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BARTOLINA SISA
GREGORIA APAZA
DOS HEROINAS INDIGENAS
MARIA EUGENIA DEL VALLE DE SILES
BARTOLINA SISA
Y
GREGORIA APAZA
Dos heroínas indígenas
La m u je r d u r a n t e la rebelión
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cuidado de los enfermos, en la distribución de raciones, en el
hacer fren te a las necesidades y en el mostrarse fu erte cuando
el espíritu de todos decaía.
E s posible que esta omisión se deba a que los diarios e
in form es del asedio fueron escritos, por lo general, por m ilitares
que, con la natural inclinación a narrar los hechos bélicos, no se
interesaron en destacar figuras femeninas. Por otra parte, el
único diario escrito por un civil es el del oidor F rancisco Tadeo
Diez de Medina, un solterón recalcitrante que, en las pocas
ocasion es en que se refiere al papel de alguna m ujer, es para
señalarlas com o “ madamas curiosas” que rodean a Seguróla y
se enteran de las noticias,antes de que lo hagan personajes
im portantes de la ciudad, o a m ujeres que acuden a los templos
a orar, son heridas por una bala perdida o asesinadas por los
indios cuando salen fuera de los muros en busca de algún fru to
o raíz.
No ocurre este fenómeno, en cambio, en lo que se refiere al
cam po indígena. En este caso, puede apreciarse que tanto los
diarios, com o los informes oficiales o particulares, las cartas, los
ju icio s y confesiones, se refieren continuam ente a la m ujer.
Cuando lo docum entos narran combates, siempre anotan la
p a r t ic ip a c ió n de m u jere s que acom pañ an a los h o m b r e s ,
acarrean d o piedras, acumulando galgas e incluso usando la
honda. La correspondencia requisada ados rebeldes despues de
la derrota nos m uestra la presencia continua de m u jeres en ios
cam pam entos, donde, además de actuar como hem os dicho más
a rriba , p re p a ra n las comidas, adm inistran las pro vision es,
cosen ropa para los caudillos, vigilan los depósitos de coca y
alcohol y guardan celosamente los depósitos de jo y a s , plata
labrada y sellada y vestidos obtenidos en los saqueos. Tam bién
nos la m uestran en la retaguardia, donde sus m aridos, especial
m en te los coroneles más importantes, las han dejado en las
fin ca s y haciendas obtenidas en la rebelión. Allí las vem os
adm inistrando los bienes, sembrando, recolectando, enviando
ga n a d o s y provisiones al campo de batalla, reuniendo a las
fam ilias m ás m odestas de los alrededores, así com o a los niños,
a quienes, com o se ve en una carta de Rosa L uque a Quispe el
M enor, su esposo, envían a la escuela a proseguir su educación
a p esa r de todo el ajetreo de la insurrección (2). Otras veces,
(2) E l 10 de S ep tiem b re de 1781, dice Rosa Luque a Diego Quispe el M en o r: “ S eñ o r esposo don
D ie g o Q u isp e . M u y se ñ o r m ío y toda mi m ayor veneración : R e cib í su a m o r o s a c a r ta de
v u e sm e rc e d , celeb ran do su m u y ini ortante salud, quedando la m ía sin nov ed a d p ara serv irle
d e .c u a lq u ie r su e rte. E sposo m ío, r< as tres cargas de maíz que m e e n tr e g ó los p ortad ores y
ju n ta m e n te el afecto de v u e stra n J que es el topito y sortija de oro; a sim ism o la re m e sa
p ara la s m u je re s , cu a tro p esos; pa -i la señora m adre dos p esos y p ara la m u je r de P u m a,
m e n o s a la m u je r de José porque entregó m ás que cuatro p esos. L os ja n a c e s e stá n todos
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e s ta s m u jeres deben em pujar a los propios hombres para qu
a c u d a n al enrolam iento o tienen que defender las fincas y los
b i e n e s de la in terv e n ción de otros in d ígen as ávid
en v id iosos.
T a m b ié n puede apreciarse, tanto a través de aquella corres
p o n d e n c ia com o en los juicios y confesiones, que las m ujeres
in d ig e n a s , tradicionalm ente austeras y tranquilas en materia
se n tim e n ta l, se transforman en aquellos momentos tensos en
qu e to d o se trastorna por la guerra y la inestabilidad, en ardo
r o sa s am an tes que despiertan apasionados amores entre los
cau d illos, m ientras rivalizan y pelean entre ellas por celos,
e n v id ia s y resquem ores. En este sentido, puede apreciarse que
d e n t r o de e sta s actividades fem eninas, participan también,
c o m p le ta m e n te inmersas en el mundo de los rebeldes, m ujeres
m e stiz a s, que en las declaraciones figuran como españolas, con
v ir tié n d o s e en eficaces miembros de los séquitos de los grandes
cau d illos, ya sea cosiendo, sirviéndoles o aceptando ser sus
b a r r a g a n a s . P o r supuesto, en la hora de los juicios, todas
s o s tie n e n que se vieron obligadas a mantenerse en el campo de
los in s u r g e n te s llevadas por el miedo; sin embargo, no podemos
d e s c a r ta r la posibilidad de que hubiera influídido en ellas el
a t r a c tiv o de los jóven es jefes así como el prestigio de ser elegi
das p o r los que entonces parecían héroes invencibles que esta
b le ce r ía n un nuevo estado de cosas más de acuerdo con la
v e r d a d e r a distribución de los grupos étnicos.
C o rre sp on d e en este trabajo dirigir la atención a las dos
m u je r e s que estuvieron más cerca del rebelde Tupac Katari, las
que, a su vez, por sus características personales de arrojo,
v a le n t ía , d ed icación y autoridad, se convierten, sin lu gar a
d u d a s , en las dos figu ras fem en in as más im porta n tes del
p r o c e s o revolucionario en los territorios de la Audiencia de
C h a rca s. N os referim os a Bartolina Sisa, la esposa de Julián
A p a z a y a G regoria Apaza, la hermana.
Bartolina Sisa
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han transm itido Nicanor Aranzaez o Augusto Guzmán (3), para
ir a los datos que nos proporcionan los docum entos de la época
que S04i las únicas fuentes que nos dicen algo más cercan o a la
verdad o que nos señalan más acertadamente sus rasgos de
c o n d u c t a p sicológ ica , porque están n a rra d o s por te s t ig o s
p r e s e n c ia le s que convivieron con ella, la vieron •a ctuar, la
ap re c ia ro n o tem ieron o porque están a s e v e ra d o s por ella
misma, en sus declaraciones ante los jueces que pudieron, por
supuesto, atem orizarla como para hacerla pron u n ciar cosas
que no siem pre quería decir pero que no le hacen va ria r los
datos que la identifican en sus antee-edenes personales. Pueden
ser falsas, entonces, en sus declaraciones, las interpretaciones
y explicaciones de los hechos en que actuó, pero no los hechos
mismos, pues éstos constan por las declaraciones de los otros,
los careos o las narraciones de testigos oculares que la vieron
realizando o capitaneando determinadas acciones.
Asi, por ejem plo, Nicanor A ranzáez dice que nació en La Paz,
el 24 de A g os to de 1750, hija de José Sisa y Josefa V argas y
que p ertenecía a una familia mestiza muy nu m erosa en esta
ciudad. Eso habría significado que Bartolina era una m estiza
de 30 años en la época del cerco.
Ella declara, en cambio, el 5 de Julio de 1781, ser natural del
pueblo de Caracato y vecina del de Sicasica; que en C aracato
es de la parcialidad de Urinsaya, del ayllo Ocoire. No sabe su
edad, pero los ju eces hacen anotar que se la ve de m ás de 20
años. No se dice si es india o mestiza, pero en las dos in terro
ga cion es que se le hacen se utilizan intérpretes. En la segunda
con fesión , a fines de 1781, insiste en las mismas generales.
