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A Eugenia

ÍNDICE

Índice de cuadros, gráficos y mapas 9

Prólogo 11
Notas 17

Capítulo I
DEVOTOS Y TRUNCOS. LOS LIBROS DEL
OCASO COLONIAL 21
Notas 41

Capítulo II
DEL COMERCIO A LA PRODUCCIÓN
DE LIBROS 47
Notas 71

Capítulo III
DE VISITA EN UNA BIBLIOTECA 75
Notas 99

Capítulo IV
DE COMPRAS EN UNA LIBRERÍA 103
Notas 127
7
Capítulo V
PROFANOS Y RADICALES. LOS LIBROS
DE FIN DE SIGLO 131
Notas 159

Capítulo VI
MÁS ALLÁ DE LOS LIBROS 167
Notas 189

Epílogo
VOCES Y PALABRAS 195
Notas 213

FUENTES 217

BIBLIOGRAFÍA 223

8
ÍNDICE DE CUADROS, GRÁFICOS Y
MAPAS

Cuadro 1. Distribución de 736 volúmenes, con un valor


de 1.712 pesos, registrados en 87 inventarios
sucesorios efectuados en el Valle Central
(1800-1824) 23
Cuadro 2. Títulos más frecuentes en los inventarios
sucesorios efectuados en el Valle Central
(1800-1824) 25
Cuadro 3. Tamaño y temática de las bibliotecas del Valle
Central (1800-1824) 28
Mapa 1. Poblaciones, puertos y caminos de Costa Rica
(1750-1821) 31
Cuadro 4. Imprentas y sus productos en Costa Rica
(1830-1849) 58
Gráfico 1. Obras y folletos impresos en Costa Rica
según imprenta (1830-1849) 60
Cuadro 5. Extensión y temática de los libros y folletos
publicados entre 1830 y 1849 61
Cuadro 6. Títulos con más ejemplares en la imprenta
de Miguel Carranza (1843) 63
Cuadro 7. Biblioteca de Rafael Francisco Osejo (1828) 77
Cuadro 8. Libros comprados por Edward Wallerstein
(1844) 79
Cuadro 9. Obras traídas por Vicente Aguilar y Nazario
Toledo (1851) 82

9
Cuadro 10. Libros de la biblioteca de la Universidad de
Santo Tomás (1859) 86
Cuadro 11. Temática de los libros de la biblioteca de la
Universidad de Santo Tomás (1859) 90
Gráfico 2. Temática de los 249 títulos escogidos por
Ricardo Jiménez y Pedro Pérez Zeledón
para ampliar la biblioteca universitaria (1884) 96
Cuadro 12. Obras de la librería de la imprenta "El Álbum"
(1858) 105
Cuadro 13. Temática de las obras de la librería de la
imprenta "El Álbum" (1858) 106
Cuadro 14. Obras impresas en Centroamérica en las
bibliotecas nacionales de Nicaragua,
El Salvador, Costa Rica y Honduras
(1882-1906) 111
Cuadro 15. Libros profanos en los inventarios sucesorios
del Valle Central (1825-1850) 119
Cuadro 16. Dueños de los libros profanos a la luz de los
inventarios sucesorios efectuados en el Valle
Central (1825-1850) 120
Cuadro 17. Novelas, cuentos y dramas en los inventarios
sucesorios de los años 1825-1850 124
Gráfico 3. Temática de los 361 títulos de la biblioteca
artesano-obrera abierta en San José en 1889 137
Gráfico 4. Libros y folletos publicados en Costa Rica
según tipo de imprenta (1850-1914) 147
Cuadro 18. Establecimiento de impresores extranjeros entre
1885 y 1914 e imprentas josefinas en 1908 149
Cuadro 19. Impresores de libros y folletos en Costa Rica
(1900-1914) 150
Gráfico 5. Valor de las importaciones de imprentas y sus
útiles, papel y tinta (1908, 1912 y 1915) 152
Cuadro 20. Temática de las obras impresas en Costa Rica
(1850-1914) 154
Cuadro 21. Alfabetismo en el barrio de la Soledad. San
José (1904) 174
Cuadro 22. Cargos públicos ocupados por varios
intelectuales costarricenses (1909-1922) 183
10
Prólogo

