No se comió el
pan, pero lo utilizó para manipular la carne, apretándola constantemente hacia delante y
mordiendo la parte que asomaba entre las rebanadas.
- Bueno, Ponter dijo Louise, por empezar una conversación ¿vives solo? En tu mundo, quiero
decir.
Ponter negó con la cabeza.
- No. Vivía con Adikor.
- Adikor -repitió Mary-. Creí que era la persona con la que trabajabas.
- Sí -dijo Ponter-. Pero también es mi compañero.
- Tu compañero de trabajo, quieres decir.
- Bueno, eso también, supongo. Pero es mi «compañero»: ésa es la palabra que nosotros
utilizamos. Compartimos un hogar.
- Ah -dijo Mary-. Un compañero de habitación.
- Sí.
- Compartís los gastos de la casa y las tareas.
- Sí. Y las comidas y la cama y...
Mary se enfureció consigo misma por la manera en que su corazón dio un brinco.
Conocía a montones de hombres gay: estaba acostumbrada a que salieran del armario, no a
que atravesaran un portal transdimensional.
- ¡Eres gay! -dijo Louise.
- La verdad es que era más feliz en casa -dijo Ponter.
- No, no, no -dijo Louise-. Feliz no. Gay, pero no alegre. Homosexual.
Bliip
- Tener relaciones sexuales con un miembro de tu mismo género: hombres que tienen sexo
con otros hombres, o mujeres que tienen sexo con otras mujeres.
Ponter parecía más confundido que nunca.
- Es imposible tener sexo con un miembro del mismo sexo. El sexo es el acto de procreación
potencial y requiere un macho y una hembra.

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- Bueno, sí, no sexo como en una relación sexual -dijo Louise-. Sexo como contacto íntimo,
como en... ya sabes, caricias afectivas de... de los genitales.
- Oh -dijo Ponter-. Sí, Adikor y yo hacíamos eso.
- Eso es lo que nosotros llamamos ser homosexual -intervino Reuben-. Tener ese contacto sólo
con miembros de tu mismo género.
- ¿Sólo? -dijo Ponter, sobresaltado-. ¿Quieres decir exclusivamente? No, no, no. Adikor y yo
nos hacíamos mutua compañía cuando Dos estaban separados, pero cuando Dos se convertían
en Uno, teníamos por supuesto... ¿Cómo lo llamaste, Lou? «Caricias afectivas de los genitales»
con nuestras hembras respectivas... o al menos yo lo hacía hasta que Klast, mi mujer-
compañera, murió.
- Ah -dijo Mary-. Eres bisexual.
Bliip.
- Tienes contacto genital con hombres y mujeres.
- Sí.
- ¿Todo el mundo es así en tu mundo? -preguntó Louise, trinchando lechuga con el tenedor-.
¿Bisexual?
- Casi todos. -Ponter parpadeó, comprendiendo por fin-. ¿Quieres decir que aquí es diferente?
- Oh, sí -explicó Reuben-. Bueno, para la mayoría de la gente, al menos. Quiero decir, claro,
hay gente bisexual, y montones y montones de gente gay... , homosexual. Pero la enorme
mayoría es heterosexual. Eso significa que tiene contacto afectivo sólo con miembros del
género opuesto.
- Qué aburrido -dijo Ponter.
Louise se echó a reír. Luego, conteniéndose, dijo:
- ¿Y tienes hijos?
- Dos hijas -asintió Ponter-. Jasmel y Megameg.
- Qué nombres tan bonitos.
Ponter parecía triste, pensaba obviamente en el hecho de que era probable que nunca volviera
a verlas.
Reuben lo advirtió también y trató de dirigir la conversación hacia algo menos personal.
- ¿Y cómo, um, es eso de «Dos Que Se Convierten En Uno» que has mencionado? ¿De qué se
trata?
- Bueno, en mi mundo, los varones y las hembras viven principalmente separados, así que...
- ¡Binford! -exclamó Mary.
- No, es cierto -dijo Ponter.
- Eso no era un taco -dijo Mary-. Es el nombre de un hombre. Lewis Binford es un antropólogo
que argumenta lo mismo: que los hombres y las mujeres Neanderthales vivían vidas
separadas en esta Tierra. Lo basa en los yacimientos de Combe Grenal, en Francia.
- Tiene razón -dijo Ponter-. Las mujeres viven en el Centro de nuestros territorios, y los
hombres en los Bordes. Pero una vez al mes los hombres vamos al Centro y pasamos cuatro
días con las hembras. Decimos que «Dos se convierten en Uno» durante ese tiempo.
- ¡Fiiiestaaa! -dijo Louise, sonriendo.
- Fascinante -comentó Mary.
- Es necesario. No producimos comida como hacéis vosotros, así que el tamaño de la población
tiene que ser controlado.
Reuben frunció el ceño.
- ¿Entonces eso de «Dos se convierten en Uno» es para controlar la natalidad?
Ponter asintió.
- En parte. El Gran Consejo Gris, el cuerpo gobernante de ancianos, fija las fechas en las que
nos unimos, y Dos normalmente se convierten en Uno cuando las mujeres son incapaces de
concebir. Pero si es el momento de concebir una nueva generación, entonces las fechas se
cambian y nos unimos cuando las mujeres son más fértiles.
- Dios santo -dijo Mary-. Un planeta entero siguiendo el método Ogino. Le caeréis bien al Papa,
chicos. Pero... ¿pero cómo puede funcionar eso? Quiero decir, vuestras mujeres no tendrán el
periodo... sus menstruaciones todas a la vez, ¿no?

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Ponter parpadeó.
- Por supuesto que sí.
- ¿Pero cómo... ? Oh, espera. Ya veo. -Mary sonrió-. Esa nariz tuya: es muy sensible, ¿verdad?
- A mí no me lo parece.
- Pero lo es... comparada con las nuestras, quiero decir. Comparada con las narices que
tenernos nosotros.
- Bueno, vuestras narices son muy pequeñas -dijo Ponter-. Son, ah, bastante desconcertantes
al mirarlas. Siempre pienso que os asfixiaréis... aunque he advertido que muchos de vosotros
respiráis por la boca, presumiblemente para evitarlo.
- Nosotros siempre hemos supuesto que los Neanderthales evolucionaron como respuesta a las
condiciones de la Era Glacial -dijo Mary-. E imaginábamos que vuestras narices grandes os
permitían humidificar el aire frío antes de llevarlo a los pulmones.
- Nuestros... los científicos que estudian a los antiguos humanos creen lo mismo -dijo Ponter.
- El clima se ha calentado mucho desde que vuestras narices evolucionaron -dijo Mary-. Pero
vosotros habéis conservado ese rasgo quizá porque tiene el efecto colateral beneficioso de
daros un sentido del olfato mucho mejor.
- Sí -dijo Ponter-. Puedo oleros a todos, y todas las comidas diferentes de la cocina y las flores
de allá atrás, y esa cosa acre que Reuben y Lou han estado quemando abajo, pero...
- Ponter -dijo Reuben rápidamente-, nosotros no podemos olerte.
- ¿De verdad?
- Sí. Oh, si metiera la nariz en tu sobaco, podría oler algo. Pero normalmente los humanos no
nos olemos unos a otros.
- ¿Cómo os encontráis unos a otros en la oscuridad?
- Por la voz -dijo Mary.
- Qué extraño.
- Pero puedes hacer más que detectar la presencia de una persona, ¿verdad? -dijo Mary-. Esa
vez que me miraste. Pudiste... -Tragó saliva, pero bueno, Louise era mujer también, y Reuben
era médico-. Te diste cuenta de que yo tenía el periodo, ¿verdad?
- Sí.
Mary asintió.
- Incluso las mujeres de nuestra especie, si viven juntas el tiempo suficiente en la misma casa,
pueden acabar sincronizando sus ciclos menstruales... y tenemos un sentido del olfato penoso.
Supongo que tiene sentido que ciudades enteras de vuestras mujeres lleven el mismo ciclo.
- No se me había ocurrido nunca que pudiera ser de otra forma -dijo Ponter-. Me pareció
extraño que tú estuvieras menstruando pero Lou no.
Louise frunció el entrecejo, pero no dijo nada.
- Bueno, ¿alguien quiere algo más? -preguntó Reuben-. Ponter, ¿otra CocaCola?
- Sí. Gracias.
Reuben se levantó.
- ¿Sabes que esa bebida tiene cafeína? -dijo Mary-. Es adictiva.
- No te preocupes -dijo Ponter-. Sólo estoy bebiendo siete u ocho latas al día.
Louise se echó a reír y continuó comiendo su ensalada.
Mary le dio otro bocado a su hamburguesa, aplastando con los dientes las rodajas de cebolla.
- Espera un momento -dijo, una vez que tragó-. Eso significa que vuestras hembras no tienen
ovulación oculta.
- Bueno, está oculta a la vista.
- Sí, pero... bueno, ya sabes, yo coordinaba un curso con el departamento de Estudios
Femeninos: «La biología de las relaciones de poder sexual.» Habíamos supuesto que la
ovulación oculta era la clave para que las hembras obtuvieran protección constante y
manutención por parte de los machos. Ya sabes: si no puedes decir si tu hembra es fértil, será
mejor que seas atento con ella todo el tiempo, no vayan a ponerte los cuernos.
Hak pitó.
- Los cuernos -repitió Mary-. Decimos que un marido es un cabrón cuando invierte sus
energías manteniendo hijos que no son biológicamente suyos. Pero con la ovulación oculta...

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La risa de Ponter hendió el aire; su enorme pecho y su profunda boca emitieron una carcajada
grave y atronadora.
Mary y Louise lo miraron, aturdidas.
- ¿Qué es tan gracioso? -preguntó Reuben, colocando otra CocaCola delante de Ponter.
El hombre de Neanderthal alzó una mano: intentaba dejar de reír, pero no podía conseguirlo.
Aparecieron lágrimas en la comisura de sus ojos hundidos, y su piel normalmente pálida se
puso bastante roja.
Mary, sentada a la mesa, se llevó las manos a las caderas... aunque inmediatamente fue
consciente de su lenguaje corporal: las manos en las caderas aumentan el tamaño aparente de
la persona, para intimidar. Pero Ponter era mucho más fornido y musculoso que ninguna mujer
(o que cualquier hombre), así que era un gesto ridículo. Con todo, exigió:
- ¿Bien?
- Lo siento -dijo Ponter, recuperando el control. Usó su largo pulgar para secarse las lágrimas
de los ojos-. Es que a veces vuestra gente tiene ideas ridículas. -Sonrió-. Cuando hablas de
ovulación oculta, ¿te refieres a que las hembras humanas no tienen hinchazón en los genitales
cuando están en celo?
Mary asintió.- Los chimpancés y los bonobos sí, al igual que los gorilas y la mayoría de los
otros primates.
- Pero los humanos no dejaron de tener esa hinchazón para ocultar la ovulación -dijo Ponter-.
La hinchazón genital desapareció cuando ya no resultó una señal eficaz. El clima se hizo más
frío y los humanos empezaron a llevar ropa. Ese tipo de exhibición visual, basada en engordar
los tejidos con fluido, es costosa desde un punto de vista energético: ya no tenía razón de ser
el mantenerla una vez que cubrimos nuestros cuerpos con pieles de animales. Pero, al menos
para mi gente, la ovulación siguió siendo obvia gracias al olor.
- ¿Puedes oler la ovulación, además de la menstruación? -preguntó Reuben.
- Los... componentes químicos asociados con ella, sí.
- Feromonas -apostilló Reuben.
Mary asintió lentamente.
- Y por eso -dijo, tanto para Ponter como para sí misma- los varones podían marcharse
durante semanas seguidas sin preocuparse de que sus hembras quedaran preñadas por otro.
- Eso es -dijo Ponter-. Pero hay algo más.
- ¿Sí?
- Ahora decimos que el motivo por el que nuestros antepasados masculinos... , creo que
entenderéis la metáfora, «se fueron a las montañas» es por lo, ah, desagradables que son las
hembras durante Últimos Cinco.
- ¿Últimos Cinco? -dijo Louise.
- Los últimos cinco días del mes; ese momento conduce al principio de su periodo.
- Oh -dijo Reuben-. SPM. Síndrome premenstrual.
- Sí -dijo Ponter-. Aunque, por supuesto, ése no es el verdadero motivo. -Se encogió un poco
de hombros-. Mi hija Jasmel está estudiando historia pregeneración uno: ella me lo explicó. Lo
que sucedió realmente es que los hombres solían pelear constantemente para poder acceder a
las mujeres. Pero, como Mare ha advertido, el único momento de acceso a las mujeres que es
evolutivamente importante es durante la parte de cada mes en que pueden quedarse
embarazadas.
- Como los ciclos de todas las mujeres estaban sincronizados, los hombres se llevaban mucho
mejor durante la mayor parte del mes si se alejaban de las hembras y regresaban luego en
grupo sólo cuando era importante hacerlo para la reproducción. No fue lo desagradables que
son las mujeres lo que llevó a la división: fue la violencia masculina.
Mary asintió. Habían pasado años desde que coimpartió aquel curso de relaciones de poder
sexual, pero era típico: los hombres causando problemas y echando la culpa a las mujeres por
ello. Mary no creía que fuese a conocer jamás a una hembra del mundo de Ponter, pero, en
ese momento, sintió auténtica afinidad con sus hermanas Neanderthales.

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37

- Día sano, Daklar -dijo Jasmel tras atravesar la puerta de la casa. Aunque Jasmel Ket y Daklar
Bolbay todavía compartían un hogar, no se habían hablado mucho desde el dooslarm
basadlarm.
- Día sano -repitió Bolbay, sin calor-. Si te... -Las aletas de su nariz se dilataron-. No estás
sola.
Adikor atravesó también la puerta.
- Día sano -dijo.
Bolbay miró a Jasmel.
- ¿Más traición, niña?
- No es traición -dijo Jasmel-. Es preocupación... por ti, y por mi padre.
- ¿Qué quieres de mí? -dijo Bolbay, mirando a Adikor con los ojos entornados.
- La verdad -respondió él-. Sólo la verdad.
- ¿Sobre qué?
- Sobre ti. Sobre por qué me estás persiguiendo.
- No soy yo quien está siendo investigada.
- No -reconoció Adikor-. Todavía no. Pero eso puede cambiar.
- ¿De qué estás hablando?
- Estoy dispuesto a presentarte documentos propios -dijo Adikor.
- ¿Sobre qué base?
- Sobre la base de que te estás inmiscuyendo ilegítimamente en mi vida.
- Eso es ridículo.
- ¿Lo es? -Adikor se encogió de hombros-. Dejaremos que un adjudicador lo decida.
- Es un intento evidente por retrasar el proceso que llevará a tu esterilización -dijo Bolbay-.
Cualquiera puede verlo.
- Si es... si es tan evidente, tan débil, entonces un adjudicador descartará el asunto... pero no
antes de que yo haya tenido oportunidad de interrogarte.
- ¿Interrogarme? ¿Sobre qué?
- Sobre tus motivos. Sobre por qué me estás haciendo esto. Bolbay miró a Jasmel.
- Esto ha sido idea tuya, ¿verdad?
- También fue idea mía que viniéramos aquí primero antes de que Adikor continuara con la
acusación -dijo Jasmel-. Esto es un asunto familiar: tú, Daklar, fuiste la mujercompañera de
mi madre, y Adikor aquí presente es el hombrecompañero de mi padre. Has sufrido mucho,
Daklar (todos nosotros) con la pérdida de mi madre.
- ¡Esto no tiene nada que ver con Klast! -replicó Bolbay-. ¡Nada! -Miró a Adikor-. Es por él.
- ¿Por qué? -dijo Adikor-. ¿Por qué es por mí? Bolbay negó de nuevo con la cabeza. -No
tenemos nada de qué hablar.
- Sí que tenemos. Y responderás a mis preguntas aquí, o las responderás delante de un
adjudicador. Pero las responderás.
- Es un farol -dijo Bolbay.
Adikor alzó el brazo izquierdo, con la muñeca vuelta hacia ella.
- ¿Es tu nombre Daklar Bolbay, y resides en el Centro de Saldak?
- No aceptaré documentos de tu parte.
- Sólo estás retrasando lo inevitable -dijo Adikor-. Conseguiré un servidor judicial que pueda
descargar tu implante saques la clavija de control o no. -Una pausa-. Te lo repito, eres Daklar
Bolbay, y resides aquí en el Centro de Saldak?
- ¿Harás esto de verdad? -dijo Bolbay-. ¿Me arrastrarás ante un adjudicador?
- Como tú me has arrastrado a mí.
- Por favor -dijo Jasmel-. Díselo. Es mejor así... mejor para ti.
Adikor se cruzó de brazos.- ¿Bien?
- No tengo nada que decir -replicó Bolbay.
Jasmel dejó escapar un largo suspiro.
- Pregúntale -le dijo a Adikor-, pregúntale por su hombrecompañero.

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- No sabes nada de eso -replicó Bolbay.
- ¿No? -dijo Jasmel-. ¿Cómo supiste que Adikor era quien había golpeado a mi padre?
Bolbay no dijo nada.
- Obviamente, Klast te lo dijo -continuó Jasmel.
- Klast era mi mujercompañera -dijo Bolbay, desafiante-. No me guardaba secretos.
- Y era mi madre. Y tampoco me los guardaba a mí.
- Pero... ella... yo... -Bolbay guardó silencio.
- Háblame de tu hombrecompañero -dijo Adikor-. Yo... creo que no lo conozco, ¿verdad?
Bolbay negó lentamente con la cabeza.
- No. Se marchó hace mucho tiempo: nos separamos hace mucho.
- ¿Y por eso no tienes hijos propios? -preguntó Adikor, amablemente.
- Eres tan retorcido -replicó Bolbay-. ¿Crees que es tan simple? ¿No pude conservar un
compañero y por eso nunca me reproduje? ¿Eso es lo que crees?
- Yo no creo nada.
- Habría sido una buena madre -dijo Bolbay, quizá tanto para sí como para Adikor- Pregúntale
a Jasmel. Pregúntale a Megameg. Desde que Klast murió, he cuidado de ellas
maravillosamente. ¿No es así, Jasmel? ¿No es así?
Jasmel asintió.
- Pero eres una 145, igual que Ponter y Klast. Igual que Adikor. Todavía podrías tener un hijo
propio. Las fechas para que Dos se conviertan en Uno se cambiarán de nuevo el año que
viene: tú podrías...
Adikor alzó la ceja.
- Sería tu última oportunidad, ¿no? Tendrás 490 meses de edad... cuarenta años, el año que
viene, igual que yo. Podrías concebir un hijo entonces, como parte de la generación 149, pero
sin duda no dentro de diez años, cuando sea concebida la generación 150.
- ¿Te han hecho falta tus bonitos ordenadores cuánticos para ese cálculo? -Había desdén en la
voz de Bolbay.
- Y Ponter -dijo Adikor, asintiendo lentamente-. Ponter esta la sin mujercompañera. Tú y él
habíais amado a la misma mujer, después de todo, y eras ya tabant de sus dos hijas, así que
pensaste...
- ¿Tú y mi padre? -dijo Jasmel. No parecía escandalizada por la idea, sino sólo sorprendida.
- ¿Y por qué no? -replicó Bolbay, desafiante-. Lo conocía desde hace casi tanto tiempo como
tú, Adikor, y siempre nos habíamos llevado bien.
- Pero ahora él tampoco está -dijo Adikor-. Ésa fue mi primera idea, ¿sabes? Que te sentías
desconsolada por su pérdida, y por eso me mostrabas los dientes. Pero tienes que ver, Daklar,
que te equivocas al hacerlo. Yo amaba a Ponter, y desde luego no habría interferido en su
opción de una nueva mujercompañera, así que...
- Eso no tiene nada que ver -dijo Bolbay, sacudiendo la cabeza-. Nada.
- Entonces, ¿por qué me odias tanto?
- No te odio por lo que le sucedió a Ponter.
- Pero me odias.
Bolbay guardó silencio. Jasmel estaba mirando el suelo.
- ¿Por qué? -insistió Adikor-. Nunca te he hecho nada.
- Pero golpeaste a Ponter -replicó Bolbay.
- Hace años. Y él me perdonó.
- Y por eso continuaste entero -dijo ella-. Tuviste un hijo propio. Te saliste con la tuya.
- ¿Con la mía?
- ¡Con tu crimen! ¡Con tu intento de matar a Ponter!
- Yo no intentaba matarlo.
- Eras violento, un monstruo. Deberías haber sido esterilizado. Pero mi Pelbon...
- ¿Quién es Pelbon? -dijo Adikor.
Bolbay guardó de nuevo silencio.
- Su hombrecompañero -dijo Jasmel, en voz baja.
- ¿Qué le pasó a Pelbon?

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- No sabes cómo es -dijo Bolbay, apartando la mirada-. No tienes ni idea. Te despiertas una
mañana y descubres a dos controladores esperándote, y se llevan a tu hombrecompañero y...
- ¿Y qué?
- Y lo castran.
- ¿Por qué? -preguntó Adikor-. ¿Qué hizo?
- No hizo nada. No hizo absolutamente nada.
- Entonces, ¿por qué... ? -empezó a decir Adikor. Pero entonces comprendió-. Oh. Uno de sus
parientes.
Bolbay asintió, pero no miró a Adikor a los ojos.
- Su hermano había atacado a alguien, y por eso su hermano fue esterilizado junto con...
- Junto con todo aquel que compartiera el cincuenta por ciento de su material genético
-terminó Adikor.
- Mi Pelbon no hizo nada -dijo Bolbay-. No le hizo nada a nadie y fue castigado. Yo fui
castigada. ¡Pero tú! ¡Tú casi mataste a un hombre y saliste limpio! ¡Deberían haberte castrado
a ti, no a mi pobre Pelbon!
- Daklar -dijo Adikor-. Lo siento. Lo siento mucho...
- Marchaos -dijo Bolbay con firmeza-. Dejadme sola.
- Yo...
- ¡Marchaos!

38

Ponter se terminó la hamburguesa y luego miró por turnos a Louise, Reuben y Mary.
- No es que quiera quejarme -dijo-, pero me estoy cansando de esta... ¿vaca la llamáis?
¿Existe la posibilidad de que podamos pedirle a la gente de fuera que nos traiga algo distinto
para esta noche?
- ¿Como qué? -preguntó Reuben.
- Oh, cualquier cosa -contestó Ponter-. Tal vez unos filetes de mamut.
- ¿Qué?
- ¿Mamut? -dijo Mary, asombrada.
- ¿Está comunicando Hak incorrectamente lo que digo? -preguntó Ponter-. Mamut. Ya sabéis...
un elefante velludo de climas norteños.
- Sí, sí, sí -dijo Mary-. Sabemos lo que es un mamut, pero...
- ¿Pero qué? -preguntó Ponter, la ceja alzada.
- Pero, bueno, los mamuts están extintos.
- ¿Extintos? -repitió Ponter, sorprendido-. Ahora que lo pienso, no los he visto por aquí, pero,
supuse que no les gustaba acercarse a una ciudad tan grande.
- No, no, están extintos -dijo Louise-. Por todo el mundo. Llevan extintos miles de años.
- ¿Por qué? -preguntó Ponter-. ¿Alguna enfermedad?
Todos guardaron silencio. Mary soltó lentamente el aire de sus pulmones, intentando decidir
cómo presentarlo.
- No, no es por eso -dijo por fin-. Umm, verás, nosotros... nuestra especie, nuestros
antepasados, cazamos los mamuts hasta que se extinguieron.
Ponter abrió mucho los ojos.
- ¿Hicisteis qué?
Mary se sintió asqueada; odiaba que su versión de la humanidad quedara tan mal.
- Los matamos para alimentarnos, y bueno, seguimos matándolos hasta que no quedó
ninguno.
- Oh -dijo Ponter, en voz baja. Miró por la ventana el gran patio trasero de la casa de Reuben-.
Me gustan los mamuts. No sólo su carne, que es deliciosa, sino como animales, como parte del
paisaje. Hay un pequeño rebaño de mamuts que vive cerca de mi casa. Me gusta verlos.
- Nosotros tenemos sus esqueletos -dijo Mary-, y sus colmillos, y de vez en cuando se
encuentra alguno congelado en Siberia, pero...

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- Todos ellos -dijo Ponter, moviendo la cabeza adelante y atrás lentamente-. Los matasteis a
todos...
Mary tuvo ganas de protestar: «No yo personalmente», pero eso habría sido falso: la sangre
de los mamuts seguía siendo cosa suya. A pesar de todo, necesitaba algún tipo de defensa por
débil que fuera.
- Sucedió hace mucho tiempo.
Ponter pareció incómodo.
- Casi tengo miedo de preguntarlo, pero hay otros grandes animales que yo solía ver en esta
parte del mundo en mi versión de la Tierra. Una vez más, había supuesto que simplemente
evitaban esta ciudad vuestra, pero...
Reuben meneó su afeitada cabeza.
- No, no es eso.
Mary cerró brevemente los ojos.
- Lo siento, Ponter. Eliminamos casi toda la megafauna... aquí, y en Europa... y en Australia
-sintió un nudo en el estómago a medida que la letanía iba creciendo-, en Nueva Zelanda y en
Suramérica. El único continente que tiene muchos animales grandes todavía es África, y la
mayoría corren peligro de extinción.
Bliip.
- Están a punto de desaparecer -dijo Louise.
El tono de Ponter indicaba que se sentía traicionado.
- Pero has dicho que todo esto sucedió hace mucho tiempo. Mary miró su plato vacío.
- Dejamos de matar mamuts hace mucho tiempo porque, bueno, nos quedamos sin mamuts
que matar. Dejamos de matar alces irlandeses y los grandes felinos que solían poblar América
del Norte, y los rinocerontes lanudos, y todos los demás, porque no quedó ninguno que matar.
- Matar a todos los miembros de una especie... -dijo Ponter. Meneó lentamente su enorme
cabeza.
- Hemos aprendido -dijo Mary-. Ahora tenemos programas para proteger a las especies en
peligro y hemos tenido algunos éxitos. La grulla estuvo a punto de desaparecer, y el águila de
cabeza calva. Y el búfalo. Todos han sido recuperados.
La voz de Ponter fue fría.
- Porque dejasteis de matarlos hasta la exterminación.
Mary pensó en argumentar que no era todo resultado de la caza; gran parte había tenido que
ver con la destrucción por parte de los humanos de los hábitats naturales de esas criaturas...
pero de algún modo eso no parecía mejor.
- ¿Qué... qué otras especies siguen todavía en peligro de extinción? -preguntó Ponter.
Mary se encogió un poco de hombros.
- Montones de clases de aves. Las tortugas gigantes. Los osos panda. Las ballenas. Los chim...
- ¿Los chim? -dijo Ponter-. ¿Qué son los... ?
Ladeó la cabeza, escuchando quizás a Hak proporcionar su mejor deducción de la palabra que
Mary había empezado a decir.
- Oh, no. No. ¿Los chimpancés? Pero... pero si son nuestros primos. ¿Cazáis a nuestros
primos?
Mary se sintió empequeñecer. ¿Cómo podía decirle que se cazaba a los chimpancés como
alimento, que los gorilas eran asesinados para poder hacer con sus manos ceniceros exóticos?
- Son valiosísimos -continuó Ponter-. No tienen precio. Sin duda tú, como genetista, debes
saberlo. Son los únicos parientes cercanos vivos que tenemos: podemos aprender mucho
sobre nosotros mismos estudiándolos en libertad, examinando su ADN.
- Lo sé -dijo Mary en voz baja-. Lo sé.
Ponter miró a Reuben, luego a Louise y después a Mary, midiéndolos, parecía como si los viera
(como si los viera realmente) por primera vez.
- Matáis sin reparo -dijo-. Matáis a especies enteras. Incluso matáis a otros primates.
Hizo una pausa y los miró de nuevo cara a cara, como si les diera una oportunidad de rebatir
lo que estaba a punto de decir, de ofrecerle una explicación lógica, un factor atenuante.
Pero Mary no dijo nada, ni los otros dos, y por eso Ponter continuó.

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- Y en este mundo mi especie está extinta.
- ¿Entonces no tenemos que preocuparnos de que enferme? -preguntó Louise.
- No sólo eso -dijo Reuben, sonriendo ahora de oreja a oreja-, ¡sino que han levantado la
cuarentena! Si el resultado de la última tanda de cultivos, que tendremos esta noche, es
negativo, ¡podremos salir de aquí mañana por la mañana!
Louise dio una palmada. Mary estaba encantada también. Miró a Ponter, pero el Neanderthal
tenía la cabeza gacha, pensando posiblemente todavía en la extinción de su especie en este
mundo.
Mary le tocó el brazo.
- Eh, Ponter -dijo amablemente-. ¿No es una gran noticia? ¡Mañana podrás salir y ver nuestro
mundo!
Ponter levantó lentamente la cabeza y miró a Mary. Ella estaba aprendiendo todavía a leer los
matices de sus expresiones, pero las palabras «¿Tengo que hacerlo?» parecían encajar con sus
ojos espantados y su boca levemente entreabierta.
Aunque finalmente se limitó a asentir, resignado.
- Sí -dijo Mary, en voz muy muy baja. Sabía lo que había sucedido. Aunque no todos los
paleoantropólogos estaban de acuerdo, muchos compartían su punto de vista de que, entre
hacía cuarenta mil y veintisiete mil años, el Homo sapiens (los seres humanos anatómicamente
modernos) completaron el primero de lo que serían muchos genocidios deliberados o
inadvertidos, eliminando del planeta a la otra única especie existente del mismo género, una
especie más amable que quizá tuviera más derecho al doble significado de la palabra
humanidad.
- ¿Nos matasteis vosotros? -preguntó Ponter.
- Ésa es una pregunta muy controvertida -dijo Mary-. No todo el mundo está de acuerdo en la
respuesta.
- ¿Qué crees tú que sucedió? -preguntó Ponter; sus ojos dorados clavados en los de Mary.
Mary inspiró profundamente.
- Yo... sí, sí, eso es lo que creo que sucedió.
- Nos aniquilasteis -dijo Ponter, y tanto en su propia voz como en la traducción de Hak, se
notó claramente que se controlaba con dificultad.
Mary asintió.
- Lo siento. De verdad. Sucedió hace mucho tiempo. Entonces éramos salvajes.
Nosotros...
Justo en aquel momento sonó el teléfono. Reuben, aliviado por la interrupción, saltó de la
mesa y lo atendió.
- ¿Diga?
Mary alzó la cabeza cuando la voz de Reuben se volvió más entusiasmada.
- ¡Pero eso es magnífico! -continuó el doctor-. ¡Eso es maravilloso! Sí, no... sí, sí, está bien.
¡Gracias! De acuerdo. Adiós.
- ¿Bien? -dijo Louise.
Reuben estaba claramente reprimiendo una sonrisa.
- Ponter tiene moquillo -dijo, colgando el auricular del teléfono.
- ¿Moquillo? -repitió Mary-. Pero los humanos no contraen el moquillo.
- Eso es -dijo Reuben-. Somos naturalmente inmunes. Pero Ponter no lo es, porque su especie
no ha vivido con nuestros animales domesticados durante generaciones. Para ser precisos,
tiene la versión equina del moquillo. Lo causa una bacteria, el Streptococcus equii.
Por fortuna, la penicilina es el tratamiento que se administra habitualmente a los caballos, y es
uno de los antibióticos que le he estado dando a Ponter. Debería ponerse bien.

39

Ponter pasó la mayor parte de la tarde solo, mirando el gran patio trasero de Reuben a través
de la ventana de la cocina, con una expresión triste en su gran rostro.

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Louise y Mary estaban las dos sentadas en el salón. Mary lamentaba haber dejado en Toronto
el libro que estaba leyendo. Estaba a la mitad de la última novela de Scott Turow y tenía
muchas ganas de volver a ella, pero tuvo que contentarse con hojear el último ejemplar de
Time. El presidente aparecía en portada esa semana; Mary creía posible que Ponter apareciera
en el número siguiente. Prefería The Economist, pero Reuben no estaba suscrito.
Aun así, a Mary le gustaban las críticas cinematográficas de Richard Corliss, aunque no tuviera
a nadie con quien ir al cine últimamente.
Louise, en el sillón de al lado, estaba escribiendo una carta (en Francés, advirtió Mary) en una
libreta amarilla. Louise, con pantalones de chándal y una camiseta de INXS, tenía las largas
piernas recogidas de lado bajo su cuerpo.
Reuben entró en la habitación, se sentó entre las dos mujeres y les habló en voz baja.
- Me preocupa nuestro amigo Ponter.
Louise soltó la libreta amarilla. Mary cerró su revista.
- A mí también -dijo Mary-. Parece que no se tomó muy bien la noticia de la extinción de su
especie.
- No, no lo hizo -contestó Reuben-. Y ha sufrido un montón de tensión, cosa que empeorará
mañana. Los periodistas se le echarán encima, por no mencionar los agentes del Gobierno, los
fanáticos religiosos y demás.
Louise asintió.
- Supongo que así es.
- ¿Qué podemos hacer al respecto? -preguntó Mary.
Reuben frunció el entrecejo durante un rato, como si estuviera pensando en la mejor manera
de expresar algo. Finalmente, dijo:
- No hay mucha gente de mi color aquí en Sudbury. Me han dicho que las cosas están mejor
en Toronto, pero incluso allí los negros son acosados por la policía de vez en cuando.
«¿Qué estás haciendo aquí? ¿Este coche es tuyo? ¿Puedes enseñarnos tu documentación?»
-Reuben sacudió la cabeza-. Se aprende algo cuando te pasan esas cosas. Aprendes a tener
derechos. Ponter no es un criminal, ni tampoco una amenaza para nadie. No está en la
frontera, así que nadie puede exigirle legalmente que demuestre que tiene derecho a quedarse
en Canadá. El Gobierno puede que quiera controlarlo, la policía puede querer mantenerlo bajo
vigilancia... pero eso no importa. Ponter tiene derechos.
- Estoy de acuerdo con eso -dijo Mary.
- ¿Alguna de vosotras ha estado alguna vez en Japón?
Mary negó con la cabeza. Louise hizo lo mismo.
- Es un país maravilloso, pero casi no hay extranjeros -dijo Reuben-. Puedes pasarte el día
entero sin ver una cara blanca, no digamos ya una negra... Vi exactamente a otros dos negros
durante la semana entera que estuve allí. Pero recuerdo que estaba paseando por el centro de
Tokio un día: debía de haberme cruzado con unas diez mil personas esa mañana, y todas eran
japonesas. Entonces, mientras caminaba solo, veo a un tipo blanco que viene hacia mí. Y me
sonríe... No me ha visto en la vida, pero ve que soy occidental también. Y me muestra esa
sonrisa, como diciendo cuánto me alegro de ver a un hermano... ¡un hermano! Y de pronto me
doy cuenta de que yo también le estoy sonriendo, y pensando lo mismo. Nunca he olvidado
ese momento. -Miró a Louise, luego a Mary-. Bueno, el viejo Ponter puede buscar todo lo que
quiera por todo el mundo y no verá una sola cara que reconozca como igual a la suya. Ese tipo
blanco y yo, y todos aquellos japoneses y yo, tenemos mucho más en común que Ponter con
los seis mil millones de habitantes de este planeta.
Mary miró hacia la cocina, donde Ponter seguía mirando por la ventana, con una mano cerrada
bajo su larga mandíbula, sujetándola.
- ¿Qué podemos hacer? -preguntó.
- Ha estado prisionero casi desde que llegó -dijo Reuben-, primero en el hospital, luego aquí,
en cuarentena. Estoy seguro de que necesita tiempo para pensar, para conseguir un cierto
equilibrio mental. -Hizo una pausa-. Gillian Ricci me ha mandado un aviso por email. Al parecer
los jefazos de Inco han pensado lo mismo que yo. Quieren interrogar a Ponter en profundidad

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para que les hable de otras vetas de mineral que pueda conocer de su mundo. Estoy seguro de
que él querrá ayudarlos, pero sigue necesitando más tiempo para aclimatarse.
- Estoy de acuerdo -dijo Mary-. ¿Pero cómo podemos asegurarnos de que lo consigue?
- Van a levantar la cuarentena mañana por la mañana, ¿no? Bueno, Gillian dice que puedo
celebrar otra rueda de prensa aquí, a las diez. Naturalmente, los periodistas esperarán que
Ponter esté presente... así que pienso que deberíamos sacarlo de aquí antes.
- ¿Cómo? -preguntó Louise-. La policía tiene el lugar rodeado... en teoría para mantenernos a
salvo de la gente que pueda intentar entrar, pero probablemente para echarle el ojo a Ponter
también.
Reuben asintió.
- Uno de nosotros debería llevárselo de aquí, al campo. Soy su médico: eso es lo que
prescribo. Descanso y relajación. Y eso es lo que le diré a todo el que pregunte: que tiene una
baja médica para descansar, ordenada por mí. Probablemente podremos colar eso durante un
día o dos antes de que la gente de Ottawa se nos eche encima, pero creo que Ponter lo
necesita de verdad.
- Yo lo haré -dijo Mary, sorprendiéndose a sí misma-. Yo me lo llevaré.
Reuben miró a Louise para ver si ella quería disputar la reclamación, pero Louise simplemente
asintió.
- Si les decimos a los periodistas que la rueda de prensa será a las diez, empezarán a aparecer
a las nueve -dijo Reuben-. Pero si Ponter y tú os escabullís por el patio trasero a, digamos, las
ocho, les tomaréis la delantera a todos. Hay una verja al fondo, detrás de todos esos árboles,
pero no deberíais tener problemas para saltarla. Aseguraos de que nadie os ve.
- ¿Y luego qué? -dijo Mary-. ¿Nos vamos andando?
- Os hará falta un coche -dijo Louise.
- Bueno, el mío está en la mina Creighton -informó Mary-. Pero no puedo llevarme el tuyo ni el
de Reuben. Los polis seguro que nos paran si intentamos marcharnos en coche.
Como dijo Reuben, tenemos que escabullirnos.
- No hay problema -dijo Louise-. Puedo hacer que un amigo os recoja mañana por la mañana
en la carretera que hay detrás de la casa. Puede llevaros a la mina y allí recoges tu coche.
Mary parpadeó.- ¿De verdad?
Louise se encogió de hombros.- Claro.
- Yo... no conozco muy bien esta zona -dijo Mary-. Necesitaremos mapas.
- ¡Oooh! -dijo Louise-. Sé exactamente a quién llamar, entonces... a Garth. Tiene uno de esos
Handspring Visor con un módulo GPS. Te dará la dirección de cualquier parte, e impedirá que
te pierdas.
- ¿Y me lo prestaría? -preguntó Mary, incrédula-. ¿No son caras esas cosas?
- Bueno, sería a mí a quien le estaría haciendo un favor. Espera, déjame que lo llame y lo
arregle todo.
Louise se puso en pie y subió las escaleras. Mary la vio salir, fascinada y aturdida. Se preguntó
cómo sería ser tan hermosa que podías pedir a los hombres que hicieran cualquier cosa
sabiendo casi con toda certeza que dirían que sí.
Ponter, advirtió, no era el único que se sentía fuera de lugar.

•••

Jasmel y Adikor tomaron un cubo de viaje de vuelta al Borde, a la casa que Adikor había
compartido con Ponter. No hablaron mucho durante el trayecto, en parte, por supuesto,
porque Adikor estaba sumido en sus pensamientos debido a la revelación de Bolbay, y en parte
porque ni a él ni a Jasmel les gustaba la idea de que alguien del pabellón de archivos de
coartadas estuviera controlando cada palabra que decían y cada cosa que hacían.
Con todo, tenían un problema acuciante. Adikor necesitaba volver a su laboratorio
subterráneo: por ínfima que fuese la posibilidad de que Ponter pudiera ser rescatado (o,
pensaba Adikor, aunque no había compartido este pensamiento con Jasmel, de que al menos

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pudiera recuperarse su cadáver ahogado, exonerándolo) dependía de que él volviera a bajar
allí. ¿Pero cómo hacerlo? Miró a su Acompañante, en el interior de su muñeca izquierda.
Podía sacárselo, suponía, cuidando de no dañar la arteria radial al hacerlo. Pero el
Acompañante no sólo necesitaba del cuerpo de Adikor para conseguir energía, también
transmitía sus signos vitales, y no podría hacerlo si estaba separado de él. Tampoco podía
hacer un rápido trasplante a Jasmel o alguien más: el implante estaba sintonizado con los
parámetros biológicos concretos de Adikor.
El cubo de viaje los dejó en la casa, y Adikor y Jasmel entraron. Jasmel se metió en la cocina
para buscarle algo de comer a Pabo, y Adikor se sentó a contemplar, al otro lado de la
habitación, el sillón vacío que era el lugar de lectura favorito de Ponter.
Burlar el escrutinio judicial era un problema... un problema, advirtió Adikor, científico.
Tenía que haber algún modo de evitarlo, una manera de engañar a su Acompañante... y a
quien estuviera monitorizando sus señales.
Adikor conocía la historia de la vida de Lonwis Trob, el creador de la tecnología de los
Acompañantes: había estudiado sus muchos inventos en la Academia. Pero eso había sido
hacía mucho tiempo, y recordaba pocos detalles. Por supuesto, podía preguntarle simplemente
a su Acompañante los datos que necesitaba, y el Acompañante accedería a la información
requerida y la mostraría en su pantallita o en cualquier monitor de pared o bloque de datos
que Adikor seleccionara. Pero una petición semejante sin duda llamaría la atención de la
persona que estuviera vigilándolo.
Adikor notó que se encolerizaba: los músculos tensándose, el ritmo cardíaco aumentando, la
respiración cada vez más agitada. Pensó en intentar disimularlo, pero no... dejaría que la
persona que lo estaba vigilando supiera cuánto lo estaban inquietando.
Por listo que hubiera sido Lonwis Trob, tenía que haber un modo de conseguir lo que quería
hacer, lo que necesitaba hacer. ¿Y qué era exactamente? Define tu problema con la máxima
exactitud: eso era lo que le habían enseñado en la Academia. ¿Qué hay que hacer
exactamente?
No, no tenía que derrotar a los Acompañantes... lo cual era buena cosa, porque no se le había
ocurrido ni una sola idea para conseguirlo. De hecho, no eran todos los Acompañantes lo que
necesitaba estropear; de hecho, hacer eso sería inconsciente por su parte: los implantes
garantizaban la seguridad de todo el mundo. Sólo necesitaba estropear su propio
Acompañante, pero...
Pero no, tampoco era eso. Estropearlo no serviría de nada; Gaskdol Dut y los otros
controladores tal vez no pudieran localizarlo si su Acompañante dejaba de funcionar, pero
sabrían inmediatamente por su falta de transmisiones que algo iba mal. Y no hacía falta un
Lonwis para darse cuenta de que Adikor iría a la mina, puesto que ya le habían impedido una
vez acceder a ella.
No, no, el verdadero problema no era que su Acompañante funcionara. Más bien era que
alguien estaba vigilando las transmisiones de su Acompañante. Eso era lo que necesitaba
detener, y no sólo un instante más o menos breve sino durante varios diadécimos y... Y de
repente se le ocurrió la solución perfecta.
Pero no podía conseguirlo él solo; sólo funcionaría si los controladores no tenían ni idea de lo
que Adikor se proponía. Jasmel tal vez pudiera encargarse de que así fuera. Adikor suponía
que solamente su Acompañante estaba siendo monitorizado Cualquier otra posibilidad habría
sido escandalosa. Pero ¿cómo comunicarse en privado con Jasmel?
Se levantó y entró en la cocina.
- Vamos, Jasmel -dijo-. Llevemos a Pabo a dar un paseo.
Por la expresión de Jasmel, ésta opinaba que aquélla era la última de sus prioridades en aquel
momento, pero se levantó y fue con Adikor hasta la puerta trasera. Pabo no necesitó que le
insistieran para que los acompañara; trotó detrás de Jasmel.
Salieron al patio, al calor del verano. Las cigarras entonaban su agudo chirrido. La humedad
era alta. Adikor salió, y Jasmel lo siguió. Pabo se adelantó, ladrando con fuerza.
Después de unos centenares de pasos llegaron al arroyo que corría tras la casa. El sonido del
agua corriendo ahogaba los ruidos de los insectos. Había un gran peñasco (uno de los

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incontables restos glaciales que salpicaban el paisaje) en mitad del arroyuelo. Adikor fue
pisando sobre rocas más pequeñas hasta llegar allí, y le indicó a Jasmel que lo siguiera, cosa
que ella hizo. Pabo corría ahora por la orilla del río.
Cuando Jasmel llegó al peñasco, Adikor palmeó el trozo cubierto de yedra situado a su lado,
indicándole que se sentara junto a él. Jasmel así lo hizo, y él se inclinó hacia ella y empezó a
susurrar, sus palabras casi inaudibles contra el estrépito del agua que salpicaba alrededor del
peñasco. No había manera, estaba seguro, de que el Acompañante detectara lo que estaba
diciendo. Y, mientras le contaba a Jasmel su plan, vio crecer en su rostro una pícara sonrisa.

•••

Ponter estaba sentado en el sofá del despacho de Reuben. Todos los demás se habían
acostado... aunque era evidente que Reuben y Louise, en la habitación de al lado, no estaban
durmiendo.
Ponter se sentía triste. Los sonidos y olores de ellos le recordaban a sí mismo y a Klast, a Dos
convirtiéndose en Uno, todo lo que había perdido antes de venir a esa Tierra, y todo lo que
había perdido desde entonces.
Había puesto la televisión y visto un canal dedicado a eso llamado religión. Parecía haber
muchas variantes, pero todas ellas proponían un Dios (de nuevo aquel ridículo concepto) y un
universo de edad finita, y a menudo ridículamente joven, además de una especie de existencia
tras la muerte para el... no había palabra Neanderthal para ello, pero «alma» era el término
que Mare había empleado. Resultó que el símbolo que Mare llevaba al cuello era un signo de
esa religión concreta a la que seguía, y el tejido que envolvía la cabeza del doctor Singh era el
signo de una religión diferente.
Ponter había quitado el sonido de la televisión: había sido bastante sencillo encontrar el control
adecuado, aunque no creía que nada de lo que pudiera hacer molestara a la pareja de la
habitación de al lado.
- ¿Cómo te encuentras? -preguntó la voz de Klast, y Ponter sintió que el corazón le daba un
vuelco.
¡Klast!
La querida Klast, contactando con él desde...
¡Desde la otra vida!
Pero no.
No, naturalmente que no.
Era sólo Hak hablando con él. Ponter tendría ahora presumiblemente que oír a Hak hablando
para siempre con la voz de Klast, si quería otra cosa que no fuera aquella personalidad
masculina neutra con la que el aparato venía preprogramado. Sin duda no habría forma de
acceder al equipo necesario para reprogramar el implante.
Ponter dejó escapar un largo suspiro y contestó a la pregunta de Hak.
- Estoy triste.
- ¿Pero te estás ajustando? Estabas muy tembloroso cuando llegamos aquí.
Ponter se encogió un poco de hombros.
- No lo sé. Todavía estoy confuso y desorientado, pero... Ponter imaginó a Hak asintiendo
compasivamente en alguna parte.
- Hará falta tiempo -dijo la Acompañante, todavía con la voz de Klast.
- Lo sé. Lo sé. Pero tengo que acostumbrarme, ¿no? Parece que voy... que vamos a pasarnos
aquí el resto de la vida, ¿no?
- Me temo que sí -dijo Hak amablemente.
Ponter guardó silencio un momento, y Hak no insistió. Finalmente, Ponter dijo:
- Supongo que será mejor que acepte los hechos. Será mejor que empiece a planear una vida
aquí.

40 Séptimo Día Jueves, 8 De Agosto (148/104/01)

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BÚSQUEDA DE NOTICIAS PALABRA(S) CLAVE: NEANDERTHAL

MARISSA CROTHERS, DIPUTADA DE LA OPOSICIÓN, DENUNCIÓ HOY EN EL PARLAMENTO QUE EL FALSO


NEANDERTHAL ERA UN DÉBIL INTENTO POR PARTE DEL GOBIERNO DEL PARTIDO LIBERAL POR OCULTAR EL
ABYECTO FRACASO DEL PROYECTO DEL OBSERVATORIO DE NEUTRINOS DE SUDBURY, QUE COSTÓ 73 MILLONES
DE DÓLARES...

«¡DEJEN DE ACOSAR AL CAVERNÍCOLA!» ÉSE ERA EL SENTIMIENTO EXPRESADO EN LA PANCARTA QUE LLEVABA
UN MANIFESTANTE ESTADOUNIDENSE DURANTE LA LARGA PROTESTA CELEBRADA HOY ANTE LA EMBAJADA
CANADIENSE EN WASHINGTON. «¡COMPARTAN A PONTER CON EL MUNDO!», DECÍA OTRA...

INVITACIONES ENVIADAS A PONTER BODDIT PARA VISITAS CON TODOS LOS GASTOS PAGADOS RECIBIDAS EN
EL SUDBURY STAR: DE DISNEYLANDIA; DEL ANCHOR BAR AND GRILL, LOS CREADORES DE LAS ALITAS DE
POLLO ORIGINALES, EN BUFFALO, NUEVA YORK; DEL PALACIO DE BUCKINGHAM; DEL CENTRO ESPACIAL
KENNEDY; DE SCIENCE NORTH; DEL MUSEO DE OVNIS EN ROSWEIL NUEVO MÉXICO; DEL CLUB DE
STRIPTEASE ZANZIBAR, DE TORONTO; DE LA SEDE DE MICROSOFT; DE LA CONVENCIÓN MUNDIAL DE CIENCIA
FICCIÓN DEL AÑO QUE VIENE; DEL MUSEO NEANDERTHAL DE METTMANN, ALEMANIA; DEL YANKEE STADIUM.
TAMBIÉN SE RECIBIERON OFERTAS DE ENCUENTROS CON LOS MINISTROS FRANCÉS Y MEXICANO; EL PRIMER
MINISTRO JAPONÉS Y LA FAMILIA REAL; EL PAPA; EL DALAI LAMA; NELSON MANDELA; STEPHEN HAWKING Y
ANNA NICOLE SMITH.

PREGUNTA: ¿CUÁNTOS NEANDERTHALES HACEN FALTA PARA ENROSCAR UNA BOMBILLA? RESPUESTA: TODOS
ELLOS.

... Y POR ESO ESTE COLUMNISTA INSTA A QUE SE CIEGUE LA MINA CREIGHTON, PARA IMPEDIR QUE UN
EJÉRCITO DE NEANDERTHALES INVADA NUESTRO MUNDO A TRAVÉS DEL PORTAL QUE HAY EN SUS ENTRAÑAS.
LA ÚLTIMA VEZ QUE NUESTRA ESPECIE LUCHÓ CON ELLOS, GANAMOS. ESTA VEZ EL RESULTADO PODRÍA SER
MUY DISTINTO...

PROPUESTA DE TRABAJO: MEMÉTICA Y DISYUNTIVA EPISTEMOLÓGICA ENTRE EL H. NEANDERTHALENSIS Y EL H.


SAPIENS...

UN PORTAVOZ DEL CENTROCONTROL Y PREVENCIÓN DE ENFERMEDADES DE ATLANTA, GEORGIA, ALABÓ


DE
HOY LA RÁPIDA RESPUESTA DEL GOBIERNO CANADIENSE ANTE LA LLEGADA DE UN POTENCIAL VECTOR DE
PLAGA. «CREEMOS QUE ACTUARON ADECUADAMENTE -DIJO LA DOCTORA RAMONA KEITEL-. SIN EMBARGO, NO
HEMOS ENCONTRADO NINGÚN PATÓGENO EN LOS ESPECÍMENES QUE NOS HAN ENVIADO PARA ANALIZAR... »

Todo salió a la perfección. Ponter y Mary salieron de la casa de Reuben poco después de las
ocho de la mañana, se abrieron paso entre los árboles de la parte trasera de su propiedad y
saltaron la verja sin ser vistos. El sentido del olfato de Ponter los ayudó a evitar al oficial de
policía que patrullaba por la zona a pie.
El amigo de Louise estaba en efecto esperándolos. Garth resultó ser un canadiense nativo
guapo y musculoso de unos veinticinco años. Era extremadamente amable y llamaba a Mary
(para su deleite) «señora» y a Ponter «señor». Los llevó en coche hasta la cercana mina
Creighton. Los guardias de seguridad reconocieron a Mary (y a Ponter también, naturalmente)
y los dejaron entrar. Allí, Mary y Ponter pasaron a su Neon rojo alquilado, que había adquirido
una pátina de polvo y cagadas de pájaro mientras esperaba en el aparcamiento.
Mary sabía adónde ir. La noche anterior, le había preguntado a Ponter:
- ¿Hay algún sitio concreto a donde te gustaría ir mañana? Y Ponter asintió.
- A casa -dijo-. Llévame a casa.
Mary se sintió muy triste por él.
- Ponter, lo haría si pudiera, pero no hay manera. Lo sabes: no tenemos la tecnología
necesaria.

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- No, no -dijo Ponter-. No me refería a mi casa en mi mundo. Me refiero a mi casa en este
mundo: al lugar en esta versión de la Tierra que se corresponde con donde está mi casa.
Mary parpadeó. Nunca había pensado en eso.
- Um, sí, claro. Si quieres verlo... ¿Pero cómo lo encontraremos? Quiero decir: ¿qué puntos
característicos reconocerás?
- Si me enseñas un mapa detallado de esta zona, yo puedo localizar el lugar, y luego iremos
allí.
La clave de acceso de Reuben les permitió entrar en la web privada de Inco, que contenía
mapas geológicos de toda la cuenca de Sudbury. Ponter no tuvo ningún problema para
reconocer los contornos de la tierra y en encontrar el lugar que quería, situado a unos veinte
kilómetros de la casa de Reuben.
Mary llevó en coche a Ponter lo más cerca que pudo del lugar indicado. La mayoría del terreno
que rodeaba la ciudad de Sudbury estaba cubierto de macizos rocosos, bosques y matorrales
bajos. Tardaron horas en recorrerlo, y aunque Mary no era buena atleta (jugaba de vez en
cuando un ocasional y mediocre partido de tenis) disfrutó del ejercicio, al menos durante un
rato, después de haber estado retenida tanto tiempo en casa de Reuben.
Finalmente, rebasaron un risco, y Ponter dejó escapar un gritito de placer.
- ¡Allí! -dijo-. ¡Allí mismo! Ahí es donde estaba mi casa... quiero decir: ahí es donde está mi
casa.
Mary miró alrededor, observando el lugar: a un lado había grandes álamos mezclados con
delgados abedules, de corteza blanca; al otro lado, un lago, en cuya superficie flotaban los
patos. Una ardilla negra correteaba por el terreno. En el lago desembocaba un arroyo
borboteante.
- Es precioso -dijo Mary.
- Sí -dijo Ponter, entusiasmado-. Naturalmente, la vegetación es completamente distinta a la
de mi Tierra. Me refiero a que las plantas son principalmente del mismo tipo aunque
distribuidas de un modo distinto. Pero los macizos de roca son muy similares... ¡y ese peñasco
del arroyo! ¡Cómo conozco ese peñasco! A menudo me siento allí para leer.
Ponter había echado a correr, alejándose de Mary.
- Aquí... , ¡aquí mismo! está nuestra puerta trasera. Y allí... eso es nuestro comedor. -Corrió
un poco más-. Y el dormitorio está aquí, justo bajo mis pies.
Hizo un ademán para abarcarlo todo.
- Ésta es la vista que tenemos desde el dormitorio.
Mary siguió su mirada.
- ¿Y puedes ver mamuts, aquí, en tu mundo?
- Oh, sí. Y ciervos. Y alces.
Mary llevaba un top suelto y pantalones anchos.
- ¿No tienen mucho calor los mamuts en verano, con toda esa piel?
- Cambian casi todo el pelaje en verano -dijo Ponter, acercándose a ella. Cerró los ojos-. Los
sonidos -dijo ansiosamente-. El rumor de las hojas, el zumbido de los insectos, el arroyo y...
¡allí! ¿Lo oyes? La llamada de un somormujo. -Sacudió levemente la cabeza, asombrado-.
Suena igual.
Abrió los ojos, y Mary pudo ver que sus iris dorados estaban ahora rodeados de rosa.
- Tan cerca -dijo, y la voz le temblaba un poco-. Tan cerca. Si pudiera...
Cerró de nuevo los ojos, con fuerza, y todo su cuerpo se sacudió ligeramente, como si
estuviera intentando por pura fuerza de voluntad cruzar al otro mundo.
Mary sintió que se le rompía el corazón. Debe de ser horrible, pensó, ser arrancado de tu
mundo y lanzado a otro lugar... a un sitio tan similar y sin embargo tan extraño. Alzó la mano,
sin estar segura del todo de lo que pretendía. Ponter se volvió hacia ella, y ella no supo decir,
no sabía, no estaba segura de cuál de los dos se movió primero hacia el otro, pero de repente
estuvo rodeando con sus brazos el ancho torso de él, y él apoyó la cabeza contra su hombro y
su cuerpo se estremeció mientras lloraba y lloraba y lloraba y Mary acariciaba su largo pelo
rubio.

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Mary trató de recordar la última vez que había visto llorar a un hombre. A Colm, supuso... no
por ninguno de los problemas de su matrimonio; no, ésos los soportó en pétreo silencio. Fue
cuando la madre de Colm murió. Incluso entonces, él había intentado hacerse el fuerte y dejó
caer sólo unas pocas lágrimas. Pero Ponter lloraba sin pudor, por el mundo que había perdido,
el amante que había perdido, las hijas que había perdido, y Mary lo dejó llorar hasta que se
sintió bien y estuvo dispuesto a dejarlo.
Cuando lo hizo, la miró y abrió la boca. Mary esperaba que Hak tradujera sus palabras por «Lo
siento»: ¿no es eso lo que se supone que dice un hombre después de llorar, después de bajar
la guardia, después de revolcarse en la emoción? Pero no, no fue eso lo que sucedió.
- Gracias -dijo Ponter, simplemente.
Mary le sonrió cálidamente y él le devolvió la sonrisa.

•••

Jasmel Ket empezó el día yendo a buscar a Lurt, la mujer de Adikor. Como no era de extrañar,
Lurt se hallaba en su laboratorio de química, concentrada en el trabajo.
- Día sano -dijo Jasmel, tras atravesar la puerta cuadrada.
- ¿Jasmel? ¿Qué estás haciendo aquí?
- Adikor me pidió que viniera.
- ¿Se encuentra bien?
- Oh, sí. Está bien. Pero necesita un favor.
- Por él, lo que sea -dijo Lurt. Jasmel sonrió.
- Esperaba que dijeras eso.

•••

Habían tardado más de lo previsto en ir caminando desde el coche de Mary hasta el


emplazamiento de la casa de Ponter, y, naturalmente, el mismo tiempo a la vuelta. Para
cuando llegaron al coche, eran más de las siete de la tarde.
Los dos tenían bastante hambre después de aquella caminata y, mientras conducía, Mary
sugirió que tomaran algo. Cuando llegaron a un pequeño albergue campestre, con un cartel
que anunciaba que servían venado, Mary paró.
- ¿Qué te parece? -preguntó.
- No soy ningún adjudicador de esas cosas -dijo Ponter-. ¿Qué clase de comida proporcionan?
- Venado.
Bliip.
- ¿Qué es eso?
- Ciervo.
- ¡Ciervo! -exclamó Ponter-. ¡Sí, ciervo sería maravilloso!
- Yo nunca he probado el venado.
- Te gustará -dijo Ponter.
El comedor del albergue sólo tenía seis mesas, y a esa hora no había nadie comiendo.
Mary y Ponter se sentaron el uno frente al otro, con una vela blanca encendida entre ellos. El
plato principal tardó casi una hora en llegar, pero ella, al menos, disfrutó de un poco de pan
con mantequilla. Mary hubiese querido ensalada César como entrante, pero ya se sentía
bastante molesta cuando el aliento le olía a ajo delante de humanos normales: desde luego, no
quería arriesgarse a molestar a Ponter. Por eso, tomó la ensalada de la casa, con salsa
vinagreta y tomates secos. Ponter también tomó la ensalada de la casa, y aunque dejó a un
lado los trocitos de pan frito, pareció gustarle todo lo demás.
Mary también pidió un vaso del tinto de la casa, que resultó notablemente potable.
- ¿Puedo probarlo? -preguntó Ponter cuando se lo sirvieron. Mary se sorprendió. Él había
rechazado probarlo cuando le ofrecieron el vino de Louise en la cena en casa de Reuben.
- Claro.
Le tendió el vaso y él tomó un sorbito, luego dio un respingo. -Tiene un sabor fuerte -dijo.

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Mary asintió.
- Acaba por gustarte.
Ponter le devolvió el vaso.
- Tal vez -dijo.
Mary se tomó despacio el vino, saboreando la taberna rústica y encantadora... y la compañía
de aquel hombre tan agradable.
El tabernero, un hombre algo calvo, obviamente sabía quién era Ponter: su aspecto, después
de todo, era sorprendente, y hablaba en voz baja en su propio lenguaje, para que Hak pudiera
traducir sus palabras. Finalmente, acabó por ser demasiado para el hombre.
- Lo siento -dijo, acercándose a la mesa-, pero, señor Ponter, ¿podría darme su autógrafo?
Mary oyó pitar a Hak, y Ponter alzó la ceja.
- Autógrafo -dijo Mary-. Eso es tu propio nombre, escrito. La gente colecciona esas cosas de
los famosos.
Otro bliip.
- Famosos -repitió Mary-. Gente que es conocida. Celebridades. Eso es lo que tú eres.
Ponter miró al hombre, asombrado.
- Yo... me sentiría honrado -dijo por fin.
El hombre le tendió un bolígrafo a Ponter, y luego la libretita que usaba para anotar las
comandas, ofreciendo su reverso de cartulina blanca. La colocó en la mesa ante Ponter.
- Normalmente se escriben unas cuantas palabras además de tu nombre -dijo Mary-. «Con mis
mejores deseos», o algo así.
El tabernero asintió.
- Sí, por favor.
Ponter se encogió de hombros, claramente turbado por todo, y luego escribió una serie de
símbolos en su propio idioma. Le devolvió el bolígrafo y la libreta al hombre, quien se marchó
encantado.
- Le has alegrado el día -dijo Mary cuando desapareció.
- ¿El día? -repitió Ponter, sin comprender la expresión.
- Quiero decir que siempre recordará el día de hoy gracias a ti.
- Ah -dijo Ponter, sonriéndole por encima de la vela-. Y yo siempre recordaré este día gracias a
ti.

41

Suponiendo que Lurt pudiera conseguirlo, Adikor tendría acceso al laboratorio de cálculo
cuántico al día siguiente. Pero antes necesitaba tomar unas cuantas medidas.
Saldak era una ciudad grande, pero Adikor conocía a la mayoría de los científicos y técnicos de
su Borde, y a buena parte de los que vivían en el Centro. En particular, era amigo de uno de
los ingenieros que mantenían los robots mineros. Dern Kord era un hombre gordo y jovial:
había quienes decían que dejaba que los robots hicieran demasiado de su labor. Pero un robot
era lo que necesitaba ese trabajo. Adikor fue a ver a Dern; ahora que había atardecido, Dern
ya tenía que haber vuelto a casa.
La casa de Dern era grande y espaciosa; el árbol que formaba el grueso de su forma debía de
tener un millar de meses de edad, remontándose a los mismos principios de la arboricultura
moderna.
- Día... bueno, tarde sana -dijo Adikor al llegar. Dern estaba sentado en el patio, leyendo algo
en un bloque de datos iluminado. Una fina malla entre el suelo del patio y la abertura sobre él
mantenía a raya a los insectos.
- ¡Adikor! Pasa, pasa... cuidado con la lona, no dejes que los bichos te sigan. ¿Quieres beber
algo? ¿Carne?
Adikor negó con la cabeza.
- No, gracias.
- Entonces ¿qué te trae por aquí? -preguntó Dern.
- ¿Cómo están tus ojos? -preguntó Adikor-. Tu visión.

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Dern hinchó las aletas de la nariz al oír la extraña pregunta.- Bien. Tengo gafas, naturalmente,
pero no las necesito para leer... al menos no este bloque: sólo hace falta elegir los símbolos
más grandes.
- Ponte las gafas -dijo Adikor-. Hay algo que quiero mostrarte.
Dern parecía desconcertado, pero entró en la casa. Un momento después salió con un par de
gafas unidas a una ancha banda de tela elástica. Se pasó la banda elástica por encima de la
cabeza, hasta llevarla al hueco tras su entrecejo. Las lentes estaban sujetas con goznes; se las
colocó sobre los ojos y miró a Adikor, expectante.
Adikor metió la mano en la faltriquera que llevaba sujeta a la cadera izquierda y sacó la hoja
de fino plástico que había escrito aquella tarde. Adikor había trazado los símbolos lo más
pequeños posible: había tenido que buscar un punzón con la punta muy fina. La resolución de
los escáneres había mejorado desde que se habían grabado aquellas imágenes de Adikor
golpeando a Ponter, pero todavía había un límite a los detalles que podían distinguir. A Adikor
le había dado calambres en la mano derecha escribiendo los ideogramas más pequeños de lo
que pudiera leer nadie en el edificio de archivos.
- ¿Qué es esto? -dijo Dern, tomando la hoja y mirándola-. ¡Oh! -exclamó mientras empezaba a
leer-. ¡De verdad! ¿Eso crees? Bueno, bueno... No puedo dejarte uno nuevo, por supuesto...
no si hay posibilidades de que vayas a perderlo. Pero tengo varios antiguos que van a ser
decomisados. Uno de ésos valdrá.
Adikor asintió.
- Gracias.
- Ahora, ¿cuándo y dónde lo necesitas?
Adikor estuvo a punto de hacerlo callar, pero a pesar de toda su charlatanería, Dern no era
ningún idiota. Asintió tras encontrar la información que buscaba en la hoja.
- Sí, eso está bien. Estaré aquí, esperándote.

•••

Después de cenar, subieron al coche de Mary y se dirigieron hacia Sudbury.


- Me lo he pasado bien hoy -dijo Ponter-. Pero supongo que ahora debería ver otros lugares.
Mary sonrió.
- Hay todo un ancho mundo ahí fuera esperando a conocerte.
- Lo comprendo -dijo Ponter-. Y debo aceptar mi nueva vida como una... curiosidad.
Mary abrió la boca para protestar, pero no se le ocurrió nada que decir. Ponter era una
curiosidad: en un siglo más cruel, habría acabado como rareza de circo. Finalmente, dejó pasar
el comentario y dijo:
- Nuestro mundo tiene mucha variedad. Quiero decir, geográficamente no será más variado
que el tuyo, estoy segura, pero tenemos muchas culturas, muchos tipos de arquitectura,
muchos edificios antiguos.
- Comprendo que debo viajar; que debo contribuir -dijo Ponter-. Había pensado en quedarme
aquí, quedarme cerca de Sudbury, por si acaso, de algún modo, el portal volviera a abrirse,
pero ya han pasado demasiados días. Estoy seguro de que Adikor lo ha intentado; por tanto,
debe de haber fracasado... las condiciones no serán reproducibles.
Mary notó el creciente tono de reacia aceptación tras sus palabras.
- Sí, iré a donde tenga que ir. Me iré lejos de aquí.
Estaban ya lejos de las luces del albergue y del pueblecito del que formaba parte.
Mary miró por su ventanilla, contemplando el cielo.
- Dios mío -dijo.
- ¿Qué? -preguntó Ponter.
- ¡Mira todas esas estrellas! ¡Nunca he visto tantas!
Mary aparcó el coche a un lado de la carretera comarcal, internándose en el arcén y
apartándose del tráfico que pudiera venir.- Tengo que echar un vistazo.
Salió del coche, y Ponter hizo lo mismo.
- Es precioso -dijo Mary, echando atrás la cabeza.

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- Siempre me gusta el cielo de noche -dijo Ponter.
- Nunca puedo verlo así -explicó Mary-. No en Toronto -bufó-. Vivo en una calle llamada
Observatory Lane, pero tienes suerte si puedes ver unas pocas docenas de estrellas incluso en
la noche más oscura del invierno.
- Nosotros no iluminamos el mundo exterior de noche.
Mary sacudió asombrada la cabeza, imaginando cómo sería no necesitar farolas, no necesitar
protegerte de tu propia especie. Pero de pronto su corazón dio un brinco.
- Hay algo en los matorrales -dijo en voz baja.
En realidad no podía ver a Ponter más que como un vago contorno, pero lo oyó inhalar
profundamente.
- Sólo una mofeta -dijo él-. Nada de lo que preocuparse.
Mary se relajó y alzó la cabeza para seguir contemplando el cielo. Le crujió un poco el cuello al
hacerlo, pues no era una postura cómoda. Pero entonces recordó sus años adolescentes. Se
acercó a la parte delantera del Neon, se subió a la capota y se acomodó contra el parabrisas
en la parte del conductor. Palpó la capota junto a ella.
- Ven, Ponter. Siéntate.
Ponter se movió en la oscuridad y se subió también a la capota, y el metal gruñó mientras
aceptaba su peso. Se apoyó contra el cristal junto a Mary.
- Solíamos hacer esto cuando yo era niña. Cuando mi padre nos llevaba de acampada.
- Es una forma magnífica de mirar el cielo -dijo Ponter. -¿Verdad que sí? -dijo Mary. Dejó
escapar un largo suspiro de placer-. ¡Mira la Vía Láctea! ¡Nunca la había visto así!
- ¿Vía Láctea? Oh, ya veo, sí. Nosotros lo llamamos el Río Nocturno.
- Es preciosa -dijo Mary. Miró a su derecha. La Osa Mayor se extendía por el cielo sobre los
árboles.
Ponter volvió la cabeza también.
- Esa forma de allí -dijo-. ¿Cómo la llamáis?
- El Carro -dijo Mary-. Bueno, al menos esa parte... esas siete estrellas brillantes. Así es como
la llamamos en Norteamérica. Los ingleses lo llaman «el Arado».
Bliip.
- Un apero de labranza.
Ponter se echó a reír.
- Tendría que haberlo sabido. Nosotros lo llamamos la Cabeza del Mamut. ¿Ves? Es un perfil.
Ése es el tronco, que sale de la cabeza en forma de bloque.
- Oh, sí... lo veo. ¿Y esa otra en zigzag?
- La llamamos el Hielo Resquebrajado.
- Sí. Ya veo. Nosotros la llamamos Casiopea. Es el nombre de una antigua reina. La forma se
supone que representa su trono.
- Um, ¿no le lastima el culo esa parte puntiaguda del centro?
Mary se echó a reír.
- Ahora que lo mencionas... -Continuó mirando la constelación.
- Oye, ¿cuál es esa mancha que tiene debajo?
- Eso es... no sé cómo la llamáis. Es la galaxia más cercana a la nuestra.- ¡Andrómeda!
-declaró Mary-. ¡Siempre he querido ver Andrómeda! -Suspiró de nuevo y continuó mirando
las estrellas. Había más de las que había visto en toda su vida-. Es tan hermoso, y... oh, vaya.
¡Oh, cielos! ¿Qué es eso?
La cara de Ponter estaba ahora ligeramente iluminada.
- Las luces nocturnas -dijo.
- ¿Luces nocturnas? ¿Te refieres a la aurora boreal, las luces del Norte?
- Están asociadas con el polo, sí.
- Guau -dijo Mary-. ¡La aurora boreal! Nunca la había visto tampoco.
Había sorpresa en la voz de Ponter.
- ¿No?

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- No. Yo vivo en Toronto. Eso está más al Sur que Portland, Oregón. -Era un hecho que a
menudo sorprendía a los estadounidenses, pero que probablemente no significaba nada para
Ponter.
- Yo la he visto miles de veces. Pero nunca me canso de verla.
Los dos guardaron silencio un rato, disfrutando de las ondulantes cortinas de luz.
- ¿Es lo corriente que tu gente no la vea?
- Supongo que sí -dijo Mary-. No muchos de nosotros vivimos en el extremo Norte... o en el
Sur, ya puestos.
- Quizás eso lo explique.
- ¿Qué?
- Que tu gente no sea consciente de los filamentos electromagnéticos que dan forma al
universo: Lou y yo hablamos de esto. Esos filamentos estaban en las primeras luces nocturnas
que identificamos. Ellas, en vez de ese Big Bang vuestro, son nuestra forma de explicar la
estructura del universo.
- Bueno -dijo Mary-. No creo que vayas a convencer a mucha gente de que el Big Bang no tuvo
lugar.
- Muy bien. Sentir la necesidad de convencer a los demás de que uno tiene razón es algo que
procede de la religión, creo: yo simplemente me contento con saber que tengo razón, aunque
los demás no lo sepan.
Mary sonrió en la oscuridad. Un hombre que lloraba abiertamente, un hombre que no siempre
tenía que demostrar que tenía razón, un hombre que trataba a las mujeres con respeto y como
iguales. Todo un hallazgo, como diría su hermana Christine.
Y, pensó Mary, estaba claro que Ponter la apreciaba... y, por supuesto, tenía que ser por su
mente; debía de parecerle tan atractiva como él para... no, no para ella, ya no, sino para otras
mujeres de la Tierra. Imagina: un hombre que la apreciaba por lo que era, no por lo que
parecía.
Todo un hallazgo, en efecto, pero...
El corazón de Mary latió con más fuerza. La mano izquierda de Ponter había encontrado su
mano derecha en la oscuridad, y había empezado a acariciarla suavemente.
Y de repente ella sintió cada músculo de su cuerpo tensarse. Sí, podía estar a solas con un
hombre; sí, podía abrazar y consolar a un hombre, pero...
Pero no, era demasiado pronto para eso. Demasiado pronto. Mary apartó la mano, saltó de la
capota del coche y abrió la puerta, las luces del cielo picoteándole en los ojos.
Ocupó el asiento del conductor, y, al cabo de un momento, Ponter ocupó el de al lado, con la
cabeza gacha. Viajaron en silencio el resto del camino hasta Sudbury.

42 Octavo Día Viernes, 9 De Agosto (148/119/02)

BÚSQUEDA DE NOTICIAS PALABRA(S) CLAVE: NEANDERTHAL

EL GRUPO ECOLOGISTA AMANECER ESMERALDA HA REIVINDICADO LA RESPONSABILIDAD DE LA BOMBA DEL


OBSERVATORIO DE NEUTRINOS DE SUDBURY. BONNIE JEAN MAH, DIRECTORA DEL ONS, DICE QUE NO HUBO
NINGUNA EXPLOSIÓN Y ACHACA LA DESTRUCCIÓN DE LAS INSTALACIONES A UNA RÁPIDA INFUSIÓN DE AIRE...

LAS RADIOGRAFÍAS DEL CRÁNEO DE PONTER BODDIT FUERON PUESTAS A LA VENTA EN EBAY ESTA MAÑANA. LA
PUJA ALCANZÓ LOS 355 DÓLARES ANTES DE QUE LA WEB DE SUBASTAS ONLINE RETIRARA LA OFERTA,
DESPUÉS DE QUE UN PORTAVOZ DEL HOSPITAL REGIONAL DE SUDBURY DECLARARA EN LA CBC RADIO QUE
DEBÍAN DE SER FALSAS...

EL DÓLAR CANADIENSE CAYÓ MÁS DE DOS TERCIOS DE CENTAVO AYER, MIENTRAS LAS RELACIONES ENTRE
CANADÁ Y ESTADOS UNIDOS SIGUEN MOSTRANDO SIGNOS DE TENSIÓN POR LA CUESTIÓN DE QUIÉN DEBERÍA
CONTROLAR EL DESTINO DEL CAVERNÍCOLA INTRUSO...

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INDICACIONES DEL CAMPAMENTO MONTEGO, ONTARIO NORTE, DICEN QUE LOS NEANDERTHALES NO
EN
COMPARTEN TODAS NUESTRAS CREENCIAS CIENTÍFICAS. DE HECHO, EN LO QUE SEGURO QUE ES UN GUIÑO A
LOS CREACIONISTAS, LOS NEANDERTHALES AL PARECER RECHAZAN EL BIG BANG, LA EXPLICACIÓN FAVORITA
DE LA CIENCIA PARA EL ORIGEN DEL UNIVERSO...

RUMORES SIN CONFIRMAR HOY SEÑALAN QUE RUSIA APUNTA A ONTARIO CON MISILES BALÍSTICOS
INTERCONTINENTALES DE OJIVA NUCLEAR. «SI HA ENTRADO UNA PLAGA EN NUESTRO MUNDO, ALGUIEN TIENE
QUE ESTAR DISPUESTO A ESTERILIZAR LA ZONA INFECTADA, POR EL BIEN DE LA HUMANIDAD», DIJO UNA
PERSONA QUE SE IDENTIFICÓ COMO YURI A. PETROV EN UN FORO DE NOTICIAS DE INTERNET DEDICADO A
ASUNTOS SANITARIOS...

PONTER BODDIT HA ACCEDIDO A LANZAR LA PRIMERA PELOTA EN EL SKYDOME EL JUEVES PRÓXIMO, CUANDO
LOS BLUE JAYS SE ENFRENTEN A LOS NEW YORK YANKEES...

«SEGÚN LA ENCUESTA ONLINE DE LA CNN, LAS TRES PRINCIPALES PREGUNTAS QUE A LA GENTE LE GUSTARÍA
FORMULAR AL NEANDERTHAL SON:¿CÓMO SON LAS MUJERES EN SU MUNDO? ¿QUÉ LE PASÓ A NUESTRA
ESPECIE DE HUMANOS EN SU MUNDO? ¿CREE USTED EN JESUCRISTO?»

Lurt, la mujercompañera de Adikor, tenía derecho a ver su propio archivo de coartadas cada
vez que quisiera. De hecho, había tenido motivos para acceder a él hacía unos pocos meses,
cuando una fórmula que había escrito en el muropizarra había sido borrada accidentalmente
por una aprendiza. En vez de intentar recrearla, simplemente fue al edificio de archivos,
accedió a su grabación de coartadas, encontró una imagen buena y clara de la pizarra y anotó
la cadena de símbolos.
A causa de su reciente visita, Lurt sabía que su cubo de coartadas estaba alojado en el
receptáculo 13997; se lo dijo a la mantenedora de coartadas, en vez de esperar a que lo
buscara en su ordenador. La mantenedora acompañó a Lurt hasta el nicho, y Lurt volvió su
Acompañante hacia el ojo azul.
- Yo, Lurt Fradlo, deseo acceder a mi propio archivo de coartadas por razones de curiosidad
personal. Sello temporal.
El ojo se volvió amarillo: el cubo reconocía que Lurt era realmente quien decía ser.
La archivera alzó su Acompañante.
- Yo, Mabla Dabdalb, mantenedora de coartadas, certifico por tanto que la identidad de Lurt
Fradlo ha sido confirmada en mi presencia. Sello temporal.
El ojo se volvió rojo sangre y su altavoz sonó.
- Muy bien -dijo la mantenedora-. Puede usar el proyector de la sala cuatro.
Dabdalb se dio la vuelta para marcharse y Lurt la siguió. Entró en la sala cuatro, que era una
cámara pequeña con una sola silla. En algún lugar, en una de las otras salas, Lurt imaginó a
un controlador vigilando las transmisiones de Adikor en tiempo real, a medida que eran
recibidas y grabadas.
Pero ver algo ya grabado era distinto de intentar grabar y reproducir al mismo tiempo.
Lurt tiró de las clavijas de control, seleccionó un día al azar, y vio cómo la holoburbuja ante
ella se llenaba de imágenes banales de su trabajo en el laboratorio. Mientras las imágenes iban
pasando, Lurt salió de la cámara como para ir al cuarto de baño. Cuando llegó a un pasillo
donde no había nadie, se puso un par de guantes para cenar, sacó el aparatito que había
traído consigo, lo activó y lo dejó caer en un tubo de reciclaje. Luego se quitó los guantes.
Bolbay estaba equivocada, pensó Lurt, silbando mientras regresaba a la cámara de visión. Las
profundidades de la Tierra no eran el lugar perfecto para cometer un crimen sin ser observado.
No, el lugar perfecto era allí dentro del pabellón de archivos, cuando nadie más te estaba
mirando y tu propio cubo de coartadas estaba reproduciendo en vez de grabando...
Su primera idea había sido usar sulfuro de hidrógeno, que seguramente habría surtido el
efecto deseado. Pero las concentraciones superiores a quinientas partes por millón podían ser
fatales incluso en un corto periodo de tiempo. Luego pensó en almizcle de mofeta pero, cuando
la buscó, la fórmula era compleja: transdibutenotiol, trimetilbutanetiol, transdibutenil

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tioacetato, y más. Finalmente, se contentó con sulfuro de amonio, el favorito de los niños
traviesos que no habían aceptado aún el hecho de que sus Acompañantes grababan sus
acciones.
Poseer un agudo sentido del olfato tenía sin duda sus ventajas, aunque Lurt había oído decir
que el motivo por el que la gente comía tan pocas plantas (cuando otros primates se nutrían
de ellas) era que la extrema sensibilidad a los olores hacía difícil tolerar la flatulencia que
provoca una dieta rica en vegetales. De todas formas, eso era justo lo que había ordenado el
médico... aunque el médico fuera un físico que intentaba escapar de la cuchilla del Gobierno.
A Lurt le pareció que lo olía la primera, antes que nadie, aunque su sala de visión no era la
más cercana al pasillo donde había dejado el artilugio. Pero claro, ella lo estaba esperando, y
sin duda dilataba las aletas de la nariz, expectante. Pero se negó a ser la primera en
reaccionar. Se sentó hasta que oyó a los otros correr, y entonces salió de su sala, intentando
no atragantarse con el horrible hedor. Un tipo grande y fornido salió de una de las salas de
visión, cubriéndose la nariz con una mano. Lurt pensó que tal vez fuera el controlador que
vigilaba las transmisiones de Adikor, y lo confirmó cuando, al salir ella misma, vio la
holoburbuja que el hombre había estado contemplando, donde aparecían Jasmel y Adikor
saliendo de la casa de Adikor.
- ¿Qué es ese horrible olor? -dijo una vacilante Dabdalb, la mantenedora de coartadas,
mientras Lurt pasaba junto a ella.
- ¡Es horrible! -dijo otro cliente, corriendo hacia el vestíbulo. -¡Abrid las ventanas!
¡Abrid las ventanas! -gritó un tercero. Lurt se unió a la pequeña multitud que salía al aire claro
y limpio del exterior del edificio. Sabía que pasaría al menos un cuarto de día antes de que el
olor se disipara y fuera posible volver al interior.
Esperaba que fuera tiempo suficiente para que Adikor consiguiera lo que pretendía.

•••

Mary fue a la Universidad Laurentian a la mañana siguiente, tras haber conseguido librarse de
los periodistas que esperaban en el vestíbulo del Ramada. Se sintieron decepcionados porque
Ponter no estaba alojado allí también. Al parecer Reuben le había dado a entender a los
periodistas que podría estarlo... presumiblemente para alejarlos de la pista de Ponter; Mary lo
había devuelto a la casa de Reuben la noche anterior, y, por lo que sabía, allí seguía.
A las diez y media de la mañana se sorprendió al encontrar a Louise Benoit en el pasillo del
laboratorio de genética de la universidad. Louise llevaba unos ceñidos vaqueros recortados y
una camiseta blanca atada en un nudo por encima de su liso vientre. Bueno, pensó Mary, hacía
calor, pero desde luego... parecía que estuviera pidiendo...
No.
Mary se maldijo. Sabía que no era así. No importaba cómo se vistiera una mujer, tenía
derecho a la seguridad, a poder caminar sin ser molestada.
Mary decidió ser amistosa y pronunció las pocas palabras que sabía en Francés.
- Bonjour -dijo mientras se acercaba a Louise-. Comment ça va?
- Estoy bien. ¿Y tú?
- Bien. ¿Qué te trae por aquí?
Louise señaló pasillo abajo.
- Iba a visitar a unos amigos que conozco del departamento de física. No tengo nada que
hacer en el ONS ahora mismo. Han terminado de achicar el agua de la cámara de detección y
un equipo de los fabricantes originales está empezando a montar de nuevo la esfera, aunque
eso llevará semanas. Así que se me ha ocurrido charlar de una idea que tengo con un par de
personas de aquí... a ver si podían llenar algunas lagunas.
Mary se acercó a las máquinas expendedoras de aperitivos, con idea de comprar una bolsa de
patatas Miss Vickie's con sal marina y vinagre de malta, un capricho que sólo podía permitirse
en el sentido económico, aunque hacía tiempo que tenía la costumbre de empezar la semana
de trabajo con un paquete de 43 gramos.
- ¿Y lo han hecho? -preguntó Mary-. ¿Han llenado alguna laguna?

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Louise negó con la cabeza y siguió a Mary, mientras se encaminaba pasillo abajo.
- Bueno, ésas son las mejores ideas, ¿no?
- Supongo -dijo Louise. Cuando llegaron al vestíbulo, Mary buscó en su bolso, sacó unas
monedas y las introdujo en la máquina expendedora. Louise, mientras tanto, compró una taza
de café en otra máquina.
- ¿Recuerdas esa reunión que tuvimos en la sala de Inco? -dijo Louise-. Bueno, como dije
entonces, según la interpretación del multiuniverso de la mecánica cuántica, cada vez que un
evento cuántico puede ir en dos direcciones, va en dos direcciones.
- Una división de la línea temporal -dijo Mary, apoyando el trasero en el brazo de un sillón
tapizado en vinilo del vestíbulo.
- Oui -dijo Louise-. Bueno, me pasé algún tiempo hablando con Ponter sobre eso.
- Ponter lo mencionó. Debí de perdérmelo.
- Fue por la noche tarde y...
- ¿Volviste a la habitación de Ponter después de que termináramos las lecciones de lengua?
Mary se sintió asombrada por el arrebato de (oh, Dios) celos que sentía.
- Claro. Me gusta estar despierta de noche, ya lo sabes. Quería saber más cosas sobre la visión
que tienen los Neanderthales de la física.
- ¿Y? -dijo Mary, intentando mantener un tono neutro.
- Bueno, es interesante -contestó Louise. Tomó un sorbo de café-. Aquí, en este mundo,
tenemos básicamente dos interpretaciones de la mecánica cuántica: la de Copenhage y la del
multiuniverso de Everett. La primera adjudica un papel especial al observador: la conciencia
influye en la realidad. Bueno, esa idea causa incomodidad a muchos físicos: parece un regreso
al vitalismo. La interpretación del multiuniverso de Everett fue un intento de sortear eso.
Según ésta, los fenómenos cuánticos crean nuevos universos constantemente con cada posible
resultado de una interacción cuántica en un universo distinto. No hacen falta observadores
para dar forma a la realidad; en cambio, toda realidad susceptible de existir se crea
automáticamente.
- Vale -dijo Mary, no porque realmente comprendiera, sino porque decir otra cosa le habría
valido un sermón aún más largo.
- Bueno, la gente de Ponter tiene una sola teoría de la mecánica cuántica, que es una especie
de síntesis de nuestras dos teorías. Permite muchos mundos (es decir, universos paralelos),
pero la creación de esos universos no depende de eventos cuánticos aleatorios.
Sólo se da como resultado de las acciones de observadores conscientes.
- ¿Por qué no tenemos nosotros la misma teoría única, entonces? -preguntó Mary, mordiendo
una patata particularmente grande.
- En parte porque hay muchas fórmulas matemáticas irreconciliables con ambas
interpretaciones -dijo Louise-. Y, naturalmente, tenemos el viejo problema de la política
científica: los físicos que están a favor de la interpretación de Copenhage han dedicado sus
carreras a demostrar que es cierta; lo mismo pasa con la gente que está de parte de Everett.
No van a sentarse todos y decir: «Tal vez los dos tengamos razón en parte y tal vez los dos
estemos equivocados en parte.»
- Ah -dijo Mary-. Es como el debate entre la continuidad regional y la sustitución en
antropología.
Louise asintió.
- Si tú lo dices... Pero supongamos que la síntesis Neanderthal de la física cuántica sea
correcta. Eso implica que la conciencia (la voluntad humana) tiene el poder de crear nuevos
universos. Bueno, eso plantea una cuestión importante. Presumiblemente al principio, en el
momento del Big Bang, sólo había un universo. Más tarde empezó a dividirse.
- Tenía entendido que Ponter no cree en el Big Bang -dijo Mary.
- Sí, al parecer los científicos Neanderthales piensan que el universo ha existido siempre.
Creen que a gran escala los virajes al rojo (que son nuestra principal prueba de un universo en
expansión) son proporcionales a la edad, no a la distancia. Es decir, que la masa varía con el
tiempo. Y creen que la estructura general de las galaxias y los cúmulos galácticos se debe a
monopolos y filamentos de vórtice magnético que captan plasma. Ponter dice que el fondo

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cósmico de microndas (que nosotros interpretamos como el residuo de la bola de fuego del Big
Bang) es en realidad el resultado de los electrones atrapados en esos fuertes campos
magnéticos que absorben y emiten microondas. La absorción y la emisión, repetidas por miles
de millones de galaxias, suavizó el efecto, dice, produciendo el fondo uniforme que nosotros
detectamos ahora.
- ¿Y eso te parece posible?
Louise se encogió de hombros.
- Voy a tener que investigarlo. -Dio otro sorbo de café-. Pero, ¿sabes?, después de contarme
todo eso, Ponter dijo algo sorprendente.
- ¿Qué?
- Supongo que le enseñaste lo que es una misa, ¿no?
- Sí. En la tele.
Louise se sentó en uno de los sillones forrados de vinilo.- Bueno, al parecer esa noche estuvo
viendo Vision TV, empapándose de más ideas religiosas. Dijo que nuestra historia de que el
universo tiene un origen es sólo un mito creacionista, como el de la Biblia. «En el principio Dios
creó los cielos y la tierra... », y todo eso. «Incluso vuestra ciencia está contaminada por este
error de la religión», dijo Ponter. Mary se sentó también de manera correcta.
- Mira... , la física es tu campo, no el mío, pero tal vez Ponter tenga razón. Mencioné hace un
momento la continuidad regional contra la sustitución; a veces eso se llama multirregionalismo
contra marcharse de África. Hay quien ha comentado que la sustitución, que es lo que yo y
otros genetistas apoyamos, es también básicamente una postura bíblica: la humanidad surgió
toda en África, expulsada de un jardín, y hay una clara línea que nos separa del reino animal,
incluidos otros miembros contemporáneos del género Homo.
- Es un punto de vista interesante -dijo Louise.
- Y se puede argumentar que la otra parte también defiende una interpretación bíblica: los
paralelismos entre el multirregionalismo y las Diez Tribus Perdidas de Israel son bastante
claros. Aparte de eso, está la hipótesis de la «Eva mitocondrial»: todos los humanos modernos
se remontan en su origen a una sola mujer que vivió hace cientos de miles de años. Incluso el
nombre de la teoría, ¡Eva!, demuestra a las claras que es una hipótesis que tiene apoyo más
por sus resonancias bíblicas que por su calidad científica. -Mary hizo una pausa-. Bueno, lo
siento, estabas hablando de la versión Neanderthal de la física cuántica...
- Sí, sí -dijo Louise-. Bueno, mi idea era: supongamos que ellos tienen razón en cómo se crean
los universos paralelos, pero se equivocan en que este universo ha existido siempre. Si el
universo tuvo un principio, entonces ¿cuándo se produjo esa primera división?
Mary frunció el entrecejo.
- Bueno, ummm, no lo sé. Supongo que la primera vez que alguien tomó una decisión.
- ¡Exactamente! ¡Creo que es exactamente eso! ¿Y cuándo se tomó esa primera decisión?
-Louise hizo una pausa-. ¿Sabes? Es interesante lo que dice Ponter sobre cómo nuestra visión
científica del mundo es siempre, en el fondo, intentar decir las mismas cosas que dicen
nuestros mitos de creación: el Big Bang y tu modelo de evolución homínida son los dos relatos
modernos del Génesis. Bueno, tal vez yo sea víctima del mismo tipo de pensamiento. Después
de todo, en la Biblia, la primera decisión que toma alguien que no sea Dios es la de Eva al
aceptar la manzana (el pecado original) y, bueno, cabría pensar que eso dividió el universo. En
una línea temporal, en la que supuestamente estamos, la humanidad fue expulsada del
paraíso. En otra, no. De hecho, es un poco el caso de Ponter: un ser pasa de una versión de la
realidad a otra.
Mary estaba completamente perdida.
- ¿Qué quieres decir?
- Estoy hablando de María... ya sabes, profesora Vaughan. María, la madre de Jesús.
Eres católica, ¿no? -Mary asintió-. Ya me había fijado en el crucifijo. -Mary bajó la mirada,
sintiéndose vulnerable-. Yo también soy católica -continuó Louise-. Pues bueno, como católica,
probablemente no cometerás el mismo error que mucha otra gente. La doctrina de la
inmaculada concepción... mucha gente piensa que es un término que se refiere al nacimiento
de Cristo a partir de una virgen, pero no es así, ¿verdad?

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- No -dijo Mary-. No, se refiere a la concepción de la propia María. El motivo por el que pudo
dar a luz al hijo de Dios fue que ella misma fue concebida libre del pecado original... Fue su
concepción la que fue inmaculada.
- Exactamente. Bueno, ¿cómo encuentras a una persona sin pecado original en un mundo
donde todo el mundo desciende de Adán y Eva?
- No tengo ni idea -dijo Mary, sinceramente.
- ¿No lo ves? Es como si Ponter hubiera pasado a este universo desde otra línea temporal, la
línea donde Eva nunca aceptó la manzana, la línea donde el hombre nunca cayó, la línea donde
la gente vive sin la mancha del pecado original.
Mary asintió, vacilante.
- Eso podría discutirse.
Louise sonrió.
- Bueno, verás el paralelismo entre Ponter y la Virgen María dentro de un segundo. Déjame
volver a mi pregunta anterior. He dicho que, si tenía razón, y el universo se divide cada vez
que se toma una decisión, ¿cuándo se dividió por primera vez el universo? Y tú has respondido
que la primera vez que alguien tomó una decisión. ¿Pero cuándo fue eso? No en la Biblia sino,
bueno, en la realidad...
Mary tomó otra patata frita.
- Vaya, no lo sé. ¿La primera vez que un trilobite decidió ir a la izquierda en vez de a la
derecha?
Louise depositó su vasito de cartón en una mesa.
- No, no lo creo. Los trilobites no tienen voluntad; ellos, y todas las otras formas primitivas de
vida, son sólo máquinas químicas. Stephen Jay Gould no deja de hablar de rebobinar la cinta
de la vida en sus libros y en conseguir un resultado distinto, y cuando lo dijo, creía que estaba
haciendo una alusión a la teoría del caos. Pero se equivocaba. No importa cuántas veces
pongas a un trilobite en la misma encrucijada, siempre tomará por el mismo camino. Un
trilobite no piensa; no tiene conciencia. Sólo procesa los impulsos de sus sentidos y hace lo
que éstos indican. No hace ninguna elección. Gould tenía razón, más o menos, al decir que si
se cambiaran las condiciones iniciales, el resultado podría ser radicalmente diferente, pero
rebobinar la cinta de la vida y repetirla de nuevo no produce un resultado más distinto que
rebobinar una cinta de Lo Que El Viento Se Llevó y que acabe con Rhett y Escarlata juntos.
Creo que las decisiones de verdad, decisiones reales, decisiones conscientes, emergieron
mucho, mucho más tarde. Creo que nosotros, el Homo sapiens, fuimos los primeros seres
conscientes de este planeta.
- Hay innumerables muestras de conducta sofisticada por parte de los primitivos -dijo Mary-.
Del Homo ergaster, el Homo erectus, el Homo habilis, incluso los australopitecos y
Kenyanthropus.
- Bueno, ya sé que éste es tu campo, profesora Vaughan... -¿De verdad se había pasado
todo el tiempo que había durado la cuarentena sin llamarla Mary?-, pero he estado leyendo
sobre el tema en la Red. Por lo que sé, esos primeros tipos humanos no tenían una conducta
más sofisticada que la de un castor que construye una presa.
- Hicieron herramientas -dijo Mary.
- Oui. Pero ¿no eran herramientas copiadas, prácticamente idénticas, creadas a miles a lo
largo de siglos? ¿Todas siguiendo el mismo molde mental, el mismo diseño?
Mary asintió.
- Así es.
- Sin duda tenía que haber alguna diferencia natural entre esas herramientas de piedra -dijo
Louise-, ya fuese por los accidentes casuales o por las diferencias aleatorias al tallar la piedra.
Si había conciencia en funcionamiento, incluso sin elaborar una idea propia mejor, los primeros
humanos deberían haber visto que algunas herramientas eran mejores que otras.
No se puede decir que se sacaran la rueda del sombrero; primero empezarían con un bloque
de cinco lados, luego accidentalmente crearían otro de seis... y advirtieron que rodaba algo
mejor. Con el tiempo, hallarían la que fuese perfectamente redonda. Mary asintió.

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- Pero si no hay ninguna conciencia en funcionamiento -dijo Louise-, simplemente descartas la
versión mejor porque no encaja con el molde mental de lo que se suponía que tenía que ser
producido. ¿De acuerdo? Y eso es lo que sucede con las herramientas del arsenal arqueológico:
en vez de mostrar un refinamiento gradual a lo largo del tiempo, permanecen iguales. Y la
única explicación que se me ocurre es que no había ninguna selección consciente de las
mejores variantes: el que hacía las herramientas simplemente no era consciente, no podía ver
que una forma concreta de golpear la piedra producía algo mejor. El diseño estaba estancado.
- Interesante punto de vista -dijo Mary, sinceramente impresionada.
- Y cuando vemos la compleja conducta repetitiva de otros animales, por ejemplo al construir
una presa, lo llamamos instinto, y eso es lo que era esa forma de crear herramientas. No,
hasta el Homo sapiens no hubo ninguna conciencia, y ahí está la clave: durante los primeros
sesenta mil años de existencia del Homo sapiens, no hubo conciencia ninguna.
- ¿De qué estás hablando?
- ¿Cuándo aparecieron los primeros humanos anatómicamente modernos? -preguntó Louise,
haciéndose de nuevo con su café.
- Hace cien mil años.
- Es la misma cifra que vi en la Red. Veamos, ¿lo he entendido bien? Hace cien mil años
aparecieron unas criaturas que se parecían exactamente a nosotros, y que caminaban
exactamente igual que nosotros, ¿no? Criaturas con un cerebro de la misma forma y tamaño
que el nuestro, a juzgar por sus cavidades craneanas.
- Así es -dijo Mary. Se había terminado las patatas y sacó unos pañuelos de papel de su bolso
para limpiarse el aceite de los dedos.
- Pero -dijo Louise-, según lo que he leído, durante sesenta mil años no tuvieron ningún
pensamiento. Durante sesenta mil años, no hicieron nada que no fuera instintivo.
Pero luego, hace cuarenta mil años, todo cambió.
Mary abrió mucho los ojos.
- El Gran Salto Adelante.
- ¡Exactamente!
Mary sintió que el corazón le latía con fuerza. El Gran Salto Adelante era el término que
algunos antropólogos daban al despertar cultural que había tenido lugar hacía cuarenta mil
años: otros lo llamaban la Revolución del Paleolítico Superior. Como había dicho Louise, los
seres humanos de aspecto moderno llevaban vivos seiscientos siglos a esas alturas, pero no
habían creado ningún arte, no adornaban sus cuerpos con joyas y no enterraban a sus
muertos con sus pertenencias. Pero de manera simultánea, hacía cuarenta mil años, de
repente los humanos empezaron a pintar hermosas imágenes en las paredes de las cuevas,
llevaban collares y brazaletes y enterraban a sus seres queridos con comida y herramientas y
otros objetos de valor que sólo podían ser útiles en una supuesta otra vida. El arte, la moda y
la religión aparecieron simultáneamente; en efecto, un gran salto adelante.
- Entonces, ¿lo que estás diciendo es que algunos CroMagnons empezaron de pronto hace
cuarenta mil años a tomar decisiones y el universo empezó a dividirse?
- No exactamente -contestó Louise. Había terminado su primer café; se levantó y compró un
segundo-. Piensa en esto: ¿qué causó el Gran Salto Adelante?
- Eso no lo sabe nadie.
- Para todos los propósitos e intenciones, es un punto de inflexión, en los anales arqueológicos,
que muestra el amanecer de la conciencia, ¿no te parece?
- Supongo que sí.
- Pero ese amanecer no va acompañado de ningún cambio físico notable. No es que una nueva
forma de ser humano apareciera de pronto y empezara a hacer arte. Los cerebros capaces de
conciencia habían existido durante sesenta mil años, pero no eran conscientes. Y entonces,
sucedió algo.
- El Gran Salto Adelante, sí. Pero, como decía, nadie sabe qué lo causó.
- ¿Has leído a Roger Penrose? ¿La nueva mente del emperador?
Mary negó con la cabeza.

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- Penrose es un matemático de Oxford. Sostiene que la mente humana es de naturaleza
mecánicocuántica.
- ¿Y eso qué significa?
- Significa que lo que nosotros consideramos inteligencia, conciencia del yo, no surge de una
red bioquímica de neuronas, ni de algo así de burdo. Más bien, surge de procesos cuánticos.
Específicamente, él y un anestesista llamado Hameroff sostienen que la superposición cuántica
de electrones aislados en los microtúbulos de las células del cerebro crean el fenómeno de la
conciencia.
- Ah -dijo Mary, vacilante.
Louise tomó un sorbo de su nuevo café.
- Bueno, ¿no lo ves? Eso explica el Gran Salto Adelante. Cierto, nuestros cerebros eran tal
como son hoy desde hace cien mil años, pero la conciencia no comenzó hasta que se produjo
un evento mecánicocuántico, presumiblemente al azar: la creación sola y única de un nuevo
universo que sucedió como piensa Everett.
Mary asintió; sí que era una idea interesante.
- Y los eventos cuánticos, por propia naturaleza, tienen múltiples resultados posibles -dijo
Louise-. En vez de esa fluctuación cuántica, o lo que quiera que fuese, creando conciencia en
el Homo sapiens, lo mismo podría haber sucedido en la otra especie humana que existió hace
cuarenta mil años: ¡el hombre de Neanderthal! La primera división del universo fue un
accidente, un azar cuántico. En una rama, pensamiento y cognición surgieron en nuestros
antepasados; en otra, surgieron en los antepasados de Ponter. He leído que los Neanderthales
existieron hace tal vez unos doscientos mil años, ¿no?
Mary asintió.
- Y tenían el cerebro más grande que el nuestro, ¿no es así? Mary volvió a asentir.
- Pero en este mundo -dijo Louise-, en esta línea temporal, esos cerebros nunca cobraron
conciencia. Lo hicieron los nuestros, y la ventaja que nos dio esa conciencia (astucia y
previsión) nos llevó a triunfar sobre los Neanderthales, y a convertirnos en dueños del mundo.
- ¡Ah! -dijo Mary-. Pero en el mundo de Ponter...
Louise asintió.
- En el mundo de Ponter sucedió lo contrario. Fueron los Neanderthales los que se volvieron
conscientes, desarrollando arte y cultura... y astucia. Ellos dieron el Gran Salto Adelante
mientras nosotros continuábamos siendo los brutos bobos que habíamos sido durante los
sesenta mil años anteriores.
- Supongo que eso es posible -dijo Mary-. Podrías hacer un buen ensayo con esas ideas.
- Más que eso -dijo Louise. Sorbió más café-. Si tengo razón, significa que Ponter podría volver
a casa. El corazón de Mary dio un vuelco.
- ¿Qué?
- Me baso en parte en lo que me contó Ponter, y en parte en la comprensión de la física que
tenemos en nuestro propio mundo. Supongamos que cada vez que un universo se divide, no lo
hace como lo hacen las amebas... , con una ameba convirtiéndose en dos hijas, y la madre
desapareciendo en el proceso. Supongamos que en cambio sucede más bien como los
vertebrados dando a luz: el universo original continúa y se crea un nuevo universo hijo.
- ¿Sí? -dijo Mary-. ¿Y... ?
- Bueno, verás, los universos son de edades distintas. Podrían parecer absolutamente
idénticos, a excepción de lo que tomaste para desayunar esta mañana, pero uno de ellos tiene
doce mil millones de años de antigüedad y el otro es... -miró su reloj-, bueno, el otro tiene
unas cuantas horas. Naturalmente, el universo hijo parecería tener miles de millones de años
de antigüedad, pero en realidad no sería así.
Mary frunció el entrecejo.
- Umm, Louise, no serás por casualidad creacionista, ¿no?
- Quoi? -Entonces se echó a reír-. No, no, no... pero veo el paralelismo al que te refieres. No,
estoy hablando de física de verdad.
- Si tú lo dices. Pero ¿cómo devuelve todo esto a Ponter a casa?

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- Bueno, supongamos que este universo, donde tú y yo estamos ahora mismo, es el original
donde el Homo sapiens se volvió consciente... el que inicialmente se desgajó del universo
donde los Neanderthales se volvieron conscientes en cambio. Todo el otro revoltijo de
universos donde existen los Homo sapiens conscientes son hijos, o nietos, o tataratataranietos
de éste.
- Eso es mucho suponer -dijo Mary.
- Lo sería, si no tuviéramos ninguna otra prueba. Pero tenemos la prueba de que este universo
concreto es especial: la llegada de Ponter aquí, entre todos los otros sitios a los que podría
haber llegado. Cuando el ordenador cuántico de Ponter se quedó sin versiones donde existían
otras versiones de sí mismo, ¿qué hizo? Vaya, pues buscó otros universos en donde no existía.
Y, al hacerlo, se lanzó primero al que se había desgajado inicialmente de todo el árbol de
aquellos en donde sí existía, el que, cuarenta mil años antes, había iniciado otro camino, con
otro tipo de humanidad al mando. Naturalmente, en cuanto alcanzó un universo donde no
existía un ordenador cuántico en el mismo punto, el proceso de búsqueda de factores se
quebró y el contacto entre los dos mundos quedó roto. Pero si la gente de Ponter repite el
proceso exacto que lo llevó a quedar atrapado aquí, creo que hay una verdadera posibilidad de
que el portal a este universo específico, el que primero se desgajó de su línea temporal, sea
recreado.
- Son muchos «si» -dijo Mary-. Además, si pudieran repetir el experimento, ¿por qué no lo han
hecho ya?
- No lo sé -respondió Louise-. Pero si tengo razón, la puerta al mundo de Ponter podría abrirse
de nuevo.
Mary sintió el estómago revuelto, y no sólo por las patatas fritas, mientras trataba de aclarar
sus sentimientos respecto a esa posibilidad.

43

Adikor Huld contempló el robot minero que le había proporcionado Dern. Era un aparato de
aspecto penoso: apenas un conjunto de marchas y poleas y pinzas mecánicas, que se parecía
vagamente a un pino grueso sin agujas. El robot había soportado algún tipo de incendio; se
había producido uno en la mina hacía unos cuatro meses, recordó Adikor.
Algunos de los componentes del robot se habían fundido, otras partes de metal estaban
bastante dañadas y todo el aparato tenía un aspecto ennegrecido y sucio de hollín. Dern había
dicho que esa unidad iba a ser enviada a los patios de reciclaje, de todas formas, así que a
nadie le importaría si se perdía.
Pero era difícil determinar cómo controlar al robot. Aunque había robots con inteligencia
artificial, eran muy caros. Éste no tenía la inteligencia para hacer por su cuenta lo que era
necesario hacer: tendría que ser manejado por control remoto. No podían usar señales de
radio, pues interferirían en los registros cuánticos, estropeando el intento de reproducir el
experimento. Dern, finalmente, decidió tender un cable de fibra óptica desde el torso del robot
hasta una pequeña caja de control, que colocó en una consola de la sala de control de cálculo
cuántico. Usó dos barras gemelas para mover las manos del robot y que el aparato apretara la
parte superior del registro 69, como había hecho originalmente Ponter.
Adikor miró a Dern.
- ¿Todo listo?
Dern asintió.
Miró a Jasmel, que también estaba presente.
- ¿Preparada?
- Sí.
- Diez -dijo Adikor, de pie junto a su unidad de control; gritó la cuenta atrás como había hecho
la primera vez, aunque no había nadie en la sala de cálculo para oírlo.
- Nueve.
Deseaba desesperadamente que aquello funcionara... por el bien de Ponter, y por el suyo
propio.

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- Ocho. Siete. Seis.
Miró a Dern.
- Cinco. Cuatro. Tres.
Sonrió a Jasmel para darle ánimos.
- Dos. Uno. Cero.
- ¡Eh! -gritó Dern. Su caja de control cayó de la mesa y chocó contra el suelo, por donde se
deslizó mientras el cable de fibra óptica que surgía de su parte trasera se tensaba.
Adikor sintió un gran viento arremolinarse, pero sus oídos no zumbaron; no hubo ningún
cambio significativo en la presión. Fue como si el aire simplemente se intercambiara...
La boca de Jasmel formó las palabras «no puedo creerlo», pero el sonido que pudiera estar
haciendo quedó ahogado por el viento.
Dern, tras echar a correr, había impedido que la consola siguiera alejándose al detener el cable
con el pie derecho. Adikor corrió a la ventana para asomarse a la sala de cálculo.
El robot había desaparecido, pero...
Pero el cable seguía tenso, a media brazada de altura sobre el suelo, extendiéndose desde la
puerta abierta de la sala de control hasta tres cuartas partes del camino de la instalación
informática, hasta que...
Hasta que desaparecía, en el aire, como si atravesara un agujero invisible en una pared
invisible, junto a la columna de registro número 69.
Adikor miró a Dern. Dern miró a Jasmel. Jasmel miró a Adikor. Corrieron al monitor, que tenía
que estar mostrando lo que estuviese viendo el ojo de la cámara del robot, pero sólo era un
cuadrado negro y vacío.
- El robot ha sido destruido -dijo Jasmel-. Igual que mi padre.
- Tal vez -contestó Dern-. O tal vez las señales de video no pueden atravesar eso... sea lo que
sea.
- O tal vez haya salido a una habitación completamente oscura -dijo Adikor.
Bueno... ¿qué suponéis que debemos hacer? preguntó Jasmel. Dern encogió levemente sus
hombros redondos.
- Tiremos de él, para ver si algo sobrevive... al pasar -dijo Adikor.
Se dirigió a la sala de cálculo y agarró suavemente el cable, que desaparecía a unos pocos
pasos en la nada, a la altura de la cintura. Añadió la otra mano y empezó a tirar con suavidad.
Jasmel se situó tras él, y empezó a tirar también.
El cable volvía fácilmente, pero quedó claro, para Adikor al menos, que había un peso colgando
del otro extremo, como si, en algún lugar al otro lado del agujero, el robot colgara sobre un
precipicio.
- ¿Qué fuerza tienen los conectores del otro lado del cable? -preguntó Adikor, dirigiendo una
mirada a Dern, quien, ahora que ya no tenía que sostener su caja de control, había salido
también a la sala de cálculo.
- Son enchufes bedonk estándar.
- ¿Se soltarán?
- Si tiras con mucha fuerza. Son como pequeños clips que se enganchan en el conector del
cable para mantenerlo en su sitio. Adikor y Jasmel continuaron tirando con suavidad.
- ¿Y enganchaste los clips?
- Yo... no estoy seguro -dijo Dern-. Tal vez. Estuve enganchando y desenganchando el cable
un rato mientras preparaba el robot...
Adikor y Jasmel ya habían tirado de unas tres brazadas de cable y...
- ¡Mira! -dijo Jasmel.
La forma cuadrada del robot emergía a través... bueno, no podían decir a través de qué.
Pero la base de la máquina era ahora visible, como si de algún modo atravesara un agujero en
mitad del aire que encajara exactamente con el torso del robot.
Dern salió corriendo a la cámara de cálculo, los extremos sueltos de sus pantalones dando
fuertes golpes contra el pulido suelo de roca. Extendió la mano y agarró uno de los brazos
giratorios del robot, que ahora sobresalían parcialmente del aire. Llegó justo a tiempo, porque
el conector del cable se soltó, y Adikor y Jasmel cayeron de espaldas, él sobre ella.

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Rápidamente se pusieron en pie y vieron a Dern, que acababa de traer al robot de... la frase
acudió de nuevo a la mente de Adikor: del otro lado.
Adikor y Jasmel corrieron a reunirse con Dern, que ahora estaba sentado en el suelo, con el
robot, volcado, a su lado. No parecía más dañado que antes de atravesar. Pero Dern se estaba
mirando la mano izquierda, con una expresión de desconcierto en la cara.
- ¿Te encuentras bien? -preguntó Adikor.
- Mi mano...
- ¿Qué le pasa? ¿Está rota?
Dern alzó la cabeza.
- No, está bien. Pero... pero cuando he agarrado el robot... cuando el cable se ha soltado, y el
robot ha caído hacia atrás, mi mano ha atravesado... He visto la mitad desaparecer a través
de... a través de lo que sea.
Jasmel tomó la mano de Dern y la miró.
- Parece estar bien. ¿Qué has sentido?
- No he sentido nada. Pero parecía cortada, justo en la base de los dedos, y el borde era
absolutamente recto y liso, pero no había hemorragia, y el borde ha arrastrado mis dedos
cuando he apartado la mano.
Jasmel se estremeció.
- ¿Seguro que estás bien? -preguntó Adikor.
Dern asintió.
Adikor dio medio paso adelante, hacia el lugar donde estaba la abertura. Extendió lentamente
el brazo derecho y lo movió adelante y atrás. La puerta parecía haberse cerrado.
Y ahora, ¿qué? -preguntó Jasmel.
- Bueno, no sé -dijo Adikor-. ¿Podríamos ponerle una linterna al robot?
- Claro -dijo Dern-. Podríamos usar un protector de cabeza. ¿Tenéis repuestos?
- En un estante del comedor.
Dern asintió, y luego alzó la mano y la giró, palma arriba, palma abajo, como si nunca se la
hubiera visto antes.
- Ha sido increíble -dijo en voz baja. Luego, sacudiendo ligeramente la cabeza para librarse de
su propio ensimismamiento, se marchó por la lintena.
- Sabes lo que sucedió, naturalmente -dijo Jasmel mientras esperaban a que regresara Dern-.
Mi padre atravesó eso, sea lo que sea. Por eso no hay ningún rastro de su cuerpo.
- Pero el otro lado no está a ras de suelo -dijo Adikor-. Debe de haberse caído y...
Jasmel alzó la ceja.
- Y tal vez se rompió el cuello. Lo cual... lo cual significa que lo que podríamos ver en el otro
lado es...
Adikor asintió.
- Es su cadáver. Ya lo he pensado, lamento decirlo... pero, la verdad es que esperaba verlo
ahogado en un tanque de agua pesada.
Reflexionó un momento sobre eso, y luego se acercó al robot, que estaba completamente
seco.
- Había una reserva de agua pesada en el otro lado cuando Ponter atravesó y... ¡cartílagos!
- ¿Qué?
- Tenemos que haber conectado con un universo diferente, no al que fue Ponter.
El labio inferior de Jasmel tembló.
Adikor puso derecho al robot. Comprobó el cable conector, pero por lo que podía ver, se
encontraba en buen estado. Jasmel, mientras tanto, se había apartado, caminando despacio,
la cabeza gacha, a recoger el extremo suelto del cable de fibra óptica; se lo trajo a Adikor, que
lo puso en su sitio. Luego ajustó las dos abrazaderas que encajaban en los huecos del borde
del conector, ayudando a mantenerlo en su sitio.
Dern regresó entonces con dos linternas eléctricas y las pilas esféricas que les suministraban
energía. También traía un rollo de cinta adhesiva, que utilizó para sujetar con fuerza las
linternas a cada lado del ojo de la cámara del robot.

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Volvieron a colocar al robot exactamente en la misma posición que antes, junto al registro 69,
y los tres regresaron a la sala de control. Adikor amontonó algunas cajas de equipo y se subió
a ellas para poder manejar simultáneamente la consola y mirar por encima del hombro la sala
de cálculo.
Fue marcando una vez más la cuenta atrás.
- Diez. Nueve. Ocho. Siete. Seis. Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno. Cero.
Esta vez, Adikor lo vio todo. El portal se abrió como si fuera un aro de fuego azul. Oyó el aire
revolotear de nuevo, y el robot, que parecía estar justo en el borde de un precipicio, dio un
vuelco y desapareció. El cable de control se tensó, y el aro azul se contrajo alrededor de su
perímetro y luego desapareció.
Los tres se volvieron al unísono hacia el monitor de video. Al principio pareció de nuevo que no
había ninguna señal, pero luego los rayos de luz parecieron captar algo (cristal o plástico) y
vieron brevemente un reflejo. Pero eso fue todo: el espacio donde colgaba el robot debía de
ser enorme.
La luz les mostró algo más (¿tubos metálicos que se entrecruzaban?), mientras el robot
oscilaba a un lado y a otro como un péndulo. Y entonces, de pronto, hubo iluminación en todas
partes, como si...
- Alguien debe de haber encendido las luces -dijo Jasmel. Ahora quedó claro que el robot
estaba girando, colgado del extremo de su cable. Vieron un atisbo de paredes rocosas, y más
paredes rocosas, y...
- ¿Qué es eso? -exclamó Jasmel.
Sólo lo vieron un instante: una especie de escalerilla apoyada contra el lado curvo de una
enorme cámara y, bajando por la escalerilla, una figura delgada vestida con una especie de
ropa azul.
El robot continuó rotando y vieron que en el suelo había un gran entramado geodésico, con
cosas como flores metálicas en sus intersecciones.
- Nunca he visto nada parecido -dijo Dern.
- Es precioso -comentó Jasmel.
Adikor contuvo la respiración. La visión seguía girando; mostró de nuevo la escalerilla, dos
figuras más bajando por ella, y entonces, para su desesperación, las figuras desaparecieron
cuando el robot siguió girando.
Su rotación ofreció dos atisbos más de figuras que vestían trajes sueltos azules, con
caparazones amarillo vivo en la cabeza. Eran de hombros demasiado estrechos para ser
hombres; Adikor pensó que tal vez fuesen mujeres, aunque eran delgadas incluso para ser
mujeres. Pero sus caras, vistas tan brevemente, parecían carentes de vello y...
Y la imagen se sacudió de repente, y luego se aquietó, y el robot dejó de girar. Una mano
apareció desde un lado, dominando brevemente el campo de visión de la cámara, una mano
extraña y de aspecto débil con un pulgar corto y una especie de círculo de metal en un dedo.
La mano había agarrado al robot, sujetándolo. Dern manejaba frenéticamente su caja de
control, moviendo la cámara lo más rápido posible, y vieron bien por primera vez al ser que
ahora extendía la mano y agarraba al robot colgante.
Dern jadeó. Adikor sintió un nudo en el estómago. La criatura era horrible, deforme, con una
mandíbula inferior que sobresalía como si el hueso interior estuviera incrustado de bultos.
El repulsivo ser seguía sujetando el robot, tratando de bajarlo al suelo; los cables parecían
estar a una distancia de medio cuerpo por encima del suelo de la enorme sala.
Cuando la cámara del robot se ladeó, Adikor vio que había una abertura al pie de la esfera
geodésica, como si parte de ella hubiera sido desmontada. En el suelo de la sala había
gigantescas piezas curvas de cristal o plástico transparentes apiladas unas encima de otras;
seguramente lo que iluminaron al principio las linternas del robot. Esas piezas curvas de cristal
parecían haber formado antes parte de una enorme esfera.
Ahora pudieron ver de manera intermitente a tres de los mismos seres, todos igualmente
deformes. Dos de ellos carecían también de vello facial. Uno señalaba directamente al robot:
su brazo parecía un palo.
Jasmel se llevó las manos a las caderas y sacudió lentamente la cabeza.

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- ¿Qué son? -Adikor movió la cabeza, asombrado.
- Son una especie de primates -dijo Jasmel.
- No son chimpancés ni bonobos -dijo Dern.
- No -respondió Adikor-, aunque son muy flacuchos. Pero casi carecen de pelo. Se parecen
más a nosotros que a los simios.
- Lástima que lleven esas extrañas cosas en la cabeza -dijo Dern-. Me pregunto para qué son.
- ¿Para protección? -sugirió Adikor.
- Si es así, no son muy eficaces -respondió Dern-. Si algo les cae en la cabeza, su cuello, no
sus hombros, soportará todo el peso.
- No hay ni rastro de mi padre -dijo Jasmel, apenada.
Los tres guardaron silencio un momento. Entonces Jasmel volvió a hablar.
- ¿Sabéis qué parecen? Parecen humanos primitivos... como esos fósiles que se ven en las
cuevas galdarab.
Adikor retrocedió un par de pasos, literalmente conmocionado por la idea. Encontró una silla,
la hizo girar sobre su base y se sentó.
- Gente de Gliksin -dijo, recordando el término. Gliksin era la región donde se habían
encontrado por primera vez aquellos fósiles de los únicos primates conocidos sin arco ciliar y
con aquellas ridículas protuberancias en la mandíbula inferior.
¿Podría su experimento haber atravesado fronteras de mundos, accediendo a universos que se
habían separado mucho antes de la creación del ordenador cuántico? No, no. Adikor sacudió la
cabeza. Era demasiado, una locura. Después de todo, los gliksins se habían extinguido...
bueno, la cifra de medio millón de meses apareció en su cabeza, pero no estaba seguro de si
era correcta. Adikor se pasó el borde de la mano una y otra vez por encima del arco ciliar. El
único sonido era el zumbido del equipo purificador de aire; los únicos olores, su propio sudor y
feromonas.
- Esto es bestial -dijo Dern en voz baja-. Es descomunal. Adikor asintió lentamente.
- Otra versión de la Tierra. Otra versión de la humanidad.
- ¡Está hablando! -exclamó Jasmel, señalando a una de las figuras visibles en la pantalla-.
¡Subid el sonido!
Dern tendió la mano hacia un control.
- Habla -dijo Adikor, sacudiendo asombrado la cabeza-. Había leído que los gliksins eran
incapaces de hablar, debido a su lengua demasiado corta.
Escucharon al ser hablar, aunque las palabras no tenían ningún sentido.
- Resulta muy extraño -dijo Jasmel-. No se parece a nada que yo haya oído antes.
El gliksin situado en primer plano había dejado de tirar del robot, pues evidentemente se había
dado cuenta de que no había más cable del que tirar. Se apartó, y otros gliksins se asomaron a
echar un vistazo. Adikor tardó un instante en darse cuenta de que había machos y hembras;
ambos tenían los rostros lampiños, aunque unos pocos hombres lucían barbas. Las hembras
parecían más pequeñas por regla general, pero, a unas cuantas al menos, se les notaban
perfectamente los pechos bajo la ropa.
Jasmel se asomó a la sala de cálculo.
- El portal parece que permanece abierto sin problemas -dijo-. Me pregunto cuánto tiempo
podrá mantenerse.
Adikor se estaba preguntando lo mismo. La prueba, la evidencia que lo salvaría a él, y a su
hijo Dab, y a su hermana Kelon, estaba allí mismo: ¡un mundo alternativo!
Pero Daklar Bolbay sin duda diría que las imágenes, al estar grabadas en video, eran falsas,
sofisticadas imágenes generadas por ordenador. Después de todo, diría, Adikor tenía acceso a
los ordenadores más potentes del planeta.
Pero si el robot podía traer algo... cualquier cosa. Un objeto manufacturado tal vez, o...
Distintas zonas de la cámara fueron visibles por partes a medida que la gente se movía y
revelaba lo que tenía detrás. Era una caverna en forma de tonel, tal vez de unas quince veces
la altura de una persona, abierta directamente en la roca.
- Desde luego, son variados, ¿no? -dijo Jasmel-. Parece que tienen diversos tonos de piel... ¡y
mirad a esa hembra de allí! Tiene el pelo naranja... ¡igual que un orangután!

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- Uno de ellos se marcha corriendo -señaló Dern.
- Así es -dijo Adikor-. Me pregunto adónde va.

•••

- ¡Ponter! ¡Ponter!
Ponter Boddit alzó la cabeza. Estaba sentado en una mesa del comedor de la universidad, con
dos personas del departamento de física que le ayudaban mientras comían a elaborar un
itinerario por las instalaciones de ciencias físicas de todo el mundo, incluidos el CERN, el
Observatorio Vaticano, Fermilab y el SuperKamiokande de Japón, el otro principal detector de
neutrinos del mundo que recientemente había sufrido daños en un accidente. Un centenar de
estudiantes de verano contemplaban al Neanderthal desde cerca, fascinados.
- ¡Ponter! -gritó de nuevo Mary Vaughan, con la voz entrecortada. Casi se desplomó contra la
mesa cuando llegó hasta ella-. ¡Ven rápido!
Ponter se dispuso a levantarse. Lo mismo hicieron los otros dos físicos.
- ¿Qué ocurre? -preguntó uno de ellos.
Mary ignoró al hombre.
- ¡Corre! -le jadeó a Ponter-. ¡Corre!
Ponter empezó a correr. Mary le agarró la mano y corrió también. Todavía jadeaba en busca
de aire: había venido corriendo desde el laboratorio de genética, en el edificio de Ciencia Uno,
donde había recibido la llamada del ONS.
- ¿Qué está pasando? -preguntó Ponter.
- ¡Un portal! Ha llegado un aparato... una especie de robot. ¡Y el portal sigue abierto!
- ¿Dónde?
- En el observatorio de neutrinos.
Mary se llevó la mano al pecho, que subía v bajaba rápidamente. Sabía que Ponter podía
dejarla atrás fácilmente. Todavía corriendo, consiguió abrir su bolso y sacó las llaves del coche
y se las ofreció.
Ponter negó ligeramente con la cabeza. Durante un segundo, Mary pensó que estaba diciendo:
no sin ti. Pero sin duda era más que eso: Ponter Boddit nunca había conducido un coche.
Siguieron corriendo, Mary intentando mantener su ritmo, pero sus zancadas eran más largas y
acababa de empezar a correr y...
Él la miró. Estaba claro que también se daba cuenta del dilema: no tenía sentido dejar atrás a
Mary en el aparcamiento, ya que no podía hacer nada hasta que ella llegara.
- ¿Puedo? -dijo Ponter.
Mary no tenía ni idea de qué quería decir, pero asintió. Él extendió sus enormes brazos y la
levantó del suelo. Mary cerró los suyos alrededor del grueso cuello y Ponter empezó a correr,
sus piernas golpeando como pistones el enlosado. Mary podía sentir sus músculos hincharse
mientras corría. Los estudiantes y profesores se detenían a ver pasar aquel espectáculo.
Llegaron al callejón de los bolos y Ponter corrió entonces con todas sus fuerzas, el sonido de
sus pisadas tronando en el pasillo de cristal. Más y más lejos, dejando atrás el kiosco, los Tim
Hortons y...
Un estudiante entraba por la puerta. Se quedó boquiabierto, pero mantuvo abierta la puerta de
cristal para que Ponter y Mary pasaran mientras salían a la luz del día.
Mary miraba hacia atrás y vio cómo se levantaba el césped tras la estela de Ponter. Se agarró
con más fuerza, sujetándose. Ponter conocía su coche bien, no tuvo dificultad para localizar el
Neon rojo en el diminuto aparcamiento: una de las ventajas de una universidad pequeña.
Siguió corriendo y Mary oyó y sintió el cambio de terreno cuando pasó de la hierba al asfalto
del aparcamiento.
Una docena de metros más allá, redujo el ritmo y bajó a Mary. Ella estaba mareada por la
salvaje carrera, pero consiguió recuperarse rápidamente para cubrir la corta distancia que los
separaba del coche. Como tenía en la mano la llave electrónica, abrió las puertas a distancia.
Mary ocupó el asiento de conductor y Ponter el del acompañante. Ella metió la llave en el
encendido, pisó a fondo y se pusieron en marcha, dejando atrás la universidad. Pronto salieron

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de Sudbury y se dirigieron hacia la mina Creighton. Mary no solía conducir rápido (no había
muchas ocasiones de hacerlo en las calles de Toronto), pero alcanzó los ciento setenta
kilómetros por hora en carretera.
Finalmente, llegaron a la mina, dejaron atrás el gran cartel de Inco, atravesaron la verja de
seguridad y recorrieron dando tumbos los serpenteantes caminos que llevaban al gran edificio
que albergaba el ascensor que conducía a la mina. Mary detuvo el coche, levantando una lluvia
de grava, y Ponter y ella salieron deprisa.
Ahora ya no había ninguna necesidad de que Ponter esperase a Mary, y el tiempo seguía
siendo esencial. Quién sabía cuánto tiempo permanecería el portal abierto; de hecho, quién
sabía si estaría abierto todavía. Ponter la miró, y luego se lanzó hacia delante y la envolvió en
un abrazo.
- Gracias -dijo-. Gracias por todo.
Mary le devolvió con fuerza el abrazo. Con fuerza para ella, tanta como pudo, pero
presumiblemente apenas nada para lo que podría haber hecho una mujer Neanderthal.
Y entonces lo soltó.
Y él echó a correr hacia el edificio del ascensor.

44

Adikor, Jasmel y Dern continuaban mirando en el monitor la escena que tenía lugar a unas
cuantas brazadas (y una infinidad) de distancia.
- Tienen un aspecto muy frágil -dijo Jasmel, frunciendo el entrecejo-. Sus brazos son como
palos.
- Ésa no -señaló Dern-. Debe de estar preñada.
Adikor escrutó la pantalla.
- Eso no es una mujer. Es un hombre.
- ¿Con un vientre así? -dijo Dern, incrédulo-. ¡Y yo que pensaba que estaba gordo! ¿Cuánto
comen esos gliksins?
Adikor se encogió de hombros. No quería malgastar el tiempo hablando: sólo quería mirar,
tratar de empaparse en todo aquello. ¡Otra forma de humanidad! Y tecnológicamente
avanzada, además. Era increíble. Le hubiese encantado comparar notas con ellos sobre física,
sobre biología y... Biología.
¡Sí, eso era lo que necesitaba! El robot había sido tocado por varios gliksins. Sin duda alguna
de sus células se habrían desprendido; sin duda se podría recuperar parte de su ADN.
¡Ésa sería la prueba que la adjudicadora Sard tendría que aceptar! ADN gliksin: la prueba de
que el mundo mostrado en la pantalla era real. Pero...
No había ninguna garantía de que el portal permaneciera abierto mucho más tiempo, o de que
pudiera volver a ser abierto de nuevo. Pero, al menos, él quedaría exonerado, y Dab y Kelon
se salvarían de la mutilación.
- Vuelve a traer al robot -dijo Adikor.
Dern lo miró.
- ¿Qué? ¿Por qué?
- Probablemente ahora tiene ADN gliksin. No lo vayamos a perder si el portal se cierra.
Dern asintió. Adikor lo vio cruzar la sala, agarrar el cable de fibra óptica y darle un suave tirón.
Adikor se volvió hacia el monitor cuadrado. El gliksin más cercano al robot (un espécimen de
piel marrón, probablemente un macho) pareció sobresaltarse cuando el robot dio una sacudida
hacia arriba.
Dern tiró otra vez. El gliksin marrón miraba ahora por encima de su hombro, al parecer a otra
persona. Gritó algo, y entonces asintió cuando alguien le respondió con otro grito. Agarró
entonces la parte inferior del armazón del robot, que ascendía y colgaba del suelo por encima
de la altura del hombre.
Otro gliksin varón entró en el campo de visión. Era más bajo, con piel más clara (tan clara
como la de Adikor), pero sus ojos eran... extraños: oscuros, semiocultos bajo unos párpados
inusitados.

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El gliksin marrón miró al recién llegado, que sacudía la cabeza vigorosamente... pero no hacia
el marrón. No. Miraba directamente la lente de cristal del robot, y movía los brazos
salvajemente con ambas manos rectas, las palmas hacia abajo, y pasándolas una y otra vez
por delante del pecho. Y seguía gritando unas sílabas extrañas una y otra vez:
- ¡Espera! ¡Espera! ¡Espera!
Naturalmente, pensó Adikor; también ellos estaban ansiosos por tener un artefacto que
demostrara lo que habían visto; sin duda no querrían renunciar al robot.
Adikor volvió la cabeza y le gritó a Dern.
- ¡Sigue tirando!

•••

Mary Vaughan finalmente alcanzó a Ponter al fondo del edificio del ascensor, tras la zona
donde los mineros se ponían la ropa de trabajo. Ponter se hallaba en la rampa que conducía a
la entrada del ascensor, pero la rejilla de metal que cubría el hueco estaba cerrada; la cabina
podía estar en cualquier parte, incluso en la parte más baja, a dos mil doscientos metros de
profundidad. Con todo, Ponter había persuadido evidentemente al operario para que la
subiera, pero podían pasar varios minutos antes de que llegara a la superficie.
Ni Ponter ni Mary tenían ninguna autoridad allí, y las reglas de seguridad de la mina estaban
colocadas por todas partes. Inco tenía un récord admirable en prevención de accidentes.
Ponter ya se había puesto botas de seguridad y casco. Mary se apartó de la rampa y se los
puso también, seleccionándolos de una amplia gama de suministros. Luego regresó junto a
Ponter, que daba golpecitos impacientes con el pie izquierdo.
Por fin la cabina del ascensor llegó, y la puerta se abrió. No había nadie dentro. Ponter y Mary
entraron, el operador en lo alto hizo sonar cinco veces la alarma (descenso directo sin
paradas) y la cabina se puso en marcha.
Ahora que estaban bajando, no había forma de que se comunicaran con la sala de control del
ONS... ni con nadie, excepto el operario del ascensor, y sólo por señales, con una alarma.
Mary había hablado poco con Ponter durante la veloz carrera hasta allí, en parte porque había
intentado concentrarse en controlar el vehículo, y en parte porque el corazón le latía al menos
tan rápido como el motor del coche.
Pero ahora...
Ahora tenía un largo rato por delante sin nada que hacer mientras el ascensor se zambullía dos
kilómetros. Ponter probablemente echaría a correr en cuanto la cabina llegara al nivel de dos
mil metros, y ella no podía reprochárselo. Detenerse para que ella pudiera alcanzarlo lo
retrasaría unos minutos cruciales mientras cubría el kilómetro de galería hasta la cavidad de la
ONS.
Mary vio pasar nivel tras nivel. Era, después de todo, un espectáculo fascinante que nunca
había visto antes, pero...
Pero ésta podría ser su última oportunidad para hablar con Ponter. Por un lado, el trayecto
parecía requerir una enorme cantidad de tiempo. Por otro, horas, días o tal vez incluso años no
serían suficientes para decir todas las cosas que Mary quería decir.
No sabía por dónde empezar, pero estaba segura de que no se lo perdonaría nunca si no se lo
decía ahora, si no le hacía comprender. No es que fuera a desaparecer en los tiempos
prehistóricos, después de todo; él avanzaría hacia el frente, no hacia atrás. Mañana sería
mañana para él también, y el décimo aniversario del día en que se habían conocido sería
simultáneo en ambas versiones de la Tierra... aunque él probablemente lo recordara en el
centésimo mes, o en una fecha similar. De todas formas, Mary no tenía ninguna duda de que
él reflexionaría y se extrañaría y se sentiría triste tratando de ordenar sus emociones y...
tratando de comprender lo que había sucedido e, igual de importante, qué no había sucedido
entre ellos.
- Ponter -dijo. Habló en voz baja y el traqueteo del ascensor era fuerte. Tal vez no la había
oído. Estaba mirando por la puerta de la cabina, contemplando ausente la oscura roca al pasar
mientras se hundían más y más.

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- Ponter -repitió Mary, más fuerte.
Él se volvió hacia ella y alzó la ceja. Mary sonrió. Le había parecido desconcertante su
expresión de asombro la primera vez que la vio, pero ahora estaba acostumbrada. Las
diferencias entre ellos eran mucho menores que las similitudes.
Pero, con todo, esta vez había una barrera entre ellos... una barrera causada no porque él
fuera miembro de una especie diferente, sino por el simple hecho de su sexo. Y más que eso.
No era sólo que él fuese varón, sino que era abrumadoramente varón: musculoso como Arnold
Schwarzenegger; todo velludo; barbudo; poderoso, duro y torpe al mismo tiempo.
- Ponter -dijo ella, murmurando su nombre por tercera vez-. Hay... hay algo que tengo que
contarte.
Hizo una pausa. Una parte de ella pensaba que sería mejor no expresar eso, dejarlo, como
tantas otras cosas, sin decir, sin contar. Y, naturalmente, cabía la posibilidad de que cuando
llegaran a la cámara del ONS (todavía a muchos minutos de distancia) aquel portal que había
aparecido por arte de magia entre su mundo y el de él estuviera cerrado, y ella continuara
viendo a Ponter día sí día no, pero sin haber desnudado su alma, esa etérea esencia que ella
creía que tenían ambos y que él estaba seguro de que ninguno de ellos poseía.
- ¿Sí?
- Habías supuesto -dijo Mary-, y yo también, que la carambola física que te depositó aquí era
irreproducible... que tendrías que quedarte aquí para siempre.
Él asintió levemente, su enorme rostro moviéndose arriba y abajo en la oscuridad.
- Pensamos que no había forma de que pudieras volver con Jasmel y Megameg -dijo Mary-.
Que no había forma de volver con Adikor. Y aunque sabía que tu corazón le pertenecía a él, a
ellos, y siempre lo haría, también supe que te estabas resignando a vivir en este mundo, en
esta Tierra.
Ponter volvió a asentir, pero apartó los ojos de ella. Tal vez veía adónde iba a parar todo
aquello; tal vez consideraba que no había que decir nada más.
Pero había que decirlo. Ella tenía que hacerle comprender... hacerle comprender que no era él.
Era ella.
No, no, no. Eso era un error. No era ella tampoco. Era aquel hombre malvado y sin rostro,
aquel monstruo, aquel demonio. Eso era lo que se había interpuesto entre ambos.
- Justo antes de que nos conociéramos -dijo Mary-, el día que llegaste a Sudbury, fui...
Se detuvo. Su corazón redoblaba; podía sentirlo... pero lo único que oía era el traqueteo del
ascensor.
La cabina pasó el nivel de los trescientos cincuenta metros. Mary vio a un minero en la galería,
esperando para subir, la cruda luz de su casco enviando una ráfaga a la cabina y jugando sin
duda brevemente con su cara y la de Ponter, un extraño venido de fuera.
Ponter no dijo nada; esperó en silencio a que ella continuara. Y, por fin, ella lo hizo.
- Esa noche -dijo Mary-, fui...
Intentó decir la palabra a las claras, pronunciarla sin pasión, pero ni siquiera pudo darle voz.
- Fui... herida -dijo.
Ponter ladeó la cabeza, aturdido.
- ¿Una herida? Lo siento.
- No. Quiero decir que fui herida... por un hombre. -Inspiró profundamente-. Me atacaron, en
York, en el campus, después de anochecer...
Detalles insignificantes que retrasaban la palabra que sabía que tendría que decir. Bajó la
mirada hacia el suelo metálico cubierto de barro.- Me violaron.
Hak pitó: la Acompañante tuvo el buen sentido de hacerlo a gran volumen para que el sonido
se oyera por encima del ruido del ascensor. Mary lo intentó de nuevo.
- Me atacaron. Me atacaron sexualmente.
Oyó a Ponter sorber aire; incluso por encima del estrépito del ascensor, lo oyó jadear.
Mary alzó la cabeza y buscó sus ojos dorados en la semipenumbra. Su mirada buscó adelante
y atrás, a izquierda y derecha, de uno de sus ojos al otro, buscando su reacción, tratando de
calibrar sus pensamientos.
- Lo siento mucho -dijo Ponter, amablemente.

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Mary supuso que él (o Hak) lo decía por compasión, pero dijo, porque fue lo único que se le
ocurrió decir:
- No fue culpa tuya.
- No -dijo Ponter. Ahora le tocó a él el turno de la falta de palabras.
Finalmente, añadió- ¿Fuiste herida... físicamente, quiero decir?
- Un poco vapuleada. Nada importante. Pero...
- Sí -dijo Ponter-. Pero... -Hizo una pausa-. ¿Sabes quién lo hizo?
Mary negó con la cabeza.
- Seguro que las autoridades han revisado tu archivo de coartadas y... Apartó la mirada, de
vuelta a la pared de roca que pasaba de largo.- Lo siento. -Hizo otra pausa-. Entonces...
¿entonces se escapará? Ponter hablaba fuerte, a pesar de la delicadeza del tema, para que
Hak detectara su voz por encima del traqueteo que los rodeaba. Mary percibía la furia, la
cólera en sus palabras.
Resopló y asintió lenta, tristemente.
- Probablemente. -Se detuvo-. Yo... no hablamos sobre esto, tú y yo. Tal vez estoy
presuponiendo demasiado. En este mundo, la violación se considera un crimen horrible, un
crimen terrible. No sé...
- Es lo mismo en mi mundo -dijo Ponter-. Unos cuantos animales lo hacen... los orangutanes,
por ejemplo.. Naturalmente, con los archivos de coartadas, pocos son lo bastante idiotas para
intentar una acción así, pero cuando se hace, se trata con dureza.
Guardaron silencio durante unos momentos. Ponter tenía el brazo derecho medio levantado,
como dispuesto a extender la mano y tocarla para intentar consolarla, pero bajó la mirada y,
con una expresión de sorpresa en el rostro, como si estuviera viendo un miembro extraño, la
bajó.
Pero entonces Mary extendió la mano y tocó su grueso antebrazo, amable, tímidamente. Y
entonces su mano se deslizó por la longitud de su brazo y encontró sus dedos, y la mano de él
se alzó otra vez, y los delicados dedos de ella se entrelazaron con los enormes dedos de él.
- Quería que comprendieras -dijo Mary-. Intimamos mucho mientras estuviste aquí.
Hablamos de todo tipo de cosas. Y, bueno, como decía, tú pensabas que nunca ibas a volver a
casa; pensabas que tendrías que iniciar una nueva vida aquí. -Hizo una pausa-.
Nunca presionaste, nunca te aprovechaste. Al final, creo, fuiste el único hombre en todo este
planeta con el que me sentía cómoda a solas, pero...
Ponter cerró amablemente sus dedos como salchichas.
- Era demasiado pronto -dijo Mary-. ¿No lo ves? Yo... sé que te gusto y... -Hizo una pausa. Las
comisuras de los ojos le picaban-. Lo siento. No me ha sucedido muchas veces, pero ha habido
ocasiones en que un hombre se ha interesado por mí, pero, bueno...
- Pero cuando ese hombre -dijo Ponter lentamente- no es como los otros hombres...
Mary negó con la cabeza y lo miró.- No, no. No fue por eso, no fue por el aspecto que tienes...
Ella lo vio envararse levemente bajo la luz parpadeante. No lo encontraba feo: ya no, ahora
no. Su cara le parecía amable y reflexiva y compasiva e inteligente y, sí, maldición, sí:
atractiva. Pero lo que ella había dicho había salido mal, y ahora, al intentar explicar sus
sentimientos para que él no se sintiera dolido, para que no se preguntara siempre por qué ella
había respondido como lo había hecho a su suave caricia cuando estaban contemplando las
estrellas, había acabado haciéndole daño.
- Quiero decir que no hay nada malo en tu aspecto -dijo Mary-. De hecho, te encuentro
bastante... -vaciló, aunque no por falta de convicción, sino más bien porque raras veces en su
vida había sido tan directa- guapo.
Ponter sonrió sin alegría.
- No lo soy, ¿sabes? Guapo, quiero decir. No según los baremos de mi gente.
- No me importa -dijo Mary de inmediato-. No me importa en absoluto. No me imagino que me
encuentres atractiva físicamente. Soy... -Bajó la voz-. Soy lo que llaman sosa, supongo. No se
vuelven muchas cabezas a mirarme, pero...
- Yo te encuentro muy atractiva -dijo Ponter.
- Si tuviéramos más tiempo... Si yo hubiera tenido más tiempo, ¿sabes?, para superarlo...

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-no, Mary estaba segura, eso no sucedería nunca-, las cosas... las cosas habrían sido
diferentes entre nosotros.
Se encogió un poco de hombros, indefensa.
- Eso es todo. Quería que lo supieras. Quería que comprendieras que me gustabas... que me
gustas.
Un pensamiento loco le pasó por la cabeza. Si las cosas hubieran sido en efecto diferentes, si
ella hubiera llegado a Sudbury intacta, en vez de rota por dentro, tal vez Ponter no correría tan
rápido para volver a su antigua vida, a su antiguo mundo. Tal vez...
No. No, eso era demasiado. Él tenía a Adikor. Tenía hijas.
Y, de todas formas, si las cosas hubieran sido diferentes, tal vez ella estuviera dispuesta a ir
con él a través del portal, hasta su mundo. Después de todo, no tenía a nadie y...
Pero las cosas no eran diferentes. Las cosas eran exactamente tal como eran.
El ascensor se estremeció al detenerse, y la sirena emitió su escandalosa llamada, indicando la
apertura de la puerta de la cabina.

45

De repente se produjo una conmoción considerable entre los gliksins. Al principio, Adikor no
supo qué estaba pasando, pero entonces advirtió que alguien entraba en la cámara,
descendiendo por la misma escalerilla que habían visto antes. Daba la espalda al ojo del robot:
presumiblemente, era un líder gliksin que venía a hacer una valoración de aquel extraño
invento, que (si el efecto se reflejaba en el otro lado) parecía sujeto a un cable que salía del
aire.
Los gliksins visibles en primer plano llamaban al recién llegado para que se acercara. Y lo hizo,
corriendo rápido. El robot se bamboleaba en el extremo de su cable, mientras Dern lo izaba
más y más, pero entonces Adikor captó en el monitor un atisbo de la cara de la persona que
acababa de llegar.
- ¡Sí! ¡Increíble, maravillosamente sí!
El corazón de Adikor redoblaba. ¡Era Ponter! Iba vestido con aquella extraña ropa de los
gliksin, y llevaba uno de aquellos caparazones amarillos de tortuga en la cabeza, pero no había
ninguna duda. ¡Ponter Boddit estaba vivo y bien!
- ¡Dern! -gritó Adikor-. ¡Alto! ¡Vuelve a bajar al robot!
La perspectiva de la cámara empezó a bajar en la pantalla. Jasmel jadeó y unió las manos,
llena de alegría. Adikor se secó las lágrimas de los ojos.
Ponter corrió hacia el robot. Ladeó la cabeza extrañamente, y Adikor tardó un instante en
advertir qué estaba haciendo: miraba el sello de contribución del fabricante en el armazón del
robot, para comprobar que era un artefacto de su propio mundo. Ponter miró luego a la
cámara del robot, sonriendo.
- Hola -dijo Ponter, la primera palabra entre toda aquella cacofonía que Adikor podía
entender-. ¡Hola, amigos míos! ¡Creí que os había perdido para siempre! ¿Quién está mirando
esto? Adikor, sin ninguna duda. ¡Cómo te he echado de menos!
Hizo una pausa, y entonces dos de los gliksins le hablaron: uno de los de piel clara y el hombre
de piel oscura que había estado sujetando al robot.
Ponter se volvió hacia la cámara.
- No estoy seguro de lo que se supone que tengo que hacer ahora. Veo el cable surgiendo del
aire, pero ¿es seguro que vuelva a cruzar? ¿Puedo... -su voz vaciló un momento-, puedo
volver a casa?
Adikor se volvió y miró a Dern, que había regresado a la sala de control. Dern se encogió de
hombros.
- El robot parece que volvió bien.
- No sabéis cuánto tiempo podréis mantener abierto el portal -dijo Jasmel-, ni si podréis
establecerlo de nuevo si se cierra. Mi padre debería volver ahora mismo.
Adikor asintió.
- Pero ¿cómo se lo hacemos saber?

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- Yo sé cómo -dijo Jasmel con decisión. Bajó los escalones hasta la sala de cálculo, luego corrió
hacia donde el cable desaparecía en el agujero en el aire. Jasmel colocó la mano en el cable,
luego la deslizó a lo largo de él hasta que las yemas de sus dedos y luego los dedos enteros y
luego la mano y después el brazo desaparecieron. Cuando todo hasta la altura del hombro se
perdió de vista, asomó la cabeza al otro lado, y simplemente gritó (Adikor y Dern pudieron
oírlo, pero únicamente procedente del altavoz del monitor; no hubo ningún sonido en la sala
de ordenadores):
- ¡Papá! ¡Vuelve a casa!
- ¡Jasmel, cariño! -gritó Ponter, alzando la cabeza-. Yo...
- ¡Ven ahora mismo! -insistió Jasmel-. No sabemos cuánto tiempo podremos mantener esto
abierto. Sigue el cable... usa esa escalerilla de allí para llegar hasta aquí arriba. El suelo de la
sala de cálculo cuántico está como media brazada por debajo de donde se encuentra mi
cabeza; no deberías tener ningún problema para encontrarlo.
Jasmel volvió a meter la cabeza en su lado y corrió hacia la sala de control.
Hubo un remolino de actividad visible en el monitor; resultaba claro que nadie estaba
preparado para eso. Dos hombres fueron a traer la escalerilla que Jasmel había señalado. Uno
de ellos le dio a Ponter un gran abrazo, que Ponter devolvió con entusiasmo. Parecía que los
gliksins no lo habían tratado mal...
Y ahora una mujer de pelo amarillo apareció junto a Ponter; no estaba allí antes y parecía
bastante cansada. Se puso de puntillas y apretó sus labios contra la mejilla de Ponter; él
sonrió ampliamente como respuesta.
El robot giró la cámara siguiendo las órdenes de Dern, y Adikor vio que el problema era más
difícil de lo que Jasmel había pensado. Sí, el cable salía de un agujero... pero ese agujero no
estaba cerca de ninguna de las paredes rocosas de la caverna. Más bien, estaba en mitad del
aire, a varios cuerpos por encima del suelo, y al menos igual de lejos de la pared más cercana.
No había nada contra lo que apoyar la escalerilla.
- ¿Podría trepar por el cable? -preguntó Adikor.
- Pesa más que el robot, estoy seguro. Podría aguantarlo, pero...
Pero si se rompía, Ponter caería al suelo de roca, y probablemente se partiría el cuello.
- ¿No podemos hacerle llegar un cable más fuerte? -preguntó Jasmel.
- Si tuviéramos un cable más fuerte -asintió Dern-. Pero no tengo ni idea de dónde conseguir
uno aquí; tendría que subir a mi taller de la superficie y eso requiere demasiado tiempo.
Pero los gliksins, por débiles que pudieran parecer, estaban llenos de recursos. Cuatro de ellos
sostenían ahora la base de la escalerilla, sujetándola con todas sus fuerzas. No estaba apoyada
contra nada, pero le gritaban a Ponter, al parecer instándolo a que intentara subir de todas
formas.
Ponter corrió hasta la escalerilla y estaba a punto de subir el primer peldaño, aunque no era
demasiado firme. De repente, la mujer de pelo amarillo corrió hacia él y le tocó el brazo.
Ponter se volvió, y su ceja se alzó en un gesto de sorpresa. Ella le puso algo en la otra mano y
se estiró para colocar de nuevo la cara contra la mejilla de Ponter. Él sonrió una vez más, y
luego empezó a subir por la escalerilla que los gliksins sujetaban.
La escalerilla se fue bamboleando más y más a medida que Ponter subía, y el corazón de
Adikor dio un vuelco cuando pareció que iba a caerse, pero más gliksins corrieron a ayudar, y
la escalerilla se enderezó de nuevo, y Ponter empezó a estirar la mano, tratando de agarrar el
cable que asomaba en el agujero en mitad del aire. La escalerilla osciló atrás, adelante, a la
izquierda, a la derecha, y Ponter intentó agarrar el cable, falló, lo intentó de nuevo, falló una
vez más, y entonces...
La caja de control de Dern dio una ligera sacudida hacia adelante.
¡Ponter tenía el cable!
Adikor, Jasmel y Dern corrieron a la sala de cálculo. Jasmel y Dern ocuparon posiciones justo
delante de la abertura, y Adikor, tratando de ver si había algo que pudiera hacer para ayudar,
se situó detrás de la abertura y...
Adikor jadeó.

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Vio la cabeza de Ponter surgir de la nada y, desde su ángulo, veía su cuello como si lo hubiera
cercenado una hoja enorme. Dern y Jasmel ya ayudaban a tirar de Ponter, pero Adikor sólo
miraba, aturdido, a medida que su amado iba apareciendo poco a poco a través del agujero
que abrazaba sus contornos... y el tajo que lo cortaba se abría paso por su cuerpo hacia abajo,
revelando secciones cruzadas a través de sus hombros; luego a través de su pecho con su
corazón palpitante y sus pulmones hinchados; ahora a través de sus tripas; ahora a través de
las piernas y...
¡Y pasó! ¡Todo él pasó!
Adikor corrió hacia Ponter y lo abrazó con fuerza, y Jasmel abrazó a su padre también.
Los tres rieron y lloraron, y finalmente, tras soltarse del abrazo, Adikor dijo:
- ¡Bienvenido! ¡Bienvenido! -Gracias -dijo Ponter, sonriendo de oreja a oreja.
Dern se había apartado amablemente unos pasos. Adikor reparó en él.
- Discúlpanos -dijo-. Ponter Boddit, éste es Dern Kord, un ingeniero que nos ha estado
ayudando.
- Día sano -le dijo Ponter a Dern. Y caminó hacia él y... -¡No! -gritó Dern.
Pero era demasiado tarde. Ponter tropezó con el cable tenso, y lo rompió en dos, y la parte
que se proyectaba en el mundo de los gliksin se perdió a través del portal, y el portal
deapareció con un relámpago azul eléctrico.
Los dos mundos quedaron separados una vez más.

46

Dern, sintiéndose claramente un cubo de viaje sin pasajero, tuvo la amabilidad de marcharse y
regresar a la superficie, dejando que la reunión familiar transcurriese en privado. Ponter,
Adikor y Jasmel se habían trasladado al pequeño comedor del laboratorio de cálculo cuántico.
- Creía que no volvería a veros -dijo Ponter, sonriéndole a Adikor, luego a Jasmel-. A ninguno.
- Nosotros pensamos lo mismo -respondió Adikor.
- ¿Estáis bien? ¿Todo el mundo está bien?
- Sí, estoy bien -dijo Adikor.
- ¿Y Megameg? ¿Cómo está la pequeña Megameg?
- Está bien -respondió Jasmel-. En realidad no ha comprendido todo lo que ha estado
sucediendo.
- Tengo muchas ganas de verla -dijo Ponter-. No me importa si faltan diecisiete días hasta que
Dos se conviertan en Uno. Mañana voy a ir al Centro y le daré un gran abrazo.
Jasmel sonrió.
- Eso le gustará, papá.
- ¿Y Pabo?
Adikor sonrió.
- Te ha echado muchísimo de menos. Sigue alzando la cabeza ante cada sonido, esperando
que seas tú que regresa.
- Ese dulce saco de huesos...
- Di, papá, ¿qué te ha dado esa hembra? -preguntó Jasmel.
- Oh -dijo Ponter-. Ni siquiera lo he mirado. Vamos a ver...
Ponter buscó en el bolsillo de su extraño pantalón y sacó un envoltorio de tejido blanco.
Lo abrió con cuidado. Dentro había una cadena de oro y, sujetas a ella, dos sencillas barras
perpendiculares de distinta longitud que se entrecruzaban a una tercera parte de la altura de la
más larga de las dos piezas.
- ¡Es precioso! -dijo Jasmel-. ¿Qué es?
Ponter alzó la ceja.
- Es el símbolo de una creencia que siguen algunos de ellos.
- ¿Quién era esa hembra? -preguntó Adikor.
- Mi amiga -dijo Ponter en voz baja-. Su nombre... bueno, sólo puedo decir su nombre:
«Mare.»
Adikor se echó a reír: «mare» era, naturalmente, la palabra en su idioma para «amada».

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- Sé que te dije que te buscaras una nueva mujer -dijo, en tono de broma-, pero no creía que
tuvieras que ir tan lejos para conocer a alguien que te soportara.
Ponter sonrió, pero fue una sonrisa forzada.
- Ella fue muy amable.
Adikor conocía a su compañero lo suficientemente bien para comprender que la historia que
había que contar llegaría a su debido tiempo. Sin embargo...
- Hablando de mujeres -dijo-. Yo, ah, he tenido algunos tratos con la mujercompañera de Klast
mientras tú estabas fuera.
- ¿Daklar? -preguntó Ponter-. ¿Cómo está?
- Lo cierto -dijo Adikor, mirando ahora a Jasmel- es que se ha hecho bastante famosa en tu
ausencia.
- ¿De verdad? Y ¿por qué?
- Por hacer una acusación de asesinato.
- ¡Asesinato! -exclamó Ponter-. ¿A quién han matado?
- A ti -dijo Adikor, muy serio.
Ponter se quedó boquiabierto.
- Desapareciste y Bolbay pensó...
- ¿Ella creyó que tú me habías asesinado? -declaró Ponter, incrédulo.
- Bueno, habías desaparecido, y la mina es tan profunda que el pabellón de archivos de
coartadas no podía captar ninguna señal de nuestros Acompañantes. Bolbay hizo que pareciera
el crimen perfecto.
- Increíble -dijo Ponter, sacudiendo la cabeza-. ¿Quién habló en tu favor?
- Yo lo hice -dijo Jasmel.
- ¡Buena chica! -exclamó Ponter, envolviéndola en otro abrazo. Habló por encima del hombro
de su hija-: Adikor, lamento que hayas tenido que pasar por eso.
- Yo también, pero... -se encogió de hombros-. Sin duda te enterarás pronto. Bolbay dijo que
me sentía inferior a ti; dijo que me sentía como un mero adjunto a tu trabajo.
- Tonterías -dijo Ponter, soltando a Jasmel-. No podría haber conseguido nada sin ti.
Adikor ladeó la cabeza.
- Es generoso por tu parte decirlo, pero... -hizo una pausa y entonces extendió los brazos, las
palmas hacia arriba-. Pero había verdad en sus palabras.
Ponter rodeó con su brazo los hombros de Adikor.
- Tal vez sea cierto que las teorías eran más mías que tuyas... pero fuiste tú quien diseñó y
construyó el ordenador cuántico, y es ese ordenador lo que nos ha abierto un mundo nuevo.
Tu contribución sobrepasa la mía cien veces por eso.
Adikor sonrió.
- Gracias.
- Entonces, ¿qué ocurrió? -dijo Ponter. Sonrió-. Tu voz no me parece más aguda, así que
supongo que no tuvo éxito.
- La verdad es que el caso se verá en un tribunal, a partir de mañana.
Ponter agitó la cabeza, asombrado.
- Bueno, obviamente tenemos que hacer que retiren la acusación -dijo.
Adikor sonrió.
- Si eres tan amable...

A la mañana siguiente, a la adjudicadora Sard se le unieron un arrugado varón y una aún más
arrugada hembra, cada uno sentado a un lado suyo. La cámara del Consejo Gris estaba repleta
de espectadores y unos diez exhibicionistas vestidos de plateado. Daklar Bolbay seguía vestida
de naranja, el color de la acusación. Pero hubo considerables susurros entre la multitud cuando
entró Adikor, pues en vez del azul de los acusados, llevaba una camisa bastante chillona con
un estampado de flores, y un pantalón verde claro. Se dirigió hacia el taburete que había
llegado a conocer tan bien.
- Sabio Huld -dijo la adjudicadora Sard-, tenemos tradiciones, y espero que las observe.

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Creo que ya sabrá la poca paciencia que tengo con malgastar el tiempo, así que no lo enviaré
a casa a cambiarse hoy, pero mañana espero que vista de azul.
- Por supuesto, adjudicadora -dijo Adikor-. Perdóneme. -Sard asintió.
- La investigación final de Adikor Huld del Borde de Saldak por el asesinato de Ponter Boddit
del mismo lugar comienza ahora. Presidiendo el tribunal tenemos a Farba Dond -el hombre
mayor asintió-, además de Kab Jodler, y yo misma, Komel Sard. La acusadora es Daklar
Bolbay, en nombre de la hija menor de su difunta mujercompañera, Megameg Bek.
Sard contempló la abarrotada sala, y un gesto de satisfacción arrugó su rostro: sabía con toda
certeza que ése era un caso del que se hablaría en incontables meses por venir.
- Comenzaremos con la declaración inicial de la acusadora. Daklar Bolbay, puede comenzar.
- Con el debido respeto, adjudicadora -dijo Adikor, poniéndose en pie-. Me estaba preguntando
si la persona que habla en mi favor podría presentar mi defensa primero.
- Sabio Huld -dijo Dond, bruscamente-, la adjudicadora Sard ya le ha advertido en contra de
ignorar las tradiciones. La acusadora siempre va primero y...
- Oh, eso lo entiendo -dijo Adikor-. Pero bueno, conozco el deseo de la adjudicadora Sard de
acelerar las cosas, y he pensado que esto podría ayudar.
Bolbay se puso en pie, quizás advirtiendo una oportunidad. Después de todo, si ella iba detrás
de la defensa, podría desmontarla durante su declaración inicial.
- Como acusadora, no tengo ningún inconveniente en que se presente la defensa primero.
- Gracias -dijo Adikor, haciendo una magnánima reverencia-. Ahora, si...
- ¡Sabio Huld! -exclamó Sard-. No es cuestión del acusado determinar el protocolo.
Continuaremos como dicta la tradición, con Daklar Bolbay hablando primero y...
- Yo sólo pensaba...
- ¡Silencio! -La cara de Sard se estaba poniendo roja-. No debería estar hablando. -Se volvió
hacia Jasmel.- Jasmel Ket, sólo tú deberás hablar en defensa del sabio Huld. Por favor,
asegúrate de que lo entiende.
Jasmel se levantó.
- Con gran respeto, digna adjudicadora, esta vez no voy a hablaren favor de Adikor.
Después de todo, usted misma sugirió que encontrara una defensa más adecuada.
Sard asintió, cortante.
- Me alegra ver que por lo menos alguna vez escucha. -Escrutó la multitud-. Muy bien.
¿Quién va a hablar en defensa de Adikor Huld?
Ponter Boddit, que se encontraba de pie tras las puertas de la cámara del Consejo, entró
entonces.
- Yo.
Algunos espectadores se quedaron boquiabiertos.
- Muy bien -dijo Sard, la cabeza gacha, preparándose para tomar nota-. ¿Y su nombre es?
- Boddit -dijo Ponter. Sard alzó la cabeza-. Ponter Boddit.
Ponter contempló la sala. Jasmel había estado conteniendo a Megameg, pero ahora dejó ir a su
hermana menor. Megameg cruzó corriendo la sala del Consejo y Ponter la alzó en volandas,
abrazándola.
- ¡Orden! -gritó Sard-. ¡Que haya orden!
Ponter sonreía de oreja a oreja. Una parte de él se había preocupado porque las autoridades
pudieran intentar mantener en secreto la existencia de la otra Tierra. Después de todo, fue
sólo en los últimos momentos que los doctores Montego y Singh impidieron que las
autoridades gliksin se lo llevaran, posiblemente para no ser visto nunca más. Pero en aquel
preciso instante, miles de personas estaban usando sus miradores en casa para ver qué
estaban viendo los exhibicionistas, y una sala llena de Acompañantes regulares transmitía
señales a los cubos de coartadas de sus propietarios. Todo el mundo, todo este mundo, pronto
oiría la verdad.
Bolbay se puso en pie.
- ¡Ponter!
- Tu ansiedad por vengarme es loable, querida Daklar -dijo él-, pero, como puedes ver, fue
prematura.

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- ¿Dónde has estado? -exigió saber Bolbay. A Adikor le pareció que estaba más furiosa que
aliviada.
- ¿Dónde he estado? -repitió Ponter, contemplando las ropas plateadas entre el público-. Debo
decir que me halaga que el trivial asunto del posible asesinato de un físico del montón haya
atraído a tantos exhibicionistas. Y, con todos ellos aquí y un centenar de otros Acompañantes
enviando señales al pabellón de archivos, me alegraré de explicarlo.
Escrutó los rostros, anchos, planos. Rostros con narices de tamaños adecuados, no aquellas
cosas respingonas que tenían los gliksins; rostros masculinos peludos y rostros femeninos
menos peludos; rostros con arcos ciliares prominentes y mandíbulas rectas; rostros guapos,
rostros hermosos, los rostros de su gente, sus amigos, su especie.
- Pero primero déjenme decir que no hay nada como el hogar.

47 Seis Días Después Viernes, 16 De Agosto (148/104/09)

Adikor y Ponter llegaron a la casa de Dern, el ingeniero de robótica. Dern los condujo al
interior, y luego apagó su mirador; Ponter vio que era fan de Lulasm.
- ¡Caballeros, caballeros! -dijo Dern-. Me alegro de veros. -Señaló la pantalla ahora en blanco
del mirador-. ¿Habéis visto la visita de Lulasm a la Academia de Economía esta mañana?
Ponter negó con la cabeza. Adikor hizo lo mismo.
- Vuestra amiga Sard ha dejado de ser adjudicadora. Al parecer, a sus colegas les pareció que
había sido un poco menos imparcial de lo natural, dada la forma en que salió tu juicio.
- ¿Un poco nada más? -dijo Adikor, asombrado-. Eso es quedarse corto.
- En cualquier caso -continuó Dern-, los Grises decidieron que haría una contribución más
significativa enseñando mediación avanzada a los 146.
- Probablemente no llamará la atención de ningún exhibicionista -dijo Ponter-, pero Daklar
Bolbay está recibiendo ayuda también. Terapia para manejar el dolor, la furia y todo eso.
Adikor sonrió.
- Le presenté a mi antiguo escultor de personalidad, y él la ha puesto en contacto con la gente
adecuada.
- Eso está bien -dijo Dern-. ¿Vas a exigir una disculpa pública por su parte?
Adikor negó con la cabeza.
- Ya he recuperado a Ponter -dijo simplemente-. No necesito más.
Dern sonrió y le dijo a uno de sus muchos robots domésticos que trajera bebidas.
- Os doy las gracias a ambos por venir -dijo, tendiéndose en un sofá alargado, cruzando los
pies, los dedos entrelazados tras la cabeza, su vientre redondo subiendo y bajando mientras
respiraba.
Ponter y Adikor se sentaron a horcajadas.
- Dijiste que tenías algo importante de lo que hablar -instó amablemente Ponter.
- Así es -respondió Dern, girando la cabeza para poder mirarlos-. Creo que tenemos que hallar
un medio para conseguir que el portal entre las dos versiones de la Tierra permanezca abierto
de manera permanente.
- Parecía estar abierto mientras había un objeto físico atravesándolo -dijo Ponter.
- Bueno, sí, en lapsos de tiempo breves -dijo Adikor-. En realidad no sabemos si puede ser
mantenido indefinidamente.
- Si puede, las posibilidades son asombrosas -dijo Ponter-. Turismo. Comercio.
Intercambio cultural y científico.
- Exactamente -replicó Dern-. Echad un vistazo a esto.
Puso los pies en el suelo y colocó un objeto sobre la pulida mesa de madera. Era un tubo
hueco, hecho de malla de alambre entretejido, un poco más largo que su dedo más largo y no
más grueso que el diámetro del más pequeño.
- Esto es un tubo de Derkers -dijo. Usó los extremos de dos dedos para tirar de la boca del
tubo, y la abertura se expandió y expandió, y la malla con su membrana elástica se estiró
haciéndose cada vez más grande, hasta tener la anchura de la mano abierta de Dern.
Le tendió el tubo a Ponter.

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- Intenta aplastarlo -dijo Dern.
Ponter sostuvo el tubo con una mano abierta y lo rodeó con la otra. Apretó entonces,
suavemente al principio y luego con todas sus fuerzas. El tubo no cedió.
- Es un tubo pequeño -explicó Dern-, pero en la mina tenemos algunos que se expanden hasta
tres brazadas de diámetro. Los usamos para asegurar los túneles cuando parece probable un
hundimiento. No podemos permitirnos perder esos robots mineros, después de todo.
- ¿Cómo funciona? -preguntó Ponter.
- La malla es en realidad una serie de segmentos articulados de metal, cada uno con extremos
dentados. Una vez que lo abres, la única manera de cerrarlo es usar herramientas y desmontar
los mecanismos de cierre uno a uno.
- ¿Entonces estás sugiriendo que deberíamos volver a abrir el portal al otro universo, y luego
colocar uno de estos... ¿cómo lo has llamado? ¿Un «tubo de Derker»? -dijo Ponter-. ¿Meter
uno de estos tubos de Derker por la abertura y expandirlo hasta su diámetro máximo?
- Eso es -contestó Dern-. Y entonces la gente podría pasar de este universo al otro.
- Ellos tendrían que construir una plataforma y escaleras al otro lado, para que lleve hasta el
tubo.
- Estoy seguro de que será fácil de hacer.
- ¿Y si el portal no se abre indefinidamente? -preguntó Adikor.
- No le recomiendo a nadie que se entretenga en el túnel -dijo Dern-, pero si el portal se
cerrara, simplemente cortaría el túnel, dividiéndolo en dos partes. O arrastraría al túnel por
completo a un lado o a otro.
- Hay cosas que tener en cuenta -dijo Ponter-. Me puse muy enfermo cuando llegué allí.
Al otro lado existen gérmenes contra los que no tenemos inmunidad.
Adikor asintió.
- Tendremos que ser cautos. No queremos que agentes patógenos pasen libremente de su
universo al nuestro, y los viajeros que vengan hacia aquí sin duda requerirán una serie de
inmunizaciones.
- Estoy seguro de que podría resolverse -dijo Dern-. Aunque no sé cuáles deberían ser
exactamente los procedimientos. Guardaron silencio un rato. Finalmente, Ponter habló.
- ¿Quién toma la decisión? -preguntó-. ¿Quién decide si deberíamos establecer contacto
permanente, o incluso reestablecer un contacto temporal, con el otro mundo?
- Estoy seguro de que no hay precedentes -dijo Adikor-. Dudo que nadie haya considerado
jamás la posibilidad de tender un puente hacia otra Tierra.
- Si no fuera por el peligro de los gérmenes, yo diría que debemos continuar y abrir el portal,
pero... -dijo Ponter.
Todos permanecieron en silencio, hasta que Adikor habló.
- ¿Son... son buena gente, Ponter? ¿Deberíamos entrar en contacto con ellos?
- Son diferentes, en muchos, muchos aspectos. Pero me mostraron mucha amabilidad.
Me trataron muy bien. -Hizo una pausa, luego asintió-. Sí, creo que deberíamos entrar en
contacto con ellos. -Muy bien, pues -dijo Adikor-. Supongo que el primer paso es hacer una
presentación ante el Gran Consejo Gris. Debemos trabajar en eso.
Ponter había pensado mucho en lo que Mare le dijo en el ascensor del observatorio de
neutrinos. Sí, él estaba interesado: ella había leído bien en él. Incluso a través de la barrera
entre las especies, incluso a través de las líneas temporales, algunas cosas estaban claras.
El corazón de Ponter latía con fuerza. Parecía que iba a volver a verla de nuevo.
¿Quién sabía qué saldría de ello?
Bueno, sólo había una manera de averiguarlo.
- Sí -dijo Ponter Boddit, sonriendo-. Pongámonos a trabajar.

•••

Normalmente, había que esperar hasta Septiembre para que Toronto fuera tan
abrumadoramente hermosa, con el cielo claro e inmaculado, la temperatura perfecta y el

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viento una suave caricia, el tipo de buen tiempo que le recordaba a Mary por qué creía en
Dios.
Pero todavía faltaban dos semanas para Septiembre, y naturalmente, cuando llegara el Día del
Trabajo, ese signo de puntación brusco y final que marcaba el final del verano, Mary tendría
que volver al trabajo, de vuelta a su antigua vida de profesora de genética, y a no tener a
nadie especial, y a comer demasiado. Pero por ahora, con el maravilloso clima, Toronto parecía
el cielo.
Cuando estaba en Ontario Norte, Mary había perdido unos cuantos de los kilos que
normalmente tenía, pero sabía que los recuperaría. Todas las dietas que había seguido le
recordaban el aceite Crisco: siempre volvía, excepto cuando te hacía falta una cucharada.
Naturalmente, no había seguido una dieta concertada. Simplemente, no había estado
comiendo como de costumbre. En parte por el nerviosismo del tiempo que pasó en Sudbury, el
tiempo que pasó con Ponter, por todas las cosas increíbles que habían ocurrido. Y en parte (la
parte que no había terminado, que nunca podría terminar) por las secuelas de la violación.
Mary había acordado ir a York ese día, Lunes, para tener una reunión del departamento, y así,
por primera vez desde aquella horrible noche (¿habían pasado de verdad diecisiete días?), tuvo
que pasar por el sitio del campus donde había tenido lugar el ataque, la pared de hormigón
contra la que la había apretujado el violador, la cabeza cubierta por un pasamontañas negro.
Pero, naturalmente, no había sido violada por culpa de la pared. Había sido por culpa de él,
aquel monstruo, y la sociedad enferma que lo había producido. Al caminar, pasó los dedos por
la pared, tratando de no romperse las uñas pintadas de rojo y, al hacerlo, se le ocurrió un
pensamiento loco. Recordó otra pared de hacía mucho tiempo, donde Colm y ella habían
marcado sus iniciales.
Era algo ridículo en una mujer de treinta y ocho años, pero tal vez debiera escribir MV+PB en
esa pared... aunque para hacerlo bien suponía que tendría que escribir MV más los símbolos en
el lenguaje de Ponter Boddit que representaban su nombre.
De todas formas, sonreiría entonces cada vez que viera la pared, en vez de sentirse disgustada
por ella. Cierto, sería una sonrisa triste, pues sabía que probablemente nunca lo volvería a ver.
Pero, con todo, sería un recuerdo de... amor, sí: un recuerdo de amor perdido era
infinitamente preferible al recuerdo de lo que había sucedido allí.
Mary continuó caminando, hacia delante, hacia el futuro.

Apéndice Una Guía Al Cómputo Del Tiempo Neanderthal

La Tierra tiene tres unidades naturales para medir el tiempo: el día (el tiempo que tarda la
Tierra en girar sobre su eje), el mes (el tiempo que tarda la Luna en orbitar la Tierra) y el año
(el tiempo que tarda la Tierra en orbitar el Sol).
Debido a nuestra economía agrícola, que se basa en la siembra y la cosecha cada estación,
damos más importancia al año... y corrompemos las auténticas medidas de las tres unidades
para que encajen en fracciones simples múltiplos unas de otras.
El año sideral auténtico (una órbita alrededor del Sol, relativo respecto a las estrellas fijas) es
de 365 días, 6 horas, 9 minutos y 9,54 segundos, pero consideramos que los años corrientes
tienen 365 días completos y los bisiestos 366.
El auténtico mes sinódico (un ciclo completo de fases lunares) es de 29 días, 12 horas, 44
minutos y 3 segundos, pero tenemos «meses» que oscilan entre los 28 y los 31 días.
Y el auténtico día sideral (una revolución completa de la Tierra, medida relativa a las estrellas
fijas) es de 23 horas, 56 minutos y 4,09 segundos, pero lo redondeamos a 24 horas.
Muchas de nuestras religiones manipularon el calendario para reservar el poder para el clero
(el secreto para calcular la fecha de la Pascua, por ejemplo, se guardó originalmente con gran
misterio).
Pero con una sociedad sin agricultura y sin ninguna religión, los Neanderthales no tienen
motivo alguno para llevar un seguimiento complejo del tiempo. A causa de la importancia de
su biología reproductora, nunca corrompen la longitud del mes sinódico (el tiempo entre lunas

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sucesivas). Naturalmente, cualquiera puede seguir el cómputo de esta unidad de tiempo
contemplando el cielo nocturno, de modo que es un sistema más igualitario que el nuestro.
La unidad de tiempo más pequeña y común Neanderthal es el latido, definido originalmente
como la duración de un latido en descanso, pero definido ahora formalmente como 1/'100000
de un día sideral.
El resto del cálculo del tiempo Neanderthal se basa en múltiplos decimales de las unidades
base. Aquí están las unidades estándar, en orden ascendente de duración, y su equivalente
aproximado en nuestras unidades.

latido 0,86 segundo


cienlatido 86 segundos
diadécimo 2,39 horas
día 1 día sideral
mes (todos de idéntica duración) 29 días 12 horas 44 minutos
diezmes 295,32 días
año 1 año sideral
cienmes 8,085 años siderales
generación 10 años (1 década)
milmes 80,853 años

(En líneas generales, podemos considerar un latido un segundo, un cienlatido un minuto, un


diezmes un año, un cienmes una década y un milmes un siglo.)

El mes

Los Neanderthales dividen el mes en cuartos (luna nueva, cuarto creciente, luna llena, cuarto
menguante), y en grupos específicos basados en los ciclos menstruales.