A firm a, asimismo, que tuvo el oficio de lavandera, hiladora de
caito y te je d o ra y que es mujer legítima de Julián A paza.
Señala tam bién que ella, antes de la rebelión, no convivía
perm an en tem en te con su marido, por los continuos viajes que
éste hacía y que incluso estaban medio disgustados cuando
T upac Katari inició el movimiento de rebelión en los pueblos de
la provincia de Sicasica, por lo que sólo se enteró de que él
en ca b ez a b a el estallido cuando la hizo traer de su pueblo para
qu e lo a c o m p a ñ a r a en El Alto. M en cion a , en su p r im e r a
confesión, 10 años de actividades conspiratorias de su cónyuge,
lo que pondría en tela de juicio la edad que le asignan los
fu n cio n a rios españoles que le toman declaración; sin em bargo,
fei nos fija m o s más, podemos ver que el docum ento habla de más
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Bartolina como Virreina recibe el homenaje de sus súbditos
.
“
de 20 años y que, por otro lado, al señalar ella esos 10 años, no
afirm a qu-e hubieran transcurrido dentro de su vida conyugal;
por lo tanto, podía Tupac Katari haber iniciado esas andanzas
ya antes de casarse con ella.
T am bién se desprende del cotejo de la confesión de Bartolina
con la de Julián, que ésta no tuvo hijos y que Anselm o, el niño
de siete años, hijo de Tupac Katari, que fue llevado por A ndrés
T u p a c A m a ru a A zángaro, ju n to con el hijo de Gregoria, no
p erten ecía a Bartolina, porque ella no se refiere jam ás a él y
porqu e Julián A paza señala expresam ente que la madre del
niño, M arcela Sisa, había muerto “ dejándole en la infancia” . No
s a b e m o s q u ié n fu e ra esa m u jer; la m era c o in c id e n c ia de
apellido con Bartolina no nos permite suponer que fu era su
herm ana. '
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prestigio que llenara la carencia de jerarqu ía social de que
a d o le c ía , p u e s to que él no era de sa n gre n ob le ni había
d e s e m p e ñ a d o ja m á s un cargo político im portante como el de
cacique.
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sum in istrarle ella misma la copa, calmándole con halagos, espe
cialm en te cuando se trataba de amenazas a los sacerdotes, has
ta que, apaciguado, dejaba de lado la sentencia, añadiendo:
“ Por tí hago este perdón, reina” . Confirma el padre B orda la
misión de m ediadora que le asigna, comentando que todos com
p rend ían que para sobrevivir frente a los desm anes del virrey
A p a za , era necesario “ lograr el m ejor aire de su co n so rte” .
Cómo e r a Bartolina.
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ijiadura, cuando le supone 26 años. Además, el agustino no la
describe com o india sino como "ch o la ” , pero no se sabe si su
apreciación se debe a los rasgos físicos de su rostro o a su
in dum entaria que, por los diarios, se ve que era la de una india
o m e stiz a elegante, vestida más a la española, puesto que
usaba cabriolé. Puede comprenderse que, siendo una m ujer ue
cam po, que ocupaba su tiempo en lavar, tejer e hilar caito, es
decir vellones de oveja o auquénidos debe haber sido de recia
con textu ra . Por otra parte, Nicolás Macedo, el plumario de
T upac Katari, dice en su confesión que --ún cuando él no la
conoció, oyó decir siempre que era una j..ena e n . ”>3 que
m on taba a caballo de día y de noche. Se compi^. nbién
que era una m ujer fuerte si se piensa que entró en ion el
m ism o día que A s ce n cio A lejo, el cañarí de P ucaran i que
dorm ía a sus pies, el cual, teniendo sólo 21 años, no soportó la
cárcel más de tres meses, pues el 5 de Octubre d t 1781 el
auditor F erm ín Escudero le encontró “ de la red para adentro,
tendido en el suelo y calzado de un par de grillos, el que,
recon ocido, estaba al parecer naturalmente m uerto y pasado de
esta presen te vida a la otra” .
B artolina, en cambio, manifestó por prim era vez debilidad,
después de un año de soportar cárcel, cuando el 24 de Junio de
1782, pidió que la viera un médico porque estaba enferm a. Pasó
a v e r la al c a la b o z o , efe ctiv a m e n te, F ra n cis co C asta ñ ed a ,
p r o fe s o r de M edicin a y Cirugía. Ella se había q u e ja d o de
“ eva cu a cion e s y mal de madre” ; el guardia sostuvo no haber
v is t o q u e t u v ie r a m uchas e v a cu a cio n es, pero el m édico
recon oció que tenía el pulso débil, aunque sostuviera que el mal
se podía deber a “ la rabia y cólera” de estar encerrada. AGI
B u en o s A ires 319. No puede dejar de pensarse que a la fuerte
depresión de ánimo que el médico señalaba como rabia y cólera,
p rodu cida por las noticias de la derrota de los suyos y de la
m u e r te de su esposo, se sum aba la falta de alim entos, el
p rolon ga d o encierro en una m azmorra fría, oscura y húmeda,
com o tienen que haber sido las de la cárcel pública de entonces,
según se deduce del hecho de que de los cogidos en Peñas y
ju z g a d o s por Francisco Tadeo Diez de Medina, m urieron en la
cárcel, antes de ser sentenciados, Diego Calsina, Diego Estaca,
A le jo C asaca-a éste lo aplastó una pared, derrum bada segu
ram en te por humedad-Pascual Quispe, A scencia Flores, m ujer
de Quispe el M ayor y Gregorio Suio.
Rectitu d de carácter.
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En sus declaraciones, la acusada pudo envolver hasta por
v e n g a n z a a los sacerdotes que estaban en El Alto, sosteniendo
q u e se h a lla b a n allí por propia v o lu n ta d o que h a b ía n
pa rticipa do en la rebelión em pujando con sus serm ones a los
indios; por el contrario, sostuvo que el cura de Pucarani, Julián
Bustillos, que guardó varias cargas de plata, oro y alhajas, así
c o m o un pedrero o pequeño cañón y sirvió com o capellán a
K atari, quien lo llevó hasta Calamarca a esperar el auxilio, no
se vin o con los alzados volu ntariam ente, sino obligado por
aquél, sin tener parte alguna en la sublevación.
C uando se le pide que diga quiénes influyeron en su m arido
p a ra que se levantara contra las autoridades, no delata a nadie,
lim itándose a nom brar personajes que ya habían muerto, como
M a rcelo Calle, o nombres irrelevantes que no tuvieron la m enor
fi g u r a c ió n después. Tam poco dela ta a nadie de la ciudad,
c u a n d o se le pide que diga cóm o se sabían en El A lto las
m edidas y disposiciones que tom aba Seguróla. Contesta que
sim plem en te se las conocía por los indios e indias que se salían
de las murallas.
C uando se le pregunta si no sabía de alguno que hubiese
e s cr ito desde la villa al cam pam ento de la ceja, se refiere
so la m en te a la madre y a la m u jer de M ariano Murillo, el
prisio n e ro que disparaba los pedreros desviando los tiros, por lo
que m ereció que Katari lo devolviera a la ciudad con los brazos
c o rta d o s y que, por lo tanto, m uriera después de algunas horas.
E sta s le pedían comida y dinero, lo que M ariano les mandó,
p e r o , d ice, no sabe por qué m edios. Es decir, m e n c io n a
precisa m en te, a las dos personas que no podían ser castigadas y
sobre las que no cabían sospechas.
Si se refiere a Gregoria, la m enciona de paso entre las p erso
nas que rodeaban a su marido, pero sin acusarla de nada en
co n cre to , actitud que no tuvo, en cam bio,su cuñada, que culpó
p r e c is a m e n t e a B a rto lin a de las e x t o r s io n e s , v io le n c ia s y
hom icidios de los que se la acusaba a ella, sosteniendo que los
h a b ía com etido puesto que “ había sido la que m an eja b a los
a su n tos del tu m u lto” .
