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C O LE C C IO N JUVENIL DE BIOGRAFIAS BREVES

MARIA EUGENIA DEL VALLE DE SILES

BARTOLINA SISA
GREGORIA APAZA
DOS HEROINAS INDIGENAS
MARIA EUGENIA DEL VALLE DE SILES

BARTOLINA SISA
Y
GREGORIA APAZA
Dos heroínas indígenas

ESTE VOLUMEN HA SIDO PUBLICADO GRACIAS


A LOS AUSPICIOS DEL BANCO MERCANTIL S.A.

B iblioteca Popular Boliviana de “ Ultima H ora”


La Paz - B olivia
1981
1981 Registro de propiedad intelectual
Depósito Legal D.L. 255-81
Primera edición
1981 Todos los derechos reservados del autor

Carátula e ilustraciones de Teresa Mesa Gisbert

COMITE EDITORIAL DE LA BIBLIOTECA


POPULAR BOLIVIANA DE “ ULTIMA HORA”

Mario Mercado Vaca Guznmn

Mariano Baptista Gumucio

Alberto Zuazo Nathes

Antonio Ríos Luna

C olección dirigida por Mariano Baptista Gumucio

Impreso en Bolivia - Printed in Bolivia


Empresa Editora “ Khana Cruz” S.R.L.
BARTOLINA SISA
Bartolina antes del cerco, lavando e hilando caito
Los M o v i m i e n t o s I n dí ge nas de 1781

A ú n cu a n d o el régim en español en A m érica había in corpora­


do al in d íg e n a en los cuadros adm inistrativos coloniales y
lo g ra d o en cierta medida un m estizaje cultural y racial de
e x tra o rd in a rio s frutos, no había conseguido, debido a la gran
d en sid a d de la población autóctona en estas tierras altas de la
A u d ie n c ia de Charcas, absorber totalm en te a la población india
ni en la s a n g re ni en los hábitos de vida ni en las form as
cu lturales. El problem a de la dualidad racial, que podía haberse
diluido en u n a pacífica convivencia si realm ente se hubiera
p r a ctica d o el hum anism o cristiano sugerido por el padre Las
C asas o p o r el padre Vitoria y al que claram ente se había
ad h erid o la coron a en el terreno teórico y legal, se había ido
h a cien d o cada vez más pesado y agudo. L os desatinados abusos
de los c o r r e g id o r e s , c a ciq u e s, a z o g u e r o s , c o m e r c ia n te s ,
a d u a n e r o s , así com o de los m ism os cu ra s d octrin e ros que
p re fe r ía n im pon er sus intereses y am biciones personales por
e n c im a de las intenciones de la m onarquía, de los juristas y de
la Iglesia, h abían agregado a los problem as iniciales graves
c o n flicto s de orden moral, social y económ ico.
P or o tra parte, a fines del siglo X V I I I se producía una nueva
c o n m o c ió n en este orden de cosas, em a n a d a de la política
e c o n ó m ic a y adm inistrativa que im ponían los Borbones con la
m e n ta lid a d ilustrada de una bu rocracia eficaz, centralizadora y
m o d e r n a q u e , p ro p o n ié n d o s e un a r e o r g a n iz a c ió n de a
a d m in istra ción colonial, pretendía im poner medidas ra ica es
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que vigoriza ra n al Estado. Las autoridades se enfren taron , así,
tanto a la antigua burocracia colonial como a los propios indios,
que debían someterse a nuevas prácticas adm inistrativas tales
com o la del establecimiento de las aduanas o el alza de las
alcabalas.
Todo esto llevó las cosas a tan graves extrem os que, a fines
del siglo X V II I , la América hispana se vió conm ovida por una
serie de estallidos revolucionarios centrados en torno a los años
de 1780-81. En algunas regiones, particularmente de Colombia,
V e n e z u e la y E cuador tomaron un carácter e m in e n te m e n te
popular; se constituyeron, así, los movimientos com u neros de
raigam bre española. En la parte andina, en cambio, la rebelión
p r o t a g o n iz a d a por el elemento indígena tom ó un c a r á c t e r
m ucho m ás vasto y generalizado que sumó a los ingredientes
políticos, económ icos y sociales, rasgos nuevos de tipo étnico,
nacionalista, independista y campesino.
E v id e n te m e n te , no eran éstos los prim eros m ov im ie n to s
indígenas. Ellos se habían producido con f r e c u e n c i a a lo largo
de toda la época colonial, pero ahora constituían un proceso
d ife r e n t e al de las demás rebeliones. L as a n te r io r e s
represen taron , por lo general, conmociones breves y locales y
obedecieron ordinariamente a motivos concretos de protesta
ante las alzas de contribuciones, m alquerencias o descontento
fr e n t e al p r o c e d e r de d eterm in ad os fu n c io n a r io s , o
in s titu c io n e s . No im plicaron planes políticos y f r a c a s a r o n
s ie m p r e p o r q u e se enfren ta ban a un E s ta d o f u e r t e que
reaccionab a enérgicamente. Los movimientos indígenas del 80
y 81 sum aban, ahora, a los elementos anteriores, la extensión -
-desde el sur de Colombia hasta el norte de Chile y desde el
Perú hasta la actual Bolivia y norte argentino-, la intensidad,
la larga preparación, la duración, el arraigo, la violencia y la
r p a r ic ió n de grandes caudillos, como José G abriel y D iego
Cristóbal Tupac Am aru, Tomás Katari y Tupac Katari.
Si bien los m ovimientos del área andina tuvieron conexión
con el originado en Tinta por el cacique de sangre real, José
G a b rie l T u p a c A m a ru , m anifestaron , sin e m b a r g o , un
desarrollo bastante localizado en las diferentes regiones de la
A u d ie n cia de Charcas, puesto, que, si bien se influenciaron
m u tu am en te y mantuvieron contactos, cumplieron, en realidad,
actuaciones más o menos paralelas, sin una interacción seria,
m etódica y sincronizada que mostrara la elaboración de un
plan gen era l y de una estrategia única, así como la obediencia a
un solo je fe . Por esto en Bolivia pueden e s tu d ia rs e estos
m ovim ientos en form a más o menos, independiente; de ahí que
nos h a y a pa recid o conveniente dirigir la a te n ció n al que,
desarrollado en una extensión territorial bastante gran de, tuvo
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c o m o n ú cleo central la ciudad de L a Paz y se desenvolvió en
t o r n o a la fig u r a de Tupac Katari.
C r e e m o s q u e se puede sosten er, sin e xa gera r, que la
a c t u a c i ó n de Ju lián A p a za , el caudillo aym ara que se
a u to d e n o m in ó virrey Tupac Katari y la conmoción que produjo
en las p ro v in cia s de Sicasica, Pacajes, Y ungas, L arecaja y
O m a s u y o s , así com o el p rolo n g a d o y d ra m á tico cerco que
im p u so a la ciudad de La Paz, son hechos de tal magnitud que
s o b r e p a sa n en im portancia a los acontecimientos de las otras
r e g io n e s de am bos virreinatos.
T ie n e , adem ás, este movimiento, variantes tan peculiares qe
p u e d e a fir m a rs e que se trata del mas original, dentro del
c o n ju n t o de las sublevaciones populares de raigambre indígena
en el siglo X V I I I .
C o n tó Julián A paza para realizar sus planes, fuera de su
n a tu r a l in te lig e n cia , su increíble valor, su arrogan cia sin
lím ites, su sagacidad, su sentido bélico y estratégico, con el
a p o y o de eficien tes colaboradores, amanuenses, fusileros y
c o r o n e le s y, sobre todo, con la colaboración de dos m ujeres
e x c e p c io n a le s , Bartolina Sisa, su esposa, y Gregoria Apaza, su
herm ana.

La m u je r d u r a n t e la rebelión

C u a n d o se revisan las abundantes fuentes documentales que


e x is te n en los diversos archivos de Boliyia, Buenos Aires y
E s p a ñ a , s o b r e la m arch a gen eral de la rebelión de Tupac
K a ta ri, así com o del cerco puesto a la ciudad de La Paz, es
c u r io s o c o m p r o b a r que nunca aparece una mención que se
r e fie r a a la actividad singularizada de alguna m ujer española.
E n los diarios del cerco (1) que son los m ejores testimonios de.lo
qu e a c o n te c ió en la ciudad, así como de lo que ocurría en la vida
c o tid ia n a , no se encuentra nunca una noticia que aluda a un
a cto d e s ta c a d o de alguna española o criolla. No dudamos, sin
e m b a r g o , que a pesar de tan extraño silencio sobre el papel
d e s e m p e ñ a d o por la mujer, ésta debe haber colaborado con una
a c t it u d qu e, si bien no se destacó en la lucha misma, se
m a n i f e s t ó , en cam bio, en la co la b o ra ció n silen ciosa que
m a n t e n ía el ánim o en alto, en la procura de alimentos, en el

(1) S e g u r ó la , S e b a s tiá n de, D iario d e lo s S u c e s o s d e l C e rc o d e la C iu d a d de L a P a z en 1781, en


B a lliv iá n y R o x a s , \ Ícente, C o l. d e D o c u m e n to s rela tivos a la H isto ria d e B o livia , P a rís, 1872. Diez de
M e d in a , T ra n cisco T a d e o , D ia rio d e l A lz a m ie n to d e In d io s C o n ju ra d o s c o n tra la c iu d a d d e N u e stra S eñ o ra
d e L a P a z , A G I . C h a r c a s 583. C a stañ ed a, F rancisco de, P rin cip a les S u c e s o s a c a e c id o s en los d o s
A s e d io s o C e r c o s q u e p a d e c ió e s ta c iu d a d d e L a P a z , en J.R . G u tiérrez, D o cu m e n to s pa ra la H isto ria
A n t ig u a d e B o liv ia . L a P a z , 1871). D iario d e la S u b le va ció n d e l a ñ o 1780, q u e escrib ió un cap itá n L e d o , d e
o rd e n d e l c o m a n d a n te S e b a s tiá n d e S eg u ró la . A rchivo U n iversid ad M ayo r de San A n d rés, de L a Paz.

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cuidado de los enfermos, en la distribución de raciones, en el
hacer fren te a las necesidades y en el mostrarse fu erte cuando
el espíritu de todos decaía.
E s posible que esta omisión se deba a que los diarios e
in form es del asedio fueron escritos, por lo general, por m ilitares
que, con la natural inclinación a narrar los hechos bélicos, no se
interesaron en destacar figuras femeninas. Por otra parte, el
único diario escrito por un civil es el del oidor F rancisco Tadeo
Diez de Medina, un solterón recalcitrante que, en las pocas
ocasion es en que se refiere al papel de alguna m ujer, es para
señalarlas com o “ madamas curiosas” que rodean a Seguróla y
se enteran de las noticias,antes de que lo hagan personajes
im portantes de la ciudad, o a m ujeres que acuden a los templos
a orar, son heridas por una bala perdida o asesinadas por los
indios cuando salen fuera de los muros en busca de algún fru to
o raíz.
No ocurre este fenómeno, en cambio, en lo que se refiere al
cam po indígena. En este caso, puede apreciarse que tanto los
diarios, com o los informes oficiales o particulares, las cartas, los
ju icio s y confesiones, se refieren continuam ente a la m ujer.
Cuando lo docum entos narran combates, siempre anotan la
p a r t ic ip a c ió n de m u jere s que acom pañ an a los h o m b r e s ,
acarrean d o piedras, acumulando galgas e incluso usando la
honda. La correspondencia requisada ados rebeldes despues de
la derrota nos m uestra la presencia continua de m u jeres en ios
cam pam entos, donde, además de actuar como hem os dicho más
a rriba , p re p a ra n las comidas, adm inistran las pro vision es,
cosen ropa para los caudillos, vigilan los depósitos de coca y
alcohol y guardan celosamente los depósitos de jo y a s , plata
labrada y sellada y vestidos obtenidos en los saqueos. Tam bién
nos la m uestran en la retaguardia, donde sus m aridos, especial­
m en te los coroneles más importantes, las han dejado en las
fin ca s y haciendas obtenidas en la rebelión. Allí las vem os
adm inistrando los bienes, sembrando, recolectando, enviando
ga n a d o s y provisiones al campo de batalla, reuniendo a las
fam ilias m ás m odestas de los alrededores, así com o a los niños,
a quienes, com o se ve en una carta de Rosa L uque a Quispe el
M enor, su esposo, envían a la escuela a proseguir su educación
a p esa r de todo el ajetreo de la insurrección (2). Otras veces,

(2) E l 10 de S ep tiem b re de 1781, dice Rosa Luque a Diego Quispe el M en o r: “ S eñ o r esposo don
D ie g o Q u isp e . M u y se ñ o r m ío y toda mi m ayor veneración : R e cib í su a m o r o s a c a r ta de
v u e sm e rc e d , celeb ran do su m u y ini ortante salud, quedando la m ía sin nov ed a d p ara serv irle
d e .c u a lq u ie r su e rte. E sposo m ío, r< as tres cargas de maíz que m e e n tr e g ó los p ortad ores y
ju n ta m e n te el afecto de v u e stra n J que es el topito y sortija de oro; a sim ism o la re m e sa
p ara la s m u je re s , cu a tro p esos; pa -i la señora m adre dos p esos y p ara la m u je r de P u m a,
m e n o s a la m u je r de José porque entregó m ás que cuatro p esos. L os ja n a c e s e stá n todos

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e s ta s m u jeres deben em pujar a los propios hombres para qu
a c u d a n al enrolam iento o tienen que defender las fincas y los
b i e n e s de la in terv e n ción de otros in d ígen as ávid
en v id iosos.
T a m b ié n puede apreciarse, tanto a través de aquella corres­
p o n d e n c ia com o en los juicios y confesiones, que las m ujeres
in d ig e n a s , tradicionalm ente austeras y tranquilas en materia
se n tim e n ta l, se transforman en aquellos momentos tensos en
qu e to d o se trastorna por la guerra y la inestabilidad, en ardo­
r o sa s am an tes que despiertan apasionados amores entre los
cau d illos, m ientras rivalizan y pelean entre ellas por celos,
e n v id ia s y resquem ores. En este sentido, puede apreciarse que
d e n t r o de e sta s actividades fem eninas, participan también,
c o m p le ta m e n te inmersas en el mundo de los rebeldes, m ujeres
m e stiz a s, que en las declaraciones figuran como españolas, con­
v ir tié n d o s e en eficaces miembros de los séquitos de los grandes
cau d illos, ya sea cosiendo, sirviéndoles o aceptando ser sus
b a r r a g a n a s . P o r supuesto, en la hora de los juicios, todas
s o s tie n e n que se vieron obligadas a mantenerse en el campo de
los in s u r g e n te s llevadas por el miedo; sin embargo, no podemos
d e s c a r ta r la posibilidad de que hubiera influídido en ellas el
a t r a c tiv o de los jóven es jefes así como el prestigio de ser elegi­
das p o r los que entonces parecían héroes invencibles que esta­
b le ce r ía n un nuevo estado de cosas más de acuerdo con la
v e r d a d e r a distribución de los grupos étnicos.
C o rre sp on d e en este trabajo dirigir la atención a las dos
m u je r e s que estuvieron más cerca del rebelde Tupac Katari, las
que, a su vez, por sus características personales de arrojo,
v a le n t ía , d ed icación y autoridad, se convierten, sin lu gar a
d u d a s , en las dos figu ras fem en in as más im porta n tes del
p r o c e s o revolucionario en los territorios de la Audiencia de
C h a rca s. N os referim os a Bartolina Sisa, la esposa de Julián
A p a z a y a G regoria Apaza, la hermana.

Bartolina Sisa

P a r a c o n o c e r a esta m ujer en dimensión histórica, debemos


d e ja r de lado las tradiciones más o menos románticas que nos

a c a b a d o s de s e m b r a r q u e asim ism o ten d ré cuidado de las lab ran za s de H apabuco y no habrá


n o v e d a d y si h u b ie se barbech o que com prar com praré. A los m uchachos y a los he puesto a la
e s c u e la conforrAe vu e sa m erce d me m an da, y a las fa m ilia s Ju an R iveros, M anuel M edrano
e s t á n b u e n a s ; J u a n T ru jillo s, M anuel R iveros, todos estam os ju n to s, sólo L u cas T rujillo salió
a p a r te . Y a h o r a e n v ío por algún m aiz a M anuel M ed ran o porque aquí hace m ucha fa íta . Doña
A lf o n s a se le e n co m ie n d a m uy de corazón como todos los m uchachos y fam ilia de ca sa; la m u jer
de J o sé e s tá en c a s a , to d o s en nu estro abrigo. N u e stro S eñor guard e a vuesam erced muchos
a ñ o s . P a ta m b u c o , S e tie m b re 10 de 1781. B eso la m ano de vuesam erced. Su fin a servidora doña
R o s a L u q u e ” . A G I . B u e n o s A ire s 319.

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han transm itido Nicanor Aranzaez o Augusto Guzmán (3), para
ir a los datos que nos proporcionan los docum entos de la época
que S04i las únicas fuentes que nos dicen algo más cercan o a la
verdad o que nos señalan más acertadamente sus rasgos de
c o n d u c t a p sicológ ica , porque están n a rra d o s por te s t ig o s
p r e s e n c ia le s que convivieron con ella, la vieron •a ctuar, la
ap re c ia ro n o tem ieron o porque están a s e v e ra d o s por ella
misma, en sus declaraciones ante los jueces que pudieron, por
supuesto, atem orizarla como para hacerla pron u n ciar cosas
que no siem pre quería decir pero que no le hacen va ria r los
datos que la identifican en sus antee-edenes personales. Pueden
ser falsas, entonces, en sus declaraciones, las interpretaciones
y explicaciones de los hechos en que actuó, pero no los hechos
mismos, pues éstos constan por las declaraciones de los otros,
los careos o las narraciones de testigos oculares que la vieron
realizando o capitaneando determinadas acciones.
Asi, por ejem plo, Nicanor A ranzáez dice que nació en La Paz,
el 24 de A g os to de 1750, hija de José Sisa y Josefa V argas y
que p ertenecía a una familia mestiza muy nu m erosa en esta
ciudad. Eso habría significado que Bartolina era una m estiza
de 30 años en la época del cerco.
Ella declara, en cambio, el 5 de Julio de 1781, ser natural del
pueblo de Caracato y vecina del de Sicasica; que en C aracato
es de la parcialidad de Urinsaya, del ayllo Ocoire. No sabe su
edad, pero los ju eces hacen anotar que se la ve de m ás de 20
años. No se dice si es india o mestiza, pero en las dos in terro­
ga cion es que se le hacen se utilizan intérpretes. En la segunda
con fesión , a fines de 1781, insiste en las mismas generales.
A firm a, asimismo, que tuvo el oficio de lavandera, hiladora de
caito y te je d o ra y que es mujer legítima de Julián A paza.
Señala tam bién que ella, antes de la rebelión, no convivía
perm an en tem en te con su marido, por los continuos viajes que
éste hacía y que incluso estaban medio disgustados cuando
T upac Katari inició el movimiento de rebelión en los pueblos de
la provincia de Sicasica, por lo que sólo se enteró de que él
en ca b ez a b a el estallido cuando la hizo traer de su pueblo para
qu e lo a c o m p a ñ a r a en El Alto. M en cion a , en su p r im e r a
confesión, 10 años de actividades conspiratorias de su cónyuge,
lo que pondría en tela de juicio la edad que le asignan los
fu n cio n a rios españoles que le toman declaración; sin em bargo,
fei nos fija m o s más, podemos ver que el docum ento habla de más

(•'!) A r a n z a e z . N ic a n o r, D ic c io n a rio H istó ric o B io g rá fico de L a P a z . L«r l ’ a z , l ’J lü .- G u i S f m i n ,


A u g u s t o , Tu¡.>ac K a ta ri. .México l'.U I. Dentro de este Kciicin, en que pred om ina la im ajíinaeión
re tro sp e ctiv a sob re el dato histórico escueto, habría que incluir tam bién a D ía z M ach icao ,
l o ) lirio. T u p a c K a ta ri, la sierp e. La l ’az, 11H>4. Hotelho ( I/ al VI'/., R aúl. L a la n z a c a p ita n a . L a I ’az,
1!)<¡7.