Día Evento
1 Luna Nueva
1-5 menstruación pico
8 Cuarto Creciente (primer cuarto)
10-17 embarazo posible
15 Luna Llena
15 ovulación pico
22 Cuaro Menguante (último cuarto)
25-29 "Últimos Cinco"

Generaciones

Las generaciones nacen cada diez años. Las fechas de los calendarios se designan con tres
números: el número de la generación, el mes dentro de esa generación y el día dentro de ese
mes: 148/103/28 es el vigésimo octavo día (cuando la Luna es una mera rendija, y está a
punto de desaparecer) del mes centésimo tercero (a principios del octavo año) después del
primer nacimiento establecido de la generación 148 desde la fundación del calendario
Neanderthal moderno (acaecido en lo que nosotros llamamos año 523 después de Cristo).

Generación Año Edad actual Miembros Miembros


Comienzo (años)
Anno Domini
148 1994 8 Megameg Bek, Dad
147 1984 18 Jasmel Ket
146 1974 28

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145 1964 38 Ponter, Adikor, Daklar Bolbay
144 1954 48
143 1944 58 Dadbalb (mantenedora de archivos)
142 1934 68 Sard (adjudicadora)
141 1924 78

La Era del Acompañante comenzó cuando Lonwis Trob introdujo los implantes a finales de la
generación 140, en el año que nosotros llamamos 1923.

Bibliografía

Además de hablar directamente con los expertos en el hombre de Neanderthal


mencionados en los agradecimientos, también consulté centenares de libros,
revistas y artículos, y páginas web. Para aquellos que puedan estar interesados en
seguir las ideas exploradas en esta novela, ofrezco la lista de algunos libros que me
parecieron particularmente estimulantes:

Paleoantropología General

KLEIN, Richard G., The Human Career: Human Biological and Cultural Origins, 2ª edición,
Chicago, University of Chicago Press, 1999.
LIEBERMAN, Philip, Eve Spoke: Human Language and Human Evolution, Nueva York, W.W.
Norton, 1998.
POTTS, Rick, Humanity's Descent: The Consequences of Ecological Instability, Nueva York,
Avon, 1996.
TATTERSALL, Ian, Becoming Human: Evolution and Human Uniqueness, Nueva York, Harvest
Book (Harcourt Brace), 1999.
- The Fossil Trail: How We Know What We Think We Know about Human Evolution,
Nueva York, Oxford University Press, 1995.
y Jeffrey SCHWARTZ, Extinct Humans, Boulder, Colorado, Westview Press, 2000.
WOLPOFF, Milford H., Paleoanthropology, 2ª edición, Nueva York, Mc Graw Hill, 1999.
y Rachel CASPARI, Race and Human Evolution, Boulder, Colorado, Westview Press, 1997.

Neanderthales

JORDAN, Paul, Neanderthal: Neanderthal Man and the Story of Human Origins,
Gloucestershire, Sutton Publishing, 1999.
MELLARS, Paul, The Neanderthal Legacy: An Archaeological Perspective from Western Europe,
Princeton, Nueva Jersey, Princeton University Press, 1996.
PALMER, Douglas, Neanderthal, Londres, Channel 4 Books (Mac Millan), 2000.
SHREEVE, James, The Neanderthal Enigma: Solving the Mistery of Modern Human Origins,
Nueva York, William Morrow, 1995.
STRINGER, Christopher y Clive Gamble, In Search of the Neanderthals: Solving the Puzzle of
Human Origins, Nueva York, Thames and Hudson, 1993.
TATTERSALL, Ian, The Last Neanderthal The Rise, Success, and Mysterious Extinction of Our
Closest Human Relatives, Nueva York, Mac Millan, 1995.
TRINKAUS, Erik y Pat SHIPMAN, The Neanderthals: Changing the Image of Mankind, Nueva
York, Alfred A. Knopf, 1993.Psicología Evolutiva y Primatología
BOYD, Neil, The Beast Within: Why Men Are Violent, Vancouver, Columbia
Británica, Greystone Books (Douglas & McIntyre), 2000.
BROWNE, Kingsley, Divided Labours:An Evolutionary View of WomenatWork,serie «Darwinism
Today»,New Haven, Connecticut, Yale University Press, 1998.
DE WALL, Frans y Frans LANTING, Bonobo: The Forgotten Ape, Berkeley, University of
California Press, 1997.

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DIAMOND, Jared, The Third Chimpanzee: The Evolution and Future of the Human Animal,
Nueva York, Harper Perennial (Harper Collins), 1992.
FOUTS, Roger, con Stephen TUKEL MILLS, Next of Kin: What Chimpanzees Have Taught Me
About Who We Are, Nueva York, Morrow, 1997.
GHIGLIERI, Michael P., The Dark Side of Man: Tracing the Origins of Mate Violente, Reading,
Massachusetts, Perseus Books, 1999.
JOLLY, Alison, Lucy' s Legacy: Sex and Intelligence in Human Evolution, Cambridge,
Massachusetts, Harvard University Press, 1999.
MITHEN, Steven, The Prehistory of Mind: The Cognitive Origins of Art and Science, Nueva
York, Thames and Hudson, 1996.
RUSSELL, Robert Jay, The Lemur's Legacy: The Evolution of Power, Sex,and Love, Nueva York,
A Jeremy P. Tarcher/Putnam Book, 1993.
THORNHILL, Randy y Craig T. PALMER, A Natural History of Rape: Biological Bases of Sexual
Coercion, Cambridge, Massachusetts, MIT Press, 2000.
WRANGHAM, Richard y Dale PETERSON, Demonic Males: Apes and the Origins of Human
Violence, Nueva York, Mariner Books (Houghton Mifflin), 1996.
WRIGHT, Robert, The Moral Animal: The New Science of Evolutionary Psychology, Nueva York,
Pantheon Books, 1994.

Sociedades Agrícolas frente a CazadorasRecolectoras

BRODY, Hugh, The Other Side of Eden: Hunters, Farmers and the Shaping of the World,
Vancouver, Columbia Británica, Douglas & Mc Intyre, 2000.
DIAMOND, Jared, Guns, Germs, and Steel: The Fates of Human Societies, Nueva York, W.W.
Norton, 1997.
STANFORD, Craig B., The Hunting Apes: Meat Eating and the Origins of Human Bchaviour,
Princeton, Nueva Jersey, Princeton University Press, 1999.
TUDGE, Colin, Neanderthals, Bandits & Farmers: How Agriculture Really Began, serie
«Darwinism Today» New Haven, Yale University Press, Connecticut, 1998.
WRIGHT, Robert, Nonzero: The Logic of Human Destiny, Nueva York, Pantheon Books
(Random House), 2000.

Humanos

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Prólogo

- He hecho una cosa terrible -dijo Ponter Boddit, sentado a horcajadas en el despacho de
Jurard Selgan.
Selgan era miembro de la generación 144, diez años mayor que Ponter. La raya de su pelo gris
se había ensanchado hasta formar un profundo río de cuero cabelludo que desembocaba en la
baja frente sobre su ceño.
- Continúe.
- Me pareció que no tenía otra opción -dijo Ponter, la cabeza gacha, su propio arco ciliar
protegiéndolo de tener que mirar a los ojos esmeralda de Selgan-. Me pareció que tenía que
hacerlo, pero...
- ¿Pero ahora lo lamenta?
Ponter guardó silencio, contemplando el suelo cubierto de yedra de la habitación.
- Yo... no estoy seguro.
- ¿Lo haría otra vez, si tuviera ocasión?
Ponter bufó, burlón.
- ¿Qué tiene tanta gracia? -preguntó Selgan, con más curiosidad que irritación.
Ponter alzó la cabeza.
- Creía que sólo los físicos como yo se enzarzan en acertijos mentales.
Selgan sonrió.
- No somos tan diferentes, usted y yo. Ambos pretendemos buscar la verdad, resolver
misterios.
- Supongo -dijo Ponter. Miró la pared de madera suavemente curvada de la habitación
cilíndrica.
- No ha respondido a mi pregunta -dijo Selgan-. ¿Lo haría de nuevo si pudiera?
Ponter guardó silencio un momento, y Selgan lo dejó callar, lo dejó considerar su respuesta.
- No lo sé -dijo Ponter por fin.
- ¿No lo sabe? ¿O es que, simplemente, no desea decirlo? -Una vez más, Ponter guardó
silencio-. Quiero ayudarle. -Selgan se movió en la silla, sentado a horcajadas-. Ése es mi único
objetivo. No le juzgaré.
Ponter volvió a reírse, pero esta vez fue una risa triste.
- Ésa es la cuestión, ¿no? Nadie nos juzga.
Selgan frunció el ceño.
- ¿Qué quiere decir?
- Quiero decir que, en ese otro mundo... en esa otra Tierra, creen que hay un... bueno,
nosotros no tenemos palabras para expresarlo, pero ellos lo llaman Dios. Un ser supremo e
incorpóreo que creó el universo.
Selgan sacudió la cabeza.
- ¿Cómo puede el universo haber tenido un creador? Para que algo sea creado, tiene que tener
un principio. Y el universo no lo tuvo. Ha existido siempre.
- Usted lo sabe. Yo lo sé -dijo Ponter-. Pero ellos no lo saben. Piensan que el universo tiene
solamente... bueno, dijeron que tenía solamente doce mil millones de años; ciento cincuenta
mil millones de meses o así.
- Entonces, ¿qué había antes de eso?
Ponter frunció el ceño, recordando sus conversaciones con la física gliksin Louise Benoit...
¡cómo deseaba ser capaz de pronunciar sus nombres correctamente!
- Ellos dicen que no había tiempo, antes, que el tiempo empezó cuando fue creado el universo.
- Qué idea tan sorprendente.
- Así es -coincidió Ponter-. Pero si ellos aceptaran que el universo ha existido siempre, no
habría sitio para ese Dios suyo.
- Su hombrecompañero es físico, ¿verdad? -preguntó Selgan.
- Adikor Huld -dijo Ponter, nombrándolo-. Sí.

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- Bueno, estoy seguro de que habla a menudo de física con Adikor. A mí me interesan más
otras cosas. Mencionó usted a ese... a ese «Dios» en conexión con el concepto de juicio.
Hábleme más de eso.
Ponter guardó silencio unos instantes, intentando decidir cómo plantear el concepto.
- Parece que la mayoría de ellos, de esos otros humanos, creen en lo que llaman «la otra
vida»... una existencia posterior a la muerte.
- Pero eso es ridículo -dijo Selgan-. Es una contradicción de términos.
- Oh, sí -contestó Ponter, sonriendo- Pero esas cosas son comunes en su pensamiento, tan
comunes que les dan un nombre especial, como si nombrarlas resolviera la paradoja. No
puedo pronunciarla tal como ellos lo hacen: es algo parecido a oxímoron.
Selgan sonrió.
- Me encantaría tratar a uno de ellos, aprender cómo funciona una mente así. -Hizo una
pausa-. Esta existencia que sigue a la muerte, ¿cómo creen que es?
- Eso es lo más interesante -dijo Ponter-. Puede tomar una de dos formas, dependiendo de
cómo te comportaste en vida. Si has llevado una vida virtuosa, entonces se te recompensa con
una existencia en la otra vida enormemente agradable. Pero si tu vida (o incluso una sola
acción durante ella) ha sido malvada, entonces la existencia siguiente es de tormento.
- ¿y quién decide? -dijo Selgan-. Oh, espere. Ya lo veo. Ese Dios decide, ¿verdad?
- Sí. Eso creen ellos.
- Pero ¿por qué? ¿Por qué creen en algo tan ridículo?
Ponter alzó levemente los hombros.
- Supuestos relatos históricos de aquellos que se han comunicado con ese Dios.
- ¿Relatos históricos? -dijo Selgan-. ¿Se comunica actualmente alguien con ese Dios?
- Eso dicen algunos. Pero me parece que no tiene ningún fundamento.
- y ese Dios, ¿actúa como juez de cada individuo?
- Supuestamente.
- Pero hay 185 millones de personas en el mundo, con muchos miles de muertos cada día.
- Eso, en este mundo. En el otro mundo, hay más de seis mil millones de habitantes.
- ¡Seis mil millones! -Selgan sacudió la cabeza-. ¿Y a cada uno se le asigna, de algún modo,
tras la muerte, una de esas dos posibles existencias posteriores que ha mencionado?
- Sí. Son juzgados.
Ponter vio que Selgan hacía una mueca. El escultor de personalidad (estaba claramente
intrigado por los detalles de la creencia gliksin, pero su verdadero interés eran los
pensamientos de Ponter.
- «Juzgados» -repitió, como si la palabra fuera un trozo de carne que mereciera saborear.
- Sí, juzgados. ¿No lo ve? Ellos no tienen implantes Acompañantes. No tienen archivos de
coartadas. No llevan registros perfectos de toda acción que emprenden en sus vidas. No tienen
nada de eso, porque no lo creen necesario. Piensan que ese Dios los vigila y lo ve todo, y que
incluso los protege. Y piensan que es imposible escapar al castigo de un acto maligno.
- ¿y dijo usted que había cometido un acto terrible?
Ponter miró por la ventana, contemplando su mundo.
- Sí.
- ¿Allí? ¿En el otro mundo?
- Sí.
- ¿Y no acepta la existencia de ese Dios suyo?
Ponter gruñó con desdén.- Por supuesto que no.
- ¿y por eso cree que nunca será juzgado por esa cosa mala que piensa que hizo?
- Exactamente. No diré que sea el crimen perfecto. Pero "no hay ningún motivo para que las
sospechas recaigan nunca sobre mí en ese mundo, y ningún motivo para que nadie de aquí
tenga nunca causa para exigir ver esa porción de mi archivo de coartadas.
- Dijo que era un crimen. ¿Un crimen según los baremos de ese otro mundo en el que estuvo?
- Oh,sí.
- ¿y nosotros lo habríamos considerado un crimen, si lo hubiera cometido aquí?
Ponter asintió.

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- ¿Qué hizo?
- Yo ... me avergüenza decirlo.
- Ya le he dicho que no le juzgaré.
Ponter se puso bruscamente en pie.
- ¡De eso se trata -gritó. Nadie me juzgará: ni aquí, ni allí. He cometido un crimen. Me gustó
cometer ese crimen y, sí, siguiendo su experimento mental, lo volvería a hacer si tuviera la
oportunidad de revivirlo.
Selgan no dijo nada durante un rato, esperando al parecer que Ponter se calmara.
- Puedo ayudarle, Ponter, si me deja. Pero tiene que hablar conmigo. Tiene que decirme qué
sucedió. ¿Por qué cometió ese crimen? ¿Qué le llevó a hacerlo?
Ponter se sentó, pasando las piernas por la silla de horcajadas.
- Comenzó en mi primer viaje a la otra Tierra -dijo-. Allí conocí a una mujer llamada Mare
Vaughan...

Era la última tarde de Mary Vaughan en Sudbury, y estaba experimentando sentimientos


claramente encontrados.
No tenía ninguna duda de que marcharse de Toronto le había hecho bien. Después de lo
sucedido allí («Dios mío -pensó-, ¿fue sólo hace dos semanas?»), salir de la ciudad, escapar de
todas las cosas que le habrían recordado aquella horrible noche fue el mejor curso de acción. Y
aunque había terminado con una nota melancólica, no habría cambiado por nada del mundo el
tiempo pasado con Ponter Boddit.
Había algo surrealista en sus recuerdos; ¡era todo tan fantástico! y sin embargo había
incontables fotografías y videos, e incluso algunas radiografías, que demostraban que había
sucedido de verdad. Un neanderthal moderno de una versión paralela de la Tierra había
llegado de algún modo a este universo. Ahora que se había marchado, la propia Mary apenas
se lo creía.
Pero había sucedido. Ponter había estado allí de verdad, y ella de hecho había...
¿Estaba exagerando? ¿Exagerándolo mentalmente? No. Eso era lo que había ocurrido.
Había llegado a querer a Ponter, tal vez incluso a enamorarse de él. Si al menos se hubiera
sentido entera, completa, inviolada, sin traumas, tal vez las cosas hubiesen sido diferentes.
Oh, se hubiese enamorado igualmente del grandullón (de eso estaba segura), pero cuando él
le tendió la mano y tocó la suya aquella noche que contemplaban las estrellas, ella no se
habría quedado petrificada.
Era demasiado pronto, le dijo al día siguiente. Hacía demasiado poco que...
Odiaba la palabra; odiaba pensarla, decirla.
Hacía demasiado poco de la violación.
Y al día siguiente tenía que regresar a casa, de vuelta al lugar donde había sucedido, de vuelta
al campus de la Universidad de York en Toronto y a su antigua vida como profesora de
genética.
Su antigua vida de soledad.
Echaría de menos muchas cosas de Sudbury. Echaría de menos la ausencia de atascos de
tráfico. Echaría de menos a los amigos que había hecho, incluido a Reuben Montego y, sí,
incluso a Louise Benoit. Echaría de menos la atmósfera relajada de la diminuta Universidad
Laurentian, donde había realizado los estudios de ADN mitocondrial que habían demostrado
que Ponter Boddit era en efecto un neanderthal.
Pero, sobre todo, advirtió, mientras contemplaba desde el borde de la carretera el claro cielo
nocturno, echaría de menos esto. Echaría de menos ver las estrellas con tal profusión que
resultaba imposible contarlas. Echaría de menos ver la galaxia de Andrómeda, que Ponter
había identificado para ella. Echaría de menos ver la Vía Láctea extendiéndose por el cielo.
y...
¡Sí!
¡Sí!

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Echaría de menos especialmente la aurora boreal, fluctuando y agitándose en el cielo del
Norte, hojas de luz verde pálido, cortinas espectrales.
Mary esperaba poder ver de nuevo la aurora aquella noche. Volvía de casa de Reuben
Montego, en Lively (¡ja!), donde había celebrado una última barbacoa con él y Louise, y había
aparcado a un lado de la carretera únicamente para contemplar el cielo nocturno.
Los cielos cooperaban. La aurora era sobrecogedora. Siempre asociaría las luces del Norte con
Ponter. La otra única ocasión en que las había visto, él la acompañaba. Sintió una extraña
sensación en el pecho, de expansión mezclada con asombro, de contracción asociada a la
tristeza.
Las luces eran preciosas. Él se había ido.
Un frío brillo verde bañaba el paisaje mientras la aurora continuaba fluctuando y bailando; los
álamos y abedules se recortaban contra el espectáculo, sus ramas agitándose levemente con
la suave brisa de Agosto.
Ponter había dicho que veía a menudo la aurora. En parte eso era debido a que su pueblo,
adaptado al frío, prefería latitudes más septentrionales que los humanos de este mundo.
En parte, también, debido a que el fenomenal sentido del olfato de los neanderthales y sus
siempre vigilantes implantes Acompañantes hacían que fuese seguro estar al raso incluso en la
oscuridad; Saldak, la ciudad natal de Ponter, localizada en su mundo en el mismo lugar que
Sudbury en éste, no iluminaba sus calles de noche.
Y en parte porque los neanderthales usaban energía solar limpia para cubrir la mayoría de sus
necesidades energéticas, lo que hacía que sus cielos estuviesen mucho menos contaminados
que éstos.
Mary había llegado a sus treinta y cinco años actuales sin haber visto la aurora, y no esperaba
tener ningún motivo para regresar a Ontario Norte, así que esta noche, lo sabía, bien podría
ser la última que viera las ondulantes luces del Norte.
Se regodeó en la visión .
Algunas cosas eran iguales en ambas versiones de la Tierra, según había dicho Ponter: los
detalles generales de la geografía, la mayoría de las especies de plantas y animales (aunque
los neanderthales nunca se habían dedicado a matar en exceso, y todavía tenían mamuts y
dinornis en su mundo); las características generales del clima. Pero Mary era científica:
comprendía la teoría del caos, cómo el aleteo de una mariposa bastaba para influir en los
sistemas climáticos a medio mundo de distancia. Sin duda, el que hubiera un cielo despejado
aquí, en esta Tierra, no significaba que se cumpliera lo mismo en el mundo de Ponter.
Pero si el clima coincidía, tal vez Ponter estuviera contemplando también el cielo nocturno
ahora.
Y tal vez estuviera pensando en Mary.
Ponter estaría, naturalmente, viendo exactamente las mismas constelaciones, aunque les
dieran nombres distintos: nada terrestre podría haber perturbado las lejanas estrellas. Pero
¿sería igual la aurora? ¿Tenían las mariposas o las personas algún efecto sobre la coreografía
de las luces del Norte? Tal vez Ponter y ella estaban mirando el mismo espectáculo exacto:
una cortina de luz que se agitaba adelante y atrás, las siete brillantes estrellas de la Osa Mayor
o, como él la llamaba, La Cabeza del Mamut extendiéndose en las alturas.
Él podría incluso estar viendo el mismo titilar a la derecha, el mismo titilar a la izquierda, el
mismo...
Jesus.
Mary se quedó boquiabierta.
La cortina boreal se estaba partiendo por la mitad, como un papel de seda color aguamarina
rasgado por una mano invisible. La fisura se hizo mas larga, más ancha, comenzando desde lo
alto y avanzando hacia el horizonte. Mary no había visto nada parecido la primera noche que
contempló las luces del Norte.
La cortina finalmente se separó en dos mitades, abriéndose como el mar Rojo ante Moisés.
Unas cuantas... parecían chispas, pero ¿lo eran? Unas cuantas chispas saltaron entre ambas
mitades, sorteando la abertura. Y entonces la mitad de la derecha pareció enrollarse desde

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abajo, como una persiana que sube, y, al hacerlo, cambió de colores, ahora verde, ahora azul,
ahora violeta, ahora naranja, ahora turquesa.
Luego, en un destello (un estallido espectral de luz), esa parte de la aurora desapareció.
La capa de luz restante giraba como si estuviera siendo absorbida por un desagüe en el
firmamento. A medida que giraba, más y más rápidamente, desprendía brotes de frío fuego
verde, una rueda de fuegos artificiales contra la noche.
Mary lo contempló todo, transfigurada. Aunque ésta fuera solamente la segunda vez que
observaba la aurora, había visto incontables imágenes de las luces del Norte en libros y
revistas. Sabía que aquellas imágenes fijas no hacían justicia al espectáculo; había leído cómo
la aurora ondulaba y se agitaba.
Pero nada la había preparado para esto.
El vórtice continuó contrayéndose, haciéndose más brillante, hasta que por fin, con (¿lo había
oído de verdad?) lo que sonó como un pop, desapareció.
Mary retrocedió tambaleándose, y chocó contra el frío metal de su Dodge Neon alquilado. De
repente fue consciente de que los bosques que la rodeaban, insectos y ranas, búhos y
murciélagos, habían guardado silencio, como si todos los seres vivos miraran asombrados al
cielo.
El corazón de Mary redoblaba, y un pensamiento se repetía en su cabeza mientras volvía a la
seguridad del coche: «Me pregunto si se supone que debe hacer eso... »

Jurard Selgan se levantó de su silla de horcajadas y recorrió en redondo su oficina circular


mientras Ponter Boddit le hablaba de su primer viaje al mundo gliksin.
- ¿Así que su relación con Mare Vaughan terminó con una nota insatisfactoria? -preguntó
Selgan, regresando por fin a su asiento.
Ponter asintió.
- Las relaciones a menudo no se resuelven -dijo Selgan.
Sería bonito que no fuera el caso, pero sin duda no será la primera vez que una relación suya
haya terminado de manera decepcionante.
- No, no lo ha sido -dijo Ponter, en voz muy baja.
- Está pensando en una persona en concreto, ¿verdad? -dijo Selgan-. Cuénteme.
- Mi mujercompañera, Klast Harbin.
- Ah. Su relación con ella terminó, ¿no? ¿Quién inició la separación?
- No la inició nadie -replicó Ponter-. Klast murió, hace veinte meses.
- Oh. Mis condolencias. Era... ¿era una mujer mayor?
- No. Era una 145, igual que yo.
Selgan alzó la ceja en su ceño... ¿Fue un accidente?
Fue cáncer de la sangre.
- Ah -dijo Selgan-. Una tragedia. Pero...
- No lo diga. -El tono de Ponter era brusco.
- ¿Qué no diga qué? -preguntó el escultor de personalidad.
- Lo que estaba a punto de decir
- ¿Y qué cree que era?
- Que mi relación con Klast se cortó bruscamente, igual que mi relación con Mare.
- ¿Es así como lo siente? -preguntó Selgan.
- Sabía que no tendría que haber venido -dijo Ponter-. Los escultores de personalidad piensan
que sus reflexiones son tan profundas... Pero no lo son: son simplistas, «Relación Verde que
termina bruscamente, y te lo recuerda la manera en que termina la Relación Roja.»
Ponter hizo una mueca de desdén.
Selgan permaneció en silencio durante varios latidos, tal vez esperando a ver si Ponter decía
algo más por voluntad propia. Cuando quedó claro que no lo haría, Selgan habló de nuevo.
- Pero usted presionó para que el portal entre este mundo y el mundo de Mare volviera a
abrirse.

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Dejó que la frase colgara en el aire entre ellos durante un tiempo, y Ponter finalmente
respondió.
- ¿y cree que por eso presioné? -dijo Ponter-. ¿Que no me importaban las consecuencias para
este mundo? ¿ Que lo único que me preocupaba era resolver esta relación inacabada?
- Dígamelo usted -dijo Selgan, amablemente.
- No fue así. Oh, cierto, hay una similitud superficial entre lo que me pasó con Klast y lo que
me pasó con Mare. Pero soy un científico. -Dirigió a Selgan una furiosa mirada de sus ojos
dorados- Un verdadero científico. Sé cuándo hay auténtica simetría, y aquí no la hay, y sé
cuándo un parecido es falso.
- Pero usted presionó al Gran Consejo Gris. Lo vi en mi mirador, junto con miles de personas
más.
- Bueno, sí, pero...
- ¿Pero qué? ¿En qué estaba pensando entonces? ¿ Qué intentaba conseguir?
- Nada... excepto lo que fuera mejor para todo nuestro pueblo
- ¿Está seguro de eso?
- ¡Claro que estoy seguro!
Selgan guardó silencio, dejando que Ponter escuchara sus propias palabras resonar en la pared
de madera pulida.

Ponter Boddit tenía que admitir que nada de lo que había experimentado (probablemente,
nada de lo que ninguna otra persona hubiera experimentado jamás) había sido más aterrador
que ser trasportado corporalmente de este mundo a aquel otro mundo extraño, donde llegó en
medio de una oscuridad absoluta y casi se ahogó en un gigantesco tanque de agua.
Pero, a pesar de todo, de todas las cosas que sucedían en este mundo, en este universo, pocas
podían compararse al puro terror de dirigirse al Gran Consejo Gris. Después de todo, no se
trataba sólo del Consejo Gris local; el Gran Consejo Gris dirigía el planeta, y sus miembros se
habían trasladado allí, a Saldak, con el fin concreto de ver a Ponter y Adikor y el ordenador
cuántico que habían usado dos veces para abrir un portal a otra realidad.
El Gran Consejo Gris estaba formado por individuos veinte años mayores que Ponter, de por lo
menos la generación 143. La sabiduría, la experiencia, y, sí, cuando se les antojaba, la
testarudez de gente tan mayor era formidable.
Ponter podría haber dejado correr el asunto. Nadie presionaba para que Adikor y él volvieran a
abrir el portal al otro mundo. De hecho, excepto tal vez el grupo femenino de Evsoy, nadie se
lo hubiese reprochado si Ponter y Adikor hubieran dicho, simplemente, que la apertura del
portal había sido una casualidad irreproducible.
Pero la posibilidad de comerciar entre dos clases de humanidad era demasiado importante
para que Ponter la ignorara. Sin duda podría intercambiarse información: lo que la gente de
Ponter sabía sobre superconductores, por ejemplo, a cambio de lo que los gliksins sabían de
naves espaciales. Pero, además, podían intercambiar cultura: el arte de este mundo por el arte
de aquel mundo, una epopeya iterativa dibalat, tal vez, a cambio de una obra de ese
Shakespeare del que había oído hablar allí; esculturas del gran Kaydas a cambio de la obra de
un pintor gliksin.
Ponter se dijo que estos nobles pensamientos eran su única motivación. No tenía nada
personal que ganar abriendo de nuevo el portal. Sí, estaba Mare. Sin embargo, era indudable
que Mare no estaba realmente interesada en un ser tan distinto a ella, una criatura velluda
donde los machos de su especie eran lampiños, tan fornida cuando la mayoría de gliksins era
grácil, un ser con un arco ciliar doble que ondulaba sobre sus ojos, ojos que eran dorados en
vez de azules como los de Mare o del marrón oscuro de tantos otros de su especie.
Ponter no tenía ninguna duda de que Mare había sufrido realmente del que había hablado,
pero ésa debía de ser sólo la más destacada de muchas razones por las que había rechazado
sus avances.
Pero no.
No era así.

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Había habido una atracción real y mutua. Por encima de líneas temporales, a través de
fronteras entre especies, había sido real. Estaba seguro.
Pero ¿irían mejor las cosas entre ambos si se reanudaba el contacto? Atesoraba sus hermosos
y maravillosos recuerdos del tiempo que había pasado con ella: y eran sólo recuerdos, pues su
implante Acompañante había sido incapaz de transmitir nada a su archivo de coartadas desde
el otro lado. Mare existía sólo en su imaginación, en sus pensamientos y sueños; no había
ninguna realidad objetiva con la que compararla, excepto los breves atisbos captados por el
robot que Adikor había hecho pasar por el portal para atraer a Ponter a casa.
Sin duda era mejor así. Nuevos contactos estropearían lo que ya habían tenido.
Y sin embargo...

Y sin embargo, parecía que el portal podía volver a abrirse.


De pie en la pequeña antesala, Ponter miró a Adikor Huld, su hombrecompañero. Adikor
asintió, animándolo. Era hora de entrar en la cámara del Consejo. Ponter tomó el tubo de
Derkers sin expandir que había traído consigo, y los dos hombres atravesaron las enormes
puertas dispuestos a enfrentarse a los Grandes Grises.
- La presencia aquí del sabio Boddit -dijo Adikor Huld, señalando a Ponter- es prueba
indiscutible de que una persona puede pasar al otro universo y regresar ilesa.
Ponter miró a los veinte Grises, diez varones y diez hembras, dos de cada uno de los diez
gobiernos regionales del mundo. En algunos foros, los varones se sentaban a un lado de la
sala y las hembras al otro. Pero el Gran Consejo Gris se ocupaba de asuntos que afectaban a
la especie entera, y los varones y hembras que se habían reunido allí, procedentes de todo el
mundo, se mezclaban en un gran círculo.
- Pero -continuó Adikor-, a excepción de Jasmel, la hija de Ponter, que asomó la cabeza por el
portal durante nuestras operaciones de rescate, nadie más de este mundo ha ido a aquel otro.
Cuando creamos el portal, fue por accidente: un resultado inesperado de nuestros
experimentos de cálculo cuántico. Pero ahora sabemos que este universo y aquel otro, donde
dominan los gliksins, están relacionados de algún modo. El portal de aquí se abre siempre a
aquél, de los múltiples universos alternos que nuestra física nos dice que deben de existir. Y,
según cabe deducir de nuestra experiencia previa, el portal permanecerá abierto mientras un
objeto sólido esté atravesándolo.
Bedros, un viejo varón de Evsoy, frunció el ceño ante Adikor.
- ¿Qué propone entonces, sabio Huld? ¿Que lancemos una vara a medias por ese portal para
mantenerlo abierto?
Ponter, de pie junto a Adikor, se volvió levemente para que Bedros no viera su sonrisa.
Adikor no fue tan afortunado: Bedros lo estaba mirando y no podía apartar la vista sin ser
irrespetuoso.
- Mm, no -dijo- Tenemos en mente algo más, ah, versátil. Dern Kord, un ingeniero conocido
nuestro, propone que insertemos un tubo de Derkers a través del portal.
Era la señal para que Ponter desplegara el tubo de Derkers. Metió los dedos dentro de la
estrecha boca y tiró. El tubo, un entramado de metal, se expandió con estrépito hasta que su
diámetro fue mayor que la altura de Ponter.
- Estos tubos se utilizan para reforzar los túneles de las minas en situaciones de emergencia
-dijo Ponter-. Una vez expandidos, se resisten a retraerse. De hecho, la única manera de que
vuelvan a su tamaño original es usando un abridor que suelte uno a uno los cierres de cada
intersección de los segmentos de metal entrecruzados.
Bedros comprendió la idea al instante, lo que decía bastante a su favor.- ¿Y creen que uno de
estos tubos mantendría abierto el portal indefinidamente, para que la gente pudiera
atravesado, como un túnel entre los dos universos?
- Exactamente -dijo Ponter.
- ¿Qué hay de las enfermedades? -preguntó Jurat, una hembra local de la generación 141.
Estaba sentada frente a Bedros, así que Ponler y Adikor tuvieron que volverse para mirarla
- Tengo entendido que cayó usted enfermo cuando estuvo en el otro mundo.
Ponter asintió.

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- Sí. Conocí allí a una física gliksin que...
Hizo una pausa cuando uno de los Grandes Grises esbozó una sonrisa de desdén. Ponter ya se
había acostumbrado a la idea, pero comprendía por qué resultaba graciosa: bien pudiera
haberse referido a un filósofo cavernícola.
- Pues bien -continuó Ponter-, ella propuso que las líneas temporales se dividieron... bueno,
dijo que hace cuarenta mil años, medio millón de meses. Desde entonces, los gliksins han
vivido en condiciones de hacinamiento, y han criado animales en gran número para
alimentarse. Es probable que allí hayan evolucionado numerosas enfermedades contra las que
no tenemos ninguna inmunidad. Y es posible que aquí hayan evolucionado algunas
enfermedades a las que ellos no sean inmunes, aunque nuestra densidad de población más
baja lo hace improbable, según me han dicho. En cualquier caso, tendremos que contar con un
sistema de descontaminación, y todo el que viaje en cualquier dirección tendrá que ser
tratado.
- Pero espere -dijo Jindo, otro varón, que venía de las tierras situadas al Sur, en el lado
opuesto del cinturón ecuatorial desocupado. Por fortuna, estaba sentado a la derecha de Jurat,
así que Ponter y Adikor no tuvieron que volverse de nuevo-. Este túnel entre mundos tiene que
estar situado en el fondo de la mina de níquel Debral, a un millar de brazadas bajo la
superficie, ¿no es así?
- Sí -respondió Ponter-. Verá, es nuestro ordenador cuántico lo que hace posible acceder al
otro universo, y para que funcione tiene que estar protegido de la radiación solar. La enorme
cantidad de roca proporciona esa protección.
Bedros asintió, y Adikor se volvió hacia él.
- Así que la gente no podrá viajar en gran número entre los dos mundos.
- Lo que significa -dijo Jurat, continuando el argumento de Bedros- que no tenemos que
preocupamos por una invasión.
Adikor se volvió para mirarla, pero Ponter siguió mirando a Bedros.
- Y los individuos no sólo tendrán que venir atravesando ese estrecho túnel, sino que tendrán
que subir hasta la superficie antes de llegar a nuestro mundo.
Ponter asintió.
- Exactamente. Ha llegado al tuétano.
- Aprecio su entusiasmo por su trabajo -dijo Pandaro, la presidenta del Consejo, una hembra
galasoyana 140 quien, hasta este momento, había permanecido callada. Estaba sentada a
medio camino entre Bedros y Jurat, así que Ponter se volvió a la izquierda y Adikor a la
derecha hasta que los dos estuvieron mirándola-. Pero déjeme ver si lo comprendo
correctamente. No es posible que los gliksins puedan abrir un portal a este mundo, ¿verdad?
- Así es, presidenta -dijo Ponter-. Aunque naturalmente no lo aprendí todo sobre su tecnología
informática, están muy lejos de construir un ordenador cuántico similar al que Adikor y yo
creamos.
- ¿Cuánto les falta para conseguirlo? -preguntó Pandaro-. ¿Cuántos meses?
Ponter miró brevemente a Adikor: su hombrecompañero era, después de todo, el experto en
hardware. Pero Adikor contestó con una expresión que indicaba que Ponter continuara y
respondiese.
- Al menos trescientos, diría yo, posiblemente muchos más.
Ponter abrió los brazos, como si la respuesta fuera obvia.
- Bueno, entonces no corre prisa tratar este tema. Podemos tomarnos nuestro tiempo para
estudiar el asunto, y...
- ¡No! -exclamó Ponter. Todos los ojos de la sala cayeron sobre él.
- ¿Perdone? -dijo la presidenta, glacial.
- Quiero decir, que... que no sabemos si este fenómeno podrá reproducirse a la larga.
Cualquier condición podría cambiar y...
- Comprendo su deseo de continuar con su trabajo, sabio Boddit -dijo la presidenta-, pero
están las cuestiones de la transmisión de enfermedades, de la contaminación y...
- Ya tenemos la tecnología necesaria para protegemos contra eso -dijo Ponter.

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- En teoría -dijo otra consejera, también hembra-. Pero en la práctica, la técnica Kajak no se
ha utilizado nunca para eso. No podemos estar seguros...
- ¡Son ustedes tan tímidos! -replicó Ponter. Adikor lo miró sorprendido, pero Ponter ignoró a su
compañero-. Ellos no estarían tan asustados. ¡Han escalado las montañas más altas de su
mundo! ¡Se han sumergido en los océanos! ¡Han orbitado la Tierra! ¡Han llegado a la Luna! No
fue la cobardía de unos viejos lo que...
- ¡Sabio Boddit! -El tono de la presidenta retumbó en la cámara del Consejo.
Ponter se detuvo.
- Yo... lo siento, presidenta. No pretendía...
- Creo que está muy claro lo que pretendía -dijo Pandaro-. Pero nuestra función es ser cautos.
Tenemos sobre nuestros hombros el bienestar del mundo entero.
- Lo sé -dijo Ponter, tratando de mantener la calma-. ¡Lo sé, pero hay tanto en juego! No
podemos esperar interminables meses. Tenemos que actuar ahora. Ustedes tienen que actuar
ahora.
Ponter notó que la mano de Adikor se posaba amablemente sobre su antebrazo.
- Ponter... -dijo en voz baja.
Pero Ponter se zafó.
- Nosotros no hemos llegado a la Luna. Probablemente no llegarnemos nunca a Marte
tampoco, ni a las estrellas. Esta Tierra paralela es el único mundo al que nuestro pueblo tendrá
acceso jamás. ¡No podemos dejar escapar la oportunidad!

•••

Aunque fuese apócrifa, Mary Vaughan había oído la historia tan a menudo que sospechaba que
probablemente era cierta. Decían que cuando Toronto decidió construir una segunda
universidad, en los años sesenta, se compraron los planos del campus a una lejana universidad
del Sur de Estados Unidos. Parecía una buena idea, pero nadie tuvo en cuenta las diferencias
climatológicas.
Eso solía crear problemas, al menos en invierno. En el campus había originalmente mucho
espacio entre los edificios, que se había ido llenando a lo largo de los años con nuevas
construcciones. Ahora estaba abarrotado: repleto de cristal y acero, ladrillo y hormigón.
De todas formas, había cosas del campus que le gustaban a Mary. Lo más notable era el
nombre de la Facultad de Empresariales, junto a la que pasaba ahora: The Schulich School of
Business. Y, sí, Schulich se pronunciaba como «lamer los zapatos».
Todavía faltaba una semana para que comenzaran las clases, y el campus estaba casi desierto.
Aunque era pleno día, Mary todavía sentía aprensión mientras caminaba, al doblar las
esquinas, al caminar junto a los muros, al internarse en los pasillos.
Aquí había sucedido, después de todo. Fue aquí donde la violaron.
Como la mayoría de las universidades norteamericanas, en York ya había más alumnas que
alumnos. A pesar de todo, de los más de cuarenta mil estudiantes, unos veinte mil varones
podrían haber sido responsables... suponiendo que el animal fuera un estudiante de York.
Pero no, no, eso no estaba bien. York estaba en Toronto, y es difícil encontrar una ciudad más
cosmopolita. La había violado un hombre blanco con los ojos azules. Un porcentaje elevado de
la población de York no encajaba con esa descripción.
Y era fumador: Mary recordaba vivamente el hedor a tabaco de su aliento. Aunque le dolía
cada vez que veía a un estudiante encender un cigarrillo (estos muchachos, después de todo,
habían nacido en los años ochenta, dos décadas después de que las autoridades sanitarias
anunciaran que fumar era mortal), lo cierto era que una minoría de mujeres, e incluso menos
hombres, fumaba.
Así que la persona que la había atacado no era cualquiera: era parte de un subconjunto de un
subconjunto de un subconjunto: varones, de ojos azules y piel blanca, fumadores.
Si Mary daba con él algún día, podría demostrar su culpabilidad. No había muchas ocasiones
en que ser especialista en genética tuviera aplicaciones prácticas en la vida privada, pero había

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sido providencial aquella horrible noche. Mary sabía cómo conservar muestras del semen del
hombre, que contenían ADN susceptible de identificarlo de manera concluyente.
Mary continuó atravesando el campus. No había multitudes entre las que abrirse paso todavía.
Pero lo cierto es que se hubiese sentido más segura de ser así. Después de todo, la violación
había sido durante las vacaciones de verano, cuando había menos gente. Las multitudes
significaban seguridad, ya fuera en la sabana africana o allí, en Toronto.
Y ahora, mientras continuaba su camino, Mary advirtió que un hombre se le acercaba. Se le
aceleró el pulso pero prosiguió su camino: no podía pasarse el resto de la vida desviándose
cada vez que se le acercara un hombre. Sin embargo...
Sin embargo, era un hombre blanco, eso estaba claro.
Su pelo tendía a rubio. No había visto el pelo de su atacante: llevaba pasamontañas. Pero los
ojos azules a menudo iban emparejados con el pelo claro.
Mary cerró los ojos un segundo, apartando el brillante sol, alejándose del mundo. Tal vez
debería haber seguido a Ponter a través del portal hasta el universo Neanderthal. Desde luego
esa idea se le había pasado por la cabeza mientras corría por el campus de la Laurentian en
busca de Ponter, para que llegara al fondo de la mina Creighton antes de que el portal que
conducía a su realidad se cerrara de nuevo. Después de todo, allí, al menos, hubiera sabido
con seguridad que su atacante no estaba cerca.
El hombre que se le acercaba ya estaba a menos de una docena de metros de distancia. Era
joven (probablemente un estudiante de verano), y llevaba pantalones vaqueros y una
camiseta, y gafas de sol. Era un luminoso día de verano: la propia Mary llevaba sus Foster-
Grants. No había manera de distinguir de qué color eran sus ojos, aunque no podían ser del
color dorado de los de Ponter... ella nunca había visto a ningún humano con unos ojos así.
Mary se sentó cuando el hombre se acercó más, y más aún.
Aunque no hubiera llevado gafas de sol, Mary no habría sabido de qué color tenía los ojos:
cuando el hombre pasó por su lado, agachó la cabeza incapaz de mirarlo.
Maldita sea -pensó-. Maldita sea.

- Así pues -dijo Jurard Selgan-, a pesar de su... su...


Ponter se encogió de hombros.
- Mi amenaza -dijo-. Se supone que no debemos tener miedo de enfrentarnos a nada, ¿no?
Selgan ladeó la cabeza, aceptando el argumento de Ponter.- Muy bien, pues. A pesar de su
amenaza, el Gran Consejo Gris no tomó inmediatamente una decisión, ¿no?
- No -respondió Ponter-. No, y supongo que hicieron bien en tomarse al menos algún tiempo
para meditar las cosas. Dos estaban a punto de convertirse en Uno, y por eso el Consejo se
disolvió, aplazando su decisión; hasta después de que terminara...

Dos se convierten en Uno: una frase sencilla y, sin embargo, tan cargada de significado y tan
compleja para Ponter y su pueblo. Dos se convierten en Uno: los cuatro días mensuales de
vacaciones alrededor de los cuales se estructura la vida.
Dos se convierten en Uno: el período durante el cual los varones adultos, que normalmente
viven en el Borde de la ciudad, acuden al Centro para pasar el tiempo con sus mujeres-
compañeras y sus hijos.
Era más que una pausa en el trabajo, más que romper la rutina. Era el fuego que alimentaba
la cultura; eran los lazos de tripa que unían a las Familias.

Un horverús se posó delante de la casa de Ponter y Adikor. Los dos mil hombres entraron por
la puerta trasera y encontraron un par de sillas adyacentes donde sentarse a horcajadas. El
conductor activó los ventiladores y el bus se alzó del suelo para encaminarse hacia la siguiente
casa en la distancia.
Normalmente, Ponter no prestaba atención a algo tan mundano como un horverús, pero aquel
día no podía dejar de reflexionar acerca de lo elegante que era como solución en comparación

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con lo que habían hecho para transportarse en el mundo gliksin. Allí, vehículos de todos los
tamaños rodaban sobre ruedas. Por todas partes adonde había ido en aquel mundo (cierto,
sólo a unos cuantos sitios) había visto senderos anchos y llanos cubiertos de piedra artificial
para permitir la rotación de esas ruedas.
Y por si eso no fuera suficiente, peor aun, los gliksins usaban una reacción química para
impulsar sus vehículos con ruedas, una reacción que desprendía un olor espantoso. Al parecer
no era tan molesto para ellos como para Ponter: no resultaba sorprendente, supuso, ya que
tenían una nariz minúscula.
¡Qué maravilloso quiebre de la naturaleza! Ponter sabía que los de su especie habían
desarrollado sus grandes narices (mucho más grandes que las de ningún otro primate) durante
la última era glacial. Según el doctor Singh, el gliksin que lo había atendido en el hospital, los
neandertales tenían una capacidad nasal seis veces superior a la de los gliksins. En un principio
la razón era humedecer el aire frío antes de introducirlo en el sensible tejido pulmonar, pero
cuando las grandes placas de hielo acabaron por retirarse, conservaron aquellas enormes fosas
nasales porque proporcionaban un excelente sentido del olfato como efecto añadido.
Si no hubiera sido por eso, tal vez la especie de Ponter hubiera usado los mismos
petroquímicos y provocando el mismo grado de contaminación atmosférica. La ironía no se le
escapaba a Ponter: la especie humana que hasta entonces sólo habían conocido como fósil
estaban envenenando su cielo con lo que ella misma llamaba combustibles fósiles.
Y peor aún: todo gliksin adulto parecía tener su propio vehículo personal. ¡Qué inenarrable
derroche de recursos! Muchos de esos coches se pasaban parados la mayor parte del día. En la
ciudad de Ponter, Saldak, había unos tres mil cubos de viaje para una población de veinticinco
mil habitantes... y Ponter solía opinar que eran demasiados.
El hoverbús se detuvo en la siguiente casa. Los vecinos de Ponter y Adikor, Torba y Gaddak,
además de los hijos gemelos de Gaddak, subieron a bordo. Los varones dejaban a sus madres
para vivir con sus padres a la edad de diez años. Adikor sólo tenía un hijo, un niño de ocho
años llamado Dab. Que iría a vivir con él y con Ponter al cabo de dos años. Ponter tenía dos
hijas: Megamek Bek, una 148, también de ocho años, y Jasmel Ket, una 147, de dieciocho
años.
El propio Ponter. Así como su hombrecompañero Adikor, eran miembros de la generación 145,
lo que implicaba que ambos tenían treinta y ocho años de edad. Eso era otra cosa extraña del
mundo gliksin: en vez de controlar sus ciclos reproductores, de modo que sólo nacieran niños
cada diez años, daban a luz constantemente, cada año. En vez de generaciones limpias,
ordenadas y discretas, en su mundo había un flujo continuo de edades. Ponter no había
pasado en él suficiente tiempo para descubrir cómo manejaban esa economía. Sin fabricantes
que cambiaran su producción de ropa de bebé a ropa de niño a ropa de joven adulto, al paso
del crecimiento de una generación, los gliksins tenían que producir simultáneamente ropa para
personas de cualquier edad. Y tenían este ridículo concepto de la "moda", o eso le había dicho
Lou Benoit: ropa en perfecto estado era descartada por motivos de caprichosa estética.
El hoverbús despozó de nuevo. La casa de Torba y Gaddak era la última parada en el Borde;
Ponter se acomodó para el largo viaje hasta Centro.

Como de costumbre, las mujeres habían dispuesto los adornos: grandes guirnaldas color pastel
tendidas de árbol a árbol, bandas circulares de Color alrededor de los troncos de los abedules y
los cedros, estandartes que se agitaban en los tejados de los edificios, marcos dorados
alrededor de los colectores solares, plateados, adornando las unidades de abono.
Ponter alberga a menudo la sospecha de que las mujeres no quitaban los adornos nunca, pero
Adikor le había dicho que no había ni rastro de ellos en su visita al Centro durante Últimos
Cinco buscando a alguien que le defendiera de la espúrea acusación de Dakar Bolbay.
El hoverbús se posó en el suelo. No era todavía la época en que caen las hojas, aunque el Dos
Que Se Convierten En Uno del mes siguiente coincidiría con el comienzo de la caída, y los
ventiladores lanzarían entonces al aire follaje marrón y rojo y amarillo y naranja. Ponter Se
alegraría cuando regresara el clima frío.

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El científico informático que había en Ponter no pudo dejar de advertir que Torba, Gaddak y los
hijos gemelos de Gaddak fueron los primeros en desembarcar: el hoverbús funcionaba
siguiendo un sistema de último en entrar/primero en salir. Ponter y Adikor fueron los
siguientes en bajar Lurt la mujercompañera de Adikor, corrió hacia él, acompañada por el
pequeño Dab. Adikor tomó en brazos a su hijo y lo alzó encima de su cabeza Dab se rió, y
Adikor sonreía de oreja a oreja, soltó a Dab y envolvió a Lurt en un abrazo no había pasado un
mes entero desde la última vez que les había visto; ambos asistieron al dooslarm basadlarm
de Adikor, la audiencia preliminar para decidir si Adikor había asesinado o no a Ponter, una
acusación presentada por Daklar Bolbay tras la desaparición de Ponter cuando éste pasó al
otro universo. Sin embargo, Adikor estaba encantado de ver a su mujer y a su hijo, no cabía
duda.
La mujercompañera de Ponter, Klast, había muerto, pero esperaba que sus dos hijas acudieran
a verlo. Cierto, las había visto hacia poco también; de hecho, Jasmel había sido esencial para
recuperar a Ponter del mundo gliksin.
Adikor miró a Ponter, como pidiendo disculpas. Ponter sabía que Adikor lo amaba
profundamente, y demostraba ese amor veinticinco días de cada mes. Pero éste era el
momento en que tenía que estar con Lurt y Dab, y, bueno, quería saborear cada latido. Ponter
asintió, dejando marchar a Adikor, y Adikor se fue rodeando con un brazo la cintura de Lurt,
sosteniendo con la otra mano la izquierda de Dab.
Otros hombres se reunían con sus mujeres, y los niños se marchaban con las niñas de la
misma generación. Si ciertamente habría mucho sexo durante los siguientes cuatro días, pero
también habría mucho juego y diversión y salidas familiares y festines.
Ponter miró alrededor. La multitud se dispersaba. Era un día desagradablemente caluroso y él
suspiró... pero no sólo a causa del calor.
- Puedo llamar a Jasmel, si quieres -dijo Hak. Hak era el implante Acompañante de Ponter
insertado en el interior de su antebrazo izquierdo, justo por encima de la muñeca. Como la
mayoría de los Acompañantes, constaba de una pantalla rectangular de alta definición y
acabado mate, de la longitud y la anchura de un dedo, con seis pequeñas clavijas de control
debajo y una lente en un extremo. Pero al contrario que la mayoría de los Acompañantes, que
eran bastante estúpidos, Hak era una sofisticada inteligencia artificial producida por Kobast
Gant, un colega de Ponter.
Hak no había hablado en voz alta, aunque podía hacerlo: Ponter la consideraba femenina, ya
que Kobast había programado el aparato con la voz de la difunta mujercompañera de Ponter.
En días como aquél, sin embargo, eso le parecía una terrible equivocación: le recordaba cuánto
echaba de menos a Klast. Tendría que hablar con Kobast para que le pusiera una voz distinta.
- No -dijo Ponter, en voz baja- no, no llames a nadie. Jasmel tiene un joven, ya sabes-
probablemente ha llegado en un hoverbús anterior y estará con el.
- Tú eres el jefe -dijo Hak.
Ponter miró alrededor. Los edificios del Centro eran muy parecidos a los del Borde, la mayoría
de las estructuras principales se habían desarrollado por medio de la arboricultura; eran
troncos de árbol formados alrededor de edificios que luego habían sido retirados. Muchos
tenían añadidos de ladrillo o madera. Todos disponían de recolectores solares, bien en los
tejados o levantados en los terrenos adyacentes. En algunos climas hostiles, los edificios
tenían que ser fabricados por completo, pero Ponter consideraba feas esas estructuras. Y, sin
embargo, por lo visto los gliksins fabricaban todos sus edificios y se apiñaban como rebaños de
herbívoros.
Hablando de animales, habría una caza de mamuts aquella tarde.
Que proporcionaría carne fresca para el festín del día siguiente. Tal vez Ponter debiera unirse a
la partida. Había pasado mucho tiempo desde que empuñó por última vez, una lanza y abatió
una presa a la antigua usanza . Al menos eso le daría (a él y a los otros hombres que no
tenían a nadie con quien pasar el tiempo) algo que hacer.
- ¡Papá!
Ponter se volvió. Jasmel corría hacia él, acompañada por su novio, Tryon. Ponter dejó que una
sonrisa alterara sus rasgos.

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- Día sano, cariño -dijo, mientras se acercaban-. Día sano, Tryon.
Jasmel abrazó a su padre. Tryon permaneció torpemente a un lado. Cuando Jasmel soltó a
Ponter, dijo:
- Me alegro de verlo, señor. Tengo entendido que ha corrido toda una aventura
- Así es -dijo Ponter. Suponía que albergaba los mismos sentimientos ambivalentes hacia aquel
muchacho que cualquier padre de una mujer joven. Sí, Jasmel no había dicho más que cosas
buenas sobre Tryon; la escuchaba cuando hablaba; era amable durante el sexo; estaba
estudiando para ser trabajador del cuero, e iba a hacer una contribución valiosa a la sociedad.
Pero Jasmel era su hija, y quería lo mejor para ella.
- Lamento llegar tarde -dijo Jasmel.
- No pasa nada -respondió Ponter-. ¿Dónde esta Megameg?
- Ha decidido que ya no le gusta que la llamen así -dijo Jasmel-. Ahora quiere ser sólo Mega.
Mega era su verdadero nombre; Megameg era un diminutivo. Ponter sintió una oleada de
tristeza, Su hija mayor era ya una adulta y su hija pequeña crecía rápidamente.
- Ah -dijo-. ¿Donde está Mega, entonces?
- Jugando con sus amigos -respondió Jasmel-. La veras más tarde.
Ponter asintió.
- ¿Y qué tenéis en mente para esta mañana?
- Pensamos jugar un partido de Ladatsa -ofreció Tryon.
Ponter miro al joven. Era guapo, supuso, con hombros anchos, un ceño maravillosamente
prominente, nariz claramente definida y profundos ojos púrpura. Pero había adoptado algunas
de las tendencias de la juventud. En vez, de dejar que su pelo amarillo rojizo se dividiera
naturalmente en el centro, se lo peinaba hacia el lado izquierdo, donde presumiblemente se lo
sujetaba con una especie de pinza.
Ponter estaba a punto de aceptar la oferta del partido de Ladatsa (habían pasado muchos
diezmeses sin dar patadas a un balón), pero se acordó de sí mismo a esa edad, hacía veinte
años, cuando cortejaba a Klast. Lo último que hubiese querido habría sido tener al padre de
Klast merodeando cerca.
- No -dijo-. Id vosotros dos. Os veré en la cena de esta noche.
Jasmel miró a su padre, y él vio que ella sabía que eso no era lo que quería realmente. Pero
Tryon no era tonto; inmediatamente le dio las gracias a Ponter. Tomó la mano de Jasmel y se
marcharon.
Ponter los vio irse. Jasmel seguramente daría a luz a su primer hijo al cabo de dos años,
cuando tuviera que nacer la generación 149. Las cosas cambiarían entonces, pensó Ponter. Al
menos tendría un nieto a quien cuidar cuando Dos se convirtieran en Uno.
El hoverbús se había marchado hacía rato. De vuelta al Borde para recoger otro puñado de
hombres. Ponter se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la ciudad. Tal vez tomara un
bocado para comer y...
El corazón le dio un vuelco. Era la última persona a quien esperaba ver, pero...
Pero allí estaba de pie. Como si lo esperara.
Daklar BoIbay.
- Día sano. Ponter -dijo ella.
Conocía a Daklar desde hacía mucho tiempo, por supuesto: había sido la mujercompañera de
Klast. De hecho, si alguien podía comprender lo que había significado para Ponter la pérdida de
Klast, esa persona era Daklar. Pero...
Pero ella se lo había hecho pasar muy mal a Adikor en ausencia de Ponter. ¡Acusarlo de
asesinato! Vaya, Adikor no podría haber matado a Ponter (ni a nadie, por cierto) más de lo que
podía haberlo hecho el propio Ponter.
- Daklar -dijo Ponter. Pasando por alto la habitual amabilidad.
Daklar asintió, comprendiendo.
- No puedo reprocharte que estés enfadado conmigo -dijo-. Se que le hice daño a Adikor. Y
hacerle daño al compañero de uno es hacerle daño a ese uno. -Miró a Ponter a los ojos-. Te
pido disculpas. Ponter, total y completamente. Esperaba haber llegado a tiempo para decirle lo
mismo a Adikor, pero veo que ya se ha marchado.

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- Dices que lo sientes -dijo Ponter-. Pero lo que hiciste...
- Lo que hice fue horrible -lo interrumpió Daklar, mirándose los pies, envueltos en las bolsas
de tela de los extremos del pantalón negro. Pero estoy viendo aun escultor de personalidad, y
tomo medicación el tratamiento acaba de empezar, pero ya me siento menos... furiosa.
Ponter tenía una leve idea de lo que había sentido Daklar. No sólo había perdido a la mujer
que habían compartido, la querida Klast, sino que antes había perdido su hombrecompañero
Pelbon, al que los controladores se habían llevado una mañana. Oh, había regresado, pero no
entero. Lo habían castrado, y su relación se había venido abajo. Ponter había sentido una
profunda tristeza por la muerte de Klast, pero al menos tenía a Adikor y a Jasmel y a Megameg
para ayudarle a superarlo. Cuanto peor debía de haber sido para Daklar que no tenía un
hombrecompañero y, a causa de lo que le habían hecho a Pelbon tampoco hijos.
- Me alegro de que te sientas mejor -dijo Ponter.
- Lo estoy -confirmó Daklar, asintiendo de nuevo-. Se que me falta mucho todavía, pero sí. Me
siento mejor y...
Ponter espero a que continuara. Finalmente, la insto:
- ¿Sí?
- Bueno -dijo ella. Evitando ahora sus ojos-, es que estoy sola y... hizo una nueva pausa, pero
esta vez continuó por propia voluntad- y tu también estas solo. Y, bueno... Dos se convierten
en Uno puede ser muy solitario cuando no tienes a nadie con quien pasar el rato.
Lo miro brevemente a la cara, pero luego apartó la mirada, tal vez temerosa de lo que pudiera
ver en ella.
Ponter se sobresaltó. Pero...
Pero Daklar era inteligente y le resultaba atractiva y en su pelo había maravillosas vetas grises
mezcladas con el castaño. Y...
... pero no. No, era una locura. Después de lo que le había hecho a Adikor.

Ponter sintió un calambre en la mandíbula. Le pasaba de vez en cuando pero sobre todo en las
mañanas frías. Alzó una mano para frotársela a través de la barba.
Adikor le había roto la mandíbula hacía unas 229 lunas, durante una estúpida pelea. Si Ponter
no hubiera alzado la cabeza a tiempo, el golpe de Adikor lo habría matado.
Pero Ponter había alzado la cabeza rápidamente y aunque hubo que sustituirle casi la mitad de
la mandíbula y siete dientes por duplicados sintéticos, sobrevivió.
Y había perdonado a Adikor. Ponter no había hecho ninguna acusación: Adikor se había
salvado del escalpelo de los controladores. Adikor había recibido tratamiento para sobrellevar
la cólera. Y en todos los meses que habían pasado desde entonces nunca había amenazado
con golpear a Ponter ni a nadie.
El perdón.
Había hablado mucho con Mare, en el otro mundo, acerca de su creencia en Dios y sobre el
hijo humano putativo de Dios, que había tratado de inculcar el perdón en la gente de Mare.
Mare seguía las enseñanzas de aquel hombre.
Y después de todo. Ponter estaba solo. No podía saber qué decidiría el gran Consejo Gris sobre
la reapertura del portal al mundo de Mare y, aunque decidiera permitirlo, Ponter no estaba
absolutamente seguro de que el portal pudiera restablecerse.
El perdón.
Era lo que le había concedido a Adikor hacía toda una vida.
Era lo que el sistema de creencias de Mare consideraba la mayor virtud.
Era lo que Daklar parecía necesitar ahora de él. El perdón.

- Muy bien -dijo Ponter-. Debes hacer las paces con Adikor pero, aparte de eso, no albergo
ninguna animosidad contra ti por los acontecimientos recientes.
Daklar sonrió.
- Gracias.
Sin embargo, hizo una pausa y la sonrisa se desvaneció.

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- ¿Deseas mi compañía, hasta que tus hijas estén libres, quiero decir? Puedo ser la labat de
Mega, y ella y yo y Jasmel todavía compartimos una casa, pero sé que necesitas tu tiempo a
solas con ellas, y no me inmiscuiré. Pero hasta entonces... -se calló, y sus ojos miraron
brevemente de nuevo a los de Ponter, invitándolo a llenar el vacío.
- Hasta entonces -dijo Ponter, tomando su decisión-. Sí, me alegrará tu compañía.

El laboratorio de Mary Vaughan en la Universidad de York estaba tal como lo había dejado,
cosa poco sorprendente puesto que, a pesar de cuanto le había sucedido, sólo habían pasado
veintitrés días desde la última vez que estuvo allí.
Sin embargo, Daria Klein (una de las estudiantes graduadas de Mary) había pasado por allí
varias veces durante la ausencia de Mary. En su zona de trabajo estaba reordenada la tabla de
la pared con la secuenciación del antiguo cromosoma egipcio y en el que estaba trabajando
tenía muchos más espacios llenos.
Arne Eggebrecht, del museo Pelizaeus de Hildesheim, Alemania, había sugerido recientemente
que una momia egipcia comprada en una atracción turística de las cataratas del Niágara podía
de hecho ser Ramsés I, fundador de la dinastía a la que pertenecían Seti I, Ramsés II (al que
interpretó Yul Brinner en Los diez mandamientos), Ramsés III y la Reina Nefertari. El
espécimen estaba ahora en la Universidad Emory de Atlanta, pero se habían enviado muestras
de ADN a Toronto para ser analizadas: el laboratorio de Mary era mundialmente famoso por su
recuperación exitosa de ADN antiguo, un hecho que la había llevado directamente a su relación
con Ponter Boddit. Daria había hecho considerables avances con el supuesto Ramsés en
ausencia de Mary, la que movió la cabeza afirmativamente, aprobando su trabajo.
- Profesora Vaughan.
El corazón de Mary dio un vuelco. Ella giró en redondo. Un hombre alto y delgado, de unos
sesenta y tantos años, estaba de pie en la puerta del laboratorio. Su voz era grave y áspera, y
llevaba un tupé a lo Ronald Reagan.
- ¿Sí?- dijo Mary, con un nudo en el estómago: el hombre bloqueaba la única salida de la
habitación. Usaba un traje gris oscuro, con una corbata de seda también gris, el nudo flojo. Al
cabo de un instante dio un paso al frente, sacó un fino tarjetero de plata y le tendió una
tarjeta.
Ella la aceptó, avergonzada al ver que su mano temblaba al hacerlo. Decía:

GRUPO SINERGIA
DOCTOR J.K. (JOCK) KRIEGER,
DIRECTOR

Tenía un logotipo: una imagen de la Tierra dividida por la mitad.


A la izquierda, los océanos eran negros y las masas de tierra blancas, a la derecha se
empleaba el esquema de colores inverso. La dirección era de Rochester, Nueva York, y el
correo electrónico terminaba en «.gov», lo que implicaba una operación del Gobierno
estadounidense.
- ¿Qué puedo hacer por usted, doctor Krieger? -preguntó Mary. -Soy el director del Grupo
Sinergia -contestó él.
- Eso ya lo veo. Nunca he oído hablar de él.
- No lo ha hecho nadie todavía, y pocos lo harán alguna vez. Sinergia es un tanque de
pensamiento del Gobierno estadounidense que llevo ensamblando desde hace unas semanas.
Seguimos más o menos el modelo de la Corporación RAND, aunque a escala mucho más
pequeña... al menos en esta etapa.
Mary había oído hablar de RAND, pero en realidad no sabía nada concreto al respecto. De
todas formas, asintió.
- Una de nuestras principales fuentes de financiación es el SIN -dijo Krieger. Mary alzó las
cejas, y Krieger explicó-: El Servicio de Inmigración y Naturalización de Estados Unidos.

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- Ah.
- Como sabe, el incidente con el neanderthal nos pilló, pilló a todo el mundo en realidad, con
los pantalones abajo. Todo el asunto terminó en un visto y no visto y, durante los primeros
días, no le prestamos atención pensando que era otra historia sensacionalista más, como
encontrar la cara de la madre Teresa en un pastel de pasas o un Bigfoot cantando.
Mary asintió. Ella tampoco se lo había creído al principio.
- Naturalmente -continuó Krieger-, podría ser que el portal entre nuestro universo y el
neanderthal nunca volviera a reabrirse. Pero, en caso de que lo haga, queremos estar
preparados.
- ¿Queremos?
- El Gobierno de Estados Unidos.
Mary notó que la espalda se le envaraba levemente.- El portal se abrió en suelo canadiense
y...
- En realidad, señora, se abrió a dos kilómetros bajo suelo canadiense, en el Observatorio de
Neutrinos de Sudbury, que es un proyecto conjunto de instituciones canadienses, británicas y
estadounidenses, incluidos la Universidad de Pennsylvania, la Universidad de Washington, y los
laboratorios nacionales de Los Álamos, Lawrence Berkeley y Brookhaven.
- Oh -dijo Mary. No sabía eso. Pero la mina Creighton, donde está alojado el ONS, pertenece a
Canadá.
- Más exactamente, pertenece a una empresa privada canadiense, Inco. Pero, mire, no he
venido a discutir temas de soberanía con usted. Sólo quiero que comprenda que Estados
Unidos tiene un interés legítimo en este asunto.
- Muy bien. - El tono de Mary fue helado.
Krieger hizo una pausa. Estaba claro que pensaba que había empezado con mal pie.
- Si el portal entre nuestro mundo y el mundo neanderthal vuelve a abrirse alguna vez,
queremos estar preparados. Defender el portal no parece demasiado difícil. Como puede que
sepa, el Ala de Mando Vigésimo Segunda de las Fuerzas Canadienses, con base en North Bay,
tiene el encargo de asegurar el portal contra invasiones o ataques terroristas.
- Está usted bromeando -dijo Mary, aunque sospechaba que no lo hacía.
- No, no bromeo, profesora Vaughan. Tanto su Gobierno como el mío se están tomando esto
muy en serio.
- Bueno, ¿y qué tiene que ver conmigo?
- ¿Pudo usted identificar a Ponter Boddit como neanderthal basándose en su ADN, ¿correcto?
- Así es.
- ¿Podría la prueba identificar a cada neanderthal? ¿Podría decir con seguridad si una persona
cualquiera es neanderthal o humana?
- Los neanderthales son humanos -dijo Mary-. Somos congéneres; todos pertenecemos al
género Homo. Homo habilis, Homo erectus, homo antecessor, (si cree que ésa es una
verdadera especie), Homo Heidelbergensis, Homo Neanterthalensis, Homo Sapiens, Todos
somos humanos.
- Admito la corrección -dijo Krieger, asintiendo- ¿Cómo deberíamos llamarnos para
distinguimos de ellos?
- Homo sapiens sapiens.
- Es un poco enrevesado, ¿no? -repuso Krieger-. ¿No he oído en algún sitio que nos llamamos
CroMagnons? Suena bien.
- Técnicamente, ese término se aplica a una población específica de humanos anatómicamente
modernos del Paleolítico Superior, del Sur de Francia.
- Entonces vuelvo a preguntárselo: ¿cómo deberíamos llamarnos para distinguirnos de los
neanderthales?
- Bueno, el pueblo de Ponter tiene un término para los fósiles humanos de su mundo que se
parecían a nosotros. Los llamaban gliksins. Sería una solución equilibrada: nosotros los
llamamos por un nombre que en realidad se refiere a sus antepasados fósiles, y ellos nos
llaman por un nombre que en realidad se refiere a nuestros antepasados fósiles.

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- ¿Gliksins? ¿Eso es lo que ha dicho? -Krieger frunció el ceño. Muy bien, supongo que valdrá.
¿Puede su técnica de ADN distinguir con certeza cualquier neanderthal de cualquier gliksin?
Mary frunció el ceño.
- Lo dudo. Hay muchas diferencias dentro de cada especie, y...
- Pero si los neanderthales y los gliksins somos especies diferentes, habrá genes sólo suyos o
sólo nuestros. Los genes responsables de esos arcos ciliares, por ejemplo.
- Oh, muchos gliksins tenemos un ceño parecido. Es común entre los varones de la Europa del
Este, por ejemplo. Naturalmente, el doble arco neanderthal es bastante distintivo, pero...
- Bueno, ¿qué hay de esas proyecciones triangulares de sus cavidades nasales? -preguntó
Krieger-. He oído que son lo que verdaderamente identifica a un neanderthal.
- Sí, eso es -dijo Mary-. Supongo que si quisiera mirar dentro de la nariz de cada persona...
Krieger no parecía divertido.
- Estaba pensando que podría usted encontrar el gen responsable de eso.
- Oh, posiblemente, aunque tal vez ellos ya lo hayan identificado.
Ponter dio a entender que emprendieron hace tiempo el equivalente a nuestro proyecto
Genoma Humano. Pero, claro, supongo que podría buscar un marcador de diagnosis.
- ¿Puede hacerlo? ¿Cuánto tardaría?
- Calma -dijo Mary-. Sólo tenemos ADN de neanderthales prehistóricos y de uno
contemporáneo. Preferiría tener una base de muestras mucho más grande.
- Pero ¿puede hacerlo?
- Posiblemente, pero ¿por qué?
- ¿Cuánto tardaría?
- ¿Con mis instalaciones? ¿Y si no hiciera nada más? Unos cuantos meses, tal vez.
- ¿Y si le proporcionamos todo el equipo y todo el personal de apoyo necesarios? ¿Entonces
qué? El dinero no es problema, profesora Vaughan.
A Mary se le desbocó el corazón. Como académica canadiense, nunca había oído esas
palabras. Tenía amigos en la universidad que habían ido a trabajar como posgraduados en
Estados Unidos: a menudo decían que tenían becas de investigación con cinco o seis cifras, y
equipo con tecnología de punta. La primera beca de investigación de Mary habían sido unos
exiguos 3200 dólares... y dólares canadienses, además.
- Bueno, con, ah, con recursos ilimitados, supongo que podría hacerlo bastante rápido. En
cuestión de semanas, si tenemos suerte.
- Bien. Bien. Hágalo.
- Mmm, con el debido respeto, doctor Krieger, soy ciudadana canadiense; no puede decirme lo
que tengo que hacer.
Krieger lo lamentó inmediatamente.
- Por supuesto que no, profesora Vaughan. Mis disculpas. Mi entusiasmo por el proyecto ha
hecho que me precipite. Lo que quería decir es si quiere, por favor, encargarse de este
proyecto. Como decía, nosotros proporcionaremos todo el material y el personal que necesite,
y un sueldo adecuado.
A Mary la cabeza le daba vueltas.
- Pero ¿por qué? ¿Por qué es esto tan importante?
- Si el portal entre los dos mundos vuelve a abrirse -dijo Krieger- cabe la posibilidad de que
muchos neanderthales vengan a nuestro mundo.
Mary entornó los ojos.
- ¿Y quieren poder discriminarlos?
Krieger negó con la cabeza.
- Nada de eso, se lo aseguro. Pero tendremos que saberlo por motivos de inmigración, para
proporcionar los cuidados médicos adecuados y todo eso. No querremos que se administre a
una persona inconsciente la medicina equivocada porque los médicos no puedan distinguir si
es un neanderthal o un gliksin.
- Bastará con mirar simplemente si tiene un implante Acompañante. Ponter dice que toda su
gente lo lleva.

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- Sin querer menospreciar en lo más mínimo a su amigo, profesora Vaughan, sólo tenemos su
palabra. Por lo que sabemos, podría estar en libertad condicional en su universo y ese
aparatito ser una especie de rastreador que sólo llevan él y otros criminales.
- Ponter no es un criminal.
- No obstante, sin duda no se le escapa a usted que preferimos tener nuestros propios
métodos para determinar a qué especie pertenece una persona, en vez de tener que basarnos
en algo de lo que sólo hemos oído hablar anecdóticamente.
Mary asintió, despacio. Tenía sentido, más o menos. Y, después de todo, había precedentes
con buena intención: el Gobierno canadiense ya había trabajado para determinar quién y quién
no es indio para que los programas sociales y las titulaciones pudieran ser administrados
adecuadamente. Sin embargo...
- No hay ningún motivo para creer que el portal vuelva a abrirse, ¿no? Quiero decir, no ha
habido ninguna señal, ¿verdad?
Le hubiese encantado volver a ver a Ponter, pero... Krieger negó con la cabeza.
- No. Pero creemos que hay que estar preparados. Y seré sincero: reconozco que el señor
Boddit parecía, digamos, distintivo. Pero es posible que otro neanderthal pueda tener rasgos
menos pronunciados y mezclarse con una población de nuestro tipo de humanos.
Mary sonrió.
- Ha estado usted hablando con Milford Wolpoff.
- En efecto. Además de con Ian Tattersall y casi todos los demás expertos en neanderthales
que pueda usted nombrar. Parece que no hay consenso entre ellos respecto a cuánto difieren
los neanderthales de nosotros.
Mary asintió; eso era cierto. Algunos, como Wolpoff, sostenían que los neanderthales eran sólo
otra variedad de Homo sapiens: una raza en el mejor de los casos, si ese término tenía alguna
validez, y desde luego miembros de la misma especie que los humanos modernos. Otros,
incluido Tattersall, pensaban lo contrario: que los neanderthales eran una especie por derecho
propio, Homo neanderthalensis. Hasta la fecha, todos los estudios de ADN parecían apoyar
esta segunda visión... pero Wolpoff y compañía consideraban que las muestras de ADN
neanderthal disponibles, incluyendo los 379 nucleótidos del ADN mitocondrial que la propia
Mary había extraído del espécimen de neanderthal del Rheinisches Landesmuseum eran
aberrantes o habían sido mal interpretadas. No era exagerado decir que aquél era el tema más
debatido de toda la paleoantropología.
- Sólo tenemos material genético completo de un neanderthal -dijo Mary-, concretamente, de
Ponter Boddit. Puede que sea imposible diagnosticar nada con esa sola muestra.
- Lo comprendo. Pero no lo sabremos con seguridad hasta que no lo intente.
Mary contempló el laboratorio.
- Tengo cosas que hacer aquí, en York. Clases que impartir. Estudiantes graduados.
- También lo comprendo -dijo Krieger-. Pero estoy seguro de que podrá llegarse a acuerdos
para no desatender sus responsabilidades. Ya he hablado con el presidente de la universidad.
- ¿Está hablando de un proyecto de investigación a tiempo completo?
- Naturalmente, la compensaremos por el año académico entero, sí.
- ¿Dónde trabajaría? ¿Aquí?
Krieger negó con la cabeza.
- No, queremos que venga a nuestras instalaciones seguras.
- En Rochester, ¿verdad?
- Rochester, Nueva York, sí.
- Eso no está lejos de aquí, ¿no?
- He venido en avión hoy -dijo Krieger-, y apenas se tarda nada. Tengo entendido que son tres
horas y media en coche.
Mary lo consideró. Podría seguir viendo a su madre y a sus amigos. Y tenía que admitir que
nada le interesaba más que estudiar el ADN de Ponter; sus clases serían el único
inconveniente.
- ¿Qué, este... términos, tiene en mente?

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- Puedo ofrecerle un contrato de asesoría de un año, por '150000 dólares estadounidenses,
comienzo inmediato, con plenos beneficios médicos-. Krieger sonrió. -Sé que para los
canadienses ese es un punto esencial.
Mary frunció el ceño. Estaba más o menos preparada para volver a la universidad de York, al
sitio de la violación, pero...
Pero no. Eso no era cierto. Esperaba soportar estar allí, pero si lo de aquella mañana era un
indicio, todavía estaba muerta de miedo.
- Tengo un apartamento aquí -dijo. En una urbanización.
- Nos encargaremos de los pagos de la hipoteca, los impuestos y las tarifas de mantenimiento
mientras esté usted fuera. Su casa la estará esperando cuando el trabajo esté terminado.
- ¿De verdad?
Krieger asintió.
- Sí. Esto es lo más grande que le ha sucedido al planeta desde... bueno, desde siempre. Lo
que estamos viviendo, profesora Vaughan, es el final del Cenozoico y el principio de la
siguiente era. No ha habido dos versiones de la humanidad en este planeta desde hace treinta
y cinco mil años... pero, si ese portal vuelve a abrirse, habrá dos versiones de nuevo, y
queremos aseguramos de que esta vez salga bien.
- Hace usted que parezca muy tentador, doctor Krieger.
- Jock. Llámeme Jock. -Una pausa.- Mire, antes estaba con la Corporación RAND. Soy
matemático; cuando me gradué en Princeton, el setenta por ciento de todos los graduados en
matemáticas de las universidades principales solicitaba trabajo en RAND. Allí es donde
encontrabas el dinero y los recursos para dedicarte a la investigación pura. De hecho, el chiste
era que RAND significaba «Research and No Development», Investigación sin desarrollo... es
un tanque de pensamiento en el sentido más puro.
- ¿Y qué significa en realidad?
- Sólo «Research and Development», supuestamente. Pero el hecho es que sus fondos
procedían de las Fuerzas Aéreas estadounidenses, y existía sólo por una razón
fundamentalmente desagradable: para estudiar el conflicto nuclear. Soy experto en teoría de
juegos, ésa es mi especialidad, y por eso estuve allí: haciendo simulacros de artesanía nuclear.
-Hizo una pausa- ¿Ha visto Teléfono rojo: volamos hacia Moscú?
Mary asintió.- Hace años.
- El viejo George C. Scott tiene un estudio de la corporación RAND en la Sala de Guerra. Pare
la imagen la próxima vez que la vea en DVD. El estudio se titula Objetivos Mundiales en
Megamuertes. Eso es más o menos lo que teníamos que hacer. Pero la Guerra Fría se terminó,
profesora Vaughan, y ahora estamos ante algo increíblemente positivo. -Hizo una pausa.-
Verá, a pesar de sus raíces militares, RAND hizo montones de estudios positivos. Uno de
nuestros estudios se llamaba Planetas habitables para el hombre; trataba de la probabilidad de
encontrar planetas similares a la Tierra en algún lugar de la galaxia. Stephen Dole lo puso en
marcha en 1964, justo cuando yo empezaba en la RAND. Pero, incluso entonces, en los días de
gloria de nuestro programa espacial, muy pocos se tomaban en serio que tendríamos acceso a
otro mundo parecido a la Tierra mientras viviéramos. Pero si ese portal vuelve a abrirse, lo
tendremos. Y queremos que el contacto se produzca de la manera más positiva posible.
Cuando se inaugure la primera embajada neanderthal...
- ¡Una embajada neanderthal! -exclamó Mary.
- Estamos pensando a largo plazo, profesora Vaughan. De eso trata Sinergia: no sólo de lo
mejor de ambos mundos, sino de hacer algo que sea más que la suma de las partes. Va a ser
la leche. Y la queremos a usted para ese viaje.

Ponter y Daklar caminaban por la plaza, charlando. Montones de niños correteaban, jugando,
persiguiéndose, divirtiéndose.
- Siempre he querido preguntárselo a un hombre -dijo Daklar-. ¿ Echas de menos a tus hijas
cuando Dos están separados?

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Un niño pequeño (un 148) corrió delante de ellos, capturando un triángulo volador. Ponter
nunca lamentaba haber tenido dos hijas, pero a veces deseaba haber tenido también un hijo.
- Por supuesto -contestó- Pienso en ellas constantemente.
- Jasmel y Mega son unas chicas maravillosas -dijo Daklar.
- Tenía entendido que Jasmel y tú os enfadasteis mientras yo estuve fuera.
Daklar se rió sin alegría.
- Oh, sí, desde luego. Ella habló en favor de Adikor en el dooslarm basadlarm, y yo era la
acusadora. Pero no soy tonta, Ponter. Obviamente, yo estaba equivocada y ella tenía razón.
- ¿Entonces las cosas vuelven a marchar bien entre vosotras?
- Tardará algún tiempo -dijo Daklar-. Ya sabes cómo es Jasmel. Testaruda como una
estalactita, agarrándose a pesar de que todo intenta hacerla caer.
Ponter se echó a reír. Conocía muy bien a Jasmel... y parecía que Daklar la conocía también.
- Puede ser difícil -dijo.
- Acaba de cumplir 225 meses -dijo Daklar-. Claro que es difícil. Yo era igual a su edad. -Hizo
una pausa- Las muchachas están sometidas a un montón de presión, ya sabes. Se espera de
ella que tome dos compañeros antes del invierno. Sé que Tryon se convertirá probablemente
en su hombrecompañero, pero todavía está buscando una mujercompañera.
- No tendrá ningún problema -dijo Ponter-. Es un buen partido.
Daklar sonrió.
- Sí que lo es. Tiene las mejores cualidades de Klast y... -De nuevo hizo una pausa, quizá
preguntándose si estaba siendo demasiado directa.- Y las tuyas también.
Pero Ponter se sintió halagado por la observación.
- Cuando Klast murió, Jasmel y Mega estuvieron muy tristes. Megameg era demasiado joven
para comprender realmente lo que había pasado, pero Jasmel... Es difícil para una muchacha
no tener madre.
Guardó silencio, y Ponter se preguntó si estaba esperando a que él le dijera que Jasmel había
tenido una sustituta excelente. Ponter estaba empezando a pensar que eso era probablemente
cierto, pero no sabía qué decir.
- He intentado ser una buena tabant -continuó Daklar-, pero no es lo mismo que tener una
madre que las cuide.
Una vez más, Ponter no estuvo seguro de cuál era la respuesta adecuada.
- No -dijo por fin- Imagino que no.
- Sé que era imposible que pudieran haber ido a vivir con Adikor y contigo -dijo Daklar-. Dos
niñas en el Borde...
- No -reconoció Ponter-. Eso habría sido imposible.
- ¿Te... ? -Daklar se calló, y miró de nuevo la hierba recién cortada que cubría la plaza. ¿Te
molestó que yo acabara cuidando de ellas?
Ponter se encogió un poco de hombros.
- Eras la mujercompañera de Klast. Era lógico que ella te nombrara tabant.
Daklar ladeó levemente la cabeza. Habló en voz baja.
- No es eso lo que preguntaba.
Ponter cerró los ojos y resopló.
- No, no lo era. Sí, supongo que me molestó... perdóname por decirlo así. Quiero decir, yo soy
su padre, su pariente genético. Tú...
Daklar esperó a que continuara, pero cuando quedó claro que no iba a hacerlo, acabó su frase
por él.
- No era de su sangre -dijo-. No eran mis hijas, y sin embargo acabé cuidando de ellas.
Ponter no dijo nada; no había ninguna respuesta amable.
- No importa -dijo Daklar, tocando el brazo de Ponter durante un latido.- Es normal que te
sientas de esa forma. Es natural.
Varios gansos pasaron volando y algunos zorzales posados en la hierba echaron a volar cuando
los dos se acercaron.
- Quiero mucho a mis hijas -dijo Ponter.

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- Yo también las quiero -dijo Daklar-. Sé que no son mías, pero he vivido con ellas toda su vida
y, bueno, las amo como si lo fueran.
Ponter dejó de caminar y miró a Daklar. Nunca había reflexionado sobre ese tipo de relación;
siempre había dado por sentado que los hijos de otra persona eran un poco molestos... desde
luego Dab, el hijo de Adikor, era un pillastre. En una familia normal, Daklar hubiese tenido
hijos propios. Una hija o un hijo de la generación 148 todavía viviría con su madre y la mujer-
compañera de ésta, y una hija de la generación 147 estaría también en casa, aunque se
emparejara con un hombrecompañero y una mujercompañera propios al cabo de varios
meses.
- Pareces sorprendido -dijo Daklar-. Yo quiero a Jasmel y a Mega.
- Bueno, yo... supongo que nunca lo había pensado. Daklar sonrió.
- Así que ya ves, tenemos mucho en común. Los dos amábamos a la misma mujer. Y los dos
amamos a las mismas niñas.
Ponter y Daklar decidieron empezar viendo una obra que se representaba en un anfiteatro al
aire libre. A Ponter siempre le había gustado el teatro en vivo y aquella obra era una de sus
favoritas: Wamlar y Kolapa, una pieza histórica sobre un cazador varón y una recolectora
hembra. Aquel tipo de obra sólo se representaba cuando Dos se convertían en Uno y actores y
actrices podían trabajar juntos. El argumento dependía de todo tipo de giros y quiebres
imposibles en la moderna era del Acompañante: gente que se perdía, o que no podía
comunicarse a distancia, otros que no podían demostrar que habían estado en un lugar
concreto en un momento específico, y conflictos de intereses.
Ponter descubrió que su rodilla se apretaba contra la de Daklar, mientras permanecían
sentados cruzados de piernas, uno al lado del otro, en el anfiteatro.
Si que era una buena obra.
La pequeña Megameg, que estaba jugando con unos amigos, pareció encantada de ver a su
padre y cruzó corriendo el patio para salir a su encuentro.
- Hola, cariño-, dijo Ponter, alzándola en brazos.
- ¡Hola, papá! -Miró a Daklar y dijo, en un tono que Ponter consideró igualmente cálido-:
¡Hola, Daklar!
Ponter sintió un leve retortijón. Esperaba que la niña demostrara una preferencia obvia por él,
su padre biológico, en vez de por su tutora legal. Pero se le pasó rápidamente. Su hija menor,
lo sabía, tenía amor de sobra para repartir. La abrazó de nuevo y la soltó.
- ¡Mirad lo que sé hacer! -dijo la niña. Corrió unos cuantos pasos y dio una voltereta hacia
atrás.
- ¡Guau! -dijo Ponter, sonriendo con orgullo.
- ¡Maravilloso! -exclamó Daklar dando una palmada. Ponter miró a Daklar y sonrió. Daklar le
devolvió la sonrisa. Megameg quería evidentemente hacer otra pirueta, pero Ponter y Daklar
no la estaban mirando.
- ¡Papá! ¡Mamá! ¡Mirad! -gritó.
Ponter se quedó sin respiración. Megameg parecía cortada.
- ¡OOps! -dijo con su vocecita-. Quiero decir, papá, Daklar... ¡mirad!

A media tarde, Ponter estaba cada vez más nervioso. Después de todo, aquello era Dos Que
Se Convierten En Uno, y él no era ningún idiota. Pero no había practicado el sexo con una
mujer... bueno, su primer pensamiento fue que no lo había practicado desde la muerte de
Klast, hacía dos diezmeses. Pero hacía más todavía. Oh, había amado a Klast hasta el día de
su fallecimiento, pero el cáncer había hecho estragos antes de eso. Había sido... en realidad,
no estaba seguro. Ponter nunca se había permitido pensar que aquélla era la última vez que
hacía el amor con Klast, que aquélla era la última vez que entraría en ella, pero...
Pero había habido una última vez, un apareamiento final antes de que ella estuviera
demasiado débil para volver a hacerlo. Eso debió de ser un diezmes entero antes de su
muerte.
Bueno. Al menos treinta meses. Sí, Adikor lo había satisfecho durante ese lapso de tiempo,
pero...

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Pero no era lo mismo. Las relaciones físicas entre dos hombres (o dos mujeres, para el caso),
aunque igualmente señales de amor, eran entretenimiento, diversión. Pero el sexo era el acto
de procreación potencial.
No había manera de que Daklar, o ninguna mujer, se quedara preñada durante este Dos Que
Se Convierten En Uno. Todas las mujeres, al vivir juntas, al inhalar las feromonas de las
demás, tenían sincronizados sus ciclos menstruales. No sería posible que ninguna de ellas se
quedara preñada en esta época del mes. Sí, el año próximo, cuando fuera a ser concebida la
generación 149, el Gran Consejo Gris cambiaría las fechas del Dos Que Se Convierten En Uno
para que coincidiera con el momento de máxima fertilidad.
Con todo, aunque no hubiera ninguna posibilidad de que Daklar concibiera, había pasado
mucho tiempo desde...
- Llevemos a las niñas a la plaza Darson y comamos algo -dijo Daklar.
Ponter sintió que su ceja subía por su ceño. Las niñas. No había duda de a quién pertenecían.
Sus niñas.
Las niñas de ella.
Las niñas de ambos.
Daklar sabía cómo hacerse querer. Un acercamiento sexual lo hubiera hecho sentirse
incómodo, inseguro. Pero una salida con las niñas...
Era justo lo que él necesitaba.
- Claro -dijo-, claro.
Ponter llamó a Megameg, y se fueron a buscar a Jasmel, cosa que fue bastante fácil, ya que su
Acompañante y Hak podían comunicarse entre sí. Había montones de niños jugando todavía,
pero muchos adultos se habían ido a sus casas para hacer el amor. Unos pocos adultos
(hombres y mujeres) estaban todavía en la calle.
Ponter no había visto a muchos niños en el mundo gliksin, pero había deducido que no se
quedaban solos de aquella manera. La sociedad gliksin estaba doblemente herida. Primero,
nunca había purgado su poso genético, eliminando las tendencias psicológicas más
indeseables. Y segundo, ningún Lewis Trob había aparecido para liberarla: sin los implantes
Acompañantes y grabadores de coartadas, los gliksins estaban todavía expuestos a ataques
personales y, basándose en lo poco que había visto del sistema de video gliksin, los niños eran
objetivos corrientes.
Pero aquí, en este mundo, los niños podían vagar libremente noche y día. Ponter se preguntó
cómo conservaban la cordura los padres en el mundo gliksin.
- ¡Allí está! -dijo Daklar, divisando a la hija de Ponter antes de que lo hiciera él mismo. Jasmel
y Tryon miraban un conjunto de artefactos de desguace expuesto al aire libre.
- ¡Jasmel!, llamó Ponter, saludando. Su hija alzó la cabeza, y a él le encantó ver una sonrisa
instantánea, no una mirada de decepción porque hubiera interrumpido su momento con Tryon.
Ponter y Daklar recorrieron la distancia que los separaba.
- Estábamos pensando en ir a la plaza Darson, para comer búfalo.
- Me gustaría pasar un rato con mis padres -dijo Tryon, ya fuera porque captó algún indicio por
la postura de Ponter o porque quería de verdad hacer lo que decía. Tryon se inclinó hacia
delante y le lamió la cara a Jasmel-. Te veré esta noche.
- Vamos -dijo Megameg, agarrando la mano de Ponter con la izquierda y la de Daklar con la
derecha. Jasmel se situó junto a Ponter, y él le pasó un brazo por los hombros, y los cuatro se
marcharon juntos.

Aunque Mary hubiese preferido una oportunidad para pensárselo, la oferta de Jock Krieger no
le planteaba en realidad ningún dilema: era, simplemente demasiado buena para dejarla
pasar.
Y aquel día se celebraba la única reunión del departamento antes del comienzo del año
académico. No todo el mundo asistiría: algunos miembros del claustro todavía estarían en sus
casitas de campo, o simplemente se negaban a asistir a la universidad antes del primer Martes

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de Septiembre. Pero la mayoría de sus colegas estarían allí, y ésta sería la mejor oportunidad
para preparar las sustituciones de sus clases. Mary sabía que tenía suerte: había sido mujer en
el momento adecuado, cuando Cork y muchas otras universidades estaban corrigiendo
desequilibrios históricos en sus contratos, sobre todo en ciencias. No había tenido problemas
en ser la primera en conseguir la plaza de adjunta, y luego la cátedra propiamente dicha,
mientras que muchos varones de su edad todavía estaban sobrellevando sustituciones
temporales.
- Bienvenidos a todos -dijo Qaiser Remtulla-. Espero que hallan pasado un buen verano.
La docena de personas sentada alrededor de la mesa de conferencias asintió.
- Eso está bien -dijo Qaiser. Era una paquistaní de cincuenta años, vestida con una bonita
blusa beige y pantalones a juego-. Naturalmente -dijo, sonriendo ahora-, estoy segura de que
nadie ha tenido un verano más excitante que nuestra Mary.
Mary sintió que se ruborizaba, y Cornelius Ruskin y un par más aplaudieron brevemente.
- Gracias -dijo.
- Pero -continuó Qaiser-, si podemos solucionarlo, a Mary le gustaría tomarse un permiso.
Frente a ella en la mesa, Cornelius se enderezó. Mary sonrió; sabía lo que iba a pasar y estaba
dispuesto a aprovechar su oportunidad.
- Mary tiene que impartir segundo de genética, tercero de regulación de expresión genética, y
el cuarto de genética eucariótica -dijo Qaiser-. Además, tiene dos estudiantes en prácticas a
los que supervisar: Daria Klein, que está trabajando en ADN humano antiguo, y Graham
Smythe, que está... ¿qué es lo que hace, Mary?
- Una reevaluación de la taxonomía del pájaro cantor, basándose en estudios de ADN
mitocondrial.
- Eso es -asintió Qaiser. Miró por encima de sus gafas-. Si alguien está interesado en
encargarse de algún curso extra...
A la primera sílaba de «alguien», la mano de Cornelius Ruskin saltó al aire. Mary sintió lástima
por el pobre Cornelius. Tenía treinta y cinco o treinta y seis años, y hacía ocho que era doctor
en genética. Pero no había empleos a tiempo completo para los varones blancos en el
departamento. Diez años antes hubiese podido conseguir su cátedra: hoy, ganaba seis mil
dólares al año por medio curso y doce mil por curso completo, y vivía en una porquería de
apartamento en Driftwood, un barrio cercano que los estudiantes evitaban: su «ático en las
chabolas», lo llamaba Cornelius.
- Yo me quedaré con regulación -dijo Cornelius-. Y con genética eucariótica.
- Puedes quedarte con eucariótica y el curso introductor de segundo -dijo Qaiser-. No puedes
quedarte con todas las perlas.
Cornelius asintió filosófico.
- Hecho.
- Bueno, en ese caso -dijo Devon Greene, otro varón blanco, otro instructor temporal-, ¿puedo
quedarme con el curso de regulación de expresión genética?
Qaiser asintió.
- Es todo tuyo.
Miró a Karen Clee, una mujer negra de la misma edad que Mary.
- ¿Puedes encargarte... veamos, de la señorita Klein? Los instructores temporales no podían
supervisar a los estudiantes de posgrado.
- Prefiero al tipo de los pájaros -dijo Karen.
- Muy bien -respondió Qaiser-. ¿Quién quiere a la señorita Klein?
No hubo ninguna respuesta.
- Veámoslo de esta forma -dijo Qaiser-. ¿Quién quiere a la senorita Klein y el viejo despacho
de Mary?
Mary sonrió: tenía un buen espacio de oficina, con una bonita vista al invernadero.
- ¡Adjudicado! -dijo Helen Wright.
- Ya está -dijo Qaiser. Se volvió hacia Mary y sonrió-. Parece que tendremos que apañárnoslas
sin ti este año.

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Después de la reunión del departamento, Mary regresó a su laboratorio. Deseaba que Daria y
Graham, sus estudiantes de posgrado, estuvieran allí: les debía algunas explicaciones
personales.
Y, sin embargo, ¿qué explicación podría dar? La obvia, una inmejorable oferta de trabajo en
Estados Unidos, era sólo parte de la historia. Mary había tenido propuestas de universidades
americanas en el pasado; no podía decir que no la hubieran tentado antes. Pero siempre las
había rechazado, diciéndose que prefería Toronto, que encontraba su clima «enriquecedor»,
que echaría de menos la CBC y el maravilloso teatro en directo y Caribanna y Detective de
Baker Street y Yorkville y Le Sélect Bistro y el ROM y los restaurantes sin fumadores y los
Blues Jays y The Globe and Mail y la medicina pública y la serie de lecturas de Harbourfront.
Naturalmente, podría hablarles de las ventajas del trabajo, pero el motivo principal por el que
se marchaba era la violación. Sabía que se cometían violaciones en todas partes; no estaría
más a salvo en otra ciudad. Pero lo mismo que alejarse le había servido de acicate en Sudbury
para investigar la demencial historia del neanderthal vivo que habían encontrado allí, parecía
que lo mismo podría impulsarla a marcharse de nuevo de Toronto. Tal vez, a Daria hubiera
podido contárselo pero se sentía incapaz de hablar de ello con Graham Smythe... ni con ningún
hombre, al menos en este mundo.
Mary se puso a recoger sus efectos personales y a guardarlos en una vieja caja de plástico
para leche que llevaba años dando vueltas por el laboratorio. Un calendario de pared con
imágenes de puentes cubiertos, una foto enmarcada de sus dos sobrinos; un tazón con el logo
de Canada AM, programa que llevaba siguiendo casi una década, desde que recuperó el ADN
de un oso de treinta mil años que encontraron congelado en el Yukon. La mayoría de los libros
de los estantes pertenecían a la universidad ; pero se llevó la media docena de volúmenes que
eran suyos, incluida una edición reciente del CRC Handbook .
Mary contempló el laboratorio con los brazos en jarras. Algún otro se encargaría de secuenciar
el ADN de los palomos migratorios: en eso estaba trabajando ella antes de marcharse a
Sudbury. Y aunque la propia Mary había comprado la mayoría de las plantas del laboratorio,
sabía que podía contar con que Daria las regaría.
Bueno: todo zanjado. Recogió la caja de leche, que ahora era bastante pesada, se dirigió hacia
la puerta y...
No. No, faltaba algo.
Podía dejarlas allí, supuso. Nadie las tiraría en su ausencia, después de todo. Demonios, había
muestras allí dentro del viejo Daniel Colby, que llevaba dos años muerto.
Mary soltó la caja y se acercó al frigorífico que utilizaban para almacenar muestras biológicas.
Abrió la puerta y dejó que la bocanada de aire frío la cubriera.
Allí estaban: dos contenedores opacos de muestras, ambos etiquetados «Vaughan 666».
Uno contenía las bragas que llevaba aquella noche, y el otro... El otro contenía la inmundicia
que él había dejado en su interior. Pero no. No, no debería llevárselos. Estaban bien donde
estaban y, además, ni siquiera quería tocarlos. Cerró el frigorífico y se dio media vuelta.
Justo en aquel momento Cornelius Ruskin asomó la cabeza por la puerta del laboratorio.
- Hola, Mary.
- Hola, Cornelius.
- Sólo quería decirte que te echaremos de menos y... bueno, quería darte las gracias por el
curso extra.
- No hay de qué -dijo Mary-. No se me ocurre nadie mejor cualificado para impartirlo.
No estaba siendo simplemente amable: sabía que era cierto. Cornelius era un niño prodigio;
licenciado por la Universidad de Toronto, había obtenido su doctorado en Oxford, donde
estudió en el Centro de Biomoléculas Antiguas.
Mary se acercó a la caja de leche.
- Deja que yo la lleve -dijo Cornelius-. ¿Al coche?
Ella asintió. Cornelius se agachó flexionando las rodillas, como se supone que hay que hacer, y
levantó la caja. Salieron al pasillo. Viniendo desde el otro extremo vieron a Jeremy Banyon, un
estudiante de posgrado, pero no de Mary.
- Hola, profesora Vaughan -dijo-. Hola, doctor Ruskin.

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Mary vio que Cornelius conseguía esbozar una sonrisita tensa. Mary y los otros miembros del
claustro eran llamados siempre «profesor», el término que se empleaba para dirigirse a los
catedráticos, pero Cornelius no tenía ese honor. Sólo en los ambientes académicos el término
«doctor» era el premio de consolación, y pudo ver en su expresión cuánto anhelaba Cornelius
el otro título.
Mary y Cornelius bajaron las escaleras y salieron al pegajoso calor de Agosto. Cruzaron York
Lanes hasta el aparcamiento, y él la ayudó a guardar las cosas en el maletero de su Honda.
Mary se despidió, subió al coche, lo puso en marcha y se dirigió hacia su nueva vida.

- Interesante que iniciara tan pronto otra relación -dijo Selgan, con tono neutral.
- No estaba iniciando otra relación -replicó Ponter-. Conocía a Daklar Bolbay desde hacía más
de doscientos meses.
- Oh, sí. Después de todo, era la mujercompañera de su mujercompañera.
Ponter cruzó los brazos sobre el pecho.
- Exactamente.
- Así que naturalmente la conocía -reconoció Selgan, asintiendo.
- Eso es. -Ponter lo dijo a la defensiva.
- Y, en todo el tiempo que había conocido a Daklar, fantaseó alguna vez con ella?
- ¿Qué? ¿Quiere decir sexualmente?
- Sí, sexualmente.
- Por supuesto que no.
Selgan se encogió levemente de hombros.
- No es algo tan raro. Muchísimos hombres fantasean con las mujeres de sus mujeres-
compañeras.
Ponter guardó silencio unos cuantos latidos, y luego, en voz baja, admitió:
- Bueno, hay una diferencia entre algunos pensamientos dispersos y fantasear...
- Por supuesto -dijo Selgan-. Por supuesto. ¿Había tenido a menudo pensamientos dispersos
con Daklar?
- No -repuso Ponter. Guardó silencio de nuevo, luego añadió-: bueno «a menudo» es un
término subjetivo. Quiero decir, claro, de vez en cuando, supongo, pero
Selgan sonrió.
- Como decía, no tiene nada de raro Hay mucha pornografía dedicada a ese mismo tema. ¿Ha
participado alguna vez en... ?
- No.
- Si usted lo dice. Pero detecto una cierta incomodidad. Algo sobre este cambio en su relación
con Daklar lo molestó. ¿Qué fue?
Ponter volvió a guardar silencio.
- ¿Fue que sentía que estaba mal, porque Klast había muerto tan recientemente?
Ponter negó con la cabeza.
- No era eso. Klast estaba muerta. De hecho, estar con Daklar me ayudaba a recordar a Klast.
Después de todo, Daklar era la única persona del mundo que conocía a Klast tan íntimamente
como yo.
- Muy bien, pues -dijo Selgan-. Déjeme que le haga otra pregunta.
- Dudo que pueda impedírselo.
- Eso es verdad -respondió Selgan, sonriendo-. En ese punto, no sabía usted cuál iba a ser la
decisión del Gran Consejo Gris respecto a volver a entablar contacto con el mundo gliksin.
¿Estaba su incomodidad relacionada con la sensación de que le estaba siendo infiel a Mare al
pasar el tiempo con Daklar?
Ponter se rió con todas sus ganas.
- ¿Ve? Ya se lo decía, los escultores de personalidad siempre buscan respuestas simples y
zafias. Yo no estaba atado a Mare Vaughan. No estaba comprometido con ella en ningún
aspecto. Mi incomodidad...

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Ponter se interrumpió, y Selgan esperó un rato, presumiblemente para ver si continuaba. Pero
no lo hizo.
- Se ha detenido -dijo Selgan-. Había un pensamiento terminado en su cerebro, pero decidió
no darle voz... ¿Cuál era ese pensamiento?
Ponter inspiró profundamente, sin duda absorbiendo las feromonas de Selgan, tratando de
percibir la naturaleza de la trampa que le estaban tendiendo. Pero Selgan tenía una habilidad
pasmosa para controlar sus propios olores corporales: eso era lo que lo convertía en un tera-
peuta efectivo. Esperó pacientemente, y por fin volvió a hablar.
- No era a Mare a quien estaba siendo desleal. Era a Adikor.
- Su hombrecompañero -dijo Selgan, como si intentara situar el nombre.
- Sí.
- Su hombrecompañero que lo había traído de vuelta de ese otro mundo, de Mare Vaughan...
- Sí. No. Quiero decir, él...
- Hizo lo que tenía que hacer; sin duda -dijo Selgan-. Pero, a pesar de todo, en el fondo, había
una parte de usted que... bueno, ¿qué?
Ponter cerró los ojos.
- Que lo lamentaba.
- Por haberlo traído a casa.
Ponter asintió.
- Por haberlo separado de Mare. Asintió otra vez.
- Por apartarlo de una sustituta potencial de Klast.
- Nadie puede sustituir a Klast -replicó Ponter-. Nadie.
- Por supuesto que no -dijo Selgan rápidamente, alzando las manos, las palmas hacia fuera-.
Perdóneme. Pero, sin embargo, le atraía, en alguna parte en su interior, flirtear con Daklar, la
mujer que casi había hecho castrar a Adikor en su ausencia. Su subconsciente quería
castigarlo, ¿no? ¿Hacerle pagar por haberlo traído de ese otro mundo?
- Se equivoca -dijo Ponter.
- Ah -dijo Selgan amablemente-. Bueno, a menudo me equivoco, por supuesto...

Dos habían dejado por fin de ser Uno, y Ponter y Adikor habían regresado con los otros
varones al Borde. Ponter no había comentado el tiempo pasado con Daklar durante el trayecto
a casa en el hoverbús. No era que a Adikor le hubiera molestado que Ponter pasara el tiempo
con una mujer; estar celoso de las relaciones de tu hombrecompañero con el sexo opuesto era
una completa ridiculez.
Pero Daklar no era una mujer cualquiera.
En cuanto Ponter y Adikor se bajaron del hoverbús ante la casa, Pabo, la gran perra marrón
rojiza de Ponter, salió corriendo a la puerta a recibirlos. A veces Pabo iba al Centro con ellos,
pero esta vez la habían dejado en casa: el animal no tenía problemas para cazar su propia
comida mientras Ponter y Adikor estaban fuera.
Todos entraron en la casa, y Ponter se sentó en la zona del salón.
Normalmente su trabajo era preparar la cena, y solía ponerse a hacerla en cuanto llegaban a
casa, pero aquel día quería hablar con Adikor primero.
Adikor fue al cuarto de baño, y Ponter esperó, algo nervioso. Por fin escuchó el sonido de los
chorros del agua corriente. Adikor salió y vio que Ponter ocupaba uno de los sofás. Alzó la
ceja.
- Siéntate -dijo Ponter.
Adikor así lo hizo, montándose en una silla de horcajadas frente a Ponter.
- Quería que te enteraras por mí antes de que lo hicieras por nadie más -dijo Ponter.
Adikor podría haberlo instado a continuar, pensó Ponter, pero en cambio lo miró, expectante.
- He pasado casi todo el Dos Que Se Convierten En Uno con Daklar.
Adikor se hundió visiblemente en la silla de horcajadas, las piernas colgando sueltas por los
lados.
- ¿Daklar? -repitió, y entonces, como si pudiera haber otra-: ¿Daklar Bolbay?
Ponter asintió.

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- ¿Después de lo que me hizo?
- Quiere ser perdonada -dijo Ponter-. Por tu parte y por la mía.
- ¡Intentó que me castraran!
- Lo sé -respondió Ponter en voz baja-. Lo sé. Pero no tuvo éxito.
- Sin cuchilla, no hay herida -repuso Adikor-. ¿Es eso? Ponter guardó silencio un buen rato,
ordenando sus pensamientos.
Había ensayado aquello mentalmente durante el trayecto de vuelta desde el Centro, pero,
como siempre solía pasar en estos casos, la realidad había divergido ampliamente del guión
planeado.
- Mira, hay que pensar en mis hijas. No está bien que su padre y la mujer con la que viven
estén enfadados.
- A mí también me preocupan Megameg y Jasmel -dijo Adikor-. Pero no fui yo quien creó este
conflicto.
Ponter asintió lentamente.
- Cierto. Pero, a pesar de todo... han sufrido mucho estos últimos dos diezmeses.
- Lo sé -contestó Adikor-. Yo también siento mucho que Klast muriera, pero, repito, no fui yo
quien causó el conflicto. Fue Daklar Bolbay.
- Lo comprendo -dijo Ponter-. Pero... pero perdonar no sólo beneficia a la persona perdonada.
También beneficia a la persona que perdona. Ir por ahí llevando dentro el odio y la cólera...
-Ponter sacudió la cabeza-. Es mucho mejor soltarlo todo, completamente.
Adikor pareció considerar esto y, al cabo de un momento, dijo:- Hace unos doscientos meses,
te herí.
Ponter sintió que su boca se tensaba. Nunca hablaban de aquello: nunca. Eso, en parte, les
había permitido continuar.
- Y -continuó Adikor-, tú me perdonaste. Ponter permaneció impasible.
- Nunca me pediste nada a cambio -dijo Adikor-, y sé que no lo estás haciendo ahora, pero...
Pabo, evidentemente preocupada por la ruptura de la rutina (¡era la hora de preparar la
cena!), entró en el salón y olisqueó las piernas de Ponter, quien extendió la mano y rascó la
cabeza de la perra.
- Daklar quiere ser perdonada -dijo Ponter.
Adikor miró el suelo cubierto de hierba. Ponter sabía lo que estaba pensando. La castración era
el grado de castigo más alto permitido por la ley, y Daklar había pretendido que se le aplicara
aunque no había cometido ningún crimen. Sus propias circunstancias desafortunadas
proporcionaron el motivo, si no la excusa, para su conducta.
- ¿Vas a unirte a ella? -preguntó Adikor, sin levantar la cabeza.
Se daba el caso de que Ponter apreciaba a la mujercompañera de Adikor, la química Lurt, pero
desde luego no había ninguna ley que dijera que tenías que llevarte bien con la compañera de
tu compañero.
- Es prematuro pensar siquiera en eso -contestó Ponter. Pero he pasado cuatro días divertidos
con ella.
- ¿Ha habido sexo?
Ponter no se ofendió por la pregunta; era bastante normal que dos hombres emparejados
discutieran de sus encuentros íntimos con mujeres: de hecho, era una forma común de
abordar lo que cada hombre encontraba agradable, algo siempre difícil de tratar.
- No -dijo Ponter. Se encogió de hombros-. Podría haberlo habido, si hubiésemos tenido
ocasión, pero pasamos la mayor parte del tiempo con Jasmel y Megameg.
Adikor asintió, como si Ponter estuviera revelando una enorme conspiración.
- La manera de ganar el amor de un hombre es prestando atención a sus hijos.
- Ella es su tabant, lo sabes. En cierto modo, también son hijas suyas.
Adikor no respondió.
- Bien -dijo Ponter por fin-, ¿la perdonarás?
Adikor miró la pintura del techo de la habitación un rato, y luego dijo:
- Irónico, ¿verdad? Este asunto entre nosotros dos existe sólo por tu amabilidad conmigo hace
todos esos diezmeses. Si hubieras presentado una acusación pública después de lo que te hice

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me habrían castrado ya entonces. En tal caso no habría tenido testículos que Daklar pudiera
buscar en tu ausencia.
- Alzó los hombros-. No tengo más remedio que perdonarla, ya que tú lo deseas.
- Puedes elegir -dijo Ponter.
- Como hiciste tú, hace todos esos meses. -Adikor asintió-. La perdonaré.
- Eres un buen hombre -dijo Ponter.
Adikor frunció el ceño, como si reflexionara sobre el cumplido.
- No -dijo-. No, soy un hombre adecuado. Pero tú, amigo mío... Ponter sonrió y se puso en pie.
- Es hora de que me ponga a preparar la cena.

Aunque Dos acaban de dejar de ser Uno, Ponter y Adikor regresaron al Centro, a la cámara del
Consejo. Los Grandes Grises habían anunciado que estaban preparados para tomar una
decisión sobre la reapertura del portal.
La cámara del Consejo estaba repleta de espectadores de ambos sexos. Adikor parecía
bastante incómodo, y Ponter tardó un instante en advertir por qué. La última vez que había
estado en aquella sala, igual de abarrotada que ahora, había sido en el dooslarm basadlarm.
Pero Adikor no hizo ningún comentario sobre su inquietud (después de todo, hacerla habría
supuesto sacar de nuevo a colación su desafortunada historia con Daklar), y Ponter lo amó aún
más por ello.
Había once exhibicionistas entre el público, vestidos de plateado. Ponter nunca había llegado a
acostumbrarse a la idea gliksin de las «noticias»: una constante fuente de información
(algunos canales dedicaban a ello diez décimos del día) acerca de las cosas malas que
sucedían por todo el mundo. Los implantes Acompañantes, que habían asegurado la seguridad
de los ciudadanos desde hacía ya casi un millar de meses, habían puesto fin a los robos y
asesinatos y ataques. De cualquier forma, los humanos seguían igualmente ansiosos de
información. Ponter había leído que los chismes eran para la gente igual que despiojarse para
los otros primates: servía para unirlos. Y por eso algunos ciudadanos hacían su contribución
permitiendo que las transmisiones de sus implantes fueran recibidas públicamente por todo el
que lo deseara; la gente sintonizaba sus miradores con el exbibicionista que prefería ver.
Un par de exhibicionistas asistían siempre a las sesiones del Consejo, pero el tema que iba a
tratarse aquel día era,de amplio interés, e incluso exhibicionistas que normalmente sólo
asistían a acontecimientos deportivos o lecturas poéticas estaban allí presentes.
Pandaro, la presidenta del Gran Consejo, se levantó para dirigirse a los congregados. Usaba un
bastón de madera tallada para sostenerse.
- Hemos estudiado los asuntos que los sabios Huld y Boddit nos han planteado -dijo-. Y hemos
reflexionado sobre la rica narración del sabio Boddit de su viaje al mundo gliksin y la prueba
física que tenemos de él.
Ponter acarició el pequeño objeto de oro que a veces llevaba al cuello. No le había gustado
tener que darlo a analizar, y le encantaba tenerlo otra vez en su poder. Mare se lo había dado
justo antes de dejar su mundo: un par de barras de oro cruzadas, una más larga que otra.
- Y, después de discutirlo -continuó Pandaro-, creemos que el beneficio potencial de tener
acceso a otra versión de la Tierra, y a otra clase de humanidad, con experiencia científica y
bienes que intercambiar, es demasiado grande para ser ignorado.
- ¡Es un error! -gritó un hombre desde la galería de asientos del otro lado-. ¡No lo hagan!
El consejero Bedros, sentado junto a la presidenta Pandaro, dirigió una firme mirada a la
persona que había gritado.
- Su opinión fue anotada si se molestó en votar sobre este asunto. No obstante, es trabajo de
este Consejo tomar decisiones, y nos hará usted el favor de esperar hasta que oiga la nuestra.
Pandaro continuó.
- El Gran Consejo Gris, por una proporción de catorce a seis, recomienda que los sabios Huld y
Boddit intenten reabrir el portal del universo paralelo. Presentarán informes a este Consejo
cada diez días, y la continuación de este trabajo queda sujeta a revisión cada tres meses.
Ponter se levantó e hizo una ligera reverencia.
- Gracias, presidenta.

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Adikor también se puso en pie, y los dos hombres se abrazaron.- Dejen eso para más tarde
-dijo Pandaro-. Ahora vayamos a los asuntos más importantes de la seguridad y la salud...

- Bienvenido al Grupo Sinergia, profesora Vaughan.


Mary sonrió a Jock Krieger. En realidad no sabía qué esperar de las instalaciones. El Grupo
Sinergia resultó estar alojado en... bueno, una mansión, una mansión de las de dinero antiguo
en la zona de Seabreeze de Rochester, justo a la orilla del lago Ontario. A Ponter le hubiese
gustado aquel lugar: Mary había visto a una garza caminar por la playa de arena, y patos,
gansos y cisnes en la bahía, repleta de embarcaciones de recreo.
- Déjeme que le vaya mostrando -continuó Krieger, conduciendo a Mary al interior de la casa.
- Gracias.
- Tenemos en estos momentos a veinticuatro personas en nuestro personal -dijo Krieger-, y
seguimos creciendo.
Mary se sorprendió.
- ¿Veinticuatro personas trabajando todas en los temas de inmigración neanderthal?
- No, no, no. Sinergia se dedica a mucho más que a eso. El proyecto ADN es la principal
prioridad, porque es algo que puede que necesitemos de inmediato si el portal vuelve a
abrirse. Pero aquí estudiamos también todos los aspectos de la situación neanderthal. El Go-
bierno estadounidense está particularmente interesado en los implantes Acompañantes, y...
- El Gran Hermano te vigila -dijo Mary.
Pero Krieger negó con la cabeza.
- No querida, nada de eso. Es simplemente que, si creemos en lo que dijo Ponter ayer, el
implante Acompañante puede realizar grabaciones detalladas de 360 grados de todo lo que
sucede alrededor de un individuo. Si, tenemos a cuatro sociólogos evaluando si los usos
concretos que los neanderthales dan a ese tipo de monitorización podrían tener alguna
aplicación en este mundo... aunque, francamente, lo dudo: valoramos demasiado la intimidad.
Pero, claro, si el portal vuelve a abrirse, queremos estar a la par con ellos. Si sus emisarios
pueden grabar sin esfuerzo todo lo que vean y oigan en todo momento, obviamente nos
gustaría que nuestros emisarios a su mundo tuvieran la misma ventaja. Se trata de comercio,
después de todo... comercio justo.
- Ah -dijo Mary-. Pero Ponter dijo que su Acompañante no podía transmitir nada desde aquí a
los archivos de coartadas. Ninguna de las imágenes de su visita fue grabada.
- Sí, sí, un problema tecnológico menor, estoy seguro. Se podría construir una grabadora en
este lado.
Habían recorrido un largo pasillo y al final Krieger abrió una puerta. Dentro había tres
personas: un hombre negro, y un hombre y una mujer blancos. El negro estaba repantigado
en su silla, lanzando bolas de papel a una papelera. El tipo blanco contemplaba la playa y el
lago Ontario. Y la mujer caminaba de un lado a otro delante de una pizarra blanca, con un
rotulador en la mano.
- Frank, Kevin, Lilly, me gustaría presentarles a Mary Vaughan -dijo Krieger.
- Hola -dijo Mary.
- ¿Estás en imágenes? -preguntó Lilly.
- ¿Cómo?
- Imágenes -dijo Frank.
- Imágenes -repitió Kevin... o quizás era al revés.
- Ya sabes -añadió el negro, atento-, fotografía y todo eso
- Hay un motivo por el que estamos en Rochester -explicó Krieger-. Kodak, Xerox y Bausch &
Lomb tienen su sede aquí. Como decía, reproducir la tecnología Acompañante es una
prioridad: no hay ninguna ciudad en todo el mundo que tenga más expertos en imágenes y
óptica.
- Ah -dijo Mary. Miró a los tres ocupantes de la habitación.- No, soy genetista.

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- ¡Oh, yo te conozco! -declaró el negro. Se levantó de la silla, cuyo respaldo emitió un sonido
de alivio cuando retornó su posición normal- Eres la mujer que se pasó todo ese tiempo con
NP.
- ¿NP?
- Neanderthal Prima -dijo Krieger.
- Se llama Ponter -dijo Mary, algo picada.
- Lo siento -dijo el negro. Le tendió la mano:- Soy Kevin Bilodeau y antes estaba con los
pardillos de Kodak. Escucha, nos encantaría darte la vara con lo del implante Acompañante. Lo
viste de cerca. ¿Qué tipo de disposición de lentes tenía?
- Sólo una -dijo Mary.
- ¿Ves? -exclamó Lilly, mirando acusadoramente al hombre que, por proceso de eliminación,
tenía que ser Frank.
- Ponter dijo que usaba campos sensores para grabar imágenes -dijo Mary.
- ¿Dijo qué tipo de sensores? ¿Mencionó aparatos acoplados de carga?
- Holografía... ¿dijo algo de holografía?
- ¿Qué tipo de resolución tenían los sensores? ¿Mencionó cuántos píxeles?
- ¿Puedes describir... ?
- ¡Chicos! -dijo Jock en voz alta- ¡Chicos! Mary va a estar con nosotros mucho, mucho tiempo.
Tendréis ocasión de sobra para hablar con ella. Todavía está haciendo la visita de orientación.
Los tres pidieron disculpas, y todos charlaron de nimiedades durante unos minutos, hasta que
Krieger sacó a Mary de la habitación.
- Desde luego son entusiastas -dijo Mary, una vez que se cerró la puerta.
Krieguer asintió.
- Aquí todos lo son.
- Pero no veo cómo van a conseguir lo que les ha pedido. Quiero decir, he oído hablar de la
ingeniería inversa, pero sin una muestra del implante Acompañante, ¿cómo esperan
duplicarla?
- Sólo saber que es posible puede que sea suficiente para ponerlos en la direccción adecuada.
Krieger abrió la puerta del otro lado del pasillo, y Mary notó que los ojos se le abrían como
platos.
- ¡Louise! -exclamó.
Sentada ante una mesa de trabajo, con un ordenador portátil ante sí, estaba Louise Benoit, la
posdoctorada en física que había salvado la vida de Ponter cuando apareció dentro del tanque
de agua pesada del Observatorio de Neutrinos de Sudbury.
- Hola, Mary -dijo Louise, hablando con el acento francés que Mary había llegado a conocer tan
bien. Se levantó, y su denso pelo negro le cayó por la espalda. Mary tenía treinta y ocho años
y sabía que Louise tenía veintiocho... pero sabía también que ella no había tenido ese aspecto
ni siquiera a los dieciocho. Louise tenía buen pecho, buenas piernas y el rostro de una modelo.
A Mary le había caído mal instintivamente la primera vez que la vio.
- Me había olvidado de que ya conoce a la doctora Benoit -dijo Krieger.
Mary sacudió la cabeza, sorprendida.
- Es usted un pozo de sorpresas, Jock. -Miró de nuevo a Louise, preguntándose cómo alguien
podía estar tan radiante sin maquillaje- Me alegro de verte, Louise.
Y entonces la curiosidad le pudo-. ¿ Cómo está Reuben?
Reuben Montego era el médico de la mina Creighton. Louise había tenido un tórrido romance
con él mientras Mary, Ponter, Reuben y ella permanecían en cuarentena en Sudbury. Mary lo
había considerado un simple pasatiempo, así que le sorprendió la respuesta de Louise.
- Está bien -dijo- Me ayudó a trasladar aquí mis cosas y volveremos a vernos este fin de
semana.
- Ah -respondió Mary. La habían puesto en su sitio-. ¿Y en qué trabajas aquí?
- La doctora Benoit dirige nuestro Grupo Portal -dijo Krieger.
- Eso es -confirmó Louise-. Estamos intentando desarrollar la tecnología necesaria para abrir
un portal desde nuestro lado hasta el otro universo.

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Mary asintió. Louise no se había pasado todo el tiempo haciendo el amor con Reuben; también
había mantenido muchas conversaciones de madrugada con Ponter Boddit, y sin duda sabía
más sobre el punto de vista que los neanderthales tenían de la física que ninguna otra persona
en nuestra versión de la Tierra. Mary estaba avergonzada de sí misma:
Louise nunca le había hecho nada, su único delito era ser hermosa.- Me encantará pasar un
rato con vosotros otra vez -dijo Mary.
- Bueno, podría tener una compañera de cuarto -dijo Louise-. ¿Qué te parece? Nos llevamos
bien cuando estuvimos en cuarentena en casa de Reuben.
- Mmm, no -dijo Mary-. No, gracias. Yo, ah, me gusta mi intimidad.
- Bueno, no tendrás problema en encontrar casa aquí, en Rochester. Krieger asintió.
- Tanto Xerox como Kodak han tenido un montón de bajas en los últimos años, y son la
principal fuente de empleo de la ciudad. Se compran casas a precios ridículos, y podrá elegir
usted entre cientos de apartamentos.
- Es bueno saberlo.
- Prueba con Bristol Harbour Village -dijo Louise-. Está a una hora de aquí, justo en uno de los
lagos. Precioso. Hay montones de ciervos y se ven las estrellas de noche.
- Hablando de cielos nocturnos -dijo Mary, cayendo en la cuenta de que Louise podía ser la
persona adecuada para preguntárselo-, en mi última noche en Sudbury, vi la aurora boreal
volverse loca. ¿Cuál pudo ser la causa?
Louise miró a Mary unos segundos, como si no pudiera creer que se lo preguntara.
- ¿No has visto las noticias? Mary negó con la cabeza.
- He estado ocupada con la mudanza.
- El campo magnético de la Tierra se está comportando de manera errática -dijo Louise-. Las
lecturas de todo el planeta lo confirman. La fuerza geodinámica está fluctuando
sustancialmente.
- ¿Qué podría causar eso?
Louise se encogió de hombros.
- Nadie lo sabe.
- ¿Es peligroso?
- Probablemente no.
- ¿Probablemente?
- Bueno, no ha pasado nunca nada parecido. Varios expertos opinan que el campo magnético
de la Tierra se está desplomando como preludio a una inversión de los polos.
Mary había oído hablar vagamente del tema, pero le agradó que fuera Krieger quien
preguntase:
- ¿Y eso quiere decir... ?
- El campo magnético de la Tierra cambia su polaridad de vez en cuando... ya sabe, el polo
Norte se vuelve el polo Sur, y viceversa -dijo Louise-. Ha sucedido más de trescientas veces en
los anales geológicos, pero nunca en tiempos históricos, así que realmente no sabemos mucho
acerca del proceso. Pero siempre se ha supuesto que las inversiones se produjeron por el
colapso del campo magnético, que luego volvió a expandirse.
- y dice que no hay nada de lo que preocuparse -dijo Krieger-. No tendrá relación con la
extinción en masa, ¿verdad?
Louise negó con la cabeza.
- No. El campo se invirtió en la época en que murieron los dinosaurios, pero llevaba en ese
estado más de un millón de años antes del final del Cretáceo. -Sonrió con aquella sonrisa de
megavatios-. Lo peor que podría pasar es que tuviéramos que repintar las brújulas.
- Eso es un alivio -dijo Mary.
Louise asintió.
- Y puede que ni siquiera eso sea necesario. Por lo que sabemos, qué polo acaba siendo el
Norte y que polo acaba siendo el Sur se determina de manera mecánicocuántica, lo que
significa que es completamente aleatorio... y eso significa que sólo hay una posibilidad del
cincuenta por ciento de que el campo acabe con la polaridad invertida.
Krieger alzó las cejas.

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- Pero si eso es cierto, entonces, si hubiera habido un colapso del campo magnético cuando se
extinguieron los dinosaurios, no sabríamos si el nuevo campo acabó teniendo la misma
polaridad que antes.
- Se preocupa por nada, Jock -dijo Louise-. Los colapsos de campo magnético que conocemos
no están asociados con ninguna extinción. Así que no tiene sentido suponer que los que nos
pasaron por alto, porque el campo acabó con la misma polaridad que antes del colapso,
tuvieran ningún efecto biológico.
Le sonrió a Krieger, quien, advirtió Mary, todavía parecía perdido en sus propios pensamientos.
- No se preocupe -dijo Louise-. Estoy segura de que saldremos bien de ésta.

- Me dijo usted antes que su único interés en ver abierto nuevamente el portal eran los
beneficios que eso aportaría a la gente de nuestro mundo -dijo Jurard Selgan.
Ponter asintió, cortante.- Así es.
- y como la habilidad para entrar en contacto con ese otro mundo dependía del ordenador
cuántico que usted había desarrollado con Adikor Huld, naturalmente se quedaría aquí, en esta
Tierra, ayudando a supervisar las instalaciones de cálculo cuántico.
- Bueno... -empezó a decir Ponter, pero entonces se calló.
- Dijo que no tenía ningún interés personal en este asunto, ¿no?
- Sí, pero...
- Pero se enfrentó de nuevo al Gran Consejo Gris, ¿no? Insistió en que se le permitiera
regresar personalmente a la otra Tierra.
- Era lo único que tenía sentido -dijo Ponter-. Nadie de nuestro mundo excepto yo había
estado allí. Conocía a algunas personas de allí: había aprendido mucho sobre su mundo.
- Y se negó a transferirle a nadie la base de datos lingüística gliksin que su implante
Acompañante había recopilado a menos que se le garantizara el derecho a formar parte del
siguiente grupo que viajara al otro mundo.
- No fue así -dijo Ponter-. Simplemente sugerí que mi presencia sería útil.
El tono de Selgan era amable.
- Hizo algo más que «sugerir simplemente». Como prácticamente todo el mundo, lo vi casi
todo en mi mirador. Si su propio recuerdo de los acontecimientos se ha borrado, podemos
acceder fácilmente a su archivo de coartadas de ese día. Para eso fue construído aquí el centro
de terapia, tan cerca del Pabellón de Archivos de Coartadas. ¿Vamos allí y... ?
- No -dijo Ponter-. No, eso no será necesario.
- ¿Entonces utilizó usted... coacción quizá sea una palabra demasiado fuerte, para volver al
otro mundo?
- Quería hacer la mayor contribución posible. El Código de la civilización requiere eso de cada
uno de nosotros.
- Sí -reconoció Selgan- y si esa contribución, si pudiera servirse mejor al bien de la mayoría
cometiendo un crimen, bueno, entonces...
- Se equivoca -dijo Ponter-. Entonces ni siquiera había imaginado mi crimen. Mi único
objetivo... -Hizo una pausa, luego continuó-: Mi único objetivo era contribuir a que continuara
el contacto y, sí, ver a mi amiga Mare Vaughan. Nunca hubiese ido allí de haber sabido lo que
acabaría haciendo...
- Eso no es completamente cierto, ¿verdad? -dijo Selgan-. Dijo que si hubiera tenido la
oportunidad de revivir el momento de su crimen, lo habría cometido igualmente.
- Sí, pero...
- ¿Pero qué?
Ponter suspiró.- Pero nada.

El Gran Consejo Gris había aceptado por fin la exigencia de Ponter de que le permitieran dejar
el ordenador cuántico al cuidado de Adikor, para que él regresara al mundo gliksin. Esperaba

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que se mostraran conformes pero reacios (y estaba seguro de que así había sido), pero no que
le concedieran el título de «enviado».
Por mucho que quisiera regresar, y ver de nuevo a Mare, tenía sentimientos encontrados. Su
última visita había sido un accidente, y le había aterrado no poder volver a casa. Aunque
Adikor y él creían que era factible reabrir el portal y mantenerlo abierto durante tiempo inde-
finido, nadie lo sabía realmente con seguridad. Ponter ya casi había perdido a Adikor, Jasmel y
Megameg una vez: no estaba seguro de poder soportar perderlos de nuevo.
Pero no. Iría. A pesar de sus inquietudes, Ponter quería ir. Sí, le interesaba averiguar cómo se
desarrollarían las cosas con Daklar Bolbay. Pero pasaría casi otro mes entero antes de que Dos
volvieran a ser Uno, su próxima oportunidad de verla y, si todo iba bien, volvería a este mundo
mucho antes.
Además, esta vez Ponter no viajaría solo. Lo acompañaría Tukana Prat, una hembra de la
generación 144, diez años mayor que él.
La primera apertura del portal había sido un acontecimiento imprevisto; la segunda, un intento
de rescate a la desesperada. Esta vez sería una operación planeada y ordenada.
Siempre cabía la posibilidad de que las cosas salieran mal, de que el portal se abriera a algún
otro mundo, o que Ponter hubiera malinterpretado a los gliksins y estuvieran esperando una
oportunidad para invadirlos desde el otro lado. En previsión de esto último, uno de los
miembros más viejos del Consejo tendría un detonador en la mano. Se habían colocado
explosivos en todas las salas de la instalación cuántica subterránea. Si las cosas iban mal,
Bedros detonaría los explosivos; miles de pertavs de roca se desplomarían, llenando la
cámara. Y aunque las transmisiones del implante Acompañante de Bedros no llegaran a la
superficie desde allí, sí que llegarían a los explosivos: si Bedros tenía que morir (si los gliksins
u otras criaturas los invadían disparando sus armas) su Acompañante dispararía los explosivos.
Adikor, mientras tanto, se encargaría de un botón de emergencia menos radical. Si algo
fallaba, podría desconectar toda la energía del ordenador cuántico, lo cual cortaría el enlace. Y
si moría, su Acompañante podría hacer lo mismo. En la superficie, la entrada a la mina de
níquel Debral había sido preparada igualmente con explosivos, y los controladores vigilaban,
dispuestos a actuar en caso de emergencia.
Naturalmente, Ponter y Tukana no iban a aparecer sin más al otro lado. Se enviaría una sonda
primero, con cámaras, micrófonos, aparatos para tomar muestras de aire y demás. La senda
había sido pintada de un naranja vivo y un aro de luces la rodeaba. Querían que no hubiera
ninguna posibilidad de que los gliksins la confundieran con un aparato espía: Ponter había
explicado la extraña obsesión de los gliksins por proteger su intimidad.
Como el robot enviado para rescatar a Ponter, la sonda suministraría datos a este lado a
través de un cable de fibra óptica. Pero, al contrario que aquel desgraciado robot, estaría
también sujeto por una fuerte cuerda de fibra sintética.
Aunque la sonda era tecnológicamente muy sofisticada, y el tubo de Derkers que se emplearía
para obligar al portal a permanecer abierto era una pieza de ingeniería mecánica
razonablemente compleja, la introducción del tubo sería una operación simple.
El ordenador cuántico de Ponter y Adikor había sido construido para hallar números
verdaderamente enormes. Al hacerlo, accedía a universos paralelos donde ya existían otras
versiones de sí mismo, y cada una de esas versiones probaba un solo factor potencial. Al com-
binar los resultados de todos los universos, se podían comprobar simultáneamente millones de
factores potenciales.
Pero si el número era tan gigantesco que tenía más factores candidatos que universos
paralelos donde aquella instalación de cálculo cuántico ya existía, el ordenador cuántico se veía
obligado a tratar de acceder a universos donde no existía una versión de sí mismo. En cuanto
conectara con uno de esos universos el proceso de búsqueda de factores se interrumpiría,
creando el portal.
La instalación de cálculo cuántico constaba originalmente de sólo cuatro habitaciones: un baño
seco, un comedor, la sala de control y la enorme cámara de ordenadores. Pero se acababan de
añadir tres habitaciones más: una pequeña enfermería, un dormitorio y una gran sala de
descontaminación. La gente tendría que ser descontaminada al ir en cada dirección, para

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reducir la posibilidad de que llevara algo lesivo al otro mundo y limpiarla de cualquier patógeno
que pudiera traer. Los gliksins tenían una tecnología de descontaminación limitada: tal vez al
no tener casi vello corporal les resultaba fácil mantenerse limpios, O aquella nariz suya
diminuta los mantenía benditamente ignorantes de su propia suciedad. Pero los
descontaminadores corporales sintonizados por láser (que atravesaban limpiamente las
estructuras proteínicas específicas de la piel humana, la carne, los órganos y el pelo, pero que
desintegraban gérmenes y virus) hacía tiempo que se utilizaban en este mundo.
Nunca había habido tanta gente en las instalaciones de cálculo cuántico. Ponter y Adikor
estaban allí. Y la embajadora Prat, y tres miembros del Gran Consejo Gris, incluidos los
representantes locales. Dern, el experto en robótica estaba presente también, para manejar la
sonda. Y dos exhibicionistas con sus unidades grabadoras tomaban imágenes que transmitirían
en cuanto volvieran a la superficie.
Y había llegado el momento.
Adikor se situó ante su consola de control, a un lado de la sala, y Ponter ante la suya, en el
otro. Dern tenía una consola independiente sobre una mesa.
- ¿Llevas todo lo necesario para el viaje? -preguntó Adikor. Ponter hizo una última
comprobación. Hak, naturalmente, estaba allí, como siempre, y había sido mejorada con una
completa base de datos de medicina y cirugía, por si algo les sucedía a Ponter o a Tukana en el
mundo gliksin.
Una ancha banda de cuero cubierta de bolsas rodeaba la cintura de Ponter. Ya había hecho
inventario: antibióticos, antivirales, potenciadores del sisterna inmunológico, vendas
esterilizadas, un escalpelo cauterizador láser, tijeras quirúrgicas y una selección de
anticongestivos, analgésicos y somníferos. Tukana lucía un cinturón similar. También llevaban
los dos maletas con varias mudas de ropa.
- Todo listo -dijo Ponter.
- Todo listo -repitió Tukana.
Adikor miró a Dern.- ¿Y tú?
El grueso científico asintió.
- Listo.
- Cuando queráis, entonces -le dijo Adikor a Ponter.
Ponter le hizo un gesto extendiendo los dedos.
- Vayamos a ver a nuestros primos.
- De acuerdo -dijo Adikor-. ¡Diez!
Había un exhibicionista de pie junto a Adikor; el otro estaba junto a Ponter.
- ¡Nueve!
Los tres miembros del Gran Consejo Gris se miraron entre sí: muchos más hubiesen querido
asistir, pero se decidió que no podían arriesgarse más que tres.
- ¡Ocho!
Dern tiró de algunas clavijas de control de su consola.
- ¡Siete!
Ponter miró a la embajadora Prat; si estaba nerviosa lo disimulaba bien.
- ¡Seis!
Entonces miró por encima del hombro la ancha espalda de Adikor.
Deliberadamente no se habían despedido de ninguna manera especial la noche anterior:
ninguno de los dos quería admitir que, si algo salía mal, cabía la posibilidad de que Ponter
nunca regresara a casa.
- ¡Cinco!
Y no perdería sólo a Adikor. La idea de que sus hijas se quedaran huérfanas a una edad tan
temprana había sido la principal preocupación de Ponter al repetir aquel viaje.
- ¡Cuatro!
Una preocupación menor (pero significativa) era volver a caer enfermo en el mundo gliksin, a
pesar de que los doctores habían reforzado su sistema inmunológico y Hak había sido
modificada para analizar constantemente su sangre en busca de cuerpos extraños.
- ¡Tres!

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También le preocupaba que él mismo o Tukana desarrollaran alergias a las cosas del otro lado.
- ¡Dos!
Y Ponter tenía algún que otro recelo sobre la estabilidad a largo plazo del portal, basado,
después de todo, en procesos cuánticos que eran, por su propia naturaleza, impredecibles. Sin
embargo...
- ¡Uno!
Sin embargo, a pesar de todos los problemas potenciales, de todos los inconvenientes
potenciales, regresar al mundo gliksin tenía un aspecto muy positivo...
- ¡Cero!
Ponter y Adikor tiraron simultáneamente de las clavijas de sus paneles de control.
De repente se produjo un gran rugido en la cámara de cálculo, visible a través de una ventana
de la sala de control. Ponter sabía lo que estaba sucediendo aunque nunca lo había visto como
espectador, Todo lo que no estuviera atornillado en la sala de cálculo estaba siendo lanzado al
otro universo. Los cilindros de registro de cristal y acero (incluso el defectuoso, el 69)
permanecieron firmes, pero todo el aire de la cámara estaba siendo intercambiado por una
masa comparable en el otro universo. Cuando Ponter había sido trasladado accidentalmente, el
espacio correspondiente del otro lado contenía una gigantesca esfera acrílica llena de agua
pesada... el corazón de un detector de neutrinos gliksin.
Pero esta vez no llegó ningún borbotón de agua pesada. Habían achicado la cámara antes del
regreso de Ponter, para que el daño que su llegada había causado a la esfera acrílica pudiera
ser reparado.
Justo según lo previsto, la brillante sonda (cilíndrica, de aproximadamente una brazada de
largo) atravesó el fuego azul que marcaba el portal, la luz abrazando los contornos de la sonda
al hacerlo. Ya sólo se veían los cables de sujeción y telecomunicación sujetos a la sonda,
tensos, que desaparecían en el aire a la altura de la cintura. Ponter dirigió su atención al gran
monitor de pared añadido a la sala de control para mostrar lo que captara la sonda.
Y lo que captaba eran...
- ¡Gliksins! -exclamó la embajadora Prat.
- Y yo que no me lo podía creer -dijo el consejero Bedros.
Adikor se volvió a mirar a Ponter, sonriendo.- ¿Hay alguien a quien conozcas?
Ponter observó la escena. Como antes, el portal había aparecido a varios cuerpos por encima
del suelo; la instalación de cálculo cuántico parecía estar levemente por encima y ligeramente
al Norte del centro de la cámara de detección de neutrinos. Una docena o más de gliksins
trabajaba dentro de la cámara, todavía seca. Todos llevaban mono y, en la cabeza, aquellas
conchas de tortuga amarillas de plástico. La mayoría de los gliksins tenían la misma piel clara
que el pueblo de Ponter, pero dos la tenían marrón oscuro. A Ponter le pareció que la mayoría
de los trabajadores eran varones, pero era muy difícil decirlo con los gliksins. Naturalmente, la
única cara que esperaba ver era femenina, pero no había ningún motivo para que estuviera
haciendo reparaciones en el fondo de una mina.
Todas las caras miraban directamente la sonda y varios de los individuos señalaban con sus
flacos brazos.
- No -dijo Ponter-. Nadie conocido.
Los micrófonos de la sonda estaban captando sonidos, que resonaban extrañamente en la
cavernosa cámara. Ponter no entendía demasiado de lo que se decía, pero escuchó su nombre
en algún momento.
- Hak -dijo Ponter, hablando a su Acompañante-, ¿qué estan diciendo?
Hak tenía una nueva voz: mientras mejoraban a su Acompañante, Ponter le había pedido a
Kobast Gant que programara una agradable voz masculina que no se pareciera a la de nadie
que Ponter conociera.
Hak habló a través de su altavoz externo, para que todo el grupo pudiera oírlo.
- El varón situado a la derecha de la pantalla acaba de invocar a esa cosa que llaman Dios... al
parecer, en este contexto, es una exclamación de sorpresa. El varón que está a su lado
mencionó al hijo putativo de esa cosa Dios. Y la mujer que está a su lado ha dicho: «Santo
cielo.»

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- Muy extraño -dijo Tukana.
- El varón de la derecha -continuó Hak- acaba de gritarle a alguien que se encuentra fuera de
nuestro campo de visión que pongan a la doctora Mah en el enlace de comunicaciones.
Mientras Hak hablaba, varios humanos se acercaron a la sonda. A ponter le gustó oír los
jadeos de sorpresa de los tres miembros del Gran Consejo Gris y la embajadora Prat mientras
veían sus primeras imágenes de cerca de los extraños y afilados rostros gliksin, con aquellas
narices ridículamente pequeñas.
- Bueno -dijo Dern experto en robótica-, parece que hemos establecido contacto, y parece que
las condiciones al otro lado son adecuadas.
Los tres miembros del Gran Consejo Gris consultaron entre sí durante varios latidos, y
entonces Bedros asintió.
- Adelante -dijo.
Ponter y Dern agarraron cada uno un extremo del tubo de Derkers plegado. Adikor abrió la
puerta que conducía a la sala de cálculo. No hubo ningún siseo ecualizador, ningún zumbar de
oídos; aunque el aire de la cámara de cálculo procedía presumiblemente ahora en su mayoría
del mundo gliksin, se habían intercambiado volúmenes comparables. Los gliksins filtraban con
cuidado el aire del detector de neutrinos, y el aire que Ponter estaba respirando ahora no olía a
nada.
El punto de entrada al otro universo quedó claramente delimitado por los dos cables que
desaparecían en un agujero rodeado de azul en el espacio. Dern, que había estado presente
durante el rescate de Ponter, maniobró el extremo del tubo de Derkers plegado para que
entrara en contacto con el cable de sujeción de la sonda. Ponter blandió el tubo (de unas
buenas ocho brazadas), y lo colocó paralelo al cable de sujeción.
- ¿Listo? -preguntó Dern, mirando a Ponter por encima del hombro.
Ponter asintió.
- Listo.
- Muy bien -dijo Dern-. Con suavidad ahora.
Dern empezó a pasar el tubo por el portal, que se ensanchó lo suficiente para acomodarse a su
estrecho diámetro. Ponter empujó con cuidado desde atrás. Adikor había traído un monitor
portátil que reproducía la imagen de la sonda. Movió el aparato para que Dern y Ponter
pudieran ver lo que estaba pasando al otro lado. Aunque habían bajado la sonda al suelo de la
cámara detectora de neutrinos, de modo que los dos cables atados iban hacia abajo al
atravesar el portal, el tubo de Derkers sobresalía paralelo al suelo. Los gliksins no podían
alcanzarlo: estaba demasiado por encima de sus cabezas. Pero lo señalaban, y gritaban entre
sí.
- Ya es suficiente -dijo Dern cuando vio que había pasado casi la mitad del tubo. Había hecho
una pequeña marca de referencia en el punto medio. Ponter dejó de pasar tubo. Dern se
acercó al extremo para ayudarlo a abrirlo.
Al principio, Ponter y Dern apenas podían meter una mano en la estrecha boca del tubo, pero
éste cedió cuando tiraron en direcciones opuestas, expandiendo su diámetro más y más
mientras sus mecanismos de encaje emitían fuertes chasquidos.
Ponter metió la otra mano en la boca ensanchada, y Dern metió la izquierda también, y los dos
continuaron abriéndola. Pronto el tubo adquirió una buena brazada de diámetro, pero eso era
sólo la tercera parte de su extensión máxima, y siguieron abriéndolo más y más.
La embajadora Prat y los tres Grandes Consejeros Grises habían bajado a la sala de cálculo.
Uno de los exhibicionistas los acompañaba; el otro estaba en el escalón superior que conducía
a la sala de control: era evidente que quería poder largarse de allí si algo salía mal.
Parecía que el viejo Bedros quería echar una mano: estaban haciendo historia, después de
todo. Ponter asintió para que colaborara. Pronto, seis manos estuvieron tirando de la boca del
tubo. En el monitor portátil, Ponter vio las extrañas mandíbulas puntiagudas de los gliksins
abiertas de asombro.
Finalmente, terminaron: el tubo había alcanzado su diámetro máximo y su parte inferior
reposaba en el suelo de granito de la sala de cálculo. Ponter miró a Tukana y le indicó que
avanzara.

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- Usted es la embajadora -dijo.
La mujer del pelo gris negó con la cabeza.
- Pero le conocen a usted: una cara reconocible y amistosa.
Ponter asintió.
- Como usted quiera.
Adikor le dio a Ponter un fuerte abrazo. Entonces Ponter regresó a la boca del túnel, e inspiró
profundamente, pues aunque había visto a través de los ojos de la sonda, no podía dejar de
recordar lo que le había sucedido la última vez que pasó al mundo gliksin. Empezó a recorrer
la longitud del tubo. Desde el interior, la única señal del portal era un leve anillo azul de luz,
visible a través de la membrana translúcida entre los componentes entrecruzados de metal del
tubo: parecía que al forzar el portal a abrirse de esta forma, no tendrían que soportar la
inquietante visión de las secciones transversales de sí mismos al ir al otro lado.
Ponter caminó hacia el anillo azul y, con un paso de gigante, cruzó el umbral que conducía al
mundo gliksin. Por la abertura del túnel vio la pared del fondo de la cámara de detección de
neutrinos, un poco más lejos. Sólo tardó unos latidos en llegar al final del túnel, que, puesto
que Adikor y Dern lo sujetaban con fuerza desde el otro lado, no temblaba mucho bajo su
peso.
Asomo la cabeza al final del tubo y miró a los gliksins de abajo con lo que, lo sabía, debía ser
una enorme sonrisa. Pronunció unas cuantas palabras y Hak proporcionó la traducción al
máximo volumen de su altavoz externo.
- ¿Alguien quiere ser tan amable de acercar una escalerilla?

10

Había una escalerilla a mano en el lado de Ponter del portal, pero habría sido engorroso
hacerla pasar por la estrecha sala de cálculo. Así que esperó a que los gliksins trajeran una
desde el otro lado de la cámara de detección de neutrinos. Parecía la misma escalerilla por la
que Ponter había subido cuando regresó a casa.
Hicieron falta unos cuantos intentos, pero por fin la escalerilla quedó apoyada contra el
extremo abierto del tubo de Derkers que asomaba de lo que Ponter sabía que debía de
parecerles el aire a los gliksins.
Tras él, Ponter vio a Dern y Adikor usando herramientas para fijar su extremo del tubo de
Derkens al suelo de granito de la cámara de cálculo cuántico.
Una vez que la escalerilla estuvo en su sitio, Ponter se retiró tubo abajo y dejó que Adikor y
Dern se asomaran. Se tomaron un instante para contemplar el fascinante espectáculo de la
cámara de detección de neutrinos y los extraños seres de abajo, y luego se pusieron a
trabajar, debatiéndose con las cuerdas que atarían la parte superior de la escalerilla a la boca
del tubo de Derkers. Ponter oía a Adikor murmurar «increíble, increíble» una y otra vez
mientras trabajaba.
Adikor y Dern regresaron luego a su extremo del tubo y Ponter y la embajadora Prat lo
recorrieron en toda su longitud. Ponter se dio media vuelta y bajó por la escalerilla, con
cuidado, hasta el suelo de la cámara de detección de neutrinos. Al acercarse al fondo, sintió las
manos de los gliksins en sus brazos, para ayudarle a bajar. Puso un pie y luego otro en el
suelo de la cámara y se volvió.
- ¡Bienvenido de nuevo! -dijo uno de los gliksins, sus palabras traducidas por Hak a los
implantes que Ponter tenía en el oído.
- Gracias -respondió Ponter. Contempló las caras que lo rodeaban, pero no reconoció ninguna.
No era de extrañar: aunque hubieran llamado a alguien que él conociera en el momento en
que vieron la sonda, esa persona todavía estaría en camino desde la superficie.
Ponter se apartó de la escalerilla y alzó la cabeza para mirar a la boca del tubo. Hizo señas a la
embajadora Prat y gritó:
- ¡Puede bajar!
La embajadora se dio media vuelta y bajó por la escalerilla.
- ¡Eh, mirad! -dijo uno de los gliksins-. ¡Es una mujer neanderthal!

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- Es Tukana Prat -dijo Ponter-. Nuestra embajadora ante su mundo.
Tukana llegó abajo y se volvió. Dio una palmada, para quitarse el polvo de la escalerilla que se
le había quedado en las manos. Un gliksin (uno de los dos hombres de piel oscura) dio un paso
al frente. Parecía no saber que hacer, y luego, después de un instante, inclinó la cabeza ante
Tukana y dijo:
- Bienvenida a Canadá, señora.
- Habíamos planeado pedirles que nos llevaran ante su escalerilla -dijo Hak, a través de su
altavoz externo-, pero veo que ya lo han hecho.ii
El inconveniente de tener que recurrir a Hak para la traducción era que todo tenía que ser
filtrado a través de su sentido del humor.
Ponter entendía lo suficiente el lenguaje gliksin para advertir lo que estaba pasando. Se dio un
golpe en el antebrazo izquierdo.
- ¡Au! -dijo Hak en los implantes de su oído. Luego, por el altavoz se corrigió-. Lo siento.
Quiero decir. «Llevaran ante su líder.»
- Bueno, yo soy Guy Hornby -dijo el hombre de piel oscura que se había adelantado-. Soy
ingeniero jefe. Y ya hemos llamado a la doctora Mah, en Ottawa... Es la directora del ONS.
Puede que llegue más tarde, si es necesario.
- ¿Está por aquí Mare Vaughan? -preguntó Ponter.
- ¿Mare? Oh... Mary. La profesora Vaughan. No, se fue.
- ¿Lou Benoit?
- ¿Se refiere a Louise? También se fue.
- Reuben Montego, entonces.
- ¿El doctor? Claro, podemos llamarlo para que baje.
- La verdad es que preferímos subir a verlo -dijo Ponter, mientras Hak traducía.
- Mm, claro -contestó Hornby. Miró al túnel que sobresalía en el aire-. ¿Creen que
permanecerá abierto?
Ponter asintió.
- Es lo que esperamos.
- ¿De modo que puedan volver a, mm, su lado? -dijo uno de los otros gliksins.
- Sí.
- ¿Puedo echar un vistazo? -preguntó el mismo gliksin, que tenía la piel clara, el pelo naranja y
ojos celestes.
Ponter miró a Tukana, quien le devolvió la mirada. Finalmente, Tukana dijo:
- Mi Gobierno desea reunirse con alguien que pueda hablar en nombre de su pueblo.
- Oh -dijo el de pelo naranja-. Bueno, yo no puedo, claro...
Ponter y Tukana cruzaron la enorme cámara acompañados por la multitud de gliksins, piezas
de la esfera acrílica que habían estado en el centro de aquel espacio se amontonaban ahora
contra sus paredes circulares, e incontables piezas fotomultiplicadoras, como girasoles estaban
siendo montadas.
Cuando llegaron al otro lado de la cámara, había allí otra escalerilla, incluso más alta que la
que llegaba al tubo de Dekers. Ésta se utilizaba para acceder a la escotilla de la entrada a la
cámara de detección de neutrinos, la misma escotilla cuadrada que había reventado cuando
Ponter y todo el aire de la sala de cálculo cuántico fueron transferidos desde el otro lado.
Hornby subió el primero por la escalerilla y atravesó la escotilla. Tukana inició el ascenso.
Ponter miró hacia el túnel que conducía a su mundo y el corazón le dio un vuelco cuando vio a
Adikor justo dentro de la boca, mirándolo. Ponter pensó en saludarlo, pero hubiese sido
demasiado parecido a un adiós, y por eso sólo sonrió, aunque no había forma de que Adikor
viera su expresión a tanta distancia. Probablemente era mejor así, pues la sonrisa, Ponter lo
sabía, era forzada. Se agarró a los lados de la escalerilla y empezó a subir, esperando que ésta
no fuera la última vez que veía a su amado hombrecompañero.
Ponter se abrió paso por la abertura y se puso de pie. De repente, cinco gliksins vestidos de
uniforme verde avanzaron hacia él; cada uno sostenía una gran arma que disparaba
proyectiles.

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Ponter había leído bastante literatura especulativa; conocía historias de mundos paralelos en
los que existían versiones malignas de gente del universo familiar. Su primera idea fue que, de
algún modo, había sido transferido a un universo diferente.
- Señor Boddit -dijo uno de los... soldados era la palabra, ¿no?-. Soy el teniente Donaldson,
del Ejército canadiense. Por favor, apártese de la escotilla.
Ponter así lo hizo, y la embajadora Prat la atravesó entonces hasta auparse en el suelo de
metal. Las paredes que rodeaban aquel punto estaban cubiertas de plásticos de color verde
oscuro, y del techo colgaban tubos y conductos de plástico. Lo que parecía equipo informático
estaba adosado a algunas de las paredes.
- ¿Señora? -dijo Donaldson, mirando a Tukana.
Ponter habló y Hak tradujo.
- Ésta es Tukana Prat, nuestra embajadora ante su mundo.
- Embajadora, señor Boddit, tendré que pedirles a ambos que me acompañen.
Ponter no se movió.
- ¿No somos bienvenidos aquí?
- Nada de eso -respondió Donaldson-. De hecho, estoy seguro de que nuestro Gobierno estará
encantado de reconocer a la embajadora, y de garantizarles a ambos pleno trato diplomático.
Pero por ahora tienen que venir conmigo.
Ponter frunció el ceño.
- ¿Adónde van a llevarnos?
Donaldson indicó la puerta que conducía fuera de aquella cámara, Estaba cerrada. Ponter se
encogió de hombros, y Tukana y él se encaminaron hacia allí. Uno de los otros soldados se
adelantó y la abrió. Entraron en una estrecha y abarrotada sala de control.
- Sigan avanzando rápidamente, por favor -dijo Donaldson.
Ponter y Tukana así lo hicieron.
- Como recordará usted, señor Boddit -dijo Donaldson, caminando tras ellos-, el Observatorio
de Neutrinos de Sudbury está situado a dos mil metros bajo tierra, y se mantiene en
condiciones de esterilización, para impedir la introducción de polvo u otros contaminantes que
pudieran afectar al equipo detector.
Ponter miró brevemente a Donaldson, pero continuó caminando.
- Bueno -continuó Donaldson-, hemos ampliado aún más las instalaciones, por si usted u otros
miembros de su especie regresaban. Me temo que van a tener que ser puestos en cuarentena
hasta que estemos seguros de que no hay inconveniente en dejarlo subir a la superficie.
- ¡Otra vez no! -dijo Ponter-. Podemos demostrar que estamos libres de contaminación.
- Yo no soy quién para decidir eso, señor -dijo Donaldson-. Pero la gente que sí puede hacerlo
viene ya de camino.

11

Mary Vaughan estaba inclinada sobre su microscopio cuando la puerta de su laboratorio en el


Grupo Sinergia se abrió de golpe.
- ¡Mary!
Alzó la cabeza y vio a Louise Benoit de pie en el umbral.
- ¿Sí?
- ¡Ponter ha vuelto!
El corazón de Mary empezó a latir con fuerza.
- ¿De verdad?
- ¡Sí! Acaban de decirlo por la radio. El portal entre universos ha vuelto a abrirse en el ONS, y
Ponter y otro neandertal han pasado a nuestro lado.
Mary se levantó y miró a Louise,
- ¿Te apetece un viajecito a Sudbury?
Louise sonrió, como si hubiera esperado una oferta semejante.
- No tiene sentido. Han puesto a los neandertales en cuarentena en las instalaciones de ONS:
Es imposible que nos dejen bajar a verlos.

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- Oh -dijo Mary. Trató de no parecer decepcionada.
- Pero van a venir a Nueva York a hablar ante las Naciones Unidas cuando los suelten.
- ¿De verdad? ¿Está muy lejos de aquí?
- No lo sé. A quinientos o seiscientos kilómetros, supongo. Más cerca que Sudbury, desde
luego.
- Quería ir a la ciudad a ver Los productores... -dijo Mary, con una sonrisa que no tardo en
desvanecerse-. De todas formas, probablemente no podré ver a Ponter allí tampoco. Estará
liado con todo tipo de asuntos diplomáticos.
Pero el tono de Louise era alegre.
- Te olvidas de para quién trabajas, Mary. Nuestro amigo Jock parece tener llaves para abrir
cualquier puerta. Dile que necesitas ir a la ciudad a recoger algunas muestras de ADN del
neandertal que acompara a Ponter.
La sonrisa de Mary regresó. En ese momento, le cayó mucho mejor Louise,

•••

- ¡Ponter Boddit, tío!


Reuben Montego entró en la cámara de cuarentena, compuesta por dos habitaciones, y alzó un
puño cerrado. Ponter hizo entrechocar sus propios nudillos con los de Reuben.
- ¡Reuben! -declaró, diciendo el nombre él mismo. Luego, Hak continuó por él-: Me alegro
mucho de volver a verte, amigo mío.
Ponter se volvió hacia Tukana y habló rápidamente en lengua neandertal.
- Reuben es el médico de la mina Creighton. Es el primero que me trató cuando casi me
ahogué al llegar, y fue en su casa donde Mare Vaughan, Lou Benoit y yo estuvimos en
cuarentena.
Se volvió hacia Reuben. Y Hak tradujo una vez más- Amigo Reuben, ésta es la embajadora
Tukana Prat.
Reuben sonrió ampliamente (para tratarse de un gliksin), y ejecutó una galante reverencia.
- Señora embajadora. ¡Bienvenida!
- Gracias -dijo Tukana, a través de su propio implante Acompañante, que había mejorado para
igualar las capacidades de Hak-. Me encanta estar en este mundo. -Contempló la pequeña y
austera habitación-. Aunque esperaba ver algo más de él.
Ruben asintió.
- Estamos trabajando en eso. Tenemos expertos que vienen desde el Laboratorio para el
Control de Enfermedades de Ottawa y el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades
en Atlanta. Tengo entendido que usaron ustedes algún tipo de aparato de esterilización láser.
Eso es nuevo para nosotros, y nuestros expertos tendrán que comprobar que realmente
funciona.
- Por supuesto -dijo la embajadora Prat-. Aunque esperamos ansiosos establecer relaciones
comerciales equitativas con su mundo, comprendemos que esta tecnología es una de las que
debemos revelar libremente. Sus expertos podrán venir a nuestro lado del portal y examinar el
equipo. La diseñadora del equipo, Dapbur Kajak, está a su disposición, les explicará encantada
sus principios y lo someterá a todas las pruebas que requieran.
- Excelente -dijo Reuben-. Entonces deberíamos poder resolver esto rápidamente.
Ponter esperó hasta asegurarse que Reuben hubiese terminado con el tema y entonces dijo,
hablando por sí mismo:
- ¿Dónde está Mare?
Reuben sonrió, como si hubiera estado esperando la pregunta.
- La ha contratado una empresa estadounidense. Ahora trabaja en Rochester, Nueva York.
Ponter frunció el ceño. Esperaba que Mare estuviera allí, en Sudbury, pero no había motivo
para que se quedara después de su marcha. Su hogar, después de todo, no se encontraba en
esa ciudad.
- ¿Cómo estás, Reuben? -preguntó Ponter. Era una peculiaridad gliksin preguntar
constantemente por la salud del otro, pero Ponter sabía que era una cortesía esperada.

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- ¿Yo? -dijo Reuben-. Bien. He tenido mis quince minutos de fama, y francamente me alegro
de que se hayan acabado.
- ¿Quince minutos? -repitió Tukana.
Reuben se echó a reír.
- Un artista de aquí dijo una vez que, en el futuro, todo el mundo sería famoso quince minutos.
- Ah -dijo Ponter-. ¿Qué clase de artista?
Reuben intentaba reprimir una sonrisa.
- Mm, bueno, fue muy conocido por pintar latas de sopa.
- Me parece que quince minutos son más de lo que él merecía -dijo Ponter.
Reuben volvió a echarse a reír.
- Te he echado de menos, amigo mío.

Llegó un equipo del Laboratorio para el Control de Enfermedades, seguido poco después de
otro del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades. Dos mujeres, una de cada
entidad, se convirtieron en los primeros miembros del Homo sapiens sapiens en viajar al
universo neandertal. Periódicamente, una u otra asomaba la cabeza por el extremo del túnel y
pedía que le pasaran equipo al otro lado.
Ponter trató de esperar con paciencia, pero era frustrante. ¡Todo un mundo extraño
esperándolos! Tanto él como Tukana ya habían dado multitud de muestras de sangre y tejidos,
además de haber sido sometidos a completos exámenes físicos por parte de Reuben.
A pesar de la cuarentena, Ponter y Tukana recibieron visitas. La primera fue la de una pálida
mujer gliksin de pelo marrón corto y gafitas redondas.
- Hola-dijo, con lo que Ponter reconoció tras su trato con Louise Benoit como acento
francocanadiense-. Me llamo Hélene Gagné. Pertenezco al Departamento de Asuntos Exteriores
y Comercio Internacional de Canadá.
Tukana dio un paso adelante.
- Embajadora Tukana Prat, en representación del Gran Consejo Gris de... bueno, de la Tierra
-indicó a Ponter con la cabeza-. Mi asociado, el sabio (y enviado) Ponter Boddit.
- Mis saludos -dijo Hélene-. Encantada de conocerlos a ambos. Enviado Boddit, prometemos
que las cosas saldrán un poco mejor que en su última visita.
Ponter sonrió.
- Gracias.
- Antes de continuar, señora embajadora, me gustaría hacerle una pregunta. Tengo entendido
que la geografía de su mundo y la de éste son la misma, ¿correcto?
Tukana Prat asintió.
- Muy bien -dijo Hélene. Llevaba un pequeño maletín. Lo abrió y sacó un sencillo mapa del
mundo que sólo mostraba formas de tierra, pero no fronteras-. ¿Puede indicarme dónde nació
usted?
Tukana Prat tomó el mapa, lo miró y señaló un punto de la costa Oeste de América del Norte.
Hélene le tendió un rotulador, sin capuchón.
- ¿Puede marcar el lugar... lo más exactamente posible, por favor?
Tukana pareció sorprendida por la petición, pero así lo hizo, poniendo una marca roja en la
punta Norte de la isla de Vancouver.
- Gracias -dijo Hélene-. Ahora, ¿quiere firmar junto a ese punto?
- ¿Firmar?
- Mmm, ya sabe, escribir su nombre.
Tukana Prat así lo hizo, dibujando una serie de símbolos angulares.
Hélene sacó un sello notarial del maletín y marcó el mapa, y luego añadió su propia firma y
fecha.
- Muy bien, esperamos que con esto quede zanjada la cuestión. Nació usted en Canadá.
- Yo nací en Podnilak -dijo Tukana.
- Sí, sí, pero eso está en lo que corresponde a Canadá en este mundo... a la isla de Vancouver,
la Columbia Británica, para ser precisos. Es usted, según todas las leyes establecidas,
canadiense. Y ya sabemos que el enviado Boddit nació cerca de Sudbury, Ontario. Así que si

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usted y el enviado Boddit no ponen objeciones, lo primero que vamos a hacer cuando salgan
de la cuarentena es concederles a ambos la ciudadanía canadiense.
- ¿Por qué? -preguntó Tukana Prat.
Pero antes de que Helene pudiera responder, Ponter intervino.- Este asunto ya se trató
durante mi primer viaje. Hacen falta documentos para viajar entre naciones en esta versión de
la Tierra. El más importante -hizo una pausa, mientras Hak le recordaba el nombre- se llama
pasaporte, y no se puede tener pasaporte sin ciudadanía.
- Así es -dijo Hélene-. Recibimos bastantes presiones de otros gobiernos, sobre todo de
Estados Unidos, cuando estuvo usted aquí la vez anterior, porque no salió de Canadá. Bueno,
cuando salgan de aquí, los llevaremos a Ottawa (ésa es la capital de Canadá), para que los
nombren ciudadanos de acuerdo con la Sección 5, Párrafo 4, del Acta de Ciudadanía
Canadiense, que permite a un ministro conceder a cualquiera la ciudadanía en circunstancias
especiales. No se preocupen: no afectará a su capacidad para seguir siendo ciudadanos de la
jurisdicción que sea apropiada en su mundo; Canadá ha reconocido siempre la doble
nacionalidad. Pero cuando viajen fuera de Canadá, serán tratados como diplomáticos
canadienses, y por tanto se les concederá inmunidad diplomática a todos los efectos. Eso nos
permitirá eludir cualquier restricción hasta que se establezcan relaciones formales entre cada
una de sus naciones y nuestro mundo.
- ¿Cada una de nuestras naciones? -dijo Tukana-. Nosotros tenemos un Gobierno mundial
unificado. ¿No tienen ustedes lo mismo?
Hélene negó con la cabeza.
- No. Tenemos una cosa llamada «Naciones Unidas»... Los trajinaremos a su sede después de
una cena de Estado con nuestro primer ministro en Ottawa. Pero no es un Gobierno mundial;
es sólo un foro donde las naciones independientes discuten asuntos de mutua importancia. A
medida que pase el tiempo, su Gobierno tendrá que ser formalmente reconocido por cada una
de las naciones que componen la ONU.
- ¿Y cuántas naciones hay? -preguntó Tukana.
Ponter sonrió.
- No se lo va a creer -dijo.
- En este momento hay ciento noventa y un Estados miembros -dijo Hélene-. Así que ya ve, su
Gobierno tardará años en negociar tratados y acuerdos con cada una de esas naciones. Pero
Canadá, naturalmente, ya tiene tratados con todas ellas, así que al convertirse en diplomáticos
canadienses, al menos de nombre, podrán viajar a cualquiera de esos países y hablar con sus
líderes gubernamentales.
Tukana parecía anonadada.
- Estoy segura de que todo es como debe ser.
- Así es.
- Muy bien -dijo Ponter-. ¿Cuándo salimos de aquí?
- Pronto, espero -contestó Hélene-. Yo tampoco puedo dejar las instalaciones de la ONS ahora,
hasta que se les permita a ustedes dos. Pero los médicos parecen impresionados por lo que
han visto de su tecnología descontaminante.
La noticia complació a Ponter, ya que parecía que serían liberados pronto: se había pasado casi
todo su último viaje a Canadá en cuarentena, después de todo, y no le hacía gracia tener que
soportar más de lo mismo, sobre todo bajo tierra.

Aquella tarde, Tukana se retiró a la segunda de las habitaciones de la suite de cuarentena.


Como a mucha gente de su generación, por lo visto le gustaba echar una siesta. Ponter se
entretuvo practicando el Inglés con la ayuda de Hak hasta que regresó Reuben Montego
acompañado de un varón gliksin bajito, velludo y pálido, cuyo aspecto contrastaba
marcadamente con la piel oscura y la cabeza completamente afeitada de Reuben.
- Eh, Ponter -dijo Reuben-. Éste es Arnold Moore, geólogo.
- Hola -dijo Ponter.
Arnold le tendió la mano, que Ponter estrechó.
- Doctor Boddit, es un verdadero placer conocerlo. ¡Un verdadero placer!

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El aburrimiento le había pasado factura: Ponter no pudo resistirse a un pequeño sarcasmo.
- ¿Seguro que no hay peligro en tocarme?
Pero Arnold no entendió el comentario.
- ¡Oh, quería bajar a verlo desde el primer momento en que supe que estaba usted aquí! Esto
es un regalo. ¡Un verdadero regalo!
Ponter sonrió débilmente.- Gracias.
- Por favor -dijo Arnold, indicando la silla de la que se había levantado Ponter-. Por favor,
siéntese.
Ponter así lo hizo, y Arnold le dio la vuelta a otra silla y se sentó a horcajadas, con los brazos
cruzados sobre el respaldo, que ahora tenía delante. Ponter notó que su ceja se alzaba: ésa
parecía una forma más cómoda de sentarse. Se levantó y le dio la vuelta a su silla para sen-
tarse del mismo modo. No era tan cómoda como una silla de horcajadas, pero la postura desde
luego era una mejora.
Reuben se excusó y se marchó a charlar con los inmunólogos que pululaban por las
instalaciones.
- Tengo que hacerle una pregunta -dijo Arnold. Ponter asintió, para que continuara.
- Hemos advertido que algo inusitado le está sucediendo a esta versión de la Tierra -dijo el
geólogo-, y me preguntaba si podría usted decirme si está pasando lo mismo en su versión.
- ¿Qué?
- Bueno, la aurora boreal... y la aurora austral también se comportan de un modo raro.
Ponter se sorprendió.
- No, no ocurre nada de eso. De hecho, anoche mismo vi las luces nocturnas: eran
perfectamente normales.
Arnold pareció decepcionado.
- Esperábamos que supieran ustedes algo. Nuestra mejor deducción es que el campo
magnético de la Tierra se está colapsando, y que los polos tal vez vayan a invertirse.
Ponter alzó de nuevo la ceja, frunciéndola sobre su frente.
- ¿Cuándo fue la última vez que pasó algo así, aquí?
- No estoy seguro de la fecha. Hace muchos miles de años.
- ¿No ha habido ningún colapso del campo desde entonces?
- No.
- Fascinante. Nosotros tuvimos uno... ¿Hak?
- Hace seis años -dijo Hak, a través de su altavoz externo.
- ¿Quiere decir que terminó hace seis años?
- Sí.
- Pero debió de empezar hace siglos.
Ponter negó con la cabeza.- Empezó hace veinticinco años.
- Déjeme que aclare esto -dijo Arnold, los ojos como platos-. El colapso de todo su campo
tardó... ¿cuánto? ¿diecinueve años?
- Así es, correcto -dijo Ponter-. Hasta hace veinticinco años, el campo magnético tenía su
duración normal. Entonces se colapsó: el planeta no tuvo ningún campo magnético apreciable
durante los siguientes diecinueve años. Y luego, hace seis años, el campo regresó de golpe.
- ¿De golpe? -repitió Arnold, asombrado- No, debe de estar usted bromeando.
- Cuando bromeo, intento ser mucho más gracioso -dijo Ponter.
- Pero... pero... siempre hemos creído que el campo magnético tardaría cientos, y
probablemente miles de años en colapsarse.
- ¿Por qué?
- Bueno, ya sabe, a causa del tamaño de la Tierra.
- El campo magnético del Sol se invierte cada ciento cuarenta meses o así, cada once años, y
el Sol tiene un millón de veces el tamaño de la Tierra.
- Sí, pero...
- No pretendo parecer más gris que usted -dijo Ponter-. Sabíamos muy poco sobre los
colapsos de campo, también, hasta que experimentamos uno. Algunos de nuestros geólogos
se asombraron también por su rapidez.

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- Colapso geomagnético y restablecimiento en menos de dos décadas -dijo Arnold-. Increíble.
- Fue un momento interesante para dedicarse a la física -dijo Ponter-. Nuestra gente aprendió
mucho sobre el proceso... el proceso por el que el campo... ¿tienen un nombre para eso?
Arnold asintió.- La geodínamo.
Ponter frunció el ceño: otra «i» impronunciable. Pero dejó que Hak se encargara de
suministrarlo a medida que hiciera falta; sólo eran los nombres propios lo que Ponter hacía que
su Acompañante repitiera exactamente al decirlos-. Sí. Aprendimos mucho sobre la
geodínamo.
- Nos encantaría escuchar lo que saben -dijo Amold.
Ponter se alegró de que Tukana estuviera durmiendo; probablemente ya había revelado
demasiada información. Pero aquello de comerciar con datos... alteraba al científico que había
en él. Todos los datos deberían ser intercambiados libremente. De todas formas, decidió
cambiar ligeramente de tema.
- ¿Le preocupa a Inco que la demanda de níquel se venga abajo durante el período del
colapso?
El níquel se utilizaba mucho para las brújulas en ambas versiones de la Tierra, y el depósito de
Sudbury era el más grande del mundo.
- ¿Qué? Mm, ni siquiera lo había pensado.
Ponter se sintió confundido.
- Reuben dijo que era usted geólogo...
- Sí, lo soy -reconoció Arnold-. Pero no trabajo para lnco. Pertenezco al Medio Ambiente de
Canadá. Vine en avión desde Ottawa en cuanto llegó la noticia de que se había restablecido el
contacto con su mundo.
- Ah -dijo Ponter, todavía sin comprender.
- Mi trabajo es proteger el medio ambiente.
- ¿No es eso trabajo de todos? -preguntó Ponter, siendo, lo sabía, un poco mordaz.
Pero de nuevo a Arnold se le escapó el matiz.
- Sí, desde luego. Desde luego. Pero quería averiguar qué podría saber su gente de los efectos
medioambientales asociados con los colapsos del campo magnético. Esperaba que pudieran
tener algunos datos de los registros fósiles... ¡pero tener estudios completos de un colapso
reciente! Eso es fabuloso.
- No hubo ningún efecto medioambiental apreciable -dijo Ponter-, Algunas aves migratorias se
confundieron, pero eso fue todo.
- Supongo que es lógico. ¿Cómo se adaptaron?
- Las aves afectadas tienen una poderosa sustancia magnética en el cerebro...
- Magnetita -apuntó Arnold-. Tres átomos de hierro y cuatro de oxígeno.
- Sí -dijo Ponter-. Otras clases de aves navegan siguiendo las estrellas, y algunos individuos de
la especie que usa magnetita cerebral para determinar la dirección fueron capaces de guiarse
también por las estrellas. Siempre ocurre así en la naturaleza: las diferencias dentro de una
población proporcionan vigor cuando el medio ambiente cambia, y las capacidades más
cruciales tienen un sistema de refuerzo.
- Fascinante -dijo Arnold-. Fascinante. Pero dígame, ¿cómo determinaron ustedes que el
campo magnético de la Tierra se invierte periódicamente? Eso es algo nuevo para nosotros.
- La alteración de la polaridad del campo magnético del planeta se registra en los lugares de
impacto de meteoritos.
- ¿Sí? -dijo Arnold, alzando su única y larga ceja... -¡qué refrescante era ver a alguien que
parecía normal, al menos en ese aspecto!
- Sí -contestó Ponter-. Cuando un meteoro de níquel e hierro choca contra la Tierra, el impacto
alinea el campo magnético del meteoro.
Arnoild frunció el ceño.
- Supongo que es lógico. Igual que golpear una barra de hierro con un martillo y convertirla en
un imán.
- Exactamente. Pero si no lo supieron ustedes gracias a los meteoritos, ¿cómo llegó su gente a
saber que el campo magnético de la Tierra se invierte periódicamente?