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N oviem bre de 1781. Sin embargo, el 17, después de la m uerte
del caudillo, se la dejó libre porque se vio que había actuado.sin
voluntad propia. A paza la había sacado cautiva de la casa del
cura de Sicasica y, convirtiéndola en su barragana, Inicia que le
siguiese de puesto en puesto a fuerza de “ golpes y m artirios” .
C on staba , añ ade L oza, que esta pobre m u je r no se había
entrom etido en “ los robos y muertes del tira n o ” .
G regoria había dicho en su confesión que la L upiza había
reem plazado a Bartolina, como m ujer de su herm ano, dando a
entender que la relación con esta m uchacha se había inciado
d espu és de caer prisionera la esposa. No obstan te, por las
p a la b ra s de esta últim a se ve que e sta m u je r se h a b ía
introducido en la vida de su marido ante de term in ar el prim er
cerco, porque dice en su confesión que supo que Julián A p a za
pasó con su concubina, la Lupiza, a P atacam aya y que ella
debió qu edarse con parte de las jo y a s de oro y diam ante,
g a r g a n t illa s , rosa rio s, zarcillos, s o rtija s y p e p ita s de oro,
produ cto de los saqueos de su marido; esas alhajas estaban en
un cajon cito que le fue entregado al padre Bustillos cuando
llegaba el prim er auxilio; sin embargo, ella sabe que los indios
saquearon en el propio Pucarani la mitad de todo aquello, antes
de e n treg á rs elo al cura, por lo que es regu la r que “ la tal
L u p iz a ” m antuviera algunas de esas alhajas “ puesto que las
había m anejado desde an tes” . Puede com prenderse que en esta
especie de delación, la única que hem os e n co n tra d o en las
declaraciones de Bartolina, mucho más que el afán de hacer
daño a un tercero, lo que está presente es el estallido de unos
celos, que antes, cuando estaba libre, debió tra garse con la
m a y o r d ig n id a d , pero de los que a h o ra se d e s a h o g a b a
librem ente.
l l i ( a r a v e d o . .1ose K iisia ip u o . Inform e sobre el sitio y d estrucción ile S orata hecho a S eb astián
d e Si'H'urula. ■! de S e lic m h re di- I7 M , en líallivian y R oxas, ( oleccioii de D o cum ento» relativos a
la H isto ria d r llo liv ia . l ’a n s
('-) l.e w in , lio lo sla o , L a Rebelión de T u p ac A m a r u y lo» O ríg e n e s de la Independencia de
11 isp aiin am iT ieu . B u e n o s A ire s. l'.MiT.
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una lista de los parientes de Julián A paza y en una alusión a su
p resen cia ju n to a A n d rés Tupac A m aru en la tom a de Sorata.
Ha sido el historiador boliviano Teodosio Im aña el prim ero en
ocupa rse seriam ente de la heroína indígena, al destacar su
t ra y ecto ria y sobre todo sus amores con A ndrés Tupac A m aru,
en un su gestivo estudio sobre la vida pasional de los caudillos
de 1781 (3).
En h on or a la verdad, este silencio no puede extrañarn os
m ucho porque en la docum entación de que podem os disponer en
los a rch ivos de Bolivia no aparecen datos sobre su persona. La
e xcep ción la constitu ye un cuaderno de los Juicios de Francisco
T adeo Diez de M edina que se encuen tra en el A rch ivo de La
Paz (4), en que algunos de los coroneles de T upac A m a ru y
M iguel B astidas (5), al hacer sus confesiones, aluden a sus
activid ades en El A lto de La Paz y Sorata. Este expediente no
podía h a b er sido consultado antes de 1971 porque sólo ese año
se or g a n iz ó tal A rch iv o con los papeles almacenados, indiscri
m in a d am en te y con gran incuria, en los Tribunales de Justicia
de La Paz. (tí) Sólo los historiadores que han tenido la suerte de
t r a b a ja r sobre el tem a de las rebeliones en B uenos A ires y
Sevilla han podido con ocer el resto de esos juicios así como el de
la propia G regoria y las cartas que pertenecieron a los cautivos
de Peñas.
Los diarios escritos en el cerco, a los que ya hemos hecho
alusión en la biografía de Bartolina Sisa, no la m encionan en
las a n ota cion es del acontecer cotidiano y, los que la nom bran, lo
vien en a ha cer solam ente al final, cuando, después de liberada
la ciudad, cu entan que el 12 de Noviem bre han llegado a La
Paz, pro ce d en tes de Peñas, Bastidas, sus coroneles y cuatro
m ujeres, aprisionados en el santuario de Peñas por la orden
que R esegu in em itió presionado por el oidor Diez de Medina.
E n tre las m ujeres, se menciona, sin hacer especial hincapié, a
G regoria A paza, de la que sólo se dice que es h erm ana de Julián
y “ tan sa n gu in aria com o el” .
El relativo silencio de tales fuentes docum entales así como
las e s c a s a s r e fe r e n c ia s a su p e r s o n a qu e a p a re cen en los
in form es de S eguróla e Ignacio Flores a Vértiz, nos revelan
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qu e au n e n tr e los mismos espa ñ oles co n te m p orá n e os a ia
" c a c i c a " 110 se tem an noticias claras o muy alarmantes de ella.
Ju a n B a u tista Zavala, por ejemplo, uno de los militares que
mas »se destaco en la defensa de la ciudad, escribe el o de
D icie m b re de 1781 a un corresponsal desconocido, que se esta
ju z g a n d o a cinco m u jeres en tre las que encu en tran "u n a
h e r m a n a de K atari y una de sus m u jeres de iguales
in clin a cio n es a aquel inicuo indio que debió haber saiuiu tie ios
p r o fu n d o s in fiern os” .
T a n sólo cu an do se incauta en Peñas, en N oviem bre de 1781,
la co rr e s p o n d e n c ia de los caudillos y cuando se com paginan las
c o n fe s io n e s de Bastidas, los coroneles, sus amanuenses y las
m e s t i z a s q u e les a c o m p a ñ a b a n , e m p ie za n las au torid ades
m ilita re s y civiles a darse cuenta de la existencia de Gregoria y
del papel tan im portante que desem peñó en la rebelión. Ello
p u e d e a p r e c ia r s e e s p e c ia lm e n te en el tipo de ca stigo que
d isp o n e p a ra ella el oidor Diez de Medina, que entre otras cosas
le h a ce colocar, antes de ser ahorcada, una corona de clavos,
c o m o e s ca rn io más que castigo, a la que fue llamada “ reina”
po r los suyos.
Q u i é n e r a G r e g o r i a A p a za .-
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A ndrés. Sin em bargo, en Julio los niños estaban en Tiahuanaco,
en m anos de la Catacho; esta india figura en varias cartas de
los alzados; se ve que era una persona muy apreciada por ellos,
pues siem pre aparece como una m ujer responsable que vela por
las fam ilias que están en la retaguardia. El 16 de Julio de 1781,
el c a p e llá n Isidro E s c o b a r escribe a Julián A p a z a d esd e
T ia h u a n a c o diciéndole que el Dom ingo a las 3 llegó allí y
con tin u ó a L a ca y a y encontró “ al niñito mi señor r e y ” , a la
C atacho y “ al otro niñito” . El lunes volvió a T iahuanaco “ con
los tres de c a s a ” , con lo que se ha logrado el deseo de T upac
K atari y el objeto de su caminata. Más adelante le com unica
que le han dicho que la Gregoria está en Peñas con el oidor
N icolás A p a za , su tío, y que “ tirará allá” para recogerlos y
tra er a toda la familia ju n to a caudillo (AGI. Charcas 595).