- 14 -
Bartolina como Virreina recibe el homenaje de sus súbditos
.


de 20 años y que, por otro lado, al señalar ella esos 10 años, no
afirm a qu-e hubieran transcurrido dentro de su vida conyugal;
por lo tanto, podía Tupac Katari haber iniciado esas andanzas
ya antes de casarse con ella.
T am bién se desprende del cotejo de la confesión de Bartolina
con la de Julián, que ésta no tuvo hijos y que Anselm o, el niño
de siete años, hijo de Tupac Katari, que fue llevado por A ndrés
T u p a c A m a ru a A zángaro, ju n to con el hijo de Gregoria, no
p erten ecía a Bartolina, porque ella no se refiere jam ás a él y
porqu e Julián A paza señala expresam ente que la madre del
niño, M arcela Sisa, había muerto “ dejándole en la infancia” . No
s a b e m o s q u ié n fu e ra esa m u jer; la m era c o in c id e n c ia de
apellido con Bartolina no nos permite suponer que fu era su
herm ana. '

B a rto lin a sa le d e l anonim ato

A esos escu etos puntos se reducen los datos que poseemos de


la vida de Bartolina en la época anterior a la sublevación.
P uede desprenderse, sin embargo, que Julián A paza, a pesar de
no h aber convivido intensamente con ella, la conocía bien y
estim a ba sus cualidades, puesto que cuando se instaló en El
A lto, para iniciar el cerco de La Paz, la hizo venir jun to a él,
pa ra que asum iera el rango de virreina que le correspondía
c o m o su legítim a esposa y presidiera así la corte de que quería
rodearse, la que quedó constituida, además, por su herm ana
G regoria y sus tíos y parientes. Pero, sobre todo, Tupac Katari
q u is o c o n t a r con ella com o la m ás e fica z c o la b o r a d o r a y
con sejera .
E sto significa que la fam a de B artolina nació del papel que
ésta d esem peñ ó ju n to al caudillo, en los cortos meses que duró
el prim er asedio, es decir, desde mediados de M arzo hasta los
últim os días de Junio de 1781. B astaron esos tres meses y medio
para que esta extraordinaria m ujer ganara un nombre, que no
c a y ó en el olvido, a pesar de que desde Julio, cuando fue
e n tr e g a d a a traición por los suyos al libertador de La Paz,
Ign a cio Flores, permaneció en la cárcel de la ciudad, hasta su
e jecu ción en Setiembre de 1782. Parecería más bien, que una
in m en sa nostalgia aureoló su figura. Su encierro en prisión, su
au sencia en El Alto y la falta de su apoyo y consejo al caudillo
op a ca ron un tanto el brillo de las actuaciones de Tupac Katari;
éste se refu gió en Yungas durante el tiempo en que Flores
p e rm an eció en la ciudad y tuvo que soportar la disminución de
su a u torid ad al tener que com partir el m ando con A n d rés
T u pa c A m a ru y Miguel Bastidas en el segundo cerco, debiendo
a ce p ta r ver rebajado por Diego Cristóbal Tupac Amaru, su
título de v irrey al de gobernador.
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Bartolina Cap ita na

B artolina fue acusada por el oidor Diez de Medina, que la


e n ju ició “ de atrocidades iguales a las de su m arido Julián
A p a z a ” y de “ que capitaneaba a nuestra vista a los rebeldes,
con salvas de fusiles y adoraciones que le tributaban los am oti­
nados” . “ Suplía como principal mandona en los asedios de la
ciudad, las faltas y ausencias de su m arido” . “ In icu a m en te” ,
añade, m andó varios homicidios y entre ellos el sacrilego de
cinco sacerdotes, en cuyo degüello confiesa haber convenido, el
29 de Junio del próxim o año pasado” . Sin em bargo, agrega, “ el
crim en no se verificó por la fu ga de ellos". La acusa, asimismo,
de h a b e r a u x ilia d o “ en las in v a s io n e s ” y aún h a b e rla s
presenciado con gentes y armas “ especialmente, cuando el que
acom etía era su m arido” . Por último, term ina anotando que
tiene la com ún nota con Julián A p a za “ de su barbarie, tiranía y
fe r o c id a d ” , siendo por ello “ aprehendida en su obstinación al
te r m in a r el prim er a s e d io ” por las tro p a s a u x ilia r e s que
com andaba Ignacio Flores.
Tales acusaciones, aceptadas por Bartolina, que las reconoció
e x p r e s a m e n t e en sus con fe sion e s, d icien d o que sa b ía que
estaba presa porque alistó a la gente que e sta ba bajo las
uruenes de su marido, porque fom entó el sitio en las ausencias
de T upac Katari y porque capitaneó en los com bates, sirven
para m ostrarn os a la heroína indígena en plena actividad
g u e r r e r a . L a m u je r sum isa que lavaba, m iab a, t e jía y
soportaba las largas ausencias que le imponía su marido con
sus via je s, fue traída al Alto, para afron ta r una situación
desconocida, que supo aceptar y que no implicaba solam ente la
gloria y el boato que le imponía el ser la esposa de) nuevo
v irre y , sino ta m b ié n la tarea m ás ard u a y p e lig r o s a de
em puñ ar las armas, acaudillar las tropas, enrolar com b atien ­
tes, to m a r decisiones e imponer su voluntad a los alzados que
no debían verla flaqu ear un sólo instante si no quería perder la
autoridad que su m arido delegaba en ella.
Por las descripciones que el padre Borda, un agustino que
estu vo prisionero en El Alto, hizo a Seguróla en un informe que
éste le pidió cuando pudo e sca p a r hacia la ciudad (4), puede
a p re cia rse cóm o B a rto lin a supo captar los d eb e re s que le
im ponía su nuevo papel, con lo que no sólo fue una eficaz
capitana, sino tam bién intuyó la im portancia que significaba el
m a n t e n e r u n a e t iq u e ta y s o p o r ta r un p r o t o c o lo , dada la
necesidad que tenía su marido de rodearse de una aureola de

(4) In fo rm e del padre B o rd a al com an dan te S eg u ró la , 30 de M a y o 1781, en B a lliv iá n y R ox as,


V ice n te , Colección de D o cu m en to s relativos a la H istoria de B o liv ia . P arís, 1872.

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prestigio que llenara la carencia de jerarqu ía social de que
a d o le c ía , p u e s to que él no era de sa n gre n ob le ni había
d e s e m p e ñ a d o ja m á s un cargo político im portante como el de
cacique.

B a rto lin a Virrein a

El ag u stin o cuenta que Tupac Katari comía “ con su m ujer


que siem pre asistía a su lado, usando de mucha plata labra­
da...” y que asimismo asistía con el a los oficios religiosos, bajo
un toldo g ra n d e que llamaban “ capilla” , sentándose en un dosel
y a ce p ta n d o que los indios, en genuflexión le besaran la mano.
A si m ism o la pinta Borda, acom pañando al caudillo a un lugar
especial, desde donde observaban el desarrollo de las batallas
que se d aban abajo, junto a las murallas de la ciudad.
En la m ism a form a la retratan los diarios llevados por
algu n as personas de la ciudad, a que ya hemos aludido. Los
a u tores, si bien no veían lo que sucedía dentro tle las tiendas de
los alzados, podían, en cambio, observar las solemnes bajadas
qu e h a cia la heroína cuando se acercaba a las fortalezas o
c u a n d o se dirigía, elegantem ente vestida de cabriolé especie de
g a b a n estrech o, de origen europeo, con aboton adu ra delantera,
m a n g a s estre ch a s y adornos de galón de oro o plata desde el
alto de San Pedro o de Lima hacia Potopoto o Pampajasi.
B a ja b a , e n ton ces en aderezada muía y acom pañada de crecido
n u m ero de indios a pie o montados.
T al e le g a n c ia y solem nidad in d ig n a b a n al oidor Diez de
M edina, que no podía soportar la insolencia de sem ejante boato
e n e s ta m u je r , a quien, más que el ser alzada, no podía
p e rd o n a rle el pecado que le im putaba equ ivocadam ente de ser
la “ a m a n c e b a d a ” , “ concu bin a” y “ am asia” , de T upac Katari. El
capitá n L edo, en cambio, un hombre sencillo, no pudo deja r de
s en tir la su b yu ga ción de esta m ujer y, describiendo las escenas
qu e le con cern ían , la m encionaba siempre como la “ virreina’.’.
S eñala B orda, como parte im portante de su rol de m ujer del
v ir r e y T u p a c Katari, el de intercesora; anota no sin cierta c o n ­
tra d icción , que siendo aún más cruel que A paza, era “ la que
c o n c e d ía o no, la revocación de sus sen ten cia s” , quitando a v e ­
ces su ap oyo a las “ perversidades” de Julián A p a za “ no tanto
p o rq u e n o m uriesen los sentenciados sino tal vez el que ella no
sigu iese el m ism o sacrificio” , puesto que m uchas veces, añade
el capellán , la am enazaba a ella misma de muerte. Cuando el
caudillo se hallaba en aquellos m om entos de iracundia, señala
el agustino, Bartolina, en un gesto m uy fem enino, procuraba

- 19 -
sum in istrarle ella misma la copa, calmándole con halagos, espe­
cialm en te cuando se trataba de amenazas a los sacerdotes, has­
ta que, apaciguado, dejaba de lado la sentencia, añadiendo:
“ Por tí hago este perdón, reina” . Confirma el padre B orda la
misión de m ediadora que le asigna, comentando que todos com ­
p rend ían que para sobrevivir frente a los desm anes del virrey
A p a za , era necesario “ lograr el m ejor aire de su co n so rte” .

A d h e s ió n d e Bartolina a los planes de Tupac Katari.-

T an to el padre B orda como el protector de naturales, Diego


de la Riva, en su alegato de defensa de Bartolina, quieren
su p o n e r que esta m ujer actuó en la rebelión, llevada m ucho
m ás por el miedo a Julián Apaza que por propia convicción.
C reem os, sin em bargo, que no fue así, y que a ella la movió m u­
cho m ás que el tem or o la obediencia incondicional al marido,
t íp ica de u n a socied ad en que pred om in a b a im p e r tu r b a ­
blem en te el varón, la seguridad de que su marido llevaba razón
en lo que hacía, así como la propia adhesión a los móviles de la
rebelión que la identificaban a su cónyuge, a quien ella, más
que tem or, profesaba admiración, respeto y fidelidad.
El padre B orda dice que Bartolina se quedaba con el mando y
el g o b ie rn o en las ausencias de su marido “ desem peñándolo en
el t o d o ” y en modo tal “ que no hacía falta alguna K atari” . Ella
rein a ba y tom aba toda clase de disposiciones; sin em bargo,
nu nca se arrogó el poder ni hizo frente a su marido ni se
c o n s t i t u y ó en una “ m a n d o n a ” , com o su c u ñ a d a G regoria.
B a rtolin a se limitó a ser la eficaz colaboradora de Julián y no
em p a ñ ó su misión de m ujer con ambiciones personales. Ella
am ab a a T upac Katari y, en consecuencia aceptaba el papel que
éste le a s ig n a b a ” por ser su m ujer legítima” , com o lo sostiene
en su confesión . La heroína había insistido, en que la ultima de
sus ausencias, cuando la dejó en La Paz, fue por dos años, asi
com o que cuando se inició ei movimiento de rebelión, estaban
disgustados, sin em bargo, bastó que la llamara desde El Alto
para qu e ella, acatando su orden, se viniera de inmediato desde
Sicasica y se adaptara plena y gustosam ente a las novedades
que se le presentaban.
C uando en sus dos confesiones Bartolina tuvo que referirse a
las activid ades de su esposo, lo hizo con arrogancia, dem os­
tra n d o que se sentía orgullosa de las relaciones tan directas e
im p orta n tes de éste con Tupac A m aru y asi insistió que llevaba
10 años preparando la empresa, que viajaba con frecuencia a
T u n g a s u c a a entrevis. e con él, e, incluso, que acababa de
llegar de allí cuando se uduio el levantam iento en su pueblo.
A s e g u r a b a que los eclesiásticos le habían contado en El Alto
qu e Tupac K atari había andado por muchísimos pueblos y luga­
res pa ra persuadir,alentar y conm over a los indios, con lo que
h a b ía p a sa d o m uchos trabajos. Ella, muy discreta, le
sie m p r e en secretos y salidas, pero nunca le averiguó pui
lu g a r e s de destino ni por los que se comprometían en tales
cabildeos. Sólo sabía que Julián se entregó por completo a esas
activid ades, ppr complacer a José Gabriel Tupac Amaru. Que a
los in d io s los c o n v e n cía , ha cién doles ver que, después de
v e n c i d o s los españoles, ellos se habían de qu edar du eños
a b s o lu to s de estos lugares y de los caudales.
C on u fa n a convicción sostuvo en su segunda confesión, que
su m arid o q u e n a arruinar enteram ente La Paz, para pasar a
L im a con sus pr incipales a dar cuenta de la destrucción, porque
T u p a c K atari lo hacía todo por orden de Tupac Amaru, “ para
qu e e x tin g u id a la cara blanca, sólo reinasen los indios” , Tal
fr a s e re vela un a actitud psicológica de rebeldía en la acusada,
p u e s to que esta segunda declaración le fue tom ada a fines de
D iciem b re de 1781, cuando su marido ya había sido ajusticiado;
p r e te n d ía B a rtola que Tupac Katari deseaba pasar a Lima a
v e r a C ondorcanqui, cuando se sabía perfectam ente que Tupac
A m a r u no sólo no volvió a Lima durante la sublevación, sino
qu e ni siqu iera logró entrar al Cuzco.
C u a n d o se le hizo ver “ que con form e a los méritos de los
a u t o s ” résu ltaba que su marido nunca hizo tales viajes al
P erú , ella no se desdijo de lo que quería creer y sostuvo que no
le c o n s ta b a n los viajes, dado que estuvieron separados algunos
años, pero que como su marido se lo dijo, ella había vivido en
e sa persuasión. Efectivam ente, Julián A paza en su declaración
h a b ló de influencias, de cumplir los deseos de Tupac Amaru,
p ero en n in gú n caso de entrevistas personales. Nunca se podrá
s a b e r si e fe c tiv a m e n te Julián A p a z a había realizado tales
v ia je s y tenido aquellos contactos con Tupac Amaru, puesto
qu e no se refirió a ellos en su confesión. No se sabe si quiso
ca lla rlos volu ntariam ente o si se los inventó a su mujer para
p re s tig ia rs e ante ella, haciéndose perdonar sus ausencias o si,
p or últim o, ella misma los quiso creer, en una actitud de devota
a d m ira ció n que acrecentaba la im portancia del marido como
c o n fid e n te directo del principal caudillo.

Cómo e r a Bartolina.

De la docum entación existente no se desprende una imagen


c la r a de su aspecto físico. En las dos confesiones se dice
s o la m e n te que se la ve de más de 20 años, es decir, se la ve como
u n a m u je r jo v e n . El padre B o r d a la con sid e ra algo más

-21-
ijiadura, cuando le supone 26 años. Además, el agustino no la
describe com o india sino como "ch o la ” , pero no se sabe si su
apreciación se debe a los rasgos físicos de su rostro o a su
in dum entaria que, por los diarios, se ve que era la de una india
o m e stiz a elegante, vestida más a la española, puesto que
usaba cabriolé. Puede comprenderse que, siendo una m ujer ue
cam po, que ocupaba su tiempo en lavar, tejer e hilar caito, es
decir vellones de oveja o auquénidos debe haber sido de recia
con textu ra . Por otra parte, Nicolás Macedo, el plumario de
T upac Katari, dice en su confesión que --ún cuando él no la
conoció, oyó decir siempre que era una j..ena e n . ”>3 que
m on taba a caballo de día y de noche. Se compi^. nbién
que era una m ujer fuerte si se piensa que entró en ion el
m ism o día que A s ce n cio A lejo, el cañarí de P ucaran i que
dorm ía a sus pies, el cual, teniendo sólo 21 años, no soportó la
cárcel más de tres meses, pues el 5 de Octubre d t 1781 el
auditor F erm ín Escudero le encontró “ de la red para adentro,
tendido en el suelo y calzado de un par de grillos, el que,
recon ocido, estaba al parecer naturalmente m uerto y pasado de
esta presen te vida a la otra” .
B artolina, en cambio, manifestó por prim era vez debilidad,
después de un año de soportar cárcel, cuando el 24 de Junio de
1782, pidió que la viera un médico porque estaba enferm a. Pasó
a v e r la al c a la b o z o , efe ctiv a m e n te, F ra n cis co C asta ñ ed a ,
p r o fe s o r de M edicin a y Cirugía. Ella se había q u e ja d o de
“ eva cu a cion e s y mal de madre” ; el guardia sostuvo no haber
v is t o q u e t u v ie r a m uchas e v a cu a cio n es, pero el m édico
recon oció que tenía el pulso débil, aunque sostuviera que el mal
se podía deber a “ la rabia y cólera” de estar encerrada. AGI
B u en o s A ires 319. No puede dejar de pensarse que a la fuerte
depresión de ánimo que el médico señalaba como rabia y cólera,
p rodu cida por las noticias de la derrota de los suyos y de la
m u e r te de su esposo, se sum aba la falta de alim entos, el
p rolon ga d o encierro en una m azmorra fría, oscura y húmeda,
com o tienen que haber sido las de la cárcel pública de entonces,
según se deduce del hecho de que de los cogidos en Peñas y
ju z g a d o s por Francisco Tadeo Diez de Medina, m urieron en la
cárcel, antes de ser sentenciados, Diego Calsina, Diego Estaca,
A le jo C asaca-a éste lo aplastó una pared, derrum bada segu­
ram en te por humedad-Pascual Quispe, A scencia Flores, m ujer
de Quispe el M ayor y Gregorio Suio.

U ltim o e n c u e n tr o de Bartolina y Tupac Katari.-

L a única referencia que nos permite im aginar a B artola en


su aspecto físico, después de cuatro meses de encierro, es la
- 22 -
Mirando desde El Alto la ciudad cercada
e s c e n a que cuentan los diarios el día 5 de Octubre, cuando
S e g u ró la , al intentar tender una trampa a Tupac Katari, sacó a
B a r t o lin a a la tronera del fuerte de Santa B árba ra , en la
R iv erilla , para que la vieran los indios y le avisaran al rebelde;
c u a n d o éste se acercara a hablarle, los saboyanos, disfrazados y
c o n sus fusiles ocultos, caerían sobre él.
P a r a ello, Ledo, todavía respetuoso, dice que el com andante
s acó a la “ v ir r e in a ” para que Katari se acercara a hablarle.
D iez de M edin a agrega que la hizo llevar “ sin los grillos que
t e n ía pu estos, muy lavada y compuesta, de ropajes ajenos y
d e c e n t e s ” . Y añaden Ledo y el oidor que Julián, anoticiado, se
a v e c in ó pero manteniéndose a prudente distancia, inquieto y
e le g a n te , a caballo, con “ sortuy verde de paño y calzón negro de
t e r c io p e lo ” . El caudillo receló y sólo permitió que se acercaran
sus s e cr e ta r io s y coroneles, con los que le envió “ pan, maíz
to sta d o , carne, dinero y una talega de coca del uso del mismo
A p a z a ” , r e co rd á n d o le , en una escen a m uy tiern a, “ que si
c o n o c ía esta p ren d a” . El ardid, por supuesto, fra ca só dada la
n a tu r a l descon fian za de Tupac Katari. Sin em bargo, pudieron
v e r s e , a u n q u e de lejos, los esposos, c o n s titu y e n d o éste su
ú ltim o e n cu en tro. Pasaría algo más de un mes y A p a za ya
e s ta r ía a ju sticiado por la premura del oidor, con lo que no pudo
r e a liz a rs e el plan de Ignacio Flores de que se les ju n ta r a a
m a r id o y m u je r para un careo.
E n el c o m e n t a r io de este episodio, m uy e s c u e t a m e n t e
n a r r a d o por Castañeda y Seguróla, hay pequeños detalles que
p a r e c e no captaron ni Ledo ni Diez de Medina. El prim ero dice
qu e B a r to lin a contestó a los m ensajes de A paza con el m ism o
ca riñ o, pidiéndole que se acercara “ para tratar las paces, que
t o d a la ciu d a d quería pedirle perdón y así de u n a v e z se
a m is ta s e y ella saldría prontamente a acom pañ arlo” . Diez de
M ed in a, a su vez, dice que “ la india” les dijo a los enviados “ q u e
se h a lla b a bien asistidá y tra ta da de los esp a ñ o les y con
d e c e n c ia sacó y mostró sus pies para que vieran que no tenía
p r is io n e s y les dijo llamasen a A p a za de quien pendía su
libertad... que viniese sin recelarse de los españoles que no
p r o c e d ía n con traiciones como ellos” .
¿ P o r qué h a bló así Bartolina? Ella sabía bien que no estaba
libre p u e sto que acababan de sacarle los grillos y estaba en ese
in s ta n te s om etid a a una estrecha vigilancia. ¿Quiso reprocharle
a su m arido el que no hubiera castigado a los indios que la
e n t r e g a r o n a traición? ¿D esconocía todo lo qu e éste h a bía
in te n ta d o p a ra canjearla por el presbítero Roxas, capellán del
e jé r c ito , ca p tu ra d o por Katari en su hacienda de A chachicala?
¿ T u v o la e s p e r a n z a de salir libre si sitiad os y s itia d o re s
a c o r d a b a n las paces, en vista de un llamado a los criollos a salir
f u e r a de las murallas, que habían hecho los rebeldes ese mismo
-25-
día.7 ¿No se percató de la celada que pretendía tender S eguróla
a su marido?, o bien, ¿dijo, tem erosa e intimidada, después de
tanto tiempo en presidio, todo lo que los españoles le hicieron
decir?