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- Por los sedimentos marinos -respondió Arnold.
- ¿Qué? -dijo Ponter.
- ¿Conocen ustedes las placas tectónicas? -preguntó Arnold-. Ya sabe, ¿la deriva continental?
- ¿Los continentes derivan? -dijo Ponter, poniendo cara de tonto. Pero entonces alzó una
mano- No, esta vez estaba haciendo un chiste. Sí, mi gente lo sabe. Después de todo, las
costas de Ranilass y Podlar estuvieron una vez claramente unidas.
- Debe de referirse a América del Sur y África -dijo Arnold, asintiendo. Sonrió con tristeza-. Sí,
cabría pensar que tendría que haber parecido cegadoramente obvio para todo el mundo, pero
nuestra gente tardó décadas en aceptar la idea.
- ¿Por qué?
Arnold se encogió de hombros.
- Usted es científico; sin duda lo comprenderá. La vieja guardia creía saber cómo funcionaba el
mundo, y no estaban dispuestos a renunciar a sus teorías. Como sucede con tantos cambios
paradigmáticos, no se trataba de convencer a nadie de que cambiara de opinión. Más bien,
hubo que esperar a que pasara una generación.
Ponter trató de ocultar su asombro. ¡Qué extraordinaria aproximación a la ciencia tenían estos
gliksins!
- En cualquier caso -continuó Arnold-, al final acabamos por encontrar pruebas de la deriva
continental. En mitad de los océanos... hay sitios donde se acumula magma del manto,
formando roca nueva...
- Nosotros dedujimos que esos lugares deben existir -dijo Ponter-. Después de todo, ya que
hay sitios donde la roca vieja es empujada hacia abajo...
- Zonas de subducción -informó Arnold.
- Como usted diga. Si hay sitios donde las rocas antiguas se hunden, sabíamos que debe haber
sitios donde surjan rocas nuevas, aunque, naturalmente, nunca los hemos visto.
- Nosotros hemos tomado muestras.
Ponter puso de verdad cara de tonto esta vez.- ¿En pleno océano?
- Sí, desde luego -dijo Amold, evidentemente contento de que por una vez, los suyos
anduvieran por delante-. Y si mira las rocas a ambos lados de la grieta de la que surge el
magma, se ven pautas simétricas de magnetismo... normales a cada lado de la grieta,
distancias igualmente inversas a izquierda y derecha de la grieta, normales de nuevo al otro
lado pero más lejanas, y así sucesivamente.
- Impresionante.
- Tenemos nuestros momentos -dijo Arnold. Sonrió, y estaba claramente invitando a Ponter a
hacer lo mismo.
- ¿Perdone? -dijo Ponter.
- Es un chiste; un juego de palabras. Ya sabe: «momento magnético», el producto de la
distancia entre los polos de un imán y la fuerza de cada polo.
- Ah -dijo Ponter. Aquella manía gliksin por los juegos de palabras... nunca la comprendería.
Arnold parecía decepcionado.
- De todas formas, me sorprende que su campo magnético se colapsara antes que el nuestro
-dijo-. Quiero decir, comprendo el modelo Benoit: que este universo se desgajó del suyo hace
cuarenta mil años, en el alba de la conciencia. Bien. Pero no veo cómo nada que su gente o la
mía haya hecho en los últimos cuatrocientos siglos pueda haber afectado a la geodínamo.
- Sí que es sorprendente -reconoció Ponter. Arnold se levantó de la silla.
- Con todo, debido a eso ha satisfecho usted más mi particular curiosidad de lo que creía
posible.
Ponter asintió.
- Me alegro. Deberían ustedes... ¿cómo lo dirían? Deberían navegar sin esfuerzo por el colapso
del campo magnético -guiñó un ojo-. Después de todo, nosotros lo hicimos.

12

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Mary intentaba concentrarse en el trabajo, pero se le iba la mente una y otra vez a Ponter...
cosa nada sorprendente, dado que era precisamente en el ADN de Ponter en lo que trabajaba.
Mary daba un respingo cada vez que leía un artículo de divulgación en el que se trataba de
explicar por qué el ADN mitocondrial sólo se hereda por vía materna. La explicación habitual
era que sólo penetra en el óvulo la cabeza del espermatozoide, y que sólo la sección central y
la cola contienen mitocondrias. Pero aunque es cierto que las mitocondrias se distribuyen de
esa forma en el espermatozoide, no lo es que sólo la cabeza entre en el óvulo. Los estudios
con microscopio y los análisis de ADN han demostrado que el ADN mitocondrial de la sección
media del espermatozoide acaba fertilizando los óvulos. En realidad nadie sabe por qué el ADN
mitocondrial paterno no se incorpora al cigoto como el ADN mitocondrial materno; por algún
motivo desaparece, y la explicación de que no llega de entrada es bonita y conveniente pero,
desde luego, falsa.
De todas formas, ya que había miles de mitocondrias en cada célula y sólo un núcleo, era
mucho más fácil recuperar ADN mitocondrial que ADN nuclear de los especímenes antiguos. No
se había extraído nunca ADN nuclear de ninguno de los fósiles neanderthales conocidos en la
Tierra de Mary, y por eso se había concentrado en estudiar el de Ponter, comparándolo y
contrastándolo con el ADN mitocondrial gliksin. Pero al parecer no había ninguna secuencia
detectable simultáneamente en el ADN de Ponter y en el ADN mitocondrial conocido de los
fósiles neanderthales pero ausente en los gliksins, ni viceversa.
Y por eso Mary se dedicó por fin al ADN nuclear de Ponter. Esperaba que fuese aún más difícil
encontrar una diferencia allí y, en efecto, después de investigar concienzudamente, no
encontró ninguna secuencia de nucleótidos diferente entre los neanderthales y el Homo
sapiens sapiens; todos los marcadores relacionaban cadenas de ADN de ambas especies de
humanos.
Aburrida y frustrada, a la espera de que Ponter fuera liberado de la cuarentena para reavivar
su amistad, Mary decidió hacer un cariotipo del ADN neanderthal. Eso implicaba cultivar
algunas células de Ponter hasta que estuvieran a punto de dividirse (el único momento en que
los cromosomas se detectan), y luego paralizar los cromosomas en ese estadio. Una vez
hecho, Mary teñía las células (la palabra «cromosoma», después de todo, significa «cuerpo
coloreado», por su tendencia a tomar color fácilmente). Luego clasificaba los cromosomas por
tamaño, en orden descendente, lo habitual para numerarios. Ponter era varón, y por eso tenía
un cromosoma X y un cromosoma Y, e igual que en el varón de la especie de Mary, Y medía
aproximadamente un tercio de X.
Mary ordenó todas las parejas, las fotografió, e imprimió la foto en una impresora Epson de
chorro de tinta. Luego etiquetó las parejas, empezando por la más larga y hasta la más corta:
1, 2, 3...
Era un trabajo concienzudo, el ejercicio al que sometía a sus estudiantes de citogenética cada
año. Su mente divagó un poco mientras lo hacía: se encontró pensando en Ponter y Adikor y
en mamuts y en un mundo sin agricultura y...
«¡Maldición!»
Obviamente había metido la pata, ya que los cromosomas X e Y de Ponter eran la pareja
vigésimo cuarta, no la vigésimo tercera.
A menos...
Dios mío, a menos que hubiera tres cromosomas 21... en cuyo caso él, y presumiblemente su
gente, tenían lo que en la especie de ella se conocía como síndrome de Down. Eso tenía
sentido: quienes padecen el síndrome de Down tienen una morfología facial distinta y...
«Santo cielo, ¿podría ser tan simple?», pensó Mary. La incidencia de la leucemia entre quienes
sufren el síndrome de Down es alta... ¿y no era de eso, según Ponter, de lo que había fallecido
su esposa? Además, el síndrome de Down se asocia con niveles anormales de hormonas ti-
roideas, y se sabe que éstas afectan a la morfología... especialmente a la facial. ¿Podría ser
que la gente de Ponter tuviera trisomia 21, un cambio pequeño, que se manifestara de manera
ligeramente distinta en ellos que en el Homo sapiens sapiens, y que explicara todas las
diferencias entre los dos tipos de humanos?

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Pero no. Aquello no tenía sentido. Uno de los principales efectos del síndrome de Down, al
menos en el Homo sapiens sapiens, es el subdesarrollo del tono muscular: la gente de Ponter
tenía exactamente lo contrario.
Y, además (Mary había extendido un número par de cromosomas ante ella), el síndrome de
Down es producto de un número impar. A menos que, accidentalmente, hubiera mezclado
cromosomas de otra célula, Ponter tenía en efecto veinticuatro pares y...
«Oh, Dios mío -pensó Mary-. Dios mío.» Era aún más sencillo de lo que había imaginado. «Sí,
sí, ¡sí!»
¡Lo tenía!
Tenía la respuesta.
El Homo sapiens sapiens poseía veintitrés pares de cromosomas.
Pero sus parientes más cercanos, al menos en esta Tierra, eran las dos especies de
chimpancés y...
Y ambas especies de chimpancés tenían veinticuatro pares de cromosomas.
El género Pan (los chimpancés) y el género Homo (los humanos de todo tipo, pasados y
presentes), compartían un antepasado común. A pesar de la creencia popular de que los
humanos habían evolucionado a partir de los monos, en realidad monos y humanos eran
primos. El antepasado común (el eslabón perdido, todavía no identificado de manera
concluyente mediante restos fósiles) había existido, según los estudios de la divergencia
genética entre humanos y monos, hacía unos cinco millones de años, en África.
Como los chimpancés tenían veinticuatro pares de cromosomas y los humanos veintitrés, sólo
podía elucubrarse qué número había poseído el antepasado común. Si tuvo veintitrés, bueno,
entonces, en algún momento después de la separación monohombre, un cromosoma debió de
convertirse en dos en el linaje de los chimpancés. Si, por otro lado, tuvo veinticuatro, entonces
dos cromosomas debieron de fundirse en alguna parte de la línea Homo.
Hasta ese momento (hasta aquel preciso instante, hasta aquel segundo), nadie en la Tierra de
Mary había sabido con seguridad qué opinión era la correcta. Pero ahora estaba claro como el
agua: los chimpancés comunes tenían veinticuatro pares de cromosomas; los banobos (la otra
especie de chimpancé) tenían veinticuatro también. Y ahora Mary sabía que los neanderthales
tenían también dos docenas. La fusión de dos cromosomas en uno había tenido lugar mucho
después de la división monohombre; de hecho, eso había sucedido después de que la rama
Homo se bifurcara en las dos que ella estaba estudiando ahora, hacía sólo un par de cientos de
miles de años.
Por eso la gente de Ponter seguía teniendo la enorme fuerza de los monos en vez de ser débil
como los humanos, Por eso tenían fisonomía simia, con arcos ciliares y sin mandíbula.
Genéticamente eran simiescos, al menos en el recuento de cromosomas. Y la unión de dos
cromosomas (eran los números dos y tres, Mary lo sabía porque había leído hacía años
estudios de genética primate) había originado las diferencias morfológicas que dieron pie a la
forma humana adulta.
De hecho, la causa concreta de las diferencias era bastante fácil de identificar: era la neotenia,
la conservación en el estado adulto de características infantiles. Los bebés simios, los bebés
neanderthales y los bebés gliksins tenían un cráneo similar, con la frente vertical y escasa
barbilla. A medida que las otras especies crecían, la forma de sus cráneos cambiaba, sólo la de
Mary conservaba el cráneo infantil en la etapa adulta.
Pero el pueblo de Ponter sí que maduraba cranealmente. Y el cromosoma que difería podía ser
la causa. Mary se llevó las dos manos a la cara. ¡Lo había conseguido!
Había encontrado lo que quería Jock Krieger, y...
Y... «Dios mío.»
Si el recuento de cromosomas difería, entonces los neanderthales y los Homo sapiens a los que
ella pertenecía no eran sólo subespecies de una misma rama. Eran especies completamente
distintas. No hacía falta decir Homo sapiens y repetir sapiens para distinguir la especie de Mary
de la de Ponter, porque el pueblo de Ponter no podía ser Homo sapiens neanderthalensis, sino
que era más bien Homo neanderthalensis. A Mary se le ocurrían varios paleoantropólogos a
quienes entusiasmaría aquella noticia... y otros a quienes los fastidiaría enormemente.

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Pero...
Pero...
Pero, ¡Ponter pertenecía a otra especie! Mary había visto Showboat cuando la representaron en
Toronto; Cloris Leachman interpretaba el papel de Parthy. Sabía que la mezcla de razas había
sido un tema importante en otra época, pero...
Pero «mezcla étnica» no era el modo adecuado para describir el apareamiento de un humano
con alguien que no pertenecía a su propia especie... aunque Ponter y Mary no hubieran hecho
eso, por supuesto. No, el término adecuado era...
«Dios mío», pensó Mary.
Era «bestialismo».
Pero...
- No, no.
Ponter no era una bestia. El hombre que la había violado (congénere de Mary, un Homo
Sapiens), ése sí que era una bestia, Pero Ponter no era ningún animal.
Era un caballero.
Un hombre amable.
Y, a pesar del recuento de cromosomas, era un ser humano... un ser humano que ella
anhelaba volver a ver.

13

Finalmente, al cabo de tres días, los especialistas del Laboratorio para el Control de
Enfermedades y el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (la agencia
norteamericana equivalente) determinaron que la embajadora Tukana Prat y el enviado Ponter
Boddit estaban libres de infección y levantaron la cuarentena.
Ponter y Tukana, acompañados por cinco soldados y el doctor Montego, recorrieron el túnel de
la mina hasta el ascensor de metal y realizaron el largo viaje hasta la superficie. Al parecer, se
había corrido la noticia de que iban para arriba: gran número de mineros y otros trabajadores
de Inco se habían reunido en la enorme sala superior donde se hallaba la boca del ascensor.
- Hay una multitud de periodistas esperando en el aparcamiento -dijo Hélene Gagné-.
Embajadora Prat, tendrá que hacer usted una breve declaración, naturalmente,
Tukana alzó la ceja.
- ¿Qué tipo de declaración?
- Un saludo, ya sabe, el habitual gesto diplomático.
Ponter no tenía ni idea de a qué se refería, pero claro, no era su trabajo. Hélene los guió para
salir de la amplia sala y, tras atravesar unas puertas, salieron al otoño de Sudbury. Hacía al
menos dos grados más que en el mundo que Ponter había dejado atrás, tal vez más, pero,
naturalmente, habían pasado tres días bajo tierra: la diferencia de temperatura no implicaba
nada necesariamente.
De todas formas, Ponter sacudió asombrado la cabeza. Nunca había salido de aquel sitio
estando consciente: había subido desde la mina, una sola vez, inconsciente por una herida en
la cabeza. Pero ahora tenía ocasión de ver realmente la gigantesca mina, la gran abertura en
el suelo que habían practicado aquellos humanos, la enorme extensión de tierra que habían
despejado de árboles, el colosal «aparcamiento», como ellos lo llamaban, cubierto de cientos
de vehículos personales.
¡Y el olor! Retrocedió cuando captó el abrumador hedor de aquel mundo, la peste
nauseabunda. La mujer de Adikor, Lurt, les había explicado las posibles fuentes de los olores,
basándose en las descripciones que Ponter les había dado: dióxido de nitrógeno, dióxido de
azufre y otros venenos que se desprendían con la quema de petroquímicos.
Ponter había advertido a Tukana de lo que les esperaba, y ella trataba disimuladamente de
cubrirse la nariz con la mano. Ponter recordaba con afecto a la gente de aquí, pero había
olvidado (o suprimido) sus recuerdos del horrible trabajo que habían hecho cuidando de su
versión del planeta.

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•••

Jock Krieger, sentado a su mesa, navegaba por las dos redes: la pública y el enorme conjunto
de sitios clasificados del Gobierno, disponibles a través de cables de fibra óptica, a los que sólo
aquellos con el permiso de seguridad pertinente podían acceder.
A Jock nunca le había gustado toparse con algo que no comprendía: lo único que le daba la
impresión de que no tenía el control era la ignorancia. Y por eso estaba intentando confirmarlo
buscando información sobre colapsos geomagnéticos, sobre todo desde que había llegado de
Sudbury la noticia de que esas cosas al parecer sucedían muy rápidamente.
Jock había esperado que hubiera miles de páginas web dedicadas a ese tema, y aunque todos
los sitios de noticias habían publicado algo en la última semana, regurgitando principalmente
las mismas opiniones de tres o cuatro «expertos», había en realidad muy pocos estudios
específicos acerca del fenómeno. De hecho, la mitad de las pistas que encontró en la red eran
de supuestos científicos creacionistas que intentaban negar la evidencia de inversiones
geomagnéticas prehistóricas, al parecer porque su número hubiese excedido la edad de la
Tierra, que sólo tenía unos cuantos miles de años.
Pero en un estudio llamó la atención de Jock la cita del artículo de una revista, Earth and
Planetary Science Letters, de 1989, titulado “Las pruebas indican que se produce una variación
de campo extremadamente rápida durante una inversión geomagnética”. Los autores eran
Robert S. Coe y Michel Prévot, el primero de la Universidad de California en Santa Cruz y, el
segundo, de la Université des Sciences et Techniques de Montpellier (la ciudad de Francia,
supuso Jock, y no la de Vermont). La UCSC era decididamente una institución de fiar, y la otra
(unos cuantos clics con el ratón), sí, también era aceptable. Pero el maldito artículo no estaba
en la red: como gran parte de los conocimientos del mundo anteriores a 1990, al parecer nadie
se había molestado en colgarlo. Jock suspiró. Tendría que ir a una biblioteca de verdad a
buscar un ejemplar.

Mary recorrió el pasillo y bajó las escaleras hasta el despacho de Jock Krieger, en la planta
baja. Llamó con los nudillos, esperó a que él le dijera que entrara y eso hizo.
- Lo tengo -dijo Mary.
- Bueno, entonces, mantenga la distancia -dijo Jock, cerrando la ventana de su buscador.
Mary estaba demasiado nerviosa para pillar el chiste, aunque cayó más tarde en la cuenta.
- He descubierto cómo distinguir a los gliksins de los neandertales
Jock se levantó de su sillón Aeron.
- ¿Está segura?
- Sí. Es pan comido. Los neanderthales tienen veinticuatro pares de cromosomas, mientras que
nosotros sólo tenemos veintitrés. Es una diferencia abismal, tan grande a escala genética
como la diferencia entre macho y hembra.
Las cejas grises de Jock se alzaron hacia su tupé.
- Si eso era tan obvio, ¿por qué ha tardado tanto?
Mary explicó su confusión con el ADN mitocondrial.
- Ah -dijo Jock, asintiendo-. Buen trabajo. Muy buen trabajo.
Mary sonrió, pero su sonrisa se desvaneció pronto.
- La Sociedad Paleoantropológica va a celebrar su reunión anual dentro de un par de semanas
-dijo-. Me gustaría presentar allí mi cariotipo neanderthal. Alguien lo hará, tarde o temprano,
pero me gustaría tener prioridad.
Kireger frunció el ceño.
- Lo siento, Mary, pero está bajo contrato de secreto.
Mary se preparó para pelear.
- Si, pero...
Jock levantó una mano.
- No, tiene razón. Lo siento. Es difícil abandonar las costumbres del RAND. Sí, por supuesto,
puede presentar su descubrimiento. El mundo tiene derecho a saberlo.

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•••

Hélene Gagné contempló a los cientos de periodistas que se habían congregado en el


aparcamiento de la mina Creighton.
- Damas y caballeros -dijo, hablando por el micrófono de una cadena de televisión-, gracias
por venir. De parte del pueblo de Ontario, el pueblo de Canadá y el pueblo del mundo, es un
placer dar la bienvenida a los dos emisarios de la versión paralela de la Tierra. Sé que algunos
de ustedes ya conocen al doctor Ponter Boddit, que ahora tiene el título de «enviado».
Hizo un gesto a Ponter y, al cabo de un instante, éste advirtió que debía reaccionar de algún
modo. Alzó la mano derecha y saludó entusiasta, cosa que, por algún motivo, causó gracia a
los periodistas gliksins.
- Y ésta es la embajadora, la señora Tukana Prat -continuó Hélene-. Estoy segura de que tiene
unas palabras para nosotros.
Hélene miró expectante a Tukana, que, tras algún gesto adicional por parte de Hélene, se
acercó al micrófono.
- Nos alegramos de estar aquí -dijo Tukana. Luego se apartó amablemente del micrófono.
Hélene parecía mortificada; ocupó rápidamente el lugar de Tukana.
- Lo que la embajadora Prat quiere decir, de parte de su gente, es que está encantada de
iniciar contactos formales con nuestro pueblo y espera que se establezca un diálogo productivo
y mutuamente beneficioso sobre asuntos de interés común. -Se volvió hacia Tukana, buscando
su aprobación por estos comentarios. Tukana asintió. Hélene continuó-: Y espera que su
pueblo y el nuestro tengan numerosas oportunidades para realizar intercambios comerciales y
culturales. -Miró otra vez a Tukana: la hembra neanderthal al menos no parecía inclinada a
poner objeciones- y le gustaría dar las gracias a Inco, al Observatorio de Neutrinos de
Sudbury, al alcalde y los concejales de Sudbury, al Gobierno de Canadá y a las Naciones
Unidas, donde hablará mañana, por su hospitalidad. -Miró de nuevo a Tukana, indicando el
micro-. ¿No es así?
Tukana vaciló un momento, y luego volvió a acercarse al micrófono.
- Mm, sí. Lo que ella dice. -Los periodistas aullaron.
Hélene se inclinó hacia Tukana y puso una mano sobre el micro, pero Ponter la oyó de todas
formas.
- Tenemos mucho trabajo que hacer hasta mañana.

•••

Cuando Mary hubo salido de su despacho, Jock Krieger se asomó a la ventana. Había escogido
el emplazamiento de su oficina, por supuesto. La mayoría hubiese preferido vistas al lago, pero
eso significaba mirar al Norte, apartándose de Estados Unidos. La ventana de Jock daba al Sur,
pero como la mansión que albergaba el Grupo Sinergia estaba en una península, Jock veía un
hermoso paisaje marino. Se pasó la mano por la cara, contempló su mundo, y pensó.

•••

Tukana y Ponter se asombraron al ver el jet del Ejército canadiense que los llevaría a Ottawa.
Aunque su gente había desarrollado helicópteros, los aviones a reacción eran desconocidos en
el mundo neanderthal.
Cuando Tukana hubo superado la impresión del despegue, se volvió hacia Hélene.
- Lo siento -dijo la embajadora-. Creo que antes no he estado a la altura de sus expectativas.
Hélene frunció el ceño.
- Bueno, digamos que los humanos de aquí esperamos un poco más de pompa y circunstancia.
El traductor de Tukana pitó dos veces.
- Ya sabe -dijo Hélene-, un poco más de ceremonia, algunas palabras amables más.
- Pero dijo que nada de sustancia.
Hélene sonrió.

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- Exactamente. El primer ministro es bastante campechano: no tendrá ningún problema con él
esta noche. Pero mañana se dirigirá a la Asamblea General de las Naciones Unidas, y
esperarán que hable durante algún tiempo.
Hizo una pausa.
- Perdóneme, pero creí que era usted diplomática de carrera.
- Lo soy -dijo Tukana, a la defensiva-. He pasado tiempo en Evnoy y Ranillass y Nalkanu,
representando los intereses de Saldak.
Pero nosotros intentamos llegar al meollo lo más rápidamente posible en esas discusiones.
- ¿No les preocupa ofender a nadie siendo bruscos?
- Por eso los embajadores viajamos a esos lugares en vez de negociar por medio de
telecomunicaciones. Nos permite oler las feromonas de aquellos con quienes hablamos, y a
ellos oler las nuestras.
- ¿Funciona eso cuando se dirige a un grupo grande?
- Oh, sí. He mantenido negociaciones con diez personas e incluso once a la vez.
Hélene se quedó boquiabierta.
- Mañana hablará ante mil ochocientas personas. ¿Podrá detectar si está ofendiendo a alguien
en un grupo tan grande?
- No, a menos que el individuo ofendido sea el que está más cerca de mí.
- Entonces, si no le importa, me gustaría darle unos cuantos consejos.
Tukana asintió.
- Como creo que dicen ustedes, soy toda oídos.

14

Mary había regresado a su laboratorio del primer piso y estaba sentada en un sillón giratorio
de cuero negro, el tipo de mueble lujoso propio de ejecutivos que no hay nunca en el despacho
de un catedrático de universidad. Se había dado la vuelta, apartándose de la mesa, y
contemplaba a través del ventanal encarado al Norte el lago Ontario. Sabía que Toronto estaba
frente a Rochester, pero ni siquiera en un día claro lo veía desde allí; la costa opuesta estaba
más allá del horizonte. La estructura libre más alta del mundo, la Torre CN, estaba justo en la
orilla de Toronto. Casi había esperado que, al menos, despuntara en la curva de la superficie
de la Tierra, pero...
Pero recordaba a Ponter diciendo que había sido un error pedir que su implante Acompañante,
Hak, estuviera programado con la voz de su esposa muerta. En vez de darle consuelo, era un
doloroso recordatorio de cosas perdidas. Tal vez era mejor que Mary no pudiera ver nada de
Toronto a través de su ventana.
Le habían dicho que Seabreeze era un lugar maravilloso en verano, pero ahora que empezaba
el otoño, era bastante sombrío, Mary se había aficionado a las noticias de la WROC, la afiliada
local de la CBS, pero en todos los partes meteorológicos que había oído usaban el término
«efecto lago», algo que nunca había visto cuando vivía en el lado Norte del mismo lago.
Toronto estaba razonablemente libre de nieve en invierno, pero al parecer Rochester quedaba
embotado por la materia blanca, gracias al aire frío que bajaba de Canadá y acumulaba
humedad cuando alcanzaba el lago Ontario.
Mary tomó un tazón de café, lo llenó con su poción favorita de Maxwell House mezclado con
batido de chocolate, y dio un sorbo. Se había aficionado al Upstate Dairy’s Extreme Chocolate
Milk, que, como el fabuloso Heluva Good French Onion Dip, no estaba disponible en Toronto. Al
menos, estar lejos de casa tenía unas cuantas compensaciones...
Mary salió de su ensimismamiento cuando sonó el teléfono de su escritorio. Soltó el tazón de
café. Muy pocas personas tenían su número de aquí... y no era una llamada interna del Grupo
Sinergia: ésas eran anunciadas por un timbre diferente.
Descolgó el auricular negro.
- ¿Diga?
- ¿Profesora Vaughan? -dijo una voz de mujer.
- ¿Sí?

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- Soy Daria.
Mary sintió que su espíritu se animaba. Daria Klein, su estudiante de posgrado en la
Universidad de York. Naturalmente, Mary había dado su nuevo número de teléfono a los
miembros de su antiguo departamento; después de dejarlos colgados justo antes de empezar
las clases, era lo menos que podía hacer.
- ¡Daria! -exclamó Mary-. ¡Cuánto me alegro de oírte!
Mary visualizó el rostro anguloso y sonriente de la esbelta muchacha de pelo oscuro.
- Yo también me alegro de oír su voz -dijo Daria. Espero que no le importe que la llame. Es
que no quería enviar un email con esto.
Mary casi podía oír a Daria dando saltitos arriba y abajo.
- ¿Con qué?
- ¡Con Ramsés!
Daria se estaba refiriendo obviamente al cadáver del antiguo egipcio en cuyo ADN había
estado trabajando.
- Supongo que ya tienes los resultados -dijo Mary.
- ¡Sí, sí! ¡Es en efecto miembro del linaje Ramsés... presumiblemente Ramsés I! ¡Apunte otro
éxito para la Técnica Vaughan!
Mary probablemente se ruborizó un poquito.
- Eso es magnífico -dijo. Pero era Daria quien había hecho la concienzuda secuenciación-.
Enhorabuena.
- Gracias. La gente de Emory está encantada.
- Maravilloso -dijo Mary-. Buen trabajo. Estoy realmente orgullosa de ti.
- Gracias -repitió Daria.
- Bueno, ¿y cómo van las cosas en York?
- lgual que siempre -dijo Daria-. Los interinos hablan de ir a la huelga, están zurrrando de lo
lindo a los Yeomen, y el Gobierno provincial ha anunciado más recortes.
Mary soltó una risa triste.
- Lamento oír eso .
- Sí, bueno, ya sabe. -Daria hizo una pausa-. La noticia realmente preocupante es que violaron
a una mujer en el campus a principios de semana. La noticia apareció en el Excalibur.
El corazón de Mary se paró durante un segundo,
- Dios mío -dijo. Hizo girar el sillón para mirar de nuevo por la ventana, visualizando York.
- Sí -continuó Daria-. Sucedió cerca de aquí... cerca de Farquharson.
- ¿Dijeron quién fue la víctima?
- No. No se han dado detalles.
- ¿Han capturado al violador?
- Todavía no.
Mary inspiró profundamente.
- Ten cuidado, Daria. Ten mucho cuidado.
- Lo tendré. Josh me recoge después del trabajo todos los días.
Josh (Mary nunca podía recordar su apellido) era el novio de Daria, un estudiante de derecho
de Osgoode Hall.
- Bien -dijo Mary-. Eso está bien.
- De todas formas, sólo quería que supiera lo de Ramsés -dijo Daria, decidida a adoptar un
tono más ligero-. Estoy segura de que causará algo de revuelo en la prensa. Alguien de la CBC
vendrá mañana al laboratorio.
- Eso es magnífico -dijo Daria, con la mente desbocada.
- Estoy que no quepo en mí. ¡Todo esto es tan guai!
Mary sonrió. Sí que lo era.
- Bueno, pues la dejo -dijo Daria-. Sólo quería ponerla al corriente. Ya hablaremos otro día.
- Adiós -dijo Mary.
- Adiós -repitió Daria, y cortó la comunicación.
Mary trato de colgar el auricular, pero la mano le temblaba y no llegó a colocarlo en la
horquilla.

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Otra violación.
¿Significaba eso otro violador?
¿O... o... o... ?
¿O era el monstruo, el animal, el que ella no había denunciado. Que volvia a golpear?
Mary sintió que se le revolvía el estómago, como si estuviera en un avión que hubiera entrado
en picado.
Maldición. Maldición.
Si hubiera denunciado la violación... si hubiera alertado a la policía, al periódico del campus...
Sí, hacía semanas que había sido atacada. No había ningún motivo para, suponer que fuera el
mismo violador. Pero, por otro lado, ¿cuánto dura la excitación, el subidón de violar a alguien?
¿Cuánto se tarda en acumular el valor (el horrible y destructor valor) para cometer de nuevo
un crimen semejante?
Mary había advertido a Daria. No sólo ahora, sino antes, a través de un email desde Sudbury.
Ontario. Pero Daria era sólo una de las miles de mujeres que había en York, una de...
Mary había colaborado con el Departamento de Estudios Femeninos; sabía que la expresión
feminista correcta era que todas las hembras adultas eran mujeres. Pero Mary tenía treinta y
nueve años (Su cumpleaños había llegado y pasado sin que nadie lo advirtiera), y las
estudiantes de York rondaban los dieciocho. Oh, eran desde luego mujeres... pero también
chiquillas, al menos en comparación con Mary; muchas de ellas estaban lejos de casa por
primera vez, empezando su andadura en la vida.
Y una bestia las estaba convirtiendo en sus presas. Una bestia que, tal vez, ella había dejado
escapar.
Mary miro de nuevo por la ventana, pero esta vez se alegró de no poder ver Toronto.
Un poco después (Mary no tenía en realidad idea de cuánto) La puerta del laboratorio se abrió
y Louise Benoit asomó la cabeza.
- Eh, Mary ¿y si cenamos?
Mary hizo girar el sillón de cuero para mirar a Louise.
- Mon dieu! -exclamó Louise-. Qu'estce qu'il y a de mal? Mary sabía suficiente Francés para
comprender la pregunta.
- Nada. ¿Por qué lo dices?
Louise, hablando ahora en Inglés, parecía como si no pudiera creer la respuesta de Mary.
- Has estado llorando.
Ausente, Mary se llevó una mano a la mejilla y la retiró. Alzó las cejas, asombrada.
- Oh -dijo en voz baja, sin saber con qué más llenar el silencio.
- ¿Qué ocurre? -preguntó de nuevo Louise.
Mary tomo aire y lo dejó escapar lentamente. Louise era lo más parecido que tenía a una
amiga, allí, en Estados Unidos. Y Keisha, la consejera del Centro de Crisis de Violación con la
que había hablado en Sudbury, parecía a añosluz de distancia. Pero...
Pero no. No quería hablar de ello. No quería dar voz a su dolor.
O a su culpa.
Sin embargo, tenía que decir algo.
- No es nada -dijo Mary por fin- es sólo... -encontró una caja de pañuelos de papel en la mesa
y se secó las lágrimas-. Sólo los hombres.
Louise asintió sabiamente, como si Mary estuviera hablando de algún... ¿cómo lo llamaría ella?
Algún affaire de coeur que hubiera salido mal. Louise, sospechaba Mary, había tenido un
montón de novios.
- Hombres -coincidió Louise, poniendo en blanco sus ojos marrones-. No se puede vivir con
ellos, y no se puede vivir sin ellos.
Mary estuvo a punto de asentir, pero, bueno, había oído que en el mundo de Ponter lo que
Louise acababa de decir no era cierto. Y Cristo, Mary no era ninguna escolar... ni Louise
tampoco.
- Son responsables de muchos de los problemas del mundo -dijo Mary.
Louise asintió también, y pareció captar el cambio de tono.- Bueno, desde luego no hay
mujeres detrás de la mayoría de ataque terroristas.

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Mary tuvo que convenir con Louise en eso, pero...
Pero no se trata sólo de los hombres de otros países. Son los hombres de aquí... de Estados
Unidos y Canadá.
- Louise frunció el ceño, preocupada. ¿Qué ha pasado? -preguntó.
Y finalmente Mary contestó, al menos en parte.
Me han llamado de la Universidad de York. Ha habido una violación en el campus.
- ¡Oh Dios mío! -dijo Louise-. ¿Alguien conocido?
Mary negó con la cabeza, aunque de hecho advirtió que no sabía la respuesta. «Dios», pensó,
¿y si había sido alguien que conocía, alguna de sus estudiantes?
- No -contestó, como si su gesto con la cabeza hubiera sido insuficiente-. Pero me ha
deprimido.
Miro a Louise, tan joven, tan hermosa, y luego bajó los ojos.
- Es un crimen terrible.
Louise asintió aquel mismo gesto sabio y mundano que había hecho antes, como si... (Mary
sintió que se le contraía el estómago) como si... tal vez, Louise realmente supiera de qué
estaba hablando Mary. Pero Mary no podía seguir ahondando en aquello sin revelar su propia
historia, y no estaba dispuesta a hacerlo... al menos todavía.
- Los hombres pueden ser horribles -dijo Mary. Sonaba a tópico. A Bridget Jones, pero era
cierto.
Maldición, era cierto.

15

Ponter Boddit y Tukana Prat fueron nombrados (o confirmados, ya que las opiniones legales
variaban) ciudadanos canadienses en la sede del Parlamento de Canadá a última hora de la
tarde. Celebró el acto el ministro de Ciudadanía e Inmigración, con periodistas de todo el
mundo.
Ponter lo hizo lo mejor que pudo con el juramento, que había memorizado con la ayuda de
Hélene Gagné; sólo pronunció mal unas cuantas palabras:
- Afirmo que seré fiel y digno aliado a Su Majiestad la reina Isabel II, reina de Canadá, sus
herederos y sucesores, y que cumpliré fielmente las leyes de Canadá y mis deberes como
ciudadano canadinse.
Hélene Gagné quedó tan satisfecha con su actuación que aplaudió espontáneamente al final de
su discurso, lo que le valió una severa mirada del ministro.
Tukana tuvo más problemas con las palabras, pero se las apañó para pronunciarlas también.
Después de la ceremonia, hubo una recepción con vino y queso... aunque Hélene advirtió que
Ponter y Tukana no probaban nada. No bebían leche ni comían productos lácteos; tampoco
parecían atraídos por los derivados de los cereales. Hélene les había dado cena sabiamente de
antes de la ceremonia, no fuera a ser que se cebaran en las bandejas de fruta y carne
mechada. A Ponter pareció gustarle especialmente la carne ahumada de Montreal.
Cada uno de los neandertales había recibido no sólo un certificado de ciudadanía canadiense;
sino también una tarjeta sanitaria de Ontario y un pasaporte. Al día siguiente volarían a
Estados Unidos. Pero todavía quedaba un deber oficial más que cumplir en Canadá.

- ¿Le gustó la cena con el primer ministro canadiense? -preguntó Selgan, sentado en su silla
de horcajadas en su despacho redondo.
Ponter asintió.
- Mucho, había gente muy interesante. Comimos grandes filetes de vacuno de Alberta... otra
parte de Canadá, al parecer. Y verduras, también, algunas de las cuales reconocí, otras no.
- Debería probar ese vacuno yo mismo -dijo Selgan.
- Está muy bueno, aunque es casi la única carne de mamífero que comen... eso y una forma
de jabalí que han creado mediante cría selectiva.
- Ah -dijo Selgan-. Bueno, también me gustaría probar eso algín día. -Hizo una pausa-. Bien,
veamos dónde nos encontramos. Había regresado usted a salvo al otro mundo, pero las

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circunstancias le habían impedido ver a Mare todavía. Sin embargo, se había reunido con los
más altos cargos del país en el que estaba. Había comido bien y se sentía... ¿cómo?
¿Satisfecho?
- Bueno, supongo que podríamos decir que sí. Pero...
- ¿Pero qué? -preguntó Selgan.
- Pero la satisfacción no duró mucho.

Después de cenar en el 24 de Sussex Drive, llevaron a Ponter al hotel Cháteau Laurier, donde
se retiró a su enorme suite. Las habitaciones eran... «opulentas» era el término Inglés
adecuado, creía; adornadas de manera mucho más profusa que ninguna cosa que hubiera en
su mundo.
Tukana se marchó con Hélene Gagné para repasar de nuevo lo que sería una presentación
adecuada el día siguiente ante las Naciones Unidas, Ponter no tenía que decir nada, pero de
todas formas se pasó la noche leyendo sobre esa institución.
Bueno, en realidad eso no era exacto del todo; ni él ni Hak podían leer todavía en Inglés, pero
usaba un ordenador parecido a una concha de almeja que le había proporcionado el Gobierno
canadiense, programado con una especie de enciclopedia. La enciclopedia tenía un sistema de
voz que leía en un irritante tono mecánico: desde luego, el pueblo de Ponter tenía un par de
cosas que enseñar a los gliksins sobre síntesis de voz. De todas maneras, Hak escuchaba las
palabras inglesas pronunciadas por el ordenador, y luego se las traducía a Ponter a la lengua
neandertal.
Al principio del artículo sobre las Naciones Unidas, había una referencia a la «carta» de la
organización, al parecer su documento fundacional. Ponter se sintió horrorizado por su
encabezamiento.

Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas, resueltos a preservar a las generaciones
venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la
humanidad sufrimientos indecibles...

Dos guerras... ¡durante la vida de un ser humano! Había habido guerras en la historia del
mundo de Ponter, pero de la última hacía casi veinte millones. Sin embargo, había sido
devastadora, y el sufrimiento no fue indecible (palabra que Hak tradujo como «incontable»),
más bien al contrario; a cada joven se le enseñó la horrible verdad: que 719 personas habían
muerto en esa guerra.
¡Una pérdida de vidas tan devastadora! y sin embargo estos gliksins habían librado no una sino
dos guerras en un período tan corto como mil lunas.
Pero claro, ¿quién sabía qué antigüedad tenían estas Naciones Unidas? Tal vez aquello de «en
nuestra vida» había sido hacía mucho tiempo. Ponter le pidió a Hak que siguiera escuchando el
artículo y mirara para ver si podía encontrar una fecha de fundación. Lo hizo: Unonuevecuatro-
cinco.
El año actual, tal como los gliksins los contaban, era dosalgo, ¿no?
- Exactamente ¿cuánto tiempo hace de eso? -preguntó Ponter.
Hak se lo dijo, y Ponter sintió que se desplomaba contra la silla. La vida en cuestión, la vida en
la que no sólo una guerra sino dos habían arrasado a la humanidad era esta vida.
Ponter quiso saber más sobre la guerra gliksin. Hélene le había abierto la enciclopedia por la
entrada sobre las Naciones Unidas antes de marcharse con Tukana, pero Ponter consiguió
manejar aquella interfaz, completamente obsoleta.
- ¿Qué palabra usan para «guerra»? -preguntó.
Hak hizo un análisis del texto que había oído y las palabras que aparecían en la pantalla del
ordenador.
- Es la sexta agrupación de caracteres que aparece a la derecha de la novena línea del texto.
Ponter usó la yema del dedo para ayudarse a encontrar el punto en la pantalla plana.
- Eso no puede ser -dijo-. Esa agrupación tiene tres símbolos war.

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La palabra neanderthal para «guerra» era mapartaltapa; Ponter había deseado a menudo
desde que estaba aquí saber más de lingüística (¡qué útil hubiese sido!) pero un principio que
sí comprendía es que los términos cortos se aplicaban a los conceptos comunes.
- Creo que tengo razón -dijo Hak-. La palabra es war.
- Pero... oh.
Ponter contempló el... «teclado» era el término. Consiguió encontrar el primer símbolo, w,
pero no encontró nada parecido a una a o una r.
- Si seleccionas la palabra -dijo Hak-, creo que puede hacer una busqueda.
Ponter tocó la zona sensible al tacto del teclado, moviendo el diminuto pino de la pantalla
hasta que su cima tocó la palabra y, después de algunos intentos, consiguió recalcarla. En el
lado izquierdo de la pantalla apareció una lista y...
Ponter se quedó boquiabierto mientras Hak iba leyendo los nombres.
La guerra del Golfo.
La guerra de Corea.
La guerra civil española.
La guerra Hispanoamericana.
La guerra de Vietnam.
La guerra de Secesión.
La guerra de 1912.
La guerra de las Dos Rosas.
Seguía y seguía.
Más y más.
Y...
Y...
El corazón de Ponter redoblaba.
La Primera Guerra Mundial.
La Segunda Guerra Mundial.
Ponter quiso maldecir, pero las únicas palabrotas que conocía eran las propias de su especie:
referencias a la putrefacción de la carne, a la eliminación de residuos corporales. Ninguna
parecía adecuada ahora. Hasta ese momento, no había encontrado sentido al estilo gliksin de
imprecaciones que invocaban a un poder superior putativo, llamando a un ser superior para
encontrar sentido a las locuras del hombre. Pero ése era en realidad el tipo de expresión que
necesitaba. ¡Todo el mundo en guerra! Ponter casi tuvo miedo de mirar los artículos, miedo de
oír cuál había sido el cómputo de muertes. Vaya, debían de haberse producido a millares...
Movió el dedo por el recuadro sensible al contacto y dejó que la enciclopedia le hablara a Hak.
En la Primera Guerra Mundial habían muerto diez millones de soldados.
Y en la Segunda Guerra Mundial, cincuenta y cinco millones de personas (soldados y civiles por
igual) habían muerto por causas diversas llamadas «combate», «inanición», «bombardeos
aéreos», «epidemias», «masacres» y «radiación», aunque no tenía ni idea de qué podía tener
que ver eso último con la guerra.
Ponter se sintió físicamente enfermo. Se levantó de la silla, se acercó a la ventana de la
habitación del hotel y contempló el panorama nocturno de aquella ciudad, Ottawa. Hélene le
había dicho que el alto edificio que podía verse desde allí, situado en Parliament Hill, se
llamaba Torre de la Paz.
Abrió la ventana lo máximo que le permitía (que no fue mucho) y dejó que entrara parte del
maravilloso aire frío del exterior. A pesar del olor, calmó un poco su estómago, pero no podía
dejar de sacudir la cabeza adelante y atrás una y otra vez.
Pensó en lo que había preguntado su amado Adijkor a su regreso ¿Son buena gente,
Ponter? ¿Deberíamos entablar contacto con ellos?
Y Ponter había dicho que sí. El hecho de que hubiera más contacto con esta raza (de asesinos,
de guerreros) era cosa suya. Pero había visto tan poco de su mundo la primera vez y...
No. Había visto mucho. Había visto lo que le habían hecho al medio ambiente, cómo habían
destruido enormes extensiones de tierra, cómo se multiplicaban sin control. Había sabido lo
que eran, incluso entonces, pero...

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Ponter inspiró de nuevo aquel aire helado, para tranquilizarse.
Había querido volver a ver a Mare. Y ese deseo lo había cegado a lo que sabía sobre los
gliksins. Su malestar no se debía a la sorpresa por lo que acababa de descubrir, lo sabía. Más
bien se debía a la comprensión de que había suprimido deliberadamente su buen juicio.
Miro de nuevo a la Torre de la Paz, alta y marrón con algún tipo de reloj en lo alto, justo en el
corazón de la sede del Gobierno de aquel país donde estaba. Tal vez... tal vez los gliksins
habían cambiado. Habían creado esa organización que iba a visitar mañana, esas Naciones
Unidas, específicamente, o eso decía su carta, para preservar a las generaciones venideras del
flagelo de la guerra.
Ponter dejó la ventana abierta, se acercó a la cama (dudaba que pudiera acostumbrarse jamás
a aquellas camas blandas y elevadas que tanto gustaban a los gliksins), y se tumbó de
espaldas, con los brazos tras la cabeza, contemplando los arabescos de la escayola del techo.

Ponter y Tukana, acompañados por Hélene Gagné y dos oficiales de paisano de la Real Policía
Montada de Canadá que actuaban como guardaespaldas, fueron conducidos en limusina al
Aeropuerto internacional de Ottawa. Los dos neanderthales se habían entusiasmado durante su
anterior vuelo desde Sudbury a Ottawa: ninguno había visto antes el terreno de Ontario Norte
(que era: la misma mezcla de pinos y lagos y rocas que en su versión de la Tierra) desde un
punto de vista tan maravilloso.
Al principio, Ponter tuvo cierto complejo de inferioridad a la luz de la avanzada tecnología de
los gliksins: aeroplanos e incluso naves espaciales. Pero su investigación de la noche anterior
le había hecho comprender por qué aquellos humanos habían progresado tanto en esas áreas:
había vuelto a leer varios artículos de la enciclopedia.
Era un concepto tan básico para ellos que merecía ser expresado con una palabra muy breve.
La guerra había sido el motor...
Incluso las frases que empleaban para describir tales logros eran bélicas: la guerra había
hecho posible la conquista del aire, la conquista del espacio.
Llegaron a la terminal. Ponter consideraba enorme el edificio que los mineros utilizaban para
cambiarse de ropa, pero aquella gigantesca estructura era el espacio interior más grande que
hubiese visto jamás, y estaba repleto de gente, y de feromonas. Ponter se sintió mareado y
también algo avergonzado: muchos los miraban a Tukana y a él sin disimulo.
Tras algunas formalidades y papeleos (Ponter no lo entendió en detalle) los condujeron a un
extraño portal. Hélene les dijo a Tukana y a él que se quitaran el cinturón médico y lo
colocaran sobre una cinta móvil, y también que vaciaran las bolsas de su ropa, cosa que
hicieron. Y entonces, siguiendo un gesto de Hélene, Ponter atravesó el portal.
Una alarma sonó de inmediato, sobresaltándolo.
Un hombre uniformado se apresuró a pasarle una especie de sonda por encima del cuerpo, que
soltó un alarido por encima de su antebrazo izquierdo.
- Súbase la manga- dijo el hombre.
Ponter nunca había oído esa expresión, pero adivinó su significado. Se soltó los cierres de la
manga y se arremangó dejando al descubierto el rectángulo de metal y plástico de su
Acompañante.
El hombre se lo quedó mirando durante un rato; y luego, casi para sí, dijo:
- Podemos reconstruirlo. Tenemos la tecnología necesaria.
- ¿Perdone? -preguntó Ponter.
- Nada -dijo el hombre-. Puede usted continuar. El vuelo a la ciudad de Nueva York fue breve:
ni siquiera medio diadécimo. Hélene había advertido a Ponter, tanto en este vuelo como el del
día anterior, de que era posible que experimentara cierta incomodidad durante el descenso,
porque la presión del aire cambiaría rápidamente, pero Ponter no sintió nada, tal vez era una
afección de los gliksin debida a sus diminutos senos nasales.
El avión, según anunciaron por los altavoces, tenía que desviarse al Sur y volar directamente
sobre la isla conocida como Manhattan, para sortear el tráfico aéreo. «Cielos abarrotados
-pensó Ponter-. ¡Qué sorprendente!» De todas formas, estaba encantado. Después de hartarse
de oír hablar sobre la guerra, había buscado en la enciclopedia la entrada sobre la ciudad de

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Nueva York. Descubrió que había en ella muchos grandes monumentos humanos. Sería
maravilloso verlos desde el aire. Buscó y encontró, la gigantesca mujer verde con expresión
ceñuda y una antorcha en alto. Pero, por mucho que lo intentó, no logró localizar las dos torres
que supuestamente se alzaban sobre los edificios colindantes, cada una de unos increíbles
ciento diez pisos de altura.
Cuando por fin aterrizaron, Ponter le preguntó a Hélene por los desaparecidos «rascacielos»,
palabra que le parecía poética.
Hélene pareció muy incomoda.
- Ah -dijo-. Se refiere a las torres gemelas del World Trade Center. Eran dos de los edificios
más altos del planeta, pero...
Su voz se quebró ligeramente, lo que sorprendió a Ponter.
- Yo, siento tener que sea la que se lo diga, pero... -Otra vacilación-. Pero fueron destruidas
por un ataque terrorista.
El acompañante de Ponter pitó, pero Tukana, que evidentemente había estado investigando
por su cuenta, inclinó la cabeza hacia Ponter.
- Forajidos gliksins que usan la violencia para intentar forzar un cambio político o social.
Ponter sacudió la cabeza, anonadado una vez más por el universo al que había llegado.
- ¿Cómo fueron destruidos los edificios? Hélene vaciló una vez más antes de responder.
- Dos grandes aviones con los tanques llenos de combustible fueron secuestrados y se les hizo
chocar deliberadamente contra las torres. Ponter no supo qué responder. Pero se alegró de no
haberse enterado de aquello hasta haber aterrizado.

16

Cuando Mary tenía dieciocho años, Donny, su novio, se marchó a los Ángeles con su familia a
pasar el verano. Eso fue antes de que se popularizara el correo electrónico e incluso antes de
las llamadas baratas a larga distancia, pero se habían mantenido en contacto por carta. Don le
enviaba al principio unas cartas largas y llenas de noticias y declaraciones de cuánto la echaba
de menos, de cuánto la amaba.
Pero a medida que los agradables días de Junio daban paso al calor de Julio y la agobiante
humedad de Agosto, las cartas se fueron haciendo menos frecuentes y más lacónicas. Mary
recordaba vivamente el día que el día que llegó una con sólo el nombre de Don al final, nada
más, sin que lo precediera la palabra «amor».
Dicen que la ausencia acrecenta el amor. Tal vez lo hace en algunos casos. Tal vez, en efecto,
era así en éste. Habían pasado semanas desde la última vez que Mary había visto a Ponter
Boddit, y sentía tanto afecto por él, si no más, como cuando se marchó.
Pero con una diferencia, cuando Ponter se marchó, Mary se quedó otra vez sola. Ni siquiera
era una mujer libre, puesto que Colm y ella estaban solamente separados; el divorcio
significaba la excomunión para ambos, y solicitar la nulidad matrimonial parecía una
hipocresía.
Pero Ponter no había estado solo durante el tiempo que pasó aquí. Sí, era viudo, aunque no
usara ese término, pero al regresar a su universo se vió rodeado de nuevo por su familia: su
hombrecompañero Adikor (Mary se había aprendido los nombres de memoria), y sus dos hijas,
Jasmel Ket de dieciocho años y Megameg Bek, de ocho.

En la antesala de la planta decimoctava del edificio de la Secretaría de las Naciones Unidas,


Mary esperaba a que Ponter saliera de una reunión para verlo por fin. Mientras permanecía
sentada, demasiado nerviosa para leer, el estómago le daba vueltas, y todo tipo de
pensamientos le pasaban por la cabeza. ¿La reconocería Ponter siquiera? Debía de haber visto
montones de rubias que rondaban los cuarenta en Nueva York; ¿le parecerían iguales todos los
gliksins del mismo color? Además, ella se había cortado el pelo desde su estancia en Sudbury,
y había engordado un kilo o dos, maldición.
Y al fin y al cabo había sido ella quien lo había rechazado la última vez. Posiblemente era la
última persona a quien Ponter quería ver ahora que había regresado a esta Tierra.

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Pero no. No, él había comprendido que estaba todavía enfrentándose a las secuelas de la
violación, que su incapacidad de responder a su avance no tenía nada que ver con él. Sí,
seguramente él lo había comprendido.
Y sin embargo había...
El corazón de Mary dio un brinco. La puerta se abría, y las voces apagadas de pronto se
volvieron claras. Mary se puso en pie de un salto, las manos unidas nerviosamente.
- ... y le proporcionaré esas cifras -decía un diplomático asiático, hablándole por encima del
hombro a una hembra neanderthal de pelo plateado que debía de ser la embajadora Tukana
Prat.
Dos diplomáticos Homo Sapiens más salieron por la puerta, y entonces...
Y entonces apareció Ponter Boddit. Llevaba el pelo rubio oscuro con una raya exactamente en
medio y sus asombrosos ojos marrón dorado destacaban incluso a esta distancia. Mary alzó las
cejas, pero Ponter no la había visto, ni la había olido, todavía. Estaba hablando con otro
diplomático, diciendo algo sobre exploraciones geológicas y...
Y entonces sus ojos se posaron en Mary, y ella sonrió nerviosa, y él dio un pasito de lado para
apartarse de la gente que tenía delante y en su rostro apareció aquella sonrisa de casi un
palmo que Mary conocía tan bien, y salvó la distancia entre ambos y la abrazó atrayéndola
hacía su enorme pecho.
- ¡Mare! -exclamó Ponter con su propia voz, y entonces, con la traducción de Hak-. ¡Qué
maravilloso es volver a verte.
- Bienvenido -dijo Mary, su mejilla contra la de él-. ¡Bienvenido!
- ¿Qué estás haciendo aquí, en Nueva York?
Mary podría haber respondido que estaba allí con la esperanza de tomar una muestra de ADN
de Tukana; era verdad, en parte, y una explicación sencilla que le hubiera ahorrado la
vergüenza, pero...
- He venido a verte -dijo simplemente.
Ponter la apretujó de nuevo, luego relajó su abrazo y dio un paso atrás, poniendo una mano
sobre cada uno de sus hombros y mirándola a la cara.
- ¡Me alegro tanto! -dijo.
Mary fue incómodamente consciente de que las demás personas de la habitación los estaban
mirando y, en efecto, después de un instante Tukana se aclaró la garganta, tal como podría
haber hecho un gliksin.
Ponter volvió la cabeza y miró a la embajadora.
- Oh -dijo. Perdóneme. Ésta es Mare Vaughan, la genetista de la que le hablé.
Mary avanzó un paso tendiéndole la mano.- Hola, señora embajadora.
Tukana aceptó la mano de Mary y la estrechó con una fuerza sorprendente. Mary se dijo que,
de ser lo suficientemente hábil, podría haber recogido unas cuantas células de Tukana
simplemente dándole la mano.
- Es un placer conocerla -dijo la neanderthal-. Yo soy Tukana Prat.
- Sí, lo sé -respondió Mary, sonriendo-. He estado leyendo acerca de usted en los periódicos.
- Mi impresión -dijo, con una sonrisa pícara en su ancho rostro- es que tal vez usted y el
enviado Boddit quisieran estar a solas.
Sin esperar una respuesta, se volvió hacia uno de los diplomáticos gliksins.
- ¿Vamos a su despacho y repasamos esas cifras de dispersión de la población?
El diplomático asintió, y el resto del grupo se marchó, dejando a solas a Mary y Ponter.
- Bien -dijo Ponter, envolviendo a Mary en otro abrazo-. ¿Cómo estás?
Mary no podía decir si era su corazón o el de Ponter el que retumbaba- Ahora que estas aquí
-dijo-, estoy bien.

El salón de la Asamblea General de las Naciones Unidas consistía en una serie de semicírculos
concéntricos situados de cara a un estrado central. A Ponter le sorprendió la mezcla de rostros
que veía. En Canada había advertido diversos colores de piel y tipos faciales y, hasta ahora, su
experiencia en Estados Unidos había sido similar. Allí, en aquella enorme cámara, vio la misma
variedad de coloración. Lurt le había dicho que, casi con toda certeza, era el resultado de

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prolongados períodos de aislamiento geográfico para cada grupo de color, suponiendo, como
Mare había asegurado, que pudieran reproducirse entre sí.
Pero los representantes de cada país eran todos del mismo color: incluso Canadá y Estados
Unidos tenían sólo representantes de piel clara en estas Naciones Unidas.
Más: Ponter estaba acostumbrado a ver consejos en su mundo formados unicamente por
miembros de un sexo, o por un número exactamente igual de varones y hembras. Pero allí
había tal vez un noventa y cinco por ciento de varones y una muestra mínima de hembras,
¿Era posible, se preguntó Ponter, que hubiera una jerarquía de "razas", como Mare las había
llamado, y los de piel clara tuviera el poder absoluto? Del mismo modo, ¿era concebible que
las hembras gliksins tuvieran un estatus inferior y se les permitiera acceder solo en contadas
ocasiones a los círculos más prestigiosos?
Otra cosa que sorprendía a Ponter era lo jóvenes que eran la mayoría de los diplomáticos.
¡Algunos eran incluso más jóvenes que él! Mare había mencionado una vez que se teñía el pelo
gris para ocultarlo, una idea para él inconcebible, pues ocultar el pelo gris era ocultar la
sabiduría. Los gliksins varones, había advertido, tendían menos a teñirselo... quizá su
sabiduría era puesta en duda más a menudo. Pero, a pesar de todo, había pocos cabellos
grises en el grupo que estaba viendo.
Ponter dejó de preocuparse un poco cuando el encargado principal, cuyo título era,
curiosamente, secretario general, resultó ser un hombre de piel oscura de al menos meses
pasables. Hélene Gagne había susurrado a Ponter que aquel hombre había ganado
recientemente el Premio Nobel de la Paz: fuera lo que fuese eso.
Ponter estaba sentado con la delegación canadiense. Por desgracia, a Mare le habían negado
un sitio en la planta principal, aunque supuestamente lo estaba viendo desde la galería de
espectadores de arroba. Sobre el podio, Ponter vio una gigantesca versión de la insignia
celeste de las Naciones Unidas. Aunque Ponter había aceptado intelectualmente la realidad de
donde estaba, emocionalmente seguía, sintiendo que aquel extraño mundo no tenía nada que
ver con su Tierra. Pero la insignia tenía en el centro el mapa de la proyección solar de la
Tierra, y era igual que los mapas que Ponter había visto en su mundo.
Sin embargo, rodeándola, había ramas de algún tipo de planta, Ponter le preguntó a Hélene el
significado de las ramas, y ella le dijo que eran ramas de olivo, un símbolo de paz.
La Torre de la Paz. El Premio de la Paz. Hojas de la Paz. A pesar de todas sus guerras, parecía
que la paz estaba constantemente en la mente de los glikins, y Ponter se sintió algo más
tranquilo al advenir que la palabra paz no tenía más sílabas que la palabra guerra tal como la
pronunciaban.
Después de un largo discurso de apertura a cargo del secretario general, le tocó por fin a
Tukana el turno de hablar. Se puso en pie y se acercó al podio mientras los gliksins reunidos
hacían esa cosa que ellos llamaban «aplaudir», Tukana llevaba una pequeña caja de madera
pulida que colocó en el atril.
El secretario general le estrechó la mano y luego dejó libre el estrado.
- Hola, pueblos de esta Tierra -dijo el implante de Tukana, traduciendo por ella: a Hélene le
había costado cierto esfuerzo que el Acompañante aceptara la noción de «pueblos», una forma
plural de una palabra, que ya implicaba un colectivo-. Les saludo en nombre del Gran Consejo
Gris de mi mundo, y del pueblo de ese mundo.
Tukana continuó, asintiendo en dirección a Ponter.
- La primera vez que uno de nosotros vino aquí, fue un accidente inesperado. Esta vez es
deliberado y hay gran expectación por parte de mi pueblo. Anhelamos establecer relaciones
pacificas y duraderas con cada una de la naciones representadas aquí.
Continuó de esa manera durante un rato, diciendo poco que fuera sustancioso. Pero los
gliksins, advirtió Ponter, estaban colgados de cada palabra, aunque algunos de los que se
encontraban más cerca de él lo examinaban discretamente, al parecer fascinados por su
aspecto.
- Y ahora -dijo Tukana, cuando llegó al momento de ir al meollo- es un placer para mí realizar
el primer intercambio comercial entre nuestros dos pueblos.
Se volvió hacia el hombre de piel oscura que estaba de pie a un lado del estrado.

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- ¿Quiere por favor... ?
El secretario general regresó al estrado llevando consigo una cajita de madera propia. Tukana
abrió su caja, que había sido enviada recientemente desde el otro lado.
- En esta caja -dijo Tukana- hay una reproducción exacta de un resto antropológico: el cráneo
de nuestro mundo cuyo equivalente en esta versión de la Tierra se llama AL 2881, lo que
llaman ustedes un Australopithecus afarensis conocido aquí como Lucy.
Tukana le había dicho a su Acompañante que añadiera la «i» larga al nombre.
Un murmullo recorrió la cámara. A Ponter se lo habían explicado. En las dos versiones de la
Tierra, el esqueleto de aquella hembra adulta concreta había sido hallado en lo que los gliksins
llamaban Hadar, Etiopía, en esta Tierra. Y en el punto correspondiente del Noreste de
Kakarana en la versión de Ponter. Pero las condiciones climatológicas no habían sido idénticas,
En la Tierra de Nueva York y Toronto y Sudbury, el cráneo del fósil se había erosionado antes
de que Donald Johnson lo encontrara en el año que los gliksins llamaban 1974. Pero en la
versión de Tukana y Ponter, el esqueleto había sido hallado antes de que sufriera muchos
daños debido a la erosión. Era una ofrenda inteligente, en opinión de Ponter: subrayaba el
hecho de que en ambos mundos existían los mismos depósitos fósiles y minerales, y que un
intercambio de localizaciones idénticas sin duda sería mutuamente beneficioso.
- Lo acepto con gratitud en nombre de todos los pueblos de esta Tierra -dijo el hombre de piel
oscura-. Y, a cambio, por favor, acepte este regalo nuestro.
Le tendió su caja a Tukana, ella la abrió, y alzó lo que parecía ser una roca cubierta de plástico
transparente.
- Esta muestra de mármol fue recogida por James Irwin en Hadley Rille.
Hizo una dramática pausa, obviamente disfrutando de la falta de comprensión de Tukana.
- Hadley Rille -explicó el secretario general- está en la Luna.
Los ojos de Tukana se abrieron de par en par. Ponter se sintió igualmente anonadado. iUn
trozo de la Luna! ¿Cómo podía haber dudado de que fuera lo adecuado tener relaciones con
estos humanos?

17

Mary bajó corriendo la escalinata curva del vestíbulo de las Naciones Unidas. Ponter y Tukana,
abandonaban el salón de la Asamblea General, rodeados por un cuarteto de policías
uniformados que hacían las veces de guardaespaldas, Mary corrió hacia los dos neanderthales,
pero uno de los policías se dispuso a bloquearle el paso.
- Lo siento, señora -dijo.
Mary gritó el nombre de Ponter, y Ponter la miró.
- ¡Mare! -respondió con su propia voz, y luego, a través del traductor añadió-: Es aceptable
que pase, oficial. Es mi amiga.
El policía asintió y se hizo a un lado. Mary avanzó, cubriendo la distancia entre Ponter y ella.
- ¿Cómo crees que ha ido? -preguntó Ponter.
- Brillante -contestó Mary-. ¿De quién fue la idea de traer un molde de vuestra versión del
cráneo de Lucy?
- De uno de los geólogos de lnco.
Mary meneó la cabeza, asombrada.
- Una elección perfecta.
La embajadora Prat se volvió hacia Mary.
- Estamos a punto de dejar estas instalaciones para ir a comer ¿Quiere por favor venir con
nosotros?
Mary sonrió, la neanderthal podía no ser la diplomática más experta del mundo, pero desde
luego era amable.
- Me encantaría -dijo Mary.
- Vamos pues -dijo Tukana-. Tenemos... ¿Cómo lo dicen ustedes? Tenemos una reserva en un
comedero cercano.

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Mary se alegró de llevar el abrigo, aunque Ponter y Tukana parecían bastante cómodos con su
ropa. Los dos llevaban el tipo de pantalones que ya había visto llevar a Ponter, terminados en
bolsas que cubrían los pies. Los de Ponter eran verde oscuro y los de Tukana marrones. Y
ambos vestían camisas con cierres en los hombros.

Mary se tomó un segundo para mirar la torre de las Naciones Unidas, un gran monolito
Kubrickiano recortado contra el sol. Además de por Mary, los dos neanderthales iban
acompañados por dos diplomáticos estadounidenses, y dos canadienses. Los cuatro policías
rodeaban al grupito mientras recorrían el centro.
Tukana hablaba con los diplomáticos. Ponter y Mary iban detrás charlando.
- ¿Cómo está tu familia? -preguntó Mary.
- Está bien -respondió Ponter-. Pero te sorprenderá saber qué sucedió en mi ausencia. Mi
hombrecompañero, Adikor, fue acusado de asesinarme.
- ¿De verdad? Pero ¿por qué?
- Es una larga historia; pero, por fortuna, regresé a mi mundo a tiempo para exculparlo.
- ¿Y ahora está bien?
- Sí, está bien. Espero que lo conozcas. Es...
Tres sonidos, prácticamente simultáneos: Ponter hizo «oof», uno de los oficiales de policía
gritó y hubo un fuerte estampido, como un trueno.
Mientras Ponter se desplomaba, Mary advirtió lo que había ocurrido. Cayó de rodillas junto a
él, buscando en su camisa empapada de sangre algún signo de la herida de entrada para
poder restañarla.
«¿Un trueno?», pensó Tukana. Pero no, eso era imposible. El cielo, aunque apestoso, estaba
claro y sin nubes.
Se volvió y miró a Ponter, quien, asombrosamente, estaba tendido en el pavimento,
sangrando. Ese sonido... un arma de proyectiles, una «pistola» era el término. Le habían
disparado y...
Y de repente la propia Tukana cayó hacia delante, empujada de bruces contra el sucio, su nariz
gigantesca aplastada contra el pavimento.
Uno de los controladores gliksins había saltado sobre la espalda de Tukana, empujándola al
suelo, usando su cuerpo para proteger el suyo. Noble, sí, pero Tukana no quería eso. Extendió
la mano, agarró al controlador por el antebrazo, lo alzó y lo empujó hacia delante, de modo
que aterrizó de espalda ante ella, aturdido. Tukana se puso en pie y, a pesar de la sangre que
manaba de su nariz, no tuvo ningún problema para detectar el olor de la explosión química de
la pistola. Giró la cabeza a izquierda y derecha y...
Allí. Una figura corriendo, y en su mano... El arma apestosa.
Tukana corrió tras él, sus enormes piernas batiendo el terreno.
- Le han disparado en el hombro derecho -le dijo Hak a Mary a través de su altavoz externo-.
Su pulso es rápido, pero débil. Su presión sanguínea está bajando, igual que su temperatura
corporal.
- Conmoción -dijo Mary. Siguió explorando el hombro de Ponter hasta encontrar el lugar por
donde había penetrado la bala, y su dedo se hundió en la herida hasta el segundo nudillo-.
¿Sabes si la bala ha salido del cuerpo?
Uno de los policías se alzaba sobre Mary; otro usaba la radio que llevaba en el pecho para
llamar a una ambulancia. El tercer policía conducía al interior a los diplomáticos
estadounidenses y canadienses.
- No estoy seguro -dijo Hak-. No detecto el agujero de salida. -Una pausa-. Está perdiendo
demasiada sangre. Hay un escalpelo cauterizador láser en su equipo médico. Abre la tercera
bolsa a mano derecha.
Mary extrajo un aparato que parecía un grueso pene verde.
- ¿Es esto?
- Sí. Gira el cuerpo inferior del escalpelo hasta que el símbolo con los dos puntos y una barra
quede alineado con el triángulo de referencia.
Mary miró el aparato e hizo lo que Hak le decía.

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- ¿Así? -dijo, acercando el escalpelo a la lente del Acompañante.
- Correcto -dijo Hak-. Ahora sigue exactamente mis instrucciones. Abre la camisa de Ponter.
- ¿Cómo?
- Hay broches en el hombro. Se abren cuando se les aprieta simultáneamente desde ambos
lados.
Mary probó con uno y en efecto se abrió. Continuó hasta que dejó al descubierto todo el
hombro y el brazo izquierdos. La herida de entrada estaba rodeada de brillante sangre roja
que llenaba los declives de su musculatura.
- El escalpelo se activa pulsando el cuadrado azul. ¿Lo ves?
Mari asintió.
- Sí.
- Si pulsas el botón un poco, el láser se activará, pero a baja potencia, y así podrás ver adónde
se dirige el rayo. Pulsando hasta el fondo, dispararás el Láser a plena potencia, así suturará la
arteria rota.
- Comprendo -dijo Mary. Usó los dedos para abrir la herida y poder ver dentro.
- ¿Ves la arteria? -preguntó Hak.
Había demasiada Sangre.
- No.
- Pulsa el cuadrado de activación a la mitad.
Un brillante punto azul apareció en mitad de la sangre.
- Muy bien -dijo Hak-. La rotura de la arteria está a once milímetros de donde señalas, en línea
recta entre tu actual posición y el pezón de Ponter.
Mary resituyó el rayo, maravillada de la perspectiva que le proporcionaba a Hak el campo
sensitivo.
- Un poco más -dijo Hak-. ¡Ahí, Para. Ahora a plena potencia.
El punto se volvió más brillante y Mary vio una vaharada de humo surgir de la herida.
- ¡Otra vez! -dijo Hak.
Ella pulsó el cuadrado una vez más.
- Y dos milímetros más allá... no, al otro lado. ¡Ahí! ¡Otra vez!
Ella disparó el láser.
- Ahora, avanza la misma distancia. Sí. ¡Otra vez!
Mary pulsó con fuerza el cuadrado azul, y el olor de más tejido quemado le golpeó la nariz.
- Eso debería ser suficiente -dijo Hak-, hasta que pueda atenderlo un médico.
Los ojos dorados de Ponter se abrieron.
- Aguanta -dijo Mary, mirándolos y sosteniéndole la mano. Viene ayuda de camino.
Se quitó el abrigo y se lo puso por encima.
Tukana Prat siguió corriendo tras el hombre.
- ¡Alto! -gritó uno de los controladores gliksins y con retraso- Tukana advirtió que la orden iba
dirigida a ella, no al hombre que huía. Pero ninguno de los controladores podía correr tan
rápido como Tukana; si renunciaba a la persecución, el hombre de la pistola escaparía.
Parte de la mente de Tukana estaba tratando de analizar la situación. Había comprendido que
las pistolas podían ser útiles, pero el elemento sorpresa se había esfumado: era improbable
que... el «asaltante» (ésa era la palabra) se volviera y disparara de nuevo. De hecho, parecía
empeñado solamente en escapar y, puesto que era un gliksin, probablemente no se le ocurría
que, mientras empuñara el arma recién disparada, Tukana no tendría problemas para
localizado.
La calle estaba abarrotada, pero Tukana tuvo pocos problemas para abrirse paso entre la
multitud; de hecho, los humanos parecían muy interesados en apartarse, del camino de la
veloz neandertal lo más rápido posible.
El hombre al que perseguía (y era un hombre, un gliksin varón) parecía más bajo que la
mayoría de los de su raza. Tukana devoraba rápidamente la distancia que los separaba; casi
podía extender la mano y agarrarlo.
El homblre debió de oír las fuertes pisadas tras de sí. Se arriesgó a mirar por encima del
hombro y volvió el brazo con la pistola.

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- Nos está apuntando -dijo el Acompañante de Tukana a través de los implantes de su oído.
Tukana ni siquiera había pensado en la sangre de su nariz: los conductos eran lo bastante
grandes para permitir la enorme entrada de aire que exigía la carrera. En realidad, sentía la
fuerza surgiendo en su interior mientras sus músculos se oxigenaban más. Batió con las
piernas en el suelo, saltó y salvó la distancia que la separaba del gliksin. El hombre disparó,
pero el proyectil se desvió, provocando gritos entre la multitud. Tukana deseó fervientemente
que fueran gritos de terror, no debido a que la bala dirigida a ella hubiera alcanzado a otra
persona.
Tukana chocó contra el hombre, derribándolo en la acera, y los dos resbalaron varios pasos,
Tukana oyó las pisadas de los controladores que se acercaban desde atrás. El hombre que
tenía debajo trató de girarse y disparar de nuevo, Tukana le agarró con su enorme mano la
parte trasera de la cabeza, extremadamente estrecha y angulosa, y...
Era su única oportunidad. Seguramente, era...
Y empujó la cabeza del hombre hacia delante, contra la piedra artificial que cubría el suelo. El
cráneo se aplastó y la parte delantera de la cabeza se abrió como un melón maduro.
Tukana podía sentir su corazón palpitar y dedicó un momento a respirar.
De repente, fue conciente de que tres de los cuatro controladores los habían alcanzado y ahora
estaban desplegados ante ellos, sujetando sus pistolas y apuntando al hombre caído.
Pero, cuando se puso en pie, Tukana vio la expresión de horror en el rostro de uno de los
gliksins.
El controlador del centro se dio media vuelta y vomitó.
- Jesucristo -dijo el tercer controlador, con los ojos muy abiertos.
Y Tukana miró al hombre muerto, muerto, muerto que le había disparado a Ponter.
Y, mientras esperaba allí de pie, el sonido de las sirenas se fue acercando.

18

- ¡Reunión de crisis! -gritaba Jock Krieger mientras se abría camino por los pasillos del edificio
del Grupo Sinergia en Rochester-. ¡Todo el mundo a la sala de conferencias!
Louise Benoit asomó la cabeza por la puerta de su laboratorio.
- ¿Qué ocurre?
- ¡A la sala de conferencias! -gritó Jock por encima del hombro-. ¡Ahora!
No tardaron más de cinco minutos en reunirse todos en lo que antaño había sido el palaciego
salón, cuando había gente que vivía de verdad en aquella mansión.
- Muy bien, amigos -dijo Jock-. Es hora de empezar a ganarse esos sueldos.
- ¿Qué pasa? -preguntó Lilly, del grupo de imágenes.
- Acaban de dispararle al NP en Nueva York -dijo Jock.
- ¿Le han disparado a Ponter? -pregutó Louise, los ojos como platos.
- Eso es.
- ¿Está... ?
- Está vivo. Es todo lo que sé sobre su estado ahora mismo.
- Y la embajadora -preguntó Lilly.
- Está bien -contestó Jock-. Pero mató al hombre que le disparó a Ponter.
- ¡Oh, Dios mío! -murmuró Kevin, también de imágenes.
- Creo que todos conocen mi pasado -dijo Jock-. Mi especialidad es la teoría de juegos. Bueno,
las apuestas están muy altas. Algo va a pasar y tenemos que averiguar qué para poder
aconsejar al presidente, y...
- El presidente -dijo Louise, los ojos marrones muy abiertos.
- Eso es. Se acabó el recreo. Necesito saber qué van a hacer los neanderthales en respuesta a
esto, y cómo deberíamos responder nosotros a lo que hagan. Muy bien damas y caballeros.
¡Empiecen a dar ideas!

•••

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Tukana Prat contempló al hombre que acababa de matar. Hélene Gagné la había alcanzado y
ahora la sostenía por el codo. Ayudaba a caminar a la mujer neanderthal, apartándola del
cadáver.
- No pretendía matarlo -dijo Tukana, en voz baja, aturdida.
- Lo sé -contestó Hélene, en tono conciliador-. Lo sé.
- Él... intentó matar a Ponter. Intentó matarme.
- Todo el mundo lo ha visto -dijo Hélene-. Ha sido en defensa propia.
- Sí, pero...
- No tenía elección, tenía que detenerlo.
- Que detenerlo, sí -dijo Tukana-. Pero... pero...
- Ha sido en defensa propia, ¿Me oye? No insinúe siquiera que pueda haber sido algo más.
- Pero...
- ¡Escúcheme! Esto va a ser ya bastante complicado tal como es.
- Yo... tengo que hablar con mis superiores -dijo Tukana.
- Y yo también -respondió Hélene-, y...
El teléfono movil de Hélene sonó. Respondió a la llamada.- Allo? Oui. Oui. Je ne sais pais.
J`ai... un moment, s'il vous plait. Cubrió el auricular y se dirigió a Tukana.
- la OPM.
- ¿Qué?
- La oficina del primer ministro. -Volvió al auricular, y continuó hablando en Francés. Non,
Non, mais... Oui... beaucoup de sang... Non, elle est sain et sauf. D´accord. Non, pas de
probleme. D´accord. Non, aujourd´hui. Oui, maintenant... Pearson, oui. D´accord, oui. Au
revoir.
Hélene cerró el teléfono y lo guardó.
- Tengo que llevarla de vuelta a Canadá, en cuanto la policía de aquí termine de interrogarla.
- ¿Interrogarme?
- Es sólo una formalidad. Luego la llevaremos a Sudbury, para que pueda informar a su gente.
Hélene miró a la mujer Neanderthal con la cara manchada de sangre.
- ¿Qué... que piensa que querrán hacer sus superiores?
Tukana se volvió de nuevo hacia el hombre muerto, y luego miró hacia donde los camilleros de
la ambulancia estaban atendiendo a Ponter tendido de espaldas.
- No tengo ni idea -dijo.

•••

- Muy bien -dijo Jock Krieger, caminando de un lado a otro del opulento salón de la mansión de
Seabreeze-, sólo hay dos posturas que podamos tomar. Primera, que ellos los neandertales
son la parte agraviada. Después de todo, sin provocación alguna, uno de nuestra especie le
pegó un tiro a un miembro de su especie. Segundo, que nosotros somos la parte agraviada.
Cierto, uno de los nuestros le disparó a uno de ellos, pero su tipo vive y el nuestro está
muerto.
Louise Benoit negó con la cabeza.
- No me gusta pensar que un terrorista, o un asesino, o lo que demonios fuera es «uno de los
nuestros»
- Ni a mí -respondió Jock-. Pero a eso se reduce todo. El juego es gliksin contra neandertal;
nosotros contra ellos. Y alguien tiene que hacer el próximo movimiento.
- Podríamos pedir disculpas -dijo Kevin Bilodeau, reclinándose en el asiento que ocupaba-.
Agachar la cabeza y decirles cuanto lo sentimos.
- Yo digo que esperemos a ver qué hacen ellos -repuso Lilly.
- ¿Y si lo que hacen es cerrar la puerta? -dijo Jock, volviéndose a mirarlos-. ¿Y si desenchufan
su maldito ordenador cuántico? -Se volvió hacia Louise-. ¿Cuánto le falta para reproducir su
tecnología?
- ¿Bromea? Apenas he empezado.
No podemos permitirles cerrar el portal -dijo Kevin.

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- ¿Qué sugiere? -rezongó uno de los sociólogos, un hombretón blanco de unos cincuenta
años-. ¿Qué enviemos soldados para impedir que cierren el portal?
- Tal vez deberíamos hacer eso -dijo Jock.
- ¡No hablará en serio! -Exclamó Louise.
- ¿Tiene una idea mejor? -Replicó Jock.
- Ellos no son idiotas, ¿sabe? -dijo Louise-. Estoy segura de que habrán preparado algún tipo
de salvaguarda en su extremo para impedir que hagamos precisamente eso.
- Tal vez si -dijo Jock-. Tal vez no.
- Sería una pesadilla diplomática apoderarse del portal -dijo Rassmusen, un tipo de aspecto
hirsuto cuya especialidad era la geopolítica; había estado intentando deducir qué unidades
nucleares políticas podrían tener los neandertales, puesto que la geografía de su mundo era
igual que la de éste-. La crisis del canal de Suez otra vez.
- Maldición -dijo Krieger, dándole una patada a la papelera-. Maldición.- Sacudió la cabeza-. El
sentido de la teoría de juegos es determinar el mejor resultado realista para ambas partes en
conflicto. Pero esto no es un juego malabar nuclear... es más bien un partido de baloncesto en
el patio del colegio. ¡A menos que hagamos algo, los neandertales pueden recoger el balón y
marcharse a casa, poniéndole fin a todo!

•••

Tukana Prat tomó un vuelo de Air Canada en el JFK que la llevó al aeropuerto Pearson de
Toronto, y desde allí, con Air Ontario, llegó a Sudbury, acompañada todo el tiempo por Hélene
Grangé. Un coche las estaba esperando en el aeropuerto de Sudbury y las llevó a la mina
Creighton. La embajadora tomó el ascensor, recorrió los túneles del ONS hasta la cámara de
observación de neutrino y atravesó el tubo de Derkens para pasar al otro lado... su lado.

Y ahora mantenía una reunión en el Pabellón de Archivos de Coartadas con el Gran Consejero
Gris Bedros, quien, como el portal estaba en su región, se encargaba de todos los asuntos
relacionados con el contacto con los gliksins.
Las imágenes que el implante Acompañante de Tukana (con su capacidad de memoria
ampliada) habían grabado en el otro lado habían sido descargadas en su archivo de coartadas,
y Bedros y ella habían contemplado todo el lío en la holoburbuja que flotaba ante ellos.
- En realidad no hay ninguna duda de lo que deberíamos hacer. -dijo Bedros-. En cuanto esté
lo suficientemente bien para dejar el hospital gliksin, debemos recuperar a Ponter Boddit. Y
luego deberíamos cortar el enlace con el mundo gliksin.
- Yo... no sé si ésa es necesariamente la respuesta correcta -dijo, Tukana-. Ponter estará bien,
aparentemente, es un gliksin quien ha muerto.
- Sólo porque falló.
- Sí, pero...
- Nada de peros, embajadora. Voy a recomendar al consejo que cerremos permanentemente el
portal en cuanto podamos recuperar al sabio Boddit.
- Por favor -dijo Tukana-. Tenemos una oportunidad demasiado grande para dejarla pasar.
- Ellos nunca han hecho una purga de su poso genético -repuso Bedros-. Las tendencias más
espantosas y peligrosas siguen sueltas en su población.
- Eso lo comprendo, pero no obstante...
- ¡Y llevan armas! No para cazar, sino para matarse unos a otros. ¿y cuántos días hicieron falta
para que una de esas armas se volviera contra miembros de nuestra especie? -Bedros sacudió
la cabeza-. Ponter Boddit nos contó lo que le había sucedido a nuestra especie en su mundo...
recuerde, se enteró en su viaje previo. Ellos, los gliksins, nos exterminaron. Piense en eso,
embajadora Prat, ¡Piense en eso! Físicamente, los gliksins son débiles, ifiguras flacas y
debiluchas! y sin embargo consiguieron eliminarnos de allí, a pesar de nuestra fuerza superior
y nuestros cerebros más grandes, ¿cómo es posible que lo consiguieran?
- No tengo ni idea. Además, Ponter sólo dijo que era una teoría sobre lo que nos había
sucedido en su mundo.

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- Nos eliminaron a traición -continuó Bedros, como si Tukana no hubiera hablado-. Con
engaños. Con violencia inimaginable. Enjambres de ellos, armados con rocas y lanzas,
debieron de marchar hacia nuestros valles, abrumándonos con su número, hasta que la sangre
de nuestra especie empapó la tierra y murió hasta el último de los nuestros. Esa es su historia.
Ésa es su costumbre. Sería una locura que dejáramos abierto un portal entre nuestros dos
mundos.
- El portal está en las profundidades de la roca, y pueden conseguir que una o dos personas
pasen cada vez. No creo que tengamos que preocuparnos...
- Puedo oír a nuestros antepasados diciendo lo mismo, hace medio millón de meses, «¡Oh,
mira! ¡Otra clase de humanidad! Bueno, seguro que no tenemos que preocuparnos por nada.
Después de todo, las entradas a nuestros valles son estrechas.»
- No sabemos con seguridad si eso es lo que pasó -dijo Tukana.
- ¿Por qué correr el riesgo? -preguntó Bedros-. ¿Por qué arriesgarse, aunque sea un solo día
más?
Tukana Prat desconectó la holoburbuja y caminó lentamente de un lado a otro.
- Aprendí algo difícil en ese otro mundo -dijo en voz baja-. Aprendí que, según sus baremos,
no soy gran cosa como diplomática. Hablo demasiado sucintamente y de manera demasiado
simple. Y, sí, digo claramente que hay muchas cosas desagradables en esa gente. Tiene usted
razón cuando los llama violentos. Y el daño que le han hecho a su medio ambiente es
incalculable. Pero hay grandeza también en ellos. Ponter tiene razón cuando dice que llegarán
a las estrellas.
- Pues que tengan buen viaje.
- No diga usted eso. He visto obras de arte en su mundo sorprendentemente hermosas. Son
distintos de nosotros, y hay cosas, por carácter y temperamento, que ellos pueden hacer y
nosotros no... cosas maravillosas.
- ¡Pero uno de ellos intentó matarlos!
- Uno, sí. Uno entre seis mil millones. -Tukana guardó silencio un instante-. ¿Sabe cuál es la
mayor diferencia entre ellos y nosotros?
Bedros pareció a punto de hacer una observación sarcástica, pero, se lo pensó mejor.
- Dígamela usted.
- Creen que hay un propósito en todo esto. -Tukana abrió los brazos, abarcando todo a su
alrededor-. Creen que la vida tiene un significado.
- Porque se han engañado a sí mismos para creer que el universo tiene una inteligencia que lo
guía.
- En parte, sí. Pero va más allá de eso. Incluso sus ateos... los que no creen en su Dios,
buscan significado, explicaciones. Nosotros existimos, pero ellos viven. Ellos buscan.
- Nosotros también buscamos. Exploramos con la ciencia.
- Pero lo hacemos por sentido práctico. Queremos una herramienta mejor, y por eso
estudiamos hasta que hacemos una mejor. Pero ellos se preocupan con lo que llaman las
grandes cuestiones: ¿Por qué estamos aquí? ¿ Para qué es todo esto?
- Ésas son preguntas sin sentido.
- ¿Lo son?
- ¡Por supuesto que sí!
- Tal vez tenga usted razón -dijo Tukana-. O tal vez no. Tal vez ellos estén acercándose a la
respuesta, acercándose a una nueva iluminación.
- ¿Y entonces dejarán de matarse unos a otros? ¿Entonces dejarán de violar su medio
ambiente?
- No lo sé. Tal vez. Hay bien en ellos.
- Hay muerte en ellos. El único modo de sobrevivir al contacto con ellos es que se maten entre
sí antes de que consigan matarnos a nosotros.
Tukana cerró los ojos.
- Sé que tiene usted buenas intenciones, consejero Bedros, y...
- No sea condescendiente conmigo.

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- No lo hago. Comprendo que tiene usted en cuenta los intereses de nuestro pueblo. Pero yo
también. Y mi perspectiva es la de una diplomática.
- Una diplomática incompetente -replicó Bedros-. ¡Incluso los gliksins así lo creen!
-Yo...
- ¿O siempre mata usted a los nativos?
- Mire, consejero, estoy tan molesta como usted, pero...
- ¡Basta! -gritó Bedros-. ¡Basta! Nunca deberíamos haber permitido a Ponter Boddit que nos
impulsara a hacer esto. Es hora de que prevalezcan cabezas más viejas y sabias.

19

Mary entró sin hacer ruido en la habitación del hospital donde estaba Ponter. Los cirujanos no
habían tenido ningún problema para extraer la bala: la anatomía neanderthal era similar a la
del Homo sapiens, después de todo, y al parecer Hak había conversado con ellos durante todo
el procedimiento. Ponter había perdido bastante sangre y lo normal hubiese sido realizarle una
transfusión, pero se consideró mejor evitar eso hasta que se supieran más cosas sobre la
hematología neanderthal. Conectaron un gotero salino al brazo de Ponter, y Hak dialogaba
frecuentemente con los médicos acerca del estado del paciente.
Ponter había estado inconsciente casi todo el tiempo desde la operación. De hecho, durante la
intervención le habían puesto una inyección para dormir de un producto que llevaba en el
cinturón médico, según instruyó Hak.
Mary vio cómo el ancho pecho de Ponter subía y bajaba. Recordó la primera vez que lo había
visto, también en una habitación de hospital. Entonces lo había mirado con asombro, incapaz
de creer que fuera un neanderthal moderno.
Ahora, sin embargo, no lo veía como un espécimen extraño, como una rareza, como una
imposibilidad. Ahora lo miraba con amor. Y el corazón se le partía.
De repente, Ponter abrió los ojos.
- Mare -dijo en voz baja.
- No quería despertarte -comentó ella, acercándose a la cama.
- Ya estaba despierto. Hak ha estado reproduciéndome música, y luego te he olido.
- ¿Cómo te encuentras? -preguntó Mary, acercando a la cama una silla de metal.
Ponter tiró de la sábana. Su cuerpo velludo estaba desnudo, pero un gran trozo de gasa,
manchado de rojo claro por la sangre seca, sujeto con esparadrapo, le cubría el hombro.
- Viviré.
- Lamento mucho que te haya pasado esto.
- ¿Cómo está Tukana? -preguntó Ponter.
Mary alzó las cejas, sorprendida de que Ponter no supiera nada. -Persiguió al hombre que te
disparó.
Una débil sonrisa asomó en la amplia boca de Ponter.- Sospecho que entonces estará en peor
estado que ella.
- Y que lo digas -contestó Mary-. Ponter, lo mató.
Ponter permaneció callado un momento.
- Rara vez nos tomamos la justicia por nuestra propia mano.
- Los escuché discutiendo de eso en televisión mientras estabas en el quirófano -dijo Mary-. La
mayoría opina que fue en defensa propia.
- ¿Cómo lo mató?
Mary se encogió un poco de hombros, porque no había manera de decirlo agradablemente.
- Le aplastó la cabeza contra la acera y... se la reventó.
Ponter permaneció en silencio un rato.
- Oh -dijo por fin- ¿Qué le sucederá a ella?
Mary frunció el ceño. Una vez había leído en The Globle and Mail! la historia de un
extraterrestre que era juzgado en Los Ángeles, acusado de haber asesinado a un humano.
Pero en aquel caso había una diferencia esencial...

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- Los embajadores extranjeros están al margen de la mayoría de las leyes; eso se llama
«inmunidad diplomática», y Tukana la tiene, ya que habló en las Naciones Unidas como
diplomática canadiense.
- ¿Qué quieres decir?
Mary frunció el ceño, buscando un ejemplo.
- En el año 2001, Andrei Kneyazev, diplomático ruso en Canadá se emborrachó y atropelló a
dos peatones con su coche. No se presentó ningún cargo contra él en Canadá porque era el
representante de un Gobierno extranjero reconocido, aunque una de las personas a las que
atropelló murió. Eso se llama inmunidad diplomática.
Ponter abrió mucho los ojos.
- Y, en cualquier caso, cientos de personas vieron a ese tipo dispararte a ti, y dispararle a
Tukana, antes de que ella... mm, reaccionara como lo hizo. Como digo, probablemente será
considerado defensa propia.
- Sin embargo -dijo Ponter, en voz baja-, Tukana es una persona de buen carácter. Eso le
pesará mucho. -Un latido-. ¿Estás segura de que no habrá peligro para ella? -Ladeó la cabeza-.
Después de lo que le sucedió a Adikor cuando desaparecí, supongo que me preocupan un poco
los sistemas legales.
- Ponter, ella ya ha vuelto a casa... a tu mundo. Dijo que tenía que hablar con... ¿cómo lo
llamáis? El Consejo Gris.
- El Gran Consejo Gris -dijo Ponter-, si te refieres al Gobierno mundial. -Un latido-. ¿Y el
muerto?
Mary frunció el ceño.
- Se llamaba Cole, Rufus Cole. Todavía están intentando averiguar quién era, y qué tenía
exactamente contra vosotros.
- ¿Cuáles son las opciones?
Mary se sintió momentáneamente confusa.- ¿Cómo dices?
- Las opciones -repitió Ponter-. Los posibles motivos que pudiera haber tenido para intentar
matarnos.
Mary alzó las cejas.
- Puede que fuese un fanático religioso; alguien opuesto a vuestra política atea, o incluso a
vuestra misma existencia ya que contradice el relato bíblico de la creación.
Ponter abrió mucho los ojos.
- Matarme no habría cambiado el hecho de que existí.
- Cierto. Pero, bueno... estoy elucubrando... puede que Cole pensara que eres un instrumento
de Satanás...
Mary dio un respingo cuando oyó el pitido.- El diablo. El Maligno. El oponente de Dios. Ponter
se quedó estupefacto.
- ¿Dios tiene un oponente?
- Sí... bueno, quiero decir, eso es lo que dice la Biblia. Pero a excepción de los
fundamentalistas (los que toman cada palabra de la Biblia como la verdad literal), la mayoría
de la gente ya no cree en Satanás.
- ¿Por qué no? -preguntó Ponter.
- Bueno, supongo que es una creencia ridícula. Ya sabes, sólo un loco podría tomarse la idea
en serio.
Ponter abrió la boca para decir algo, pero al parecer se lo pensó mejor y volvió a cerrarla.
- Bueno -dijo Mary, hablando rápidamente; en realidad no quería verse empantanada en eso-,
puede que también fuera agente de un Gobierno Extranjero, o de un grupo terrorista. O...
Ponter alzó la ceja, invitándola a continuar.- o puede que estuviera loco.
- ¿Dejáis que los locos tengan armas? -preguntó Ponter.
El pensamiento canadiense natural de Mary era que sólo los locos las querían, pero se lo
guardó para sí.
- Es lo mejor que cabe esperar -dijo-. Si estaba loco, y actuaba solo, entonces no hay ningún
motivo para preocuparse por si esto puede volver a suceder. Pero si forma parte de algún
grupo terrorista...

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Ponter agachó la cabeza... y, naturalmente, su mirada se posó sobre su pecho vendado.
- Esperaba que fuera seguro que mis hijas visiten este mundo.
- Me gustaría mucho conocerlas -dijo Mary.
- ¿Qué le habría pasado a ese... ese Rufus Cole? -Ponter frunció el ceño-. ¡Imagínate! ¡Un
nombre gliksin que puedo decir sin dificultad, y pertenecía a alguien que quiso matarme! En
todo caso, ¿qué le habría sucedido a este Rufus Cole si no hubiera muerto?
- Un juicio -dijo Mary-. Si lo hubieran declarado culpable, probablemente habría ido a la cárcel.
Hak volvió a pitar.
- Mmm, una institución de seguridad, donde los criminales están separados de la población
general.
- Dices «si lo hubieran declarado culpable». Pero me disparó.
- Sí, pero... bueno, si estaba loco, eso habría servido en su defensa. Podrían haberlo declarado
inocente por motivos de locura.
Ponter volvió a alzar la ceja.
- ¿No tiene más sentido decidir si alguien está loco antes de dejarle tener un arma que
después de que la use?
- No puedo estar más de acuerdo contigo. Pero, sin embargo, así son las cosas.
- ¿Y si... y si me hubiera matado? ¿O hubiera matado a Tukana? ¿Qué le habría pasado a ese
hombre entonces?
- ¿Aquí? ¿En Estados Unidos? Puede que lo hubieran ejecutado.
El pitido inevitable.
- Condenado a muerte. Lo habrían matado en castigo por su crimen, y como aviso a otras
personas con intención de hacer lo mismo.
Ponter movió la cabeza a derecha e izquierda, su pelo marrón dorado creando un sonido de
roce contra la almohada.
- Yo no hubiese querido eso -dijo-. Nadie se merece una muerte prematura, ni siquiera quien
se la desea a otros.
- Vamos, Ponter -dijo Mary, sorprendiéndose a si misma por su brusquedad-. ¿Puedes ser de
verdad tan ... tan cristiano? Ese maldito tipo intentó matarte. ¿De verdad te preocupa lo que
pudiera haberle pasado?
Ponter guardó silencio durante un rato. No lo dijo, aunque Mary sabía que podría haberlo
hecho, que ya una vez alguien había intentado matarlo: durante su primera visita, le había
dicho a Mary que en su juventud le habían roto la mandíbula de un tremendo golpe. En
cambio, simplemente alzó la ceja y dijo:
- Es una tontería, en cualquier caso. Este Rufus Cole ya no existe.
Pero Mary no estaba dispuesta a dejar el tema.- Cuando te golpearon... hace todos esos
meses, la persona que lo hizo no lo había premeditado, e inmediatamente se llenó de pesar: tú
mismo me lo dijiste. Pero, evidentemente, Rufus Cole había planeado matarte con antelación.
Sin duda eso crea una diferencia.
Ponter cambió levemente de postura en la cama.
- Viviré -dijo-. Aparte de eso, nada podría borrar la cicatriz que llevaré hasta el día de mi
muerte.
Mary negó con la cabeza, pero consiguió hablar con buen tono.- A veces eres demasiado
bueno para ser real, Ponter.
- No tengo respuesta a eso.
Mary sonrió.
- Lo cual demuestra mi argumento.
- Pero tengo una pregunta.
- ¿Sí?
- ¿Qué pasará ahora?
- No lo sé -respondió Mary-. El médico me ha dicho que han enviado una valija diplomática
desde Sudbury. Supongo que es eso que está ahí, junto a la mesa.
Ponter volvió la cabeza.
- Ah. ¿Quieres acercármela, por favor?

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Mary así lo hizo. Ponter abrió la bolsa y extrajo una cosa alargada parecida a un coche pero de
diseño neanderthal, perfectamente cuadrado. Lo abrió (se desplegaba como una flor) y sacó de
dentro una diminuta esfera de color rubí.
- ¿Qué es eso? -preguntó Mary.
- Una perla de memoria -respondió Ponter.
Tocó a su Acompañante, y Mary se sorprendió al ver que se abría, revelando un
compartimento interior con un pequeño grupito de clavijas de control adicionales y un
agujerito del diámetro aproximado de un lápiz.
- Encaja aquí -indico, poniéndola en su sitio-. Si quieres...
- Me voy -dijo Mary-. Sé que necesitas intimidad.
- No, no te marches. Pero por favor, perdoname un momento. Hak reproducirá la grabación en
el implante de mis oídos.
Mary asintió, y vió que Ponter ladeaba la cabeza como era su costumbre cuando escuchaba a
Hak. Su rostro se frunció en un ceño gigantesco. Después de unos pocos momentos, Ponter
abrió de nuevo a Hak y sacó la perla.
- ¿Qué decía? -preguntó Mary.
- El gran Consejo Gris quiere que regrese a casa de inmediato. Mary sintió que se le encogía el
corazón.
- ¿Sí... ?
- No lo haré -dijo Ponter, simplemente.
- ¿Qué? ¿Por qué?
- Si volviera, cerrarían el portal entre nuestros mundos.
- ¿Decían eso?
- No directamente... pero conozco al Consejo. Mi gente es consciente de que somos mortales,
Mare: sabemos que no hay otra vida. Y por eso no corremos riesgos innecesarios. El contacto
continuado con tu pueblo es algo que el Consejo considera innecesario después de lo que ha
sucedido. Ya había muchos que estaban en contra de la reapertura del portal, y esto les
proporciona nuevos argumentos.
- ¿Puedes hacer eso? ¿decidir quedarte aquí?
- Es lo que haré. Puede que haya consecuencias, pero las soportaré.
- Guau -dijo Mary en voz baja.
- Mientras esté aquí mi pueblo mantendrá abierto el portal. Eso dará a aquellos que, como yo,
creen que el contacto debería ser mantenido, tiempo para discutir esa posibilidad. Si el portal
se cerrara, sólo sería un primer paso antes de desmantelar el ordenador cuántico y a asegurar
que no haya ninguna posibilidad de nuevos contactos.
- Bueno, en ese caso, ¿qué quieres hacer cuando salgas del hospital?
Ponter miro directamente a Mary.
- Pasar más tiempo contigo.
El corazón de Mary volvió a aletear, pero de buena forma esta vez. Sonrió.
- Eso sería magnifico.
Y entonces se le ocurrió una idea.
- La semana que viene voy a ir a Washington para presentar mis estudios sobre el ADN-
neanderthal en el encuentro de la sociedad de Paleontología. ¿Por qué no vienes? Serías el
éxito más grande desde que Wolpoff y Tattersall aparecieron en la reunión de Kansas City.
- ¿Eso es una reunión de especialistas de antiguas formas de humanidad? -preguntó Ponter.
- Así es -dijo Mary-. La mayoría de quienes estudian estas cosas estarán allí, venidos de todo
el mundo. Créeme, les encantará conocerte.
Ponter frunció el ceño, y durante un instante Mary tuvo miedo de haberlo ofendido.
- ¿Cómo llegaré allí?
- Y te llevaré. ¿Cuándo sales del hospital?
- Creo que quieren tenerme aquí un día más.
- Muy bien, pues -dijo Mary.
- ¿No pondrá nadie obstáculos?
- Oh sí -dijo Mary, sonriendo-. Y conozco al hombre que los hará desaparecer...

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20

La embajadora Tukana Prat sabía que era un poco irónico que aquel hombre precisamente
deseara intimidad. Y, sin embargo, ¿quién podía reprocharle que se mantuviera aislado? Era
famoso en todo el planeta, honrado allá adonde iba. Y, de hecho, el mundo entero celebraría
pronto el milésimo mes desde su gran invento. Se esperaba que entonces hiciera cientos de
apariciones públicas... suponiendo, como había que hacer siempre con una persona de su
edad, que todavía estuviera vivo. Era miembro de la generación 138, uno de los menos de mil
individuos que quedaban de ese grupo... y nadie de ninguna generación anterior vivía aún.
Tukana había conocido a otros 138, pero hacía mucho de eso. Habían pasado al menos
cincuenta meses desde la última vez que estuvo en compañía de uno, y nunca había visto a
nadie que pareciera tan viejo.
Dicen que el pelo gris es signo de sabiduría, pero el pelo del gran hombre había desaparecido
por completo, al menos de aquel famoso cráneo, increíblemente largo. Cierto, todavía tenía un
vello fino y casi transparente en los brazos. Era una visión extraña: un hombre viejo y
arrugado, con la piel moteada de gris y marrón, pero con penetrantes ojos azules artificiales,
bolas metálicas pulidas de iris segmentados, ojos que brillaban desde dentro. Naturalmente,
podría haberse puesto ojos artificiales iguales que los originales, pero aquel hombre, más que
nadie, no tenía motivos para disimular los implantes. De hecho, Tukana sabía que otros
implantes gobernaban el funcionamiento de su corazón y sus riñones, que huesos artificiales
habían sustituido a porciones importantes de su esqueleto desmoronado. Además, lo había
oído mencionar una vez, en una conversación con un exhibicionista que cuando la gente era
tan vieja como él, convenía que los demás vieran que tenía ojos de repuesto, porque entonces
ya no daban por supuesto que era demasiado viejo para ver algo.
Tukana entró en el enorme salón. Su propietario era tan viejo que el tronco del cual se había
hecho aquella casa había alcanzado un diámetro prodigioso, y lo había ahuecado más y más a
medida que pasaban los meses.
¡Y cuántos meses habían sido! Un miembro de la generación 138 habría visto más de mil
trescientas lunas ya... 108 años de vida.
- Día sano -saludó Tukana, tomando asiento.
- A estas alturas -dijo una voz, sorprendentemente grave y fuerte-, acepto cualquier día que
venga, sano o no.
Tukana no estaba segura de si el comentario era humorístico o triste, y por eso se limitó a
sonreír y asentir. Luego, al cabo de un momento, dijo:
- No tengo palabras para expresar el honor que es verlo, señor.
- Inténtelo -dijo el anciano.
Tukana se ruborizó.
- Bueno, es que le debemos tanto, y ... Pero el hombre levantó la mano.
- Estoy bromeando, jovencita.
Tukana sonrió al oír esto, pues hacía mucho tiempo que nadie la llamaba «jovencita».
- De hecho, me honraría más si me ahorrara los honores. Créame, los he oído todos. De
hecho, dado el poco tiempo que me queda, le agradecería que no lo malgastara... Por favor,
dígame inmediatamente qué quiere.
Tukana volvió a sonreír. Como diplomática había conocido a muchos importantes líderes
mundiales, pero nunca había pensado que se encontraría alguna vez cara a cara con el mayor
inventor de todos, el famoso Lonwis Trob. La ponía nerviosa mirar aquellos ojos mecánicos y
por eso bajó la vista hacia su antebrazo izquierdo, al implante Acompañante que allí había.
Naturalmente, no era el Acompañante original que Lonwis había inventado hacía todos
aquellos meses. No, éste era el último modelo... y Tukana se sorprendió al ver que sus partes
mecánicas estaban hechas de oro.
- No sé cuánto sabe sobre este asunto de la Tierra paralela pero...
- Hasta el último detalle -dijo Lonwis-. Es fascinante.
- Bien, entonces debe saber que soy la embajadora elegida por el Gran Consejo Gris...

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- ¡Mocosos protestones! -dijo Lonwis-. Atontados, todos ellos.
- Bueno, puedo comprender...
- ¿Sabe? -dijo Lonwis-. He oído decir que algunos se tiñen el pelo de gris, para parecer más
listos.
Lonwis parecía bastante contento malgastando su propio tiempo, advirtió Tukana, pero supuso
que se había ganado ese privilegio.
- En cualquier caso -dijo-, quieren cerrar el portal entre nuestro mundo y el mundo gliksin.
- ¿Por qué?
- Tienen miedo de los gliksins.
- Usted los ha conocido: ellos no... Prefiero oír su opinión.
- Bueno, debe saber usted que uno de ellos intentó matar al enviado Boddit, y que me disparó
a mí también con su arma.
- Sí, lo he oído. Pero ambos sobrevivieron.
- Sí.
- ¿Sabe?, mi amigo Goosa...
Tukana no pudo evitar interrumpirlo.
- ¿Goosa? -repitió-. ¿Goosa Kusk?
Lonwis asintió.
- Guau -dijo Tukana, en voz baja.
- Como decía, estoy seguro de que Goosa podría idear un modo de protegemos contra esas
armas de proyectiles que emplean los gliksins. Los proyectiles son impulsados por una
explosión química, según tengo entendido... lo que significa que aunque vayan rápido, no se
acercan ni de lejos a la velocidad de la luz. Así que habría tiempo de sobra... para que un láser
las localizara y las desintegrara. Después de todo, mis Acompañantes son capaces ya de
monitorizar un radio de 2,5 brazadas. Aunque el proyectil hubiera alcanzado la velocidad del
sonido, todavía quedarían... -Hizo una breve pausa y Tukana se preguntó si iba a hacer los
cálculos él mismo, o si estaba escuchando a su Acompañante. Sospechaba que lo primero-.
0,005 latidos para que el láser localizara el blanco y disparara. Haría falta un emisor esférico,
no habría tiempo de hacer girar una parte mecánica... probablemente tendría que ir montado
en un sombrero. Un problema trivial. -La miró-. Bien, ¿era eso lo que necesitaba? Si es así,
contactaré con Goosa de su parte y podré continuar con mi día.
- Mm, no -dijo Tukana-. Quiero decir, sí, algo así sería fabuloso. Pero ése no es el motivo por
el que he venido.
- Pues entonces menciónelo, jovencita. ¿Qué quiere exactamente? Tukana tragó saliva.
- No quiero un favor solamente suyo. Nos hará falta la colaboración de unos cuantos de sus
estimados amigos.
- ¿Para hacer qué?
Tukana se lo dijo, y le encantó ver que en el rostro del anciano se dibujaba una sonrisa.

21

Louise Benoit tenía razón: Jock Krieger podía tirar de cualquier hilo imaginable. La idea de que
una de sus investigadoras del Grupo Sinergia se pasara más de una semana hurgando en el
cerebro de un neanderthal atrajo enormemente, y Mary se encontró con que todos los posibles
obstáculos de hacer un viaje con Ponter desaparecían y Jock había estado de acuerdo en que,
cuanto más tiempo estuviera Ponter en este mundo, más tiempo tendrían para convencer a los
neanderthales de que no cerraran el portal.
Mary había decidido ir con Ponter en coche a Washington D.C.
Parecía más sencillo que tener que pasar por los aeropuertos y todas las medidas de
seguridad. Además, le daría la oportunidad de enseñarle a Ponter algunos paisajes por el
camino.
Alquiló una furgoneta Ford Windstar plateada con las ventanillas tintadas, lo cual impedía a la
gente ver quién era el pasajero. Fueron primero a Filadelfia, con un vehículo de escolta sin
identificar siguiéndolos discretamente. Mary y Ponter... vieron Independence Hall y la

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Campana de la Libertad, y tomaron bocadillos de carne Philly en Pat's; a pesar del queso,
Ponter se comió tres... bueno, Mary iba a decir «de una sentada», pero sólo había sitio para
estar de pie en Pat's, y comieron fuera. Mary se sentía un poco extraña explicándole a Ponter
la historia estadounidense, pero sospechaba que lo estaba haciendo mejor de lo que lo hubiera
hecho un americano si le hubiera explicado la historia canadiense.
Ponter estaba casi por completo recuperado de su trauma: no sólo parecía tan fuerte como un
buey, sino que tenía la constitución de un buey también. Resultaba adecuado, pensó Mary, con
una sonrisa: después de todo, estaban visitando el país que tenía la constitución más fuerte
del mundo...

•••

La embajadora Tukana Prat salió al amplio estrado semicircular, ante la Asamblea General de
las Naciones Unidas. La siguieron un neanderthal y luego otro, y otro, y otro más, hasta que
diez miembros de su raza se situaron tras ella. Se aproximó al atril y se inclinó hacia el
micrófono.
- Damas y caballeros de las Naciones Unidas -dijo-. Es un placer para mi presentarles a
nuestra nueva delegación en su Tierra. A pesar de las desafortunadas circunstancias de mi
última visita, todos venimos en son de paz y amistad, con los brazos abiertos. No sólo yo, no
sólo una funcionaria del Gobierno, sino diez de nuestras personas mejores y más brillantes. No
tenían por qué venir: cada uno de ellos decidió hacer el viaje. Están aquí porque creen en el
ideal del libre intercambio cultural. Sabemos que ustedes esperan un... creo que emplean la
expresión «estoporaquello»: ustedes nos dan algo, nosotros les damos algo a cambio. Pero
esta apertura de contacto entre dos mundos no debería ser territorio de economistas ni
hombres de negocios y, desde luego, no de los guerreros. No. Un intercambio semejante es el
terreno natural de idealistas y soñadores, de aquellos que tienen los objetivos más elevados...
los que tienen objetivos humanitarios. -Tukana sonrió a la multitud-. Éste es ya uno de los
discursos más largos de mi carrera, y por eso, sin más preámbulos, déjenme presentarles a
nuestros delegados.
Se dio la vuelta y señaló al primero de los diez neanderthales que tenía detrás, un hombre
tremendamente anciano, con ojos azules mecánicos brillando bajo su entrecejo.
- Éste es Lonwis Trob, nuestro más grande inventor -dijo Tukana-. Desarrolló el implante
Acompañante y las tecnologías de grabación de coartadas que han hecho de nuestro mundo un
lugar seguro día y noche para todos sus habitantes. Los... lo que ustedes llamarían
«patentes», los derechos de propiedad intelectual de estos inventos, son suyas, y viene a
compartirlos libremente.
Hubo un murmullo de asombro en la multitud. Empezó a sonar música por los altavoces de la
Asamblea General, música trepidante, música sorprendente, música neanderthal.
- Y ésta -dijo Tukana, indicando a la siguiente en la fila; al estilo neanderthal, iba de derecha a
izquierda- es Borl Kadas, nuestra principal genetista.
Una hembra mayor, una 138, avanzó.
- He oído hablar aquí de patentar el genoma humano -continuó Tukana-. Bueno, la sabia
Kadas dirigió nuestro equivalente a su proyecto Genoma Humano, hace unas cinco décadas.
Viene aquí dispuesta a compartir libremente esa investigación, y todos los beneficios que
hemos obtenido de ella.
Tukana advirtió las bocas abiertas de muchos de los delegados.- Y éste -dijo, indicando a un
grueso varón- es Dor Farrer, poeta laureado de la provincia de Bontar, ampliamente
reconocido como nuestro más grande escritor vivo. Trae consigo archivos informáticos de
todas las grandes obras de poesía, ficción y ensayo, narraciones y cuentos creados en el
pasado por nuestro pueblo, y contribuirá a la traducción a sus muchas lenguas.
Farrer saludó entusiasta a los delegados. La música se enriquecía a medida que se
incorporaban instrumentos.
- Junto a él está Derba Jonk. Es nuestra principal especialista en el uso de la tecnología de
células madre para clonar de manera selectiva partes corporales. Tenemos entendido que

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están ustedes comenzando a investigar en esta área; nosotros llevamos haciéndolo cuatro
generaciones, cuatro décadas, y la sabia Jonk ayudará con sumo gusto a sus doctores a dar
ese salto adelante.
Muchos de los delegados dejaron escapar exclamaciones de asombro.
- Y junto a ella -dijo Tukana- está Kobast Gant, nuestro principal experto en inteligencia
artificial. Aquellos de ustedes que han hablado con Ponter Boddit o conmigo misma ya conocen
el trabajo del sabio Gant: ha programado nuestros Acompañantes inteligentes. También él
viene a compartir libremente sus conocimientos con su mundo.
Incluso el secretario general murmuraba apreciativamente. Tambores cubo se habían unido a
la música, resonando como corazones henchidos de orgullo.
- Y junto al sabio Gant está Jalsk Lalplun, quien tiene la distinción de ser actualmente el ser
humano más rápido que existe... creo que en cualquier universo. Lo medimos ayer: puede
correr una de sus millas en tres minutos once segundos. Jalsk los hará partícipes de su
entrenamiento atlético.
La sonrisa de Jalsk iba de oreja a oreja. La música aumentaba de ritmo y cadencia.
- Junto a Jalsk se encuentra Rabba Habrorn. Es una de nuestras principales mentes legales...
la principal intérprete moderna de nuestro Código de la Civilización. Muchos de ustedes se han
preguntado por nuestra capacidad para tener moral y ética sin recurrir a un ser superior. La
adjudicadora Habrorn responderá encantada a todas sus preguntas acerca de ese tema.
Un trío de cuernos de hielo se había unido a la orquesta. Habrorn inclinó la cabeza con gran
dignidad. A pesar de las reglas de la Asamblea, varios delegados habían sacado el teléfono
móvil y estaban haciendo llamadas, presumiblemente a sus jefes de Estado.
- Junto a ella -dijo Tukana- se encuentra Drade Klimilk, jefe de nuestra Academia de Filosofía.
No se dejen engañar por su pelo castaño: está considerado uno de los pensadores más sabios
y reflexivos de nuestro mundo. Entre él y la adjudicadora Habrorn lo aprenderán todo sobre
nuestro modo de pensar.
Klimilk habló, con voz profunda y fuerte.- Será un placer.
La sinfonía repitió un movimiento anterior, pero a más volumen, con más sentimiento.
- Junto al sabio Klimilk se encuentra Krik Donalt, una de nuestras principales compositoras de
música. Es su pieza llamada "Dos se Convierten en Uno" lo que están escuchando ustedes
ahora.
Donalt hizo una reverencia.
- Y por últiimo, aunque, como dicen ustedes, no menos importante, les presento a Dapbur
Kajak, que algunos de ustedes ya conocen. Ella inventó los sistemas de láseres sintonizables
que hacen posible la descontaminación de viajeros entre nuestros dos mundos. La sabia Kajak
compartirá todo lo que sabe sobre desinfección de humanos, y sobre física láser de cascadas
cuánticas.
La música llegó a un crescendo, tamborescubo, cuernos de hielo, geodas de percusión y
demás, todo en perfecta armonía.
- Los diez -continuó Tukana-, científicos e ingenieros, filósofos y artistas, atletas y eruditos,
vienen aquí libremente a compartir con ustedes todo lo que saben sobre sus especialidades. -
Miró a la Asamblea General-. Hagamos que esto funcione, amigos. Establezcamos una relación
entre nuestros mundos que beneficie a todos, una relación basada en la paz. El pasado es
pasado; nuestro negocio ahora es el futuro. Hagamos que sea lo más positivo posible para
todos nosotros.
A Tukana Prat le pareció que fue uno de los delegados austríacos, quien primero empezó a
batir palmas, pero fue seguido casi inmediatamente por docenas, por centenares de personas,
y pronto todos los delegados se pusieron en pie, para expresar su entusiasmo con aplausos y
vivas.
«¿Incompetente? -pensó Tukana, sonriéndo a la multitud, entusiasmada con lo que había
iniciado allí ese día- Incompetente, mi culo peludo... »

22

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- Sólo nos queda un día en Washington antes de que comience la conferencia -dijo Mary-, y
hay tantas cosas que quiero enseñarte... Pero quería empezar por aquí. No hay nada más
significativo de este país y de lo que significa ser humano... de mi especie de humanidad.
Ponter contempló el extraño panorama que tenía delante, sin comprender. Una cicatriz en el
paisaje cubierto de hierba, un profundo surco, corría ochenta pasos para unirse, en ángulo
obtuso, con otra cicatriz similar.
Las cicatrices eran negras y reflectantes, un... ¿cómo era esa palabra? Un «oxímoron», eso
era: una contradicción. El negro absorbía toda la luz, pero reflectante significaba que la luz
rebotaba, y sin emhargo, eso era exactamente, un espejo negro que reflejaha la cara de
Ponter y la de Mary también. Dos clases de humanidad, no sólo varón y hembra, sino dos
especies separadas, dos variaciones del tema humano. El reflejo de Mary mostraba lo que ella
llamaba Homo sapiens y él llamaba gliksin: su extraña frente recta, su minúscula nariz, y (no
había palabra para eso en el lenguaje de Ponter), su barbilla.
Y su reflejo mostraba lo que ella llamaba Homo neanderthalensis y llamaba barast, la palabra
«humano» en su lenguaje: el ancho contorno de un neanderthal, con su doble arco ciliar y una
nariz de tamaño adecuado extendiéndose por un tercio del rostro.
- ¿Qué es esto? -preguntó Ponter, contemplando la negrura oblonga, sus reflejos.
- Es un memorial -respondió Mary. Apartó la mirada del negro muro y señaló con la mano los
objetos que había en la distancia-. Todo el paseo está lleno de memoriales. Estos dos muros
señalan los más importantes. Esa torre es el Monumento a Washington, un memorial al primer
presidente de Estados Unidos. Más allá está el Memorial a Lincoln, que conmemora al
presidente que liberó a los esclavos.
El traductor de Ponter pitó.
Mary dejó escapar un suspiro. Evidentemente, todavía había más complejidades, más (¿cómo
lo había llamado?) más ropa sucia que airear.- Visitaremos esos dos memoriales más tarde
-dijo Mary-. Pero, como decía, quería empezar por aquí. Es el Memorial a los Veteranos de
Vietnam.
- Vietnam es una de vuestras naciones, ¿no es así? -preguntó Ponter.
Mary asintió.
- En el Sureste asiático ... el Sureste de Galasoy. Al Norte del ecuador. Un trozo de tierra en
forma de «S». -Dibujó la letra en el aire con un dedo, para que Ponter pudiera comprender-.
En la costa del Pacífico.
- Nosotros llamamos a ese mismo sitio Holtanatan. Pero en mi versión de la Tierra es muy
caluroso, con mucha humedad, lluvioso, lleno de pantanos y plagado de insectos. Allí no vive
nadie.
Mary alzó las cejas.
- Más de ochenta millones de personas viven allí en esta realidad. Ponter sacudió la cabeza.
Los humanos de esta versión de la Tierra eran tan... incontenibles.
- Y -continuó Mary- allí se libró una guerra.
- ¿Por qué? ¿Por los pantanos?
Mary cerró los ojos.
- Por ideología. ¿Recuerdas lo que te conté de la Guerra Fría? Fue parte de eso... pero esta
parte fue caliente.
- ¿Caliente? -Ponter sacudió la cabeza-. No te estás refiriendo a la temperatura, ¿verdad?
- No. Caliente. Una guerra que ardía. Y donde moría gente. Ponter frunció el ceño.
- ¿Cuánta gente?
- ¿En total, de todos los bandos? Nadie lo sabe realmente. Más de un millón de los
survietnamitas locales. Entre medio millón y un millón de norvietnamitas. Más... -Indicó el
muro.
- ¿Sí? -dijo Ponter, todavía asombrado por la negrura reflectante.
- Más cincuenta y ocho mil doscientos nueve americanos. Estos dos muros los conmemoran.
- ¿Los conmemoran cómo?
- ¿Ves la escritura grabada en el granito negro?
Ponter asintió.

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- Son nombres... los nombres de los muertos confirmados, y de los desaparecidos en combate
que nunca volvieron a casa. -Mary hizo una pausa-. La guerra terminó en 1975.
- Pero ése es el año que consideráis como... -y Ponter lo nombró. Mary asintió.
Ponter agachó la cabeza.
- No creo que los desaparecidos vayan a volver. -Se acercó al muro-. ¿Cómo están ordenados
los nombres?
- Cronológicamente. Por la fecha de fallecimiento.
Ponter miró los nombres, todos escritos con lo que había llegado a reconocer como letras
mayúsculas, con una pequeña marca (una «coma», ¿no se llamaba así?) separando cada
nombre del siguiente.
Ponter no sabía leer los caracteres en Inglés: apenas empezaba a comprender la extraña
noción de alfabeto fonético. Mary se colocó a su lado y, en voz baja, le leyó algunos nombres.
- MIKE A. MAKSIN, BRUCE, J. MORAN, BOBBIE, JOE MOUNTS, RAYMOND D. MC GLOTHIN. -Señaló otra
línea, aparentemente al azar-: SAMUEL F. HOLLIFIELD JR., RUFUS HOOD, JAMES M. INMAN, DAVID L.
JOHNSON, ARNOLDO L. CARRILLO. -Y otra más abajo-: DONNEY L. JACKSON, BOBBY W. JOBE, BOBBY
RAY JONES, HALCOTT P. JONES, JR.
- Cincuenta y ocho mil -dijo Ponter, en voz tan baja como la de Mary.
- Sí.
- Pero... pero has dicho que éstos son americanos muertos.
Mary asintió.
- ¿Qué estaban haciendo librando una guerra a medio mundo de distancia?
- Estaban ayudando a Vietnam del Sur. Verás, en 1954, Vietnam había sido dividido en dos
mitades, Vietnam del Norte y Vietnam del Sur, como parte de un acuerdo de paz, cada uno
con su propio Gobierno. Dos años más tarde, en 1956, tenía que haber elecciones libres en
ambas mitades, supervisadas por un comité internacional, para reunificar Vietnam bajo un solo
Gobierno elegido por el pueblo. Pero cuando llegó 1956, el líder de Vietnam del Sur se negó a
celebrar las elecciones previstas.
- Me enseñaste mucho acerca de este país, Estados Unidos, cuando visitamos Filadelfia -dijo
Ponter-. Sé lo mucho que valoran los americanos la democracia. Déjame adivinar: Estados
Unidos envió tropas para obligar a Vietnam del Sur a participar en la prometida elección
democrática.
Pero Mary negó con la cabeza.
- No, no, Estados Unidos apoyó el deseo del Sur de no celebrar las elecciones.
- Pero ¿por qué? ¿Era corrupto el Gobierno del Norte?
- No -dijo Mary-. No, era razonablemente honrado y agradable... al menos hasta que las
elecciones prometidas, que quería, fueron canceladas. Pero sí que había un Gobierno corrupto:
el del Sur.
Ponter sacudió la cabeza, aturdido.
- Pero si has dicho que el del Sur era el Gobierno al que apoyaban los americanos.
- Eso es. Verás, el Gobierno del Sur era corrupto, pero capitalista; compartía el sistema
económico americano. El del Norte era comunista: usaba el sistema económico de la Unión
Soviética y de China. Pero el Gobierno del Norte era mucho más popular que el corrupto del
Sur. Estados Unidos temía que, si se celebraban elecciones libres, los comunistas vencieran y
controlaran todo Vietnam, lo que a su vez llevaría a que otros países del Sureste de Galasoy
cayeran bajo el régimen comunista.
- ¿Y por eso enviaron allí a soldados americanos?
- Sí.
- ¿Y murieron?
- Muchos lo hicieron, sí. -Mary hizo una pausa-. Eso es lo que quería que comprendieras: lo
importantes que son los principios para nosotros. Moriremos por defender una ideología, por
apoyar una causa. Señaló el muro.
- Esta gente de aquí, estas cincuenta y ocho mil personas, lucharon por aquello en lo que
creían. Les dijeron que fueran a la guerra, para salvar a un pueblo débil de lo que se

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consideraba la gran amenaza comunista, y así lo hicieron. La mayoría eran jóvenes: dieciocho,
diecinueve, veinte, veintiún años. Para muchos, era la primera vez que salían de casa.
- Y ahora están muertos.
Mary asintió.
- Pero no olvidados. Los recordamos aquí.
Señaló discretamente. Los guardaespaldas de Ponter (ahora miembros del FBI, conseguidos
por Krieger) mantenían a la gente apartada de él, pero los muros eran largos, increíblemente
largos, y más allá alguien se apoyaba contra la superficie negra.
- ¿Ves a ese hombre de ahí? -preguntó Mary-. Está usando un lápiz y un trozo de papel para
frotar y marcar en el papel el nombre de alguien que conocía. Es... bueno, parece tener
cincuenta y tantos años, ¿no? Puede que él mismo haya estado en Vietnam. El nombre que es-
tá copiando puede haber sido el de un amigo que perdió allí.
Ponter y Mary observaron en silencio mientras el hombre terminaba lo que estaba haciendo;
luego dobló el trozo de papel, se lo guardó en el bolsillo del pecho y empezó a hablar.
Ponter sacudió la cabeza levemente, confundido. Indicó el Acompañante insertado en su
antebrazo izquierdo.
- Creía que no teníais implantes de telecomunicaciones.
- No los tenemos.
- Pero no veo ningún receptor externo, ningún... ¿cómo los llamáis? Ningún teléfono móvil.
- Así es -dijo Mary, amablemente.
- Entonces, ¿a quién le está hablando?
Mary se encogió levemente de hombros.- A su camarada perdido.
- Pero si esa persona está muerta.
- Sí.
- No se puede hablar con los muertos -dijo Ponter.
Mary señaló de nuevo el muro; la superficie de obsidiana remedó el gesto de su brazo.
- La gente piensa que puede. Dicen que aquí se sienten más cerca de ellos.
- ¿Es aquí donde están guardados los restos de los muertos?
- ¿Qué? No, no, no.
- Entonces yo...
- Son los nombres -dijo Mary, algo exasperada- Los nombres.
Los nombres están aquí, y nosotros conectamos con las personas a través de sus nombres.
Ponter frunció el ceño.
- Yo... perdóname, no quisiera parecer estúpido. Pero sin duda que eso no puede ser así.
Nosotros... mi gente, conecta a través de las caras. Hay incontables personas cuyas caras
conozco pero cuyos nombres no he aprendido nunca. Y, bueno, conecto contigo, y aunque sé
tu nombre, no puedo articularlo ni pensarlo con claridad siquiera. Mare... Esto es lo mejor que
puedo hacer.
- Nosotros pensamos que los nombres son... -Mary se encogió de hombros, al parecer
reconociendo lo ridículo que debía de sonar lo que estaba diciendo- mágicos.
- Pero -dijo de nuevo Ponter-, no se puede comunicar con los muertos. -No pretendía ser
pesado, de verdad que no.
Mary cerró los ojos un momento, como haciendo acopio de fuerza interior... o, pensó Ponter,
como si se comunicara con alguien.- Sé que tu gente no cree en la vida después de la muerte
-dijo Mary, por fin.
- «Vida después de la muerte» -dijo Ponter, pronunciando las palabras como si fueran un plato
de carne- un oxímoron.
- Para nosotros no -dijo Mary, y añadió con apasionamiento-: Para mí no.
Miró en derredor. Al principio Ponter pensó que simplemente exteriorizaba sus pensamientos:
supuso que estaba buscando algún modo de explicar lo que sentía. Pero entonces sus ojos
dieron con algo y empezó a caminar. Ponter la siguió.
- ¿Ves estas flores? -preguntó Mary. Él asintió.
- Naturalmente.

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- Las dejó aquí uno de los vivos, para uno de los muertos. Alguien cuyo nombre está en este
panel.
- Señaló la sección de granito pulido... que tenía delante.
Mary se agachó. Las flores (rosas rojas) todavía tenían largos tallos y estaban sujetas por una
cuerdecita. Una tarjetita estaba atada al ramo con un lazo... - «Para Willie -dijo Mary, leyendo
evidentemente la tarjeta-, de su querida hermana.»
- Ah -dijo Ponter, porque no tenía mejor respuesta que dar. Mary siguió caminando. Llegó
hasta un papel de color cervato que había apoyado contra el muro, y lo recogió.
- «Querido Carl» -leyó. Hizo una pausa, y buscó en el panel que tenía delante- Debe de ser él
-dijo, extendiendo la mano y tocando levemente un nombre-. CARL BOWEN.
Siguió contemplando el nombre grabado.
- Es para ti, Carl -dijo, y al parecer eran sus propias palabras puesto que no estaba mirando la
hoja. Bajó entonces los ojos y leyó en voz alta, empezando por el principio:

Querido Carl:
Sé que debería haber venido antes. Quería hacerlo. De verdad. Pero no sabía cómo te
tomarías la noticia. Sé que fui tu primer amor, y tú fuiste el mío, y ningún verano ha sido más
maravilloso para mí que aquel verano del 66. Pensé en ti todos los días que estuviste fuera, y
cuando llegó la noticia de que habías muerto, lloré y lloré, y estoy llorando ahora mientras
escribo estas palabras.
No quiero que pienses que he dejado nunca de llorar por ti, porque no lo he hecho. Pero
continué con mi vida. Me casé con Bucky Samuels. ¿Te acuerdas de él? ¿Del Eastside?
Tenemos dos chicos, ambos ahora mayores que tú cuando moriste.
No me reconecerías, no creo. El pelo se me ha vuelto gris, aunque trato de ocultarlo, y perdí
todas las pecas hace tiempo, pero sigo pensando en ti. Amo mucho a Buck, pero te amo
también a ti... y sé que algún día volveremos a vemos.
Amor para siempre,
JANE

- ¿«Volveremos a vernos»? -repitió Ponter-. Pero si él está muerto.


Mary asintió.
- Ella quiere decir que lo verá cuando muera también.
Ponter frunció el ceño. Mary continuó caminando unos pasos más.
Había otra carta apoyada contra el muro, ésta plastificada. La recogió.- «Querido Frankie»
-empezó a leer. Escrutó el muro que tenía delante- Aquí está -dijo-. FRANKLIN T. MULLENS, III.
Leyó la carta en voz alta:

Querido Frankie:
Dicen que un padre no debería sobrevivir a un hijo, ¿pero quién espera que te arrebaten a tu
hijo cuando sólo tiene 19 años? Te echo de menos cada día, igual que papá. Ya lo conoces:
intenta hacerse el fuerte delante de mí, pero lo oigo llorar en voz baja cuando cree que estoy
dormida.
El trabajo de una madre es cuidar de su hijo, y lo hice lo mejor posible. Pero ahora el propio
Dios te está cuidando y sé que estás a salvo en sus amorosos brazos.
Volveremos a estar juntos, mi querido hijo. Amor,
MAMÁ

Ponter no supo qué decir. Los sentimientos eran obviamente sinceros... pero eran irracionales.
¿No podía verlo Mary? ¿No podía verlo la gente que escribía aquellas cartas?
Mary siguió leyéndole cartas y tarjetas y placas y rollos de papel que habían dejado apoyados
contra el muro. Las frases se fueron marcando en la mente de Ponter.
«Sabemos que Dios está cuidando de tí... »
«Anhelo que llegue el día en que todos volvamos a estar juntos... »

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«Tanto olvidado. tanto no dicho, pero prometo decírtelo todo cuando nos encontremos entre
los muertos.»
«Duerme ahora, amado... »
«Quiero que llegue el día en que estemos reunidos... »
«Ese maravilloso día en el que el Señor nos reunirá en el Cielo.»
«Adiós... ¡Que Dios esté contigo! Hasta que nos volvamos a ver... »
«Cuídate, hermano. Te visitaré de nuevo la próxima vez que venga a D.C.»
«Descansa en paz, amigo mío, descansa en paz... »
Mary había tenido que detenerse varias veces para enjugarse las lágrimas. Ponter también se
sintió triste, y sus ojos estaban igualmente húmedos, pero no por el mismo motivo,
sospechaba.
- Siempre es duro ver morir a un ser querido -dijo Ponter.
Mary asintió.
- Pero... -continuó él, y luego guardó silencio.
- ¿Sí? -instó Mary.
- Este memorial -dijo Ponter, extendiendo el brazo, señalando los dos grandes muros-. ¿Cuál
es su sentido?
Mary volvió a alzar las cejas.- Honrar a los muertos.
- No a todos los muertos -dijo Ponter, en voz baja-. Aquí solo hay americanos.
- Bueno, sí. Es un monumento al sacrificio hecho por los soldados estadounidenses, una forma
que tiene el pueblo de Estados Unidos de mostrar que los aprecian.
- Que los apreciaban.
Mary pareció confundida.
- ¿Está funcionando mal mi traductor? preguntó Ponter-. Se puede apreciar, en tiempo
presente, lo que todavía existe; sólo se puede haber apreciado, en pretérito, lo que ya no
existe.
Mary suspiró: estaba claro que no quería debatir sohre el tema.
- Pero no has contestado a mi pregunta -dijo Ponter, amablemente-. ¿Para qué este memorial?
- Ya te lo he dicho. Para honrar a los muertos.
- No, no. Ése puede ser un efecto, lo reconozco. Pero sin duda el propósito del diseñador...
- Maya Ying Lin -dijo Mary.
- ¿Cómo?
- Maya Ying Lin. Es el nombre de la mujer que diseñó esto.
- Ah -dijo Ponter-. Bueno, sin duda su propósito, el propósito de cualquiera que diseñe un
memorial, es asegurarse de que la gente no olvide nunca.
- ¿Sí? -dijo Mary, irritada por la sutil diferencia que consideraba que estaba haciendo Ponter.
- Y el motivo de no olvidar el pasado es evitar que se repitan los mismos errores.
- Bueno, sí, por supuesto.
- Entonces, ¿ha servido a su propósito este memorial? ¿Se ha evitado el mismo error desde
entonces, el error que hizo que todos estos jóvenes murieran?
Mary pensó durante un momento, luego negó con la cabeza.- Supongo que no. Se siguen
librando guerras y...
- ¿Por parte de Estados Unidos? ¿Por la gente que construyó este monumento?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Economía. Ideología. Y...
- ¿Sí?
Mary se encogió de hombros.- Venganza. Desquite.
- Cuando este país decide ir a la guerra, ¿dónde se declara la guerra?
- Mm, en el Congreso. Te mostraré más tarde el edificio.
- ¿Se puede ver este memorial desde allí?
- ¿Éste? No, no lo creo.
- Deberían hacerlo aquí mismo -dijo Ponter, llanamente-. Su líder... el presidente, ¿no?,
debería declarar la guerra aquí mismo, delante de estos cincuenta y ocho mil doscientos nueve

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nombres. Sin duda ése debería ser el sentido de un memorial semejante: si un líder puede
plantarse aquí y mirar los nombres de todos los que murieron la vez anterior que un
presidente declaró la guerra y seguir llamando a los jóvenes para que vayan y los maten en
otra guerra, entonces tal vez la guerra merezca la pena.
Mary ladeó la cabeza, pero no dijo nada.
- Después de todo, dijiste que lucháis para conservar vuestros valores más fundamentales.
- Ése es el ideal, sí -dijo Mary.
- Pero esta guerra... esta guerra de Vietnam, dijiste que era para apoyar a un Gobierno
corrupto, para impedir que se celebraran unas elecciones.
- Bueno, sí, en cierto modo.
- En Filadelfia me enseñaste dónde y cómo se fundó este país. ¿No es la democracia el valor
más preciado de Estados Unidos, que la voluntad del pueblo se oiga y se cumpla?
Mary asintió.
- Entonces deberían haber luchado para asegurar que ese ideal se cumpliera, haber ido a
Vietnam para asegurarse de que la gente de allí tuviera una oportunidad de votar habría sido
un ideal americano. Y si el pueblo vietnamés...
- Vietnamita.
- Como sea. Si hubieran elegido el sistema comunista por votación, entonces el ideal
americano de democracia se hubiese cumplido. ¿No será que defendéis la democracia sólo
cuando el voto es el que queréis que sea?
- Posiblemente tienes razón -dijo Mary-. Mucha gente opinaba que la intervención americana
en Vietnam era un error. La consideraban una guerra profana.
- ¿Profana?
- Mmm, un insulto a Dios.
Ponter alzó la ceja sobre su ceño.
- Por lo que he visto, este Dios vuestro debe de tener la piel gruesa. Mary ladeó la cabeza,
dándole la razón.
- Me has dicho que la mayoría de la gente de este país es cristiana, como tú, ¿ no es así?
- Sí.
- ¿Una mayoría en qué grado?
- Grande -dijo Mary-. Estuve leyendo sobre eso cuando me trasladé aquí. La población de
Estados Unidos tiene unos doscientos setenta millones de habitantes. -Ponter ya había oído
esta cifra, así que su magnitud no lo sobresaltó esta vez-. Aproximadamente un millón son
ateos: no creen en Dios en absoluto. Otros veinticinco millones no son religiosos; es decir, no
se adhieren a ninguna fe concreta. Los otros grupos de fe juntos (judíos, budistas,
musulmanes, hindúes) suman quince milloncs. Todos los demás, casi doscientos cuarenta
millones, dicen que son cristianos.
- Así que éste es un país cristiano.
- Bueeeeeno, como mi país natal, Canadá -dijo Mary-, Estados Unidos se enorgullece de su
tolerancia con la diversidad de creencias.
Ponter agitó una mano, desdeñoso.
- Doscientos cuarenta millones de doscientos setenta millones es casi el noventa por ciento:
éste es un país cristiano. Y tú y otros me habéis explicado las enseñanzas cristianas
fundamentales. ¿Qué dijo Cristo sobre aquellos que os atacan?
- El sermón de la montaña -dijo Mary. Cerró los ojos, al parecer para ayudarse a recordar-
«Sabéis lo que se dice: "Ojo por ojo y diente por diente." Pero yo os digo que no hagáis frente
al que os ataca. Al contrario: al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la
otra mejilla.»
- Entonces la venganza no tiene cabida en la política de una nación cristiana -dijo Ponter-. Y
sin embargo dices que es un motivo por el que se libran guerras. Del mismo modo, impedir la
libre decisión de un país extranjero no debería haber cabido en la política de una nación de-
mocrática, y sin embargo causó esta guerra de Vietnam.
Mary no dijo nada.

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- ¿No lo ves? Para eso debería servir este memorial, este muro de los veteranos de Vietnam:
para recordar lo insensato de la muerte, el error, el grave error de declarar una guerra que
contraviene vuestros principios más queridos.
Mary continuó en silencio.
- Ése es el motivo por el que las futuras guerras de América deberían ser declaradas aquí, aquí
mismo. Sólo si la causa soporta la prueba de apoyar los principios fundamentales más
queridos, entonces tal vez se trate de una guerra que debería ser librada.
Ponter dejó que sus ojos se dirigieran de nuevo al muro, al reflejo negro.
Mary no dijo nada.
- Sin embargo -continuó Ponter-, déjame hacer un planteamiento más simple. Esas cartas que
has leído... supongo que son típicas.
Mary asintió.
- Dejan cartas parecidas todos los días.
- ¿Pero no veis el problema? En todas esas cartas existe el problema subyacente de que los
muertos no están realmente muertos. «Dios está cuidando de ti.» «Volveremos a estar juntos
de nuevo»... «Sé que cuidas de mí.» «Algún día te volveré a ver.»
- Ya hemos hablado de eso antes -dijo Mary-: Mi especie de humanidad (no sólo los cristianos,
sino la mayoría de los Homo sapiens, no importa cuál sea su religión) creen que la esencia de
una persona no termina con la muerte del cuerpo. El alma sigue viviendo.
- Y esa creencia es el problema -dijo Ponter firmemente-. He pensado en esto desde la primera
vez que me lo contaste, pero lo he... ¿cómo decís?, lo he pillado aquí, en este memorial, en
este muro de nombres.
- ¿Sí?
- Están muertos. Han sido eliminados. Ya no existen. -Tendió la mano hacia delante y tocó un
nombre que no podía leer- La persona que se llamaba así -tocó otro-, y la persona que se
llamaba así -y tocó un tercero-, y la persona que se llamaba así ya no están. Sin duda aceptar
eso es el motivo de este muro. No se puede venir aquí a hablar con los muertos, porque los
muertos están muertos. No se puede venir aquí a pedir perdón a los muertos, porque los
muertos están muertos. No se puede venir aquí a ser tocado por los muertos, porque los
muertos están muertos. Estos nombres, estos caracteres tallados en piedra... es todo lo que
queda de ellos. Ése es el mensaje de este muro, la lección que hay que aprender. Mientras
sigáis pensando que esta vida es un prólogo, que habrá más después, que los que fueron
maltratados aquí serán recompensados en algún lugar todavía por venir, seguiréis
menospreciando la vida, y seguiréis enviando a jóvenes a la muerte.
Mary tomó una bocanada de aire y la dejó escapar lentamente, al parecer controlándose. Hizo
un gesto con un movimiento de la cabeza. Ponter se volvió a mirar. Otra persona (un hombre
de pelo gris) estaba colocando una cana delante del muro.
- ¿Podrías decírselo? -preguntó Mary, hablando bruscamente-. ¿Decirle que está perdiendo el
tiempo? O a esa mujer de allí... la que está de rodillas, rezando. ¿ Podrías decírselo? ¿Sacarla
de su engaño? La creencia de que en algún lugar sus seres queridos todavía existen les da
consuelo.
Ponter sacudió la cabeza.
- Esa creencia es lo que hizo que esto sucediera. La única forma de honrar a los muertos es
asegurándose de que no entre más gente en ese estado de manera prematura.
Mary parecía enfadada.- Muy bien. Ve y díselo.
Ponter se volvió y miró a los gliksins y sus reflejos de ébano en el muro. Su pueblo casi nunca
tomaba vidas humanas, y el pueblo de Mary lo hacía a una escala enorme, con frecuencia...
Sin duda esta creencia en Dios y la otra vida tenía que estar ligada a su disposición a matar.
Dio un paso adelante, pero...
Pero, ahora mismo, esa gente no parecía maligna, no parecía sedienta de sangre, no parecía
dispuesta a matar. Ahora mismo, parecían tristes, increíblemente tristes.
Mary todavía estaba molesta con él.
- Vamos -dijo, indicando con una mano-. ¿Qué te detiene? Ve y díselo.
Ponter pensó en lo triste que él mismo se había sentido cuando murió Klast. Y sin embargo...

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... y sin embargo, aquella gente (estos extraños, extrañísimos gliksins) obtenían consuelo de
sus creencias. Miró a los individuos que había junto al muro, apartados de él por agentes
armados. No, no, no les diría a esas personas que sus seres queridos habían desaparecido de
verdad. Después de todo, no era esta gente triste quien los había enviado a morir.
Ponter se volvió hacia Mary.
- Comprendo que creer les proporciona consuelo, pero... -Sacudió la cabeza-. ¿Pero cómo se
rompe el ciclo? Dios hace que matar sea aceptable, Dios proporciona consuelo después de que
se haya matado. ¿Cómo se consigue no repetirlo una y otra vez?
- No tengo ni idea -dijo Mary.
- Tenéis que hacer algo.
- Ya lo hago. Rezo.
Ponter la miró, miró a la gente que rezaba, y luego se volvió una vez más hacia Mary, y dejó
que su cabeza colgara, contemplando el suelo, incapaz de enfrentarse a ella o a los miles de
nombres.
- Si creyera que existe la más mínima posibilidad de que funcione -dijo en voz baja-, yo
también rezaría.

23

- Fascinante -dijo Jurard Selgan-. Fascinante.


- ¿Qué? -La voz de Ponter ertaba teñida de irritación.
- Su conducta, mientras estaba en el muro ceremonial que conmemora a esos gliksins que
murieron en el Sureste de Galasoy.
- ¿Qué pasa con eso? -preguntó Ponter. Su voz era brusca, como la de alguien que intenta
hablar mientras le hurgan en una cicatriz.- Bueno, no fue la primera vez que sus creencias
(nuestras creencias, como barasts) entraban en conflicto con las de los gliksins, ¿no?
- No, por supuesto que no.
- De hecho -dijo Selgan-, esos conflictos deben de haberse producido ya en su primera visita
allí, ¿no?
- Supongo.
- ¿Puede ponerme un ejemplo?
Ponter se cruzó de brazos.
- Muy bien -dijo, displicente-. Ya se lo mencioné al principio: los gliksins tienen esta tonta idea
de que el universo existe sólo desde hace un tiempo finito. Han malinterpretado por completo
la prueba del virado espectral al rojo, pensando que indica un universo en expansión; no
comprenden que la masa varía con el tiempo. Es más, creen que la radiación cósmica de
microondas de fondo es el eco de lo que llaman «el big bang»... una enorme explosión que
creen que inició el universo.
- Parece que les gusta que las cosas exploten -dijo Selgan
- Desde luego que sí. Pero, naturalmente, la uniformidad de la radiación de fondo se debe en
realidad a la repetida absorción y emisión de electrones atrapados en filamentos de vórtices
magnéticos de plasma.
- Estoy seguro de que tiene usted razón -dijo Selgan, admitiendo que ese tema no era su
especialidad.
- Tengo razón -replicó Ponter-. Pero no me peleé con ellos por eso. Durante mi primera visita,
Mare me dijo: «No creo que vayas a convencer a mucha gente de que el big bang no existió.»
Y yo le contesté que no importaba; dije: «Sentir la necesidad de convencer a los demás de que
tienes razón es algo que procede de la religión: simplemente me contento con saber que tengo
razón, aunque los demás no lo sepan.»
- Ah -dijo Selgan-. ¿y se siente realmente así?
- Sí. ¡Para los gliksins, el conocimiento es una batalla! ¡Una guerra territorial! Vaya, para tener
el equivalente del título de «sabio» hay que defender una tesis. Ésa es la palabra que ellos
emplean: ¡defender! Pero la ciencia no consiste en defender la postura de uno contra las

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demás; consiste en flexibilidad y apertura de mente y en valorar la verdad, no importa quién la
encuentre.
- Estoy de acuerdo -dijo Selgan. Hizo una pausa un instante, y luego añadió-: Pero no se pasó
usted mucho tiempo buscando pruebas de si los gliksins pudieran tener razón en su creencia
en otra vida.
- Eso no es cierto. Le di a Mare oportunidad de demostrar la validez de esa creencia.
- ¿Antes de este encuentro en el muro memorial, quiere decir?
- Sí. ¡Pero ella no tenía nada!
- y así, como en el caso de la cosmología finita, ¿dejó usted correr el tema contentándose con
saber que tenía razón?
- Sí. Bueno, quiero decir...
Selgan alzó la ceja.
- ¿Sí?
- Quiero decir, sí, claro, discutí con ella sobre esta creencia en otra vida. Pero eso era distinto.
- ¿Distinto de la cuestión cosmológica? ¿Por qué?
- Porque había mucho más en juego.
- ¿No trata la cuestión cosmológica del destino final del universo entero?
- Quiero decir que no era sólo un tema abstracto. Era, es, el corazón de todo.
- ¿Por qué?
- Porque... porque, cartílagos, No sé por qué. Es que parece terriblemente importante. Es lo
que les permite librar todas esas guerras, después de todo.
- Comprendo. Pero también comprendo que es fudamental para sus creencias; sin duda debe
de haber advertido usted que es algo a lo que no iban a renunciar fácilmente.
- Supongo.
- y sin embargo, continuó insistiendo.
- Bueno, sí
- ¿Por qué?
Ponter se encogió de hombros.
- ¿Le gustaría oír lo que yo creo? -preguntó Selgan. Ponter volvió a encogerse de hombros-
Estaba insistiendo en el tema porque quería ver si había alguna prueba de esa otra vida que
tal vez Mare, y los otros gliksins, se habían estado reservando. Tal vez había pruebas que ella
revelaría si seguía usted insistiendo.
- No puede haber pruebas de lo que no existe -dijo Ponter.
- Cierto -dijo Selgan-. Pero, o bien estaba usted intentando convencerlos de que tenía razón...
o estaba intentando obligarlos a convencerle de que tenían razón.
Ponter sacudió la cabeza.
- Era absurda -dijo-. Esta idea de las almas es una creencia ridícula.
- ¿Almas?
- La parte inmaterial de la esencia del individuo, que creen inmortal.
- Ah. ¿Y dice usted que es una creencia ridícula?
- Por supuesto.
- Pero sin duda tienen derecho a creerlo, ¿no?
- Imagino que sí.
- Igual que tienen derecho a su extraño modelo cosmológico, ¿no?
- Supongo.
- y sin embargo, no pudo usted dejar pasar esa idea de la otra vida, ¿no? Incluso después de
dejar el muro memorial, siguió insistiendo, ¿verdad?
Ponter desvió la mirada.

Con la crisis de la clausura del portal evitada, al menos temporalmente (era imposible que los
neanderthales lo cerraran con una docena de sus ciudadanos más valiosos en este lado), Jock
Krieger decidió volver a su investigación anterior.
Dejó Seabreeze y fue en su BMW negro hasta el campus del río de la Universidad de
Rochester. El río en cuestión era el Genesee. Cuando había estado preparando Sinergia, un par

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de llamadas telefónicas a la gente adecuada fue todo lo que hizo falta para que su personal tu-
viera pleno acceso a la biblotcea de la UR.
Jock aparcó el coche en el Wilmot y entró en el edificio de ladrillo que albergaba la biblioteca
Carlson de Ciencia e Ingeniería, bautizada así en honor a Chester F. Carlson, el inventor de la
xerografía. Jock sabía que las revistas estaban en la planta baja. Mostró su carnet VIP a la
bibliotecaria, una negra gruesa con el pelo recogido en un pañuelo rojo. Le dijo qué nece-
sitaba, y ella se perdió en la parte trasera. Jock, que nunca perdía el tiempo, sacó su PAD y
buscó los artículos del New York Times y el Washington Post del día.
Unos cinco minutos después, la bibliotecaria regresó y le entregó a Jock los tres números
atrasados que había solicitado (uno de Earth and Planetary Science Letters y dos de Nature),
que su búsqueda en la red había mostrado que contenían estudios de Cae y otros sobre la
inversión rápida de los campos magnéticos.
Jock encontró un cubículo vacío y se sentó. Lo primero que hizo fue sacar de la maleta su HP
CapShare: un escáner de documentos manual, a pilas. Pasó el aparato sobre las páginas del
artículo que le interesaba, capturándolas a 200 ppp, el tamaño adecuado para volcarlas al ocr
luego. Jock sonrió al retrato de Chester Carlson que había cerca de donde estaba sentado: le
hubiese encantado este aparatito.
Jock se puso a leer los artículos. Lo más interesante del primero, el aparecido en Earth and
Planetary Science Letters, era que los autores reconocían que los resultados a los que habían
llegado se oponían a la opinión generalizada de que los colapsos magnéticos tardarían miles,
de años en producirse. Sin embargo, esa creencia estaba basada no tanto en hechos fundados
como en la sensación general de que el campo magnético de la Tierra era una cosa tan grande
que no podía ponerse boca abajo rápidamente.
Pero Cae y Prévot habían encontrado pruebas de colapsos extremadamente rápidos. Sus
estudios estaban basados en corrientes de lava en la montaña Steens, al Sur de Oregón,
donde un volcán que había entrado en erupción cincuenta y seis veces durante una inversión
de campo magnético, proporcionaba muestras de las distintas fases del cambio. Aunque no
habían podido determinar los intervalos entre las erupciones, sabían cuánto debió tardar la
lava en enfriarse en cada caso hasta el punto Curie, momento en que la orientación magnética
de las rocas recién formadas se fija, en consonancia con la orientación y la fuerza actual del
campo magnético de la Tierra. El estudio sugería que el campo se había colapsado en apenas
unas semanas, en vez de hacerlo en milenios.
Jock leyó el segundo artículo de Cae y compañía en Nature, además de la crítica realizada por
un hombre llamado Ronald T. Merrill, que parecía reducirse simplemente al «principio del
menor esfuerzo»: era una declaración dogmática; costaba menos creer que Cae y Prévot
estaban completamente equivocados que aceptar tan notable hallazgo, a pesar de que era
incapaz de detectar ningún fallo en su trabajo.
Jock Krieger se acomodó en la silla. Parecía que lo que Ponter le había dicho al geólogo del
Gobierno canadiense, Arnold Moore, era probablemente correcto.
Y eso, comprendió Jock, significaba que tal vez no hubiera tiempo que perder.

24

La Sociedad Paleoantropológica se reunía anualmente y por turnos con la Asociación


Arqueológica Americana y la Asociación Americana de Antropólogos Físicos. Este año la reunión
era con la primera, y el lugar convenido el Crowne Plaza de Franklin Square.
La estructura del congreso era sencilla: un solo estilo de presentación, consistente en
exposiciones de quince minutos. Sólo había ocasionalmente tiempo para preguntas; John
Yellen, el presidente de la sociedad, mantenía el horario previsto con la precisión de un Phileas
Fogg.
Al final del primer día de disertaciones muchos de los paleoantropólogos se reunieron en el bar
del hotel.
- Estoy segura de que a la gente le encantaría tener una oportunidad para hablar contigo
informalmente -le dijo Mary a Ponter, en el pasillo que conducía al bar.

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- ¿Vamos?
Los acompañaba, solemne, un agente del FBI, una de sus sombras en aquel viaje.
Ponter dilató las aletas de la nariz.
- Hay gente fumando en esa sala.
Mary asintió.
- En un montón de jurisdicciones, gracias a Dios, los bares son el único sitio donde la gente
puede fumar todavía... y Ottawa y algunos otros lugares incluso lo han prohibido en los bares.
Ponter frunció el ceño.
- Lástima que esta reunión no fuera en Ottawa.
- Lo sé. Si no puedes soportarlo, no tenemos por qué entrar.
Ponter lo consideró.
- He tenido muchas ideas para inventos desde que estoy aquí, sobre todo de adaptación de la
tecnología gliksin. Pero sospecho que la principal contribución sería desarrollar filtros nasales
para que mi gente no se vea asaltada constantemente por los olores que hay aquí.
Mary asintió.
- A mí tampoco me gusta el olor del humo de tabaco. De todas formas...
- Podemos entrar -dijo Ponter. Mary se volvió hacia el agente del FBI.
- ¿Le apetece una copa, Carlos?
- Estoy de servicio, señora -dijo, cortante-. Pero lo que usted y el enviado Boddit quieran
tomar me parece bien.
Mary abrió la marcha. La habitación era oscura, con paredes de madera panelada. Una docena
de científicos estaban sentados a la barra en taburetes, y había tres grupitos en las mesas. Un
televisor en la parte superior de una pared emitía una reposición de Seinfeld. Mary reconoció
de inmediato el capítulo: aquel en que Jerry resulta ser un antidentista redomado. Estaba a
punto de seguir avanzando cuando sintió la mano de Ponter en el hombro.
- ¿No es ése el símbolo de tu país?
Ponter señalaba con la otra mano, y Mary miró hacia donde estaba indicando: un cartel
eléctrico mural de Molson Canadian. Sabía que Ponter no podía leer lo que decía, pero había
identificado correctamente la hoja de arce roja.
- Ah, sí -dijo Mary-. Canadá es famosa por eso aquí. Cerveza grano fermentado.
Ponter parpadeó.
- Debéis de estar muy orgullosos.
Mary se acercó a uno de los grupitos sentados en sillas en forma de cuenco alrededor de una
mesa circular.
- Carlos, ¿le importa? -dijo, volviéndose hacia el hombre del FBI.
- Estaré por aquí, señora -respondió él-. Ya he oído suficiente sobre fósiles por un día.
Se dirigió a la barra y se sentó en un taburete, pero de cara hacia ellos, no al camarero.
Mary se volvió hacia la mesa. ¿Podemos sentarnos?
Las tres personas (dos hombres y una mujer) estaban enzarzadas en animada conversación,
pero alzaron la cabeza y reconocieron de inmediato a Ponter.
- Dios mío, sí -dijo uno de los hombres. Ya había una silla libre en la mesa; rápidamente,
consiguió otra.
- ¿A qué debemos el placer? -dijo el otro hombe, mientras Mary y Ponter se sentaban.
Mary pensó en decirles parte de la verdad: que nadie fumaba en la mesa y que los asientos
estaban colocados de tal forma que, aunque otros pudieran desear unírseles, no había espacio
para que nadie más lo hiciera: no quería que agobiaran a Ponter. Pero no tenía intención de
contar el resto: que Norman Thierry, el pomposo experto en ADN de la UCLA estaba sentado al
otro lado de la sala. Se moriría de ganas por hablar con Ponter, pero no podría hacerlo.
Así que Mary simplemente ignoró la pregunta e hizo las presentaciones.
- Éste es Henry Ciervo Corredor -dijo, indicando a un nativo americano de unos cuarenta
años-. Henry es de Brown.
- Era de Brown -lo corrigió Henry-. Me he trasladado a la Universidad de Chicago.
- Ah -dijo Mary-. Y ella es... -indicó a la mujer, que era blanca y tendría unos treinta y cinco
años- Angela Bromley, del Museo de Historia Natural de Nueva York.

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Angela tendió la mano derecha.
- Es un verdadero placer, doctor Boddit.
- Ponter -dijo Ponter, que había comprendido que en esta sociedad no había que usar el
nombre de pila de otro a menos que se invitara a hacerlo.
- Y éste es mi marido, Dieter -continuó Angela.
- Hola -dijeron Mary y Ponter simultáneamente.
- ¿Es usted antropólogo? -preguntó Mary.
- No, no, no -dijo Dieter-. Lo mío es el revestimiento de aluminio.
Ponter ladeó la cabeza.- Lo oculta usted bien.
Los otros parecieron perplejos, pero Mary se echó a reír.
- Ya se acostumbrarán al sentido del humor de Ponter -dijo. Dieter se levantó.
- Déjenme que les traiga algo de beber. Mary... ¿vino?
- Vino blanco, sí.
- ¿Y Ponter?
Ponter frunció el ceño, sin saber qué pedir. Mary se inclinó hacia él.
- Los bares siempre tienen CocaCola.
- ¡CocaCola! -dijo Ponter, con deleite-. Sí, por favor.
Dieter desapareció. Mary se sirvió algunos cacahuetes del cuenco de madera que había sobre
la mesa.
- Bien -le dijo Angela a Ponter-. Espero que no le importe que le haga algunas preguntas. Ha
vuelto usted nuestro campo patas arriba, ya sabe.
- No era mi intención -dijo Ponter.
- Por supuesto que no. Pero todo lo que oímos sobre su mundo desafía algo que creíamos
saber.
- ¿Por ejemplo?
- Bueno, se dice que su gente no practica la agricultura.
- Es cierto.
- Siempre habíamos creído que la agricultura era un requisito previo para una civilización
avanzada -dijo Angela, dando un sorbo al combinado que estaba tomando.
- ¿Por qué? -preguntó Ponter.
- Bueno, verá, pensábamos que sólo a través de la agricultura podía garantizarse un
suministro de comida seguro. Eso permite a la gente especializarse en otros trabajos: maestro,
ingeniero, funcionario del Gobierno, etcétera.
Ponter meneó lentamente la cabeza adelante y atrás, como si le asombrara oír aquello.
- Tenemos gente en mi mundo que decide vivir al antiguo estilo. ¿Cuánto tiempo creen que
tarda uno de ellos en proporcionar sustento para ello mismo y quienes dependen de ello?
Mary sabía que el lenguaje de Ponter tenía un pronombre neutro de tercera persona; Hak
intentaba expresarlo.
Angela se encogió un poco de hombros.- Mucho, supongo.
- No... mientras el número de los que dependen sea bajo. Ocupa aproximadamente el nueve
por ciento del tiempo de uno. -Hizo una pausa, bien calculándolo él mismo o escuchando la
conversión de Hak-. Unas sesenta horas al mes.
- Sesenta horas al mes -repitió Angela-. Eso son... Dios mío, sólo son quince horas a la
semana.
- ¿Una semana es un grupo de siete días? -preguntó Ponter, mirando a Mary. Ella asintió- Sí,
entonces, eso es. El resto del tiempo puede dedicarse a otras actividades. Desde el principio,
hemos tenido mucho tiempo de sobra.
- Ponter tiene razón -dijo Henry Ciervo Corredor. Quince horas por semana es la carga de
trabajo media de los cazadoresrecolectores de esta Tierra, también.
- ¿De veras? -dijo Angela, soltando su vaso. Henry asintió.
- La agricultura fue la primera actividad humana en que la recompensa fue directamente
proporcional al esfuerzo. Si trabajas ochenta horas a la semana sembrando campos, tu
ganancia es el doble que si trabajas cuarenta. Cazar y recolectar no es así: si cazas a tiempo

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completo, acabas matando todas las presas de tu territorio; de hecho, es contraproducente
esforzarte demasiado como cazador.
Dieter regresó, colocó los vasos delante de Mary y Ponter, y se sentó.
- ¿Pero cómo se consigue un asentamiento permanente sin agricultura? -preguntó Angela.
Henry frunció el ceño.
- Lo está entendiendo mal. No es la agricultura lo que produce un asentamiento permanente.
Es la caza y la recolección.
- Pero... no, no. Lo recuerdo del colegio...
- ¿y cuántos maestros americanos nativos tuvo en el colegio? -preguntó Henry Ciervo
Corredor, en tono helado.
- Ninguno, pero...
Henry miró a Ponter, luego a Mary.
- Los blancos rara vez comprenden este punto, pero es absolutamente cierto. Los cazadores-
recolectores se quedan en un sitio. Vivir de la tierra requiere conocerla íntimamente: qué
plantas crecen dónde, adónde irán a beber los grandes animales, dónde ponen sus huevos las
aves. Hace falta toda una vida para conocer de verdad un territorio. Mudarse a otro lugar es
tirar por la borda todo ese conocimiento, tan duramente conseguido.
Mary alzó las cejas.
- Pero los granjeros necesitan echar raíces, como si dijéramos. -Henry no le rió el chiste.
- De hecho, los granjeros son itinerantes a lo largo de generaciones. Los cazadoresrecolectores
mantienen familias pequeñas; después de todo, las bocas de más que alimentan aumentan el
trabajo que tiene que hacer un adulto. Pero los granjeros quieren familias grandes: cada hijo
es otro trabajador que enviar a los campos, y cuanto más hijos tengas, menos trabajo tendrás
que hacer tú mismo.
Ponter estaba escuchando con interés; su traductor pitaba suavemente de vez en cuando, pero
parecía que seguía el hilo de la conversación.
- Supongo que tiene sentido -dijo Angela, pero parecía dubitativa.
- Lo tiene -contestó Henry-. Pero cuando los hijos de los granjeros crecen, tienen que mudarse
y fundar sus propias granjas. Pregúntele a un granjero dónde vivía su tatarabuelo y nombrará
un lugar muy lejano; pregúntele a un cazadorrecolector, y dirá «aquí mismo».
Mary pensó en sus padres, que vivían en Calgary; sus abuelos, en Inglaterra e Irlanda y Gales,
y... Dios, ni siquiera sabía de dónde eran sus bisabuelos, mucho menos sus tatarabuelos.
- Un territorio no es algo que se abandona a la ligera -continuó Henry-. Por eso los cazadores-
recolectores valoran tanto a los mayores.
Mary todavía se sentía dolida porque Ponter pensaba que había sido tonta al teñirse el pelo.
- Hábleme de eso.
Henry dio un sorbo de cerveza.
- Los granjeros valoran a los jóvenes, porque la agricultura es un negocio de fuerza bruta. Pero
la caza y la recolección se basan en el conocimiento. Cuantos más años puedas recordar, más
ves las pautas, más conoces el territorio.
- Nosotros valoramos a nuestros mayores -dijo Ponter-. No hay ningún sustituto para la
sabiduría.
Mary asintió.
- Sabíamos eso de los neanderthales -dijo-, basándonos en los fósiles hallados. Pero no
comprendía por qué.
- Yo soy especialista en Australopithecus -dijo Angela-. ¿A qué fósiles se refiere?
- Bueno -contestó Mary-, el espécimen conocido como La ChapelleauxSaints tenía parálisis y
artritis, y una mandíbula rota y le faltaban la mayoría de los dientes. Obviamente habían
cuidado de él durante años; era imposible que hubiera podido cuidar de sí mismo. De hecho,
es probable que alguien tuviera que masticarle la comida. Pero La Chapelle tenía cuarenta
años cuando murió... era viejo según los baremos de una gente que normalmente vivía sólo
veintitantos años. ¡Qué tesoro de conocimientos debía de tener sobre el territorio de su tribu!
¡Décadas de experiencia! Lo mismo ocurre con Shanidar I, de Irak. Ese pobre hombre tenía

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también cuarenta años y estaba en peor estado aún que La Chapelle: ciego del ojo izquierdo, y
le faltaba el brazo derecho.
Henry silbó unas cuantas notas. Mary tardó un segundo, pero reconoció la melodía: el tema de
El hombre de los seis millones de dólares. Sonrió y continuó:
- También cuidaban de él, no por caridad, sino porque una persona tan vieja era una fuente de
conocimientos de caza.
- Es posible -dijo Angela, un poco a la defensiva-, pero, de todas formas, fueron los granjeros
quienes construyeron las ciudades, los que tenían la tecnología. En Europa, en Egipto... ,
lugares donde la gente cultivaba, ha habido ciudades desde hace miles de años.
Henry Ciervo Corredor miró a Ponter, como en busca de apoyo.
Ponter se limitó a ladear la cabeza, pasándole la pelota al nativo americano.
- ¿Cree que los europeos tenían tecnología, metalurgia y todo eso y que, nosotros, los nativos,
no, por algún tipo de superioridad inherente? -preguntó Henry-. ¿Eso es lo que piensa?
- No, no -dijo la pobre Angela-. Por supuesto que no. Pero...
- Los europeos tuvieron ese tipo de cosas por pura suerte. Yacimientos justo en la superficie;
pedernal para hacer herramientas de piedra. ¿Ha intentado alguna vez tallar granito, que es lo
que más abunda aquí? Se hacen unas puntas de flecha penosas.
Mary esperaba que Angela dejara el tema, pero no lo hizo.
- Los europeos no tenían sólo herramientas. También fueron lo bastante listos para domesticar
animales... bestias de carga que trabajaran para ellos. Los nativos americanos nunca
domesticaron a ninguno de los animales que había aquí.
- No los domesticaron porque no se podía -dijo Henry-. Sólo hay catorce grandes herbívoros
domesticables en todo el planeta, y sólo uno de ellos (el reno) se encuentra en Norteamérica,
y sólo en el lejano Norte. Los cinco principales animales domésticos son todos eurosiáticos de
origen: la oveja, la cabra, la vaca, el caballo y el cerdo. Los otros nueve son de menor
importancia, como los camellos... geográficamente aislados. No se puede domesticar la
megafauna de Norteamérica: el alce, el oso, el ciervo, el bisonte o el león de las montañas.
Simplemente no tienen el temperamento necesario para ello. Oh, tal vez se les puede
capturar, pero no se les puede entrenar, y no llevarán un jinete a cuestas por mucho que
intentes domarlos.
La voz de Henry se fue volviendo más fría a medida que hablaba.- No fue una inteligencia
superior lo que condujo a los europeos a tener lo que tuvieron. De hecho, podría afirmarse que
los nativos de Norteamérica demostraron tener más cerebro al sobrevivir careciendo de
metales y herbívoros domesticables.
- Pero había algunos indios... lo siento, nativos americanos, que cultivaban -dijo Angela.
- Claro. ¿Pero qué cultivaban? Maíz, principalmente... porque eso es lo que había aquí. Y el
maíz tiene muy pocas proteínas en comparación con los otros cereales, que existían en toda
Eurasia.
Angela miró a Ponter.
- Pero... pero los neanderthales se originaron en Europa, no en Norteamérica.
Henry asintió.
- Y tenían unas herramientas de piedra magníficas: la industria moustenana.
- Pero no domesticaron animales, a pesar de que ha dicho usted que había muchos en Europa
que podrían haber sido domesticados y no cultivaban.
- ¡Hola! -dijo Henry-. ¡Tierra a Angela! Nadie domesticaba animales cuando los neanderthales
vivían en esta Tierra. Y nadie cultivaba entonces: ni los antepasados de Ponter, ni los suyos ni
los míos. La agricultura comenzó en el Creciente Fértil hace diez mil quinientos años. Eso fue
mucho después de que los neanderthales se hubieran extinguido... al menos en esta línea
temporal. ¿Quién sabe qué podrían haber hecho si hubieran sobrevivido?
- Yo lo sé -dijo Ponter, simplemente. Mary se echó a reír.
- Muy bien -dijo Henry-. Entonces cuéntenoslo. Su pueblo nunca desarrolló la agricultura,
¿verdad?
- Así es.
Henry asintió.

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- Probablemente están mejor sin ella, en cualquier caso. La agricultura trae muchas cosas
malas.
- ¿Como qué? -preguntó Mary, procurando, ahora que Henry al parecer se había calmado un
poco, que su voz mostrara curiosidad en vez de desafío.
- Bueno, ya he mencionado la superpoblación -dijo Henry-. Y el efecto sobre la tierra es obvio:
se destruyen bosques para obtener tierras de cultivo. Además, naturalmente, están las
enfermedades que proceden de los animales domesticados.
Mary vio que Ponter asentía. Reuben Montego les había explicado lo mismo allá en Sudbury.
Dieter que resultó ser bastante agudo para ser especialista en aluminios, asintió.
- Y no sólo enfermedades físicas: también hay enfermedades culturales. La esclavitud, por
ejemplo: eso es un producto directo de la necesidad de mano de obra agrícola.
Mary miró a Ponter, incómoda. Era la segunda referencia a la esclavitud que Ponter escuchaba
en Washington. Sabía que tenía que dar algunas explicaciones...
- Así es -dijo Henry-. La mayoría de los esclavos trabajaban en las plantaciones. Y aunque no
fuese esclavitud en el sentido literal de la palabra, la agricultura requiere lo que a fin de
cuentas es lo mismo: peonadas, temporeros y todo eso. Por no mencionar la sociedad de
clases: feudalismo, terratenientes y todo lo demás; son directamente un producto de la
agricultura.
Angela se agitó en su asiento.
- Pero incluso cuando se trata de cazar, los restos arqueológicos demuestran que nuestros
antepasados eran mucho mejores en eso que los neanderthales.
Ponter se había perdido durante la discusión sobre agricultura y feudalismo. Pero había
entendido claramente la declaración de Angela.
- ¿En qué sentido? -preguntó.
- Bueno -contestó Angela-, no vemos ninguna prueba de eficacia en la forma de cazar de sus
antepasados.
Ponter frunció el ceño.
- ¿Qué quiere decir?
- Los neanderthales sólo mataban animales de uno en uno.
En cuanto pronunció las palabras, Angela se dio cuenta de que había cometido un error.
Ponter alzó la ceja.
- ¿Cómo cazaban sus antepasados?
Angela pareció incómoda.
- Bueno, mm... lo que solíamos hacer era, bueno, solíamos conducir manadas enteras de
animales hasta los acantilados y matar a cientos de una vez.
Los ojos de Ponter se abrieron como platos.
- Pero... pero eso es... desenfrenado -dijo-. Sin duda, ni siquiera sus poblaciones más grandes
podían aprovechar toda esa carne. Y además, parece una cobardía matar así.
- Yo... no sé cómo expresarlo. -Angela se ruborizó-. Quiero decir, nosotros pensamos que es
una tontería correr riesgos innecesarios, así que...
- Saltan ustedes desde aviones -dijo Ponter-. Se tiran desde lo alto de acantilados. Han
convertido el darse puñetazos en un deporte organizado. He visto todo eso en televisión.
- No todos hacemos esas cosas -dijo Mary, amablemente.
- Muy bien, pues -dijo Ponter-. Pero además de los deportes de riesgo, he visto otras
conductas comunes. -Señaló hacia la barra- Fumar tabaco, beber alcohol, cosas que me han
dado a entender que son peligrosas y -asintió a Henry-, ambas cosas, por cierto, producto de
la agricultura. Sin duda esas actividades pueden considerarse «riesgos innecesarios». ¿Cómo
se puede matar animales de un modo tan cobarde, pero luego correr riesgos como... ? Oh, oh,
espere. Ya lo tengo. Creo que ya lo tengo.
- ¿Qué? -dijo Mary.
- Sí, ¿qué? -preguntó Henry.
- Un momento -dijo Ponter, persiguiendo un pensamiento alusivo. Al cabo de segundos,
asintió, tras haber capturado lo que perseguía- ustedes los gliksins beben alcohol, fuman y se
dedican a deportes peligrosos para demostrar su capacidad residual. Dicen a quienes los

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rodean: «Mirad, en momentos poco difíciles puedo castigarme sustancialmente y seguir
funcionando bien, lo que demuestra a las posibles parejas que no funciono al límite de mis
capacidades. Por lanto, en momentos de escasez, obviamente tendré el exceso de fuerza y la
capacidad de aguante para seguir siendo un buen proporcionador.»
- ¿De veras? -dijo Mary-. ¡Qué idea tan interesante!
- Lo entiendo, porque mi especie hace lo mismo... pero de otra forma. Cuando cazamos...
Mary lo pilló al vuelo.
- Cuando cazáis, no lo hacéis de modo sencillo. No empujáis a los animales por los acantilados,
ni les arrojáis lanzas desde distancias seguras... algo que hacían mis antepasados pero no los
tuyos, al menos en esta versión de la Tierra. No, tu gente se dedica a atacar cuerpo a cuerpo a
los animales de presa, combatiéndolos uno a uno, y arrojándoles lanzas de cerca. Supongo
que es lo mismo que fumar y beber: mira, cariño, puedo traer la cena, con las manos
desnudas, así que si las cosas se ponen feas, y tengo que cazar de manera más segura,
puedes tener por cierto que seguiré trayendo el bacón a casa.
- Exactamente -dijo Ponter. Mary asintió.
- Tiene sentido. -Señaló a un hombre delgado sentado al otro lado del bar-. Eric Trinkaus, allí
presente, descubrió que muchos fósiles de neanderthal mostraban el mismo tipo de heridas en
el torso superior que encontramos en los modernos jinetes de rodeo, como si hubieran sido
embestidos por animales, presumiblemente mientras estaban enzarzados en combate con
ellos.
- Oh, sí, en efecto -dijo Ponter-. De vez en cuando algún mamut me ha lanzado por los aires,
y...
- ¿Ha hecho qué? -dijo Henry.
- Algún mamut...
- ¿Un mamut? -repitió Angela, asombrada.
Mary sonrió.
- Veo que vamos a estar aquí un rato. Déjenme que los invite a todos a otra ronda...

25

- Discúlpeme, embajadora Prat -dijo el joven secretario, entrando en el vestíbulo de las


Naciones Unidas-. Ha llegado de Sudbury una valija diplomática para usted.
Tukana Prat miró a los diez estimados neanderthales que estaban sentados en diversas
posturas, mirando por las enormes ventanas o tendidos de espaldas en el suelo. Suspiró.
- Lo estaba esperando -les dijo en su idioma, y luego, dejando que su Acompañante tradujera,
le dio las gracias al secretario y tomó la bolsa de cuero con el escudo canadiense grabado.
Dentro había una perla de memoria. Tukana abrió la placa de su Acompañante y la insertó. Le
dijo al Acompañante que reprodujera el mensaje por el altavoz externo, para que todos en la
sala pudieran oído.
- Embajadora Tukana Prat -dijo la furiosa voz del consejero Bedros-, lo que ha hecho usted es
inexcusable. Yo, nosotros, el Gran Consejo Gris, insistimos en que usted y esos a quienes ha
drogado para que viajen con usted vuelvan de inmediato. Nosotros...
Hizo una pausa, y a Tukana le pareció que podía oído tragar saliva, presumiblemente para
calmarse.
- Estamos muy preocupados por la seguridad de todos ellos. Las contribuciones que hacen a
nuestra sociedad son inestimables. Todos ustedes deben regresar a Saldak inmediatamente
tras recibir este mensaje.
Lonwis Trob sacudió su anciana cabeza.
- Joven malcriado.
- Bueno, ahora es imposible que cierren el portal con nosotros a este lado -dijo Derba Jonk, la
experta en células madre.
- Eso es cierto - comentó Dor Farrer, el poeta, sonriendo.
Tukana sonrió.