N o c r e e m o s , sin e m b a rg o , que Isidro E s c o b a r lo g r a r a
e n co n tra rs e con Gregoria, que no estaba en Peñas com o se
suponía sino cercando la ciudad de Sorata con Andrés, que, 2U
días d e s p u é s , el 5' de A g o s to , ca e ría en m an os de a m bos
caudillos. Se ve que tam poco los trajo a Pam pajasi porque en
Octubre estaban todavía en A zángaro.
A u n q u e no creem os que Gregoria fu e ra una m adre m uy
dedicada a la atención de su hijo, no dejaba de preocuparse de
él, porqu e A n d rés T upac A m aru le escribió el 24 de Octubre del
81 desde A z á n g a r o respondiendo seguram ente a las in qu ietu
des que ésta le m anifestó en carta del 21: “ No tengas cuidado
de tu hijo que yo lo veo en todo” .
T a m b ié n cabe observar, en el texto de la confesión, que
G regoria no llevaba una vida conyugal muy seria, puesto que
en vida de su marido tuvo amores con Andrés T upac A m aru. Se
ve ta m b ié n que a aquél no le im portaba m ucho su con du cta o
no se a t r e v ía a en rostrársela , porque no pu so coto a sus
a n d a n z a s ; G r e g o r ia cierta m en te lo desdeñ a p u esto que, al
referirse a el, dice solamente que “ era algo fa t u o ” , es decir, que
no te n ía discernim iento, por lo que no pudo ocupar ningún
cargo de im portancia ju n to a su cuñado, que podía haberse
ap oyad o m u ch o en él; “ sólo tuvo destino de soldado” , “ desapa
recien do un día de la sierra de Pam pajasi” , por lo que ella, sin
in qu ieta rse m ucho, infirió “ que lo hubieran m u e r to ” .
G r e g o r ia sólo se preocupó de no actuar tan desprejuicia-
d a m en te cu an do se trató de salir de las jurisdicciones de Katari
p a ra ir a la de los A m aru , es decir, cuando A n d ré s quiso
llevarla con sigo a la capital qu ech ua;G regoria com prendió que,
si tal c o sa h u b ie ra ocurrido, se habría desprestigiado ante
D iego Cristóbal, ya que en Setiembre, cuando éste partió ju n to
a su tío, su m arido estaba vivo. Dice la herm ana de Julián que
ella lo h u b ie ra acom pañado “ a no ser casada” y en caso de no
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h a b e r e s ta d o “ en compañía de su marido cuando aquél partió
p a ra A ^ á n g a r o ” .
A l c o m i e n z o de la confesión, G regoria niega haber sido
c o n c u b in a de A n d rés y sostiene que éste la distinguía sólo “ por
ser h e r m a n a de Julián K atari” y cuando se le hace ver que su
e s c á n d a lo e ra público y “ que hasta los indios más torpes lo
s a b í a n ” dice que seguram ente “ la habrán calum niado por
h a b e r la visto continuam ente en compañía del rebelde A n d rés” .
N o d iscu te m ás la acusación, pero, a lo largo del juicio, va
r e c o n o c ie n d o que se fue con él a Sorata, que éste la hizo
v e s tir s e “ con dos polleras de bayeta de Castilla” en vez del
“ s a y o o acso; en lo que convino” , que entró triunfalmente a
S o ra ta con él y que, de poder hacerlo, le habría seguido a
Azángaro.
B a r t o l in a había luchado, enrolado gente, y capitaneado
h u e s te s ta n to com o Gregoria; sin embargo, tiene una nota de
fe m in id a d m ás acusada que ésta o, por lo menos, diferente a la
suya. Ella, an tes de la rebelión, había sido lavandera, tejedora
e h i la d o r a de caito, d ese m p e ñ a n d o estos o ficio s m ientras
e s p e r a b a a su marido o estaba separada de él; Gregoria, en
ca m b io , se m u estra como mujer casada que no tiene un oficio
p r o p ia m e n te fem enino. Más tarde cuando fue llevada al alto de
la B a ta lla , cuida y administra el vino, distribuyéndolo y v e n
d ie n d o el resto. Los coroneles la señalan incluso com o la
c e la d o r a de los caudales robados, parte de los cuales transpoi'tó
m á s t a r d e a S o ra ta para que fu e ra n e n tr e g a d o s a D iego
C ris tób a l T u p a c Amaru. Es decir, Gregoria aparece como una
m u je r m ás independiente que Bartolina, quien está siempre
a c t u a n d o en obediencia a su marido o en su papel de esposa del
v i r r e y .A d e m á s , ella, más m u jer de em presa, adm inistra
ca u d a le s , ven de los vinos, controla los fondos y transporta el
saq u eo .
P a r e ce que ni siguiera cuando, alejado Andrés, permanece
G r e g o r ia en el Tejar, ju n to a Miguel Bastidas, que ha quedado
c o m o el represen ta n te máximo de Diego Cristóbal, se ocupa de
a te n d e rlo con la solicitud fem enina que tanto le encargara el
j o v e n caud illo en cada carta, pues el 24 de Octubre éste la
r e cr im in a diciéndole que su tío Miguel le ha avisado que no lo
atien de, “ que ni aún chica le hace para su g a sto” ... “ que en
nada te acuerdas, ni comida, ni con cosa alguna te acuerdas” .
E n realidad a Gregoria no le importaban estas menudencias, ni
s e n t ía q u e fu e r a parte de sus ta re a s p reo cu p a rse de
m e n e s te r e s que otras mujeres, incluso las criollas o mestizas,
J o s e fa A n a y a y A gustina Serna, podían hacer en su lugar.
S ólo m as tarde, cuando están casi derrotados y se van viendo
d e sp la z a d o s, actuará como buena guardiana de los víveres que
- 43 -
quedan y como generosa dispensadora de ellos, como la m u jer
que atiende al envío de azúcar, rosquitas, papel, medias de seda
y e s tr ib o s de plata. El 29 de Octubre, cu an d o ya ha sido
liberada La Paz, le escribe a Bastidas, que está en Peñas, desde
A ch a ca h i: “ Mi estimado tatito de mi alma, remito un ped azo de
azú ca r y ahora tres días, un buen pedazo y dígales vu estra
señoría que los criados tengan algún cuidado porque aquí ya no
hay c a s i” . Y el 30, cuando ya se van a celebrar las paces, le
agrega: “ A y e r recibí una de vusamerced y por ella me previen e
le rem itiera panes de azúcar, plata labrada, vestidos, p a p el” ... y
le añade que ya los ha enviado y deben estar llegando a Peñas,
pero que le remite ahora “ un peso de pan” . Asim ismo, el 19 de
Octubre, le escribe a su hermano Julián quien, derrotado en L a
Paz, esta ba oculto de los españoles en algún paraje: “ Mi m uy
ven era do tatito de mi alma, remito 17 rosquitas que le m andé
hacer a m ano para enviar a vuesamerced y reciba lo tribial del
c a r iñ o ” . (AGI. Buenos Aires 3L9).
Itin e ra rio d e G r e g o ri o .
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evitar los Óelos de M aría Lupiza, la querida de su herm ano, así
como los roces que se producían entre ella m isma y esta m ujer,
quien parece era bastante ambiciosa, dom inante y quisquillosa,
a pesar de que supo presentarse como m ansa cordera m a ltra
tada por Katari ante los españoles que term inaron por d ejarla
irse libremente.
G regoria se quedó con Miguel Bastidas hasta que supo que
los ejércitos auxiliares, que venían ahora al m ando de José de
R e s e g u ín , habían ido d e rro ta n d o , batalla tra s b a ta lla , a
M ullupuraca y Quispe el Mayor. A ntes del 12 de Octubre p a r
tieron ambos hacia Achacachi sin que Bastidas alca n zara a
s a b e r el estallido p rem atu ro de la coch a que h a bía h ech o
con stru ir en el río Choqueyapu, el que se p rodu jo después de su
partida.