Rectitu d de carácter.

C ree m o s que esta última fue la razón de sus m en s a jes ,


p o r q u e pu ede ap recia rse, a tra v é s de to d a s las fu e n t e s
exam inadas, que esta mujer mostró siempre una actitud 1 1 0 0 1 6
en su proceder. Así, por ejemplo, no sólo colaboró en los planes
de su marido, sin pretender arrebatarle el poder o la gloria,
sino que le auxilió sin vacilaciones cuan do éste e sta b a en
peligro, como ocurrió cuando A paza se dirigió a C alam arca a
d etener a los ejércitos auxiliares que venían a liberar L a Paz.
En aquella ocasión, el rebelde fue com pletam ente derrota do y
tuvo que retirarse a Guaruma, un lugar vecino; desde allí le
escribió, diciéndole que tenía todavía tres mil hom bres y que
e sp erab a se le ju n ta sen más para venir al A lto a dar la batalla
d e fin itiv a . B a rto lin a , en ese m om en to, no p e n só en que
qu edaba con pocas fuerzas, ni en los peligros que podía co rrer si
no huía, antes bien, de inmediato le envió mil hom bres más. B a ­
j ó en seguida a la ciudad para proseguir a Potopoto, con m ucha
escolta, transportando, para salvarlos, todos los caudales, plata
labrada y ropa que habían acumulado, en varias cargas de
muías. Sabía que los ejércitos españoles estaban vecinos y que
lo más prudente para ella era quedarse en P am p aja si; sin
em bargo, no abandonó a los suyos en El Alto, donde sufrirían el
prim er impacto, ni dejó que Tupac Katari se las batiera solo,
sino m ás bien, asegurados los bienes en los cam p am en tos de
aquella zona, volvió nuevam ente a la cuesta de Lim a para
ay u d a r en la lucha final, lo que le valió no sólo el que no
e n c o n t r a r a a su marido, sino el caer p rision era de Ign acio
Flores.
El padre Borda, algunos de los prisioneros de P eñas y, por
supuesto el fiscal acusador, la muestran com o m u je r “ de genio
ardiente y cruel' ;sin embargo, hemos visto que en cuan to pudo
actuó de intercesora ante su marido. Sostuvo en su declaración
que nunca dispuso por cuenta propia la ejecución de ninguno,
adm itiendo haber consentido la degollación de tres hom bres,
dos m u jeres y un sacerdote, porque le hicieron ver que les eran
“ m uy p erju d iciales” . El mismo A p a za dice en su confesión que
11 si bien B artolina “ contribuyó a las fu nciones del alzamiento... y
tenía la obediencia de parte de los su b levad os” , no le “ consta
hubiese m uerto a nadie, pues, antes bien, in tercedía y quitaba
de las m anos del confesante a los indios, para salvarles la vid a ” .

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En sus declaraciones, la acusada pudo envolver hasta por
v e n g a n z a a los sacerdotes que estaban en El Alto, sosteniendo
q u e se h a lla b a n allí por propia v o lu n ta d o que h a b ía n
pa rticipa do en la rebelión em pujando con sus serm ones a los
indios; por el contrario, sostuvo que el cura de Pucarani, Julián
Bustillos, que guardó varias cargas de plata, oro y alhajas, así
c o m o un pedrero o pequeño cañón y sirvió com o capellán a
K atari, quien lo llevó hasta Calamarca a esperar el auxilio, no
se vin o con los alzados volu ntariam ente, sino obligado por
aquél, sin tener parte alguna en la sublevación.
C uando se le pide que diga quiénes influyeron en su m arido
p a ra que se levantara contra las autoridades, no delata a nadie,
lim itándose a nom brar personajes que ya habían muerto, como
M a rcelo Calle, o nombres irrelevantes que no tuvieron la m enor
fi g u r a c ió n después. Tam poco dela ta a nadie de la ciudad,
c u a n d o se le pide que diga cóm o se sabían en El A lto las
m edidas y disposiciones que tom aba Seguróla. Contesta que
sim plem en te se las conocía por los indios e indias que se salían
de las murallas.
C uando se le pregunta si no sabía de alguno que hubiese
e s cr ito desde la villa al cam pam ento de la ceja, se refiere
so la m en te a la madre y a la m u jer de M ariano Murillo, el
prisio n e ro que disparaba los pedreros desviando los tiros, por lo
que m ereció que Katari lo devolviera a la ciudad con los brazos
c o rta d o s y que, por lo tanto, m uriera después de algunas horas.
E sta s le pedían comida y dinero, lo que M ariano les mandó,
p e r o , d ice, no sabe por qué m edios. Es decir, m e n c io n a
precisa m en te, a las dos personas que no podían ser castigadas y
sobre las que no cabían sospechas.
Si se refiere a Gregoria, la m enciona de paso entre las p erso­
nas que rodeaban a su marido, pero sin acusarla de nada en
co n cre to , actitud que no tuvo, en cam bio,su cuñada, que culpó
p r e c is a m e n t e a B a rto lin a de las e x t o r s io n e s , v io le n c ia s y
hom icidios de los que se la acusaba a ella, sosteniendo que los
h a b ía com etido puesto que “ había sido la que m an eja b a los
a su n tos del tu m u lto” .

La h isto ria de M a r ía Lupiza.

Tal vez las únicas expresiones duras que pueden captarse en


ias li a s e s ue B artolina sun las que se relieren a María L ópez o
M aría Lupiza, como aparece más com u n m en te en los textos.
E r a esta m ujer, según los datos que nos da el e scrib a n o.d e
g u e r r a de la expedición de Reseguín, E steban de Loza,“‘ una
india soltera de Oruro, m anceba de A paza. E sta m ujer fue
a p re sa d a ju n to a Tupac Katari cuando huían hacia A zángaro,
en C h in ch aya p a m p a , a cinco leguas de A ch acach i, el 9 de

-27-
N oviem bre de 1781. Sin embargo, el 17, después de la m uerte
del caudillo, se la dejó libre porque se vio que había actuado.sin
voluntad propia. A paza la había sacado cautiva de la casa del
cura de Sicasica y, convirtiéndola en su barragana, Inicia que le
siguiese de puesto en puesto a fuerza de “ golpes y m artirios” .
C on staba , añ ade L oza, que esta pobre m u je r no se había
entrom etido en “ los robos y muertes del tira n o ” .
G regoria había dicho en su confesión que la L upiza había
reem plazado a Bartolina, como m ujer de su herm ano, dando a
entender que la relación con esta m uchacha se había inciado
d espu és de caer prisionera la esposa. No obstan te, por las
p a la b ra s de esta últim a se ve que e sta m u je r se h a b ía
introducido en la vida de su marido ante de term in ar el prim er
cerco, porque dice en su confesión que supo que Julián A p a za
pasó con su concubina, la Lupiza, a P atacam aya y que ella
debió qu edarse con parte de las jo y a s de oro y diam ante,
g a r g a n t illa s , rosa rio s, zarcillos, s o rtija s y p e p ita s de oro,
produ cto de los saqueos de su marido; esas alhajas estaban en
un cajon cito que le fue entregado al padre Bustillos cuando
llegaba el prim er auxilio; sin embargo, ella sabe que los indios
saquearon en el propio Pucarani la mitad de todo aquello, antes
de e n treg á rs elo al cura, por lo que es regu la r que “ la tal
L u p iz a ” m antuviera algunas de esas alhajas “ puesto que las
había m anejado desde an tes” . Puede com prenderse que en esta
especie de delación, la única que hem os e n co n tra d o en las
declaraciones de Bartolina, mucho más que el afán de hacer
daño a un tercero, lo que está presente es el estallido de unos
celos, que antes, cuando estaba libre, debió tra garse con la
m a y o r d ig n id a d , pero de los que a h o ra se d e s a h o g a b a
librem ente.

J u liá n A p a z a in ten ta lib e ra r a su m u je r .-

Tan evidente infidelidad de Julián A paza, a las que podrían


a g rega rse algunas otras, si creem os en \at frases del padre
B orda que lo pintan buscando entre las “ fam ilias de aquellos
indios, m u jeres que saciaran sus carnales ap etitos” , no signifi­
ca, em pero, com o lo dem uestran otras actitudes del alzado, que
no am ara a su m ujer. A pesar de haber estado tanto tiem po
separado de ella, antes del levantam iento, cuan do se tra tó de
bu sca r una. com p añ era digna de su virreinato sólo pensó en
tr^er a la^Bartóla. En ella depositó su con fian za cuando dejó
El*Alt0 la Batalla, j ara ir de cam paña; además, por ella
peraonój&a vida de indi' sacerdotes. Cuando cayó prisionera
de los españoles, no dejo ámite que no hiciera para conseguir
c a n je a r l a p o r el p r e s b íte r o V ic e n te R o x a s , c a p e llá n del
-28-
(BARTOLINA)
En la cárcel
r e g im ie n t o de infantería. En efecto, el 17 de Setiembre, escribe
a ios s e n u ie s üei Cabildo de La Paz dieiendoles que perdonara a
c riollos com o a chapetones si se sirven remitirle a su amada
esp osa, p orq u e si lo hacen cesará toda batalla y cada uno se irá
a su lu gar. E n otra misiva a a los criollos de La Paz dice que
“ m a ñ a n a o pasado m añana habré de esperar a mi esposa doña
B a r t o la Sisa, que mi dicha esposa no tiene delito grande ni
c h ic o ” . E l m ism o Roxas escribe, entre el 5 y el 15 de Setiembre,
a S e g u r ó la solicitando la entrega de la m ujer de Apaza. Tales
c o n v e r s a c io n e s cesaron más tarde porque uno de los coroneles
d e A n d r é s T u p a c A m a ru , Tito A ta u c h i, que con m ucha
p r e p o t e n c ia se vino al cuartel de Tupac Katari liberó a Roxas
co n to d o s los sacerdotes que estaban en Pam pajasi o Collana.
T a n alto h a b ía llegado los clam ores de Julián A paza por su
m u je r que, cu a n d o liberada la ciudad del segundo cerco, se tra­
to, p or in icia tiv a de L iego Cristóbal Tupac A m aru la celebra­
ción de paces con Reseguin, condiciono aquel, en cierta forma,
las c o n v e r s a c io n e s a la liberación de Bartolina. Efectivamente,
el 7 ue .Noviembre de 1781, Diego Cristóbal, al instruir a Miguel
B a s tid a s sobre cóm o debían celebrarse las paces, le dice al final
qu e s u p o n ía qu e Bartolina estaría ya con su marido “ por ser
m u y r e g u la r qu e le hayan dado soltura” . AGI. B. Aires. 319. Por
o t r a p a rte , el propio Tupac Katari le escribió a Reseguín, el 24
de O ctu b re, pidiéndole que ya que se concedían las paces, le
e n v ia r a a su “ querida y estimada esposa doña Bartolina Sisa”
y le a g r e g a que si le hace ese favor, él se le presentaría. Puede
s u p o n e r s e que A p a z a ya sabía que Bastidas había recibido de
p a rte de D iego Cristóbal Tupac A m aru, el indulto del virrey
J á u r e g u i, lo qu e ocurrió el 13 de Octubre, pocos días antes de
q u e se lib e r a r a a L a Paz. Bartolina, por supuesto, no fue
e n t r e g a d a y, en consecuencia, Tupac Katari no se presentó en
P a t a m a n t a , com o era de esperar. Sin muchas esperanzas en el
c a n je , el 24 de A gosto, día de San B artolom é, Tupac Katari
q u is o d e m o s t r a r su am or por su m u jer, p reparándole una
e s p e cie de seren ata. Dicen los diarios que se presentaron los
in dios en g r a n núm ero, en las inmediaciones de las trincheras
de S an P ed ro y San Sebastián. Se llegó a pensar que Julián
e s ta b a e n tre los principales, venidos en muía y uniformados
con los t r a je s amarillos y rojos de los soldados españoles; traían
g r a n a l g a z a r a y fe s t e jo s , ba ila ron , d isp a r a r o n coh etes y
a v iv a r o n a la virreina.
E n su c o n s t a n t e p reocu pa ción por la esposa cautiva, es
p o s ib le que el caudillo se valiera de m ensajeros que lograron
h a ce r le llegar dinero o algo de com ida hasta la misma cárcel,
p u e s t o q u e el apresamiento de un a m u je r, que realizaba
p r e c is a m e n te e sta tarea sirvió para descubrir que el carcelero y
o tro s de la ciudad, actuaban en connivencia para que Tupac
- 31-
K atari piídiera ponerse en relación con Bartolina. El episodio
ocurrió, com o lo dicen los diarios, el 22 de Setiembre de 1781;
cerca de las R ecogidas se apresó a una mujer, una cholita de 14
años, según explica Tadeo Diez de Medina, que llevaba ocho
panes, dos quesos, coca y cinco pesos de plata sellada y que se
dirigía a la cárcel pública. Se la revisó y pudo averiguarse que
llevaba todo eso a Bartolina de parte de su marido, el que,
ad em á s, le e n v ia b a una carta con in strucciones para que
p rocurase salirse cuánto antes con el carcelero, al que se le
prom etía todo el oro y la plata que quisiera.
Basilio A n gu lo, el secretario mestizo de Katari, m enciona
tam bién a una m ujer de la ciudad, llamada Pascuala Párraga,
quien en una ocasión aceptó una carta para Bartolina, que el
m ismo escribiente le entregó de parte de su jefe.

El p ro ce so ju d icia l contra Bartolina.

De nada valieron para la prisionera los ruegos del marido, los


in ten tos de canje, las tentativas de soborno, el alegato del
d efen sor de naturales. Bartolina siguió en la cárcel hasta el día
de su m uerte. El oidor Diez de Medina que, como auditor de
gu erra, había condenado a Tupac Katari en un vertiginoso
ju ic io e in m ediata ejecución, se preocupó afanosam ente, de
vuelta ya en La Paz, de adjuntar el proceso de la esposa de
aquél, que “ corría por distinta cuerda” , a los de los prisioneros
traídos de Peñas. Como Bartolina había sido interrogada en
Julio de ITiSI, quedando simplemente condenada a reclusión, en
vista de que podía ser utilizada como rehén, el implacable ju e z
se e s fo r z ó en tomarle nueva declaración: B a rto la c on fe só
ahora el crim en de sedición y el fiscal pidió, en consecuencia, la
pena ordin aria de muerte.
El doctor Diego de la Riva, abogado defensor y protector de
naturales, pidió entonces, el 28 de Agosto de 1782, que en vista
de qu e la a c u s a d a “ llevaba con sigo una la rga p r is ió n ” y
c o n s id e r a n d o “ la benignidad de un ju icio p r u d e n t e ” , pidió
“ m oderar las penas a los delincuentes con consideración del
ánimo, intención y quién lo ejecuta... para que así, conform e los
pen sam ientos de la ley, quede sujeta la india B artola en un
m onasterio a perpetuo servicio y que no se haga visible entre
aquellos que alguna vez le rindieron indiana obediencia... por
r e p r e se n ta ció n del infiel, el infame rebelde Julián A p a za o
Katari, que aunque muerto, les dejó, con sus malos hechos,
señales de su atrevimiento... y bien es borrar de sus memorias
tan increíbles e jercicios” . AGI. Buenos Aires 319.
Como se sabe, no se escuchó la prudente dem anda de don
Diego de la Riva. El 5 de Setiembre de 1782, el oidor Francisco
-32-
T a d e o Diez de Medina falló en la siguiente forma: “ A Bartolina
Sisa, m u je r del fe roz Julián A paza o Tupac K atari” , se la
c o n d e n a “ en pena ordinaria de suplicio y que sacada del cuartel
a la plaza m a y or por su circunferencia, atada a la cola de un
c a b a l l o co n un a soga de espa rto al cuello, una c o r o z a
(c u c u r u c h o que se ponía por afrenta en la cabeza de los reos)
de c u e r o y plum as y una aspa afianzada sobre un bastón de
palo, en la m ano, y a voz de pregonero que publique sus delitos
s ea c o n d u cid a a la horca y se ponga pendiente de ella, hasta
q u e n a tu r a lm e n te muera y después se claven su cabeza y
m a n o s en picotas con el rótulo correspondiente, y se fijen para
el p ú b lico escarm ien to, en los lugares de Cruz Pata, alto de San
P e d r o y P am pajasi, donde estaba acampada y presidía sus
j u n t a s sediciosas y, hecho, sucesivamente después de días, se
c o n d u z c a la ca b ez a a los pueblos de A yoayo y Sapaaqui, de su
d om icilio y origen, en la provincia de Sicasica, con la orden para
qu e se q u e m e después de tiempo y se arrojen las cenizas al aire
d o n d e se estim e con ven ir” AGI. Buenos Aires 319.

C o n s i d e r a c io n e s con p ersp ectiva histórica.

E n aquellos m om entos de tanta tensión, acritud y deseo de


e s c a r m e n t a r al ven cid o, no podía esp erarse un g e sto de
c le m e n c ia de parte de las autoridades españolas. No se había
p r o c e d i d o en o tr a form a, tam poco, cu an do los v e n ce d o re s
h a b ía n sido los indígenas; no debe olvidarse que, derrotada
S ora ta , A n d r é s T upac Am aru y Gregoria Apaza, sentados en el
a trio de la iglesia, ju zga ron y condenaron a los sitiados de
a q u e lla ciudad, deja n do con vida solamente a los sacerdotes y a
las m u je r e s con sus criaturas. Sin embargo, con la perspectiva
de ios anos, 110 puede el historiador perm anecer imperturbable
a n te ios h e ch o s del pasado. El oidor Diez de Medina consideró,
e n t o n c e s , q u e ni al Rey ni al E sta do con v e n ía qu edaran
sem illa s de los caudillos vinculados con los Tupac Amaru “ por
el m u c h o ruido e impresión que este maldito nombre ha hecho
e n los n a t u r a le s pa ra su a lte r a c ió n ” . No p en só en aquel
m o m e n to que, precisam ente, habría logrado oscurecer la figura
d e B a r t o l i n a si la h u biera encerrado a s e rv ir en algún
c o n v e n t o , c o m o lo pedía el d e f e n s o r de natu rales La hizo
e je c u t a r , p or el contrario, con la mayor crueldad y haciendo
m o fa de todo lo que había hecho grande su íigura, con el objeto
de e s c a r m e n t a r a los que la admiraron y siguieron, con el deseo
de b o r r a r pa ra siem pre su fama.
E n su e s tr e c h e z de miras, no captó, el s e v e r o ministro, que
p r e c is a m e n t e con segu ía lo contrario. Bartolina, que abia sido
-33 -
algo olvidada en tantos meses de encierro y opacada por su c u ­
nada Gregoria, sallo a luz, otra vez, tocada adora por el fu lg or
del heroísm o y el martirio. Desde ese momento, los de su ra z a la
co n v e r tiría n en el símbolo de la m ujer que acaudilla a las
huestes para conseguir la justicia, la dignidad y la libertad de
los pueblos nativos de América.
No pensó el alto funcionario, que era, además, un criollo
nacido en La Paz, conocedor, por lo tanto, de los indios, sus
costu m bres y sus lenguas, la importancia que tenia pa ra la
s u p e rv iv e n cia del imperio español, el no p ro v o ca r re n co re s
entre los com ponentes raciales de la sociedad colonial. No pensó
que, para el futuro de estas naciones, lo único a que se debía
a s p ir a r era a la in tegra ción de todos los fa c t o r e s de la
h eterog én e a realidad constituida en estas tierras a lo largo de
tres siglos. El rigor extremo empleado por tan im placable ju e z
no contribuyó, en modo alguno, a apaciguar los ánimos ni a
r e sta ñ a r las heridas causadas por los horrores de la g u erra ni
m ucho m enos a que los indios olvidaran los m otivos que los
llevaron a tom ar el camino de la rebelión.
GREGORIA APAZA
De la h e r m a n a de Tupac Katari, m u jer singularísima y una
de las fig u ra s más interesantes de la rebelión de 1781 en los
t e r r ito r io s de Charcas, se tenía hasta hace muy poco una
in form a ción en extrem o insuficiente. Los textos de Historia de
B o liv ia a p e n a s la m encionan y ni siqu iera las narraciones
s e m ¡n ov ele sca s, legendarias o románticas inspiradas en el tema
de las s u b le v a c io n e s indígenas se in te re sa ro n en ella. Tal
silencio, en realidad, no se debió sino al desconocim iento de la
d o c u m e n ta c ió n de aquella época. En efecto, tanto los libros
cie n tífico s com o los de ficción inspirados en la historia sólo se
b a s a r o n en el Diario de Seguróla, en el Inform e del padre
B o r d a y en el C araved o (1), en los que G re g o ria no está
m encionada. X o aparece consignada ni aún en el Diccionario
B io g r á fic o de La Paz de Nicanor A ranzáez.
La figu ra de Gregoria ha perm anecido tan en la sombra que
ni siqu iera Boleslao Lewin, en su gran obra sobre la rebelión
de T u p a c A m a r u , capta su im porta n cia (2). En efecto, su
n om bre esta m encionado en dicho libio siete veces, pero como
de paso, en la reproducción de algunos docum entos, como la
co n iesion de B artolina Sisa, el fallo condenatorio de Diez de
M edina, una cai ta del capellán Isidro E scob ar a Tupac Katari,

l l i ( a r a v e d o . .1ose K iisia ip u o . Inform e sobre el sitio y d estrucción ile S orata hecho a S eb astián
d e Si'H'urula. ■! de S e lic m h re di- I7 M , en líallivian y R oxas, ( oleccioii de D o cum ento» relativos a
la H isto ria d r llo liv ia . l ’a n s
('-) l.e w in , lio lo sla o , L a Rebelión de T u p ac A m a r u y lo» O ríg e n e s de la Independencia de
11 isp aiin am iT ieu . B u e n o s A ire s. l'.MiT.