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- Quiero darles a todos las gracias por acceder a venir aquí. Supongo que nadie querrá
obedecer la orden del consejero Bedros.
- ¿Bromea? -dijo Lonwis Trob, volviendo hacia Tukana sus ojos mecánicos azules- no me había
divertido tanto en muchos diezmeses.
Tukana sonrió.
- Muy bien -dijo-. Repasemos nuestros calendarios de trabajo para mañana. Krik, tiene usted
que actuar por la mañana en un programa de video llamado Buenos Días, América; cubren los
gastos de traer un cuerno de hielo a través del portal y, sí, comprenden que tienen que
mantenerlo congelado. Jalsk, el equipo de entrenadores de algo llamado «las olimpíadas» va a
venir a Nueva York para reunirse con usted mañana: lo harán en el centro de atletismo de la
Universidad de Nueva York. Dor, un gliksin llamado Ralph Vicinanza, que es lo que ellos llaman
un agente literario, quiere llevarle a comer al mediodía. Adjudicadora Harbron y sabio Klimilk,
ustedes darán una charla en la Facultad de Derecho de Columbia mañana por la tarde, Borl,
usted y un representante de las Naciones Unidas aparecerán en algo llamado El Show De
David Letterman, que se graba esta noche. Lonwis, usted y yo tenemos que hablar mañana
por la noche en el Centro Rase Para La Tierra Y El Espacio. Y, naturalmente, habrá un puñado
de reuniones a las que tendremos que asistir, aquí, en las Naciones Unidas.
Kobast Gant, el experto en IA, sonrió.
- Apuesto a que mi viejo amigo Ponter Boddit se alegra de que estemos aquí. Así se aliviará de
parte de la presión; sé cuánto odia ser el centro de atención.
Tukana asintió.
- Sí, estoy segura de que le vendrá bien descansar un poco, después de todo lo que le ha
ocurrido...

•••

Ponter, Mary y el omnipresente agente del FBI salieron por fin del bar del hotel y se
encaminaron hacia los ascensores. Estaban solos; no había nadie más esperando y el
encargado de noche, a docenas de metros de distancia, estaba sentado ante el mostrador,
leyendo en silencio un ejemplar del USA Today mientras mordisqueaba una de las manzanas
Granny Smith que el hotel proporcionaba gratis.
- Ya hace rato que ha terminado mi turno, señora -dijo Carlos- El agente Burnstein está de
servicio en su planta y los vigilará allí.
- Gracias, Carlos -respondió Mary.
El agente asintió y le habló a su pequeño aparato de comunicación.
- Foxy Lady y Beefcake van para arriba.
Mary sonrió. Cuando le dijeron que el FBI les asignaría nombres en clave, cosa que era una
chulada, había preguntado si podría elegirlos. Carlos volvió su atención hacia Mary y Ponter.
- Buenas noches, señora. Buenas noches, señor.
Pero, naturalmente, no se marchó del hotel: se apartó unos pasos y esperó a que llegara el
ascensor.
Mary sintió de pronto un cierto sofoco, aunque sabía que allí hacía más fresco que en el bar. Y,
no, no era que la pusiera nerviosa estar a solas con Ponter en el ascensor. Un desconocido, sí,
eso probablemente la asustaría el resto de su vida. ¿Pero Ponter? No. Nunca.
A pesar de todo, Mary se sentía sofocada. Intentó no mirar a los ojos marrón dorado de
Ponter. Se centró en las pantallas que indicaban en qué planta estaban los cinco ascensores;
miró el cartel enmarcado sobre los botones de llamada que anunciaba los desayunos dominica-
les del hotel; miró el cartel de emergencia contra incendios.
Llegó uno de los ascensores y sus puertas se abrieron con un interesante sonido de redoble.
Ponter hizo un galante gesto de tú primero con la mano, y Mary entró en el ascensor
despidiéndose de Carlos, que asintió solemne. Ponter la siguió y miró al panel de control. Sabía
leer bien los números: los neanderthales tal vez no hubieran desarrollado nunca un alfabeto,
pero tenían sistema decimal, incluido un signo para el cero. Extendió la mano, pulsó el botón
cuadrado del doce y sonrió cuando se iluminó.

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Mary deseó que su habitación no hubiese estado también en la planta doce. Ya le había
explicado a Ponter por qué no existía la planta trece. Pero de haberla, tal vez la hubiesen
alojado en ésa. No importaba: no era supersticiosa... aunque, reflexionó, Ponter diría que lo
era. Según su definición, todo el que creía en Dios era supersticioso.
De todas formas, si ella hubiese estado en otra planta, en cualquier planta, entonces sus
buenas noches habrían sido cortas y dulces. Sólo un saludito entrecortado y un «hasta
mañana» por parte de quien saliera primero del ascensor.
El número ocho sobre la puerta perdió un segmento y se convirtió en un nueve.
«Pero de esta forma -pensó Mary-, tendrá que haber más.» Sintió que el ascensor se detenía y
que las puertas se abrían. Esperándolos estaba el agente Burstein. Mary lo saludó con un
gesto. Casi esperó que se colocara detrás de Ponter y recorriera el pasillo con ellos, pero
pareció contentarse con situarse junto al ascensor.
Así que, Ponter y Mary recorrieron el pasillo, dejaron atrás el hueco con la máquina de hielo y
pasaron ante una habitación tras otra, hasta que...
- Bien -dijo Mary, el corazón redoblando, Buscó en su bolso la tarjeta magnética-, ésta es la
mía.
Mary miró a Ponter. Él la miró a ella. Nunca sacaba su llave con antelación: era lo último en
que pensaba, al proceder de un mundo donde pocas puertas tenían cerradura, y las que la
tenían se abrían a una señal de sus Acompañantes.
Ponter no dijo nada.
- Bueno -dijo ella, torpemente- Supongo que buenas noches. Ponter guardó silencio mientras
extendía el brazo y le tomaba la mano. Le quitó con destreza la tarjeta magnética, la colocó en
la cerradura y esperó a que la pantallita destellara. Entonces asió el pomo y abrió la puerta.
Mary miró por encima del hombro, para comprobar si el pasillo estaba vacío. Naturalmente, allí
estaba el omnipresente agente del FBI. No se sentía cómoda con eso, pero al menos no era
uno de los paleontólogos...
La mano de Ponter subió por el brazo de Mary, lenta, suavemente, y alcanzó su hombro.
Luego la dirigió muy suavemente hacia su cara, acariciándole el pelo tras la oreja.
Y entonces, finalmente, sucedió.
Su cara se dirigió hacia la de ella, y su boca tocó su boca, y Mary sintió una oleada de placer
inundar su cuerpo. Sus brazos la rodearon, y los suyos a él, y...
Y Mary no pudo decir realmente quién llevaba la voz cantante, pero los dos se movieron de
lado, todavía abrazados, para cruzar la puerta, que Ponter cerró suavemente con el pie.
De repente, Ponter se agachó y tomó a Mary en brazos, llevándola, como si no pesara más que
una niña, más allá del cuarto de baño hasta la cama, donde la colocó suavemente,encima de
las sábanas.
El corazón de Mary latía aún más rápido que antes. No se sentía así desde hacía veinte años,
desde su primera vez con Donny, cuando sus padres se marcharon a pasar fuera el fin de
semana.
Ponter se cernió sobre ella un segundo, alzando la ceja en gesto de interrogación, dándole la
oportunidad de impedir que las cosas fueran más allá. Mary le sonrió un poco y extendió la
mano, deslizando los brazos alrededor de su enorme cuello, atrayéndolo hacia sí.
Por un instante, Mary esperó que fueran a representar una de esas escenas que había visto
tantas veces en las películas pero que nunca había tenido ocasión de protagonizar en la vida
real, con la ropa desprendiéndose por arte de magia mientras ellos rodaban y rodaban sobre
las sábanas.
Pero no fue así. Mary advirtió que Ponter no tenía ni idea de cómo desabrochar los botones, y
tanteaba torpemente, aunque le gustó la sensación de sus nudillos rozándole el pecho
mientras lo intentaba.
Por su parte, Mary tenía la esperanza de hacerlo un poco mejor, después de haber recibido
instrucciones de Hak tras el tiroteo para abrir los cierres del hombro de una camisa
neanderthal. Pero la última vez que había hecho eso fue a plena luz del día. Ahora, sin
embargo, Ponter y ella estaban casi a Oscuras. Ninguno de los dos había encendido las luces

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de la habitación al entrar; la única iluminación era la que entraba por las ventanas, que tenían
echadas las gruesas cortinas marrones.
Habían rodado y Mary estaba encima ahora, y maniobró hasta que logró sentarse a horcajadas
sobre el pecho de Ponter. Extendió la mano hacia el botón superior de su blusa. Se soltó
fácilmente, y Mary miró hacia abajo. Pudo ver su pequeño crucifijo dorado (el que había
comprado recientemente para sustituir al que le había regalado a Ponter en su primera visita)
reposando contra el triángulo invertido de piel blanca que revelaba la abertura de la camisa.
Soltó un segundo botón, y la camisa se abrió más, revelando partes de su sencillo sujetador
blanco.
Mary miró a Ponter, tratando de leer su expresión, pero él le estaba mirando el pecho, tal
como estaba, y su ceño saliente le impedía verle los ojos. ¿La estaba mirando con placer o con
desazón? No tenía ni idea de lo pechugonas que solían ser las mujeres neanderthales, pero a
juzgar por la embajadora Prat, tenían un montón de vello corporal, y el pecho de Mary era
lampiño.
Y entonces, en la semioscuridad, oyó hablar a Ponter con su propia voz.
- Eres preciosa.
Mary sintió que la preocupación, la inhibición, la abandonaban, soltó los botones restantes y
palpó tras su espalda para desabrochar el sujetador. Lo dejó deslizarse por sus pechos, y las
manos de Ponter subieron por su estómago hasta alcanzarlos, hasta acunarlos, sopesándolos
en las manos y entonces la atrajo, recostándola contra su torso, y su enorme boca encontró su
pecho izquierdo, y Mary jadeó, y él se lo metió por completo en la boca y lo saboreó y lo
acarició con la lengua.
Y entonces su boca se dirigió al pecho derecho, su lengua trazaba un sendero húmedo en la
llanura entre ambos, y encontró el otro pezón y lo sostuvo entre los labios y lo chupó
suavemente, y Mary sintió una corriente eléctrica subir y bajar por su espalda.
Aunque Ponter seguía completamente vestido, Mary podía sentir su erección contra su muslo.
De pronto sintió la imperiosa necesidad de verlo; ya lo había visto desnudo, cuando estaban en
cuarentena juntos, en casa de Reuben, pero nunca en erección. Se apartó, su pezón escapó de
entre los labios de Ponter, y recorrió su cuerpo hasta que sus manos pudieron trabajar en su
cintura. Pero no tenía ni idea de cómo quitarle los pantalones; él se había despojado del
cinturón médico en cuanto llegó a la habitación, pero los pantalones carecían de cierre...
aunque el bulto de su pene era obvio.
Ponter se echó a reír, extendió la mano y le hizo algo al atuendo, que de repente quedó suelto
alrededor de su cintura. Arqueó la espalda y se lo sacó por encima de las caderas, y...
Y al parecer los neanderthales no usaban ropa interior.
Ponter era enorme: grueso y largo. No estaba circuncidado, aunque su glande púrpura
asomaba más allá del prepucio. Mary pasó lentamente la palma de la mano por la longitud de
su pene, sintiéndolo moverse con cada latido de su corazón.
Se separó de él y le ayudó a quitarse los pantalones. Los pies estaban cubiertos por bolsas
sujetas a las perneras, sujetas en dos puntos, pero él se deshizo rápidamente de ellas. Quedó
desnudo de cintura para abajo, y Mary de cintura para arriba. Ella se levantó de la cama, se
quitó los zapatos y se desabrochó la falda, que dejó caer al suelo. Los ojos de Ponter estaban
clavados en su cuerpo, y ella vio que se abrían como platos. Mary miró hacia abajo y se echó a
reír: llevaba unas sencillas bragas de color beige y con la falta de luz parecía que allí abajo:
era completamente lisa y sin rasgos. Enganchó los pulgares en la tira, elástica, y se bajó las
bragas, revelando...
Ella había leído que hoy estaba de moda que las mujeres se recortaran gran parte del vello
púbico; una vez había oído a Howard Stern, referirse a lo que quedaba como «la pista de
aterrizaje». Pero Mary, sólo recortaba los bordes cuando se depilaba las piernas y, por primera
vez, advirtió, Ponter estaba viendo vello corporal tupido en una hembra gliksin. Sonrió,
claramente complacido por el descubrimiento, y se levantó de la cama, incorporándose
también. Tocó los hombros de su prenda superior de una manera determinada, que se abrió
como la camisa de Bruce Banner, resbalando hasta la alfombra del suelo.

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Ahora estaban los dos de pie, separados por un metro, ambos completamente desnudos, a
excepción del Acompañante y la venda en el hombro de Ponter, donde le habían disparado.
Ponter acortó distancias entre ellos, tomó de nuevo a Mary en brazos y cayeron de lado en la
cama.
Mary lo quería en su interior... pero no todavía, no tan pronto. Habían perdido un montón de
tiempo, y el cansancio que antes había llevado a Mary a dar por terminada la noche había
desaparecido por completo. Pero, de todas formas, ¿cómo hacían el amor los neanderthales?
¿Y si algo era tabú o se consideraba repulsivo? Decidió dejar a Ponter llevar la iniciativa, pero
también él vacilaba, presumiblemente preocupado por la misma cuestión, y finalmente Mary se
encontró haciendo algo que nunca había hecho, acariciando con la lengua el musculoso y pe-
ludo torso de Ponter, y bajando por los contornos de su estómago. Tras una breve vacilación,
dando a Ponter la oportunidad de detenerla si quería, abrió mucho la boca y se introdujo su
pene.
Ponter dejó escapar un suspiro de contento. Mary había hecho felaciones a Colm antes, pero
siempre con pocas ganas, porque sabía que a él le gustaba, pero sin obtener ningún placer.
Esta vez, sin embargo, devoró a Ponter ansiosamente, apasionadamente, disfrutando del rít-
mico latido de su enorme órgano y el sabor salado de su piel. Pero no quería que él terminara
de esta forma, y, si estaba la mitad de excitado que ella, sin duda se correría pronto si
continuaba. Mary dejó que el pene saliera de su boca con una larga y lenta chupada final, alzó
la mirada y sonrió. Él se dio la vuelta e hizo lo mismo, y con la lengua encontró el clítoris de
inmediato y jugueteó con él. Ella jadeó un poco... sólo porque hizo un esfuerzo consciente por
no jadear mucho. Ponter alternaba entre movimientos rápidos con la lengua arriba y abajo y
mordisqueos en sus labios.
Mary estaba disfrutando cada segundo, pero no quería correrse de esta forma, no la primera
vez con él. Lo quería dentro de ella. Ponter parecía estar pensando exactamente lo mismo, ya
que apartó la cara de ella y la miró, la barba brillando en la oscuridad con su humedad.
Ella esperó que, simplemente, se tumbara sobre ella y le introdujera el pene al hacerlo, pero
de repente la hizo darse media vuelta. Mary volvió a jadear, pero esta vez de sorpresa. Nunca
había practicado el sexo anal, y no estaba segura de querer practicarlo. Pero de repente las
manos de Ponter se deslizaron por su cuerpo, la acariciaron y la auparon de modo que quedó
en cuatro patas, y su largo pene entró en su vagina desde atrás. Mary no pudo evitar dejar
escapar un grunido mientras él la penetraba, pero también se sintió aliviada de que no
hubieran entrado en un nuevo territorio sexual. Sus manos, desde atrás, le acariciaron los
pechos mientras entraba y salía de ella. Mary y Colm lo habían intentado de vez en cuando al
estilo perrito, pero el pene de Colm no era lo bastante largo para satisfacerla realmente
cuando lo hacían así. Pero Ponter...
¡Maravilloso, maravilloso Ponter!
En sus fantasías sobre aquel momento (fantasías que había intentado apartar de su mente
cada vez que se producían), siempre los había imaginado haciéndolo en la postura del
misionero, su boca cubriendo la suya mientras se introducía en ella, pero...
Pero se llamaba la postura del misionero por un motivo; no era la postura sexual que más
gustaba a todo el mundo en esta Tierra.
Ponter debía de haber estado preguntándose lo mismo. Habló en voz baja, y Hak tradujo al
mismo volumen. Con todo, advertir que el Acompañante de Ponter era consciente de todo lo
que estaban haciendo provocó que la espalda de Mary se envarara un momento. Nunca lo
había hecho con nadie mirando, y había conseguido disuadir a Colm las dos veces que él había
tratado el tema de grabar en video sus actos amorosos.
- ¿Es así como lo hacéis? -había preguntado la voz de Hak, de parte de Ponter.
Mary trató de apartar de su mente la idea de Hak, y contestó:- En realidad, tendemos a
hacerlo cara a cara.
- Ah -dijo Ponter, y Mary lo sintió salir de ella. Pensó que simplemente iba a volverla de
espaldas, pero se quedó de pie junto a la cama y le tendió una mano. Perpleja, Mary le dio la
suya, y él la ayudó a ponerse en pie; el duro pene chocó contra su liso vientre. Él extendió
entonces sus dos enormes manos, sostuvo cada glúteo en una y la levantó del suelo. Las

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piernas de Mary se abrieron de forma natural, rodeando su cintura, y él la bajó hasta su pene,
alzándola y bajándola sin esfuerzo una y otra vez a lo largo de su tronco mientras permanecía
en pie. Sus labios respondieron, y cuando se besaron, y mientras, su corazón redoblaba y el
pecho de él subía y bajaba, ella se corrió con una gran sensación de estremecimiento,
gimiendo a su pesar, y cuando terminó, Ponter aumentó el ritmo de sus oscilaciones arriba y
abajo aún más, y Mary se apartó un poco de él, mirándole a la cara, sus hermosos ojos
dorados clavados en ella, mientras su cuerpo se sacudía por el orgasmo. Y, por fin, los dos
cayeron de lado sobre la cama, y él la abrazó a ella, y ella lo abrazó a el.

26

Mary y Ponter no se habían molestado en correr las cortinas de la habitación del hotel, así que,
cuando salió el sol, Mary se despertó y vio que también Ponter estaba despierto.
- Buenos días -dijo, mirándolo. Pero al parecer él llevaba despierto un rato, y cuando volvió la
cabeza para mirarla, las lágrimas corrían por los profundos huecos que contenían sus ojos.
- ¿Qué ocurre? -preguntó Mary, secando amablemente la humedad con el dorso de la mano.
- Nada.
Mary frunció exageradamente el ceño.
- Nada, y un cuerno -dijo-. ¿Qué pasa?
- Lo siento. Anoche...
Mary sintió que se le encogía el corazón. Le había parecido maravilloso. ¿ No compartía él la
misma opinión?
- ¿Qué ocurre?
- Lo siento -repitió él-. Era la primera vez que estaba con una mujer desde...
Mary alzó las cejas, comprendiendo.
- Desde que murió Klast -terminó de decir, en voz baja. Ponter asintió.
- La echo mucho de menos.
Mary le pasó un brazo por el pecho, sintiéndolo subir y bajar con cada inspiración.
- Lamento no haber llegado a conocerla.
- Perdóname -dijo Ponter-. Tú estás aquí; Klast no. Yo no debería estar...
- No, no, no -dijo Mary, suavemente-. No pasa nada. Está bien. Me gusta... me gusta que
tengas esos sentimientos tan profundos.
Ella se apretó contra su pecho. No podía reprocharle que pensara en su difunta esposa;
después de todo, no había pasado tanto tiempo desde su muerte y...
Y de repente Mary pensó en lo único que no se le había pasado por la cabeza desde que Ponter
la había tomado en brazos en el pasillo, la única presencia sin rostro de su propio pasado que
no había invadido el tiempo que habían estado juntos. Pero descubrió que podía descartar
rápidamente ese pensamiento y, rodeando con el brazo a Ponter, y con uno de los suyos
posado ahora sobre su espalda desnuda, Mary volvió a quedarse dormida, absolutamente en
paz.

- ¿Así que usted y esa hembra gliksin tuvieron relaciones íntimas? -preguntó Selgan, al
parecer intentando controlar su sorpresa.
Ponter asintió.- Pero...
- ¿Qué? -lo desafió Ponter.
- Pero ella... es una gliksin. -Selgan hizo una pausa y luego se encogió de hombros- Es de una
especie diferente.
- Ella es humana -dijo Ponter con firmeza.
- Pero...
- iNada de peros! -dijo Ponter-. Es humana. Todos son humanos, todas las personas del otro
mundo.
- Si usted lo dice... Y sin embargo...
- Usted no los conoce. No ha visto a ninguno. Son personas. Son como nosotros.
- Parece ponerse a la defensiva con este tema -dijo Selgan. Ponter sacudió la cabeza.

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- No. Tal vez tuviera usted razón en otras cosas, pero no en esto. En mi mente no hay ninguna
duda. Mare Vaughan, Lou Benoit, Reuben Montego, Hélene Gagné y todos los demás que he
conocido allí... son seres humanos. Tendrá usted que reconocerlo; todos ustedes tendrán que
reconocerlo.
- Y sin embargo estaba usted llorando.
- Fue como le dije a Mare. Estaba recordando a Klast.
- ¿No se sentía culpable?
- ¿Por qué?
- Dos no eran Uno en ese momento.
Ponter frunció el ceño.
- Bueno, supongo que es verdad. Quiero decir, nunca lo había pensado. En el mundo gliksin,
machos y hembras pasan todo el mes juntos y...
- ¿y cuando estés en Bistob, haz como hacen los bistobianos?
Ponter se encogió de hombros.
- Exactamente.
- ¿Cree que su hombrecompañero habría compartido su punto de vista?
- Oh, a Adikor no le habría importado. De hecho, le habría encantado. Quiere que me busque
una nueva mujer, y bueno...
- ¿Bueno qué?
- Mejor una gliksin cuando Dos se supone que están separados, que Daklar Bolbay en
cualquier momento del mes. Ésa sería su opinión, estoy seguro.

Mary y Ponter salieron por fin de la habitación del hotel. Se habían perdido las tres primeras
ponencias de la mañana, pero no pasaba nada. Mary había descargado el archivo PDF que
contenía los borradores antes de salir de Nueva York, y sabía que las sesiones de la mañana
estaban dedicadas al Homo erectus y a algunos intentos por resucitar al Homo ergaster como
especie separada. No se había recuperado nunca ADN de ninguna de estas antiguas formas,
así que Mary no estaba particularmente interesada.
Mientras salían al pasillo, apareció uno de los agentes del FBI.- Enviado Boddit -dijo-, esto
acaba de llegar de Sudbury, vía FedEx.
El hombre tendió una valija diplomática. Ponter aceptó la bolsa, la abrió y extrajo una perla de
memoria. Le dio vueltas en la mano.
- Debería escucharla.
Mary sonrió.
- Bueno, desde luego no quiero oír cómo te gritan. Voy a mirar las exposiciones.
Ponter sonrió y entró en su habitación. El agente del FBI permaneció en el pasillo, y Mary se
acercó a los ascensores.
Llegó el ascensor. Mary se encaminó hacia el saloncito donde se exhibían los carteles de la
Asociación Arqueológica de América. Su congreso no empezaba realmente hasta el día
siguiente, y Ponter y ella iban a quedarse, pero varios ponentes ya habían colocado sus
carteles. Mary se puso a contemplar un par de paneles sobre la alfarería hopi.
Sin embargo, al cabo de un rato, preocupada porque Ponter no llegaba, regresó a la planta
doce.
El agente del FBI seguía en el pasillo.
- ¿Está usted buscando al enviado Boddit, señora? -Mary asintió.
- Está en su propia habitación -dijo el agente.
Mary fue a esa habitación y llamó con los nudillos a la puerta que, al cabo de un momento, se
abrió.- ¡Mare! -dijo Ponter.
- Hola. ¿Puedo pasar?
- Sí, sí.
La maleta de Ponter (un extraño trapezoide que había traído del otro universo) estaba abierta
sobre la cama.
- ¿Qué estás haciendo? -preguntó Mary.
- Empaquetando.

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- ¿Te obligan a regresar? Creí que dijiste que no ibas a hacerlo.
Ella frunció el ceño. Naturalmente, ahora que había una docena de neanderthales en la ciudad
de Nueva York, él no tenía que quedarse para obligar a que el portal permaneciera abierto,
pero bueno, después de anoche...
- No -dijo Ponter-. Nadie me obliga. La perla de memoria era de mi hija, Jasmel Ket.
- Dios mío, ¿se encuentra bien?
- Jasmel está bien. Ha consentido en ser la mujercompañera del Tryon, un joven al que ha
estado viendo.
Mary alzó las cejas.
- ¿Quieres decir que va a casarse?
- Es comparable, sí -dijo Ponter-. Debo regresar a nuestro universo para la ceremonia.
- ¿Cuándo es?
- Dentro de cinco días.
- Guau -dijo Mary-. Sí que son rápidas las cosas en tu mundo.
- Lo cierto es que Jasmel ha estado retrasándose. Pronto será el momento de concebir la
generación 149. Jasmel todavía no ha seleccionado una mujercompañera, pero ése no es un
tema tan sensible al tiempo.
- ¿Has visto a ese... Tryon?
- Sí, varias veces. Es un buen chico.
- Mmm, Ponter, ¿estás seguro de que no se trata de un truco? Ya sabes, para atraerte de
vuelta al otro lado.
- No es ningún truco. El mensaje era realmente de Jasmel, y ella nunca me mentiría.
- Bueno, será mejor que te llevemos de vuelta a Sudbury, entonces.
- Gracias.
Ponter guardó silencio un instante, como si estuviera pensando en algo.
- ¿Te... te gustaría acompañarme a la ceremonia de unión? Es costumbre que vayan los padres
de los jóvenes, pero...
Pero la madre de Jasmel, Klast, estaba muerta. Mary no pudo evitar sonreír.
- Me encantaría -dijo-. Pero ¿tenemos tiempo para la presentación de mi estudio? Es a las dos
y media de esta tarde. No es por usar una metáfora militar, pero me encantaría soltar esa
bomba.
- ¿Cómo?
- Va a ser explosivo.
- Ah -dijo Ponter, comprendiendo-. Sí, por supuesto, podemos quedarnos para eso.

La disertación de Mary fue, en efecto, el punto culminante del congreso: estaba, después de
todo, poniendo punto final al mayor debate de la antropología al declarar que el Homo
neanderthalensis era decididamente una especie por derecho propio. Normalmente, habría pu-
blicado un estracto con antelación y descubierto su mano, pero había sido una incorporación
de último minuto al programa, y el título de su disertación, «El ADN nuclear neanderthal y la
resolución de la taxonomía neanderthal», había sido suficiente para asegurar una sala repleta.
Y, naturalmente, la sala estalló en comentarios en el momento en que ella colgó la
transparencia del cariotipo de Ponter. En el fondo, Mary estaba encantada de tener que
marcharse a Sudbury al cabo de quince minutos. De hecho, al advertir la longitud de la
presentación, Ponter la sorprendió al decir:
- Ese tipo que pintaba latas de sopa estaría orgulloso de ti.
Justo antes de que dejaran el hotel, Mary llamó a Jock Krieger al Grupo Sinergia. Jock parecía
encantado de que Mary se lo estuviera pasando bien con Ponter, y le entusiasmó que tuviera
una oportunidad para visitar el mundo neanderthal. Sin embargo, le hizo una petición.
- Quiero que haga para mí un sencillo experimento cuando esté allí.
- ¿Sí?
- Llévese una brújula, una brújula magnética corriente, y cuando llegue al otro mundo,
oriéntese por algún otro método, de modo que esté segura de que no está mirando al Norte.
Use la Estrella del Norte si es de noche, o el amanecer o la puesta de sol para encontrar el

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Este o el Oeste si es de día. ¿ De acuerdo? Entonces compruebe en qué dirección señala la
aguja de la brújula.
- Debería señalar al Norte, ¿no?
- Eso es lo que le pasa por faltar a las reuniones de personal -dijo Jock-. Los neanderthales
sostienen que su mundo ya ha experimentado la inversión de polos que está comenzando aquí.
Quiero que averigüe usted si es verdad.
- ¿Por qué mentirían en una cosa así?
- Estoy seguro de que no lo harían. Pero podrían estar equivocados. Recuerde: no tienen
satélites. La mayoría de nuestros estudios sobre el campo magnético de la Tierra se han hecho
desde la órbita.
- Muy bien -dijo Mary.
Hizo una pausa, y Jock la aprovechó para poner punto final a la conversación.
- Muy bien, Mary. Que tenga un buen viaje.
Colgó el teléfono. Justo entonces, Ponter llegó a la habitación, para comprobar si estaba lista
para partir.
- He quedado en dejar el coche de alquiler en Rochester, que no nos pilla demasiado lejos -dijo
Mary-. Allí podremos recoger mi coche y subir hasta Sudbury, pero...
- ¿Sí?
- Pero, bueno, me gustaría pasarme por Toronto camino de Sudbury -dijo Mary-. Nos pilla de
paso y, bueno, no es que tú puedas ayudarme en la conducción.
- Muy bien -dijo Ponter.
Pero Mary no dejó correr el asunto.
- Tengo... tengo que hacer unas cuantas cosas allí. Ponter pareció perplejo por su necesidad
de justificarse.
- Como vosotros decís: «No hay problema.»
Mary y Ponter llegaron a la Universidad de York. Era imposible camuflar a Ponter. En invierno,
tal vez podría haberse puesto una gorra de lana calada sobre el ceño, y gafas de esquiar, pero
en un día de otoño, vestido así, habría llamado tanto la atención como a cara descubierta.
Además (Mary se estremeció), no quería ver a Ponter con nada que recordara un
pasamontañas; no quería confundir jamás a esas dos personas en su mente.
Aparcaron en el espacio destinado a las visitas, y empezaron a cruzar el campus.
- ¿Aquí no necesito seguridad? -preguntó Ponter.
- Las armas personales están prohibidas en Canadá -dijo Mary-. No es que no haya algunas
por ahí, pero... -Se encogió de hombros-. Es un lugar distinto. El último asesinato por atentado
en Canadá se produjo en 1970, y tuvo que ver con la separación de Quebec. No creo,
sinceramente, que tengas que preocuparte más que cualquier otro famoso en Canadá. Según
el Star, Julia Roberts y George Clooney están en la ciudad rodando una película. Créeme,
atraerán a más curiosos que ninguno de nosotros.
- Bien -dijo Ponter. Dejaron atrás el edificio bajo de York Lane y continuaron hacia...
Era inevitable. Mary lo había sabido desde el principio; las visicitudes de dejar el coche en el
aparcamiento para visitantes. Ponter y ella estaban a punto de pasar por el lugar donde los
dos muros de hormigón se unían, el lugar donde...
Mary extendió la mano, encontró la enorme mano de Ponter y, abriendo mucho los dedos, los
entrelazó con los suyos. No dijo nada, ni siquiera miró el muro, sólo siguió caminando,
mirando al frente.
Pero Ponter sí que miraba alrededor. Mary nunca le había dicho exactamente dónde había
tenido lugar la violación, pero vio que él advertía el espacio cerrado, los árboles que lo cubrían,
lo lejos que estaba la siguiente farola. Si lo descubrió, no dijo nada, pero Mary agradeció la
reconfortante presión de su mano.
Continuaron caminando. El sol jugaba al escondite tras las hinchadas nubes blancas. El
campus estaba abarrotado de jóvenes, uno o dos todavía con pantalones cortos, la mayoría
con vaqueros, unos cuantos estudiantes de derecho con chaqueta y corbata.
- Esto es mucho más grande que la Laurentian -dijo Ponter, girando la cabeza a izquierda y
derecha. La Universidad Laurentian, cerca del lugar donde Ponter había llegado, en Sudbury,

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era el sitio donde Mary había realizado sus estudios de ADN para demostrar que era realmente
un neanderthal.
- Oh, sí, desde luego -contestó ella-. Y es sólo una de las dos (bueno, tres) universidades que
hay en Toronto. Si quieres ver algo realmente grande, deberías ir a la Universidad de Toronto
algún día.
Mientras Ponter miraba alrededor, la gente lo miraba a él. De hecho, en un momento dado,
una mujer abordó a Mary como si fuera una amiga de toda la vida, pero Mary ni siquiera podía
recordar el nombre de la mujer, y había pasado a su lado cientos de veces antes sin que nin-
guna de las dos reconociera la presencia de la otra. Pero era evidente que la mujer, aunque
estrechaba flácidamente la mano de Mary, estaba aprovechando la oportunidad para echar un
vistazo de cerca al neanderthal.
Finalmente se libraron de ella y continuaron su camino.
- Ése es el edificio donde trabajo -señaló Mary-. Se llama Edificio Farquharson de Ciencias de
la Vida.
Ponter siguió observando un poco más.
- De todos los sitios que he visto en tu mundo, creo que los campus universitarios son lo que
más me gusta. ¡Espacios abiertos! Montones de árboles y hierba.
Mary reflexionó al respecto.
- Es una buena vida -dijo-. Más civilizada que el mundo real en muchos aspectos.
Llegaron al Farquharson y subieron las escaleras hasta la primera planta. Cuando entró en el
pasillo, vio en el fondo a alguien a quien conocía bien.
- ¡Cornelius! -llamó.
El hombre se dio media vuelta y miró. Entornó los ojos; al parecer su vista no era tan buena
como la de Mary. Pero después de un momento, por su expresión, la reconoció.
- Hola, Mary -dijo, acercándose ellos.
- No pongas esa cara de preocupación. Sólo he venido a hacer una visita.
- ¿No le gustas? -preguntó Ponter en voz baja.
- No, no es eso -contestó Mary, riendo-. Es el tipo que está dando mis clases mientras yo
trabajo para el Grupo Sinergia.
Al acercarse, Cornelius abrió mucho los ojos al advertir quién acompañaba a Mary. Pero fue
capaz de recuperar la compostura rápidamente.
- Doctor Boddit -dijo, haciendo un gesto con la cabeza.
Mary pensó en decirle a Cornelius que, mira, no todos los sabios reciben el tratamiento de
«profesor», pero decidió no hacerlo. Cornelius ya era bastante sensible al tema.
- Hola -dijo Ponter.
- Ponter, éste es Cornelius Ruskin.
Y, como hacía siempre, Mary repitió la presentación haciendo una pausa exagerada entre el
nombre y el apellido, para que Ponter pudiera distinguirlos.
- Es doctor, uno de nuestros grados académicos más altos, en biología molecular.
- Es un placer conocerlo, profesor Ruskin -dijo Ponter.
Mary no quiso corregir a Ponter: intentaba con todas sus fuerzas captar los gestos de cortesía
humanos, y desde luego se merecía un diez por el esfuerzo. Pero si Cornelius lo había
advertido, lo dejó pasar sin hacer ningún comentario, todavía claramente fascinado por el
aspecto de Ponter.
- Gracias -dijo-. ¿Qué le trae por aquí?
- El coche de Mare -contestó Ponter.
- Vamos de regreso a Sudbury -dijo Mary-. La hija de Ponter va a casarse, y hay una
ceremonia a la que quiere asistir.
- Enhorabuena.
- ¿Está por aquí Daria Klein? -preguntó Mary-. ¿O Graham Smythe?
- No he visto a Graham en todo el día -respondió Cornelius-, pero Daria está en tu antiguo
laboratorio.
- ¿Y Qaiser?
- Puede que esté en su despacho. No estoy seguro.

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- Muy bien -dijo Mary-. Bueno, sólo quería recoger unas cuantas cosas. Hasta luego.
- Cuídate -dijo Cornelius-. Adiós, doctor Boddit.
- Día sano -dijo Ponter, y siguió a Mary. Llegaron a un pasillo y Mary llamó a la puerta.
- ¿Quién es? -preguntó una voz de mujer. Mary abrió un poquito la puerta.
- ¡Mary! -exclamó la mujer, sorprendida.
- Hola, Qaiser -dijo Mary, sonriendo. Abrió más la puerta, revelando a Ponter. Los ojos
marrones de Qaiser se abrieron como platos.
- La profesora Qaiser Remtulla -dijo Mary-. Me gustaría que conocieras a mi amigo, Ponter
Boddit. -Se volvió hacia Ponter-. Qaiser es la jefa del Departamento de Genética.
- Increíble -dijo Qaiser, tomando la mano de Ponter y estrechándola-. Absolutamente increíble.
Mary parecía querer decir «sí que lo es», pero se guardó el comentario. Charlaron unos
cuantos minutos, enterándose de todas las noticias, cuando tuvo que marcharse a clase.
Mary y Ponter continuaron pasillo abajo. Llegaron a una puerta con una ventanita, y Mary
llamó y luego entró.
- ¿Hay alguien en casa? -le preguntó Mary a la mujer que, de espaldas, trabajaba en una
mesa.
La joven se dio media vuelta.
- ¡Profesora Vaughan! -exclamó con deleite-. ¡Me alegro de verla! Y... ¡Dios mío! ¿Es... ?
- Daria Klein, me gustaría presentarte a Ponter Boddit.
- Guau -dijo Daria, y, como si eso no fuera suficiente, repitió:- Guau.
- Daria está haciendo el doctorado. Su especialidad es la misma que la mía: recuperar ADN
antiguo.
Mary y Daria charlaron durante unos minutos, y Ponter, científico siempre, se entretuvo
contemplando el laboratorio, fascinado por la tecnología gliksin.
- Bueno, tenemos que irnos -dijo Mary por fin-. Sólo quería recoger un par de muestras que
dejé aquí.
Se acercó al frigorífico que utilizaban para almacenar muestras biológicas, advirtiendo que
habían pegado unos cuantos cartones más, añadiéndolos a la selección de paneles de Sidney
Harris y Gary Larson que ella había puesto. Abrió la puerta de metal y sintió la vaharada de
aire frío.
Había tal vez dos docenas de contenedores allí, de diversos tamaños. Algunos tenían etiquetas
impresas por láser, otros sólo tiras de papel escritas con rotulador. Mary no vio las muestras
que estaba buscando; sin duda, habían sido empujadas al fondo por los otros que habían
usado el frigorífico en su ausencia. Empezó a mover contenedores, sacando los dos más
grandes («Piel de mamut siberiano», «Placenta inuit»), y colocándolos sobre la mesa, para ver
con más facilidad en el interior.
Mary sintió que el corazón le redoblaba.
Rebuscó de nuevo entre las muestras, sólo para asegurarse. Pero no cabía error.
Los dos contenedores que había etiquetado «Vaughan 666», los dos contenedores que
contenían la prueba física de su violación, habían desaparecido.

27

- ¡Daria! -gritó Mary. Ponter se acercó a ella, preguntándose sin duda qué iba mal. Pero Mary
lo ignoró y volvió a gritar el nombre de Daria.
La esbelta estudiante de grado cruzó la habitación.
- ¿Qué ocurre? -dijo, con ese tono a la defensiva que implica «¿qué he hecho mal?».
Mary se apartó del frigorífico para que Daria pudiera ver su interior, y apuntó con un dedo
acusador.
- Tenía dos frascos de muestras ahí dentro -dijo Mary-. ¿Qué ha pasado con ellos?
Daria negó con la cabeza.
- Yo no he sacado nada. Ni siquiera he usado ese frigorífico desde que se marchó usted a
Rochester.

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- ¿Estás segura? -dijo Mary, tratando de controlar el pánico en su voz-. Dos frascos de
muestras, ambos opacos, ambos etiquetados con tinta roja con la fecha del 2 de Agosto
-recordaría esa fecha el resto de su vida- y las palabras «Vaughan 666».
- Oh, sí -dijo Daria-. Los vi una vez... cuando estaba trabajando con Ramsés. Pero no los
toqué.
- ¿Estás segura?
- Sí, claro que sí. ¿Qué ocurre?
Mary ignoró la pregunta.
- ¿Quién tiene acceso a este frigorífico? -preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
- Yo -contestó Daria-, Graham y los otros estudiantes de grado, el claustro, la profesora
Remtulla. Y supongo que el personal de servicio, me imagino... todo el que tenga llave de esta
habitación.
¡El personal de servicio! Mary había visto a un bedel trabajando en el pasillo de la planta baja
de aquel edificio, justo antes...
Justo antes de que la atacaran.
Y... («Maldición, ¿cómo pude ser tan estúpida?»), no hacía falta un puñetero título en genética
para reconocer que algo etiquetado con el nombre de la víctima, el número de la bestia y
marcado con la fecha de la violación era lo que estabas buscando.
- ¿Va todo bien? -preguntó Daria-. ¿Era material del palomo migratorio?
Pero Mary sacó otro contenedor del frigorífico.
- ¡Esto es el puñetero palomo migratorio! -gritó, colocando de golpe el contenedor sobre la
mesa.
El traductor de Ponter pitó.- Mare... -dijo él, en voz baja.
Mary tomó aire y lo dejó escapar lentamente. Todo su cuerpo temblaba.
- Profesora Vaughan -dijo Daria-. Le juro que yo no...
- Lo sé -contestó Mary, obligándose a calmarse-. Lo sé.
Miró a Ponter, cuyo rostro era todo un estudio en preocupación, y a Daria, cuya expresión se
acercaba al miedo.
- Lo siento, Daria. Es que... es que eran muestras insustituibles.
- Se encogió un poco de hombros, todavía furiosa consigo misma pero intentando que no se
notara-. No debí dejarlas aquí.
- ¿Qué eran? -preguntó Daria, comida por la curiosidad.
- Nada -respondió Mary, sacudiendo la cabeza. Cruzó la habitación sin volverse a ver si Ponter
la seguía-. Nada en absoluto.
Ponter la alcanzó en el pasillo y le tocó el hombro.- Mare...
Mary dejó de caminar y cerró los ojos un segundo.- Te lo diré, pero no aquí.
- Entonces marchémonos de este lugar -dijo Ponter.
Bajaron las escaleras, pasaron ante un bedel con camisa azul que subía los escalones de dos
en dos, y Mary pensó que el corazón iba salirle disparado por la parte superior del cráneo. Pero
no, no, era Franco... Mary lo conocía bastante bien, y era italiano. Con ojos marrones.
- ¡Vaya, profesora Vaughan! -dijo-. ¡Creí que no iba a estar con nosotros este año!
- No lo estoy -respondió Mary, tratando de parecer normal-. Sólo he venido a hacer una visita.
- Bueno, que se lo pase bien -dijo Franco, y continuó su camino. Mary resopló y continuó
bajando. Salió del edificio y Ponter la siguió, y se encaminaron hacia el coche, pero esta vez
Mary dio un largo rodeo para evitar la intersección de los edificios donde había sido atacada.
Por fin llegaron al aparcamiento.
Subieron al coche. Dentro hacía un calor infernal. Mary normalmente dejaba las ventanillas
bajadas una rendija en verano (y todavía era verano, después de todo; el otoño no llegaba
oficialmente hasta el 21 de Septiembre), pero esta vez se le había olvidado, la mente llena de
demasiados pensamientos al regresar a York.
Ponter inmediatamente empezó a sudar; odiaba el calor. Mary puso en marcha el coche. Pulsó
el botón para bajar las ventanillas y puso el aire acondicionado a toda potencia. Pasó un
minuto entero antes de que sintieran el aire frío.
Con el coche detenido en el aparcamiento, el motor en marcha, Ponter dijo simplemente:

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- ¿Bien?
Mary subió las ventanillas, temerosa de que alguien que pasara por allí pudiera oírla.
- Sabes que me violaron.
Ponter asintió y le tocó levemente el brazo.- No denuncié el crimen.
- Sin implantes Acompañantes ni archivos de coartadas -dijo Ponter-, estoy seguro de que
hubiese servido de poco. Me dijiste que la mayoría de los crímenes de este mundo quedaba sin
resolver.
- Sí, pero... -La voz de Mary se quebró, y se calló durante un rato, tratando de recuperar la
compostura-. Pero no pensé en las consecuencias. Otra persona fue violada aquí, en York, la
semana pasada. Cerca de Farquharson... el edificio en el que acabamos de estar.
Ponter abrió mucho los ojos.
- ¿y crees que lo hizo el mismo hombre?
- No hay manera de saberlo con seguridad, pero...
No tuvo que terminar la frase; Ponter la entendió claramente. Si ella hubiera denunciado la
violación, tal vez habrían podido detener al hombre antes de que tuviera oportunidad de
hacerle aquella cosa abominable a otra persona.
- No podías haberlo previsto.
- Por supuesto que sí, replico Mary.
- ¿Sabes quién fue la otra víctima?
- No. No, esos datos son confidenciales. ¿Por qué?
- Necesitas liberar este dolor... y la única manera de hacerlo es a través del perdón.
Mary se envaró inmediatamente.
- Nunca podría mirarla a la cara, sea quien sea -dijo-. Después de lo que permití que le
pasara...
- No fue culpa tuya.
- Iba a hacer lo adecuado -dijo Mary-. Por eso quise parar aquí, en York. Iba a entregarle a la
policía la prueba física de mi violación.
- ¿Eso es lo que había en los contenedores perdidos?
Mary asintió. El aire del coche se estaba volviendo helado ahora, pero ella no tocó los
controles. Se merecía sufrir.
Después de un rato sin ninguna respuesta por parte de Mary, Ponter dijo:
- Si no puedes contactar con la otra víctima para pedirle perdón, entonces debes perdonarte a
ti misma.
Mary pensó en esto un instante, y luego, sin decir palabra, metió la marcha atrás y salió de la
plaza de aparcamiento.
- ¿Adónde vamos? -preguntó Ponter-. ¿A tu casa?
- No exactamente -contestó Mary, y enderezó el coche y salió del aparcamiento.
Mary entró en el confesionario, se arrodilló en el reclinatorio acolchado y se persignó. La
ventanita situada entre su espacio y el del sacerdote se abrió y vio el marcado perfil del padre
Caldicott recortado tras la rejilla de madera.
- Perdóneme, padre, porque he pecado.
Caldicott tenía un leve acento irlandés, aunque llevaba cuarenta años en Canadá.
- ¿Cuándo fue tu última confesión, hija mía?
- En Enero. Hace ocho meses.
El tono del sacerdote era neutral, sin hacer juicios.- Cuéntame tus pecados.
Mary abrió la boca, pero no logró articular palabra. Al cabo de un rato, el sacerdote la instó: -
¿Hija?
Mary inspiró profundamente, y dejó escapar el aire muy despacio- Yo... fui violada.
Caldicott guardó silencio unos instantes, quizá considerando su propia línea de pensamientos.
- Hablas de violación. ¿Te atacaron?
- Sí, padre.
- ¿y no diste tu consentimiento?
- No, padre.
- Entonces, hija mía, no has pecado.

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Mary sintió que su pecho se tensaba.
- Lo sé, padre. La violación no fue mi pecado.
- Ah -dijo Caldicott, como si comprendiera-. ¿Te... quedaste embarazada? ¿Has practicado un
aborto, hija?
- No. No, no me quedé embarazada.
Caldicott esperó a que Mary continuara, pero cuando no lo hizo, lo intentó de nuevo.
- ¿Fue porque practicabas el control artificial de la natalidad? Tal vez, dadas las
circunstancias...
Mary, en efecto, tomaba la píldora, pero había hecho las paces con eso hacía años. De todas
formas, no quería mentirle al sacerdote, así que escogió sus palabras con gran cuidado.
- No es ése el pecado del que hablo -dijo en voz baja. Tomó aire de nuevo, hizo acopio de
fuerzas-. Mi pecado fue que no denuncié la violación.
Mary pudo oír la madera crujir cuando Caldicott se agitó en su asiento.
- Dios lo sabe -dijo- y Dios castigará a la persona que te hizo esto.
Mary cerró los ojos.
- Ha vuelto a violar. Al menos, sospecho que es la misma persona.
- Oh -dijo Caldicott.
«Oh -pensó Mary-. ¿Oh?» Si esto es lo mejor que sabe hacer... Pero Caldicott continuó.
- ¿Lamentas no haberlo denunciado?
La pregunta era probablemente inevitable; la contrición era parte de la solicitud de absolución.
Pero Mary, no obstante, notó que la voz se le quebraba al responder.
- Sí.
- ¿Por qué no lo denunciaste, hija?
Mary lo pensó. Podía decir que, simplemente, había estado demasiado ocupada... cosa que era
casi cierta. La violación había tenido lugar la noche anterior a su marcha a Sudbury. Pero había
tomado su decisión mucho antes de recibir la llamada telefónica de Reuben Montego buscando
una experta en ADN neanderthal.
- Tuve miedo -dijo-. Estoy... separada de mi marido. Tenía miedo de lo que me harían, de lo
que dirían de mí, sobre mi moral, si este asunto llegaba alguna vez a los tribunales.
- Pero ahora otra persona ha resultado herida por tu... por tu inacción -dijo Caldicott.
El comentario del sacerdote le recordó una conferencia que había escuchado sobre IA hacía
unos cuantos meses. El orador, del Laboratorio de Robótica del MIT, había disertado sobre las
Leyes de la Robótica de Asimov, la primera de las cuales era algo así como: «Un robot no
puede dañar a un ser humano, ni, por su inacción, permitir que un ser humano resulte
dañado.» A Mary se le ocurrió entonces que el mundo podría ser un sitio mejor si las personas
vivieran siguiendo esa máxima.
Y sin embargo...
Y sin embargo, muchos de sus principios para guiarse eran exhortaciones a la inacción. La
mayoría de los Diez Mandamientos eran cosas que no podías hacer.
El pecado de Mary había sido de omisión. No obstante, Caldicott probablemente diría que se
trataba de un pecado venial, no mortal, pero...
Pero algo había muerto en Mary el día en que se cometió el delito.
Y, estaba segura, lo mismo le había sucedido a la nueva víctima del animal, fuera quien fuese.
- Sí -dijo Mary por fin, con voz muy débil-. Otra persona ha sido herida porque yo no hice
nada.
Vio moverse la silueta de Caldicott.
- Podría ordenarte alguna oración de la Biblia como penitencia, pero... -El sacerdote se calló,
invitando claramente a Mary a completar el pensamiento.
Y Mary asintió, dando finalmente voz a lo que ya sabía.
- Pero la única solución real para mí es ir a la policía y decir todo lo que sé.
- ¿Puedes encontrar la fuerza en ti para hacer eso? -preguntó Caldicott.
- Iba a hacerlo, padre. Pero la prueba que tenía de la violación... ha desaparecido.
- De todas formas, puede que tengas información valiosa. Pero, si deseas otra penitencia...
Mary volvió a cerrar los ojos, y negó con la cabeza.- No. No, iré a la policía.

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- En ese caso... -dijo Caldicott-. Dios, padre misericordioso, a través de la muerte y
resurrección de su Hijo ha reconciliado al mundo consigo y enviado al Espíritu Santo entre
nosotros para el perdón de los pecados.
Mary se secó los ojos, y el sacerdote continuó:
- A través del ministerio de la Iglesia, que Dios te dé perdón y paz, y yo te absuelvo de tus
pecados...
Aunque se enfrentaba a una tarea dificilísima, Mary sintió que le quitaban un peso de encima.
- ... en el nombre del Padre...
Iría hoy. Ahora mismo.
- ... y del Hijo...
Pero no iría sola.
- ... y del Espíritu Santo.
Mary se santiguó.- Amén -dijo.

28

Ponter estaba sentado en un banco. Al acercarse, Mary se sorprendió al ver que tenía un libro
abierto sobre el regazo y que estaba hojeándolo.- ¿Ponter?
Él levantó la cabeza.
- ¿Cómo te ha ido? -preguntó.
- Bien.
- ¿Te sientes mejor?
- Un poco. Pero hay algo más que tenemos que hacer.
- Lo que haga falta -dijo Ponter-. Te ayudaré en todo lo que pueda.
- ¿Estás leyendo la Biblia? -preguntó Mary, sorprendida, mientras miraba el libro abierto.
- ¡Entonces he deducido correctamente! -dijo Ponter-. Éste es el texto central de tu religión.
- Sí. Pero... pero creí que no sabías leer en Inglés.
- No sé. Ni Hak, todavía. Pero Hak es más que capaz de grabar las imágenes de cada página
de este libro, de modo que, cuando adquiera esa capacidad, pueda traducírmelo.
- Puedo conseguirte una Biblia leída, ¿sabes? O bien uno de esos aparatos electrónicos que
pronuncian las palabras, o cintas de un actor leyéndolas. Hay una versión muy buena que
James Earl Jones...
- No sabía que existieran esas alternativas -dijo Ponter.
- No sabía que quisieras leer la Biblia. Yo, ah, creía que no te interesaba.
- Es importante para ti -dijo Ponter-. Por tanto, es importante para mí.
Mary sonrió.
- Soy muy afortunada por haberte encontrado.
Ponter intentó hacer un chiste.
- Soy fácil de localizar en una multitud.
Todavía sonriendo, Mary sacudió la cabeza.
- Sí que lo eres. -Miró el crucifijo colocado sobre el púlpito y se persignó de nuevo-. Pero
vamos, tenemos que irnos.
- ¿Adónde vamos ahora? -preguntó Ponter. Mary inspiró profundamente.
- A la comisaría de policía.

- «Es importante para ti -repitió Selgan-. Por tanto, es importante para mí.»
Ponter miró al escultor de personalidad.- Eso es lo que dije, sí.
- ¿y ésa era realmente su única motivación para consultar ese libro?
- ¿Qué quiere decir?
- Quiero decir, ¿no era ése el libro que contiene los supuestos acontecimientos históricos que
mencionó usted antes? ¿No era ése el libro que contiene su principal prueba de una vida
después de la muerte?

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- Sinceramente no lo sé -contestó Ponter-. Era un libro bastante grande... no es que fuera
demasiado grueso, pero los símbolos eran muy pequeñitos, y el papel era el más fino que he
visto nunca. Pasará algún tiempo antes de que sea traducido.
- y sin embargo, ¿se sintió impulsado a examinarlo?
- Bueno, había muchos ejemplares en la sala donde estaba esperando a Mare. Uno delante de
cada lugar en los bancos, parecía.
- ¿Ha consultado una versión en audio, como sugirió Mare?
Ponter negó con la cabeza.
- ¿Y sigue intrigado por esta supuesta prueba?
- Siento curiosidad, sí.
- ¿Hasta qué punto? -preguntó Selgan-. ¿Hasta dónde le resulta importante este tema?
Ponter se encogió de hombros.
- Me ha acusado usted antes de tener una mente cerrada. Pero no la tengo. Si hay verdad en
esa ridícula noción, quiero saberlo.
- ¿Por qué?
- Por simple curiosidad.
- ¿Es eso todo? -preguntó Selgan.
- Por supuesto -replicó Ponter-. Por supuesto.

El sargento de guardia miraba a Ponter de arriba abajo.


- Si alguno de ustedes los neanderthales quiere alguna vez un nuevo trabajo -preguntó-, nos
vendría muy bien un centenar en el cuerpo.
Estaban en la comisaría de la División 31 de Norfinch Drive, a sólo unas manzanas de York.
Ponter sonrió torpemente y Mary se rió un poquito. El policía era desde luego uno de los
varones Homo sapiens de aspecto más fuerte que Mary había visto desde hacía mucho tiempo,
pero no había duda de a quién apostaría su dinero en una pelea.
- Bien, señora, ¿qué puedo hacer por usted?
- Hubo una violación la semana pasada en la Universidad de York -dijo Mary-. Apareció en el
periódico del campus, el Excalibur, así que supongo que alguien lo habrá denunciado aquí
también.
- Eso será cosa del departamento del detective Hobbes -dijo el policía. Le gritó a alguien-: Eh,
Johnny, ¿quieres mirar si está Hobbes por ahí?
El otro policía gritó que sí, y unos instantes después un policía de paisano (un hombre blanco
de pelo rojo, de unos treinta años) vino a verlos.
- ¿Qué pasa? -preguntó. Y entonces, al advertir quién era Ponter, exclamó-: ¡Joder!
Ponter sonrió débilmente.
- A la señora le gustaría hablar sobre la violación que hubo en York la semana pasada.
Hobbes indicó pasillo abajo.
- Por aquí -dijo.
Mary y Ponter lo siguieron hasta una pequeña sala de interrogatorios iluminada por paneles
fluorescentes en el techo.
- Esperen un momento, voy a traer el archivo.
Regresó un instante después con un clasificador que colocó en la mesa, ante sí. Se sentó, y
entonces abrió mucho los ojos.
- Dios mío -le dijo a Ponter-, no fue usted, ¿verdad? Cristo, tendré que contactar con Ottawa...
- No -dijo Mary bruscamente-. No, no fue Ponter.
- ¿Sabe quién fue?
- No, pero...
- ¿Sí?
- Pero yo también fui violada en York. Cerca del mismo edificio... el edificio de Ciencias de la
Vida.
- ¿Cuándo?
- El Viernes 2 de Agosto. A eso de las 9:30 / 9:35.
- ¿De la noche?

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- Sí.
- Cuéntemelo todo.
Mary trató de aplicar su objetividad científica a la tarea, pero al final las lágrimas acabaron
corriéndole por las mejillas. Al parecer eso no era raro en la sala de interrogatorios: había una
caja de pañuelos de papel a mano, y Hobbes se los ofreció a Mary.
Ella se secó los ojos y se sonó la nariz. Hobbes tomó unas cuantas notas en las hojas del
clasificador.
- Muy bien -dijo-. Vamos a...
Justo entonces llamaron a la puerta. Hobbes se levantó y la abrió.
Apareció un policía de uniforme que empezó a hablar con Hobbes entre susurros.
De repente, para sorpresa de Mary, Ponter tomó el clasificador de la mesa y hojeó su interior.
Hobbes se dio media vuelta, quizás a una señal del otro policía.
- ¡Eh! -gritó-. ¡No puede usted mirar eso!
- Mis disculpas -dijo Ponter-. Pero no se preocupe. No sé leer su idioma.
Ponter entregó el clasificador, y Hobbes lo recuperó.
- ¿Qué probabilidad hay de que capturen al criminal? -preguntó Ponter.
Hobbes guardó silencio un momento.
- ¿Sinceramente? No lo sé. Tenemos dos denuncias ya, dos violaciones en casi el mismo lugar
con dos semanas de diferencia entre una y otra. Trabajaremos con la policía del campus para
no quitarle ojo al tema. ¿Quién sabe? Tal vez tengamos suerte.
«Suerte», pensó Mary. El policía quería decir que tal vez otra persona fuera atacada.
- Con todo... -continuó Hobbes.
- ¿Sí?
- Bueno, si forma parte de la comunidad de York, tiene que saber que ha aparecido en el
periódico del campus.
- No espera tener éxito -dijo Ponter, simplemente.
- Haremos lo que podamos.
Ponter asintió.

Ponter y Mary regresaron al coche. Esta vez, ella había dejado las ventanillas un poco bajadas,
pero seguía haciendo calor dentro. Insertó la llave y activó el aire acondicionado.
- ¿Bien? -dijo ella.
- ¿Sí?
- Viste el archivo. ¿Algo interesante?
- No lo sé.
- ¿Hay algún modo de que puedas mostrarme lo que vio Hak?
- Aquí no -dijo Ponter-. Está grabando, naturalmente, y le hemos añadido capacidad de
almacenamiento, para que todo lo que vea aquí quede guardado. Pero hasta que podamos
descargar sus grabaciones en mi archivo de coartadas en Saldak, no podremos verlas, aunque
Hak puede describirlas.
Mary miró el antebrazo de Ponter.- ¿Bien, Hak?
El Acompañante habló a través de su altavoz externo.
- Había siete hojas de papel blanco en el clasificador. La proporción entre la altura y la anchura
de la página era de 0,77 a 1. Seis de las páginas parecían preimpresas, con espacios donde se
había escrito texto a mano. No soy experto en esas cosas, pero parecía la misma letra que el
controlador Hobbes estaba usando para tomar sus notas, aunque la tinta era de color distinto.
- ¿Pero no puedes decirme qué ponía en los impresos? -preguntó Mary.
- Podría describírtelo. Lees de izquierda a derecha, ¿verdad? -Mary asintió.
- La primera palabra de la primera página empezaba con un símbolo hecho con una línea
vertical rematada en lo alto por una línea horizontal. El segundo símbolo era un círculo. El
tercero...
- ¿Cuántos símbolos hay en total en el informe?
- Cincuenta y dos mil cuatrocientos doce -dijo Hak.
Mary frunció el ceño.

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- Demasiados para ir trabajando letra a letra, aunque te enseñara el alfabeto. -Se encogió de
hombros-. Bueno, ya veré lo que dice cuando lleguemos a vuestro mundo. -Miró el reloj del
salpicadero-. El viaje hasta Sudbury es largo. Será mejor que nos pongamos en marcha.

29

La última vez que Mary y Ponter habían viajado en este ascensor de metal, ella había
intentado hacerle comprender que le gustaba (de hecho, que le gustaba mucho), pero que no
estaba preparada para iniciar una relación. Le había contado a Ponter lo sucedido en la Univer-
sidad de York, convirtiéndolo en la única persona aparte de Keisha, la consejera del Centro de
Crisis por Violación, a quien Mary se lo había dicho. Las emociones de Ponter reflejaron las de
la propia Mary: confusión general sumada a una profunda ira dirigida contra el violador, fuera
quien fuese, durante aquel trayecto en ascensor, Mary pensaba que estaba a punto de perder
a Ponter para siempre.
Mientras hacían de nuevo aquel largo, larguísimo descenso hasta el fondo de la mina
Creighton, a dos mil metros de profundidad, Mary no podía dejar de recordar aquello, y supuso
que el embarazoso silencio de Ponter significaba que también él lo recordaba.
Había habido ciertas discusiones sobre la posibilidad de instalar un nuevo ascensor de alta
velocidad que condujera directamente hasta la cámara de observación de neutrinos, pero la
logística era formidable. Abrir un nuevo pozo a través de dos kilómetros de granito sería una
empresa colosal, y los geólogos de Inco no estaban seguros de que la roca pudiera soportarlo.
También habían hablado de sustituir él viejo ascensor abierto de Inco por uno más lujoso y
moderno, pero eso presuponía que sólo se utilizaría para subir y bajar al portal. De hecho, la
mina Creighton seguía en activo, extrayendo níquel, y aunque Inco había sido el alma de la
operación, todavía tenían que subir y bajar a cientos de mineros por aquel pozo cada día,
De hecho, a diferencia de la última vez, cuando Mary y Ponter tuvieron la cabina para ellos
solos, ahora compartían el viaje con seis mineros que se dirigían al nivel situado a mil
quinientos metros de profundidad. El grupo estaba bien equilibrado entre quienes miraban
amablemente el suelo de metal pulido (no había ningún indicador de nivel que observar
estudiosamente como se hacía en el ascensor de la oficina) y aquellos que miraban
abiertamente a Ponter.
El ascensor siguió bajando por el pozo, dejando atrás el nivel de los mil trescientos metros:
unos signos pintados en el exterior revelaron la situación. Tras haber sido explotado, aquel
nivel se empleaba ahora como arbolario para cultivar árboles destinados a los proyectos de re-
forestación en los alrededores de Sudbury.
El ascensor se detuvo luego en el nivel que querían los mineros, y la puerta se abrió,
permitiéndoles desembarcar. Mary los vio partir: hombres que antes hubiese considerado
robustos pero que ahora le parecían enclenques comparados con Ponter.
Ponter pulsó el timbre que avisaba al operador del ascensor en la superficie de que los mineros
habían bajado. La cabina volvió a ponerse en marcha. Había demasiado ruido para hablar, de
todas formas: habían mantenido la conversación la última vez prácticamente a gritos, a pesar
de su delicado contenido.
Finalmente, la cabina llegó al nivel de los dos mil metros. La temperatura allí era constante,
unos sofocantes cuarenta y un grados Celsius, y la presión del aire era un treinta por ciento
superior a la de la superficie.
Al menos el transporte había mejorado. En vez de tener que caminar los mil doscientos metros
hasta las instalaciones del ONS, los estaba esperando un vehículo flamante: una especie de
buggy de playa, con una pegatina con el lago del ONS delante. Había otros dos vehículos más
destinados allí también, aunque debían de encontrarse en otra parte.
Ponter le indicó a Mary que ocupara el asiento del conductor.
Mary contuvo una sonrisa: el grandulón sabía un montón de cosas, pero conducir no era una
de ellas. Se sentó junto a ella. Mary tardó un minuto en familiarizarse con el salpicadero y en
leer las diversas advertencias e instrucciones que había pegadas en él. En realidad no era más
difícil que conducir un carrito de golf. Hizo girar la llave (que estaba sujeta al salpicadero por

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una cadena, para que nadie pudiera llevársela accidentalmente) y empezaron a recorrer el
túnel, evitando las vías que usaban las vagonetas. Normalmente se tardaba veinte minutos en
llegar hasta las instalaciones del ONS desde el ascensor, pero el cochecito los llevó allí en
cuatro.
Irónicamente, ahora que se estaba utilizando para viajar a otro mundo, las instalaciones del
ONS no se conservaban en condiciones estériles. Antes, una visita a las duchas era obligatoria,
y aunque todavía estaban disponibles para aquellos que se sentían demasiado sucios después
del viaje desde la superficie, Ponter y Mary pasaron de largo. Y ambas puertas estaban
abiertas, dando a la cámara de vacío que solía quitar la suciedad a los visitantes del ONS.
Ponter entró, y Mary lo siguió.
Dejaron atrás los retorcidos sistemas de fontanería que antes alimentaban el tanque de agua
pesada, y llegaron a la sala de control, en la que, como siempre ahora, había dos soldados
canadienses armados.- Hola, enviado Boddit -dijo uno de los guardias, levantándose de la silla
donde estaba sentado.
- Hola -respondió Ponter, hablando por sí mismo. Había aprendido un par de cientos de
palabras en Inglés ya, que usaba (suponiendo que pudiera pronunciarlas) sin la intervención
de Hak.
- y usted es la profesora Vaughan, ¿verdad? -preguntó el soldado. Sin duda, su rango estaría
anunciado de algún modo en su uniforme, pero Mary no tenía ni idea de cómo leerlo.
- Así es.
- La he visto por la tele -dijo el soldado. Es la primera vez para usted, ¿verdad, señora?
Mary asintió.
- Bueno, estoy seguro de que la habrán informado sobre el proceso. Tengo que ver su
pasaporte, y necesito una muestra de su ADN.
Mary llevaba en efecto el pasaporte. Se lo había sacado para su primer viaje a Alemania, para
extraer ADN al espécimen de neanderthal del Rheinisches Landesmuseum, y lo había renovado
desde entonces; ¿por qué los pasaportes canadienses sólo duran cinco años, en vez de los diez
que duran los pasaportes estadounidenses? Lo buscó en su bolso y se lo presentó al hombre.
Irónicamente, parecía más vieja en la foto que en la vida real; se la habían tomado antes de
que empezara a teñirse el pelo para cubrir las canas.
Luego abrió la boca y permitió que el soldado le pasara un bastoncillo por el interior de la
mejilla derecha. La técnica del hombre era un poco burda, pensó Mary: no hay que frotar tan
fuerte para desprender las células.
- Muy bien, señora -dijo el soldado-. Que tenga un buen viaje.
Mary dejó que Ponter la condujera hasta la plataforma de metal que formaba un techo sobre la
caverna de diez pisos de altura que solía albergar el Observatorio de Neutrinos de Sudbury. En
vez de tener que descender por una escotilla de un metro de lado, como había hecho la
primera vez que estuvo allí, habían practicado una gran abertura en el suelo e instalado un
ascensor: Ponter comentó que era nuevo desde su última llegada. El ascensor tenía las
paredes acrílicas transparentes; las había fabricado específicamente para aquel propósito Poly-
cast, la compañía fabricante de los paneles acrílicos de los que estaba compuesta la esfera
contenedora de agua pesada, ahora desmantelada.
El ascensor era la primera de las muchas modificaciones planeadas para aquella cámara. Si el
portal permanecía abierto durante años, la cámara se llenaría con diez pisos de instalaciones,
incluyendo aduanas, salas de hospital, e incluso unas cuantas suites hoteleras. Pero ahora
mismo el ascensor sólo efectuaba dos paradas: en el suelo rocoso de la cámara y, tres pisos
por encima, en la zona de espera construida alrededor del portal. Ponter y Mary se bajaron allí,
en una ancha plataforma de madera con otros dos soldados apostados. En un lado de la pla-
taforma estaban las banderas de las Naciones Unidas y los tres países que habían fundado
conjuntamente el ONS: Canadá, Estados Unidos y Gran Bretaña.
Y, delante de ella, estaba...
Popularmente lo llamaban «el portal», pero a causa del tubo de Derkers que asomaba más
bien parecía un túnel. El corazón de Mary latía con fuerza: podía ver más allá, ver el mundo
neanderthal y...

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«Dios mío -pensó Mary-. Dios mío.»
Una figura fornida había pasado junto al otro extremo del túnel, alguien que trabajaba al otro
lado.
Otro neanderthal.
Mary había visto mucho a Ponter y un poco a Tukana. Con todo, tenía problemas para aceptar
de verdad que había millones de otros neanderthales, pero...
Pero allí había otro, al fondo del túnel.
Inspiró profundamente y, como Ponter indicaba galante que fuera ella primero, Mary Vaughan,
ciudadana de una Tierra, empezó a recorrer el puente cilíndrico que conducía a otra Tierra.
Habían colocado una cuña al pie del tubo de Derkers, creando una entrada lisa. Mary vio el
anillo azul que rodeaba el tubo a través de sus paredes blancas translúcidas: el portal en sí, la
abertura, la discontinuidad.
Llegó al umbral de esa discontinuidad, y se detuvo. Sí, Ponter lo había atravesado en ambas
direcciones y, sí, varios Homo sapiens la habían precedido ya, pero...
Mary empezó a sudar, y no sólo por el calor subterráneo.
La mano de Ponter se posó en su hombro. Durante un horrible segundo, Mary pensó que iba a
empujada.
Pero, naturalmente, no lo hizo.
- Tómate tu tiempo -susurró él, en Inglés-. Ve cuando te sientas cómoda.
Mary asintió. Tomó aire y dio un paso al frente.
Sintió como si un tropel de hormigas corretearan por su cuerpo de delante atrás mientras
cruzaba el umbral. Había empezado con un paso lento, pero aceleró rápidamente para poner
punto final a la inquietante sensación.
Y allí estaba, a centímetros, y a decenas de miles de años de divergencia, del mundo que
conocía.
Siguió hasta el final del túnel, oyendo las fuertes pisadas de Ponter tras ella. Y entonces salió a
lo que sabía que debía de ser la cámara de cálculo cuántico. Al contrario que la cavidad del
ONS, que había sido alterada tras su diseño original, el ordenador cuántico de Ponter trabajaba
todavía a pleno rendimiento: de hecho, a Mary le habían dado a entender que, sin él, el portal
se cerraría.
Había cuatro neanderthales delante de ella, todos varones. Uno llevaba un llamativo atuendo
plateado, los otros camisas sin mangas y los mismos extraños pantalones con botas
incorporadas con los que había llegado Ponter. Al igual que él, todos tenían el pelo claro
dividido exactamente por el centro; todos eran enormemente musculosos, con miembros
cortos; todos tenían el entrecejo ondulado; todos tenían enormes narices en forma de patata.
La voz de Ponter sonó tras ella, hablando en lengua neanderthal.
Mary se dio media vuelta, sorprendida. Oía a Ponter susurrar en ese idioma todo el tiempo, y
Hak le traducía las palabras al Inglés a un volumen mucho más alto, pero, hasta ahora, nunca
había oído a Ponter hablar en voz alta y clara en su lengua materna. Lo que dijo debía de ser
una especie de chiste, pues los cuatro neanderthales soltaron graves risotadas.
Mary se apartó de la desembocadura del túnel, dejando pasar a Ponter. Y entonces...
Había oído a Ponter hablar frecuentemente de Adikor, por supuesto, y había comprendido
intelectualmente que Ponter tenía un amante masculino, pero...
Pero, a pesar de sus tendencias liberales, a pesar de todos sus preparativos mentales, a pesar
de los hombres gay que conocía en su Tierra, sintió un nudo en el estómago cuando Ponter
abrazó al neanderthal que debía de ser Adikor. Se abrazaron con fuerza un rato, y la ancha
cara de Ponter se pegó a la peluda mejilla de Adikor.
Mary comprendió de inmediato lo que sentía; pero, Dios, habían pasado décadas desde la
última vez que había experimentado aquella emoción concreta, y se sintió avergonzada. No le
repelía la muestra de afecto hacia el mismo sexo, en absoluto: demonios, no podías zapear
canales en Toronto TV un Viernes por la noche sin encontrarte con alguna película porno gay.
No, estaba...
Era vergonzoso, y sabía que tendría que superarlo rápido si alguna vez quería tener una
relación a largo plazo con Ponter.

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Estaba celosa.
Ponter soltó a Adikor y alzó el brazo izquierdo, volviendo su interior hacia él. Adikor alzó el
brazo en un gesto paralelo, y Mary vio símbolos destellar en el implante Acompañante de cada
uno de los dos hombres. Al parecer, Ponter estaba recibiendo de Adikor sus mensajes
acumulados, a quien habían sido dirigidos en su ausencia.
Bajaron los brazos al mismo tiempo, pero Ponter sólo a medias, y giró el antebrazo por el codo
para señalar a Mary.
- Prisap tah Mare Vonnnn daballita sohl -dijo, pero como no se estaba dirigiendo a ella, Hak no
proporcionó ninguna traducción.
Adikor dio un paso adelante, sonriendo. Tenía un rostro simpático, más ancho que el de
Ponter; de hecho, tan ancho como una fuente y sus ojos redondos eran de un sosprendente
color verde azulado. El efecto general era una versión Picapiedra de la mascota de Pillsbury
Doughboy.
Ponter bajó la voz a un susurro, y la de Hak proporcionó una traducción a volumen normal.
- Mare, éste es mi hombrecompañero, Adikor Huld.
- Cola -dijo Adikor. Y Mary se sorprendió un instante, pero luego comprendió que Adikor
estaba intentando decir «hola» pero no había captado bien el sonido. Con todo se sintió
impresionada, y conmovida, de que hubiera intentado aprender algo de Inglés.
- Hola -dijo Mary-. He oído hablar mucho de ti.
Adikor ladeó la cabeza, presumiblemente escuchando una traducción a través de los implantes
de su Acompañante, y luego, con una respuesta sorprendentemente normal, sonrió, y con su
Inglés cargado de acento, dijo:
- Todo bueno, espero.
Mary no pudo evitar echarse a reír.
- Oh, sí.
- Y éste -dijo la voz de Hak, hablando por Ponter-, es un exhibicionista.
Mary se quedó sorprendida. Ponter se refería al tipo vestido de plateado. No estaba segura de
qué tenía que hacer si el extraño neanderthal se le plantaba delante.
- Mmm, encantada de conocerle.
El desconocido no conocía el truco de susurrar sus propias palabras mientras su Acompañante
las traducía en voz alta. Mary tuvo que esforzarse para separar el neanderthal del Inglés.
- He sabido -captó- que en su mundo podrían llamarme periodista. Voy a sitios interesantes y
dejo que la gente sintonice con lo que emite mi Acompañante.
- Todos los exhibicionistas visten de plata -dijo Ponter-, y nadie más lo hace. Si ves a alguien
vestido así, ten en cuenta que muchos miles de personas te estarán mirando.
- ¡Ajá! -dijo Mary-. Un exhibicionista. Sí, ahora recuerdo que me hablaste de ellos.
Ponter le presentó también a los otros dos neanderthales. Uno era un controlador, al parecer
algo parecido a un policía, y el otro un grueso experto en robótica llamado Dern.
Durante medio segundo, la feminista que había en Mary se molestó porque no había ninguna
mujer presente en las instalaciones cuánticas, pero naturalmente no habría ninguna mujer por
aquí cerca. Sabía que la mina estaba situada más allá del Borde de Saldak.
Ponter condujo a Mary a través de la parrilla de cilindros sujetos al suelo, subieron un corto
tramo de escaleras, atravesaron una puerta y llegaron a la sala de control. Mary estaba
helada; a los neanderthales no les gustaba el calor, y para ellos aquí abajo haría tanto calor
como en el mundo de Mary. Estaba claro que refrigeraban el resto de las instalaciones; de
hecho, Mary bajó la mirada y se avergonzó al ver que los pezones se marcaban contra su top.
- ¿Cómo mantenéis aquí el frío? -preguntó.
- Bombas de calor superconductoras -dijo Ponter-. Funcionan como un hecho científico
establecido.
Mary contempló la sala de control. Le sorprendió ver lo extrañas que parecían las consolas.
Nunca había pensado en el hecho de que los diseñadores industriales humanos hubieran
decidido arbitrariamente qué aspecto debían tener los instrumentos, que sus diseños de «alta
tecnología» eran solo una forma posible. En vez del metal pulido y los colores negros y lisos de
tantos equipos humanos, estas consolas eran principalmente de un rosa coral, sin esquinas y

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con pocos controles, de los que había que tirar en vez de pulsar. No vio pantallas de plasma, ni
diales, ni interruptores. En cambio, los indicadores parecían ser reflectantes, en vez de
luminosos, y los textos aparecían con símbolos azules oscuros sobre un suave fondo gris;
pensaba que tendrían etiquetas preimpresas, pero las filas de caracteres no paraban de
cambiar.
Ponter le hizo atravesar rápidamente la pequeña sala, y llegaron a la zona de
descontaminación. Antes de que ella se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, Ponter se
desabrochó los cierres de los hombros y se quitó la camisa. Un segundo después, se quitó los
pantalones. Metió la ropa en un cesto cilíndrico y entró en la cámara, que tenía un suelo
circular. Ponter permaneció quieto mientras el suelo giraba lentamente, presentándole a Mary
su ancha espalda (y todo lo que había debajo) y luego su ancho pecho (y todo lo que había
debajo también). Ella vio los emisores láser golpeando el lado opuesto, pasando a través del
cuerpo de Ponter como si ni siquiera estuviese allí, pero, así lo comprendió, eliminando
biomoléculas extrañas al hacerlo.
Hicieron falta varios minutos, y varias rotaciones, para que el proceso se completara. Mary
intentó no bajar la vista. Ponter era completamente inconsciente de su situación. Las veces
anteriores que ella lo había visto desnudo había sido a media luz, pero aquí...
Aquí estaba iluminado con toda la intensidad de una película porno. Su cuerpo estaba casi
completamente cubierto de fino vello amarillo, sus músculos abdominales eran firmes, sus
pectorales casi lo hacían parecer pechugón y... y apartó los ojos; sabía que no tendría que
haber estado mirando.
Finalmente, Ponter terminó. Salió de la cámara y le indicó a Mary que era su turno, y de
repente el corazón de Mary dio un vuelco. La habían informado del proceso de
descontaminación, pero...
Pero nunca se le había ocurrido que Ponter la estaría mirando: mientras lo pasaba.
Naturalmente, podía decirle que eso la hacía sentirse incómoda, pero...
Mary inspiró profundamente. En Roma...
Se quitó la blusa y la puso en el mismo cesto que había usado Ponter. Se quitó los zapatos
negros y, después de un gesto de confirmación por parte de Ponter, los puso también en el
cesto. Se quitó entonces los pantalones, y... y allí se quedó, con el sujetador de color crema y
las bragas blancas.
Si los láseres podían eliminar las bacterias y los virus a través de su piel, deberían poder
hacerlo también a través de su ropa interior, pero...
Pero su ropa interior, y toda su ropa, su bolso y su equipaje serían limpiados sónicamente y
expuestos a rayos ultravioleta de alta intensidad. Los láseres eran efectivos eliminando
microbios; no eran suficientemente potentes para acabar con los elementos más grandes que
podía haber en los pliegues del tejido. Todo se les entregaría más tarde, dijo Ponter, después
de una limpieza a conciencia.
Mary se soltó el sujetador. Recordó cuando en la facultad podía pasar la prueba del lápiz, pero
esos días hacía tiempo que habían quedado atrás. Sus pechos no se sostuvieron firmes. Mary
se cruzó por instinto de brazos, pero tuvo que bajarlos para quitarse las bragas. No estaba
segura de si era más digno volverse hacia delante o hacia atrás mientras se las quitaba: de
cualquier forma mostraba un montón de carne con geometría poco halagadora. Por fin, se dio
la vuelta y, rápidamente, se quitó las bragas, irguiéndose lo más rápido que pudo.
Ponter seguía mirando, sonriendo para animarla. Si la fuerte luz la hacía parecer menos
atractiva que la tenue luz de la habitación del hotel, no dio muestras de ello.
Mary puso las bragas en la cesta y entró en la cámara, que inició su humillante rotación. Sí,
ella había mirado a Ponter, pero admirándolo: era, después de todo, muy musculoso y, por
decirlo de manera agradable, estaba muy bien proporcionado.
Pero ella era una mujer en rumbo de colisión con los cuarenta, con diez kilos de más y un vello
púbico que dejaba meridianamente claro que se teñía el pelo de la cabeza. ¿Cómo, en nombre
de Dios, podría Ponter admirar aquella blanda blancura que estaba viendo?
Mary cerró los ojos y esperó a que el procedimiento terminara. No sentía nada: lo que fuera
que los láseres estaban haciendo en su interior era completamente indoloro.

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Por fin, se terminó. Mary salió al otro lado de la cámara, y Ponter la condujo a otra habitación
donde pudieron vestirse. Indicó una pared llena de agujeros cúbicos, cada uno lleno de ropa.
- Prueba con el de arriba a la derecha -dijo Ponter-. Están ordenadas por tamaño: esa ropa
tiene que ser la más pequeña.
«La más pequeña», pensó Mary, y se animó un poco. En este mundo parecía que tendría que
ir de compras a las tiendas infantiles.
Mary se vistió lo más rápido que pudo, y Ponter la condujo hasta el ascensor. Una vez más.
Mary se sorprendió por las diferencias, que saltaban a la vista, entre la tecnología gliksin y la
barast. El ascensor era circular, con un par de pedales en el suelo para hacerla funcionar. Pon-
ter pisó uno de ellos y la cabina empezó a subir. ¡Qué útil era eso cuando tenías las manos
ocupadas! Mary, una vez, había volcado por accidente toda su compra, incluido un cartón de
huevos, en el suelo del ascensor de su apartamento.
Había cuatro varas verticales equidistantes en el interior. Al principio Mary pensó que eran
columnas estructurales, pero no lo eran. Poco después de iniciar la larga subida
(presumiblemente de dos kilómetros, igual que en su Tierra) Ponter empezó a frotarse la
espalda contra uno de los postes. Era un aparato para rascarse la espalda, y parecía una
buena forma de ir matando el tiempo.
Mary preguntó por qué la cabina era circular. ¿No tendería a rotar dentro del hueco?
Ponter asintió con su enorme cabeza.
- Ésa es la idea -dijo Hak, traduciendo por él-. El mecanismo de ascenso está en las paredes
del hueco, en vez de arriba, como en vuestros ascensores. Los canales que guían el ascensor
no son perfectamente verticales. Más bien rotan muy suavemente. En este pozo concreto, el
ascensor empieza encarado al Este en el fondo, pero acabará encarado al Oeste cuando
lleguemos a lo alto.
Durante el trayecto, Mary también tuvo oportunidad de advertir la iluminación que empleaban.
- Dios mío, ¿eso es luciferina?
Un tubo de vidrio corría por el borde superior del cilindro, lleno de un líquido que fluía con una
luz azul verdosa.
Hak pitó.
- Luciferina -repitió Hak-. Es la sustancia que usan las luciérnagas para que sus colas brillen.
- Ah -dijo Ponter-. Sí, es una reacción catalítica similar. Es nuestra principal fuente de
iluminación interna.
Mary asintió para sí. Naturalmente, los neanderthales, adaptados a un entorno frío, no
querrían bombillas incandescentes que desprendieran más calor que luz. La reacción
luciferina/luciferasa era casi al cien por ciento eficaz, y producía luz casi sin ningún calor.
El ascensor continuó subiendo, la iluminación verdiazul hacía que la pálida piel de Ponter
pareciera extrañamente plateada y sus iris marrón dorado casi amarillos. Agujeros de
ventilación en el techo y el suelo de la cabina creaban una ligera brisa, y Mary sintió un
escalofrío.
- Lo siento -dijo Ponter, advirtiendo su reacción.
- No pasa nada. Sé que os gusta el frío.
- No es eso -dijo Ponter-. Las feromonas se acumulan en un espacio cerrado como éste, y el
trayecto hasta arriba es largo. Los respiraderos se aseguran de que los pasajeros no se
influencien demasiado por los olores de los otros.
Mary sacudió la cabeza, asombrada. Ni siquiera había salido de la mina todavía y ya estaba
abrumada por las diferencias... iY sabía que se dirigía a otro mundo! De nuevo sintió
admiración por Ponter, que había llegado originalmente a la Tierra sin ninguna advertencia,
pero que de algún modo había conseguido mantener la cordura.
Por fin el ascensor llegó a lo alto y la puerta se abrió. Incluso eso sucedió de forma distinta: la
puerta, que parecía de una pieza, se plegó como un acordeón.
Estaban en una cámara cuadrada de unos cinco metros de lado. Sus paredes eran verde lima y
el techo era bajo. Ponter se acercó a un estante y sacó una cajita plana que parecía hecha de
algo parecido a cartulina azul. Abrió la caja y sacó un brillante objeto de metal y plástico.

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- El Gran Consejo Gris se da cuenta de que no tiene más remedio que dejar que la gente de tu
mundo visite el nuestro -dijo Ponter-, pero Adikor me ha dicho que han impuesto una
condición. Tienes que llevar esto puesto.
Alzó el objeto, y Mary vio que era una banda de metal con una de sus caras muy parecida a
Hak.
- Los Acompañantes son normalmente implantes -dijo Ponter-, pero comprendemos que
someter a un visitante esporádico a cirugía es pedir demasiado. Sin embargo, esta banda no
se puede quitar, excepto en esta instalación. Es decir, el ordenador que lleva dentro conoce su
situación y sólo permitirá que se abra aquí.
Mary asintió.- Comprendo.
Extendió el brazo derecho.
- Es usual que el Acompañante vaya en el brazo izquierdo, a menos que quien lo lleva sea
zurdo -dijo Ponter.
Mary apartó el brazo y extendió el otro. Ponter se dispuso a colocarle el Acompañante.
- Hace tiempo que quería preguntarte esto -dijo Mary-. ¿Son diestros la mayoría de los
neanderthales?
- Aproximadamente el noventa por ciento, sí.
- Eso es lo que dedujimos por los hallazgos fósiles.
- ¿Cómo pudisteis deducir eso a partir de los fósiles? No creo que nosotros tengamos ninguna
idea de la distribución de las preferencias de las manos entre los antiguos gliksins en este
mundo.
Mary sonrió, complacida por la ingenuidad de su especie.- Lo supimos por los fósiles de los
dientes.
- ¿Qué tienen que ver los dientes con las manos?
- Se hizo un estudio con ochenta dientes pertenecientes a veinte neanderthales. Verás,
supusimos que con esas mandíbulas enormes que tenéis, probablemente usaríais los dientes
como cepo, para sujetar la piel de las presas mientras les quitabais la carne. Bueno, las pieles
son abrasivas y dejan en los dientes pequeñas marcas. En dieciocho de los individuos, las
marcas se dirigían a la derecha... que es lo que cabe esperar si se usaba un rascador para la
piel con la mano derecha, impulsando la piel en esa dirección.
Ponter puso lo que Mary había aprendido a identificar como un gesto «impresionado»
neanderthal, que consistía en chuparse los labios y arrugar el centro de la ceja.
- Excelente razonamiento -dijo Ponter-. De hecho, todavía hoy en día celebramos fiestas para
despellejar la carne, y las pieles se limpian de esa forma. Naturalmente, hay otras técnicas
mecanizadas, pero esas fiestas son un ritual social.
Ponter se detuvo un instante.- Hablando de pieles...
Se dirigió al otro lado de la habitación, cuya pared estaba cubierta de pieles que colgaban,
según parecía, de perchas sujetas a una barra horizontal.
- Por favor, elije una -dijo-. De nuevo, las de la derecha son las más pequeñas.
Mary señaló una, y Ponter hizo algo que no pudo pillar pero logró que uno de los abrigos se
soltara de la percha. No estaba segura de cómo ponérselo: parecía abierto por un lado, en vez
de por los hombros, pero Ponter la ayudó. Una parte de Mary pensó en poner objeciones:
nunca había vestido pieles naturales en casa, pero aquél era, naturalmente, un lugar distinto.
Desde luego, no era una piel lujosa, como el armiño o la marta; era aspera, de un color
marrón rojizo irregular.
- ¿Qué clase de piel es ésta? -preguntó Mary, mientras Ponter abrochaba los cierres que la
sellaban dentro de la chaqueta.
- Mamut.
Mary abrió mucho los ojos. Puede que no fuera tan bonita como la de armiño, pero un abrigo
de piel de mamut valdría infinitamente más en su mundo.
Ponter no se molestó en buscar una chaqueta para él. Se encaminó hacia la puerta. Ésta era
más normal, sujeta a un simple tubo vertical que la permitía oscilar como si tuviera goznes.
Ponter la abrió y... y allí estaba, en la superficie.
Y de repente toda la extrañeza se evaporó.

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Aquello era la Tierra, la Tierra que ella conocía. El sol, bajo en el horizonte, parecía
exactamente igual que el que estaba acostumbrada a ver. El cielo era azul. Los árboles eran
pinos y abedules y otras variedades que reconoció.
- Hace frío -comentó. En efecto, hacía unos cuatro grados menos que en la superficie de
Sudbury que habían dejado atrás.
Ponter sonrió.
- Es magnífico -dijo.
De repente, un sonido llamó la atención de Mary, y durante un breve instante pensó que tal
vez un mamut se dirigía hacia ellos para vengar a los suyos. Pero no, no era eso. Era un
vehículo aéreo de algún tipo, de forma cúbica pero con las esquinas redondeadas, que sobre-
volaba el terreno rocoso hacia ellos. El sonido que Mary había escuchado parecía proceder de
una combinación de ventiladores soplando hacia abajo, que permitían al vehículo flotar a cierta
distancia de la superficie, y un gran ventilador, como el que usan esas barcazas en las
Everglades, para impulsado en la parte trasera.
- Ah -dijo Ponter-, el cubo de viaje que había pedido.
Mary supuso que lo había hecho con ayuda de Hak, y sin traducir las palabras al Inglés. El
extraño vehículo se posó delante de ellos, y Mary vio que tenía un conductor neanderthal, un
varón fornido que parecía veinte años mayor que Ponter.
El lado claro del cubo se abrió y el conductor le habló a Ponter.
Una vez más, las palabras no fueron traducidas para beneficio de Mary, pero ella imaginó que
eran el equivalente neanderthal de «¿adónde los llevo, jefe?».
Ponter le indicó a Mary que lo precediera.- Ahora -dijo-, déjame mostrarte mi mundo.

30

- ¿Ésta es tu casa? -preguntó Mary.


Ponter asintió. Habían pasado un par de horas visitando algunos edificios públicos, pero ya era
bien entrada la tarde.
Mary se sorprendió. La casa de Ponter no estaba hecha de ladrillo ni piedra, sino
principalmente de madera. Naturalmente, Mary había visto muchas casas de madera (aunque
los planes urbanísticos las prohibían en muchas partes de Ontario), pero nunca una así. La
casa de Ponter parecía haber crecido. Era como si un tronco de árbol muy grueso, pero muy
corto, se hubiera expandido hasta llenar por completo un molde gigantesco con cubos y
cilindros del tamaño de habitaciones, y luego el molde hubiera sido retirado del árbol, cuyo
interior había sido a partir de entonces vaciado parcialmente sin llegar a matarlo. La superficie
de la casa seguía cubierta de oscura corteza marrón, y el árbol en sí parecía vivo aún, aunque
las hojas de las ramas que se extendían a partir de su cuerpo central habían empezado a
cambiar de color para el otoño.
Sin embargo, habían realizado trabajos de carpintería, sin duda.
Las ventanas eran perfectamente cuadradas, presumiblemente talladas en la madera.
También, a un lado de la casa, había una plataforma construida con tablas.
- Es... -los adjetivos luchaban por conseguir la supremacía en la mente de Mary: extraño,
maravilloso, raro, fascinante. Pero lo único que consiguió decir fue-: precioso.
Ponter asintió, En el mundo de Mary hubiesen dicho «gracias» en respuesta a un cumplido
como aquél, pero Mary había aprendido que los neanderthales no reconocían normalmente las
alabanzas que les hacían por cosas de las que no eran responsables. Antes, había dicho que
una de las camisas de Ponter era bastante bonita, y él la miró perplejo, como preguntándose si
alguien querría llevar algo que no fuera bonito.
Mary indicó un gran cuadrado negro en el suelo, junto a la casa: medía tal vez unos veinte
metros de lado.
- ¿Qué es eso? ¿Una zona para aterrizar?
- Sólo incidentalmente. En realidad es un recolector solar. Convierte la luz del sol en
electricidad.
Mary sonrió.

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- Supongo que tendrás que quitarle la nieve de encima en invierno.
Pero Ponter negó con la cabeza.
- No. El hoverbús que nos lleva al trabajo aterriza ahí y usa sus propulsores para despejar la
nieve al hacerlo.
Lo mucho que Mary detestaba acarrear nieve había sido uno de los motivos por los que se
había decidido por un apartamento después de separarse de Colm. Sospechaba que en su
mundo las compañías de transportes pondrían el grito en el cielo si tuvieran que enviar un au-
tobús con una pala delante a las casas de todo el mundo después de una nevada.
- Vamos -dijo Ponter, caminando hacia la casa-. Entremos.
La puerta de la casa cedió hacia dentro. Las paredes interiores eran de madera pulida: la
sustancia del árbol que las rodeaba. Mary había visto cientos de habitaciones pintadas en
madera antes, pero nunca una donde las vetas dibujaran una pauta continua por todas las
paredes. Si no hubiera visto primero la casa desde fuera, se habría sentido anonadada por la
forma en que se había conseguido el efecto. Se habían abierto pequeños agujeros en las
paredes, en diversos puntos, que contenían esculturas y adornos.
Al principio Mary creyó que el suelo estaba cubierto por una alfombra verde, pero no tardó en
darse cuenta de que era hierba. Se encontraba en lo que parecía ser un salón. Había un par de
sillas de forma extraña, y un par de sofás brotaban de las paredes. No había cuadros, pero
todo el techo había sido pintado con un complejo mural, y..
Y de repente a Mary la sangre se le heló en las venas. Había un lobo dentro de la casa.
Mary se quedó inmóvil, el corazón redoblando.
El lobo empezó a atacar, corriendo hacia Ponter.
- ¡Cuidado! -gritó Mary.
Ponter se volvió y cayó de espaldas contra uno de los sofás...
El lobo estaba sobre él, las fauces completamente abiertas y... y Ponter se reía mientras el
lobo le lamía la cara.
Ponter repetía un puñado de palabras una y otra vez en su propio idioma, pero Hak no las
traducía. De todas formas, el tono era de divertido afecto.
Después de un momento, se quitó el lobo de encima y se puso en pie. La criatura se volvió
hacia Mary.
- Mare -dijo Ponter-, ésta es mi perra, Pabo.
- ¡Una perra! -exclamó Mary. El animal era completamente lupino, por lo que veía: salvaje,
hambriento, depredador.
Pabo se tendió junto a Ponter y, alzando el hocico, dejó escapar un largo y fuerte aullido.
- ¡Pabo! -la riñó Ponter. Y su siguiente palabra debió de ser el equivalente neanderthal a
«¡compórtate!». Le sonrió a Mary, pidiendo disculpas-. Nunca había visto a un gliksin.
Ponter le acercó el animal. Mary notó que la espalda se le envaraba y trató de no temblar,
mientras el dentudo animal, que debía de pesar al menos cincuenta kilos, la olisqueaba de
arriba abajo.
Ponter le habló a la perra unos instantes, palabras sin traducir, en el mismo tono afectuoso
que en el mundo de Mary se empleaba para hablar con las mascotas.
En ese momento entró Adikor, procedente de otra habitación.- Hola, Mare -dijo-. ¿Has
disfrutado del paseo?
- Mucho.
Ponter se acercó a Adikor y lo envolvió en un abrazo. Mary apartó la mirada un momento pero,
cuando volvió a mirar, los dos estaban de pie, el uno aliado del otro, de la mano.
Mary sintió de nuevo los retortijones de los celos, pero...
No, no. Sin duda eso no estaba bien por su parte. Evidentemente Ponter y Adikor se estaban
comportando como hacían siempre, sinceros en su mutuo afecto.
Y sin embargo...
Y sin embargo, ¿había iniciado Adikor el abrazo? ¿O Ponter? Sinceramente, no podía decirlo. Y
se habían entrelazado las manos mientras ella no miraba; no podía decir quién había
extendido la mano hacia quién. Tal vez Adikor estaba marcando su territorio, haciendo una
demostración ante Mary de su relación con Ponter.

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Pabo, convencida, ahora al parecer de que Mary no era ningún monstruo, se apartó y se subió
a uno de los sofás que crecían, literalmente , de la pared.
- ¿Te gustaría ver el resto de la casa? -preguntó Ponter.
- Claro.
La condujeron a una zona (en realidad no era una habitación independiente) que debía de ser
la cocina. Una lámina de vidrio cubría el suelo de hierba. Mary no reconoció ninguna de las
instalaciones, pero supuso que el pequeño cubo debía de ser algo parecido a un horno
microondas, y la unidad grande, consistente en dos cubos idénticos superpuestos, algún tipo
de frigorífico. Expresó en voz alta estas suposiciones, y Adikor se echó a reír.
- En realidad, eso es un horno láser -dijo, indicando la unidad pequeña-. Utiliza la misma
rotación de frecuencias que empleamos en el esterilizador que ya conoces, pero en este caso
para que cocine la carne de manera uniforme por dentro y por fuera. Y ya no usamos la
refrigeración para almacenar comida, aunque solíamos hacerlo. Eso es una caja de vacío.
- Ah -dijo Mary. Se volvió, y se llevó una sorpresa. Ocupaban una pared cuatro pantallas
perfectamente cuadradas y planas, cada una mostrando una imagen distinta del mundo
neanderthal. Desde el principio le habían preocupado los aspectos orwellianos de la sociedad
neanderthal, pero no esperaba que Ponter se dedicara a vigilar a sus vecinos.
- Eso es el mirador -dijo Adikor, reuniéndose con ellos-. Así es como seguimos a los
exhibicionistas.
Se acercó al cuarteto de monitores e hizo un ajuste. De repente, los cuatro cuadrados se
fundieron en uno solo, con una visión ampliada del exhibicionista que estaba en la parte
inferior derecha.
- Éste es mi favorito -dijo Adikor-. Hawst siempre está haciendo algo interesante. -Observó la
imagen un momento. Ah, está en un partido de daybatol.
- Vamos -dijo Ponter, haciendo señas para que los dos lo siguieran. Su tono sugería que, en
cuanto Adikor empezaba a ver un partido de daybatol, era difícil apartarlo del mirador.
Mary y Adikor lo siguieron. La siguiente habitación era indudablemente su dormitorio/cuarto de
baño. En ella una gran ventana daba a un arroyo, y un hueco cuadrado lleno de cojines
también cuadrados formaba una gran superficie para dormir. Encima había unos cuantos
almohadones en forma de disco. A un lado de la habitación había un pozo circular, de nuevo
hundido en el suelo.
- ¿Eso es el baño? -preguntó Mary.
Ponter asintió.
- Puedes usarlo, si quieres. Mary negó con la cabeza.- Más tarde, tal vez.
Su mirada se posó en la cama, e imágenes de Ponter y Adikor, desnudos y enzarzados en
actos sexuales, se formaron en su mente.
- Y ya está -dijo Ponter-. Esto es nuestro hogar.
- Vamos -dijo Adikor-. Volvamos al salón.
Así lo hicieron, siguiendo a Ponter. Adikor espantó a Pabo de uno de los sofás y se tumbó de
espalda en él. Ponter indicó a Mary que ocupara el otro sofá. Tal vez estar tumbado era la
postura normal de descanso de los neanderthales; desde luego, sería la mejor manera de con-
templar los murales del techo.
Mary ocupó en efecto el otro sofá, pensando que Ponter se sentaría a su lado. Pero en cambio
se acercó al lugar donde Adikor estaba sentado y le dio un golpecito afectuoso en la cabeza.
Adikor se enderezó. Mary esperaba que se sentara adecuadamente, pero en cuanto Ponter
tomó asiento en el extremo del sofá, Adikor volvió a tenderse, colocando la cabeza sobre el
regazo de Ponter.
Mary sintió un nudo en el estómago. De todas formas, Ponter probablemente no había traído
hasta entonces a su casa a una mujer con la que estuviera relacionado sentimentalmente.
- Bien, ¿qué te parece nuestro mundo hasta ahora? -preguntó Ponter.
Mary aprovechó la oportunidad para apartar la mirada de Ponter y Adikor, como si tuviera la
necesidad de visualizar mentalmente todo lo que ya había visto.
- Es... -Se encogió de hombros-. Diferente.
Y entonces, advirtiendo que eso podía parecer ofensivo, añadió rápidamente:

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- Pero bonito. Muy bonito. Hizo una pausa.- Limpio.
Su propio comentario la hizo reír por dentro. Limpio. Eso era lo que decían siempre los
americanos cuando visitaban Toronto. ¡Qué ciudad tan limpia tienen!
Pero Toronto era una pocilga comparada con lo que Mary había visto de Saldak. Siempre había
pensado que era económicamente imposible que una gran población de humanos no tuviera un
efecto devastador sobre el medio ambiente, pero...
Pero no era una gran población lo que hacía esas cosas. Más bien era una población en
crecimiento constante. Con sus generaciones discretas, parecía que los neanderthales habían
disfrutado de un crecimiento cero de la población desde hacía siglos.
- Nos gusta -dijo el recostado Adikor, al parecer intentando continuar la conversación-. Y,
naturalmente, es por eso que es como es.
Ponter acarició el pelo de Adikor.
- Su mundo tiene también sus encantos.
- Tengo entendido que vuestras ciudades son mucho más grandes -dijo Adikor.
- Oh, sí -contestó Mary-. Muchas tienen millones de habitantes. Toronto, de donde yo soy,
tiene casi tres millones.
Adikor sacudió la cabeza adelante y atrás sobre el regazo de Ponter.
- Sorprendente.
- Te llevaremos al Centro después de cenar dijo Ponter-. Las cosas son más compactas allí; los
edificios sólo están separados unas decenas de pasos.
- ¿Es ahí donde se celebrará la ceremonia de la unión? -preguntó Mary.
- No, eso ocurrirá a medio camino entre el Centro y el Borde.
De repente Mary reparó en algo.
- Yo... no he traído nada bonito que llevar.
Ponter se echó a reír.
- No te preocupes. Nadie podrá decir qué ropa gliksin es normal y cuál es para ocasiones
especiales. A nosotros todas nos parecen raras.
Bajó la cabeza, mirando a Adikor a la cara.
- Por cierto, mañana tienes una reunión con el Consorcio Fluxata no, ¿no? ¿Qué vas a ponerte?
En vez de apartar a Mary de la conversación, Hak continuó traduciendo.
- No lo sé -dijo Adikor.
- ¿Y la pelliza verde? -dijo Ponter-. Me gusta cómo te marca los bíceps y...
De repente, Mary no pudo soportarlo más. Se puso en pie de un salto y se acercó a la puerta.
- Lo siento -dijo, intentando controlar su respiración, intentando calmarse-. Lo siento mucho.
Y salió a la oscuridad.

31

Ponter siguió a Mary al exterior, cerrando la puerta tras él. Mary temblaba. A Ponter no parecía
molestarle en lo más mínimo el aire de la noche, pero era claramente consciente de la reacción
de Mary al fresco. Se acercó, como para rodeada con sus enormes brazos, pero Mary sacudió
los hombros violentamente, rechazando su contacto, y se apartó de él, mirando el paisaje.
- ¿Qué ocurre? -preguntó Ponter.
Mary tomó aire y lo expulsó lentamente.
- Nada.
Sabía que parecía petulante, y se odió a sí misma por ello. ¿Qué ocurría? No era una sorpresa
que Ponter tuviera un amante masculino pero...
Pero una cosa era saberlo en abstracto, y otra verlo en vivo.
Mary estaba sorprendida consigo misma. Se había sentido más celosa que la primera vez que
vio a Colm con su nueva novia después de separarse de él.
- Nada -repitió.
Ponter habló en su propia lengua, con una voz que parecía a la vez confusa y triste. La
traducción de Hak tenía un tono más neutral.
- Lamento si te he ofendido... de algún modo.

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Mary contempló el cielo oscuro.
- No es que esté ofendida. Es que... -Hizo una pausa-. Va a costarme acostumbrarme a esto.
- Sé que tu mundo es diferente al nuestro. ¿Estaba mi casa demasiado oscura para ti?
¿Demasiado fría?
- No es eso -contestó Mary, y se dio la vuelta lentamente-. Es... Adikor.
Ponter alzó la ceja...
- ¿No te gusta?
Mary negó con la cabeza.
- No, no. No es eso. Parece bastante simpático. -Volvió a suspirar-. El problema no es Adikor.
Sois tú y Adikor. Es verlos a los dos juntos.
- Es mi hombrecompañero -dijo Ponter, simplemente.
- En mi mundo, la gente sólo tiene un compañero. No me importa si es alguien del sexo
opuesto, o alguien del mismo sexo. -Estuvo a punto de añadir «de verdad que no me importa»
pero temió que eso fuera protestar demasiado-. Pero que nosotros seamos... bueno, lo que
sea que seamos, mientras estás relacionado con alguien más es... -Guardó silencio, luego se
encogió de hombros-. Es difícil. Y tener que verlos a los dos dándoos muestras de afecto...
- Ah -dijo Ponter, y entonces, como si el primer comentario no hubiera sido suficiente, repitió-:
Ah.
Guardó silencio un rato.
- No sé qué decirte. Quiero a Adikor y él me quiere a mí.
Mary quiso preguntarle cuáles eran sus sentimientos hacia ella, pero aquél no era buen
momento: probablemente lo había repelido con su estrechez de miras.
- Además -dijo Ponter-, dentro de una familia no hay malos sentimientos. Sin duda no te
sentirías herida si yo me mostrara afectuoso con mi hermano o mis hijas o mis padres.
Mary lo consideró en silencio y, al cabo de unos instantes, Ponter continuó:
- Tal vez es una tontería, pero tenemos un dicho: el amor es como los intestinos, siempre hay
de sobra.
Mary tuvo que reírse, a su pesar. Pero fue una risa incómoda que hizo que se le saltaran las
lágrimas.
- Pero no me has tocado desde que llegamos aquí. Ponter abrió mucho los ojos.
- Dos no son Uno.
Mary permaneció callada un buen rato.
- Yo... las mujeres gliksins... y los hombres gliksins también... necesitamos afecto todo el
tiempo, no sólo cuatro días al mes.
Ponter inspiró profundamente y resopló.- Normalmente...
Se calló, y la palabra quedó flotando entre ellos. Mary sintió que el pulso se le aceleraba.
Normalmente, allí una persona tenía dos compañeros, masculino y femenino. Una mujer
neanderthal no carecía de afecto... pero durante la mayor parte del mes éste procedía de su
mujercompañera.
- Lo sé -dijo Mary, cerrando los ojos-. Lo sé.
- Tal vez esto sea un error -dijo Ponter, tanto para él como para Mary, parecía, aunque Hak
tradujo diligentemente sus palabras-. Tal vez no debería haberte traído aquí.
- No -dijo Mary-. Quería venir y me alegro de haberlo hecho. Lo miró, contemplando sus ojos
dorados.
- ¿Cuánto tiempo falta hasta la próxima vez que Dos se conviertan en Uno? -preguntó.
- Tres días. Pero... -Ponter hizo una pausa, y Mary parpadeó-. Pero supongo que no le hará
daño a nadie si te muestro afecto antes de entonces.
Abrió sus enormes brazos y, al cabo de un momento, Mary se dejó envolver en ellos.

Mary, naturalmente, no podía alojarse con Ponter, pues Ponter vivía en el Borde, que era la
provincia exclusiva de los varones. Adikor sugirió la solución perfecta: que Mary se alojara con
su mujercompañera, Lurt Fradlo. Después de todo, era química, según definían el término los
neanderthales: alguien que trabajaba con moléculas. y Mary, según esa definición, era un tipo
de química especializada, dedicada al ácido desoxirribonucleico.

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Lurt se mostró de acuerdo inmediatamente: ¿qué científico de cada mundo no saltaría ante la
posibilidad de albergar a uno del otro? y así, Ponter hizo que Hak llamara a un cubo de viaje y
Mary se dirigió al Centro.
El cubo lo conducía casualmente una mujer... o tal vez Hak lo había solicitado así; después de
todo, la inteligencia artificial sabía todo lo que sabía Ponter sobre la violación de Mary. El
Acompañante extraíble de Mary había recibido la base de datos de Hak, y Mary aprovechó ese
hecho ahora para conversar con la conductora durante el trayecto.
- ¿Por qué tienen sus coches forma de cubo? -preguntó-. No parece muy aerodinámico.
- ¿Qué forma deberían tener? -preguntó la conductora, que tenía una voz casi tan grave como
la de Ponter y tan sonora como la de Michel Bell cuando cantaba Old Man River
- Bueno, en mi mundo son redondeados y... -pensó brevemente... en Monty Python-, son finos
por un extremo, gruesos por el centro, y finos de nuevo por el otro extremo.
La conductora tenía el pelo corto más oscuro que Mary había visto hasta ahora en un
neanderthal, lo que quería decir que era del color del batido de chocolate. Sacudió la cabeza.
- Entonces, ¿cómo los almacenan?
- ¿Almacenar? -repitió Mary.
- Sí. Ya sabe, cuando no se usan. Nosotros los almacenamos unos encima de otros, y los
apilamos unos junto a otros. Eso reduce la cantidad de espacio que hay que reservar para
acomodarlos.
Mary pensó en todo el terreno que su mundo gastaba en aparcamientos.
- Pero... ¿pero cómo saca su propio coche cuando lo necesita, si está al fondo de la pila?
- ¿Mi propio coche? -repitió la conductora.
- Sí. Ya sabe, el coche que le pertenece.
- Todos los coches pertenecen a la ciudad -dijo la conductora-. ¿Por qué querría yo poseer
uno?
- Bueno, no sé...
- Quiero decir, son caros de fabricar, al menos aquí.
Mary pensó en las letras mensuales de su coche.- En mi mundo también.
Contempló el paisaje. En la distancia, otro cubo de viaje volaba bajo, viajando en dirección
contraria. Mary se preguntó qué habría pensado Henry Ford si alguien le hubiera dicho que, un
siglo después de lanzar el Modelo T, la mitad de la superficie de las ciudades estaría dedicada
a acomodar el movimiento o el almacenamiento de coches, que los accidentes con ellos serían
la principal causa de muerte de los varones menores de veinticinco años, que contaminarían
más el aire que todas las fábricas y hornos del mundo juntos.
- ¿Entonces por qué poseer un coche? -preguntó la mujer neanderthal.
Mary se encogió un poco de hombros.- Nos gusta poseer cosas.
- A nosotros también. Pero no se puede usar un coche diez décimos al día.
- ¿No les preocupa que el tipo que usó el coche antes de que lo haya, bueno, dejado en mal
estado?
La conductora manejó la barra de control, haciendo virar el cubo para evitar un grupo de
árboles que había por delante de nosotros, simplemente levantó en silencio el brazo izquierdo,
como si eso lo explicara todo.
Y Mary supuso que así era. Nadie ensuciaría ni estropearía un vehículo público, si supiera que
un completo registro visual de lo que había hecho se transmitía automáticamente a los
archivos de coartadas. Nadie podría robar un coche, ni usar un coche para cometer un crimen
y los implantes Acompañantes probablemente llevaban la cuenta de todo lo que llevabas
encima al subir a un coche; habría pocas posibilidades de dejarse accidentalmente el sombrero
y tener que localizar el mismo coche utilizado antes.
Había oscurecido mucho. Mary se sorprendió al advertir que el coche ya no sobrevolaba el
yermo paisaje, sino que ahora se encontraba en el grueso del Centro de Saldak. Casi no había
luces artificiales; Mary vio que la conductora no miraba por el frontal transparente del cubo de
viaje, sino que consultaba una pantalla cuadrada de infrarrojos situada en un panel que tenia
delante.
El coche se posó en el suelo, y un lado se desplegó, abriendo el interior a la gélida noche.

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- Ya estamos -dijo la conductora-. Es esa casa de ahí.
Señaló una extraña estructura apenas visible a una docena de metros de distancia.
Y Mary le dio las gracias y se bajó. Había planeado echar una carrera hasta la casa, pues le
parecía bastante desconcertante estar al aire libre de noche en aquel extraño mundo, pero se
detuvo en seco y alzó la mirada.
Las estrellas en el cielo eran gloriosas, la Vía Láctea claramente visible. ¿Cómo la había
llamado Ponter aquella noche, allá en Sudbury? «El río nocturno» eso era.
Y allí estaba la Osa Mayor; la Cabeza del Mamut. Mary trazó una línea imaginaria desde las
estrellas que servían de guía, y rápidamente localizó Polaris, lo que significaba que estaba
mirando al Norte. Buscó en su bolso la brújula que había traído consigo a petición de Jock Krie-
ger, pero estaba demasiado oscuro para distinguir su superficie. Así que, después de
regocijarse en los gloriosos cielos, Mary se acercó a la casa de Lurt y le pidió a su
Acompañante que hiciera saber a su ocupante que había llegado.
Un momento después la puerta se abrió, y apareció otra hembra neanderthal.
- Dra Nallo -dijo la mujer, o, al menos, así fue como tradujo la unidad de Mary los sonidos que
hizo.
- Hola -dijo Mary-. Uh, sólo un momentito...
Había luz de sobra asomando por la puerta abierta. Mary miró la aguja de la brújula, y enarcó
las cejas, asombrada. El extremo coloreado de la aguja (azul metálico, opuesto al plateado
simple del otro extremo) señalaba hacia Polaris, igual que habría hecho en el lado de Mary del
portal. A pesar de lo que había dicho Jock, parecía que aquella versión de la Tierra no había
pasado todavía por una inversión de su campo magnético.
Mary pasó una velada agradable en la casa de Lurt, donde conoció a Dab, el hijo de Adikor, y
al resto de la familia de Lurt. El único momento realmente embarazoso fue cuando necesitó ir
al cuarto de baño. Lurt le mostró la cámara, pero Mary se quedó absolutamente aturdida ante
la unidad que tenía delante. Después de contemplarla en blanco durante casi un minuto, volvió
a salir de la cámara y llamó a Lurt.
- Lo siento -dijo Mary-, pero... bueno, no se parece en absoluto a los cuartos de baño de mi
mundo. No tengo ni idea de cómo...
Lurt se echó a reír.
- ¡Lo siento! -dijo-. Ven. Colocas los pies en estos estribos y agarras esas anillas que cuelgan
de esta forma...
Mary advirtió que tendría que quitarse por completo los pantalones para hacerlo, pero había un
gancho en la pared que parecía pensado para sostenerlos. Fue bastante cómodo, aunque soltó
un gritito de sorpresa cuando una especie de esponja húmeda apareció por su propia cuenta
para limpiarla cuando terminó.
Mary advirtió que no había material de lectura en el cuarto de baño. En el suyo, allá en
Toronto, tenía los últimos ejemplares de The Atlantic Monthly, Canadian Geographic, Utne
Reader, Country Music y World or Crosswords. Pero, aunque tuvieran un gran servicio de
fontanería, supuso que los neanderthales, debido a su agudo sentido del olfato, nunca se
entretenían en el cuarto de baño.
Mary durmió esa noche en un montón de cojines dispuestos en el suelo. Al principio le pareció
incómodo: estaba acostumbrada a una superficie más uniformemente plana, pero Lurt le
mostró cómo disponer los cojines, proporcionando apoyo para la espalda y el cuello, separando
las rodillas, y todo lo demás. A pesar de la extrañeza, Mary se quedó rápidamente dormida,
absolutamente exhausta.

A la mañana siguiente, Mary fue con Lurt a su lugar de trabajo, que, al contrario que la
mayoría de los edificios del Centro, estaba hecho completamente de piedra: para contener el
fuego o las explosiones si algún experimento salía mal, explicó Lurt.
Parecía que Lurt trabajaba con otras seis químicas, y Mary empezó a adquirir pronto la
costumbre de clasificarlas por generaciones, aunque en vez de llamarlas 146, 145, 144, 143 Y
142, como hacía Ponter, refiriéndose al número de décadas pasadas desde el inicio de la edad
moderna, Mary pensaba en ellas como mujeres que tenían alrededor de treinta, cuarenta,

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cincuenta, sesenta y setenta años de edad, respectivamente. Y aunque las mujeres
neanderthales no envejecían igual que las hembras Homo sapiens (algo en la forma en que el
arco ciliar tiraba de la piel de la frente parecía impedir que se les marcaran las arrugas allí),
Mary no tenía problemas para saber a qué grupo pertenecía cada una. De hecho, con las
generaciones nacidas a intervalos de diez años, la idea de intentar engañar a nadie con la edad
sin duda no se le había ocurrido a ninguna hembra neanderthal.
Con todo, Mary no tardó mucho en dejar de pensar que quienes trabajaban en el laboratorio
de Lurt eran neanderthales y empezó a consideradas sólo mujeres. Sí, su aspecto era
sorprendente (mujeres que parecían jugadoras de rugby, mujeres con la cara velluda), pero su
talante era decididamente... bueno, no femenino, pensó Mary: esa palabra estaba cargada de
demasiadas expectativas. Pero sí de fémina: agradables, cooperativas, habladoras, colegiadas
en vez de competitivas y, en conjunto, muy divertidas.
Naturalmente, Mary pertenecía a una generación (era de esperar que la última de su mundo)
donde muchas menos mujeres se dedicaban a las ciencias que los hombres. Nunca había
estado en un departamento donde las mujeres fueran la mayoría (aunque en York se estaban
acercando a eso), y mucho menos que tuvieran todos los cargos. Tal vez en esas
circunstancias, el medio de trabajo sería como en su Tierra también. Mary había crecido en
Ontario, que por razones históricas tenía dos sistemas escolares subvencionados por el
Gobierno, uno «público» (en el sentido estadounidense, no en el británico), y el otro católico.
Como la educación religiosa sólo estaba permitida en instituciones religiosas, muchos padres
católicos enviaban a sus hijos a colegios católicos, pero los padres de Mary (principalmente por
insistencia de su padre) optaron por el sistema público. De todas formas, discutieron cuando
ella tenía catorce años la posibilidad de enviada a una escuela católica femenina. Mary había
estado teniendo problemas con las matemáticas. Sus padres le dijeron que tal vez lo haría
mejor en un entorno sin chicos. Pero al final decidieron mantenerla en el sistema público, ya
que, como dijo su padre, tendría que tratar con hombres después del instituto y bien podía irse
acostumbrando. Y por eso Mary pasó los años de educación secundaria en el instituto East
York, en vez de en el cercano Santa Teresa. Y aunque Mary acabó por superar sus dificultades
matemáticas, a pesar de la educación mixta, a veces se preguntaba por las ventajas de una
escuela sólo para chicas. Desde luego, algunas de las mejores estudiantes de ciencias a las
que había enseñado en York procedían de esas instituciones.
Y, en efecto, tal vez hubiera algo que decir respecto a extender esa idea a la vida adulta, al
puesto de trabajo, dejando que las mujeres trabajaran en un entorno libre de hombres y sus
egos.
Aunque el cómputo de tiempo neanderthal dividía sensatamente el día en diez partes iguales,
empezando por el punto en que era el amanecer en el equinoccio vernal, Mary todavía se
guiaba por su Swatch, en vez de por la crítptica pantalla de su banda Acompañante: después
de todo, aunque había viajado a otro universo, seguía en la misma zona horaria.
Mary estaba acostumbrada al ritmo de las pausas para tomar café por la mañana y por la
tarde, y a una hora para almorzar, pero el metabolismo neanderthal no permitía pasar tanto
tiempo sin comer. Había dos largas pausas en el día de trabajo, una a eso de las once de la
mañana y otra a eso de las tres de la tarde, y en ambos momentos se consumían grandes
cantidades de comida, incluida carne cruda: la misma técnica láser que mataba la infección
dentro de la gente hacía que la comida sin cocinar fuera bastante segura de comer, y las
mandíbulas neanderthales estaban más que preparadas para la tarea. Pero el estómago de
Mary no lo estaba; se sentó junto a Lurt y sus colegas mientras comían, pero imentó no mirar
su comida.
Podría haberse excusado durante las pausas para comer, pero era el momento que Lurt tenía
libre y quería hablar con ella. Le fascinaba lo que sabían los neanderthales de genética, y Lurt
parecía bastante dispuesta a compartirlo libremente todo.
De hecho, Mary aprendió tanto en su corta estancia con Lurt, que estaba empezando a pensar
que cualquier cosa era posible... sobre todo si no había hombres cerca.

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32

Mary había asistido a una docena de bodas a lo largo de su vida: varias católicas, una judía,
una china y unas cuantas por lo civil. Así que creía conocer en términos generales qué cabía
esperar de la ceremonia de unión de Jasmel.
Se equivocaba.
Naturalmente, sabía que esa ceremonia no tendría lugar en nada parecido a una iglesia: los
neanderthales no tenían esas cosas. Sin embargo, esperaba que la celebraran en algún sitio
oficial. En cambio, el acontecimiento tuvo lugar en el campo.
Ponter ya estaba allí cuando el cubo de viaje dejó a Mary; eran los primeros en llegar y, como
no había nadie cerca, se permitieron un largo abrazo.
- Ah -dijo Ponter, cuando se separaron-, ahí vienen.
Hacía un día espléndido. Mary había descubierto que había olvidado sus gafas de sol en el otro
lado, y tuvo que entornar los ojos para ver al grupo que se acercaba. Eran tres mujeres: una
de casi cuarenta años, pensó Mary, otra adolescente y una niña de ocho. Ponter miró a Mary, y
luego a las tres mujeres que se acercaban, y luego de nuevo a Mary. Ella intentó leer la
expresión de su rostro; si él hubiera sido un miembro de su propia especie, le habría parecido
que era de profunda incomodidad, como si se hubiera dado cuenta de que se había visto
envuelto de repente en una situación embarazosa.
Las tres hembras se acercaban caminando, procedentes del Este... del Centro. La mayor y la
más joven no llevaban nada, pero la del centro llevaba una gran mochila sujeta a la espalda.
Al acercarse, la niña pequeña gritó:
- ¡Papá!
Y echó a correr hacia Ponter, quien la recibió con un abrazo.
Las otras dos caminaban más despacio, la hembra mayor al ritmo de la joven, quien parecía
caminar a trompicones debido al peso de la mochila.
Ponter había soltado ya a la niña de ocho años y, tomándola de la mano, se volvió hacia Mary.
- Marc, ésta es mi hija, Mega Bek. Mega, ésta es mi amiga, Mare. Mega había tenido ojos sólo
para su padre hasta ese momento. Miró a Mary de arriba abajo.
- Guau -dijo por fin-. Eres una gliksin, ¿verdad?
Mary sonrió.
- Sí que lo soy -dijo, dejando que su Acompañante tradujera sus palabras a la lengua
neanderthal.
- ¿Querrás venir a mi colegio? -preguntó Mega-. iMe encantaría que te vieran los otros niños!
Mary se sintió un poco sorprendida: nunca se había considerado una atracción.
- Mmm, si tengo tiempo -contestó. Las otras dos neanderthales se acercaron.
- Ésta es mi otra hija Jasmel Ket -dijo Ponter, señalando a la muchacha de dieciocho años.
- Hola -saludó Mary. Miró a la muchacha, pero no tenía ni idea de si era atractiva según los
baremos neanderthales. Fuera como fuese, tenía los sorprendentes ojos dorados de su padre-.
Yo soy... -decidió no avergonzar a la chica diciendo un nombre que no pudiera pronunciar-.
Soy Mare Vaughan.
- Hola, sabia Vaughan -dijo Jasmel, que debía de haber oído hablar de ella antes; de lo
contrario, no hubiese tenido ni idea de cómo pronunciar el apellido de Mare. Y, en efecto, el
siguiente comentario de Jasmel lo confirmó-: Usted le dio a mi padre ese trozo de metal.
Mary se sintió perdida un momento, pero luego comprendió. El crucifijo.
- Sí -respondió.
- La vi una vez -dijo Jasmel-, en un monitor, cuando estábamos rescatando a mi padre, pero...
-Sacudió la cabeza, asombrada-. Incluso así, seguí sin poder creérmelo.
- Bueno, pues aquí estoy -dijo Mary. Hizo una pausa-. Espero que no te importe que haya
venido a tu ceremonia de unión.
Le importara o no, Jasmel tenía la cortesía de su padre.
- No, por supuesto que no. Estoy encantada de que usted esté aquí.
Ponter habló rápidamente, quizá, penso Mary, detectando que su hija estaba secretamente
molesta, y deseando cambiar de tema.

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- Y ésta es, era, la tutora de mi hija. -Miró a la neanderthal de treinta y ocho años-. Yo, ah, no
te esperaba.
El ceño de la mujer neanderthal subió hacia su frente.
- Parece que no -dijo, mirando a Mary.
- Ah -dijo Ponter-, sí, bueno, ésta es Mare Vaughan... la mujer del otro lado de la que te hablé.
Mare, ella es Daklar Bolbay.
- Dios mío -dijo Mary, y su Acompañante pitó, incapaz de traducir la frase.
- ¿Sí? -dijo Daklar, instando a Mary a intentado de nuevo.
- Yo... ah, quiero decir, encantada de conocerla. He oído hablar mucho de usted.
- Y yo de usted -dijo Daklar fríamente. Mary se obligó a sonreír y desvió la mirada.
- Daklar -explicó Ponter-, era la mujercompañera de mi mujercompañera, Klast, y por eso ha
sido tutora de Jasmel. -Se volvió resueltamente hacia Daklar-. Hasta que Jasmel alcanzó la
mayoría de edad al cumplir los 225 meses en primavera, claro.
Mary intentó seguir los matices. Parecía que Ponter estaba diciendo que, puesto que Daklar no
tenía ya ninguna función oficial en la vida de Jasmel, no tendría que haber estado allí. Bueno,
Mary podía comprender la incomodidad de Ponter. Daklar, después de todo, había intentado
que castraran a Adikor.
Pero la incomodidad que Ponter pudiera sentir quedó interrumpida por la llegada de más
gente: un varón y una hembra neanderthales, cada uno de unos cincuenta años.
- Son los padres de Tryon -dijo Ponter-. Bal Durban -continuó, señalando al varón-, y Yabla
Pol. Bal, Yabla, ésta es mi amiga Mare Vaughan.
Bal tenía una voz vibrante.
- No hacen falta las presentaciones -dijo-. La he estado viendo en mi mirador.
Mary trató de contener un escalofrío. Había visto ocasionalmente algún traje plateado, pero no
tenía ni idea de que fuera objeto de la atención de los exhibicionistas.
- ¡Mírese! -dijo Yabla. ¡Todo piel y huesos! ¿Tienen suficiente comida en su mundo?
En toda su vida nadie se había referido a Mary como «piel y huesos», Le gustó como sonaba.
- Sí -dijo, sonrojándose un poco.
- Bueno, esta noche habrá un festín -dijo Yabla-. ¡Una comida no puede deshacer diezmeses
de negligencia, pero será un buen principio!
Mary sonrió amablemente.
Bal se volvió hacia su mujercompañera.- ¿Qué está retrasando a ese hijo tuyo?
- ¿Quién sabe? -respondió Yabla, con amable reproche-. Desde luego, sale a ti.
- Aquí viene -gritó Jasmel, todavía cargada con su pesada mochila.
Mary miró en la dirección que señalaba la muchacha. Una figura emergía en la distancia,
corriendo hacia ellos, con algo grande cruzado sobre los hombros. Sin embargo, parecía que
tardaría varios minutos en alcanzarlos. Mary se inclinó hacia Ponter.
- ¿Cual es el apellido del pretendiente de tu hija?
Ponter frunció el ceño un instante, evidentemcnte escuchando a Hak tratando de sacar sentido
a la pregunta.
- Oh -dijo por fin-. Tryon Rugal.
- No entiendo vuestros nombres -dijo Mary-. Quiero decir, «Vaughan» es el apellido de mi
familia: mis padres, mis hermanos y mi hermana lo comparten.
Se protegió los ojos con una mano para ver al muchacho acercarse. Ponter miraba también
hacia allí, pero su arco ciliar era toda la protección que necesitaba.
- El último nombre, el que se usa por el mundo exterior, lo elige el padre. El primero, el que se
usa por aquellos que uno conoce bien, lo elige la madre. ¿Ves? Los padres viven en la Periferia,
las madres en el Centro. Mi padre escogió Boddit para mí, que significa «maravillosamente
guapo», y mi madre escogió Ponter, que significa «enormemente inteligente».
- Estás bromeando.
Ponter mostró su gigantesca sonrisa.
- Claro que sí. Lo siento, sólo quería que creyeras que es tan impresionante como el tuyo:
«madre de Dios». Ponter significa «luna llena», y Boddit es el nombre de una ciudad de Evsoy,
conocida por sus grandes pintores.

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- Ah -dijo Mary-. Entonces... ¡Dios mío!
- Bueno -dijo Ponter, todavía de broma-, desde luego no como el mío.
- ¡No, mira! -señaló a Tryon.
- ¿Sí?
- ¡Lleva a cuestas el cadáver de un ciervo!
- ¿Has visto? -Ponter sonrió-. Es su ofrenda de caza a Jasmel. y en su mochila, ella tiene su
ofrenda para él.
En efecto, Jasmel abría por fin su mochila. Tal vez, pensó Mary, era tradicional esperar hasta
que el hombre hubiera visto que la mujer había traído sus cosas. Mientras Tryon se acercaba,
Ponter avanzó hacia él y le ayudó a quitarse el ciervo de los hombros.
El estómago de Mary dio un vuelco. La piel del ciervo estaba ensangrentada y media docena
de heridas penetraban su torso. Y, mientras Tryon se agachaba, vio que tenía la espalda
cubierta de sangre de ciervo.
- ¿Tiene que oficiar alguien la ceremonia? -preguntó Mary. Ponter parecía confuso.
- No.
- Nosotros tenemos a un juez o un representante de la Iglesia que se encarga de eso.
- Los juramentos que se hagan Jasmel y Tryon mutuamente quedarán registrados de modo
automático en los archivos de coartadas -dijo Ponter.
Mary asintió. Naturalmente.
Ahora que Tryon se había librado del ciervo, corrió hacia su amada. Jasmel la atrapó con los
brazos abiertos y se fundieron en un fuerte abrazo, y se lamieron el rostro, de manera
bastante apasionada. Mary desvió la mirada.
- Vamos -dijo el padre de Tryon, Bal-. Harán falta décimos para asar ese ciervo. Tendríamos
que empezar ya.
Los dos se separaron. Mary vio que las manos de Jasmel estaban ahora manchadas de rojo
tras acariciar la espalda de Tryon. Eso le repugnó, pero Jasmel se echó a reír cuando se dio
cuenta, sin más.
Y, sin más preámbulos, la ceremonia aparentemente empezó.- Muy bien -dijo Jasmel-. Allá
vamos.
Se volvió hacia Tryon.
- Prometo llevarte en mi corazón veintinueve días al mes, y tenerte en mis brazos cada vez
que Dos se conviertan en Uno.
Mary miró a Ponter. Los músculos de su ancha mandíbula abultaban: evidentemente, estaba
emocionado.
- Prometo -continuó Jasmel-, que tu salud y tu felicidad serán tan importantes para mí como
las mías propias.
Daklar estaba también indudablemente emocionada. Después de todo, según había entendido
Mary, Jasmel y ella habían vivido juntas toda la vida de la muchacha.
Jasmel volvió a hablar.
- Si, en cualquier momento, te cansas de mí, prometo liberarte sin acritud, y con los mejores
intereses de nuestros hijos como mi mayor prioridad.
Mary se sintió impresionada por eso. Cuánto más simple hubiese sido su propia vida si Colm y
ella hubieran hecho un juramento similar. Miró de nuevo a Ponter y...
«¡Jesús!»
Daklar se había situado junto a él y (Mary apenas podía creerlo), ¡los dos estaban tomados de
la mano!
Al parecer ahora le tocaba a Tryon el turno de hablar.
- Prometo llevarte en mi corazón veintinueve días al mes, y tenerte en mis brazos cada vez
que Dos se conviertan en Uno.
«Dos Que Se Convierten En Uno», pensó Mary. Sin duda eso ya había sucedido una vez desde
el primer regreso de Ponter a casa y su reaparición en la Tierra de Mary. Ella había supuesto
que había pasado ese tiempo solo, pero...

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- Prometo -dijo Tryon- que tu salud y tu felicidad serán tan importantes para mí como las mías
propias. Si, en cualquier momento, te cansas de mí -continuó-, prometo liberarte sin dolor, y
con los mejores intereses de nuestros hijos como mi mayor prioridad.
Normalmente, a Mary le hubiese encantado oír unos votos matrimoniales tan equitativos: Colm
había dicho una vez que era una lástima que el ceremonial católico no incluyera «y obedecer».
Pero la idea quedó completamente subordinada a su sorpresa al ver que Ponter y Daklar se
mostraban afectuosos el uno con el otro... iY después de lo que ella le había hecho a Adikor!
La pequeña Megameg sobresaltó a Mary al dar una palmada.- ¡Están unidos! -chilló. Durante
medio segundo, Mary pensó que la niña se refería a Ponter y Daklar, pero, no, no, eso era
ridículo.
Bal se dio una palmada en el estómago.
- ¡Ahora que hemos terminado con esto, pongámonos a trabajar en la preparación del festín!

33

- ¿Qué es usted? ¿idiota? -preguntó Selgan, sacudiendo la cabeza asombrado.


- ¡Daklar no tenía que estar allí! -dijo Ponter-. Una ceremonia de unión implica sólo a los
padres y a los dos hijos que se unen. No hay ninguna función para los compañeros del mismo
sexo de los padres.
- Pero Daklar era tabant de sus hijas.
- De Jasmel no. Jasmel había alcanzado la mayoría de edad. Ya no tenía una tutora legal.
- Pero usted llevó a Mare -dijo Selgan.
- Sí. Y no pido disculpas por eso: era mi derecho llevar a alguien en lugar de Klast. -Ponter
frunció el ceño-. Daklar no debería haber estado allí.
Selgan se rascó la cabeza, donde mostraba menos pelo.
- Ustedes los de las ciencias físicas -dijo, sacudiendo de nuevo la cabeza-, esperan que los
humanos se comporten de manera predecible, que sigan leyes inmutables. Pero no lo hacen.
Ponter hizo una mueca.- A mí me lo va a decir.

Para horror de Mary, se suponía que todos tenían que participar en el despiece del ciervo. Bal
y Yabla, como padres del... del «novio» (Mary no podía dejar de utilizar el término), habían
traído afilados cuchillos de metal, y Bal abrió al ciervo de la garganta a la cola. Mary no estaba
preparada para la visión de tanta sangre y se excusó, apartándose un poco.
Hacía frío allí, en el mundo neanderthal, y la temperatura seguía bajando. El sol está a punto
de ponerse.
Mary estaba de espaldas al grupo, pero al cabo de unos momentos oyó pisadas sobre las
primeras hojas de otoño. Supuso que era Ponter, que venía a ofrecerle consuelo... y una
explicación. Pero el corazón de Mary dio un brinco cuando oyó la grave voz de Daklar.
- Parece incómoda con el deshollamiento del ciervo -dijo.
- Nunca he hecho nada parecido -respondió Mary, dándose la vuelta. Vio que Yabla y la
pequeña Mega estaban recogiendo leña para encender una hoguera.
- No importa. Tenemos un par de manos extra, de todas formas. Al principio Mary pensó que
Daklar estaba haciendo referencia a su propia presencia, que claramente había sorprendido a
Ponter y por tanto, pensó Mary, tal vez estaba dirigiendo una indirecta.
- Ponter me invitó -dijo Mary, molesta por parecer a la defensiva.
- Ya veo.
Mary, sabiendo que lamentaría hacerlo, pero incapaz de detenerse, insistió.
- No comprendo cómo puede ser todo luz y dulzura después de lo que le hizo a Adikor.
Daklar guardó silencio un momento, y Mary fue incapaz de leer su expresión.
- Veo que nuestro Ponter ha estado contándole cosas -dijo por fin la mujer neanderthal.
A Mary no le gustó la expresión «nuestro Ponter», pero no respondió nada. Pasado un
instante, Daklar continuó:
- ¿Qué le dijo exactamente?

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- Que mientras él estuvo en mi mundo, usted acusó a Adikor de su asesinato... ¡Adikor! ¡A
quien Ponter quiere tanto!
Daklar alzó la ceja.
- ¿Le dijo cuál fue la principal prueba contra Adikor?
Mary sabía que Daklar era recolectora, no cazadora, pero se sintió como si la estuvieran
conduciendo a una trampa. Sacudió la cabeza en un arco de pocos grados.
- No había ninguna prueba, porque no hubo ningún crimen.
- No esa vez, no. Antes.
Daklar hizo una pausa y su tono pareció un poco altivo, un poco condescendiente.
- Estoy segura de que Ponter no le ha hablado de su mandíbula fracturada.
Pero Mary quiso asegurar su intimidad con el hombre.- Me lo contó todo. Incluso he visto
radiografías.
- Bueno, entonces debería comprender. Adikor ya había intentado matar una vez a Ponter, así
que...
De repente Daklar se interrumpió y sus ojos se abrieron como platos mientras, al parecer, leía
algún signo en la cara de Mary.
- No sabía que fue Adikor, ¿verdad? Ponter no le confió eso, ¿no? Mary sintió que su corazón
latía velozmente. No fue capaz de dar una respuesta.
- Bueno -dijo Daklar-, entonces yo tengo nueva información que darle. Sí, fue Adikor Huld
quien golpeó a Ponter, en la cara. Entregué como prueba imágenes del archivo de coartadas
de Ponter, donde se mostraba el ataque.
Mary y Colm habían tenido sus problemas (sin duda) pero él nunca le había pegado. Aunque
sabía que era demasiado común, no podía imaginar seguir viviendo con un esposo que abusara
de ella físicamente, pero...
Pero había sido sólo una vez y...
No. No, si Ponter hubiera sido mujer, Mary nunca hubiese perdonado a Adikor por golpearlo
aunque sólo fuese una vez, igual que...
Odiaba pensarlo, lo odiaba cada vez que lo recordaba.
Igual que nunca había perdonado a su padre por haberle pegado una vez a su madre, hacía
décadas.
Pero Ponter era un hombre, era físicamente igual a Adikor y...
y sin embargo, nada, nada excusaba esa conducta. ¡Golpear a alguien a quien supuestamente
amas!
Mary no supo qué responderle a Daklar, y cuando hubo pasado el tiempo suficiente para que
esto resultara obvio, la mujer neanderthal continuó:
- Así que verá, mi acusación contra Adikor no carecía de fundamento. Sí, ahora lo lamento,
pero...
Se calló. Hasta el momento, Daklar no había mostrado ningún reparo en hablar, y por eso
Mary se preguntó qué era lo que dejaba sin decir. Y entonces lo comprendió.
- Pero a usted la cegaba la idea de perder a Ponter.
Daklar ni asintió ni negó con la cabeza, pero Mary supo que había acertado.
- Bueno, pues -dijo Mary. No tenía ni idea de si Ponter le había hablado o no a Daklar sobre su
relación con ella durante la primera vez que fue al mundo de Mary y...
... y sin duda no había tenido oportunidad de hablar con Daklar de la relación que había
cimentado desde entonces, pero...
Pero Daklar era una mujer. Podía pesar más de cien kilos y levantar el doble de esa cantidad,
y podía tener vello suave en las mejillas. Pero era una mujer, un miembro femenino del género
Homo, y sin duda captaba las cosas tan claramente como Mary. Si Daklar no estaba enterada
del interés de Ponter por Mary hasta aquel día, sin duda lo estaba ahora. No sólo por lo
cegadoramente obvio (que Ponter había traído a Mary para ocupar el lugar de su mujer-
compañera muerta en la unión de su hija), sino por cómo Ponter miraba a Mary, lo cerca que
permanecía de ella. Su postura, su lenguaje corporal, sin duda hablaban tan elocuentemente a
Daklar como a Mary.

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- Bien, pues, sí -dijo Daklar, repitiendo las palabras de Mary. Mary miró hacia la fiesta de la
boda. Ponter trabajaba en el ciervo muerto con Jasmel, Tryon y Bal, pero no dejaba de mirar
en su dirección. Si hubiera sido un gliksin, tal vez. Mary hubiese sido incapaz de leer su
expresión a tanta distancia, pero los rasgos de Ponter, y sus emociones, estaban escritos en
mayúsculas en su ancho rostro. Evidentemente, estaba claramente nervioso por la
conversación que Mary y Daklar mantenían... y bien que podía estarlo, pensó Mary.
Centró su atención en la hembra neanderthal que tenía delante, los brazos cruzados delante de
su ancho (pero no particularmente voluminoso) pecho. Mary había advertido que ninguna de
las mujeres que había conocido allí, bueno, destacaban como lo hacía Louise Benoit. Suponía
que con los machos y las hembras viviendo vidas casi separadas, las características sexuales
secundarias no serían tan importantes.
- Él es de mi especie -dijo Daklar, simplemente y en efecto lo era, pensó Mary, pero...
Pero...
Se negó a mirar a Daklar a los ojos y, sin añadir palabra, Mary Vaughan, mujer, canadiense,
Homo sapiens, regresó junto al grupo que arrancaba la piel marrón rojiza del cadáver del
animal que uno de ellos había matado solamente con su lanza.

Mary tuvo que admitir que la comida era excelente: la carne jugosa y sabrosa, y las verduras
también. Le recordó un viaje que había hecho a Nueva Zelanda hacía dos años para asistir a
un congreso: todos habían acudido a un festín hangi maorí.
Pero pronto se terminó y, para sorpresa de Mary, Tryan se marchó con su padre. Mary se
inclinó hacia Ponter.
- ¿Por qué se separan Tryon y Jasmel? -preguntó
Ponter pareció sorprendido.
- Todavía faltan dos días hasta que Dos se conviertan en Uno. Mary recordó las dudas que
había sentido mientras recorría el camino hacia el altar con Colm, todos aquellos años atrás. Si
se lo hubiera pensado bien, podría haberse echado atrás; después de todo, podría haber
conseguido una verdadera anulación católica, no una de las falsas que algún día tendría que
conseguir, si el matrimonio no se hubiera consumado.
Pero... ¡Dos días!
- Entonces... -dijo Mary lentamente y, haciendo acopio de valor, preguntó-: Entonces no
querrás volver a mi mundo hasta cuando termine, ¿no?
- Es un momento muy importante para...
Se calló, y Mary se preguntó si había pretendido terminar la frase con «mi familia» o con
«nosotros»... referido a su especie. Había, después de todo, una gran diferencia en las
palabras...
Mary inspiró profundamente.
- ¿Quieres que me vaya a casa antes de entonces?
Ponter inspiró también y...
- ¡Papá, papá!
La pequeña Megameg corrió hacia su padre. Él se agachó para mirarla directamente a los
ojos.- ¿Sí, pequeña?
- Jasmel va a llevarme a casa ahora.
Ponter abrazó a su hija.
- Te echaré de menos -dijo.
- Te quiero, papá.
- Yo también te quiero, Megameg.
Ella se puso las manos en las caderas.
- Lo siento -dijo Ponter, alzando una mano-. Yo también te quiero, Mega.
La niña sonrió.
- Cuando Dos se conviertan en Uno, ¿podremos ir a otro pícnic con Daklar?
Mary sintió que el corazón le daba un vuelco.
Ponter miró a Mary, y rápidamente bajó la cabeza, de modo que su arco ciliar le ocultó los
ojos.

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- Ya veremos.
Jasmel y Daklar se acercaron. Ponter se enderezó y se volvió hacia su hija mayor.
- Estoy seguro de que Tryon y tú seréis muy felices.
Una vez más, Mary se sintió extrañada por la frase. En su mundo, la palabra «juntos» habría
ido unida a ese deseo, pero Jasmel y Tryon, aunque unidos ahora, iban a pasar la mayor parte
de sus vidas separados. De hecho, presumiblemente Jasmel tendría otra ceremonia de unión
en el futuro, cuando eligiera a su mujercompañera.
Mary sacudió la cabeza. Tal vez sí que sería mejor que volviera a casa.
- Vamos -dijo Daklar, dando un paso al frente y dirigiéndose a Mary-, podemos compartir un
cubo de viaje que nos lleve al Centro. Supongo que volverá a alojarse con Lurt, ¿verdad?
Mary miró un instante a Ponter, pero ni siquiera la novia iba a dormir con el novio esa noche.-
Sí -respondió.
- Muy bien -dijo Daklar-. Vamos.
Se acercó a Ponter y, después de un momento de vacilación, Ponter le dio un abrazo de
despedida. Mary miró hacia otro lado.

Mary y Daklar hablaron poco durante el viaje de regreso. De hecho, después de unos
momentos de embarazoso silencio, Daklar se puso a hablar con la conductora. Mary
contemplaba el paisaje. En Ontario no quedaban prácticamente bosques antiguos, pero aquí
los había en abundancia.
Por fin, la depositaron en la casa de Lurt. La mujercompañera de ésta, y la propia Lurt,
quisieron enterarse de todos los detalles de la ceremonia de unión, y Mary intentó
complacerlas. El joven Dab parecía sorprendentemente bien educado, y permaneció calladito
sentado en un rincón... pero Lurt explicó al cabo de un rato que estaba entretenido en una
historia que le leía su Acompañante.
Mary sabía que necesitaba consejo, pero (¡maldición!) aquellas relaciones familiares eran tan
complejas... Lurt Fradlo era la mujercompañera de Adikor Huld, y Adikor Huld era el hombre-
compañero de Ponter Boddit. Pero, si Mary entendía las cosas correctamente, no había
ninguna relación especial entre Lurt y Ponter, igual que...
Igual que se suponía que no había ninguna relación especial entre Ponter, cuya mujer-
compañera fue Klast Harbin, y Daklar Bolbay, que fue la mujercompañera de Klast.
Y sin embargo resultaba evidente que mantenían una relación especial. Ponter no le había
hecho ninguna mención de ello a Mary durante su primera visita a su Tierra, aunque había
hablado a menudo de lo que consideraba que había perdido al ser transportado desde su
mundo nativo, sin posibilidad aparente de regresar. Había hablado repetidamente de Klast, a
quien ya había perdido, y de Jasmel y Megameg y Adikor. Pero nunca de Daklar... al menos,
no como de alguien a quien echara de menos.
¿Podría ser nueva la relación entre ambos?
Pero si lo era, ¿hubiese dejado Ponter su mundo durante una temporada larga?
No, espera. Espera. No había sido una temporada larga: tres semanas transcurridas entre un
par de Dos Que Se Convierten En Uno. No podría haber visto a Daklar durante ese período
aunque se hubiera quedado en casa.
Mary sacudió la cabeza. Necesitaba no sólo consejo... nccesitaba respuestas.
Y Lurt parecía la única persona que podía proporcionarlas en el poco tiempo que quedaba entre
ese momento y el siguiente Dos Que Se Convierten En Uno. Pero tendría que estar con Lurt a
solas... y no había ninguna posibilidad de lograr eso hasta el día siguiente, en el laboratorio.

•••

Ponter estaba tumbado en un sofá que surgía de la pared de madera de su casa,


contemplando la pintura del techo. Pabo, tendida en el suelo de hierba junto a él, dormía.
La puerta principal se abrió y entró Adikor. Pabo se despertó y corrió a recibirlo.
- Ésa es mi chica -dijo Adikor, agachándose para rascar la cabeza de la perra.
- Hola, Adikor -dijo Ponter, sin levantarse.

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- Hola, Ponter. ¿Cómo ha ido la ceremonia de la unión?
- A ver cómo te lo explico. ¿Qué es lo peor que podría haber pasado?
Adikor frunció el ceño.
- ¿Tryon se clavó la lanza en el pie?
- No, no. Tryon estuvo bien. La ceremonia en sí fue bonita.
- ¿Entonces qué?
- Daklar Bolbay estaba presente.
- Cartilagos -dijo Adikor, sentándose en una silla de horcajadas-. Eso habría sido incómodo
- Ya sabes que dicen que sólo los machos son territoriales, pero...
- ¿Qué pasó?
- Ni siquiera lo sé. No es que Mare y Daklar tuvieran una discusión ni nada por el estilo, pero...
- Pero las dos sabían de la otra.
Ponter se puso a la defensiva, incluso él se daba cuenta.
- No les he ocultado nada a ninguna de las dos. Ya sabes que el interés de Daklar me pilló por
sorpresa y, bueno, entonces no sabía que volvería a ver a Mare. Pero ahora...
- Dos Se Convertirán En Uno pasado mañana. No verás a Jasmel, te lo garantizo. Recuerdo el
primer Dos Que Se Convierten En Uno después de mi unión con Lurt. Apenas salimos a
respirar.
- Lo sé -dijo Ponter-. Y aunque veré a Mega...
- Todavía tendrás que decidir con quién vas a pasar el tiempo... y en casa de quién vas a
dormir.
- Esto es ridículo. No tengo ningún compromiso con Daklar.
- Tampoco lo tienes con Mare.
- Lo sé. Pero no puedo dejarla abandonada durante Dos Que Se Convierten En Uno.
Ponter hizo una pausa, esperando que Adikor no se ofendiera por sus siguientes palabras.
- Créeme, sé lo solitario que uno se siente.
- Tal vez ella debería volver a su casa antes de que llegue ese momento -dijo Adikor.
- No creo que le gustara.
- ¿Con quién quieres estar tú?
- Con Mare. Pero...
- ¿Sí?
- Pero ella tiene su mundo, y yo tengo el mío. Los obstáculos son formidables.
- Si puedo ser tan atrevido, viejo amigo, ¿dónde encajo yo?
Ponter se sentó en el sofá.
- ¿Qué quieres decir? Tú eres mi hombrecompañero. Yo nunca permitiría que eso cambiara.
- ¿No?
- Por supuesto que no. Te quiero.
- Y yo te quiero a ti. Pero me has hablado de las costumbres gliksin. Mare no busca un
hombrecompañero al que pueda ver unos pocos días cada mes, y dudo que quiera encontrar a
una mujercompañera en absoluto.
- Bueno, sí, las costumbres de su gente son distintas, pero...
- Es como los mamuts y los mastodontes -dijo Adikor-. Cierto, se parecen mucho, pero intenta
mezclar un mamut macho con una mastodonte hembra, iY cuidado!
- Lo sé -dijo Ponter-. Lo sé.
- No veo cómo vas a conseguir que funcione.
- Lo sé, pero...
- ¿Puedo decir algo?
Era la voz de Hak.
Ponter se miró el antebrazo izquierdo.
- Claro.
- Sabes que normalmente me mantengo al margen -dijo el Acompañante-. Pero hay un factor
que no estás teniendo en cuenta.
- ¿Sí?

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Hak pasó a los implantes auriculares de Ponter.- Puede que quieras que te diga esto en
privado.
- Tonterías. No tengo secretos para Adikor.
- Muy bien -dijo Hak, pasando al altavoz externo-. La sabia Vaughan se está recuperando de
una experiencia traumática. Sus emociones y su conducta últimamente pueden ser atípicas.
Adikor ladeó la cabeza.
- ¿Qué experiencia traumática? Quiero decir, sé que comer una comida que Ponter haya
ayudado a preparar puede ser devastador, pero...
- Mare fue violada -dijo Ponter-. En su mundo. Justo antes de que yo llegara allí.
- Oh -dijo Adikor, poniéndose serio inmediatamente-. ¿Qué le hicieron al tipo que la violó?
-Nada. Se escapó.
- ¿Cómo es posible... ?
Ponter alzó el brazo izquierdo.
- No hay Acompañantes. No hay justicia.
- Huesos sin tuétano -dijo Adikor-. En qué mundo deben vivir...

34

Al día siguiente, Mary recorrió el pasillo del edificio donde se encontraba el laboratorio,
apartándose para dejar paso a uno de los extraños robots que correteaban por los rincones de
la sociedad neanderthal. Se preguntó por un momento por la economía de aquel mundo.
Tenían IA, incluso robots. Pero también tenían un equivalente a los taxistas: estaba claro que
no todos los trabajos habían sido automatizados.
Mary continuó su camino hasta que llegó a la habitación donde trabajaba Lurt.
- ¿Tienes pensado hacer un descanso pronto? -preguntó, sabiendo lo mucho que ella misma
odiaba que la interrumpieran cuando el trabajo iba bien.
Lurt miró la pantalla de su Acompañante, al parecer consultando la hora.
- Claro -dijo.
- Bien. ¿Podemos ir a dar un paseo? Necesito hablar.
Mary y Lurt salieron al exterior. Lurt adoptó la postura que Mary había visto adoptar
frecuentemente a los neanderthales, inclinando levemente la cabeza hacia delante para que el
ceño proporcionara la máxima sombra a los ojos. Mary se puso una mano por visera, contra la
frente plana, intentando conseguir el mismo efecto. Aunque tenía asuntos más acuciantes en
mente, haberse olvidado las FosterGrants al otro lado empezaba a ser una molestia.
- ¿No tenéis gafas de sol? -preguntó.
- La gente que las necesita para ver, sí.
Mary sonrió.
- No, no, no. -Señaló hacia arriba-. Gafas de sol. Gafas que son oscuras para bloquear parte
de la luz del sol.
- Ah -dijo Lurt-. Sí, esas cosas existen, aunque nosotros las llamamos -había hablado de
corrido, pero hubo una pausa en la traducción mientras el Acompañante de Mary decidía cómo
interpretar lo que Lurt había dicho-: escudos contra el resplandor de la nieve.
Mary lo comprendió de inmediato. Los ceños prominentes protegían eficazmente de la luz
proveniente de arriba, y aunque el ancho rostro y la ancha nariz probablemente protegían los
ojos de la luz reflejada por el suelo, habría veces en que las gafas oscuras serían útiles.
- ¿Es posible conseguirme un par?
- ¿Necesitas dos? -preguntó Lurt.
- Mm, no. Nosotros, ah, nos referimos a las gafas en plural... ya sabes, porque hay dos lentes.
Lurt sacudió la cabeza, pero de buen humor.
- Bien podéis referiros también a un par de «pantalones» -dijo-. Después de todo, tienen dos
perneras.
Mary decidió no insistir.
- En cualquier caso, ¿puedo conseguir un escudo contra el resplandor de la nieve?
- Claro. Hay una pulidora de lentes aquí cerca. Pero Mary vaciló.

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- No tengo dinero... ni forma de pagarlas. Quiero decir, de pagarlo. Lurt indicó el antebrazo de
Mary y, al cabo de un momento, Mary advirtió que indicaba al Acompañante que llevaba allí.
Mary presentó el antebrazo para que Lurt lo inspeccionara. Tiró de un par de diminutos
controles y vio cómo en la pantalla bailaban unos símbolos.
- Lo que imaginaba -dijo Lurt-. Este Acompañante está conectado a la cuenta de Ponter
Puedes adquirir lo que desees, y él lo pagará.
- ¿De verdad? Guau.
- Vamos, la tienda de la pulidora de lentes está por aquí.
Lurt cruzó una ancha franja de alta hierba, y Mary la siguió. Se sentía algo culpable gastando
el dinero de Ponter, dado de lo que quería hablar con Lurt, pero empezaba a dolerle la cabeza
y no quería tratar un tema tan delicado allí donde pudieran oírla las compañeras de Lurt. No,
más que eso: Mary estaba aprendiendo las costumbres neanderthales. Sabía que cuando
estaban bajo techo, O cuando el viento no soplaba, un neanderthal podía saber lo que pensaba
o sentía la persona con la que estaba hablando simplemente inhalando sus feromonas.

32

Mary se sentía en desventaja, y desnuda, en tales circunstancias. Pero ese día soplaba una
buena brisa, y mientras estuvieran caminando Lurt tendría que creer las palabras de Mary.
Entraron en el edificio que había señalado Lurt. Era una instalación grande de tres árboles, tan
juntos que sus ramas se entrelazaban en un único dosel en lo alto.
Mary se sorprendió por lo que veía. Esperaba una especie de óptica del mundo paralelo,
dedicada a las gafas, pero gran parte del negocio de las ópticas se debía a la moda, y los
neanderthales, con su naturaleza conservadora, no seguían moda alguna. También, con una
población más pequeña, la infinita especialización del trabajo al parecer no era posible. Aquella
pulidora de lentes fabricaba todo tipo de aparatos ópticos. Su tienda estaba llena de lo que
eran sin duda telescopios, microscopios, cámaras, proyectores, lupas, flashes y demás. Mary
intentó captarlo todo, segura de que Lilly, Kevin y Frank la coserían a preguntas cuando
regresara al Grupo Sinergia.
Salió una neanderthal mayor. Mary se puso a prueba a sí misma, intentando determinar la
generación de la mujer. Parecía tener más de setenta años, lo que la convertiría en... veamos,
una 142. La mujer abrió mucho los ojos al ver a Mary, pero se recuperó rápidamente.
- Día sano -dijo.
- Día sano -respondió Lurt-. Ésta es mi amiga Mare.
- Sí, en efecto -dijo la 142-. ¡Del otro universo! Mi exhibicionista favorito ha estado mostrando
imágenes suyas desde que llegó.
Mary se estremeció.
- Mare necesita un escudo contra el resplandor de la nieve -dijo Lurt.
La mujer asintió y desapareció un momento en la parte trasera de su tienda. Cuando regresó,
traía un par de lentes oscuras (azul oscuro, no grises o ámbar que era a lo que estaba
acostumbrada Mary), sujetas a una banda ancha que parecía el elástico sacado de un par de
Fruits of the Loom.
- Prúebese esto -dijo.
Mary tomó las lentes, pero no estaba segura de cómo ponérselas.
Lurt se echó a reír.
- Así -dijo, agarrándolas y estirando el elástico hasta que pudo colocárselas fácilmente sobre la
cabeza a Mary.
- Normalmente la banda encaja aquí -dijo Lurt, pasándose el dedo por la depresión de su
prominente ceño y su frente-. Eso impide que resbale.
Y, en efecto, la banda se le resbalaba. La pulidora de lentes también se dio cuenta.
- Déjeme que le traiga uno de niño -dijo, y desapareció otra vez.
Mary intentó no sentirse avergonzada. Los gliksins tenían el cráneo alto; los neanderthales lo
tenían achatado. La mujer regresó con otro par, con una banda elástica menos generosa.
Le quedaban mejor.

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- Puede subir o bajar las lentes, según necesite -dijo la mujer, haciéndole una demostración a
Mary.
- Gracias. Mmm, ¿cómo... ?
- ¿Se paga? -preguntó Lurt, sonriendo-. Sal de la tienda: será cargado a tu cuenta.
Ésa era una buena forma de acabar con los ladrones, pensó Mary.- Gracias -dijo, y ella y Lurt
volvieron a salir al exterior. Con las lentes Mary se sintió mucho más cómoda, aunque el tono
azul que le daban a todo le hacía sentir aún más frío del que ya tenía. Mientras caminaban,
Mary abordó el tema del que quería hablar.
- No sé cuáles son los protocolos aquí. No soy política ni diplomática ni nada por el estilo. Y
desde luego no quiero ofenderte ni ponerte en una situación comprometida, pero...
Caminaban por otra franja de alta hierba, ésta decorada a intervalos con estatuas de tamaño
natural de lo que presumiblemente eran destacadas neanderthales, todas femeninas.
- ¿Sí? -instó Lurt.
- Bueno, me preguntaba por la relación de Ponter con Daklar Bolbay.
- Daklar era la mujercompañera de la mujercompañera de Ponter. Nuestro término técnico
para esa interacción es tulagark. Ponter es el tulagarkap de Daklar, y Daklar es la tulagarlob
de Ponter.
- ¿Eso implica normalmente una... una relación íntima?
- Puede ser, pero no tiene por qué. Ponter es mi propio tulagarkap, después de todo: el
compañero del mismo sexo de mi compañero del sexo opuesto, Adikor. Ponter y yo somos
bastante íntimos. Pero a menudo es una relación meramente cordial, y ocasionalmente un
poco hostil.
- Ponter y Daklar parecen ser... íntimos.
Lurt dejó escapar una fría risa.- Daklar presentó cargos contra mi Adikor en ausencia de
Ponter. No puede existir afecto alguno entre Ponter y Daklar ahora.
- Eso habría pensado yo. Pero lo hay.
- Estás malinterpretando los signos.
- La propia Daklar me lo dijo.
Lurt dejó de caminar, quizá sorprendida, quizá para tratar de olisquear las feromonas de Mary.
- Oh -dijo por fin.
- Sí. Y, bueno...
- ¿Sí?
Mary hizo una pausa, y un gesto para que continuaran caminando. Una nube cubrió el sol.
- No has visto a Adikor desde la última vez que Dos Se Convirtieron En Uno, ¿verdad?
Lurt asintió.
- ¿Has hablado con él?
- Brevemente. Por un asunto referido a Dab.
- ¿Pero no sobre... sobre Ponter... y yo?
- No.
- ¿Estás... estás obligada a compartirlo todo con Adikor? No me refiero a posesiones: me
refiero a conocimiento. Chismes.
- No, por supuesto que no. Tenemos un dicho: «Lo que pasa cuando Dos están separados es
mejor que siga separado.»
Mary sonrió.
- Muy bien, pues. No quiero que Ponter se entere de esto, pero... bueno, yo, mm... me gusta.
- Tiene una agradable disposición -dijo Lurt.
Mary contuvo una sonrisa. El propio Ponter había dicho que no era atractivo según los cánones
de su gente, cosa que a Mary no le importaba ni podía distinguir. Pero las palabras de Lurt le
recordaron lo que normalmente se decía de la gente guapa en su propio mundo.
- Quiero decir... que me gusta mucho -dijo Mary. Dios, se sentía como si tuviera otra vez
catorce años.
- ¿Sí?
- Pero a él le gusta Daklar. Pasaron juntos parte, o tal vez todo el último Dos Que Se
Convierten En Uno.

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- ¿De verdad? Sorprendente.
Lurt se hizo a un lado, dejando paso a un par de mujeres más jóvenes que iban de la mano.
- Naturalmente, el último Dos Que Se Convierten En Uno tuvo lugar antes de reestablecer
contacto con vuestro mundo. ¿Tuvisteis sexo Ponter y tú cuando estuvo allí la primera vez?
Mary se sintió azorada.
- No.
- ¿Y habéis tenido sexo desde entonces? Dos No Se Han Convertido En Uno desde entonces,
pero comprendo que Ponter pasó mucho tiempo en vuestro mundo en el último par de diez
días.
Mary sabía por Ponter que las conversaciones sobre sexo no eran tabú en su mundo. A pesar
de todo notó que las mejillas se le encendían.
- Sí
- ¿Cómo fue? -preguntó Lurt.
Mary lo pensó un segundo, y después, como no tenía ni idea de cómo lo expresaría el
traductor, pero sin tener una palabra mejor a mano, dijo simplemente:
- Caliente.
- ¿Lo amas?
- Yo... no lo sé. Creo que sí.
- No tiene mujercompañera, estoy segura de que lo sabes.
Mary asintió.- Sí.
- No sé cuánto tiempo permanecerá abierto este portal entre nuestros dos mundos -dijo Lurt-.
Puede que sea permanente, puede que se cierre mañana... incluso con tantos de nuestros
principales ciudadanos al otro lado, el portal podría ser inestable. Pero aunque fuera
permanente, ¿pretendes de algún modo vivir una vida con Ponter?
- No lo sé. No sé si es siquiera una posibilidad.
- ¿Tienes hijos?
- ¿Yo? No.
- ¿Y no tienes hombrecompañero?
Mary inspiró profundamente y examinó un puñado de cubos de viaje que pasaban.
- Bueeeeno -dijo-, es complicado. Estuve casada, unida, a un hombre llamado Colm O'Casey.
Mi religión...
Un hliip.
- Mi sistema de creencias no permite una fácil disolución de esas uniones. Colm y yo no
vivimos juntos desde hace años, pero técnicamente seguimos unidos todavía.
- ¿«Vivir juntos»? -repitió Lurt, asombrada.
- En mi mundo, el hombre vive con su mujercompañera.
- ¿Y su propio hombrecompañero?
- No existe. Sólo hay dos personas en la relación.
- Increíble -dijo Lurt-. Yo amo enormemente a Adikor, pero desde luego no querría vivir con él.
- Es la costumbre de mi gente.
- Pero no de la mía -dijo Lurt-. Si fueras a continuar esta relación con Ponter, ¿dónde viviríais
los dos? ¿En su mundo o en el tuyo? Él tiene hijas aquí, lo sabes, y un hombrecompañero, un
trabajo que le gusta.
- Lo sé -dijo Mary con el corazón dolorido-. Lo sé.
- ¿Has hablado con Ponter de algo de esto?
- Iba a hacerlo, pero... pero entonces descubrí lo de Daklar.
- Sería muy difícil que funcionara -dijo Lurt-. Sin duda lo comprendes.
Mary resopló ruidosamente.
- Lo comprendo. -Hizo una pausa-. Pero Ponter no es como los otros hombres que conozco.
Se le ocurrió una comparación tonta: Jane Porter y Tarzán de los monos. Jane se había vuelto
loca por Tarzán, quien en efecto no se parecía a ningún hombre que había conocido. Y Tarzan,
salvaje, criado por simios tras la muerte de sus padres, lord y lady Greystoke, era único,
verdaderamente único. Pero Ponter había dicho que había ciento ochenta y cinco millones de

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habitantes en su mundo, y tal vez todos aquellos hombres eran como Ponter, distintos a los
ásperos, rudos, sañudos y débiles hombres del mundo de Mary.
Pero, al cabo de un momento, Lurt asintió.
- Sí, Ponter tampoco se parece a los otros hombres que conozco. Es sorprendentemente
inteligente y verdaderamente amable. Y...
- ¿Sí? -dijo Mary, ansiosamente.
Pero pasó un rato antes de que Lurt continuara.- Hubo un hecho, en el pasado de Ponter.
Fue... herido.
Mary tocó amablemente el enorme antebrazo de Lurt.
- Sé lo que pasó entre Ponter y Adikor. Lo sé por la mandíbula de Ponter.
Mary vio que la ceja continua de Lurt subía hacia su frente antes de volver su atención hacia el
camino que tenían delante.
- ¿Ponter te lo dijo?
- Lo de la fractura, sí. Yo la había visto en radiografías. No quién se la hizo. Me enteré por
Daklar.
Lurt pronunció una palabra que no fue traducida, y luego dijo:- Bueno, sabes que Ponter
perdonó a Adikor, total y completamente. Es algo que poca gente hubiese hecho. -Hizo de
nuevo una pausa-. Y, supongo, dada su admirable trayectoria en estos asuntos, que no es muy
sorprendente que al parecer haya perdonado a Daklar también.
- Bueno -dijo Mary-, ¿qué debo hacer?
- Ten¡a entendido que tu gente cree en una especie de existencia después de ésta.
Mary se sobresaltó ante el aparente non sequitur.
- Mm,sí.
- Nosotros no, como estoy segura de que te habrá dicho Ponter. Tal vez, si creyéramos que
hay más en la vida que sólo esta existencia, tendríamos una filosofía diferente. Pero déjame
que te cuente cuál es el principio que nos guía.
- Por favor.
- Vivimos nuestras vidas para minimizar los pesares en el lecho de muerte. Eres una 145, ¿no?
- Tengo treinta y nueve... años, quiero decir.
- Sí. Bueno, entonces estás quizás en la mitad de tu vida. Pregúntate a ti misma si... dentro de
otros treinta y nueve años, por usar tus palabras, cuando tu vida esté terminando, lamentarás
no haber intentado conseguir que tu relación con Ponter funcione.
- Sí, eso creo.
- Escucha con atención mi pregunta, amiga Mare. No te estoy preguntando si lamentarías no
intentar esta relación si fuera a tener éxito. Te estoy preguntando si lamentarías no intentarlo
aunque fracase.
Mary entornó los ojos a pesar de que se sentía cómoda tras las lentes azules.
- No estoy segura de entender lo que quieres decir.
- Mi contribución es la química -dijo Lurt-. Ahora. Pero no fue mi primera opción. Quise escribir
historias, crear ficción.
- ¿De verdad?
- Sí. Pero fracasé. No había público para mis relatos, ninguna respuesta positiva a mi trabajo.
Y por eso tuve que hacer una contribución diferente; tenía aptitud para las matemáticas y las
ciencias, y por eso me hice química. Pero no lamento haber intentado y fracasado escribir
ficción. Naturalmente, hubiese preferido tener éxito, pero en mi lecho de muerte sabría que
me sentiría más triste si no lo hubiera intentado nunca, si nunca hubiera intentado ver si
podría tener éxito con eso, en vez de intentarlo y fracasar. Lo intenté... y fracasé. Pero soy
feliz por el conocimiento que obtuve del intento.
Lurt hizo una pausa.
- Obviamente, tú serás más feliz si tu relación con Ponter sale bien. ¿Pero serás más feliz en tu
lecho de muerte, amiga Mare, sabiendo que intentaste una relación a largo plazo con Ponter y
fracasaste o que nunca lo intentaste siquiera?
Mary reflexionó sobre esto. Caminaron en silencio varios minutos.- Tengo que intentarlo -dijo
Mary por fin-. Me odiaría a mí misma si al menos no lo intentara.

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- Entonces -dijo Lurt-, tu camino está claro.

35

Todavía faltaba un día para que Dos Se Convirtieran En Uno, pero Ponter y Mary se
encontraron en el Pabellón de Archivos de Coartadas. Ponter la había conducido al ala Sur, y
ahora estaban delante de una pared llena de pequeños compartimentos, cada uno con un cubo
de granito reconstituido de aproximadamente el tamaño de una pelota de voleibol. Mary había
aprendido a leer los números neanderthales. Aquel cubo en concreto al que Ponter acercaba su
Acompañante era el número 16321. No tenía ninguna otra etiqueta pero, como en todos los
cubos, una luz azul brillaba en el centro de una de sus caras.
Mary sacudió la cabeza, asombrada.
- ¿Tu vida entera está grabada aquí dentro?
- Sí.
- ¿Todo?
- Bueno, todo menos el trabajo realizado allá abajo, en las instalaciones de círculo cuántico:
las señales de mi Acompañante no podían atravesar los miles de brazadas de roca de encima.
Oh, y mi primer viaje entero a tu mundo falta también.
- ¿Pero el segundo viaje no?
- No, eso se descargó en cuanto los archivos de coartadas readquirieron la señal de Hak,
cuando salimos de la mina, una grabación entera de ese viaje está guardada aquí.
Mary no estaba del todo segura de cómo se sentía por eso. Desde luego no era un modelo de
buena ética católica, pero ahora había una película porno de primera ahí dentro...
- Sorprendente -dijo Mary, Lilly, Kevin y Frank, del Grupo Sinergia, matarían por estar delante.
Miró de nuevo el bloque de granito reconstituído. ¿Puedes borrar las memorias almacenadas?
- ¿Por qué querrías hacer eso? -preguntó Ponter. Pero entonces apartó la mirada-. Lo siento.
Una pregunta estúpida.
Mary negó con la cabeza. A pesar de lo que habían venido a investigar, Mary no estaba
pensando en la violación.
- La verdad es que estaba pensando en mi primer matrimonio. De repente sintió que las
mejillas se le ponían coloradas. Nunca antes se había referido al tema como su primer
matrimonio.
- De todas formas -dijo-, empecemos.
Ponter asintió y se acercaron al mostrador, donde le habló a una mujer mayor.
- Me gustaría acceder a mi propio archivo, por favor.
- ¿Identificación? -dijo la mujer.
Ponter pasó el brazo por encima de una placa escáner situada sobre el mostrador. La mujer
miró una pantalla cuadrada.
- ¿Ponter Boddit? -dijo-. Creía que estaba muerto.
- Graciosa -dijo Ponter-. Muy graciosa.
La mujer sonrió.- Vengan conmigo.
Los condujo de vuelta al cubo de coartadas de Ponter, que acercó a Hak a la luz azul.
- Yo, Ponter Boddit, deseo acceder a mi propio archivo de coartadas por razones de curiosidad
personal. Sello temporal.
La luz se volvió amarilla.
La mujer mayor alzó entonces su Acompañante.
- Yo, Mabla Dabdlab, mantenedora de coartadas, certifico que la identidad de Ponter Boddit ha
sido confirmada en mi presencia. Sello temporal.
La luz se volvió roja y sonó un pitido.
- Todo listo -dijo Dabdalb-. Pueden usar la sala siete.
- Gracias -respondió Ponter-. Día sano.
Ponter condujo a Mary hasta la sala de visionado. Por primera vez, ella comprendió realmente
cómo debía de sentirse Ponter en su mundo. Pudo sentir que todos los ojos en aquel enorme
lugar se volvían hacia ella, ansiosos. Trató de no parecer cohibida.

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Ponter entró en la sala, que tenía una pequeña consola amarilla montada en la pared y dos de
aquellas sillas para sentarse a horcajadas que tanto gustaban a los neanderthales,
presumiblemente por sus anchas caderas. Se acercó al panel de control y empezó a tirar de las
varillas que manejaban la unidad. Mary miró por encima del hombro.
- ¿Cómo es que no usáis botones? -préguntó.
- ¿Botones? -repitió Ponter.
- Ya sabes, esos interruptores mecánicos que se aprietan.
- Oh. Lo hacemos en algunas aplicaciones. Pero no en muchas. Si alguien resbala y cae, puede
golpear accidentalmente los botones con la mano. De las clavijas de control hay que tirar: las
consideramos más seguras.
Mary recordó un episodio de Star Trek en el que Spock, nada menos, apretaba por accidente
algunos botones mientras se ponía en pie, alertando a los romulanos de la presencia de la
Enterprise.
- Tiene sentido -dijo.
Ponter siguió tirando de las varillas.- Muy bien -dijo por fin-. Ya está.
Para asombro de Mary, una gran esfera transparente apareció en el centro de la sala, flotando
libremente. Se fue dividiendo en esferas más y más pequeñas, cada una teñida de un color
distinto. La subdivisión continuó hasta que Mary advirtió que estaba viendo una imagen
tridimensional de la sala de interrogatorios de la comisaría de policía de Toronto. Allí estaba el
detective Hobbes, de espaldas a ellos, hablándole a alguien. Y allí estaban la propia Mary, más
gruesa de lo que le gustaba, y Ponter. Ponter alargó la mano para hacerse con el clasificador
que Hobbes había dejado sobre la mesa, y lo hojeó rápidamente. Las imágenes de las páginas
pasaron demasiado rápidamente para que Mary las viera, pero Ponter regresó al principio, y
luego las reprodujo lentamente. Para sorpresa de Mary, la imagen no se volvió borrosa ni
nada: podía leer fácilmente las páginas mientras pasaban, aunque tuvo que ladear la cabeza
para hacerla.
- ¿Bien? -preguntó Ponter.
- Espera un segundo... -dijo Mary, buscando algo que no supiera ya-. No, nada. ¿Puedes pasar
a la siguiente página, por favor? ¡Ahí! Para. Muy bien, vamos a ver...
De repente Mary sintió un nudo en el estómago.
- Oh, Dios mío -dijo-. Dios mío.
- ¿Qué ocurre? -preguntó Ponter.
Mary retrocedió, tambaleándose. Tropezó contra una silla de horcajadas y la utilizó para
sujetarse.
- La otra víctima...
- ¿Sí? ¿Sí?
- Fue Qaiser Remtulla.
- ¿Quién?
- Mi jefa, Mi amiga. La jefa del Departamento de Genética de York.
- Lo siento -dijo Ponter. Mary cerró los ojos.
- Y yo también -dijo-. Si por lo menos...
- Mare -dijo Ponter, poniéndole una mano en el hombro, lo pasado, pasado está. No puedes
hacer nada al respecto. Pero tal vez haya algo que hacer de cara al futuro.
Ella alzó la cabeza pero no dijo nada.
- Lee el resto del informe. Tal vez encuentres información útil. Mary tardó un momento en
recuperar la compostura, luego regresó al holograma y siguió leyendo, a pesar del picor en los
ojos, hasta que...
- ¡Sí! -exclamó-. ¡Sí, sí!
- ¿Qué pasa?
- La policía de Toronto -dijo Mary-. Tienen pruebas físicas del ataque a Qaiser. Datos
completos de la violación. -Hizo una pausa-. Tal vez pillen al hijo de puta, después de todo.
Pero Ponter frunció el ceño.
- El controlador Hobbes no parecía seguro.

