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Las familias sufren hoy una gran crisis, que pone en tela de juicio su capacidad educadora
y catequética.
A pesar de estas dificultades que todos constatamos, un gran número de autores
estudiosos del tema nos recuerda constantemente que la familia sigue siendo un lugar
educativo privilegiado e indispensable para la educación religiosa. En definitiva, nos
dicen que la familia no solo puede, sino que debe ser lugar de educación religiosa. Ahora
bien, el problema con que nos encontramos a la hora de recordarles a los padres esta tarea
suya insustituible es doble: la falta de conciencia del deber de educar religiosamente a los
hijos, con la consiguiente costumbre de «delegar» en otros esta tarea, y la falta de
convicción sobre las propias posibilidades educativas.
RESPONSABILIZAR. Hay que recordar a los padres que la familia, «iglesia
doméstica», es lugar primario de educación religiosa: los padres son los primeros
educadores de la fe de sus hijos. En este sentido, hay que conseguir que la familia recupere
su función educativa y la conciencia de su responsabilidad y capacidad para la educación
religiosa de sus hijos.
Para esto, tenemos que erradicar la costumbre de «delegar» en otros la educación
religiosa de los hijos y que sean otros los que la asuman. Es importante explicar a los
padres que lo que les pedimos «no es que sean maestros o profesores de sus hijos,
transmisores de una doctrina, incluso catequistas suplentes ante la escasez de catequistas
en la parroquia. Les invitamos a ser, nada más y nada menos, que padres cristianos,
capaces de dar buen ejemplo inculcando actitudes y hacer una lectura cristiana de los
acontecimientos de la vida» (E. Alberich).
Los padres poseen una clara ventaja a la hora de educar en la fe: el clima afectivo de la
familia y su relación con el niño. Si aprovechamos este potencial, ya tenemos ganado
mucho.
Los padres han de descubrir que en el hecho de educar en la fe a sus hijos está en juego
algo verdaderamente importante para ellos. Los padres están dispuestos a todo por sus
hijos. Por ello, es necesario que descubran el sentido de su responsabilidad educativa, es
decir, que de esta tarea y este tiempo «que pierden» con sus hijos depende en gran parte
el futuro de la felicidad de sus hijos.