-39-
una lista de los parientes de Julián A paza y en una alusión a su
p resen cia ju n to a A n d rés Tupac A m aru en la tom a de Sorata.
Ha sido el historiador boliviano Teodosio Im aña el prim ero en
ocupa rse seriam ente de la heroína indígena, al destacar su
t ra y ecto ria y sobre todo sus amores con A ndrés Tupac A m aru,
en un su gestivo estudio sobre la vida pasional de los caudillos
de 1781 (3).
En h on or a la verdad, este silencio no puede extrañarn os
m ucho porque en la docum entación de que podem os disponer en
los a rch ivos de Bolivia no aparecen datos sobre su persona. La
e xcep ción la constitu ye un cuaderno de los Juicios de Francisco
T adeo Diez de M edina que se encuen tra en el A rch ivo de La
Paz (4), en que algunos de los coroneles de T upac A m a ru y
M iguel B astidas (5), al hacer sus confesiones, aluden a sus
activid ades en El A lto de La Paz y Sorata. Este expediente no
podía h a b er sido consultado antes de 1971 porque sólo ese año
se or g a n iz ó tal A rch iv o con los papeles almacenados, indiscri­
m in a d am en te y con gran incuria, en los Tribunales de Justicia
de La Paz. (tí) Sólo los historiadores que han tenido la suerte de
t r a b a ja r sobre el tem a de las rebeliones en B uenos A ires y
Sevilla han podido con ocer el resto de esos juicios así como el de
la propia G regoria y las cartas que pertenecieron a los cautivos
de Peñas.
Los diarios escritos en el cerco, a los que ya hemos hecho
alusión en la biografía de Bartolina Sisa, no la m encionan en
las a n ota cion es del acontecer cotidiano y, los que la nom bran, lo
vien en a ha cer solam ente al final, cuando, después de liberada
la ciudad, cu entan que el 12 de Noviem bre han llegado a La
Paz, pro ce d en tes de Peñas, Bastidas, sus coroneles y cuatro
m ujeres, aprisionados en el santuario de Peñas por la orden
que R esegu in em itió presionado por el oidor Diez de Medina.
E n tre las m ujeres, se menciona, sin hacer especial hincapié, a
G regoria A paza, de la que sólo se dice que es h erm ana de Julián
y “ tan sa n gu in aria com o el” .
El relativo silencio de tales fuentes docum entales así como
las e s c a s a s r e fe r e n c ia s a su p e r s o n a qu e a p a re cen en los
in form es de S eguróla e Ignacio Flores a Vértiz, nos revelan

(í!) I m a n a C a stro , 1 eodosio, De lo pasional en la vida de los caudillos in d ígen a s de 1780, en


R e v is ta H isto ria y C u ltu r a N . 1 L a l ’az 1!)7:¡,
(4) C u a d e rn o N o . 2 "C o m p u ls a d e va ria s ca rtas y papeles que se h allaron en el sa n tu a rio de
1 e lla s a c tu a cio n e s h e ch as en la ciudad de La l*a¡5 en el ano 1 (81 y de las co n fesio n es tom ad as
a B a rto lin a S isa , m u je r del rebelde Julián A p a z a ". A rch ivo de L a l ’az. L'iMSA.
{■>) lu p a c A m a r u escualo e ste vocablo para referirse a los je fe s p rincipales de su s h u estes;
1 upac K a ta ri ta m b ién lo em p leo m as adelante.
U>> Li A r c h iv o de L a l ’a z , p erte n e cie n te a la U n iversid ad M a y o r de S an A n d r é s , fue
o rg a n iz a d o en Julio de l!<i 1 por el historiador A lb erto C respo R od as con un grup o de alum nos
ue ia cal le r a tle h is to r ia .

-4 0 -
qu e au n e n tr e los mismos espa ñ oles co n te m p orá n e os a ia
" c a c i c a " 110 se tem an noticias claras o muy alarmantes de ella.
Ju a n B a u tista Zavala, por ejemplo, uno de los militares que
mas »se destaco en la defensa de la ciudad, escribe el o de
D icie m b re de 1781 a un corresponsal desconocido, que se esta
ju z g a n d o a cinco m u jeres en tre las que encu en tran "u n a
h e r m a n a de K atari y una de sus m u jeres de iguales
in clin a cio n es a aquel inicuo indio que debió haber saiuiu tie ios
p r o fu n d o s in fiern os” .
T a n sólo cu an do se incauta en Peñas, en N oviem bre de 1781,
la co rr e s p o n d e n c ia de los caudillos y cuando se com paginan las
c o n fe s io n e s de Bastidas, los coroneles, sus amanuenses y las
m e s t i z a s q u e les a c o m p a ñ a b a n , e m p ie za n las au torid ades
m ilita re s y civiles a darse cuenta de la existencia de Gregoria y
del papel tan im portante que desem peñó en la rebelión. Ello
p u e d e a p r e c ia r s e e s p e c ia lm e n te en el tipo de ca stigo que
d isp o n e p a ra ella el oidor Diez de Medina, que entre otras cosas
le h a ce colocar, antes de ser ahorcada, una corona de clavos,
c o m o e s ca rn io más que castigo, a la que fue llamada “ reina”
po r los suyos.

Q u i é n e r a G r e g o r i a A p a za .-

Con lo d ich o se com prende que podemos tener una noción


m u y v a g a de su vida anterior a la rebelión, así como de sus
ra s g o s físicos. Lo poco que podemos señalar, en este sentido,
e m a n a de su p ropia co n fe sión . Dice la acusada, el 10 de
D i c ie m b r e de 1781, que es n a tu ra l de A y o a y o , casad a en
A le ja n d r o Pañuni, sacristán del lugar y que no tiene oficio. No
s a b e le e r ni escrib ir y, au nqu e debe h a ber sabido hablar
c a s te lla n o , se la interroga con intérprete. Ignora su edad, pero
p o r el a sp e cto se le asignan 28 a 30 años. Nada se dice sobre su
físico, pero, por la vida que llevó después, puede suponerse que
d eb e h a b e r sido una m ujer atractiva, enérgica y fuerte.
P o r u n a c a r ta de Andrés Tupac A m aru y otra del capellán
E s c o b a r pu ede verse que tenía un hijo del que se desprendió en
los p r im e r o s m eses del cerco de La Paz, enviándolo jun to con el
h ijo de su h erm an o Julián a Azángai;o para que, estando más
p ro te g id o , fu e r a cuidado por la m adre de Diego Cristóbal Tupac
A m a r u . A ese niño posiblem ente no lo volvió a ver nunca más, a
p e s a r de que el sacerdote aquel trató de reunirlos, como puede
v e r s e p o r las frases de una carta suya. Nada se sabe del niño;
p o s ib le m e n te sufrió la misma suerte de A nselm o Apaza, el hijo
de T u p a c Katari, que murió de “ accidente n a tu ra l” en el Cuzco
y fu e e n te r ra d o en el sagrario de su catedral. El propio Julián
A p a z a dice, en su confesión, que fu e enviado a A zángaro con

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-
A ndrés. Sin em bargo, en Julio los niños estaban en Tiahuanaco,
en m anos de la Catacho; esta india figura en varias cartas de
los alzados; se ve que era una persona muy apreciada por ellos,
pues siem pre aparece como una m ujer responsable que vela por
las fam ilias que están en la retaguardia. El 16 de Julio de 1781,
el c a p e llá n Isidro E s c o b a r escribe a Julián A p a z a d esd e
T ia h u a n a c o diciéndole que el Dom ingo a las 3 llegó allí y
con tin u ó a L a ca y a y encontró “ al niñito mi señor r e y ” , a la
C atacho y “ al otro niñito” . El lunes volvió a T iahuanaco “ con
los tres de c a s a ” , con lo que se ha logrado el deseo de T upac
K atari y el objeto de su caminata. Más adelante le com unica
que le han dicho que la Gregoria está en Peñas con el oidor
N icolás A p a za , su tío, y que “ tirará allá” para recogerlos y
tra er a toda la familia ju n to a caudillo (AGI. Charcas 595).
N o c r e e m o s , sin e m b a rg o , que Isidro E s c o b a r lo g r a r a
e n co n tra rs e con Gregoria, que no estaba en Peñas com o se
suponía sino cercando la ciudad de Sorata con Andrés, que, 2U
días d e s p u é s , el 5' de A g o s to , ca e ría en m an os de a m bos
caudillos. Se ve que tam poco los trajo a Pam pajasi porque en
Octubre estaban todavía en A zángaro.
A u n q u e no creem os que Gregoria fu e ra una m adre m uy
dedicada a la atención de su hijo, no dejaba de preocuparse de
él, porqu e A n d rés T upac A m aru le escribió el 24 de Octubre del
81 desde A z á n g a r o respondiendo seguram ente a las in qu ietu ­
des que ésta le m anifestó en carta del 21: “ No tengas cuidado
de tu hijo que yo lo veo en todo” .
T a m b ié n cabe observar, en el texto de la confesión, que
G regoria no llevaba una vida conyugal muy seria, puesto que
en vida de su marido tuvo amores con Andrés T upac A m aru. Se
ve ta m b ié n que a aquél no le im portaba m ucho su con du cta o
no se a t r e v ía a en rostrársela , porque no pu so coto a sus
a n d a n z a s ; G r e g o r ia cierta m en te lo desdeñ a p u esto que, al
referirse a el, dice solamente que “ era algo fa t u o ” , es decir, que
no te n ía discernim iento, por lo que no pudo ocupar ningún
cargo de im portancia ju n to a su cuñado, que podía haberse
ap oyad o m u ch o en él; “ sólo tuvo destino de soldado” , “ desapa­
recien do un día de la sierra de Pam pajasi” , por lo que ella, sin
in qu ieta rse m ucho, infirió “ que lo hubieran m u e r to ” .
G r e g o r ia sólo se preocupó de no actuar tan desprejuicia-
d a m en te cu an do se trató de salir de las jurisdicciones de Katari
p a ra ir a la de los A m aru , es decir, cuando A n d ré s quiso
llevarla con sigo a la capital qu ech ua;G regoria com prendió que,
si tal c o sa h u b ie ra ocurrido, se habría desprestigiado ante
D iego Cristóbal, ya que en Setiembre, cuando éste partió ju n to
a su tío, su m arido estaba vivo. Dice la herm ana de Julián que
ella lo h u b ie ra acom pañado “ a no ser casada” y en caso de no
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h a b e r e s ta d o “ en compañía de su marido cuando aquél partió
p a ra A ^ á n g a r o ” .
A l c o m i e n z o de la confesión, G regoria niega haber sido
c o n c u b in a de A n d rés y sostiene que éste la distinguía sólo “ por
ser h e r m a n a de Julián K atari” y cuando se le hace ver que su
e s c á n d a lo e ra público y “ que hasta los indios más torpes lo
s a b í a n ” dice que seguram ente “ la habrán calum niado por
h a b e r la visto continuam ente en compañía del rebelde A n d rés” .
N o d iscu te m ás la acusación, pero, a lo largo del juicio, va
r e c o n o c ie n d o que se fue con él a Sorata, que éste la hizo
v e s tir s e “ con dos polleras de bayeta de Castilla” en vez del
“ s a y o o acso; en lo que convino” , que entró triunfalmente a
S o ra ta con él y que, de poder hacerlo, le habría seguido a
Azángaro.
B a r t o l in a había luchado, enrolado gente, y capitaneado
h u e s te s ta n to com o Gregoria; sin embargo, tiene una nota de
fe m in id a d m ás acusada que ésta o, por lo menos, diferente a la
suya. Ella, an tes de la rebelión, había sido lavandera, tejedora
e h i la d o r a de caito, d ese m p e ñ a n d o estos o ficio s m ientras
e s p e r a b a a su marido o estaba separada de él; Gregoria, en
ca m b io , se m u estra como mujer casada que no tiene un oficio
p r o p ia m e n te fem enino. Más tarde cuando fue llevada al alto de
la B a ta lla , cuida y administra el vino, distribuyéndolo y v e n ­
d ie n d o el resto. Los coroneles la señalan incluso com o la
c e la d o r a de los caudales robados, parte de los cuales transpoi'tó
m á s t a r d e a S o ra ta para que fu e ra n e n tr e g a d o s a D iego
C ris tób a l T u p a c Amaru. Es decir, Gregoria aparece como una
m u je r m ás independiente que Bartolina, quien está siempre
a c t u a n d o en obediencia a su marido o en su papel de esposa del
v i r r e y .A d e m á s , ella, más m u jer de em presa, adm inistra
ca u d a le s , ven de los vinos, controla los fondos y transporta el
saq u eo .
P a r e ce que ni siguiera cuando, alejado Andrés, permanece
G r e g o r ia en el Tejar, ju n to a Miguel Bastidas, que ha quedado
c o m o el represen ta n te máximo de Diego Cristóbal, se ocupa de
a te n d e rlo con la solicitud fem enina que tanto le encargara el
j o v e n caud illo en cada carta, pues el 24 de Octubre éste la
r e cr im in a diciéndole que su tío Miguel le ha avisado que no lo
atien de, “ que ni aún chica le hace para su g a sto” ... “ que en
nada te acuerdas, ni comida, ni con cosa alguna te acuerdas” .
E n realidad a Gregoria no le importaban estas menudencias, ni
s e n t ía q u e fu e r a parte de sus ta re a s p reo cu p a rse de
m e n e s te r e s que otras mujeres, incluso las criollas o mestizas,
J o s e fa A n a y a y A gustina Serna, podían hacer en su lugar.
S ólo m as tarde, cuando están casi derrotados y se van viendo
d e sp la z a d o s, actuará como buena guardiana de los víveres que
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quedan y como generosa dispensadora de ellos, como la m u jer
que atiende al envío de azúcar, rosquitas, papel, medias de seda
y e s tr ib o s de plata. El 29 de Octubre, cu an d o ya ha sido
liberada La Paz, le escribe a Bastidas, que está en Peñas, desde
A ch a ca h i: “ Mi estimado tatito de mi alma, remito un ped azo de
azú ca r y ahora tres días, un buen pedazo y dígales vu estra
señoría que los criados tengan algún cuidado porque aquí ya no
hay c a s i” . Y el 30, cuando ya se van a celebrar las paces, le
agrega: “ A y e r recibí una de vusamerced y por ella me previen e
le rem itiera panes de azúcar, plata labrada, vestidos, p a p el” ... y
le añade que ya los ha enviado y deben estar llegando a Peñas,
pero que le remite ahora “ un peso de pan” . Asim ismo, el 19 de
Octubre, le escribe a su hermano Julián quien, derrotado en L a
Paz, esta ba oculto de los españoles en algún paraje: “ Mi m uy
ven era do tatito de mi alma, remito 17 rosquitas que le m andé
hacer a m ano para enviar a vuesamerced y reciba lo tribial del
c a r iñ o ” . (AGI. Buenos Aires 3L9).

Itin e ra rio d e G r e g o ri o .