El dibujo que Rogelio Sotela trazó en 1920


de Ricardo Fernández Guardia, lo ubica sin duda
apropiadamente:

"en su biblioteca... ante el escritorio profuso,


sentado en un viejo sillón colonial, de cuero,
rematado de hierros cobrizos. La sala de libros
está arcaicamente engalanada con estas sabrosas
sillas. Esta biblioteca suya, que era una de las
más ricas del país, fué mutilada con el incendio
reciente de su casa; pero aún se ven allí algu-
nos cronicones viejos, el amarillento archivo
de los tiempos coloniales y todo un enfilamien-
to de libros anticuados y borrosos..."1

El privilegio de visitar una colección como la de


Fernández Guardia es, cada vez más, una ilusión
perdida en un ayer lejano. El doctor Vicente Lach-
ner, al prologar en 1927 el primer tomo del Índice
bibliográfico, compilado por Dobles Segreda, ad-
vertía que en Costa Rica, los libros "...desaparecen
como hundidos en profundo sumidero... en impren-
11
tas y librerías sería inútil buscarlos..."2 El cúmulo de
factores detrás de esa evanescencia era y es amplio, y
va del fugaz paso del tiempo, que los amarillea, al
ataque voraz de los insectos, y de los desastres de to-
do tipo al reciclaje.3
El objetivo de este libro es enfrentar la destruc-
ción y el olvido con base en diversas fuentes docu-
mentales, en las cuales obras y folletos editados en el
país o traídos de fuera, dejaron fragmentos de su
tránsito. El desvelo por detectarlos se explica porque
permiten explorar tópicos clave de la cultura, ya se
trate de títulos oficiales, vehículos de la voz del po-
der y de los poderosos; de los ascendidos a textos es-
colares, amados u odiados por sus usuarios; de los
piadosos, útiles para blanquear el alma de los peca-
dores; de los evocadores, compañeros de sueños en las
tardes de verano; o de los que, en asocio con uto-
pías futuras, esparcían aires libertarios y radicales,
en prosa y en verso.
El lector, a partir de aquí, queda cordialmente
invitado a hurgar en viejos armarios y baúles, en
busca de libros descuadernados o empastados en pla-
ta, y quizá prohibidos; a visitar sin prisa y con deta-
lle bibliotecas y librerías que ya no existen, pero to-
davía olorosas a cedro, a tinta, a polvo y a lonjas de
cerdo; a vagar entre los títulos de que se ufanaban los
acaudalados, y los que poseían artesanos y campesi-
nos; a decidir si adquiere tal o cual volumen, promo-
cionado con gracia en un aviso periodístico; y en fin,
a transitar por veredas poco conocidas de la cultura
costarricense del período 1750-1914.
*
El estudio de la producción, el comercio y el
12
consumo de obras impresas es, desde varios lustros
atrás, un tema privilegiado por la investigación histó-
rica. El viejo y brillante libro de Febvre y Martin4 es
ya un clásico en una corriente capaz de exhibir, a la
par de los esfuerzos de Mandrou y de Ginzburg,5 los
de Darnton, Davis, Houston y Chartier.6 La influen-
cia de los avances logrados en Gran Bretaña y Fran-
cia se evidenció con presteza en España: más allá de
los escritos de Menéndez Pelayo y Caro Baroja,7 cre-
ció el interés por explorar bibliotecas, librerías, im-
prentas y lectores.8
La experiencia de América Latina difiere poco
de la española: el desvelo por las obras célebres o ra-
ras, y por los principales movimientos intelectuales,9
es desplazado por el examen del trasfondo económico
y social de la actividad librera.10 Costa Rica no se ex-
ceptúa de tal proceso. El trabajo pionero de iden-
tificar y clasificar los impresos publicados durante el
siglo XIX, emprendido por Dobles Segreda y Li-
nes,11 es punto de partida para las investigaciones ac-
tuales, sobre bibliotecas públicas y privadas,12 el trá-
fico y la producción de impresos13 y el despliegue de
la prensa.14
Las fuentes principales empleadas por los inves-