C uando el 17 de Octubre Reseguín liberó L a Paz y las huestes
in dígen as se dispersaron o se retiraron hacia A ch a c a c h i y
Peñas, Bastidas se m archó al Santuario, quedán dose Gregoria
en A chacachi. Desde Peñas, Bastidas inició por orden de Diego
C ristóbal T upac A m a ru , los trám ites para una n egocia ción ,
b a sán d ose en el indulto otorgado en el Perú por el virrey
Jáuregui. Las conversaciones de ambos bandos term in aron con
la celebración de las paces de Patamanta, el 3 de N oviem bre.
Por los acuerdos firm ados allí, se instalaron en el san tuario de
Peñas R eseguín con el ejército auxiliar y Bastidas con sus
coroneles. Gregoria se dirigió tam bién al pueblo para g o z a r de
los beneficios de la paz o, tal vez, a fin de prosegu ir después a
A z á n g a r o para encontrarse con Andrés.
No fa ltaron pretextos a los vencedores, instigados e sp ecial
m ente por el oidor Francisco T adeo Diez de M edina, para
d em ostrar que los que habían acudido a las paces fa lta ro n a su
ju r a m e n to , siendo todos aprisionados y cargados de.grillos.
M ientras tanto, el 9 de Noviembre, gracias a la traición de
uno de los principales coroneles, Tomás Inga Lipe, fue c a p tu r a
do cerca de A chacachi, cuando se dirigía a A z á n g a ro , el indó
mito caudillo A paza. Llevado a Peñas, fue som etido de inm e
diato a in terrogatorio, para term inar siendo con den ado por el
oidor Diez de M edina y ejecutado ignom iniosam ente el 14 de
N oviem bre.
B astidas,Gregoria,los principales coroneles y dem ás prisione
ros fu eron trasladados a La Paz, donde pasaron a la cárcel pú
blica a esperar su enjuiciam iento. Los in terrogatorios y trám i
tes judiciales se prolongaro desde Diciem bre de 1781 hasta
A g o s to del 82, siendo condenados a muerte, la m ayor parte de
ellos. G regoria volvió a encontrarse, en tan tristes m om entos,
com o ya dijimos con Bartolina, para sufrir ju n ta s, el 6 de
Setiem bre de 1782, la pena de m uerte en la plaza m a y o r de La
Paz.
-48-
Papel de Gregoria
- 49 -
•
lo que ella se había convertido en “ competidora de su h erm ano
en h a ce r in iqu id a d es” , que corría con los caudales y “ que
disponía to d o ” ; que se intitulaba virreina y que, en calidad de
tal, había gob ern ado despóticamente, matando a españoles y a
cu an tos quería.
G r e g o r ia se d e fe n d ió de tales c a r g o s n e g á n d o lo s y
sosteniendo, com o dijimos en el trabajo sobre Bartolina, que
todo eso lo había com etido su cuñada, que se n om braba reina, y
d e s p u é s de ella, la Lupiza. Que ja m á s se h a bía in titu la d o
virreina, que los indios solamente la llamaban cacica y que, por
sí, no com etió iniquidad alguna.
C om o no pudo n eg ar su participación en los hechos de la
d estru cción de Sorata, pretendió que todo lo hizo obedeciendo
los m a n d atos de A ndrés, a quien ella procuraba calmar, in te r
cedien do por los vencidos sin influir ja m á s “ a esta in h u m an i
d a d ” . A ñ a d e que a causa de pedir clem encia por los encerrados
en la iglesia “ fu e retada por dicho Andrés que dió órdenes para
aquellos sucesos, robos y extra ccion es” . Pero, com prendiendo
que e s ta b a culpando al caudillo, añade que, sin em bargo, los
e x tre m o s los com etieron los indios “ despojando a los difuntos y
a las m u je r e s ” y “ excediéndose a lo m andado por A n d r é s ” .
N iega, asimismo, que en los juicios que realizaron en el atrio
de la iglesia, sentados en sus sillas, hubiera puesto la mano
sobre sacerd ote alguno ni que “ hubiera m andado desn udar a
las d e s d ich a d a s v iu d a s de su ropa, pa ra v e s tir “ ella esas
ro p a s ” ,“ tratándolas con el m ayor vituperio y desa ire” .
Sin em bargo, M iguel Bastidas, el mismo a quien ella había
atend ido y apreciado tanto, dijo en su declaración “ que la
Gregoria, h erm an a del horroroso Apaza, concu bin a de A ndrés,
ca p ita n e a b a y operab a por sí, en los com bates de Sorata, según
le c o m u n ica ron los indios, puesto que él no estaba allí por
entonces” .
El n e g ro G regorio Gonzáles, que había sido cautivado por los
indios cu an d o se celebraban los m ercaditos en San Pedro y que
de escla v o se había convertido en consejero de Bastidas, dice
ta m b ié n que los indios le con taron “ que la india G regoria
A p a z a fu e tan asesina, sangrienta y tirana com o su herm ano
Julián y A n d ré s T u pa c Am aru, con quien cooperó a los estragos
de S o ra ta e im pu so violen tam en te la m ano en s a c e rd o te s ” .
A ñ a d e que “ se intitulaba virrein a” y que “ le parece que según
las ca rta s y recom endaciones del Andrés, es con cu bin a de é s te ” .
N icolás M acedo, uno de los m estizos aprisionados por A ndrés
en el ce rr o de, Tuile, cuya captu ra es uno de los episodios
previos a la tom a de Sorata, sostiene que “ la india G regoria
A p a za , segú n la com ú n noticia - recogida por él al in tegrarse a
las h u estes de A n d ré s - es de igual condición que su herm ano
Julián, así en correr los campos como en h a cer m atar no sólo a
- 50
-
los e sp a ñ o les ni mestizos sino también los indios, sin reservar
m u je r e s ” . E sto lo dice en Peñas y, más tarde, en La Paz, agrega
q u e G r e g o r ia “ era iridia principal y cap ita n ea b a en los
com bates y d e s tru cc ió n de Sorata, que dom in aba
p e r fe c ta m e n te a Andrés Tupac A m aru y que hacía m atar y
p e r d o n a r al qu e qu ería” .
M a r co s P om a, uno de los capitanes indígenas, declara que
G r e g o r ia “ con cu rrió a la destrucción de Sorata en compañía de
A n d r é s y m an d aba mucho más que los coroneles” .
A s c e n c ia F lores, la m ujer de Quispe el Menor, sostiene “ que
la india G re goria A paza era muy temida de los indios por el
m a n d o que obtuvo, estando siempre en com p añía del rebelde
A n d r é s y, por si, agitaba a los indios a que nos avanzasen y
que, s e g ú n oyo, también influía al citado Tupac Amaru para
qu e c o m e tie s e excesos".
De igual m anera, había testimonios de su actuación en La
Paz. P or ejem plo, Nicolás A rzabe declara que “ también la vió
en El A lto m andado la gente con toda autoridad, agitándola
p a ra los com b a tes que hacían a esta ciudad” .
Q u ispe el M en or insiste en que Gregoria “ era la principal
m a n d o n a e influidora de Tupac Am aru; muy asesina y de genio
cru el, in clinada a robar y despojar. Que en Sorata, en compañía
de T u p a c A m a ru , dispuso los estragos, siendo muy enemiga de
los e s p a ñ o le s y aún de los indios, pues mandaba quitar la vida
del q u e q u e r ía ” .
M a t ía s M a m a n i, otro im porta n te capitán, indica “ que
G r e g o r ia fue cóm plice de Julián su hermano y del Andrés,en
c u a n t a s iniquidades perpetraron, que era muy feroz, tenia
m u c h o m ando y le daban el tratamiento de cacica” .