Com o en el caso de Bartolina Sisa, de la que no se sabe casi


nada de su vida anterior a la rebelión, tam poco de G regoria se
tienen noticias puntuales. La actuación de ambas m u je res es
efím era; la de la esposa de Tupac Katari no se exten dería más
de cu atro meses; la de Gregoria, menos fu g a z que la de B a r to ­
lina, se prolongaría cinco meses más. A dem ás, la última iría
cobran d o m ayor importancia cuando se opacaba el papel de la
prim era. E je c u ta d o el caudillo aymara, las dos cu ñ a d a s se
re e n con tra ro n en la cárcel de La Paz, donde posiblem ente no se
las d ejó hablar, pero donde no les faltaría una com u nicación de
gestos y miradas, con los que muchas veces se dicen las cosas
m e jo r que de palabra. Juntas fueron sentenciadas y ju n ta s
sufrieron el suplicio, en un castigo mucho más severo que el de
cu a lq u ie ra de los coroneles más destacados. La h istoria se
v a ld r ía de sus insondables m isterios p a ra d e s ta c a r co n la
m uerte la im portancia de estas dos m ujeres que, perdonadas o
castigad as con m enos dureza, pudieron tal vez alcanzar m enor
relieve ante la posteridad.
Com o B artolina, Gregoria, que vivía en A y o a y o cu an do se
iniciaron los levantam ientos en la provincia de Sicasica, fue
traída al A lto de L a Paz “ en consorcio de su m a rid o” para
participar en la corte de parientes que debía rodear al nuevo
virrey, co n tribu yen d o a su prestigio.
La h erm a n a estaba menos enterada que la esposa de las an­
danzas de Julián y sus posibles contactos con José Gabriel
T upac A m a ru . Sabía, en cambio, que las provincias estaban
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a g ita d a s y se publicaban bandos y circulaban órdenes de un
T o m á s Katari, del que, por otra parte, se tenían noticias tan
c o n fu s a » que se suponía “ venía de los lugares de arriba y desde
E s p a ñ a ” . Sin em bargo, sus órdenes se cumplían y, mientras se
le esp erab a, los indios de Calamarca y A yoayo se levantaban y
d es tru ía n los pueblos de Sicasica, Caracato, Sapaaqui, A yoa y o
y C alam a rca. A com etidas esas regiones, cuenta Gregoria en su
c o n fesión , se supo que ya llegaba aquel caudillo Katari u otro
n u e v o ; todo era en esos momentos extraño e indescriptible;
ella, curiosa, corrió a verlo, pero no lo pudo conocer porque
e n tr ó a A y o a y o cubierto misteriosamente con un paño. No se
q u e d ó allí el desconocido sino que continuó hacia La Paz donde
le sig u ie r o n los indios, hasta que en un m om en to dado, se
d e scu b rió , reconociendo todos que el inquietante personaje no
era otro que Julián Apaza, el comerciante de coca y bayeta que
tod os podían identificar y reconocer.
N o pu ede entenderse, de la narración de la acusada, si ella
e s ta b a p resen te en los últimos momentos referidos o si sólo le
c o n t a r o n aquella escena; lo cierto es que afirma que, después
de t o d o ese rito casi mágico, los indios recon ocie ro n a su
h e r m a n o “ por principal cabeza del levantam iento” .
G r e g o r ia no hace comentario alguno de todo eso; se limita a
c o n t a r los h echos y demostrar cómo se enteró de que Julián era
el caudillo que había levantado aquella zona. Que aprobaba la
idea y que con orgullo se adhería a sus planes, queda muy claro,
c u a n d o afirm a que dejó su pueblo y se vino al A lto con su
m arid o en cu a n to Tupac Katari la hizo traer.
A g r e g a G regoria que permaneció un mes en El Alto, en ca r­
g a d a de cu id ar el vino que traían de la hacienda Guaricana de
R ío A b a jo y de escanciarlo para su herm ano y los fusileros,
d e b ie n d o v e n d e r el resto. Seguramente, Julián pensó en traerla
p a ra que secu n d ara a Bartolina en sus tareas, papel que por
s u p u e s to no iba bien con hembra de tantos arrestos. Cuando, en
la con fesión , se le dice, asociándola a la m ujer de Apaza, que en
El A lt o ella corría con los caudales v com etía iniquidades,
e x to rs io n e s y violencias, lo niega, molesta, añadiendo que todo
eso lo hacía Bartolina, que se nom braba reina. Gregoria no era
m u je r p a ra com partir tareas, responsabilidades ni honores con
otra, m en os aún para estar por debajo cuan do sabía bien eí
a lca n ce de sus energías y la fortaleza de su voluntad.
N o podía, pues competir con Bartolina ni desalojarla de su
p u e s to de e s p o s a del caudillo; optó entonces por lo más
sim ple: a lejarse de ese Alto de la Batalla y buscar otros lugares
en los que ella fu e ra dueña de la situación.
Dice la gu errillera que permaneció un mes en El Alto, de
don d e salió p a ra dirigirse a Sorata. Diego Quispe el M ayor, el
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gra n coronel quechua, más explícito, dice en su confesión que
G regoria se dirigió a aquella ciudad “ en com pañía de Mullupu-
r a c a ” , uno de los consejeros y militares más im portantes de los
A m a ru . Seguram ente, Juan de Dios M ullupuraca había venido
al ca m p o de T upac Katari, en fu n cion es ue com ision ad o, a
o b s e rv a r qué hacía este A paza a quien ellos m iraban com o un
nu evo coronel, pero que, con gran sorpresa de todos, estaba
dándose m uchos aires, rodeándose de gran boato y haciéndose
llam ar virrey Tupac Katari. Seguramente, M ullupuraca debía
tam bién llevarse los tesoros adquiridos en el saqueo de los
p u e b lo s ve n cid os. H ábilm en te, G re g o ria halló en e s to la
c o y u n tu ra para alejarse sin desertar y para, entrar al cam po de
los A m a ru , a donde quería ir revestida de gloria e im portancia;
era diferente, ciertamente, entregar cinco muías cargad a s de
plata, com o resultado de las exigencias de un coron el, que
e n v ia rla s osten tosam en te com o una con tribu ción del virrey
Katari, conducida por su propia hermana.
T odo esto debe haber ocurrido a fines de A bril de 1781. S orata
había sufrido ya desde Marzo los primeros intentos p a ra ser
c e rca d a por las huestes de Tupac Katari, que no 'persistieron
en ello por llevar batalla a otros lugares. A fines de A bril y
principios de Mayo, en cambio, se había iniciado ya un cerco
firm e y bien organ izado por Tom ás In ga Lipe el M a y o r y
P a s c u a l R a m o s, n a tu ra les de A c h a c a c h i. E s to s c o r o n e le s
p asaron después al servicio de Andrés T upac A m a ru , el sobrino
de José Gabriel y Diego Cristóbal. Había sido en v ia d o este
jo v e n caudillo desde A zángaro a estas regiones de Charcas, en
un intento de levantar las provincias de O m asuyos y L a r e ca ja
al m ism o tiem po que por el Este eran atacados Puno, Chucuito
y todos los pueblos del lago Titicaca y Paucarcolla.
E n esos días fue cuando llegó Gregoria por allí. A p a re c ía con
el prestigio de una amazona consciente de la im portancia que
ten ía pa ra los alzados. La herm ana del caudillo A p a z a , al
h a cerse presente en esta nueva empresa, d eja b a bien en claro
que se iniciaba una acción m ancom unada de A m a ru s y Kataris,
de q u ech u a s y collas.
N a d a sabem os acerca de cómo fue el en cu en tro de A n d ré s y
G regoria. A n d rés era un jo v e n de 17 a 18 años, de m ucho
d esp la n te y seguridad en sí mismo; era in teligente, poseía
cierta cultu ra española y sabía leer y escribir; a m edida que se
co n o ce n m e jo r sus acciones en la rebelión de 1781 se va viendo
que era un hom bre de gran perspicacia, sentido militar, c o n o ­
cim ien to de la gente, arrojo y valentía. Sus cartas y edictos
m u e stra n tam bién que tenía ideas m uy claras respecto a las
cau sa s del levantam iento y a la conven iencia de atraer a las
filas rebeldes a los criollos. Gregoria, diez años m ayor, con
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ta n ta am bición de mando, orgullo e inteligencia como Andrés,
no poseía cultura ni sabía leer y escribir, pero tenía una
e x tra o rd in a ria intuición, para captar las cosas verdaderam ente
im p orta n tes y los momentos decisivos tanto en el curso de su
vida c o m o en el de la insurrección.
¿Qué pasó entre ellos? ¿Cómo se midieron? ¿Cómo se e n te n ­
dieron, si hablaban, uno en quechua y la otra en aymara? Son
d eta lle s que sólo podemos im aginar. Lo cierto es que una
a p asion ad a relación se estableció entre ellos.
Dice la propia Gregoria que perm aneció allí con Andrés hasta
la ruina de Sorata, es decir, hasta después del' 5 de A gosto.
D estru id a la ciudad, Andrés m archó a A zá n g a ro para llevar los
in m en sos caudales de oro, alhajas, vestidos, plata labrada y
sellada que se obtuvieron del saqueo. La guerrillera volvió a
C olla n a o Pam pajasi, posiblem ente con su propio herm an o
Julián, cuya presencia en Sorata en los días inmediatos a la
c a íd a e s tá e v id e n cia d a por la d o c u m e n ta c ió n , lo qu e es
com p ren sib le puesto que La Paz, que había sido liberada por
Ig n a cio Flores, sólo fue abandonada por éste el mismo 5 de
A g o s to ; en efecto, se sabe que, repartido lo que correspondía a
je fe s y coroneles por el concepto de botín, a Tupac Katari le fue
e n tr e g a d a la capa con veneras de la orden de Santiago que
p erte n e cía a Sebastián de Seguróla y que éste había dejado en
S orata, capital de su corregimiento.
De la m archa de Andrés a A zá n g a ro resultó una decisión
n u eva de parte de Diego Cristóbal: la intervención directa y
e f e c t i v a de los caudillos p e r u a n o s en la z o n a a y m a r a de
C harcas. Asi, el 27 de Agosto de 1781 se instalaron en El A lto de
L a Paz A n d rés Tupac Amaru, Miguel Bastidas, el cuñado de
T u p a c A m a ru , los hermanos Quispe y m uchos otros coroneles
q u e ch u a s. No sabemos como fu eron recibidos ni la reacción
inicial de Julián Apaza, que ya había sido rebajado por Diego
C ristóbal de su condición de virrey a la de gobernador. Lo que
si q u e d a claro es que se organizaron dos cam pam entos, uno en
el T e ja r y Cruz Pata, para los A m aru , y otro en Pam pajasi o
C ollana, en la zona diamet ahílente opuesta para los Katari.
A n t e esta nueva situación, Gregoria se m ovilizaba de uno al
o tro cam pam ento, alternando su presencia entre el cam po de
A n d r é s y el de su hermano, donde tam bién se hallaba su
m arido, pero de cuyas reacciones nada se sabe.
A n d r é s perm aneció en el Tejar hasta mediados de Setiembre,
p a rtie n d o entonces llamado por Diego Cristóbal a A zángaro.
Q u e d a b a al mando del campo del T ejar su tío Miguel B a s t i d a s ,
a qu ien tanto encarga Andrés a G regoria para que le cuide >
atien da. El 2‘J de Setiembre, día de San Miguel, según lo dice
J o sefa A n a y a en su c on fesió n , a q u é lla se t r a s l a d o
d e f i n i t i v a m e n t e ju n to a Bastidas, llevándose a J o s e f a p a ia

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evitar los Óelos de M aría Lupiza, la querida de su herm ano, así
como los roces que se producían entre ella m isma y esta m ujer,
quien parece era bastante ambiciosa, dom inante y quisquillosa,
a pesar de que supo presentarse como m ansa cordera m a ltra ­
tada por Katari ante los españoles que term inaron por d ejarla
irse libremente.
G regoria se quedó con Miguel Bastidas hasta que supo que
los ejércitos auxiliares, que venían ahora al m ando de José de
R e s e g u ín , habían ido d e rro ta n d o , batalla tra s b a ta lla , a
M ullupuraca y Quispe el Mayor. A ntes del 12 de Octubre p a r­
tieron ambos hacia Achacachi sin que Bastidas alca n zara a
s a b e r el estallido p rem atu ro de la coch a que h a bía h ech o
con stru ir en el río Choqueyapu, el que se p rodu jo después de su
partida.
C uando el 17 de Octubre Reseguín liberó L a Paz y las huestes
in dígen as se dispersaron o se retiraron hacia A ch a c a c h i y
Peñas, Bastidas se m archó al Santuario, quedán dose Gregoria
en A chacachi. Desde Peñas, Bastidas inició por orden de Diego
C ristóbal T upac A m a ru , los trám ites para una n egocia ción ,
b a sán d ose en el indulto otorgado en el Perú por el virrey
Jáuregui. Las conversaciones de ambos bandos term in aron con
la celebración de las paces de Patamanta, el 3 de N oviem bre.
Por los acuerdos firm ados allí, se instalaron en el san tuario de
Peñas R eseguín con el ejército auxiliar y Bastidas con sus
coroneles. Gregoria se dirigió tam bién al pueblo para g o z a r de
los beneficios de la paz o, tal vez, a fin de prosegu ir después a
A z á n g a r o para encontrarse con Andrés.
No fa ltaron pretextos a los vencedores, instigados e sp ecial­
m ente por el oidor Francisco T adeo Diez de M edina, para
d em ostrar que los que habían acudido a las paces fa lta ro n a su
ju r a m e n to , siendo todos aprisionados y cargados de.grillos.
M ientras tanto, el 9 de Noviembre, gracias a la traición de
uno de los principales coroneles, Tomás Inga Lipe, fue c a p tu r a ­
do cerca de A chacachi, cuando se dirigía a A z á n g a ro , el indó­
mito caudillo A paza. Llevado a Peñas, fue som etido de inm e­
diato a in terrogatorio, para term inar siendo con den ado por el
oidor Diez de M edina y ejecutado ignom iniosam ente el 14 de
N oviem bre.
B astidas,Gregoria,los principales coroneles y dem ás prisione­
ros fu eron trasladados a La Paz, donde pasaron a la cárcel pú­
blica a esperar su enjuiciam iento. Los in terrogatorios y trám i­
tes judiciales se prolongaro desde Diciem bre de 1781 hasta
A g o s to del 82, siendo condenados a muerte, la m ayor parte de
ellos. G regoria volvió a encontrarse, en tan tristes m om entos,
com o ya dijimos con Bartolina, para sufrir ju n ta s, el 6 de
Setiem bre de 1782, la pena de m uerte en la plaza m a y o r de La
Paz.
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Papel de Gregoria

T r a z a d o el itinerario de Gregoria Apaza, se com prende por


qué no fue conocida ni identificada por los vecinos de La Paz.
Las h a z a ñ a s que la señalan como a una im portante "m a n d o n a ”
se d esa rrolla ron principalmente en las regiones de L arecaja, de
las que nada se sabia en La Paz, cubriendo todo el período del
prim er cerco, en el cual fue la fig u r a fem enina de Bartolina
Sisa la que se imponía a los ojos de los sitiados. En el segundo
cerco, en el que ella ya tuvo im portante actuación, Gregoria no
d ir ig ió p e r s o n a lm e n te las h u e s te s ni h izo las o s te n to s a s
b a ja d a s de su cuñada porque ahora no sólo sobraban jefes,
co ron e les y capitanes, sino que su situación personal era deli­

cada. En el sector de Julián, no podía arrogarse la im portancia


ni los fu e r o s de Bartolina Sisa la que se imponía a los ojos de
los sitiados. En el segundo cerco, en el que ella ya tuvo im por­

tante actuación, Gregoria no dirigió personalm ente las huestes


ni hizo las ostentosas bajadas de su cuñada porque ahora no
sólo so b ra b a n jefes, coroneles y capitanes, sino que su situación
p e r s o n a l e r a delicada. En el s e c t o r de Ju lián, no podía

a rro g a rs e la im portancia ni los fu eros de Bartolina, pues era la


h e rm a n a de T upac Katari y no la esposa prestigiada. Además,
si se decidía a pasar por encim a de protocolos y prejuicios, se

e n f r e n t a b a con el recelo m e z q u in o de M a ría L upiza, que


e s c o n d ía su m ediocridad con la su scep tibilid a d de la que,
tom á n d o se un puesto que no le corresponde, suple su ineficacia
d á n d ose aires de importancia.

Con la inteligencia que le caracterizaba, tam poco en el Tejar


tom ó G regoria el mando abiertam ente. La gen te que luchaba
en ese sector, aunque obedecía a los A m aru, era en gran parte

a y m a r a y, segú n las co n fesion es de los coron eles, aunque


segu ían las órdenes de Andrés y de Miguel, consideraban a
T u p a c K atari com o gobernante, por ser de su gen te y hablar su

len gu a . L o m e jo r era, entonces, no ofe n d er sus prejuicios,


arro g á n d o s e rangos y calidades que no le correspondían, puesto
que no e ra la esposa de Andrés. Se convirtió entonces en la
e m in e n cia gris que aconsejaba en el “ to ld o” , que apaciguaba

los án im os tensos en los encuentros de Andrés, Miguel y Julián,


d e m o s tr a n d o que, si no tenía el m ando legal, era, como dice
J osefa A n a y a , la “ de más au toridad” , “ la talla o cacica” que

“ d is p o n ía los a su n tos de sed ición c u a n d o se ofrecía, en


c o m p a ñ ía de Bastidas, Katari y T upac A m a r u ” .
L as acu sa cion es que se le hicieron a Gregoria en el juicio

e m a n a r o n todas de lo que que los otros declarantes dijeron de


ella en sus confesiones; y fueron sintetizadas en el supuesto de
q u e h a b ía sido “ u n a m andona, a u to r a de e x to rs io n e s y
v io le n c ia s ” , que había cometido innum erables homicidios, con

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lo que ella se había convertido en “ competidora de su h erm ano
en h a ce r in iqu id a d es” , que corría con los caudales y “ que
disponía to d o ” ; que se intitulaba virreina y que, en calidad de
tal, había gob ern ado despóticamente, matando a españoles y a
cu an tos quería.
G r e g o r ia se d e fe n d ió de tales c a r g o s n e g á n d o lo s y
sosteniendo, com o dijimos en el trabajo sobre Bartolina, que
todo eso lo había com etido su cuñada, que se n om braba reina, y
d e s p u é s de ella, la Lupiza. Que ja m á s se h a bía in titu la d o
virreina, que los indios solamente la llamaban cacica y que, por
sí, no com etió iniquidad alguna.
C om o no pudo n eg ar su participación en los hechos de la
d estru cción de Sorata, pretendió que todo lo hizo obedeciendo
los m a n d atos de A ndrés, a quien ella procuraba calmar, in te r­
cedien do por los vencidos sin influir ja m á s “ a esta in h u m an i­
d a d ” . A ñ a d e que a causa de pedir clem encia por los encerrados
en la iglesia “ fu e retada por dicho Andrés que dió órdenes para
aquellos sucesos, robos y extra ccion es” . Pero, com prendiendo
que e s ta b a culpando al caudillo, añade que, sin em bargo, los
e x tre m o s los com etieron los indios “ despojando a los difuntos y
a las m u je r e s ” y “ excediéndose a lo m andado por A n d r é s ” .
N iega, asimismo, que en los juicios que realizaron en el atrio
de la iglesia, sentados en sus sillas, hubiera puesto la mano
sobre sacerd ote alguno ni que “ hubiera m andado desn udar a
las d e s d ich a d a s v iu d a s de su ropa, pa ra v e s tir “ ella esas
ro p a s ” ,“ tratándolas con el m ayor vituperio y desa ire” .
Sin em bargo, M iguel Bastidas, el mismo a quien ella había
atend ido y apreciado tanto, dijo en su declaración “ que la
Gregoria, h erm an a del horroroso Apaza, concu bin a de A ndrés,
ca p ita n e a b a y operab a por sí, en los com bates de Sorata, según
le c o m u n ica ron los indios, puesto que él no estaba allí por
entonces” .
El n e g ro G regorio Gonzáles, que había sido cautivado por los
indios cu an d o se celebraban los m ercaditos en San Pedro y que
de escla v o se había convertido en consejero de Bastidas, dice
ta m b ié n que los indios le con taron “ que la india G regoria
A p a z a fu e tan asesina, sangrienta y tirana com o su herm ano
Julián y A n d ré s T u pa c Am aru, con quien cooperó a los estragos
de S o ra ta e im pu so violen tam en te la m ano en s a c e rd o te s ” .
A ñ a d e que “ se intitulaba virrein a” y que “ le parece que según
las ca rta s y recom endaciones del Andrés, es con cu bin a de é s te ” .
N icolás M acedo, uno de los m estizos aprisionados por A ndrés
en el ce rr o de, Tuile, cuya captu ra es uno de los episodios
previos a la tom a de Sorata, sostiene que “ la india G regoria
A p a za , segú n la com ú n noticia - recogida por él al in tegrarse a
las h u estes de A n d ré s - es de igual condición que su herm ano
Julián, así en correr los campos como en h a cer m atar no sólo a

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los e sp a ñ o les ni mestizos sino también los indios, sin reservar
m u je r e s ” . E sto lo dice en Peñas y, más tarde, en La Paz, agrega
q u e G r e g o r ia “ era iridia principal y cap ita n ea b a en los
com bates y d e s tru cc ió n de Sorata, que dom in aba
p e r fe c ta m e n te a Andrés Tupac A m aru y que hacía m atar y
p e r d o n a r al qu e qu ería” .
M a r co s P om a, uno de los capitanes indígenas, declara que
G r e g o r ia “ con cu rrió a la destrucción de Sorata en compañía de
A n d r é s y m an d aba mucho más que los coroneles” .
A s c e n c ia F lores, la m ujer de Quispe el Menor, sostiene “ que
la india G re goria A paza era muy temida de los indios por el
m a n d o que obtuvo, estando siempre en com p añía del rebelde
A n d r é s y, por si, agitaba a los indios a que nos avanzasen y
que, s e g ú n oyo, también influía al citado Tupac Amaru para
qu e c o m e tie s e excesos".
De igual m anera, había testimonios de su actuación en La
Paz. P or ejem plo, Nicolás A rzabe declara que “ también la vió
en El A lto m andado la gente con toda autoridad, agitándola
p a ra los com b a tes que hacían a esta ciudad” .
Q u ispe el M en or insiste en que Gregoria “ era la principal
m a n d o n a e influidora de Tupac Am aru; muy asesina y de genio
cru el, in clinada a robar y despojar. Que en Sorata, en compañía
de T u p a c A m a ru , dispuso los estragos, siendo muy enemiga de
los e s p a ñ o le s y aún de los indios, pues mandaba quitar la vida
del q u e q u e r ía ” .
M a t ía s M a m a n i, otro im porta n te capitán, indica “ que
G r e g o r ia fue cóm plice de Julián su hermano y del Andrés,en
c u a n t a s iniquidades perpetraron, que era muy feroz, tenia
m u c h o m ando y le daban el tratamiento de cacica” .
E s e v id e n te que lo que se declara en un juicio colectivo, como
éste, en que se interroga a todo un grupo de vencidos, las
r e s p u e s t a s d e b e n ser siem pre tom adas con beneficio de
in v e n ta r io ; en los días de los interrogatorios nadie vacilaba en
d e l a t a r y c u lp a r a los otros con tal de resu ltar m enos
s o s p e c h o s o s o de atraerse la buena voluntad del juez. Sin
e m b a r g o , es cu riosa la insistencia de paite de todos los decla­
ra n tes, en m ostra r a Gregoria como cruel, asesina, mandona,
o r g a n i z a d o r a de los planes, realiza dora de los excesos y
p o s e e d o r a de m ando en grado tal que para algunos estaba muy
por e n c im a de los coroneles y para otros era la influidora que
m a n e j a b a y d o m in a b a al jo v e n A ndrés. N in gu n o de los
c o n fe s a n te s , ni siquiera aquellos que gozaron de sus favores o
am ista d o de los que hacían de coroneles en el bando del propio
T u p a c K a ta r i, la defienden, menos aún las m ujeres.
P o s ib le m e n te sab edora de esto, Gregoria tom aría el mismo
c a m in o a la h o ra de sus declaraciones, en las que no vaciló en
s e ñ a l a r las cu lp a s de los otros así com o en rebatirles
-53-
a g ria m en te y enrostrarles sus culpas en los m om entos de los
careos.