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- Lo sé, pero... -Mary suspiró-. No, probablemente tengas razón. -Guardó silencio un
momento-. No sé si podré volver a mirar a Qaiser a la cara.
Mary no pretendía tratar el tema de la vuelta a casa, de verdad que no. Pero si quería ver a
Qaiser, tendría que regresar, y allí estaba, en el aire, flotando entre ellos.
- Ella te perdonará -dijo Ponter-. El perdón es una virtud cristiana.
- Qaiser no es cristiana, sino musulmana.
Mary frunció el ceño, avergonzada de su propia ignorancia. ¿Tenían los musulmanes el perdón
en alta estima también? Pero no, no. Eso no importaba. Si la situación hubiese sido la
contraria, ¿podría Mary haber perdonado de verdad a Qaiser?
- ¿Qué vamos a hacer? -preguntó.
- ¿Sobre el violador? Lo que podamos, cuando podamos.
- No, no. No sobre el violador. Sobre mañana. Sobre Dos Que Se Convierten En Uno.
- Ah -dijo Ponter-. Sí.
- Jasmel lo pasará con Tryon, ¿no?
Ponter sonrió.
- Oh, sí, desde luego.
- Y acabas de ver a Megameg.
- Nunca la veo lo suficiente... pero comprendo lo que quieres decir.
- Y eso deja... -Ponter suspiró.
- Eso deja a Daklar.
- ¿Qué va a hacer?
Ponter lo consideró.- Ya he violado la tradición viniendo al Centro un día antes. Supongo que
no importará si vaya ver a Daklar ahora.
El corazón de Mary dio un vuelco.
- ¿Solo?
- Sí -dijo Ponter-. Solo.

Ponter esperaba ante la puerta de la oficina de Daklar, intentando hacer acopio de valor. Se
sentía como si hubiera vuelto al mundo gliksin: todas las hembras que pasaban por su lado lo
miraban como si no perteneciera a aquel lugar.
Y, en efecto, no pertenecía... hasta el día siguiente. Pero aquello no podía esperar. De todas
formas, a pesar de haberlo repasado mentalmente durante el largo trayecto desde el Pabellón
de Archivos de Coartadas, no tenía ni idea de como empezar. Tal vez...
De repente, la puerta de la oficina de Daklar se desplegó.
- ¡Ponter! -exclamó ella- ¡Me pareció olerte!
Abrió los brazos, esperando recibirlo, y él acudió al abrazo. Pero ella debió de sentir la tensión
en su espalda.
- ¿Qué sucede? -preguntó- ¿Qué va mal?
- ¿Puedo pasar? -preguntó Ponter.
- Sí, por supuesto.
Ella entró en su oficina (semicircular, la mitad del núcleo ahuecado de un tronco enorme), y
Ponter la siguió, cerrando la puerta tras él.
- No estaré aquí, en este mundo, para el Dos Que Se Convierten En Uno.
Daklar abrió mucho los ojos.
- ¿Te han llamado de la otra Tierra? ¿Algo va mal allí?
Ponter sabía que las cosas que iban mal allí eran innumerables, pero negó con la cabeza.
- No.
- Entonces, Ponter, tus hijas querrán verte.
Jasmel no querrá ver a nadie más que a Tryon.
- ¿Y Mega? Ponter asintió.
- Ella se entristecerá, sí.
- ¿Y... yo?
Ponter cerró los ojos un momento.
- Lo siento, Daklar. Lo siento muchísimo.

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- Es ella, ¿verdad? Esa mujer gliksin.
- Su nombre es... -y Ponter deseó fervientemente poder defenderla adecuadamente, deseó
poder pronunciar su nombre bien-. Su nombre es Mare.
Pero Daklar se aprovechó.
- ¡Escúchate! ¡Ni siquiera puedes pronunciar su nombre! Ponter, nunca funcionará entre
vosotros. Sois de mundos distintos... ¡ella ni siquiera es uno de nosotros!
Ponter se encogió de hombros.- Lo sé, pero...
Daklar dejó escapar un enorme suspiro.
- Pero vas a intentarlo. Cartílagos, Ponter, los hombres nunca dejáis de sorprenderme. Os
agarráis a cualquier cosa.
Ponter volvió atrás 229 meses, cuando estaba en la Academia de Ciencias con Adikor, cuando
tuvieron aquella estúpida pelea, cuando él provocó tanto a Adikor que éste lanzó el puño
contra su cara. Hacía tiempo que había perdonado a Adikor, pero ahora, finalmente,
comprendió, comprendió estar tan enfurecido que la violencia pareciera la única alternativa.
Se dio media vuelta y salió en tromba del edificio, buscando algo que destruir.

36

Mary y Ponter regresaron a las instalaciones de cálculo cuántico.


Los esperaba un varón 143 de aspecto distinguido, a quien Ponter reconoció de inmediato.
- Goosa Kusk -dijo, la voz llena de asombro- Es un honor conocerle.
- Gracias -dijo Goosa-. He oído hablar de ese desagradable asunto del otro mundo... que le
dispararon con una especie de arma de proyectiles y todo eso.
Ponter asintió.
- Bien, Lonwis Trob contactó conmigo y me sugirió una idea para que este tipo de cosas no
vuelvan a suceder. Su sugerencia fue interesante, pero he decidido abordar el asunto de otra
manera.
Sacó de una mesa un largo objeto de metal plano.
- Esto es un generador de campos de fuerza -exclamó-. Detecta cualquier proyectil en cuanto
entra en el campo sensor del Acompañante y, en cuestión de nanosegundos, levanta una
barrera de fuerza electrofuerte. La barrera tiene sólo unos tres palmos de ancho y solamente
dura aproximadamente un cuarto de latido: algo de más duración requeriría demasiada
energía. Pero es completamente rígida y completamente impenetrable. Lo que la golpee saldrá
rebotado. Si alguien le dispara con uno de esos proyectiles de metal, la barrera lo deflectará.
También deflectará lanzas, puñaladas, puñetazos y todo eso. Todo lo que se mueva más
despacio no disparará la barrera, así que no interferirá con la gente que le toque o que usted
toque. Pero si otro gliksin quiere matarlo, tendrá que idear un método mucho mejor.
- Guau .-dijo Mary-. Es sorprendente.
Goosa se encogió de hombros.
- Es ciencia. -Se volvió hacia Ponter-. Tome, colóqueselo en el antebrazo, en el lado contrario
al Acompañante.
Ponter extendió el brazo izquierdo, y Goosa le colocó el aparato.
- Y este cable de fibra óptica se conecta con el enchufe de expansión del Acompañante... así.
Mary lo miró, asombrada.
- Es como un airbag personal -dijo. Entonces, advirtiendo la expresión de Goosa, añadió-: No
quiero decir que funcione de la misma forma, los airbags son bolsas de seguridad que se inflan
de modo casi instantáneo en las colisiones de automóviles a gran velocidad. Pero es más o
menos el mismo principio. Un escudo de seguridad que se despliega rápido. -Sacudió la
cabeza- Podría ganar una fortuna vendiéndolos en mi Tierra.
Pero Goosa negó con la cabeza.
- Para mi gente, estos aparatos evitan el problema subyacente: su gente nos dispara con sus
armas. Para ustedes, sólo serían un paliativo. La verdadera solución no es protegerse contra
las armas, sino deshacerse de ellas.
Mary sonrió.

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- Me encantaría verlo debatir con Charlton Heston.
- Esto es maravilloso -dijo Ponter-. ¿Está seguro de que funciona? -Vio la expresión de Goosa-.
No, por supuesto que funciona. Lamento haberlo preguntado.
- Ya he enviado once ejemplares a nuestro contingente al otro lado -dijo Goosa-. Normalmente
se suele desear un viaje seguro. Eso está ya resuelto. Así que, en cambio, simplemente le
desearé buen viaje.

Mary y Ponter atravesaron el túnel, cruzando el umbral entre universos. Al otro lado, el
teniente Donaldson, el mismo oficial del Ejército canadiense que Ponter había conocido
previamente, los saludó.
- Bienvenido otra vez, enviado Boddit. Bienvenida a casa, profesora Vaughan.
- Gracias -respondió Ponter.
- No estábamos seguros de cuándo iba a volver, ni de si iba a hacerlo -dijo Donaldson-. Tendrá
que darnos un poco de tiempo para llamar a los guardaespaldas. ¿Cuál es su destino?
¿Toronto? ¿Rochester? ¿La ONU?
Ponter miró a Mary.
- No lo hemos decidido.
- Bueno, entonces tendremos que elaborar un itinerario, para asegurarnos de que tenga
protección en todo momento. Hay un contacto del CSIS con la policía dc Sudbury ahora y...
- No -dijo Ponter simplemente.
- Yo... ¿cómo?
Ponter metió la mano en una de las bolsas de su cinturón médico y sacó su pasaporte
canadiense.
- ¿No me permite esto el libre acceso a este país? -preguntó.
- Bueno, sí, pero...
- ¿No soy ciudadano canadiense?
- Sí que lo es, señor. Vi la ceremonia por la tele.
- ¿Y no son los ciudadanos libres de ir y venir a su antojo, sin escolta armada?
- Bueno, normalmente, pero esto...
- Esto es normal -dijo Ponter-. Es normal a partir de ahora: la gente de mi mundo pasará a su
mundo, y la gente de su mundo pasará al mío.
- Todo esto es para su protección, enviado Boddit.
- Lo comprendo. Pero no requiero protección alguna. Llevo un escudo que impedirá que sea
herido otra vez. Así que no corro ningún riesgo, y no soy ningún criminal. Soy un ciudadano
libre y deseo poder moverme sin escolta y sin trabas.
- Yo... Mm, tendré que contactar con mi superior -dijo Donaldson.
- No perdamos el tiempo con intermediarios -dijo Ponter-. Cené hace poco con su primer
ministro, y me dijo que si alguna vez necesitaba algo, lo llamara. Que se ponga al teléfono.

Mary y Ponter subieron en el ascensor de la mina y llegaron hasta el coche de Mary, que
llevaba aparcado en el edificio del ONS desde que ella había pasado al otro lado. Era temprano
y pudieron regresar a Toronto, y aunque al principio Mary pensó que los seguían a pesar de
todo, muy pronto el suyo fue el único coche en la carretera.
- Sorprendente -dijo-. Nunca creí que te dejaran irte por tu cuenta.
Ponter sonrió.
- ¿Qué tipo de viaje romántico sería éste si nos acompañaran a todas partes?
Durante el resto del viaje hasta Toronto no hubo incidentes. Fueron al apartamento de Mary en
Observatory Lane, en Richmond Hill; se ducharon juntos, se cambiaron (Ponter había traído su
bolsa trapezoidal, llena de ropa) y luego se dirigieron a la comisaría de la División 31. Mary
tenía que ocuparse primero de aquel asunto sin resolver, pues dijo que no podría relajarse
hasta que lo hiciera. Llevó consigo su libro de recortes.
Para llegar a la comisaría tuvieron que atravesar el campus de York, y luego pasar por lo que
incluso Ponter advirtió que era un barrio peligroso.
- Ya lo advertí en nuestra primera visita. Las cosas parecen desordenadas en esta zona.

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- Driftwood -dijo Mary, como si eso lo explicara todo- Es una parte muy pobre de la ciudad.
Continuaron su camino, dejando atrás varios edificios de apartamentos de mal aspecto y un
pequeño centro comercial con barrotes de hierro en todos los escaparates, y por fin dejaron el
coche en el diminuto aparcamiento situado junto a la comisaría.

- Hola, profesora Vaughan -dijo el detective Hobbes, después de que lo llamaran- Hola,
enviado Boddit. No esperaba volver a verlos.
- ¿Podemos hablar en privado? -preguntó Mary.
Hobbcs asintió y los condujo a la misma sala de interrogatorios donde habían estado antes.
- ¿Sabe usted quién soy? -preguntó Mary-. Aparte de este caso, quiero decir.
Hobbes asintió.
- Es usted Mary Vaughan. Ha salido mucho en la prensa ultimamente.
- ¿Sabe por qué?
Hobbes señaló a Ponter con el pulgar.- Porque lo ha estado acompañando. Mary agitó una
mano, desdeñosa.
- Sí, sí, sí. ¿Pero sabe por qué me llamaron para que viese a Ponter en primer lugar?
Hobbes negó con la cabeza.
Mary alzó su libro de recortes y lo colocó sobre la mesa delante de Hobbes.
- Échele un vistazo a esto.
Hobbes abrió la tapa de cartón prensado. La primera página tenía pegado un recorte del
Toronto Star: «Científica canadiense recibe un premio en Japón.» Pasó la página. Había un
artículo de Maclean's: «Rompiendo el hielo: Antiguo ADN recuperado en Yukon.» Y la página
de al lado contenía un recorte del New York Times: «Científica extrae ADN de fósil
neanderthal.»
Pasó otra página. Un comunicado de prensa de York: «Catedrática de York hace prehistoria:
Vaughan recupera ADN de hombre del pasado.» Enfrente, una hoja arrancada del Discover:
«ADN degradado revela secretos.»
Hobbes alzó la cabeza.
- ¿Sí? -dijo, perplejo.
- Yo soy... Bueno, algunos dirían que soy...
Ponter intervino.
- La profesora Vaughan es genetista, y la principal experta de este mundo en la recuperación
de ADN degradado.
- ¿Y?
Y, dijo Mary, hablando con más autoridad ahora que el tema no era ella-, sabemos que tiene
usted pruebas físicas de la violación de Qaiser Remtulla.
Hobbes alzó bruscamente la cabeza.
- No puedo confirmar ni negar eso.
- Claro que es cierto -dijo Mary, sintiéndose culpable incluso mientras lo decía-. ¿Hay algún
modo por el que pudiéramos saberlo a menos que la propia Qaiser me lo hubiera dicho? Es mi
amiga, y mi colega, por el amor de Dios.
- Lo que usted diga.
- Me gustaría examinar las pruebas -dijo Mary.
La sugerencia pareció escandalizar a Hobbes.
- Tenemos nuestros propios expertos.
- Sí, sí. Pero, bueno...
- Ninguno de ellos puede estar tan cualificado como la profesora Vaughan -dijo Ponter.
- Tal vez, pero...
- ¿Han empezado a trabajar ya con las pruebas? -preguntó Mary.
Hobbes inspiró profundamente, ganando tiempo.
- Si hay pruebas físicas -dijo por fin-, no podríamos hacer mucho con ellas hasta que
tuviéramos un sujeto con el que cotejar el ADN.

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- El ADN se degrada rápidamente con el tiempo -repuso Mary-, sobre todo si no se almacena
en condiciones absolutamente ideales. Si esperan, puede que sea imposible conseguir una
huella de ADN.
El tono de Hobbes fue frío.
- Sabemos cómo refrigerar muestras, y hemos tenido considerable éxito en el pasado.
- Soy consciente de ello, pero...
- Señora -dijo Hobbes amablemente-, comprendo que este caso es importante para usted.
Todo caso es importante para sus víctimas.
Mary trató de no parecer molesta.
- Pero si me dejara llevarme las pruebas a mi laboratorio de York, estoy segura de que podría
recuperar mucho más ADN que ustedes.
- No puedo hacer eso, señora. Lo siento.
- ¿Por qué no?
- Bueno, para empezar, York no tiene permiso para hacer trabajos forenses y...
- La Laurentian -dijo Mary, de inmediato-. Envíen las pruebas a la Universidad Laurentian, y yo
haré el trabajo allí.
Los laboratorios de la Laurentian, la universidad donde había estudiado por primera vez el ADN
de Ponter, tenían un contrato de trabajo forense con la RMPC y la policía provincial de Ontario.
Hobbes alzó las cejas.
- Bueno, la Laurentian es una historia diferente, pero...
- No importa el papeleo que haga falta -dijo Mary.
- Tal vez -contestó Hobbes, pero parecía dubitativo- Sería muy irregular...
- Por favor -dijo Mary. No podía soportar la idea de que le pasara algo a la única prueba física
que quedaba-. Por favor.
Hobbes se encogió de hombros.
- Déjeme ver qué puedo hacer, pero, sinceramente, yo no tendría muchas esperanzas.
Tenemos pruebas muy estrictas para la cadena de custodia de las pruebas.
- Pero ¿lo intentará?
- Sí, está bien, lo intentaré.
- Gracias -dijo Mary-. Gracias.
Ponter intervino entonces, sorprendiendo a Mary.- ¿Puede ella al menos ver las pruebas aquí?
Hobbes pareció tan desconcertado como se sentía Mary.- ¿Por qué? -preguntó el detective.
- Podría saber nada más verlas si están en condiciones para que su técnica funcione. -Ponter
miró a Mary-. ¿No es así, Mare?
Mary no estaba del todo segura de lo que pretendía Ponter pero confiaba en él completamente.
- Mmm, sí. Sí, así es. -Se volvió hacia el detective y le dedicó su sonrisa más radiante-. Sólo
sería un segundo. Podríamos ver en seguida si merece la pena o no. No sería necesario que se
tomara tantas molestias si las muestras ya están degradadas.
Hobbes frunció el ceño, y permaneció hierático unos instantes, pensando.
- Muy bien -dijo por fin-. Voy a traerlas.
Salió de la habitación y regresó unos minutos más tarde con una caja de cartón del tamaño de
una caja de zapatos. Le quitó la tapa y le mostró a Mary el contenido. Ponter se levantó y miró
por encima del hombro de ella. Dentro había algunas muestras en cristal y tres bolsas de
autocierre, cada una etiquetada con diversa información. Una parecía contener unas bragas.
Otra, un pequeño peine púbico con vello. La tercera contenía unos cuantos frascos,
presumiblemente con restos vaginales.
- Ha estado en el frigorífico todo el tiempo -dijo Hobbes, a la defensiva-. Sabemos lo que...
De repente Ponter extendió el brazo derecho. Agarró la bolsa con las bragas, la abrió y se la
llevó a la nariz, inhalando profundamente.
Mary se sintió mortificada.- ¡Ponter, alto!
Hobbes explotó.- ¡Devuelva eso!
Intentó quitarle la bolsa a Ponter, pero éste lo esquivó fácilmente, e inhaló de nuevo.
- Jesús, ¿qué es usted? -gritó Hobbes-. ¿Una especie de pervertido?

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Ponter se apartó la bolsa de la nariz y, sin decir palabra, se la entregó a Hobbes, quien se la
arrancó de las manos.
- ¡Salgan de aquí! -exclamó Hobbes. Dos policías más habían aparecido en la entrada de la
sala de interrogatorios, presumiblemente atraídos por los gritos.
- Mis disculpas -dijo Ponter.
- ¡Salgan de aquí! -gritó Hobbes, y se volvió hacia Mary-: Nosotros cuidaremos de nuestras
pruebas, señora. ¡Ahora márchense!

37

Mary salió de la comisaría de policía reconcomiéndose. Pero no dijo una palabra hasta que
Ponter y ella estuvieron de nuevo sentados en el coche.
Mary se volvió hacia él.
- ¿Qué demonios ha sido eso? -exigió.
- Lo siento.
- Ahora nunca podré analizar esas muestras. Cristo, estoy segura de que el único motivo por el
que no ha presentado cargos contra ti es porque tendría que informar de su propia estupidez
al dejarte acercar a las pruebas.
- Una vez más, pido disculpas -dijo Ponter.
- En nombre de Dios, ¿en qué estabas pensando?
Ponter guardó silencio.- ¿Bien? ¿Bien?
- Sé quién cometió la violación de Qaiscr -dijo Ponter simplemente-, y posiblemente también la
tuya.
Mary, absolutamente anonadada, se desplomó contra el asiento.- ¿Quién?
- Tu colaborador... no puedo decir bien su nombre completo. Es algo así como «Cornuluus».
- ¿Cornelius? ¿Cornelius Ruskin? No, eso es una locura.
- ¿Por qué? ¿ Hay algo en su aspecto físico que contradiga tus recuerdos de aquella noche?
Mary estaba todavía acalorada y resoplaba por haber gritado.
Pero toda la furia desapareció de su voz, sustituida por el asombro.
- Bueno, no. Quiero decir, sí, Cornelius tiene los ojos azules... pero tambien los tiene mucha
gente. Y Cornelius no fuma.
- Si que fuma. -dijo Ponter.
- Nunca lo has visto hacerlo.
- Olía a tabaco cuando nos vimos.
- Puede que estuviera en uno de los pubs del campus y se le pegó el olor.
- No. Estaba en su aliento, aunque aparentemente había intentado ocultarlo con algún
producto químico.
Mary frunció el ceño. Conocía a unos cuantos fumadores secretos.
- Yo no olí nada.
Ponter no contestó.
- Además -dijo Mary-, Cornelius no nos haría daño a mí ni a Qaiser. Quiero decir, somos
compañeros de trabajo y...
Mary guardó silencio. Ponter finalmente la instó a continuar.
- ¿Sí?
- Bueno, yo los considero compañeros de trabajo. Pero él... era sólo docente temporal. Tenía
un doctorado... en Oxford, por el amor de Dios. Pero lo único que podía conseguir eran clases
temporales, sustituciones, no a tiempo completo, y desde luego no la plaza. Pero Qaiser y yo...
- ¿Sí? -repitió Ponter.
- Bueno, yo soy mujer, y Qaiser realmente ganó la lotería cuando salieron los nombramientos
a las plazas en ciencias. Es mujer y pertenece a una minoría visible. Dicen que la violación no
es un crimen sexual: es un crimen de violencia, de poder, y Cornelius consideraba claramente
que no tenía ninguno.

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- También tenía acceso a las muestras del frigorífico -dijo Ponter-, y como genetista
seguramente sospechaba lo que una mujer con su misma formación podría hacer en tales
circunstancias. Sabía cómo buscar y destruir cualquier prueba.
- Dios mío -dijo Mary-. Pero... no. No. Todo es circunstancial.
- Todo era circunstancial -dijo Ponter- hasta que examiné las pruebas físicas de la violación de
Qaiser... bien guardadas en la comisaría de policía, donde Ruskin no puede alcanzarlas. Lo olí
cuando nos vimos en el pasillo ante tu laboratorio, y su olor, su marca, está en esas muestras.
- ¿Estás seguro? -preguntó Mary-. ¿Estás absolutamente seguro?
- Nunca olvido un olor.
- Dios mío. ¿Qué deberíamos hacer?
- Podríamos decírselo al controlador Hobbes.
- Sí, pero...
- ¿Qué?
- Bueno, esto no es tu mundo -dijo Mary-. No se puede exigir que nadie presente una
coartada. No hay nada en lo que dices que pudiera permitir a la policía pedirle una muestra de
ADN a Ruskin.
De repente, ya no era «Cornelius».
- Pero yo podría declarar sobre su olor... Mary negó con la cabeza.
- No hay ningún precedente para aceptar esa afirmación, ni siquiera como pista. Y aunque
Hobbes aceptara lo que dices, no podría ni llamar a Ruskin para interrogarlo.
- Este mundo... -dijo Ponter, sacudiendo la cabeza con disgusto.
- ¿Estás absolutamente seguro? ¿ No hay en tu mente ni la sombra de una duda?
- ¿La sombra de... ? Ah, comprendo. Sí, estoy absolutamente seguro.
- ¿No sólo más allá de la duda razonable? -preguntó Mary-. ¿Sino más allá de toda duda?
- No tengo ningún tipo de duda.
- ¿Ninguna?
- Sé que vuestras narices son pequeñas, pero mi capacidad no es especial. Todos los
miembros de mi especie, y de muchas otras especies, pueden hacerlo.
Mary reflexionó al respecto. Desde luego, los perros podían distinguir a las personas por su
olor. En realidad no había ningún motivo para pensar que Ponter estuviera equivocado.
- ¿Qué podemos hacer?
Ponter permaneció en silencio un buen rato. Finalmente, en voz baja, dijo:
- Me dijiste que el motivo por el que no denunciaste la violación fue porque temías cómo te
trataría vuestro sistema judicial.
- ¿Y? -replicó Mary.
- No pretendo ofenderte. Sólo quería asegurarme de que me entendías correctamente. ¿Qué
os sucedería a ti o a tu amiga Qaiser si hubiera una investigación pública?
- Bueno, aunque la prueba del ADN fuera admisible (y puede que no lo fuera) el abogado de
Ruskin intentaría demostrar que Qaiser y yo habíamos consentido.
- No deberíais pasar por eso -dijo Ponter-. Nadie debería hacerlo.
- Pero si no hacemos algo, Ruskin volverá a golpear.
- No. No lo hará.
- Ponter, no hay nada que puedas hacer.
- Por favor, llévame a la universidad.
- Ponter, no. No, no lo haré.
- Si no lo haces, iré caminando.
- Ni siquiera sabes dónde está.
- Hak sí.
- Ponter, esto es una locura. ¡No puedes matarlo!
Ponter se tocó el hombro, por encima de la herida de bala.
- La gente de este mundo se mata entre sí constantemente.
- No, Ponter. No te dejaré.
- Debo impedir que vuelva a violar -dijo Ponter.
- Pero...

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- Y aunque pudieras detenerme hoy, o mañana, no podrás interceder siempre. En algún
momento, podré eludirte, regresar al campus y eliminar este problema. -Fijó en ella sus ojos
dorados-. La única cuestión es si esto sucederá antes de que vuelva a violar. ¿De verdad
quieres retrasarme?
Mary cerró los ojos un momento y prestó oídos con más fuerza que nunca por si oía la voz de
Dios, por si Él iba a intervenir. Pero no sucedió nada.
- No puedo dejar que hagas esto, Ponter. No puedo dejar que mates a nadie a sangre fría. Ni
siquiera a él.
- Hay que detenerlo.
- Prométeme -dijo Mary-. Prométeme que no lo harás.
- ¿Por qué te preocupa tanto? No merece vivir.
Mary inspiró profundamente y dejó escapar el aire muy despacio.- Ponter, sé que piensas que
soy una tonta cuando hablo de la otra vida. Pero si lo matas, tu alma será castigada. Y si te
dejo matarlo, mi alma será castigada también. Ruskin ya me hizo probar el infierno. No quiero
pasar allí toda la eternidad.
Ponter frunció el ceño.- Quiero hacer esto por ti.
- Esto no. Matar no.
- Muy bien -dijo Ponter por fin-. Muy bien. No lo mataré...
- ¿Lo prometes? ¿Lo juras?
- Lo prometo -dijo Ponter. Y, después de un momento, añadió-: Cartílagos.
Mary asintió; era el único tipo de imprecación de Ponter. Pero entonces sacudió la cabeza.
- Hay una posibilidad que no has tenido en cuenta -dijo por fin.
- ¿Cuál?
- Que Qaiser y Cornelius tuvieran sexo consentido antes de que ella fuera violada por otra
persona. No sería la primera vez que un hombre y una mujer que trabajan juntos tienen un lío
en la oficina.
- No lo sé -dijo Ponter.
- Confía en mí. Sucede continuamente. ¿Y no dejaría eso el olor de él en... bueno, en las
bragas de ella y todo eso?
Bliip.
- Bragas -dijo Mary-. La, mm, ropa interior. Lo que viste en la bolsa de muestras.
- Sí. Lo que sugieres es posible.
- Tenemos que estar seguros -dijo Mary-. Tenemos que estar absolutamente seguros.
- Podrías preguntárselo a Qaiser.
- No me lo dirá.
- ¿Por qué no? Creí que érais amigas.
- Lo somos. Pero Qaiser está casada... unida a otro hombre. Y, confía en mí: eso sucede
también continuamente.
- Ah -dijo Ponter-. Bueno...
- No estoy segura de que haya algo que podamos hacer.
- Hay mucho que podemos hacer, pero me has hecho prometer que no lo haría.
- Eso es. Pero...
- Deberíamos hacerle saber que lo hemos descubierto -dijo Ponter-. Que sus movimientos
están siendo vigilados.
- Yo no podría enfrentarme a él.
- No, por supuesto que no. Pero podríamos dejarle una nota.
Ponter alzó la mano izquierda.
- Es la filosofía que está detrás de los implantes Acompañantes. Si sabes que estás siendo
observado, o que tus acciones están siendo grabadas, entonces modificas tu conducta. Ha
funcionado bien en mi mundo.
Mary tomó aire y luego resopló lentamente.
- Supongo... supongo que no podría hacer daño. ¿En qué estás pensando? ¿Sólo una nota
anónima?
- Sí.

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- ¿Quieres decir, hacerle saber que va a ser vigilado de manera continua a partir de ahora?
¿Que no hay forma de que pueda librarse de nuevo? -Mary se lo pensó-. Supongo que tendría
que ser idiota para volver a violar si sabe que alguien lo tiene calado.
- En efecto.
- Supongo que podríamos dejarle una nota en su taquilla, en York.
- No -dijo Ponter- En York no. Ya tomó medidas para eliminar las pruebas allí, después de
todo. Supongo que pensó que no volverías en todo un año, y que por eso podía eliminar sin
problemas las muestras que habías guardado sin que nadie supiera exactamente cuándo
desaparecieron. No, esta nota debería entregarse en su morada.
- ¿Su morada? ¿Quieres decir su casa?
- Sí.
- Comprendo -dijo Mary-. Nada es más amenazador que el hecho de que alguien sepa dónde
vives.
Ponter puso cara de perplejidad, pero dijo:
- Tú sabes dónde está su casa.
- No muy lejos de aquí. No tiene coche... vive solo, y no se puede permitir uno. Lo he llevado
en el mío a casa unas cuantas veces, cuando hay tormenta. Es un apartamento a la salida de
Jane Street... pero no, espera. Sé en qué edificio vive, pero no tengo ni idea de cuál es el
número de su apartamento.
- ¿Es una morada multifamiliar, como la tuya?
- Sí. Bueno, no tan bonita como la mía.
- ¿No habrá un directorio a la entrada identificando qué unidad alberga a qué persona?
- Ya no hacemos eso. Tenemos códigos numéricos y porteros automáticos... la idea es impedir
que la gente haga justo esto de lo que estamos hablando: averiguar exactamente dónde vive
alguien.
Ponter meneó la cabeza, asombrado.
- Las molestias que os tomáis los gliksins para evitar tener implantes Acompañantes...
- Vamos -dijo Mary-. Pasemos por delante de su edificio. Al menos sabremos el número de la
calle.
- Bien.
Mary notó que se tensaban mientras pasaban por Finch y desembocaban en la calle donde
estaba el bloque de apartamentos de Ruskin. No es que temiera encontrarse con él, aunque
eso sin duda la hubiese asustado. Era simplemente de pensar en un posible juicio por
violación. ¿Sabe dónde vive el hombre a quien acusa, señora Vaughan? ¿Ha estado alguna vez
en su casa? ¿De veras? ¿Y sin embargo dice que fue no consentido?
Driftwood, la zona alrededor de Jane y la avenida Finch no era un sitio donde una persona
cuerda quisiera estar mucho tiempo. Era uno de los barrios con mayor índice de criminalidad
de Toronto... demonios, de Norteamérica. Su proximidad a York era una vergüenza para la
universidad y, probablemente, a pesar de años de presiones, el motivo por el que la línea de
metro de Spadina nunca había llegado hasta el campus.
Pero Driftwood tenía una ventaja: los alquileres eran baratos. Y para alguien que trataba de
llegar a fin de mes con el sueldo de un profesor sustituto, alguien que no podía permitirse un
coche, era el único sitio cercano a la universidad asequible.
El edificio de Ruskin era una torre de ladrillo blanco con balcones oxidados llenos de basura, y
una tercera parte de las ventanas cubiertas por periódicos o papel de aluminio. El edificio
parecía tener unos quince o dieciséis pisos de altura y...
- ¡Espera! -dijo Mary.
- ¿Qué?
- ¡Vive en el último piso! Ahora lo recuerdo: solía decir que era «su ático en las chabolas».
-Hizo una pausa-. Naturalmente, seguimos sin saber qué número, pero lleva viviendo aquí al
menos dos años. Estoy segura de que su cartero lo conoce... los académicos solemos recibir
montones de revistas y papeles por correo.
- ¿Sí? -dijo Ponter, claramente sin comprender.

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- Bueno, si enviamos una carta dirigida al «doctor Cornelius Ruskin» a esta dirección, y
ponemos simplemente "último piso", como parte de la dirección, estoy segura de que le
llegará.
- Ah -dijo Ponter-. Bien. Entonces, asunto concluido.

38

Selgan, el escultor de personalidad, miró a Ponter durante un rato.- Ya veo que le gusta
bromear.
- ¿Qué quiere decir?
- «Asunto concluido.» Me ha dicho que cometió un crimen. en el mundo gliksin... es fácil
deducir cuál.
- ¿Sí? Dudo que lo haya deducido. Selgan se encogió levemente de hombros.
- Posiblemente no. Pero he deducido una cosa que tal vez se le haya pasado por alto a usted.
Ponter parecía irritado.
- ¿y cuál es?
- Mare sospechaba que iba a hacerle algo a Ruskin.
- No, no, ella es completamente inocente.
- ¿Lo es? Una mujer de su inteligencia... ¿y sin embargo aceptó su pobre excusa para que le
enseñara dónde vivía Ruskin?
- ¡Teníamos la firme intención de enviarle una carta de advertencia! Tal como habíamos
discutido. Mare es pura, sin pecado... ¡eso es lo que significa su nombre! Lleva el nombre de la
madre de su Dios encarnado, una mujer que concibió inmaculadamente, sin el pecado original.
Lo aprendí durante mi primer viaje a su mundo. Ella nunca...
Selgan alzó una mano.
- Cálmese, Ponter. No pretendía ofenderlo. Por favor, continúe con su narración...

- ¿Ponter? -preguntó Hak a través de los implantes del oído.


Ponter movió la cabeza con un pequeñísimo gesto de asentimiento.
- A juzgar por el ritmo de su respiración, Mare duerme profundamente. No la despertarás si te
vas ahora.
Ponter se levantó de la cama de Mary. Los brillantes dígitos rojos del reloj de la mesita de
noche señalaban la 1:14. Salió de la habitación, recorrió el pequeño pasillo hasta el salón.
Como siempre, se puso el cinturón médico y comprobó el contenido de una de las bolsas para
asegurarse de que tenía la llave magnética que Mary le había dado; sabía que la necesitaría
para volver al edificio. Luego abrió la puerta principal de la casa, salió al pasillo y bajó en
ascensor hasta la planta baja.
Recorrió el gran vestíbulo y salió a la noche por las puertas dobles. ¡Pero qué distinta era la
noche en este mundo! Había iluminación por todas partes: procedente de las ventanas, de las
luces eléctricas colgadas en altos postes verticales, de los vehículos que pasaban por la ca-
rretera. Probablemente hubiese sido más fácil su completa oscuridad. Aunque sabía que desde
lejos no se distinguía mucho de un gliksin (al menos de un levantador de pesas gliksin),
hubiese preferido hacer aquel viaje en total oscuridad.
- Muy bien, Hak -dijo Ponter en voz baja-. ¿Por dónde?
- A tu izquierda -repuso Hak, usando el implante de su oído-. Mare suele tomar una carretera
diseñada exclusivamente para vehículos de motor, sin peatones, cuando viene a casa desde
York.
- La cuatrocerosiete -dijo Ponter-. Así es como la llama.
- En cualquier caso, tendremos que encontrar otra ruta paralela más segura.
Ponter empezó a trotar. Había unas quince mil brazadas hasta su destino: no tardaría más de
un diadécimo en llegar, si mantenía una velocidad decente.
La noche era fresca, maravillosamente fresca. y, en efecto, aunque había visto muchas hojas
caducas que ya habían cambiado de color en su mundo, aquí todas parecían verdes... sí,

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verdes; incluso en plena noche había iluminación más que suficiente para discernir los colores
con facilidad.
Ponter nunca había pensado antes en matar a nadie, pero...
Pero hasta entonces nadie había hecho tanto daño a alguien a quien él quisiera, y... y, aunque
alguien se lo hubiera hecho, en un mundo civilizado esa persona hubiese sido capturada
facilmente y el Gobierno habría tomado medidas.
¡Pero aquí! Aquí, en esta loca Tierra reflejada...
Ponter tenía que hacer algo más que enviar una anónima carta de papel. Tenía que asegurarse
de que Ruskin supiera no sólo que había sido descubierto, sino quién lo había descubierto.
Tenía que hacerle comprender que no habría ninguna posibilidad de que volviera a librarse de
un crimen semejante. Sólo entonces, Ponter estaba seguro, podría Mare empezar a encontrar
la paz que la había estado eludiendo. Y sólo entonces sabría él si había verdad en la anterior
sugerencia de Hak de que la actual conducta de Mare hacia él era atípica de su especie.
Ponter recorría una calle flanqueada por residencias de dos pisos, muchas con árboles en sus
parcelas interiores de hierba. Mientras continuaba corriendo, vio a otra persona (un varón
gliksin, de piel blanca y casi sin pelo en la cabeza) caminando hacia él. Ponter cruzó la calle,
para no pasar cerca de esa persona, y siguió adelante, hacia el Oeste.
- Gira a la izquierda aquí -dijo Hak-. Parece que no hay salida al fondo de este bloque de
residencias.
Ponter así lo hizo y continuó su cómoda carrera a lo largo de la calle, en perpendicular tras
recorrer sólo una manzana Hak le hizo girar de nuevo a la derecha, de nuevo rumbo al Oeste,
hacia York.
Un gato pequeño cruzó la calle ante Ponter, con la cola tiesa. A Ponter le sorprendía que
aquellos humanos hubieran decidido domesticar gatos, que eran inútiles para cazar y ni
siquiera recogían un palo. «Pero -pensó-, a cada uno lo suyo... » Siguió corriendo, sus pies
planos resonando contra la pétrea superficie de la carretera.
Poco después, Ponter vio un gran perro negro que corría hacia él.
Eso sí que lo comprendía, ¡tener un perro por mascota! Había advertido que los gliksins tenían
muchos tipos diferentes de perros... aparentemente creados por medio de cría selectiva.
Algunos parecían poco adecuados para la caza, pero supuso que su aspecto era agradable para
sus dueños.
Pero claro, Ponter había oído hablar a los paleoantropólogos en la reunión de Washington
sobre su propio aspecto. Al parecer sus rasgos eran de lo que llamaban «neanderthaloide
clásico»: una forma extrema. Estos eruditos se sorprendieron de que el pueblo de Ponter no
hubiera visto reducidas la prominencia de la frente y el tamaño de la nariz, e incluso que no
hubiese empezado a desarrollar esa ridícula proyección en la parte delantera de la mandíbula.
Pero desde el momento en que la verdadera conciencia había florecido en su pueblo y el
universo se dividió, hacía medio millón de meses. había sido la selección deliberada de parejas
lo que había conducido a la conservación y, de hecho, al incremento de los rasgos que su
pueblo consideraba tan hermosos.
- ¿Te estás cansando ya? -preguntó Hak.
- No.
- Bien. Te falta la mitad.
De repente sobresaltó a Ponter un fuerte ladrido. Otro perro (grande, marrón) corría hacia él,
y no parecía feliz. Ponter sabía que no podía vencer corriendo al cuadrúpedo, así que se detuvo
y se dio la vuelta.
- Venga, venga -dijo, en su propio lenguaje, esperando que el perro captara el tono
tranquilizador aunque no entendiera las palabras-. Eso es, lindo perrito.
La bestia marrón continuó corriendo hacia Ponter, todavía ladrando. Una luz se había
encendido en la ventana del primer piso de una morada cercana.
- Eso es, lindo perrito -repitió Ponter, pero notó que se envaraba... lo cual sabía que era una
tontería. Igual que un barast, los perros olían el miedo...
Ponter no podía decir por qué el perro corría hacia él. Supuso que no atacaba a todo el mundo
que asomaba por la calle, pero igual que él distinguía a un gliksin de un barast por el olor, al

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parecer también podía hacerlo esta bestia... y aunque sin duda nunca había visto a nadie del
pueblo de Ponter, sabía que algo extraño había llegado a su jardín.
Ponter se estaba preparando para intentar agarrar al perro por el cuello cuando el animal se
agachó y saltó hacia él y...
Un destello de luz en la semioscuridad...
Un sonido como de cuero mojado golpeando el hielo... y el perro aullando de dolor.
Había golpeado a Ponter con suficiente fuerza para disparar el escudo que le había dado Goosa
Kusk. El animal, sorprendido, mareado y (Ponter lo olía) sangrando por el hocico, se dio media
vuelta y se marchó corriendo tan rápido como había venido. Ponter inspiró profundamente,
para calmarse, y luego reemprendió su carrera.
- Muy bien -dijo Hak, al cabo de un rato- Ahora tenemos que cruzar esa carretera, la Cuatro-
cerosiete. Ve hacia la izquierda, cruza ese puente. Ten cuidado, no te vaya a atropellar un
coche.
Ponter hizo lo que Hak le pedía, y pronto estuvo al otro lado de la carretera, corriendo hacia el
Sur. Lejos, muy lejos en la distancia, vio las parpadeantes luces de la Torre CN, junto a la
orilla del lago de Toronto. Mare le había dicho lo maravillosa que era la vista desde allí, pero
hasta ahora no había visto la estructura más que desde una gran distancia.
Ponter cruzó otra carretera ancha por la que los coches circulaban, incluso a esa hora de la
noche, cada pocos latidos. Poco después se encontró en el campus de la Universidad de York,
y Hak lo dirigió, dejando atrás edificios y aparcamientos y espacios despejados, hasta el otro
lado.
Y, después de varios cientos de brazadas de carrera, Ponter se encontró en una calle pegueña
y sucia, cerca del edificio donde vivía Ruskin. Se inclinó y apoyó las manos sobre las rodillas,
jadeando hasta recuperar el aliento. «Creo que me estoy haciendo viejo... » pensó. Un viento
agradable le soplaba directamente en la cara, refrescándolo.
Mare podría haberse despertado ya y advertido su ausencia, pero en su breve experiencia de
compartir una cama con ella Ponter había visto que dormía profundamente, y faltaban aún casi
dos diadécimos para que saliera el sol. Ya habría vuelto a casa para entonces, aunque no
mucho antes, y...
- Quieto -siseó una voz a su espalda, y Ponter sintió algo duro contra su riñón. De repente
advirtió el fallo en el diseño del escudo de Goosa Kusk. Oh, sí, podía rechazar una bala
disparada desde cierta distancia, pero era inútil si la disparaban contra alguien con el cañón en
contacto directo con el cuerpo.
De todas formas, aquello era canada... y Mare había dicho que allí había pocas armas de
fuego. Pero la idea de que le estuvieran hurgando el riñón con un cuchillo tampoco lo consoló.
Ponter no sabía que hacer. En ese momento, con la falta de luz, desde atrás, quien lo
amenazaba presumiblemente no sabía que Ponter era un neanderthal. Pero si hablaba, incluso
en voz baja, en su propia lengua, para que Hak pudiera traducir, revelaría ese hecho y...
- ¿Qué quiere? -dijo Hak, en Inglés, tomando la iniciativa.
- La cartera -dijo la voz. Masculina, y en asboluto nerviosa.
- No tengo cartera -dijo Hak.
- Lástima -dijo el gliksin-. O me das dinero... o me das sangre.
Ponter no tenía ninguna duda de que podía derrotar a cualquier gliksin desarmado en un
combate cuerpo a cuerpo, pero aquél tenía un arma. De hecho, en ese momento, Hak debía de
haber advertido que Ponter no podía ver qué arma era.
- Tiene un cuchillo de acero -dijo en los implantes del oído-, con una hoja de sierra de 1,2
palmos de largo, y un mango cuya firma térmica sugiere que es de madera pulida.
Ponter pensó en darse rápidamente la vuelta, esperando que la visión de su rostro barast fuera
suficiente para sobresaltar al gliksin, pero lo último que quería era un testigo de que había ido
a casa de Ruskin.
- No deja de apoyar el peso en la pierna izquierda primero y luego en la derecha -dijo Hak-.
¿Lo oyes?
Ponter asintió levísimamente.
- Se está apoyando en la izquierda... ahora en la derecha... la izquierda. ¿Captas el ritmo?

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Otro leve gesto de asentimiento.- ¿Qué va a ser? -siseó el gliksin.
- Muy bien -le dijo Hak a Ponter-. Cuando yo diga "ahora" echa atrás el codo derecho con
todas tus fuerzas. Deberías golpear al hombre en el plexo solar y, como mínimo, retrocederá
tambaleándose, lo que quiere decir que el escudo debería protegerte del inminente golpe con
el cuchillo.
Hak pasó a su altavoz externo.- De verdad que no tengo dinero.
Y, mientras lo decía, Ponter advirtió que Hak había cometido un error, porque el sonido «i» de
dinero lo suministró una voz gliksin que no casaba con la de Hak.
- ¿Qué demo... ? -dijo el gliksin, claramente sorprendido por el sonido- Date la vuelta, pedazo
de...
- ¡Ahora! -dijo Hak al oído de Ponter.
Ponter echó el codo atrás con todas sus fuerzas, y pudo sentir que conectaba con el estómago
del gliksin. El hombre soltó un ¡ooo! mientras el aire escapaba de sus pulmones, y Ponter se
dio media vuelta para encararse a él.
- ¡Jesús! -dijo el gliksin, al ver la cara peluda y el arco ciliar de Ponter. El gliksin se abalanzó
hacia delante, tan rápido que el escudo de Ponter se alzó con un destello de luz, bloqueando la
hoja del cuchillo. Ponter disparó el brazo derecho, y agarró al gliksin por el flaco cuello. La
persona parecía tener la mitad de la edad de Ponter. Durante un breve instante, Ponter pensó
en cerrar el puño, aplastando la laringe del joven, pero no, no podía hacer eso.
- Suelte el cuchillo -dijo Ponter. El gliksin miró hacia abajo. Ponter hizo lo mismo y vio que la
hoja del cuchillo estaba doblada por el impacto con el escudo. Ponter tensó un poco los dedos.
La presa del gliksin se abrió mientras la de Ponter se cerraba, y el cuchillo cayó al suelo con un
tintineo.
- Ahora márchese de aquí -dijo Ponter, y Hak tradujo. Márchese de aquí y no hable con nadie
de esto.
Ponter soltó al gliksin, que inmediatamente empezó a jadear en busca de aire. Ponter levantó
el brazo.
- ¡Váyase!
El gliksin asintió y se marchó corriendo, agarrándose con una mano el vientre, allí donde le
había golpeado el codo de Ponter.
Ponter no perdió más tiempo. Se encaminó acera arriba, hacia la entrada del bloque de
apartamentos.

39

Ponter esperó en silencio en la galería de entrada del edificio, con una puerta de cristal tras él,
otra delante. Hicieron falta varios cientos de latidos, pero finalmente alguien se acercó desde
los ascensores que Ponter podía ver más allá. Se dio la vuelta, ocultando el rostro, y esperó. El
gliksin que se acercaba salió del vestíbulo, y Ponter detuvo rápidamente la puerta de cristal
antes de que se cerrara. Cruzó rápidamente el suelo de losa (prácticamente el único sitio
donde había visto cuadrados en la arquitectura gliksin era en las losas del suelo) y pulsó el
botón para llamar un ascensor. El que acababa de traer al gliksin estaba todavía allí, y Ponter
entró.
Los botones de las plantas estaban dispuestos en dos columnas, y en los dos superiores ponía
«15» y «16». Ponter pulsó el de la derecha.
El ascensor (el más pequeño y más sucio que había visto en este mundo, aún más sucio que el
de la mina de Sudbury) se puso en marcha. Ponter contempló el indicador sobre la cascada
puerta de acero, esperando a que coincidiera con el par de símbolos que había seleccionado,
cosa que hizo por fin. Salió del ascensor y se internó en un pasillo, cuya sencilla alfombra gris
estaba gastada en algunos sitios y manchada en la mayoría de los demás. Las paredes estaban
cubiertas con finas hojas de papel pintado, con símbolos redondos verdes y azules; algunas
hojas se habían despegado.
Ponter vio cuatro puertas a cada lado del pasillo, a su izquierda, y cuatro más en el pasillo de
la derecha: un total de dieciséis apartamentos. Se acercó a la puerta más próxima, apoyó la

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nariz en la rendija opuesta a los goznes, olisqueó arriba y abajo rápidamente, tratando de
aislar los olores que salían del hedor almizcleño de la alfombra del pasillo.
No era ésta. Se acercó a la puerta siguiente y olisqueó de nuevo. Reconoció un olor... el mismo
olor acre que había notado en el sótano de la casa de Reuben Montego cuando Reuben y
Louise Benoit estaban allí abajo.
Continuó hasta la tercera puerta. Había un gato dentro pero, de momento, ningún humano.
En el siguiente apartamento olía a orina. Por qué estos gliksins no tiraban siempre de la
cisterna de sus cuartos de baño era algo que no comprendería nunca; una vez que le
explicaron cómo funcionaba, nunca había dejado de hacerlo. También olió a cuatro o cinco
personas. Pero Mare había dicho que Ruskin vivía solo.
Ponter había llegado al fondo del pasillo. Pasó al lado opuesto e inhaló profundamente la
primera puerta. Habían cocinado vaca dentro hacía poco, y un material vegetal picante. Pero
no había ningún olor humano que reconociera.
Probó con la puerta siguiente, humo de tabaco y las feromonas de una, no, de dos mujeres.
Ponter pasó a la siguiente puerta, que resultó ser distinta de las demás, pues carecía de
número y de cerradura. Al abrirla, encontró una habitación pequeña con una puerta mucho
más pequeña que cedió, revelando una especie de pozo. Pasó al siguiente apartamento,
colocándose una mano abierta delante de la cara, intentando despejar el olor que procedía del
pozo. Inspiró profundamente y...
Más humo de tabaco y... y el olor de un hombre... un hombre delgado que no sudaba
demasiado.
Ponter olisqueó de nuevo, pasando la nariz arriba y abajo por la rendija de la puerta. Podía
ser...
Sí, lo era. Estaba seguro. Ruskin.
Ponter era físico, no ingeniero. Pero le había estado prestando atención a este mundo, igual
que Hak. Conversaron unos instantes, de pie en el pasillo, ante el apartamento de Ruskin,
Ponter susurrando y Hak hablando a través de los implantes de su oído.
- Sin duda la puerta está cerrada con llave -dijo Ponter. Esas cosas rara vez se veían en su
mundo; las puertas sólo se cerraban para proteger a los niños de algún riesgo.
- La solución más sencilla es que él abra la puerta por su cuenta -dijo Hak.
Ponter asintió.
- Pero ¿lo hará? Creo que eso -señaló- es una lente que le permite ver quién hay fuera.
- A pesar de sus despreciables cualidades, Ruskin es científico. Si un ser de otro mundo
apareciera ante tu puerta en el Borde de Saldak, ¿te negarías a abrirla?
- Merece la pena intentarlo.
Ponter golpeó la puerta con los nudillos, como hahía visto hacer a Mare en alguna ocasión.
Hak había estado escuchando con atención.
- La puerta es hueca. Si no te deja entrar, no deberías tener problema para echarla abajo.
Ponter volvió a llamar.
- Tal vez tiene el sueño profundo.
- No -dijo Hak-. Lo oigo acercarse.
Hubo un cambio en la cualidad de la luz tras la lente visara de la puerta: presumiblemente,
Ruskin miraba para ver quién llamaba a esa hora de la noche.
Finalmente, Ponter oyó el sonido de un mecanismo de metal y la puerta se abrió un poco,
revelando la cara afilada de Ruskin. Una cadenita dorada a la altura de los hombros parecía
asegurar la puerta para que no se abriera más.
- ¿Doc... doctor Boddit? -preguntó, claramente sorprendido. Ponter había planeado urdir una
historia de cómo necesitaba la ayuda de Ruskin, con la esperanza de acceder al apartamento,
pero se sintió incapaz de hablar en tono civilizado con aquel... con aquel primate. Con la mano
derecha, la palma hacia fuera, empujó la puerta. La cadena chasqueó, la puerta se abrió de
golpe y Ruskin cayó hacia atrás.
Ponter entró rápidamente y cerró la puerta tras él.

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- ¿Qué dem... ? -gritó Ruskin, poniéndose en pie. Ponter advirtió que Ruskin iba vestido con
ropa de diario normal, a pesar de la hora... y eso le hizo pensar que acababa de regresar a
casa, posiblemente después de haber atacado a otra mujer.
Ponter empezó a acercarse.
- Violó usted a Qaiser Remtulla. Violó a Mare Vaughan.
- ¿De qué está hablando?
Ponter continuó hablándole en voz baja.- Puedo matarlo con las manos desnudas.
- ¿Está loco? -gritó Ruskin, retrocediendo.
- No -dijo Ponter, avanzando-. No estoy loco. Es este mundo de ustedes el que está loco.
Los ojos de Ruskin se dirigían a izquierda y derecha en la desordenada habitación, buscando
sin duda una vía de escape... o un arma. Tras él había una abertura en la pared, un hueco que
parecía conectar con una zona de preparación de comida.
- Se las verá conmigo -dijo Ponter-. Se las verá con la justicia.
- Mire, sé que es nuevo en este mundo, pero nosotros tenemos leyes. No puede...
- Es usted un violador múltiple.
- ¿Qué se ha tomado?
- Puedo demostrado -dijo Ponter, acercándose aún más.
De repente Ruskin se giró y dobló el cuerpo, buscando en la ventanita de la pared. Se volvió
sosteniendo una pesada sartén. Ponter ya había visto esas cosas, cuando estaba en
cuarentena en casa de Reuben Montego. Ruskin blandió la sartén, agarrando el asa con ambas
manos.
- No se acerque más.
Ponter continuó avanzando, implacable. Cuando estaba sólo a un paso de Ruskin, éste golpeó.
Ponter alzó el brazo para protegerse la cara. La resistencia del aire debió de frenar lo suficiente
para que el escudo no se activara, y por eso Hak recibió gran parte del impacto. Ponter disparó
el brazo derecho y agarró la laringe de Ruskin.
- Suelte ese objeto o le aplastaré la garganta.
Ruskin trató de hablar, pero Ponter cerró los dedos. El gliksin consiguió descargar un golpe
más con la sartén en el hombro de Ponter... afortunadamente, no el que tenía herido. Ponter
levantó a Ruskin del suelo.
- ¡Suelte ese objeto! -gruñó.
La cara de Ruskin se había vuelto púrpura, y sus ojos (sus ojos azules) parecían a punto de
estallar. Finalmente soltó la sartén, que golpeó con estrépito el suelo de madera. Ponter hizo
girar a Ruskin y lo golpeó contra la pared adyacente a la ventanita. El yeso de la pared se abo-
lló un poco con el impacto y apareció una gran grieta.
- ¿Vio en las noticias a la embajadora Prat matando a nuestro atacante?
Ruskin seguía jadeando en busca de aire.
- ¿Lo vio? -exigió Ponter-. La embajadora Prat es una 144. Yo soy un 145. Soy diez años más
joven que ella. Aunque mi sabiduría no iguala todavía la que ella posee, mi fuerza sobrepasa la
suya. Si me sigue provocando, le hundiré el cráneo.
- ¿Qué... ? -La voz de Ruskin sonaba increíblemente ronca-, ¿Qué quiere?
- Primero, quiero la verdad. Quiero que reconozca sus crímenes.
- Sé que esa cosa que lleva en el brazo es una grabadora, por el amor de Dios.
- Admita los crímenes.
- Yo nunca...
- Los policías de Toronto tienen muestras de su ADN por la violación de Qaiser Remtulla.
Ruskin escupió las palabras.
- Si supieran que es mi ADN, estarían ellos aquí, no usted.
- Si insiste en negarlo, lo mataré.
Ruskin consiguió sacudir levemente la cabeza, a pesar de la tenaza aplastante de Ponter.
- Una confesión bajo coacción no es confesión en absoluto.
Hak soltó un pitido, pero Ponter dedujo el significado de lo que era «coacción».
- Muy bien, entonces convénzame de que es inocente.
- No tengo que convencerlo de nada.

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- No lo tuvieron en cuenta para un ascenso ni para un empleo fijo a causa de su color de piel y
de su sexo -dijo Ponter.
Ruskin no dijo nada.
- Odiaba el hecho de que otras personas... de que mujeres fueran promocionadas antes que
usted.
Ruskin se debatía, intentando librarse de Ponter, pero Ponter no tenía dificultades para
sujetarlo.- Deseaba heridas. Humillarlas.
- Sigue pescando, cavernícola.
- Se le negó lo que quería, así que tomó lo que sólo puede ser entregado.
- No fue así...
- Dígame -susurró Ponter, doblando hacia atrás uno de los brazos de Ruskin-. Dígame cómo
fue.
- Yo merecía la plaza. Pero seguían jodiéndome una y otra vez. Esas zorras seguían
jodiéndome y...
- ¿Y qué?
- Y por eso les demostré lo que puede hacer un hombre.
- Es usted una desgracia para los hombres -dijo Ponter-. ¿A cuántas violó? ¿A cuántas?
Solo...
- ¿Sólo a Mare y Qaiser?
Silencio
Ponter apartó a Ruskin de la pared y lo volvió a golpear contra ella.
La grieta se hizo más larga.- ¿Hubo otras?
- No. Sólo...
Dobló más el brazo de Ruskin.
- ¿Sólo quién? ¿Sólo quién? La bestia aulló de dolor.
- ¿Sólo quién? -repitió Ponter.
Ruskin gruñó, y luego, entre dientes, dijo:
- Sólo a Vaughan. Y a esa puta paqui...
- ¿Qué? -dijo Ponter, confundido, mientras Hak pitaba. Volvió a retorcer el brazo.
- Remtulla. Violé a Remtulla. Ponter relajó un poco su presa.
- Eso se acabó, ¿me entiende? Nunca volverá a hacerlo.
Yo estaré vigilando. Otros estarán vigilando. Nunca más.
Ruskin gruñó inarticuladamente.
- Nunca más -dijo Ponter-. Haga ese juramento.
- Nunca... más -dijo Ruskin, los dientes todavía apretados.
- Y nunca le hablará a nadie de mi visita aquí. Si lo hace su sociedad lo castigará por sus
crímenes. ¿Comprende? ¿Comprende?
Ruskin consiguió asentir.
- Muy bien -dijo Ponter, aflojando brevemente su tenaza. Pero entonces volvió a hacer chocar
a Ruskin contra la pared, y esta vez un trozo de yeso se desgajó-. No, no, no está bien
-continuó Ponter, ahora era él quien apretaba los dientes-. No es suficiente. No es justicia.
Apoyó su peso contra Ruskin una vez más, su entrepierna chocó contra el trasero del gliksin.
- Va a descubrir lo que es ser mujer. El cuerpo entero de Ruskin se tensó.
- No, tío. Cristo, no... eso no...
- Es sólo justicia -dijo Ponter, buscando en su cinturón médico y sacando un inyector de gas
comprimido.
El aparato siseó contra el cuello de Ruskin.- ¿Qué demonios es eso? -gritó-. No puede...
Ponter sintió a Ruskin desplomarse. Lo depositó en el suelo.- Hak, ¿estás bien?
- Eso de antes ha sido un buen golpe -contcstó el Acompañante-, pero sí, estoy ileso.
- Lo siento.
Ponter miró a Ruskin, tendido de espaldas en el suelo, hecho un guiñapo. Agarró las piernas
del hombre, estirándolas.

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Ponter buscó en la cintura de Ruskin. Tardó un poco, pero finalmente comprendió cómo
funcionaba el cinturón. Una vez estuvo suelto, encontró el botón y la cremallera que cerraban
el pantalón. Los abrió ambos.
- Deberías quitarle primero los zapatos -dijo Hak. Ponter asintió.
- Cierto. Se me olvida que van por separado.
Se volvió hacia los pies de Ruskin y, después de algunas pruebas, desató los cordones y le
quitó los zapatos. Ponter dio un respingo al notar el olor de los pies. Regresó de rodillas a la
cintura de Ruskin y procedió a quitarle los pantalones. Luego le bajó la ropa interior, que
resbaló por las piernas casi carentes de pelo, y finalmente se la sacó por los pies.
Por fin, Ponter contempló los genital es de Ruskin.
- Algo va mal... -dijo-. Está desfigurado.
Movió el brazo, para que la lente de Hak pudiera ver sin obstáculos.- Sorprendente -dijo el
Acompañante-. No tiene capucha en el prepucio.
- ¿Qué?
- No hay piel.
- Me pregunto si todos los varones gliksins serán igual.
- Eso los convertiría en únicos entre los primates -replicó Hak.
- Bueno -dijo Ponter-, eso no influye en lo que voy a hacer...

Cornelius Ruskin recuperó el sentido al día siguiente; sabía que era de día por la luz que
entraba por las ventanas del apartamento. La cabeza le daba vueltas, le dolía la garganta,
tenía el codo en llamas, le dolía la espalda y sentía como si le hubieran pateado los testículos.
Trató de levantar la cabeza del suelo, pero una oleada de náusea se apoderó de él, así que
dejó caer la cabeza sobre el parqué. Lo intentó de nuevo un momento después, y esta vez
consiguió apoyarse en un codo. Llevaba puestos la camisa y los pantalones, y también los
zapatos y los calcetines. Pero tenía los cordones desatados.
«Maldita sea -pensó Ruskin-. Maldita sea.» Había oído que los neanderthales eran gays. Cristo,
no estaba preparado para eso. Se tendió de lado y se llevó una mano al fondillo de los
pantalones, rezando para que no estuvieran manchados de sangre. El vómito le subió a la
dolorida garganta, y luchó por contenerlo tragando saliva.
«Justicia» había dicho Boddit. Justicia hubiese sido conseguir un trabajo decente, en vez de ser
superado por un puñado de mujeres y minorías sin cualificar...
A Ruskin le dolía tanto la cabeza que pensó que Ponter debía de estar todavía allí dentro,
golpeándole con la sartén en el cráneo una y otra vez. Cerró los ojos, tratando de hacer acopio
de fuerzas. Tenía tantos achaques, tantos dolores, que no podía concentrarse en nada.
iMaldita idea simia de justicia poética! Sólo porque se la había metido a Vaughan y Remulla,
demostrándoles quién era realmente el jefe, Boddit al parecer había decidido que sería justo
sodomizarlo.
Y era también sin duda una advertencia: una advertencia para que tuviera la boca cerrada,
una advertencia de lo que le esperaba si alguna vez acusaba a Ponter de algo, de lo que le
sucedería en la cárcel si alguna vez lo condenaban por violación...
Ruskin tomó una enorme bocanada de aire y se llevó una mano a la garganta. Notaba las
marcas dejadas por los dedos del hombremono. Cristo, probablemente estaría cubierto de
horribles cardenales.
Finalmente, la cabeza dejó de girarle lo suficiente para que intentara ponerse en pie. Usó el
borde de la encimera para sujetarse, y se quedó allí, esperando a que los destellos de luz de
sus ojos se apagaran. En vez de agacharse para atarse los cordones, se quitó los zapatos.
Esperó otro minuto más, hasta que la cabeza dejó de dolerle lo suficiente y pensó que no se
desplomaría si dejaba de sujetarse. Entonces fue cojeando por el pequeño pasillo hasta el
único y cuarto de baño del apartamento, pintado de un verde mareante por algún inquilino an-
terior. Entró y cerró la puerta, revelando un espejo de cuerpo entero agrietado en una esquina
desde que lo habían atornillado a la puerta. Se soltó el cinturón y se bajó los pantalones, y
entonces le dio la espalda al espejo y, preparándose para lo que pudiera ver, se bajó los
calzoncillos.

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Le preocupaba tener el mismo tipo de marcas de dedos en los cachetes del culo, pero no había
nada, excepto una gran magulladura en un lado... que, advirtió, debía de haberse hecho
cuando Ponter lo derribó por primera vez al suelo al irrumpir por la puerta.
Ruskin separó uno de los cachetes para poder echar un vistazo al esfínter. No tenía ni idea de
qué esperar (¿ sangre, tal vez?), pero eso no era nada extraño.
No podía imaginar que un ataque semejante no dejara ninguna marca, pero por lo visto ése
había sido el caso. De hecho, por lo que parecía, no le habían hecho nada en el trasero.
Perplejo, se acercó a la taza, con los pantalones y los calzoncillos por los tobillos. Se colocó
ante la taza de porcelana y se buscó el pene, lo agarró, apuntó y...
«¡No!»
¡No, no, no!
¡Por el amor de Dios, no!
Ruskin palpó, se inclinó, se enderezó y volvió tambaleándose al espejo para ver mejor.
«Dios, Dios, Dios... »
Pudo verse, ver sus ojos azules llenos de absoluto horror, ver su mandíbula abierta y...
Se asomó al espejo, tratando de verse mejor el escroto. Lo recorría una línea vertical y
parecía... (¿podía ser?) como si lo hubieran sellado.
Palpó de nuevo, buscando las bolsas sueltas y arrugadas, esperando haberse equivocado.
Pero no lo había hecho.
Por Dios, no se había equivocado.
Ruskin se desplomó contra el lavabo y dejó escapar un largo y penetrante aullido.
Sus testículos habían desaparecido.

40

Jurad Selgan guardó silencio unos instantes. Naturalmente, lo que Ponter le había dicho era
absolutamente confidencial. Las conversaciones entre un paciente y su escultor de
personalidad estaban codificadas. Selgan nunca soñaría con revelar nada que le hubiera dicho
un paciente suyo, y nadie podría abrir su archivo de coartadas ni el de su paciente para ver
qué había pasado en las sesiones de terapia. Sin embargo, lo que Ponter había hecho...
- No nos tomamos la ley por nuestra propia mano.
Ponter asintió.
- Como dije al principio, no estoy orgulloso de lo que hice.
El tono de Selgan era suave.
- También dijo que volvería a hacerlo, si tuviera ocasión.
- Lo que él había hecho estaba mal -dijo Ponter-. Mucho peor que lo que yo le hice. -Abrió los
brazos, como buscando un modo de justificar su conducta-. Había atacado a mujeres, e iba a
seguir atacándolas. Pero yo puse fin a eso. No porque ahora supiera que podía identificado por
el olor, sino por el mismo motivo que nosotros esterilizamos siempre a los machos violentos de
esa forma concreta. No sólo impedimos que sus genes se transmitan. Después de todo, al
eliminar sus testículos el nivel de testosterona desciende de forma drástica y la agresividad
desaparece.
- ¿Y consideró que si usted no actuaba, no lo haría nadie? -preguntó Selgan.
- ¡Exactamente! ¡Se hubiese salido con la suya! Mare Vaughan pensó que había ganado, al
principio, que el violador no sabía a qué se enfrentaba al atacar a una genetista. Pero se
equivocó. Él sabía exactamente lo que estaba haciendo. Sabía cómo asegurarse de que nunca
lo castigaran por sus crímenes.
Igual que usted sabía que nunca sería castigado por castrarlo -dijo Selgan, en voz baja.
Ponter no dijo nada.
- ¿Lo sabe Mare? ¿Se lo ha dicho?
Ponter negó con la cabeza.
- ¿Por qué no?

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- ¿Por qué no? -repitió Ponter, asombrado por la pregunta- ¿Por qué no? Cometí un crimen, un
ataque horrible... No quería que ella tuviera nada que ver con eso. No quería que se sintiera
culpable.
- ¿Eso es todo?
Ponter guardó silencio, y examinó la pared de madera pulida circular.
- ¿Es todo? -instó Selgan.
- Naturalmente, no quería que pensara mal de mí.
- Podría haber pensado bien de usted -dijo Selgan-. Después de todo, lo hizo por ella, para
protegerla a ella y a otras como ella.
Pero Ponter negó con la cabeza.
- No. No, ella se habría enfadado, la hubiese decepcionado.
- ¿Por qué?
- Es cristiana. El filósofo cuyas enseñanzas sigue sostenía que el perdón es la mayor de las
virtudes.
Selgan enarcó la ceja gris sobre su frente.
- Algunas cosas son muy difíciles de perdonar.
- ¿Cree que no lo sé? -replicó Ponter.
- No me refiero a lo que hizo usted. Me refiero a lo que ese varón glikson le hizo a Mare.
Ponter tomó aire tratando de calmarse.
- ¿Es ese Ruskin , el único glipsin al que ha castrado?
Ponter dirigió su mirada hacia Selgan.
- Naturalmente.
- Ah, es que...
- ¿Qué?
Selgan ignoró la pregunta por el momento.
- ¿Le ha contado a alguien mas lo que hizo?
- No.
- ¿Ni siquiera a Adikor?
- Ni siquiera a Adikor
Pero sin duda, confía usted en él.
- Si, pero...
- ¿Ve? - dijo Selgan, cuando Ponter se quedó sin palabras. En nuestro mundo, no esterilizamos
solamente a quienes cometen un crimen violento, ¿no?
- Bueno, no. Nosotros...
- ¿Sí?
- Nosotros esterilizamos al criminal y a todos los que compartan al menos el cincuenta por
ciento de su material genético.
- ¿Y esos serían... ?
- Sus hermanos. Sus padres.
- Sí. ¿Y?...
- Y... bueno, y los gemelos idénticos. Por eso decimos al menos cincuenta por ciento; los
gemelos idénticos tienen en común el cien por ciento de su ADN.
- Sí, sí, pero se deja otro grupo.
- Los hermanos. Las hermanas, la madre del criminal. El padre del criminal.
- ¿Y?
- No sé a qué se... -Ponter guardó silencio-. Oh -dijo, en voz baja. Miró de nuevo a Selgan,
entonces bajó la mirada-. Los descendientes. Los hijos.
- Mis dos hijas, Jasmel Ket y Mega Bek.
- Y por eso si alguien se enterara de su crimen, y de algún modo se le escapara, o el triibunal
ordenara acceder a su archivo de coartadas, no sólo usted sería castigado. Sus hijas serían
esterilizadas también.
- ¿No es así? -dijo Selgan.
Ponter habló en voz muy baja
- Sí.

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- Le pregunté antes si había esterilizado a alguien más en el otro mundo y me gritó.
Ponter no dijo nada.
- ¿Sabe por qué gritó?
Un suspiro largo y entrecortado escapó de la boca de Ponter.
- Sólo esterilicé al culpable, no a sus parientes. ¿Sabe?, nunca había pensado mucho en la... la
justicia de esterilizar a inocentes sólo para mejorar el poso genético. Pero... pero Hak y yo
hemos estado revisando la Biblia gliksin. En la primera historia, todos los descendientes de los
dos humanos originales fueron maldecidos porque aquellos dos humanos orginales cometieron
un crimen. Y eso me pareció mal, injusto.
- Y por mucho que quisiera que el poso genético gliksin fuera purgado del mal de Ruskin, no
pudo aplicarlo a sus parientes cercanos -dijo Selgan-. Porque de haberlo hecho, hubiese estado
admitiendo que sus parientes cercanos (sus dos hijas) merecían ser castigadas por el crimen
que usted había cometido.
- Ellas son inocentes. No importa el mal que yo haya hecho, no se merecen sufrir por ello.
- Y sin embargo sufrirán si usted se presenta y admite su crimen. Ponter asintió.
- ¿Y qué es lo que pretende hacer?
Ponter encogió sus enormes hombros.
- Llevar conmigo este secreto hasta que muera.
- ¿Y entonces?
- Yo... ¿cómo dice?
- Cuando haya muerto, ¿entonces qué?
- Entonces... entonces nada.
- ¿Está seguro de eso?
- Por supuesto. Quiero decir, sí, he estado estudiando esa Biblia, y sé que Mare es cuerda,
inteligente y no tiene delirios, pero...
- ¿No le cabe duda de que se equivoca? ¿Está convencido de que no hay nada después de la
muerte?
- Bueno...
- ¿Sí?
- No. Olvídelo.
Selgan frunció el ceño, decidiendo que todavía no era el momento de insistir en este tema.
- ¿Se ha preguntado por qué Mare se siente atraída por usted?
Ponter desvió la mirada.
- Le he oído decir antes que ellos también son humanos. Pero, de todas formas, usted se
parece menos a ella que a ningún otro humano que haya conocido.
- Físicamente, tal vez -dijo Ponter-. Pero mental y emocionalmente, tenemos mucho en
común.
- De todas formas, puesto que Mare fue agredida por un varón de su propia especie, podría...
- ¿Cree que no lo he pensado ya? -replicó Ponter.
- Dígalo en voz alta, Ponter. Dígalo a las claras.
Ponter bufó.
- Puede que se sienta atraída por mí porque, a sus ojos, no soy humano... no soy uno de los
que la agredieron.
Selgan permaneció en silencio unos cuantos latidos.
- Es un pensamiento sobre el que merece la pena reflexionar.
- No importa -dijo Ponter-. Nada importa. La quiero. Y ella me quiere. Nada aparte de esos dos
hechos es importante.
- Muy bien -respondió Selgan-. Muy bien.
Hizo de nuevo una pausa y luego dijo como si nada, como si la idea acabara de ocurrírsele en
vez de haber estado esperando el momento adecuado para formularla:
- Y, dígame, ¿se ha puesto a pensar en por qué se siente atraído usted por ella?
Ponter puso los ojos en blanco.

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- ¡Escultores de personalidad! -dijo-. Ahora va a decirme que me recuerda a Klast en algún
aspecto. Pero no podría estar más equivocado. No se parece en absoluto a Klast. Su
personalidad es completamente diferente. Mare y Klast no tienen nada en común.
- Estoy seguro de que tiene usted razón -dijo Selgan, gesticulando con las manos como para
descartar la idea-. Quiero decir, ¿cómo iban a parecerse? Ni siquiera son miembros de la
misma especie.
- Eso es -dijo Ponter, cruzando los brazos sobre el pecho.
- Y proceden de sistemas de creencias completamente distintos.
- Exactamente.
Selgan sacudió la cabeza.
- Es muy extraña, ¿verdad?, esa idea de la vida después de la muerte...
Ponter no dijo nada.
- ¿Lo ha pensado alguna vez? ¿Se ha preguntado alguna vez si, tal vez... ? -Selgan guardó
silencio y esperó pacientemente a que Ponter llenara el vado.
- Bueno -dijo Ponter por fin-, es una idea atrayente. Desde la primera vez que Mare me lo dijo,
he estado pensando en ello. -Ponter alzó las manos-. Quiero decir, claro, sé que no hay otra
vida... al menos no para mí. Pero...
- Pero ella vive en un plano físico alternativo -aportó Selgan-.Otro universo. Un universo donde
las cosas podrían ser diferentes.
Ponter movió verticalmente la cabeza en un brevísimo gesto de asentimiento.
- Y ella ni siquiera es barast, ¿no? Pertenece a otra especie. Sólo porque no tengamos esas...
¿cómo las llaman? ¿Esas almas inmortales? Que nosotros no tengamos alma inmortal no
implica que ellos no la tengan ¿verdad?
- ¿Tiene usted una teoría? -replicó Ponter.
- Siempre -dijo Selgan-. Perdió usted a su mujercompañera hace veintitantos meses. -Hizo
una pausa y habló con la mayor suavidad-. Mare no es la única que se está recuperando de un
trauma.
Ponter enarcó la ceja.
- Cierto. Pero no veo cómo la muerte de Klast puede haberme arrojado a los brazos de una
mujer de otro mundo.
Permanecieron en silencio un buen rato. Finalmente, Hak, que había permanecido en silencio
durante toda la sesión de terapia, se dirigió a Selgan a través de su altavoz externo.
- ¿Quiere que se lo diga yo?
- Yo lo haré -dijo Selgan-. Ponter, por favor; no se lo tome a mal, pero... bueno, me ha
hablado usted de las creencias gliksins.
- ¿Qué pasa con ellas? -dijo Ponter, todavía irritado.
- Ellos creen que los muertos no están en realidad muertos. Creen que la conciencia del
individuo sigue viviendo después del cuerpo.
- ¿Y?
- Y tal vez busca usted protegerse del dolor que le causó la muerte de Klast. Si su mujer-
compañera creyera en esta... en esta inmortalidad de la mente, o si usted cree, por irracional
que sea, que ella puede alcanzar esa inmortalidad, entonces...
Selgan se calló, invitando a Ponter a terminar la frase por él. Ponter suspiró, y así lo hizo.
- Entonces, si lo impensable sucediera y yo perdiera de nuevo a mi mujercompañera, podría
no sentirme tan destrozado porque ella tal vez no estuviera muerta del todo.
Selgan alzó la ceja y ambos hombros, levemente.
- Exacto.
Ponter se puso en pie.
- Gracias por su tiempo, sabio Selgan. Día sano.
- No estoy seguro de que hayamos terminado todavía. ¿Adónde va?
- A hacer algo que debería haber hecho hace mucho tiempo -dijo Ponter marchándose de la
habitación circular.

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Louise Benoit entró en el despacho de Jock Krieger en el Grupo Sinergia. Jock no tenía a
ningún geólogo entre su personal, pero Louise era física y se había pasado todo aquel tiempo
trabajando en el fondo de la mina Creighton, así que le había asignado la tarea.
- Muy bien -dijo ella-. Creo que lo he resuelto.
Desplegó dos grandes gráficas sobre la mesa de trabajo del despacho. Jock se levantó y se
unió a Louise ante la mesa.
- Ésta -dijo, indicando con una uña pintada de rojo la gráfica de la izquierda- es la cronología
paleomagnética estándar hecha por nuestra gente.
Jock asintió.
- Y ésta -indicó la otra gráfica, que estaba llena de símbolos extraños- es la gráfica equiparable
que nos proporcionaron los neanderthales.
Aunque Mary Vaughan no había encontrado ninguna prueba de que el campo magnético
neanderthal se hubiera invertido realmente, Jock había aprovechado la oportunidad para
convertir el intercambio de información paleomagnético en una prioridad. Si los neanderthales
se equivocaban en lo referente a que el campo magnético se colapsaba rápidamente, bueno,
entonces Jock sabría que se estaba preocupando por nada. Pero quería estar seguro.
- Muy bien -dijo Louise-. Como puede ver, nosotros hemos localizado muchas más inversiones
geomagnéticas que ellos: más de trescientas en los últimos ciento setenta y cinco millones de
años. Eso se debe a que hay un registro mucho más completo en las rocas del fondo marino
que en los meteoritos encontrados.
- Un punto a nuestro favor -dijo Jock, secamente.
- Así que lo que hemos hecho es cotejar las inversiones que encajan -continuó Louise-, es
decir, aquellas de las que ambos tenemos pruebas. Como puede ver, aunque su registro tiene
muchos agujeros, hay una correspondencia unoauno casi hasta el presente.
Jock miró las hojas, mientras Louise guiaba sus ojos con el dedo.
- Vale.
- Bueno, eso tiene todo el sentido del mundo, por supuesto -dijo Louise-. Ya conoce mi teoría:
que hubo sólo un universo hasta que se produjo un despertar de la conciencia, hace cuarenta
mil años.
Jock asintió. Aunque los eventos de mecánica cuántica causaban incontables pequeñas
divisiones del universo, y probablemente lo habían hecho desde el principio del tiempo, esas
divisiones no creaban ninguna diferencia macroscópica, y por eso los universos resllltantes
siempre habían vuelto a unirse al cabo de un nanosegundo o dos.
Pero los actos de los seres conscientes causaban divisiones que no podían sanarse, y por eso,
cuando el Gran Salto Adelante tuvo lugar, hacía cincuenta mil años (cuando emergió la
consciencia), se produjo la primera división permanente. En un universo, el Homo Sapiens
adquirió la conciencia inicial; en el otro, lo hizo el Homo neanderthalensis... y habían divergido
desde entonces.
- Pero espere un minuto -dijo Jock, mirando la gráfica neanderthal-. Si ésta de aquí es la
última inversión magnética registrada que conocemos...
- Lo es -dijo Louise-. La tienen localizada hace unos diez millones de meses, o sea, hace
setecientos ochenta mil años.
- Bien. Pero ¿si ésta es la más reciente en nuestra gráfica, qué es ésta de aquí? -Señaló lo que
parecía ser otra inversión más reciente en la gráfica neanderthal- ¿esta es la que dicen que
empezó hace veinticinco años?
- No -respondió Louise. Era demasiado académica para Jock. Estaba guiándolo claramente
para que hiciera su propio descubrimiento, pero ella ya sabía la respuesta. Jock deseó que se
la dijera.
- Entonces, ¿cuándo fue?
- Hace medio millón de meses -dijo Louise.
Jock no hizo ningún esfuerzo por ocultar su irritación.
- ¿Y eso fue cuándo?
Los carnosos labios de Louise esbozaron una sonrisa.
- Hace cuarenta mil años.

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- ¡Cuarenta mil! Pero eso fue cuando...
- Exactamente -dijo Louise, satisfecha con su alumno-. Fue cuando se produjo el Gran Salto
Adelante, cuando emergió la conciencia, cuando el universo de dividió definitivamente.
- ¿Pero... pero cómo es que ellos saben de una inversión de campo magnético y nosotros no?
- ¿Recuerda lo que dije la primera vez que hablamos de esto?
Cuando el campo magnético varía, las posibilidades de que la nueva polaridad sea distinta son
del cincuenta por ciento. La mitad de las veces, seguirá igual, pero...
- ¡La mitad de las veces se invertirá! Así que esta inversión tuvo lugar después de que los
universos se separaran, y como los universos ya no estaban unidos, la polaridad se invirtió en
el mundo neanderthal...
Louise asintió.
- Dejando un registro en los meteoritos.
- Pero nuestro mundo acabó con la misma polaridad que tenía antes del colapso... sin dejar
ningún registro.
- Oui.
- Fascinante -dijo Jock-. Pero espere... espere... Ellos tuvieron una inversión hace cuarenta mil
años, ¿no? Pero Mary dice que usó la brújula en el mundo neanderthal y que ahora tiene la
misma polaridad que nuestro mundo, así que...
Louise asintió, animándolo. Iba por buen camino.
- Así que -continuó Jock-, hubo un reciente y rápido colapso en el mundo neanderthal, y esta
vez, cuando el campo se estableció de nuevo, hace sólo seis años, cambió su polaridad una
vez más, volviendo a emparejarlo con el de esta Tierra.
- Exactamente.
- Muy bien, pues -dijo Jock-. Bueno, eso es lo que quería saber.
- Pero hay más que eso. Mucho más.
- ¡Pues escúpalo, mujer!
- Vale, vale. Es así. La Tierra (la única Tierra que existía en aquella época) experimentó un
colapso de campo magnético hace cuarenta mil años. Mientras el campo magnético faltaba,
emergió la conciencia... y no creo que fuese una coincidencia.
- ¿Quiere decir que el colapso del campo magnético tiene algo que ver con por qué
desarrollamos el arte?
Y la cultura, y el lenguaje. Y la lógica simbólica. Y la religión. Sí.
- ¿Pero cómo?
- No lo sé -dijo Louise-. Pero recuerde, el Homo sapiens anatómicamente moderno existe
desde hace cien mil años, pero no consiguió ser consciente hasta hace cuarenta mil. Tuvimos
el mismo cerebro físico durante sesenta mil años sin crear jamás arte ni mostrar ninguno de
los otros signos de una verdadera conciencia. Entonces, click, sucedió algo y fuimos
conscientes.
- Sí.
- ¿Sabe que algunas aves usan la magnetita de su cerebro para orientarse?
Jock asintió.
- Nosotros... bueno, los Homo sapiens, tenemos magnetita en el cerebro también. Nadie sabe
por qué, ya que obviamente no la usamos como una brújula incorporada. Pero cuando el
campo magnético se colapsó hace cuarenta mil años, creo que algo le sucedió a la magnetita
que causó el... el «empujón», digamos, de la conciencia.
- Entonces, ¿qué va a ocurrir cuando el campo magnético vuelva a colapsarse?
- Bueno, en el mundo neanderthal no sucedió nada durante su colapso más reciente. Pero...
- ¿Pero?
- Pero hay diferencias obvias entre nuestros dos mundos... o de lo contrario nuestros colapsos
de campo no estarían ahora desincronizados.
- Eso me estaba preguntando. ¿A qué supone que se debe?
- Tal vez a los cientos de pruebas nucleares que hemos efectuado, y a todos nuestros
lanzamientos de cohetes. Los colapsos modernos de campo están sólo separados veinticinco
años en los dos mundos, y el último fue hace cuarenta mil años. Es sólo una diferencia de

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0,000624; esas explosiones podrían haber perturbado la geodínamo lo suficiente para
explicarlo... tal vez. No estoy segura. Pero el asunto es que las geodínamos de los dos mundos
no son iguales ya, así que el colapso aquí no seguirá necesariamente la pauta del de allí y,
naturalmente, hay diferencias obvias entre la manera en que funciona la mente neanderthal y
la nuestra.
- Entonces, ¿qué va a suceder aquí?
- Je ne sais pas -dijo Louise-. Tendremos que investigar mucho más antes de estar seguros.
Pero...
- ¡Otra vez con los peros! ¿Qué? ¿Qué?
- Bueno, la conciencia floreció durante un colapso de campo.
Esta vez la conciencia podría... bueno, no pretendo abusar de la metáfora, pero esta vez la
conciencia podría marchitarse.

Epílogo

Ponter le dio las gracias al operador del cubo de viaje y desembarcó. Podía sentir los ojos de
las hembras en él, sus miradas de reproche. Pero, aunque sólo faltaba un día para el siguiente
Dos Que Se Convierten En Uno, aquello no podía esperar.
Después de más de un mes en la versión de Mary de la Tierra, Ponter y ella habían regresado
al mundo neanderthal hacía tres días. Según él, tendría ocasión de ver a Adikor y a sus hijas
en el mismo viaje, lo cual era desde luego cierto. Pero, como Mary tenía que volver a alojarse
con Lurt hasta que Dos Se Convirtieran En Uno, eso también le permitió ver a un escultor de
personalidad, con la esperanza de librarse del insomnio y las pesadillas que lo habían estado
acosando.
Pero ahora Ponter se estaba aproximando al laboratorio de Lurt... guiado por Hak; Ponter
nunca había estado allí. Al entrar en el edificio de piedra, le preguntó a la primera mujer que
vio que le indicara dónde estaba trabajando Mare Vaughan. La asombrada mujer (una 146)
señaló, y Ponter recorrió el pasillo. Entró en la sala que le había indicado, y vio a Mary y Lurt
inclinadas sobre una mesa de trabajo.
«Ya está», pensó Ponter. Inhaló profundamente y...
- ¡Ponter! -dijo Mary, alzando la cabeza. Estaba encantada de verlo, pero...
Pero, no. Éste era el mundo de él... y no era el momento adecuado.
Intentó mantener un tono de calma.- ¿Qué ocurre?
Ponter miró a Lurt.
- Necesito hablar con Mare a solas.
Lurt enarcó la ceja. Le dio un apretón a Mary en el antebrazo y salió de la habitación, cerrando
la puerta tras de sí.
- ¿Qué pasa? -preguntó Mary. Podía sentir que su corazón redoblaba-. ¿Te encuentras bien?
¿Le ha ocurrido algo a Jasmel o... ?
- No. Todo el mundo está bien.
Todavía nerviosa, Mary trató de deducir qué pasaba.
- Sabes que no deberías estar aquí. Ahora Dos no son Uno. Pero Ponter se mostró irritado.
- Al... al infierno con eso.
- Ponter, ¿qué pasa?
Ponter tomó aire, y luego dijo algunas palabras en su propio idioma. Por primera vez, las
palabras no fueron traducidas inmediatamente, y Mary vio que Ponter ladeaba la cabeza de
aquel modo que indicaba que estaba escuchando a Hak en su implante.
Ponter habló de nuevo, bruscamente, y Mary oyó la palabra neanderthal ka, que sabía que
significaba «sí». Tal vez Hak había preguntado: «¿Estás seguro de que quieres decir eso?» Si
lo había hecho, Ponter debía de haberle respondido que sí, y tal vez había reprendido al
Acompañante por interferir. Hubo silencio durante un par de segundos y luego Ponter volvió a
abrir la boca, pero al parecer eso fue indicio suficiente para que Hak usara por fin el
equivalente Inglés al anterior murmullo de Ponter.

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- Te quiero -dijo la voz sintetizada por la máquina. ¡Cómo había ansiado Mary oír esas
palabras!
- Yo también te quiero -dijo-. Te quiero mucho.
- Deberíamos construir una vida juntos, tú y yo -dijo Ponter-. Sí... si tú quieres, claro.
- ¡Sí, sí, por supuesto! -respondió Mary. Pero entonces su ánimo empezó a venirse abajo-
Pero... pero sería complejo hacer que una relación así funcionara. Quiero decir, tú tienes una
vida aquí, y yo tengo una vida allí. Tú tienes a Adikor y Jasmel y Megameg, y yo...
Hizo una pausa. Había estado a punto de decir «a nadie», pero eso no era cierto. Tenía un
marido. Cierto, no vivía con él, pero seguía siendo su legítimo esposo. Y, dulce Jesús, pensó, si
Dios desaprobaba el divorcio, ¿qué pensaría de las relaciones entre especies?
- Quiero intentarlo -dijo Ponter-. Quiero intentar que esto funcione.
Mary sonrió.
- Yo también.
Pero entonces sintió que su sonrisa se apagaba.
- De todas formas, hay mucho que considerar. ¿Dónde viviríamos? ¿Y Adikor? ¿Y... ?
- Sé que será difícil, pero...
- ¿Sí?
Ponter se le acercó y la miró a los ojos.
- Pero tu pueblo ha viajado hasta la Luna y el mío ha abierto un portal a otro universo. Pueden
hacerse cosas que son difíciles.
- Habrá sacrificios -dijo Mary-. Para ambos.
- Tal vez sí. Tal vez no. Tal vez podamos extraer el tuétano y seguir conservando el hueso
para hacer herramientas.
Mary frunció el ceño un instante, y luego lo comprendió.
- «Para hacer una tortilla hay que cascar los huevos.» Así es como lo decimos nosotros. Pero
supongo que tienes razón: nuestros pueblos no son tan distintos. Quererlo todo, bueno, es
sólo...
Mary se calló, incapaz de encontrar una palabra adecuada. Pero Ponter la tenía. Ponter sabía
exactamente cuál era.
- Es sólo humano -dijo, tomando a Mary en sus brazos.

Híbridos

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1

Compatriotas estadounidenses, y todos los demás seres humanos de esta versión de la Tierra,
es para mí un gran placer dirigirme a ustedes esta noche, en mi primer discurso como
presidente. Deseo hablar sobre el futuro de nuestra especie de homínido, de la especie
conocida como Homo sapiens: gente de sabiduría...

- Mare -dijo Ponter Boddit-, es un honor presentarte a Lonwis Trob.


Mary estaba acostumbrada a imaginar a los neanderthales como hombres robustos,
«Schwarzeneggers bajitos», ésa era la expresión que el Toronto Star había acuñado
refiriéndose a su corta estatura y su constitución musculosa. Así que fue para ella una sorpresa
contemplar a Lonwis Trob, sobre todo en contraste con Ponter Boddit.
Ponter era miembro de lo que los neanderthales llamaban «generación 145», lo cual
significaba que tenía treinta y ocho años. Con su metro setenta, destacaba entre los varones.
de su especie y tenía unos músculos que habrían sido la envidia de un culturista.
Pero Lonwis Trob era uno de los pocos supervivientes de la generación 138. A la asombrosa
edad de ciento ocho años, era flacucho, aunque todavía ancho de hombros. Todos los
neanderthales tenían la piel clara (eran un pueblo adaptado al Norte), pero la de Lonwis era
virtualmente transparente y apenas tenía vello corporal. Y aunque su cabeza poseía las
características neanderthales de rigor (la frente baja, el doble arco ciliar, la nariz enorme, la
mandíbula cuadrada y sin barbilla), era completamente calvo. Ponter tenía una espesa mata
de cabello rubio (que llevaba con raya en medio, como la mayoría de los neanderthales) y una
barba rubia poblada.
Sin embargo, los ojos eran la característica más sorprendente de los dos neanderthales que
ahora miraban a Mary Vaughan. Los iris de Ponter eran dorados: Mary había descubierto que
nunca se cansaba de mirarlos. Los de Lonwis eran segmentados, mecánicos: sus globos
oculares eran esferas pulidas de metal azul, de cuyas lentes centrales surgía un brillo
verdiazul.
- Día sano, sabio Trob -dijo Mary. No le dio la mano: no era una costumbre neanderthal-. Es
un honor conocerlo.
- Desde luego -contestó Lonwis. Naturalmente, hablaba en el idioma neanderthal (sólo había
uno, así que no tenía nombre), pero su implante Acompañante traducía cuanto decía,
emitiendo palabras sintetizadas en Inglés a través de su altavoz externo.
¡Y menudo Acompañante! Mary sabía que Lonwis Trob había inventado esta tecnología cuando
era joven, en el año que la Tierra de Mary conocía como 1923. En honor a todo lo que los
Acompañantes habían hecho por los neanderthales, Lonwis había recibido uno con placa de oro
sólido. Lo llevaba instalado en la cara interna del antebrazo izquierdo; había pocos
neanderthales zurdos. En comparación, el Acompañante de Ponter, Hak, con placa de acero,
resultaba decididamente pobre.
- Mare es genetista -dijo Ponter-. Ella es quien demostró durante mi primera visita a su
versión de la Tierra que yo era genéticamente lo que ellos llaman neanderthal. -Tomó la
manita de Mary en la suya, enorme y de dedos cortos-. Más que eso, es la mujer que amo.
Tenemos pensado unimos dentro de poco.
Los ojos mecánicos de Lonwis se posaron sobre Mary, con expresión indescifrable. Mary se
volvió a mirar por la ventana del despacho, situado en la primera planta de la vieja mansión
que albergaba la sede del Grupo Sínergía, en Rochester, Nueva York. La masa gris del lago
Ontario se extendía hasta el horizonte.
- Bien -dijo Lonwis, o al menos así fue como su Acompañante tradujo la aguda sílaba que
murmuró. Pero luego su tono se animó y su mirada se centró en Ponter-. ¡Y yo que creía que
estaba haciendo mucho por el contacto intercultural!
Lonwis era uno de los diez neanderthales destacados (grandes científicos, artistas dotados)
que habían atravesado el portal desde su mundo a éste, para impedir que el Gobierno
neanderthal cortara la conexión entre las dos realidades.

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- Y no sabe cuánto se lo agradezco. -dijo Mary-. Todos se lo agradecemos... todos los de
Sinergia. Para ir a un mundo desconocido...
- Era lo último que pensaba que haría a mi edad -dijo Lonwis-. ¡Pero esos tontos de mente
estrecha del Gran Consejo Gris! -Meneó su venerable cabeza, disgustado.
- El sabio Trob va a trabajar con Lou -dijo Ponter-, para ver si un ordenador cuántico, como el
que Adikor y yo construimos, puede crearse usando equipo ya existente aquí.
Lou era la doctora Louise Benoit, especializada en física de partículas. Los neanderthales no
podían pronunciar la «i» larga, aunque sus Acompañantes la incorporaban cuando era
necesario al traducir palabras neanderthales al Inglés.
Louise le había salvado la vida a Ponter en su primera visita a nuestro mundo, hacía meses,
cuando pasó accidentalmente de su propia cámara subterránea de cálculo cuántico al
emplazamiento correspondiente en esta versión de la Tierra... que resultó ser el centro de una
esfera de contención de agua pesada en el Observatorio de Neutrinos de Sudbury, donde
Louise trabajaba por entonces.
Como había estado en cuarentena con Ponter y Mary y el médico Reuben Montego cuando
Ponter cayó enfermo durante aquella visita, Louise había tenido oportunidad de que éste le
hablara del cálculo cuántico neanderthal, lo que la convirtió en la mejor candidata para dirigir
su reproducción. Y ese trabajo era una prioridad absoluta, ya que los ordenadores cuánticos
suficientemente grandes eran la clave para pasar de un universo a otro.
- ¿Y cuándo conoceré a la sabia Benoit? -preguntó Lonwis.
- Ahora mismo -respondió una voz femenina cargada de acento fráncés. Mary se dio media
vuelta. Louise Benoit (hermosa, morena, veintiocho años, todo piernas y dientes blancos y
curvas perfectas) se encontraba en la puerta-. Lamento llegar tarde. El tráfico es criminal.
Lonwis inclinó la anciana cabeza, obviamente escuchando la traducción de su Acompañante de
estas últimas palabras, y, también obviamente desconcertado por ellas.
Louise entró en la habitación y, ella sí, tendió la mano.- ¡Hola, sabio Trob! -dijo-. Es un placer
conocerlo.
Ponter se inclinó hacia Lonwis y le susurró algo. La frente de Lonwis se onduló; era un
espectáculo extraño cuando un neanderthal con pelo lo hacía, pero resultaba absolutamente
surrealista cuando lo hacía aquel centenario, en opinión de Mary. Lonwis tendió la mano y
aceptó la de Louise, agarrándola corno si sujetara un objeto repulsivo.
Louise le dedicó aquella radiante sonrisa suya, aunque no pareció surtir ningún efecto sobre
Lonwis.
- Es un verdadero honor -dijo. Miró a Mary-. ¡No estaba tan nerviosa desde que conocí a
Hawking!
Stephen Hawking había visitado el Observatorio de Neutrinos de Sudbury, o más bien la
periferia, pues la cámara de detección se encontraba a 2 kilómetros bajo tierra y a 1,2
kilómetros en horizontal por una galería minera del ascensor más cercano.
- Mi tiempo es enormemente valioso -dijo Lonwis-. ¿Podemos empezar a trabajar?
- Por supuesto -respondió Louise, todavía sonriendo-. Nuestro laboratorio está al fondo del
pasillo.
Louise abrió la marcha y Lonwis la siguió. Ponter se acercó a Mary y le dio un afectuoso
lametón en la cara, pero Lonwis habló sin mirar atrás.
- Vamos, Boddit.
Ponter le sonrió apenado a Mary, encogió sus enormes hombros con un gesto de quéselevaa-
hacer, y siguió a Louise y al gran inventor, cerrando tras él la pesada puerta de madera.
Mary se acercó a su escritorio y empezó a ordenar el lío de papeles que había encima. Antes se
ponía... ¿cómo? ¿Nerviosa? ¿Celosa? No estaba segura, pero desde luego antes se sentía
incómoda cuando Ponter pasaba algún tiempo con Louise Benoit. Después de todo, como había
descubierto, los Homo sapiens varones del Grupo Sinergia solían referirse a Louise a sus
espaldas como DL.
Mary por fin le preguntó a Frank, uno de los tipos que trabajaban en imágenes, qué significaba
aquello. Él pareció cohibido, pero al final reveló que significaba «Deliciosa Louise». Y Mary tuvo
que admitir que Louise era exactamente eso.

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Pero a Mary ya no le molestaba que Ponter estuviera con Louise. Después de todo, era a Mary,
no a la francocanadiense, a quien amaba Ponter, y las tetas grandes y los labios carnosos no
ocupaban los primeros lugares en la lista de rasgos que los barasts preferían.
Un momento después llamaron a la puerta. Mary alzó la cabeza.
- Pase -dijo.
La puerta se abrió, revelando a Jock Krieger, alto, delgado, con un tupé gris que a Mary
siempre le recordaba el de Ronald Reagan. No era la única: para los mismos que llamaban a
Louise DL era el Destripador. Mary imaginaba que también tendrían un mote para ella, pero
aún tenía que averiguarlo.
- Hola, Mary -dijo Jock con su voz áspera y profunda. ¿Tienes un momento?
Mary resopló.- Tengo montones. Jock asintió.
- De eso quería hablar contigo. -Entró y se sentó en una silla-. Has terminado el trabajo para
el que te contraté: encontrar un medio infalible para distinguir a un neanderthal de uno de no-
sotros.
Y en efecto lo había hecho, algo que le había resultado sencillísimo: los Homo sapiens tenían
veintitrés pares de cromosomas, mientras que los Homo neanderthalensis tenían veinticuatro.
Mary notó que el pulso se le aceleraba. Sabía que aquel trabajo de ensueño, con su alto
sueldo, era demasiado bueno para durar.
- Víctima de mi propio genio -dijo, tratando de gastar una broma-. Pero, ¿sabes?, no puedo
volver a la Universidad de York, no este curso. Un par de sustitutos (uno de los cuales es un
monstruo horrible) están dando mis clases.
Jock alzó una mano.
- Oh, no quiero que vuelvas a York. Pero sí que quiero que salgas de aquí. Ponter va a volver
pronto a casa, ¿no?
Mary asintió.
- Sólo ha venido a asistir a una reunión en las Naciones Unidas, y, naturalmente, a traer a
Lonwis aquí a Rochester.
- Bueno, ¿y por qué no lo acompañas cuando vuelva? Los neanderthales están siendo muy
generosos al compartir lo que saben de genética y biotecnología, pero siempre hay más cosas
que aprender. Me gustaría que permanecieras un tiempo prolongado en el mundo
neanderthal... tal vez un mes, y aprendieras cuanto sea posible sobre su biotecnología.
Mary sintió el corazón en la garganta.
- Me encantaría.
- Bien. No estoy muy seguro de cómo te las apañarás allí, pero...
- Me alojo con la mujercompañera del hombrecompañero de Ponter.
- La mujercompañera del hombrecompañero de Ponter... -repitió Jock.
- Eso es. Ponter está unido a un hombre llamado Adikor: ya sabes, el tipo que creó con él su
ordenador cuántico. Adikor, por su parte, está unido a una mujer, una química llamada Lurt. Y
cuando Dos No Son Uno (cuando los neanderthales masculinos y femeninos viven vidas
separadas), yo me alojo con Lurt.
- Ah -dijo Jock, sacudiendo la cabeza-. Y yo que creía que en los culebrones se veían
relaciones familiares complicadas...
- Bueno, pues como te decía, la mujercompañera del hombrecompañero de Ponter es una
química llamada Lurt... y los neanderthales consideran que la genética es una rama de la
química, como en realidad es, pensándolo bien. Así que podrá presentarme a la gente
adecuada.
- Excelente. Si estás dispuesta a viajar al otro lado, podríamos darle uso a toda esa
información.
- ¿Que si estoy dispuesta? -dijo Mary, tratando de contener su nerviosismo-. ¿Es católico el
Papa?
- La última vez que supe de él, sí -respondió Jock con una sonrisita.

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Y, como verán, es sólo a nuestro futuro, el futuro del Homo sapiens, al que me dirijo esta
noche. Y no solo porque puedo hablar como presidente americano. No, hay algo más. Pues, en
este asunto, nuestro futuro y el de los neanderthales no están entrelazados...

Cornelius Ruskin temía que las pesadillas no terminaran nunca: aquel maldito cavernícola lo
atacaba, lo derribaba, lo mutilaba. Cada mañana despertaba empapado en sudor.
Cornelius se había pasado la mayor parte del día tras el horrible descubrimiento tendido en la
cama, dolorido, encogido sobre sí mismo. El teléfono había sonado en varias ocasiones, y al
menos una de ellas era sin duda alguien que lo llamaba desde la Universidad de York para
averiguar dónde demonios estaba. Pero no podía hablar con nadie todavía.
Esa noche, tarde, llamó al Departamento de Genética y dejó un mensaje en el contestador de
Qaiser Remtulla. Siempre había odiado a aquella mujer, y la odiaba todavía más ahora que le
habían hecho aquello. Pero consiguió mantener la voz calmada para decir que estaba enfermo
y que no volvería hasta al cabo de varios días.
Cornelius vigilaba atentamente su orina en busca de sangre. Cada mañana, palpaba la herida
por si rezumaba, y se tomaba la temperatura repetidamente, para asegurarse de que no tenía
fiebre... y no la tenía, a pesar de sus frecuentes arrebatos de calor.
Todavía le costaba creerlo, todavía la idea lo abrumaba. Sentía dolor, pero disminuía día a día,
y las tabletas de codeína ayudaban: gracias a Dios en Canadá podían comprarse sin receta
médica; siempre tenía algunas a mano, y al principio había empezado a tomarlas de cinco en
cinco, pero ahora había pasado a la dosis normal de dos.
Sin embargo, aparte de tomar analgésicos, Cornelius no tenía ni idea de qué hacer. Desde
luego, no podía acudir a su médico... ni a ningún médico. Si lo hacía, sería imposible mantener
en secreto su herida; alguien podría hablar. Y Ponter Boddit tenía razón: Cornelius no podía
arriesgarse a eso.
Finalmente, cuando por fin consiguió hacer acopio de valor, Cornelius encendió su ordenador.
Era un viejo Pentium sin marca que tenía desde sus días de estudiante de posgrado. La
máquina le servía como procesador de textos y para recibir correo, pero normalmente
navegaba por la red en el trabajo: York tenía líneas de alta velocidad, mientras que lo único
que él podía permitirse en casa era una conexión telefónica con un servidor local. Pero
necesitaba respuestas de inmediato, así que tuvo que soportar la enloquecedoramente lenta
carga de páginas.
Tardó veinte minutos, pero finalmente encontró lo que estaba buscando. Ponter había
regresado a esta Tierra con un cinturón médico que incluía un escalpelo láser cauterizador.
Habían empleado ese aparato para salvarle la vida al neanderthal cuando le dispararon ante la
sede de las Naciones Unidas. Sin duda así había sido como...
Cornelius sintió que todos sus músculos se contraían cuando pensó de nuevo en lo que le
habían hecho.
Le habían abierto el escroto, presumiblemente con el láser, y luego...
Cornelius cerró los ojos y deglutió con fuerza, tratando de impedir que los ácidos del estómago
escalaran de nuevo por su esófago.
De algún modo (posiblemente incluso con las manos desnudas), Ponter le había arrancado a
Cornelius los testículos. Y luego debió emplear de nuevo el láser, para cerrar su carne.
Cornelius había buscado sus pelotas frenéticamente por todo el apartamento, con la esperanza
de que pudieran reimplantárselas. Pero después de un par de horas, mientras lágrimas de furia
y frustración le corrían por la cara, tuvo que aceptar la realidad. Ponter las había arrojado por
el retrete, o había desaparecido en la noche con ellas. Fuera como fuese, las había perdido
para siempre.
Cornelius estaba furioso. Lo que había hecho era maravillosamente adecuado: aquellas
mujeres (Mary Vaughan y Qaiser Remtulla) se habían interpuesto en su camino. Habían
conseguido sus puestos simplemente porque eran mujeres. Era él quien tenía un título de
Oxford, por el amor de Dios, pero no había ascendido en el escalafón porque York «corregía
históricos desequilibrios de género» en sus facultades. lo habían privado de eso, así que les

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demostraría (a la jefa de departamento, aquella zorra paquistaní; y a Vaughan, que tenía el
puesto que a él le correspondía) lo que significaba realmente ser vapuleado.
«Maldición», pensó Cornelius, palpando una vez más entre sus piernas. Tenía el escroto
hinchado... pero vacío.
Maldición.

•••

Jock Krieger regresó a su despacho, situado en la planta baja de la mansión del Grupo
Sinergia. Su enorme ventanal daba al paseo marítimo, al Sur, en vez de al Norte, al lago
Ontario: la mansión se hallaba en la franja de tierra que va de Este a Oeste en Rochester, Sea-
breeze.
La especialidad de Jock era la teoría de juegos; había estudiado con John Nash en Princeton, y
había pasado tres décadas en la Corporación RAND, el lugar perfecto para él. Fundada por las
Fuerzas Aéreas, fue el principal núcleo de pensamiento estadounidense durante la Guerra Fría.
Allí se llevaron a cabo los estudios sobre el conflicto nuclear. Incluso en la actualidad, cuando
Jock leía las iniciales M.M. pensaba en megamuerte, un millón de bajas civiles, en vez de en un
nombre propio.
El Pentágono estaba furioso por la manera en que se había llevado el encuentro inicial con
Neanderthal Prima, el primer neanderthal llegado a esta realidad desde la otra. La historia de
un cavernícola moderno que aparecía de buenas a primeras en una mina de níquel en el Norte
de Ontario parecía material de revista sensacionalista, similar a los encuentros con
extraterrestres, avistamientos de yetis y ese tipo de cosas. Para cuando en el Gobierno esta-
dounidense (o en el canadiense) se tomaron el asunto en serio, Neanderthal Prima ya era
intocable y del dominio público, lo que hizo imposible contener y controlar la situación.
Y de pronto había aparecido el dinero (parte del INS, aunque la mayoría del Departamento de
Defensa) para crear el Grupo Sinergia, La idea del nombre era de algún político; Jock lo habría
llamado Fuerza de Emergencia para la Repetición del Encuentro con los Barasts, o BERET, las
siglas en Inglés, boina. Pero el nombre (y aquel estúpido logotipo de dos mundos uniéndose)
estaba decidido antes de que le encargaran dirigir la organización.
De todas maneras, no se había elegido por accidente a un teórico de juegos. Estaba claro que
si el contacto volvía a establecerse alguna vez, los neanderthales y los humanos (Jock todavía
reservaba esa palabra, al menos en privado, para las personas de verdad) tendrían intereses
distintos, y la teoría de juegos se encargaba de dilucidar el resultado más provechoso que
podía esperarse razonablemente en ese tipo de situaciones.
- ¿Jock?
Jock normalmente dejaba su puerta abierta: era una buena estrategia directiva, ¿no? ¿Política
de puertas abiertas? De todos modos, se sobresaltó al ver un rostro neanderthal (ancho, de
frente inclinada, barbudo) asomado.
- ¿Sí, Ponter?
- Lonwis Trob ha traído unos informes de Nueva York.
Lonwis y los otros nueve neanderthales famosos, además de la embajadora neanderthal,
Tukana Prat, se habían pasado casi todo el tiempo en las Naciones Unidas.
- ¿Conoces el viaje de PuntosCorrespondientes? Jock negó con la cabeza.
- Bueno -dijo Ponter-; ya sabes que hay planes para abrir un portal más grande y permanente,
a ras de suelo, entre nuestros mundos. Al parecer vuestras Naciones Unidas han tomado la
decisión de que el portal debe ser entre la sede de las Naciones Unidas y el punto
correspondiente en mi mundo.
Jock frunció el ceño. ¿Por qué demonios recibía informes de inteligencia de un maldito
neanderthal? Pero claro, todavía no había leído su correo electrónico; tal vez le habían
mandado un comunicado. Naturalmente, sabía que se estaba barajando la opción de Nueva
York. Por lo que a Jock se refería, era una tontería: obviamente el nuevo portal tenía que estar
en suelo estadounidense; colocado en la plaza de las Naciones Unidas (técnicamente territorio
internacional) complacería al resto del mundo.

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- Lonwis dice que están planeando llevar a un grupo de funcionarios de las Naciones Unidas al
otro lado... a mi lado -continuó Ponter-. Adikor y yo vamos a ir con ellos a la isla de Donakat,
nuestra versión de Manhattan, para estudiar el terreno; hay asuntos de importancia que
debemos tener en cuenta para proteger cualquier ordenador cuántico de tamaño grande de la
radiación solar, cósmica y terrestre, para que no se produzca decoherencia.
- ¿Sí? ¿Y qué?
- Bueno, he pensado que tal vez te gustaría venir, Diriges este instituto dedicado a establecer
buenas relaciones con mi mundo, pero todavía no lo has visto.
Jock se sorprendió. Ya le parecía que tener a dos neanderthales en Sinergia era bastante
extraño: se le antojaban trolls. No estaba seguro de querer ir a un sitio donde estaría rodeado
de ellos.
- ¿Cuándo va a hacerse ese viaje?
- Después del próximo Dos Que Se Convierten En Uno.
- Ah, sí -dijo Jock, tratando de mantener una fachada agradable-. Creo que la frase con que lo
describe nuestra Louise es «¡Fiesta!».
- Es mucho más que eso, aunque no podrás verlo en este viaje. ¿Vendrás entonces?
- Tengo mucho trabajo que hacer.
Ponter sonrió con aquella repulsiva sonrisa suya de un palmo.- Se supone que es mi especie la
que carece del deseo de ver más allá de la colina, no la tuya. Deberías visitar el mundo con el
que estás tratando.

Ponter entró en el despacho de Mary y cerró la puerta. Envolvió a Mary en sus enormes
brazos, y se estrecharon con fuerza. Él le lamió la cara y ella besó la suya. Pero por fin se
soltaron, y Ponter dijo, con voz apesadumbrada:
- Sabes que he de volver a mi mundo pronto.
Mary trató de asentir con solemnidad, pero al parecer no pudo contener la sonrisa.
- ¿Por qué sonríes? -preguntó Ponter.
- ¡Jock me ha pedido que vaya contigo!
- ¿De verdad? ¡Eso es maravilloso! -Hizo una pausa-. Pero, naturalmente...
Mary asintió y alzó la mano.
- Lo sé, lo sé. Sólo nos veremos cuatro días al mes.
Los varones y las hembras vivían en ciudades separadas en el mundo de Ponter: las mujeres
ocupaban el centro de las ciudades y los hombres vivían en las afueras.
- Pero al menos estaremos en el mismo mundo... y yo tendré algo útil que hacer. Jock quiere
que estudie la biotecnología neanderthal durante un mes, y que aprenda todo lo que pueda.
- Excelente -contestó Ponter-. Cuanto más intercambio cultural, mejor.
Miró brevemente por la ventana al lago Ontario, quizás imaginando el viaje que pronto tendría
que hacer.
- Tendremos que ir a Sudbury, entonces.
- Todavía faltan diez días hasta que Dos Se Conviertan En Uno, ¿no?
Ponter no tuvo que consultar con su Acompañante: naturalmente, conocía las fechas. Su
mujercompañera, Klast, había muerto de leucemia hacía dos años, pero él sólo podía ver a sus
hijas cuando Dos Se Convierten En Uno. Asintió.
- Y después tendré que ir de nuevo al Sur, pero en mi mundo... , hasta el lugar que se
corresponde con la sede de vuestras Naciones Unidas.
Ponter nunca decía ONU; los neanderthales nunca habían desarrollado un alfabeto fonético, y
por eso la idea de referirse a algo por sus iniciales les resultaba completamente extraña.
- El nuevo portal se construirá allí.
- Ah -dijo Mary.
Ponter alzó una mano.
- No partiré a Donakat hasta que este próximo Dos Que Se Convierten En Uno haya pasado,
por supuesto, y volveré mucho antes de que Dos Se Conviertan En Uno otra vez.
El entusiasmo de Mary se enfrió un poco. Sabía que, aunque estuviera en el mundo
neanderthal, pasarían veinticinco días antes de poder estar en brazos de Ponter, pero le

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resultaba difícil acostumbrarse a esa idea. Deseó que hubiera una solución, en alguna parte,
en algún mundo, para que Ponter y ella pudieran estar siempre juntos.- Si vas a regresar -dijo
Ponter-, podemos atravesar el portal juntos. Iba a hacer el viaje con Lou, pero...
- ¿Louise? ¿ Ella también va?
- No, no. Pero irá a Sudbury pasado mañana para visitar a Reuben.
Louise Benoit y Reuben Montego se habían hecho amantes mientras estaban en cuarentena
juntos, y su relación había continuado desde entonces.
- Oye -dijo Ponter-, si los cuatro vamos a estar en Sudbury al mismo tiempo, tal vez podamos
comer juntos. Me encantan esas barbacoas de Reuben...
Mary Vaughan tenía dos casas en su version de la Tierra: un piso alquilado en la bahía de
Bristol, en el estado de Nueva York, y un apartamento propio en Richmond Hill, al Norte de
Toronto. Ponter y ella se dirigían a este último lugar: un trayecto de tres horas y media desde
la sede del Grupo Sinergia. Por el camino, una vez que dejaron atrás la interestatal en Bufalo,
se pararon en un Kentucky Fried Chicken. A Ponter le parecía la mejor comida del mundo, una
opinión con la que Mary no estaba en completo desacuerdo, en detrimento de su cintura. Las
especias eran un producto de los climas cálidos, para enmascarar el sabor de la carne pasada:
el pueblo de Ponter, que vivía en latitudes altas, las utilizaba mucho como aliño, y la
combinación de doce hierbas y especias distintas no se parecía a nada que hubiera probado
antes.
Mary puso el reproductor de CD's del coche; era mejor que ir cambiando continuamente de
emisora según iban avanzando. Empezaron con los Grandes Éxitos de Martina Mc Bride, y
ahora escuchaban el Come On Over de Shania Twain. A Mary le gustaban la mayoría de las
canciones de Shania, pero no podía soportar The Woman In Me, carente del sonido
característico de la Twain. Suponía que algún día se armaría de valor y haría una copia en CD
del álbum, saltándose esa canción.
Mientras seguía su camino con la música sonando y el sol poniéndose (lo hacía temprano en
esa época del año) , Mary dejó correr sus pensamientos. Eliminar una canción de un disco era
fácil. Corregir una vida, no. Cierto, sólo había unas cuantas cosas de su pasado que deseaba
poder cambiar. La violación, desde luego. ¿Realmente había sucedido hacía sólo tres meses?
Algunos atolladeros financieros, desde luego. Aparte de un puñado de meteduras de pata.
Pero ¿y su matrimonio con Colm O'Casey?
Ella sabía lo que quería Colm: que ella declarara, delante de su Iglesia y su Dios, que su
matrimonio nunca había existido realmente. Eso era en realidad una anulación: una negación
del matrimonio, una negativa de que hubiera existido alguna vez.
Sin duda algún día la Iglesia Católica acabaría por aceptar el divorcio. Hasta que Mary había
conocido a Ponter no tenía ningún motivo para poner punto final a su relación con Colm, pero
ahora sí que quería acabar con eso. Y sus opciones eran la hipocresía (buscar una anulación) o
la excomunión, el castigo por conseguir el divorcio.
Resultaba irónico: los católicos podían librarse de cualquier pecado venial simplemente
confesándose. Pero si tenías la mala suerte de casarte con la persona equivocada, no había
una salida fácil. La Iglesia quería que fuese hasta que la muerte los separe... a menos que
estuvieras dispuesta a mentir sobre el hecho mismo del matrimonio.
Y, maldición, su matrimonio con Colm no merecía ser anulado, borrado, erradicado de los
archivos.
Oh, ella no estaba segura al cien por ciento cuando aceptó su propuesta de matrimonio, y no
se sentía completamente confiada cuando recorrió el pasillo de la iglesia del brazo de su padre.
Pero su matrimonio había funcionado bien durante los primeros años, y cuando se estropeó fue
debido al cambio de intereses y objetivos.
Se hablaba mucho últimamente del Gran Salto Adelante, cuando la verdadera conciencia
surgió en este mundo, hacía cuarenta mil años. Bueno, Mary había experimentado su propio
Gran Salto Adelante, al comprender que sus deseos y ambiciones laborales no tenían que ir
por detrás de los de su marido. Y, a partir de ese momento, sus vidas habían divergido... y
ahora estaban a mundos de distancia.
No, ella nunca negaría su matrimonio. Y eso significaba...

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Eso significaba que había que recurrir al divorcio, no a una anulación. Sí, no había ninguna ley
que dijera que una gliksin (así llamaban los neanderthales a los Homo sapiens) que estaba
todavía legalmente casada con otro gliksin no pudiera realizar la ceremonia de unión con un
barast del sexo opuesto, pero algún día, sin duda, esa ley existiría. Mary quería
comprometerse de todo corazón con Ponter como su mujercompañera, y hacerlo significaba
resolver de una vez por todas su situación con Colm.
Mary adelantó a un coche, y luego miró a Ponter.- ¿Cariño? -dijo.
Ponter frunció levemente el ceño. Era un término afectivo que Mary empleaba de manera
natural, pero a él no le gustaba: porque la palabra inglesa contenía el fonema «i» largo que su
boca era incapaz de pronunciar.
- ¿Sí?
- Sabes que vamos a pasar la noche en mi casa de Richmond Hill, ¿verdad?
Ponter asintió.
- Y, Bueno, también sabes que sigo estando legalmente unida a mi... a mi hombrecompañero
aquí, en este mundo.
Ponter volvió a asentir.
- Me... me gustaría verlo, si puedo, antes de ir a Sudbury. Desayunar con él, o almorzar
temprano.
- Siento curiosidad por conocerlo -dijo Ponter-. Por saber qué tipo de gliksin elegiste...
El disco pasó a una nueva canción: ¿Hay Vida Después Del Amor?
- No -respondió Mary-. Quiero decir que necesito verlo a solas.
Ella lo miró y vio que la ceja continua de Ponter subía hacia su frente.
- Oh -dijo, usando la palabra inglesa directamente. Mary volvió a mirar la carretera que tenía
delante.
- Ya es hora de que aclare las cosas con él.

Lo dije durante mi campaña y vuelvo a decirlo ahora: un presidente debe mirar hacia el futuro,
no sólo a las siguientes elecciones sino a las décadas y generaciones por venir y es con esa
visión a largo plazo en mente con lo que vengo a hablarles esta noche...

Cornelius Ruskin estaba tendido en su cama empapada de sudor. Vivía en un pequeño ático en
el sucio distrito de Driftwood, en Toronto: «su ático en los suburbios», como lo llamaba cuando
estaba de humor para hacer chistes. La luz del sol se filtraba a través de las ajadas cortinas.
Cornelius no había puesto en hora el despertador (no desde hacía varios días) y no se sentía
con fuerzas para volverse y mirar la hora.
Pero el mundo real se entrometería pronto. No recordaba los detalles del seguro médico del
que disponía como sustituto temporal, pero fueran cuales fuesen, sin duda, después de varios
días, la universidad, el sindicato, el seguro del sindicato, o los tres, exigirían un certificado
médico. Y si no volvía a impartir sus clases, no cobraría, y si no cobraba...
Bueno, tenía suficiente para el alquiler del mes siguiente, y, por supuesto, había tenido que
pagar dos meses por adelantado como señal, así que podría quedarse hasta final de año.
Cornelius se obligó a no buscarse las pelotas con la mano una vez más. Habían desaparecido;
sabía que habían desaparecido. Estaba empezando a aceptar que habían desaparecido.
Naturalmente, había tratamientos: muchos hombres perdían sus testículos a causa del cáncer.
Cornelius podía recurrir a suplementos de testosterona. Nadie (en su vida social al menos)
tendría por qué enterarse de que los estaba tomando.
¿Y su vida privada? No tenía... ya no, no desde que Melody había roto con él hacía dos años.
Se había quedado destrozado, incluso al borde del suicidio durante unos cuantos días. Pero ella
se graduó en Osgoode Hall (la Facultad de Derecho de la Universidad de York), terminó sus
estudios y estaba a punto de conseguir un puesto de asociada en Cooper Jaeger con un salario
de '180000 dólares al año. Él nunca podría haber sido el tipo de marido poderoso que ella
necesitaba, y ahora...

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Y ahora Cornelius miró al techo, aturdido.

•••

Mary no había visto a Colm desde hacía muchos meses, pero parecía unos cinco años más
viejo de como lo recordaba. Naturalmente, solía recordarlo tal como era cuando vivían juntos,
cuando planeaban jubilarse juntos y ya habían puesto el corazón en una casita en el campo en
la isla de Salt Spring, en la Columbia Británica...
Colm se levantó mientras Mary se acercaba y se adelantó para besarla. Ella volvió la cabeza,
ofreciéndole sólo la mejilla.
- Hola, Mary -dijo, y tomó asiento. Había algo surrealista en un asador a la hora del almuerzo:
la madera oscura, las lámparas Tiffany de imitación y la ausencia de ventanas hacían que
pareciera de noche. Colm ya había pedido vino, L'ambiance, el favorito de ambos. Sirvió un
poco en la copa de Mary.
Ella intentó acomodarse en lo posible y se sentó frente a Colm, mientras una vela en un
recipiente de cristal fluctuaba entre los dos. Colm, como Mary, era un poquitín grueso. Había
continuado perdiendo cabello, y sus sienes eran grises. Tenía la boca y la nariz pequeñas...
incluso para un gliksin.
- Has salido mucho en las noticias últimamente -dijo Colm. Mary estaba ya a la defensiva y
abrió la boca para contestar de manera cortante, pero antes de que pudiera hacerlo, Colm alzó
una mano, la palma hacia afuera, y dijo-: Me alegro por ti.
Mary trató de conservar la calma. Aquello iba a ser ya bastante difícil sin ponerse emotiva.
- Gracias.
- ¿Cómo es? -preguntó Colm-. El mundo neanderthal, quiero decir.
Mary se encogió un poco de hombros.
- Como dicen en la tele. Más limpio que el nuestro. Menos abarrotado.
- Me gustaría visitarlo algún día -dijo Colm. Pero luego frunció el ceño y añadió-: Aunque
supongo que nunca tendré la oportunidad. No me los imagino invitando a nadie con mi
especialidad académica.
Eso era probablemente cierto. Colm enseñaba lengua inglesa en la Universidad de Toronto;
investigaba las obras atribuidas a Shakespeare cuya autoría estaba en duda.
- Nunca se sabe -respondió Mary. Se había pasado seis meses de su matrimonio en China, con
un permiso sabático, y ella nunca hubiese dicho que a los chinos les importara Shakespeare.
Colm era casi tan eminente en su campo como Mary en el suyo: nadie escribía sobre Dos
Hidalgos De Verona sin citarlo. Pero a pesar de sus vidas en torres de marfil, las
preocupaciones del mundo real habían aparecido pronto. Tanto la Universidad de York como la
de Toronto retribuían a los profesores según la demanda del mercado: los catedráticos de
derecho ganaban mucho más que los de historia porque tenían muchas otras oportunidades de
trabajo. Del mismo modo, en la actualidad (sobre todo en la más reciente), un genetista era
una buena inversión, mientras que había pocas perspectivas de empleo fuera de los círculos
académicos para los expertos en literatura inglesa. De hecho, una de las amigas de Mary solía
adjuntar al final de sus emails el siguiente texto:

EL LICENCIADO EN CIENCIAS PREGUNTA:«¿POR QUÉ FUNCIONA?»


EL LICENCIADO EN INGENIERÍA PREGUNTA:«¿CÓMO FUNCIONA?»
EL ECONOMISTA PREGUNTA: «¿CUÁNTO COSTARÁ?»
EL LICENCIADO EN LENGUA PREGUNTA: «¿QUIERE LA HAMBURGUESA CON PATATAS FRITAS?»

El hecho de que Mary hubiera sido quien sostenía económicamente el matrimonio fue sólo una
de las causas de fricción. Aun así, se estremeció al pensar en cómo reaccionaría él si le dijera
cuánto le estaba pagando el Grupo Sinergia.
Llegó una camarera y pidieron la comida: friles de filete para Colm, perca para Mary.
- ¿Cómo te va en Nueva York? -preguntó Colm.

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Durante medio segundo, Mary pensó que se refería a la ciudad de Nueva York, donde Ponter
había recibido un disparo en el hombro en Septiembre. Pero no, naturalmente se refería a
Rochester, Nueva York... el supuesto hogar de Mary ahora que trabajaba para el Grupo
Sinergia.
- Está bien. Mi despacho está justo en el lago Ontario, y tengo un gran apartamento en uno de
los lagos Finger.
- Qué bien. -Colm tomó un sorbo de vino y la miró expectante.
Por su parte, Mary inspiró profundamente. Ella había propuesto el encuentro, después de todo.
- Colm... -empezó.
Él soltó la copa. Habían estado casados siete años: sabía que no iba a gustarle lo que ella tenía
que decir si empleaba ese tono.- Colm -repitió Mary-. Creo que es hora de que... de que
acabemos con el asunto que tenemos sin terminar.
Colm frunció el ceño.
- ¿Sí? Creía que habíamos cancelado todas las cuentas...
- Me refiero a que es hora de que hagamos nuestra separación... permanente.
La camarera aprovechó ese inoportuno momento para llegar con las ensaladas: César para
Colm, mixta con vinagreta de grosellas para Mary. Colm despidió a la camarera cuando ésta le
ofreció pimienta molida y dijo, en voz baja:
- ¿Te refieres a una anulación?
- Creo... que preferiría el divorcio.
- Bien -dijo Colm. Apartó la mirada, contemplando la chimenea al otro lado del comedor, su
frío revestimiento de piedra-. Bien, bien.
- Me parece que ya es hora, eso es todo.
- ¿Sí? ¿Por qué ahora?
Mary frunció el ceño, apenada. Si una cosa enseñaba estudiar a Shakespeare es que siempre
hay segundas intenciones y planes ocultos; nunca suceden las cosas porque sí, sin más. Pero
no estaba segura de cómo expresarlo.
No... no, eso no era cierto. Había ensayado lo que iba a decir una y otra vez, mientras iba de
camino. Era la reacción de Colm lo que la inquietaba.
- He conocido a alguien -dijo-. Vamos a intentar iniciar una nueva vida juntos.
Colm alzó su copa, dio un nuevo sorbo, y tomó una rebanada de pan de la cesta que la
camarera había traído con las ensaladas. Una referencia burlona a la comunión; lo decía todo.
Pero Colm subrayó el mensaje con palabras, de todas formas:
- El divorcio implica la excomunión.
- Lo sé -respondió Mary con el corazón encogido-. Pero la anulación me parece una hipocresía.
- No quiero dejar la Iglesia, Mary. Ya he perdido suficiente estabilidad en mi vida.
Mary acusó la pulla: era ella quien lo había abandonado después de todo. De cualquier forma,
tal vez tuviera razón. Tal vez le debía al menos eso.
- Pero no quiero declarar que nuestro matrimonio nunca existió. Eso aplacó a Colm y por un
instante Mary pensó que iba a extender la mano sobre el mantel de lino y tomar las suyas.
- ¿Es alguien que yo conozca... ese nuevo tipo que has conocido? Mary negó con la cabeza.
- Algún americano, supongo -continuó Colm-. Te ha hecho levitar, ¿eh?
- No es americano -dijo Mary, a la defensiva-. Es ciudadano canadiense. -Entonces,
sorprendida por su propia crueldad, añadió-: Pero sí, literalmente me ha hecho levitar.
- ¿Cómo se llama?
Mary sabía por qué lo preguntaba Colm: no porque esperara conocerlo, sino porque un
apellido, según su punto de vista, podía revelar mucho. Si Colm tenía un defecto, es que era
hijo de su padre, un hombre testarudo que hablaba sin pelos en la lengua y dividía el mundo
en grupos étnicos. Sin duda Colm ya estaba repasando mentalmente su léxico de respuestas.
Si Mary mencionaba un apellido italiano, Colm supondría que era un gigoló. Si era un apellido
judío, que tenía montones de dinero, y diría algo acerca de que Mary nunca había estado
satisfecha con un humilde académico por marido.
- No lo conoces -dijo Mary.
- Eso ya lo has dicho. Pero me gustaría saber cómo se llama.

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Mary cerró los ojos. Ingenuamente, había esperado evitar aquel tema, pero naturalmente tenía
que surgir tarde o temprano. Se sirvió la ensalada, tomándose su tiempo, y luego, mirando el
plato, incapaz de enfrentarse a los ojos de Colm, susurró:
- Ponter Boddit.
Oyó cómo el tenedor de Colm chocaba contra su plato cuando lo soltó bruscamente.
- Oh, Cristo, Mary. ¿El neanderthal?
Mary Saltó en defensa de Ponter, un reflejo que deseó inmediatamente haber podido reprimir.
- Es un buen hombre, Colm. Amable, inteligente, cariñoso.
- ¿Y cómo va eso? -preguntó Colm, su tono no tan burlón como sus palabras-. ¿Vuelves a
jugar a los nombres musicales? ¿Cómo va a ser esta vez, Mary Boddit? ¿Y vas a vivir aquí, o
estableceréis los dos casa en su mundo, y... ?
- De repente, Colm guardó silencio, y alzó las cejas-. No... no, no podéis hacer eso, ¿verdad?
He leído algunos de los artículos en los periódicos. Los varones y las hembras no viven juntos
en su mundo. Dios, Mary, ¿qué extraña crisis de los cuarenta es ésta?
Las respuestas lucharon dentro de la cabeza de Mary. Sólo tenía treinta y nueve años, por el
amor de Dios, quizá fuera una cuarentona matemáticamente, pero desde luego no desde un
punto de vista emocional. Y había sido Colm, no ella, quien se había buscado a otra persona
cuando dejaron de vivir juntos, aunque su relación con Lynda hubiese terminado hacía más de
un año. Mary volvió a la coletilla que tanto había utilizado durante su matrimonio:
- No lo comprendes.
- Pues claro que no lo comprendo -dijo Colm, claramente luchando por mantener la voz baja
para que los otros pocos clientes del restaurante no pudieran oírlo. Esto es... esto es
repugnante. Ni siquiera es humano.
- Sí que lo es -respondió Mary con firmeza.
- Vi ese reportaje en la CTV sobre tu gran descubrimiento. Los neanderthales ni siquiera tienen
el mismo número de cromosomas que nosotros.
- Eso no importa.
- Y una mierda que no. Puede que yo no sea más que profesor de lengua, pero sé que eso
significa que son una especie distinta a la nuestra. Y sé que eso significa también que tú y él
no podéis tener hijos.
«Hijos», pensó Mary, con el corazón latiéndole con fuerza. Cierto, de joven quería ser madre.
Pero cuando terminó los estudios, y ella y Colm finalmente empezaron a ganar un poco de
dinero, el matrimonio había empezado a tambalearse. Mary había hecho unas cuantas locuras
en su vida, pero al menos había sido consciente de que no era conveniente traer una criatura
al mundo para intentar resolver una relación problemática, y ahora los cuarenta se acercaban.
Cristo, le llegaría la menopausia antes de darse cuenta. Y además, Ponter ya tenía dos hijas
propias.
Sin embargo...
Sin embargo hasta aquel momento, hasta que Colm lo recalcó, Mary ni siquiera había pensado
en tener un hijo con Ponter. Pero lo que Colm decía era cierto. Romeo y Julieta eran
simplemente Montesco y Capuleto; las barreras entre ellos no eran nada comparadas con las
que había entre Boddit y Vaughan, neanderthal y gliksin. ¡Destinos distintos, en efecto! Ponter
y Mary estaban separados por universos, por líneas temporales.
- No hemos hablado de tener hijos -dijo Mary-. Ponter tiene ya dos hijas... de hecho, dentro de
dos años, será abuelo.
Mary vio que Colm entornaba sus ojos grises, quizá preguntándose cómo podía predecir nadie
una cosa semejante.
- Se supone que los matrimonios deben tener hijos.
Mary cerró los ojos. Ella había insistido en que esperaran hasta terminar su licenciatura; ése
había sido el motivo por el que había tomado la píldora, y al diablo con la prohibición del Papa.
Colm nunca había comprendido realmente que ella necesitaba esperar, que sus estudios se
hubiesen resentido de haber sido madre y estudiante de postgrado simultáneamente. Lo
conocía lo bastante bien, incluso en aquella primera etapa de su matrimonio, para saber que la
carga de criar a un hijo hubiese recaído sobre ella.

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- Los matrimonios neanderthales no son como los nuestros. Pero eso no satisfizo a Colm.
- Claro quieres casarte con él. No necesitarías divorciarte de mí, si no.
Pero luego se suavizó, y durante un instante Mary recordó por qué se había sentido atraída por
Colm al principio.
- Debes amarlo mucho para enfrentarte a la excomunión sólo por estar con él -dijo.
- Así es -respondió Mary, y entonces, como si esas dos palabras hubieran sido un lejano eco de
su ahora lejano pasado, reformuló la frase-: Sí, le quiero mucho.
La camarera llegó con los platos. Mary miró su pescado, posiblemente la última comida que
compartiría con el hombre que había sido su marido. Y de repente descubrió que quería
conceder al menos algo de felicidad a Colm. Había querido permanecer firme en su deseo de
obtener el divorcio, pero él tenía razón: eso significaría la excomunión.
- Accederé a una anulación, si eso es lo que quieres.
- Sí -dijo Colm-. Gracias.
Un momento después, se dedicó a su filete.
- Supongo que no tiene sentido retrasar las cosas. Bien podemos ponerlo ya todo en marcha.
- Gracias.
- Sólo tengo una petición.
El corazón de Mary latía con fuerza.- ¿Cuál?
- Dile a él... dile a Ponter, que no todo fue culpa mía. Dile que era... que soy una buena
persona.
Mary extendió el brazo e hizo lo que había creído que Colm iba a hacer antes: le tocó la mano.
- Con mucho gusto.

Déjenme empezar advirtiendo que no se trata de nosotros contra ellos. No se trata de quién es
mejor, el Homo sapiens o el Homo neanderthalensis. No se trata de quién es más inteligente,
gliksin o barast. Más bien, se trata de descubrir nuestras propias fuerzas y nuestra mejor
naturaleza, y hacer las cosas de las que podamos estar más orgullosos...

En cuanto terminó de almorzar con Colm, Mary recogió a Ponter en su apartamento de


Richmond Hill. Él se había estado entreteniendo con la reposición de un viejo episodio de Star
Trek en el canal Space. Para Ponter todos eran nuevos, naturalmente, pero Mary reconoció el
episodio de inmediato, el histriónico clásico... «Que éste sea el último campo de batalla», con
Frank Gorshin y Lou Antonio comiéndose la pantalla con sus caras maquilladas mitad de blanco
y mitad de negro.
Se dirigieron en el coche de Mary a casa de Reuben Montego: un viaje de cinco horas;
llegarían justo a tiempo para cenar.
En la autovía 400 Mary tocó el claxon y saludó. El Ford Explorer negro de Louise, matrícula
D2O (la fórmula del agua pesada D2O), acababa de adelantarlos. Louise saludó por el
retrovisor y aceleró.
- Creo que está sobrepasando el límite de velocidad impuesto a estos vehículos -dijo Ponter.
Mary asintió.- Pero apuesto a que sabe como librarse de las multas.
Pasaron las horas y los kilómetros fueron quedando atrás. Shania Twain y Martina Mc Bride
fueron sustituidas primero por Faith Hill y luego por Susan Aglukark.
- Tal vez no soy la persona más indicada para hablar de catolicismo -dijo Mary, en respuesta a
un comentario de Ponter-. Tal vez debería presentarte al padre Caldicot.
- ¿Qué hace que él sea más indicado que tú? -preguntó Ponter, desviando su atención de la
carretera (viajar a toda velocidad por una autopista seguía siendo una experiencia novedosa
para él) para mirar a Mary.
- Bueno, ha sido ordenado.
Mary había desarrollado un pequeño sistema de señales (levantar levemente la mano
izquierda) para que Hak, el Acompañante de Ponter, no pitara al oír palabras con las que no
estaba familiarizado.

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- Ha recibido las sagradas órdenes; lo han ordenado sacerdote. Es decir, pertenece al clero.
- Lo siento -dijo Ponter-. Sigo sin entenderlo.
- En el catolicismo hay dos clases. Los clérigos y los seglares.
Ponter sonrió.
- Debe ser pura coincidencia que no pueda pronunciar ninguna de esas palabras. iii
Mary le devolvió la sonrisa; había llegado a apreciar el sentido de la ironía de Ponter.
- Pues bien, los clérigos son aquellos que reciben formación especial para realizar funciones
religiosas -continuó diciendo-. Los seglares son la gente corriente, como yo.
- Pero me has dicho que la religión es un sistema de creencias, de códigos morales y éticos.
- Sí.
- Sin duda todos sus miembros tienen igual acceso a esas cosas.
Mary parpadeó.
- Claro, pero, bueno, verás, gran parte del... material de origen está abierto a
interpretaciones.
- ¿Por ejemplo?
Mary frunció el entrecejo.
- Por ejemplo, el hecho de que María, la madre de Jesús, siguiera siendo virgen el resto de su
vida. Y hay referencias en la Biblia a los hermanos de Jesús.
- ¿Y eso es una cuestión importante?
- No, supongo que no. Pero hay otros temas, asuntos de consecuencias morales, que sí.
Estaban dejando atrás Parry Sound.
- ¿Como qué? -preguntó Ponter.
- El aborto, por ejemplo.
- El aborto... ¿la eliminación de un feto?
- Sí.
- ¿Cuáles son los dilemas morales?
- Bueno, ¿está bien hacerlo? ¿Matar a un niño que no ha nacido?
- ¿Quién querría hacer eso? -preguntó Ponter.
- Bueno, si el embarazo fue accidental...
- ¿Cómo puedes quedarte embarazada por accidente?
- Ya sabes... -Mary guardó silencio-. No, supongo que no lo sabes. En tu mundo, las
generaciones nacen cada diez años.
Ponter asintió.
- Y Todas vuestras hembras tienen sincronizados sus ciclos menstruales. Así que, cuando los
hombres y las mujeres se reúnen durante cuatro días al mes, suele ser cuando las mujeres no
pueden quedarse embarazadas.
Ponter asintió una vez más.
- Bueno, aquí no es así. Los hombres y las mujeres viven juntos todo el tiempo, y practican el
sexo durante todo el mes. Se producen embarazos no deseados.
- Me dijiste durante mi primera visita que teníais técnicas para impedir los embarazos.
- Las tenemos. Barreras, cremas, anticonceptivos orales. Ponter miraba más allá ahora, a la
bahía Georgiana.
- ¿No funcionan?
- Casi siempre lo hacen. Pero no todo el mundo practica el control de la natalidad, aunque no
quieran tener un bebé.
- ¿Por qué no?
Mary se encogió de hombros.
- Las molestias. El gasto. Para los que no utilizan anticonceptivos orales, la... ah, la ruptura del
ambiente previo para tomar medidas preventivas.
- De todas formas, concebir una vida y luego eliminarla...
- ¿Ves? -dijo Mary-. Incluso para ti, es un asunto moral.
- Pues claro que lo es. La vida es preciosa... porque es finita. -Una pausa-. ¿Qué dice tu
religión sobre el aborto?
- Es un pecado, y mortal además.

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- Ah. Bueno, entonces tu religión debe exigir el control de la natalidad, ¿no?
- No. Eso también es un pecado.
- Eso es una... creo que la palabra que utilizarías es «bobada».
Mary se encogió de hombros.
- Dios nos dijo que creciéramos y nos multiplicáramos.
- ¿Por eso vuestro mundo tiene una población tan enorme? ¿Porque vuestro Dios lo ordenó?
- Supongo que es una manera de verlo.
- Pero... pero, perdóname, no comprendo. Tuviste un hombrecompañero durante muchos
diezmeses, ¿no?
- Colm, sí.
- Y sé que no tienes hijos.
- No.
- Pero sin duda Colm y tú practicasteis el sexo. ¿Por qué no tuvisteis hijos?
- Bueno, yo sí que practico el control de la natalidad. Tomo un medicamento... una
combinación de estrógenos y progesterona sintética, para no concebir.
- ¿No es un pecado?
- Montones de católicos lo hacen. Es un conflicto para muchos de nosotros... queremos ser
obedientes, pero hay problemas prácticos. Verás, en 1968, cuando todo el mundo occidental
se volvía muy liberal en asuntos sexuales, el papa Pablo VI promulgó una encíclica. Recuerdo
haber oído hablar a mis padres en años posteriores; incluso a ellos les sorprendió. Decía que
todo acto sexual tenía que estar encaminado a la procreación. Sinceramente, la mayoría de los
católicos esperaban un aflojamiento de las restricciones, no un endurecimiento mayor. -Mary
suspiró-. Para mí, el control de la natalidad tiene sentido.
- Parece preferible al aborto. Pero supongamos que te quedaras embarazada sin quererlo.
Supongamos...
Mary redujo la velocidad para dejar pasar otro coche.- ¿Qué?
- No. Discúlpame. Hablemos de otra cosa.
Pero Mary lo entendió.
- Te estabas preguntando por la violación, ¿verdad? -Mary se encogió de hombros,
reconociendo la dificultad del tema-. Te estás preguntando qué habría querido mi Iglesia que
hiciera si me hubiera quedado embarazada por la violación.
- No pretendo agobiarte con asuntos desagradables.
- No, no, no importa. Soy yo quien puso el ejemplo del aborto.
Mary tomó aire, lo dejó escapar, y continuó.
- Si me hubiera quedado embarazada, la Iglesia habría argumentado que tendría que dar a luz
al bebé, aunque hubiera sido concebido por una violación.
- ¿Y lo habrías hecho?
- No -respondió Mary-. No, habría abortado.
- ¿Otro caso en el que no sigues las reglas de tu religión?
- Amo a la Iglesia Católica -dijo Mary-. Y me gusta ser católica. Pero me niego a seguir
entregando el control de mi conciencia. De todas formas...
- ¿Sí?
- El Papa actual es viejo y frágil. Supongo que no vivirá mucho tiempo. Su sustituto puede que
relaje las reglas.
- Ah.
Continuaron. La autopista se había apartado de la bahía. A su izquierda quedaban las
montañas del Escudo Canadiense y bosquecillos de pinos.
- ¿Has pensado en el futuro? -preguntó Mary, al cabo de un rato.
- No pienso en otra cosa.
- Me refiero a nuestro futuro.
- Yo también.
- Yo... no te molestes, pero creo que deberíamos al menos hablar de esta posibilidad: cuando
yo regrese a casa, creo que tal vez deberías volver conmigo. Ya sabes mudarte de manera
permanente a mi mundo.

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- ¿Por qué? -preguntó Ponter.
- Bueno, aquí podríamos estar juntos siempre, no sólo cuatro días al mes.
- Eso es cierto, pero... pero tengo una vida en mi mundo. -Ponter alzó una manaza-. Sé que tú
tienes una vida aquí -dijo de inmediato-. Pero yo tengo a Adikor.
- Tal vez... no sé... tal vez Adikor pueda venir con nosotros. La ceja continua de Ponter subió
hacia su frente.
- ¿Y qué hay de la mujercompañera de Adikor, Lurt Fradlo? ¿ Debería venir también con
nosotros?
- Bueno, ella...
- ¿Y Dab, el hijo de Adikor, que iba a mudarse a vivir con nosotros el año próximo? Y, por
supuesto, está la mujercompañera de Lurt, y el hombrecompañero de su mujercompañera, y
sus hijos. y mi hija pequeña, Megameg.
Mary resopló.
- Lo sé. Lo sé. No es práctico, pero...
- ¿Sí?
Ella apartó una mano del volante, y le dio un apretón en el muslo.
- Pero te quiero tanto, Ponter. Limitarme a verte sólo cuatro días al mes...
- Adikor quiere mucho a Lurt, y sólo la ve esos cuatro días.
- Y yo quería mucho a Klast, pero sólo la veía esos cuatro días también. -Su rostro no
mostraba ninguna emoción-. Es nuestra costumbre.
- Lo sé. Sólo estaba pensando.
- Y hay otros problemas. Vuestras ciudades huelen fatal. Dudo que pudiera acostumbrarme.
- Podríamos vivir en el campo. Lejos de las ciudades, lejos de los coches. En un lugar donde el
aire esté limpio. No me importaría dónde, con tal de que estuviéramos juntos.
- No puedo abandonar mi cultura -dijo Ponter-. Ni a mi familia.
Mary suspiró.- Lo sé.
Ponter parpadeó varias veces.- Ojalá... ojalá pudiera sugerir una solución que te hiciera feliz.
- No se trata sólo de mí -respondió Mary-. ¿Qué te haría feliz a ti?
- ¿A mí? Estaría contento si estuvieras en el Centro de Saldak cada vez que Dos Se Convierten
En Uno.
- ¿Eso sería suficiente para ti? ¿Cuatro días al mes?
- Tienes que comprender, Mare, que me cuesta trabajo concebir algo distinto a eso. Sí, hemos
pasado varios días seguidos aquí en tu mundo, pero mi corazón anhela a Adikor mientras
estoy aquí.
Por la cara que puso Mary, Ponter supuso que había dicho algo poco delicado.
- Lo siento, Mare, pero no puedes estar celosa de Adikor. La gente de mi mundo tiene dos
compañeros, uno de cada sexo. Lamentar mi intimidad con Adikor es inadecuado.
- ¡Inadecuado! -exclamó Mary. Pero luego inspiró profundamente, tratando de calmarse-. No,
tienes razón. Eso lo comprendo... en el plano intelectual, al menos. Y estoy intentando
aceptarlo de manera emocional.
- Por cierto, Adikor te aprecia mucho, Mare, y no te desea más que felicidad. -Hizo una pausa-.
Sin duda le deseas lo mismo, ¿no?
Mary no dijo nada. El sol se ponía por el horizonte. El coche aceleró.
- ¿Mare? Sin duda deseas la felicidad de Adikor, ¿no?
- ¿Qué? -repuso ella-. Oh, por supuesto. Por supuesto que sí.

Hace cuatro décadas, mi predecesor en el Despacho Oval, John F. Kennedy, dijo: «Ha llegado
el momento de dar grandes pasos, el momento de una nueva empresa americana.» Entonces
yo no era más que un chaval que vivía en un gueto de Montgomery, pero recuerdo vivamente
cómo esas palabras hicieron que todo mi ser vibrara...

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Mary y Ponter enfilaron el camino de acceso a la casa de Reuben Montego poco antes de las
siete de la tarde. Louise y Reuben conducían ambos un Ford Explorer, prueba evidente, pensó
Mary con una sonrisa, de que estaban hechos el uno para el otro. El de Louise era negro y el
de Reuben marrón. Mary aparcó y Ponter y ella fueron a la puerta principal. Tuvo que pasar
ante el coche de Louise; pensó en palpar el capó, pero no dudaba de que hacía rato que se
había enfriado.
Reuben tenía un par de acres de tierra en Lively, un pueblecito de las afueras de Sudbury. A
Mary le gustaba la casa de dos pisos, grande y moderna. Llamó al timbre y un momento
después apareció Reuben, seguido por Louise.
- Mary -exclamó Reuben, envolviéndola en un abrazo-. ¡Y Ponter también! -dijo, una que vez
soltó a Mary, y lo abrazó tambien a él.
Reuben Montego era esbelto, treintañero y negro, con la cabeza rapada. Llevaba una sudadera
con el logo de los Toronto Blue Jaya en el pecho.
- Pasad, pasad -dijo, invitándolos a dejar atrás el fresco aire de la tarde. Mary se quitó los
zapatos, pero Ponter no... porque no llevaba. Vestía pantalones neanderthal, cuya parte
inferior se adaptaba al calzado incorporado en ellos.
- ¡Es una reunión de cuarentena! -declaró Ponter, observando afectuosamente al pequeño
grupo. Y en efecto lo era: los cuatro habían tenido que pasar allí dentro cuatro días por orden
del Ministerio de Sanidad canadiense, cuando Ponter cayó enfermo durante su primera visita.
- Sí que lo es, amigo mío -respondió Reuben al comentario de Ponter. Mary miró en derredor:
le gustaban mucho los muebles, una inteligente mezcla de caribeño y canadiense, con
estanterías y madera oscura por todas partes. Reuben era un poco descuidado, pero su ex
esposa tenía un gusto exquisito.
Mary notó inmediatamente que se relajaba en aquella casa. Naturalmente, contribuía a ello el
hecho de que allí había sido donde empezó a enamorarse de Ponter, o que encerrada a salvo,
con oficiales de la Policía Montada en el exterior, apenas dos días después de que Cornelius
Ruskin la violara en el campus de la Universidad de York en Toronto, se había convertido en un
verdadero refugio para ella.
- Tal vez haga un poco de frío a estas alturas de la estación -dijo Reuben-, pero se me ocurre
que podríamos preparar una barbacoa.
- ¡Sí, por favor! -contestó Ponter, entusiasmado. Reuben se echó a reír.
- Muy bien, pues. Manos a la obra.
Louise Benoit era vegetariana, pero no le importaba comer con gente que disfrutaba de la
carne... lo cual era buena cosa, porque a Ponter la carne le encantaba. Reuben había colocado
tres gigantescos pedazos de carne en la parrilla, mientras que Louise se entretenía preparando
una ensalada. Reuben entraba en la cocina y salía al patio trasero colaborando con Louise para
tenerlo todo a punto. Mary los vio trasteando en la cocina, trabajando juntos, tocándose
afectuosamente de vez en cuando. Los primeros días de su matrimonio con Colm habían sido
así; más tarde, pareció que siempre estaban interponiéndose en el camino del otro.
Mary y Ponter se habían ofrecido a ayudar, pero Reuben dijo que no era necesario. La cena no
tardó en estar servida y los cuatro se sentaron a comer. A Mary le sorprendió advertir que
conocía a aquella gente (tres de las personas más importantes de su vida) desde hacía sólo
tres meses. Cuando los mundos chocan, los cambios se producen rápido.
Mary y Reuben comían con cuchillo y tenedor. Ponter llevaba guantes de cocina reciclables que
había traído consigo, y agarraba su trozo de carne y arrancaba pedazos con los dientes.
- Han sido unos meses sorprendentes -dijo Reuben, pensando quizá lo mismo que Mary-. Para
todos nosotros.

Sí que lo habían sido. Ponter Boddit había sido mandado por accidente a esta versión de la
realidad por un error en el experimento de cálculo cuántico que estaba realizando en su
mundo. En su versión de la Tierra, el hombrecompañero de Ponter, Adikor, fue acusado de
haberlo asesinado y de haber eliminado luego el cadáver. Adikor y la hija mayor de Ponter,
Jasmel Ket, habían conseguido restablecer el portal universal el tiempo suficiente para que
Ponter regresara a casa... y exonerar a Adikor.

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Una vez en casa, Ponter convenció al Gran Consejo Gris para que les permitiera a Adikor y a él
abrir un portal permanente. Lo consiguieron rápidamente.
Mientras tanto, el campo magnético de la versión humana de la Tierra había empezado a
alterarse, al parecer como preludio de una inversión de los polos. La Tierra neanderthal había
experimentado hacía poco su propia inversión... y de una manera extraordinariamente rápida:
el comienzo del colapso de su campo había acaecido hacía tan sólo veinticinco años y la
inversión y el restablecimiento del campo se habían completado en apenas quince.
Mary, todavía trastornada por su violación, dejó la Universidad de York para reunirse al recién
formado Grupo Sinergia de Jock Krieger. Pero en un viaje de regreso a Toronto, Ponter
identificó al violador: Cornelius Ruskin, que también había violado a Qaiser Rentulla, la jefa de
departamento de Mary en York.

- Unos meses sorprendentes, en efecto -dijo Mary. Sonrió a Reuben y luego a Louise; eran una
pareja muy atractiva. Ponter estaba sentado junto a ella; Mary le hubiese tomado de la mano,
pero la llevaba enfundada en un guante ensangrentado. Reuben y Louise no tenían aquel
impedimento; Reuben apretó la mano de Louise y le sonrió con cara de enamorado.
Los cuatro charlaron animadamente mientras tomaban el plato principal, luego el postre de
cóctel de frutas y finalmente el café (los tres Homo sapiens) y CocaCola (Ponter). Mary disfrutó
de cada segundo pero también estuvo un poco triste porque lamentaba que veladas como
aquélla, cenando con Ponter y sus amigos, serían muy esporádicas: la cultura de Ponter
imponía un ritmo de vida muy distinto.
- Oh, por cierto -dijo Reuben, dando un sorbo a su café-, una amiga mía de la Laurentian me
ha estado dando la lata para que te la presente.
La Universidad Laurentian, en Sudbury, era el lugar donde Mary había llevado a cabo sus
estudios sobre el ADN de Ponter, para demostrar que era un neanderthal.
Ponter alzó su única ceja.
- ¿Sí?
- Se llama Veronica Shannon, y es posdoctorada del Grupo de Investigación Neurocientífica de
allí.
Ponter esperaba que Reuben añadiera algo, pero como no lo hizo, lo instó con la palabra
neanderthal que significaba sí.
- ¿Ka?
- Lo siento -dijo Reuben-. Es que no estoy seguro de cómo plantearlo. Supongo que no sabes
quién es Michael Persinger.
- Yo sí que lo sé -intervino Louise-. Leí un artículo que hablaba de él en Saturday Night.
Reuben asintió.
- Sí, apareció en portada y todo. Y también hay artículos sobre él en Wired y The Skeptical
lnquirer y Maclean 's y Scientific American y Discover.
- ¿Quién es? -preguntó Ponter. Reuben soltó su tenedor.
- Persinger es un estadounidense que eludió el reclutamiento... en los viejos tiempos en que la
fuga de cerebros entre fronteras iba en la otra dirección. Lleva años en la Laurentian, y ha
inventado un aparato que puede inducir experiencias religiosas en la gente a través de la
estimulación magnética cerebral.
- Oh, ese tipo -dijo Mary, poniendo los ojos en blanco.
- Pareces dudosa -observó Reuben.
- Porque lo dudo. Qué montón de patrañas.
- Yo mismo lo he probado -dijo Reuben-. No con Persinger... sino con mi amiga Veronica, que
ha desarrollado un sistema de segunda generación, basado en la investigación de Persinger.
- ¿Y viste a Dios? -preguntó Mary con retintín.
- Podríamos decir que sí. Tienen algo. -Miró a Ponter-. Y ahí es donde entras tú, grandullón.
Veronica quiere probar su equipo contigo.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué? -repitió Reuben, como si la respuesta fuera obvia-. Porque en nuestro mundo la
idea de que tu gente nunca haya desarrollado la religión es escandalosa. No es que la tuvierais

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y la descartarais, sino que en toda vuestra historia nadie haya concebido jamás la idea de Dios
o de la otra vida.
- Esas ideas, ¿cómo lo decís?, «chocan frontalmente» con la realidad observable -dijo Ponter.
Miró a Mary-. Perdóname, Mare. Sé que crees en esas cosas, pero...
Mary asintió.- Pero tú no.
- Bien -continuó Reuben-. El grupo de Persinger cree que han encontrado el motivo neuronal
por el que el Homo sapiens tiene creencias religiosas. Así que mi amiga Veronica quiere ver si
puede inducir una experiencia religiosa en un neanderthal. Si puede, entonces habrá que
buscar algunas explicaciones, puesto que vosotros no tenéis creencias religiosas. Pero Veronica
sospecha que la técnica que funciona con nosotros no funcionará con vosotros. Piensa que
vuestros cerebros deben tener algo distinto a un nivel básico.
- Una premisa fascinante -dijo Ponter-. ¿Supone algún peligro el procedimiento?
Reuben negó con la cabeza.
- Ninguno en absoluto. De hecho, tuve que comprobarlo.- Sonrió-. El gran problema de la
mayoría de los estudios psicológicos es que todos los conejillos de indias son estudiantes de
psicología que se presentan voluntarios. Sabemos mucho de los cerebros de esa gente, que
pueden o no ser típicos, pero muy pocos de los cerebros de la población en general. Conocí a
Veronica el año pasado; me abordó para hacer algunas pruebas a los mineros... una muestra
de población completamente distinta a la habitual.
Reuben era el médico de la mina de níquel Creighton, donde estaba emplazado el Observatorio
de Neutrinos de Sudbury.
- Les ofreció unos cuantos dólares a los mineros, pero Inco quiso que verificara el
procedimiento antes de dejar que lo aplicara. Me leí la obra de Persinger, estudié las
modificaciones de Veronica y me sometí yo mismo al procedimiento. Los impulsos magnéticos
son minúsculos comparados con los de las resonancias magnéticas, y se las recomiendo por
rutina a mis pacientes. Es completamente seguro.
- Entonces, ¿me pagará unos cuantos dólares? -preguntó Ponter.
Reuben pareció sorprendido.
- Eh, uno tiene que comer -dijo Ponter. Pero no pudo mantener la seriedad: una gran sonrisa
cruzó su rostro-. No, no, tienes razón, Reuben, no me importa la compensación. -Miró a Mary-.
Lo que sí me importa es comprender este aspecto vuestro, Mare... esta cosa que es una parte
tan importante de vuestras vidas pero que yo encuentro incomprensible.
- Si quieres saber más sobre mi religión, ven a misa conmigo -dijo Mary.
- Con mucho gusto -respondió Ponter-, Pero también me gustaría conocer a esa amiga de
Reuben.
- Tenemos que ir a tu mundo -dijo Mary, algo petulante-. Pronto Dos Se Convertirán En Uno.
Ponter asintió.
- Oh, es verdad... y no queremos perdernos ni un momento de eso. -Miró a Reuben-. Tu amiga
tendría que hacemos un hueco mañana. ¿Será posible?
- Voy a llamarla ahora mismo -dijo Reuben, levantándose-. Estoy seguro de que removerán
cielo y tierra para encontrarte sitio.

Jack Kennedy tenía razón: llegó el momento de que empezáramos a dar pasos. Y ese
momento ha vuelto. Pues la mayor fuerza que hemos tenido siempre los Homo sapiens, desde
los albores de nuestra conciencia, hace cuarenta mil años, es nuestro deseo de ir a otros sitios,
de viajar, de ver qué hay más allá de la siguiente montaña, de expandir nuestro territorio y de,
si se me permite tomar prestada una frase acuñada apenas cuatro años después del discurso
de JFK, ir osadamente a donde ningún hombre ha ido jamás...

Ponter y Mary pasaron la noche en casa de Reuben, durmiendo juntos en el sofácama. Por la
mañana temprano, se dirigieron al pequeño campus de la Universidad Laurentian y buscaron el

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aula C002B, uno de los laboratorios utilizados por el diminuto Grupo de Investigación
Neurocientífica.
Veronica Shannon resultó ser una mujer blanca flacucha, de veintitantos años, con el pelo rojo
y una nariz que, hasta que conoció a las hembras neanderthales, Mary hubiese considerado
grande. Llevaba una bata blanca de laboratorio.
- Gracias por venir, doctor Boddit -dijo, estrechando la mano de Ponter. Muchas gracias por
venir.
Él sonrió.
- Puede llamarme Ponter. Y es un placer. Me intriga su investigación.
- Y Mary... ¿puedo llamarla Mary? ¡Es un placer tan grande conocerla! -Estrechó la mano de
Mary-. Lamento no haber tenido la oportunidad cuando estuvo antes en el campus, pero volví
a Halifax a pasar el verano. -Sonrió, y luego apartó la mirada, al parecer demasiado cohibida
para continuar-. Para mí es una especie de heroína.
Mary parpadeó.
- ¿Yo?
- No hay muchas científicas canadienses que hayan hecho algo realmente grande, pero usted
sí. Incluso antes de que llegara Ponter, nos puso usted en el mapa. ¡El trabajo que ha hecho
con el ADN antiguo! ¡De primera clase! ¡Absolutamente de primera clase! ¿Quién dice que las
mujeres canadienses no pueden tomar el mundo al asalto?
- Um, gracias.
- Para mí ha sido todo un modelo. Usted, Julia Payette, Roberta Bondar...
Mary nunca se había considerado a sí misma en tan augusta compañía: Payette y Bondar eran
astronautas canadienses. Pero, claro, ella había ido a otro mundo antes que ninguna de las
otras dos...
- Gracias -repitió Mary-. Um, en realidad no tenemos mucho tiempo...
Veronica se sonrojó un poco.
- Lo siento, tiene usted razón. Déjeme explicar el procedimiento. El trabajo que estoy
realizando se basa en las investigaciones iniciadas en los años noventa por Michael Persinger.
No puedo apropiarme de la idea básica: pero la esencia de la ciencia es la reproducción, la
repetición, y mi trabajo es verificar sus hallazgos.
Mary contempló el laboratorio, la habitual mezcla universitaria de equipo nuevo y flamante,
equipo viejo y cascado y muebles de madera picada. Veronica continuó.
- Persinger obtuvo un ochenta por ciento de éxitos. Mi equipo es de segunda generación, una
modificación de lo que el desarrolló, y estoy consiguiendo un noventa y cuatro por ciento.
- Resulta una verdadera coincidencia que esta investigación se esté realizando tan cerca del
portal entre los mundos -dijo Mary.
Pero Veronica negó con la cabeza.
- ¡Oh, no, Mary, en realidad no lo es! Todos estamos aquí por lo mismo: el níquel que quedó
depositado cuando ese asteroide chocó contra la Tierra hace dos mil millones de años. Verá, al
principio a Persinger le interesaba el fenómeno OVNI: los platillos volantes eran vistos con más
frecuencia por tipos llamados Clete y Bubba allá en los años cuarenta.
- Bueno -respondió Mary-, se puede comprar cerveza en cualquier parte.
Veronica se rió más de lo que Mary consideraba que merecía su broma.
- Es cierto, pero Persinger decidió agarrar el toro por los cuernos. No es que él, ni yo, creamos
en los platillos volantes, pero existe un verdadero fenómeno psicológico que hace que la gente
crea que ha visto esas cosas, y Persinger se puso a cavilar por qué ese fenómeno se producía
en el campo, sobre todo en sitios aislados. La universidad lleva a cabo muchos estudios sobre
las minas, naturalmente, y cuando Persinger empezó a buscar causas probables para la
experiencia OVNI en campos apartados, los ingenieros de minas de aquí sugirieron descargas
piezoeléctricas.
El Acompañante de Ponter, Hak, había pitado un par de veces, indicando que no había
comprendido algunas palabras, pero ni Ponter ni Mary interrumpieron a Veronica, que estaba
lanzada. Sin embargo, al parecer no esperaba que Ponter entendiera el término
«piezoeléctrico», y lo explicó por su cuenta.

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- La piezoelectricidad es la generación de electricidad en cristales de roca que están siendo
deformados o se hallan bajo tensión. Se obtienen descargas, por ejemplo, cuando una
camioneta recorre terreno rocoso en el campo... el clásico escenario de avistamiento de
OVNIS. Persinger consiguió reproducir ese tipo de efecto electromagnético en el laboratorio, y
hacer que todos pensaran que habían visto a un alienígena.
- ¿Un alienígena? -repitió Mary-. Pero había mencionado usted a Dios.
- Viene a ser lo mismo -dijo Veronica, con una sonrisa dentuda.
- ¿Cómo?
Veronica sacó un libro de la estantería: Por Qué Dios No Desapafü('T!,' Las Bases Biológicas De
La Fe.
- Newberg y d'Aquili, los autores de este libro, realizaron escáneres del cerebro de ocho
monjes tibetanos que meditaban y de un puñado de monjas franciscanas que rezaban. Esas
personas mostraban, como es lógico, un aumento de actividad en las zonas del cerebro
relacionadas con la concentración, pero también una mengua de actividad en el lóbulo parietal.
-Se tocó la coronilla para señalar el emplazamiento del lóbulo-. El lado izquierdo del lóbulo
parietal ayuda a definir tu propia imagen corporal, mientras que el derecho te ayuda a
orientarte en un espacio tridimensional. Así que ambas partes son en conjunto responsables de
definir el límite entre tu cuerpo y lo externo a él. Cuando el lóbulo parietal se toma un
descanso, sucede exactamente lo que describen los monjes: hay un alejamiento del yo y
aparece la sensación de unión con el universo.
Mary asintió.
- Leí un reportaje sobre eso en Time. Veronica negó amablemente con la cabeza.
- En realidad fue en Newsweek. De cualquier forma, su trabajo apoya el de Persinger y el mío.
Estos dos autores descubrieron que el sistema límbico se ilumina durante las experiencias
religiosas... y es el sistema límbico el que determina la importancia de las cosas. Puedes
enseñarle a un padre un centenar de bebés, pero sólo reaccionará profundamente al ver el
suyo. Eso se debe a que el sistema límbico ha marcado ese impulso visual concreto como im-
portante. Bueno, con el sistema límbico encendido durante las experiencias religiosas, todo se
considera enormemente importante. Por eso, contadas, las experiencias religiosas nunca
resultan creíbles. Es como si yo dijera que mi novio es el tipo más guapo del mundo, y ustedes
dicen sí, vale. Entonces abro el bolso y les enseño una foto suya porque creo que se
convencerán y dirán guau, está macizo. Pero ustedes no dicen eso. Es guapo a rabiar para mí,
porque mi sistema límbico ha marcado su aspecto como especialmente importante para mí.
Pero no hay manera de que yo pueda expresado, ni con palabras ni con imágenes. Lo mismo
pasa con las experiencias religiosas: no importa cuánto hable la gente sobre ellas, y cómo ese
momento les cambió la vida, no se puede obtener la misma sensación.
Ponter había estado escuchando con atención, torciendo su enorme boca y alzando su ceja
rubia por encima de su doble arco ciliar.
- ¿Y usted cree -dijo-, que eso que ustedes tienen y nosotros no, esa religión está relacionada
con el funcionamiento de su cerebro?
- ¡Exactamente! Una combinación de la actividad del lóbulo parietal y del sistema límbico. Mire
lo que sucede con los enfermos de Alzheimer: gente que ha sido devota toda la vida pierde el
interés por la religión cuando desarrolla la enfermedad. Bueno, una de las primeras cosas que
hace el Alzheimer es destruir el sistema límbico. -Hizo una pausa, y luego continuó-. Se sabe
desde hace tiempo que las llamadas experiencias religiosas están relacionadas con la química
cerebral, puesto que las drogas alucinógenas pueden inducirlas... y por eso esas drogas
forman parte de los rituales en muchas culturas tribales. Y hace tiempo que sabemos también
que el sistema límbico podría ser una de las claves: algunos epilépticos con ataques
restringidos al sistema límbico tienen experiencias religiosas increíblemente profundas. Por
ejemplo, Dostoievsky era epiléptico, y escribió que había «tocado a Dios» durante sus ataques.
San Pablo, Juana de Arco, santa Teresa de Jesús y Emanuel Swedenborg eran probablemente
epilépticos también.
Ponter se había apoyado contra la esquina de uno de los archivadores, y se movía
inconscientemente a derecha e izquierda rascándose la espalda.

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- ¿Eso son nombres de personas?
Veronica se sorprendió momentáneamente pero luego asintió.
- Personas muertas. Personas religiosas famosas del pasado.
Mary se apiadó de Ponter y le explicó lo que era la epilepsia. Ponter nunca había oído hablar de
nada parecido, y Mary se preguntó (con el escalofrío que experimentaba cada vez que pensaba
en ese tema) si los genes de la epilepsia eran otra de las cosas que los neanderthales habían
purgado desapasionadamente de su dotación genética.
- Pero aunque uno no sea epiléptico, se puede conseguir ese mismo efecto -dijo Veronica-. Las
danzas rituales, los cánticos y ese tipo de cosas han sido desarrollados independientemente
una y otra vez por las religiones de todo el mundo. ¿Por qué? Porque los movimientos
repetitivos y esquemáticos durante esas ceremonias inducen al sistema límbico a considerarlas
de especial importancia.
- ... todo eso está muy bien -dijo Mary-, pero...
- Pero se está preguntando por qué me ando tanto por las ramas, ¿verdad?
Ponter parecía completamente perdido, y Mary sonrió.
- No es más que una metáfora -explicó-. Quiere decir «tan lejos del tema que nos ocupa».
- Y la respuesta -dijo Veronica- es que ahora comprendemos bastante bien cómo crea el
cerebro las experiencias religiosas y podemos reproducirlas con fidelidad en el laboratorio... al
menos con el Homo sapiens. Pero me muero por averiguar si puedo inducir una en Ponter.
- Mi curiosidad no es mortal -contestó Ponter, sonriendo-, pero me gustaría probarlo.
Veronica consultó de nuevo el reloj, luego frunció el ceño.
- Mi ayudante no ha llegado todavía, por desgracia, y el equipo es bastante delicado... hay que
recalibrarlo diariamente. Mary, supongo que no estaría dispuesta...
Mary sintió que la espalda se le envaraba.
- ¿Dispuesta a qué?
- A someterse a la primera prueba. Obviamente, necesito asegurarme de que el equipo
funciona bien antes de poder considerar que los resultados de Ponter son significativos. -Alzó
una mano, como para evitar cualquier objeción-. Con este nuevo equipo, bastan cinco minutos
para hacer una prueba completa.
Mary notó que el corazón le latía con fuerza. Aquél no era un tema que quisiera investigar
científicamente. Como el difunto y llorado Stephen Jay Gould, siempre había creído que la
ciencia y la religión eran, según su frase, «asuntos inentrelazables»: cada uno tenía su
importancia, pero una cosa no tenía nada que ver con la otra.
- No estoy segura de...
- ¡Oh, no se preocupe, no es peligroso! El campo que utilizo para la estimulación magnética
transcraneal es sólo de un microtesla. Lo hago girar en sentido contrario a las agujas del reloj
alrededor de los lóbulos temporales, y como decía, casi todas las personas (de la especie
Homo sapiens, debería decir) que lo prueban tienen una experiencia mística.
- ¿Cómo... cómo es?
- Discúlpenos -le dijo Veronica a Ponter, y apartó a Mary de él, el sujeto de su prueba, para
que el neanderthal no pudiera oírlas-. La experiencia suele implicar la percepción de que hay
un ser sentiente detrás o cerca. Ahora bien, la forma de esa experiencia depende mucho de las
ideas preconcebidas del individuo. Si se trata de un fanático de los OVNlS, sentirá la presencia
de un alienígena. Si es un baptista, puede decir que ha visto al propio Cristo. Alguien que ha
perdido recientemente a un ser querido puede ver a esa persona muerta. Otros dicen que han
sido tocados por ángeles o por Dios. Por supuesto, la experiencia está completamente
controlada, y los sujetos de las pruebas son conscientes de que están en un laboratorio. Pero
imagine que el mismo efecto se dispara de noche cuando nuestros amigos Bubba y Clete están
en mitad de ninguna parte. O mientras está sentada en una iglesia o una mezquita o una
sinagoga. Realmente la dejaría patidifusa.
- En realidad no quiero...
- Por favor -dijo Veronica-. No sé cuándo tendré otra oportunidad de probar con un
neanderthal... y hay que comprobar primero que funciona.

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Mary inspiró profundamente. Reuben ya le había asegurado que el proceso era seguro y, desde
luego, no quería decepcionar a aquella ansiosa joven que la tenía en tan alta estima.
- Por favor, Mary -repitió Veronica-. Si tengo razón en los resultados, esto será un gran paso
adelante para mí.
«Mujeres canadienses tomando el mundo al asalto.» ¿ Cómo podía decir que no?
- Muy bien -cedió, reacia-. Hagámoslo.

Nuestra fuerza es nuestra ansiedad; nuestra curiosidad; nuestro espíritu explorador,


investigador, aventurero...

- ¿Se encuentra bien? -preguntó Veronica Shannon por el altavoz que Mary tenía junto al
oído-. ¿Está cómoda?
- Estoy bien -respondió Mary, hablando a un pequeño micrófono sujeto a su camisa. Estaba
sentada en un sillón acolchado dentro de una cámara oscura del tamaño de un cuarto de baño.
Las paredes, según había visto antes de que las luces se apagaran, estaban recubiertas de
pequeñas pirámides de gomaespuma gris, presumiblemente para absorber el sonido.
Veronica asintió.
- Bien. Esto no le dolerá... pero si en cualquier momento quiere que desconecte el equipo, no
tiene más que decido.
Mary tenía puesto un casco amarillo, fabricado a partir de un casco de motorista, con
solenoides en los lados, directamente sobre sus sienes. Una serie de cascos lo conectaban al
equipo que cubría una pared.
- Muy bien -dijo Veronica-. Allá vamos.
Mary había esperado oír un zumbido, o sentir un cosquilleo entre las orejas, pero no pasó
nada. Sólo oscuridad y silencio y...
De repente Mary sintió que su espalda se tensaba y sus hombros se encogían. Allí, junto a ella,
en la cámara, había alguien. No podía verlo, pero podía sentir sus ojos taladrando su nuca.
- Esto es redículo, pensó. Sólo el poder de la sugestión. Si Veronica no la hubiera distraído con
su charla, estaba segura de que no estaría experimentando nada. Cristo, las cosas para las
que se conseguían subvenciones de investigación a veces la sorprendían. No era nada más que
un truco de feria y...
Y entonces vio quién era: quién estaba allí, en la cámara, con ella y no era un hombre.
Era una mujer.
Era María.
María.
La Virgen.
La Madre de Dios.
En realidad no podía verla. Era sólo una luz brillante, brillantísima, que se movía ante ella...
pero una luz que no hería los ojos. De todas maneras, estaba segura de su identidad: la
pureza, la serenidad, la amable sabiduría. Cerró los ojos, pero la luz no desapareció.
María.
En su honor ella se llamaba Mary Vaughan y...
Y la científica que había en ella dio un paso al frente. Claro que estaba viendo a María. Si
hubiera sido un mexicano llamado Jesús, tal vez creería que estaba viendo a Cristo. Si se
llamara Teresa, sin duda creería estar viendo a la Madre Teresa. Además, Ponter y ella habían
estado hablando de la Virgen María justo el día anterior, así que...
Pero no.
No, no era eso.
No importaba lo que le estuviera diciendo su cerebro. Su mente sabía que esa luz era otra
cosa.
Su alma lo sabía.
Era María, la madre de Jesús.