E s e v id e n te que lo que se declara en un juicio colectivo, como
éste, en que se interroga a todo un grupo de vencidos, las
r e s p u e s t a s d e b e n ser siem pre tom adas con beneficio de
in v e n ta r io ; en los días de los interrogatorios nadie vacilaba en
d e l a t a r y c u lp a r a los otros con tal de resu ltar m enos
s o s p e c h o s o s o de atraerse la buena voluntad del juez. Sin
e m b a r g o , es cu riosa la insistencia de paite de todos los decla
ra n tes, en m ostra r a Gregoria como cruel, asesina, mandona,
o r g a n i z a d o r a de los planes, realiza dora de los excesos y
p o s e e d o r a de m ando en grado tal que para algunos estaba muy
por e n c im a de los coroneles y para otros era la influidora que
m a n e j a b a y d o m in a b a al jo v e n A ndrés. N in gu n o de los
c o n fe s a n te s , ni siquiera aquellos que gozaron de sus favores o
am ista d o de los que hacían de coroneles en el bando del propio
T u p a c K a ta r i, la defienden, menos aún las m ujeres.
P o s ib le m e n te sab edora de esto, Gregoria tom aría el mismo
c a m in o a la h o ra de sus declaraciones, en las que no vaciló en
s e ñ a l a r las cu lp a s de los otros así com o en rebatirles
-53-
a g ria m en te y enrostrarles sus culpas en los m om entos de los
careos.
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le c o n s t a ” . .Con estas palabras Quispe el Menor se refiere a las
p e r te n e n c ia s particulares de Gregoria, porque, en cuanto a las
o ficia les, añade que ella era la responsable del tesoro “ y deberá
d a r u n a ra zó n de todos los caudales robados porque en la
to ld e r a donde se custodiaban estaba ella cerrada sin consentir
in g re s o de o tro s ” .
Con estas declaraciones va resultando un nuevo trazo en la
p in tu r a de la personalidad de Gregoria. Ella es m ujer capaz de
c u i d a r el t e s o r o com ún y, desco n fia d a , no p a rticip a la
resp on sab ilid ad ni consiente el ingreso de otros en la toldera,
d o n d e p e r m a n e c e encerrada, posiblem ente contabilizando y
o r g a n iz a n d o los diferentes rubros, de los que tiene que dar
c u e n t a a T u pa c Katari a Bastidas o al propio Andrés, que a su
vez d eb en enviar estos caudales a A zángaro. Pero, al mismo
tie m p o está la Gregoria que posee bienes propios que le han
sido o to rg a d o s por la participación de las ventas del vino de
G u a r ica n a o la coca de Yungas o por el reparto del botín, como
aq u e l oro que tuvo que haber obtenido en Sorata del extraído
en T ip u a n i o los vestidos que le deben h a ber ido to ca n d o
d e s p u é s de los saqueos de Sorata y los pueblos y haciendas de
L a r e c a ja , O m asuyos y Sicasica.
D icen algun os de los declarantes que en Peñas ya no tenía
b i e n e s p o r q u e los había enviado a A z á n g a r o ; esto nos la
m o s t r a r í a p r e v is o r a , pero al m ismo tiem po d e s a p e g a d a y
c o n fia d a , p orqu e ¿quién podía asegurarle que esos caudales
lle g a ría n a su destino o podría aprovecharlos algún día? Ni
s iq u ie ra era seguro que se emplearan en su hijo o que llegaran
a m a n os de Andrés. Por otra parte, confió tranquilam ente el
o ro que tenía en manos de la tal Cayetana y no se preocupó de
c o m p r o b a r cuán tas libras entregó exactam ente ni de cuántas
recibió. N o tenien do apego a su dinero, le parecía m ucho más
a tr a c tiv o arriesgarlo jugando a las tabas con el negro González
y otros, com o lo declara el propio esclavo, que guardarlo celo
sa m e n te en un a caja debajo del colchón.
M ás tarde, estando en Achacachi, no tiene duda en enviarle
200 peso s a Bastidas ad^n ás de mandarle haceu estribos de
plata. E l propio Andrés la sabe tan desprendida y tan poco
s e v e r a o am onestadora que no vacila en escribirle pidiéndole
d in e ro para saldar deudas de juego. En una carta sin fech a ni
lu g a r de expedición le dice: “ Me despacharás con Ildefonso
u n o s 200 p esos porque no tengo qué gastar... y debo mucho,
p o r q u e les d eb o a varios sujetos que me em presté pa ra el
ju e g o ... De vuesam erced, su Inga Tupac A m a ru ” .
A n t e esa actitud de desprendimiento acude tam bién su tío
N icolás, al qu e Tupac Katari había nom brado oidor, el de
O c tu b r e desde Peñas. Gregoria entonces estaba en A chacachi;
los e jé r c ito s de Reseguín, habían liberado La Paz y las huestes
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-
in d íg e n a s h a bían retrocedido a O m asuyos y Y u n g a s . Sin
em bargo, este “ oidor” Apaza, más interesado en la elegancia de
la vestim enta que en batallas, peligros y derrotas, no tiene
incon veniente en pedirle, después de pon er su rendida o bed ien
cia a los pies de Gregoria, “ le haga el fa vor y cariño de remitirle
una pollera verde de bayeta de Castilla... para m an d arm e coser
una chupa porque no tengo y vuestra m erced tiene b a s ta n te ” .
Le participa, además, que se quedó con “ un faldellín colorado
de c h o le ta ” , de Gregoria, para “ hacerse chalecos p orqu e no
te n go totalm ente mi muda y así vuestra merced no se enfade y
no me ten ga a mal del atrevimiento y espero su fa vora ble
r e sp u e s ta ” .
A ctitu d es como estas nos hacen com prender que a G regoria
m ucho más que la sórdida avidez de bienes y dinero lo que la
apasion aba eran las posibilidades que le daba el ser rica, no
sólo para estar “ bien lucida” y “ tener b a sta n te ” , haciéndose
atend er y acom pañar por una m ujer blanca com o la Josefa
A n a ya, sino sobre todo para sentirse la gran señora, la “ ta lla ”
que dispensa regalos, otorga peticiones, concede préstam os y
reparte sus reservas cuando los demás ya tienen ham bre. E ste
ju icio qu eda confirm ado por el hecho de que cu an do se les coge
en Peñas y la prende el mayor M ayor M anuel Soler y el escri
bano L o z a j u n t o ” con las demás m ujeres que se hallaron en su
c u a r t o ” , no se anota, com o en el caso de los coron eles, ningún
in ventario de vestidos, piezas de plata labrada o jo y a s . En la
d ocu m en tación sólo aparece la mención que ella m ism a hace de
la fa m o s a porción de oro que le tenía la C ayetana y que le fu e
a rrebatad a oficialm ente por los que la prendieron.
• * 5 7 '
acusara de “ influidora del A n d rés” , puesto que este, pese a
toda su audacia y arrogancia, estaba enam orado de ella y era
un m uchacho 10 años m enor que Gregoria, hem bra que, siendo
tan brava, orgullosa y decidida como él, poseía, adem ás, la
intuición e inteligencia necesarias para en fren ta r situaciones
nuevas y m an eja r a los hombres.
Diego Cristóbal Tupac Amaru, que nunca dio a G regoria nom
bram iento ni cargo alguno, no pudo m enos de re co n o ce r la
autoridad que em anaba de ella al tomarse la m olestia, el 12 de
Octubre de 1781, de escribirle una esquela contestan do a una
carta suya en la que incluye el saludo de “ toda su ilustre
fa m ilia ” y le prom ete la pronta m arch a de A n d r é s a ese
gobierno.
- 61 -
un m arido sin ninguna condición de valentía, atractivo, ni
inteligencia. El hijo, que podía haber detenido un tanto sus
desborcfes, había sido alejado de su lado. Era entonces una
m u jer libre; si se sometió a ciertos cánones de vida en A yoayo,
en época de paz, ahora, con la guerra en que todo se hacía lícito,
en que todo com portam iento tenía una justificación o en que,
p o r lo m en os, nadie con tem p la b a las an tigu a s n o rm a s de
condu cta, Gregoria encontraba la coyuntura para desplegar
toda la en ergía contenida dentro de ella.