G r e g o r i a a d m in istra d o ra y poseedora de caudales

L a otra acusación importante que se le hacía era la de que


“ h a bía corrid o con los caudales” provenientes del saqueo,
“ disponiéndolo todo” . Como hace con las otras acusaciones,
ta m b ié n niega este cargo. Sin embargo, como ha quedado dicho,
por las otras confesiones se sabe que llevó parte de los caudales
c o n M u llu p u r a c a a A z á n g a ro. G regoria no dice n ada al
respecto, pero insiste en que cuando se fue a Sorata, quedó en
m anos de su herm ano una carga de plata de la que puede dar
cu en ta M aría Lupiza. Ella no sabe qué ha pasado con el resto
de los caudales acumulados por Julián, aunque no ignora que
bu ena parte de el le fue entregado al cura dd Pucarani, el
licenciado Bustillos, quien a su vez, lo entregó a Flores.
E n cu an to a ella, tuvo una porción de oro, pero se la quitaron
y no le queda nada. Sin embargo, el negro González insiste en
qu e de una rem esa de 13 mil pesos que, Gregorio Suio, el co ro ­
nel de los Y u n g a s encargado de la coca, le hizo llegar a Katari
clesüe 'i ungas, Gregoria llevo G mil pesos a Andrés. A dem as,
sostiene que es natural que Gregoria tuviera participación en
las g a n a n cia s de Tupac Katari por la venta de coca; que el sabe
que tu v o cerca de tres mil pesos de moneda sellada y que los
g a stó y últim am ente tenía cosa de 200 pesos y un poco de plata
la brad a que se le em bargó y que no tenía más porque lo dem ás
lo envió a A zán g aro. También se refiere a algunas piezas de oro
que le g a n ó en ju e g o a Gregoria. A ese mismo oro alude Josefa
A n a y a al sosten er' que Gregoria le había contado que tenía
“ algún o r o ” que le había entregado én Peñas a una m u je r
asistente llam ada Cayetana.
N icolás M acedo anota que, cuando estaban en A chacachi, le
d ijo “ la dicha G regoria Apaza que tenía en ese Santuario una
porción de oro que, según la medida que hizo con am bas manos,
sería cosa de 10 a 12 libras... y ahora pocos días, pregu ntándole
el con fe s a n te si quería vender el oro, le respondió que no lo
t e n ía ” .
G regoria no niega, como hemos dicho antes, que poseyó ese
oro y que se lo entregó a la tal Cayetana; no tiene idea de cu á n ­
to era, pero, según lo que señala con las manos, las 10 o 12 li­
bras se reducen a dos. Insiste en que ese oro le fu e quitado por
los espa ñ oles en Peñas.
Quispe el M enor no sabe nada concreto sobre las riquezas que
p u d iera h a b er tenido la hermana de Julián, pero recon oce que
“ e s ta b a m uy lucida y piensa lograse mucho caudal, aunque no

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le c o n s t a ” . .Con estas palabras Quispe el Menor se refiere a las
p e r te n e n c ia s particulares de Gregoria, porque, en cuanto a las
o ficia les, añade que ella era la responsable del tesoro “ y deberá
d a r u n a ra zó n de todos los caudales robados porque en la
to ld e r a donde se custodiaban estaba ella cerrada sin consentir
in g re s o de o tro s ” .
Con estas declaraciones va resultando un nuevo trazo en la
p in tu r a de la personalidad de Gregoria. Ella es m ujer capaz de
c u i d a r el t e s o r o com ún y, desco n fia d a , no p a rticip a la
resp on sab ilid ad ni consiente el ingreso de otros en la toldera,
d o n d e p e r m a n e c e encerrada, posiblem ente contabilizando y
o r g a n iz a n d o los diferentes rubros, de los que tiene que dar
c u e n t a a T u pa c Katari a Bastidas o al propio Andrés, que a su
vez d eb en enviar estos caudales a A zángaro. Pero, al mismo
tie m p o está la Gregoria que posee bienes propios que le han
sido o to rg a d o s por la participación de las ventas del vino de
G u a r ica n a o la coca de Yungas o por el reparto del botín, como
aq u e l oro que tuvo que haber obtenido en Sorata del extraído
en T ip u a n i o los vestidos que le deben h a ber ido to ca n d o
d e s p u é s de los saqueos de Sorata y los pueblos y haciendas de
L a r e c a ja , O m asuyos y Sicasica.
D icen algun os de los declarantes que en Peñas ya no tenía
b i e n e s p o r q u e los había enviado a A z á n g a r o ; esto nos la
m o s t r a r í a p r e v is o r a , pero al m ismo tiem po d e s a p e g a d a y
c o n fia d a , p orqu e ¿quién podía asegurarle que esos caudales
lle g a ría n a su destino o podría aprovecharlos algún día? Ni
s iq u ie ra era seguro que se emplearan en su hijo o que llegaran
a m a n os de Andrés. Por otra parte, confió tranquilam ente el
o ro que tenía en manos de la tal Cayetana y no se preocupó de
c o m p r o b a r cuán tas libras entregó exactam ente ni de cuántas
recibió. N o tenien do apego a su dinero, le parecía m ucho más
a tr a c tiv o arriesgarlo jugando a las tabas con el negro González
y otros, com o lo declara el propio esclavo, que guardarlo celo­
sa m e n te en un a caja debajo del colchón.
M ás tarde, estando en Achacachi, no tiene duda en enviarle
200 peso s a Bastidas ad^n ás de mandarle haceu estribos de
plata. E l propio Andrés la sabe tan desprendida y tan poco
s e v e r a o am onestadora que no vacila en escribirle pidiéndole
d in e ro para saldar deudas de juego. En una carta sin fech a ni
lu g a r de expedición le dice: “ Me despacharás con Ildefonso
u n o s 200 p esos porque no tengo qué gastar... y debo mucho,
p o r q u e les d eb o a varios sujetos que me em presté pa ra el
ju e g o ... De vuesam erced, su Inga Tupac A m a ru ” .
A n t e esa actitud de desprendimiento acude tam bién su tío
N icolás, al qu e Tupac Katari había nom brado oidor, el de
O c tu b r e desde Peñas. Gregoria entonces estaba en A chacachi;
los e jé r c ito s de Reseguín, habían liberado La Paz y las huestes
- 55
-
in d íg e n a s h a bían retrocedido a O m asuyos y Y u n g a s . Sin
em bargo, este “ oidor” Apaza, más interesado en la elegancia de
la vestim enta que en batallas, peligros y derrotas, no tiene
incon veniente en pedirle, después de pon er su rendida o bed ien ­
cia a los pies de Gregoria, “ le haga el fa vor y cariño de remitirle
una pollera verde de bayeta de Castilla... para m an d arm e coser
una chupa porque no tengo y vuestra m erced tiene b a s ta n te ” .
Le participa, además, que se quedó con “ un faldellín colorado
de c h o le ta ” , de Gregoria, para “ hacerse chalecos p orqu e no
te n go totalm ente mi muda y así vuestra merced no se enfade y
no me ten ga a mal del atrevimiento y espero su fa vora ble
r e sp u e s ta ” .
A ctitu d es como estas nos hacen com prender que a G regoria
m ucho más que la sórdida avidez de bienes y dinero lo que la
apasion aba eran las posibilidades que le daba el ser rica, no
sólo para estar “ bien lucida” y “ tener b a sta n te ” , haciéndose
atend er y acom pañar por una m ujer blanca com o la Josefa
A n a ya, sino sobre todo para sentirse la gran señora, la “ ta lla ”
que dispensa regalos, otorga peticiones, concede préstam os y
reparte sus reservas cuando los demás ya tienen ham bre. E ste
ju icio qu eda confirm ado por el hecho de que cu an do se les coge
en Peñas y la prende el mayor M ayor M anuel Soler y el escri­
bano L o z a j u n t o ” con las demás m ujeres que se hallaron en su
c u a r t o ” , no se anota, com o en el caso de los coron eles, ningún
in ventario de vestidos, piezas de plata labrada o jo y a s . En la
d ocu m en tación sólo aparece la mención que ella m ism a hace de
la fa m o s a porción de oro que le tenía la C ayetana y que le fu e
a rrebatad a oficialm ente por los que la prendieron.

G r e g o r i a , cacica, v irre ina , reina.

Que Gregoria tenía mando, no cabe duda, pero lo m ás segu ro


es que este procedía de su propia personalidad y no de un
n om b ra m ie n to o cargo específico. Los ju e c e s la a c u s a r o n de
h a ber sido “ m an d on a” y de haberse intitulado virreina. E lla lo
n eg ó y dijo que nunca se autonominó así y quelos indios, por su
cuenta, espontáneam ente, la llamaban cacica. S egu ram en te,
esto fu e cierto, así como también lo es que no sólo la llam aron
“ t a ll a ” o cacica, com o lo dijo Josefa A n a y a , sino ta m b ié n
virrein a y aún reina.
M atías M am ani dice claramente “ que tenía m u ch o m ando y
le daban tratam ien to de cacica” . El negro G regorio había insis­
tido en lo de virreina y en cuanto a la expresión rem a , la deben
h a ber en con trado los jueces después en algunas ca rta s o en las
fra se s de algunos de los prisioneros porque, cu an d o in te r r o g a ­
dos todos, se realiza un careo de los culpados, se recon vien e a
- 56 -
G reg oria de que en su confesión negó haberse reputado reina
0 de los alzados, a lo que ella contestó que habían “ sido los indios
de Sorata, los que la sentaron como a reina en la silla” , pero
^ qu e, en realidad, sólo “ la trataban como a gob ern a d ora ” .
• E r a muy comprensible que Gregoria negara el uso de todos
A a q u e llo s títulos que otrora osten tara con orgullo; ningún
^ v e já m e n podía borrar el hecho cierto de que ella, una m ujer de
o r ig e n humilde, la simple esposa del sacristán medio fatuo, ha-
bía sido reina de los suyos y, como a tal, le habían escrito los
£ indios, com pletando el contenido del vocablo con el de “ señora y
m a d r e ” . E xiste una carta, del 23 de Mayo de 1781, en que el
f c o m ú n de los indios de Achacachi le escribe diciendo: “ Excelen-
# tísim a S eñ ora Rema: Principales y muy leales vasallos del
p u eb lo de Achacachi, puestos a los benignos pies de vuestra
excelen cia , com o más humildes hijos y reconociendo su angélico
*
c o r a z ó n , suplicam os y rogamos... nos co n ce d a el soltar a
é n u e s tro m uy amado y leal don Tomás Inga Lipe que fue
4f n u e s tr o padre y madre, hermano y todo nuestro bien... pues si
él no viene o muere, ya nosotros no tenem os vida, ni aliento
te n e m o s ya... ¡A y gran Madre, Reina de sus pobres vasallos! ¿A
q u é abrigo ocurrirem os? ¡Ay Señora! ¿A qué som bra nos acer­
c a r e m o s sino a la caridad de vuestra excelencia?” AGI. Buenos
A ir e s 319.
L a carta está firmada por L orenzo Vargas, un justicia mayor,
por Inga Lipe el Mayor, hermano del preso, el mismo que
d e sp u és traicionaría a Tupac Katari y entregaría la correspon­
de n cia com prom etedora, por los caudillos y los caciques de Co-
pa ca b a n a , Tiquina, Ilabaya, Guarina y Ancoraim es.
Se ve que la petición fue atendida porque Tomás Inga Lipe el
M en or, o el malo, como lo denominaron los españoles, tuvo
m u c h a actu a ció n posteriorm ente y, en contraposición a su
h e rm a n o , acom pañ ó fielm ente a Julián A p a za cuando éste,
presin tien do la traición en Achacachi, dirigió sus pasos a Azán-
garo.
L a carta del común de indios y sus principales nos m uestra el
p o d e r que tu v o Gregoria que, en un m om ento dado, y por causa
que no conocem os, pudo prender a un coronel tan importante
c o m o Inga Lipe, cuya vida llegó a depender de la voluntad de la
co m p a ñ e r a de Andrés. Todo ello nos hace ver cuán cierta era la
acu sa ción que le hiciera uno de los confesantes al decir que
te n ía más poder que los propios coroneles.
P or otra parte, resulta v e r o s í m i l el verla m anejando tanto a
Bastidas como al propio Andrés, según hemos visto que sostie­
nen los declarantes que nos muestran a G ieg on a no sólo cola­
borando a Julián, Tupac Amaru y Miguel sino también mflu-
^ yendo fuertemente en ellos. No era raro, por lo demas, que se la

• * 5 7 '
acusara de “ influidora del A n d rés” , puesto que este, pese a
toda su audacia y arrogancia, estaba enam orado de ella y era
un m uchacho 10 años m enor que Gregoria, hem bra que, siendo
tan brava, orgullosa y decidida como él, poseía, adem ás, la
intuición e inteligencia necesarias para en fren ta r situaciones
nuevas y m an eja r a los hombres.
Diego Cristóbal Tupac Amaru, que nunca dio a G regoria nom ­
bram iento ni cargo alguno, no pudo m enos de re co n o ce r la
autoridad que em anaba de ella al tomarse la m olestia, el 12 de
Octubre de 1781, de escribirle una esquela contestan do a una
carta suya en la que incluye el saludo de “ toda su ilustre
fa m ilia ” y le prom ete la pronta m arch a de A n d r é s a ese
gobierno.

A d h e sió n de G r e g o r ia a los móviles d e la rebelión

Cuando se interroga a Gregoria sobre si conoce las razones,


por las que esta presa, dice orgullosa y casi desafiante, que las
sabe y que son las de haber estado ju n to a Julián A p a z a com o
h erm ana suya “ en el cerco que puso a la ciudad cooperan d o
ju n ta m e n te con el rebelde A ndrés Tupac A m a ru en la destru c­
ción de la provincia de S orata” . Es decir, Gregoria declara sin
falsos arrepentim ientos su actuación en la rebelión, respaldán­
dolas más adelante con el planteam iento de las razon es que
llevaron a los indígenas y a sus caudillos a tom ar el partido de
la sublevación. Señala entonces “ que el m otivo de haberse
sublevado con los indios fue por los repartim ientos de los co ­
rregidores, por las aduanas, por los estancos y otros pechos (.im­
puestos) que se les cobraban y que pretendían e x tin g u ir ” .
Como se ve, Gregoria, m ujer de acción m ás que de discursos,
sintetiza los largos argum entos de José Gabriel y D iego Cristó­
bal T upac A m a ru en los puntos claves y con cretos del leva n ta ­
miento, a los que ella se ha adherido volu n tariam en te puesto
que confiesa “ haberse sublevado con los indios” . Enseguida,
explica cóm o pretendieron extinguir esos abusos, para lo que
tam poco b u sca disimular propósitos o dism inuir la drasticidad
de las m edidas.D eclara tranquilam ente que lo pen saban lograr
“ quitando la vida a los corregidores, a los europeos y demás
e m p le a d os en la ex a cción de dichas c o n t r ib u c io n e s ...” Sólo
cuando ha m anifestado así, llana y sim plem ente, las causas y
los planes de la rebelión, con lo que ha proclam ado su adhesión
a ellos hace referencia al manido argu m en to de que esto se ha
practicado, según publican los levantados, por orden de su
M ajestad, de la que era ejecutor un Tom ás Katari, del que ella
no tenía noticias m uy claras.
G regoria ja m á s pudo leer m editadam ente los edictos de los
gran des caudillos puesto que no sabía hacerlo. P osiblem ente
-58 -
oyo su lectura en español a los secretarios m estizos y escuchó lo
que v a g a m e n te sabia decir al respecto su hermano, el cual
nunca, com o puede verse en su correspondencia, tuvo suficiente
lógica para expresar lo que tan vivam ente sentía y que con
ta n ta fu e r z a impulsaba. Seguram ente, quien pudo explicarle
con m ás calor y fe el ideario de la rebelión fue Andrés Tupac
A m a ru , a quien Gregoria debe haber escuchado con todo el
in terés y la avidez de su apasionado tem peram ento y de su
in teligen cia natural, con la que intuitivam ente com prendía la
necesida d de apoyar sus acciones en un sistem a con cep tu al que,
e xplicán d ole el por qué del alzamiento, le diera argum entos
p a ra e n rola r y entusiasm ar a su gente.

G r e g o r i a re la cio n a los dos bandos.