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«¿Y por qué no?», pensó. ¿Sólo porque estaba allí, en la universidad, en un laboratorio, dentro
de una cámara de pruebas? Eso no significaba nada.
Mary era en parte escéptica con los milagros actuales, pero si los milagros existían, bueno,
entonces la Virgen María podía aparecer en cualquier parte.
Después de todo, supuestamente se había aparecido en Fátima, Portugal.
Y en Lourdes, Francia.
Y en Guadalupe, México.
Y en La'Vang, Vietnam.
¿Por qué no en Sudbury, Ontario?
¿Por qué no en el campus de la Universidad Laurentian?
¿Y por qué no a ella?
No. No, lo que hacía falta era humildad, allí en presencia de Nuestra Señora. Humildad,
siguiendo su gran ejemplo.
Pero...
Pero con todo, ¿tenía tan poco sentido que la Virgen María se presentara a Mary Vaughan?
Mary iba a viajar a otro mundo, a un mundo que no conocía a Dios Padre, un mundo que
ignoraba a Jesús Hijo, un mundo que nunca había sido tocado por el Espíritu Santo.
¡Naturalmente, María de Nazareth se interesaría por alguien que iba a hacer una cosa así!
La pura y simple presencia se movía ahora a su izquierda. No caminaba, sino que flotaba, sin
llegar a tocar nunca la tierra.
No. No, no había tierra ninguna. Estaba en el sótano de un edificio. No había tierra.
¡Estaba en un laboratorio!
Y la estimulación magnética transcraneal estaba manipulando su mente.
Mary volvió a cerrar los ojos, con fuerza, pero no le sirvió de nada. La presencia seguía allí,
todavía perceptible.
La maravillosa, maravillosa presencia...
Mary Vaughan abrió la boca para hablarle a la Bendita Virgen y... y, de repente, desapareció.
Pero Mary se sentía jubilosa como no se sentía desde su Primera Comunión, cuando, por
primera y única vez en su vida, sintió el espíritu de Cristo entrar en ella.
- ¿Bien? -dijo una voz femenina.
Mary la ignoró, una intrusión desagradable e indeseada en su arrebato. Quería saborear el
momento, aferrarse a él... mientras se disipaba, como un sueño que se esforzaba por
transferir a la conciencia antes de que se perdiera...
- Mare -dijo otra voz, más grave-, ¿estás bien?
Ella conocía esa voz, una voz que había ansiado oír de nuevo, pero en aquel preciso momento,
mientras pudiera hacer que durara, no quería nada más que silencio.
Pero la sensación se perdía rápidamente y después de unos cuantos segundos más, la puerta
de la cámara se abrió, y la luz (fluorescente, dura, artificial) se coló desde el exterior. Veronica
Shannon entró, seguida de Ponter. La joven le quitó a Mary el casco de la cabeza.
Ponter se acercó y alzó un pulgar corto y ancho, y secó con él la mejilla de Mary. Luego apartó
la mano y le mostró el pulgar húmedo.
- ¿Estás bien? -repitió.
Mary no se había dado cuenta de las lágrimas hasta ahora.
- Estoy bien -dijo. Y entonces, comprendiendo que «bien» no se acercaba siquiera a cómo se
sentía, añadió-: Estoy magníficamente.
- Las lágrimas... ¿Has experimentado... algo?
Mary asintió.
- ¿Qué? -preguntó Ponter.
Mary inspiró profundamente y miró a Veronica. Por muy bien que le cayera la joven, Mary no
quería compartir lo que había sucedido con una pragmática, una atea, que lo consideraría sólo
el resultado de la actividad reprimida en su lóbulo parietal.
-Yo... -empezó Mary; tragó saliva y lo intentó de nuevo-. Este aparato es notable, Veronica.
Veronica sonrió de oreja a oreja.
- ¿Verdad que sí? -Se volvió hacia Ponter-. ¿Está dispuesto a probarlo?

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- Por supuesto. Si puedo conseguir comprender lo que Mary siente...
Veronica le ofreció el casco, e inmediatamente se dio cuenta de que había un problema:
estaba diseñado para una cabeza Homo sapiens, redondeada, sin arco ciliar prominente, una
cabeza, por decirlo claramente, que albergaba un cerebro más pequeño.
- Parece que va a caberle justo -dijo Veronica.
- Déjeme intentarlo.
Ponter tomó el casco, lo volvió de un lado a otro y miró en su interior, calibrando su capacidad.
- Tal vez si piensas con humildad -dijo Hak, el Acompañante de Ponter, a través de su altavoz
externo. Ponter miró su antebrazo con el ceño fruncido, pero Mary se echó a reír. La idea de
tozudez al parecer cruzaba la frontera entre las especies.
Finalmente, Ponter decidió hacer el intento. Enderezó el casco y se lo puso en la cabeza con un
respingo. Le quedaba pequeño, pero estaba forrado por dentro y, con un último empujón,
consiguió que la gomaespuma se contrajera lo suficiente para albergar su moño occipital.
Veronica se plantó delante de Ponter, observándolo como uno de los ópticos de Lens Crafter
cuando calibran unas gafas nuevas, y luego ajustó levemente la orientación del casco.
- Muy bien -dijo por fin-. Como le dije a Mary, esto no le dolerá, y si quiere que lo detenga no
tiene más que decirlo.
Ponter asintió, pero dio un respingo otra vez al hacerlo: la parte trasera del casco se le clavaba
en los gruesos músculos del cuello.
Veronica se volvió hacia el equipo. Frunció el ceño ante la pantalla de un osciloscopio y ajustó
un dial que había debajo.
- Hay algún tipo de interferencia.
Ponter pareció momentáneamente desconcertado.
- Ah, los implantes de mi oído. Permiten que mi Acompañante se comunique en silencio
conmigo, cuando es necesario.
- ¿Puede desconectarlos?
- Sí -respondió Ponter. Abrió la placa de su Acompañante e hizo un ajuste a los controles.
Veronica asintió.
- Eso era: la interferencia ha desaparecido. -Miró a Ponter y sonrió para darle ánimos-. Muy
bien, Ponter. Siéntese.
Mary se apartó y Ponter se sentó en el sillón acolchado, dándole la espalda.
Veronica salió de la cámara y le indicó a Mary que la siguiera.
La gruesa puerta era de acero y tuvo que esforzarse para cerrarla. Mary advirtió que alguien
había colocado en ella un cartel: «Armario de Veronica.» Una vez cerrada, se acercó a un
ordenador y empezó a manejar el ratón y a pulsar teclas. Mary observó, fascinada, y al cabo
de unos instantes preguntó:
- ¿Bien? ¿Está experimentando algo? Veronica se encogió levemente de hombros.
- No podemos saberlo, a menos que él lo diga. Señaló uno de los altavoces conectados al
ordenador-. Su micrófono está abierto.
Mary miró hacia la puerta cerrada de la cámara. Una parte de ella esperaba que Ponter
experimentara exactamente lo que ella había visto. Aunque fuera a considerarlo una ilusión (y
sin duda lo haría), al menos podría comprender qué le había sucedido allí dentro, y qué le
sucedía a tantísima gente que había sentido la presencia de algo sagrado a lo largo de la
historia del Homo sapiens.
Por supuesto, podía estar experimentando una presencia extraterrestre. Era curioso: Ponter y
ella habían hablado de muchas cosas, pero nunca acerca de si él creía o no en alienígenas. Tal
vez para Ponter, para los neanderthales, la idea de vida en otros mundos era tan tonta como
la idea de la existencia de Dios. Después de todo, había una completa ausencia de pruebas de
vida extraterrestre, al menos en la versión de Mary de la realidad. El pueblo de Ponter diría,
por tanto, que creer en esos seres era otro ridículo acto de fe...
Mary continuó mirando la puerta sellada. Sin duda la religión era algo más que un truco
neural, un autoengaño microeléctrico. Sin duda...
- Muy bien -dijo Veronica-. Voy a desconectar la corriente. Se acercó a la puerta de acero y
consiguió abrirla.

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- Ya puede salir.
Lo primero que hizo Ponter fue quitarse el ajustadísjmo casco.
Se llevó las manazas a ambos lados de la cabeza y dio un fuerte tirón. El aparato salió y se lo
tendió a Veronica; y luego se puso a frotarse la frente, como intentando reactivar la
circulación.
- ¿Bien? -preguntó Mary cuando no pudo esperar más. Ponter abrió la placa de Hak y ajustó
algunos controles, sin duda para conectar los implantes de su oído.
- ¿Bien? -repitió Mary.
Ponter sacudió la cabeza, y durante un segundo Mary esperó que fuera un intento más para
reactivar la circulación.
- Nada -dijo.
A Mary le sorprendió cuánto la deprimía aquella simple palabra.
- ¿Nada? -repitió Veronica, quien, por su parte, parecía encantada con el anuncio-. ¿Está
seguro?
Ponter asintió.
- Nada en absoluto. Únicamente yo, a solas con mis pensamientos.
- ¿En qué estabas pensando? -preguntó Mary. Era posible, después de todo, que Ponter no
reconociera una experiencia religiosa.
- Estaba pensando en el almuerzo, preguntándome dónde vamos a tomarlo. Y en el tiempo, y
en cuándo llegará el invierno.
Miró a Mary, y debió advertir la decepción en su rostro.- ¡Oh, y en ti! -dijo rápidamente, al
parecer intentando consolarla-. ¡Estaba pensando en ti, por supuesto!
Mary sonrió débilmente y apartó la mirada. Una prueba a un solo neanderthal no demostraba
nada. Sin embargo...
Sin embargo era significativo que ella, una Homo sapiens, hubiera tenido la experiencia
completa, y él, un Homo neanderthalensis, hubiera experimentado...
La idea afloró libremente a su mente, pero era la triste verdad. Ponter Boddit había
experimentado la bendita nada.

Fue ese espíritu de búsqueda lo que indujo a nuestros antepasados a expandirse por el Viejo
Mundo...

Veronica Shannon caminaba de un lado a otro. Mary estaba sentada en una de la dos sillas
gemelas del despacho; Ponter había descubierto que la anchura de los asientos entre sus
brazos metálicos era demasiado estrecha para su corpachón, y por eso se había sentado en el
borde del escritorio de Veronica, que estaba sorprendentemente ordenado.
- ¿Sabe algo de psicología, Ponter? -preguntó Veronica, las manos a la espalda.
- Un poco. La estudié cuando aprendía informática en la Academia. Era... ¿cómo lo dirían
ustedes?... Algo que había que estudiar además de la inteligencia artificial.
- Una materia obligatoria -informó Mary.
- En los primeros cursos de psicología, los humanos de aquí estudian a B.F. Skinner -dijo
Veronica.
Mary asintió; ella misma había seguido un curso de introducción a la psicología.- Conductismo,
¿verdad?
- Así es. Condicionamiento conductual; refuerzo y castigo.
- Como cuando se entrena a los perros -dijo Ponter.
- Exacto. -Veronica dejó de caminar-. Ahora, por favor, Mary, no diga nada. Quiero oír la
respuesta de Ponter sin ninguna influencia suya.
Mary asintió.
- Muy bien, Ponter. ¿Recuerda sus estudios de psicología?
- No, en realidad no.
La joven pelirroja pareció decepcionada.

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- Pero yo sí -dijo Hak, a través de su altavoz externo, con su voz masculina sintetizada-. O,
más concretamente, tengo el equivalente a un libro de texto de psicología en mi memoria. Me
ayuda a aconsejar a Ponter cuando está quedando como un idiota.
Ponter sonrió mansamente.
- Excelente -dijo Veronica-. Muy bien, ahí va la pregunta: ¿cuál es la mejor forma de inducir
una conducta en una persona? No algo que uno quiera eliminar, sino algo que se quiera
potenciar.
- La recompensa -dijo Hak.
- ¡La recompensa, sí! Pero ¿qué clase de recompensa?
- Consistente.
Veronica puso cara de que algo increíblemente significativo acababa de tener lugar.
- Consistente -repitió, como si fuera la clave de todo-. ¿Estás seguro? ¿Estás absolutamente
seguro?
- Sí -dijo Hak, y parecía más asombrado que nunca.
- Aquí no, ¿sabes? -explicó Veronica-. La recompensa consistente no es la mejor manera de
inducir una conducta.
Mary frunció el ceño. Sin duda hubiese podido dar la respuesta correcta hacía tiempo, pero al
cabo de tantos años no la recordaba. Por fortuna, el propio Ponter hizo la pregunta que
Veronica estaba esperando.
- Bueno, ¿entonces cuál es la mejor forma de inducir una conducta en su especie?
- La recompensa intermitente -dijo Veronica, triunfante. Ponter arrugó la frente.
- ¿Quiere decir recompensar a veces la conducta deseada y a veces no?
- ¡Así es! ¡Exactamente!
- Pero eso no tiene sentido.
- Por supuesto que no -reconoció Veronica, sonriendo ampliamente-. Es una de las cosas más
extrañas de la psicología del Homo sapiens. Pero es absolutamente cierta. El ejemplo clásico es
el juego: si siempre ganamos en un juego, el juego se vuelve aburrido para nosotros. Pero si
sólo ganamos en ocasiones, el juego puede volverse adictivo. O es como cuando los niños les
lloriquean a sus padres «¡Cómprame este juguete!», «¡Déjame acostarme tarde!». Es la
conducta que los padres más odian en sus hijos, pero los niños no pueden evitarlo... no porque
el llorigueo funcione siempre, sino porque funciona a veces. Lo imprevisible nos parece
irresistible.
- Eso es una locura -dijo Ponter.
- Aquí no -repuso Veronica-. No por definición: la conducta de la mayoría nunca es una locura.
- Pero... pero tiene que ser irritante no poder predecir un resultado.
- Posiblemente -reconoció Veronica-. Pero, claro, no va con nosotros.
Mary estaba fascinada.
- Obviamente quiere llegar a algo, Veronica. ¿A qué?
- Todo lo que estamos haciendo en el Grupo de Investigación Neurocientífica gira en torno a la
explicación de la experiencia religiosa clásica. Pero hay montones de creyentes que nunca han
vivido una experiencia religiosa, y sin embargo siguen creyendo. Ésa es la laguna de nuestro
trabajo, la pieza que falta en la explicación de por qué el Homo sapiens cree en Dios. Pero ésa
es la respuesta, ¿ve? Es la psicología del refuerzo, este detallito de cómo están programados
nuestros cerebros, lo que nos hace tendentes a creer en Dios. Si realmente existiera un Dios,
una especie racional esperaría una conducta racional y predecible de su parte. Pero no la
tenemos. A veces, parece como si Dios protegiera a cierta gente, y en otras ocasiones, deja
que una monja se precipite por el hueco de un ascensor. No hay sentido ni lógica en ello, y por
eso decimos...
Mary asintió y terminó el razonamiento por Veronica.
- Por eso decimos: «El Señor actúa de formas misteriosas.»
- ¡Exacto! -exclamó Veronica-. Las oraciones no siempre tienen respuesta, pero la gente sigue
rezando. Pero el pueblo de Ponter no tiene esa misma constitución. -Se volvió hacia el
neandlenthal-. ¿Verdad?

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- No. Contestó Ponter. No necesito que Hak me diga que tengo que comportarme de una
manera. Si el resultado no es predecible, si no puede discernirse una pauta, descartamos esa
conducta por absurda.
- Pero nosotros no -dijo Veronica, frotándose las manos. Mary vio en su cara la misma
expresión de «¡Portada de Science, allá voy!» que ella misma había tenido hacía años, cuando
consiguió extraer el ADN de aquel espécimen de neanderthal en Alemania. Veronica le sonrió a
Ponter, luego a Mary.
- Aunque no haya ninguna pauta, nos convencemos a nosotros mismos de que hay alguna
lógica subyacente en todo ello. Por eso no nos inventamos sin más las historias sobre los
dioses, sino que nos las creemos.
La Mary religiosa había pasado por completo a segundo plano; la científica que había en ella
estaba viviendo su propia experiencia culminante.
- ¿Está segura, Veronica? Porque si lo está...
- Oh, lo estoy. Lo estoy. Hay un famoso experimento... le enviaré por email los detalles. Dos
grupos de personas jugaban a un juego en una cuadrícula, por separado, sin que les hubieran
explicado las reglas. Todos sabían por anticipado que conseguirían puntos por los buenos
movimientos y ningún punto por los malos movimientos. Bien, a un grupo se le concedían
puntos cada vez que marcaba el espacio situado en la esquina inferior derecha de la cua-
drícula... y, naturalmente, después de varios movimientos, los jugadores comprendían de qué
iba y podían ganar siempre la partida. Pero al segundo grupo de jugadores se le concedían los
puntos aleatoriamente: conseguir puntos o no conseguirlos no tenía nada que ver con los
movimientos. Esos jugadores también sacaron reglas que según ellos gobernaban el juego, y
estaban convencidos de que siguiendo esas reglas les iría mejor.
- ¿De veras? -dijo Ponter-. Yo perdería interés en el juego.
- Sin duda. -Veronica sonrió de oreja a oreja-. Pero a nosotros nos parece fascinante.
- O irritante -dijo Mary.
- ¡Irritante, sí! Lo que significa que nos fastidiaría... porque no podemos aceptar sin más que
no haya ningún plan subyacente. -Veronica miró a Ponter-. ¿Puedo probar otra cosa? Una vez
más, Mary, si no le importa, no diga nada, por favor. Ponter, ¿sabe a qué me refiero cuando
hablo de lanzar una moneda al aire?
Ponter no lo sabía, así que Veronica hizo una demostración con una moneda que se sacó del
bolsillo de la bata.
Cuando Ponter asintió, indicando que comprendía, la delgada pelirroja continuó:
- Muy bien, si lanzo esta moneda veinte veces, y las veinte veces sale cara, ¿cuál es la
probabilidad de que vuelva a salir cara al siguiente intento?
Ponter no vaciló.- Unoauno.
- ¡Exacto! O, como nosotros decimos, del cincuenta por ciento, ¿de acuerdo? Mitad y mitad.
Punter asintió.
- Bien, Mary, estoy segura de que sabe que Ponter tiene toda la razón: no importa cuántas
veces haya salido cara antes del nuevo lanzamiento, suponiendo que la moneda no esté
desequilibrada. Las probabilidades de que vuelva a salir cara son siempre del cincuenta por
ciento. Pero cuando les hago esta pregunta a los estudiantes de primero, la mayoría piensa
que las probabilidades deben estar astronómicamente en contra de que vuelva a salir cara. En
algún nivel fundamental, nuestros cerebros están preparados para imputar motivación a
sucesos aleatorios. Por eso incluso aquellos que no viven el tipo de experiencia que hemos
fabricado para usted, Mary, siguen viendo la mano de Dios en lo que en realidad no es más
que el azar.

Fue ese espíritu aventurero el que hizo que algunos de nosotros recorriéramos miles de
kilómetros para atravesar el estrecho de Bering, que unía Siberia y Alaska durante la Edad del
Hielo...

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Mary quería echarle un vistazo rápido a la librería de la Universidad Laurentian antes de
dirigirse al portal. Se había olvidado de traerse libros de casa, y naturalmente no podría
encontrar material de lectura en el universo neanderthal.
Además, la verdad fuera dicha, Mary quería estar unos minutos a solas para intentar digerir lo
que había sucedido en el laboratorio de Veronica Shannon, así que se excusó, dejó a Ponter
con Veronica y se encaminó por el «callejón de los bolos», el largo y estrecho pasillo de cristal
que comunicaba el edificio de las aulas de la Laurentian con el salón de actos. Vio que hacia
ella venía una atractiva joven negra. Mary nunca había sido buena fisonomista pero vio en la
expresión de la otra mujer una breve reacción de reconocimiento, y luego, casi de inmediato,
de disimulo.
Mary ya se había acostumbrado más o menos a eso. Había aparecido mucho en los medios de
comunicación últimamente, desde que a principios de Agosto confirmara que el hombre que
habían encontrado medio ahogado en el Observatorio de Neutrinos de Sudbury era
Neanderthal. Continuó caminando y entonces cayó en la cuenta...
- ¡Keisha! -dijo, girando sobre sus talones, pues la joven negra ya la había dejado atrás.
Keisha se volvió y sonrió.- Hola, Mary.
- Casi no te he reconocido.
Keisha pareció un poco culpable.
- Yo sí que te he reconocido. -Bajó la voz-. Pero se supone que no debemos saludar a nadie
que hayamos conocido en el Centro, a menos que nos salude primero. Así se asegura la
confidencialidad...
Mary asintió. El «Centro» era el Centro de Crisis por Violación de la Universidad Laurentian.
Mary había acudido allí en busca de consejo después de lo sucedido en York.
- ¿Cómo te va, Mary?
Un poco más lejos había un puesto de café y bollería de la cadena Tim Hortons.
- ¿Tienes un momento? -preguntó Mary-. Me encantaría invitarte a un café.
Keisha miró la hora.
- Claro. O... ¿quieres subir, ya sabes, al Centro?
Pero Mary negó con la cabeza.
- No. No, no es necesario.
A pesar de todo permaneció en silencio mientras salvaban la distancia que las separaba del
Tim Hortons, reflexionando sobre la pregunta de Mary. ¿Cómo le iba?
La cadena Tim Hortons era uno de los pocos sitios donde Mary encontraba a veces su bebida
favorita, café con batido de chocolate, ya que solían tener cartones abiertos de leche y de
batido. Lo pidió, y se lo sirvieron. Por su parte, Keisha pidió zumo de manzana, y Mary lo pagó
todo. Se sentaron en una de las dos mesitas inundadas de la luz del pasillo de cristal:
normalmente, la gente recogía los cafés allí y se los tomaba en otra parte.
- Quería darte las gracias -dijo Mary-. Fuiste tan amable conmigo cuando...
Keisha llevaba una pequeña joya en la nariz. Agachó la cabeza y la joyita captó la luz,
destellando.- Para eso estamos.
Mary asintió.
- Me has preguntado cómo me iba -dijo-. Ahora hay un hombre en mi vida.
Keisha sonrió.
- Ponter Boddit. Lo he leído en People.
Mary sintió que el corazón le daba un brinco.- ¿People ha publicado un artículo sobre nosotros?
La joven asintió.
- La semana pasada. Una bonita foto con Ponter en la ONU. «Santo cielo», pensó Mary.
- Ha sido muy bueno conmigo.
- ¿Va a aceptar esa oferta para posar para Playgirl?
Mary sonrió. Casi lo había olvidado: la oferta se la habían hecho a Ponter durante su primera
visita, cuando estaban en cuarentena. Por una parte a Mary le hubiese encantado enseñar el
físico de su hombre a todas las nenitas sexy que había soportado en el instituto, las que salían
con los jugadores de fútbol, que parecían todos debiluchos en comparación con Ponter. Y por

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otra parte estaba encantada con la idea de que era imposible que Colm se resistiera a echarle
un vistazo en un kiosco, preguntándose qué tenía ese neanderthal que no tuviera él...
- No lo sé -dijo Mary-. Ponter se echó a reír cuando se lo propusieron y no lo ha vuelto a
mencionar desde entonces.
- Bueno, pues si alguna vez acepta -contestó Keisha, sonriendo-, quiero un ejemplar firmado.
- No hay problema -dijo Mary. Y se dio cuenta de que hablaba en serio. Nunca superaría la
violación (ni, sospechaba, Keisha superaría la suya tampoco), pero el hecho de que pudieran
bromear sobre un hombre que posaba desnudo para diversión de las mujeres significaba que
habían recorrido un largo camino.
- Me preguntaste cómo me iba -dijo Mary. Hizo una pausa-. Mejor -dijo con una sonrisa, y
extendió la mano y dio una palmadita en el dorso de la de Keisha-. Mejor cada día.
Cuando terminaron sus bebidas, Mary corrió a la librería. Compró rápidamente cuatro libros en
rústica y regresó al aula C002B para recoger a Ponter. Se encaminaron hacia la planta baja y
salieron al aparcamiento. Era un claro día de otoño, y allí, a cuatro cientos kilómetros al Norte
de Toronto, casi todas las hojas habían caído.
- Dran -exclamó Ponter, y Hak lo tradujo por «¡Asombro!» a través de su altavoz externo.
- ¿Qué? -preguntó Mary.
- ¿Qué es eso? -dijo el neanderthal, señalando.
Mary miró hacia delante, tratando de averiguar qué había llamado la atención de Ponter, y
luego se echó a reír.
- Es una perra.
- ¡Mi Pabo es una perra! -declaró Ponter-. Y he visto otras criaturas perrunas antes. ¡Pero eso!
¡Eso no se parece a nada que haya visto antes!
La perra y su dueña se acercaban hacia ellos. Ponter se agachó, las manos sobre las rodillas,
para examinar al pequeño animal, que iba sujetado por una correa de cuero que sostenía una
atractiva joven blanca.
- ¡Parece una salchicha! -declaró Ponter.
- Es un dachshund -dijo la mujer, algo molesta. Mary pensó que estaba ocultando muy bien la
sorpresa que debía sentir al verse en presencia de un neanderthal.
- Es... -empezó a decir Ponter-. Perdóneme, ¿es un defecto de nacimiento?
La mujer pareció aún más molesta.
- No, se supone que es así.
- ¡Pero sus patas! ¡Sus orejas! ¡Su cuerpo! -Ponter se incorporó y sacudió la cabeza-. Los
perros son cazadores -declaró, como si el animal que tenía delante fuera una afrenta para toda
la especie.
- Los dachshund son cazadores -dijo con brusquedad la joven-, fueron criados en Alemania
para cazar tejones. Dachs significa «tejón» en Alemán. ¿Ve? Su forma les permite seguir al
tejón a su madriguera.
- Oh -dijo Ponter-. Ah, um, mis disculpas. La mujer pareció aplacarse.
- Los perros de aguas -dijo, con un gesto despectivo-, ésos sí que son ridículos.

•••

A medida que iba pasando el tiempo, Cornelius Ruskin no podía negar que se sentía diferente:
y mucho más rápido de lo que hubiese creído posible. Sentado en su ático en los suburbios,
iba buscando datos en Google; sus resultados mejoraron después de descubrir que el término
médico para castración era «orquiectomía» y empezó a excluir específicamente los términos
«perro», «gato» y «caballo».
Rápidamente encontró una gráfica en la página web de la Universidad de Plymouth titulada
«Efecto de la castración y la sustitución de la testosterona en la conducta sexual masculina»
que mostraba un descenso inmediato de esa conducta en los conejillos de indias castrados...
iPero Cornelius era un hombre, no un animal! Sin duda lo que se aplicaba a los roedores no
podía...

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Tras hacer correr el ratón del ordenador hacia abajo, encontró en la misma página un estudio
de un par de investigadores llamados IEM y Hursch que demostraba que más del cincuenta por
ciento de los violadores castrados «dejaban de exhibir conducta sexual poco después de la
castración... similar a los efectos en las ratas».
Naturalmente, cuando él era estudiante, según la retórica feminista la violación era un crimen
de violencia, no de sexo. Pero no. Cornelius sentía más que un interés pasajero por el tema y
había leído la Historia Natural De La Violación: Bases Biológicas De La Coacción Sexual, de
Thornill y Palmer, cuando se publicó en el año 2000. Ese libro sostenía, basándose en la
psicología evolutiva, que la violación era realmente una estrategia reproductiva... una
estrategia sexual para...
Cornelius odiaba considerarse aquello, pero era cierto; sabía lo que era: una estrategia para
los machos que carecían del poder y el estatus para reproducirse de manera normal. No
importaba que se le hubiera negado injustamente ese estatus; la realidad era que no lo tenía,
y no podía conseguirlo... no en el mundo académico.
Seguía odiando la política que le había impedido progresar. Era tan experto en ADN antiguo
como Mary Vaughan... , ¡había estado en el Centro de Biomoléculas Antiguas de Oxford, por el
amor de Dios!
Hera injusto, total y completamente... como las malditas «reparaciones por los esclavos»: a
gente que nunca había hecho nada malo le pedían que soltara enormes cantidades de dinero
para otra cuyos antepasado, muertos hacia muchísimo tiempo, habían sido ofendidos. ¿Por qué
debía Cornelius sufrir las políticas de discriminación sexual de generaciones pasadas?
Había pasado años furioso por aquello. Pero ahora... Ahora... Ahora, sólo estaba enfadado;
sentía un enfado que, por primera vez desde que podía recordar, parecía estar bajo control.
No había ninguna duda sobre por qué se sentía mucho menos furioso. ¿O sí? Después de todo,
no había pasado tanto tiempo desde que Ponter le había cortado las pelotas. ¿Era de verdad
razonable que Cornelius se sintiera distinto tan rápidamente?
La respuesta, al parecer, era afirmativa. Mientras continuaba navegando por la red, encontró
un artículo del New Times de San Luis Obispo. Era una entrevista con Bruce Clotfelter, que
había pasado dos décadas encarcelado por abusos infantiles antes de someterse a la castración
quirúrgica. «fue como un milagro -decía Clotfelter-. A la mañana siguiente, me di cuenta de
que había pasado toda la noche sin aquellos horribles sueños sexuales por primera vez en
años.»
A la mañana siguiente...
Jesucristo, ¿cuál era la vida media de la testosterona? Unos cuantos clics con el ratón, y
Cornelius obtuvo la respuesta: «La vida media de la testosterona en sangre es de apenas unos
minutos», decía un sitio; otro marcaba la cifra en diez minutos.
Un poco más de búsqueda lo llevó a una página de Geocities donde una persona nacida varón
se sometió a la castración, sin ningún tratamiento hormonal anterior o posterior durante años.
Informaba: «Cuatro días después de mi castración... parecía que esperar a que cambiaran los
semáforos y otros pequeños inconvenientes ya no me molestaban tanto... Seis días después
de la castración regresé al trabajo. Aquel día fue especialmente agobiante... y sin embargo me
sentí absolutamente calmado cuando terminó. Decididamente estaba sintiendo los efectos de
la castración y con toda seguridad me sentía mejor sin la testosterona. Diez días después de la
castración me sentía como una pluma flotando por todas partes. Cada vez me sentía mejor.
Para mí, la serenidad fue el más fuerte de los efectos de la castración, seguido por la
disminución de la líbido.»
Cambio inmediato.
De la noche a la mañana.
Cambio en cuestión de días.
Cornelius sabía (¡lo sabía!) que tendría que haber estado furioso por lo que le había hecho
Ponter.
Pero le resultaba difícil enfurecerse por nada...

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10

Fue ese espíritu de búsqueda lo que hizo que otros pusieran valientemente proa al horizonte,
para descubrir nuevas tierras en Australia y Polinesia...

Había un buen motivo para querer establecer un nuevo portal interuniversal en la sede de las
Naciones Unidas. El portal existente estaba situado a dos kilómetros bajo tierra, a 1,2
kilómetros en horizontal del ascensor más cercano del lado gliksin, y a tres kilómetros del
ascensor más cercano en el lado barast.
Mary y Ponter necesitarían un par de horas para trasladarse desde la superficie del mundo de
ella hasta la superficie del mundo de él. Empezaron poniéndose cascos y botas de seguridad y
bajando en el ascensor de la mina Creighton de lnco. Los cascos llevaban linterna incorporada
y protectores para los oídos para el caso necesario.
Mary había traído dos maletas y Ponter las llevaba sin esfuerzo, una en cada mano.
Cinco mineros los acompañaron durante casi todo el trayecto y se bajaron un nivel por encima
de donde Mary y Ponter tenían que bajar. Mary lo agradeció: siempre se sentía incómoda en el
ascensor. Le recordaba el embarazoso viaje que había hecho con Ponter, cuando le explicó
que, a pesar de la obvia atracción mutua, no había sido capaz de responder a su caricia.
A dos mil metros de profundidad empezaron la larga caminata hasta el campamento del
Observatorio de Neutrinos de Sudbury. Mary nunca había sido una buena deportista, pero
aquello era aún peor para Ponter, ya que la temperatura, tan lejos de la superficie de la Tierra,
era de unos constantes cuarenta grados, demasiado calor para él.
- Me alegro de volver a casa -dijo Ponter-. ¡De vuelta a un aire que pueda respirar!
Mary sabía que no se refería al opresivo aire de la mina, sino al hecho de que anhelaba
regresar a un mundo que no quemaba combustibles fósiles, cuyo olor asaltaba su enorme
nariz en la mayoría de los sitios a los que iba, aunque la casa de Reuben, en el campo, había
resultado, según dijo, bastante tolerable.
Mary recordó la sintonía de uno de sus programas de televisión favoritos: «Yo soy feliz en el
edén, el campo a mí me sienta bien... »
Esperaba encajar mejor en el mundo de Ponter que el personaje de Lisa Douglas en
Hooterville. Pero no se trataba sólo de cambiar el bullicio y el clamor de un mundo de seis mil
millones de almas por otro mundo donde sólo había ciento ochenta y cinco millones... de
personas; no se podía usar el término «almas» cuando una se refería a los barasts, ya que no
creían tener ninguna.
El día antes de salir de Rochester, habían entrevistado a Ponter en la radio; los neanderthales
estaban muy solicitados allá donde fueran. Mary había escuchado con interés mientras Bob
Smith hacía preguntas a Ponter sobre las creencias neanderthales en la emisora local de la
PBS, la WXXI. Smith había dedicado un buen rato a la práctica neanderthal de esterilizar a los
criminales. Mientras recorrían el largo túnel terroso, el tema de la entrevista salió de nuevo a
colación.
- Sí -dijo Mary, en respuesta a la pregunta de Ponter-, estuviste bien, pero...
- ¿Pero qué?
- Bueno, esas cosas que dijiste... sobre esterilizar a la gente. Yo...
- ¿Sí?
- Lo siento, Ponter, pero no puedo aprobarlo.
Ponter se la quedó mirando. Llevaba un casco naranja especial que la mina de níquel había
fabricado para él, de modo que su forma encajara en una cabeza neanderthal.
- ¿Por qué no?
- Es... es inhumano y supongo que empleo la palabra con segundas. No es adecuado que lo
hagan los seres humanos.
Ponter guardó silencio durante un rato, contemplando las paredes de la galería, que estaban
cubiertas de malla de alambre para impedir desplomes de rocas.
- Sé que hay muchos en esta versión de la Tierra que no creen en la evolución -dijo por fin-,
pero los que creen deben comprender que la evolución humana se ha... detenido. Desde que

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las técnicas médicas permiten que casi cualquier humano viva hasta la edad reproductiva, ya
no hay... no hay... no estoy seguro de cuál es la frase que empleáis.
- «Selección natural» -dijo Mary-. Claro, eso lo entiendo; sin la supervivencia selectiva de los
genes, no puede haber evolución.
- Exactamente. Y sin embargo la evolución nos hizo lo que somos, convirtiendo las cuatro
formas de vida básica originales en las complejas y diversas variedades actuales.
Mary miró a Ponter.- ¿Las cuatro formas de vida originales?
Él parpadeó.- Sí, claro.
- ¿Qué cuatro? -dijo Mary, pensando que tal vez había detectado por fin un atisbo de
creacionismo desde el punto de vista del mundo de Ponter. ¿Podrían ser NeanderAdán,
NeanderEva, el hombrecompañero de NeanderAdán y la mujercompañera de NeanderEva?
- Las plantas, animales, hongos y... y no sé cómo se llama, ese tipo que incluye los hongos
mucosos y algunas algas.
- Protistas o protoctistas, dependiendo de a quién se lo preguntes.
- Sí. Bueno, cada uno surgió por separado del mundo prebiológico primordial.
- ¿Tenéis prueba de ello? -dijo Mary-. Nosotros sostenemos que la vida emergió una vez en
este mundo, hace unos cuatro mil millones de años.
- Pero los cuatro tipos de vida son tan diferentes... -Ponter se encogió de hombros-. Bueno, tú
eres la experta en genética, no yo.
El objetivo de este viaje es que conozcas a nuestros entendidos en esos asuntos, así que
puedes preguntarle a alguno. Uno de vosotros (no sé cuál) tiene mucho que aprender del otro.
Mary nunca dejaba de sorprenderse de cómo la ciencia neanderthal y su propia rama de la
materia diferían en cosas tan fundamentales. Pero no quería perder de vista el asunto más
importante...
El asunto más importante. Era interesante, pensó Mary, que considerara un tema moral más
importante que una verdad científica básica.
- Estábamos hablando del fin de la evolución. Tú decías que vuestra especie continúa
evolucionando porque descarta conscientemente vuestros malos genes.
- «¿Descarta?» -repitió Ponter, frunciendo el ceño-. Ah... una metáfora del juego. Creo que
entiendo. Sí, tienes razón. Seguimos mejorando nuestro poso genético deshaciéndonos de las
tendencias indeseables.
Mary pasó por encima de un gran charco de barro.
- Casi podría aceptar eso... pero lo hacéis esterilizando no sólo a los criminales, sino también a
sus parientes cercanos.
- Naturalmente. De lo contrario, los genes podrían persistir.
Mary negó con la cabeza.
- Y yo no puedo tolerarlo.
- ¿Por qué no?
- Porque... porque está mal. Los individuos tienen derechos.
- Claro que los tienen -dijo Ponter-, pero las especies también. Nosotros protegemos y
mejoramos la especie barast.
Mary trató de no estremecerse, pero Ponter debió darse cuenta de todas formas.
- Reaccionas negativamente a lo que acabo de decir.
- Bueno, es que con bastante frecuencia en nuestro pasado se ha defendido lo mismo. En los
años cuarenta, Adolfo Hitler se dispuso a purgar de judíos nuestro poso genético.
Ponter ladeó ligeramente la cabeza, quizás escuchando a Hak recordarle a través de los
implantes de su oído quiénes eran los judíos. Mary imaginó al pequeño ordenador diciendo:
«Ya sabes, los que no fueron lo bastante crédulos para tragarse la historia de Jesús.»
- ¿Por qué quiso hacer eso? -preguntó.
- Porque odiaba a los judíos, pura y sencillamente -respondió Mary-. ¿No lo ves? Darle a
alguien el poder para decidir quién vive y quién muere, o quién se reproduce y quién no, es
jugar a ser Dios.
- «Jugar a ser Dios» -repitió Ponter, como si la frase fuera atractivamente extraña-.
Obviamente, esa idea nunca se nos habría ocurrido a nosotros.- Pero el potencial para la

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corrupción, para la injusticia... -Ponter extendió los brazos.- Y sin embargo vosotros matáis a
ciertos criminales.
- Nosotros no -dijo Mary-. Quiero decir, los canadienses no. Pero los estadounidenses lo hacen,
en algunos estados.
- Eso me han dicho. Y, aún más, he descubierto que hay un componente racial en eso. -Miró a
Mary-. Vuestras diversas razas me intrigan, ¿sabes? Mi pueblo está adaptado al Norte, así que
tendemos a quedamos aproximadamente en las mismas latitudes, y supongo que por eso
todos somos bastante parecidos. ¿Tengo razón al entender que la piel más oscura es una
adaptación a climas más ecuatoriales?
Mary asintió.
- y los... ¿cómo los llamáis? Los ojos de los que son como Paul Kiriyama.
Mary tardó un momento en recordar quién era Paul Kiriyama: el estudiante que con Louise
Benoit salvó a Ponter de ahogarse en el tanque de agua pesada del Observatorio de Neutrinos
de Sudbury. Necesitó otro momento para recordar el nombre de aquello a lo que se refería
Ponter.
- ¿Te refieres a la piel que cubre parte de los ojos asiáticos? Pliegues epicánticos.
- Sí. Pliegues epicánticos. Supongo que son para proteger los ojos del resplandor del sol, pero
mi gente tiene arcos ciliares que consiguen lo mismo, así que, claro, es otra tendencia que
nunca llegamos a desarrollar.
Mary asintió lentamente, más para sí misma que para Ponter.- Se ha especulado mucho
¿sabes?, en Internet y en los periódicos, sobre lo que sucedió con vuestras otras razas. La
gente supone que... bueno que con vuestra práctica de la purga genética, los eliminasteis.
- Nunca hubo otras razas. Aunque tenemos algunos científicos en lo que llamáis África y
América Central, no residen permanentemente allí. -Alzó una mano-. Y sin razas, obviamente
nunca hemos tenido discriminación racial. Pero vosotros sí: aquí, las características raciales
influyen en la probabilidad de ser ejecutado por crímenes graves, ¿no es cierto?
- Se sentencia a muerte a los negros con más frecuencia que a los blancos, sí. -Mary decidió
no añadir: sobre todo cuando matan a un blanco.
- Tal vez, como nosotros nunca hemos tenido esas divisiones, la idea de esterilizar a un
segmento de la humanidad de manera arbitraria no se nos ha ocurrido nunca.
Se cruzaron en la galería con un par de mineros que se quedaron mirando abiertamente a
Ponter, aunque la visión de una mujer allí abajo era probablemente casi igual de rara, pensó
Mary. Una vez que pasaron de largo, Mary continuó:
- Pero sin duda, incluso sin razas distinguibles, debe existir el deseo de favorecer a los que
están más relacionados con vosotros que a los que no lo están. Ese tipo de selección afín se da
incluso en el reino animal. No puedo creer que los neanderthales sean inmunes.
- ¿Inmunes? Tal vez no. Pero recuerda que nuestras relaciones familiares son más...
complicadas que las vuestras o, ya puestos, que las de la mayoría de los animales. Tenemos
una interminable cadena familiar de hombrescompañeros y mujerescompañeras, y como
nuestro sistema de Dos Que Se Convierten En Uno es temporal, no tenemos la dificultad para
determinar la paternidad que preocupa tanto a vuestra especie. -Hizo una pausa, y luego
sonrió-. De todas formas, y ya que nos estamos andando por las ramas, a mi gente le parece
que vuestra idea de la ejecución o de décadas de encarcelamiento es más cruel que nuestra
esterilización y nuestro escrutinio judicial.
Mary tardó un instante en recordar qué era el «escrutinio judicial»: el proceso de ver las
transmisiones de un implante Acompañante, de modo que todo lo que un individuo decía y
hacía pudiera ser observado tal como había sucedido.
- No sé -dijo-. Como te he dicho en el coche, yo practico el control de natalidad, que es algo
que mi religión prohíbe, así que no puedo sostener que me oponga moralmente a algo que
impida la concepción. Pero... pero impedir que gente inocente se reproduzca me parece mal.
- ¿Aceptarías la esterilización de quien cometió el delito, pero no de sus hermanos, padres e
hijos, como una alternativa a las ejecuciones o la cárcel?
- Tal vez. No lo sé. En determinadas circunstancias, tal vez. Si el convicto así lo eligiera.
Los dorados ojos de Ponter se abrieron como platos.

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- ¿Dejarías a los culpables eligieran su castigo?
- En circunstancias muy concretas, le daría al criminal la opción de decidir entre varios
castigos, sí -respondió Mary, pensando de nuevo en el padre Caldicott cuando le dio a elegir
entre las penitencias en su última confesión.
- Pero sin duda en algunos casos, sólo un castigo es adecuado. Por ejemplo, en...
Ponter se detuvo bruscamente.
- ¿Qué? -dijo Mary.
- No, nada.
Mary frunció el ceño.
- Te refieres a una violación.
Ponter guardó silencio durante un rato, sin dejar de mirar el suelo fangoso mientras caminaba.
Al principio, Mary pensó que lo había ofendido al sugerir que había sido insensible al sacar de
nuevo aquel incómodo tema, pero sus siguientes palabras, cuando volvió a hablar, la
sobresaltaron aún más.
- Lo cierto es que no hablo de la violación en general.
La miró, y luego observó otra vez el suelo, un cenagal de pisadas de botas iluminado por el
rayo de la linterna de su casco.- Estoy hablando de tu violación.
Mary sintió el corazón en la garganta.
- ¿Qué quieres decir?
- Yo... es nuestra costumbre, entre nuestro pueblo, no tener secretos entre compañeros, y sin
embargo...
- ¿Sí?
Ponter se dio media vuelta y miró hacia el fondo de la galería, para asegurarse de que estaban
solos.
- Hay algo que no te he dicho... algo que no le he dicho a nadie excepto...
- ¿Excepto a quién? ¿A Adikor?
Pero Ponter negó con la cabeza.
- No. No, él no lo sabe tampoco. La única persona que lo sabe es un varón de mi especie, un
hombre llamado Jurard Selgan.
Mary frunció el ceño.
- No recuerdo que hayas mencionado ese nombre hasta ahora.
- No lo he hecho -dijo Ponter-. Es... es un escultor de personalidad.
- ¿Un qué?
- Un... trabaja con aquellos que desean modificar su... su estado mental.
- ¿Quieres decir un psiquiatra?
Ponter ladeó la cabeza para escuchar a Hak hablarle a través del implante en su oído. El
Acompañante seguramente estaba dándole la raíz etimológica del término que Mary había
usado: irónicamente, la psique era lo más parecido al alma para los neanderthales. Por fin,
Ponter asintió.
- Un especialista comparable, sí. Mary se envaró.
- ¿Has estado viendo a un psiquiatra? ¿Por mi violación? -Maldición, Mary había creído que él
lo había comprendido. Sí, los varones Homo sapiens solían mirar a sus esposas de manera di-
ferente después de que éstas hubieran sido violadas, preguntándose si de algún modo habría
sido culpa de la mujer, si ella de algún modo lo habría querido secretamente...
Pero Ponter... ¡Se suponía que Ponter lo entendía!
Continuaron caminando en silencio un rato, las luces de sus cascos iluminando la galería.
Ahora que lo pensaba, Ponter había parecido desesperado por conocer los detalles de la
violación de Mary. En la comisaría de policía, había agarrado la bolsa que contenía pruebas de
la violación de Qaiser Retmulla, la había abierto y olido su contenido e identificado a uno de los
colegas de Mary, Cornelius Ruskin, como el autor del delito.
Mary miró a Ponter, una forma oscura y fornida contra la pared de roca.- No fue culpa mía
-dijo.
- ¿Qué? No, lo sé.
- No lo quise. No lo pedí.

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- Sí, sí, eso lo comprendo.
- Entonces ¿por qué estás viendo a ese... ese escultor de personalidad?
- Ya no lo estoy viendo. Es sólo que...
Ponter se detuvo y Mary lo miró. Con la cabeza ladeada, escuchaba a Hak. Al cabo de un
instante asintió levísimamente, una señal para el Acompañante, no para ella.
- ¿Es qué? -dijo Mary.
- Nada. Lamento haber mencionado el tema.
«Y yo también», pensó Mary mientras continuaban avanzando en la oscuridad.

11

Fue ese espíritu de búsqueda lo que hizo que los vikingos llegaran a Norteamérica hace mil
años, lo que impulsó a la Pinta, la Niña y la Santa María a cruzar el Atlántico hace quinientos
años...

Llegaron por fin al Observatorio de Neutrinos de Sudbury.


Ponter y Mary recorrieron las enormes instalaciones (todo tuberías colgantes y tanques
gigantescos) hasta la sala de control. Ahora estaba desierta: la primera llegada de Ponter
había destruido el tanque detector de agua pesada del observatorio, y los planes para
repararlo habían sido pospuestos cuando el portal volvió a restablecerse.
Llegaron a la sala situada sobre la cámara de detección, atravesaron la compuerta, y (para
Mary esto era lo aterrador) bajaron por la larga escalerilla hasta la zona de espera, a seis
metros bajo tierra. La zona de espera estaba al final del tubo de Derkers, un túnel imposible
de aplastar que había atravesado el portal desde el otro lado.
Mary se detuvo en el umbral del tubo de Derkers y se asomó. El tubo tenía el doble de largo
hacia el otro lado que hacia el suyo, y al otro extremo vio las paredes amarillas de la cámara
de cálculo cuántico de la versión de la Tierra de Ponter.
Un guardia del Ejército canadiense esperaba, y ellos le entregaron sus pasaportes, pues Ponter
había recibido uno al ser declarado Ciudadano Canadiense.
- Tú primero -le dijo Ponter a Mary, una galantería que había aprendido en su mundo. Ella
tomó aire y recorrió el tubo, que medía dieciséis metros de largo y seis de diametro. Cuando
llegó a la mitad, vio el anillo de luminosidad azul que fluctuaba a través del material
transparente de la pared del conducto. También vio las sombras que proyectaban los
segmentos entrecruzados de metal que mantenían el tubo abierto. Con otra profunda
inspiración, Mary atravesó con rapidez la discontinuidad marcada por el anillo azul: la
electricidad estática recorrió su cuerpo de la cara a la espalda.
Y de repente estuvo allí... en el mundo neanderthal.
Sin salir del tubo, Mary se dio la vuelta y vio a Ponter acercarse a ella. Vio el pelo rubio de
Ponter erizarse cuando atravesó la discontinuidad; como la mayoría de los neanderthales, lo
llevaba con la raya exactamente en medio de su cráneo alargado.
Cuando él atravesó, Mary se dio la vuelta y continuó hasta el final del tubo.
Y allí estaban, en un mundo que había divergido del de Mary hacía cuarenta mil años. Estaban
dentro de la cámara de cálculo cuántico que ella había visto desde su lado, una enorme sala
llena de tanques de registro. El ordenador cuántico, diseñado por Adikor Huld para manejar
software desarrollado por Ponter Boddit, había sido construido para hallar factores numéricos
nunca hallados antes: la entrada en un universo alternativo había sido completamente
accidental.
- ¡Ponter! -dijo una voz grave.
Mary alzó la mirada. Adikor (el hombrecompañero de Ponter) bajó corriendo los cinco
escalones que separaban la sala de control de la cámara de cálculo.
- ¡Adikor! -dijo Ponter. Corrió hacia él, y los dos hombres se abrazaron y luego se lamieron la
cara.
Mary apartó la mirada. Por supuesto, normalmente (si esa palabra podía ser aplicada alguna
vez a su existencia en ese mundo) ella vería rara vez a Ponter con Adikor; cuando Dos Se

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Convirtieran En Uno, Adikor se marcharía para estar con su propia mujercompañera y su joven
hijo.
Pero Dos No Eran Uno, y por eso allí y ahora se suponía que Ponter estaba con su hombre -
compañero.
Sin embargo, al cabo de un instante ambos varones se separaron y Ponter se volvió hacia
Mary.
- Adikor, ¿recuerdas a Mare?
- Desde luego -dijo Adikor; con lo que parecía ser una sonrisa sincera de un palmo de ancho.
Mary trató de emular su sinceridad, aunque no sus dimensiones.
- Hola, Adikor.
- ¡Mare, me alegro de verte!
- Gracias.
- ¿Qué te trae por aquí? Dos No Son Uno todavía.
Ahí estaba. La declaración de posesión, marcando el territorio.
- Lo sé -dijo Mary-. He venido para quedarme un tiempo. Estoy aquí para aprender más sobre
la genética neanderthal.
- Ah. Bueno, estoy seguro de que Lurt podrá ayudarte.
Mary ladeó ligeramente la cabeza, y no porque tuviera un Acompañante al que escuchar.
¿Adikor estaba siendo servicial o sólo recalcaba el hecho de que Mary necesitaba la ayuda de
una hembra neanderthal que, por supuesto, se encontraba en el Centro de la ciudad, lejos de
Adikor y Ponter?
- Lo sé -dijo Mary-. Tengo muchas ganas de seguir hablando con ella.
Ponter miró a Adikor.
- Llevaré a Mary un momento a nuestro hogar -dijo- y le procuraré unas cuantas cosas que
necesitará para una estancia prolongada. Luego me encargaré de buscarle transporte al
Centro.
- Bien -respondió Adikor. Miró a Mary, luego otra vez a Ponter-. ¿Entonces seremos nosotros
dos solos para cenar?
- Por supuesto -dijo Ponter-. Por supuesto.
Mary se desnudó (estaba perdiendo el pudor en un mundo que nunca había tenido religión que
impusiera ese tipo de tabúes), y se sometió al proceso de descontaminación por láser, donde
rayos coherentes a longitudes de onda precisas atravesaron su carne para eliminar de su
cuerpo las moléculas extrañas. Ya se estaban construyendo aparatos similares en el mundo de
Mary para tratar muchas formas de infección. Por desgracia, Como los tumores estaban hechos
de las propias células del paciente, aquel método no curaba cánceres como la leucemia que se
había llevado a la esposa de Ponter Klast, hacía dos años.
No... «llevado» no. Ése era un término gliksin, un eufemismo que implicaba que ella se había
ido a alguna parte, y al menos para esta gente no lo había hecho. Como el propio Ponter diría,
ella ya no existía. Y tampoco era «la esposa de Ponter». Era su yatdija, su mujercompañera.
En el mundo neanderthal, Mary intentaba pensar en términos neanderthales; resultaba más
fácil manejar las diferencias.
Los láseres bailaron por encima (y a través) del cuerpo de Mary, hasta que el recuadro de luz
situado sobre la puerta cambió de color: podía marcharse. Mary salió de la cámara y empezó a
ponerse ropa neanderthal mientras Ponter ocupaba su lugar. Había caído enfermo de moquillo
equino la primera vez que estuvo en el mundo de Mary: los Homo sapiens eran inmunes a esa
enfermedad, pero los Homo neanderthalensis no. Aquel proceso aseguraba que no llevaran
consigo la bacteria Streptococcus equii, ni ningún otro germen o virus desagradable; todo el
mundo que atravesaba el portal tenía que someterse a él.

•••

Nadie que pudiera evitarlo vivía donde lo hacía Cornelius Ruskin. Driftwood era un barrio difícil,
lleno de delincuencia y drogas. Su único atractivo para Cornelius era que estaba a un tiro de
piedra del campus de la Universidad de York.

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Bajó en ascensor los catorce pisos hasta el sucio vestíbulo de su edificio. A pesar de todo,
sentía cierto... bueno, afecto era un término excesivo, pero sí cierta gratitud por vivir en aquel
lugar. Después de todo, poder ir caminando a la universidad le ahorraba el gasto de mantener
un coche, el seguro y el permiso de aparcamiento en York... o la alternativa, los 93,50 dólares
del bono mensual para el metro.
Era un día hermoso, con un cielo despejado. Cornelius llevaba una chaqueta de ante marrón.
Continuó caminando y dejó atrás la tienda de ultramarinos con barrotes en las ventanas. El
negocio tenía una sección enorme de revistas porno y latas de comida cubiertas de polvo. Allí
era donde Cornelius compraba sus cigarrillos; por fortuna, tenía medio cartón de Du Mauriers
en su apartamento.
Camino del campus, Cornelius pasó junto a una de las torres de residentes. Los estudiantes
paseaban algunos todavía en manga corta, otros con sudaderas. Cornelius sospechaba que
podría conseguir suplementos de testosterona en York. Bueno, incluso podía idear un proyecto
genético que los requiriera. Eso sin duda sería un incentivo para volver a su trabajo, pero...
Pero las cosas habían cambiado para Cornelius. Para empezar, las pesadillas se habían
terminado por fin, y ahora dormía como un tronco. En vez de yacer despierto durante una hora
o dos, agitándose y dando vueltas en la cama, reflexionando sobre las cosas que iban mal en
su vida (todos los desaires, toda su furia por no tener a nadie), en vez de estar allí despierto,
torturado por todo aquello, se quedaba dormido instantes después de apoyar la cabeza en la
almohada, dormía de un tirón toda la noche y se despertaba descansado.
Cierto, durante un tiempo no había querido levantarse de la cama, pero eso ya lo había
superado. Se sentía... no lleno de energía, ni preparado para la batalla diaria por la
supervivencia. No, sentía algo que no había sentido desde hacía años, desde los veranos de su
infancia, cuando estaba lejos del colegio, lejos de los matones, lejos de las palizas diarias.
Cornelius Ruskin se sentía en calma.
- Hola, doctor Ruskin -dijo una confiada voz masculina.
Cornelius se dio la vuelta. Era uno de sus estudiantes de genérica: John, Jim... algo así. Quería
ser profesor, según le había contado. Cornelius quiso decirle al pobre capullo que se largara;
en el mundo académico no había trabajo decente para los hombres blancos.
Pero en cambio forzó una sonrisa y dijo:- Hola.
- ¡Me alegro de que esté de vuelta! -dijo el estudiante, marchándose en dirección opuesta.
Cornelius continuó caminando por la acera, campos de césped a un lado, un aparcamiento al
otro. Sabía adónde se dirigía, por supuesto: al edificio Farquahrson de Ciencias de la Vida.
Pero nunca hasta entonces había advertido lo raro que sonaba: le hizo pensar en Charlie
Farquahrson, el personaje que Don Harron había interpretado durante años en la emisora de
radio CFRB y la serie de televisión estadounidense Hee Haw. Cornelius sacudió la cabeza;
siempre había sido tan... tan no sabía qué... Se acercaba a ese edificio y permitía que un
pensamiento tan banal aflorara a su conciencia.
Caminando en piloto automático, sus pies seguían el terreno bien conocido. Pero, de repente,
con un sobresalto, advirtió que había llegado a...
No tenía nombre y mentalmente nunca le había dado ninguno.
Pero era allí: los dos muros se unían en ángulo recto lejos de la luz, protegidos por grandes
árboles. Aquél era el lugar, el sitio donde había acorralado a dos mujeres distintas contra la
pared. Allí había enseñado a Qaiser Remtulla quién estaba de verdad al mando. Allí se la había
metido a Mary Vaughan.
Cornelius solía caminar por allí incluso a plena luz del día cuando necesitaba un subidón, para
recordarse que al menos en algunas ocasiones había estado al mando. A menudo, sólo ver
aquel lugar le causaba una fuerte erección, pero esta vez su entrepierna no se sacudió
siquiera.
Los muros estaban cubiertos de pintadas. Por el mismo motivo que Cornelius elegía aquel
lugar les gustaba a los grafiteros y a los enamorados que querían inmortalizar su juvenil
compromiso, igual que...
Hacía tiempo que lo había olvidado, pero una vez, hacía eones, sus iniciales y las de Melody
habían compartido un corazón dibujado en aquellos muros.

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Cornelius descartó ese pensamiento, miró de nuevo la esquina, y se dio la vuelta.
Era un día demasiado hermoso para ir a trabajar, se dijo. De regreso a casa, el día parecía aún
más luminoso.

12

Fue ese espíritu de búsqueda lo que le dio alas a Orville y Wilbur Wright, Amelia Earhart,
Chuck Yeager...

Cuando salieron del edificio del ascensor a la mina de níquel de Debral, Mary se sorprendió al
descubrir que estaba oscuro, tenía que ser media tarde. Alzó la cabeza y se quedó
boquiabierta.- Dios mío. ¡Nunca había visto tantos pájaros!
Una bandada de pájaros enorme prácticamente cubría el cielo con un griterío estrepitoso.
- ¿De verdad? -dijo Ponter-. Son corrientes.
- ¡Eso parece! -exclamó Mary. Continuó mirando-. ¡Dios mío! -dijo, advirtiendo los cuerpos
rosáceos y las cabezas verdiazules-. ¡Son palomos migratorios!
- No le veo la extrañeza -dijo Ponter.
- No, no, no. Son Ectopistes migratorius. Los conozco bien: he estado intentando recuperar su
ADN.
- Ya advertí la ausencia de estos pájaros la primera vez que visité tu mundo. Allí están
extinguidos, ¿verdad?
- Sí.
- ¿Por culpa de los gliksins?
Mary asintió.
- Sí. -Se encogió de hombros-. Los cazamos hasta exterminarlos.
Ponter negó con la cabeza.
- No me extraña que tuvieraís que adoptar esa cosa que llamáis agricultura. El nombre que
nosotros le damos a este pájaro es (Hak, no traduzcas la palabra), quidrat. Están deliciosos, y
los comemos muy a menudo.
- ¿De veras? Ponter asintió.
- Sí. Estoy seguro de que probarás alguno durante tu estancia aquí.
En cuanto Hak reestableció el contacto con la red de información planetaria, Ponter le ordenó
que pidiera un cubo de viaje. El vehículo avanzaba ya hacia ellos. Del tamaño de un cuatro por
cuatro, funcionaba con una enorme aspa en su base, otra en la parte trasera y tres aspas
similares para virar. El cubo era casi transparente y contenía cuatro asientos de horcajadas,
uno de los cuales estaba ocupado por un conductor varón, un delgado miembro de la
generación 146.
El cubo de viaje redujo su velocidad, se posó en el suelo y una cara se abrió para permitir el
acceso al interior. Ponter entró y ocupó el asiento del fondo. Mary lo siguió y se sentó en el
asiento contiguo. Ponter le habló brevemente al conductor y el cubo se alzó. Mary vio cómo el
conductor manejaba las dos principales palancas de control, hacía girar el cubo y enfilaba
hacia la casa de Ponter.
Mary se había colocado un Acompañante temporal antes de salir del edificio del ascensor;
todos los gliksins que visitaban el mundo neanderthal tenían que hacerlo, para que el
Acompañante monitorizara constantemente sus actividades y transmitiera información a los
archivos de coartadas. Pero los malditos aparatos picaban. Mary deseó tener un boli a mano
para rascarse con él por debajo del Acompañante.
- ¿Los permanentes son igual de incómodos? -preguntó, mirando a Ponter.
- Yo ni me doy cuenta de la presencia de Hak -respondió Ponter. Hizo una pausa-. Pero, sobre
este tema...
- ¿Sí?
- Estos Acompañantes temporales expiran después de unos veinte días o así... funcionan con
pilas, después de todo, en vez de extraer la energía de tus procesos corporales. Naturalmente,
siendo quien eres, sin duda te darán otro.

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Mary sonrió. No estaba acostumbrada a la idea de que sólo por ser Mary Vaughan tuviera
derecho a un trato especial.
- No -dijo-. No, creo que debería conseguir uno permanente.
Ponter sonrió de oreja a oreja.
- Gracias -dijo, y luego, al parecer para asegurarse, añadió-: Sabes que permanente significa
permanente. Quitarlo más tarde será muy difícil, y podría dañar seriamente los músculos y
nervios de tu antebrazo.
Mary asintió.
- Lo entiendo. Pero también entiendo que si no consigo un Acompañante permanente, siempre
seré una extraña aquí.
- Gracias -dijo Ponter cálidamente-. ¿De qué tipo lo quieres?
Mary había estado contemplando el prístino paisaje: bosques antiguos mezclados con macizos
rocosos.
- ¿Cómo dices?
- Bueno, podrías conseguir el Acompañante estándar. O -Ponter alzó el brazo izquierdo y volvió
su cara interna hacia Mary- podrías optar por uno como el mío, con verdadera inteligencia ar-
tificial instalada.
Mary alzó las cejas.- No lo había pensado.
- Pocas personas tienen Acompañantes inteligentes -dijo Ponter-, aunque espero que en el
futuro se vuelvan más comunes. Sin duda querrás la capacidad de proceso que tiene esta
unidad avanzada; la necesitarás para traducir el lenguaje en tiempo real. Pero eres tú quien
debe decidir las características.
Mary miró el Acompañante de Ponter. Por fuera, no parecía distinto a las docenas de
Acompañantes que había visto... excepto, por supuesto, el dorado de Lonwis Trob. Pero
dentro, lo sabía, vivía Hak.
- ¿Cómo es tener un Acompañante inteligente? -preguntó.
- Oh, no está tan mal -dijo la voz de Hak-. Me he acostumbrado al grandulón.
Mary se echó a reír, medio divertida y medio sorprendida.
- No estoy segura de poder soportar tener a alguien conmigo todo el tiempo. ¿Hak es
realmente... consciente?
- ¿Qué quieres decir?
- Bueno, sé que no creéis en el alma; sé que creéis que vuestra mente es sólo software
completamente predecible que funciona con el hardware de vuestro cerebro. Pero, quiero
decir, ¿Hak piensa de verdad? ¿Es consciente de sí mismo?
- Una pregunta interesante -dijo Ponrer-. Hak, ¿tú qué dices?
- Soy consciente de mi existencia.
Mary se encogió de hombros.
- Pero... pero, no sé, quiero decir, ¿tienes deseos propios?
- Quiero serle útil a Ponter.
- ¿Y ya está?
- Ya está.
«Guau -pensó Mary-. Colm tendría que haberse casado con uno de éstos.»
- ¿Qué te sucederá... perdóname, Ponter, qué te sucederá cuando Ponter muera?
- Mi energía procede de sus mismas fuentes bioquímicas y biomecánicas. A los pocos
diadécimos de su muerte, yo dejaré de funcionar.
- ¿Te molesta?
- Yo no tendría ningún otro sentido sin Ponter. No, no me molesta.
- Es muy útil tener un Acompañante inteligente -dijo Ponter-. Dudo que hubiera conservado la
cordura durante mi primera visita a tu mundo sin la ayuda de Hak.
- No sé -repuso Mary-. Parece... bueno, parece (perdóname, Hak) un poco raro. ¿Es posible
hacer una puesta al día más tarde? Ya sabes, empezar por lo básico y luego añadir la
inteligencia artificial en una etapa posterior.
- Por supuesto. Mi Acompañante originalmente no tenía inteligencia ninguna.
- Tal vez eso sea lo mejor -dijo Mary-.

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Pero... Pero no. No, estaba intentando encajar aquí, y tener un Acompañante que la
aconsejara y le explicara las cosas sería muy útil- No, que sea toda la pesca.
- Yo... ¿ cómo dices?
- Quiero decir que me quedaré con uno capaz de pensar, igual que Hak.
- No lamentarás la decisión -dijo Ponter. Miró a Mary, con una sonrisa de orgullo-. No has sido
la primera gliksin en visitar este mundo...
Era cierto. Una mujer del Centro para el Control de las Enfermedades de Ottawa y otra del
Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Atlanta habían tenido ese
privilegio. Mary no estaba segura de cuál de las dos había hecho el cruce primero.
- Pero de todas formas -continuó Ponter-, serás la primera gliksin en tener un Acompañante
permanente... la primera en convertirte en una de nosotros.
Mary contempló el hermoso paisaje otoñal a través de la cara transparente del cubo de viaje. Y
sonrió.
El conductor los dejó ante el panel solar que hacía las veces de plataforma de aterrizaje, junto
a la casa de Ponter y Adikor. Cultivada por medio de arboricultura, la estructura central de la
vivienda era el hueco de un enorme árbol de hoja caduca. Mary ya había visto el hogar de
Ponter, pero con todas las hojas de un color distinto era maravilloso.
Dentro, las reacciones químicas producían una fresca luz verdiblanca que teñía las paredes.
Pabo, la perra de Ponter, corrió a recibirlos. Mary se había acostumbrado al aspecto lobuno del
animal, y se agachó para rascarle las orejas. Contempló el salón circular.
- Es una lástima que no pueda quedarme aquí -dijo, apenada. Ponter la rodeó con sus brazos,
y ella apoyó la cabeza en su hombro. De cualquier forma, cuatro días al mes con Ponter eran
mucho mejor que toda una vida con Colm.
Cada vez que pensaba en Colm recordaba el tema que él le había planteado, un tema en el
que Mary había evitado pensar hasta que Colm lo había sacado a colación.
- Ponter -dijo suavemente, sintiendo que su pecho subía y bajaba mientras respiraba.
- ¿Sí, mujer que amo?
- El año que viene se concebirá una nueva generación -dijo Mary, intentando mantener un
tono lo más sereno posible.
Ponter se separó de Mary y la miró, alzando lentamente la ceja al hacerlo.
- Ka.
- ¿Deberíamos tener un hijo entonces?
Ponter abrió mucho los ojos.
- Creía que ésa no era una opción viable -dijo por fin.
- Porque tenemos distinto número de cromosomas, quieres decir. Ciertamente, eso sería un
obstáculo, pero debe haber algún modo de sortearlo. Y, bueno, Jock me ha enviado aquí para
estudiar tecnología genética neanderthal. Mientras me dedico a ello puedo investigar el modo
de combinar nuestro ADN y producir un hijo.
- ¿De verdad?
Mary asintió.
- Naturalmente, habría que utilizar fecundación in vitro.
Hak pitó.
- En laboratorio. Fuera de mi cuerpo.
- Ah -dijo Ponter-. Me sorprende que tu sistema de creencias apoye ese proceso si prohíbe
tantos otros relacionados con la reproducción.
Mary se encogió de hombros.
- La Iglesia Católica está en contra de la fecundación in vitro. Pero yo quiero un bebé. Quiero
tu bebé. Y no me parece que ayudar un poco a la naturaleza esté mal. -Bajó la mirada-. Pero
sé que tú ya tienes dos hijas. Tal vez... tal vez no quieras volver a ser padre.
- Siempre seré padre, hasta el día en que muera -dijo Ponter. Mary alzó los ojos y se alegró al
ver que Ponter la estaba mirando directamente.
- No había pensado en tener otro hijo, pero...
Mary sintió que estaba a punto de estallar. No había advertido hasta ese mismo momento
cuánto quería que la respuesta de Ponter fuera afirmativa.

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- Pero ¿qué?
Ponter alzó sus enormes hombros, pero se movieron lentamente, como si estuviera cargando
sobre ellos el peso de su mundo.- Pero nosotros creemos en el crecimiento cero de la
población. Klast y yo ya tenemos dos hijas: son nuestras sustitutas.
- Pero Adikor y Lurt sólo tienen un hijo.
- Dab, sí. Pero puede que lo intenten de nuevo el año que viene.
- ¿Van a hacerlo? ¿ Lo has discutido con Adikor?
- No, no lo he hecho. Supongo que podría abordar el tema, pero aunque no vayan a intentarlo
otra vez, el Consejo Gris...
- ¡Maldición, Ponter, estoy harta del Consejo Gris! ¡Estoy harta de todas esas normas y reglas!
Estoy harta de que un puñado de viejos controle tu vida.
Ponter miró a Mary, alzando de nuevo la ceja en gesto de sorpresa.
- Se les elige, ¿sabes? Las leyes que promulgan son las leyes que mi pueblo ha escogido para
sí mismo.
Mary inspiró profundamente.
- Lo sé. Lo siento. Es que... es que tener un bebé no debería ser cosa de nadie más que
nuestra.
- Tienes razón -dijo Ponter-. Lo cierto es que hay gente en mi mundo que tiene más de dos
hijos. Los gemelos no son raros: mi vecino tiene mellizos. Y, con frecuencia, hay mujeres que
tienen tres hijos: uno a los diecinueve años, otro cuando tiene veintinueve, y a veces otro
cuando tiene treinta y nueve.
- Yo tengo treinta y nueve. ¿Por qué no podemos intentarlo?
- Habrá quienes digan que un hijo así sería antinatural -replicó Ponter.
Mary miró alrededor. Se acercó a uno de los asientos que brotaban de la pared y dio una
palmadita al sitio que tenía al lado, invitando a Ponter a unirse a ella. Él así lo hizo.
- De donde yo vengo, mucha gente dice que dos hombres haciéndose... , ¿cómo lo llamó
Louise en casa de Reuben? «¿Caricias afectuosas en los genitales?» Pues bien, que eso es
antinatural, y que las relaciones entre dos mujeres también lo son. -La cara de Mary mostraba
firmeza-. Pero se equivocan. No sé si lo habría dicho con tanta seguridad antes de venir por
primera vez a tu mundo, pero ahora lo sé. -Asintió, tanto para sí misma como para Ponter-. El
mundo, cualquier mundo, es un lugar mejor cuando la gente está enamorada, cuando la gente
se preocupa por otra gente y, mientras esas personas sean adultas y consientan libremente,
no le importa a nadie quiénes son. Un varón y una hembra, o dos varones, o dos hembras...
todos son naturales mientras estén enamorados. Y una gliksin y un barast... también eso es
natural, si están enamorados.
- Y nosotros estamos enamorados -dijo Ponter, tomando la manita de Mary entre sus dos
enormes manazas-. Pero, de todas formas hay gente en tu mundo y en el mío que se opondrá
a que tengamos un hijo.
Mary asintió con tristeza.
- Lo sé, sí. -Dejó que el aire escapara de sus pulmones con un largo y triste suspiro-. Sabes
que Reuben es negro.
- Más bien marrón, diría yo -repuso Ponter, sonriendo-. Un tono de piel bastante bonito.
Pero Mary no estaba de humor para chistes.
- Y Louise Benoit es blanca. Todavía hay gente en mi mundo que se opone a que un negro y
una blanca tengan relaciones. Pero están equivocados, equivocados, equivocados. Igual que
los que podrían oponerse a que nosotros estemos juntos, o a que tengamos un hijo juntos,
están equivocados, equivocados, equivocados.
- Estoy de acuerdo, por supuesto, pero...
- ¿Pero qué? Nada podría ser mejor símbolo de la sinergia entre nuestros mundos, y de
nuestro amor mutuo, que el hecho de tener un bebé.
Ponter miró a Mary a los ojos, sus orbes dorados bailando de nerviosismo.
- Tienes razón, mi amor. Tienes toda la razón.

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13

Fue ese espíritu de búsqueda el que hizo que valientes como Yuri Gagarin y Valentina
Tereshkova y John Glenn cabalgaran sobre columnas de fuego hasta la órbita de la Tierra...

Cada semana, Jock Krieger revisaba los recortes de prensa sobre los neanderthales, tanto en
las ciento cuarenta revistas a las que el Grupo Sinergia estaba suscrito como en todo lo
recopilado y enviado por diversos medios impresos, la radio y los servicios de video. La
hornada de material que tenía delante incluía un avance de una entrevista con Lonwis Trob
que aparecería en Popular Mechanichs; una serie de cinco artículos del San Francisco Chronicle
sobre lo que estaba haciendo la tecnología neanderthal al futuro de las empresas de Silicon
Valley; una aparición del corredor Jalsk Lalplun en Mundo Deportivo de la ABC; un editorial del
Minneapolis Star Tribune diciendo que Tukana Prat debería ganar el premio Nobel de la Paz por
hallar un modo de mantener abierto el contacto entre los dos mundos; un especial de la CNN
donde Craig Ventner entrevistaba a Borl Kadas, quien dirigía la versión neailderthal del
proyecto Genoma Humano; un documental de la NHK sobre los neanderthales en la realidad y
la ficción; el lanzamiento en DVD de En Busca Del Fuego, con comentarios de un
paleoantropólogo neanderthal; un nuevo estudio del Departamento de Defensa sobre temas de
seguridad relacionados con los portales interdimensionales, y así sucesivamente.
Louise Benoit había bajado al salón de la antigua mansión que albergaba al Grupo Sinergia
para echarle también un vistazo al material. Estaba leyendo un artículo en New Scientist que
planteaba la pregunta de por qué los neanderthales habían domesticado perros, si su sentido
del olfato era como mínimo tan bueno como el de los caninos, lo que implicaba que los perros
habían aportado poca cosa a su habilidad cazadora. Pero dejó de leer cuando Jock resopló
ruidosamente.
- ¿Qué ocurre? -preguntó, mirándolo por encima de la revista.
- Estoy harto de esto -dijo Jock, indicando el montón de revistas, recortes de periódicos, cintas
de audio y de video-. Estoy hasta las narices. «Los neanderthales son más pacíficos que noso-
tros.» «Los neanderthales son más conscientes del medio ambiente que nosotros.» «Los
neanderthales son más listos que nosotros.» ¿Por qué demonios tiene que ser así?
- ¿De verdad quieres saberlo? -preguntó Louise, sonriendo.
Rebuscó en el montón de revistas, y luego sacó el ejemplar de Maclean's del mes-. ¿Has leído
el editorial?
- Todavía no.
- Dice que los neanderthales son como los canadienses y los gliksins como los
estadounidenses.
- ¿Y eso qué demonios se supone que significa?
- Bueno, el articulista dice que los neanderthales creen en todo lo que defiende Canadá:
socialismo, pacifismo, ecologismo, humanismo.
- Santo cielo.
- Oh, venga ya -dijo Louise burlona-. Te oí hablar con Kevin: estuviste de acuerdo con Pat
Ruchanan cuando dijo que mi país debería llamarse Canuquistán Soviético.
- Los canadienses son también gliksins, doctora Benoit.
- No todos -dijo Louise, todavía bromeando-. Después de todo, Ponter es ciudadano
canadiense.
- Sigo sin creer que ése sea el motivo por el que salen tan bien parados en la prensa. Es esa
maldita tendencia izquierdista de los periódicos.
- No, no lo creo -respondió Louise, soltando su revista-. El verdadero motivo por el que los
neanderthales siguen saliendo mejor parados que nosotros es porque tienen el cerebro más
grande. La capacidad craneana neanderthal es un diez por ciento superior a la nuestra.
Nosotros apenas tenemos suficiente cerebro para pensar más allá de la primera fase de las
ideas: si construimos una lanza mejor, podemos matar más animales. Pero, a menos que
hagamos un auténtico esfuerzo, no vemos la segunda fase: si matamos demasiados animales,

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no quedará ninguno y pasaremos hambre. Parece que los neanderthales se hicieron una idea
del panorama desde el primer día.
- Entonces, ¿por qué los derrotamos aquí, en el pasado de esta Tierra?
- Porque nosotros teníamos conciencia, verdadera autoconciencia, y ellos no. Recuerda mi
teoría: el universo se dividió en dos cuando la conciencia emergió por primera vez. En una
rama, nosotros, y sólo nosotros, la tuvimos. En la otra, ellos, y sólo ellos, la tuvieron. ¿Es
extraño que, a pesar del tamaño cerebral o la robustez física, fueran los seres verdaderamente
conscientes los que prevalecieron en sus respectivas líneas temporales? Pero ahora estamos
comparando a seres conscientes con un cerebro de 1400 centímetros cúbicos con otros con
uno de 1500. -Sonrió-. Hemos estado esperando a que aparecieran los alienígenas de cabeza
grande, y aquí los tenemos. Pero no vienen de Alfa Centauri: vienen de aquí al lado.
Jock frunció el ceño.
- Un cerebro grande no implica necesariamente más inteligencia.
- No, necesariamente no. Pero el Homo sapiens medio tiene un CI de 100, por definición. Y la
inteligencia se distribuye siguiendo una curva de campana: para cada uno de nosotros con un
CI de 130, hay otro con un Cl de 70. Pero supongamos que ellos tuvieran un Cl de 110 de
media en vez de 100... incluso antes de depurar su poso genético. Ésa podría ser toda la
diferencia.
- Has mencionado la curva de campana. Leí ese libro, y...
- Y estaba lleno de chorradas. El Cl no varía simplemente entre grupos raciales excepto cuando
la malnutrición es un factor que hay que tener en cuenta. Has conocido a mi novio, Reuben
Montego. Bueno, es médico, y es negro. Si la curva de campana tuviera razón, Reuben sería
una rareza increíble, pero naturalmente no lo es. Las disparidades previas se debían a barreras
económicas y sociales que impedían la educación superior de los negros, y no a una
inferioridad inherente.
- ¿Estás diciendo que nosotros somos inherentemente inferiores a los neanderthales?
Louise se encogió de hombros.
- No hay duda de que somos físicamente inferiores. ¿Por qué iba a costar aceptar que también
lo somos mentalmente?
Jock hizo un gesto de disgusto.
- De todas formas, lo odio. Cuando estaba en RAND, nos pasábamos la vida intentando vencer
a enemigos que eran nuestros iguales intelectualmente. Oh, a veces ellos nos aventajaban en
el hardware y a veces lo hacíamos nosotros, pero no había un bando inherentemente más listo
que el otro. Y ahora...
- No estamos intentando vencer a los neanderthales -dijo Louise, y luego, alzando las cejas,
añadió-: ¿Verdad?
- ¿Qué? No, no. Por supuesto que no. No seas tonta, jovencita.

•••

- ¿Un bebé? -dijo Lurt Fradlo, las manos en sus anchas caderas-. ¿Ponter y tú queréis tener un
bebé?
Mary asintió tímidamente. Había dejado a Ponter en su casa y había viajado en cubo hasta la
casa de Lurt en el Centro de Saldak.- Así es.
Lurt abrió los brazos y le dio a Mary un gran achuchón.- ¡Maravilloso! ¡Absolutamente
maravilloso!
Mary sintió que todo su cuerpo se relajaba.
- No sabía si lo aprobarías o no.
- ¿Por qué no iba a aprobado? -preguntó Lurt-. Ponter es una persona maravillosa y tú eres
una persona maravillosa. Seréis unos padres magníficos. -Hizo una pausa-. No lo distingo en
vosotros los gliksins: ¿qué edad tienes, querida?
- Treinta y nueve años. Unos quinientos veinte meses.
Lurt bajó la voz.- Para nuestra especie, es difícil concebir a esa edad.

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- Para la mía también, aunque tenemos todo tipo de medicamentos y técnicas que pueden
ayudar. Pero hay un pequeño problema...
- ¿Sí?
- Sí. Los barasts, como Ponter y tú, tenéis veinticuatro pares de cromosomas. Los gliksins
como yo sólo tenemos veintitrés.
Lurt frunció el ceño.
- Eso hará muy difícil la fecundación.
Mary asintió.
- Oh, sí. Dudo que pudiéramos conseguirlo sólo practicando el sexo.
- ¡Pero no dejéis de intentarlo! -dijo Lurt, sonriendo. Mary le devolvió la sonrisa.
- Desde luego. Pero espero poder encontrar un medio de combinar el ADN de Ponter y el mío.
Uno de los cromosomas de mi especie está formado por la unión de dos de los cromosomas del
antepasado común que vosotros y nosotros compartimos. Genéticamente, el contenido de las
secuencias de ADN es muy similar, pero resulta que todo está en el cromosoma largo del
Homo sapiens, en vez de en los dos más cortos del Homo neanderthalensis.
Lurt asentía lentamente.
- ¿Y esperas poder superar este problema?
- Esa era mi idea. Creo que podría hacerse, incluso sólo con las técnicas que mi gente tiene a
su alcance, pero sería muy difícil. Vosotros estáis mucho más avanzados en muchos aspectos.
Me preguntaba si conocerías a alguien experto en este campo.
- Te aprecio mucho, Mare, pero tienes una tendencia a tener mala pata.
- ¿Perdona?
- Hay una solución a tu problema. Una solución perfecta. Pero...
- ¿Pero qué?
- Pero está prohibida.
- ¿Prohibida? ¿Por qué?
- Por la amenaza que representa para nuestro modo de vida. Hubo una genetista llamada
Vissan Lennet. Hasta hace cuatro meses vivía en Kraldak.
- ¿Y eso está... ?
- Es una ciudad situada a unas trescientas cincuenta mil brazadas al Sur de aquí. Pero se
marchó.
- ¿Abandonó Kraldak? -dijo Mary.
Lurt negó con la cabeza.
- Lo abandonó todo.
Mary notó que sus cejas se alzaban.
- Dios mío... ¿quieres decir que se suicidó?
- ¿Qué? No, sigue viva. Al menos, por lo que sabemos... no es que tengamos ningún modo de
contactar con ella.
Mary indicó el antebrazo de Lurt.- ¿No puedes llamarla?
- No. Eso es lo que estoy intentando decir. Vissan abandonó nuestra sociedad. Se arrancó el
Acompañante y se fue a vivir a los bosques.
- ¿Por qué hizo eso?
- Vissan era una gran genetista, pero desarrolló un aparato que el Gran Consejo Gris no pudo
permitir. De hecho, los Grandes Grises locales me llamaron y me preguntaron mi opinión al
respecto. Yo no quería que prohibieran la investigación, pero los Grandes Grises consideraron
que no tenían más remedio, dado lo que había hecho Vissan.
- ¡Santo cielo, hablas como si hubiera creado una especie de arma genética!
- ¿Qué? No, no, por supuesto que no. No estaba loca. El aparato que Vissan construyó fue
un... «escritor de codones». Supongo que ésa sería la expresión correcta. Podía programarse
para descifrar cualquier secuencia imaginable de ácido desoxirribonucleico o ácido nucleico con
las proteínas asociadas. Si se puede imaginar, el escritor de codones de Vissan puede
producirlo.
- ¿De veras? ¡Caramba! Parece verdaderamente útil.

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- Demasiado útil, al menos en opinión del Gran Consejo Gris. Verás, entre muchas otras cosas,
permitía la producción de... de... no estoy segura de cómo lo llamas tú: los semiconjuntos de
cromosomas que existen en las células sexuales.
- Haploides -dijo Mary-. Los veintitrés... perdóname, veinticuatro cromosomas que se
encuentran en el esperma o el óvulo.
- Exactamente.
- Pero ¿qué problema supone eso?
- Es contrario a nuestro sistema judicial -respondió Lurt-. ¿No lo ves? Cuando esterilizamos a
un criminal y a sus parientes cercanos estamos impidiendo que produzcan conjuntos haploides
de cromosomas: estamos impidiendo que puedan reproducirse. Pero el escritor de codones de
Vissan habría permitido que el esterilizado evitara su castigo, simplemente programando al
aparato para que produjera cromosomas que contuvieran su propia información genética.
- ¿Y por eso fue prohibido el aparato?
- Exactamente -dijo Lurt-. Los Grandes Grises ordenaron la interrupción de la investigación... y
Vissan se puso furiosa. Dijo que no podía formar parte de una sociedad que reprimía el conoci-
miento, y se marchó.
- Entonces... ¿entonces Vissan está viviendo aislada, de lo que encuentra?
Lurt asintió.
- Es bastante fácil. De jóvenes se nos entrena a todos en las habilidades necesarias.
- Pero... pero pronto llegará lo más crudo del invierno.
- Sin duda habrá construido una cabaña o algún tipo de refugio. En cualquier caso, el escritor
de codones de Vissan es el aparato que necesitas. Sólo se construyó un prototipo antes de que
el Gran Consejo Gris lo prohibiera. Normalmente, por supuesto no se pierde nada en este
mundo: los implantes Acompañantes lo ven y registran todo. Pero Vissan se deshizo del
prototipo después de quitarse el Acompañante y mientras estaba sola. Probablemente todavía
existe, y desde luego es el instrumento ideal para crear el hijo híbrido que deseas.
- Si pudiera encontrarlo -dijo Mary.
- Exactamente. Si pudieras encontrarlo.

14

Y fue ese espíritu de búsqueda lo que permitió que el Águila y el Columbia. el Intrepid y el
Yankee Clipper, Aquarius y Odyssey, Antares y Kitty Hawk, Falcon y Endeavour, Orion y
Casper, Chaflenger y America viajaran a la Luna ...

El implante Acompañante permanente tenía que serle implantado a Mary por un cirujano
neanderthal. Antes de la operación, Mary regresó a la sala de equipo, sobre la mina Debral,
donde le habían colocado su unidad provisional, ya que era el único lugar donde podían abrir
sus cierres. Luego, acompañada por dos fornidos controladores neanderthales, se marchó al
hospital del Centro de Saldak.
La cirujana, una hembra llamada Korbonon, era miembro de la generación 145, más o menos
de la edad de Mary. Korbonon trabajaba en la reconstrucción de miembros severamente
dañados, como cuando en ocasiones una caza salía horriblemente mal; su conocimiento de la
musculatura y los tejidos nerviosos no tenía parangón.
- Esto va a ser un poco difícil -dijo Korbonon. El Acompañante provisional estaba colocado en
una mesita, conectado a una fuente externa de energía; aun desconectado de Mary, seguía
traduciendo para ella a través de su altavoz externo. Korbonon no estaba acostumbrada, y se
notaba, a que tradujeran sus palabras: hablaba fuerte, como si Mary pudiera entender su
idioma neanderthal. Su antebrazo es mucho menos musculoso que el de los barast, lo cual
puede hacer difícil el anclaje del Acompañante. Pero veo que lo que decían de las proporciones
gliksins es cierto: su brazo y su antebrazo tienen la misma longitud; eso debería damos un
poco de campo añadido para trabajar.
Los antebrazos barasts eran considerablemente más cortos que el brazo; sus espinillas eran
también más cortas que sus muslos.

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- Yo creía que ésta era una operación rutinaria -dijo Mary.
La ceja de Korbonon era de un rubio rojizo claro. Se alzó.- ¿Rutinaria? No, añadir un primer
Acompañante a un brazo adulto no lo es. Naturalmente, cuando los Acompañantes se
introdujeron por primera vez, hace casi mil meses, se implantaron principalmente en adultos...
pero esos cirujanos llevan mucho tiempo muertos. No, esta operación sólo se ha realizado
ocasionalmente desde entonces, principalmente en quienes han perdido el brazo con el
implante que recibieron en su infancia.
- Ah -dijo Mary. Estaba tendida en algo que recordaba el sillón de un dentista, con estribos: al
parecer era una plataforma para operaciones de todo tipo. Su brazo izquierdo reposaba en la
mesita que sobresalía de un lado del sillón. Le habían frotado la cara interna del brazo no con
alcohol sino con un líquido rosa de olor agrio pero que al parecer desinfectaba la piel. A pesar
de todo, a Mary le sorprendió que Korbonon no llevara mascarilla.
- Nuestros cirujanos suelen cubrirse la nariz y la boca -dijo Mary, un poco preocupada.
- ¿Por qué? -preguntó Korbonon.
- Para no infectar al paciente, y que el paciente no los infecte a ellos.
- ¡Preferiría operar con los ojos vendados! -declaró Korbonon.
Mary estuvo a punto de preguntar por qué, pero luego cayó: en la cuenta de lo que quería
decir la cirujana: el fino sentido del olfato neanderthal proporcionaba una parte crucial de la
percepción.
- ¿Qué usan ustedes como anestésico? -preguntó Mary. Por primera vez agradeció que Ponter
no estuviera. Conociendo su sentido del humor, sin duda hubiese dicho: «¿Anestesia? ¿Qué es
eso?», para añadir después de una pausa: «Era broma». Ya estaba bastante nerviosa sin
necesidad de bromitas.
- Usamos un interruptor neural -respondió Korbonon.
- ¿De verdad? -dijo Mary; la científica que había en ella reaccionaba a pesar de su aprensión
por la operación-. Nosotros empleamos agentes químicos.
La cirujana asintió.
- Nosotros los usábamos, pero tardan en hacer efecto y en dejar de hacerlo. Además, cuesta
restringir su campo de acción y algunas personas son alérgicas a los anestesiantes químicos.
- Otra técnica que sin duda mi gente querrá intercambiar -dijo Mary.
Entró una segunda mujer. Mary no sabía nada de las jerarquías médicas barasts; podía ser
una enfermera, otra doctora o cualquier cosa sin equivalente en el mundo gliksin. En cualquier
caso, colocó una banda elástica metalizada alrededor del antebrazo de Mary, justo bajo el
codo, y otra sobre la muñeca. Luego, para sorpresa de Mary, sacó lo que parecía un grueso
rotulador fluorescente y empezó a dibujar complejas líneas entre las dos bandas. Sin embargo,
en vez de tinta, surgió algo que parecía metal líquido. Pero no estaba caliente y se secó con
rapidez. El acabado era mate. El color era distinto pero parecía chocolate para helado que se
cuaja rápidamente.
- ¿Qué está haciendo? -preguntó Mary.
La barast del rotulador no contestó, pero la cirujana dijo:- Está marcando los nódulos
nerviosos de su antebrazo. Las líneas establecen conexiones eléctricas entre los dos
desestabilizadores.
Al cabo de unos minutos, la segunda hembra asintió, al parecer para sí misma, y se acercó a
una pequeña consola de control. Tiró de una serie de clavijas y Mary notó que el antebrazo se
le dormía.
- ¡Caramba! -dijo.
- Muy bien. Allá vamos.
Y antes de que se diera cuenta de lo que pasaba, la cirujana practicó una larga incisión
paralela al radio de Mary, quien estuvo a punto de vomitar al ver su propia sangre manar y
manchar la pequeña mesita, que tenía un pequeño reborde elevado alrededor.
Mary temió hiperventilar. En su mundo, se procuraba por todos los medios que los pacientes
no pudieran verse durante las intervenciones. Pero a los neanderthales no les importaba. Tal
vez tener que matar para comer, incluso ocasionalmente, era suficiente para poner fin a esos

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remilgos. Mary tragó con dificultad e intentó calmarse. En realidad, no era tanta sangre...
¿verdad?
Se preguntó qué sucedería durante la cirugía torácica. A los cirujanos gliksins les presentaban
a los pacientes con el rostro cubierto y sólo un diminuto campo quirúrgico expuesto. ¿Lo
hacían así también los barasts? El motivo principal, después de todo, no era impedir que el
paciente se manchara de sangre, sino, según le había contado a Mary una de sus amigas
médicas, una ayuda psicológica para el cirujano, una forma de mantenerlo concentrado en el
problema de cortar y separar, en vez de pensar que estaban hurgando en el hogar de otra
alma humana. Pero los barasts, con su completa falta de dualidad cartesiana y su indiferencia
por la sangre, tal vez no tuvieran esa necesidad.
Korbonon colocó varios objetos parecidos a pequeños muelles en la herida, al parecer para que
realizaran la misma función que los fórceps, manteniéndola abierta. Otros pequeños clips y
artilugios fueron fijados a arterias, venas y nervios. Mary veía claramente la incisión en su piel,
la grasa y la carne hasta la lisa solidez grisácea de su radio.
Momentos después, la otra barast, la que había pintado las líneas para aturdir los nervios del
antebrazo de Mary, intervino. Las doctoras barasts llevaban camisas amarillas de manga corta
y largos guantes azules que les llegaban por encima del codo. Mary supuso que eran tan largos
para impedir que la sangre salpicara sus velludos antebrazos.
La segunda barast tomó el nuevo Acompañante de Mary y lo sacó de su envoltorio esterilizado.
Mary se había acostumbrado al aspecto de las placas, pero nunca había visto el otro lado de
los implantes. Estaba esculpido como una maqueta topográfica, con prominencias y
depresiones y canales, presumiblemente para acomodar las venas. Inquieta y fascinada, Mary
vio cómo le cortaban un segmento de arteria radial, la favorita de los suicidas. Rápidamente la
suturaron por ambos extremos, pero no antes de que escapara un chorro de sangre de un
palmo de largo.
Mary dio un respingo y se preguntó cómo Vissan Lennet, la creadora del escritor de codones,
había conseguido quitarse sola su Acompañante: debía de haber sido terriblemente difícil.
La cirujana utilizó a continuación un escalpelo láser, similar al que la propia Mary había tenido
que emplear cuando dispararon a Ponter ante las Naciones Unidas. Los dos extremos de la
arteria radial de Mary fueron empalmados a dos orificios de la parte inferior del Acompañante.
Mary sabía que los Acompañantes no tenían ninguna fuente de energía propia: los impulsaban
los procesos corporales. Bueno, la fuerza del bombeo de la sangre a través de la arteria radial
era sin duda una buena fuente de energía; al parecer el Acompañante llevaba incorporada una
célula hidroeléctrica... ¿o sería sanguinoeléctrica?
Mary quería apartar la mirada, igual que hacía siempre que veía alguna serie de televisión de
médicos y operaciones mientras hacía zapping. Pero era interesante, en cierto horrible sentido.
Vio cómo se completó la instalación del Acompañante, cómo cauterizaban las venas y sellaban
su piel con diminutas descargas láser. Finalmente untaron los bordes de su Acompañante con
una pasta, al parecer para potenciar la cicatrización.
En comparación, el resto de la operación (insertar los dos implantes en su oído) fue más
sencillo, o eso le pareció a Mary, aunque pudo deberse a que no podía ver esa parte.
Por fin se terminó. Limpiaron de sangre el brazo de Mary, retiraron la película protectora de la
placa del Acompañante y los implantes del oído fueron equilibrados y sintonizados.
- Muy bien -dijo la cirujana, extendiendo la mano hacia el antebrazo de Mary y tirando de un
pequeño control en forma de perla, uno de seis, cada uno de distinto color-. Allá vamos.
- Hola, Mary -dijo una voz sintética. Sonaba como si surgiera del centro de su cabeza,
exactamente entre sus oídos. La voz era Neanderthaloide (grave, vibrante, probablemente
femenina), pero consiguió pronunciar el fonema de la i larga del nombre de Mary
perfectamente; estaba claro que el problema había sido abordado y resuelto.
- Hola -respondió Mary-. Um, ¿cómo debo llamarte?
- Como quieras.
Mary frunció el ceño.
- ¿Qué tal Christine? -Así se llamaba la hermana de Mary.

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- Está bien -dijo la voz en su cabeza-. Naturalmente, si cambias de opinión, eres libre de
cambiarme el nombre tantas veces como quieras.
- Muy bien. Dime, ¿Cómo es que puedes pronunciar sonidos que el Acompañante de Ponter no
puede articular?
- No ha sido un problema de programación difícil -contestó Christine-, una vez comprendida la
carencia subyacente.
Mary se sobresaltó cuando notó un golpecito en el hombro. Se había aislado del mundo
exterior mientras hablaba con el Acompañante: se preguntó si habría ladeado la cabeza como
hacían por rutina los neanderthales, si eso era un comportamiento natural o una conducta
aprendida, una cortesía para que los demás supieran que uno estaba momentáneamente
ocupado.
- Bien -dijo la cirujana, sonriéndole a Mary, que seguía sentada en el sillón-. Supongo que el
Acompañante funciona.
Por primera vez, Mary oyó una traducción tal como lo hacía Ponter: no a través de un altavoz
externo, sino como palabras formándose y fluyendo en su cabeza. El Acompañante era un
buen imitador, aunque hablaba Inglés con una entonación extraña (como William Shatner), su
voz era muy parecida a la de la cirujana.
- Sí, en efecto -respondió Mary... y en cuanto terminó, el altavoz externo de su Acompañante
pronunció lo que Mary reconoció como el equivalente neanderthal: «la pan ka.»
- Muy bien, pues -dijo la mujer, todavía sonriendo-. Ya está.
- ¿Está transmitiendo mi Acompañante a mi archivo de coartadas?
- Sí -respondió la cirujana.
- Lo estoy -dijo Christine con su propia voz después de traducir el «Ka» de la cirujana.
Mary se levantó del sillón, dio las gracias a la cirujana y su colega, y se puso en camino. En el
vestíbulo de las instalaciones médicas vio a cuatro varones neanderthales, cada uno de ellos
con un brazo o una pierna rotos. Uno iba vestido de plateado, un exhibicionista. Mary supuso
que una persona semejante no se ofendería si le preguntaba algo, así que se le acercó y le
dijo:
- ¿Qué les ha ocurrido?
- ¿A nosotros? -preguntó el exhibicionista-. Lo habitual: heridas de caza.
Mary recordó a Erik Trinkaus y su observación de que los antiguos neanderthales tenían a
menudo heridas similares a los participantes en los rodeos.
- ¿Qué estaban cazando?
- Alces.
A Mary la decepcionó que no se tratara de un bicho más exótico.- ¿Merecen la pena?
-preguntó-. Las heridas, quiero decir. El exhibicionista se encogió de hombros.
- Poder comer alce la merece. Uno se harta de palomos y búfalos.
- Bueno, espero que los curen pronto.
- Oh, lo harán -dijo el exhibicionista con una sonrisa.
Mary se despidió y dejó el hospital para salir al sol de la tarde.
Probablemente le había dado toda una alegría al público del exhibicionista.
Y entonces se dio cuenta de que acababa de entrar en una sala en la que había cuatro varones
a los que no conocía, y en vez de sentirse aterrada, como le habría sucedido en su mundo
incluso después de conocer la identidad de su violador, no había sentido ninguna aprensión. De
hecho, se había acercado con osadía a uno de los hombres y había entablado conversación con
él.
Contempló asombrada su antebrazo, a su Acompañante, a Christine. La idea de que las
actividades de todos estaban siendo grabadas no le había parecido real hasta que su propio
Acompañante permanente formó parte de ella. Pero ahora comprendía lo liberador que era.
Allí, estaba a salvo. Oh, podía haber montones de personas de mala voluntad a su alrededor,
pero nunca intentarían nada... porque nunca podrían salirse con la suya.
Mary podría haber pedido a Christine que llamara un cubo de viaje para que la llevara de
regreso a casa de Lurt, pero hacía un maravilloso día de otoño, así que decidió caminar. Y, por
primera vez en aquel mundo, se encontró mirando con tranquilidad a los ojos de los otros

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neanderthales, como si fueran vecinos de una ciudad pequeña, como si perteneciera al lugar,
como si estuviera en casa.

15

Hay pisadas humanas conservadas en ceniza volcánica en Laetoli, hechas por un


australopitecus macho y una hembra, los antepasados de gliksins y barasts, deambulando, ca-
minando lentamente, el uno al lado del otro, explorando: los pasos del pequeño homínido
original, y hay pisadas humanas en Base Tranquilidad y el Océano de las Tormentas y Fra
Mauro y Hadley Rille y Descartes y TaurusLittrow en la Luna... verdaderos saltos de gigante...

Mary estaba agotada por la operación, y cuando llegó a la casa Lurt, simplemente se fue a
dormir y echó una larga siesta en uno de los huecos cuadrados llenos de cojines que le servía
de dormitorio.
No se despertó hasta que Lurt volvió a casa del laboratorio dos décimos más tarde.
- ¡Mira! -dijo Mary, mostrándole su nuevo Acompañante. Casi todos los Acompañantes
parecían iguales, pero Lurt, evidemente, detectó que Mary esperaba un cumplido.
- Es precioso.
- ¿Verdad que sí? Pero no es precioso, es preciosa. Se llama Christine.
- Hola -dijo la voz sintética de Christine.
- Christine -dijo Mary-, ésta es la sabia Lurt Fradlo. Es la mujercompañera del sabio Adikor
Huld, que es el hombrecompañero de mi...
Mary se detuvo, buscando la palabra correcta, y entonces, tras encogerse de hombros,
continuó:
- De mi novio, el sabio (y enviado) Ponter Boddit.
- Día sano, sabia Fradlo -dijo Christine.
- Día sano -respondió Lurt-. Puedes llamarme Lurt.
- Gracias.
Lurt inspiró profundamente, al parecer inhalando olores.- Ginrald no ha vuelto a casa todavía
-dijo. Ginrald era la mujercompañera de Lurt.- No. Ni Dab ni Karatal.
Dab era el hijo de Lurt y Adikor Huld; Karatal era la hija que Ginrald tenía con su propio
hombrecompañero.
Lurt asintió.
- Bien. Entonces tal vez podamos hablar. Hay una cuestión que debemos resolver.
- ¿Sí?
Pero Lurt guardó silencio, al parecer reacia a continuar.
- ¿He hecho algo mal? -preguntó Mary-. ¿Te he ofendido de algún modo?
Sabía que vivir en aquel mundo estaría cargado de dificultades culturales, pero se había
esforzado por seguir los consejos de Lurt en todo.
- No, no -dijo Lurt-. Nada de eso.
Indicó a Mary que se sentara en la gran zona circular del salón Mary lo hizo en el sofá, y Lurt
ocupó una silla de horcajadas cercana.
- Se trata simplemente de la cuestión de tu alojamiento.
Mary asintió. Por supuesto.
- He prolongado demasiado mi estancia. Lo siento.
Lurt alzó una manaza, la palma hacia afuera.
- Por favor, no me malinterpretes. Disfruté enormemente de compañía en tu anterior visita.
Pero mi casa está abarrotada. Cierto, Dab nos dejará dentro de un par de diezmeses para irse
a vivir con Ponter y Adikor, pero...
Mary asintió.
- Pero eso será dentro de un par de diezmeses.
- Exactamente. Si vas a pasar mucho tiempo en este mundo, debes tener tu propio hogar.
Mary frunció el ceño.

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- No tengo ni idea de cómo hacer eso. Y tendré que hablar con Ponter. Una cosa es que pague
mis cosas con su cuenta, pero si voy a comprar una casa...
Lurt se echó a reír, pero sin desdén.
- Las casas no se compran. Seleccionas una vacía y la ocupas. Tu contribución no se
cuestiona: nos has traído mucho conocimiento nuevo. Tienes derecho a una casa.
- ¿Quieres decir que las casas no son propiedad particular?
- No. ¿Por qué deberían serio? Ah, comprendo. Recuerda que nosotros tenemos una población
estable. No hay necesidad de más casas, excepto para sustituir los árboles que mueren. Y los
árboles que van a ser casas los planta y los cuida el Gobierno, ya que, después de todo, pasa
mucho tiempo antes de que sean lo bastante grandes para ser ocupados. Pero siempre hay de
sobra, para los visitantes temporales de Saldak. Podemos buscarte una de ésas. Conozco a
una carpintera excelente que podría hacerte los muebles... sospecho que le gustará el desafío
de satisfacer tus necesidades particulares. -Lurt hizo una pausa-. Naturalmente, vivirías sola.
Mary no quiso decir que eso sería un alivio, pero, de hecho, estaba acostumbrada a vivir sola.
En los años transcurridos desde que Colm y ella se habían separado, Mary se había
acostumbrado a disfrutar de sus noches solitarias en casa. En comparación, el bullicio de la
casa de Lurt había sido apabullante. Y sin embargo...
Sin embargo, ese mundo era muy extraño. Mary no estaba preparada para enfrentarse a él sin
ayuda. Incluso con Christine, se sentía como una inválida.
- ¿No tendrás una amiga a la que pudiera interesarle una compañera de cuarto? -preguntó
Mary-. Ya sabes, que esté sola, pero que desee compartir las tareas de la casa con alguien
durante algún tiempo.
Lurt se dio un golpecito con el pulgar en la frente, justo encima de donde los arcos gemelos de
su ceño se unían.
- Déjame pensar... déjame pensar...
Luego ladeó la cabeza. Evidentemente escuchaba una sugerencia de su Acompañante.
- Es una idea excelente -dijo, asintiendo. Miró a Mary-. Hay una mujer llamada Bandra Tolgak
que vive no muy lejos de aquí. Es geóloga y una de las personas que más me gustan. Y los
gliksins la tienen absolutamente fascinada.
- ¿Y no tiene familia que viva con ella?
- Así es. Su unión con su mujercompañera se disolvió hace algún tiempo, y las dos hijas de
Bandra se han marchado ya de casa... su hija menor hace muy poco. Ha mencionado alguna
vez lo vacía que parece su casa; tal vez podríamos llegar a un acuerdo...

Era un fresco día de otoño con cirros pintados a dedo sobre un cielo de plata. Lurt y Mary
paseaban. Ante ellas se alzaba un edificio de la anchura de un campo de fútbol y, a juzgar por
el despliegue de ventanas, de cuatro plantas de altura.
- Es nuestra Academia de Ciencias -dijo Lurt-. Bandra Tolgak trabaja aquí.
Llegaron a una de las muchas puertas: sólida, opaca, con goznes. Lurt la abrió y continuaron
por un pasillo iluminado por las reacciones catalíticas que se producían dentro de los tubos de
las paredes. Muchas hembras neanderthales de la generación 147 (la edad de cursar los
estudios universitarios) iban de un lado para otro, y los robots zancudos correteaban
cumpliendo encargos. Lurt se detuvo ante un par de ascensores. Los neanderthales, muy
sensatamente, dejaban abiertas las puertas de sus ascensores en espera: las cabinas no se
recalentaban y bastaba una ojeada para saber si había alguno disponible en la planta. Lurt
condujo a Mary hasta uno de ellos.
- Al laboratorio de Bandra Tolgak -le dijo Lurt al aire. Las puertas se cerraron y el ascensor se
puso en marcha. Al cabo de unos segundos las puertas volvieron a abrirse y salieron a otro
pasillo.
- Tercera puerta a la derecha -dijo una voz sintetizada.
Mary y Lurt se encaminaron hacia esa puerta, la abrieron y entraron.
- Día sano, Bandra -saludó Lurt.
Una mujer neanderthal que estaba de espaldas se volvió hacia ellas.
- ¡Lurt Fradlo! -sonrió-. ¡Día sano!

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Entonces sus ojos (de un sorprendente color de trigo) se posaron sobre Mary.
- Y usted tiene que ser la sabia Vaughan. Lurt me dijo que vendría.
Sonrió de nuevo y, para sorpresa de Mary, le ofreció la mano. Mary la aceptó y la estrechó con
firmeza.
- Yo... creía que los neanderthales no se daban la mano.
- Oh, no lo hacemos -contestó Bandra, sonriendo-. Pero he estado leyendo sobre ustedes los
gliksins. ¡Qué gente tan fascinante! -Soltó la mano de Mary-. ¿Lo he hecho bien?
- Sí. Muy bien.
Bandra estaba radiante. Era una 144, nueve años mayor que Mary; en realidad ocho y medio,
probablemente, ya que Mary había nacido en Septiembre, y la mayoría de los neanderthales
nacían en primavera. El vello facial y corporal de Bandra era una hermosa mezcla de cobre y
plata.
- Bien, bien. ¡Oh, espere! ¡Hay otro ritual!
Recompuso sus agradables rasgos en una expresión de fingida seriedad.
- ¿Cómo está usted?
Mary se echó a reír.
- Muy bien, gracias. ¿Y usted?
- Yo también estoy bien. -Bandra soltó una carcajada-. ¡Qué gente tan maravillosa! ¡Cuánta
amabilidad! -Le sonrió a Mary-. Es un placer conocerla, sabia Vaughan.
- Puedes llamarme Mary.
- No, no puedo -dijo Bandra, riendo de nuevo-. Pero me encantaría llamarte Mare.
El laboratorio de Bandra estaba lleno de muestras minerales: cristales de roca, piedras pulidas,
hermosas geodas y otras cosas.
- Es un placer conocer por fin a una gliksin -continuó Bandra-. Leo todo lo que puedo sobre
vosotros.
- Vaya, gracias.
- Háblame de ti. ¿Tienes hijos?
- Todavía no -dijo Mary.
- Ah. Bien. Yo tengo dos hijas y un nieto. ¿Te gustaría ver sus fotos?
- Pues claro.
Bandra rió una vez más.
- ¡Vosotros los gliksins y vuestros complicados modales! ¡Qué maravillosamente adaptables
sois! Creo que podría obligarte a ver durante diadécimos enteros las imágenes que he grabado
en mis viajes.
Mary notó que se sentía muy relajada; el buen humor de Bandra era contagioso.
- Espero que no te importe que nos hayamos pasado a verte -dijo Lurt-, pero...
- ¡Pero estabais en el barrio! -dijo Bandra, sonriéndole ampliamente a Mary.
Mary asintió.
- Dando una vuelta -continuó Bandra, exagerando el acento, tal como los americanos hacían
en imitación de los canadienses, aunque Mary no había oído nunca hablar así a sus
compatriotas-. Qué expresiones tan maravillosas tenéis los gliksins.
- Gracias.
- Bien. Lurt ha dicho que tenías que pedirme un favor. -Bandra señaló las rocas repartidas por
la habitación-. No me imagino en qué puede ayudarte una geóloga, pero (y ésta es una de mis
frases favoritas), «soy todo oídos».
- Bueno, yo... vaya, estoy buscando un sitio donde alojarme, aquí, en el Centro de Saldak.
- ¿De verdad?
Mary sonrió.- Que me muera si miento.
Bandra soltó una carcajada.
- ¡Espero que no! -Hizo una pausa-. Tengo una casa vieja y grande, y ahora estoy sola.
- Eso dijo Lurt. Sólo estaré aquí un mes o así, pero si te apetece tener una compañera de
piso...
- Me apetece, pero...

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Mary tuvo ganas de decir «¿pero qué?». Pero no tenía derechoa entrometerse. Bandra no tenía
por qué justificarse si la rechazaba.
Al cabo de un momento, Bandra continuó:
- ¿Sólo un mes, dices? Entonces ¿estarías aquí solamente durante el próximo Dos Que Se
Convierten En Uno?
- Sí -dijo Mary-, pero no te molestaré entonces, por supuesto.
Mary vio las emociones luchando en el ancho rostro de Bandra... y lo entendió perfectamente.
La mujer neanderthal estaba sopesando los inconvenientes de soportar a una desconocida y su
fascinación científica por poder pasar una temporada con un ser de otro mundo.
- Muy bien -dijo Bandra por fin-. ¿Cómo lo decís? «Tu casa es mi casa.»
- Me parece que es al revés.
- ¡Ah, sí, sí! ¡Todavía estoy aprendiendo!
Mary sonrió.- Yo también.

16

Pero han pasado tres décadas desde que Eugene Cernan se convirtiera en la última persona en
caminar por la Luna. ¡La última persona! ¿Quién iba a pensar que nacerían generaciones
enteras a partir de 1972 para las que la idea de humanos en otros mundos no sería más que
una lección en clase de historia... ?

A Mary la casa de Bandra le pareció mucho más acogedora que la de Lurt, aunque no fuese
más grande. Para empezar, los muebles encajaban más con sus gustos. Y además, resultó que
a Bandra le encantaba observar pájaros y era una artista maravillosa: había cubierto las
paredes y techos interiores de madera con pinturas de aves, incluidos, naturalmente, palomos.
A Mary también le encantaban los pájaros: por eso había trabajado en el ADN del palomo
migratorio en York mientras su estudiante de posgrado, Daria, se ocupaba de la misión,
aparentemente más atractiva, de recuperar material genético de una momia egipcia.
A Mary le resultaba extraño llegar a casa antes que Bandra, y aún más extraño cruzar la
puerta. Pero, naturalmente, los neanderthales no echaban la llave: no les hacía falta.
Bandra tenía un robot casero, como muchos barasts. Era un ser insectoide, larguirucho.
Observó a Mary con ojos azules metálicos, no muy distintos de los de Lonwis, pero continuó
con su tarea, limpiando y quitando el polvo.
Aunque Mary sabía que no podía ver a Ponter hasta el siguiente Dos Que Se Convierten En
Uno, no había motivos para no llamarlo: su flamante nuevo Acompañante podía conectarse
con el Acompañante de él, o el de cualquier otro, sin dificultad.
Mary se acomodó en el sofá del salón de Bandra, contempló el hermoso mural del techo e hizo
que Christine llamara a Hak.
- ¡Mare! -En la voz de Ponter se notaba la alegría-. ¡Cuánto me alegro de oírte!
- Te echo de menos -dijo Mary. Se sentía como si volviera a tener dieciocho años y hablara con
su novio Donny desde el dormitorio, en casa de sus padres.
- Yo también te echo de menos.
- ¿Dónde estás?
- Estoy sacando a Pabo a dar un paseo. A los dos nos viene bien el ejercicio.
- ¿Adikor está contigo?
- No, está en casa. Bueno, ¿qué novedades hay?
Mary se lo contó todo sobre la implantación de su nuevo Acompañante, y luego le comunicó
que se había mudado a casa de Bandra.
- Lurt me ha dicho una cosa muy intrigante: que hay un aparato prohibido que podría
ayudamos a tener un hijo.
- ¿De verdad? -dijo Ponter-. ¿Qué aparato?
- Un invento de alguien llamada Vissan Lennet.
- ¡Oh! Ahora la recuerdo; la vi en mi mirador. Se quitó su Acompañante y se fue a vivir a los
bosques. Tuvo alguna clase de conflicto con los Grandes Grises por un invento suyo.

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- ¡Exactamente! Inventó un aparato llamado escritor de codones, capaz de producir las
cadenas de ADN que uno quisiera... y eso es exactamente lo que nos hace falta para tener un
bebé. Lurt cree que Vissan probablemente conserva todavía su prototipo.
- Puede ser -dijo Ponter-. Pero si lo tiene... Discúlpame. ¡Buena perra! ¡Buena perrita! ¡Allá va!
¡Tráelo, tráelo! Lo siento, estaba diciendo que, si existe, sigue estando prohibido.
- Así es. En este mundo. Pero si lo llevamos al mío...
- ¡Eso es brillante! -exclamó Ponter-. Pero ¿cómo lo conseguiremos?
- Supongo que encontrando a Vissan y pidiéndoselo. ¿Qué tenemos que perder?
- ¿Y cómo la encontramos? No tiene Acompañante.
- Bueno, Lurt dijo que solía vivir en una ciudad llamada Kraldak. ¿Sabes dónde está?
- Claro. Justo al Norte del lago Duranlan... el lago Erie. Kraldak está más o menos donde
Detroit está en tu mundo.
- Bueno, si vive en el bosque no habrá podido ir muy lejos, ¿no?
- Supongo. Desde luego no puede utilizar ningún tipo de transporte sin un Acompañante.
- Y Lurt dice que probablemente habrá construido una cabaña.
- Eso tiene lógica.
- Podríamos buscar fotos por satélite de una cabaña nueva... una que no salga en otras con
más de cuatro meses de antigüedad.
- Te olvidas de dónde estás, mi amor -dijo Ponter-. Los barasts no tenemos satélites.
- Es verdad. Maldita sea. ¿Y reconocimiento aéreo? Ya sabes... fotos tomadas desde aviones.
- Tampoco tenemos aviones... aunque sí helicópteros.
- Bueno, ¿se habrá hecho algún reconocimiento en helicóptero desde que se marchó?
- ¿Cuando dices que fue eso?
- Lurt comentó que hace unos cuatro meses.
- Bueno, entonces sí, seguro. Los incendios forestales son un problema en verano,
naturalmente... los causados por los rayos y por los errores humanos. Se toman fotografías
aéreas para localizarlos.
- ¿Podemos acceder a ellas?
- ¿Hak?
La voz de Hak sonó dentro de la cabeza de Mary.
- Estoy accediendo a ellas mientras hablamos -dijo el Acompañante-. Según los archivos de
coartadas, el Acompañante de Vissan Lennet se desconectó el 148/101/17, Y ha habido tres
reconocimientos aéreos de Kraldak y su entorno desde entonces. Pero aunque una cabaña
sería claramente visible en invierno, cuando los arboles han perdido sus hojas, divisarla entre
el follaje del verano sera difícil.
- Pero ¿lo intentarás? -preguntó Mary.
- Por supuesto.
- Probablemente será inútil -dijo Mary con un suspiro-. Otra gente habrá intentado localizarla,
si lo que Lurt dijo sobre el escritor de codones es cierto.
- ¿Por qué?
- Bueno, ya sabes: los individuos esterilizados, para burlar la sanción que se les ha impuesto.
- Tal vez -replicó Ponter-, pero no ha pasado tanto tiempo desde que Vissan abandonó la
sociedad, y no hay tanta gente esterilizada. Y, después de todo, nadie de este mundo pretende
concebir antes del próximo verano, así que...
- Discúlpame -dijo Hak-. La he encontrado.
- ¿El qué? -preguntó Mary.
- La cabaña... o al menos una cabaña que no aparece en ninguno de los mapas. Está
aproximadamente a treinta y cinco kilómetros al Oeste de Kraldak. -Tradujo las unidades
neanderthales para Mary, aunque Ponter probablemente había oído algo parecido a «70000
brazadas» en sus implantes.
- ¡Maravilloso! -exclamó Mary-. ¡Ponter, tenemos que ir a verla!
- Desde luego.
- ¿Puedes ir mañana?
Ponter pareció dubitativo.- Mare...

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- ¿Qué? Oh, lo sé, Dos No Son Uno, pero...
- ¿Sí?
Mary suspiró.- No, tienes razón. Bueno, entonces, ¿podremos ir la próxima vez que Dos Se
Conviertan En Uno?
- Por supuesto, mi amor. Podemos hacer lo que quieras entonces.
- Muy bien -dijo Mary-. Es una cita.
Bandra y Mary se llevaban «de puta madre», una expresión que a Bandra le encantaba utilizar.
A las dos les gustaba pasarse las noches tranquilamente en casa, y aunque tenían una
interminable cantidad de temas científicos que discutir, también tocaban asuntos más
personales.
A Mary le recordaba los primeros días con Ponter, cuando estaban en cuarentena en la casa de
Reuben Montego. Compartir ideas y opiniones con Bandra era intelectual y emocionalmente
estimulante, y la hembra neanderthal se comportaba de un modo maravillosamente cálido con
ella, era amable y simpática.
A pesar de todo, durante las veladas en el salón de casa de Bandra, a veces la conversación
era, si no acalorada, al menos bastante apasionada.
- ¿Sabes? -dijo Bandra, sentada en la otra punta del sofá-, este excesivo deseo de intimidad se
debe seguramente a vuestras religiones. Al principio creía que, simplemente, como ciertos
comportamientos agradables están prohibidos, por eso la gente buscaba intimidad, para poder
tenerlos. Y, sin duda, así es, en parte. Pero, ahora que me has hablado de vuestro múltiple
sistema de creencias, parece que incluso el simple hecho de querer practicar una creencia
minoritaria requiere intimidad. Los primeros seguidores de tu sistema, el cristianismo,
ocultaban sus encuentros a los demás, ¿no?
- Así es -respondió Mary-. De hecho, nuestra fiesta sagrada más importante es la Navidad, que
conmemora el nacimiento de Jesús. La celebramos el 25 de Diciembre, en invierno, aunque
Jesús nació en primavera. Lo sabemos porque la Biblia dice que fue cuando los pastores
cuidaban sus rebaños de noche, cosa que sólo sucede en primavera, cuando nacen los
corderos. -Mary sonrió-. Eh, vosotros sois igual: os gusta dar a luz en primavera también.
- Probablemente por el mismo motivo: para dar a los retoños más oportunidades de crecer
antes de enfrentarse al invierno.
Pero la sonrisa se había fijado en la mente de Mary y aventuró con cautela:
- Los barasts también sois como ovejas en otros sentidos. Sois muy pacíficos.
- ¿Eso parece?
- No tenéis guerras. Y por lo que he visto, no tenéis mucha violencia social. Aunque... -Se
detuvo, antes de mencionar la rotura de la mandíbula de Ponter, un desafortunado incidente
de hacía años.
- Supongo. Seguimos cazando nuestra comida... no siempre, por supuesto, a menos que ésa
sea la contribución particular de alguien. Pero a menudo la caza nos sirve de vía de escape
para los impulsos violentos. ¿Como lo decís vosotros? Los eliminamos de nuestro sistema.
- Catarsis -dijo Mary-. Una purga de sentimientos acumulados.
- ¡Catarsis! ¡Oooh, otra palabra magnífica! Sí, desde luego: aplastas unos cuantos cráneos
animales, o arrancas la carne del hueso, y después te sientes maravillosamente en paz.
Mary se detuvo a pensar si alguna vez había matado a algún animal, para comérselo o por
algún otro motivo. A excepción de algún mosquito fastidioso, la respuesta era no.
- Nosotros no hacemos eso.
- Lo sé -dijo Bandra-. No lo consideráis civilizado. Pero nosotros creemos que es parte de lo
que hace posible la civilización.
- A pesar de todo, vuestra falta de intimidad... ¿no da pie a abusos? ¿No podría alguien
clandestinamente, secretamente, observar lo que uno hace burlando la seguridad de los
arch¡vos de coartadas?
- ¿Por qué querría alguien hacer eso?
- Bueno, digamos que para impedir que derrocaran al Gobierno, por ejemplo.
- ¿Por qué iba a querer nadie derrocar al Gobierno? ¿Por qué no votar para acabar con su
mandato?

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- Bueno, ahora sí, pero no habréis tenido democracia desde el alba de los tiempos.
- ¿Qué otra cosa podríamos haber tenido? ¿Jefes tribales? ¿Señores de la guerra? ¿Dioses -
emperadores? No, olvida eso último. Pero, bueno...
Mary frunció el ceño.- ¿Bueno, qué?
- Sin agricultura, no había territorios defendibles a pequeña escala. Los granjeros primitivos
podrían haber defendido unos cuantos centenares de acres, pero desde luego los cientos de
kilómetros cuadrados de un bosque de caza estaban más allá de las capacidades de defensa de
los grupos pequeños.
- Y, en efecto, ¿por qué molestarse en defenderlos? Una incursión en las tierras de cultivo
producía resultados inmediatos: comida robada en el campo o de los graneros. Pero, como
Ponter había recalcado una y otra vez, la caza y la recolección se basaban en el conocimiento
del territorio: nadie podía entrar sin más en uno nuevo y explotarlo. No sabría adónde acudían
los animales a beber, dónde ponían sus huevos los pájaros, dónde crecían los árboles frutales
más abundantes. No, ese estilo de vida engendraría un comercio pacífico, ya que resultaba
menos trabajoso para un viajero llevar algo de valor para intercambiarlo por una presa recién
capturada que intentar cazarla él mismo.
- Sin embargo, había que tenerlo todo en cuenta, la mayoría de los neanderthales eran lo
bastante robustos para proveerse por sí mismos... como al parecer estaba haciendo Vissan.
Además, con el tamaño de la población controlado (y los neanderthales llevaban haciendo eso
cientos de años) había territorio sin utilizar de sobra para quien quisiera establecerse por su
cuenta.
- De todas formas -dijo Mary-, tiene que haber habido momentos en que a la gente no le
gustaran sus representantes electos, y quisiera deshacerse de ellos.
- Oh, sí, desde luego. Desde luego.
- ¿Qué pasó entonces?
- ¿En los viejos tiempos? ¿Antes de la purga de nuestro poso genético? Asesinatos.
- ¡Ahí lo tienes! -dijo Mary-. Ése es un motivo para violar la intimidad de otro: impedir los
intentos de asesinato. Si alguien planeara asesinarte, querrías echarle un ojo, impedir que se
saliera con la suya.
- Un asesinato no requiere ningún plan -dijo Bandra, alzando la ceja-. Sólo te acercas a la
persona que quieres eliminar y le aplastas el cráneo. Créeme, eso constituye un maravilloso
incentivo para que los representantes mantengan felices a su electorado.
Mary se rió a su pesar.
- De todas maneras, aunque la mayoría sea feliz, siempre habrá individuos descontentos.
Bandra asintió.
- Y por eso vimos hace mucho tiempo la necesidad de purgar el poso genético de aquellos que
pudieran actuar de manera antisocial.
- Pero esa purga genética... -Mary intentó que no se notaran sus prejuicios, pero el tono la
traicionaba-. He intentado hablar con Ponter al respecto, pero es difícil: está ciegamente a
favor... Sin embargo, aún más que vuestra falta de privacidad, eso es lo que pone la carne de
gallina a mi gente.
- «¡Carne de gallina.» Oooh, esa expresión es un clásico!
- ¡Hablo en serio, Bandra. Nosotros lo intentamos en el pasado y... nunca salió bien. No
creemos que una cosa así pueda hacerse sin corrupción. Ha habido gente que ha intentado
eliminar a grupos étnicos específicos.
Un pitido.
- Grupos que tienen características distintivas, basadas en su origen geográfico.
- Pero la diversidad tiene un gran valor genético -dijo Bandra-. Sin duda tú, como química de
la vida, lo sabes.
- Sí, pero... bueno, quiero decir, hemos intentado... mi gente, quiero decir... bueno, no mi
gente, sino mala gente, malos miembros de mi especie, han intentado llevar a cabo... lo
llamamos «genocidio», eliminar a razas enteras, y...
Mary se maldijo. ¿Por qué no podía charlar con un neanderthal del tiempo nada más, en vez de
meterse en aquellos berenjenales? ¿Cuándo aprendería a mantener la boca cerrada?

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- Genocidio -repitió Bandra, pero sin su deleite habitual. No tuvo que decir que su propia
especie, el Homo neanderthalensis, había sido la primera víctima del genocida Homo sapiens.
- Pero... -dijo Mary-. ¿Cómo decidís qué tendencias eliminar?
- ¿No es obvio? La violencia excesiva. El egoísmo excesivo. La tendencia a maltratar a los
niños. El retraso mental. La predisposición a las enfermedades genéticas.
Mary negó con la cabeza; todavía estaba molesta por su conversación abortada sobre aquel
tema con Ponter.
- Nosotros creemos que todo el mundo tiene derecho a reproducirse.
- ¿Por qué? -dijo Bandra. Mary frunció el ceño.
- Es... es un derecho humano.
- Es un deseo humano, pero ¿un derecho? La evolución la llevan a cabo sólo algunos miembros
de una población que se reproducen.
- Supongo que nosotros creemos que superar la brutalidad de la selección natural es el hito de
la civilización.
- Pero sin duda la sociedad en su conjunto es más importante que cualquier individuo aislado.
- Fundamentalmente, supongo que mi pueblo no comparte ese punto de vista. Para nosotros
tienen un valor enorme los derechos y libertades individuales.
- ¿Un valor enorme? ¿O un costo enorme? -Bandra sacudió la cabeza-. He oído hablar de todas
las precauciones de seguridad que son necesarias en las terminales de vuestros aeropuertos,
de todos los controladores que necesitáis en vuestras ciudades. Dices que no queréis la guerra,
pero dedicáis una enorme proporción de vuestros recursos a prepararos para ella y a librarla.
Tenéis terroristas y otros que subsisten creando adicciones a productos químicos en los demás,
y una plaga de abusos infantiles y... con perdón, una media de inteligencia mucho más baja de
lo que tendría que ser.
- Nunca hemos encontrado un modo de medir la inteligencia que no esté sesgado
culturalmente.
Bandra parpadeó.
- ¿Cómo puede la inteligencia sesgarse culturalmente?
- Bueno -dijo Mary-, si le preguntas a un niño rico de inteligencia normal qué va con taza, dirá
«plato»; los platos son lo que ponemos bajo las tazas en las que bebemos café, que es una
bebida caliente que tomamos. Pero si se lo preguntas a un niño pobre de inteligencia normal,
puede que no sepa la respuesta porque su familia no puede permitirse esos platos.
- La inteligencia no es un juego de preguntas y respuestas -dijo Bandra-. Hay formas mejores
de calibrar su vigor. Nosotros miramos el número de conexiones neurales que se han
desarrollado en el cerebro; un conteo es un buen indicador objetivo.
- Pero a quienes se les negó el derecho a reproducirse a causa de su falta de inteligencia... no
creo que eso les gustara.
- No. Pero, por lo general, no fue difícil convencerlos de lo contrario.
Mary se estremeció. -De todas formas...
- Recuerda cómo se constituyen nuestras democracias: no dejamos que la gente vote hasta
que al menos tiene seiscientas lunas... dos tercios del lapso habitual de vida de novecientos
meses. Eso son... ¿Delka?
- Cuarenta y ocho años -comentó Delka, el Acompañante de Bandra.
- Eso supera la edad fértil de la mayoría de las hembras, y la edad reproductiva habitual de los
hombres. Así que los que votaron sobre el tema ya no tenían que preocuparse por eso.
- No es muy democrático que sólo pueda votar una minoría. Bandra frunció el ceño, como si
intentara comprometer el comentario de Mary.
- Todo el mundo vota... pero no en cualquier momento de su vida. Y al contrario que en tu
mundo, nunca le hemos negado a nadie de edad suficiente el derecho a votar sólo por
cuestiones de género o de coloración de piel.
- Pero sin duda los que votaron se preocupaban por sus hijos adultos en edad de reproducirse,
pero que no podían votar.
Bandra vaciló y Mary se preguntó por qué; a esas alturas ya estaba lanzada.

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- Naturalmente que nuestros hijos tengan un futuro feliz es de gran importancia -dijo por fin-.
Pero esa votación se llevó a cabo antes de realizar los tests de inteligencia. ¿Ves? La intención
era impedir que el cinco por ciento inferior de la población se reprodujera durante diez
generaciones consecutivas. Intenta encontrar un padre que piense que su hijo o su hija forma
parte de ese cinco por ciento inferior... ¡no hay ninguno! Los votantes estaban convencidos de
que sus hijos no se verían afectados.
- Pero a algunos les tocó.
- Sí. A algunos les tocó. -Bandra se encogió levemente de hombros-. Fue por el bien de la
sociedad, ¿sabes?
Mary negó con la cabeza.
- Mi pueblo nunca se plantearía algo así.
- Nosotros ya no tenemos que preocupamos por nuestro patrimonio genético, aunque hay
algunas excepciones. Tras diez generaciones de reproducción restringida, relajamos las reglas.
La mayoría de las enfermedades genéticas desaparecieron para siempre, la mayor parte de la
violencia desapareció, y la inteligencia media es mucho más alta. Sigue encajando en una
curva de campana, naturalmente, pero acabamos con... ¿cómo lo llamáis? Es un término
estadístico: la raíz cuadrada del promedio de los cuadrados de las desviaciones de la media.
- La desviación típica -dijo Mary.
- Ah. Bien, al cabo de diez generaciones, el promedio de inteligencia se ha desviado a la
izquierda.
Mary estuvo a punto de decir «a la derecha, dirás», pero recordó que los neanderthales leían
de derecha a izquierda, no de izquierda a derecha.
- ¿De verdad? -dijo de todas formas-. ¿Implica un cambio grande?
- Sí. Nuestras personas estúpidas son ahora tan inteligentes como solían serlo nuestras
personas medias.
Mary sacudió la cabeza.
- No me parece posible que a mi pueblo deje algún día de incomodarle la idea de limitar el
derecho a reproducirse.
- Yo no defiendo nuestro estilo de vida -dijo Bandra-. Como reza uno de vuestros mejores
dichos: «A cada uno lo suyo.» -Mostró su cálida y amplia sonrisa-. Pero, vamos, Mare, ya
basta de temas serios. ¡Hace una tarde preciosa! Vamos a dar un paseo. Luego puedes
hablarme de ti.
- ¿Qué te gustaría saber?
- Todo. De pe a pa. De arriba a abajo. De principio a fin. Toda la pesca. La...
Mary se echó a reír.
- Capto la idea -dijo, poniéndose en pie.

17

¿Cómo pudo suceder? ¿ Cómo pudimos renunciar al más noble de los esfuerzos que nos hizo
llegar desde la sima de Olduvai a los cráteres lunares? La respuesta, naturalmente, es que nos
contentamos. El siglo que hemos dejado recientemente atrás fue testigo de mayores avances
en la riqueza y prosperidad humanas, en la salud y la longevidad humanas, en la tecnología y
el bienestar material humanos, que los cuarenta milenios precedentes ...

Mary Vaughan se acostumbraba a la rutina: pasaba los días estudiando genética neanderthal
con Lurt u otras expertas, y las noches conversando en casa de Bandra.
Mary siempre había considerado que tenía las caderas demasiado anchas, pero la pelvis
neanderthal media era aún más ancha. De hecho, recordó la antigua sugerencia de Erik
Trinkaus de que los neanderthales pudieran tener un periodo de gestación de once o doce
meses, ya que sus caderas podrían haber acomodado a un bebé mayor. Pero esa teoría fue
abandonada cuando trabajos posteriores demostraron que la forma diferente de la pelvis
neanderthal estaba relacionada solamente con su manera de caminar. Se había sugerido que

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caminaban meciéndose de un lado a otro, como los viejos pistoleros del Oeste... un hecho que
ahora Mary confirmaba por observación.
De todas formas, las sillas de horcajadas neanderthales le resultaban incómodas y, como la
mayoría de los neandertales tenían mas cortas las piernas que los muslos, las sillas tipo banco
barasts estaban demasiado cerca del suelo para su gusto. Así que le pidió a la amiga
carpintera de Lurt que le hiciera un sillón nuevo: un entramado de pino nudoso con generosos
cojines en el respaldo y el asiento.

Bandra había llegado a casa antes que Mary ese día, y estaba en su dormitorio. Pero se asomó
en cuanto Mary cruzó la puerta.
- Hola, Mare -dijo-. Ya me pareció que te había olido.
Mary sonrió débilmente. Se estaba acostumbrando a todo aquello; de verdad que sí.
- ¡Mira! -señaló Bandra-. ¡Ha llegado tu sillón! Tienes que probarlo.
Mary así lo hizo y se acomodó en él
- ¿Bien? ¿Bien?
- ¡Es maravilloso! -dijo Mary, después de removerse un poco-. De verdad. Muy cómodo.
- ¡Justo lo que ordenó el médico! -declaró Bandra, y entonces sorprendió a Mary haciendo un
gesto con los pulgares hacia arriba.
Mary se echó a reír.- Exactamente.
- ¡Justo en el blanco! ¡Ideal!
- Todo eso, sí.
- ¡Sí! -repitió Bandra, que se lo estaba pasando la mar de bien-. ¡Bingo! ¡De puta madre!
Bandra le sonrió a Mary, y Mary le devolvió cálidamente la sonrisa.
Esa tarde, Mary disfrutó un rato de su nuevo sillón acurrucándose en él con uno de los libros
que había comprado en la librería de la Universidad Laurentian. Por su parte, Bandra había
estado trabajando en un nuevo cuadro, pero evidentemente decidió que era hora de tomarse
un descanso. Cruzó la habitación y se plantó detrás de Mary.
- ¿Qué estás leyendo?
Por instinto, Mary le mostró a Bandra la portada del libro antes de darse cuenta de que la
neanderthal no podría leer el título... aunque con lo mucho que le gustaba el Inglés, dudaba
que pasara mucho tiempo antes de que Bandra empezara a leer.
- Se llama El Propietario -dijo Mary-, y está escrita por un hombre llamado John Galsworthy.
Ganó el principal premio literario de mi mundo, el Nobel de Literatura.
Colm se había pasado años recomendándole a Galsworthy, pero Mary sólo se había decidido a
leerlo después de que su hermana Christine le contara maravillas acerca de la nueva
adaptación de la BBC de La Saga De Los Forsyte, de la cual El Propietario era el primer
volumen.
- ¿De qué trata? -preguntó Bandra.
- De un abogado rico que está casado con una mujer muy bella. Contrata a un arquitecto para
que les construya una mansión en el campo, pero la mujer tiene un romance con el arquitecto.
- Ah -dijo Bandra, y Mary la miró y sonrió.
Lo intentó de nuevo.
- Trata de las complejidades de las relaciones interpersonales de los gliksins.
- ¿Quieres leerme un poco? -pidió Bandra.
La petición sorprendió a Mary, pero también la complació.- Claro.
Bandra se sentó en una silla de horcajadas frente a Mary, con los brazos cruzados sobre el
regazo. Mary pronunció en voz baja las palabras escritas y dejó que Christine las fuera
traduciendo a la lengua neanderthal.

La mayoría de la gente hubiera considerado un matrimonio como el de Soames e Irene todo un


éxito; él poseía dinero, ella belleza; era una cuestión de compromiso. No había ningún motivo
para que no siguieran adelante, aunque se odiaran mutuamente. No importaba que fueran
cada uno a su aire en lo referente a la santidad de los lazos matrimoniales o de la casa común.
La mitad de los matrimonios de clase alta se basaban en estas premisas: no ofendas la

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susceptibilidad de la sociedad; no ofendas la susceptibilidad de la Iglesia. Para evitar tales
ofensas, merece la pena el sacrificio de cualquier sentimiento privado. Las ventajas de un
bogar estable son visibles, tangibles, tantas piezas de propiedad: no hay ningún riesgo para el
status quo. Romper un hogar es en el mejor de los casos un experimento peligroso y egoísta.
Éste era el caso para la defensa, y el joven Jolyon suspiró. «El meollo de todo -pensó- es la
propiedad, pero hay muchas personas a quienes no les gusta expresarlo de esa forma. Para
ellos se trata de la santidad de los lazos matrimoniales: pero la santidad de esos lazos
depende de la santidad de la familia, y la santidad de la familia depende de la santidad de la
propiedad. Y, sin embargo, imagino a toda esa gente que sigue a Aquel que nunca poseyó
nada. ¡Es curioso!»
Y de nuevo el joven Jolyon suspiró ...

- Interesante -dijo Bandra, cuando Mary hizo una pausa. Mary se echó a reír.
- Seguro que sólo lo dices por ser amable. Para ti debe de ser un galimatías.
- No. No, creo que lo comprendo. Ese hombre... Soames, ¿no, vive con esa mujer, esa...
- Irene.
- Sí. Pero no hay calor en su relación. Él quiere mucha más intimidad que ella.
Mary asintió, impresionada.
- Exactamente.
- Sospecho que esas preocupaciones son universales -dijo Bandra.
- Supongo que sí -contestó Mary-. La verdad es que yo me identifico con Irene. Se casó con
Soames sin saber lo que quería realmente. Igual que yo me casé con Colm.
- ¿Pero ahora sabes lo que quieres?
- Ahora quiero a Ponter.
- Pero él no viene solo -dijo Bandra-. Tiene a Adikor y a sus hijas.
Mary dobló la página y cerró el libro.
- Lo sé -dijo en voz baja.
Bandra pensó tal vez que la había molestado.
- Lo siento -dijo. Voy a tomar algo de beber. ¿Te apetece algo?
Mary habría matado por una copa de vino, pero los neanderthales no tenían esas cosas. Sin
embargo, se había traído del otro lado una lata de kilo de café instantáneo. No solía tomar café
por la tarde, pero la temperatura ambiente neanderthal era de dieciséis grados; su escala y la
de ella eran iguales: el lapso entre el punto de fusión y ebullición del agua dividido en cien
partes. Mary prefería veinte o veintiún grados; un buen tazón de leche la haría entrar en calor.
- Déjame ayudarte -dijo, y las dos se dirigieron a la zona de preparación de comida.
En su versión de la Tierra, Mary tenía siempre a mano un litro de batido de chocolate para
mezclarlo con el café. Allí no podía conseguirlo, pero se había traído latas de leche condensada
y de cacao; combinadas con su Maxwell House constituía una versión bastante aproximada de
su poción favorita.
Regresaron al salón, pisando el suelo cubierto de hierba. Bandra tomó asiento en uno de los
sofás levemente curvados construidos en la pared de la habitación. Mary estaba a punto de
regresar a su sillón, pero advirtió que allí no tenía sitio donde posar el cuenco. Tomó el libro (a
Colm le hubiese disgustado la manera en que doblaba el lomo del ejemplar y marcaba la
esquina de sus páginas), se sentó en la otra punta del sofá y dejó el cuenco en la mesa de pi-
no que tenían delante.
- Vivías sola en tu mundo -dijo Bandra. No era una pregunta: ya lo sabía.
- Sí -respondió Mary-. Tengo lo que llamamos un apartamento... un conjunto privado de
habitaciones en un gran edificio cuya propiedad comparto con un par de centenares de
personas más.
- ¡Un par de centenares! ¿Qué tamaño tiene ese edificio?
- Tiene veintidós pisos de altura, veintidós niveles. Yo vivo en la planta diecisiete.
- ¡La vista debe ser magnífica!
- Sí que lo es.

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Pero Mary sabía que lo decía por costumbre. La panorámica era de hormigón y cristal, de
edificios y carreteras. Le había parecido maravilloso cuando vivía allí, pero sus gustos estaban
cambiando.
- ¿Qué ha pasado con él? -preguntó Bandra.
- Todavía es mío. Cuando Ponter y yo decidamos qué vamos a hacer de modo permanente,
tendré que decidir qué hago con él. Puede que queramos conservarlo.
- ¿Y que vais a hacer Ponter y tú de modo permanente?
- Ojalá lo supiera -dijo Mary. Recogió su cuenco y tomó un sorbo-. Como tú has dicho, Ponter
no viene solo.
- Ni tú deberías -dijo Bandra, agachando la cabeza y evitando mirarla a lo ojos.
- ¿Cómo dices?
- Que no deberías estar sola. Si vas a formar parte de este mundo, no deberías estar sola en
ningún momento del mes.
- Bien -dijo Mary-. En mi mundo, la mayoría de la gente se siente atraída solamente por
individuos del sexo opuesto.
Bandra alzó levemente la cabeza y luego bajó de nuevo los ojos.
- ¿No hay relaciones entre mujeres?
- Bueno, claro, a veces. Pero normalmente las mujeres implicadas en esas relaciones no tienen
compañeros masculinos.
- Aquí no es así.
- Lo sé.
- Yo, nosotros, tú y yo, nos llevamos bien.
Mary noto que se envaraba.
- Sí que es cierto.
- Aquí, dos mujeres que viven juntas y que se aprecian y no están genéticamente relacionadas
serían -de repente la manaza de Bandra se posó en la rodilla de Mary-, serían íntimas.
Mary miró la mano. A lo largo de los años había apartado alguna que otra mano de su rodilla,
pero...
Pero no quería ofender a nadie. Después de todo, aquella mujer había sido lo bastante amable
para acogerla.
- Bandra, yo... no me atraen las mujeres.
- Tal vez... tal vez sea sólo -buscó la frase- por condicionamiento cultural.
Mary frunció el ceño, reflexionando. Tal vez fuera así... pero eso no suponía ninguna
diferencia. Oh, Mary había besado a chicas cuando tenía trece o catorce años, pero sólo
practicaba para cuando pudiera besar a los chicos, puesto que a ella ya sus amigas les
aterraba no saber hacerlo.
Al menos, eso era lo que se habían dicho unas a otras, pero...
Pero había sido divertido, a su modo.
Sin embargo...
- Lo siento, Bandra. No quiero ser descortés. Pero en realidad no me interesa.
- ¿Sabes? -dijo Bandra, mirando a Mary a los ojos y luego apartando la mirada-, nadie sabe
cómo complacer mejor a una mujer que otra mujer.
Mary sintió que el corazón le daba un vuelco.
- Yo... estoy segura de que así es, pero... -Extendió lentamente la mano y apartó la mano de
Bandra-. Pero no es para mí.
Bandra asintió varias veces.
- Si cambias de opinión... -dijo, dejando que el pensamiento flotara en el aire. Al cabo de un
momento añadió-: Una puede sentirse horriblemente sola hasta que Dos Se Convierten En
Uno.
«Eso sí que es cierto», pensó Mary; pero no dijo nada.
- Bueno -dijo Bandra por fin-. Me voy a la cama. Um... «dulces sueños» decís vosotros, ¿no?
Mary consiguió sonreír.
- Así es. Buenas noches, Bandra.

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La mujer neanderthal se dirigió a su dormitorio; Mary tenía su propia habitación, la que antes
pertenecía a la hija menor de Bandra, Dranna. Pensó en acostarse también, pero decidió leer
un poco más, con la esperanza de sacarse de la cabeza lo que acababa de suceder.
Abrió El Propietario por la página marcada. Galsworthy empleaba un tono irónico y burlón: no
eran sólo los neanderthales los que encontraban defectos a los gliksins, después de todo.
Siguió leyendo, disfrutando de su espléndida descripción de la clase alta de la Inglaterra
victoriana. Desde luego, tenía un don con las palabras y...
«Oh, Dios mío... »
Mary cerró el libro de golpe, el corazón desbocado.
«Dios mío.»
Inspiró profundamente, resopló, inhaló de nuevo, exhaló. Soames había...
El corazón de Mary latía con fuerza.
Tal vez lo había interpretado mal. Después de todo, el lenguaje no era explícito. Sin duda su
propio estado mental...
Abrió el libro, torpemente, Con cuidado, como lo habría hecho Colm y encontró de nuevo por
dónde iba, dejando que sus ojos corrieran por las apretadas letras y...
No, no había ninguna duda. Soames Forsyte, El Propietario, acababa de demostrar que
consideraba que su esposa lrene no era más que eso. A pesar de su falta de interés en él, la
había violado.
Mary había disfrutado del libro hasta ese momento, sobre todo del romance furtivo entre lrene
y el arquitecto Bosinney, porque le recordaba su extraña y prohibida relación con Ponter.
Pero...
Una violación.
Una maldita violación.
Y sin embargo no podía echarle la culpa a Galsworthy. Era exactamente lo que Soames
hubiese hecho.
Precisamente lo que un hombre hubiese hecho.
Mary dejó el libro junto al cuenco de café, ahora frío. Contempló la puerta cerrada de la
habitación de Bandra, interminablemente. Después de sólo Dios sabía cuánto tiempo, Mary
finalmente se levantó del sofá y se dirigió a su propia habitación, hacia la soledad, hacia la
oscuridad.

18

Aquí en Norteamérica, en la India y Japón y Europa y Rusia y por todo este ancho y
maravilloso mundo nuestro, las cosas están mejor que nunca... y siguen mejorando día a
día ...

¡Finalmente llegó el momento! Dos Se Habían Convertido En Uno una vez más. Mary y docenas
de otras hembras esperaban al aire libre a que aparecieran los hombres. Lurt estaba allí, con
el joven Dab, el hijo que tenía con Adikor. Jasmel, la hija mayor de Ponter, estaba también,
pero en realidad esperaba, Mary lo sabía, a su propio hombrecompañero, Tryon. Mega, la hija
menor de Ponter, también estaba allí, y Mary, de su mano, esperaba con ella. Se alegró de que
no hubiera ni rastro de Daklar Bolbay, la tutora de la joven Mega; esa mujer ya había creado
suficientes problemas a Mary, Ponter y Adikor.
Por fin llegó el hoverbús. Ponter y Adikor salieron, y Mary corrió hacia su hombre. Se
abrazaron y se lamieron las caras. Ponter abrazó a sus dos hijas y se colocó a Mega sobre los
hombros. Adikor, mientras tanto, ya había desaparecido con su mujercompañera y su hijo.
Ponter había traído el maletín trapezoidal que normalmente llevaba en sus viajes a la otra
Tierra. Mary se encargó de transportarlo mientras él llevaba a Mega.
Habían acordado en otra charla a través de los Acompañantes ir a buscar a Vissan el tercero
de los cuatro días que duraba el Dos Que Se Convierten En Uno, ya que la previsión
meteorológica era de lluvia para Saldak pero cielos despejados en Kraldak.

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Mary, Ponter y Mega pasaron un rato maravilloso juntos esa mañana. Aunque empezaba a
hacer frío y todos los árboles habían cambiado de color, el aire era aún nítido y estaba
despejado. Después de almorzar, Mega se fue a jugar con sus amigos, y Mary y Ponter se
marcharon a la casa que ella compartía con Bandra. Los neanderthales tenían una actitud
abierta hacia el sexo, pero Mary seguía sin sentirse cómoda haciendo el amor sabiendo que
había alguien más en casa. Por fortuna, Bandra había dicho que estaría fuera hasta la noche
con su propio hombrecompañero, Harb. Y por eso Ponter y Mary eran dueños del lugar.
El sexo, como siempre, fue fabuloso, y Mary alcanzó el clímax varias veces. Cuando
terminaron, se bañaron juntos, y cada uno de ellos limpió amorosamente al otro. Luego se
tendieron en los almohadones, sólo para charlar y abrazarse. Mary no estaba acostumbrada a
que Ponter hablara utilizando las contracciones del Inglés, pero ahora lo hacía, pues era
Christine, un implante más avanzado, quien traducía en lugar de Hak.
Mary y Ponter se pasaron casi toda la tarde acurrucados y acariciándose y hablando y
caminando, sólo por disfrutar del placer de la mutua compañía, fueron a ver una comedia
breve: a los neanderthales les encantaba el teatro. Ventiladores eléctricos en la parte posterior
del escenario lanzaban las feromonas de los actores al público y despejaban de la sala las de la
audiencia.
Luego disfrutaron de un juego de mesa neandertal llamado partanlar, una especie de cruce
entre el ajedrez y las damas: todas las piezas eran idénticas, pero cómo se movían dependía
de en qué casilla estaban de las cien que componían el tablero.
Más tarde comieron en un restaurante regentado por dos mujeres viejas cuyos hombres -
compañeros habían muerto, y disfrutaron de un venado delicioso, maravillosas ensaladas de
piñones y hojas de helecho, patatas fritas y huevos duros de pato. Se sentaron el uno junto al
otro en el sofá acolchado del fondo del restaurante, se pusieron los guantes para comer al
estilo neanderthal y se dieron bocados por turnos.
- Te quiero -dijo Mary, acurrucándose contra Ponter.
- Y yo te quiero también -respondió Ponter-. Te quiero tanto...
- Desearía que siempre fuera Dos Que Se Convierten En Uno -dijo Mary.
- Cuando estoy contigo, yo también deseo que no se acabe nunca -contestó Ponter,
acariciándole el pelo.
- Pero tiene que ser así -dijo Mary con un suspiro-. No sé si alguna vez encajaré aquí.
- No hay ninguna solución perfecta, pero podrías...
Mary se enderezó y se volvió a mirarlo.- ¿Qué?
- Podrías volver a tu mundo.
Mary sintió que el corazón se le encogía.
- Ponter, yo...
- Durante veinticinco días al mes. Y volver aquí cuando Dos Se Conviertan En Uno. Te prometo
que cada vez que lo hagas te proporcionaré los días más amorosos, divertidos y
apasionadamente sexuales posibles.
- Yo...
Mary frunció el ceño. Había estado buscando una solución para que ambos pudieran verse
constantemente. Pero por lo visto no la había. Sin embargo...
- El trayecto entre Toronto y Sudbury sería pesado -dijo-, por no mencionar los procedimientos
de descontaminación de cada viaje, pero...
- Te olvidas de quién eres.
- Yo... ¿perdona?
- Eres Mare Vaughan.
- ¿Sí?
- Eres esa Mare Vaughan. Cualquier academia... discúlpame, cualquier universidad estaría
encantada de que formaras parte de su cuadro docente.
- Bueno, y eso es otro problema. No podré conseguir cuatro días de permiso seguidos cada
mes.
- Una vez más, te subestimas.
- ¿Cómo?

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- ¿Entiendo bien vuestros calendarios académicos? Trabajas ocho meses al año.
- De Septiembre a Abril, sí. De otoño a primavera.
- Entonces en cuatro o cinco momentos en que Dos Se Convierten En Uno estarás obligada a ir
a la universidad. De los ocho restantes, un buen número caerá en parte en esos primeros y
últimos días de vuestros grupos de siete días en los que no trabajáis.
- A pesar de todo...
- A pesar de todo habrá días en que tendrás que perderte las clases.
- Exactamente. Y nadie va a comprender que...
- Perdóname, querida, pero todo el mundo va a comprenderlo. Incluso antes de esta visita,
pero sobre todo ahora, sabes más que ningún otro gliksin no sólo sobre la genética de los
neanderthales, sino que también sabes más que los neanderthales sobre genética. Serías un
valor añadido para cualquier universidad, y si hay que hacer algunos cambios para satisfacer
tus necesidades especiales, estoy seguro de que podrán hacerlos.
- Creo que subestimas las dificultades.
- ¿De veras? La manera de averiguado es intentarlo.
Mary frunció los labios, pensando. Ponter tenía razón, desde luego no perdería nada por
preguntar.
- De todas formas, llegar a Toronto desde Sudbury lleva casi un día entero, sobre todo si se
añade el tiempo que se tarda en llegar al portal en coche. Cuatro días podrían convertirse
fácilmente en seis.
- Si volvieras a vivir en Toronto, sí. Pero ¿por qué no haces tu contribución a la Universidad
Laurentian en Sudbury? Ya te conocen por el trabajo que hiciste allí durante mi primera visita
a tu mundo.
- La Laurentian -dijo Mary, saboreando la palabra, saboreando la idea. Era una universidad
pequeña y bonita, con un departamento de genética de primera fila, y hacía todo aquel
fascinante trabajo forense...
«Forense»
La violación. La maldita violación.
Mary dudaba que pudiera volver a sentirse cómoda trabajando de nuevo en la Universidad de
York, en Toronto. No sólo tendría que enfrentarse a Cornelius Ruskin, sino que tendría que
trabajar junto a Qaiser Remtulla, la otra mujer a la que Ruskin había violado, una violación que
podría haberse impedido si Mary hubiera denunciado la agresión que ella misma había sufrido.
Cada vez que pensaba en Qaiser, Mary se sentía culpable; trabajar con ella sería devastador...
y trabajar con Cornelius, aterrador.
Había cierta elegancia en lo que Ponter estaba proponiendo.
Enseñar genética en la Laurentian...
Vivir cerca de la mina Creighton, el umbral del portal interdimensional universal...
Y pasar aunque sólo fueran cuatro días al mes con Ponter sería maravilloso, más fabuloso que
una relación de veinticuatro horas siete días a la semana con cualquier otro hombre que
pudiera imaginar...
- Pero... ¿y la generación 149? ¿Y nuestro hijo? No podría soportar ver a mi hijo sólo una vez
al mes.
- En nuestra cultura, los hijos viven con sus madres.
- Pero sólo hasta los diez años, si son varones. Entonces, como hará Dab pronto, se van a vivir
con sus padres. Yo no podría dejar a mi hijo después de sólo una década.
Ponter asintió.
- Sea cual sea la solución que encontremos y nos permita tener un hijo, requerirá una
manipulación de cromosomas. Sin duda, en ese proceso, será una cuestión trivial asegurarse
de que tengamos una hija. Y esa hija viviría con su madre hasta llegar a los doscientos
cincuenta y cinco meses... más de dieciocho años vuestros. ¿No es ésa la edad típica a la que
los hijos dejan el hogar de sus padres, incluso en vuestro mundo?
A Mary le daba vueltas la cabeza.
- Eres un tipo brillante, sabio Boddit.
- Hago lo que puedo, sabia Vaughan.

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- No es una solución perfecta.
- Esas cosas son raras -dijo Ponter.
Mary pensó en eso, luego se acurrucó junto a Ponter y le dio un lento y largo lametón en la
mejilla izquierda.
- ¿Sabes? -dijo, apretando la cara contra su peluda cara-, incluso podría funcionar.

19

Sí, sería perfectamente razonable que hiciéramos una pausa, que disfrutáramos de las
primeras décadas de prosperidad tras la Guerra Fría, que nos dedicáramos a disfrutar de las
otras cosas que hacen grande nuestro tipo de humanidad: nos detuvimos a oler las rosas...

Cuando salieron del restaurante, Mary y Ponter se reunieron con Mega y pasaron un rato
jugando con ella. Pero pronto le llegó la hora de irse a la cama y se marchó a la casa que
compartía con su tabant, Daklar Bolbay... lo cual hizo que a Mary se le ocurriera una idea
brillante: Ponter y ella podrían volver a casa de Ponter a pasar la noche, allá en el Borde.
Después de todo, Adikor no estaba y eso permitiría a Bandra y Harb tener la casa de Bandra
para ellos solos. A Ponter le sobresaltó la sugerencia: no era normal que una mujer acudiera a
casa de un hombre, aunque, naturalmente, Mary ya había estado en la suya un par de veces...
pero después de que ella le explicara su aprensión a la hora de hacer el amor con alguien más
en la casa, Ponter accedió rápidamente y llamaron un cubo de viaje para que los llevara al
Borde.
Después de un poco más de sexo maravilloso, Mary se relajó en la bañera hundida y circular
mientras Ponter permanecía sentado en una silla. Fingía leer algo en un bloque de datos, pero
Mary advirtió que sus ojos no se movían de izquierda a derecha... ni de derecha a izquierda.
Pabo dormía en silencio a los pies de su amo.
La postura de Ponter era algo distinta a la de un varón Homo Sapiens: tenía una mandíbula
larga (aunque sin barbilla), pero no la apoyaba en el brazo. Naturalmente, las proporciones de
sus brazos no eran normales del todo. No, maldición, no; «normal» no era la palabra
adecuada. Sin embargo, era probable que no le resultara cómodo adoptar la clásica pose del
Pensador de Rodin. O... ¿por qué no lo había advertido Mary antes? El moño occipital de
Ponter añadía peso a la parte posterior de su cabeza, equilibrándola a la perfección. Tal vez,
cuando reflexionaba, no apoyaba la cabeza porque no tenía ninguna necesidad de hacerlo.
A pesar de todo, era incuestionable que Ponter estaba reflexionando sobre algo.
Mary salió de la bañera, se secó y, todavía desnuda, cruzó la habitación y se sentó en el ancho
brazo de la silla.
- Un penique por tus pensamientos -dijo. Ponter frunció el ceño.
- Dudo que valgan tanto.
Mary sonrió y acarició su musculoso brazo.
- Estás molesto por algo.
- ¿Molesto? -dijo Ponter, saboreando la palabra-. No. No, no es eso. Simplemente, me estaba
preguntando una cosa.
Mary rodeó con el brazo los anchos hombros de Ponter.
- ¿Algo que tiene que ver conmigo?
- En parte, sí.
- Ponter, decidimos intentar que esta... esta relación nuestra funcione. Pero el único modo de
conseguido es comunicándonos.
Ponter parecía claramente aprensivo, pensó Mary, y su cara reflejaba pesadumbre. ¿Crees que
no lo sé?, parecía decir.
- ¿Bien? -dijo Mary.
- ¿Te acuerdas de Veronica Shannon?
- Claro. La mujer de la Laurentian.
La mujer que había hecho que Mary Vaughan viera a la Virgen María.

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- Hay una... una consecuencia de su trabajo -dijo Ponter-. Ha identificado las estructuras del
cerebro del Homo sapiens responsables de los impulsos religiosos.
Mary inspiró profundamente. Desde luego no acababa de gustarle aquella idea, pero como
científica no podía ignorar lo que Veronica había al parecer demostrado.
- Supongo -dijo, soltando el aire que había inspirado.
- Bueno, si sabemos lo que causa la religión, entonces...
- ¿Entonces qué?
- Entonces tal vez podríamos curarla.
Mary sintió que el corazón le daba un vuelco y pensó que iba a caerse del brazo de la silla.
- Curarla -repitió, como si oír la palabra con su propia voz pudiera, de algún modo, hacerla
más digerible-. Ponter, no se puede curar la religión. No es una enfermedad.
Ponter no dijo nada, pero la miró. Mary vio que su ceja subía por su frente: ¿No?
Mary decidió hablar antes de que Ponter llenara el vacío con más cosas que no quería oír.
- Ponter, forma parte de mí.
- Pero es la causa de muchos males en tu mundo.
- Y de mucha grandeza también.
Ponter ladeó la cabeza y la giró para que ella pudiera mirarlo.
- Me has pedido que hablara. Me contentaba con mantener esos pensamientos en privado.
Mary frunció el ceño. Si él los hubiera ocultado completamente, ella nunca le habría
preguntado qué iba mal.
- Debería ser posible determinar qué mutación causó esto en los gliksins -continuó Ponter.
Mutación. La religión como mutación. Santo cielo.
- ¿Cómo sabes que es mi pueblo el que ha mutado? Tal vez el nuestro es el estado normal y
vosotros sois los mutantes.
Pero Ponter se limitó a encogerse de hombros.- Tal vez. Si es así, no sería...
Pero Mary terminó por él la frase, sin ocultar su amargura.
- No sería la única mejora desde que neanderthalensis y sapiens se dividieron.
- Mare... -dijo Ponter amablemente. Pero Mary no iba a dejado pasar.
- ¡Ves! ¡No tenéis la gama de sonidos vocálicos que tenemos nosotros. Somos más avanzados.
Ponter abrió la boca para protestar, pero luego la cerró, sin dar voz a sus pensamientos. Pero
Mary sabía que tenía la respuesta perfecta a su comentario sobre la gama de sonidos
vocálicos: los gliksins podían atragantarse y morir mientras bebían, los neanderthales no.
- Lo siento -dijo Mary. Se pasó a la silla de Ponter, sentándose ahora en su regazo, y rodeando
sus hombros-. Lo siento mucho. Por favor, pedóname.
- Desde luego.
- Es que me resulta una idea difícil. Sin duda podrás comprenderlo. La religión como mutación
accidental. La religión como detrimento. Mis creencias una mera respuesta biológica, sin
ningún fundamento en una realidad superior.
- No puedo decir que lo comprenda. Nunca he creído en nada que demuestre lo contrario.
Pero...
- ¿Pero?
Ponter volvió a guardar silencio, y Mary se agitó en su regazo, echándose un poco hacía atrás
para estudiar su rostro ancho, barbudo y redondo. Había tanta inteligencia en sus ojos
dorados, tanta amabilidad.
- Ponter, lamento haber reaccionado de esta manera. Lo último que quiero es que te calles...
que te sientas intimidado para hablarme a las claras. Por favor, dime qué ibas a decir.
Ponter inspiró profundamente, y cuando lo hizo, fue suficiente para que Mary sintiera una leve
brisa.
- ¿Recuerdas que te dije que había visto a un escultor de personalidad?
Mary asintió, cortante.
- Por mi violación. Sí.
- Ésa fue la principal causa de mis visitas al escultor, pero otras... otras cosas, otros asuntos...
-Nosotros los llamamos temas.
- Ah. Resultó que yo tenía otros temas que resolver.

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- ¿Y?
Ponter se agitó en la silla, moviendo consigo sin dificultad a Mary.
- El escultor de personalidad se llama Jurard Selgan -dijo. Algo irrelevante, para ganar tiempo
mientras ordenaba sus pensamientos-. Selgan tenía una hipótesis sobre...
- ¿Sí?
Ponter se encogió levemente de hombros.
- Sobre mi atracción por ti.
A Mary la espalda se le envaró. Ya era bastante malo ser aparentemente la causa de los
problemas de Ponter... ¡pero ser objeto de las teorías de alguien a quien no había visto nunca!
Su voz fue pleistocénica en su frialdad.
- ¿Y cuál era su hipótesis?
- Sabes que Klast, mi mujercompañera, murió de cáncer de la sangre.
Mary asintió.
- Y ella ya no existe. Completa y totalmente carece de existencia.
- Como aquellos a quienes se recuerda en el muro de los veteranos de Vietnam -dijo Mary,
recordando su viaje a Washington y el argumento que Ponter había defendido tan
vigorosamente allí.
- ¡Exactamente! -dijo Ponter-. ¡Exactamente!
Mary asintió, las piezas empezaban a encajar.
- Te inquietó que la gente del muro de Vietnam encontrara consuelo en la idea de que sus
seres amados pudieran existir todavía de alguna forma.
- Ka. dijo Ponter en voz baja; Christine no se molestaba en traducir la palabra nanderthal para
«sí» si eso era todo lo que decía un barast.
Mary volvió a asentir.
- Tenías... tenías celos de ellos, del consuelo que sentían, a pesar de su trágica pérdida. El
consuelo que se te negaba por no creer en el cielo ni en otra vida.
- Ka. -repitió Ponter. Pero, después de una larga pausa, continuó, mientras Christine traducía-.
Pero Selgan y yo no hablamos de mi visita a Washington.
- ¿Entonces qué?
- El sugirió que... que mi atracción por ti...
- ¿Sí?
Ponter alzó la cabeza y miró al techo con su mural pintado.
- Antes he dicho que nunca había creído en nada que demuestre lo contrario. Lo mismo podría
decirse de creer en cosas de las que no hay ninguna prueba. Pero Selgan sugirió que tal vez yo
te creí cuando dijiste que tenías un alma, cuando dijiste que seguirías existiendo en alguna
forma, incluso después de la muerte.
Mary frunció el ceño y ladeó la cabeza, absolutamente anonadada.
- ¿Sí?
- Él... él... -Ponter pareció incapaz de continuar. Por fin, simplemente alzó el brazo izquierdo y
dijo-: ¿Hak?
Hak lo relevó y habló directamente en Inglés.
- No te sorprendas, Mare -dijo el Acompañante-. El propio Ponter no se daba cuenta tampoco,
aunque resultaba evidente para el sabio Selgan... y para mí también.
- ¿Qué? -dijo Mary, con el corazón en un puño.
- Es concebible que, si murieras, Ponter no sintiera una pena tan grande como cuando murió
Klast... no porque te ame menos, sino porque podría templar sus sentimientos con la creencia
de que seguías existiendo de alguna forma.
Mary sintió que su cuerpo se vaciaba. Si los brazos de Ponter no hubieran estado rodeando su
cintura, se habría caído.
- Dios mío... -dijo. La cabeza le daba vueltas. No sabía qué pensar.
- No acepto que Selgan tenga razón -dijo Ponter-, pero... Mary asintió levemente.
- Pero eres un científico y es...
Mary hizo una pausa, reflexionando. Creer en otra vida después de la muerte permitía ese
consuelo.

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- Es una hipótesis interesante.
- Ka -dijo Ponter.
- Ka, en efecto.

20

Pero ha llegado el momento de reemprender nuestro viaje pues es nuestro amor al viaje lo
que nos hace grandes...

- ¡Adivina! -le dijo Ponter a Mega-. ¡Hoy vamos a hacer un viaje! ¡Vamos a volar en
helicóptero!
Mega era todo sonrisas.
- ¡Ya me lo dijo Mary! ¡Bien!
Había muchos viajes entre ciudades cuando Dos Se Convertían En Uno: los helicópteros
volaban habitualmente desde el Centro de Saldak al Centro de Kraldak esos días, y Ponter,
Mary y Mega se dirigieron al punto de despegue. Ponter llevaba una bolsa de cuero. Mary se
ofreció a ayudarlo con el peso puesto que Mega iba a hombros de su padre.
El helicóptero era marrón rojizo, de forma cilíndrica; a Mary le recordó una lata gigantesca de
Dr. Pepper. El interior de la cabina era sorprendentemente espacioso, y Mary y Ponter
disponían de amplios asientos acolchados uno frente al otro. Mega, por su parte, se sentó
junto a Ponter y se lo estuvo pasando la mar de bien mirando por las ventanillas mientras el
suelo iba alejándose.
La cabina tenía un excelente aislamiento acústico; Mary había volado pocas veces en
helicóptero, pero siempre le había dado dolor de cabeza.
- Tengo un regalo para ti -le dijo Ponter a Mega. Abrió su bolsa de cuero y sacó un complejo
juguete de madera.
Mega soltó un gritito de placer.
- ¡Gracias, papá!
- Y no me he olvidado de ti -dijo él, sonriéndole a Mary. Buscó de nuevo dentro de la bolsa y
sacó un ejemplar de The Globe and Mail, el periódico nacional canadiense.
- ¿De dónde has sacado eso? -preguntó Mary, los ojos como platos.
- De la instalación de cálculo cuántico. Encargué a uno de los gliksins que lo trajera del otro
lado.
Mary estaba asombrada... y encantada. Apenas había pensado en el mundo donde había
nacido, pero no estaría nada mal que se pusiera al día... y había echado de menos la tira de
Dilbert. Desdobló el periódico. Había habido un descarrilamiento de trenes cerca de Vancouver;
India y Pakistán volvían a amenazarse mutuamente; y el ministro de Hacienda había
presentado un nuevo presupuesto en el Parlamento. Pasó la página. El periódico crujió con
fuerza cuando lo hizo, y entonces...
- ¡Oh, Dios mío!
- ¿Qué ocurre? -preguntó Ponter.
Mary se alegró de estar sentada.
- El Papa ha muerto -dijo, en voz baja. Estaba claro que la muerte había tenido lugar hacía
unos días, de lo contrario hubiese estado en primera plana.
- ¿Quién?
- El líder de mi sistema de creencias. Ha muerto.
- Lo siento -dijo Ponter-. ¿Qué sucederá ahora? ¿Se trata de una crisis?
Mary negó con la cabeza.
- Bueno, no... no exactamente. Como te conté, el Papa era viejo y frágil. Hace tiempo que se
sabía que tenía los días contados.
Mary había dejado de preocuparse por no usar frases hechas y determinadas expresiones, ya
que Bandra conocía tantas, pero vio la expresión de desconcierto en el rostro de Ponter.
- Que iba a morir relativamente pronto.
- ¿Lo conocías?

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- ¿Conocer al Papa? -dijo Mary, asombrada-. No. No, sólo las personas muy importantes llegan
a conocer personalmente al Papa. -Miró a Ponter-. Tú habrías tenido muchas más posibilidades
que yo.
- Yo... no estoy seguro de qué le diría a un líder religioso.
- Era más que eso. Para los católicos, el Papa es quien da a la humanidad las instrucciones de
Dios.
Mega quiso bajarse de su asiento y encaramarse en el regazo de Ponter en ese momento. Él la
ayudó a hacerlo.
- ¿Quieres decir que el Papa habla con Dios?
- Supuestamente.
Ponter sacudió levísimamente la cabeza. Mary forzó una sonrisa.
- Sé que no crees que eso sea posible.
- No empecemos de nuevo. Pero... pero pareces triste. Y sin embargo no conocías
personalmente al Papa, y has dicho que su muerte no supone una crisis para vuestro sistema
de creencias.
Ponter hablaba en voz baja y por eso Mega lo ignoraba. Pero Christine transmitía su traducción
de las palabras de Ponter a volumen normal a través de los implantes que Mary tenía en el
oído.
- Es por la conmoción. Y, bueno...
- ¿Sí?
Mary resopló.
- El nuevo Papa tomará decisiones políticas, sobre temas fundamentales.
Ponter parpadeó.
- ¿Como cuáles?
- La Iglesia Católica es... bueno, mucha gente dice que no se ha adaptado al ritmo de los
tiempos. Ya sabes que no permite el aborlo, ni el divorcio... la disolución del matrimonio. Pero
tampoco permite que sus sacerdotes practiquen el sexo.
- ¿Por qué no?
Mega estaba entretenida asomada a la ventanilla.
- Bueno, tener una vida sexual se supone que disminuye la capacidad para cumplir con los
deberes espirituales -dijo Mary-. Pero la mayoría de las otras religiones no exigen el celibato a
sus sacerdotes y muchos católicos piensan que es una idea que hace más mal que bien.
- ¿Mal? Nosotros les decimos a los chicos adolescentes que no se contengan, porque podrían
llenarse de esperma y explotar. Pero eso es sólo un chiste, claro. ¿Qué mal puede haber en el
celibato?
Mary apartó la mirada.
- Se sabe que los curas... los miembros del clero célibe... -Cerró los ojos, empezó de nuevo-.
Es sólo un porcentaje muy pequeño de los curas, compréndelo. La mayoría son hombres
buenos y honrados. Pero algunos han abusado de niños.
- Abusado, ¿cómo? -preguntó Ponter.
- Sexualmente.
Ponter miró a Mega; la niña no parecía estar prestando atención a lo que decían.
- Define «niños».
- Niños y niñas pequeños, de tres, cuatro años y más.
- Entonces es bueno que esos curas sean célibes. El gen de esa actividad debería extinguirse.
- Eso quisieras -dijo Mary. Se encogió de hombros.- Tal vez vosotros hagáis lo adecuado, al
esterilizar no sólo al culpable, sino también a los que comparten al menos la mitad de su
material genético. En cualquier caso, parece que el abuso infantil por parte de los sacerdotes
está alcanzando proporciones epidémicas. -Agitó el Globe-. Al menos, ésa es la impresión que
una se lleva leyendo los periódicos.
- No sé leerlos -dijo Ponter-, aunque espero aprender. Pero he visto vuestros noticiarios en
televisión y los he oído en la radio de vez en cuando. He oído los comentarios: «¿Cuándo
vamos a ver el lado oscuro de la civilización neanderthal? Seguro que también tienen
cualidades malas.» Pero te digo, Mare -Christine podría haber sustituido los murmullos de

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Ponter por el nombre de Mary bien pronunciado, pero no lo hizo-, que nosotros no tenemos
nada comparable a vuestros corruptores de niños, a vuestros contaminadores; a vuestros
fabricantes y usuarios de bombas, a vuestra esclavitud, a vuestros terroristas. Nosotros no
ocultamos nada, y sin embargo persiste la creencia de que tenemos que tener actitudes malas
similares. No sé si esta falacia es comparable a vuestros impulsos religiosos, pero parece que
hace un daño similar: vuestra gente cree que cierta cantidad de mal es inevitable. Pero no lo
es. Si surge algún beneficio del contacto entre tu mundo y el mío, tal vez sea esa revelación.
- A lo mejor tienes razón -dijo Mary-. Pero, ¿sabes?, hemos progresado con el tiempo. Y ahí es
donde entra el nuevo Papa.
- ¡Papá, mira! -exclamó Mega, señalando por la ventanilla. Otro helicóptero.
Ponter torció el cuello.
- Sí que es verdad -dijo, acariciando el pelo de su hija-. Bueno, ya sabes, mucha gente tiene
que viajar para ver a sus seres queridos cuando Dos Se Convierten En Uno.
Mary esperó a que Mega siguiera mirando por la ventanilla.
- Muchas cosas dependen de lo que el nuevo Papa decida hacer -continuó diciendo-. O, por
expresarlo como lo haría mi fe, a que Dios le diga lo que hay que hacer. El último Papa no fue
capaz de tratar el tema del abuso infantil por parte de los sacerdotes. Pero el nuevo Papa
podría conseguirlo. Y podría poner fin al celibato sacerdotal. Podría elaborar una política
antiabortista menos extrema. Podría reconocer a los homosexuales.
- ¿Reconocerlos cómo? ¿Son diferentes?
- No, lo que quiero decir es que mi Iglesia considera que las relaciones entre personas del
mismo sexo son pecado. Pero el nuevo Papa podría ser más flexible en eso, y en todo lo
demás.
- ¿Cuáles son tus propias creencias en esos asuntos?
- ¿Yo? Estoy a favor de la libertad de elección... es decir, estoy a favor de dejar que la mujer
decida si lleva o no a término un embarazo. No tengo nada contra la homosexualidad. No creo
que haya que obligar a los curas al celibato. Y desde luego no creo que los matrimonios tengan
que ser tan difíciles de disolver. Eso es lo que más me interesa ahora mismo: Colm y yo
acordamos conseguir una anulación... básicamente, declarar ante la Iglesia y Dios que nuestro
matrimonio nunca existió, para que pueda ser borrado de los registros. Ahora, sin embargo...
Hizo una pausa, luego continuó.
- Ahora, supongo que deberíamos esperar un poco para ver qué va a hacer el nuevo Papa. Si
permite a los católicos divorciarse sin abandonar la Iglesia, yo sería mucho más feliz.
Otro neanderthal se inclinó hacía ellos justo entonces.
- Estamos a punto de aterrizar en Kraldak, señor. Tendrá que abrocharle el cinturón a su hija.