Incapaz de com partir glorias o afanes con su cuñada o de
soporta r controles de sus parientes, abandonó El Alto al mes de
estar allí. El afán de aventuras la llevó a Sorata, donde parecía
que las cosas eran menos monótonas; un caudillo im portante y
de alcu rn ia m an d aba allí; era interesante con ocerlo y, por
m edio de él, llegar hasta las más altas esferas de A zán g aro. La
actividad guerrillera no se limitaba en este sector al cerco lento
y aburrido de Sorata; también se atacaba pueblos y haciendas
de regiones m ás fértiles y ricas; el campo invitaba m ucho más a
las correrías a caballo y al disfrute de la naturaleza y no había
aquí m u jer que pudiera hacerle sombra. A ndrés era soltero y
las esposas y concubinas de los coroneles, que no eran rivales
p a ra ella, e s ta b a n , por lo dem ás, rad ica d as en las fin c a s
con qu istada s desem peñando tareas propias de su sexo, en la
reta gu a rdia.
Com o hem os dicho antes, no existen pruebas docum entales
que nos m uestren cómo fue el encuentro de A ndrés y Gregoria
ni c ó m o se e n ce n d ió el apasion ado a m or e n tre am bos.
C onocien do la personalidad de Gregoria, entendem os que el
j o v e n caud illo se hubiera deslumbrado con esta m u je r que
e n v o lv ía en su carácter todo el anhelo, inquietud, ardor y
pasión que le movían a el a actuar tan decididamente y que
r e p r e s e n t a b a , com o ningu na, la re a liz a ció n en el plano
fe m e n in o de lo que él pretendía ser como conductor de unas
m a sa s in d íg e n a s que, puestas en pie de g u erra , exigían
re iv in d ic a c io n e s y cambios, Gregoria, que le a v e n ta ja b a en
m u ch os años, apreció sin embargo, al m uchacho como a un
hom bre, p orqu e le vió fuerte, enérgico, orgulloso y consciente
en su fu n ció n de je fe y en su misión de mando.
L a pasión am orosa que les envolvió fu e tan notoria, tan
e s p o n ta n e a y abierta que no pudo pasar inadvertida a nadie.
De ahí que todos los declarantes en los juicios de La Paz les
s e ñ a le n c o m o am an tes y que ella m ism a te rm in e por
recon ocerlo, aunque sostuviera al principio que A ndrés “ sólo la
distin guía por ser herm ana de Julián K atari” .
Quispe el M enor, que no quiere acusarlos expresam ente de
un h e c h o q u e al oid or Diez de M ed in a le c a u s a b a tan to
-62-
^ovaauaiu, cunsiueranaoio un pecado “ que añadía una culpa a
las otras q*úe ambos com etían” , dice solamente, “ que presume
fu e s e su concu bin a porque siempre estaban juntos aún dentro
del t o ld o ” .
A s c e n c ia F lores dice también, refiriéndose a Gregoria, que
“ e s ta b a siem pre en compañía del A n d ré s ” .
El p ro p io D iego Cristóbal, como hem os visto, reconoce la
re la ció n a m orosa entre Andrés y Gregoria ai prometerle a ésta
que p r o n to pa sará su sobrino a esta gobernación.
J u n t o a las sin dicaciones del con cu b in a to de Gregoria y
A n d r é s , m u ch os de los declarantes añaden que ella era quien
in flu ía sobre el sobrino de Tupac Amaru. Es decir, si no la
a cu sa n cla ra m en te de ser la que conducía la rebelión, por lo
m e n o s dan a entender que la herm ana de Katari, m anejando la
s itu a c ió n sentim ental entre ellos dos, eran quien decidía, en el
fo n d o , m u ch os de los ‘ 'avances” y quien “ capitaneaba en los
com bates” .
L a d ocu m e n ta ció n probatoria de los amores de esta pareja se
c o n c r e t a especialm ente a las cartas que Andrés escribiera a
G r e g o r ia ; las de ésta a su amado no se conocen; posiblemente,
los A m a r u rom p ieron en A zá n g a ro la m ayor parte de sus
p a p eles en vista de lo sucedido en Peñas, cuando Escobedo y
Já u r e g u i, por m andato del ministro Gálvez, ordenaron en 1783
la p e r s e c u c i ó n de los gra n d es cau d illos rebeldes que por
e n t o n c e s volv ía n a ostentar importancia, olvidando lo pactado
en las paces. E ste hecho impide conocer de un modo exacto las
a c titu d e s m ás íntimas de Gregoria, las que sólo se adivinan por
las fr a s e s nostálgicas o las quejas y reproches de Andrés.
Sin e m b a rg o , creemos que, a pesar del tono paternalista o
a m e n a z a d o r de algun as fra ses y no o b sta n te la actitud
im p o s itiv a del constante encargo de que cuide y atienda a B as
tidas, se pu ede afirm ar que se aprecia una nota de m ayor
d e p e n d e n c ia y enam oram ien to en A n d rés que en Gregoria.
P a r e c e r ía in cluso que la pasión de la heroína hubiera declinado
c u a n d o vio a A n d rés en e^te otro am biente y compitiendo en
m a n d o con su herm ano Jal án. Este enfriam iento se acrecen
t a r ía d esp u és de la partida del caudillo a Azángaro, en los
últim o s días de Setiembre.
L a p r im e r a carta de Andrés a Gregoria es del 9 de Octubre de
1781. P rob a b le m e n te , el viaje, las novedades de Azángaro, las
c o n v e r s a c io n e s con su tío, la preparación de nuevos planes, no
le d e ja b a n sentir todav a la fu erza de la nostalgia, por lo que
las fr a s e s no pasan más allá de las típicas fórm ulas del sistema
e p is to la r m e stiz o que se refiere al deseo de que se conserve en
“ salu d p e r fe c ta en compañía de tu herm ano don Julián y mi
am a d o tío M ig u e l” . El queda sin novedad para servirle con el
a fe cto que le profesa y que durará mientras viva. Debe cuidar a
-63-
su tío porque nadie lo hará “ con mayor voluntad y co n s ta n cia ” .
Queda esperando volver pronto a estos lugares “ en cuyo in ter
pido a Dios N uetro Señor te me guarde muchos añ os” , y firm a
com o “ su más amante Inga” .
Dos días después, el 11 de Octubre, A ndrés contesta una
ca rta de Gregoria, del 6, cuyo contenido,como ya dijimos, no se
conoce. Con un curioso tono paternalista, la tra ta de: “ Mi
q u e r id a h ija doñ a G regoria T upac K a t a r i” . N u e v a m e n t e
ce lebra la salud de que goza y le agradece “ las afectuosas
expresion es de su contenido por las que recon ozco la voluntad
que me profe sa s” . Pero, ahora, renovado por las frases de la
am ada, le confiesa que se halla sumamente confuso “ desde que
me separé de tu amable y buena compañía, que no veo la hora
de v olv er cuanto antes a esos lugares, para continuar el goce de
tus caricias y voluntad que te merecí en tus asistencias y
d e m o s t r a c io n e s f i r m e s ” . Al final, no pu ede d e ja r de
recom en d arle el cuidado de Bastidas, a quien le en carga “ con
las expresion es que no debes apartar de la consideración” . L a
despedida es ahora “ de su más afecto, quien te ama de corazón.
Inga” .