T u p a c K atari había actuado con bastante independencia en


la em p resa de levantar las provincias de Pacajes, Sicasica, La
Paz, Y u n ga s, Om asayunos y Larecaja. Más adelante, tuvo que
sufrir las pretensiones de Diego Cristóbal y sus comisionados
de in terv e n ir en los territorios de su dominio; lentam ente se
fu e ro n in trodu ciendo desde A zán g aro los coroneles quechuas
que, m e jo r equipados, más avezados en la lucha y con m ayor
disciplina, d errota ron a las fuerzas españolas en Quequerani y
V ilq u e , t o m á n d o s e todos los pueblos, h a cien d a s y asientos
m in eros de L a r e ca ja y parte de Omasuyos.
P o r ú ltim o, ante las dificultades que im plica ba la tom a
de Sorata, capital de Larecaja, cercada por meses como La Paz,
D iego Cristóbal había enviado a su sobrino Andrés N oguera o
T u p a c A m a r u , qu ien logró h a ce r la ca e r e s tr e p ito s a m e n te
despu és de algunos meses, inundándola con las aguas del río
con ten id a s en una represa o cocha.
E sto sign ifica ba que durante loe meses* de Mayo, Junio y Julio
de 1781, hubo una acción paralela entre ambos grupos en las
p r o v in c i a s del n orte de la A u d ie n c ia de Charcas.
A p a r e n t e m e n t e , no hubo roce s ni p r o b le m a s e n tre los
sublevad os, quienes se enviaban cartas, comisiones y regalos.
Sin e m b a r g o , D iego C ristóbal, a d o p ta n d o u n a actitud
ce n tra liza d o ra , intervino tam bién en la jurisdicción de Tupac
K atari, re b a já n d o le el título de v irrey al de g ob ern a d or y
mandando, además, personas de su confianza con el encargo de
c olab ora rle en su empresa, los que se sobrepasaron en sus
fu n c io n e s produciendo el consiguiente e n ojo de Julián, quien
te rm in ó por aju sticiar a Tito A tauchi, uno de ellos.
L as cosas se pusieron mucho más tirantes cuando, después de
la caída de Sorata, se produjo por orden de Diego Cristóbal la
intervención directa y efectiva de los caudillos peruanos en la
zona aym ara de La Paz. Y a nos hemos referido a cómo Andrés,
-59-
M ig u e l B a s tid a s , los Quispe y m u ch os otros c o r o n e le s se
in stalaron en El Alto. Posiblem ente T upac K atari no pudo
o p o n e rs e a estos h e ch o s y reaccionó de un m odo taim ad o
trasladándose en form a definitiva al cam pam ento de Collana o
P am pajasi, cediendo a los ‘'ingas” como dice en su declaración
la zona del T e ja r y Cruz Pata.
Desde ese m om ento, cuando se inicia el segundo cerco, el
ataque a la ciudad se realiza desde dos puntos diferentes y con
división de mandos.
En el T e ja r se hablaba quechua, en Pam pajasi aymara. Los
je fe s eran tan audaces y decididos el uno como el otro, pero
A n d rés era culto, tenia prestigio social, se hacía llam ar Inga y
era sobrino de T upac Amaru. Rápidam ente ‘fue avasallando a
Julián A p a za , que se m ostraba más torpe, que ign oraba las
nuevas form alidades m estizas traídas por los peruanos y que se
iba torn an d o excesivam ente cruel con sus cautivos y aún con
sus propios indios, viviendo continuam ente bebido en el intento
de a p a g a r las n o sta lg ia s que le p ro d u cía la a u s e n c ia de
Bartolina, su m ejor colaboradora, prisionera en la ciudad.
P arecía que había llegado el ocaso de T upac Katari quien ya
no era el j e f e suprem o en sus territorios pues ni siquiera
habían sido suyas las últimas grandes medidas tom adas contra
L a Paz. A n d rés prim ero y luego Bastidas y los coroneles le
avasallaban y m arginaban cuanto podían. No puede olvidarse,
por ejem plo, que cuando se produce el nuevo avance de las
tropas españolas al mando de Reseguín, ya no es A p a za con sus
soldados quien sale a hacerle frente, sino M ullupuraca y Quispe
el M ayor que acuden sufriendo derrota tras derrota.
Todo este proceso de desplazamiento, bastante desconocido
por n u estros historiadores, pero que se capta en los mismos
diarios de un m odo directo, pudo haber sido fa ta l para los
sublevados, quienes dividían con ello las fu erzas y desconcer­
taban a las m asas indígenas. No obstante, no alcanzó a afectar
seriam ente el curso de la rebelión; los A m a ru no intervinieron
en el sector de P am pajasi y Tupac Katari no cejó en los ataques
por Santa B árbara, Quilliquilli y el Calvario.
Si los atropellos, por un lado, y los recelos, por el otro, no
llegaron m ás adelante, pudiéndose encon trar un statu quo, se
debió a la acción prudente y contem porizadora de Gregoria, que
fu e la única persona capaz de impedir los choques, calm ar los
ánim os y com b in a r las decisiones, en un papel de relacionadora
de am bos grupos. Al comienzo, cuando en el T e ja r dom inaba
A n d r é s , d isip ó los te m o re s y re ce lo s de su h erm a n o,
p erm an ecien d o con él en Pampajasi, limitando sus encuentros
c o n el jo v e n caudillo A m aru a las visitas que realizaba a la
región del A lto, en las que aprovechaba para discutir planes,
- 60 -
a c o n s e ja r m étodos e impartir noticias sobre la realidad social,
racial, económ ica, militar y geográfica de esta zona que ella
c o n o c ía m u ch o mejor*. En la misma forma, transmitía, con el
t a c to necesario, mensajes y decisiones de los quechuas a su
h e r m a n o , el cual, de esta manera, no los interpretaba como
ó r d e n e s que rebaja ra n su condición de je fe absoluto.
S ó lo c u a n d o A n d ré s volv ió a A z á n g a r o , d e ja n d o con la
j e f a t u r a del T e ja r a Bastidas, Gregoria decidió trasladarse al
A lto. A la caudilla no le cabia duda de que al cuñado de José
G abriel no le adornaban en el mismo grado que a Andrés los
a trib u tos militares ni la capacidad de mando. Tan claro estaba
e s to que B astidas abandonó la plaza antes de que llegaran los
e jé r c i t o s de R eseguín, bastándole para tom ar esta decisión
s a b e r que Quispe el Mayor pasaba apuros e iba siendo vencido
a m edid a que avanzaban las fuerzas auxiliares. En ningún
m o m e n to pensó, como lo había hecho iintes Tupac Katari, salir
él m ism o con sus huestes a hacer frente a los españoles antes
de qu e pu dieran llegar a La Paz.
T a m p o c o acudió esta vez Julián A paza a salvar los ejércitos
qu e no eran suyos y que él no había mandado a esos lugares,
p e ro fue, en cambio, el último en abandonar el campo cuando
los e s p a ñ o le s llegaron hasta los bordes de la ciudad. Diego
C ristób al y A n d rés Tupac A m aru censuraron la retirada de
B a s tid a s; no lo pudieron hacer, en cambio, con Katari, que
h a b ía r e cu p e ra d o todo su vigor e independencia. Julián no
r e s p o n d io a los llamados de Bastidas para que acudiera al
p e rd ó n oto rg a d o en las paces de P atam anta y, desafiando, mas
bien, a los vencedores, se fue a atacar a Guamansonco, cacique
aliado de los españoles.
G racias a la actitud prudente y conciliadora de Gregoria,
T u p a c Katari, en lugar de sentirse postergado, entendió cjue, si
las a ccion es de ambos grupos se integraban, podían realizar
un a acción no solo más fuerte sino tam bién más amplia y
efectiva .

Los a m o re s d e A n d r é s y G reg oria.

H em os podido ver a lo largo de estas páginas que la hermana


de Ju lián A p a za , a pesar de ser una m ujer prudente y capaz de
im p on e r la concordia entre quechuas y aymaras, era, al mismo
tiem po, una persona de carácter fuerte e impositivo en la que
p r e d o m in a b a el poder incontenible de sus pasiones. Pasión de
m a n d o , p a s ió n de lucha, pasión de ve n ga n z as , pasión de
a v en tu ra s . No era, como se comprende, m ujer pa ia encadenar
su d e s b o rd a n te vitalidad en una vida familiar sin b u o, en un
t r a b a jo d om éstico limitado, en un matrimonio oscu io, junto a

- 61 -
un m arido sin ninguna condición de valentía, atractivo, ni
inteligencia. El hijo, que podía haber detenido un tanto sus
desborcfes, había sido alejado de su lado. Era entonces una
m u jer libre; si se sometió a ciertos cánones de vida en A yoayo,
en época de paz, ahora, con la guerra en que todo se hacía lícito,
en que todo com portam iento tenía una justificación o en que,
p o r lo m en os, nadie con tem p la b a las an tigu a s n o rm a s de
condu cta, Gregoria encontraba la coyuntura para desplegar
toda la en ergía contenida dentro de ella.
Incapaz de com partir glorias o afanes con su cuñada o de
soporta r controles de sus parientes, abandonó El Alto al mes de
estar allí. El afán de aventuras la llevó a Sorata, donde parecía
que las cosas eran menos monótonas; un caudillo im portante y
de alcu rn ia m an d aba allí; era interesante con ocerlo y, por
m edio de él, llegar hasta las más altas esferas de A zán g aro. La
actividad guerrillera no se limitaba en este sector al cerco lento
y aburrido de Sorata; también se atacaba pueblos y haciendas
de regiones m ás fértiles y ricas; el campo invitaba m ucho más a
las correrías a caballo y al disfrute de la naturaleza y no había
aquí m u jer que pudiera hacerle sombra. A ndrés era soltero y
las esposas y concubinas de los coroneles, que no eran rivales
p a ra ella, e s ta b a n , por lo dem ás, rad ica d as en las fin c a s
con qu istada s desem peñando tareas propias de su sexo, en la
reta gu a rdia.
Com o hem os dicho antes, no existen pruebas docum entales
que nos m uestren cómo fue el encuentro de A ndrés y Gregoria
ni c ó m o se e n ce n d ió el apasion ado a m or e n tre am bos.
C onocien do la personalidad de Gregoria, entendem os que el
j o v e n caud illo se hubiera deslumbrado con esta m u je r que
e n v o lv ía en su carácter todo el anhelo, inquietud, ardor y
pasión que le movían a el a actuar tan decididamente y que
r e p r e s e n t a b a , com o ningu na, la re a liz a ció n en el plano
fe m e n in o de lo que él pretendía ser como conductor de unas
m a sa s in d íg e n a s que, puestas en pie de g u erra , exigían
re iv in d ic a c io n e s y cambios, Gregoria, que le a v e n ta ja b a en
m u ch os años, apreció sin embargo, al m uchacho como a un
hom bre, p orqu e le vió fuerte, enérgico, orgulloso y consciente
en su fu n ció n de je fe y en su misión de mando.
L a pasión am orosa que les envolvió fu e tan notoria, tan
e s p o n ta n e a y abierta que no pudo pasar inadvertida a nadie.
De ahí que todos los declarantes en los juicios de La Paz les
s e ñ a le n c o m o am an tes y que ella m ism a te rm in e por
recon ocerlo, aunque sostuviera al principio que A ndrés “ sólo la
distin guía por ser herm ana de Julián K atari” .
Quispe el M enor, que no quiere acusarlos expresam ente de
un h e c h o q u e al oid or Diez de M ed in a le c a u s a b a tan to
-62-
^ovaauaiu, cunsiueranaoio un pecado “ que añadía una culpa a
las otras q*úe ambos com etían” , dice solamente, “ que presume
fu e s e su concu bin a porque siempre estaban juntos aún dentro
del t o ld o ” .
A s c e n c ia F lores dice también, refiriéndose a Gregoria, que
“ e s ta b a siem pre en compañía del A n d ré s ” .
El p ro p io D iego Cristóbal, como hem os visto, reconoce la
re la ció n a m orosa entre Andrés y Gregoria ai prometerle a ésta
que p r o n to pa sará su sobrino a esta gobernación.
J u n t o a las sin dicaciones del con cu b in a to de Gregoria y
A n d r é s , m u ch os de los declarantes añaden que ella era quien
in flu ía sobre el sobrino de Tupac Amaru. Es decir, si no la
a cu sa n cla ra m en te de ser la que conducía la rebelión, por lo
m e n o s dan a entender que la herm ana de Katari, m anejando la
s itu a c ió n sentim ental entre ellos dos, eran quien decidía, en el
fo n d o , m u ch os de los ‘ 'avances” y quien “ capitaneaba en los
com bates” .
L a d ocu m e n ta ció n probatoria de los amores de esta pareja se
c o n c r e t a especialm ente a las cartas que Andrés escribiera a
G r e g o r ia ; las de ésta a su amado no se conocen; posiblemente,
los A m a r u rom p ieron en A zá n g a ro la m ayor parte de sus
p a p eles en vista de lo sucedido en Peñas, cuando Escobedo y
Já u r e g u i, por m andato del ministro Gálvez, ordenaron en 1783
la p e r s e c u c i ó n de los gra n d es cau d illos rebeldes que por
e n t o n c e s volv ía n a ostentar importancia, olvidando lo pactado
en las paces. E ste hecho impide conocer de un modo exacto las
a c titu d e s m ás íntimas de Gregoria, las que sólo se adivinan por
las fr a s e s nostálgicas o las quejas y reproches de Andrés.
Sin e m b a rg o , creemos que, a pesar del tono paternalista o
a m e n a z a d o r de algun as fra ses y no o b sta n te la actitud
im p o s itiv a del constante encargo de que cuide y atienda a B as­
tidas, se pu ede afirm ar que se aprecia una nota de m ayor
d e p e n d e n c ia y enam oram ien to en A n d rés que en Gregoria.
P a r e c e r ía in cluso que la pasión de la heroína hubiera declinado
c u a n d o vio a A n d rés en e^te otro am biente y compitiendo en
m a n d o con su herm ano Jal án. Este enfriam iento se acrecen­
t a r ía d esp u és de la partida del caudillo a Azángaro, en los
últim o s días de Setiembre.
L a p r im e r a carta de Andrés a Gregoria es del 9 de Octubre de
1781. P rob a b le m e n te , el viaje, las novedades de Azángaro, las
c o n v e r s a c io n e s con su tío, la preparación de nuevos planes, no
le d e ja b a n sentir todav a la fu erza de la nostalgia, por lo que
las fr a s e s no pasan más allá de las típicas fórm ulas del sistema
e p is to la r m e stiz o que se refiere al deseo de que se conserve en
“ salu d p e r fe c ta en compañía de tu herm ano don Julián y mi
am a d o tío M ig u e l” . El queda sin novedad para servirle con el
a fe cto que le profesa y que durará mientras viva. Debe cuidar a
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su tío porque nadie lo hará “ con mayor voluntad y co n s ta n cia ” .
Queda esperando volver pronto a estos lugares “ en cuyo in ter
pido a Dios N uetro Señor te me guarde muchos añ os” , y firm a
com o “ su más amante Inga” .
Dos días después, el 11 de Octubre, A ndrés contesta una
ca rta de Gregoria, del 6, cuyo contenido,como ya dijimos, no se
conoce. Con un curioso tono paternalista, la tra ta de: “ Mi
q u e r id a h ija doñ a G regoria T upac K a t a r i” . N u e v a m e n t e
ce lebra la salud de que goza y le agradece “ las afectuosas
expresion es de su contenido por las que recon ozco la voluntad
que me profe sa s” . Pero, ahora, renovado por las frases de la
am ada, le confiesa que se halla sumamente confuso “ desde que
me separé de tu amable y buena compañía, que no veo la hora
de v olv er cuanto antes a esos lugares, para continuar el goce de
tus caricias y voluntad que te merecí en tus asistencias y
d e m o s t r a c io n e s f i r m e s ” . Al final, no pu ede d e ja r de
recom en d arle el cuidado de Bastidas, a quien le en carga “ con
las expresion es que no debes apartar de la consideración” . L a
despedida es ahora “ de su más afecto, quien te ama de corazón.
Inga” .
G regoria contestó a ésta, cuando ya había dejado L a Paz y
e sta ba en A chacachi. Con la suya, Andrés debe haber recibido
o tra de B astidas en la q u e le participaba la fragilidad del am or
de la caudilla, porque, el 24 de Octubre, le responde m ezclando
el ton o celoso y am enazante con frases tiernas y amistosas. Le
dice en esta carta, después de celebrar “ su buena ro b u s te z ” que
q u e d a “ e n t e r a d o de todas tus falsas letras y tus in ju s ta s
relacion es que por fin son de m ujer que engañas a cuatro o
cinco al lado, pues quieres entablarme de que a mi querido don
M iguel lo estás cuidando mucho y lo que hay es que desde que
salí de ese lugar del Tejar, sólo te has ocupado en cuidar con
pu ch eritos a cuantos frailes y monigotes y cuantos se les an toja
el te n e r fu n ció n contigo y así no té admitiré otra vez tus letras
fin g id a s ” . A c to seguido, en medio de los reproches, le vu elve a
decir que “ lo cuides a don M iguel” , para continu ar en la m ism a
fr a s e “ que si otra vez, te notifico desde aquí, me dan noticias de
tus m alas travesuras, será caso que me ponga en cam ino antes
de tiem po a quem arlos a sangre y fuego, a vos por delante y
después a tus colegiales y frailes y ¡cuidado de tus tra vesuras!,
que te las enm en d aré luego, y en virtud de la que escribe don
M iguel (que) me avisa de to d o” .
Tal vez tem eroso de los coléricos estallidos de G regoria ante
sus reproch es, atem pera enseguida sus am enazas, avivándole
el in terés por nu evas acciones bélicas que le pueden tra e r la
n osta lg ia de las antiguas jornadas en que ju n to s andaban por
ca m p o s y pob la d os, agregando: “ y te e n c a r g o que todo el
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cu id a d o ha de ser en ganar la catedral que yo he de llegar a oir
m isa y no tengas el pensamiento en m usarañas que la ciudad
m e han de entregar ganada” . Todo esto cuando La Paz había
sido ya liberado por Reseguín. Casi sin interrupción le añade
que no se preocupe por su hijo, que él lo ve en todo, para
c o n tin u a r enseguida amenazándola de que si nuevam ente le
j u e g a m ala s pasadas “ se verá p recisa d o a e n v ia r un
c o m a n d a te ... para que te arruine tus malas a u s e n c ia s ” , y
te r m in a pidiéndole “ que no viva tan ligera en sus tra v esu ra s” .
A l despedirse, en cambio, tiernam ente firm a “ su más amante,
que en todo ama de corazón A n d rés” . AGI. B. Aires 319.
N o ten em os testimonio de las reacciones de Andrés cuando
s u p o lo a con tecid o en Peñas con B astidas, G regoria y los
c o r o n e le s ; ta m p oco co n ocem os los s e n tim ie n to s que le
e m b a r g a r ía n cuan do se en teró de su a ju s ticia m ie n to .
P osiblem en te, las nuevas campañas militares ju n to a Diego
C r is tó b a l, las ce leb ra cion es de paz m ás tard e y las
p e r s e c u c i o n e s y tra slado a L im a y E spañ a, por últim o,
term in a ron por borrar la imagen de aquella caudilla colla a la
que an taño tanto amara.
G re g o ria , en cam bio, en la soledad del e n cierro y en la
an gu stia ante su próxima muerte, se habrá refugiado mil veces
en el recu erd o embellecido de su am or por Andrés.

*
G r e g o r i a y su h erm a n o Julián

E x is te n m uy pocas referencias a Gregoria en las palabras de


Julián. Sin em bargo, se sabe que confiaba plenam ente en ella
p u e sto que la hizo traer de A yoayo a su cam pam ento y le
e n c a r g ó especialm ente los asuntos de orden económico. Hemos
visto ya que le e rtre g ó la administración y venta de los vinos y
el a ca rreo de los caudales a Sorata. Por la confesión de Katari
se sa b e que tam bién ella fue la p orta d ora de los te so ro s
llevados a Pucarani para ser depositados en manos del cura del
lugar, el licendiado Bustillos.
De los s e n tim ie n to s y a ctitu d es de G reg oria hacia su
h e rm a n o existen, en cambio, muchos testimonios. Todos ellos
p e rm ite n apreciar el gran afecto adm iración y respeto que
sien te la guerrillera por Julián. Gregoria em pieza su confesión
rod ea n d o a su hermano de im portancia y misterio al señalar
que se sabía que un nuevo caudillo había llevantado las zonas
de C a la m a rca . A yoayo, Sicasica, C a ra ca to y Sapaaqui por
e n c a r g o de un Tomás Katari que venía de los lugares de arriba
y ten ía órdenes de su Majestad; nadie le identificaba todavía en
su pueblo hasta que se presentó cubierto por un paño; corrido
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el velo, resultó que el héroe misterioso era su herm ano Julián,
que iba de cam ino a La Paz, para cercarla.
Más adelante, cuando los ju eces sindican a T upac K atari de
asesino que no perdonaba a ninguna persona de cara blanca y
de ladrón que despojaba a los vencidos de todos sus bienes,
G regoria lo defiende, sosteniendo que Julián ja m á s ordenó esas
tropelías y que, si se cometieron, fue “ porque los indios se
propasaron a hacerlo, sin consentim iento de su herm ano Julián
quien sólo m andó m atar algunos” . A grega, con orgullo, que “ a
su herm ano lo trataban de virrey de estos dom inios” y que los
indios creían ‘ ’que era igual a nuestro m o n a rca ” . Ella pen saba
tam bién ‘ ’que era comisionado de su Majestad... y que después
había de quedar en calidad de virrey de estos dom inios” , añade,
para afirm ar su declaración, que esto se lo com unicó el propio
A n d rés Tupac A m aru.
A l reprochársele que Katari no acudió a solicitar el indulto,
sostiene que tanto Julián como Andrés y M iguel querían el
perdón, cuya consecución habían intentado antes, escribiendo
al obispo y al oidor Diez de Medina, pero que no consigu ieron
que éstos “ les apadrinasen” . Se le hace ver que ello no fue
cierto porque las tales cartas eran más bien de invitación a
plegarse a la rebelión, en la que se m antuvieron, continu ando
las persecuciones y ruinas, contestando con insolencia a las
c a r ta s - que les llam aban al sosiego. E lla insiste, con tod a
t ra n q u ilid a d que ese fue el p r o c e d e r m a n t e n id o a n te s de
solicitar el perdón, pero no después.
Cuando, vencidos los rebeldes en La Paz, G regoria se refugió
en A ch acach i, le escribe desconfiada y tem e ro sa a B astidas,
que está en Peñas, aconsejándole prudencia, puesto que puede
haber alguna traición, estando los enem igos tan cerca, pero,
sobre todo, le e n ca rg a que vele sobre su “ am ado h erm ano don
J u liá n ” porque “ me dicen va en pos de Sonco, por lo que le
suplico v a y a bien asegurado con otro coronel que sea de bu ena
d isp o s ic ió n p o r q u e aquí se oye que ese p ic a r o e s tá
d eterm in ad o a resistirse” .
A n t e s de las con versacion es sobre el indulto, G regoria le
había escrito a su herm ano exclusivam ente para m anifestarle
su afecto fraternal, en momentos que ella com prendía, eran
m uy difíciles para Tupac Katari, puesto que acab aba de ser
derro ta d o p or R eseguín, encontrándose re fu g ia d o en algún
rincón que no se m enciona en la carta. No h a y en estas líneas el
m en or reproche ni la más leve alusión al fr a c a s o de la em presa;
solo se nota su pena y angustia en una frase en que le pide le
informe “ cuándo se ha de venir o en la fo r m a que hem os de
estar...” Para dulcificar el sufrimiento del caudillo, en un gesto
de cariño casi infantil en el que le trata com o su “ venerado
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tatito de su alm a” , le m anda unas rosquitas y una muda de ro­
pa.
El 4 de N oviem bre, celebradas ya las paces de Patamanta,
G re go ria se traslada a Peñas ju n to a Bastidas y desde allí
escrib e dos cartas a su hermano. Las cartas, a primera vista,
p a re ce n un testim onio del increíble engaño e ingenuidad de
G regoria, puesto que invita encarecidam ente a Tupac Katari
p a ra que se presente también en Peñas, donde todo parece
d eslizarse en form a casi idílica.
E n efecto, el 6 de N oviem bre le cuenta que Bastidas fue a
V ilaqu e a entrevistarse con Reseguín, m ereciendo “ grandes
c a r iñ o s ” y le agrega que se “ venga cuanto antes, a honrarle,
t r a y e n d o algu n os bastim entos com o son gallinas, con ejos y
otras cosas más que no se hallan aquí” . A ñade por último, que
ella “ ha m erecido los grandes cariños de dicho señor y así se
v e n g a sin ninguna pensión” .
El 9 de noviem bre, como no diera resultado la primera carta,
v u elve a escribirle diciendo: “ Mi querido herm ano don Julián,
ya le te n go a vuestra merced escrito que sin dem ora ni recelo se
v e n g a con la m ayor anticipación a lograr el indulto que en
n om bre del R e y nos ofrece el señor V irrey de Lim a y que este
señ or com andante, con-las m ayores benignidades y dulzura, ha
pu esto en ejecución. No he tenido el gusto de que vuesa m er­
ced me resp ond a ni menos el que se venga, por cuyo motivo
le vuelto a suplicar con el amor y cariño que le profesa la
san gre, que sin recelo alguno, se ponga en cam ino para este
pueblo, pues de allí resultara su felicidad. No pierda vuesa-
m erced tan buena ocasión de lograr el indulto, como le ha
sucedido a don Miguel y a mí y com o a todos los demás que se
han h e ch o presentes, pues nos tienen con m u ch o cariño y
distinción, ta n to que don Miguel se halla querido y apreciado
por tod os los caballeros principales. Esto mismo hicieran con
vuesam erced si no abusara de la clem encia del R e y y, si no lo
h ace así, bu sca rá su perdición y yo la lloraré perpetu a m en te” .
“ E s ta carta, hágase vuesam erced le e f con el.cura, que él le
allan ará sus dificultades y le hará ver que es conveniente su
venida. Dios le m ueva a v u esa m erce d a esto y guarde su vida
m u c h o s a ñ o s ” . “ De vuesam erced, su r e n d id a herm ana,
G re g o ria A p a z a ” .
H e m o s pen sado siempre en e l ‘c a r á c te r sorprendente de estas
cartas, conociendo por un lado la perspicacia y el carácter de
G re go ria así como, por el otro, la declaración de Quispe el
M ayor, que había sostenido que “ Gregoria fu e de contrario
d icta m e n a que consiguiesen el p erdón” . A firm ación a la que se
su m ab a, la de Diego Calsina quien había dicho que oyó a la
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G regoria le hacía cargos a Bastidas, en el santuario, de haber
determ in ad o pedir el perdón” .
U na lectura detenida de la última carta nos hizo ver que su
r e d a c c ió n y c om p o sición , m u ch o más cu id a d a s, e r a n m uy
diferentes a las dictadas por Gregoria a sus am anuenses en
o tra s circu nstancias. Cabía sospechar, con todo esto, de la
espon taneidad con que pudieron ser escritas. La duda se aclaró
por fin cuando, releyendo las frases de Diez de Medina, en que
narra lo acontecido con Julián, dice, acusándole por no haber
com p arecido a la com andancia general a g o z a r del perdón, que
no lo hizo a pesar de que se “ le mandó escribir repetidas veces
por M iguel Bastidas... y su herm ana Gregoria A paza, verreina
s u p u e s ta ” . AGI. B Aires 319.
P rosigue el oid or diciendo que el día 9 de N oviem bre del 81-
fe c h a de la última carta- en vista de que no se presentó y,
habida cuenta de la intención de huir de parte de algunos
coron eles así com o de las cartas com prom itentes enviadas por
Inga Lipe, se resolvió pasar con escolta por las casas y tiendas
que ocupaban los rebeldes, aprisionarles y em bargarles sus
bienes y papeles.
A l am an ecer del día siguiente fue capturado Julián A paza,
quien fu e llevado a Peñas para com enzar su interrogatorio.
Iniciado éste, los reos fueron enviados a L a Paz, el día 12, para
e v ita r riesgos y complicaciones, Com prendem os que G regoria y
Junan no pudieron hablarse; posiblemente se vieron; ¡cuán ta
ira, dolor, im potencia, odio hacia el vencedor, y am or fratern al
debe haberse cru zado en sus miradas!