Ponter llamó a un cubo de viaje para que los llevara al lugar que Hak había identificado. El
conductor no parecía gustarle la misión (la cabaña estaba mucho mas allá del Borde de
Kraldak), pero Ponter acabó por convencerlo. El cubo sobrevoló macizos rocosos, bosquecillos
y dejó atrás varias lagunas hasta que por fin llegó al sitio que Hak había localizado.
Bajaron y se acercaron a la estructura. Era una especie de cabaña de troncos, pero los troncos
estaban colocados verticalmente, no en horizontal. Ponter llamó a la puerta, pero no hubo
respuesta. Accionó el pomo en forma de estrella de mar, abrió la puerta y...
y la pequeña Mega gritó...
A Mary la sangre se le heló en las venas. Frente a ella, en la pared opuesta, iluminado por un
haz de luz que entraba por una ventana, había un gigantesco cráneo de...
No podía ser, pero...
Pero desde luego eso parecía: un cíclope. Un cráneo deforme, con una enorme cuenca ocular
central.
Ponter había tomado en brazos a su hija y la estaba consolando.
- Sólo es el cráneo de un mamut -dijo. Mary advirtió que tenía razón. Le habían quitado los
colmillos y el agujero central correspondía en vida a la trompa.
Ponter llamó a Vissan por su nombre, pero la cabaña no era más que una gran sala, con una
mesa central, tenía sola silla, alfombras de piel en el suelo, una chimenea y un puñado de

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troncos, un montón de ropa en un rincón; era imposible que nadie se escondiera allí dentro.
Mary se dio la vuelta, mirando de nuevo el paisaje agreste, esperando divisar a Vissan, pero
podía estar en cualquier parte...
- ¡Sabio Boddit!
Era el conductor del cubo de viaje. Ponter regresó a la puerta.
- ¿Sí? -gritó.
- ¿Cuánto tiempo estaremos aquí?
- No lo sé. Un diadécimo o más, creo.
El conductor se lo pensó.
- Bueno, entonces voy a cazar -declaró-. Han pasado meses desde la última vez que salí al
campo.
- Que se divierta -dijo Ponter, despidiendo al hombre. Volvió a entrar en la cabaña y se acercó
a la ropa del rincón. Se llevó a la cara una camisa, inhalando profundamente. Hizo lo mismo
con otras prendas y luego miró a Mary.
- Muy bien. Tengo su olor. Ponter se subió a Mega a los hombros y salió. Mary los siguió,
cerrando la puerta. Ponter dilató las aletas de la nariz husmeando, y dio prácticamente la
vuelta a la cabaña antes de detenerse.
- Por ahí -dijo, señalando al Este.
- Magnífico -contestó Mary-. Vamos.
Las niñas pequeñas neanderthales lo sabían todo de la recolección, pero rara vez veían a un
cazador en acción, y Mega parecía encantada con la aventura. Incluso con ella encaramada en
sus hombros, Ponter consiguió mantener un buen ritmo mientras atravesaba el bosque y los
macizos rocosos. Mary se esforzó por no quedarse atrás. En un momento determinado,
asustaron a unos ciervos, que echaron a correr; en otro, su llegada hizo que una bandada de
palomos alzara el vuelo.
Mary no era muy buena calculando distancias en el bosque, pero debían de haber recorrido
seis o siete kilómetros ya cuando Ponter finalmente señaló a una figura en la distancia,
agachada junto a un arroyo.
- Allí está -dijo en voz baja-. Tiene el viento en contra, así que estoy seguro de que no sabe
todavía que estamos aquí.
- Muy bien -contestó Mary-. Acerquémonos.
Ponter le advirtió a Mega que estuviera callada, y se acercaron hasta unos cuarenta metros de
la hembra neanderthal. Pero entonces Mary pisó una rama, que crujió con fuerza, y la mujer
alzó la cabeza, sobresaltada. La situación permaneció detenida durante un segundo, con
Ponter, Mary y Mega mirando a la mujer, y la mujer mirándolos a ellos. Entonces la
neanderthal se dio media vuelta y echó a correr.
- ¡Espere! -gritó Mary-. ¡No se vaya!
Mary no esperaba que sus palabras sirvieran de nada, pero la hembra se detuvo en seco y se
dio media vuelta. Y entonces Mary se dio cuenta: había gritado en Inglés, y aunque Christine
había traducido diligentemente sus palabras un momento después, la mujer probablemente
nunca había oído una voz tan aguda ni aquel extraño lenguaje hasta entonces. Alguien que
hubiera estado viviendo sola, sin Acompañante ni mirador; desde principios del verano,
probablemente no tenía ni idea de que habían abierto un portal que comunicaba con un
universo paralelo.
Ponter, Mega y Mary se acercaron a unos veinte metros de la mujer, que tenía una expresión
de absoluto asombro marcada en el rostro.
- ¿Qué... qué eres? -dijo en la lengua neandertbal.
- Soy Mary Vaughan. ¡Por favor, no huya! ¿Es usted Vissan Lennet?
La neanderthal se quedó boquiabierta... y Mary advirtió que había dicho palabras con «i»
larga, nunca oída por ella antes.
- Sí -dijo a Vaughan en la lengua neanderthal-. Soy Vissan... pero por favor no me hagan
daño.
Mary miró a Ponter, sorprendida, pero se dirigió de nuevo a la mujer.
- ¡Claro que no le haremos daño! -Se volvió hacia Ponter-. ¿Por qué nos tiene miedo?

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- No lleva Acompañante -dijo Ponter en voz baja-. No se está haciendo ningún registro de este
encuentro por su parte, y no tiene ningún estatus bajo nuestra ley: nunca podría pedir una
revisión de nuestras grabaciones en los archivos de coartadas.
- ¡No tenga miedo! -gritó Mega con buena voluntad-. ¡Somos simpáticos!
Ponter, Mary y Mega habían conseguido acercarse a Vissan otros cinco metros sin que echara a
correr.
- ¿Qué es usted? -repitió Vissan.
- ¡Es una gliksin! -dijo Mega-. ¿No lo ve?
Vissan miró a Mary.
- No, de verdad. ¿Qué es?
- Mega tiene razón. Soy lo que ustedes llaman una gliksin.
- ¡Asombroso! -dijo Vissan-. Pero... pero es usted una adulta. Si alguien hubiera recuperado
material genérico gliksin hace muchos diezmeses, yo lo sabría.
Mary tardó un momento en comprender lo que quería decir Vissan: pensaba que Mary era un
clan, hecho a partir de ADN antiguo.- No, no es eso. Yo soy...
- Déjame a mí -dijo Ponter-. Vissan, ¿sabe quién soy?
Vissan entornó los ojos, luego negó con la cabeza.
- No.
- Es mi papá -dijo Mega-. Se llama Ponter Boddit. Es un 145... ¡Yo soy una 148!
- ¿Conoce a una química llamada Lurt Fradlo? -preguntó Ponter, mirando a Vissan.
- ¿Fradlo? ¿De Saldak? Conozco su trabajo.
- Es la mujercompañera de Adikor -dijo Mega-. Y Adikor es el hombrecompañero de mi papá.
Ponter colocó una mano sobre el hombro de Mega.
- Eso es. Adikor y yo somos físicos cuánticos. Juntos, accedimos a una realidad alternativa
donde los gliksins sobrevivieron hasta la actualidad y los barasts no.
- Me está frotando el pelo de la espalda -dijo Vissan.
- ¡No, qué va! -dijo Mega-. ¡Es verdad! Papá desapareció en otro mundo, allá en la mina de
níquel de Debral. Nadie sabía lo que le había pasado. Daklar pensó que Adikor le había hecho
algo malo a papá, pero Adikor es un buen tipo: ¡nunca haría nada por el estilo! Jasmel (ésa es
mi hermana) trabajó con Adikor para traer de vuelta a mi papá. Pero luego hicieron un portal
que está siempre abierto, y Mare vino desde el otro lado.
- No -dijo Vissan, bajando la cabeza-. Ella tiene que ser de este mundo. Tiene un
Acompañante.
Mary bajó también la cabeza: una parte de la placa de Christine asomaba bajo la manga de su
chaqueta. Se quitó la chaqueta, se subió la manga, y extendió el brazo.
- Pero el Acompañante me ha sido implantado hace muy poco -dijo-. La herida está
cicatrizando todavía.
Vissan dio su primer paso hacia Mary. Luego otro, y otro más.
- Así es -dijo por fin.
- Lo que estamos diciendo es verdad -intervino Ponter. Señaló a Mary-. Puede ver que es
verdad.
Vissan se colocó las manos en sus anchas caderas y estudió el rostro de Mary, con su diminuta
nariz, su alta frente y la proyección ósea de su mandíbula inferior. Entonces, con voz llena de
asombro, dijo:
- Sí, supongo que puede.

21

Los científicos nos dicen que nuestra especie de humanidad subió hasta el Norte de África,
contempló el estrecho de Gibraltar y vio otra tierra allí... y, por supuesto, como resulta natural
en nosotros, nos arriesgamos a cruzar ese traicionero canal y pasamos a Europa...

Vissan era una 144, más de una década mayor que Mary. Tenía ojos verdes y su pelo era
predominantemente gris, con sólo unas cuantas vetas rubias que revelaban su color original.

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Llevaba harapos remendados aquí y allá con trozos de piel y una bolsa de cuero, donde al
parecer guardaba el botín recolectado esa mañana.
Los cuatro regresaron caminando a la cabaña.
- Muy bien -dijo Vissan, mirando a Mary-. Acepto la historia de su identidad. Pero sigo sin
saber por qué me buscan.
Habían llegado a un pequeño arroyo. Ponter tomó en brazos a Mega y la hizo pasar primero, y
luego le ofreció la mano a Mary para cruzar. Vissan lo vadeó sola.
- Yo también soy química de la vida -dijo Mary-. Estamos interesados en el escritor de
codones.
- Está prohibido -respondió Vissan, encogiéndose de hombros-. Prohibido por un puñado de
bobos estrechos de miras.
Ponter hizo un gesto para que guardaran silencio. Ante ellos habían más ciervos. Mary
contempló a las hermosas criaturas.
- Vissan -susurró Ponter, aunque Christine dio la traducción a mayor volumen, ya que solo
Mary podía oirla. ¿Tiene suficiente comida? Con mucho gusto abatiré a uno de esos ciervos
para usted.
Vissan se echó a reír y habló con voz normal.
- Es usted muy amable, Ponter, pero me las apaño bien. Ponter agachó la cabeza y
continuaron caminando, hasta que los ciervos se dispersaron por propia voluntad. Más arriba,
divisaron la cabaña.
- Mi interés en el escritor de codones no es sólo académico -dijo Mary-. Ponter y yo queremos
tener una hija.
- ¡Voy a tener una hermanita! -exclamó Mega-. Ya tengo una hermana mayor. No mucha
gente tiene una hermana mayor y una hermana menor, así que soy especial.
- Así es, querida -dijo Mary-. Eres muy especial. -Se volvió hacia Vissan.
- ¿Qué hay de su mujercompañera barast? -preguntó Vissan, mirando ahora a Ponter.
- Ya no existe.
- Ah. Lo siento.
Habían llegado a la cabaña. Vissan abrió la puerta y les indicó que entraran. Se quitó su abrigo
de piel...
Y Mary vio la horrible cicatriz en la parte interior de su antebrazo izquierdo, donde se había
arrancado el Acompañante.
Ponter se sentó a la mesa con Mega, atendiéndola. Mega había recogido una piña y dos bonitas
piedras por el camino y quería que su padre las viera.
Mary miró a Vissan.
- ¿Todavía existe su prototipo?
- ¿Para qué lo necesita? -preguntó Vissan-. ¿Ha sido alguno de ustedes esterilizado por el
Gobierno?
- No. No es nada de eso.
- Entonces, ¿para qué necesitan mi aparato?
Mary miró a Ponter, que estaba escuchando atentamente a Mega, quien ahora le estaba
contando las cosas que había aprendido en la escuela.
- Los barasts y los gliksins, además de los chimpancés, bonobos gorilas y orangutanes, tienen
todos un antepasado común -dijo Mary-. Al parecer, ese antepasado tenía veinticuatro pares
de cromosomas, igual que todos sus descendientes, excepto los gliksins. En los gliksins, dos
cromosomas se han fundido en uno, lo que significa que nosotros sólo tenemos veintitrés
pares. El genoma tiene la misma longitud, pero el distinto número de cromosomas dificultaría
una concepción natural.
- ¡Fascinante! -exclamó Vissan-. Sí, el escritor de codones podría producir fácilmente un
diploide a juego que combinara el ácido desoxirribonucleico de Ponter y el suyo propio.
- Eso esperamos. Y por eso nos interesa saber si el prototipo existe todavía.
- Oh, existe, claro -dijo Vissan-. Pero no puedo entregárselo... es un artilugio prohibido. Por
mucho que odie ese hecho, es la realidad. Los castigarían por poseerlo.
- Está prohibido aquí -dijo Mary.

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- No sólo en la vecindad de Kraldak. Está prohibido en todo el mundo.
- En todo este mundo -insistió Mary-. Pero no en mi mundo. Podría llevado allí; Ponter y yo
podríamos concebir allí.
Los ojos de Vissan se ensancharon bajo su ceja ondulante. Permaneció en silencio unos
instantes, y Mary supo que era mejor no interrumpir sus pensamientos.
- Supongo que podría, sí -dijo Vissan por fin-. ¿Por qué no? Es mejor que alguien se beneficie
de ello. -Una pausa-. Necesitará ayuda médica para extraer un óvulo de su cuerpo. Su
haploide natural sería extraído y un médico añadiría un diploide completo de cromosomas
creados usando el escritor de codones. El óvulo sería entonces implantado en su vientre. A
partir de ese momento, sería exactamente igual que un embarazo normal. -Sonrió-. Antojos de
patatas con sal, vómitos matutinos y todo eso.
Mary se había sentido entusiasmada cuando todo era abstracto, una solución mágica. Pero
ahora...
- Yo... no me había dado cuenta de que eliminaría mi ADN natural. Creía que tan sólo
reestructuraríamos el ADN de Ponter para que fuera compatible con el mío.
Vissan alzó la ceja.
- Dijo usted que era química de la vida, Mare. Sabe que no hay nada de particular en el ácido
desoxirribonucleico producido por su cuerpo, o por una máquina. De hecho, sería imposible
distinguir una cadena natural de otra artificial. No hay ninguna diferencia química entre ellas.
Mary frunció el ceño. Había reprendido muchas veces a su hermana por pagar un suplemento
por vitaminas «naturales» que eran químicamente indistinguibles de las producidas en
laboratorio. Pero...
- Pero uno de ellos procede de mi cuerpo y otro de una máquina.
- Sí, pero...
- No, no, tiene usted razón -dijo Mary-. Llevo años diciéndole a mis alumnos que el ADN no es
nada más que información codificada. -Le sonrió a Ponter y a Mega-. Mientras sea nuestra
información codificada, seguirá siendo nuestro bebé.
Ponter alzó la cabeza y asintió.
- Naturalmente, habrá que secuenciar nuestro material genético personal.
- Eso es fácil -dijo Vissan-. De hecho, el escritor de codones puede hacerlo también.
- ¡Maravilloso! -dijo Mary-. ¿Está aquí el prototipo?
- No. No, lo escondí. Lo enterré, pero envuelto en plástico y metal para protegerlo. No está
lejos. Puedo recuperarlo fácilmente.
- Significaría mucho para nosotros -dijo Mary. Luego se le ocurrió algo-. ¿Le gustaría venir
conmigo? ¿A mi mundo? Puedo garantizarle que allí no prohibiremos su aparato, ni le
impediremos que siga investigando en ese campo.
- ¡Qué idea tan sorprendente! ¿Cómo es su mundo?
- Bueno, es diferente. Para empezar, tenemos una población mayor.
- ¿Cómo de mayor?
- Seis mil millones.
- ¡Seis mil millones! Me parece que entonces difícilmente les hace falta ningún aparato para
ayudar a concebir...
Mary asintió, dándole la razón.
- Y varones y hembras viven juntos todo el tiempo.
- ¡Qué locura! ¿No se ponen nerviosos los unos a los otros?
- Bueno... sí, a veces sí, pero... Como decía, es un lugar diferente. Y tenemos muchas cosas
maravillosas. Tenemos una estación espacial... un hábitat permanente orbitando nuestro
planeta. Tenemos edificios que se alzan hasta el cielo... -«Aunque no tantos como solíamos
tener» pensó Mary-. Y tenemos una cocina mucho más variada.
- Ponter, ¿ha estado usted allí?
- ¡Mi papá ha estado allí ya tres veces! -dijo Mega.
- ¿Me gustaría? -preguntó Vissan.
- Eso depende -contestó Ponter-. ¿Le gusta vivir aquí, en el bosque?
- Mucho. Me he acostumbrado.

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- ¿Le molestan los olores?
- ¿Los olores?
- Sí. Para conseguir energía, ellos queman petróleo y carbón, así que sus ciudades apestan.
- Eso no me atrae mucho. Creo que me quedaré aquí.
- Lo que usted prefiera -dijo Mary-. Pero ¿podría enseñarnos a manejar el escritor de codones?
Vissan miró a Ponter.
- ¿Qué le parece esto? Yo me he apartado voluntariamente de las trampas de la civilización, y
por eso los Grises no tienen ninguna autoridad sobre mí. Pero usted...
Ponter miró a Mary y luego a Vissan.
- He desafiado antes a los Grandes Grises. Decidí desobedecer su orden de regresar a este
universo para que el portal pudiera cerrarse. De hecho, todavía estaría en el universo de Mary
si una embajadora no hubiera convencido a otros para que cruzaran. Y...
- ¿Sí?
- Y, bueno, a veces se esteriliza a gente injustamente, así que...
Ponter guardó silencio y Mary habló entonces.
- Se refiere a su hombrecompañero, Adikor. La primera vez que Ponter desapareció en mi
mundo, pensaron que Adikor lo había asesinado y se había deshecho del cadáver. Iban a
esterilizarlo. -Se volvió hacia Ponter-. ¿ No es así, Ponter?
- ¿Qué? -dijo Ponter; en un tono extraño-. Oh, sí. Sí, a eso me refería, por supuesto...
- Bueno, si se sienten contentos con tener el escritor de codones -dijo Vissan-, yo se lo dejaré
con mucho gusto. -Indicó la puerta-. Iré a recogerlo. No le digan nunca a nadie, al menos en
este mundo, que lo tienen.

22

Del mismo modo, algunos de nuestros primos barasts, nativos de Europa, llegaron al Sur, a
Gibraltar, con su famosa roca, ese maravilloso símbolo de permanencia y estabilidad. Y desde
su punto de observación, los neanderthales vieron las tierras desconocidas de África...

- Jock, ¿puedo hablar contigo un momento?


Jock Krieger alzó la cabeza. Era, tal vez, un poco paranoico en lo referente a demostrar su
aprecio por lo hermosa que era Louise. Sabía que era por una causa generacional (era treinta
años mayor que Louise, al fin y al cabo), pero había visto a algunos de sus colegas de RAND
meterse en líos por hacer comentarios supuestamente sexistas.
- Ah, doctora Benoit -dijo, poniéndose en pie, pues había modales que le habían inculcado sus
padres y no podía reprimir-. ¿En qué puedo ayudarte?
- ¿Recuerdas que hablamos de qué efecto sobre la conciencia podría tener un colapso del
campo magnético planetario?
- ¿Cómo iba a olvidarlo? -dijo Jock-. Dijiste que la conciencia humana había sido impulsada
durante un colapso magnético.
- Eso es. Hace cuarenta mil años, cuando se produjo el Gran Salto Adelante. El campo
magnético de la Tierra sufrió un colapso, como el que está comenzando ahora. En nuestro
universo, el campo acabó con la misma orientación que había antes del colapso... cosa que
sucede en la mitad de las veces, sin dejar rastro. Pero en el otro universo, la orientación fue al
revés, y por eso quedó registrada en los anales geológicos. Como decía, no puede ser una
coincidencia que la conciencia homínida apareciera durante un colapso de campo y...
- Y dijiste que esta vez podría tener nuevamente efectos sobre nuestra conciencia, e incluso
causar un caos.
- Exactamente. Pero la primera vez que sugerí eso, fue sólo por la coincidencia de que el Gran
Salto Adelante tuviera lugar durante un momento en que el campo magnético de la Tierra se
colapsaba. Obviamente, había una relación entre campos magnéticos y conciencia. Pero desde
entonces he estado tratando de encontrar qué investigaciones se han llevado a cabo sobre la
naturaleza electromagnética de la conciencia... y, sinceramente, Jock, estoy aún más
preocupada que antes.

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- ¿Por qué? Los neanderthales han experimentado un colapso desde entonces, el que empezó
hace un cuarto de siglo en su mundo, y no les ha causado ningún problema.
A Jock le había sorprendido, cuando leyó los estudios de Cae y Prévot que, de hecho, la
geología terrestre probara que los colapsos de campo tenían lugar en cuestión de semanas, no
de siglos.
- Si ellos salieron bien de su colapso, ¿por qué no íbamos a hacerla nosotros?
- Por mucho que me gusten los barasts -al parecer ya no era políticamente correcto llamar
neanderthales a los neanderthales-, son una especie diferente, con un cerebro de constitución
diferente -dijo Louise-. Basta con mirar sus cráneos para verlo. El que ellos salieran con bien
no implica que a nosotros nos vaya a pasar lo mismo.
- ¡Oh, vamos, Louise!
- No, en serio. He estado buscando en la red información sobre la relación entre los campos
electromagnéticos y la conciencia, y me he topado con algo llamado teoría CEMI.
- ¿Una semiteoría? -repitió Jock. El nombre perfecto para una idea a medio desarrollar...
- CEMI, con C -dijo Louise-. La sigla de Información Electro Magnética Consciente. Un par de
investigadores la desarrollaron, cada uno por su cuenta, Johnjoc Mc Fadden, de la Universidad
de Surrey, y Susan Pockett, de Nueva Zelanda.
Se asomó a la ventana, al parecer para ordenar las ideas. Luego continuó.
- Mira, hemos identificado todo tipo de zonas específicas en el cerebro humano: dónde se
elaboran las imágenes visuales, dónde las operaciones matemáticas, incluso (estoy segura de
que lo has leído en la prensa), dónde se originan las experiencias místicas. Pero nunca hemos
localizado el emplazamiento físico de la conciencia en el cerebro. Bueno, pues Mc Fadden y
Pockett creen haberlo hallado, no en el cerebro, sino rodeándolo y permeándolo: un campo
electromagnético. Ese campo permitiría a neuronas muy distantes en el cerebro
interconectarse uniendo los pequeños bits de información en un todo integrado, una imagen
coherente de la realidad.
- ¿Comunicación sin hilos en el cerebro? -dijo Jock, intrigado a su pesar.
- Exactamente. En 1993, Karl Popper propuso que la conciencia era la manifestación de un
campo de fuerza en el cerebro, pero pensaba que debía ser algún tipo desconocido de campo
de fuerza, ya que daba por hecho que lo habríamos descubierto si consistiera de energía con la
que estábamos ya familiarizados. Pero Mc Fadden y Pockett dicen que el campo es,
simplemente, electromagnético.
- ¿Y lo han detectado?
- Oh, desde luego hay actividad electromagnética en el cerebro y alrededor del cerebro: eso es
lo que miden los EEG, en definitiva. Pero recuerda, nuestros amigos barasts han unificado el
electromagnetismo y la fuerza nuclear... En otras palabras: hay mucho más en los campos
electromagnéticos, incluidos el de la Tierra y los de nuestro cerebro, de lo que hemos supuesto
hasta ahora.
- Pero, ¿han demostrado esos investigadores que mencionas que esos campos están, en
efecto, ligados a la conciencia? -preguntó Jock.
Louise se apartó el pelo de los ojos.
- No, todavía no. Y admito que hay mucha oposición a esa idea en algunos círculos. El bueno
de René Descartes creía en el dualismo (la idea de que el cuerpo y la mente son cosas
separadas), pero eso hace tiempo que pasó de moda y, bueno, algunos ven la CEMI como un
regreso indeseado a esa idea. Pero la teoría CEMI tiene sentido desde el punto de vista de
procesamiento de información. Esencialmente, Mc Fadden y Pockett están diciendo que
conciencia e información son el mismo fenómeno contemplado en marcos referenciales
distintos y...
- ¿Y qué?
- Bueno, si la conciencia es un fenómeno electromagnético, entonces no sorprende que su
primera aparición fuera durante un colapso del campo electromagnético. Ahora bien, sabemos
por la reciente experiencia barast que ese colapso no causará por sí mismo problemas en lo
referente a la conciencia... pero recuerda que yo soy física solar. Puede que esté especializada
en los neutrinos, pero me interesa toda la gama de radiaciones solares, y después del colapso

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nuestros cerebros y sus delicados campos electromagnéticos serán golpeados durante años o
décadas por una radiación solar desacostumbrada. Cuanto más lo estudio, más convencida
estoy de que puede ocurrir un caos de conciencia o algo por el estilo.
- Pero eso es una locura -dijo Jock-. La conciencia no puede ser electromagnética. Me hicieron
una resonancia el año pasado, y te aseguro, jovencita, que estuve plenamente consciente todo
el rato.
- Ésa es la objeción más común a esta teoría -asintió Louise-. Mc Fadden la abordó
directamente en su ensayo más reciente, en el Journal For Consciousness Studies. Sostiene
que el fluido interno de los ventrículos del cerebro crea una Jaula de Faraday que aisla el
cerebro de la mayoría de los campos eléctricos. Y, en cuanto a las resonancias magnéticas,
señala que son campos eléctricos estáticos, que cambian sólo la dirección de las cargas en
movimiento y por eso no tienen ningún efecto fisiológico. El campo magnético de la Tierra
también es estático y bastante uniforme... o al menos lo era hasta que comenzó el colapso.
Pero los campos electromagnéticos, externos y cambiantes sí que inducen corrientes eléctricas
en el cerebro e influyen en la actividad cerebral; de hecho, son guías estrictas para la
estimulación magnética transcraneal repetitiva que hay que seguir para no inducir ataques en
las personas normales.
- Pero... pero si la conciencia es electromagnética, ¿por qué no podemos detectarla?
- Lo cierto es que sí que podemos. Susan Pockett se refiere a muchas investigaciones según
las cuales el campo electromagnético del cerebro cambia de modo repetible cuando
experimenta específicos: se pueden medir los cambios en el campo electromagnético del
cerebro cuando se ve algo rojo en contraste con algo azul, o al oír una nota media en vez de
una aguda, etcétera. Es muy buena a la hora de rechazar las objeciones a esta teoría. Por
ejemplo, si se secciona el cuerpo calloso que conecta los hemisferios izquierdo y derecho
cabría esperar que cesara toda comunicación entre las dos mitades del cerebro. Y, sin
embargo, excepto en situaciones muy extremas, los pacientes con el cerebro dividido se
desenvuelven bastante bien: a pesar de que no hay ninguna conexión física entre sus dos
hemisferios, su conciencia sigue integrada, precisamente, dice Pockelt, porque la conciencia se
manifiesta en el campo electromagnético que contiene todo el cerebro, no a través de las
reacciones neuroquímicas.
- Entonces estás diciendo... ¿qué? ¿Que las dos mitades del cerebro se comunican
telepáticamente? ¡Venga ya!
- Se comunican, incluso en ausencia de conexión entre sí -dijo Louise-. Es un hecho.
- Entonces, ¿por qué no capto tus pensamientos cuando estoy cerca de ti?
- Bueno, en primer lugar no olvides que el cerebro está enclaustrado en una Jaula de Faraday
que lo protege. Además, Pockett cree que las principales oscilaciones asociadas a la conciencia
están entre uno y cien hertzios, la mayor parte alrededor de los cuarenta hertzios. Eso significa
que tienen una longitud de onda de unos ocho mil kilómetros, y la antena ideal para captar
una señal electromagnética es de otra longitud de onda. Sin un receptor gigantesco o equipo
muy sensible nunca captarías nada de mi conciencia sólo por estar cerca de mí. Uno de los
grandes enigmas de la conciencia es el llamado problema unificador. Mira ese libro de allí.
Señaló un volumen que había sobre el escritorio de Jock, un viejo estudio de RAND sobre la
guerra nuclear.
- Una parte del cerebro reconoce que es verde. Otra parte distingue el contorno del objeto
destacándolo del fondo. Una tercera rescata la palabra «libro» para describirlo. Sabemos que
es así como funciona el cerebro: un puñado de funciones compartimentadas. ¿Pero cómo se
unen todas esas partes, produciendo el pensamiento de que estamos mirando una cosa verde
llamada libro? CEMI dice que el campo electromagnético es el responsable de esa unión.
- Todo esto son especulaciones -dijo Jock.
- Todo esto es muy vanguardista, pero es una teoría científica buena y sólida que hace
predicciones verificables. Te digo, Jock, que no había pensado mucho sobre lo que constituye
exactamente la conciencia hasta que comenzó todo este asunto de los mundos alternativos,
pero es un campo de investigación fascinante.

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- ¿y te preocupa que nuestra conciencia pueda resultar dañada cuando el campo magnético de
la Tierra se colapse?
- No digo que vaya a suceder nada... Al fin y al cabo, tienes razón cuando dices que los
neanderthales sufrieron su propio colapso hace poco tiempo y no les sucedió nada. Pero,
bueno, sí, me preocupa. Y creo que a ti también debería preocuparte.

23

Pero los neanderthales no cruzaron el estrecho de Gibraltar. Allí, en Gibraltar, vimos la


diferencia entre nosotros y ellos. Pues, cuando nosotros vimos un nuevo mundo, a corta
distancia, lo tomamos...
- Esto -dijo Vissan, colocando un aparato verde claro sobre la mesa de su cabaña- es el
prototipo del escritor de codones.
Mary miró la máquina. Tenía el tamaño y la forma de tres hogazas de pan, colocadas una junto
a otra... aunque ningún neanderthal hubiese podido hacer tal comparación.
- Puede sintetizar cualquier cadena de ácido desoxirribonucleico, o ácido ribonucleico, si lo
prefieren, además de las proteínas adicionales necesarias para fabricar cromosomas u otras
estructuras.
Mary sacudió la cabeza, asombrada.
- Es una fábrica de vida. -Miró a Vissan-. En mi mundo, usted habría ganado el premio Nobel
por esto... nuestro máximo honor al trabajo científico.
- Pero aquí está prohibido. -La voz de Vissan denotaba amargura-. Mis intenciones eran
benignas.
Mary frunció el ceño.
- ¿Cuáles eran sus intenciones?
Vissan guardó silencio un momento.
- Tengo un hermano menor que vive en una institución. -Miró a Mary-. Hemos eliminado la
mayoría de los desórdenes genéticos hereditarios, pero todavia hay cosas que pueden salir
mal, cosas que son genéticas pero no heredadas. Mi hermano tiene... no sé cómo lo llaman
ustedes. Tiene un cromosoma veintidós de más.
- El cromosoma veintiuno, quiere decir. Ah no, claro que no. Aquí sería el número veintidós.
Nosotros lo llamamos síndrome de Dawn.
- ¿Son los síntomas los mismos en los gliksins? -preguntó Vissan-. ¿Debilidad física y mental?
Mary asintió. Pero el síndrome de Down también causaba anormalidades faciales en los
gliksins: una lengua protuberante, la mandíbula floja y pliegues epicánticos, incluso en los
occidentales. Mary se preguntó cómo sería un barast con síndrome de Down.
- Mi madre fue miembro de la generación 140. Debería haber tenido su primer hijo a los veinte
años, pero entonces no pudo concebirlo... ni cuando tuvo treinta. Me tuvo a mí a los cuarenta,
ya mi hermano Lanamar a los cincuenta.
- Los embarazos tardíos aumentan la probabilidad de que aparezca el síndrome de Down en mi
mundo también -dijo Mary.
- Porque la capacidad del cuerpo para producir conjuntos perfectos de cromosomas disminuye.
Yo quise superar eso... y lo hice. Mi escritor de codones podría haber eliminado todos los
errores de copia, todas las...
- ¿Todas las qué?
- Lo siento -dijo Christine-. No sé cómo traducir la palabra que ha empleado Vissan. Se refiere
a cuando hay tres cromosomas donde sólo debería haber un par.
- Trisomía -informó Mary.
- Si mis padres hubieran tenido acceso a esa tecnología -continuó Vissan-, y se les hubiera
permitido colocar un conjunto de diploides perfecto a pesar de su edad, Lanamar sería normal.
Y, naturalmente, hay un montón de condiciones similares que también podrían evitarse.
«Sí que las hay», pensó Mary. Uno de cada quinientos niños gliksins nacía con un problema
genérico: el síndrome de Klinefelter (dos o más cromosomas X y uno Y, o a menudo un
mosaico) el síndrome de la tripleX; el síndrome de Turner (un solo cromosoma X desparejado

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o con un segundo cromosoma sexual truncado) el síndrome XYY, que predisponía a los varones
a la violencia (Mary sospechaba que Cornelius Ruskin tenía un Y de más; desde luego tenía la
complexión y la personalidad). También se daban otras combinaciones, pero normalmente
terminaban en aborto.
- Pero eso no es todo -dijo Vissan-. Prevenir la trisomía y otros desórdenes similares fue sólo
el impulso inicial de mi trabajo. Cuando me zambullí en mi investigación, se me ocurrieron
otras posibilidades maravillosas.
- ¿Sí? -dijo Ponter.
- ¡Sí, naturalmente! Quería eliminar la aleatoriedad en la selección genética, dejando la
elección de características a los padres.
- ¿Y cómo?
Vissan lo miró.
- Usted heredó un puñado de características de su padre y otro puñado de características de su
madre: la mitad de su ácido desoxirribonucleico procede de cada uno de ellos; en total, esas
dos mitades componen sus cuarenta y ocho cromosomas. Pero cada espermatozoide que usted
produce contiene una combinación aleatoria de todas esas características. Su ADN, Ponter
Boddit, contiene tanto la contribución de su padre a su color de pelo como la de su madre, más
la contribución de su padre a su color de ojos y la de su madre, la contribución de su padre a
la forma de su frente y la de su madre, etcétera. Pero su esperma contiene sólo veinticuatro
cromosomas, sólo la mitad de su ácido desoxirribonucleico. Cualquier espermatozoide que
produzca contendrá o bien la contribución de su padre a una característica dada o la de su
madre, pero no la de ambos. Un espermatozoide podría contener la contribución de su madre
al color de ojos, la de su padre al color del pelo y la de su madre a la forma de su frente. Otro
podría tener exactamente la combinación opuesta. Un tercero podría contener sólo la
contribución de su madre a esas cosas. Un cuarto, sólo la de su padre. Y así sucesivamente, en
los miles de genes diferentes que posee. No habrá producido jamás dos espermatozoides que
tengan la misma combinación de secuencias. Lo mismo sucede en la producción de óvulos y de
nuevo, es una certeza que no habrá dos óvulos que contengan la misma combinación del
material genético de la madre de la mujer y el material genético del padre de ésta.
- De acuerdo -dijo Ponter.
- De hecho... Mega es su hija, ¿verdad?
- ¡Sí que lo soy! -dijo Mega.
Vissan se agachó para mirar a Mega a la cara.
- Tiene los ojos marrones, mientras que los suyos son dorados -dijo Vissan-. ¿Tiene otros
hijos?
- Una hija mayor, llamada Jasmel.
- ¿Y de qué color son los ojos de Jasmel?
- Igual que los míos.
- ¡Tiene una suerte! -dijo Mega, haciendo un puchero.
- Sí que la tiene -respondió Vissan, poniéndose en pie y acariciando la cabeza de la niña. Miró
a Ponter-. El marrón es dominante; el dorado es recesivo. Las posibilidades de que una hija
suya heredase su color de ojos por procedimientos naturales eran de una entre cuatro. Pero si
permitiera que el escritor de codones corrigiera su material genético, podría haber elegido que
sus dos hijas tuvieran los ojos dorados... o cualquier otra característica que estuviera en su
código genético o el de su mujercompañera.
- ¡Ooh! -dijo Mega-. ¡Ojalá tuviera los ojos dorados!
- ¿Comprende? -dijo Vissan-. Lo que sucede en una concepción natural es que una serie de
características seleccionadas, completamente al azar acaba combinándose.
Ponter asintió.
- ¿No lo ve? -dijo Vissan-. ¡Hacerlo así es una locura! Una apuesta de resultado incierto sobre
lo que va a acabar por obtenerse. Además no tienen por qué aplicarse a cosas tan
intrascendente como el color de ojos. Usted posee dos genes relacionados con flexibilidad de
su córnea: uno de su madre, otro de su padre. Digamos que el que recibe de su madre es un
gen bueno que le permite ver sin usar aparatos correctores hasta una edad bien avanzada;

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que recibe de su padre es un gen malo que le exigirá llevarlos desde la infancia. Pasará usted
uno y sólo uno de esos dos genes a sus de cendientes. ¿Cuál elegiría?
- El de mi madre, por supuesto. .
- ¡Exactamente! ¡Pero, con la concepción natural, no hay elección ninguna en absoluto! Es
pura suerte cuál heredarán sus ojos porque deja que la ineficaz naturaleza produzca su
esperma. Pero si secuenciáramos su ácido desoxirribonucleico, podríamos elegir la mejor de
cada pareja de características que usted mismo ha heredado, y entonces crearíamos un
conjunto de haploides que contuvieran solo las mejores tendencias. Tambien podríamos hacer
lo mismo con Mary: producir un haploide con sólo las características mejores de su repertorio,
y entonces podríamos combinarlos juntos para producir el mejor hijo que pudieran tener. El
hijo seguiría teniendo exactamente la mitad genética de su padre y la mitad de su madre, pero
tendría la mejor combinación posible de sus respectivos materiales genéticos.
- ¡Caramba! -dijo Mary, sacudiendo la cabeza-. No llegan a ser bebés de diseño, pero...
Vissan negó con la cabeza.
- No, aunque eso es también técnicamente posible con el escritor de codones: podríamos
introducir alelos que no están presentes en ninguno de los dos padres. Pero ésa no fue nunca
mi intención. La generación 149 será concebida dentro de poco... y yo quería que fuese la
mejor generación de todas, con todas las características positivas de la gente que la engendró
y ninguna de las negativas.
Volvió a negar con la cabeza y habló aún más bajo que de costumbre.
- Podría haber hecho tanto para mejorar nuestra especie como la purga del poso genético.
Pasado un instante, Vissan se sobrepuso a su amargura, al menos momentáneamente.
- Parece que nunca será así. Pero al menos ustedes dos van a beneficiarse de esa posibilidad.
Mary sentía el corazón a punto de estallarle. ¡Iba a ser madre!
Iba a suceder de verdad.
- Esto es fabuloso, Vissan. ¡Gracias! ¿Puede enseñarnos cómo funciona?
- Por supuesto. Espero que tenga todavía las pilas cargadas... Tocó un control y, un momento
más tarde, una pantalla cuadrada cobró vida en el centro de la unidad.
- Naturalmente, se puede conectar a un aparato mayor. Se meten las materias primas
adecuadas por esta abertura. -Señaló un agujero en la parte derecha de la unidad-. Y el
resultado sale por allí, suspendido en agua pura. -Indicó una espita en el extremo ¡zquierdo-.
Obviamente, habrá que conectarlo a un receptáculo estéril adecuado.
- ¿Y cómo se especifica lo que se desea? -preguntó Mary, mirando fascinada la máquina.
- Una manera es por medio de la voz -dijo Vissan. Tiró de un mando y se dirigió al aparato-.
Produce una cadena de ácido desoxirribonucleico de cien mil nucleótidos de largo, que conste
del codón adeninacitosinatimina una y otra vez. -Miró a Mary-. Ése es el código del
aminoácido...
- Trhreonina.
Vissan asintió.
- Exactamente.
Varias luces se encendieron en el aparato.
- Ah, ahí lo tienen... está diciendo que necesita que le suministren materias primas. -Señaló la
pantalla-. ¿ Ven? Están especificadas aquí. De todas formas, también se pueden emplear
varias teclas para introducir datos. -Señaló un interruptor-. Se selecciona el modo de ácido
desoxirribonucleico o ribonucleico aquí. Y luego se pueden introducir datos a cualquier nivel de
resolución, hasta los nucleótidos individuales. -Indicó un recuadro de cuatro botones.
Mary asintió. El interruptor debía estar en modo ADN, ya que los botones mostraban los
símbolos neanderthales de la adenina, la guanina, la timina y la citosina. Señaló otro conjunto
de botones, dispuestos en un grupo de ocho por ocho.
- Y éstos deben ser para especificar los codones, ¿no?
Los codones eran las palabras del lenguaje genético, y había sesenta y cuatro, cada uno con
tres nucleótidos. Cada codón especificaba uno de los veinte aminoácidos que se usaban para
crear proteínas. Como había más codones que aminoácido, los codones múltiples significaban
lo mismo: sinónimos genéticos.

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- Sí, así es -respondió Vissan-. Estos botones permiten elegir codones, Oh, si no le importa
qué codón se usa para especifica un aminoácido dado, se puede seleccionar el aminoácido por
su nombre aquí. Señaló un grupo de veinte botones, colocados en cuatro líneas de cinco-.
Naturalmente esos controles normalmente sólo se utilizan para corregir detalles: sería
increíblemente tedioso especificar a mano una secuencia larga de ácido desoxirribonucleico.
Normalmente, este aparato se conecta a un ordenador y simplemente descarga el diseño
genérico que se desea crear.
- Sorprendente -dijo Mary-. No se creería usted la de vueltas que damos para separar los
genes. -Miró a Vissan- Gracias.
- No hay de qué. Ahora, pongámonos a trabajar.
- ¿Ahora?
- Por supuesto. No produciremos el ADN real, pero iniciaremos el proceso. Primero, tomaremos
muestras de su ácido desoxirribonucleico y del de Ponter, y luego los secuenciaremos.
- ¿Puede hacerlo aquí?
- El escritor de codones puede. Le suministramos una muestras de ácido desoxirribonucleico y
dejamos que la analice. Debería tardar un diadécimo para cada espécimen.
- ¿Un diadécimo para secuenciar un genoma personal entero? -dijo Mary, asombrada.
- Sí -respondió Vissan-. Empecemos, y luego iré a traer algo de comer.
- Con mucho gusto la ayudaré en la caza -dijo Ponter. Sonrió y levantó una mano-. Aunque sé
que no lo necesita.
- Agradeceré la compañía -contestó Vissan-. Pero primero recojamos ese material genético de
cada uno de ustedes...

24

Si los peligros representados por el colapso del campo magnético de la Tierra nos han
enseñado algo, es que la humanidad es demasiado preciosa para tener un solo hogar... que
guardar todos nuestros huevos en una sola cesta es una locura...

Ponter llamó al conductor del cubo de viaje y le dijo que regresara a Kraldak, y que ya
solicitarían más tarde otro cubo para que los llevase a casa.
Mary y Mega se quedaron en la cabaña, mientras Vissan y Ponter salían de caza. Mega le
enseñó a Mary cómo funcionaba su juguete nuevo; Mary parafraseó parte de El Libro De La
Selva de Kipling para Mega, y la niña le enseñó a su vez una cancioncilla neanderthal. El
tiempo con Mega pasaba rápido... y Mary sabía que sería aún más maravilloso tener una hija
propia.
Finalmente, Vissan y Ponter regresaron con un faisán que habhían cazado para la cena y que
Vissan procedió a cocinar mientras Ponter preparaba una ensalada. Resultó que había paneles
solares en el techo de la cabaña de Vissan, y tenía una caja de vacío para almacenar comida,
un calentador eléctrico, algunas lámparas luciferinas y otras cosas; sus amigos le habían hecho
regalos de despedida cuando decidió dejar la estructurada sociedad neanderthal. En conjunto,
a Mary no le pareció una mala vida, siempre que tuviera lectura de sobra. Vissan le mostró su
bloque de datos, y cómo podía recargarlo con los colectores solares del techo de la cabaña.
- Tengo unos cuatro mil millones de palabras almacenadas en esto -dijo-. Mi acceso a las
nuevas obras ha quedado cortado, naturalmente... pero no importa. Las obras nuevas son
todas basura, de todas formas. ¡Pero los clásicos! -Vissan apretó el aparatito contra su pecho-.
¡Cómo adoro leer los clásicos!
Mary sonrió. Vissan hablaba igual que Colm cuando proclamaba las virtudes de Shakespeare y
sus contemporáneos; ella había tenido que mantener sus novelas románticas de Arlequín fuera
de la vista, para no empezar a discutir.
Tuvo que admitir que la comida estaba deliciosa o más bien, que estaba hambrienta después
de todo lo que había caminado.
Colocaron en el suelo el escritor de codones durante la comida, pero cuando terminaron de
comer Vissan volvió a ponerlo sobre la mesa. Mega se acurrucó en un rincón y se echó una

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siesta mientras los tres adultos se sentaban en torno a la mesa: Vissan en la única silla, Ponter
en el extremo de un tronco y Mary frente al ciclópeo cráneo de mamut, encima de la caja de
vacío.
- Muy bien -dijo Vissan, mirando la pantalla-. Está terminando la secuencia.
Mary miraba a Vissan más que a la pantalla cuadrada, ya que, salvo algunas cosas que había
ido pillando, no comprendía los símbolos que mostraba. Pero Vissan no era consciente de eso,
y señalaba la pantalla.
- Como puede ver, ha hecho una lista de los cincuenta mil genes activos que hay en su ácido
desoxirribonucleico, Mare, y de los cincuenta mil de Ponter.
- ¿Cincuenta mil? -dijo Mary-. Creía que sólo había treinta y cinco mil genes activos en el ADN
humano. Ése es nuestro último recuento.
Vissan frunció el ceño.
- Ah, bueno, pasan por alto el... no sé cómo lo llaman. Una especie de duplicación exónica.
Puedo mostrarle más tarde cómo funciona.
- Por favor -dijo Mary, fascinada.
- En cualquier caso, el aparato ha hecho ahora una lista de cincuenta mil alelos de los genes
que posee cada uno de ustedes. Eso significa que el escritor de codones podría continuar ya y
producir lo que necesitan: un par de gametos con mismo número de cromosomas, pero...
- ¿Sí?
- Bueno, ya le dije cuál fue la intención original de este aparato: dejar que los padres escojan
y decidan entre los alelos que podrían ofrecer un hijo.
- Por mí, me contentaría con probar nuestra suerte, al azar. Mary lo dijo sin reflexionar; se dio
cuenta luego de que eso se debía en parte a su natural repulsión católica a manipular la mate-
ria de la vida... a pesar de que cualquier uso de esa máquina era sin duda una manipulación
en toda regla...
Vissan frunció el ceño.
- Si ustedes fueran los dos barasts, aceptaría esa respuesta sin objeciones... pero, como usted
misma ha comentado, Mare, si ambos fueran barasts no necesitarían el escritor de codones
para que combinara al azar su material genético. -Negó con la cabeza-. Pero no son ustedes
dos barasts. -Contempló el antebrazo de Ponter-. Creía que no volvería a usar uno de éstos,
pero... ¡Acompañante de Ponter!
- Día sano -dijo una voz masculina desde el altavoz externo del aparato-. Mi nombre es Hak.
- Hak, entonces -contestó Vissan-. Sin duda se habrán hecho estudios de las diferencias entre
el ácido desoxirribonucleico barast y gliksin desde que se estableció el contacto con la gente de
Mare.
- Oh, sí. Ha sido un tema candente.
- ¿Están disponibles esos estudios en la red de información planetaria?
- Por supuesto.
- Bien -dijo Vissan-. Necesitaremos acceder a ellos sobre la marcha.
Alzó la cabeza y miró a Mary, y luego a Ponter, y después a Mary otra vez.
- Les aconsejo fehacientemente que no mezclen sin más sus ácidos desoxirribonucleicos.
Estamos hablando de combinar dos especies. Sí, cierto -indicó la pantalla del escritor de
codones-, está claro que los genomas de barasts y gliksins son casi idénticos, pero deberíamos
examinar dónde divergen y seleccionar las combinaciones con cuidado. -Señaló a Mary-. ¿Esas
narices diminutas son típicas de su especie?
Mary asintió.
- Bueno, ¿ven? Sería ridículo codificar una naricita gliksin y un gigantesco bulbo olfativo
barast. Habrá que elegir las características con cuidado para que se potencien entre sí, o al
menos para que no interfieran entre sí.
Mary asintió.
- Claro. Por supuesto. -Sentía mariposas bailándole en el estómago, pero trató de parecer
atrevida-. Bien, ¿qué hay en el menú?
- ¿Hak? -dijo Vissan.
- La divergencia genética...

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- ¡Espera! -dijo Vissan-. Todavía no te he formulado la pregunta.
Ponter sonrió.
- Hak es un Acompañante muy inteligente -explicó. ¿Conoce usted a Kobast Ganst?
- ¿El investigador de inteligencia artificial? He oído hablar de él.
- Bueno -contestó Ponter-, hace unos diezmeses mejoró mi Acompañante. No fue usted la
única que intentó mejorar la especie de los barasts, naturalmente. Kobast quiere que todo el
mundo de la generación 149 tenga el beneficio de contar con Acompañantes verdaderamente
inteligentes.
- Esperemos que no prohíban el trabajo de Ganst como hicieron con el mío... aunque si lo
hacen, me alegraré de tener un vecino. En todo caso, estaba a punto de pedirle a Hak que
resumiera lo que se sabe acerca de las diferencias entre el genoma gliksin y el barast.
- Y yo estaba a punto de decírselo -dijo Hak, ligeramente molesto-. Hay, como bien ha
observado, unos cincuenta mil genes activos en cualquier gliksin o barast. El 98,7% poseen
alelos existentes en ambas poblaciones; sólo 462 genes pertenecen a los barasts pero no a los
gliksins, o viceversa.
- Bien -dijo Vissan. Miró a Mary-. Puede dejar el resto al azar, si quiere, pero creo que
deberíamos examinar con atención esos 462 genes, y tomar decisiones sensatas acerca de
cada uno de ellos.
Mary miró a Ponter, para ver si ponía alguna objeción.
- Muy bien -dijo él.
- De acuerd... aunque, antes de empezar, hay dos cuestiones que debemos resolver. Con el
escritor de codones, haremos un conjunto diploide de cromosomas que combinarán el ácido
desoxirribonucleico de ambos. ¿Hacemos veintitrés pares de cromosomas o veinticuatro? Es
decir, en cuanto al número de cromosomas, ¿quieren que su hijo sea barast o gliksin?
- ¡Uf! -dijo Mary-. Buena pregunta. El trabajo que hacía en mi mundo trataba de decidir a qué
especie pertenecen las personas por motivos de inmigración. Parece probable que el recuento
de cromosomas sea adoptado como medida estándar.
- Su hijo puede ser híbrido en muchos aspectos. Pero, en esto, debe ser una cosa o la otra.
- Vaya... ¿Ponter?
- Tú eres la genetista, Mare. Sospecho que los asuntos del recuento de cromosomas están...
¿cómo decís vosotros?, «más cerca de tu corazón» que del mío.
- ¿No tienes ninguna preferencia?
- En el plano emocional, no. Pero sospecho que hay ventajas legales en que nuestro hijo sea
genéticamente barast.
- ¿Y eso?
- Nosotros tenemos un Gobierno mundial unificado... el Gran Consejo Gris. Vosotros tenéis 191
Estados miembros en vuestras Naciones Unidas, aparte de algunos otros que no lo son. Habría
problemas de inmigración en cada uno de ellos, ¿no?
Mary asintió.
- Parece más fácil convencer a un solo Gobierno mundial de que debe permitirse vivir y
trabajar en cualquier lugar del planeta a un ser con veintitrés pares de cromosomas que
convencer a montones de Estados de tu mundo de que hay que conceder los mismos derechos
a un ser con veinticuatro pares.
Mary miró a Vissan.
- No vamos a crear el ADN de nuestro hijo hoy mismo, ¿verdad?
- No, no, por supuesto que no. Eso se hará en su mundo, supongo, cuando esté preparada
para quedarse embarazada. Sólo me estoy asegurando de cuáles son los temas que tienen que
abordar.
- Así que no tenemos que decidir ahora mismo.
- Correcto.
- Bien, entonces, dejemos eso sobre la mesa.
Vissan miró la mesa que tenía delante.
- ¿Cómo?
- Quiero decir: apartémoslo por ahora. ¿Qué más?

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- Bueno, esto no tiene nada que ver con sus circunstancias especiales pero también hay que
decidido, ya que afecta a cómo el escritor de codones aborda el ácido desoxirribonucleico de
Ponter. ¿ Quieren un niño o una niña?
- Ya lo hemos discutido -dijo Mary-. Vamos a tener una hija.
Vissan tocó un control del escritor de codones.
- Una niña. Ahora, veamos qué más tenemos...
Miró la pantalla.
- La secuencia genética mostrada -dijo Hak- se refiere al pelo. Los barasts tienen una división
natural en la parte central del cuero cabelludo, justo sobre la sutura sagital. Los gliksins
tienden a tener divisiones naturales en los lados. Mare parece tener alelos sólo para las
divisiones laterales; los dos alelos del genoma personal de Ponter son, naturalmente, para
divisiones centrales. Podríais tomar uno de cada, y descubrir experimentalmente cuál es
dominante, o tomar los dos de Ponter y ninguno de Mare, o ambos de Mare y ninguno de
Ponter, y estar razonablemente seguros del resultado.
Mary miró a Ponter. A los neanderthales, en efecto, el pelo les caía hacia ambos lados desde el
centro, como a los chimpancés bonobos. Al principio le resultaba extraño, pero ya se había
acostumbrado.
- No sé.
- Aliado -dijo Ponter-. Si va a ser niña, debería parecerse a su madre.
- ¿Estás seguro?
- Claro.
- Aliado, entonces -dijo Mary-. Use mis dos alelos.
- Hecho -dijo Vissan, tocando más controles. Indicó la pantalla cuadrada-. ¿Ve cómo se hace?
Esos puntos de contacto en la pantalla seleccionan alelos.
Mary asintió.
- Muy sencillo...
- Gracias. Me esforcé para que fuera fácil de utilizar. Ahora reconozco el siguiente grupo de
alelos, al menos por parte de Ponter: son el color de los ojos. Mare, sus ojos son azules... algo
que nunca hemos visto aquí. Los de Ponter son de un tono marrón dorado que llamamos
delint; es poco corriente, y por eso los apreciamos más.
- Los ojos azules son recesivos en los gliksins -dijo Mary.
- Igual que los delint aquí. Así que podemos escoger sus dos alelos y hacer que su hija tenga
los ojos azules; o los dos de Ponter y que los tenga dorados; o incluir uno de cada a ver cuál
es el resultado sorpresa...
Continuaron de ese modo durante algún tiempo, interrumpiéndose solamente cuando, primero
Mary y luego Ponter, tuvieron que ir al cuarto de baño... o sea, a usar un orinal de madera.
- Y ahora -dijo Vissan-, llegamos a un interesante tema neurológico. Yo no tomaría un alelo de
Mare y otro de Ponter en este caso, pues no se sabe qué efecto tendrá su combinación. Creo
que sería mucho más seguro para la niña estar de un lado o del otro, en vez de intentar
mezclar las características. En un barast, se sabe que este gen gobierna el desarrollo de la
parte del lóbulo parietal del cerebro que está situada en el hemisferio izquierdo. Sin duda que
no querrán que haya daños cerebrales y...
- ¿Ha dicho el lóbulo parietal? -preguntó Mary, inclinándose hacia adelante. El corazón le latía
con fuerza.
- Sí -respondió Vissan-. Si no se forma adecuadamente, puede producirse afasia y haber
dificultades con la función motora y...
Mary se volvió hacia Ponter.- ¿Se lo has contado?
- ¿Cómo dices?
- Venga ya, Ponter. ¡Lo del lóbulo parietal en el lóbulo izquierdo!
Ponter frunció el ceño.
- ¿Sí?
- Según Veronica Shannon es responsable del pensamiento religioso en mi especie. La
experiencia extracorpórea; la sensación de ser uno con el universo. Todo eso está enraizado
ahí.

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- Oh -dijo Ponter-. Cierto.
- ¿Quieres decir que no sabías que esto iba a salir a colación?
- Sinceramente, Mare, no tenía ni idea.
Mary apartó la mirada.
- Has hablado de una «cura» para la religión, por el amor de Dios. Y ahora, qué casualidad,
tenemos una.
- Mare -intervino Vissan-, Ponter y yo no hemos hablado de esto.
- ¿No? Han cazado solos un buen rato...
- De verdad, Mare -insistió Vissan-. Desconozco la investigación que ha mencionado.
Mary inspiró profundamente y luego dejó escapar el aire muy despacio.
- Lo siento -dijo por fin-. Tendría que haberlo sabido. Ponter nunca me la habría dado con
queso.
El Acompañante de Ponter pitó, pero él no pidió ninguna explicación.
Mary extendió la mano izquierda.
- Ponter, eres mi hombrecompañero, aunque todavía no hayamos realizado la ceremonia de
unión. Sé que nunca me engañarías.
Ponter no dijo nada. Mary negó con la cabeza.
- No esperaba tener que abordar este tema. Quiero decir el color del pelo y de los ojos, ¿vale?
¿Pero atea o creyente? ¿ Quién habría pensado que eso sería una decisión genética?
Ponter apretó la mano de Mary.
- Este tema es mucho más importante para ti que para mí. Eso al menos lo comprendo.
Haremos lo que tú quieras.
Mary volvió a tomar aire. Podía discutirlo con el padre Caldicott, claro... pero un sacerdote
católico no aprobaría ningún paso de aquel proceso.
- No estoy ciega, ¿sabes? Sé lo pacífico que es este mundo vuestro, al menos la mayor parte
del tiempo. Y he visto lo...
Guardó silencio, pensó un momento, y luego se encogió de hombros porque no encontró otra
palabra mejor para expresarlo que la primera que se le había ocurrido.
- He visto lo espirituales que sois. Y sigo pensando en las cosas que dijiste, Ponter... en casa
de Reuben, cuando vimos juntos la misa por la tarde, y en el muro de los veteranos de
Vietnam y... -Volvió a encogerse de hombros-. He estado escuchando, pero...
- Pero no estás convencida -dijo Ponter amablemente-. No te lo reprocho. Después de todo, no
soy sociólogo. Mis reflexiones sobre el...
También él hizo una pausa. Evidentemente se daba cuenta ya que aquél era un tema muy
delicado en ese momento. Pero continuó, al parecer incapaz de encontrar una palabra mejor.
- Sobre el mal que la religión ha causado en tu mundo, no son más que eso: reflexiones,
elucubraciones filosóficas. No puedo demostrar mi argumento; dudo que nadie pueda.
Mary cerró los ojos. Intentó rezar, pedir una guía. Pero nunca la había conseguido en el
pasado y no había motivo para suponer que esta vez sería diferente.
- Tal vez -dijo por fin- deberíamos dejarlo simplemente en manos del destino. Que los genes
caigan donde quieran.
Vissan habló en voz baja.
- Si se tratara de cualquier otra parte del cuerpo, podría estar de acuerdo con usted, Mare.
Pero estamos hablando de un componente del cerebro que es claramente distinto entre las dos
especies de humanidad. Unir simplemente un alelo gliksin y otro barast y esperar que salga lo
mejor no me parece prudente.
Mary frunció el ceño, pero Vissan tenía razón. Si iban a seguir adelante y tener una criatura
híbrida, de un modo u otro había que tomar una decisión.
Ponter soltó la mano de Mary, pero entonces empezó a acariciarle el dorso.
- No vamos a decidir si nuestra hija tendrá un alma o no. En el mejor de los casos, elegiremos
si ella creerá o no tener un alma.
- No tienen que decidido hoy -dijo Vissan-. Mi intención, como decía, es guiarlos por el proceso
de empleo del escritor de codones. De todas formas, Mary, no tendrá que producir el cromoso-

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ma diploide hasta que llegue el momento de implantarlo. -Cruzó las manos-. Pero cuando ese
momento llegue, tendrá que tomar una decisión.

25

Sí, en efecto ha llegado el momento de dar pasos más largos. Pero no es sólo el momento de
una gran empresa estadounidense. Más bien, es el momento, si me permiten citar otro
discurso, de que negros y blancos, judíos y gentiles, protestantes y católicos e hindúes,
musulmanes y budistas, y hombres y mujeres de todas las creencias, de que los individuos de
cada una de nuestras 191 Naciones Unidas, de que los miembros de toda raza y religión que
componen nuestra única y diversa rama de humanidad, avancen juntos, en paz y armonía, con
respeto mutuo y amistad, para continuar el viaje que nosotros, Homo sapiens, habíamos in-
terrumpido brevemente ...

- Creo que ustedes dos tienen algo que discutir -dijo Vissan-. Creo que voy a llevarme a Mega
a contemplar las estrellas.
Mega se había despertado de su siesta. -¿Te gustaría, Mega?
- Claro.
Vissan se levantó de la silla, recogió su abrigo de pieles, envolvió a Mega en una de sus
enormes camisas, y las dos se encaminaron hacia la puerta.
Mary notó el viento frío en el rostro cuando la puerta se abrió.
Vio cómo Vissan y Mega se marchaban y la puerta de madera se cerraba tras ellas.
- Mare... -dijo Ponter.
- No, no, déjame pensar. Sólo déjame pensar durante unos minutos.
Ponter se encogió amistosamente de hombros, se acercó a la chimenea de Vissan y se puso a
encender un fuego.
Mary se levantó de la caja de vacío y ocupó el asiento que Vissan había dejado libre, apoyando
la barbilla en la mano.
La barbilla...
Una característica Homo sapiens.
Pero una característica trivial, completamente carente de importancia.
Mary suspiró.
Excepto por la cuestión de dónde iba a vivir, no le importaba si tenían un niño o una niña.
Y desde luego no le importaba que tuviera la raya en medio, ni de qué color fueran sus ojos. Ni
si tendría los músculos de un neanderthal. Ni de qué tipo de sentido del olfato gozaría.
«Mientras esté sana... »
Ése había sido el mantra de los padres durante milenios. Excepto en el laboratorio de Veronica,
Mary nunca había vivido una experiencia religiosa plena, pero a pesar de todo creía en Dios.
Incluso ahora que sabía que su predisposición a esa creencia estaba imbricada en su cerebro,
seguía creyendo.
¿Quería negarle a su hija el consuelo de esa fe? ¿Quería impedirle conocer el embeleso místico
que había eludido a Mary fuera del laboratorio pero que al parecer había tocado a tantas otras
personas?
Pensó en aquel mundo en el que se encontraba y la retórica de los noticiarios de su juventud
acudió a su mente. Palabras que había evitado hasta aquel momento.
Gente sin Dios. Comunistas.
Pero, maldición, el sistema neanderthal funcionaba. Funcionaba mejor que el corrupto
capitalismo en bancarrota moral de su mundo... el mundo de las grandes empresas tabaqueras
y Enron y World Com y todos los otros chanchullos que se habían descubierto desde entonces,
gente impulsada solamente por la avaricia, quedándose con obscenas cantidades para sí
mientras otros apenas tenían suficiente para comer.
Y funcionaba mejor que las instituciones religiosas de su mundo: su propia Iglesia protegiendo
durante décadas a los que abusaban de niños, su religión y tantas otras religiones que
oprimían a las mujeres, fanáticos religiosos que estrellaban aviones contra rascacielos...

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Ponter hacía progresos con el fuego. Pequeñas columnas de humo se alzaban de los troncos
que había colocado encima de las piedras dentro de la chimenea.
Por fin, cuando consiguió unas llamas vigorosas, Mary se levantó de la silla y se acercó a su
hombre, todavía agachado junto al fuego.
Él la miró, y aunque la luz de la hoguera creaba un fuerte contraste de sombras en su ceño y
su enorme nariz, seguía pareciendo amable y cariñoso.
- Aceptaré la decisión que tomes -dijo, poniéndose en pie. Mary le rodeó los hombros con sus
brazos.
- Yo... ojalá pudiera pensármelo mucho tiempo.
- Tenemos tiempo -dijo Ponter-. Pero no todo el tiempo del mundo. Si nuestra hija va a formar
parte de la generación 149, debe ser concebida cuando corresponda.
Mary sabía que parecería petulante.
- Tal vez no forme parte de la generación 149. Tal vez la tengamos al año siguiente. O al otro.
Ponter habló con voz suave.
- Sé que en tu pueblo nacen bebés todos los años. Si nuestra hija se va a criar principalmente
en tu mundo, entonces no importa cuándo vaya a ser concebida. Pero si deseamos que se críe
completamente o en parte en este mundo, o que tenga la opción de encajar en esta sociedad,
debemos concebirla cuando toca.
- Concebirla cuando toca -dijo Mary, retrocediendo y mirando a Ponter.
Ponter alzó la ceja.
- Eso -repitió Mary-. «Concebirla cuando toca.» Qué poco romántico.
Ponter la atrajo hacia sí.
- Nos enfrentamos a unos cuantos... desafíos especiales. ¿Pero qué puede haber más
romántico que la criatura de dos personas que se aman?
Mary forzó una sonrisa.
- Tienes razón, naturalmente. Lo siento. -Hizo una pausa-. Y tienes razón en que debemos
hacerlo en el momento adecuado.
Mary cumplía años a finales de Diciembre; sabía lo que era tener seis meses menos que el
resto de los niños en el patio de recreo. No podía imaginar lo devastador que sería ser uno o
dos años más joven que todos los demás. Sí, su hija se criaría principalmente en el mundo de
Mary, pero cuando creciera podría elegir establecer su hogar en el universo neanderthal... y
nunca encajaría allí si no formaba parte de una generación concreta.
Ponter guardó silencio un rato.
- ¿Estás preparada para decidir?
Mary contempló las llamas por encima del hombro de Ponter.- Mi hermano Bill se casó con una
protestante -dijo por fin-. ¡Chico, eso sí que molestó a mi madre! Bill y Diane (ésa es su es-
posa), tuvieron que decidir en qué tradición religiosa iban a educar a sus hijos. Sólo me enteré
de fragmentos, y desde el punto de vista de Bill, claro, pero al parecer fue una dura batalla. ¡Y
ahora tú me preguntas si estoy preparada para decidir si mi hija debería o no estar
predispuesta a creer en Dios!
Ponter no dijo nada; sólo la abrazó y le acarició el pelo. Si Ponter se moría por saber cuál iba a
ser la decisión de Mary, no dio ninguna muestra de ello... y Mary se lo agradeció. Si hubiera
parecido ansioso, habría sabido que prefería una opción, y le habría costado más analizar sus
sentimientos. Y en cuanto a cuál era su preferencia, si la tenía, Mary seguía sin poder decirlo.
Su primer impulso fue que quería que su hija fuera como él, carente del...
Mary odiaba el término, pero ya se había filtrado a la prensa, incluso antes de que se hubiera
abierto el puente al mundo neanderthal.
Carente del «órgano de Dios».
Pero claro, Ponter era lo bastante inteligente para saber que, a pesar de todo lo que habían
hecho aquel día, no se puede encargar a una persona como se encarga una pizza: «Dame una
número cuatro, sin cebolla.» Todo se mezclaba creando el conjunto. ¿Querría tal vez que su
nueva hija tuviera la fe de su madre? De hecho, a lo mejor era lo que estaba esperando para
probar la hipótesis del escultor de personalidad. ¿Serían distintos sus sentimientos hacia una
hija que creía en otra vida a los que sentía hacia Jasmel y Mega?

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Mary nunca se lo preguntaría, no después de tomada la decisión.
Cuando los genes adecuados fueran codificados para crear los cromosomas de su hija, no
tendría sentido lamentarlo o volver a abrir un antiguo debate.
Había una escena en Star Trek V (la película que dirigió William Shatner, donde Sybok, el
hermanastro de Spock, buscaba a Dios) que mostraba el nacimiento del propio Spock, en una
cueva, nada menos. Amanda, su madre humana, era atendida por una matrona vulcana.
Cuando el bebé Spock era presentado a Sarek, su padre vulcano, Sarek sólo decía dos
palabras, cada una de ellas llena de infinita decepción: «Qué humano... »
Al recordarlo, Mary meneó la cabeza. ¿Qué demonios esperaba ver Sarek? ¿Por qué se dispuso
a tener un hijo híbrido y luego se decepcionaba porque tenía características de la especie de su
madre? Mary y Ponter estaban buscando verdaderamente lo mejor de ambos mundos... y eso
significaba incluir cosas.
- No es un defecto -dijo Mary, por fin-. No hay nada malo en el cerebro gliksin. Poder creer en
Dios... si queremos, si así lo elegimos, forma parte de nosotros. -Tomó en las suyas la mano
de Ponter-. Sé lo que ha causado la religión... lo que ha causado la religión organizada. E
incluso yo estoy empezando a coincidir contigo en el daño que la simple creencia en la otra
vida le ha hecho a mi mundo también. Gran parte de nuestra falta de humanidad parece
relacionada con la creencia de que todas las injusticias se enmendarán al final en una
existencia todavía por venir. Pero, de todas formas, quiero que mi hija, nuestra hija, crea al
menos potencialmente en esas cosas.
- Mare... -empezó a decir Ponter. Ella se apartó de él.
- No. No, déjame terminar. Tu gente esteriliza a los criminales y dice que es sólo para
mantener la salud del poso genético. Pero es más que eso, ¿no? al menos si el criminal es
varón. No los esterilizáis solamente, por ejemplo, con una vasectomía. No, los castráis... Les
quitáis esa parte de la anatomía que es responsable no sólo de la agresividad, sino del deseo
sexual.
Ponter parecía incómodo, pero claro, Mary supuso que a ningún hombre le gustaba la idea de
la castración. Continuó.
- A mí me han violado, he sido víctima de lo peor que puede hacer la testosterona. Pero
también soy alguien que ha conocido toda la dicha del sexo que ofrece un amante apasionado.
Tal vez, en algunas circunstancias, quitar las glándulas que producen testosterana sea
adecuado. Y tal vez incluso en algunos casos quitar el órgano de Dios sea adecuado también.
Pero no al principio, no de entrada.
Mary miró de nuevo a Ponter.
- Mi Iglesia cree en el pecado original: toda la gente nace manchada y carga con la culpa y el
mal de las acciones de sus antepasados. Pero yo lo rechazo. Veronica Shannon nos habló de
conductismo, Ponter... de la idea de que puede inculcarse cualquier conducta, cualquier
respuesta, en un ser humano. El mecanismo (refuerzo intermitente contra refuerzo
consistente) puede diferir levemente entre gliksins y barasts, pero en el fondo se trata de lo
mismo. Un hijo nuevo, una nueva vida, no es más que un potencial que hay que desarrollar de
un modo u otro... y quiero que nuestro hijo, nuestra hija, tenga todo el potencial que pueda y
que, con tu amor y el mío como padres suyos, se convierta en el mejor ser humano posible.
Ponter asintió.
- Lo que tú quieras me parecerá bien.
- Eso -dijo Mary-. Eso es lo que quiero. Una hija capaz de creer en Dios.

26

Y por eso me presento aquí hoy, para impulsar la siguiente fase. Ha llegado la hora, amigos
míos, de que al menos algunos de nosotros avancemos para dejar nuestra versión de la Tierra
y dar el siguiente paso de gigante ...

Mary, Ponter y Mega pasaron la noche en casa de Vissan, durmiendo en el suelo. Al día
siguiente, con el escritor de codones envuelto en pieles para que nadie lo viera, llamaron un

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cubo de viaje para que los llevara al Centro de Kraldak, y desde allí tomaron un helicóptero
hasta el Centro de Saldak... justo a tiempo para el final de Dos Que Se Convierten En Uno.
Ponter se reunió con Adikor, y los dos subieron a un hoverbús que regresaba a territorio
masculino. Mary sabía que a Ponter lo esperaba otro viaje al día siguiente: acompañaría al
contingente de las Naciones Unidas, incluido Jock Krieger, en su visita a la isla de Donakat.
Mary sentía el corazón triste y ya estaba contando los días que faltaban para el siguiente Dos
Que Se Convierten En Uno... aunque no esperaba seguir viviendo en aquel mundo para
entonces; tendría que regresar antes al Grupo Sinergia, aunque naturalmente volvería para la
festividad.
Mary estaba sumamente celosa de Adikor. Era injusto, lo sabía, pero se sentía como «la otra»,
como si Ponter hubiera escapado a un encuentro con una amante ilícita y regresara con su
verdadera familia.
Mary inició el largo y lento camino de regreso a la casa que compartía con Bandra, llevando
consigo el escritor de codones envuelto en pieles. Había muchas otras mujeres a su alrededor,
pero ninguna parecía triste. Las que hablaban entre sí estaban riendo; las que caminaban solas
sonreían de oreja a oreja... no a modo de saludo, sino para sí. Sonrisas íntimas, sonrisas de
recuerdo.
Mary se sentía como una idiota. ¿Qué demonios estaba haciendo en aquel mundo, con aquella
gente? Sí, había disfrutado del tiempo pasado con Ponter. El sexo había sido tan fabuloso
como siempre, la conversación igual de fascinante y el viaje con Ponter y Mega para conocer a
Vissan había resultado maravilloso en todos los aspectos. ¡Pero faltaban veinticinco días para
que Ponter y ella pudieran volver a estar juntos!
Una bandada de palomos bloqueó temporalmente el sol. Mary sabía que eran aves migratorias
que oscilaban entre dos hogares, uno en el Norte y otro en el Sur. Mary dejó escapar un largo
suspiro y continuó caminando. Sabía por qué las mujeres neanderthales sonreían. No podía
decirse que regresaran a una existencia solitaria. Más bien regresaban con sus amantes
femeninas, con sus hijos si los tenían, con sus familias.
Mary se levantó el cuello de su abrigo de pelo de mamut; se había levantado una fría brisa.
Odiaba el invierno en Toronto... y sospechaba que lo odiaría aún más aquí. Toronto era tan
grande, con tanta industria, tanta gente y tantos coches que alteraba el medio ambiente local.
Al Norte de la ciudad (y al Sur, en Nueva York occidental), todo quedaba empantanado por la
nieve. Pero en Toronto sólo nevaba unas cuantas veces al año y normalmente no caía ninguna
nevada fuerte antes de Navidad. Por supuesto, no se encontraba en el lugar que se
correspondía con Toronto: Saldak estaba cuatrocientos kilómetros más al Norte, en el punto
que ocupaba Sudbury en el mundo de Mary, y en Sudbury sí que había toneladas de nieve. En
Saldak debía nevar todavía más.
Mary se estremeció, aunque aún no hacía demasiado frío. Mientras seguía caminando, pensó
en pedirle a su Acompañante que le hablara de los inviernos de la zona, pero sospechó que
Christine confirmaría sus peores temores.
Por fin llegó al árbol achaparrado y distendido que formaba la estructura principal de la casa
que compartía con Bandra. Estaba perdiendo las hojas. Mary entró. Llevaba pantalones
neanderthales con zapatos incorporados, pero por costumbre se agachó para intentar quitarse
el calzado en cuanto atravesó la puerta. Suspiró de nuevo, preguntándose si alguna vez
llegaría a acostumbrarse a aquel lugar.
Entró en su dormitorio, dejó allí el escritor de codones y volvió al salón. Escuchó el sonido de
agua que corría. Seguramente Bandra ya estaba en casa y su hombrecompañero había
regresado al Borde en un hoverbús anterior. El ruido del agua había ahogado el de Mary al
entrar, y como la puerta del cuarto de baño estaba cerrada (Mary sabía que se trataba de una
concesión a la higiene, no a la intimidad) sin duda Bandra no la olía todavía.
En la cocina se sirvió un poco de zumo de frutas. Había oído decir que los neanderthales que
trabajaban en el Sur recolectando fruta se afeitaban todo el pelo de la cabeza y el cuerpo para
soportar mejor las temperaturas cálidas. Mary intentó imaginar a Ponter sin pelo. Había visto
culturistas en televisión, y por algún motivo todos eran lampiños. O bien se afeitaban o los

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esteroides tenían ese efecto. En cualquier caso, decidió que Ponter estaba bien tal como es-
taba.
Mary esperaba que Bandra saliera del cuarto de baño pronto, pero no lo hizo... y la verdad era
que necesitaba orinar. Por pura necesidad, se había visto obligada a superar sus necesidades
de intimidad a la hora de compartir el cuarto de aseo. Se acercó a la puerta y la abrió con la
palma de la mano.
Bandra estaba de pie delante del lavabo, encogida, apoyada en el espejo cuadrado.
- Discúlpame -dijo Mary-. Necesitaba... ¡oh, cielos! Bandra, ¿te encuentras bien?
Mary tardó un instante en darse cuenta de que había salpicaduras de sangre en el lavabo de
granito pulido; costaba distinguir las gotas rojas sobre la piedra rosada.
Bandra no se volvió. De hecho, parecía esforzarse por ocultar su rostro. Mary se acercó.
- Bandra, ¿qué ocurre?
Agarró el hombro de Bandra. De haber querido, la neanderthal hubiera impedido que Mary le
hiciera dar la vuelta: tenía fuerza de sobra. Pero aunque se resistió un poco al principio,
permitió que Mary la hiciera volverse.
Mary contuvo la respiración. La mejilla izquierda de Bandra estaba terriblemente magullada,
una zona negra y azul rodeada de amarillo de unos diez centímetros iba desde encima de su
ceño hasta la comisura de la boca. De un corte central, de la mitad del diámetro de la
magulladura, que Bandra ya casi había limpiado, manaba la sangre fresca.
- Dios mío -dijo Mary-. ¿Qué te ha pasado?
Mary encontró una manopla (cuadrada, áspera), la mojó en el agua, y ayudó a Bandra a
limpiarse la herida.
Ahora las lágrimas rodaban por el rostro de Bandra, cayendo desde los profundos pozos de sus
ojos, desviándose alrededor de su enorme nariz, para fluir sobre su mandíbula sin barbilla y
caer al lavabo de granito, diluyendo la sangre que allí había.
- Yo nunca tendría que haberte dejado que vinieras -dijo Bandra en voz baja.
- ¿Yo? -dijo Mary-. ¿Qué he hecho yo?
Pero Bandra parecía perdida en sus propios pensamientos.- No es tan grave -dijo, mirándose
en el espejo.
Mary soltó la manopla y colocó ambas manos sobre los anchos hombros de Bandra.
- Bandra, ¿qué ha pasado?
- Estaba intentando arrancarme la costra -dijo Bandra en voz baja-. Me ha parecido que a lo
mejor podría cubrir el moretón y tú no te darías cuenta, pero... -Tomó aire por la nariz, un
sonido que entre los neanderthales era estentóreo.
- ¿Quién te ha hecho esto? -preguntó Mary.
- No importa.
- ¡Claro que importa! ¿Quién ha sido?
Bandra hizo acopio de valor.
- Te acepté en mi casa, Mare. Sabes que los barasts necesitamos muy poca intimidad... pero
en este asunto debo insistir.
Mary se sintió asqueada.
- Bandra, no puedo quedarme cruzada de brazos mientras estás herida.
Bandra recogió la manopla y se frotó unas cuantas veces la cara para ver si la hemorragia
había cesado. Cuando comprobó que así era, la soltó. Mary la acompañó al salón y la hizo
sentarse en el sofá. Se sentó junto a ella, tomó las dos manazas de Bandra entre las suyas y
la miró a los ojos color trigo.
- Tómate tu tiempo -dijo-, pero tienes que contarme qué ha ocurrido.
Bandra apartó la mirada.
- Habían pasado tres meses desde la última vez que lo hizo, así que pensaba que esta vez no
lo haría, que tal vez...
- Bandra, ¿quién te ha pegado?
La voz de Bandra fue casi inaudible, pero ChristÍne repitió la palabra para que Mary pudiera
oírla.
- Harb.

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- ¿Harb? -preguntó Mary, sobresaltada-. ¿Tu hombrecompañero?
Bandra movió la cabeza arriba y abajo apenas unos milímetros.- Dios mío... -dijo Mary. Inspiró
profundamente, y luego asintió, tanto para sí como para Bandra-. Muy bien. Esto es lo que
vamos a hacer: iremos a las autoridades y lo denunciaremos.
- Tant -dijo Bandra. «No.»
- Sí -respondió Mary con firmeza-. Estas cosas también pasan en mi mundo. Pero no tienes
que seguir soportándolas. Podremos conseguirte ayuda.
- Tant. -repitió Bandra, con más fuerza.
- Sé que será difícil, pero acudiremos juntas a las autoridades. Estaré contigo en todo
momento. Le pondremos fin a esto. -Indicó el Acompañante de Bandra-. Tiene que haber una
grabación de lo que hizo en los archivos de coartadas, ¿no? No podrá escaparse.
- No presentaré ninguna denuncia contra él. Sin la denuncia de la víctima, no se ha cometido
ningún crimen. Es la ley.
- Sé que crees que lo amas, pero no tienes que soportar esto.
Ninguna mujer tiene que hacerlo.
- No lo amo -dijo Bandra-. Lo odio.
- Muy bien. Entonces hagamos algo. Venga, te ayudaré a lavarte y ponerte ropa limpia, y
luego iremos a ver a un adjudicador.
- Tant -dijo Bandra, golpeando con la palma de la mano la mesa que tenía delante. Sonó tan
fuerte que Mary creyó que la mesa se haría astillas-. iTant! -repitió Bandra. Pero no lo decía
con miedo sino más bien con convicción.
- Pero ¿Por qué no? Bandra, si crees que es tu deber soportar esto...
- No sabes nada de nuestro mundo. Nada. No puedo ir a un adjudicador con esto.
- ¿Por qué no? La agresión es un delito aquí, ¿no?
- Por supuesto.
- Incluso la de aquellos a quien uno está unido, ¿no?
Bandra asintió. -Entonces, ¿por qué no?
- Por nuestras hijas! -replicó Bandra-. Por Hapnar y Dranna.
- ¿Qué pasa con ellas? -preguntó Mary-. ¿Irá Harb tras ellas también? ¿Era... era un padre
maltratador?
- ¿Ves? -exclamó Bandra-. No entiendes nada.
- Entonces házmelo entender, Bandra. Hazme entender, o iré al adjudicador yo sola.
- ¿Y a ti qué más te da?
Mary se quedó de piedra. Aquél era un asunto que importaba a todas las mujeres. Sin duda...
Y de repente sintió como si un meteoro le hubiera caído encima.
Ella no había denunciado su propia violación y su jefa de departamento, Qaiser Remtulla, había
sido la siguiente víctima de Cornelius Ruskin. Quería enmendar aquello de alguna manera, no
quería volver a sentirse culpable por permitir que un delito contra una mujer no fuera
denunciado.
- Sólo intento ayudarte -dijo-. Me preocupo por ti.
- Si te preocupas, entonces olvidarás que me has visto así.
- Pero...
- ¡Tienes que prometerlo! Prométemelo.
- Pero, ¿por qué, Bandra? No puedes dejar que esto continúe...
- ¡Tengo que dejar que esto continúe! -Cerró los ojos, los enormes puños-. Tengo que dejar
que continúe.
- ¿Por qué? Por el amor de Dios, Bandra...
- No tiene nada que ver con tu tonto Dios -dijo Bandra-, tiene que ver con la realidad.
- ¿Qué realidad?
Bandra volvió a apartar la mirada, inspiró profundamente, luego dejó escapar el aire.
- La realidad de nuestras leyes -dijo por fin.
- ¿A qué te refieres? ¿No lo castigarían por algo así?
- Oh, sí -dijo Bandra amargamente. Claro que sí.
- ¿Entonces... ?

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- ¿Sabes cuál será el castigo? Mantienes una relación con Ponter Boddit. ¿Con qué castigo se
amenazó a su hombrecompañero Adikor cuando lo acusaron falsamente de haber asesinado a
Ponter?
- Habrían esterilizado a Adikor -dijo Mary-. Pero Adikor no se lo merecía, porque no hizo nada.
Pero Harb...
- ¿Crees que me importa lo que pueda sucederle? No sólo esterilizarán a Harb. La violencia no
puede ser tolerada en el poso genético. También esterilizarán a todo aquel que comparta el
cincuenta por ciento de su material genético.
- Oh, Cristo -dijo Mary en voz baja-. Tus hijas...
- ¡Exactamente! La generación 149 será concebida pronto. Mi Hapnar concebirá su segundo
hijo entonces, y mi Dranna concebirá el primero. Pero si yo denuncio la conducta de Harb...
Mary sintió como si la hubieran golpeado en el estómago. Si Bandra denunciaba la conducta de
Harb, sus hijas serían esterilizadas, igual que, supuso, cualquier hermano que Harb tuviera, y
sus padres, si todavía vivían... aunque sospechaba que la madre tal vez se salvara, ya que
posiblemente sería postmenopáusica.
- No creía que los hombres neanderthales fueran así. Lo siento, Bandra.
Bandra se encogió levemente de hombros.
- Hace mucho tiempo que llevo esta carga. Estoy acostumbrada. Y...
- ¿Sí?
- Y creía que se había acabado. Él no me pegaba desde que se marchó mi mujercompañera.
Pero...
- Nunca paran -dijo Mary-. No definitivamente. -Podía saborear el ácido en el fondo de su
garganta-. Algo habrá que puedas hacer. Puedes defenderte. Seguro que eso es legal.
Podrías...
- ¿Qué?
Mary miró el suelo cubierto de hierba.
- Un neanderthal puede matar a otro con un puñetazo certero.
- ¡Sí que es cierto! -dijo Bandra-. Sí que es cierto. ¿Ves?, debe amarme, porque si no me
amara, yo estaría muerta.
- Pegarle a alguien no es forma de amar -dijo Mary-, pero defenderte y golpear... con fuerza...
puede que sea tu única opción.
- No puedo hacer eso. Si se llega a la decisión de que yo no tenía por qué matarlo, me
juzgarían a mí por conducta violenta y mis hijas sufrirían de todas formas, pues también
comparten la mitad de mis genes.
- Un maldito atolladero -dijo Mary. Miró a Bandra-. ¿Conoces esa expresión?
Bandra asintio
- Una situación sin salida. Pero te equivocas, Mare. Hay una salida. Tarde o temprano, Harb, o
yo, moriremos. Hasta entonces...
Alzó las manos, abrió los puños y volvió las palmas hacia arriba en un gesto de impotencia.
- ¿Pero por qué no te divorcias de él, o como lo llaméis aquí?
Se supone que eso es fácil.
- Los mecanismos legales de lo que llamas divorcio son fáciles, pero la gente sigue
chismorreando, sigue haciéndose preguntas. Si yo disolviera mi unión con Harb, la gente me
interrogaría a mí y lo interrogaría a él al respecto. La verdad podría salir a la luz, y de nuevo
mis hijas correrían el riesgo de ser esterilizadas. -Negó con la cabeza-. No, no, así es mejor.
Mary abrió los brazos y envolvió a Bandra en ellos, sujetándola, mientras acariciaba su pelo
naranja y plata.

27

Es hora, compañeros Homo sapiens, de que vayamos a Marte...

«Esto tiene que ser tremendamente amargo para él», pensó Ponter Boddit, que disfrutaba
cada segundo de la incomodidad del consejero Bedros.

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Después de todo, Bedros les había ordenado a él y a la embajadora Tukana Prat que
regresaran de la versión de Mare de la Tierra como preludio al cierre del portal interuniversal.
Pero Ponter no sólo se había negado a volver, sino que Tukana Prat había convencido a diez
eminentes neanderthales (incluido Lonwis Trob) para que cruzaran a la otra realidad.
Y ahora Bedros tenía que recibir al contingente gliksin de ese mundo. Ponter había estado
esperando en la sala de cálculo cuántico mientras los delegados cruzaban; no era conveniente
que lo más parecido que los divididos gliksins tenían a un líder mundial quedara cortado en dos
porque el fluctuante portal se cerrara de pronto mientras recorría el tubo de Derkers.
Bedros no había bajado a las profundidades de la mina de níquel Debral. Esperaba en la
superficie a que aparecieran el secretario general y los otros representantes de las Naciones
Unidas.
Cosa que acababan de hacer. Habían hecho falta dos viajes en el ascensor circular de la mina
para subirlos, pero allí estaban. Cuatro exhibicionistas vestidos de plateado estaban también
presentes para que el público viera lo que sucedía. El líder de piel oscura de las Naciones
Unidas había salido el primero del ascensor, seguido de Ponter y de tres hombres y dos
mujeres de piel más clara; a continuación salió Jock Krieger, el más alto del grupo.
- Bienvenidos a Jantar -dijo Bedros. Obviamente había instruido a su Acompañante para que
no tradujera el nombre barast de su planeta. Por su parte, los siete gliksins no llevaban ningún
Acompañante, ni siquiera unidades temporales. Al parecer, habían debatido mucho al respecto,
pero esa extraña «inmunidad diplomática» suya les había permitido quedar exentos de tener
que grabar para los archivos de coartadas todo lo que hacían y decían. Lo cierto era que, si no
lo entendía mal, Jock ni siquiera tenía derecho a un tratamiento de cortesía, pero tampoco
llevaba Acompañante.
- Les damos la bienvenida con grandes esperanzas para el futuro -continuó Bedros. Ponter
tuvo que esforzarse por contener una mueca; Bedros había tenido que ser instruido por
Tukana Prat (la embajadora que había desafiado su autoridad) en lo que constituía un discurso
adecuado según los baremos gliksins. Continuó durante lo que parecieron diadécimos, y el
secretario general respondió del mismo modo.
Jock Krieger debía ser barast de corazón, pensó Ponter. Mientras los otros gliksins parecían
disfrutar de la pompa, él la ignoraba claramente, y contemplaba los árboles y las montañas,
cada pájaro que volaba, el cielo azul.
Finalmente, los discursos terminaron. Ponter se situó junto a Jock, que llevaba un largo abrigo
beige sujeto a la cintura por una tira beige, guantes de cuero y sombrero de ala ancha; los
gliksins habían esperado en la mina a que descontaminaran su ropa.
- Bueno, ¿qué te parece nuestro mundo?
Jock meneó lentamente la cabeza adelante y atrás, y su voz sonó llena de asombro.
- Es precioso...

•••

El mirador de la casa de Bandra estaba conectado a la pared del salón, y su superficie seguía
suavemente la curvatura de la habitación redondeada. El gran cuadrado estaba dividido en
otros cuatro más pequeños: cada uno mostraba la perspectiva de uno de los cuatro
exhibicionistas presentes en la mina de níquel Debral cuando aparecieron los delegados de las
Naciones Unidas. Nadie podía ver a Bandra todavía, así que Mary y ella se habían quedado en
casa con la excusa de ver en el mirador la llegada de los otros gliksins.
- ¡Oh, mira! -dijo Bandra-. Allí está Ponter.
Mary esperaba verlo, de refilón al menos... y, por desgracia, parecía que eso sería todo lo que
iba a conseguir. Los exhibicionistas no tenían ningún interés en un compañero barast.
Centraban toda su atención en el grupo de gliksins.
- Dime, ¿quién es quién? -preguntó Bandra.
- Ese hombre de ahí -Mary tenía el típico miedo canadiense a que la tacharan de racista;
evitaba decir «el hombre negro» o «el hombre de piel oscura», aunque ésa fuera la diferencia

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más evidente entre Kofi Annan y el resto del grupo- es el secretario general de las Naciones
Unidas.
- ¿Cuál?
- Ése. El de la izquierda.
- ¿El de la piel marrón?
- Bueno, sí.
- ¿Entonces ése es el líder de vuestro mundo?
- Bueno, no. En realidad no. Pero ostenta el cargo más alto de la ONU.
- Ah. ¿ Y ese tipo alto quién es?
- Ése es Jock Krieger. Mi jefe.
- Tiene... parece... un depredador.
Mary reflexionó sobre esto. Bandra tenía razón.
- Tiene un aspecto famélico, ansioso.
- Ooooh! -dijo Bandra complacida-. ¿Es eso una expresión?
- Es una cita de una obra de teatro.
- Bueno, pues le va a la perfección. -Asintió con decisión-. No me gusta. No hay ninguna
alegría en su expresión.
Pero entonces Bandra pareció darse cuenta de que quizás estuviera ofendiendo a Mary.
- ¡Lo siento! No tendría que hablar así de tu amigo.
- No es mi amigo -respondió Mary. Para ella un amigo era alguien en cuya casa has estado o
que ha estado en tu casa-. Sólo trabajamos juntos.
- ¡Y mira! -dijo Bandra-. ¡No lleva Acompañante!
Mary escrutó la pantalla.
- No, no lo lleva. -Estudió otras partes de las cuatro imágenes-. Ningún gliksin lo lleva.
- ¿Cómo puede ser?
Mary frunció el ceño.
- Por inmunidad diplomática, supongo. Lo que significa...
- ¿Sí?
El corazón de Mary latía con fuera.
- Significa que un diplomático puede viajar sin que examinen su equipaje. Si consigo
entregarle a Jock el escritor de codones podría llevarlo a mi mundo sin ninguna dificultad.
- Perfecto -dijo Bandra-. ¡Oh, mira! ¡Ahí está Ponter otra vez!

•••

El vuelo desde Saldak a la isla de Donakat duró dos diadécimos. Como Ponter sabía, eso era
mucho más de lo que duraba el mismo viaje en el mundo de Mare. Se pasó todo el tiempo
pensando en ella y en el aparato de Vissan que les ayudaría a concebir un bebé, pero Jock,
que estaba sentado a su lado en la ancha cabina del helicóptero, lo sacó su ensimismamiento.
- ¿Nunca habéis inventado el avión? -preguntó.
- No -respondió Pontel-. Eso me estaba preguntando yo mismo. Desde luego, muchos de
nosotros se han sentido fascinados por las aves y el vuelo, pero he visto las largas... ¿«pistas
de aterrizaje», las llamáis?
Jock asintió.
- He visto las largas pistas de aterrizaje que requieren vuestros aviones. Creo que sólo una
especie que ya esté acostumbrada a despejar grandes zonas de tierra con la agricultura habría
considerado natural hacer lo mismo para construir las pistas de aterrizaje, o las carreteras, sin
ir más lejos.
- Nunca me lo había planteado de ese modo.
- Bueno -continuó Ponter-, desde luego nosotros no tenemos carreteras como vosotros. La
mayoría somos... ¿cómo lo dirías tú? Tipos caseros. No viajamos mucho y preferimos tener la
comida justo delante de nuestra puerta.
Jock contempló el helicóptero.

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De todas formas, aquí se está muy cómodo. Hay un montón de espacio entre los asientos.
Nosotros tendemos a abarrotar de gente los aviones... y los trenes y los autobuses también,
por cierto.
- No es un asunto de comodidad -dijo Ponter-. Se trata más bien de mantener las feromonas
de los otros lejos de tu nariz. Me ha resultado difícil volar en vuestros grandes aviones, sobre
todo con las cabinas presurizadas. Uno de los motivos por los que no volamos tan alto como
vosotros es para que nuestras cabinas no tengan que estar selladas; necesitamos aire fresco
constantemente para evitar la acumulación de feromonas y...
Ponter dejó de hablar y ladeó la cabeza.
- Ah, gracias, Hak.
Miró a Jock.
- Le había pedido a Hak que me avisara cuando pasáramos por el lugar que se corresponde
con Rochester, Nueva York. Si te asomas ahora a la ventanilla...
Jock apretó la cara contra un cuadrado de cristal. Ponter se acercó a otra ventanilla. Vio la
orilla meridional de lo que sabía que para Jock era el lago Ontario.
- No hay más que bosque -dijo Jock, asombrado, volviéndose hacia Ponter.
El neanderthal asintió.
- Hay algunos cotos de caza, pero no hay habitáculos en masa.
- Es difícil incluso reconocer la orografía sin las carreteras.
- Pasaremos dentro de poco por los lagos Finger... nosotros los llamamos igual: es evidente
que parecen dedos. No te costará reconlocerlos.
Jock se asomó de nuevo a la ventanilla, hipnotizado.
Los exhibicionistas no volaron hacia el Sur con el contigente de las Naciones Unidas, aunque
Bandra dijo que habría otros cuando llegaran a la isla de Donakat. En el ínterin,

•••

Bandra le dijo al mirador que se apagara. Entonces se volvió hacia Mary.


- No hablamos mucho anoche sobre ... sobre mi problema con Herb.
Mary asintió.
- ¿Fue por eso... por lo que se marchó tu mujercompañera? Bandra se levantó y echó atrás la
cabeza, mirando al techo. Había centenares de pájaros pintados en él, de docenas de especies,
cada uno meticulosamente representado por ella.
- Sí. No podía soportar ver lo que me hacía. Pero... pero en cierto modo, es mejor que se haya
ido.
- ¿Por qué?
- Es más fácil esconder tu vergüenza cuando no hay nadie cerca.
Mary se levantó, colocó una mano sobre cada hombro de Bandra y se apartó un paso para
mirarla a la cara.
- Escúchame, Bandra. No tienes que avergonzarte de nada. No has hecho nada malo.
Bandra logró forzar una sonrisa.
- Lo sé, pero...
- Pero nada. Encontraremos un modo de salir de ésta.
- No hay ningún modo -dijo Bandra, y se secó los ojos con una mano.
- Tiene que haberlo. Y lo encontraremos. Juntas.
- No tienes que hacer esto -dijo Bandra en voz baja, negando con la cabeza.
- Sí que tengo.
- ¿Por qué?
Mary se encogió un poco de hombros...
- Digamos que tengo una deuda con la causa femenina.

•••

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- Y aquí estamos, damas y caballeros -dijo el consejero Bedros-. La isla de Donakat... lo que
ustedes llaman Manhattan.
Jock no daba crédito a sus ojos. Conocía Nueva York como la palma de su mano... ¡pero
aquello!
Aquello era maravilloso.
Sobrevolaban el Sur del Bronx... pero todo eran viejos bosques de castaños, nogales, cedros,
arces y robles de hojas teñidas con los colores del otoño.
- ¡Miren! -gritó Kofi Annan-. ¡La isla de Rikers!
Y, en efecto, allí estaba, sin centro penitenciario, naturalmente. Tenía sólo un tercio de tamaño
ampliado artificialmente que Jock conocía. Mientras el helicóptero la sobrevolaba, Jock vio que
no había ningún puente que conectara el Sur con Queens. Ni, por supuesto, ningún aeropuerto
a la izquierda, donde estaba La Guardia en su mundo. En cambio, había una bahía. Jock se
sorprendió cuando divisó lo que parecía un portaaviones: creía que los neanderthales no tenían
esas cosas. Odiaba tener que provocar que el neanderthal que los acompañaba reiniciara su
interminable cháchara, pero tenía que saberlo.
- ¿Qué es eso?
- Un barco -dijo Ponter, en un tono que dejaba claro que la respuesta era obvia.
- Sé que es un barco -repuso Jock, picado-. Pero ¿por qué tiene esa ancha cubierta plana?
- Esos son recolectores solares que suministran energía a sus turbinas.
Estaba claro que le habían dicho al piloto que se acercara para que el espectáculo fuera
completo. Ahora se dirigían al Oeste, hacia la isla de Wards, cuya periferia estaba salpicada de
edificios que parecían casitas de campo.
El helicóptero continuó. Era como si Central Park hubiera invadido todo Manhattan, desde East
River Drive hasta Henry Hudson Parkway.
- La isla de Donakat constituye el Centro de la ciudad que llamamos Pepraldak -dijo Ponter-.
En otras palabras, es territorio femenino. En Saldak hay muchos kilómetros de campo que
separan el Borde del Centro. Los de Pepraldak están separados solamente por lo que llamáis
río Hudson.
- ¿Así que los hombres viven en Nueva Jersey?
Ponter asintió.
- ¿Cómo cruzan? No veo ningún puente.
- Los cubos de viaje pueden volar sobre el agua -dijo Ponter-, así que los usan en verano. En
invierno el río se congela y lo cruzan simplemente andando.
- El río Hudson no se congela.
Ponter se encogió de hombros.
- En este mundo sí. Vuestras actividades modifican vuestro clima más de lo que creéis.
El helicóptero había girado hacia el Sur y volaba a lo largo del río. No tardaron en llegar a un
leve desvío en su curso, lo que significaba que sobrevolaban la salvaje espesura de Hoboken.
Jock miró a la izquierda. La isla estaba allí, en efecto: con elevaciones (¿no significaba
Manhattan «isla de las colinas»?), salpicada de lagos... y completamente libre de rascacielos.
En algunos claros había edificios de ladrillo, pero ninguno de más de tres pisos. Jock se volvió
hacia la derecha. Lo que habría sido Liberty State Park era todo bosque. La isla de Ellis estaba
allí, igual que la isla de la Libertad, pero naturalmente sin ninguna estatua. Menos mal, pensó
Jock: en realidad no le apetecía ver a ninguna neanderthal de cuarenta y cinco metros de
altura, aunque...
Jock oyó los gritos de quienes lo rodeaban cuando divisaron lo mismo que él: dos ballenas en
la bahía. Debían de haber llegado desde los estrechos. Medían unos doce metros y tenían el
lomo gris oscuro.
El helicóptero viró al Este, sobrevolando el agua entre Governors Island y Battery Park, para
remontar después el río East. Jock distinguió centenares de casas de arboricultura a lo largo de
la ribera y...
- ¿Qué es eso?
- Un observatorio -dijo Ponter-. Sé que vosotros ponéis vuestros grandes telescopios en
recintos semiesféricos, pero nosotros preferimos esas estructuras cúbicas.

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Jock sacudió la cabeza. ¡Un Greenwich Village tan oscuro que se podían contemplar las
estrellas!
- ¿Hay muchos animales salvajes?
- Oh, sí. Castores, osos, lobos, zorros, mofetas, ciervos, nutrias... por no mencionar las aves:
codornices, perdices, cisnes, gansos, pavos y, por supuesto, millones de palomos migratorios.
-Ponter hizo una pausa-. Lástima que sea otoño. En primavera verías rosas y muchas otras
flores silvestres.
El helicóptero volaba bajo remontando el río; las aguas azules· se agitaban con el efecto de las
aspas. Llegaron a un punto donde el río giraba al Norte y el piloto siguió su curso otro par de
kilómetros y luego se dispuso a aterrizar en una amplia zona despejada, rodeada de huertos
de manzanos y perales. El consejero Bedros bajó él primero, luego Ponter y Adikor, después el
secretario general. Jock lo siguió, y el resto del equipo siguió a Jock. El aire era dulce y limpio,
radiante, fresco; el cielo tenía un color azul que Jock había visto en los veranos de Arizona,
pero nunca en la Gran Manzana.
Un contingente de representantes locales femeninas y dos excibicionistas vestidas de plata
estaban cerca; de nuevo se pronunciaron discursos, incluido el de una mujer que se presentó
como la presidenta del Consejo Gris local. Jock supuso que tendría más o menos su misma
edad... Parte de la generación 142, supuso. Se había afeitado todo el pelo de la cabeza a
excepción de una larga coleta plateada en su moño occipital; a Jock le pareció repelente,
incluso para una neanderthal.
Ella concluyó su discurso mencionando la comida que iban a disfrutar más tarde, con enormes
ostras y langostas aún más enormes. Luego llamó a Ponter Boddit para que dijera algo más.
- Gracias -dijo Ponter, acercándose al estrado delante de todo el mundo. Jock tuvo problemas
para oírlo: los neanderthales no se preocupaban de los micrófonos o los altavoces para los
discursos, ya que sus voces eran captadas y transmitidas por los Acompañantes sin necesidad
de equipo de amplificación.
- Hemos trabajado duro -continuó Ponter- para intentar encontrar el lugar exacto de nuestra
versión de la Tierra que se corresponde con el emplazamiento de su sede de las Naciones
Unidas. Como saben, nosotros no tenemos satélites... y por eso no tenemos nada tan eficaz
como su sistema mundial de localización. Nuestros investigadores siguen discutiendo... puede
que nos hayamos desviado varias decenas de metros, aunque esperamos resolver ese tema.
De todas formas...
Se dio la vuelta y señaló.
- ¿Ven en esos árboles de allí? Creemos que coinciden con el emplazamiento de la entrada
principal al edificio. -Se volvió-. ¿y ese pantano de allí? Es donde se sitúa la Asamblea General.
Jock miró asombrado. Aquello era la ciudad de Nueva York... sin los millones de personas, sin
el aire que te picaba en los ojos, sin el colapso de tráfico, los miles de taxis, las multitudes
hacinadas, el hedor, el ruido. Aquello era Manhattan... tal como había sido unos cuantos
cientos de años antes, como era en 1626, cuando Peter Minuit la compró a los indios por
veinticuatro dólares, como era antes de ser pavimentado y edificado y contaminado.
Los demás miembros de la delegación charlaban entre sí; los que hablaban Inglés parecían
compartir los pensamientos de Jock.
Ponter echó a andar hacia la orilla del río East. Estaba más cerca de lo que... pero claro, gran
parte del Manhattan moderno era tierra ganada al agua. El neanderthal se arrodilló junto a la
orilla, sumergió las manos y se salpicó varias veces el ancho rostro de agua.
Jock advirtió que unos cuantos miembros de su grupo no demostraban ninguna reacción,
porque no captaban el significado de aquello. Pero a él no se le pasó por alto.
Ponter Boddit acababa de lavarse la cara con las aguas sin tratar, sin procesar, sin filtrar, sin
contaminar del río East.
Jock sacudió la cabeza. Odiaba lo que su gente le había hecho a su mundo y deseaba que
hubiera un modo de empezar de nuevo, de partir de cero sobre una pizarra en blanco.

28

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Creo que nosotros, los humanos de esta Tierra, deberíamos comprometemos, antes de que
pase otra década, a enviar un equipo internacional de hombres y mujeres al planeta rojo...

Mary y Bandra habían visto las transmisiones de los exhibicionistas desde la isla de Donakat.
Era divertido ver a Ponter en lo que equivalía a la televisión neanderthal, y desde luego el
proyecto de establecer otro portal resultaba fascinante.
Ponter había pasado un rato describiendo las dificultades para construir un portal en la
superficie; su ordenador cuántico original estaba enterrado en las profundidades, protegido de
la radiación solar que podría provocar decoherencia en los registros cuánticos. Pero mientras
Ponter y Adikor lograban su hazaña, irrumpiendo literalmente en otro universo, un segundo
equipo de investigadores barasts en Europa había intentado extraer factores numéricos
igualmente enormes. Los miembros de ese equipo eran todos femeninos, y al parecer venían
camino de Donakat en barco para proporcionar su experiencia en lo relativo a técnicas de pro-
tección.
- Parece que tienes un buen hombre -dijo Bandra. Mary sonrió.
- Gracias.
- ¿Cuánto hace que lo conoces?
Mary apartó la mirada de los ojos color trigo de Bandra.
- Sólo desde el tres de Agosto.
Bandra ladeó la cabeza, escuchando a su Acompañante traducir la fecha. Mary pensó que
Bandra iba a hacer algún comentario negativo sobre el poco tiempo que era; después de todo,
Mary nunca había desaprovechado una oportunidad de decirle a su hermana Christine que se
precipitaba, por eso iba dando un tropezón tras otro en su búsqueda de pareja. Pero en
cambio Bandra dijo:
- Tienes suerte de haberlo encontrado.
Mary asintió. Tenía suerte. Y, además, conocía a montones de personas que se habían ido de
repente a vivir juntas. Sí, conocía a Colm desde hacía mucho más tiempo que a Ponter cuando
Colm se le declaró y ella aceptó, pero incluso entonces tenía sus dudas.
Ahora no tenía ninguna.
Cuando algo parecía tan acertado, como ahora, no había motivos para retrasarlo.
- Carpe diem -dijo Mary. El traductor de Bandra pitó.
- Lo siento -dijo Mary-. Es Latín... otro idioma. Significa «aprovecha el día». No te pases la
vida dudando: atrapa el momento, ve por él.
- Una buena filosofía -respondió Bandra. Se levantó del sofá-. Deberíamos tomar la comida de
la noche.
Mary asintió, se levantó y siguió a Bandra a la zona de preparación de comida. Bandra tenía
una gran caja de vacío donde se almacenaba comida sin necesidad de refrigeración, y un
horno láser basado en la misma tecnología láser sintonizada de las cámaras de
descontaminación. La parte superior de la caja de vacío tenía una pantalla cuadrada con el
inventario del contenido para que no hubiera que romper el sello para determinar qué había
dentro.
- ¿Mamut? -preguntó Bandra, mirando la lista.
- ¡Cielos, sí! -dijo Mary-. Me muero por probarlo.
Bandra sonrió, abrió la caja de vacío (que siseó) y escogió un par de chuletas. Las pasó al
horno láser y le dio unas cuantas instrucciones habladas.
- Debe ser difícil cazar rnamuts.
- Yo nunca lo he hecho -contestó Bandra-. Quienes lo tienen por contribución dicen que es
sencillo, -Se encogió de hombros. Pero, como dirías tú, el mal putativo acecha en las minucias.
Mary parpadeó tratando de descifrar la traducción que Christine hacía de lo que acababa de
decir Bandra.
- El diablo está en los detalles, quieres decir.
- ¡Exactamente! -dijo Bandra.
Mary se echó a reír.
- Voy a echarte de menos cuando me marche. Bandra sonrió.

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- Yo también voy a echarte de menos. Siempre que necesites un lugar donde alojarte en este
mundo, serás bienvenida.
- Gracias, pero...
Bandra alzó una de sus enormes manos.
- Oh, lo sé. Sólo tienes previsto venir de visita Cuando Dos Sean Uno, y entonces pasarás todo
el tiempo con Ponter. Y yo...
- Lo siento mucho, Bandra. Tiene que haber algo que podamos hacer.
- No insistamos en ello. Disfrutemos del tiempo que nos queda antes de que tengas que
marcharte.
- ¿Carpe diem? -dijo Mary. Bandra sonrió.
- Exactamente.
La cena estaba excelente: el mamut tenía un sabor exquisito y la ensalada aliñada con azúcar
de arce que Bandra preparó estaba para morirse.
Mary se acomodó en la silla de horcajadas y suspiró satisfecha.- Es una lástima que no tengáis
vino.
- Vino -repitió Bandra-. ¿Qué es eso?
- Una bebida. Alcohol. Uvas fermentadas.
- ¿Es delicioso?
- Bueno, no sólo es eso, el alcohol actúa sobre el sistema nervioso central, al menos el de los
gliksins. Hace que nos sintamos relajados.
- Yo estoy relajada.
Mary sonrió.
- La verdad es que yo también.
El periódico The Globe and Mail que Ponter le había traído a Mary publicaba el resultado de un
concurso para determinar cuál era el chiste más gracioso del mundo. No el que hiciera reír más
a la gente: no se trataba de un intento de reproducir el chiste arma secreta de los Monty
Python, que hacía que todo aquel que lo escuchara se muriese de risa. Más bien el proyecto
era encontrar un chiste sin fronteras culturales, que casi todos los seres humanos encontraran
gracioso.
Mary decidió probarlo con Bandra; como daba la casualidad de que era un chiste de caza, le
pareció que le gustaría a la neanderthal. Introdujo unas cuantas referencias en su
conversación para que Bandra tuviera la información necesaria, y luego, a eso de las nueve de
la noche (tarde en el sexto diadécimo), lo dejó caer:

Vale, vale. Bueno, van dos tíos y salen de caza, ¿no? Y uno de ellos de repente se
desploma... se cae al suelo. Parece que no respira y tiene los ojos en blanco. Así que el
otro tipo llama al 911 -Ése es nuestro teléfono de emergencias, ya que no tenemos
Acompañantes y el tipo lleva un teléfono móvil, ¿sabes?- lleno de pánico, dice: «Oiga,
estoy aquí cazando con mi amigo Bob, y se acaba de caer. Me parece que está muerto.
¿Qué hago? ¿Qué hago?»
Y la operadora de emergencias dice: «Tranquilícese, señor. Inspire profundamente.
Vayamos paso a paso. Primero, asegurémonos de que Bob está realmente muerto.»
Y el tipo dice: «Vale» La operadora lo oye soltar el teléfono y alejarse. Luego, bang, se
oye un tiro. El tipo vuelve a ponerse al teléfono y dice: «Muy bien, ¿y ahora qué hago?»

Bandra explotó con una carcajada. Estaba tomando té de piña; la forma de la boca
neanderthal impedía que lo expulsara por la nariz, pero si hubiera sido una gliksin, sin duda lo
habría hecho dado lo fuerte que reía.
- ¡Es horrible! -exclamó, secándose las lágrimas.
Mary sonreía, probablemente tanto que hasta hubiese podido rivalizar con Ponter.
- ¿Verdad que sí?
Pasaron el resto de la velada charlando de sus familias, contando chistes, escuchando música
neanderthal grabada emitida simultáneamente en sus implantes y, en general, pasándoselo
bien. Mary había tenido varias amigas íntimas antes de casarse con Colm, pero se había

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apartado de todas durante el matrimonio, y no había hecho nuevas amistades desde la
separación. Una de las cosas buenas del sistema neanderthal, pensó, era que dejaba tiempo
de sobra para entablar amistad con otras mujeres.
Y, a pesar de proceder literalmente de otro mundo, Bandra era desde luego el tipo de amiga
que hubiese elegido: cálida, ingeniosa, desprendida e inteligente; alguien con quien se podía
compartir un chiste, además de discutir sobre los últimos hallazgos científicos.
Al cabo de un rato, Bandra sacó un tablero de partanlar, el mismo juego al que Mary había
jugado con Ponter. El tablero de Ponter estaba hecho de madera pulida, con las casillas
oscuras y claras. Como correspondía a una geóloga, el tablero de Bandra era de piedra pulida,
con: las casillas blancas y negras.
- ¡Oh, bien! -dijo Mary-. ¡Conozco este juego! Ponter me enseñó a jugar.
En el ajedrez y las damas, los jugadores se sitúan uno frente al otro y cada uno intenta mover
su ejército de piezas hacia el lado contrario del tablero. Pero el partanlar no tenía esa direccio-
nalidad: no había avances ni retrocesos. Y por eso Bandra colocó el tablero en la mesita, ante
uno de los sofás, y luego se sentó en el sofá, dejando espacio de sobra para que Mary se
acomodara a su lado.
Jugaron casi una hora. Era el tipo de juego agradable que le gustaba a Mary, no la competición
típica de averquiénesmejor que tanto satisfacía a Colm. Ni a Mary ni a Bandra parecía im-
portarles realmente quién ganaba, y cada una se complacía con los movimientos inteligentes
de la otra.
- Es divertido tenerte aquí -dijo Bandra.
- Es divertido estar aquí -contestó Mary.
- ¿Sabes?, hay gente de mi especie que no aprueba el contacto entre nuestros mundos. El
consejero Bedros (¿lo recuerdas del mirador?) es uno de ellos. Pero aunque haya (otra
expresión vuestra que me gusta) unas cuantas manzanas podridas, no estropean el cesto. Está
equivocado, Mare. Se equivoca con vosotros. Tú eres la prueba.
Mary volvió a sonreír.- Gracias.
Bandra vaciló largamente, sus ojos pasaban de la izquierda de Mary a su derecha y esta vez a
la izquierda. Y entonces se inclinó hacia adelante y dio un lento y largo lametón en la mejilla
izquierda de Mary.
Mary se envaró.
- Bandra...
Bandra bajó la mirada.
- Lo siento... -dijo en voz baja-. Sé que no es tu costumbre... Mary colocó una mano bajo la
larga mandíbula de Bandra, y alzó lentamente su rostro hasta que se la quedó mirando.
- No -dijo Mary-. No lo es.
Miró los ojos color trigo de Bandra. El corazón le latía con fuerza.
Carpe diem.
Mary se inclinó hacia delante, y cuando sus labios entraron en contacto con los de Bandra,
dijo:
- Es ésta.

29

Y aunque nuestros primos neanderthales serán bienvenidos si deciden acompañamos a esta


grandiosa aventura marciana, es algo que parece que pocos desearán...

Cornelius Ruskin llamó a la puerta del despacho.


- Pase -dijo la familiar voz femenina con su ligero acento paquistaní.
Cornelius inspiró profundamente y abrió la puerta.
- Hola, Qaiser -dijo, entrando en el despacho.
El escritorio de metal de la profesora Qaiser Remtulla formaba ángulo recto con la puerta, a lo
largo contra una pared y en el lado izquierdo bajo la ventana.
La profesora iba vestida con una chaqueta verde oscura y pantalones negros.

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- ¡Cornelius! Nos tenías preocupados. Cornelius no consiguió sonreír, pero sí decir:
- Muy amable.
Pero Qaiser frunció el ceño.
Sin embargo, me gustaría que hubieras llamado para decirme que hoy vendrías. Dave Olsen
ya ha venido a impartir tu clase de la tarde.
Cornelius negó levemente con la cabeza.
- No importa. De hecho, de eso quería hablarte.
Qaiser hizo lo que todo académico tiene que hacer cuando se le presenta una visita: se levantó
de su silla giratoria y retiró la pila de libros y papeles de la otra silla que había en la habitación.
En su caso, era una silla de metal con cojines de vinilo naranja.
- Siéntate -dijo.
Cornelius obedeció, cruzó las piernas y...
Sacudió de nuevo la cabeza, preguntándose si alguna vez se acostumbraría a la sensación. Se
había pasado toda la vida siendo sutilmente consciente de la presión de sus testículos
dondequiera que se sentara así, pero esa sensación ya no existía.
- ¿Qué puedo hacer por ti? -lo instó Qaiser.
Cornelius la miró a la cara: ojos marrones, piel marrón, pelo marrón, un trío de tonos
chocolate. Parecía tener unos cuarenta y cinco años, diez más que él. La había visto llorar de
angustia, la había visto suplicándole que no le hiciera daño. No lo lamentaba: ella se lo
merecía, pero...
Pero...
- Qaiser, me gustaría pedir una excedencia.
- No hay excedencias pagadas para los profesores sustitutos -respondió ella.
Cornelius asintió.- Lo sé. Yo...
Lo había ensayado una y otra vez, pero ahora vaciló, preguntándose si era la manera
adecuada de abordar el tema.
- Sabes que he estado enfermo. Mi médico dice que debería tomarme... un descanso
prolongado. Ya sabes, tiempo para recuperarme.
Los rasgos de Qaiser mostraron su preocupación.
- ¿Es algo serio? ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? Cornelius negó con la cabeza.
- No, me pondré bien, estoy seguro. Pero es que... no me apetece seguir dando clases.
- Bueno, las vacaciones de Navidad empiezan dentro de unas cuantas semanas. Si pudieras
aguantar hasta entonces...
- Lo siento, Qaiser. Creo que no debería quedarme.
Qaiser frunció el ceño.
- Sabes que andamos cortos de personal con la marcha de Mary Vaughan.
Cornelius asintió, pero no dijo nada.
- Tengo que preguntarlo -dijo Qaiser-. Esto es un departamento de genética, después de todo.
Aquí hay montones de cosas que potencialmente podrían haberte hecho enfermar, y... bueno,
tengo que preocuparme por la salud de los estudiantes y el claustro de profesores. ¿Tu
problema está relacionado con alguno de los productos químicos o de las muestras que has
manejado aquí?
Cornelius volvió a negar con la cabeza.
- No. No, no es nada de eso. -Tomó aire-. Pero no puedo quedarme.
- ¿Por qué no?
- Porque...
Unas cuantas semanas antes hubiese sido incapaz de discutir ese tema sin que le diera un
síncope, pero ahora...
Se encogió de hombros.
- Porque habéis ganado.
Qaiser frunció el ceño.
- ¿Cómo dices?
- Habéis ganado. El sistema... ha ganado. Me habéis derrotado.
- ¿Qué sistema?

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- ¡Oh, venga ya! El sistema de contratación, el sistema de ascensos, el sistema de plazas. No
hay sitio para un hombre blanco.
Qaiser al parecer no era capaz de mirarlo a los ojos.
- Ha sido un tema difícil para la universidad -dijo ella-. Para todas las universidades. Pero, ya
sabes, a pesar de mi presencia y de la de unas cuantas más, el departamento de genética
sigue estando muy por debajo de las indicaciones de la universidad en cuestión de plazas
ocupadas por mujeres.
- Se supone que tenéis que ser el cuarenta por ciento -dijo Cornelius.
- Cierto, y no nos acercamos siquiera a esa cifra... todavía no.
- Qaiser se puso a la defensiva-. Pero mira, incluso así, debería ser la mitad, y...
- La mitad -repitió Cornelius; lo dijo con tanta calma que se sorprendió, y al parecer también
sorprendió a Qaiser, que inmediatamente dejó de hablar-. ¿Incluso cuando sólo el veinte por
ciento de las solicitudes son femeninas?
- Bueno, sí, pero... de todas formas, el objetivo no es la mitad. Es sólo el cuarenta por ciento.
- ¿Cuántas plazas o plazas fijas hay en este departamento?
- Quince.
- ¿y cuántas son de mujeres?
- ¿Ahora mismo? ¿Contando a Mary?
- Comando a Mary, claro.
- Tres.
Cornelius asintió. Se había desquitado con dos de ellas; la tercera estaba en una silla de
ruedas, y Cornelius no había sido capaz de...
- Así que las tres próximas plazas libres tendrán que ir a parar a mujeres, ¿no?
- Bueno, sí. Suponiendo que estén cualificadas.
Cornelius se sorprendió de sí mismo; antes, aquellas tres últimas palabras lo hubiesen sacado
de quicio, pero ahora...
- Y si la excedencia de Mary resulta permanente -dijo, con calma-, como probablemente será,
tendrás que sustituirla por una mujer también, ¿no?
Qaiser asintió, pero seguía sin mirado a los ojos.
- Así que las cuatro próximas plazas tendrán que ir a parar a mujeres. -Se detuvo (más
fácilmente de lo que esperaba ser capaz), antes de añadir-: Preferiblemente negras
discapacitadas.
Qaiser volvió a asentir.
- ¿Con qué frecuencia se oferta una plaza? -preguntó, como si él mismo no supiera ya la
respuesta.
- Depende de cuándo se retira la gente, o de si se traslada o cualquier otra cosa.
Cornelius esperó, sin decir nada.
- Cada par de años o así -respondió Qaiser por fin.
- Más bien cada tres años, de media -dijo Cornelius-. Fíate de mí: he hecho los cálculos. Lo
que significa que pasarán doce años antes de que busquéis un varón, e incluso entonces será
un minusválido o miembro de una minoría, ¿no es así?
- Bueno...
- ¿No es así?
Pero no había necesidad de que Qaiser respondiera; Cornelius había leído tantas veces la parte
relevante del convenio colectivo entre la Asociación de la Facultad y el Consejo de Gobierno
que podía recitarla de memoria, a pesar de la torpe redacción burocrática:

1. En unidades donde menos del 40% de las plazas para profesor/bibliotecario estén
ocupadas por mujeres, cuando las cualificaciones de los candidatos sean sustancialmente
iguales, el candidato miembro de una minoría racial/visible que sea aborigen o que
padezca una discapacidad y sea del sexo femenino será recomendado para el puesto.
2. Cuando no haya ningún candidato rccomendado según lo arriba mencionado (1), si las
cualificaciones de los candidatos son sustancialmente iguales se recomendará para el

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puesto a una persona del sexo femenino o que sea varón y miembro de una minoría
racial/visible, una persona aborigen o una persona con una discapacidad.
3. Si no hay ningún candidato recomendado según (1) y (2), entonces se recomendará
para el puesto al candidato varón.

- Cornelius, lo siento -dijo Qaiser, por fin.


- Todo el mundo está por delante en la cola de un hombre blanco capacitado.
- Eso es sólo porque...
Qaiser guardó silencio y Cornelius la miró con firmeza.
- ¿Sí?
Ella se estremeció un poco.
- Es sólo porque los hombres blancos y capacitados estuvieron en primer lugar demasiado a
menudo en el pasado.
Cornelius recordó la última vez que alguien le había dicho eso: un tipo blanco, convencido
liberal, en una fiesta la primavera anterior. Él le saltó al cuello y prácticamente le gritó con
toda la fuerza de sus pulmones que no había que castigarlo por las acciones de sus
antepasados y que...
Se dio cuenta ahora.
Básicamente había quedado en ridículo. Se marchó a toda prisa.
- Tal vez tengas razón -dijo Cornelius-. En cualquier caso, ¿cómo dice la vieja oración?: «Dios,
concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las co-
sas que puedo y sabiduría para conocer la diferencia.» -Tras una pausa añadió-: En este caso,
yo distingo la diferencia.
- Lo siento, Cornelius.
- Y por eso debo marcharme.
«Recojo mis pelotas y me voy a casa», pensó... pero, claro, eso ya no lo podía hacer.
- La mayoría de las universidades tienen programas similares de discriminación positiva, ya lo
sabes. ¿Adónde vas a ir?
- A la industria privada, tal vez. Me encanta la enseñanza, pero...
Qaiser asintió.
- La biotecnología está en boga ahora mismo. Hay montones de ofertas de trabajo y...
- Y como la biotecnología es principalmente una industria en pañales, no hay ningún
desequilibrio histórico que corregir -dijo Cornelius, en tono mesurado.
- ¿Sabes lo que deberías hacer? ¡Ir al Grupo Sinergia!
- ¿Qué es eso?
- La cantera de pensamiento del Gobierno estadounidense, dedicada a los estudios
neanderthales. Es el grupo que contrató a Mary Vaughan.
Cornelius estuvo a punto de descartar la idea (trabajar con Mary sería tan difícil como trabajar
con Qaiser), pero Qaiser continuó:
- He oído decir que le ofrecieron a Mary ciento cincuenta mil dólares estadounidenses.
Cornelius se quedó boquiabierto. Eso era... Cristo, eso era casi un cuarto de millón de dólares
canadienses al año. ¡Era en efecto el dinero que tendría que ganar un tipo como él, doctorado
en Oxford!
Sin embargo...
- No quiero quitarle el trabajo a Mary -dijo.
- Oh, nada de eso. Lo cierto es que he oído decir que ha dejado Sinergia. Daria Klein recibió un
email suyo hace unos días. Al parecer se ha vuelto nativa... se ha mudado permanentemente
al mundo neanderthal.
- ¿Permanentemente? Qaiser asintió.
- Eso he oído.
Cornelius frunció el ceño.
- Supongo que entonces no importaría que cursara una solicitud...

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- ¡Por supuesto! -dijo Qaiser, al parecer ansiosa por hacer algo por él-. Mira, déjame escribirte
una carta de recomendación. Apuesto a que necesitarán otro experto en ADN para sustituir a
Mary. Te graduaste en el Centro de Biomoléculas de Oxford, ¿no?
Cornelius lo consideró. Había hecho lo que había hecho en primer lugar frustrado por el
estancamiento de su carrera. Sería un buen detalle que eso al final lo condujera a conseguir el
trabajo que se merecía.
- Gracias, Qaiser -dijo, sonriéndole-. Muchísimas gracias.

30

Pero vengan o no los neanderthales con nosotros al planeta rojo, deberíamos aceptar su visión
del color de ese mundo. Marte no es un símbolo de guerra; es el color de la salud, de la vida...
y si ahora carece de ella no deberíamos dejar que permanezca así mucho tiempo...

Llegó el momento de que Mary le entregara el escritor de codones a Jock, para que se lo
llevara a...
Bueno, ¿adónde?
A Mary le había hecho gracia escuchar en el mirador al consejero Bedros refiriéndose al mundo
barast como «Jantar». No había un solo nombre para la Tierra que Mary llamaba su hogar.
«Tierra» no era más que un nombre; se llamaba de formas distintas en otros idiomas: Earth
en Inglés; Terra en Latín y muchas de las lenguas procedentes de él. Los franceses (y los
francocanadienses) la llamaban Terre. En Esperanto era Tero. El término Griego Gaea era el
preferido de los ecologistas. Los rusos la llamaban Zemlja; los suecos, Forden. En Hebreo era
Eretz; en Árabe, Ard; en Farsi, Zamin; en Mandarín, Diqiu; y en Japonés, Chikyuu. El nombre
más hermoso de todos, en opinión de Mary, era el Tahitiano: Vuravura. Ponter la llamaba
simplemente «el mundo de Mare», pero ella dudaba de que fuera a imponerse esa
denominación.
Pero, de todas maneras, Mary tenía que entregarle a Jock el escritor de codones, para que lo
pusiera a salvo en... en Gliksinia.
¿Gliksinia? No, demasiado feo. ¿Qué tal Sapientia? O...

El cubo de viaje que había llamado acababa de llegar. Mary ocupo uno de los dos asientos
traseros.
- A la mina de níquel de Debral.
El conductor le dirigió una fría mirada.- ¿De vuelta a casa?
- Yo no -contestó Mary-. Pero alguien sí.
El corazón le dio un vuelco cuando vio a Ponter con el grupo que regresaba de la isla de
Donakat. Pero se había prometido a sí misma que se comportaría como una buena nativa de
aquel mundo y no correría a sus brazos. ¡Después de todo, Dos No Eran Uno!
Pero cuando no miraba nadie no pudo resistirse a mandarle un beso, y él le sonrió.
No estaba allí para ver a Ponter sino a Jock Krieger. Mary se le acercó con su largo paquete
bajo al brazo.
- ¡Cuidado con los gliksins que llevan regalos! -dijo.
- ¡Mary! -exclamó Jock.
Mary lo llevó aparte, a un sitio donde nadie pudiera oírlos. Un exhibicionista vestido de
plateado trató de seguirlos, pero Mary se dio media vuelta y se lo quedó mirando hasta que se
marchó.
- Bien, ¿qué te parece este mundo?
- Es sorprendente -dijo Jock-. Sabía que nos habíamos cargado nuestro medio ambiente, pero
hasta que no he visto todo esto... -indicó el paisaje-. Es como encontrar el Edén.
Mary se echó a reír.
- ¿Verdad que sí? Lástima que ya esté ocupado, ¿eh?
- Desde luego -respondió Jock-. ¿Vas a regresar con nosotros o quieres pasar más tiempo en
el jardín?

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- Bueno, si no te importa, me gustaría quedarme unos días más.
- Mary trató de no sonreír-. He hecho... grandes progresos -Le enseñó el paquete-. Pero hay
algo que quiero que te lleves.
- ¿Qué es?
Mary miró a izquierda y derecha, y luego por encima del hombro. Entonces bajó la mirada,
para asegurarse de que no hubiesen obligado a Jock a llevar un Acompaílante temporal.
- Es un escritor de codones... un sintetizador de ADN barast.
- ¿Por qué necesitas que me lo lleve yo? ¿Por qué no lo llevas tú misma cuando vuelvas a
casa?
Mary bajó la voz.
- Es tecnología prohibida. En realidad no puedo tenerlo... nadie puede. Pero es una cosa
maravillosa. He escrito algunas notas para ti; van incluidas en el paquete.
Las cejas de Jock se alzaron hacia su tupé. Estaba claramente impresionado.
- ¿Tecnología prohibida? Sabía que no me equivocaba cuando te contraté...

•••

Mary despertó de repente. Tardó un momento en orientarse en la oscuridad, en averiguar


dónde se encontraba.
Una forma grande y cálida dormía tranquilamente a su lado. ¿Ponter?
No, no. Todavía no, no esa noche. Era Bandra; Mary había compartido la cama de Bandra
aquellas últimas noches.
Miró al techo. Los dígitos neanderthales brillaban suavemente allí, señalando la hora. Mary
podía descifrarlos bien cuando estaba completamente despierta, pero veía borroso en aquel
momento, y tardó unos segundos (unos latidos) en recordar que tenía que leerlos de derecha a
izquierda y que un círculo era el símbolo de cinco, no de cero. Era la mitad del diadécimo
nueve; poco más de las tres de la madrugada.
No tenía sentido levantarse de la cama, aunque eso era lo que le apetecía. Y no tenía nada que
ver con el hecho de que estuviera durmiendo junto a otra mujer; de hecho, le sorprendía lo
fácil que le había resultado acostumbrarse a eso. Pero el pensamiento que la había forzado a
despertarse le ardía todavía en la cabeza.
De vez en cuando se despertaba en plena noche con ideas brillantes, volvía a dormirse y por la
mañana las había olvidado. De hecho, muchos años antes había acariciado brevemente la idea
de escribir poesía (Colm y ella se habían conocido en uno de los recitales de él), y tenía una
libreta en la mesilla de noche y una linternita para tomar notas sin despertarlo. Pero renunció
a aquello porque cuando revisaba las notas por la mañana le parecían una porquería.
Pero aquel pensamiento, esa idea, aquella maravillosa idea seguiría allí por la mañana, de eso
Mary estaba segura. Era demasiado importante para olvidarla.
Se acurrucó, acomodándose en los cojines, y no tardó en quedarse dormida, mucho más
tranquila.
Christine la despertó con suavidad a la mañana siguiente, a la hora acordada: dos tercios del
décimo diadécimo... Habían pedido al Acompañante de Bandra que la despertara
simultáneamente, y en efecto eso parecía estar haciendo.
Mary le sonrió a Bandra.
- Hola -dijo, extendiendo una mano para tocar el brazo de la mujer barast.
- Día sano -contestó Bandra. Parpadeó unas cuantas veces, todavía despertándose-. Vamos a
preparar el desayuno.
- Todavía no. Hay algo de lo que quiero hablarte.
Estaban una frente a la otra en la cama, separadas por una corta distancia.
- ¿Qué?
- La última vez que Dos Se Convirtieron En Uno, Ponter y yo hablamos mucho... sobre nuestro
futuro.
Bandra evidentemente detectó algo en el tono de Mary.- Ah -dijo.
- Sabes que teníamos algunos... algunos asuntos que solucionar.

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Bandra asintió.
- Ponter propuso una solución... o al menos una solución parcial.
- He estado temiendo este momento -dijo Bandra en voz baja.
- Sabías que esta situación no podía durar. Yo... no puedo quedarme aquí eternamente.
- ¿Por qué no? -dijo Bandra, con voz quejumbrosa.
- Ayer mismo, Jock, mi jefe, me preguntó cuándo voy a volver a casa. Y tengo que volver;
todavía tengo pendiente la anulación de mi matrimonio con Colm además, yo...
- ¿Sí?
Mary movió el hombro en el que no se estaba apoyando.- No puedo soportarlo... estar aquí,
con Ponter tan cerca y sin poder verlo.
Bandra cerró los ojos.
- y entonces, ¿qué vas a hacer?
- Voy a regresar a mi mundo -dijo Mary.
- ¿Y eso es todo? ¿Vas a dejar a Ponter? ¿Vas a dejarme a mí?
- No voy a dejar a Ponter. Volveré aquí cada mes, cuando Dos Se Conviertan En Uno.
- ¿Viajarás continuamente entre mundos?
- Sí. Terminaré mi contrato con el Grupo Sinergia y luego intentaré encontrar trabajo en
Sudbury... ahí es donde el portal está situado en mi mundo. Allí hay una universidad.
- Ya veo -dijo Bandra, y Mary notó el esfuerzo que estaba haciendo por mantener la calma-.
Bueno, supongo que tiene lógica.
Mary asintió.
- Te echaré de menos, Mare. Te echaré mucho de menos. Mary volvió a tocar el brazo de
Bandra.
- Esto no tiene por qué ser un adiós.
Pero Bandra negó con la cabeza.
- Sé cómo es cuando Dos Se Convierten En Uno. Oh, durante unos meses, tal vez, te tomarás
la molestia de visitarme brevemente durante cada viaje, pero querrás pasar todo el tiempo con
tu hombrecompañero. -Bandra alzó una mano-. Y lo comprendo. Tienes un buen hombre, un
buen ser humano. Si yo tuviera lo mismo...
- No necesitas un hombrecompañero -dijo Mary-. Ninguna mujer, de ningún lado del portal, lo
necesita.
Bandra habló en voz baja.
- Pero yo tengo un hombrecompañero, así que para mí no hay alternativa.
Mary sonrió.
- Una palabra curiosa: alternativa. -Cerró los ojos brevemente, recordando-. Lo sé, en tu
idioma, es habadik. Pero al contrario que algunas palabras que sólo se traducen por
aproximación, esta tiene un equivalente exacto: la elección entre dos, y sólo dos,
posibilidades. Tengo amigos biólogos que argumentarían que debemos el concepto de
alternativa a nuestra forma corporal: por un lado, puedes hacer esto; por otro lado, puedes
hacer aquello. Un pulpo tal vez no tuviera ninguna palabra para expresar la situación de tener
sólo dos opciones.
Bandra miraba a Mary.
- ¿De qué estás hablando? -dijo por fin, claramente exasperada.
- Estoy hablando del hecho de que existen otra posibilidades para ti.
- No quiero poner en peligro la capacidad de mis hijas para reproducirse.
- Lo sé -dijo Mary-. Créeme, eso es lo último que yo quisiera.
- Entonces, ¿qué?
Mary se apoyó en los cojines, salvando la distancia que la separaba de Bandra, y la besó en los
labios.
- Ven conmigo -dijo, cuando terminó.
- ¿Qué?
- Ven conmigo, al otro lado. A mi mundo. A Sudbury.
- ¿Resolvería eso mi problema?

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- Te quedarías en mi mundo cuando Dos Se Convierten En Uno. Nunca tendrías que volver a
ver a Harb.
- Pero mis hijas...
- Son justamente eso: hijas. Siempre vivirán en el Centro de la ciudad. Estarán a salvo de él.
- Pero yo me moriría si no pudiera volver a verlas.
- Entonces regresa cuando Dos Estén Separados. Vuelve cuando no haya ninguna posibilidad
de ver a Harb. Vuelve y visita a tus hijas... y a sus hijos, tantas veces como quieras.
Bandra trataba de asimilar aquello.
- ¿Quieres decir que tú y yo podríamos pasar de un mundo a otro, pero lo haríamos en
momentos diferentes?
- Exactamente. Yo sólo vendría de visita cuando Dos Se Conviertan En Uno... y tú cuando no.
En Canadá suele trabajarse cinco días sí y dos días no. Llamamos a esos días «fines de
semana». Podrías volver cada fin de semana que no cayera en Dos Que Se Convierten En Uno.
- Harb se pondría furioso.
- ¿A quién le importa?
- Yo tendría que viajar al Borde para utilizar el portal.
- Entonces no lo hagas nunca sola. Asegúrate de que no pueda acercarse allí.
Bandra parecía vacilante.
- Yo... supongo que podría funcionar.
- Funcionará -dijo Mary con firmeza-. Si pusiera objeciones o intentara verte en el momento
inadecuado del mes podría descubrirse la verdad. Tal vez no le importe lo que os pase a ti o a
tus hijas, pero no querrá que lo castren.
- ¿Harías esto por mí? -preguntó Bandra-. ¿Establecerías un hogar conmigo en tu mundo?
Mary asintió y la abrazó.
- ¿Qué haría yo allí? -preguntó Bandra.
- Enseñar, en la Laurentian, conmigo. Ninguna universidad de mi mundo rechazaría una
oportunidad de incorporar una geóloga neanderthal a su claustro.
- ¿De verdad?
- Oh, sí, de verdad.
- ¿Entonces podríamos vivir y trabajar juntas en tu mundo?
- Sí.
- Pero... pero me dijiste que no era lo común entre tu gente.
Dos mujeres viviendo juntas...
- No es la costumbre de la mayoría de mi gente -dijo Mary-. Pero sí de algunas. Y Ontario,
donde viviremos, es uno de los lugares más comprensivos de todo mi mundo con este tipo de
cosas.
- Pero... pero ¿eso te haría feliz?
Mary sonrió.
- No hay soluciones perfectas. Pero ésta se acerca.
Bandra estaba llorando, pero eran lágrimas de alegría.
- Gracias, Mary.
- No -dijo Mary-. Gracias a ti. A ti y a Ponter.
- Lo de Ponter puedo comprenderlo, ¿pero yo? ¿Por qué?
Mary volvió a abrazarla.
- Ambos me habéis mostrado nuevas formas de ser humana y por eso siempre os estaré
agradecida.

31

Naturalmente, una vez que estemos allí, una vez que hayamos plantado flores en la arena
rojiza del cuarto planeta de nuestro sol, una vez que las hayamos nutrido con el agua tomada
de los cascos polares marcianos, los Homo sapiens podremos de nuevo detenernos
brevemente a oler esas rosas...

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- ¡Gilipollas!
Jock sabía que el otro conductor no podía oírlo (hacía un día demasiado frío para que nadie
llevara las ventanillas bajadas), pero odiaba que los subnormales le cortaran el paso.
El tráfico era insoportable. Probablemente, claro, reflexionó Jock, no peor que cualquier otro
día en Rochester, pero todo le resultaba insoportable en comparación con la limpia, idílica
belleza que había visto al otro lado.
«El otro lado.» Cristo, su madre solía hablar del cielo de esa forma. «Las cosas irán mejor en
el otro lado.»
Jock no creía en el cielo (ni en el infierno, ya puestos), pero no podía negar la realidad del
mundo neanderthal. Naturalmente, había sido puro azar que no lo hubieran destrozado todo.
Si los humanos de verdad hubiesen tenido narices así, probablemente no habrían querido
tampoco chapotear en su propia basura.
Jock se detuvo en un semáforo. Una primera plana de USA Today revoloteaba por la calle.
Unos niños fumaban en la parada del autobús. Había un Mc Donald's una manzana más
adelante. Sonaban sirenas a lo lejos y los conductores tocaban el claxon. Un camión que tenía
al lado eructó humo por su tubo de escape vertical. Jock miró a derecha e izquierda, y acabó
por divisar un único árbol que crecía en medio del asfalto a media manzana de distancia.
El locutor de las noticias de la radio comenzó diciendo que un hombre enajenado había abatido
a tiros y matado a cuatro compañeros de trabajo en una fábrica de componentes electrónicos
de Illinois. Luego dedicó diez segundos a un atentado suicida en El Cairo, una docena a lo que
parecía la guerra inminente entre India y Pakistán, y acabó el avance con un vertido de
petróleo en Puget Sound, el descarrilamiento de un tren cerca de Dallas y el atraco a un banco
allí mismo, en Rochester.
«Qué desastre -pensó Jock, tamborileando con los dedos en el volante, esperando la señal
para continuar-. Qué puñetero desastre.»
Jock entró por la puerta principal de la mansión del Grupo Sinergia. Se encontró a Louise
Benoit en el pasillo.
- Hola, Jock -dijo ella-. ¿Es tan bonito como dicen el otro lado?
Jock asintió.
- No sé qué decirte -continuó Louise-. Te has perdido una aurora boreal sorprendente mientras
estabas fuera.
- ¿Aquí? ¿Tan al Sur?
Louise asintió.
- Fue increíble. Nunca había visto nada igual... y soy física solar. El campo magnético de la
Tierra está empezando a actuar.
- Todavía pareces consciente -dijo Jock con sequedad. Louise sonrió y señaló el paquete que él
tenía en las manos.
- Pasaré por alto ese comentario, ya que me has traído flores. Jock miró la caja alargada que
le había entregado Mary Vaughan.
- En realidad, es algo que Mary me pidió que trajera.
- ¿Qué es?
- Eso voy a averiguar.
Jock se encaminó pasillo abajo hasta el lugar donde se sentaba la señora Wallace, que hacía
las veces de recepcionista y secretaria administrativa suya.
- iBienvenido, señor!
Jock asintió.- ¿Alguna cita hoy?
- Sólo una. La concerté mientras estaba usted fuera; espero que no le importe. Un genetista
busca trabajo. Viene recomendado.
Jock gruñó.
- Estará aquí a las once y media -dijo la señora Wallace.

Jock comprobó su correo electrónico y sus mensajes de voz, se preparó un poco de café solo y
desenvolvió el paquete que le había dado Mary. Se notaba, nada más verlo, que se trataba de
tecnología alienígena: las texturas, los colores, el aspecto general... todo era diferente de lo

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que habría hecho un mundo humano. La afición neanderthal a los cuadrados era palpable:
planta cuadrada, pantalla cuadrada y controles dispuestos en cuadrados.
Varios controles estaban etiquetados; algunos, para su sorpresa, en lo que parecía ser
escritura a mano neanderthal. No era un aparato producido en cadena: tal vez se tratara de un
prototipo...
Jock descolgó el teléfono y marcó un número interno.
- ¿Lonwis? Soy Jock. ¿Puede bajar a mi despacho, por favor... ?
La puerta de Jock se abrió (sin que llamaran antes) y entró Lonwis Trob.
- ¿Qué ocurre, Jock? -preguntó el anciano neanderthal.
- Tengo aquí este aparato -Jock indicó el largo artefacto que tenía sobre la mesa- y me estaba
preguntando cómo ponerlo en marcha.
Lonwis cruzó la habitación; a Jock le pareció oír el crujido de las articulaciones del neanderthal.
Se inclinó (esta vez el crujido fue claramente audible), acercando sus mecánicos ojos azules a
la unidad.
- Aquí -dijo, señalando un control aislado. Lo agarró entre dos dedos retorcidos y tiró de él. La
unidad empezó a zumbar levemente-. ¿Qué es?
- Mary dijo que un sintetizador de ADN. Lonwis se lo quedó mirando un poco más.
- La carcasa parece una unidad estándar, pero nunca he visto nada parecido. ¿Puedes
levantarlo por mí?
- ¿Qué? -dijo Jock-. Oh, claro.
Levantó el aparato de la mesa y Lonwis se inclinó para mirarlo por debajo.
- Habrá que enchufarlo a una fuente de energía externa y... sí, bien: tiene un puerto estándar.
La doctora Benoit y yo hemos construido algunas unidades que permiten conectar la tecnología
neanderthal a vuestros ordenadores personales. ¿Quieres una?
- Um, claro. Sí.
- Me encargaré de que la doctora Benoit te la traiga.
- Lonwis se encaminó hacia la puerta-. Que te diviertas con tu nuevo juguete.
Jock se pasó horas examinando el escritor de codones y leyendo las notas que Mary había
preparado.
El aparato podía crear ADN, eso estaba bien claro.
Y ARN también, otro ácido nucleico como Jock bien sabía. También parecía capaz de producir
proteínas asociadas, como las que se usaban para unir el ácido desoxirribolnucleico a los
cromosomas.
Jock tenía algunos conocimientos de genética; muchos de los estudios en los que había
participado en la RAND se referían a la guerra biológica. Si aquel aparato podía producir
cadenas de ácidos nucleicos y proteínas, entonces...
Jock se frotó los dedos. ¡Lo que darían por aquello los chicos de Fort Detrick! Ácidos nucleicos.
Proteínas. Eran la base de los virus, que después de todo no eran más que fragmentos de ADN
o ARN contenidos en envoltorios proteínicos.
Jock contempló la máquina, pensando.
El teléfono de Jock sonó. Una llamada interna. Jock lo atendió.
- Su cita de las once y media está aquí -dijo la voz de la señora Wallace.
- Muy bien, que pase.
Un momento después, un hombre delgado de ojos azules, de unos treinta y tantos años, entró
por la puerta.
- Doctor Krieger -dijo, tendiéndole la mano-. Es un placer conocerle.
- Siéntese.
El hombre así lo hizo, pero antes le entregó un grueso currículum vitae.
- Como puede ver, me doctoré en Oxford. Estuve en el Centro de Biomoléculas de allí.
- ¿Ha hecho algún trabajo con neanderthales?
- No, no específicamente. Pero sí sobre otras muestras de finales del Cenozoico.
- ¿Cómo se ha enterado de nuestra existencia?
- Trabajaba en la Universidad de York, como Mary Vaughan, y...
- Normalmente buscamos nuestros candidatos, ¿sabe?

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- Ooh, lo comprendo, señor. Pero me pareció que, si Mary se había ido al otro universo, tal vez
necesitara usted un genetista.
Jock miró el objeto que tenía sobre la mesa.
- El caso, doctor Ruskin, es que así es.

32

Pero oler las flores marcianas sólo será hacer una pausa, un descanso para tomar aire, un
instante de reflexión antes de que emprendamos de nuevo el viaje, siempre más y más lejos,
aprendiendo, descubriendo, creciendo, expandiendo no sólo nuestras fronteras sino nuestras
mentes...

Habían pasado casi tres semanas desde que el contingente de las Naciones Unidas, incluido
Jock, regresara a casa. Ponter y Adikor trabajaban en las instalaciones de cálculo cuántico, a
mil brazadas bajo la superficie, cuando llegó mensaje: un sobre de mensajería traído por un
oficial de las Fuerzas Armadas canadienses a través del tubo de Derkers.
El propio Ponter abrió el paquete. El sobre de su interior llevaba el logotipo con el globo
terráqueo doble del Grupo Sinergia, y por eso al principio Ponter supuso que era de Mare. Pero
no. Para su asombro, el sobre iba dirigido a él, tanto en letras inglesas como en símbolos
neanderthales.
Ponter abrió el sobre, con su amado Adikor mirando por encima del hombro. Dentro había una
perla de memoria. Ponter la introdujo en el reproductor de su consola de control y apareció
una imagen tridimensional de Lonwis Trob, sus azules ojos mecánicos hablando desde dentro.
La imagen tenía aproximadamente un tercio del tamaño real y flotaba a un palmo por encima
de la consola.
- Día sano, sabio Boddit -dijo Lonwis-. Necesito que regrese a la Sede del Grupo Sinergia,
aquí, al Sur del lago Jorlant, lo que los gliksins insisten en llamar lago Ontario a pesar de que
los he corregido repetidas veces. Como sabes, estoy trabajando con la doctora Benoit en
asuntos de cálculo cuántico y tengo una nueva idea para impedir la decoherencia incluso en
sistemas a nivel de superficie, pero necesito tu experiencia en cálculo cuántico. Trae a tu
compañero de investigación, el sabio Adikor Huld; su experiencia será de considerable ayuda
también. Ven dentro de tres días.
La imagen se congeló, lo que significaba que la grabación había llegado a su fin. Ponter miró a
Adikor.
- ¿Te gustaría venir?
- ¿Bromeas? -preguntó Adikor-. ¡Una oportunidad para conocer a Lonwis Trob! Me encantaría
ir.
Ponter sonrió. Los gliksins decían que los barasts carecían del deseo de explorar nuevos
lugares. Tal vez tuvieran razón: hasta ahora, a pesar de que era su tecnología lo que había
hecho posible el portal, Adikor no había mostrado ningún interés en ver el mundo gliksin. Sin
embargo iba a hacerlo... para conocer a uno de sus héroes barasts.
- Tres días. Tiempo de sobra para hacer las maletas -dijo Ponter-. El Grupo Sinergia no está
lejos de aquí... el aquí que está allí, quiero decir.
- Me pregunto qué esconde Lonwis bajo su ceño -comentó Adikor.
En la sala de control no había nadie excepto ellos dos, aunque un técnico neanderthal
trabajaba en la sala de cálculo y un controlador neanderthal estaba sentado junto a la boca del
portal, por si acaso.
- Tengo que invitar a Mare para que venga con nosotros -dijo Ponter.
Adikor entornó los ojos.
- Todavía no es Dos Se Convierten En Uno. Ponter asintió.
- Lo sé. Pero esa regla no se aplica en su mundo, y ella nunca me lo perdonaría si fuera allí y
no la llevara.
- El sabio Trob no la ha mandado llamar -dijo Adikor. Ponter extendió la mano y tocó el brazo
de Adikor.

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- Sé que esto ha sido difícil para ti. He pasado demasiado tiempo con Mare y muy poco
contigo. Sabes cuánto te quiero.
Adikor asintió lentamente.
- Lo siento. Estoy intentando... de verdad que lo intento, no ser quisquilloso con Mare y
contigo. Me refiero a que quiero de verdad que tengas una mujercompañera: lo sabes. Pero
nunca pensé que encontrarías una que se interpondría en nuestro tiempo de estar juntos.
- Ha sido... complejo -dijo Ponter-. Te pido disculpas. Pero dentro de poco tu hijo Dab vendrá a
vivir con nosotros... y entonces tú tendrás menos tiempo para mí.
En cuanto hubo dicho estas palabras, Ponter lo lamentó. El dolor se pintó en el rostro de
Adikor.
- Criaremos a Dab juntos -dijo Adikor-. Es la costumbre; lo sabes.
- Lo sé. Lo siento. Es que...
- Es que esto es tan podridamente embarazoso -dijo Adikor.
- Lo resolveremos pronto. Te lo prometo.
- ¿Cómo?
- Mare se trasladará al otro lado del portal y vivirá allí, en su mundo, excepto cuando Dos Se
Conviertan En Uno. Las cosas volverán a la normalidad entre tú y yo, Adikor.
- ¿Cuándo?
- Pronto. Lo prometo.
- Pero quieres que ella nos acompañe en este viaje... que venga con nosotros al Grupo
Sinergia, que venga con nosotros a ver a Lonwis.
- Bueno, su contribución actual es como investigadora del Grupo Sinergia. Tiene lógica que
regrese allí de vez en cuando, no me lo negarás.
La ancha boca de Adikor estaba fruncida en una mueca. Ponter empleó el dorso de la mano
para acariciar suavemente la mejilla de su hombrecompañero, sintiendo sus pelos.
- Te quiero, Adikor. Nada se interpondrá jamás entre nosotros. Adikor asintió lentamente, y
luego, tomando él mismo la iniciativa, habló a su Acompañante.
- Por favor, conéctame con Mare Vaughan.
Al cabo de un momento, la imitación de Christine de la voz de Mare surgió del altavoz externo
del Acompañante de Adikor, traduciendo lo que Mare decía en su idioma:
- Día sano.
- Día sano, Mare. Soy Adikor. ¿Qué te parecería hacer un viajecito con Ponter y conmigo?
- iEsto es sorprendente! -dijo Adikor mientras atravesaban en coche Sudbury, Ontario-.
¡Edificios por todas partes! ¡Y toda esa gente! ¡Hombres y mujeres juntos!
- Y esto es sólo una ciudad pequeña -contestó Ponter-. Espera a ver Toronto o Manhattan.
- Increíble -dijo Adikor. Ponter había ocupado el asiento trasero para que Adikor pudiera ir
delante-. ¡Increíble!
Antes de emprender el largo viaje hasta Rochester se detuvieron en la Universidad Laurentian
para preguntar si había posibilidades de empleo para Mary y Bandra. Ponter tenía toda la
razón: se reunieron primero con los jefes de los departamentos de genética y geología, pero
no tardaron en aparecer el decano de la universidad y su consejero. La Laurentian quería
contratarlas a ambas. Estarían encantados de elaborar un calendario de trabajo que permitiera
a Mary disfrutar de cuatro días de permiso al mes.
Ya que estaban allí, bajaron al cubil que Veronica Shannon tenía en el sótano. Adikor se metió
en el «armario de Veronica» con un casco de pruebas recién construido que encajaba
fácilmente en los cráncos neanderthales.
Mary esperaba que Adikor experimentara algo cuando estimularan la parte izquierda de su
lóbulo parietal, pero no sucedió nada. Por si el cerebro neanderthal era como la imagen
reflejada del gliksin (cosa improbable, dada la predominancia de diestros neanderthales),
Veronica lo intentó por segunda vez estimulando la parte derecha del lóbulo parietal de Adikor,
pero tampoco con eso obtuvo ninguna respuesta.

Mary, Ponter y Adikor se dirigieron luego al apartamento de ella en Richmond Hill. Adikor no
dejaba de contemplar la autopista y los demás coches completamente asombrado.

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Cuando llegaron a la casa de Mary, ésta recogió un enorme montón de correo acumulado del
mostrador del conserje en el vestíbulo, y luego subieron en ascensor hasta su vivienda.
Allí, Adikor se asomó al balcón, fascinado por el panorama. Parecía contentarse con mirar, así
que Mary ordenó una cena que sabía que le gustaría a Ponter: Kentucky Fried Chicken,
ensalada de col, patatas fritas y doce latas de cola.
Mientras esperaban la comida, Mary encendió la tele, con la esperanza de pillar las noticias, y
antes de que pasara mucho rato se encontró pegada a la pantalla.
- Habemus papam! -dijo la presentadora, una mujer blanca de pelo rojizo y gafas de montura
de alambre-. Ésas han sido las palabras más escuchadas hoy en la ciudad del Vaticano, en
Roma: tenemos Papa.
La imagen cambió para mostrar la columna de humo blanco que se elevaba de la chimenea de
la capilla Sixtina, indicando la quema de las papeletas después de que un candidato obtuviera
la mayoría requerida de dos tercios más uno. Mary sintió que el corazón le latía con fuerza.
Entonces apareció una imagen en foto fija: un hombre blanco de unos cincuenta y cinco años,
pelo entrecano y rostro estrecho y alargado.
- El nuevo Pontífice es el cardenal Franco Di Chario, de Florencia, y nos informan de que
adoptará el nombre de Marcos II.
Una imagen doble ahora, de la presentadora y una mujer negra de unos cuarenta años que
llevaba un elegante traje de chaqueta.
- Con nosotros, en el Centro de transmisión de la CBe, se encuentra Susan Doncaster,
catedrática de estudios religiosos de la Universidad de Toronto. Gracias por su presencia,
profesora.
- Es un placer, Samantha.
- ¿Qué puede decimos de Franco Di Chario? ¿Qué tipo de cambios podemos esperar que
efectúe en la Iglesia Católica Romana?
Doncaster abrió un poco los brazos.
- Muchos de nosotros esperábamos un soplo de aire fresco con el nombramiento de un nuevo
Papa, quizás el relajamiento de algunas de las políticas más conservadoras de la Iglesia. Pero
ya se intuye que el hombre elegido insistirá en lo ya establecido: El Papa, Marcos II. Volvemos
a tener a un italiano en el trono de san Pedro, y como cardenal, Franco Di Chario ha sido muy
conservador.
- ¿Entonces no veremos una liberalización de la política sobre, digamos, el control de la
natalidad?
- Casi con toda certeza, no -dijo Doncaster, negando con la cabeza-. Di Chario ha manifestado
en varias ocasiones que la encíclica Humanae Vitae del papa Pablo VI es la encíclica más
importante del segundo milenio y una de las que deberían guiar a la Iglesia en el tercer
milenio.
- ¿Qué hay del celibato del clero? -preguntó Samantha.
- Una vez más, Di Chario ha hablado con frecuencia sobre la importancia de los votos
tradicionales de pobreza, castidad y obediencia a la hora de ser ordenado sacerdote. No veo
ninguna posibilidad de que Marcos II modifique la postura de Roma en ese aspecto.
- Me da la impresión -dijo la presentadora, sonriendo levemente- de que no tiene sentido
entonces preguntar por la ordenación de mujeres.
- No con Franco Di Chario, desde luego -respondió Doncaster-. Nos encontramos con una
Iglesia bajo asedio: está fortificando sus defensas tradicionales, no derribándolas.
- ¿Entonces no hay tampoco ninguna probabilidad de que se suavicen las normas sobre el
divorcio?
Mary contuvo la respiración, aunque conocía cuál iba a ser la respuesta.
- Ninguna -dijo Doncaster.
Mary había guardado el mando a distancia del televisor en un cajón a principios de verano:
intentaba perder peso y le había parecido una forma bastante sencilla de obligarse a moverse
de aquí para allá. Se levantó del sofá, se acercó a la pantalla de catorce pulgadas y pulsó el
botón de desconexión.
Cuando se dio la vuelta, vio que Ponter la estaba mirando.

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- No te gusta la elección del nuevo Papa -dijo.
- No, no me gusta. Y a mucha gente no va a gustarle tampoco.
Se encogió ligeramente de hombros, un gesto filosófico.
- Pero, claro, supongo que habrá alegría en muchos lugares también -suspiró.
- ¿Qué vas a hacer?
- Yo... no lo sé. Quiero decir, no es que vaya a ser excomulgada. Le prometí a Colm que
accedería a una anulación en vez de a un divorcio, pero...
- ¿Pero qué?
- No me malinterpretes -dijo Mary- Me alegro de que nuestra hija vaya a tener el órgano de
Dios. Pero me estoy cansando de todas estas ridículas restricciones. ¡Estamos en el siglo
veintiuno, por el amor de Dios!
- Tal vez este nuevo Papa te sorprenda. Tal como lo he entendido, no ha hecho ningún anuncio
desde que ha sido nombrado para el cargo. Todo lo que hemos oído son especulaciones.
Mary se sentó en el sofá.
- Lo sé. Pero si los cardenales hubieran querido un verdadero cambio hubiesen elegido a
alguien diferente. -Se echó a reír-. ¡Escúchame! Es el punto de vista seglar, naturalmente. Se
supone que la elección del Papa está inspirada por Dios. Así que lo que debería decir es que si
Dios hubiera querido un verdadero cambio, habría elegido a alguien diferente.
- De todas formas, como ha dicho esa mujer, tenéis Papa... y parece lo bastante joven para
servir durante muchos diezmeses.
Mary asintió.
- Conseguiré la anulación. Se lo debo a Colm. Yo soy quien abandonó el matrimonio y él no
quiere ser excomulgado. Pero aunque una anulación signifique que podría seguir perteneciendo
a la Iglesia Católica, no voy a hacerlo. Después de todo, hay muchas otras maneras de ser
cristiano... no significa que vaya a abandonar mi fe.
- Me parece una decisión importante -dijo Ponter.
Mary sonrió.
- He tomado muchas últimamente. y no puedo seguir siendo católica. -Se sorprendió de lo
fácilmente que le salían las palabras-. No puedo.

33

Nosotros (la especie de humanidad llamada Homo sapiens, la especie que nuestros primos
neanderthales llaman gliksins) tenemos un impulso único entre todos los primates, un impulso
singular en el reino de los seres conscientes...

- Hola, Jock -dijo Mary Vaughan cuando entró en su despacho del Grupo Sinergia.
- ¡Mary! -exclamó Jock-. ¡Bienvenida!
Se levantó de su sillón Aeron, rodeó el escritorio y le estrechó la mano.
- Bienvenida.
- Me alegro de verte. -Indicó la puerta y sus dos compañeros de viaje se asomaron-. Jock, ya
conoces al enviado Ponter Boddit y éste es el sabio Adikor Huld.
Las grises cejas de Jock se alzaron.- ¡Santo cielo! ¡Esto sí que es una sorpresa!
- ¿No sabías que veníamos?
Jock negó con la cabeza.
- He estado liado con... otros asuntos. Recibo informes de las idas y venidas de todos los
neanderthales, pero no me da por echarles un vistazo.
Mary se acordó de un viejo chiste: la mala noticia es que la CIA lee todos tus emails; la buena
es que la CIA lee todos tus emails.
- De todas formas, bienvenidos -dijo Jock, adelantándose y estrechando la mano de Ponter y
luego la de Adikor-. Bienvenido, doctor Huld, a los Estados Unidos de América.
- Gracias -respondió Adikor-. Es... abrumador.
Jock sonrió levemente.
- Sí que lo es.

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Mary señaló a los dos barasts.
- Lonwis Trob le pidió a Ponter que regresara y que trajera esta vez a Adikor consigo.
Ponter sonrió.
- Estoy seguro de que soy demasiado teórico para los gustos de Lonwis. Pero Adikor sabe
construir cosas.
- Hablando de ingenuidad neanderthal -dijo Mary, señalando una mesa de trabajo emplazada
en un rincón del despacho de Jock-, veo que has estado examinando el escritor de codones.
- Sí, en efecto -respondió Jock-. Es una pieza de equipo sorprendente.
- Así es -dijo Mary. Miró a Jock, preguntándose qué decirle.
Luego, demasiado ansiosa para guardárselo, añadió-: Permitirá que Ponter y yo tengamos un
bebé, a pesar de que nuestro recuento de cromosomas no coincide.
Jock se enderezó en su sillón Aeron.
- ¿De verdad? Vaya... por Dios. No creía... no sabía que eso fuera posible.
- ¡Pues lo es! -dijo Mary, sonriendo.
- Um, bueno, ah, enhorabuena -dijo Jock-. Y a usted también, por supuesto, Ponter.
¡Enhorabuena!
- Gracias -contestó Ponter.
De pronto Jock frunció el ceño, como si se le hubiera ocurrido algo importante.
- Un híbrido entre homo sapiens y Homo neanderthalensis. ¿Tendrá veintitrés pares de
cromosomas o veinticuatro?
- ¿Quieres decir si será gliksin o barast, según los tests que elaboré? -preguntó Mary.
Jock asintió.
- Es sólo por... pura curiosidad.
- Hablamos mucho sobre eso. Finalmente decidimos que tuviera veintitrés pares de
cromosomas. Parecer; un gliksin, un homo sapiens.
- Ya veo -dijo Jock. Parecía levemente insatisfecho con la idea.
- Puesto que el embrión se implantará en mi vientre -Mary se palpó la barriga-, intentaremos
evitar que se dispare una respuesta inmunológica.
Jock bajó la mirada.
- No estás embarazada ya, ¿no?
- No, no. Todavía no. La generación 149 no se concebirá hasta el año que viene.
Jock parpadeó.
- ¿Entonces la criatura va a vivir en el mundo neanderthal? ¿Significa eso que te mudarás allí
permanentemente?
Mary miró a Ponter y Adikor. No esperaba tener que hablar de aquello todavía.
- Lo cierto -dijo despacio- es que permaneceré la mayor parte del tiempo en este mundo...
- Parece que hay un enorme «pero» -dijo Jock. Mary asintió.
- Lo hay. Sabes que terminé la tarea para la que me contrataste aquí en Sinergía mucho más
pronto de lo que esperábamos en un principio. Creo que es hora de que me marche. Me han
ofrecido una cátedra en el Departamento de Genética de la Laurentian.
- ¿La Laurentian? -preguntó Jock-. ¿Dónde está eso?
- En Sudbury... ya sabes, donde se encuentra el portal. La Laurentian es una universidad
pequeña, pero tiene un gran Departamento de Genética... y lleva a cabo el trabajo forense
sobre el ADN para la policía. -Hizo una pausa-. Últimamente me interesan esas cosas.
Jock sonrió.
- ¿Quién hubiese pensado que todo iba a coincidir en Sudbury? ¿Verdad?

- Hola, Mary.
A Mary se le cayó el tazón que tenía en la mano. Se hizo añicos, y el café mezclado con batido
de chocolate se desparramó por el suelo de su despacho.
- Gritaré - dijo. Llamaré a Ponter.
Cornelius Ruskin cerró la puerta tras él.- No hay ninguna necesidad de eso.
El corazón de Mary latía desbocado. Buscó a su alrededor algo que usar como arma.
- ¿Qué demonios haces aquí?

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Cornelius consiguió sonreír.
- Trabajo aquí. Soy tu sustituto.
- Eso ya lo veremos -dijo Mary. Cogió el teléfono.
Cornelius se acercó.
- ¡No me toques! -gritó Mary-. ¡No te atrevas!
- Mary...
- ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!
- Sólo concédeme dos minutos, Mary... es todo lo que pido.
- ¡Llamaré a la policía!
- No puedes hacerlo. Sabes que no puedes, no después de lo que me hizo Ponter y...
De repente Cornelius dejó de hablar. El corazón de Mary latía furiosamente y su rostro debió
traicionar algo que Cornelius detectó.
- ¡No lo sabes! -dijo él, sus ojos azules abiertos de par en par-. No lo sabes, ¿verdad? ¡No te lo
ha dicho!
- Decirme ¿qué?
Cornelius se quedó inerte, como si sus miembros estuvieran sólo conectados ligeramente a su
cuerpo.
- Nunca se me ocurrió que no estuvieras involucrada en la planificación, que no supieras...
- Saber ¿qué? -insistió Mary. Cornelius retrocedió.
- No te haré daño, Mary. No puedo hacerte daño.
- ¿De qué estás hablando?
- ¿Sabes que Ponter vino a verme, a mí apartamento?
- ¿Qué? Estás mintiendo.
- No, no miento.
- ¿Cuándo?
- En Septiembre. Por la noche, tarde...
- Estás mintiendo. Él nunca...
- Oh, sí, lo hizo.
- Me lo habría contado.
- Eso pensaba yo -reconoció Cornelius, encogiéndose de hombros-. Pero al parecer no lo hizo.
- Mira, no me importa nada de todo eso. Sal de aquí. iVine a este lugar para escapar de ti! Voy
a llamar a la policía.
- No quieres hacer eso.
- Mira, si te acercas un paso más, gritaré.
- Mary...
- No te acerques más.
- Mary, Ponter me castró.
Mary notó que se quedaba boquiabierta.
- Estás mintiendo -dijo-. Te lo estás inventando.
- Te lo enseñaré, si quieres...
- ¡No! -Mary casi vomitó ante la idea de ver de nuevo su carne desnuda.
- Es verdad. Vino a mi apartamento, a eso de las dos de la madrugada y...
- Ponter nunca haría eso. No sin decírmelo.
Cornelius dirigió una mano a su bragueta.
- Como decía, puedo mostrártelo.
- ¡No! -Mary boqueaba en busca de aire.
- Qaiser Remtulla me dijo que ibas a volverte nativa... que ibas a mudarte permanentemente
al otro lado. Yo nunca hubiese venido aquí de lo contrario, pero... -Volvió a encogerse de
hombros- Necesito este trabajo, Mary. York era un callejón sin salida para mí... para cualquier
varón blanco de mi generación. Lo sabes.
Mary estaba a punto de hiperventilar.
- No puedo trabajar contigo. Ni siquiera puedo estar en la misma habitación que tú.
- Me mantendré apartado de tu camino. Lo prometo. -Su voz se suavizó-. Maldita sea, Mary,
¿crees que me gusta verte? Me recuerda lo... -su voz se quebró un poco- lo que solía ser.

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- Te odio -susurró Mary.
- Lo sé. Yo... no te lo reprocho. Pero si me denuncias a Krieger, yo haré lo mismo con Ponter
Boddit. Él irá a la cárcel por lo que hizo.
- Que Dios te maldiga -dijo Mary.
Cornelius asintió.- Sin duda así lo hará.
- ¡Ponter! -Mary entró en tromba en la sala de Sinergia donde él estaba trabajando con Adikor
Huld y Lonwis Trob-. ¡Ven conmigo!
- Hola, Mare. ¿Qué ocurre?
- ¡Ahora! -exclamó Mary-. ¡Ahora mismo!
Ponter se volvió hacia los otros dos neanderthales, pero Christine continuó traduciendo:
- Si me disculpan...
Lonwis asintió, e hizo un gesto a Adikor que debía significar Últimos Cinco. Mary salió de la
habitación y Ponter la siguió.
- ¡Fuera! -exclamó Mary y, sin mirar atrás, cruzó el suelo alfombrado de la mansión, descolgó
su abrigo del perchero y salió por la puerta.
Ponter la siguió sin abrigo. Mary cruzó el césped marrón y la carretera, hasta que estuvieron
en la amplia acera del paseo marítimo desierto. Se volvió hacia Ponter.
- Cornelius Ruskin está aquí -dijo.
- No. Yo lo hubiese olido si...
- Tal vez cortarle las pelotas le haya cambiado el olor -replicó Mary.
- Ah -dijo Ponter, y luego-: Oh.
- ¿Ya está? ¿Es todo lo que tienes que decir?
- Yo, bueno...
- ¿Por qué demonios no me lo dijiste?
- No lo hubieras aprobado -dijo Ponter, mirando la acera, semicubierta de hojas muertas.
- ¡Pues claro que no lo hubiese aprobado! Ponter, ¿cómo pudiste hacer una cosa así? Cristo
bendito...
- Cristo -repitió Ponter en voz baja-. Cristo enseñó que el perdón era la mayor de las virtudes.
Pero...
- ¿Sí?
- Pero yo no soy Cristo -dijo él, muy triste-. No pude perdonar.
- Me dijiste que no le harías daño -dijo Mary. Una gaviota viró en lo alto.
- Te dije que no lo mataría. Y no lo hice, pero... -Se encogió de hombros-. Mi intención era
simplemente hacerle una advertencia, decirle que sabía que era un violador, para que nunca
volviera a cometer ese crimen. Pero cuando lo vi, cuando olí su hedor, el olor que había dejado
en la ropa de su última víctima, no pude evitado...
- Jesús, Ponter. Sabes lo que esto significa: te tiene en sus manos. Cuando quiera, puede
denunciarte. Y sospecho que la cuestión de si era culpable o no de violación ni siquiera se
barajará en tu juicio.
- ¡Pero es culpable! Y yo no pude soportar la idea de que escapara con bien de ese crimen. -y
entonces, quizá para mayor defensa, repitió la última palabra en plural-: Crímenes.
Así recordaba a Mary que ella no había sido la única víctima de Cornelius Ruskin, y que la
segunda violación había tenido lugar porque Mary no había denunciado la suya propia.
- Sus parientes -dijo Mary, en el momento en que se le ocurrió la idea-. Sus hermanos,
hermanas. Sus padres. Dios mío, no les has hecho nada, ¿verdad?
Ponter agachó la cabeza y Mary creyó que iba a admitir nuevos ataques.
Pero ésa no era la causa de su vergüenza.
- No. No he hecho nada con ninguna otra copia de los genes que lo convirtieron en lo que es.
Quería castigarlo a él... lastimado por haberte lastimado.
- Pero ahora puede lastimarte a ti.
- No te preocupes -dijo Ponter-. No revelará lo que hice.
- ¿Cómo puedes estar seguro de eso? -Acusarme implicaría sacar a la luz sus propios
crímenes. Tal vez, no en mi juicio... en otro aparte, ¿no? Los controladores de aquí no van a
dejar correr el asunto.

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- Supongo -dijo Mary, todavía furiosa-. Pero un juez podría considerar que ya ha tenido
suficiente castigo. Después de todo, la ley canadiense considera la castración un castigo
demasiado severo incluso en caso de violación. Si ya ha sido castigado hasta ese punto, un
juez podría considerar absurdo imponerle el castigo menor de la cárcel. Si ése es el caso,
Cornelius no tendría nada que perder si quiere que te encarcelen por lo que le hiciste.
- Sea como sea, todos sabrían que es un violador. Habría consecuencias sociales a las que no
se arriesgará.
- ¡Tendrías que haber hablado conmigo primero!
- Como te decía, no pretendía llevar a cabo esa... esa...
- Venganza -dijo Mary, pero pronunció la palabra sin énfasis, como si simplemente estuviera
proporcionando otro término. Meneó lentamente la cabeza adelante y atrás-. No tendrías que
haberlo hecho.
- Lo sé.
- Y hacerlo y no decírmelo luego... ¡Maldita sea, Ponter, se supone que no debemos tener
secretos! ¿Por qué demonios no me lo dijiste?
Ponter contempló el paseo marítimo, el agua fría y gris.
- Estoy seguro de que me encuentro a salvo de las consecuencias en este mundo -dijo-, pues,
como te decía, Ruskin nunca revelará lo que le hice. Pero en mi mundo...
- ¿Qué pasa?
- ¿No lo ves? Si en mi mundo se supiera lo que he hecho, me juzgarían como excesivamente
violento.
- ¡Confías que el maldito Ruskin guarde un secreto, pero no yo!
- No es eso. No es eso. Pero todo se graba. Habría una grabación en mi archivo de coartadas
donde te lo diría, y habría una grabación en el tuyo sobre lo mismo. Aunque ninguno de
nosotros abriera la boca, siempre cabe la posibilidad de que los tribunales ordenen acceder a
tus archivos o a los míos, y entonces...
- ¿Qué? ¿Qué?
- Entonces no sólo yo sería castigado, sino también Mega y Jasmel.
«Oh, Cristo -pensó Mary-. El círculo se cierra.»
- Lo siento -dijo Ponter-. De verdad que siento... lo que le hice a Ruskin y no habértelo
contado. -La miró a los ojos-. Créeme, no ha sido una carga fácil.
De repente Mary lo comprendió.- ¡El escultor de personalidad!
- Sí, por eso fui a ver a Jurard Selgan.
- No por mi violación... -dijo Mary muy despacio .
- No, no directamente.
- Sino por lo que hiciste a causa de ella.
- Exactamente.
Mary dejó escapar un largo suspiro. La furia (y mucho más) escapó de su cuerpo. Él no la
había menospreciado porque la hubieran violado...
- Ponter -dijo en voz baja-. Ponter, Ponter...
- Te quiero, Mare.
Mary sacudió lentamente la cabeza adelante y atrás, preguntándose qué hacer a continuación.

34

Y ese impulso nos llevará hacia adelante y hacia afuera...