G regoria contestó a ésta, cuando ya había dejado L a Paz y
e sta ba en A chacachi. Con la suya, Andrés debe haber recibido
o tra de B astidas en la q u e le participaba la fragilidad del am or
de la caudilla, porque, el 24 de Octubre, le responde m ezclando
el ton o celoso y am enazante con frases tiernas y amistosas. Le
dice en esta carta, después de celebrar “ su buena ro b u s te z ” que
q u e d a “ e n t e r a d o de todas tus falsas letras y tus in ju s ta s
relacion es que por fin son de m ujer que engañas a cuatro o
cinco al lado, pues quieres entablarme de que a mi querido don
M iguel lo estás cuidando mucho y lo que hay es que desde que
salí de ese lugar del Tejar, sólo te has ocupado en cuidar con
pu ch eritos a cuantos frailes y monigotes y cuantos se les an toja
el te n e r fu n ció n contigo y así no té admitiré otra vez tus letras
fin g id a s ” . A c to seguido, en medio de los reproches, le vu elve a
decir que “ lo cuides a don M iguel” , para continu ar en la m ism a
fr a s e “ que si otra vez, te notifico desde aquí, me dan noticias de
tus m alas travesuras, será caso que me ponga en cam ino antes
de tiem po a quem arlos a sangre y fuego, a vos por delante y
después a tus colegiales y frailes y ¡cuidado de tus tra vesuras!,
que te las enm en d aré luego, y en virtud de la que escribe don
M iguel (que) me avisa de to d o” .
Tal vez tem eroso de los coléricos estallidos de G regoria ante
sus reproch es, atem pera enseguida sus am enazas, avivándole
el in terés por nu evas acciones bélicas que le pueden tra e r la
n osta lg ia de las antiguas jornadas en que ju n to s andaban por
ca m p o s y pob la d os, agregando: “ y te e n c a r g o que todo el
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cu id a d o ha de ser en ganar la catedral que yo he de llegar a oir
m isa y no tengas el pensamiento en m usarañas que la ciudad
m e han de entregar ganada” . Todo esto cuando La Paz había
sido ya liberado por Reseguín. Casi sin interrupción le añade
que no se preocupe por su hijo, que él lo ve en todo, para
c o n tin u a r enseguida amenazándola de que si nuevam ente le
j u e g a m ala s pasadas “ se verá p recisa d o a e n v ia r un
c o m a n d a te ... para que te arruine tus malas a u s e n c ia s ” , y
te r m in a pidiéndole “ que no viva tan ligera en sus tra v esu ra s” .
A l despedirse, en cambio, tiernam ente firm a “ su más amante,
que en todo ama de corazón A n d rés” . AGI. B. Aires 319.
N o ten em os testimonio de las reacciones de Andrés cuando
s u p o lo a con tecid o en Peñas con B astidas, G regoria y los
c o r o n e le s ; ta m p oco co n ocem os los s e n tim ie n to s que le
e m b a r g a r ía n cuan do se en teró de su a ju s ticia m ie n to .
P osiblem en te, las nuevas campañas militares ju n to a Diego
C r is tó b a l, las ce leb ra cion es de paz m ás tard e y las
p e r s e c u c i o n e s y tra slado a L im a y E spañ a, por últim o,
term in a ron por borrar la imagen de aquella caudilla colla a la
que an taño tanto amara.
G re g o ria , en cam bio, en la soledad del e n cierro y en la
an gu stia ante su próxima muerte, se habrá refugiado mil veces
en el recu erd o embellecido de su am or por Andrés.
*
G r e g o r i a y su h erm a n o Julián
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in te r r o g a n , tergiversa las acusaciones y trata de envolver a los
d e m a n d a n te s . Cuando se la acusa por los caudales que arrebató
a los esp a ñ o les vencidos, se desliga de la sindicación y culpa a
M aría Lupiza, a quien nunca quiso y a la cual vio salir libre,
s ien do tan responsable como todos ellos. Como se le insiste en
los sa q u e o s rebeldes, inm ediatam ente señala la actitud de los
solda dos tu cu m an os que se robaron las cargas de dinero, plata
la b ra d a y vestidos que Julián A paza llevabá consigo cuando le
p r e n d ieron , “ las que repartieron entre sí, habiendo entregado
m uy poco al señor comandante, según le avisó la citada L ó p e z ” .
C om o se la obliga a señalar a los principales prom otores del
a l z a m i e n t o , se v e n g a d e la n ta n d o a P alacios, el vecin o
p e n in s u la r que se entendió con Bastidas, pidiéndole lo sacara
de la ciudad y com prándole pan y manteca. En vista de que no
es c re íd a se m e ja n te acusación, se la carea con Miguel, quien,
a u n q u e m ás generosam ente lo niega al principio, termina por
c o n fe s a r la conexión.
S a b e d o ra de que los mestizos A n a y a y Angulo, que hacían de
a m a n u e n s e s , la habían sindicado de mandona cruel y asesina
que c a p ita n e a b a a los indios, los acusa, sosteniendo que si bien
“ no ten ía n arm as de fuego, tuvieron sables y libertad para
in te r n a rs e a la ciudad” y lo hubieran conseguido si lo hubieran
d esea d o.
C om o Josefa A naya, otra mestiza o criolla, a pesar de haber
sido su p ro te g id a frente a la Lupiza, la sindicó de concubina de
A n d r é s , ella no vacila en se ñ a la rla com o ‘ 'am asia de su
herm ano” .
En ios careos, discute con los que la acusan, y los reconviene.
N iega las acusaciones que considera ofensivas y culpa sin la
nienoi vacilación a otros, como es el caso de Andrés, que al fin y
al c a b o está libre y bien lejos de las manos de Diez de Medina.
Y, por ultimo, con la altivez que no mostraron Bastidas y los
c o ro n ele s, proclam a que los rebeldes y, con ellos, la acusada
“ p en sa ron triu n fa r sobre los españoles, sin que llegase el caso
de r e n d ir s e a n u e stra s a 'm a s por el poco nú m ero de los
n u e s tro s y la multitud de ellos” . T erm ina su desafío añadiendo
que c u a n d o venían las tropas auxiliares decidieron “ oponerse y
h a ce r resisten cia hasta acabarnos o consumirse ellos, fiándose
¿i su d esesp e ra ción y despecho” .
P a r e c e r d e l p r o te c to r de n a tu ra le s.-
LA SEN TEN C IA .
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sus delitos para aparecer com o una figura simbólica en la lucha
por la libertad de su raza oprimida.
E sta s reflexiones no cupieron en la estrecha mente del Oidor
qu e la s en te n ció con el siguiente fallo:
" A l i i e g o r i a Apaza, nominada execrablem ente la reina, por
a m a sia de A n d ré s Tupac Am aru y haberse sentado con éste a
s e n t e n c ia r en el pueblo de Sorata, en forma de tribunal, la
m u e r te de aquellos buenos y leales vasallos españoles y blancos
qu e en nu m ero muy considerable fueron víctimas del furor
b a r b a r o de estos carniceros sangrientos y tiranos caudillos, eco
de ia voz de A n d rés y Diego, como Miguel y sus coroneles, en
q u ie n el p rim ero inspiraba sus sentim ientos deshonestos y
t r a id o r e s y opu estos a la subordinación del indulto solicitado y
p r o m u lg a d o , se condena en la misma pena ordinaria de horca,
p a r a c u y a eje cu ción la sacarán con una corona de clavos o
e s p in a s en la cabeza, una aspa cuantiosa por cetro en la mano,
sob re una bestia de albarda, la pasearán por esta plaza con el
m is m o p re g ó n , hasta que puesta en el cadalzo, igualmente
m u era. Y fija d a s sus manos y cabeza en picotas con el rótulo de
su n o m b r e las conduzcan a los pueblos capitales de Achacachi
y c o n s e c u t iv a m e n t e al de Sorata, actuándose en el puesto
d o n d e se p resen tó así sentada y después de días y su incendio
se a r r o je n sem ejan tem en te al aire, las cenizas en presencia de
a q u e llo s indios".
* * *
^ SO B R E ESTAS BIOGRAFIAS
B I B L I O T E C A P O P U L A R B O L IV IA N A D E