O tro s ra sg o s d e la p e r so n a lid a d d e G reg o ria .

C uando se estudia el texto de la confesión de G regoria así


' com o el del careo con los otros prisioneros, pueden capturarse
fra ses y actitudes suyas que contribuyen en sus m atices a
delin ea r la personalidad de la guerrillera.
E n las declaraciones de los otros reos se percibe en general
un a a ctitu d de sum isión, de culpa, de m iedo, e in cluso la
debilidad del halago al ju ez y del ataque al antiguo je fe . Así,
por ejem plo, culpan de todo a T upac Katari, achacándole, fu era
de los crím enes, saqueos y sacrilegios, todos los vicios posibles.
P ro c la m a n , al m ism o tiem po, que Diez de M edin a, co n su
ora toria con m ovedora, les arrastró definitivam ente al arrepen­
tim iento.
Gregoria, en cam bio, en su confesión, no sólo proclam a los
valores' de su herm an o sino que se m uestra orgullosa de haber
p a r t ic ip a d o en la reb e lió n . A ltiv a , d isc u te co n los que la

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in te r r o g a n , tergiversa las acusaciones y trata de envolver a los
d e m a n d a n te s . Cuando se la acusa por los caudales que arrebató
a los esp a ñ o les vencidos, se desliga de la sindicación y culpa a
M aría Lupiza, a quien nunca quiso y a la cual vio salir libre,
s ien do tan responsable como todos ellos. Como se le insiste en
los sa q u e o s rebeldes, inm ediatam ente señala la actitud de los
solda dos tu cu m an os que se robaron las cargas de dinero, plata
la b ra d a y vestidos que Julián A paza llevabá consigo cuando le
p r e n d ieron , “ las que repartieron entre sí, habiendo entregado
m uy poco al señor comandante, según le avisó la citada L ó p e z ” .
C om o se la obliga a señalar a los principales prom otores del
a l z a m i e n t o , se v e n g a d e la n ta n d o a P alacios, el vecin o
p e n in s u la r que se entendió con Bastidas, pidiéndole lo sacara
de la ciudad y com prándole pan y manteca. En vista de que no
es c re íd a se m e ja n te acusación, se la carea con Miguel, quien,
a u n q u e m ás generosam ente lo niega al principio, termina por
c o n fe s a r la conexión.
S a b e d o ra de que los mestizos A n a y a y Angulo, que hacían de
a m a n u e n s e s , la habían sindicado de mandona cruel y asesina
que c a p ita n e a b a a los indios, los acusa, sosteniendo que si bien
“ no ten ía n arm as de fuego, tuvieron sables y libertad para
in te r n a rs e a la ciudad” y lo hubieran conseguido si lo hubieran
d esea d o.
C om o Josefa A naya, otra mestiza o criolla, a pesar de haber
sido su p ro te g id a frente a la Lupiza, la sindicó de concubina de
A n d r é s , ella no vacila en se ñ a la rla com o ‘ 'am asia de su
herm ano” .
En ios careos, discute con los que la acusan, y los reconviene.
N iega las acusaciones que considera ofensivas y culpa sin la
nienoi vacilación a otros, como es el caso de Andrés, que al fin y
al c a b o está libre y bien lejos de las manos de Diez de Medina.
Y, por ultimo, con la altivez que no mostraron Bastidas y los
c o ro n ele s, proclam a que los rebeldes y, con ellos, la acusada
“ p en sa ron triu n fa r sobre los españoles, sin que llegase el caso
de r e n d ir s e a n u e stra s a 'm a s por el poco nú m ero de los
n u e s tro s y la multitud de ellos” . T erm ina su desafío añadiendo
que c u a n d o venían las tropas auxiliares decidieron “ oponerse y
h a ce r resisten cia hasta acabarnos o consumirse ellos, fiándose
¿i su d esesp e ra ción y despecho” .

P a r e c e r d e l p r o te c to r de n a tu ra le s.-

No e r a ta r e a fácil para don Diego de la R iva encontrar


a r g u m e n to s para defender a Gregoria. Por supuesto, a u 10 a
los in flu jos que debió haber sufrido de parte de os ca ezas
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que la em pujaron a obrar “ con precipitación tan im propia” .
A le g ó ta m bién que se presentó voluntariam ente al indulto,
c u a n d o lo más posible era que si no lo hubiera hecho así, nadie
la ha bría aprenhendido, pasando inadvertida dentro del común,
c om o los dem ás perdonados.
R e c o n o c e , en el fon do, sus extraordinarias condiciones de
personalidad al decir que “ Gregoria Apaza, herm ana de Katari
t u v o m u ch os adelantam ientos y mucho que adm irar en su
n a tu ra lez a y s e x o ” . Sin embargo, tratando de am inorar sus
culpas, se refiere al influjo de su hermano, además del que
resu lta b a de “ sus afectos carnales con A ndrés Tupac A m aru
que la ponían en alteración...” .
D ijo tam bién que era persona de ‘ 'naturaleza áspera” y que
por eso, “ cuando se vio en altura, fue soberbia y nunca humilde
y tu v o a más valer llevar en el gobierno los afectos tiranos... y
no los que su propio sexo débil le. podían inspirar” .
En vista de ello, sostuvo que sólo cabía “ aspirar a m over la
con m isera ción , si había lugar, para que esta delincuente fu era
a t e n d id a en calid ad de a r r e p e n tid a ” . A n t e s h a bía h ech o
consideracion es sobre el exceso de rigor que llevaba a confundir
la ju s t ic ia con la venganza, así como sobre el hecho de que con
b la n d u ra ga n a el ju e z más gracia y honra en absolver que en
con den ar.

LA SEN TEN C IA .

M ás peso tuvo en el oidor Diez de M edina el deseo de un


c a s t i g o e je m p la r que las prudentes c o n s id e r a c io n e s del
p rotector. Una vez más, como en el caso de Bartolina, con gesto
im p la c a b le co n d e n ó a Gregoria A paza, o b te n ie n d o p re cis a ­
m ente, com o se lo advirtió el defensor de naturales, lo contrario
de lo que buscaba. Pretendió quedar señalado para el futuro
c o m o el ju e z in ta ch a b le que bu sca el d e b e r an tes de la
clem en cia, dejando bien en claro que los crím enes de Gregoria
sob re p a sa b a n todas las circunstancias atenuantes m ostradas
por el abogad o defensor, Para una persona sem ejante no cabía
sin o u n a c o n d e n a c ió n d e fin itiv a con la que, adem ás de
castigarla, se d a r ía una clara a d v e rte n c ia a los que
p re te n d ie ra n alzarse nuevamente. Quedaría, además, su figura
su m e rg id a para siem pre en el m enosprecio y el oivido.
De ía R iva le había recordado una antigua sentencia que
decía: “ No queráis ser muy justo, porque el ju sto perece en su
ju s t ic ia " . Eso fue lo que aconteció con el Oidor; a él no se le
r e c u e r d a sin o p o r sus im p ru d en tes e im p la ca b le s ju icios.
G regoria, en cam bio, con el devenir histórico, lograría esfum ar

-72-
sus delitos para aparecer com o una figura simbólica en la lucha
por la libertad de su raza oprimida.
E sta s reflexiones no cupieron en la estrecha mente del Oidor
qu e la s en te n ció con el siguiente fallo:
" A l i i e g o r i a Apaza, nominada execrablem ente la reina, por
a m a sia de A n d ré s Tupac Am aru y haberse sentado con éste a
s e n t e n c ia r en el pueblo de Sorata, en forma de tribunal, la
m u e r te de aquellos buenos y leales vasallos españoles y blancos
qu e en nu m ero muy considerable fueron víctimas del furor
b a r b a r o de estos carniceros sangrientos y tiranos caudillos, eco
de ia voz de A n d rés y Diego, como Miguel y sus coroneles, en
q u ie n el p rim ero inspiraba sus sentim ientos deshonestos y
t r a id o r e s y opu estos a la subordinación del indulto solicitado y
p r o m u lg a d o , se condena en la misma pena ordinaria de horca,
p a r a c u y a eje cu ción la sacarán con una corona de clavos o
e s p in a s en la cabeza, una aspa cuantiosa por cetro en la mano,
sob re una bestia de albarda, la pasearán por esta plaza con el
m is m o p re g ó n , hasta que puesta en el cadalzo, igualmente
m u era. Y fija d a s sus manos y cabeza en picotas con el rótulo de
su n o m b r e las conduzcan a los pueblos capitales de Achacachi
y c o n s e c u t iv a m e n t e al de Sorata, actuándose en el puesto
d o n d e se p resen tó así sentada y después de días y su incendio
se a r r o je n sem ejan tem en te al aire, las cenizas en presencia de
a q u e llo s indios".

* * *

N o h em os e n co n tra d o ningún testim onio docum ental que


r e fie r a la fo r m a en que se cumplió esta inicua condena. No cabe
h a ce r s e 1a ilusión de que un sentimiento humanitario hubiera
a t e n u a d o el rigor de tal sentencia; las únicas noticias que se
c o n o c e n de que la ejecución de los reos se practicó, están en los
in fo r m e s oficiales al virrey en los que por supuesto, no hay
n in g u n a fr a s e de conden ación para el proceder judicial del
O id or; s im p le m e n te se le participa el hecho. En el caso de
T u p a c K a ta r i se había detallado la form a en que se había
cu m p lid o la sentencia, ahora, cuando los ejecutados pasaban de
10, s im p lem en te se da cuenta del cumplimiento de un fallo.
Tradición
y prestigio
con estilo
moderno
de banca

Banco Mercantil S.A.


J
Esta edición se terminó de
imprimir el 22 de septiembre de 1981
en los talleres offset de la
Empresa Editora “ Khana Cruz” S.R.L.
Av. Camacho 1372 - Casilla 5920
La Paz - Bolivia
fTTTTTT i i h i t n i i r i i i u
La a u to ra, lic e n c ia d a en H isto ria en la U n iv e r sid a d d e
C h ile , c o m p le t ó s u s e s tu d io s en la U n iv ersid a d C e n tr a l d e
M adrid. C a te d r á tic a d e H isto ria d e A m é r ic a y d e H is to r ia
U n iv e r s a l en la U n iv e r s id a d C a t ó lic a d e V a l p a r a í s o ,
a c tu a lm e n te e je r c e las m is m a s cá te d ra s en la F a c u lta d d e
H u m a n id a d e s d e la U n iv ersid a d M ayor d e S a n A n d r é s , d e
La P az, H a in v e stig a d o s o b r e el t e m a d e la s r e b e lio n e s
in d íg e n a s en el s ig lo X V III, en lo s A r c h iv o s d e B o liv ia ,
B u e n o s A ir e s, M adrid y S e v illa . H a p u b lic a d o “ T e s t im o n io s
d e l c e r c o d e La P az. 1 7 8 1 ” y “ D ia r io d el c e r c o d e La P a z d e
F r a n c isc o T a d e o D ie z d e M e d in a ” .

M ARIA EUGEN IA DEL VALLE S il .ES

^ SO B R E ESTAS BIOGRAFIAS

R e s c a ta d a s d e l m ito , no s ie m p r e e x a cto ni ju sto con e lla s , B a r to lin a S isa y G r e g o r io A p a z a r e s u r g e n


e n to d a su d im e n s ió n h u m a n a , p o lítica y so cia l a tra v é s d e e ste im p o rta n te e stu d io b io g r á fic o r e a liz a d o
p o r u n a p r o f e s io n a l d e la h is to ria .
La o b ra d e M a r ía E u g e n ia d e l V a lle d e S ile s , e n m a rca d a d e n tro d e un e stu d io m a y o r s o b r e la s
R e b e lio n e s In d íg e n a s d e 1 8 7 1 , tiene la v ir tu d d e re u n ir p a ra la h is to ria te s tim o n io s a u té n tic o s s o b r e la
a c tu a c ió n d e B a r to lin a S is a y G re g o ria A p a z a en ese m o v im ie n to p r e c u r s o r d e la in d e p e n d e n c ia
a m e r ic a n a .
A h í e s t á B a r to lin a S is a , la c o m p a ñ e ra fie l d e T upaj K a ta ri, p r e s ta n d o a l c a u d illo e l r e s p a ld o q u e é ste
r e q u ie r e p a r u lle v a r a d e la n te su co m e tid o . En e l e sc e n a rio de la s p r o v in c ia s insurrectas y en la s a ltu r a s
d e La P a z , c o m p a r te con é l la d ig n id a d d e v ir r e y n a , e le v á n d o s e d e su h u m ild e a n c e stro con to d a la
p o m p a y s o le m n id a d en q u e é ste la co lo ca , p a ra m o stra r a los su y o s q u e no e ra n r a z a d e v a s a llo s .
La a u to r a in c u r s io n a en la p e r s o n a lid a d d e B a rto lin a y nos la m u e s tra c o m p a rtie n d o o r g u llo s o lo s
id e a le s d e K a t a r i, d e fe n d ié n d o lo con n o b le z a ta n to en la lu ch a com o en la p r is ió n , r e e m p la z á n d o lo a
v e c e s p a r a c a p ita n e a r la s tr o p a s o a u x iliá n d o lo en e l p e lig r o . Los te s tim o n io s la p r e s e n ta n d ig n a y le a l;
n i s iq u ie r a la s m a z m o r r a s q u e b ra ro n su fe en la ca u sa n i la h ic ie ro n r e tr a c ta r s e .
P e ro s i en e se p r im e r tr a b a jo , M a ría E u g e n ia d e S ile s h a ce a la r d e d e su a g u d a o b s e r v a c ió n , en e l
q u e c o n c ie r n e a G r e g o r ia A p a z a va un p oco m ás a llá . Su m in u cio sa in v e s tig a c ió n h a ce p a te n te e l p a p e l
q u e e s t a m u je r le g e n d a r ia d e se m p e ñ ó en la r e b e lió n , a d e m á s d e su te m p le y c o ra je .
La h e r m a n a d e T u p a j K a ta r i, e m e rg e d e los d o cu m en to s co n su lta d o s p o r la h is to ria d o r a en a r c h iv o s
d e La P a z , S e v illa y B u e n o s A ir e s , con u n a e sta tu ra h a sta h o y ig n o ra d a . G r e g o r ia es u n a líd e r n a ta .
D e m a s ia d o in q u ie t a p a r a ju g a r un p a p e l se c u n d a rio , m uy p ro n to se c o n v ie rte en u n a p r o t a g o n is ta
p r in c ip a l d e la r e b e lió n y e n im p o rta n te e sla b ó n e n tr e los m o v im ie n to s a y m a ra y q u e c h u a .
A p a s io n a d a y r o m á n tic a , d e s h in ib id a y a u d a z , G r e g o r ia es la r e in a d e los su y o s, no p o r im p o sic ió n
d e n a d ie s in o p o r d e c is ió n d e e llo s m ism o s. E sta m u je r q u e -según lo s te stim o n io s- " m a n d a b a m u ch o
m á s q u e lo s c o r o n e le s " , d e jó a su único h ijo a b u e n re ca u d o p a r a e n tr e g a rs e p o r co m p le to a su sin o
h is tó ric o y a l a m o r p o r su co m p a ñ e ro d e lucha A n d ré s T u p a j A m a r u .
La d im e n s ió n d e e s ta s d o s fig u ra s fe m e n in a s, q u e b ro ta d e l e s tu d io , e stá d a d a no só lo p o r su v id a ,
s in o p o r su m u e r t e . S o m e tid a s a l esc a rn io y la to rtu ra a l ig u a l q u e e l c a u d illo K a ta r i, su s ce n iz a s fu e ro n
e c h a d a s a l v ie n t o en lo s lu g a r e s d o n d e h a b ía n p a se a d o su a ltiv a d e c isió n d e r e b e la r s e c o n tra u n o r d e n
in ju s to . E n c a r n a d a s a lo la r g o d e esto s d o s sig lo s en la acción a n ó n im a , y o tra s v e c e s p r o ta g ó n íc a d e la s
m u je r e s b o liv ia n a s , B a r to lin a S isa y G r e g o r ia A p a z a , re n a ce n c a d a ve z q u e é sta s m a n ifie s ta n su a m o r
a la lib e r t a d y se d is p o n e n a co m b a tir a la s tir a n ía s o ca sta s q u e in te n ta n o p rim ir a l p u e b lo .

Ana María Romero de Campero

B I B L I O T E C A P O P U L A R B O L IV IA N A D E

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