Bristol Harbour Village había sido el sueño de un promotor inmobiliario llamado Fred Sarkis:
cinco bloques de apartamentos de lujo encaramados en lo alto de un acantilado de pizarra a
orillas del lago Canandaigua. Uno de los lagos Finger del estado de Nueva York, el
Canandaigua era una larga y profunda grieta en el paisaje formado por los glaciares de la Edad
de Hielo.
BHV había sido construida a principios de los años setenta, antes de que la economía de
Rochester, como la de tantas otras ciudades del Norte del estado, se fuera al garete. Era un

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extraño fruto de su tiempo, como el Habitat de la Expo'67. La primera vez que Mary la había
visto, le había parecido un buen escenario para una película de Spiderman: puentes de todo
tipo comunicaban los aparcamientos al aire libre de varios pisos con los edificios en sí, lo que
hubiese sido perfecto para balancearse con las telarañas.
Sin embargo, al parecer el desarrollo urbanístico no siguió el rumbo planeado y, a pesar de
lujos como el campo de golf de Robert Trent Jones, calle arriba, y la cercana montaña Bristol
para esquiar en invierno, siempre había muchos apartamentos en alquiler. La agente
inmobiliaria con la que Mary había hablado no paraba de mencionar que Patty Duke y John
Astin, cuando todavía estaban casados, se habían alojado alli un verano. Mary sospechaba que
el hecho de que vivieran allí dos neanderthales, serviría de reclamo comercial.
El apartamento que Mary había alquilado, de trescientos metros cuadrados, tenía dos
dormitorios y dos pisos. Conservaba lo que debía haber sido la original y horrible alfombra
peluda naranja; Mary no había visto nada igual desde hacía décadas. De todas formas, la vista
era preciosa, pues daba directamente a la amplia extensión del lago. Desde el balcón superior,
junto al dormitorio principal, se veía un panorama despejado; el balcón inferior daba a la cima
de los tenaces árboles que habían crecido en la falda del acantilado. Desde cualquiera de ellos
se divisaba la pasarela de cemento que salía del hueco del ascensor y caía docenas de metros
hasta el paseo marítimo y la playa artificial de abajo.
- ¡Esto sí que es un sitio interesante! -dijo Ponter mientras se plantaba en el balcón inferior,
agarrando la barandilla con ambas manos-. Comodidades modernas en plena naturaleza. Casi
me parece estar de vuelta en mi mundo.
Mary usaba un hornillo eléctrico en el balcón para cocinar los filetes que había comprado.
Ponter continuó contemplando el lago, Adikor parecía interesado en una gran araña que
avanzaba por la barandilla.
Cuando los filetes estuvieron listos (vuelta y vuelta para ellos, al punto para ella), Mary los
sirvió, y Ponter y Adikor se lanzaron a ellos con sus manos enguantadas, mientras que Mary
atacaba el suyo con un cuchillo. Naturalmente, la cena era lo fácil, pensó. Pero en algún
momento alguien tendría que plantear la cuestión de dónde...
- Bueno -dijo Adikor-, ¿dónde dormiremos?
Mary inspiró profundamente.
- Creo que Ponter y yo deberíamos...
- No, no, no -dijo Adikor-. Dos No Son Uno. Soy yo quien debería dormir con Ponter ahora.
- Sí, pero ésta es mi casa. Mi mundo.
- Eso es irrelevante. Ponter es mi hombrecompañero. Vosotros dos todavía no estáis unidos.
- ¡Por favor! -dijo Ponter-. No peleemos.
Sonrió primero a Mary, luego a Adikor, pero se mantuvo en silencio unos minutos. Luego, con
poca convicción, propuso:
- ¿Sabéis?, podríamos dormir todos juntos...
- ¡No! -dijeron Mary y Adikor simultáneamente.
«¡Santo cielo! -pensó Mary-. ¡Un ménage a trois homínido!»
- Creo que es lógico que Ponter y yo... -continuó Mary.
- Cartílagos -replicó Adikor-. Es obvio que...
- Mis amados -dijo Ponter, pero quizá porque mare era la palabra neanderthal para «amada»,
empezó de nuevo, usando una táctica diferente-. Mis dos amores, sabéis lo mucho que os
quiero a ambos. Pero Adikor tiene razón: en circunstancias normales, yo estaría con él en esta
época del mes. -Extendió una mano y tocó afectuosamente a Adikor-. Mare, tienes que
acostumbrarte a esto. Va a ser una realidad durante el resto de mi vida.
Mary contempló el lago. Estaba en sombras, pero el sol todavía daba en la otra orilla, a dos
kilómetros de distancia. Había cuatro aparatos de calefacción/refrigeración en el apartamento,
uno en el extremo de cada planta. Había encendido el ventilador del que había en el dormitorio
principal antes de irse a la cama cada noche, para que el ruido blanco ahogara la cacofonía de
pájaros que traía el amanecer. Supuso que si lo ponía a máxima potencia no escucharía ningún
sonido procedente del otro dormitorio...

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Y Ponter tenía razón. Tenía que acostumbrarse a aquello.- Muy bien -dijo por fin, cerrando los
ojos-. Pero vosotros tendréis que preparar el desayuno, entonces.
Adikor tomó la mano de Ponter y le sonrió a Mary.
- Trato hecho -dijo.

•••

Ya había una gran caja fuerte insertada en la pared del fondo del despacho de Jock; había sido
la primera reforma cuando el Grupo Sinergia había comprado aquella vieja mansión. La caja
fuerte, rodeada de hormigón, cumplía las normas del Departamento de Defensa en lo referido
a medidas de seguridad y contra incendios. Jock guardaba en ella el escritor de codones y sólo
lo sacaba para estudiarlo.
Jock estaba sentado ante su mesa. En una esquina tenía la caja de conversión que Lonwis
había ensamblado y que permitía que los diseños creados en el ordenador de Jock fueran
descargados en el escritor de codones. Jock contemplaba uno de esos diseños. Su monitor (un
LCD de diecisiete pulgadas, con un reborde negro) mostraba las notas y fórmulas que había
preparado Cornelius Ruskin. Naturalmente, Jock le había dicho a Cornelius que su interés era
puramente defensivo: que quería ver cómo sería el peor escenario posible si un artilugio como
el escritor de codones cayera en manos equivocadas.
Jock sabía que tendría que haber entregado el aparato al Pentágono, pero esos hijos de perra
querrían usarlo contra los humanos. No, ésta era su oportunidad, su única oportunidad, y tenía
que aprovecharla. En las primeras etapas del contacto entre los dos mundos parecería un
accidente: un bicho desagradable que se había deslizado al otro lado. Lamentable, pero eso
dejaría al Edén deshabitado, y sólo habría una baja entre los Homo sapiens: Cornelius Ruskin,
cuando ya no le sirviera para nada.
Ruskin, por supuesto, sólo sabía lo que era necesario. Por ejemplo, por lo que a él se refería ya
la mayoría de la comunidad de expertos en genética, la reserva natural del virus Ébola (el
lugar donde acechaba cuando no infectaba a los humanos) era desconocida. Pero Jock sabía
cosas que Ruskin no sabía: el Gobierno estadounidense había aislado la reserva ya en 1998: el
Balaeniceps rex, el pico de zapato, un ave zancuda que habitaba los pantanos del Este del
África tropical. La información había sido clasificada para que ninguna potencia enemiga la
utilizase.
El Ébola era un virus ARN cuyo genoma había sido secuenciado por completo, aunque, una vez
más, Ruskin no lo sabía; esa información también había sido clasificada, por el mismo motivo.
Así que, por lo que Ruskin sabía, la secuencia que Jock le había pedido que manipulara no era
más que una cadena viral aleatoria, no el verdadero código genético del Ébola.
Existían varias cepas del Ébola, con el nombre del lugar donde habían sido identificadas por
primera vez. El ÉbolaZaire era, con diferencia, el más letal, pero sólo se transmitía a través de
los fluidos corporales. El ÉbolaReston, que no afecta a los humanos, se transmitía por aire.
Pero Ruskin no había tenido ningún problema (puramente como parte del ejercicio, por
supuesto) para programar el escritor de codones para que intercambiara unos cuantos genes,
produciendo por tanto una versión híbrida que tendría la virulencia del ÉbolaZaire con la
habilidad del ÉbolaReston para transmitirse por vía aérea.
Unas cuantas modificaciones más redujeron la incubación del virus modificado a una décima
parte de lo que era en la naturaleza: su tasa de mortalidad se elevaba a más del noventa y
nueve por ciento. Y una última modificación había cambiado los marcadores genéticos que
especificaban la reserva natural del virus...
La segunda parte del proyecto había sido más difícil, pero Cornelius había picado el anzuelo sin
dificultad; era sorprendente cómo un sueldo de doscientos mil dólares motivaba a una
persona.
La cosa era bastante sencilla sobre el papel: impedir que el virus se activara a menos que la
célula anfitriona tuviera ciertas características. Por fortuna, cuando la embajadora Tukana Prat
trajo consigo a diez de los más famosos neanderthales a las Naciones Unidas, éstos habían
compartido libremente mucho conocimiento. Uno de ellos, Borl Kadas, había proporcionado

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toda la información extraída con la secuenciación del genoma neanderthal, que había sido
realizada en el equivalente al año que Jock conocía como 1953. Esa base de datos había
proporcionado la información necesaria para asegurar que el virus sólo matara cuando tuviera
que hacerlo.
Ya sólo quedaba un problema: hacer pasar el virus al otro lado. Al principio, a Jock le pareció
que la solución más sencilla sería infectarse él mismo: después de todo, no causaría ningún
efecto a un homínido con veintitrés pares de cromosomas. Pero la tecnología de láser
sintonizado que se empleaba para descontaminar a la gente que cruzaba entre mundos lo
hubiese eliminado fácilmente de su cuerpo. Incluso las valijas diplomáticas eran
descontaminadas, así que meter simplemente una dosis del virus en una de ellas tampoco
funcionaría.
No, necesitaba colocar un aerosol en un contenedor impenetrable a los pulsos láser usados por
el equipo descontaminador neanderthal. Jock no tenía ni idea de cómo conseguirlo, pero los
miembros de su equipo óptico (formado en principio para estudiar la tecnología de imágenes
de los implantes Acompañantes, y escogido entre lo mejorcito de Bausch & Lomb, Kodak y
Xerox) sin duda serían capaces de lograrlo, puesto que la tecnología de láser sintonizado había
sido también compartida libremente con los Homo sapiens por los neanderthales.
Jock descolgó el teléfono y marcó una extensión interna.
- Hola, Kevin -dijo-. Soy Jock. ¿Quieres bajar con Frank y Lilly a mi despacho, por favor?
Tengo un trabajito para vosotros...

Mary encontró una solución sencilla al problema de trabajar en el mismo edificio que Cornelius
Ruskin. Llegaba tarde y trabajaba hasta la noche; Cornelius se marchaba poco después de que
ella llegara... o, si había suerte, incluso antes.
Ponter y Adikor viajaban con Mary desde Bristol Harbour Village: no tenían otro medio de
transporte. Pero se pasaban la mayor parte del tiempo trabajando en el proyecto de cálculo
cuántico con Lonwis Trob, y a menudo con Louise Benoir... aunque ella trabajaba a horas más
normales y ese día ya se había marchado a casa.
Mary redactaba un informe para Jock en el que se detallaba todo lo aprendido con Lurt, Vissan
y otras sobre la genética neanderthal. El trabajo la animaba y a la vez la deprimía: la animaba
porque había aprendido mucho, y la deprimía porque los neanderthales estaban décadas por
delante de su gente en aquel campo, lo que significaba que gran parte del trabajo que ella
misma había realizado en el pasado estaba irremediablemente obsoleto, y...
Fuertes pisadas, alguien corriendo por el pasillo.
- ¡Mare! ¡Mare!
Adikor apareció en la puerta, su rostro ancho y redondo aterrorizado.
- ¿Qué ocurre?
- ¡Lonwis Trob... se ha desplomado! Necesitamos ayuda médica y...
Y, a excepción de Bandra, que sabía el chiste del cazador que llamaba al 911, los
neanderthales no tenían ni idea de cómo conseguir una cosa así; sus Acompañantes tampoco
podían llamar a nadie en aquel lado del portal Mary se levantó y corrió pasillo abajo hasta el
laboratorio de cálculo cuántico.
Lonwis estaba tendido boca arriba con los párpados temblorosos. Cuando los abrió, vieron sólo
esferas lisas de metal azul; los iris mecánicos al parecer habían rodado hacia arriba.
Ponter estaba arrodillado junto a Lonwis. Empleaba el dorso de una mano, al parecer sin
esfuerzo, para comprimir el pecho de Lonwis una y otra vez... una versión neanderthal del
masaje cardiorrespiratorio. Mientras tanto, el Acompañante dorado de Lonwis hablaba en voz
alta en idioma neanderthal, describirlldo los signos vitales de Lonwis.
Mary descolgó el teléfono que había en una de las mesas, marcó el 9 para conseguir línea
exterior y luego el 911.
- ¿Bomberos, policía o ambulancia? -dijo la operadora.
- Ambulancia.
- ¿Qué sucede?
- Un hombre con un ataque al corazón -dijo Mary-. ¡De prisa!

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La operadora debía tener la dirección en pantalla, por el número de la llamada.
- Envío una ambulancia ahora mismo. ¿Saben hacer un masaje cardiorrespiratorio?
- Sí -respondió Mary-. Pero ya lo están haciendo y... tendría que habérselo dicho antes. El
hombre que tiene el ataque es un neanderthal.
- Señora, es un delito serio...
- ¡No estoy bromeando! -exclamó Mary-. Llamo desde el Grupo Sinergia. Somos una cantera
de investigación del Gobierno norteamericano, y tenemos neanderthales aquí.
Ponter seguía comprimiendo el pecho de Lonwis. Adikor, mientras tanto, había abierto el
cinturón médico de Lonwis y usaba un inyector de gas comprimido para introducirle algo en el
cuello.
- ¿Puede decirme su nombre? -preguntó la operadora.
- ¿Viene ya la ambulancia? ¿La ha enviado?
- Sí, señora. Está en camino. ¿Puede decirme su nombre?
- Mary N. Vaughan. VAUGHAN. Soy genetista.
- ¿Qué edad tiene el paciente, señora Vaughan?
- Ciento ocho años... y no, no estoy bromeando. Es Lonwis Trob, uno de los neanderthales que
visitaron las Naciones Unidas el mes pasado.
Stan Rasmussen (un experto en geopolítica que trabajaba pasillo abajo) había aparecido en la
puerta. Mary cubrió el teléfono y le habló rápidamente.
- Lonwis está sufriendo un ataque al corazón. ¡Llame a Jock! Rasmussen asintió y se marchó
corriendo.
- Voy a pasarla con los enfermeros -dijo la operadora del 911.
Un momento después se puso una voz diferente.
- Estamos a cinco minutos. ¿Puede describir el estado del paciente?
- No -dijo Mary-. Le pondré con su Acompañante.
Llevó el teléfono junto a Lonwis y le dijo al implante:
- Cambia al Inglés, y responde todas las preguntas que te hagan. Viene ayuda de camino...

35

Y sin embargo, algunos de nosotros se establecerán de manera permanente en Marte. En las


páginas de ciencia y ciencia ficción se habla hace tiempo de terraformar Marte... de hacerlo
más parecido a la Tierra, aumentando su atmósfera y liberando su agua congelada para crear
un mundo más adecuado para los humanos...

Jock, Ponter y Adikor corrieron al hospital Strong Memorial junto con el todavía inconsciente
Lonwis Trob. No había nada que Mary pudiera hacer por ayudar, y a instancias de Jock se
quedó en el Grupo Sinergia.
Mary tardó su buena hora en calmarse lo suficiente para volver al trabajo, pero finalmente lo
hizo... Tuvo una ingrata sorpresa.
Una de las amigas de Mary en York era una fanática de Linux e intentaba convencer a todo el
mundo en el departamento de genérica para que abandonaran Windows y se pasaran al
sistema operativo Open Source. Mary tendía a permanecer al margen de las guerras
informáticas (había permanecido neutral años antes durante las escaramuzas MaccontraPC),
pero cada vez que su ordenador con sistema operativo Windows mostraba aquella pantalla
azul de la muerte le entraban ganas de apoyar a los seguidores de Linux.
Y eso volvió a suceder por segunda vez aquel día. Mary apretó ControlAltSupr, pero después
de soportar la interminable espera para que el sistema se reiniciara, descubrió que se negaba
tenazmente a restablecer su conexión a la red.
Mary suspiró. Eran las siete de la tarde, pero no podía dar por terminada la jornada: Ponter y
Adikor necesitarían que los llevara de vuelta a Bristol Harbour Village cuando regresaran del
hospital.
Naturalmente, había muchos más ordenadores en la vieja mansión del Grupo Sinergia, pero,
bueno...

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Jock tenía un bonito sillón Aeron. Mary había leído acerca de ellos en los catálogos de Sharper
Image. Se suponía que era supercómodo, un ciclo ergonómico. Claro que probablemente él lo
había ajustado a la altura y las medidas de su largirucho cuerpo, pero, de todas formas, Mary
podría probarlo si trabajaba en su despacho.
Se levantó y bajó las escaleras alfombradas de rojo vino. La puerta del despacho de Jock
estaba abierta de par en par y Mary entró. Un gran ventanal daba a la bahía, sobre el paseo
marítimo. Mary se estremeció a pesar de que todavía hacía calor allí dentro.
Se acercó al sillón de Jock, todo metal negro y plástico, con un respaldo de fina malla negra
que se suponía que permitía que la piel respirará mientras estabas sentado. Sintiéndose como
una niña traviesa, se sentó en la silla y se acomodó.
«Dios mío -pensó-. ¡Un producto cuya publicidad es cierta!» Era maravillosamente cómodo.
Usó los pies para hacer girar el sillón a derecha e izquierda. Mary sabía que los Aerons
costaban un ojo de la cara, pero tenía que conseguirse uno...
Después de relajarse unos instantes más, se dispuso a trabajar. Jock, que había abandonado
el despacho a toda prisa en el momento de sufrir Lonwis Trob el ataque, seguía conectado a la
red. Mary sospechaba que su propia clave funcionaría desde aquel ordenador, pero no estaba
segura, así que decidió dejarlo y continuar trabajando como si fuera Jock. Abrió la carpeta
«genética neanderthal» en el servidor y...
Mary alzó las cejas. Se pasaba casi todo el tiempo en aquella carpeta, pero ahora veía dos
íconos que no había visto nunca. Se puso nerviosa: aunque era bastante buena a la hora de
hacer copias de seguridad, temió que el pantallazo que había sufrido arriba hubiera estropeado
el directorio raíz.
Decidió comprobarlo pulsando dos veces sobre uno de los íconos que no reconocía: una doble
hélice roja y negra. Mary conocía casi todas las aplicaciones genéticas del mercado y sus
íconos, pero ése le era desconocido.
Al cabo de un momento se abrió una ventana. Decía «USAMRIID GeneplexSurfaris» en la barra
de títulos y debajo aparecía un cuadro de texto y fórmulas. USAMRIID era un acrónimo que
aparecía a menudo en la bibliografía genética: las siglas del Instituto Médico del Ejército de los
Estados Unidos para la Investigación de Enfermedades Infecciosas. Geneplex era, obviamente,
el nombre del programa. Pero «Surfaris» no significaba nada para Mary.
A pesar de todo miró el contenido de la ventana, y se quedó absolutamente de piedra. Parte
de su trabajo anterior en Sinergia había estado relacionado con el intento de utilizar las
instalaciones de cálculo de quorum para determinar cuántos pares de cromosomas había
presentes, veintitrés o veinticuatro. Pero eso no había funcionado. Primero el mecanismo
quorum parecía carecer de la habilidad para distinguir las cantidades con tanta precisión. Y
segundo, los cromosomas sólo se distinguían de la cromatina durante la mitosis, la cual,
naturalmente, no solía ser el estado habitual de la célula.
Pero, al parecer, Jock había hecho que alguien más trabajara en este problema, y ese
genetista había elaborado una técnica mucho más sencilla. En un gliksin, lo que habían sido los
cromosomas ancestrales dos y tres se habían fundido, produciendo un cromosoma mucho más
grande. Los genes que estaban al final del cromosoma dos se habían enquistado en los genes
del principio del cromosoma tres, en algún lugar del centro del nuevo cromosoma combinado.
Los neanderthales poseían los mismos genes, pero no enquistados. Más bien, el último gen del
cromosoma dos iba seguido por un telómero, el capuchón de ADNbasura que no hacía más que
proteger la punta del cromosoma, como el trocito de plástico que envuelve el extremo de un
cordón de zapatos. Del mismo modo, el primer gen del cromosoma tres iba precedido por otro
telómero y su capuchón final se hallaba en el otro extremo de ese cromosoma. Así, en un
neanderthal, la secuencia era:

AL FINAL DEL CROMOSOMA 2: ... [OTROS GENES] [GEN ALFA] [TELÓMERO]


AL PRINCIPIO DEL CROMOSOMA 3: [TELÓMERO] [GEN BETA] [OTROS GENES]...

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Esas secuencias no se daban en ninguna parte en el ADN gliksin. Del mismo modo, en el ADN
gliksin, a millones de parejas base de cualquier telómero, se encontraba esta secuencia, una
combinación completamente ausente en el ADN neanderthal:

... [OTROS GENES] [GEN ALFA] [GEN BETA] [OTROS GENES]...

Una ampliación lógica del trabajo inicial de Mary... y una manera perfecta e infalible de
distinguir entre dos tipos de humanos, incluso cuando una célula no se estaba dividiendo. Era
exactamente lo que Jock había dicho que quería: un método sencillo y veraz de distinguir a un
gliksin de un barast.
A Mary le complació ver que todas las pruebas habían sido cotejadas. En teoría, se podía dar
sólo una de las tres condiciones. Encontrar la primera de las dos secuencias (o bien el gen
ALFA o el gen BETA junto a un telómero) indicaba claramente que se trataba de un Homo
neanderthalensis. Encontrar la tercera secuencia (genes ALFA y BETA adyacentes) implicaba
que se trataba de un Homo sapiens. Pero las cosas siempre podían salir mal, y por eso la
prueba para identificar a un neanderthal se valía de un pequeño árbol lógico, explicado,
posiblemente para beneficio de Jock, de manera sencilla:

PASO 1: ¿SE ALFA Y BETA? SÍ, ABORTAR (NO ES UN


ENCUENTRAN UNO ALIADO DEL OTRO LOS GENES
NEANDERTHAL). NO, PROBABLEMENTE SEA UN NEANDERTHAL: IR A PASO 2.
PASO 2: ¿SE ENCUENTRA EL GEN ALFA JUNTO A UN TELÓMERO? SÍ, ES PROBABLE QUE SIGA SIENDO UN
NEANDERTHAL: IR A PASO 3. NO, ABORTAR (ESTO NUNCA SE DA EN UN NEANDERTHAL).
PASO 3: ¿SE ENCUENTRA EL GEN BETA JUNTO A UN TELÓMERO? SÍ, ES DEFINITIVAMENTE UN NEANDERTHAL:
IR A PASO 4. NO, ABORTAR (ESTO NUNCA SE DA EN UN NEANDERTHAL).

Las condiciones para abortar el programa en los pasos dos y tres eran medidas de protección.
Se ejecutaban si los genes ALFA y BETA no estaban uno aliado del otro (como se determinaba
en el paso uno), y no había genes ALFA ni BETA junto a un telómero, combinaciones que
nunca deberían encontrarse en ningún tipo de ADN homínido.

Era un programa sencillísimo para que lo ejecutara un ordenador, pero resultaba un poco más
complejo codificado en una cascada de reacciones bioquímicas, aunque al parecer eso era lo
que había hecho el genetista de Jock. Mary no tuvo ningún problema para seguir las fórmulas
de las enzimas producidas en cada etapa de la reacción y vio que los resultados seguirían en
efecto la lógica propuesta. Al final de todo, esperaba ver una enzima u otro marcador cuya
presencia pudiera ser fácilmente comprobada; una señal clara que dijese: sí, éste es
neanderthal, o no, no lo es.

Pero no se estaba acercando al final del proceso, como vio cuando pasó a la siguiente pantalla
llena de fórmulas y texto. Mary se quedó boquiabierta cuando continuó leyendo y descubrió
cuál era el paso 4. Jock y muchos miembros de su equipo procedían de RAND; Mary se había
acostumbrado a que hablaran usando términos de la Guerra Fría, pero el siguiente término
detuvo su corazón durante un segundo; «SOLTAR DESCARGA.»

SÍ, Y SOLO SÍ, EL SUJETO ERA NEANDERTHAL, APARECÍA UNA NUEVA SECUENCIA EN CASCADA QUE ACABABA
EN...

Mary apenas podía dar crédito a sus ojos. Su especialidad era el ADN antiguo, por eso estaba
metida en aquello desde el principio, después de todo, pero eso no significaba que ignorase las
secuencias identificadas más recientemente, sobre todo aquellas que habían aparecido en las
portadas de los periódicos de todo el mundo.
Si el espécimen era neanderthal, se soltaba una descarga: la descarga de un filovirus que
provocaría muy rápidamente el desarrollo de una fiebre hemorrágica.
Una fiebre hemorrágica mortal...

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Mary se arrellanó en el sillón de Jock. Saboreó la bilis subiéndole por la garganta.
¿Por qué demonios querría nadie erradicar a los neanderthales? La fiebre hemorrágica era
contagiosa. Los gliksins no podían curarla y dudaba que los barats pudieran, por dos motivos.
Primero: al no haber desarrollado la agricultura ni la ganadería, los neanderthales no habían
tenido tampoco que desarrollar nunca técnicas para acabar con las plagas. Segundo: todas las
fiebres hemorrágicas conocidas eran enfermedades tropicales... algo con lo que los
neanderthales, al vivir al Norte, estarían muy poco familiarizados.
Mary tragó saliva con dificultad, intentando eliminar el sabor amargo y ácido.
¿Pero por qué? ¿Por qué querría nadie matar a los neanderthales? No tenía sentido...
De repente, Mary recordó su breve conversación con Jock en la mina de níquel Debral:
«Es sorprendente -había dicho Jock-. Sabía que nos habíamos cargado el medio ambiente,
pero hasta que no he visto esto... -Indicó el prístino paisaje-. Es como encontrar el Edén.»
Y Mary se había echado a reír.
«¿Verdad que sí? -había dicho-. Lástima que ya esté ocupado, ¿eh?»
Una bromita... eso fue todo. Pero Jock no se había reído. Bastaba con deshacerse de aquellos
molestos neanderthales y un Edén esperaba...
Era horrible... pero Jock se había pasado la vida estudiando escenarios de destrucción en
masa. Lo que para Mary resultaba horrible para él no era más que otro día en la oficina.
Lo primero que se le ocurrió a Mary fue borrar los archivos. Pero, naturalmente, eso no iba a
servir de nada. Sin duda habría copias de seguridad.
Su segunda idea fue descolgar el teléfono y llamar... bueno, como buena canadiense, pensó
inmediatamente en la CBC, que podría difundir la noticia a los cuatro vientos. Era imposible
que la gente tolerara un genocidio parecido.
Pero no sabía hasta dónde había llegado Jock. Si estaba dispuesto a seguir adelante, Mary no
quería que se sintiera acorralado: podría lanzar su vector de destrucción en cuanto se enterara
de que el público estaba al corriente de su plan.
Mary necesitaba ayuda, ideas, apoyo... no sólo de Ponter o Adikor, sino de otro gliksin, alguien
que comprendiera como funcionaba su mundo.
Había gente en la que confiaba (allá en Toronto) pero ¿había alguien de quien pudiera fiarse
en Estados Unidos? Su hermana Christine (la Christine de verdad), naturalmente, pero vivía en
Sacramento, al otro lado del continente, a miles de... kilómetros de distancia.
Y entonces se le ocurrió la respuesta obvia, por mucho que su juventud y su belleza
molestaran a Mary.
La mujer que le había salvado la vida a Ponter Boddit en su primera visita a aquella realidad.
La especialista en física cuántica a la que Jock había encargado reproducir la tecnología
informática neandenhal.
Louise Benoit.
Louise no sería de mucha ayuda en asuntos médicos, pero... ¡Pero su novio! Claro, Reuben
Montego no era un especialista, pero le sería de más ayuda para enfrentarse a un virus que
una física.
Mary sabía que tal vez nunca volvería a conseguir acceder a aquellos archivos informáticos.
Buscó por el despacho de Jock y encontró un puñado de cedés en blanco (marca Kodak,
naturalmente, ya que estaban en Rochester). Metió uno en el ordenador y pulsó para hacer
una copia. Para asegurarse, grabó todos los archivos de la carpeta. Entera ocupaba 610
megas... cabría en un solo cedé. Pulsó «copiar archivos» y se arrellanó en el sillón Aeron (que
ya no le parecía tan cómodo) deseando conocer algún modo de calmar su agitado corazón.

36

Pero ha habido objeciones a la terraformación de Marte por parte de aquellos que opinan que,
aunque no tenga vida indígena, deberíamos dejar su prístina belleza natural intacta... que si lo
visitamos deberíamos tratarlo como hacemos con nuestros parques terrestres, llevándonos
sólo recuerdos y dejando atrás nada más que pisadas...

http://www.palimpalem.com/2/jiddu 450
Ponter y Adikor habían pasado toda la noche en el hospital con Lonwis y Jock. Mary acabó por
irse sola a casa sin poder decirle a Ponter lo que había descubierto.
Agotada, no llegó a Seabreeze hasta las once de la mañana, pero Ponter, Adikor y Jock no
habían regresado todavía. Después de enterarse por la señora Wallace del estado de Lonwis
(estable) subió las escaleras hasta el laboratorio de Louise Benoit.
- ¿Te apetece ir a almorzar? -preguntó Mary. Louise pareció agradablemente sorprendida.
- Claro. ¿Cuándo?
- ¿Qué tal ahora mismo?
Louise consultó el reloj y le sorprendió lo temprano que era. Pero algo en la voz de Mary había
despertado su curiosidad.
- Bon -dijo.
- Magnífico -contestó Mary.
Sus abrigos estaban colgados en un perchero junto a la puerta principal de la mansión. Se los
pusieron y salieron al frío día de Noviembre. Caían unos cuantos copos de nieve.
Había varios restaurantes a ambos lados de Culver Road. Muchos eran de temporada
(Seabreeze era un lugar de veraneo, después de todo), pero algunos abrían todo el año. Mary
empezó a caminar con decisión hacia el Oeste y Louise la siguió.
- Bueno, ¿qué te pasa? -preguntó Louise.
- Anoche estuve en el despacho de Jock -dijo Mary sin más preámbulos-, mientras él estaba en
el hospital con Lonwis. Ha mandado diseñar un virus para matar a los neanderthales.
- ¿Qué? -preguntó Louise incrédula.
- Creo que va a exterminarlos... a todos ellos.
- ¿Por qué?
Mary trató de asegurarse de que nadie las seguía.
- Porque la hierba es más verde al otro lado de la cerca. Porque quiere reclamar su versión de
la Tierra para nuestra especie de humanos. -Le dio una patada a la basura que ensuciaba la
calle-. Tal vez podamos empezar de nuevo sin todo esto.
Más allá, a la izquierda de la carretera, se distinguía un parque de atracciones, cerrado durante
el invierno, la montaña rusa convertida en un amasijo de intestinos oxidados.
- ¿Qué... qué podemos hacer? -dijo Louise-. ¿Cómo lo detendremos?
- No lo sé. Me tropecé con el diseño del virus por casualidad.
Mi conexión a la red se interrumpió, y por eso fui a su despacho para usar su ordenador, ya
que se había marchado y no iba a volver en todo el día. Pero se marchó con tanta prisa cuando
Lonwis sufrió el infarto que no interrumpió la conexión. Copié en un cedé el diseño del virus,
pero creo que lo que me gustaría hacer es volver a su cuenta y modificar el archivo maestro
para que no produzca nada letal. Supongo que tiene planeado introducir esas instrucciones en
el escritor de codones, y luego lanzar el virus al mundo neanderthal.
- ¿Y si ya ha creado el virus?
- No lo sé. Si lo ha hecho, estamos perdidos.
Caminaban por una estrecha acera. Un coche pasó junto a ellas.
- ¿Has pensado en acudir a la prensa con el cedé? Ya sabes, dar la voz de alarma.
Mary asintió.
- Pero quiero... desactivar ese virus antes. Y necesitaré ayuda para volver a entrar en el
ordenador de Jock.
- La red del Grupo Sinergia utiliza codificación RSA -dijo Louise.
- ¿Hay algún modo de burlarla?
Louise sonrió.
- Antes de conocer a nuestros amigos neanderthales yo hubiese dicho que no, que no había
ningún modo efectivo. Después de todo, la mayoría de los sistemas de codificación, incluyendo
el RSA, se basan en claves que son el producto de dos números primos grandes. Hay que
poder calcular los factores primos del número clave para romper el código, y con una
codificación de 512 bits, como la que usa nuestro sistema, los ordenadores convencionales
tardarían milenios en probar todos los factores posibles. Pero los ordenadores cuánticos...
Mary lo entendió en un destello.

http://www.palimpalem.com/2/jiddu 451
- Los ordenadores cuánticos prueban todas las posibilidades simultáneamente.
Entonces frunció el ceño.
- Entonces, ¿qué propones? ¿Que cerremos el portal para que el ordenador de Ponter pueda
romper para nosotras la codificación de Jock?
Louise negó con la cabeza.
- Dejando aparte el hecho de que el ordenador de Ponter no es el único ordenador cuántico
que existe en el mundo neanderthal (sólo es el más grande, eso es todo), no tenemos que ir
hasta allí para resolver el problema. -Sonrió-. Puede que tú te hayas pasado los dos últimos
meses pasando de un universo a otro, pero yo he estado trabajando duro aquí, y mi labor ha
sido construir nuestro propio ordenador cuántico, basándome en lo que aprendí de Ponter
durante el tiempo que estuvimos en cuarentena. Tenemos un ordenador cuántico
perfectamente válido en mi laboratorio de Sinergia. No se acerca ni de lejos a lo que son
capaces de hacer los registros de la unidad de Ponter (abrir un portal estable a otro universo),
pero desde luego puede descifrar códigos de 512 bits.
- Eres maravillosa, Louise.
Louise sonrió.
- Menos mal que por fin te das cuenta.

En cuanto Ponter y Adikor regresaron del hospital, Mary les dijo que fueran a almorzar...
esperando que la señora Wallace no le comentara a Jock que aquélla era la segunda vez que
ella iba supuestamente a almorzar aquel día. Cuando estuvieron al aire libre, Mary los condujo
a la parte posterior de la mansión y caminaron por la playa arenosa, mientras un frío viento
soplaba sobre las aguas grises y revueltas del lago Ontario.
- Está claro que algo te preocupa -dijo Ponter-. ¿Qué ocurre?
- Jock ha creado un arma biológica -respondió Mary-. Es un virus que determina si la célula
anfitriona pertenece a un neanderthal. Si es así, provoca una fiebre hemorrágica.
Oyó pitar a los Acompañantes de Ponter y Adikor; no era sorprendente: el tema de las
enfermedades tropicales nunca había surgido hasta entonces.
- Las fiebres hemorrágicas son mortales -dijo Mary-. El Ébola es el ejemplo clásico en mi
mundo; hace que la sangre salga por los ojos y otros orificios. Son fiebres muy contagiosas y
no tenemos cura para ellas.
- ¿Por qué querría alguien hacer una cosa así? -preguntó Ponter con repulsión.
- Para dejar vuestro mundo libre de humanos indígenas, para que así mi especie pueda
quedarse con vuestra versión de la Tierra... como segundo hogar, tal vez.
Al parecer, Ponter no encontró ninguna palabra de su propio idioma para el sentimiento que
quería expresar.
- Cristo -dijo su voz sin traducir.
- Estoy de acuerdo -repuso Mary-. Pero no estoy segura de cómo detener a Jock. Puede que
esté actuando solo, o puede que su Gobierno, y posiblemente también el mío, esté detrás de
esto.
- ¿Se lo has dicho a alguien más, aparte de a nosotros? -preguntó Ponter.
- A Louise. Y le he pedido que alerte también a Reuben Montego.
- ¿Estás segura de que nos podemos fiar de ellos? -preguntó Adikor.
Mary asintió.
- Podemos contar con ellos. Pero no podemos fiamos de nadie más.
- Bueno, de nadie más de este mundo -dijo Ponter-. Pero todos en mi mundo tienen que
perder si Jock suelta su virus. Deberíamos ir allí y...
- ¿Y qué?
Ponter se encogió de hombros.
- Y cerrar el portal. Cortar el enlace. Proteger nuestro hogar.
- Aquí hay más de una docena de barasts, a este lado del portal -dijo Mary.
- Entonces tenemos que llevarlos antes a casa -contestó Ponter.

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- El motivo por el que están aquí es para impedir que el Gran Consejo Gris cierre el portal -dijo
Adikor-. No será fácil convencerlos de que regresen... y además, ¿quién sabe cuándo
podremos trasladar a Lonwis?
Ponter frunció el ceño.
- Sigue siendo demasiado peligroso dejar que Jock encuentre un modo de llevar su virus a
nuestro mundo.
- Tal vez lo estamos interpretando mal -dijo Adikor-. A lo mejor Jock sólo odia el hecho de que
haya barasts aquí, en esta Tierra, y pretende soltar su virus aquí.
- En ese caso, el primer paso sigue siendo llevar de vuelta a todos los barasts a nuestro lado
-respondió Ponter-. Pero ya oíste lo que dijo: «Recibo informes de las idas y venidas de todos
los neanderthales.» Le resultaría más fácil localizar al puñado de barasts que ya estamos aquí
y matarnos por medios más convencionales.
Adikor inspiró profundamente.
- Supongo que tienes razón. -Miró a Mary, luego a Ponter.- Cuando regresaste de tu primera
visita a este mundo, te pregunté ¿Son buena gente, Ponter? ¿Deberíamos entablar
contacto con ellos?
Ponter asintió.
- Lo sé. Es culpa mía. Yo...
- No -dijo con fuerza Mary. Si había algo que le habían enseñado los folletos que le había dado
Keisha, era que no se puede echar la culpa a la víctima-. No, no es culpa tuya, Ponter.
- Eres muy amable -dijo Ponter-. Entonces, ¿cómo deberíamos actuar?
- Volveré a entrar en el ordenador de Jock esta noche, cuando se marche, y modificaré el
diseño del virus para que no sea peligroso. Recemos para que no lo haya producido ya.
- Mare... -dijo Ponter con amabilidad.
- Lo sé, lo sé. Vosotros no rezáis. Pero tal vez deberíais empezar.

37

¿Quién hubiese pensado que podrían cumplirse ambos destinos para Marte? Pero,
naturalmente, ahora pueden. Viajaremos al Marte de este universo, el que alumbra los cielos
nocturnos de las Américas, África, Europa, Asia y Oceanía y, como ha sido siempre nuestra
costumbre, conquistaremos esta nueva frontera, para crear allí un hogar adicional para el
Homo sapiens...

Cuando regresaron a la mansión, Jock los estaba esperando.


A Mary te pareció que iba a estallarle el corazón.
- Adikor, Ponter -dijo Jock-. Me temo que van a tener que marcharse.
- ¿Por qué?
- Han llamado del hospital. El estado de Lonwis está empeorando, y no saben qué hacer. Van a
llevarlo rápidamente de regreso al mundo neanderthal, para que puedan tratarlo allí. He
dispuesto que un avión de las Fuerzas Aéreas estadounidenses lo lleve hasta Sudbury, pero
quiere que ustedes dos lo acompañen. Dice... lo siento, caballeros, pero dice que tal vez no
dure mucho, y necesita contarles sus ideas sobre ordenadores cuánticos a ustedes dos.
Ponter miró a Mary, quien alzó las cejas, deseando que hubiera alguna alternativa.
- Os llevaré al aeropuerto -dijo.
- Una cosa, amigos. Antes de que se vayan, una pregunta.
- ¿Sí?
- ¿Cuándo... cómo lo llaman ustedes... «Dos Que Se Convierten En Uno»? ¿Cuándo tendrá
lugar otra vez?
- Dentro de tres días -dijo Adikor-. ¿Por qué?
- Oh, por nada en particular -respondió Jock-. Sólo por curiosidad.

El escritor de codones seguía dentro de la caja fuerte de Jock, maldición. Mary quería
llevárselo cuando Louise y ella huyeran a Canadá, pero eso iba a ser imposible. De todas

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formas, aunque la caja fuerte era aparentemente inexpugnable, los archivos de Jock no lo
eran. Louise no tuvo ningún problema para descubrir la clave (que resultó ser «minimax», un
término que Mary reconoció vagamente; tenía que ver con la teoría de juegos). Cuando todos
se hubieron marchado por la noche, Mary volvió al despacho de Jock y Louise a su laboratorio.
Mary introdujo la clave «minimax» para acceder a los archivos ocultos del servidor de Sinergia.
Luego pulsó el ícono de Surfaris y el programa USAMRIID Geneplex se abrió y cargó el diseño
del virus. Mary se dispuso a modificarlo.
Fue una experiencia difícil. A pesar de su formación científica, a pesar de todo lo que le había
dicho Vissan, en el fondo, Mary seguía pensando que había algo místico en la vida; que, en
esencia, era algo más que sólo química. Pero naturalmente no era así; la física que había en
ella lo sabía. Programa la secuencia adecuada de nucleóticos y acabarás produciendo una serie
de proteínas que hará exactamente lo que desees. Con todo, Mary apenas podía creer lo que
estaba haciendo. Era como cuando estaba casada con Colm. Él escribía poesía en su tiempo
libre, y vendía (en el sentido poético del término, lo que quería decir que la regalaba a cambio
de ejemplares de la publicación) docenas de poemas a sitios como The Malahat Review, White
Wall Review y Haz Mat. A Mary siempre le había sorprendido que se sentara ante su teclado
(empleaba Word Star, ¿renunciaría alguna vez a aquel programa?) y produjera algo hermoso,
lleno de significado y único absolutamente a partir de la nada.
Y ahora ella estaba haciendo lo mismo: especificaba secuencias que acabarían siendo una
forma de vida (o, al menos, un virus) que nunca había existido. Naturalmente, sólo estaba
modificando el molde Sudaris ya existente que algún otro genetista había creado, pero, de
cualquier manera, el virus resultante sería novedoso.
Y, sin embargo, el virus que estaba creando sería inofensivo. El original sólo habría abortado
su misión en caso de estar alojado en la célula de un gtiksin en vez estado en la de un barast;
la versión de Mary abortaría a pesar de los estímulos que recibiera: no haría nada no
importaba en qué tipo de célula estuviera. Mary cambió sólo la secuencia lógica. Dejó intacto
el código que produciría la fiebre hemorrágica, no por deseo de verla alguna vez, sino para
asegurarse de que, a primera vista al menos, su secuencia se pareciera a la que Jock pretendía
que produjera el escritor de codones.
Mary quiso distinguir mentalmente su versión de la de Jock.
Frunció el ceño, tratando de pensar en algo adecuado. El original de Jock se llamaba
«Surfaris», una palabra que ni siquiera el diccionario Oxford online recogía en su base de
datos. Entonces se le ocurrió que podía estar en plural y probó con la forma en singular:
«Surfari.»
Y allí estaba. Era una combinación de «sud» y «safari», la búsqueda que hacían los surferos de
buenas olas. Mary no vio la relevancia de aquello, así que tecleó el nombre en plural que Jock
utilizaba, para buscar en Google.
Por supuesto.
Los Surfaris. Un grupo de rock que en 1963 grabó una canción que luego sería un clásico entre
su círculo de seguidores, Aniquilación.
«Dulce Jesús -pensó Mary-. Aniquilación.» Sacudió la cabeza con disgusto.
Bueno, ¿cuál era el contrario de «aniquilación»?
A los treinta y nueve años, Mary era lo bastante joven (apenas) para recordar los días de auge
de los discos de vinilo de 45 rpm. Sin duda Aniquilación habría sido lanzada en ese formato.
Pero ¿qué venía (toda vía recordaba el término) en la cara B? Google al rescate: Surfer Joe,
escrita por Ron Wilson. Mary no recordaba haber oído jamás aquella canción, pero claro, ése
solía ser el destino de las caras B.
No importaba, era un nombre en código tan bueno como cualquiera; Mary pensaría en el virus
original de Jock como Aniquilación y en su versión modificada e inocua como Surfer Joe.
Naturalmente, guardó Surfer Joe con el mismo nombre de archivo que el genetista de Jock
había utilizado para la versión Aniquilación, pero al menos ahora para ella eran mentalmente
distintas.
Mary se acomodó en el sillón. Sí que se parecía a jugar a Dios.
Y, tenía que admitirlo, se sentía bien.

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Se permitió una risita, preguntándose cómo llamarían los neanderthales a las ideas
megalomaníacas. Sin duda, no lo consideraban «jugar a ser Dios». Tal vez «imitar a Lonwis».
- ¡Mary!
A Mary se le paró el corazón. Había creído que estaba sola en el edificio. Alzó la cabeza y...
«Dios, no.»
Cornelius Ruskin estaba de pie en la puerta.
- ¿Qué haces aquí? -dijo Mary con la voz temblorosa. Empuñó un pisapapeles de malaquita de
la mesa.
Cornelius alzó una mano; en ella llevaba una cartera de cuero marrón.
- Me he olvidado la cartera en el despacho. He venido a recogerla.
De repente, Mary lo comprendió. El otro experto en genética, el que Jock había utilizado para
codificar aquella... aquella perversión, era Cornelius. Tenía que serlo.
- ¿Qué estás haciendo en el despacho de Jock?
Cornelius no veía la pantalla desde la puerta.
- Nada. Estoy buscando un libro.
- Bueno -dijo Cornelius-. Mary, yo...
- Ya tienes tu cartera. Márchate.
- Mary, si quisieras...
Mary sentía el estómago revuelto.
- Louise está arriba, te lo advierto. Gritaré.
Cornelius se quedó en la puerta. Su expresión era cansada.
- Sólo quiero decir que lo siento...
- ¡Márchate! ¡Lárgate de aquí!
Cornelius vaciló un momento, luego se dio la vuelta. Mary escuchó sus pisadas perderse pasillo
abajo, y el sonido de la pesada puerta de la mansión al abrirse y cerrarse.
Se le nubló la vista, y se sintió mareada. Inspiró profundamente, luego otra vez más, tratando
de calmarse. Tenía las manos resbaladizas por el sudor y notaba un sabor agrio en la
garganta. «Maldito sea, maldito sea, maldito sea... »
La violación explotó de nuevo en la mente de Mary, con una viveza que no sentía desde hacía
semanas. Los fríos ojos azules de Cornelius Ruskin visibles tras la máscara de esquí, el hedor a
cigarrillos de su aliento, su brazo apretujándola contra aquella pared.
Maldito Cornelius Ruskin.
Maldito Jock Krieger.
Malditos los dos en el infierno. Malditos los hombres en el infierno.
Sólo los hombres podían crear algo como el virus Aniquilación.
Sólo los hombres harían algo tan horripilante, tan abominable.
Mary hizo una mueca. Ni siquiera tenía palabras adecuadas para tanto mal. «Horripilante»
parecía sacado de la propaganda de una mala película de terror y «abominable» iba casi
siempre seguido de «hombre de las nieves», como si tanta maldad sólo pudiera existir en el
reino de los mitos.
Ella siempre había asociado ese mal con este mundo, el mundo de Genghis Khan y Adolf Hitler
y Poi Pot y Paul Bernardo y Osama bin Laden.
Y Jock Krieger.
Y Cornelius Ruskin.
Un mundo de hombres. No, no sólo de hombres. De una clase muy concreta de hombres.
Homo sapiens varones.
Mary tomó aire, calmándose. No todos los hombres eran malvados. Lo sabía. Lo sabía de
verdad. Su padre y sus hermanos, y Reuben Montego y el padre Caldicott y el padre
Belfontaine.
Y Phil Donahue y Pierre Trudeau y Ralph Nader y Bill Cosby. y el Dalai Lama y Mahatma
Gandhi y Martin Luther King. Hombres compasivos, admirables. Sí, había algunos.
Mary no tenía ni idea de cómo distinguir genéticamente entre hombres buenos y malos, entre
visionarios y psicópatas. Pero había un marcador genérico inconfundible para la violencia
masculina: el cromosoma Y cierto, no todo el que tenía un cromosoma y era un malvado; de

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hecho, la inmensa mayoría no lo eran. Pero cada hombre malvado, por definición, tenía que
tener un cromosoma Y, el más corto de todos los cromosomas Homo sapiens y sin emhargo el
que mayor impacto tenía sobre la psicología.
Y la historia.
Y la seguridad de mujeres y niños. Cornelius Ruskin tenía un Y.
Jock Krieger también.
Y.
¿Por qué?
No. No, era demasiado. Se parecía demasiado a jugar a Dios.
Pero ella podía hacerlo. Oh, nunca había soñado con hacer una cosa así allí, en su mundo. No
era una asesina: Mary estaba segura de su ética personal, pues el hombre a quien más odiaba,
el hombre a quien más quería ver castigado, era Cornelius Ruskin, y cuando Ponter propuso
matarlo Mary insistió en que no lo hiciera.
A pesar de la sugerencia de Adikor, Mary estaba segura de que Jock Krieger no pretendía que
su virus Aniquilación fuera descargado en su propia versión de la Tierra. Sin duda pretendía
descargado en la otra versión, el mundo neanderthal, una serpiente para aquel Edén sin
estropear.
Naturalmente, si todo salía según lo planeado, si conseguía detener a Jock, no se liberaría
ningún virus en el mundo neanderthal.
Pero si tenía que ser uno, bueno, que fuese el Surfer Joe de Mary, la versión que acababa de
producir, inofensiva, o...
O...
Podía hacer una revisión más radical, una versión que modificara la lógica original para actuar
sólo si...
Era sencillo, muy sencillo.
Una versión que actuara sólo si la célula anfitriona que el virus había invadido no pertenecía a
un neanderthal y contenía un cromosoma Y.
Si Y solo si...
Mary frunció el ceño. Un Surfer Joe revisado.
Un sustituto, como el nuevo Papa, que fuera un paso más allá. Negó con la cabeza. Era una
locura. Un pecado.
¿O no? Había estado protegiendo a un mundo entero del Homo sapiens varón. Después de
todo, si ella y los paleoantropólogos que compartían su punto de vista tenían razón, había sido
el Homo sapiens varón (los cazadores del clan, no los recolectores, no las mujeres) los que
habían eliminado a sus primos del arco superficial prominente hasta que no quedó ninguno.
Y ahora, utilizando las herramientas del siglo XXI y la tecnología aportada por los propios
barasts, el Homo sapiens varón se disponía a hacer de nuevo lo que había hecho antes.
Mary contempló la pantalla del ordenador de Jock.
Sería sencillo. Muy sencillo. El esquema lógico ya estaba construido. Sólo necesitaba cambiar
las secuencias que se probaban y cómo se bifurcaban las ramas del árbol.
Buscar un cromosoma Y sería muy fácil: bastaba tomar un gen de la base de datos del
Proyecto Genoma Humano que apareciera sólo en ese cromosoma. Mary buscó lápiz y papel en
el escritorio de Jock, y luego escribió a mano en una libreta amarilla:

Paso 1: ¿ Hay presente un cromosoma Y? SÍ, es varón: ir al Paso 2. NO, abortar (no es
varón).
Paso 2: ¿Se encuentra un gen ALFA junto a un telómero? SÍ, abortar (es un neanderthal). NO,
probablemente es gliksin: ir al Paso 3.
Paso 3: ¿Se encuentra un gen BETA junto a un télomero? SÍ, abortar (esto nunca se da en un
gliksin). NO, es decididamente un gliksin: ir al Paso 4.

Mary miró lo que había escrito una y otra vez, pero no pudo encontrar ningún fallo. No había
ningún punto donde la lógica pudiera quedar atrapada en un bucle infinito, y no había una sino

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dos comprobaciones para asegurarse de que se trataba de un varón Homo sapiens y no de un
Homo neanderthalensis.
Naturalmente, era una tontería: sin duda detendrían a Jock antes de que pudiera soltar su
virus. Modificado era sólo una medida de protección, por si lograba llegar de algún modo al
otro lado.
Mary negó con la cabeza y miró la hora en su reloj. Era pasada la medianoche, el principio de
un nuevo día.
Debía irse a casa ya. El virus Aniquilación de Jock había sido desactivado; no haría nada,
suponiendo, como Mary esperaba fervientemente que no hubiera utilizado todavía el escritor
de codones para producir las moléculas virales. Surfer Joe no mataría a nadie. Eso era todo lo
que quería conseguir, después de todo.
Era todo lo que había que hacer. y sin embargo...
Sin embargo...
Nadie saldría herido. Encontraría un modo de propagar la información para asegurarse de que
todos en su Tierra supieran que no era seguro que los varones gliksins viajaran al mundo
neanderthal. La tecnología descontaminadora por láser sintonizado se aseguraría de que el
virus Surfer Joe nunca atravesara el portal. Los varones gliksins (la mayoría decente y la
horrible minoría que causaba tanto daño) estarían a salvo mientras dejaran en paz el mundo
de Ponter.
Mary tomó aire lentamente, y luego lo dejó escapar muy despacio.
Cruzó las manos sobre el regazo, la izquierda todavía con la marca clara en su anular donde
antes llevaba el anillo de boda.
Mary Vaughan pensó y pensó y pensó. Por fin descruzó las manos.
Y entonces, naturalmente, hizo lo único que podía hacer.

38

Y aunque algún día puede que viajemos también a Dargal (pues es así como los neanderthales
llaman al planeta rojo de su universo, la bengala carmesí que brilla sobre los continentes de
Durkanu, Podlar, Ranilass, Evsoy, Galasoy y Nalkanu), dejaremos esa versión de Marte tal
como la encontremos. En efecto, como tantas otras cosas en esta nueva era en la que ahora
entramos, guardaremos nuestro pastel y también lo comeremos...

Mary Vaughan se incorporó en su cama de Bristol Harbour Village, despierta de repente.


«¿Cuándo... cómo lo llaman ustedes... "Dos Que Se Convierten En Uno"? ¿Cuándo tendrá lugar
otra vez?» Eso era lo que Jock había preguntado el día anterior. Mary estaba demasiado
preocupada por el empeoramiento del estado de salud de Lonwis y la inminente partida de
Ponter para fijarse entonces, pero ahora recordó algo que la obligó a despertarse: por qué le
importaba aquello a Jock.
Cuando Dos Se Convirtieran En Uno sería el momento perfecto para soltar el virus. Resultaría
mucho más fácil infectar al menos a la población de Saldak cuando todo el mundo, de un sexo
u otro, estuviera en el Centro... y, por supuesto, había más tráfico entre ciudades durante el
Dos Que Se Convierten En Uno que en ningún otro momento del mes; el virus se esparciría
rápidamente.
Los cuatro días de festividad comenzarían al cabo de dos días.
Eso significaba que Jock no actuaría hasta entonces... y por tanto Mary tenía que actuar antes.
Miró al techo para ver qué hora era... pero estaba aquí, no allí, y no había nada en el techo. Se
volvió hacia el reloj de la mesilla de noche. Sus dígitos rojos anunciaban las 5:04 de la
madrugada. Mary tanteó para encender la lámpara y llamó por teléfono a casa de Louise
Benoit en Rochester.
- Allo? -dijo una voz soñolienta después de seis llamadas.
- Louise, soy Mary. Mira... Dos Que Se Convierten En Uno es pasado mañana. Estoy segura de
que es entonces cuando Jock va a soltar su virus.
Louise se esforzaba claramente por centrarse.

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- Dos Que Se Cconvierten...
- ¡Sí, sí! Dos Que Se Convierten En Uno. El único momento en el mundo neanderthal en que
hay una alta densidad de población en sus ciudades y mucho tráfico entre ellas. Tenemos que
hacer algo.
- D'accord -dijo Louise, la voz ronca-. Mais quoi?
- Lo que tú me dijiste que debíamos hacer: acudir a la prensa, dar la voz de alarma. Pero,
mira, será más seguro si las dos volvemos a Canadá antes de hacerlo. Saldré de aquí dentro
de media hora, lo que significa que puedo recogerte a eso de las seis y media. Iremos en
coche hasta Toronto.
- Bon. Estaré lista.
Mary colgó, entró en el cuarto de baño y abrió el grifo de la ducha. ¡Si tan sólo supiera cómo
dar la voz de alarma... ! Naturalmente, la habían entrevistado en la tele y la radio en multitud
de ocasiones y...
Pensó en una simpática productora que había conocido en CBC Newsworld en 1996, cuando los
únicos neanderthales conocidos eran fósiles, cuando Mary aisló una muestra de ADN del
espécimen neanderthal del Rheinisches Landesmuseum. El teléfono de los presentadores de la
CBC probablemente no saliera en la guía, pero no había ningún motivo para que el de una
productora no lo hiciera. Mary volvió al dormitorio, descolgó el teléfono y marcó el 1416555-
1212, la información telefónica de Toronto. Consiguió el número que necesitaba.
Un minuto después, otra mujer adormilada atendió su llamada.
- ¿Didiga?
- ¿Kerry? -dijo Mary-, ¿Kerry Johnson? Casi pudo oír a la mujer frotándose los ojos.
- Sí. ¿Quién es?
- Soy Mary Vaughan. ¿Me recuerda? ¿La genetista de York... la experta en ADN neanderthal?
Mary se sintió en parte decepcionada de que ni Louise ni Kerry contestaran con el manido
«¿Tiene idea de la hora que es?» En cambio, Kerry pareció de pronto plenamente despierta.
- Sí, la recuerdo.
- Tengo una gran historia para usted.
- La escucho.
- No, no es algo de lo que se pueda hablar por teléfono. Ahora mismo estoy en Rochester,
Nueva York, pero estaré en Toronto dentro de unas cinco horas. Necesito que me saque en
directo en Newsworld cuando llegue allí...

Mary y Louise recorrían el puente QueenstonLewiston que cruzaba el río Niágara. Exactamente
en el centro del puente tres banderas se agitaban con la brisa, marcando la frontera: primero
la de barras y estrellas, luego la azul de la ONU y, finalmente, la hoja de arce.
- Es agradable volver a casa -dijo Louise cuando las dejaron atrás.
Como hacía siempre, Mary sintió que se relajaba un poquito ahora que había regresado a su
tierra natal. Recordó el viejo chiste:

Canadá podría haber tenido la cultura británica, la cocina francesa y el don de la


oportunidad estadounidense... pero acabó teniendo la cultura estadounidense, la cocina
británica y don de la oportunidad francés.

De todas formas, era bueno estar de vuelta.


Al salir del puente se encontraron ante una hilera de cabinas de aduanas. Ante tres de las
cuatro abiertas había pequeños grupos de coches alineados; ante la cuarta había una cola más
larga de camiones. Mary se unió a la fila mediana y esperó a que los vehículos que tenía
delante fueran atendidos dando golpecitos de impaciencia al volante con la palma de la mano.
Por fin les tocó el turno. Mary detuvo el coche junto a la cabina y bajó la ventanilla. Esperaba
oír el habitual saludo del agente de aduanas canadiense: «¿Nacionalidad?» Pero, en cambio,
para su asombro, la encargada dijo:
- La señora Vaughan, ¿verdad?
El corazón de Mary dio un brinco. Asintió.

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- Aparque más adelante, por favor.
- ¿Pasa... pasa algo? -preguntó Mary.
- Haga lo que le digo -ordenó la mujer, y descolgó un teléfono.
Mary sintió las palmas de las manos sudorosas en el volante mientras avanzaba lentamente.
- ¿Cómo sabían que eras tú? -preguntó Louise.
Mary negó con la cabeza.
- ¿Por la matrícula?
- ¿Y si huimos? -preguntó Louise.
- Me llamo Mary, no Thelma. Pero, Cristo, si...
Un agente de aduanas calvo con la panza sobresaliendo por encima del cinturón salía del largo
y bajo edificio de inspección. Le indicó a Mary que aparcara en una de las plazas en batería
que tenía delante. Ella sólo había parado allí para ir al cuarto de baño... y sólo cuando estaba
desesperada: el lugar era bastante sórdido.
- ¿Señora Vaughan? ¿Señora Mary Vaughan? -dijo el agente.
- ¿Sí?
- La estábamos esperando. Mi ayudante va a traer un coche ahora mismo.
Mary parpadeó.
- ¿Para mí?
- Sí... y es una emergencia. i Venga!
Mary bajó del coche, y lo mismo hizo Louise. Entraron en el edificio de aduanas y el hombre
gordo las hizo pasar al otro lado del mostrador. Descolgó un teléfono y marcó una tecla de
extensión.
- Tengo a la señora Vaughan -dijo, y le pasó el teléfono a Mary.
- Soy Mary Vaughan.
- ¡Mary! -exclamó una voz con acento jamaicano.
- iReuben! -Alzó la cabeza y vio que Louise sonreía-. ¿Qué pasa?
- Dios, mujer, tienes que comprarte un teléfono móvil -dijo Reuben-. Mira, sé que Louise y tú
vais para Toronto, pero creo que será mejor que vengáis a Sudbury... y rápido.
- ¿Por qué?
- Tu Jock Krieger ha atravesado el portal.
El corazón de Mary dio un vuelco.
- ¿Qué? ¿Pero cómo ha llegado tan rápido?
- Habrá venido en avión, y eso es lo que vosotras deberíais hacer también. Estás a seis horas
de coche de aquí. Pero tengo a la pepita de níquel esperándoos en Sto Catherines.
La pepita de níquel era el Learjet de Inco, pintado de verde oscuro en los flancos.
- Lo he descubierto por accidente -continuó Reuben-. He visto su nombre en el archivo de
entradas de la mina cuando confirmaba la llegada de otra persona.
- ¿Por qué no lo ha detenido nadie? -preguntó Mary.
- ¿Y por qué iban a hacerlo? He consultado con los tipos del Ejército que están allá abajo en el
observatorio de neutrinos. Me han dicho que llevaba pasaporte diplomático estadounidense,
así que lo dejaron pasar al otro lado. De todas formas, mira, he mandado por fax un mapa a la
aduana, indicando cómo llegar al aeródromo...

39

Y estamos entrando en una nueva era, El Cenozoico (la era de la vida reciente) está
terminando. El Novozoico (la era de la vida nueva) está a punto de comenzar...

- ¡Emergencia médica! -gritó Reuben Montego. Su negra cabeza afeitada resplandecía con las
fuertes luces del gigantesco edificio-. Vamos directamente al nivel de dos mil metros.
El técnico del ascensor asintió.
- Ahora mismo, doctor.
Mary sabía que la cabina estaba esperando en la superficie en respuesta a la llamada que
Reuben había hecho desde su consulta. Los tres se metieron en ella y el técnico, que iba a

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quedarse arriba, cerró la pesada puerta. Cinco zumbidos: descenso directo sin paradas. El
ascensor empezó a bajar por un pozo que tenía cinco veces la altura de cada una de las torres
del World Trade Center o hasta que, naturalmente, algún varón Homo sapiens las destruyó.
De camino, Mary, Louise y Reuben habían recogido cascos y los atuendos mineros de las
taquillas. Se los pusieron mientras el ascensor realizaba su ruidoso descenso.
- ¿Qué tipo de policía tienen al otro lado? -preguntó Reuben con su grave voz de acento
jamaicano.
- Casi ninguna -respondió Mary casi gritando, para hacerse oír por encima del estrépito. «y
debería continuar así», pensó: un mundo libre de crímenes y violencia.
- Entonces, ¿estamos sólo nosotros?
- Me temo que sí.
- ¿Y si llevamos a algunos soldados canadienses? -preguntó Louise.
- Todavía no sabemos quién está detrás de todo esto -dijo Mary-. Jock podría estar actuando
por su cuenta... o tener detrás incluso el Ministerio de Defensa y el Pentágono.
Louise miró a Reuben y Mary vio cómo se le acercaba. Si tenían la mitad de miedo que la
propia Mary, no podía reprocharles que quisieran abrazarse. Mary se colocó al otro lado del
sucio ascensor e hizo como si mirara pasar los niveles, para que Reuben y Louise pudieran
tener unos cuantos minutos para ellos.
- Mi vocabulario es todavía bastante incompleto -dijo la voz de Christine a través de los
implantes que Mary tenía en el oído-. ¿Qué significa yetém?
Mary no había oído nada: los micrófonos del Acompañante eran más potentes, desde luego.
Susurró para que los otros dos no pudieran oírla.
- Es francés: Je t'aime. Significa «te quiero». Louise me dijo que Reuben siempre se lo dice en
Francés.
- Ah -dijo Christine.
Continuaron bajando, hasta que, por fin, el ascensor se detuvo con una sacudida. Reuben
abrió la puerta, revelando el túnel minero que se perdía en la distancia.
- ¿A qué hora pasó? -preguntó Mary cuando llegaron a la zona de espera del portal, construida
sobre una plataforma en la cámara de seis pisos de altura del Observatorio de Neutrinos de
Sudbury.
Un soldado de las Fuerzas Armadas canadienses la miró, alzando las cejas.
- ¿Quién?
- Jock Krieger. Del Grupo Sinergia.
El hombre (rubio, de tez clara) consultó una carpeta.
- Un tal John Kevin Krieger pasó hace unas tres horas.
- Es él -dijo Mary-. ¿Llevaba algo consigo?
- Perdóneme, doctora Vaughan, pero en realidad no puedo divulgar...
Reuben se adelantó y le mostró una tarjeta de identidad.
- Soy el doctor Montego, el médico de la empresa minera, y nos encontramos ante una
emergencia médica. Krieger puede ser altamente infeccioso.
- Debería llamar a mi superior -dijo el soldado.
- Hágalo -replicó Reuben-. Pero primero díganos qué llevaba.
El hombre frunció el ceño, pensando.
- Una de esas maletas con ruedecitas.
- ¿Algo más?
- Sí, una caja de metal, del tamaño aproximado de una caja de zapatos.
Reuben miró a Mary.
- ¡Maldita sea! -dijo ella.
- ¿Pasó la caja por descontaminación? -preguntó Louise.
- Por supuesto -respondió el soldado, a la defensiva-. Por aquí no pasa nada sin ser
descontaminado.
- Bien -dijo Mary-. Pasemos nosotros.
- ¿Puedo ver su identificación?
Mary y Louise entregaron sus pasaportes.

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- ¿De acuerdo? Ahora, déjenos pasar.
- ¿Y él? -dijo el soldado, señalando a Reuben.
- ¡Por el amor de Dios, hombre!, acabo de enseñarle mi tarjeta de médico. No llevo encima el
pasaporte.
- No puedo...
- ¡Por el amor de Dios! -dijo Mary-. ¡Esto es una emergencia!
El soldado asintió.
- Muy bien -dijo por fin-. Muy bien, adelante.
Mary echó a correr, abriendo camino hacia el tubo de Derkers. En cuanto llegó a su boca
continuó avanzando y...
Fuego azul. Electricidad estática. Otro mundo.
Mary oyó dos conjuntos de pisadas tras ella, de modo que no se volvió para ver si Louise y
Reuben la seguían mientras salía del túnel. Un fornido varón neanderthal alzó la cabeza,
sorprendido. Probablemente, nadie había atravesado corriendo el portal hasta entonces.
Mary conocía de vista al técnico neanderthal. Él también la reconocía, pero, para sorpresa de
Mary, iba derecho hacia Reuben, que venía justo detrás.
Mary advirtió de pronto lo que sucedía: el neanderthal pensaba que Louise y Reuben la
estaban persiguiendo.
- ¡No! -gritó-. ¡No, vienen conmigo! ¡Déjelos pasar!
Su grito implicó que Christine tuviera que esperar a que terminara la exclamación antes de
traducir las palabras, para que su altavoz externo (capaz de producir un buen volumen, pero
no tan alto como un grito humano) no quedara ahogado. Mary escuchó las palabras en
neanderthal que salieron de su antebrazo:
- ¡Rak! ¡Ta sooparb nolant, rak! ¡Derpant helk!
A mitad de la traducción, el técnico neanderthal trató de detener su carrera, pero resbaló en el
pulido suelo de granito de la sala de cálculo y chocó contra Reuben. El médico voló por los
aires. Louise pasó por encima del neanderthal y cayó de espaldas.
Mary corrió a ayudar a Louise a incorporarse. Reuben se estaba poniendo también en pie.
- ¡Lupa!! -exclamó el neanderthal. ¡Lo siento!
Mary subió el corto tramo de escaleras que conducía a la sala de control, dejando atrás a otro
sobresaltado neanderthal, y luego continuó corriendo hacia la galería que comunicaba las
instalaciones de cálculo cuántico con el resto de la mina de níquel.
- ¡Espere! -gritó el segundo neanderthal-. ¡Tiene que pasar por descontaminación!
- ¡No hay tiempo! -dijo Mary-. ¡Esto es una emergencia y... ! Pero Reuben la interrumpió.
- No, Mary, tiene razón. ¿Recuerdas cómo enfermó Ponter la primera vez que llegó a nuestro
lado? Estamos intentando impedir una epidemia, no desencadenar una.
Mary maldijo.
- Muy bien.
Miró a Reuben y Louise, el negro jamaicanocanadiense de la cabeza afeitada y la pálida
oriunda de Quebec de larga melena castaña. Sin duda se habían visto desnudos muchas veces,
pero ninguno de los dos había visto jamás a Mary así.
- Desnudaos -dijo con decisión-. Quitáoslo todo, incluídos relojes y joyas.
Louise y Reuben estaban acostumbrados a los procesos de descontaminación por su trabajo en
el Observatorio de Neutrinos de Sudbury, que se mantenía en condiciones estériles hasta que
la primera llegada de Ponter destruyó el detector. A pesar de todo, vacilaron un instante.
Mary empezó a desabrocharse la blusa.
- Vamos -dijo-. No hay tiempo que perder. Reuben y Louise empezaron a quitarse la ropa.
- Dejad vuestra ropa aquí -dijo Mary echando sus bragas en una cesta redonda-. Nos
pondremos ropa neanderthal en la habitación de al lado.
Totalmente desnuda, Mary entró en la cámara de descontaminación. Había sido diseñada para
que cupiera cómodamente un neanderthal adulto, pero, a insistencia de Mary, los tres se
metieron juntos para ahorrar tiempo. Mary estaba demasiado nerviosa para sentirse cortada
porque el culo de Louise se apretujara contra el suyo propio, ni porque Reuben, que había
acabado frente a ella, tuviera la cara contra sus pechos.

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Mary tiró de una clavija de control. El suelo de la cámara cilíndrica comenzó a girar lentamente
y los láseres a disparar. Mary estaba ya acostumbrada al procedimiento, pero oyó el jadeo de
Louise cuando los impresionantes emisores de rayos zumbaron al cobrar vida.
- No pasa nada -dijo Mary, tratando de ignorar la parte de su cerebro que calculaba
exactamente qué porciones de Reuben se apretujaban contra ella-. Es completamente seguro.
Los láseres distinguen qué proteínas tiene que haber en el cuerpo humano (incluidas las
bacterias intestinales y todo eso) y las atraviesan directamente. Pero descomponen las
proteínas extrañas, matando cualquier agente patógeno.
Mary pudo sentir a Louise rebulléndose levemente, pero parecía fascinada.
- ¿Qué tipo de láseres pueden hacer eso?
- Láseres en cascada cuántica -respondió Mary, repitiendo algo que había oído decir a Ponter-.
En la gama billóndeciclosporlatido.
- ¡Láseres de teraherzios sintonizables! -exclamó Louise-. Sí, por supuesto. Algo así podría
interactuar de modo selectivo con las moléculas grandes. ¿Cuánto dura el procedimiento?
- Unos tres minutos.
- Oye, Mary -dijo Reuben-. Deberías hacerte mirar ese lunar que tienes en el hombro
izquierdo...
- ¿Qué? Jesús, Reuben, éste no es momento...
Pero Mary se interrumpió, al darse cuenta de que él estaba haciendo exactamente lo mismo
que Louise: refugiarse en un estado mental técnico, intentando mantenerse a un nivel
profesional. Después de todo, Reuben estaba completamente desnudo con dos mujeres, una
de las cuales era su amante y la otra la amiga de su amante. Lo último que él (o Mary)
necesitaba en aquel momento era componer mentalmente una carta para Penthouse.
- Veré a un dermatólogo -dijo Mary, suavizando su tono. Se encogió de hombros tanto como
los estrechos confines del lugar se lo permitieron-. Maldita capa de ozono...
Mary giró levemente la cabeza.
- Louise, debería haber una lucecita cuadrada en la puerta que tienes delante. ¿La ves?
- Sí. ¡Oh, está verde! Bien. -Se movió levemente, como disponiéndose a salir.
- ¡Quieta! -exclamó Mary-. El verde es el color neanderthal que significa «alto»: la carne verde
es carne podrida. Cuando se ponga en rojo, eso significa adelante. Háznoslo saber cuando así
sea.
Louise asintió; Mary notaba la nuca de la cabeza de la joven subir y bajar. Quizás había sido
un error traer a dos personas sin ninguna preparación para el mundo neanderthal. Después de
todo...
- ¡Rojo! -anunció Louise-. ¡La luz está en rojo!
- Muy bien -dijo Mary-. Abre la puerta. El pomo tiene forma de estrella de mar... ¿lo ves?
Empújalo hacia arriba para abrir la puerta.
Mary notó que Louise se agitaba un poco más y, luego, de repente, la presión en su espalda
cedió cuando Louise salió de la cámara. Mary dio un paso hacia atrás, media vuelta y salió
también.
- ¡Por aquí! -gritó.
Entraron en una sala cuyas paredes estaban cubiertas de agujeros cúbicos, cada uno con un
conjunto de prendas neanderthal.
- Éstas te quedarán bien, Reuben -dijo Mary, señalando un conjunto-. Y ésas a ti. -Indicó otro.
Mary ya era experta en ropa barast, pero Louise y Reuben estaban bastante confundidos. Mary
le fue gritando las instrucciones a Reuben y se agachó junto a Louise, que tenía problemas con
el calzado incluido en los pantalones. Mary la ayudó a ponérselos y le ató los cordones en los
tobillos.
Luego echaron a correr hacia la galería. Mary esperaba que hubiera algún vehículo
esperándolos, pero, naturalmente, si había alguno, Jock se lo había llevado.
«Una carrera de tres kilómetros», pensó Mary. Santo Dios, no hacía nada así desde sus días de
estudiante, e incluso entonces le resultaba terrible. Pero la adrenalina corría por su cuerpo
como si no fuera a haber un mañana... cosa que bien podía ser el caso para los barasts. Corrió
por el túnel, cuyo suelo estaba cubierto de tablones planos de madera.

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Había mucha menos iluminación en aquel túnel que en el correspondiente del lado gliksin. Los
neanderthales usaban robots para las labores mineras y no necesitaban tanta luz. En ese
aspecto, tampoco la necesitaban los neanderthales, cuyo sentido del olfato les proporcionaba
una excelente imagen mental de lo que sucedía a su alrededor.
- ¿Cuánto... falta? -llamó Louise desde atrás.
A pesar de la urgencia de la situación, a Mary le agradó ver que la joven parecía ya agotada.
- Tres mil metros -contestó
De repente algo apareció ante Mary. Si su corazón no le hubiese latido enloquecido,
probablemente hubiese empezado a hacerlo entonces. Pero no era más que un robot minero.
Recalcó el hecho para que ni Louise ni Reuben se asustaran y le gritó al robot:
- ¡Espera! ¡Ven aquí!
Christine proporcionó la traducción y al cabo de un momento el robot volvió a aparecer. Mary
le echó un vistazo: un aparato bajo, plano, con seis patas, como un escarabajo de dos metros
de largo y protuberancias cónicas y ventosas semiesféricas en los brazos articulados. Había
sido construido para acarrear roca, por el amor de Dios. Tenía que ser lo bastante fuerte.
- ¿Puedes llevarnos? -preguntó Mary.
Su Acompañante tradujo las palabras, y una luz roja parpadeó en el caparazón del robot.
- Este modelo es incapaz de hablar -añadió Christine-, pero la respuesta es sí.
Mary se encaramó en el caparazón plateado de la máquina, golpeándose la espinilla derecha al
hacerlo. Se volvió hacia Reuben y Louise, que se habían detenido junto a ella.
- ¡Subid a bordo!
Louise y Reuben intercambiaron miradas de asombro, pero se encaramaron también a la
espalda del robot. Mary dio un golpecito en el flanco de la máquina.
- ¡Arre!
Su Acompañante probablemente no conocía esa palabra, pero sin duda comprendió la
intención de Mary y la transmitió al robot. La máquina flexionó las patas de inmediato, como
para calibrar cuánto peso llevaba, y se lanzó en la dirección hacia la que se encaminaban, tan
rápido que Mary sintió el viento caliente en la cara. Había charcos de agua fangosa en varios
puntos, y cada vez que una pata del robot se metía en uno, Mary y los otros resultaban
salpicados por el líquido sucio.
- ¡Agarraos! -gritaba Mary una y otra vez, aunque dudaba que Reuben y Louise necesitaran
que los conminara a hacerlo. De todas formas, ella misma sentía como si fuera a salir
despedida del caparazón a cada momento y su vejiga se oponía con fuerza al abuso.
Pasaron junto a otro robot minero (un modelo zancudo y enhiesto que a Mary le recordaba una
mantis religiosa) y luego, unos seiscientos metros más allá, dejaron atrás a una pareja de
neanderthales varones que iba en dirección opuesta y saltaron para apartarse del robot justo a
tiempo.
Finalmente, llegaron al ascensor. Gracias a Dios, los dos neanderthales acababan de salir de él
y la cabina estaba todavía en el fondo. Mary se bajó del cangrejo robótica y se metió corriendo
en el ascensor. Louise y Reuben la siguieron, y en cuanto estuvieron todos dentro de la cabina
cilíndrica Mary se abalanzó hacia el interruptor montado en el suelo que iniciaba el viaje hacia
arriba.
Mary aprovechó para ver cómo les iba a los otros; todo tenía un tono levemente verdoso bajo
las lámparas luciferinas. Por una vez, Louise no parecía una modelo: el sudor le corría por la
cara, tenía el pelo y la ropa neandertal completamente manchados de lodo y (Mary lo advirtió
al cabo de un segundo) grasa o algo similar del robot.
Reuben tenía aún peor aspecto. El robot había avanzado a saltos y, en algún momento, la
cabeza calva de Reuben debía de haber golpeado el techo de la mina. Tenía un feo chichón en
la calva, y se lo tocaba con los dedos y se quejaba.
- Muy bien -dijo Mary-. Tenemos unos minutos hasta que el ascensor llegue a la superficie. Allí
habrá un ayudante o dos, y no os dejarán pasar sin colocarles Acompañantes temporales.
Permitídselo: tardará más convencerlos de que se trata de una emergencia. Además, los
Acompañantes nos permiten comunicamos entre nosotros y con cualquier neanderthal con el

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que necesitemos hablar. Todos los que se almacenan en la mina tienen la base de datos de
traducción.
Mary sabía que la cabina del ascensor subía lentamente, pero dudaba que Louise y Reuben lo
notaran. Alzó el antebrazo y le habló.
- ¿Has contactado ya con la red de información planetaria, Christine?
- No -dijo la voz en el oído de Mary-. Probablemente no podré volver a conectar hasta que
falte poco para llegar a la superficie, pero lo intentaré... espera, espera. Sí, lo tengo. Estoy en
la red.
- ¡Magnífico! -dijo Mary-. Ponme con Ponter.
- Llamando -dijo el implante-. No hay respuesta todavía.
- Vamos, Ponter -instó Mary-. Vamos...
- ¡Mare! -dijo la voz de Ponter, traducida e imitada por Christine-. ¿Qué estás haciendo en este
lado? Dos No Se Convierten En Uno hasta pasado mañana y...
- ¡Ponter, calla! Jock Krieger ha pasado a este lado. Tenemos que encontrarlo y detenerlo.
- Llevará un Acompañante temporal -dijo Ponter-. Vi en mi mirador las discusiones en el Gran
Consejo Gris después de que dejaran pasar a los gliksins sin ellos. Confía en mí: eso no
yolverá a suceder.
Mary negó con la cabeza.
- No es ningún idiota. Desde luego merece la pena dar la orden de localizar su Acompañante,
pero apuesto a que habrá encontrado un modo de quitárselo.
- No puede. Eso habría disparado numerosas alarmas. No puede ir deambulando por ahí.
Probablemente estará con Bedros o con algún otro alto cargo. No, tendríamos que poder
localizarlo. ¿Dónde estás?
La cabina del ascensor se detuvo y Mary indicó a Reuben y Louise que salieran.
- Acabamos de llegar a la sala de equipo de la mina de níquel Debral. Louise y Reuben me
acompañan.
- Yo estoy en casa -dijo Ponter-. Hak, pide cubos de viaje para Mare y para mí, y contacta con
un adjudicador.
Mary oyó a Hak cumplir la orden; luego Ponter continuó-: ¿Alguna idea de dónde puede estar
Krieger?
- En este momento, no, aunque mi deducción es que planea soltar el virus en el Centro
Cuando Dos Sean Uno.
- Eso tiene sentido -dijo Ponter-. Es el momento de mayor densidad de población, y hay
montones de viajes entre ciudades cuando acaba, así que...
La voz de Hak, sin traducción, lo interrumpió al hablarle.
- Mare -dijo Ponter un momento después-. Hak ha contactado con una adjudicadora. Cuando
llegue vuestro cubo de viaje, dirigíos al pabellón de archivos de coartadas del Centro. Me
reuniré con vosotros allí.
Un ayudante neanderthal colocaba ahora un Acompañante temporal en el antebrazo izquierdo
de Reuben. Un momento después se acercó a Louise y le colocó otro. Mary alzó el brazo para
mostrarle que llevaba una unidad permanente.
- Muy bien -le dijo a Louise y Reuben-. ¡Tomad un abrigo y en marcha!
Había nevado desde la última vez que Mary estuvo allí; el resplandor blanco del suelo era
feroz.
- La adjudicadora ha llamado a otros dos adjudicadores -dijo Ponter, conectando de nuevo-
para ordenar un escrutinio judicial de las transmisiones del Acompañante de Jock. Una vez
hecho eso, podrán localizarlo.
- Cristo -dijo Mary, cubriéndose los ojos con una mano y escrutando el horizonte en busca del
cubo de viaje-. ¿Cuánto tardarán?
- No mucho, espero.
- Muy bien. Te llamaré. Christine, ponme con Bandra.
- Día sano -dijo la voz de Bandra.
- Bandra, cariño, soy Mary.

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- ¡Mare, querida! No te esperaba hasta pasado mañana. Estoy tan nerviosa con el Dos Que Se
Convierten En Uno. Si Harb...
- Bandra, márchate del Centro. No me preguntes por qué, sólo márchate.
- ¿Harb va... ?
- No tiene nada que ver con Harb. Pilla un cubo de viaje y ponte en marcha, ve a cualquier
sitio alejado del Centro.
- No comprendo. ¿Es... ?
- ¡Házlo! Confía en mí.
- Claro que...
- ¿Bandra? -dijo Mary. Miró a Louise y Reuben, y luego pensó «al infierno»-. Bandra, tendría
que habértelo dicho antes. Te quiero.
La voz de Bandra se llenó de alegría.
- Yo también te quiero, Mare. No veo el momento de que volvamos a estar juntas.
- Tengo que irme -dijo Mary-. Date prisa. ¡Sal del Centro! Mary miró retadora a Louise, que
tenía una expresión de «¿qué demonios ha sido eso?» escrita en el rostro. Pero entonces
Louise señaló más allá. Mary se volvió. El cubo de viaje se acercaba volando sobre una zona
cubierta de una capa de nieve.
Corrieron hacia él, y en cuanto se posó en el suelo, Mary se sentó en el sillón de horcajadas
junto al conductor, un piloto pelirrojo de la generación 144. Vio a Reuben y Louise subir a la
parte trasera y montar torpemente en los asientos.
- Al Centro de Saldak, lo más rápido posible -le indicó Mary al conductor. Se perdieron unos
dolorosos segundos cuando su Acompañante tradujo las palabras y la respuesta del conductor.
- ¡Sí, ya sé que Dos Están Separados! -replicó Mary-. Y sé que él es varón -dijo, indicando con
la cabeza en dirección a Reuben-. Esto es una emergencia médica. ¡Vamos!
Christine era un aparatito listo. Mary reconoció el imperativo neanderthal «Tik!» como la
primera palabra que murmuraba, lo que significa que había traducido el «¡Vamos!» al
principio. Mientras el conductor ponía el vehículo en marcha, el Acompañante añadió el resto
de lo que Mary había dicho.
- Christine, ponme con Ponter.
- Hecho.
- Ponter, ¿por qué demonios hacen falta tres adjudicadores para ordenar que localicen a Jock?
La respuesta traducida de Ponter empezó a llegar de nuevo a los implantes de Mary, que tiró
de un mando de la placa plateada de su Acompañante para que el resto de su respuesta fuera
transferido al altavoz externo y Louise y Reuben pudieran oírlo:
- Eh, tú eres la que decía que la intimidad de nuestro sistema de archivos de coartadas no
estaba suficientemente protegido. De hecho, hace falta el consenso unánime de tres
adjudicadores para ordenar el escrutinio judicial de un Acompañante cuando no se ha
denunciado ningún delito.
Mary contempló el paisaje que pasaba veloz... al menos para un neanderthal: el cubo viajaba a
unos sesenta kilómetros por hora nada más.
- Bueno, ¿no puedes acusarlo de un crimen? -preguntó-. En tal caso sólo necesitarás un
adjudicador, ¿no?
- Así es más rápido -contestó Ponter-. Una acusación requiere un procedimiento complicado
y... ah, aquí está mi cubo de viaje.
Mary oyó el sonido del vehículo al descender y unos cuantos chasquidos y repiqueteos
mientras Ponter subía a bordo. Él pronunció la palabra neanderthal para «archivo de
coartadas», que Mary reconoció, y luego volvió a prestarle atención.
- Muy bien. Ahora vamos a... oh, espera un latido.
La conexión se cortó unos segundos y luego la voz de Ponter regresó.
- Los adjudicadores han ordenado el escrutinio judicial. Un técnico del pabellón del archivo de
coartadas está localizando a Jock.
Reuben se inclinó hacia delante para hablar por el Acompañante de Mary.

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- Ponter, soy Reuben Montego. En cuanto hayáis localizado a Krieger, haz que despejen la
zona. Yo estoy a salvo, y Louise y Mary también, pero cualquier neanderthal expuesto al virus
de Jock puede darse por muerto.
- Eso haré -dijo Ponter-. Podemos enviar un mensaje de emergencia a todos los
Acompañantes. Estaré dentro de poco en el pabellón de coartadas. Me aseguraré de que así
sea.
Ante ellos aparecieron los edificios del Centro de Saldak. Docenas de mujeres preparaban los
adornos para el Dos Que Se Convierten En Uno.
- Lo hemos localizado -dijo la voz de Ponter-. Hak, deja de traducir: transmite directamente.
Ponter empezó a gritar en neanderthal al conductor del cubo de viaje de Mary, sin duda.
El conductor repuso con varias palabras, una de las cuales era «Ka». El vehículo empezó a
virar.
- Está en la plaza de Konbor -dijo Ponter, sus palabras traducidas una vez más-. Le he dicho a
vuestro conductor que os lleve allí. Me reuniré con vosotros.
- No -dijo Louise, inclinándose hacia delante-. No, es demasiado peligroso para ti... para
cualquier neanderthal. Déjanoslo a nosotros.
- No está solo. Los adjudicadores están viendo las transmisiones de su Acompañante. Está con
Dekant Dorst.
- ¿Quién es? -preguntó Mary.
- Una de las representantes electas del Centro de Saldak. Una hembra de la generación 141.
- Maldición -dijo Mary. Normalmente, confiaba en que cualquier barast hembra pudiera
contener a cualquier varón gliksin, pero los 141 tenían setenta y ocho años-. No queremos que
esto se convierta en una toma de rehenes. Tenemos que sacarla de allí.
- Desde luego.
- Dekan Dorst debe tener implantes en los oídos, ¿verdad? -dijo Mary.
- Por supuesto -dijo Ponter.
- Christine, ponme con Dekant Dorst.
- Hecho.
Mary habló inmediatamente, antes de que la mujer barast respondiera al trino que su
Acompañante habría emitido entre sus oídos.
- Dekam Dorst, no diga una palabra, y no muestre ningún gesto que indique a Jock Krieger
que se está comunicando con nadie. Sólo tosa una vez si me entiende.
Del altavoz externo de Christine surgió una tos.
- Muy bien. Me llamo Mary Vaughan y soy una gliksin. Jock está en este momento bajo
escrutinio judicial. Creemos que ha introducido una sustancia peligrosa en el Centro de Saldak.
Tiene que escapar de él en cuanto tenga oportunidad. Vamos hacia allá. ¿De acuerdo?
Otra tos.
Mary se sintió fatal: la anciana tenía que estar aterrorizada.
- ¿Alguna sugerencia? -preguntó Mary a Reuben y Louise.
- Podría decirle a Jock que tiene que ir al cuarto de baño -dijo Louise.
- ¡Brillante! Ponter, ¿dónde están Jock y esa mujer, ahora mismo? ¿Al aire libre o a cubierto?
- Déjame preguntárselo a la adjudicadora... Están al aire libre, van a pie hacia el centro de la
plaza.
- El virus Aniquilación de Jock está diseñado para transmitirse por el aire -dijo Mary-.
Seguramente lleva un aerosol en la caja de metal. Probablemente pretende colocarlo en el
centro de la plaza para que se esparza durante las festividades del Dos Que Se Convierten En
Uno.
- Si es así -dijo Ponter-, lo más probable es que lo suelte al final de la fiesta, para que todos
los varones vuelvan a casa antes de que nadie muestre ningún síntoma de enfermedad. Así
llegará no sólo al Borde de Saldak: hay muchos varones que vienen de lugares más lejanos.
- Cierto. Dekant, en cuanto tenga ocasión, dígale a Jock que tiene que entrar en un edificio
público para usar el cuarto de baño, pero que él tiene que quedarse fuera porque es varón.
¿De acuerdo? Estaremos allí enseguida.
Otra tos y luego, por primera vez, Mary oyó la voz de Dekant, que parecía bastante nerviosa.

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- Sabio Krieger, debe perdonarme, pero este viejo cuerpo mío... Me temo que tengo que
orinar. Hay unas instalaciones que puedo usar.
La voz de Jock, apagada, distante:
- Muy bien. Yo la...
- No, debe esperar usted fuera. Dos No Son Uno todavía, ya sabe... ¡todavía no!
Jock dijo algo que Mary no logró entender. Unos veinte segundos más tarde, Dekant habló.
- Muy bien, sabia Vaughan. Ahora estoy a salvo dentro.
- Bien -dijo Mary-. Ahora, si...
Pero fue interrumpida por una voz neanderthal femenina que surgió de los cuatro
Acompañantes en el cubo de viaje... y, presumiblernente, de todos los Acompañantes
conectados a los archivos de coartadas de Saldak.
- Habla la adjudicadora Mykalro -dijo la voz.-. Tenemos una emergencia. Evacúen
inmediatamente el Centro de Saldak. Háganlo a pie, en hoverbús o en cubo de viaje, pero
salgan de ahí ahora mismo. No se retrasen. Puede que pronto haya una enfermedad
contagiosa fatal en el aire. ¡Si ven a un varón gliksin de pelo gris, evítenlo! Se halla bajo
escrutinio judicial, y en este momento se encuentra en la plaza de Konbor. Repito...
De repente el conductor hizo descender el cubo de viaje hasta el suelo.
- Hasta aquí puedo acercarme -dijo-. Ya han oído a la adjudicadora. Si quieren continuar
tendrán que hacerlo a pie.
- Maldita sea -dijo Mary, pero Christine no lo tradujo-. ¿A qué distancia estamos?
El conductor señaló.
- Eso de allí es la plaza de Konbor.
A lo lejos, Mary distinguió una serie de edificios bajos, un puñado de cubos de viaje aparcados
y una zona despejada.
Estaba furiosa, pero empujó el control en forma de estrella de mar que abría su lado del cubo
y bajó. Louise y Reuben la siguieron. En cuanto pudo, el cubo de viaje volvió a elevarse y se
marchó por donde había venido.
Mary echó a correr hacia donde había indicado el conductor.
Jock se encontraba en una zona al aire libre cubierta de nieve. Mary vio otros cubos de viaje
alejándose del Centro camino del Borde. Esperó que la adjudicadora hubiera tenido el buen
sentido de no transmitir su advertencia al Acompañante de Jock.
Mary, Reuben y Louise cubrieron rápidamente la distancia hasta situarse a veinte metros de él.
Tras recuperar el aliento, Mary gritó:
- Se acabó, Jock.
Jock llevaba un típico abrigo de piel de mamut y la caja metálica que el soldado canadiense
había descrito: presumiblemente su bomba en aerosol. Se dio la vuelta, sorprendido.
- ¿Mary? ¿Louise? Y... vaya, el doctor Montego, ¿no es así? ¿Qué están haciendo aquí?
- Sabemos lo del virus Surfaris -dijo Mary-. No puede escapar.
Para sorpresa de Mary, Jock sonrió.
- Bueno, bueno, bueno. Tres valientes canadienses que vienen a salvar a los neanderthales.
-Negó con la cabeza-. Ustedes siempre me han hecho gracia, con su tonto socialismo y sus
equivocados corazones compasivos. ¿Pero saben qué es lo que más gracia me hace de los
canadienses?
Metió la mano bajo el abrigo y sacó una pistola semiautomática.
- No llevan armas.
Apuntó con la pistola directamente a Mary.
- Ahora, querida, ¿cómo decías que ibas a detenerme?

40

El alba del Cenozoico, la frontera entre el Cretáceo y el Terciario en que se extinguieron los
dinosaurios, quedó registrada por una capa de barro encontrada en ambas versiones de la
Tierra. El principio del Novozoico en este universo, nuestro universo, el universo del Homo

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sapiens, quedará marcado por las pisadas de los primeros colonos de Marte, el primer
miembro de nuestra especie que deje la cuna que es esta Tierra para no regresar nunca...

Ponter y los tres adjudicadores se encontraban en la sala de observación del pabellón de


archivos de coartadas: todo se desplegaba ante ellos desde diversos puntos de vista. Los
adjudicadores no sólo habían conectado el Acompañante de Jock Krieger al escrutinio judicial,
sino que también habían hecho lo mismo con los de Mary Vaughan, Louise Benoit y Reuben
Montego. Burbujas holográficas de cuatro metros de diámetro flotaban en la sala, cada una
mostrando las inmediaciones de uno de los cuatro Acompañantes en la escena.
Ponter y los tres adjudicadores también corrían peligro, naturalmente. Aunque el pabellón de
archivos se hallaba situado en la periferia del Centro, seguía estando demasiado cerca de
donde tenía lugar el enfrentamiento.
- La hembra gliksin de pelo oscuro estaba en lo cierto -dijo la adjudicadora Mykalro, una
gruesa 142- Tiene usted que marcharse, sabio Boddit. Todos tenemos que hacerlo.
- Váyanse ustedes tres -dijo Ponter, cruzándose de brazos-. Yo me quedo.
Y entonces Ponter vio a Jock sacar la pistola. Se envaró; no había vuelto a ver un arma de
fuego desde que le habían disparado frente a la sede de las Naciones Unidas.
Volvió a vivir el momento en que la bala entró, caliente, penetrante y...
Y no podía permitir que eso le sucediera a Mare.
- ¿Qué tipo de armas hay almacenadas aquí? -preguntó. Mykalro alzó su blanca ceja.
- ¿Aquí? ¿En el pabellón de coartadas?
- O en la sala de al lado, en la cámara del Consejo -dijo Ponter.
La mujer neanderthal negó con la cabeza.
- Ninguna.
- ¿Y las armas tranquilizantes que usan los controladores?
- Se guardan en el puesto de los controladores, en la plaza Dobronya.
- ¿No las llevan los controladores?
- Normalmente no -dijo otro de los adjudicadores-. No hay ninguna necesidad. El Consejo Gris
de Saldak sólo autorizó la adquisición de seis de esas unidades. Sospecho que ahora todas
están guardadas.
- ¿Hay algún modo de detenerlo? -preguntó Ponter, señalando una de las imágenes flotantes
de Jock.
- Ninguna para esos débiles gliksins -dijo la adjudicadora Mykalro.
Ponter asintió, comprendiendo.
- Voy a ayudarlos, entonces. ¿A qué distancia están?
El segundo adjudicador miró una pantalla de datos.
- A unas 7200 brazadas.
Ponter podía recorrer fácilmente esa distancia.- Hak, ¿has anotado la localización exacta?
- Sí señor.
- Muy bien, adjudicadores -dijo Ponter-. Pónganse a salvo. Y deséenme suerte.
- No puedes dispararnos -dijo Mary, tratando de que la voz no le temblara, incapaz de apartar
los ojos de la pistola-. Habrá un registro en los archivos de coartadas.
- Oh, sí, desde luego -dijo Jock-. Un sistema fascinante el que tienen aquí, lo admito: una caja
negra por control remoto para cada hombre, mujer y niño. Por supuesto, será bastante fácil
encontrar nuestros cuatro bloques. Cuando todos los neandertnales hayan muerto, no habrá
nadie que me impida entrar en el pabellón y destruir esos bloques.
Por el rabillo del ojo, Mary vio que Reuben se apartaba lentamente de ella. Había un árbol a
pocos metros tras él: si podía alcanzarlo, Jock no podría dispararle sin cambiar de posición.
Mary no le reprochaba a Reuben que intentara protegerse. Louise, mientras tanto, se hallaba
tras ella, presumiblemente a su derecha.
- No puedes pretender que tu virus surta un efecto mundial con una sola aplicación -dijo
Mary-. Los neanderthales no tienen la densidad de población necesaria para mantener una
epidemia. Nunca llegará más allá del Centro de Saldak.

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- Oh, no te preocupes por eso -dijo Jock, sopesando la caja de metal-. De hecho, tengo que
darte las gracias, doctora Vaughan: fue tu primera investigación lo que lo hizo posible. Hemos
cambiado la reserva natural de esta versión del Ébola del pico de zapato a los palomos
migratorios. Esos pájaros llevarán el virus por todo este continente.
- Los neanderthales son pacíficos... -dijo la voz de Louise.
- Sí -respondió Jock. Cuando sus ojos se movieron para dirigirse a Louise también lo hizo su
pistola-. Y eso será su fin... aquí, ahora, tal como fue hace veintisiete mil años, la última vez
que los derrotamos...
Mary estaba pensando en echar a correr y...
Y Reuben hizo exactamente eso, de un brinco. Jock giró hacia él y disparó. La detonación
espantó a una bandada de pájaros (palomos, vio Mary), pero Jock falló. Reuben se encontraba
ahora tras el árbol, a salvo por el momento.
Cuando Reuben hizo su intentona a la izquierda de Mary, Louise aprovechó el momento y se
lanzó a la derecha. Como la mayor parte del Norte de Ontario en cada universo, el terreno
estaba salpicado de irregularidades: peñascos depositados por glaciares que habían
retrocedido al final de la Edad de Hielo. Louise corrió tras una roca cubierta de líquenes que
apenas era lo bastante grande para ocultar su cuerpo.
Mary se quedó en el centro, con el árbol a la izquierda y el peñasco a la derecha, demasiado
lejos para alcanzarlos sin que Jock Krieger se lo impidiera.
- Ah, bueno -dijo Jock, encogiéndose de hombros como para indicar que los refugios
temporales de Louise y Reuben no eran más que un inconveniente menor. Apuntó a Mary con
la pistola-. Reza tus oraciones, doctora Vaughan.

Ponter corrió como no había corrido nunca, utilizando toda la potencia de sus piernas. Aunque
había mucha nieve, el suelo de los paseos había sido despejado y avanzaba a buen ritmo. Tuvo
cuidado de respirar solamente por la nariz, para que sus enormes cavidades nasales
humedecieran y calentaran el aire gélido antes de llevarlo a sus pulmones.
- ¿A qué distancia estoy?
Hak respondió a través de los implantes de su oído.
- Suponiendo que no se hayan movido, están tras la siguiente elevación. Un latido.
- Deberías intentar guardar silencio -continuó el Acompañante-. No vayas a alertar a Jock de
tu presencia.
Ponter frunció el ceño. «No hay que decirle a un viejo cazador cómo acechar a su presa.»
El Acompañante le habló a Mary al oído.
- Ponter está sólo a unos cincuenta metros de distancia. Si pudieras conseguir que Jock
continuara hablando un poco más, quizá...
Mary asintió lo suficiente para que Christine lo detectara.- ¡Espera! -dijo-. ¡Hay algo que no
sabes!
Jock no dejó de apuntarle.
- ¿Qué?
- Mary pensó a toda velocidad.
- Los... los neanderthales... son... ¡son telépatas!
- ¡Oh, venga ya!
- No, no... ¡es cierto!
De repente Ponter apareció tras un promontorio, detrás de Jock, recortado contra el sol
poniente. Mary luchó por mantener una expresión neutral.
- Por eso nosotros somos religiosos y ellos no. Nuestro cerebro intenta contactar con otras
mentes, pero no puede; algo en la disposición neural... nos hace creer que existe una
presencia superior con la que no podemos conectar. Pero en ellos el mecanismo funciona
adecuadamente. No tienen experiencias místicas... -Cristo, ni ella misma se lo tragaba, ¿cómo
podía esperar que él lo hiciera?-. ¡No tienen experiencias místicas, porque están siempre en
contacto con otras mentes!

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Ponter avanzaba abriendo exageradamente las piernas, pisando con cuidado la nieve y sin
hacer apenas ruido. Jock tenía el viento en contra: si hubiera sido un neanderthal, sin duda lo
habría detectado ya, pero gracias a Dios no lo era...
- ¡Piensa en el valor de la telepatía en las operaciones secretas! -dijo Mary, alzando la voz pero
disimulando que intentaba ahogar el poco ruido que hacía Ponter-. ¡Y estoy sobre la pista de
su causa genética! ¡Si nos matas a mí ya los barasts, el secreto se habrá perdido para
siempre!
- ¡Vaya, doctora Vaughan! -exclamó Jock-. Un ejercicio de desinformación. Estoy
impresionado.
Ponter estaba ya tan cerca como podía sin que su larga sombra (¡maldito sol poniente!)
entrara en el campo de visión de Jock. Entrelazó los puños, dispuesto a descargarlos sobre la
cabeza de Jock y...
Jock debió oír algo. Empezó a girarse una fracción de segundo antes de que las manos de
Ponter cayeran sobre él. En vez de hundirle el cráneo, los puños le golpearon el hombro
izquierdo. Mary oyó el sonido del hueso al quebrarse, y Jock dejó escapar un aullido de dolor y
soltó la caja con la bomba. Pero todavía empuñaba la pistola en la mano derecha y logró
disparar un tiro. Jock no tenía el ceño protector de los neanderthales y, cuando se volvió hacia
el sol, el resplandor lo cegó por un instante: el disparo salió desviado.
Era imposible que Mary llegara junto a Ponter a salvo, así que hizo lo único que pudo: corrió
hacia la izquierda y se reunió con Reuben tras el árbol. Ponter soltó un temible rugido y golpeó
de nuevo, un revés que envió a Jock boca abajo contra la nieve. El neanderthal se movió con
rapidez, tiró del brazo derecho de Jock en la dirección contraria al movimiento natural. Resonó
otro horrible crujido. Jock gritó y, con un movimiento rapidísimo, Ponter se hizo con la pistola.
La arrojó lejos con tanta fuerza que silbó en el aire frío y seco. Luego le dio la vuelta a Jock
para enfrentarse a él y echó atrás el brazo derecho, con el enorme puño cerrado.
Jock rodó a la derecha y, con el brazo bueno, agarró la caja y la atrajo hacia sí. Le hizo algo y
un gas blanco empezó a manar de la caja. Ponter sólo era visible intermitentemente a través
de la nube, pero Mary lo vio agarrar a Jock por la garganta y echar atrás el otro brazo
apuntando con el puño al centro de su cara.
- ¡Ponter, no! -gritó Louise, saliendo de detrás del peñasco-. Necesitamos saber...
Ponter ya había descargado su puñetazo, pero debió contenerse levemente en respuesta a las
palabras de Louise. De todas formas, el impacto sonó como si cincuenta kilos de cuero cayeran
al suelo. La cabeza de Jock salió impulsada hacia atrás y el hombre se desplomó en el suelo
cubierto de nieve, con los ojos cerrados.
La nube continuó expandiéndose. Mary echó acorrer directamente hacia la caja. Seguía
brotando gas que le nublaba la visión. Tanteó en busca de alguna válvula de cierre, pero no
encontró ninguna.
Reuben también echó a correr, pero hacia Jock. Agachado, le tomó el pulso.
- Está inconsciente, pero vivo -dijo, mirando a Ponter.
Mary se quitó el abrigo y trató de cubrir la bomba. Pareció que contenía la caja, pero entonces
ésta explotó e hizo jirones la prenda. Mary tenía varias despellejaduras y la nube se expandía
más y más. Era como una niebla londinense muy densa; Mary no veía a un par de metros de
distancia.
Louise estaba ahora inclinada junto a Jock.
- ¿Cuánto tiempo permanecerá inconsciente?
Reuben alzó la cabeza y se encogió levemente de hombros.
- Ya has oído el sonido del puñetazo. Como poco Jock tiene conmoción y, probablemente,
fractura de cráneo. Horas, en cualquier caso.
- ¡Pero necesitamos saberlo! -dijo Mary.
- ¿Saber qué? -preguntó Reuben.
El corazón de Mary latía desbocado, tenía el estómago revuelto y el ácido le subía por la
garganta.
- ¡Qué versión del virus ha utilizado! Reuben estaba completamente perdido.
- ¿Qué? -dijo, incorporándose.

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- Mary modificó el diseño del virus anoche -explicó Louise-. Si Jock lo ha fabricado esta
mañana, entonces...
Mary no escuchaba. La cabeza le daba vueltas. Quería gritar. Si Jock había utilizado el escritor
de codones para preparar el virus aquella mañana, entonces había producido el Surfer Joe que
ella había modificado. Pero si lo había preparado antes, entonces la nube que los envolvía era
la versión original Aniquilación, lo que significaba...
Los ojos le picaban, y le costaba trabajo mantener el equilibrio. Lo que significaba que el
maldito hijo de puta gliksin que estaba allí tendido en la nieve acababa de matar al hombre
que amaba.

41

Algunos científicos han sugerido que, puesto que hubo, al parecer, sólo un universo hasta hace
cuarenta mil años, cuando la conciencia surgió en la Tierra, entonces no hay ninguna
conciencia más en este vasto universo nuestro... o, al menos, ninguna más antigua que la
nuestra. Si eso es cierto, explorar el espacio no es únicamente nuestro destino, es nuestra
obligación, puesto que sólo el Homo sapiens tiene el deseo y los medios para hacerlo...

De momento, Ponter parecía estar bien; ningún virus actúa tan rápido. Arrancó tiras de piel de
mamut del abrigo de Reuben, y Louise y Reuben las utilizaron para atar los brazos y piernas
del inconsciente Jock. En cuanto estuvo inmovilizado, Reuben y Ponter lo llevaron al edificio
más cercano... probablemente el mismo en el que había entrado Dekan Dorst, aunque era de
esperar que se hubiera marchado hacía rato. El sol se había puesto y hacía mucho frío, pero a
pesar de todo no podían dejarlo a merced de los elementos.
Reuben cerró la puerta del edificio, y luego Ponter y él regresaron junto a Mary y Louise.
- Vamos, grandullón -dijo Reuben-. Tenemos que llevarte a la mina... allí podremos usar los
láseres descontaminantes.
Ponter alzó la cabeza, y su ceja se arqueó. No había pensado en eso.
- ¿Crees que existe una posibilidad? -dijo Mary, mirando ahora a Reuben con los ojos
enrojecidos, desesperada en busca de un milagro.
- No veo por qué no -respondió Reuben-. Si esos láseres funcionan como dices, deberían
destruir las moléculas del virus, ¿no? Será una solución para Ponter al menos... aunque tal vez
haya unas instalaciones descontaminadoras mejores aquí, en el Centro.
- Miró a Ponter-. ¿No es aquí donde están vuestros hospitales?
Ponter sacudió la cabeza.
- Sí, pero la unidad de descontaminación más sofisticada es la del portal.
- Entonces vamos a llevarte allí -dijo Reuben.
- Debemos sacar primero a todo el mundo de la mina y la cámara de cálculo cuántico -dijo
Ponter-. No podemos arriesgarnos a infectar a nadie más.
- Déjame llamar un cubo de viaje -propuso Mary, y empezó a hablarle a su Acompañante.
Pero Reuben le tocó el brazo.
- ¿Quién lo pilotaría? No podemos arriesgarnos a exponer a otros neanderthales.
- Entonces... ¡entonces lo llevaremos hasta allí nosotros! -dijo Mary.
- Ce n'est pas possible -dijo Louise-. Está a kilómetros de distancia.
- Puedo ir caminando.
Pero Reuben negó con la cabeza.
- Quiero analizarte lo antes posible. No tenemos horas para hacerlo.
- ¡Maldita sea! -dijo Mary, con los puños cerrados-. ¡Esto es ridículo! ¡Tiene que haber un
medio de llevarlo a la mina!
Y entonces, de pronto, se le ocurrió.
- Hak, tú eres el Acompañante más experimentado que tenemos. Sin duda podrás guiar a
Ponter mientras conduce un cubo de viaje.
- Puedo acceder a los procedimientos y explicárselos, sí -respondió la voz de Hak desde el
antebrazo de Ponter.

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- ¡Bien, demonios! - dijo Mary-. Hemos pasado junto a un montón de cubos de camino aquí.
¡Vamos!
Llegaron rápidamente al sitio donde estaban apilados los cubos de viaje. Había una unidad de
control cilíndrica junto al grupo, y Ponter hizo algo que consiguió que una especie de máquina
levantadora de piezas alzara el cubo superior y lo depositara en el suelo. Los costados
transparentes del cubo se abrieron hacia arriba.
Ponter ocupó el asiento de horcajadas delantero, y Mary se sentó junto a él. Reuben y Louise
se sentaron atrás.
- Muy bien -dijo Ponter-. Hak, dime cómo conducir este aparato.
- Para activar el sistema de energía, tira de la clavija de control ámbar -instruyó Hak a través
de su altavoz externo.
Mary contempló el panel de control. Era mucho más simple que el salpicadero de su propio
coche: los cubos de viaje tenían bastantes menos prestaciones.
- ¡Ése! -dijo Ponter extendió la mano y tiró del control.
- La palanca de la derecha controla el movimiento vertical -continuó Hak-. La palanca de la
izquierda controla el movimiento horizontal.
- Pero las dos son palancas para subir y bajar -dijo Reuben, confuso.
- Exactamente -dijo Hak-. Es mucho más fácil para los movimientos del hombro del conductor.
Ahora, para poner en marcha los motores de suelo, usa el grupo de controles que hay entre
las palancas. ¿Los ves?
Ponter asintió.
- El grande determina la velocidad de giro del rotar principal. Ahora...
- Hak! -gritó Reuben desde atrás-. No tenemos mucho tiempo. ¡Dile qué botones tiene que
pulsar!
- Muy bien, Ponter -dijo Hak-. Despeja tu mente y trata de no pensar. Haz exactamente lo que
yo te diga. Tira de la clavija verde. Ahora de la azul. Agarra las dos palancas. Cuando yo diga
"ya", nueve la palanca de la derecha el quince por ciento de un círculo y, simultáneamente,
mueve la palanca de la izquierda un cinco por ciento. ¿De acuerdo?
Ponter asintió.
- ¿Preparado? -dijo Hak. Ponter volvió a asentir.
- ¡Ya!
El cubo de viaje se estremeció violentamente, pero se elevó del suelo.
- Ahora, empuja el control verde -dijo Hak-. Sí. Mueve la palanca de la derecha hasta donde
llegue.
El cubo aceleró, aunque se mantenía muy ladeado.
- No vamos rectos -dijo Mary.
- No te preocupes por eso -respondió Hak-. Ponter, un octavo de giro con la palanca derecha.
Sí, ahora...
Sólo tardaron unos minutos en salir del Centro de Saldak, pero todavía les quedaba un largo
trayecto hasta la mina... y era terriblemente complicado manejar un vehículo volador. Mary
nunca se había creído aquello de las películas de televisión de que los controladores de vuelo
guiaran a los pasajeros para hacer aterrizar un avión si el piloto estaba inconsciente y...
- ¡No, Ponter! -dijo Hak, a todo volumen-. ¡Al revés!
Ponter tiró hacia sí del control horizontal, pero demasiado tarde. El lado derecho del cubo de
viaje chocó contra un árbol. Ponter y Mary salieron despedidos hacia delante. Las palancas de
control se plegaron en el salpicadero, como telescopios al cerrarse, al parecer una medida de
seguridad para impedir que empalaran al conductor. El cubo volcó de lado.
- ¿Hay alguien herido? -gritó Mary.
- No -respondió Reuben.
- No -respondió Louise.
- ¿Ponter?
No hubo respuesta. Mary se volvió hacia él.
- ¿Ponter?

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Ponter miraba el implante Acompañante de su antebrazo izquierdo. Obviamente, había
chocado con algo. Abrió la placa de Hak, aunque le costó trabajo: estaba deformada por el
golpe.
Ponter alzó la cabeza, los ojos dorados húmedos.
- Hak está malherido -dijo. Christine lo tradujo.
- Tenemos que continuar -dijo Mary amablemente.
Ponter miró unos segundos más su dañado Acompañante y asintió. Se giró, luego tiró del
control en forma de estrella de mar de la puerta, y el costado del cubo de viaje se abrió.
Reuben salió y luego saltó al suelo. Louise lo siguió. Ponter se levantó sin problemas del
compartimento delantero, y luego echó una mano a Mary para salir. Entonces volvió su
atención al vientre descubierto del cubo de viaje. Mary siguió su mirada y vio que los rotores
gemelos estaban muy dañados.
- No volverá a volar, ¿verdad?
- Ponter negó con la cabeza e hizo un triste gesto de "míralo" con el brazo derecho.
- ¿A que distancia estamos de la mina de Debral? -pregunto Mary.
A veintiún kilómetros -contestó Christine.
- ¿y dónde está el cubo de viaje más próximo?
- Un momento -dijo Christine-. A siete kilómetros al Oeste.
- Merde -dijo Louise.
- Muy bien. Vamos.
Oscurecía y se encontraban en pleno campo. Mary había visto bastantes animales salvajes allí
de día; la aterraba pensar qué criaturas habría de noche. Avanzaron por la nieve unos diez
kilómetros. Cinco horas de caminata en aquellas difíciles condiciones. Las largas piernas de
Louise le permitían ir delante.
En el cielo se veían las estrellas: las constelaciones polares que los barasts llamaban el Hielo
Resquebrajado y la Cabeza del Mamut. Siguieron avanzando más y más. Mary sentía las orejas
entumecidas de frío hasta que...
- ¡Cartílagos! -dijo Ponter.
Mary se dio la vuelta. Estaba apoyado contra Reuben. Ponter alzó las manos y...
Mary sintió que se le encogía el corazón y oyó a Louise soltar un grito horrorizado. Había
sangre en las manos de Ponter, negra a la luz de la luna. Era demasiado tarde: la fiebre
hemorrágica, con su tiempo de incubación acelerado artificialmente, había hecho su aparición.
Mary miró la cara de Ponter, temiendo antes de tiempo lo que iba a ver, pero, excepto por la
expresión de sobresalto, no tenía mal aspecto.
Mary se acercó rápidamente a Ponter y lo agarró por el otro brazo, tratando de sujetarlo. Y fue
entonces cuando se dio cuenta de no era Reuben quien ayudaba a Ponter, sino al contrario.
A la tenue luz y contra su piel oscura, Mary no lo había visto al principio; había sangre en la
cara de Reuben. Corrió hacia él y casi vomitó. La sangre manaba de los ojos y los oídos y la
nariz y la comisura de la boca de Reuben.
Louise alcanzó a su novio en dos largas zancadas y empezó a limpiarle la sangre, primero con
la manga del abrigo, luego con las manos desnudas, pero brotaba con tanta profusión que no
lo consiguió. Ponter ayudó a colocar a Reuben sobre la nieve, y la sangre salpicó con fuerza el
blanco suelo y se hundió en él.
- Dios -dijo Mary en voz baja.
- Reuben, mon cher... -dijo Louise, agachada en la nieve junto a él. Colocó una mano sobre su
nuca, sin duda palpando el vello que había crecido.
- Lou... ise -dijo él en voz baja-. Querida, yo...
Tosió, y la sangre manó por su boca. Y entonces, como Mary sabía que hacía siempre cuando
pronunciaba las palabras mágicas, Reuben pasó al Francés:
- Jet'aime.
Los ojos de Louise se llenaron de lágrimas mientras el peso de la cabeza de Reuben caía hacia
atrás, contra su mano. Mary le estaba buscando el pulso en el brazo derecho; Ponter hacía lo
mismo con el izquierdo. Intercambiaron un gesto negativo con la cabeza.

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El rostro de Louise se contrajo. Empezó a llorar y llorar. Mary se acercó a ella, arrodillada en la
nieve, y la rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí.
- Lo siento -dijo Mary, una y otra vez, acariciando el pelo de Louise-. Lo siento, lo siento, lo
siento...
Al cabo de unos instantes, Ponter tocó amablemente el hombro de Louise, y ella alzó la
cabeza.
- No podemos quedarnos aquí -dijo, y de nuevo Christine tradujo sus palabras.
- Ponter tiene razón, Louise. Hace demasiado frío. Tenemos que empezar a andar.
Pero Louise seguía llorando, los puños cerrados con fuerza.
- Ese hijo de puta -dijo, y todo su cuerpo temblaba-. ¡Ese puñetero monstruo!
- Louise -dijo Mary suavemente-. Yo...
- ¿No lo ves? -Louise miró a Mary-. ¿No ves lo que ha hecho Krieger? ¡No se ha contentado con
matar... a los neanderthales! ¡Ha hecho que su virus mate tambien a los negros. Sacudió la
cabeza-. Pero... pero no sabía que un virus pudiera actuar tan rápido.
Mary se encogió de hombros.
- La mayoría de las infecciones víricas son causadas sólo por unas cuantos virus, introducidos
en un solo punto del cuerpo. Gran parte del periodo de incubación consiste en la copia de esas
pocas partículas iniciales hasta que la población de virus es lo bastante grande para hacer el
trabajo sucio. Pero nosotros estuvimos literalmente empapados en una niebla de virus,
inhalando y absorbiendo miles de millones de partículas virales. -Miró el cielo oscuro y luego
de nuevo a Louise-. Tenemos que encontrar refugio.
- ¿Y Reuben? -preguntó Louise-. No podemos dejarlo aquí. Mary miró a Ponter, suplicándole
con los ojos que permaneciera en silencio. Lo último que Louise necesitaba oír ahora era
"Reuben ya no existe".
- Volveremos por él mañana -dijo Mary-, pero ahora tenemos que buscar refugio.
Louise vaciló unos segundos y Mary tuvo el buen sentido de no acuciarla. Finalmente, la joven
asintió y Mary la ayudó a ponerse en pie.
Soplaba un viento recio que levantaba la nieve. De todas formas, vieron las huellas que habían
dejado al venir.
- Christine, ¿hay algún refugio por aquí? -preguntó Mary.
- Déjame comprobarlo -respondió Christine-. Según la base de datos central, hay un albergue
de caza no lejos de donde se estrelló el cubo de viaje. Será más fácil llegar allí que al Centro
de la ciudad.
- Id vosotras dos -dijo Ponter-. Yo voy a intentar llegar a las instalaciones descontaminadoras.
Perdonadme, pero me retrasaríais.
A Mary el corazón le dió un vuelco. Había tantas cosas que deseaba decirle, pero...
- Estaré bien -dijo Ponter-. No te preocupes.
Mary inspiró profundamente, asintió, y dejó que Ponter la envolviera en un abrazo de
despedida, mientras todo su cuerpo temblaba. Él la soltó y se perdió en la fría noche. Mary
siguió a Louise, y ambas avanzaron siguiendo las indicaciones de Christine.
Al cabo de un rato, Louise tropezó y cayó de bruces sobre la nieve.
- ¿Te encuentras bien? -preguntó Mary, ayudándola a levantarse.
- Oui -respondió Louise-. Yo... mi mente sigue vagando. Era un hombre tan maravilloso...
Tardaron casi una hora en llegar al refugio. Mary tiritaba, pero por fin lo consiguió. El refugio
era muy parecido a la cabaña de Vissan, pero más grande. Entraron y activaron las costillas de
iluminación, que llenaron el interior de un frío brillo verde. Había una pequeña unidad
calefactora, que consiguieron encender al cabo de un rato. Mary consultó el reloj y sacudió la
cabeza. Ni siquiera Ponter habría llegado ya a la mina y sus instalaciones descontaminadoras.
Las dos estaban exhaustas, física y emocionalmente. Louise se tumbó en un sofá, se acurrucó
y empezó a llorar quedamente. Mary se tendió en el suelo cubierto de cojines, y descubrió que
también estaba llorando, agotada, dolorida, abrumada por la pena y la culpa, acosada por la
imagen de un hombre bueno que lloraba sangre.

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Y si esa idea no es correcta... si éste y otros universos están, como creen algunos científicos y
filósofos, rebosantes de vida inteligente, entonces tenemos otro deber cuando empecemos a
dar pequeños pasos, y es avanzar de la mejor manera: mostrar a todas las otras formas de
vida la grandeza del Homo sapiens, nuestra maravillosa diversidad...

Mary se pasó toda la noche rezando, susurrando en voz baja, tratando de no molestar a
Louise.
- Dios del cielo, Dios del cielo, sálvalo.
Y, más tarde:
- Dios, por favor, no dejes que Ponter muera y, aún más tarde:
- Maldito seas, Dios, me debes una...
Finalmente, después de agitarse y dar infinidad de vueltas toda la noche, atormentada por
sueños en los que se ahogaba en un mar de sangre, Mary notó que la luz del sol se colaba por
la ventanita del refugio y el kekkekkek de los palomos anunciaba el amanecer.
Louise estaba tambien despierta, tendida en el sofá, contemplando el techo de madera.
Había una caja de vacío y un hornillo láser en el refugio de caza, presumiblemente alimentados
por los paneles solares del techo.
Mary abrió la caja de vacío y encontró unas cuantas chuletas (no tenía ni idea de qué animal)
y varias raíces. Cocinó un desayuno sencillo para ella y para Louise.
El refugio disponía de una mesita cuadrada con sillas de horcajada en los cuatro lados. Mary
ocupó una, y Louise se sentó frente a ella.
- ¿Cómo te encuentras? -preguntó Mary amablemente cuando terminaron de comer. Nunca
había visto a Louise así: abatida, con profundas ojeras.
- Estoy bien -respondió en voz baja, con su voz cargada de acento, pero no lo parecía.
Mary no estaba segura de qué decir. No sabía si era mejor tratar el tema de Reuben o dejarlo,
con la esperanza de que Louise lo hubiera apartado de su mente al menos momentáneamente.
Pero luego recordó su violación y su completa incapacidad para sacársela de la cabeza al
principio. Era imposible que Louise estuviera pensando en otra cosa que en su novio muerto.
Mary extendió una mano sobre la mesa y tomó una de Louise.
- Era un buen hombre -dijo, y su propia voz se quebró al hablar.
Louise asintió, los ojos marrones secos pero enrojecidos.
- Habíamos hablado de irnos a vivir juntos. -Louise sacudió la cabeza-. Él estaba divorciado, ya
sabes, y nadie de mi edad se molesta en casarse en Quebec... la ley te trata igual tengas los
papeles o no, ¿por qué molestarse entonces? Pero habíamos hablado de que fuera
permanente. -Miró a lo lejos-. Era casi una broma entre nosotros. Decía cosas como: "Bueno,
cuando nos vayamos a vivir juntos, tendremos que buscar una casa con armarios grandes",
porque pensaba que tengo demasiada ropa.
Miró a Mary. Sus ojos estaban húmedos ahora.
- No eran más que bromas, pero... -Negó con la cabeza-. Pero, sabes, yo pensaba que iba a
ser de verdad. Cuando terminara mi trabajo en Sinergia me mudaría a Sudbury. O nos iríamos
a Montreal y Reuben abriría una consulta privada o...
Se encogió de hombros, advirtiendo al parecer que no tenía sentido continuar enumerando
opciones que ya nunca podrían realizarse. Mary le apretó la mano y permaneció allí sentada
con ella un rato. Sin embargo, al final dijo:
- Quiero ir a buscar a Ponter. -Sacudió la cabeza-. Maldita sea, me he acostumbrado a estar en
contacto gracias a estos Acompañantes, pero con Hak roto...
- Ponter está bien -dijo Louise, advirtiendo, al parecer, que le tocaba ahora a ella el turno de
ofrecer consuelo-. No mostraba el menor síntoma de fiebre.
Mary trató de asentir, pero su cabeza no parecía querer moverse. Estaba tan trastornada, tan
nerviosa, tan...
De repente oyeron un sonido en la puerta. El corazón de Mary dio un brinco. Sabía que casi
con toda certeza no tenía nada que temer de los neanderthales, pero aquello era territorio de

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caza... o de lo contrario no hubiesen construido aquel refugio. ¿Quién sabía qué tipo de bestias
acechaban fuera?
- No podemos ir a buscar a Ponter -dijo Louise-. Piénsalo: los láseres habrán eliminado los
virus de su organismo, pero eso no lo hace inmune a la enfermedad, y nosotras estamos
infectadas, ¿no? Puede que sea inofensiva para los gliksins blancos, pero somos portadoras.
No puede vernos hasta que tú y yo hayamos sido descontaminadas también.
- Entonces, ¿qué deberíamos hacer?
- Volver con Jock Krieger.
- ¿Qué? ¿Por qué? No puede hacerle daño a nadie allí donde lo dejamos.
- No, pero si hay un antídoto para el virus, o un modo de neutralizarlo a gran escala, él lo
sabe, ¿no te parece?
- ¿Qué te hace pensar que nos lo dirá?
El tono de Louise fue firme por primera vez desde la muerte de Reuben.
- Si no lo hace, lo mataré -dijo simplemente.
Esperaron a que hiciera un buen rato que no se oyeran sonidos de animales en el exterior.
Luego, cautelosamente, abrieron la puerta del refugio mientras la nieve se agitaba.
Tardaron casi toda la mañana en llegar al edificio cercano a la plaza de Konbor, donde habían
dejado al inmovilizado Jock Krieger.
- Casi me espero que se haya escapado -dijo Louise mientras se acercaban a la puerta
cerrada-. A ese hijo de puta parece que no se le acaban los trucos en la manga...
Tiró del control quíntuple que abría la puerta. Jock no se había escapado.
Estaba tendido de costado. A su alrededor, en el suelo, había charcos oscuros de sangre. Su
piel era blanca, como de cera.
Mary le dio la vuelta. Había sangre coagulada en las mejillas y la barbilla de Jock, y se
extendía como patillas de color de vino desde sus orejas. Miró hacia abajo brevemente y vio
que sus pantalones estaban también empapados de sangre.
Mary intentó no vomitar los tubérculos y la carne que había tomado para desayunar. Miró a
Louise, que se mordía el labio inferior. Mary se dio la vuelta y trató de encontrarle sentido a
todo aquello.
Dos gliksins muertos.
Dos gliksins varones muertos... Era casi como si...
"Surfer Joe, versión dos."
Pero no. No, eso era imposible. ¡Imposible! Sí, Mary había esbozado el diseño de un virus que
sólo matara a gliksins varones, pero había destrozado aquellas hojas de papel, y desde luego
no lo había introducido en el programa de Jock. Obviamente, él había creado su virus antes de
que ella lo volviera inofensivo, pero...
Pero se comportaba como el que Mary había ideado, el que mataría a los Homo sapiens que
tuvieran cromosomas Y.
Mary no había creado ese virus. No había... A menos que...
No, no. Eso era una locura.
Pero había viajado entre universos, igual que Jock. Y si, en una versión de su realidad, no
había hecho que el Surfer Joe fuera letal para los Homo sapiens varones, entonces...
Entonces, tal vez, en otra versión de la realidad sí que había continuado adelante con su
fantasía, había creado aquel virus...
Y el Jock Krieger que se había desangrado por todas las aberturas naturales de su cuerpo,
podía proceder de esa versión de la realidad...
Mary sacudió la cabeza. Todo era demasiado extraño. Además, ¿no habían dicho Ponter y
Louise muchas veces que el universo que Mary llamaba su hogar y el que Ponter llamaba su
hogar estaban entrelazados, que eran las dos ramas originales que se habían separado cuando
la conciencia despertó por primera vez en la Tierra hacía cuarenta mil anos?
Si ese era el caso...
Si ese era el caso, entonces alguien que no era Mary había creado el virus.
¿Pero quién? ¿Por que?

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43

Y somos eso: un pueblo grande y maravilloso. Sí, hemos tenido tropiezos... ha sido porque
siempre caminamos avanzando hacia nuestro destino...

Cornelius Ruskin trató de controlarse mientras veía las noticias, pero no pudo: temblaba de
pies a cabeza.
Había pretendido que su modificación del virus Surfaris de Jock Krieger fuera un arma
defensiva, no ofensiva... un modo de proteger al mundo neanderthal de las depredaciones
de...
Bueno, de gente como él. De como él solía ser...
Y ahora, dos hombres habían muerto.
Naturalmente, si todo iba a partir de ahora como él había pensado, no moriría nadie más. Los
Homo Sapiens varones se quedarían en su propio mundo, sin otro impedimento que llevar su
mal a través del portal.
Cornelius había encontrado una bonita casa de alquiler en Rochester, en una calle arbolada
que parecía sacada de una antigua serie de televisión: un maravilloso contraste con su antiguo
ático en los suburbios. Pero no le parecía cómoda, sino un infierno. Se aferraba a los brazos de
su nuevo sillón mientras la CNN emitía la entrevista con Mary Vaughan, una de las mujeres
que él había violado.
Ella no hablaba de eso. Explicaba por qué los gliksins varones tenían que quedarse en su
mundo, sin viajar nunca al mundo neanderthal. La acompañaba, con aspecto sano y robusto,
Ponter Boddit.
La entrevista, realizada por la CBC Newsworld, había sido adquirida por la CNN; al parecer
Mary había contactado con la CBC hacía unos cuantos días, antes de salir corriendo para
intentar detener a Jock Krieger, pero ahora estaba de vuelta en aquella realidad.
Aquella realidad con la que Cornelius Ruskin tenía que vivir.
- Entonces, ¿lo que está diciendo es que no es seguro que ningún Homo sapiens varón viaje al
mundo neanderthal? -preguntó el entrevistador, un joven asiático.
- Así es -respondió Mary-. La cepa viral que Jock Krieger liberó es...
- Ésa es la cepa que los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades
estadounidenses han bautizado como ÉbolaSaldak, ¿cierto?
- Así es. Suponemos que la intención de Krieger era crear una cepa que sólo fuera fatal para
los neanderthales, pero en cambio acabó siendo algo que sólo mata selectivamente a los Homo
sapiens varones. No sabemos hasta dónde se ha extendido la cepa en el mundo neanderthal,
pero sí que es mortal para los humanos varones de nuestra especie a las horas de haber
quedado expuestos a ella.
- ¿Qué hay de la tecnología de descontaminación neanderthal? Doctor Boddit, ¿qué puede
decimos al respecto?
- Utiliza láseres para destruir las biomoléculas extrañas del organismo -dijo Ponter-. La doctora
Vaughan y yo fuimos sometidos a la técnica antes de volver a esta versión de la Tierra. Es
completamente efectiva, pero, como ha dicho la doctora Vaughan, cualquier varón gliksin
infectado con el ÉbolaSaldak morirá a menos que se le trate muy rápidamente con este mismo
proceso, y hay muy pocas estaciones de descontaminación en mi mundo.
- ¿Y aparte de esta tecnología láser, no hay ninguna cura o vacuna?
- Todavía no -respondió Mary-. Naturalmente, trataremos de encontrar una. Pero, recuerde,
llevamos años intentando encontrar una cura para otras cepas del Ébola, hasta el momento sin
éxito.
Cornelius negó con la cabeza. Cuando se había dado cuenta de que Jock no se limitaba a las
simulaciones sino que realmente planeaba producir su virus, Cornelius había modificado el
código que había escrito y dejado que Jock produjera litros del virus en un envase sellado.
Luego había restaurado el código original para que, si Jock volvía a comprobarlo, no supiera
nunca que había sido cambiado.

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Suponía que con eso se compensaría un poco su deuda kármica... aunque nunca pudiera
reparar lo hecho en Toronto. Pero el violador era el antiguo Cornelius, el Cornelius furioso.
Ahora era un hombre nuevo, todavía agraviado, pero capaz de controlar su furia por el
agravio. No, ya no se sentía como antes, cuando atacó a Mary Vaughan, cuando violó a Qaiser
Remtulla, cuando la testosterona corría por sus venas. Pero seguramente ellas todavía lo
consideraban el mismo, todavía despertaban empapadas en sudor frío, con visiones
aterradoras de...
Bueno, no de él, imaginaba, sino de un hombre con un pasamontañas negro. Al menos, así era
como debía verlo Qaiser, pues no conocía la identidad de su atacante.
Pero Mary Vaughan sabía quién era.
Era una espada de doble filo. Cornelius lo entendía así. Mary no podía identificarlo sin que
Ponter quedara expuesto a ser acusado por... por la cura que le había administrado.
Pero, de todas formas, sin duda las imágenes que acosaban a Mary tenían un rostro de piel
blanca, ojos azules y rasgos contraídos de furia y odio.
Ya poco importaba, advirtió Cornelius, que nadie se enterara jamás de su papel en la muerte
de Reuben y Jock. Mary ya le había dicho a todo el mundo que Jock había cometido un error
fatal en el diseño del virus, que la bomba le había estallado entre las manos, que había sido
víctima de su propia creación.
Y, la verdad fuera dicha, a Cornelius no le remordía la conciencia por la muerte de Krieger,
quien después de todo planeaba un genocidio neanderthal.
Pero un hombre inocente había muerto también, ese doctor... ese doctor de verdad, un
sanador, un salvador de vidas, Reuben Montego.
Cornelius soltó los brazos del sillón y alzó las manos para ver si le seguían temblando. Así era.
Agarró de nuevo los brazos.
- Un hombre inocente -dijo en voz alta, aunque no había nadie que pudiera oírlo. Negó con la
cabeza.
«Como si tal cosa pudiera existir... »
Pero, claro, tal vez existía.
Los panegíricos sobre Reuben Montego que ya habían aparecido online hablaban muy bien de
él. Y su novia, Louise Benoit, a quien Cornelius había conocido en el Grupo Sinergia, estaba
absolutamente destrozada por su muerte, y repetía una y otra vez cuán amable y bueno era
Montego.
Una vez más, Cornelius había causado una gran tristeza a una mujer.
Sabía que tendría que hacer algo pronto respecto a su castración.
Otros cambios, después de todo, empezarían a producirse dentro de poco: su metabolismo se
retardaría, la grasa empezaría a acumularse en su cuerpo. Ya había advertido que la barba le
salía más despacio y que estaba abstraído gran parte del tiempo... abstraído, o deprimido. La
solución obvia era iniciar un tratamiento con testosterona. Sabía que la testosterona era un
esteroide, producido principalmente en las células de Leydig de los testículos. También sabía
que podía sintetizarse a partir de esteroides más fáciles de conseguir, como la diosgenina; sin
duda había un mercado negro. Cornelius había intentado ignorar el tráfico de drogas que tenía
lugar cerca de su viejo apartamento de Driftwood, pero si quería un camello especializado en
testosterona podría localizar uno allí, o en la propia Rochester.
Pero no. No, no quería hacer eso. No quería volver a ser su viejo yo, a sentirse de aquella
manera.
No había vuelta atrás para él. Y...
Y tampoco había camino hacia delante.
Alzó las manos. Ya no le temblaban. No le temblaban en absoluto.
Se preguntó qué diría la gente sobre él cuando ya no estuviera.
Había seguido el reciente debate sobre los puntos de vista religiosos en la prensa. Si la gente
como Mary Vaughan tenía razón, él lo sabría... incluso en la muerte, lo sabría. Y tal vez, sólo
tal vez, el haber salvado el mundo neanderthal de seres como él mismo contaría algo.
Naturalmente, si los neanderthales tenían razón, la muerte sería el olvido, el simple cese del
ser.

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Cornelius esperaba que los neanderthales tuvieran razón.
No quería dejar ninguna prueba de la mutilación que había sufrido. No podía importarle menos
lo que le sucediera a Ponter Boddit, pero no quería que su propia familia supiera lo que había
hecho en Toronto.
Cornelius Ruskin entró en el garaje y empezó a sacar gasolina del depósito de su coche.

•••

- Bueno, Bandra, ¿qué te parece? -preguntó Mary.


Bandra llevaba ropa gliksin: Nikes de gamuza, vaqueros lavados a la piedra y una camisa
verde suelta, todo comprado en el mismo Mark's Work Wearhouse que había proporcionado
ropa nueva a Ponter durante su primera visita al mundo de Mary. Se colocó las manos en las
anchas caderas y miró alrededor, asombrada.
- No... no se parece a ninguna morada que yo haya visto jamás.
Mary contempló también el gran salón.
- Así es como vive la mayoría de la gente... al menos en Norteamérica. Bueno, en realidad es
una casa excepcionalmente bonita, y la mayoría de la gente vive en grandes ciudades, no en el
campo.
- Hizo una pausa-. ¿Te gusta?
- Me costará acostumbrarme -contestó Bandra-. Pero, sí, me gusta mucho. ¡Es tan grande!
- Dos pisos. Doscientos metros cuadrados, más el sótano.
- Dejó pasar un segundo para que el Acompañante de Bandra hiciera la conversión, entonces
sonrió-. Y hay tres cuartos de baño.
Los ojos de color trigo de Bandra se abrieron de par en par.
- ¡El colmo del lujo!
Mary sonrió, recordando el eslogan del tinte de pelo que utilizaba.
- Porque nosotras lo valemos.
- ¿Y dices que la tierra de alrededor es también nuestra?
- Sí. Dos hectáreas y media.
- Pero... ¿podemos permitírnoslo? Sé que todo tiene un precio.
- No podríamos permitirnos tanta tierra cerca de Toronto. ¿Pero aquí, en las afueras de Lively?
Claro. Después de todo, la Universidad Laurentian nos pagará bien a ambas, para lo que son
los salarios académicos.
Bandra se sentó en el sofá del salón e indicó los muebles de madera oscura finamente tallados.
- Los muebles y la decoración son preciosos -dijo.
- Es una mezcla poco habitual -respondió Mary-. Canadiense y caribeño. Naturalmente, la
familia de Reuben querrá algunas cosas, y estoy segura de que Louise también querrá unas
cuantas, pero nosotras nos quedaremos con la mayoría. Compré la casa amueblada.
Bandra bajó la cabeza.
- Ojalá hubiera conocido a tu amigo Reuben.
- Te habría gustado -dijo Mary, sentada junto a Bandra en el sofá-. Era un tío magnífico.
- ¿Pero no te entristecerá vivir aquí?
Mary negó con la cabeza.
- En realidad, no. Verás, es aquí donde Ponter, Louise, Reuben y yo estuvimos juntos en
cuarentena durante la primera visita de Ponter a mi mundo. Aquí es donde empecé a conocer
a Ponter, donde empecé a enamorarme de él.
Señaló la habitación, las estanterías cargadas de libros, algunas novelas de misterio.
- Lo veo ahí mismo, usando el borde de esa estantería como poste para rascarse, moviéndose
a izquierda y derecha. Y tuvimos tantas maravillosas conversaciones en este mismo sofá... Sé
que sólo estaré con él cuatro días al mes a partir de ahora, y sobre todo en su mundo, no en el
mío, pero es como si, en cierto sentido, éste también fuera su hogar.
Bandra sonrió.- Comprendo.
Mary le dio una palmadita en la rodilla.
- Y por eso te quiero. Porque lo comprendes.

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- Pero ya no estaremos las dos solas -dijo Bandra, sonriendo ahora-. Ha pasado mucho tiempo
desde la última vez que conviví con un bebé.
- Espero que me ayudes.
- Por supuesto. ¡Sé lo que es dar de comer nueve diadécimos!
- Oh, no me refiero a eso ... ¡aunque sin duda lo agradeceré! No, lo que quiero decir es que
espero que me ayudes a educar a Ponter y a mi hija. Quiero que ella conozca y aprecie ambas
culturas, gliksin y barast.
- Verdadera sinergia -dijo Bandra, sonriendo ampliamente-. Dos Que De Verdad Se Convierten
En Uno.
Mary le devolvió la sonrisa.
- Exactamente.

La llamada se produjo dos días después, a eso de las seis de la tarde. Mary y Bandra habían
terminado su primer día de trabajo en la Laurentian y se relajaban en casa, la casa que había
pertenecido a Reuben. Mary, tendida en el sofá, terminaba por fin la novela de Scott Turow
que había empezado hacía siglos, antes de que el portal interuniversal se abriera por primera
vez. Bandra estaba reclinada en el sofácama. LaZBoy donde Mary había dormido durante la
cuarentena. Leía un libro en su base de datos neanderthal.
Cuando sonó el teléfono de dos piezas que había en la mesita, junto al sofá, Mary marcó la
página del libro, se enderezó y descolgó.
- ¿Diga?
- Hola, Mary -dijo una voz femenina con acento paquistaní-. Soy Qaiser Remtulla, de York.
- ¡Santo cielo, hola! ¿Cómo estás?
- Estoy bien, pero... pero te llamo con una noticia triste. ¿Te acuerdas de Cornelius Ruskin?
Mary sintió que se le agarrotaba el estómago.
- Por supuesto.
- Bueno, lamento ser yo quien tenga que decírtelo, pero me temo que ha fallecido.
Mary alzó las cejas.
- ¿De verdad? Pero era muy joven...
- Treinta y cinco años, según me han dicho.
- ¿Qué ha pasado?
- Hubo un incendio y... -Hizo una pausa y Mary pudo oírla tragar saliva con esfuerzo-. Y parece
que no quedó gran cosa.
Mary se esforzó por encontrar una respuesta. Por fin un «Oh» escapó de sus labios.
- ¿Querrías... quieres asistir al funeral? Será el Viernes, aquí en Toronto.
Mary no tuvo ni que pensárselo.
- No. No, en realidad no lo conocía -dijo. «En realidad no lo conocía en absoluto.»
- Bueno, bien, comprendo -contestó Qaiser-. He creído que debía contártelo.
A Mary le hubiese gustado decirle a Qaiser que ahora podría dormir tranquila, que el hombre
que la había violado (que las había violado a ambas) estaba muerto, pero...
Pero se suponía que Mary no sabía nada de la violación de Qaiser. La cabeza le daba vueltas:
ya encontraría algún modo de hacérselo saber a Qaiser.
- Te agradezco que hayas llamado lamento no poder asistir. Se despidieron, y Mary depositó el
teléfono en su horquilla.
Bandra había devuelto el sofácama a su posición recta.
- ¿Quién era?
Mary se acercó a Bandra, extendió los brazos, la ayudó a ponerse en pie y la atrajo hacia sí.
- ¿Te encuentras bien? -preguntó Bandra. Mary la abrazó con fuerza.
- Me encuentro bien.
- Estás llorando -dijo Bandra. No veía la cara de Mary, apoyada en su hombro: tal vez olió la
sal de las lágrimas.
- No te preocupes -susurró Mary-. Sólo abrázame y Bandra hizo eso exactamente.

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44

Compañeros seres humanos. compañeros Homo sapiens, nosotros continuaremos nuestro gran
viaje, continuaremos nuestra maravillosa gesta, continuaremos siempre hacia delante. Ésa es
nuestra historia, ése es nuestro futuro. No nos detendremos, no vacilaremos, no nos
rendiremos hasta que hayamos alcanzado las estrellas más lejanas.

Ponter y Adikor habían pasado mucho tiempo en las Naciones Unidas, asesorando a un comité
que intentaba decidir si continuar o no con la construcción del nuevo portal permanente entre
la sede de la ONU y de todo, si los hombres no podían utilizarlo, argumentaban algunos,
entonces todo el trabajo debía ser abandonado. Louise Benoit formaba parte del mismo
comité.

En la Universidad Laurentian, naturalmente, hubo vacaciones de Navidad. Mary y Bandra


estuvieron libres y decidieron volar a Nueva York y pasar la Nochevieja con Louise, Ponter y
Adikor en Times Square.
- ¡Es increíble! -dijo Bandra, gritando para hacerse oír por encima de la multitud-. ¿Cuánta
gente hay aquí?
- Suele haber medio millón de personas -dijo Mary. Bandra miró en derredor.
- ¡Medio millón! Creo que nunca ha habido medio millón de barasts juntos en un mismo sitio.
- ¿Por qué celebráis el Año Nuevo en esta fecha? -preguntó Ponter-. No hay solsticio ni
equinoccio.
- Bueno -dijo Louise-. La verdad es que no lo sé. ¿Mary?
Mary negó con la cabeza.
- No tengo ni idea. -Miró a Louise a los ojos, tratando de imitar su acento por encima del
estrépito-. ¡Pero cualquier día es bueno para ir de fiestaaa!
Pero todavía era pronto para esperar una sonrisa por su parte.
Todo estaba bañado en un brillo de neón.
- ¿Veis ese edificio de allí? -señaló Mary.
Adikor y Ponter asintieron.
- Era la redacción del New York Times... por eso este sitio se llama Times Square. ¿Y veis el
asta de la bandera, allá arriba? Mide veintidós metros. Una bola enorme de quinientos kilos
bajará por esa asta exactamente a las 11:59 y tardará exactamente sesenta segundos en
llegar abajo. Cuando lo haga, será el principio del nuevo año y dará comienzo un gran castillo
de fuegos artificiales.
Alzó una bolsa: todos habían recibido una, regalo del Distrito Comercial de Times Square.
- Ahora, cuando la bola llegue abajo... bueno, primero se supone que debéis besar a vuestros
seres queridos, y gritar «Feliz Año Nuevo». Pero también hay que arrojar al aire el contenido
de la bolsa. Está llena de trocitos de papel llamados confeti.
Adikor sacudió la cabeza.- Es un ritual complicado.
- ¡Me parece maravilloso! -dijo Bandra-. Creo que nosotros... ¡Asombro! ¡Asombro!
- ¿Qué? -dijo Mary.
Bandra señaló.
- ¡Somos nosotros!
Mary se volvió. Una de las enormes pantallas de video gigantes mostraba a Bandra y Mary.
Mientras miraba (¡fue muy emocionante!), la imagen se movió a la izquierda, mostrando a
Ponter y Adikor. Al cabo de un instante, la imagen volvió a centrarse en el alcalde de Nueva
York, que saludaba a la multitud. Mary se volvió hacia los otros.
- Nuestra presencia no ha pasado desapercibida -dijo, sonriendo.
Ponter se echó a reír.
- ¡Oh, estamos acostumbrados a eso!
- ¿Vienes aquí cada año? -preguntó Adikor.
Caía un poco de nieve, y el aliento de Mary era visible mientras hablaba.

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- ¿Yo? Nunca había venido... pero lo veo por televisión todos los años, como otros trescientos
millones de personas de todo el mundo. Es la tradición.
- ¿Qué hora es ya? -preguntó Ponter.
Mary miró su reloj; había luz suficiente para poder ver.- las once y media pasadas.
- ¡Oooh! -dijo Bandra, señalando de nuevo-. ¡Ahora le toca el turno a Lou!
La pantalla gigante mostraba un primerísimo plano del hermoso rostro de Louise, y ella sonrió
encantadora al verse. Hubo aullidos de aprecio en millares de hombres. Bueno, Pamela
Anderson Lee había empezado en Jumbotron, también...
La pantalla cambió para mostrar a Dick Clark con una chaqueta de seda negra. Estaba de pie
en un gran escenario, rodeado de cientos de globos rosados y transparentes.
- ¡Hola, mundo! -gritó, y entonces, corrigiéndose con una enorme sonrisa perfecta, añadió-:
¡Hola, mundos!
La multitud vitoreó. Mary aplaudió con sus manos enguantadas.
- ¡Bienvenidos al Feliz Año Nuevo con Dick Clark!
Más aplausos. Alrededor, la gente agitaba banderitas estadounidenses que habían repartido
con las bolsas de confeti.
- Ha sido un año sorprendente -dijo Clark-. Un año que nos vio reuniéndonos con nuestros
primos largamente perdidos, los neanderthales.
La pantalla cambió para mostrar un primer plano de Ponter, que tardó un segundo en localizar
la cámara, y luego saludó suavemente, la nueva placa de Hak chispeando bajo el arco iris de
neón.
La multitud empezó a entonar:- ¡Ponter! ¡Ponter! ¡Ponter!
Mary sintió que el corazón le iba a estallar de orgullo. Pero Dick Clark continuó.
- Esta noche, además de los mejores grupos de rock del mundo, Krik Donalt va a tocar su
éxito Dos Que Se Convierten En Uno en directo, desde nuestro estudio de Hollywood. Pero,
ahora mismo, vamos a... señor, señor, lo siento, pero tiene que marcharse.
Mary miró la enorme pantalla, desconcertada. Clark estaba solo en el escenario.
- Lo siento, señor, pero estamos el el aire -le decía Clark al vacío. Se dio la vuelta y gritó-:
Matt, ¿podemos sacar de aquí a este payaso?
Hubo murmullos entre la multitud. Lo que Clark intentaba no funcionaba. De hecho, Bandra se
inclinó hacia Mary y susurró:
- Está estropeando...
De repente, un hombre que les daba la espalda se volvió (una hazaña difícil, ya que estaban
apretujados como sardinas) y, mirando directamente a Ponter, dijo:
- ¡Dios mío, eres tú! ¡Eres tú!
Ponter sonrió amablemente.
- Sí, yo...
Pero el hombre, con los ojos muy abiertos, apartó a Ponter, y repitió:
- ¡Eres tú! ¡Eres tú!
Parecía decidido a abrirse paso entre la multitud, y ésta, en su mayor parte, se apartaba para
permitírselo.
- ¡Jesús! -gritó una mujer junto a Bandra, pero Mary no vio qué la había molestado. Se volvió
para mirar al hombre que había empujado a Ponter y, para su sorpresa, lo vio arrodillane.
La voz de Dick Clark volvió a sonar por los altavoces, llena de pánico.
- ¡No puedo hacer esto con él aquí!
Mary sintió que se le secaba la garganta. Extendió la mano izquierda, con intención de
sujetarse. Bandra la agarró por el brazo.
- Mare, ¿estás bien?
Mary consiguió asentir.
- ¡Jesús! -gritó de nuevo la mujer. Pero Mary negó con la cabeza.
No, no era Jesús.
¡Era la bendita Virgen María!
- Ponter -dijo Mary, la voz temblando-. Ponter, ¿la ves? ¿La ves?
- ¿A quién?

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- A ella, está aquí -dijo Mary, señalando, y entonces, casi de inmediato, alzó las manos para
persignarse-. ¡Está aquí mismo! -Mare, hay medio millón de personas...
- Pero ella brilla -dijo Mary en voz baja.
Ponter se volvió hacia Louise, y Mary se obligó a mirar en esa dirección durante un segundo.
Los ojos marrones de Louise estaban muy abiertos y susurraba una y otra vez, demasiado bajo
para que Mary la oyera, pero podía leerle los labios:
- Mon Dieu, mon Dieu, mon Dieu...
- ¡Ves! -exclamó Mary-. ¡Louise la ve también!
Pero incluso mientras lo decía, Mary tuvo sus dudas: la Virgen era santa, pero no se la
saludaba diciendo «Dios mío, Dios mío, Dios mío».
La mirada de Mary fue atraída de nuevo hacia la perfecta forma iluminada que tenía delante,
flanqueada por altos edificios.
Bandra todavía la sujetaba por el brazo. La mujer, al otro lado de Bandra, se había puesto de
rodillas.
- ¡María! -exclamó-. ¡Bendita Virgen María!
Pero estaba mirando en dirección completamente opuesta...
- Miren -gritó una voz, una de las miles que gritaban ahora pero que Mary pudo captar-. iLa
santa Madre!
Mary alzó la cabeza. Los reflectores surcaban el cielo, negro y vacío.
- ¡Mare! -.Era la voz de Ponter-. Mare, ¿estás bien? ¿Qué está pasando?
Un hombre de delante de Mary se había dado la vuelta y rebuscaba en su abrigo. Durante
medio segundo Mary pensó que iba a sacar una pistola, pero lo que sacó fue una gruesa
cartera repleta de billetes. La abrió.
- ¡Tome! -dijo, arrojando algunos billetes a Mary-. ¡Tome, cójalos!
Se volvió hacia Ponter y le dio dinero también.
- ¡Cójalo! ¡Cójalo! Tengo demasiado...
De detrás de Mary llegó un fuerte grito:
- ¡Alá akhbar! ¡Alá akhbar!
y de delante:
- El Mesías. Por fin
Y a la izquierda:
- ¡Sí, sí! ¡Tómame, Señor!
Y a su derecha, alguien cantaba:- ¡Aleluya!
Mary deseó tener su rosario. La Virgen estaba allí, ¡allí mismo!, llamándola.
- ¡Mare! -gritó Ponter-. ¡Mare!
Detrás de Mary, alguien lloraba. Delante, alguien reía de manera incontrolable. Había quienes
se cubrían la cara con las manos, o aplaudían, o alzaban las manos al cielo.
Un hombre gritaba:
- ¿Quién es ése? ¿Quién anda ahí? Y una mujer chillaba:- ¡Márchate! ¡Márchate!
Y otra persona gritaba:- ¡Bienvenidos al planeta Tierra!
A unos pocos metros de distancia, Mary vio a un hombre desmayarse, pero la multitud estaba
demasiado apretujada para que cayera al suelo.
- ¡Es el día del Juicio Final! -gritó una voz.
- ¡Es el primer contacto! -gritó otra.
- ¡Mahdi! ¡Mahdi! -gritó una tercera.
Cerca, una mujer entonaba:
- Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre...
Y junto a ella, un hombre decía:- Lo siento, lo siento, lo siento...
Y alguien gritaba con mucho énfasis:
- ¡Esto no puede estar sucediendo! ¡Esto no puede ser real!
- ¡Mare! -gritó Ponter, agarrándola por los hombros y obligándola a darse la vuelta,
apartándola de la Virgen María-. ¡Mare!
- No -consiguió decir Mary-. No, suéltame. Ella está aquí...
- Mare, la multitud está enloqueciendo. ¡Tenemos que salir de aquí!

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Mary se retorció, encontrando fuerzas que no sabía que tenía.
Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por estar con la Virgen...
- ¡Adikor, Bandra, rápido! -La voz de Ponter, traducida, estalló en su cerebro, ahogando las
palabras de Nuestro Señor.
Mary extendió ambas manos, convirtiendo los dedos en garras, intentando arrancar los
implantes.
- ¡Tenemos que sacar de aquí a Mare y a Lou!
La luz blanca (la perfecta luz blanca) temblaba ahora, con titilaciones en forma de prisma en
sus bordes. Mary sintió que su corazón se expandía, que su alma volaba, que...
«¡Disparos!»
Mary miró a la derecha. Un hombre blanco de unos cuarenta años tenía una pistola y le
disparaba a algún demonio invisible, la cara deformada por el terror. Ante él, la gente moría,
pero Times Square estaba demasiado abarrotada para que cayera. Mary vio el rostro de una
persona, luego de otra, mientras las balas los alcanzaban.
Los chillidos de terror rivalizaron con los gritos de embeleso.
- Bandra -aulló Ponter-. ¡Abre paso! Yo sujeto a Mare. ¡Adikor, sujeta a Lou!
Mary sintió el sudor resbalando por su cara a pesar del frío.
Ponter iba a intentar arrancarla de...
«No -dijo la parte racional de Mary, luchando para abrirse paso en su conciencia-. La Virgen no
está aquí.»
«¡Sí! -gritó otra parte-. ¡Sí que está!»
«No... no. ¡No hay ninguna Virgen! No hay ninguna... »
Pero la había, tenía que haberla, pues Mary notó de pronto que se elevaba del suelo, que se
alzaba...
Porque Ponter la llevaba en brazos, cada vez más alto hasta que se la echó al hombro. Bandra,
delante de ellos, apartaba a las personas como si fueran bolos, dividiendo las olas del mar,
forzando una abertura en la multitud. Ponter cargó hacia delante, ocupando el espacio que
Bandra despejaba antes de que se llenara de nuevo de aplastante humanidad. Todavía había
unas cuantas zonas menos densas (lo que quedaba de los carriles reservados originalmente
para los vehículos de emergencia), y Bandra se dirigía hacia una de ellas.
Un hombre se les acercó con una expresión de locura en el rostro. Lanzó un puñetazo a
Ponter, que lo esquivó fácilmente. Pero otro hombre lo abordó, gritando:
- ¡Vete, demonio!
Ponter trató de esquivar también sus golpes, pero era inútil. El atacante era como
(exactamente como, advirtió Mary) un poseso.
Descargó un puñetazo en la ancha mandíbula de Ponter, y Ponter terminó por devolverle el
golpe con la mano abierta. Lo alcanzó en el pecho. Incluso por encima de la cacofonía, Mary
oyó el sonido de las costillas al romperse. El hombre cayó. La multitud se abalanzó para
ocupar el espacio despejado por Bandra, y pareció que el atacante iba a ser pisoteado, pero
unos segundos más tarde Ponter avanzó tanto que Mary ya no vio qué era del hombre caído.
La perspectiva de Mary oscilaba salvajemente mientras Ponter se lanzaba hacia delante, pero
de repente captó la gigantesca bola iluminada que iniciaba su descenso por el asta de la
bandera: una esfera geodésica de dos metros de diámetro, cubierta de cristal Waterford,
encendida por dentro y por fuera. Mary no creía que nadie hubiera sido capaz de ponerla en
marcha: seguramente, el mecanismo estaba en manos de un ordenador.
Luces. Focos. Láseres entrecruzándose en las nubes de hielo seco. Más gritos. Más disparos.
Cristales rotos. Alarmas ululando.
Un agente de policía desmontado del caballo. -¡María! -gritaba Mary-. ¡Sálvanos!
- ¡Ponter! -La voz de Adikor, tras ellos-. ¡Cuidado!
Mary notó que él volvía la cabeza. Otra persona enloquecida avanzaba hacia él blandiendo una
palanca. Ponter se apartó a la derecha, derribando a la gente al hacerlo, para evitar ser
alcanzado en la cabeza.
Bandra se dio la vuelta y agarró al hombre por la muñeca. De nuevo, cuando cerró la mano,
Mary oyó el crujido de los huesos al romperse, y la palanca cayó al suelo.

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Mary volvió la cabeza, buscando a la Virgen, la enorme bola ya casi había bajado del todo... y
ellos casi habían salido de Times Square camino de la Calle 42.
De repente el cielo explotó...
Mary alzó la cabeza. ¡Las huestes celestiales! Las...
Pero no. No, al igual que la bajada de la bola debía de estar controlada por ordenador, al
parecer lo mismo sucedía con los fuegos artificiales. Una gigantesca cola de pavo real de luces
se abría tras ellos, seguida por cohetes rojos, blancos y azules que se alzaban hacia los cielos.
Las piernas de Ponter se movían arriba y abajo como pistones musculosos. La multitud era
cada vez menos densa y ya avanzaba con rapidez. Bandra continuaba delante; Adikor, con
Louise a hombros, los seguía, y todos continuaron corriendo hacia la oscuridad, hacia el nuevo
año.
- ¡María! -gritó Mary Vaughan-. iSanta María, vuelve!
La sede de las Naciones Unidas estaba casi dos kilómetros al Este de Times Square. Tardaron
noventa minutos en llegar allí a pie, luchando con el tráfico y la multitud todo el tiempo, pero
por fin lo consiguieron y se pusieron a salvo en el interior. Un guardia de seguridad gliksin
reconoció a Ponter y los dejó entrar.
Las visiones habían terminado poco después de la medianoche, tan bruscamente como habían
comenzado. Mary tenía un terrible dolor de cabeza y se sentía vacía y fría por dentro.
- ¿Qué has visto? -le preguntó a Louise.
Louise meneó lentamente la cabeza adelante y atrás, recordando claramente lo asombroso de
todo aquello.
- A Dios -dijo-. A Dios Padre, igual que en el techo de la capilla Sixtina. Era... -Buscó una
palabra-. Era perfecto.
Pasaron el resto de la noche en la planta número veinte del edificio de la secretaría, durmiendo
en una sala de conferencias y escuchando los aullidos de las sirenas abajo: las visiones habían
terminado, pero el caos acababa de desatarse.
Por la mañana vieron algún noticiario esporádico (algunas cadenas de televisión ni siquiera
emitían) para intentar comprender qué había sucedido.
El campo magnético de la Tierra llevaba ya más de cuatro meses colapsándose: por primera
vez desde que la conciencia había emergido en este mundo. La fuerza del campo había estado
fluctuando, líneas de fuerza convergiendo y divergiendo salvajemente.
- Bueno -dijo Louise, con las manos en las caderas, mientras contemplaba la tele-, no es
exactamente un crash, pero...
- ¿Pero qué? -preguntó Mary. Las dos estaban agotadas, sucias y magulladas.
- Le dije a Jock que el principal problema relacionado con el colapso del campo magnético no
sería que la radiación ultravioleta atravesara la atmósfera, ni nada de eso. Le dije que más
bien serían los efectos sobre la conciencia humana.
- Fue como lo que experimenté en la cámara de pruebas de Veronica Shannon, pero mucho
más intenso.
Ponter asintió.
- Pero, al igual que en la cámara de Veronica, ni yo ni, estoy seguro, ningún otro barast,
experimentamos nada.
- Pero todos los demás -dijo Mary, e indicó el televisor-, en todo el maldito planeta según
parece, tuvimos una experiencia mística.
- O la de ser abducidos por un ovni -dijo Louise-. O, al menos, algún tipo de encuentro con
algo que en realidad no estaba allí.

Mary asintió. Pasarían días (¡meses!) hasta tener un recuento definitivo de los muertos y los
daños, pero sin duda cientos de miles, si no millones, habían perecido en Nochevieja... o el día
de Año Nuevo, en las zonas horarias al Este de Nueva York.
Y, naturalmente, continuarían durante años los debates sobre lo que había significado la
experiencia que al menos un comentarista llamaba ya el «Último Día».
El papa Marcos II iba a dirigirse a los fieles más tarde.

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Pero, ¿qué podía decir? ¿Confirmaría las visiones de Jesús y la Santa Virgen mientras
rechazaba los encuentros con deidades y profetas y mesías sagrados para musulmanes y
mormones, para hindúes y judíos, para cienciólogos, wiccas y maoríes, para cherokees y
mi'kmaqs e indios algonquinos y pueblos, para innuits y budistas?
¿Y qué pasaba con los avistamientos de ovnis, los alienígenas grises, los monstruos de ojos
saltones?
El Papa tenía que dar alguna explicación. Todos los líderes religiosos tenían que hacerlo.
Adikor, Bandra y Louise estaban absortos en un reportaje de la BBC que mostraba los
acontecimientos del día anterior en Oriente Medio. Mary le dio un golpecito a Ponter en el
hombro y, cuando él la miró, le indicó que se acercara al otro lado de la sala de conferencias.
- ¿Sí, Mare? -dijo él en voz baja.
- Todo es una pamema, ¿verdad?
Hak pitó, pero Mary lo ignoró.
- Mira, he cambiado de opinión. Sobre nuestra hija... Vio que el ancho rostro de Ponter se
entristecía.
- ¡No, no! -dijo Mary, y extendió la mano para tocar su corto y musculoso antebrazo-. No, sigo
queriendo tener una hija contigo. Pero olvida lo que dije en la cabaña de Vissan. Nuestra hija
no debería tener el órgano de Dios.
Los ojos dorados de Ponter buscaron algo en los suyos.
- ¿Estás segura?
Ella asintió.
- Sí, finalmente, por una vez en mi vida, estoy realmente segura de algo.
Dejó que la mano bajara por su brazo y entrelazó los dedos con los suyos.

Epílogo

Habían pasado seis meses desde Nochevieja y no se había producido ninguna repetición de las
visiones. Sin embargo, el campo magnético que rodeaba aquella versión de la Tierra seguía
fluctuando salvajemente así que no había ninguna garantía de que no estimulara de nuevo las
mentes de los Homo sapiens de la misma manera. Tal vez, dentro de catorce o quince años,
cuando la inversión del campo se completara, la gente del mundo de Mare (todavía no había
consenso para llamarlo de otra forma) no tendría que preocuparse de que fuera a suceder otra
vez.

No obstante, mientras tanto, Veronica Shannon y otros investigadores en áreas similares se


habían hecho famosos en los medios explicando qué había sucedido mientras el mundo se
reconstruía... al menos a quienes querían escuchar. En América del Norte, la asistencia a las
iglesias había alcanzado un pico sin precedentes... y luego sufrido un descenso sin
precedentes. El alto el fuego se mantenía en Israel. Los extremistas musulmanes estaban
siendo expulsados de todo el mundo árabe.

Pero en Jamar, en el mundo barast, cuyo colapso del campo magnético había tenido lugar
hacía más de una década, las cosas continuaban como siempre, sin dioses ni demonios ni
alienígenas.

Mary Vaughan siempre había querido casarse en verano: su anterior boda, con Colm, había
sido en Febrero. Pero como las ceremonias de unión neandenhales se celebraban al aire libre,
esta vez era aún más importante para ella que la fiesta fuese durante los meses cálidos.
La ceremonia de unión tendría lugar en el bosque, entre el Centro y el Borde de Saldak. Mary
había asistido a una unión, la de la hija de Ponter, Jasmel Ket, con Tryon Rugal. Había
resultado algo embarazosa: Daklar Bolbay, la antigua tutora de Jasmel, la acusadora de Adikor
y, por poco tiempo, la rival de Mary por el afecto de Ponter, se había presentado de manera
inesperada. Sin embargo, incluso con ella presente, había sido una ceremonia sencilla, como
era la norma barast.

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Pero Mary había querido siempre una boda a lo grande. Cuando ella y Colm decidieron casarse,
sólo invitaron a los familiares más cercanos: una boda sencilla y, lo más importante, con poco
gasto; un acontecimiento acorde con el presupuesto de unos estudiantes universitarios.
Pero esta vez había montones de personas, al menos en opinión de los neanderthales. Estaba
Adikor con su mujercompañeras, Lurt, y su hijo Dab. También estaban presentes los padres de
Ponter, dos de los 142 más simpáticos del mundo. Y las hijas de Ponter, Jasmel y Mega, con el
hombrecompañero de Jasmel, Tryon, y Hapnar y Dranna y sus hombrescompañeros. Como
Mary quería una dama de honor, aunque los barasts no tenían esa costumbre, también estaba
Louise Benoit. Y como había pedido asistir (y no podía negársele nada durante las
celebraciones del milésimo mes desde que liberó a los barast al introducir la tecnología
Acompañante), también asistía a la boda Lonwis Trob, ahora un adusto 109, sólo levemente
más achacoso después de que le hubieran implantado un corazón mecánico.
Ninguna mujer había parido todavía, pero lo harían pronto: la generación 149 venía de
camino, y Mary estaba embarazada, como Lurt, Jasmel, Hapnar y Dranna.
Ponter no había llegado aún. La tradición era que el hombre que iba a casarse saliera de caza y
procurara comida para ofrecerle a su futura compañera. Por su parte, Mary había recolectado
gran cantidad de piñones, raíces, verduras y hongos comestibles como ofrenda.
- ¡Ahí viene papá! -gritó la pequeña Mega, señalando. Mary alzó la cabeza. Al Oeste, Ponter
había aparecido en el horizonte. Llevaba algo en las manos, aunque no distinguía todavía qué
era.
- ¡Y ahí viene mamá! -dijo Hapnar, señalando al Este. En efecto, Bandra se acercaba
procedente de esa dirección.
Ponter había dicho que las ceremonias dobles eran raras, pero Mary lo encontraba muy
apropiado unirse a su hombrecompañero Ponter y a su mujercompañera Bandra
simultáneamente. El cielo estaba despejado y el aire era cálido y seco. Mary se sentía
maravillosamente: enamorada, amada, vital.
Ponter y Bandra tenían que recorrer una distancia similar, pero el terreno era más irregular al
Oeste y Bandra llegó primero al claro. Abrazó a sus hijas, luego saludó a los padres de Ponter:
los suyos vivían muy lejos, pero Mary sabía que estaban viendo la transmisión que enviaba el
Acompañante de Bandra. Se acercó a Mary y besó y lamió su cara.
Bandra parecía tan feliz que a Mary le pareció que iba a estallarle el corazón. Había pasado un
montón de tiempo desde la última vez que Bandra viera a Harb; su hombrecompañero sabía
que Bandra se había mudado al otro mundo, pero Bandra no había dado ningún paso para
disolver su lazo con él: porque, decía, si lo hacía, él simplemente buscaría a otra mujer -
compañera. Tal vez, en algún momento, él disolviera su unión, pero... «Ya basta de pensar en
Harb», se reprendió Mary. Aquél era un día para crear lazos, no para romperlos.
Bandra llevaba una mochila, que depositó en el suelo. Contenía su ofrenda de comida para
Mary, que había traído el doble, mitad para Bandra y mitad para Ponter.
Ponter llegó por fin. Mary se sorprendió. Cuando asistió al enlace de Jasmel y Tryon, éste
apareció con un ciervo recién cazado al hombro; la sangre que manaba de las muchas heridas
de lanza del animal le había revuelto a Mary el estómago. Pero Ponter traía dos grandes
recipientes cúbicos: Mary los reconoció como unidades de almacenamiento térmico. Lo miró,
intrigada, pero él los puso aparte. Luego abrazó a Mary, maravillosamente, durante un rato.
No era necesario ningún agente oficial para la ceremonia, naturalmente; después de todo,
estaba siendo grabada desde los múltiples puntos de vista de los Acompañantes para los
archivos de coartadas. Y por eso los tres, simplemente, empezaron, Ponter a un lado de Mary
y Bandra al otro.
Mary se volvió hacia Ponter y habló: en la lengua neanderthal, que llevaba medio año
aprendiendo, enseñada pacientemente por Bandra.
- Te prometo, querido Ponter, llevarte en mi corazón veintinueve días al mes y tenerte en mis
brazos cada vez que Dos Se Conviertan En Uno.
Ponter tomó en las suyas una mano de Mary. Ella continuó:

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- Prometo que tu salud y tu felicidad serán tan importantes para mí como las mías propias. Si,
en algún momento, te cansas de mí, prometo liberane sin acritud y con los mejores intereses
de nuestras hijas como mi principal prioridad.
Los ojos dorados de Ponter sonreían. Mary se volvió hacia Bandra.
- Te prometo, querida Bandra, llevarte en mi corazón veintinueve días al mes y tenerte en mis
brazos cada vez que Dos No Sean Uno. Prometo que tu salud y tu felicidad serán tan
importantes para mí como las mías propias. Si, en algún momento, te cansas de mí, prometo
liberarte sin acritud.
Bandra, quien por su parte había empezado a dominar el Inglés (al menos las palabras que
podía pronunciar), dijo en voz baja en ese idioma:
- ¿Cansarme de ti? Ni en un millón de años.
Mary sonrió y se volvió hacia Ponter. Ahora le tocaba a él el turno de hablar.
- Te prometo -dijo con voz vibrante- llevarte en mi corazón veintinueve días al mes y tenerte
en mis brazos cada vez que Dos Sean Uno. Prometo que tu salud y tu felicidad serán tan
importantes para mí como las mías propias. Si, en algún momento, te cansas de mí, prometo
liberarte sin dolor y con los mejores intereses de nuestra hija, de nuestra especial hija híbrida,
como mi principal prioridad.
Mary apretó la mano de Ponter y se volvió hacia Bandra, que repitió los mismos votos que
Mary le había hecho y añadió luego, nuevamente en Inglés:
- Te quiero.
Mary besó de nuevo a Bandra.
- Yo también te quiero -dijo. Se volvió y besó a Ponter, con fuerza y pasión-. Y tú sabes que te
quiero, grandullón.
- ¡Están unidos! -exclamó la pequeña Mega, dando una palmada.
Adikor avanzó y abrazó a Ponter.
- ¡Felicidades!
Y Louise abrazó a Mary.
- ¡Félicitations, mon amie!
- Y ahora -exclamó Ponter-, ¡es la hora del festín!
Se acercó a los recipientes cúbicos que había traído consigo y los abrió. Las tapas estaban
recubiertas de papel de estaño brillante. Ponter sacó grandes bolsas de papel de un
contenedor y luego del otro, y Mary vio entonces el familiar diseño del gliksin del pelo blanco
con gafitas y perilla.
- ¡Asombro! -exclamó Mary, al estilo barast-. Kentucky Fried Chicken!
Ponter sonreía de oreja a oreja.
- Sólo lo mejor para ti.
Mary le devolvió la sonrisa.
- Oh, en efecto, mi amor -dijo-. Lo mejor... de ambos mundos.

FIN

Índice Completo

El Paralaje Neanderthal.................................................................................................1
Índice.........................................................................................................................1
Homínidos.................................................................................................................1
Presentación............................................................................................................1
Agradecimientos......................................................................................................3
Nota Del Autor.........................................................................................................4
•••.........................................................................................................................4
1 Primer Día: Viernes, 2 De Agosto (148/103/24).........................................................5
2..........................................................................................................................10
3..........................................................................................................................12
4..........................................................................................................................14

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5..........................................................................................................................18
6..........................................................................................................................21
7..........................................................................................................................24
8..........................................................................................................................28
9 Segundo Día Sábado, 3 De Agosto (148/103/25)......................................................31
10........................................................................................................................32
11........................................................................................................................35
12........................................................................................................................37
13........................................................................................................................39
14........................................................................................................................43
15........................................................................................................................45
16........................................................................................................................48
17........................................................................................................................52
18........................................................................................................................54
19........................................................................................................................59
20 Tercer Día Domingo, 4 De Agosto (148/103/26).....................................................61
21........................................................................................................................68
22........................................................................................................................70
23........................................................................................................................73
24........................................................................................................................78
25........................................................................................................................82
26 Cuarto Día Lunes, 5 De Agosto (148/103/27).........................................................85
27........................................................................................................................88
28........................................................................................................................90
29........................................................................................................................92
30 Quinto Día Martes, 6 De Agosto (148/103/28)........................................................94
31...................................................................................................................... 100
32 Sexto Día Miércoles, 7 De Agosto (148/103/29)....................................................104
33...................................................................................................................... 106
34...................................................................................................................... 113
35...................................................................................................................... 115
36...................................................................................................................... 118
37...................................................................................................................... 121
38...................................................................................................................... 124
39...................................................................................................................... 126
40 Séptimo Día Jueves, 8 De Agosto (148/104/01)....................................................130
41...................................................................................................................... 134
42 Octavo Día Viernes, 9 De Agosto (148/119/02).....................................................137
43...................................................................................................................... 145
44...................................................................................................................... 151
45...................................................................................................................... 155
46...................................................................................................................... 157
47 Seis Días Después Viernes, 16 De Agosto (148/104/09).........................................160
Apéndice Una Guía Al Cómputo Del Tiempo Neanderthal.............................................162
Bibliografía..........................................................................................................164
Humanos...............................................................................................................165
Prólogo................................................................................................................165
1........................................................................................................................168
2........................................................................................................................170
3........................................................................................................................175
4........................................................................................................................180
5........................................................................................................................184
6........................................................................................................................187
7........................................................................................................................190

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8........................................................................................................................194
9........................................................................................................................197
10...................................................................................................................... 202
11...................................................................................................................... 204
12...................................................................................................................... 210
13...................................................................................................................... 213
14...................................................................................................................... 216
15...................................................................................................................... 219
16...................................................................................................................... 223
17...................................................................................................................... 226
18...................................................................................................................... 229
19...................................................................................................................... 233
20...................................................................................................................... 237
21...................................................................................................................... 238
22...................................................................................................................... 240
23...................................................................................................................... 248
24...................................................................................................................... 250
25...................................................................................................................... 256
26...................................................................................................................... 261
27...................................................................................................................... 266
28...................................................................................................................... 270
29...................................................................................................................... 273
30...................................................................................................................... 280
31...................................................................................................................... 283
32...................................................................................................................... 288
33...................................................................................................................... 291
34...................................................................................................................... 296
32...................................................................................................................... 297
35...................................................................................................................... 301
36...................................................................................................................... 304
37...................................................................................................................... 308
38...................................................................................................................... 312
39...................................................................................................................... 315
40...................................................................................................................... 320
Epílogo................................................................................................................326
Híbridos.................................................................................................................327
1........................................................................................................................328
2........................................................................................................................331
3........................................................................................................................335
4........................................................................................................................339
5........................................................................................................................342
6........................................................................................................................345
7........................................................................................................................349
8........................................................................................................................352
9........................................................................................................................354
10...................................................................................................................... 358
11...................................................................................................................... 362
12...................................................................................................................... 365
13...................................................................................................................... 369
14...................................................................................................................... 372
15...................................................................................................................... 376
16...................................................................................................................... 379
17...................................................................................................................... 384
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19...................................................................................................................... 391
20...................................................................................................................... 394
21...................................................................................................................... 399
22...................................................................................................................... 401
23...................................................................................................................... 404
24...................................................................................................................... 407
25...................................................................................................................... 412
26...................................................................................................................... 415
27...................................................................................................................... 419
28...................................................................................................................... 424
29...................................................................................................................... 427
30...................................................................................................................... 430
31...................................................................................................................... 434
32...................................................................................................................... 436
33...................................................................................................................... 439
34...................................................................................................................... 444
35...................................................................................................................... 447
36...................................................................................................................... 451
37...................................................................................................................... 453
38...................................................................................................................... 457
39...................................................................................................................... 459
40...................................................................................................................... 468
41...................................................................................................................... 471
42...................................................................................................................... 475
43...................................................................................................................... 477
44...................................................................................................................... 481
Epílogo................................................................................................................486
Índice Completo.......................................................................................................488

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i
Uno de los personajes femeninos de la serie de televisión Star Trek: Espacio
Profundo
Nueve. (N. del T.)
ii
Juego de palabras intraducible entre ladder, escalerillas, y leader, lider. Hak
está haciendo referencia a la típica frase de las novelas de ciencia ficción,
cuando se encuentran dos culturas.
iii
En Ingles se usa laity para seglar y al tener una i, Ponter no puede
pronunciarla.

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