tigadores costarricenses son de tres tipos: inventarios
sucesorios para prospectar las colecciones privadas;
listas de libros existentes o por comprar y cuentas por
servicios de impresión de diversas instituciones
públicas; y catálogos de títulos en venta en tal o cual
librería o imprenta, y anuncios periodísticos de im-
portadores de textos. Este cuerpo documental per-
mite sopesar, en distintas épocas, el tamaño y la va-
riedad de la oferta librera, las condiciones sociales
13
del quehacer editorial y el comercio de impresos, y
la magnitud del consumo de obras y su diferencia-
ción según categoría ocupacional y espacio rural y
urbano.
*
La documentación en que se basa esta obra es
variada: entre las fuentes ya editadas, destacan los ín-
dices bibliográficos de Dobles Segreda, Lines y úl-
timamente de Carlos Meléndez, y el periodístico de
Blen;15 los avisos de periódico, en especial los de
1830-1860, entre los cuales figura una lista de 1858,
con las obras en venta en la librería de la imprenta
"El Álbum";16 testimonios de viajeros que visitaron
el país en el siglo XIX;17 y datos estadísticos ex-
traídos de los censos de 1864, 1892, 1908 y 1915, de
los Anuarios de 1907-1915 y de las Memorias de
Hacienda y Comercio de 1900-1914.18
El material inédito consta de varias facturas de
compra de textos para la Universidad de Santo To-
más, de catálogos de su biblioteca y de avalúos de li-
bros particulares, insertos en los inventarios suceso-
rios del período 1800-1850. El carácter incompleto
de tales fuentes es pronto visible: se consigna casi
siempre el título, pero no entero ni exacto; aunque se
especifica esporádicamente quién es el autor, nunca
aparece la editorial que produjo el volumen, ni el lu-
gar ni la fecha en que fue impreso; en cambio, es
usual que se indique el número de ejemplares y de
tomos de cada obra.19
El investigador, de cara a fuentes diversas, dis-
persas y fragmentarias, está obligado a admitir que el
producto de su trabajo jamás será como lo imaginó.
El desfase ciertamente es común a toda empresa cien-
14
tífica: detrás de cada avance, otra pregunta prepara
su debut. El desequilibrio entre lo que se desea y lo
que se logra, se agrava en este caso por dos factores
extra: el vacío que supone la falta de un verdadero
estudio sobre la imprenta en el país,20 y el énfasis de
los teóricos literarios en la obra célebre, y su escaso
interés por el trasfondo económico y social en que
era impresa y circulaba.21
*
La explotación de la documentación descrita co-
rrió a cargo de un escogido equipo de asistentes, to-
dos estudiantes de la Escuela de Historia y Geografía
de la Universidad de Costa Rica: Virginia Mora, Pau-
lina Malavassi, Anthony Goebel y Gabriela Villa-
lobos. La Vicerrectoría de Investigación de tal
institución financió todo el proceso de extracción y
procesamiento de los datos, el cual estuvo adscrito al
Centro de Investigaciones Históricas, a cuyo personal
agradezco su gentil y solícita colaboración. Lo mis-
mo expreso a los trabajadores del Archivo Nacional y
de las bibliotecas Nacional y del Banco Central.
La personalización de los agradecimientos siem-
pre es problemática, pero esta obra no existiría sin el
apoyo de Elizabeth Fonseca, Directora del Centro de
Investigaciones Históricas, de Guillermo Carvajal,
Director de la Escuela de Historia y Geografía, y de
Mercedes Muñoz, Directora del Departamento de
Historia. La amistad de Steven Palmer, Fabrice Le-
houcq, Arnaldo Moya, Patricia Alvarenga, Víctor
Hugo Acuña, Ronny Viales, Patricia Fumero y Fran-
cisco Enríquez, fue vital, y decisivo el estímulo de
mis estudiantes. Eugenia Rodríguez Sáenz, gracias y
pese a su ausencia, fue una abastecedora estratégica
15
de bibliografía, inspiración, aliento, provisiones y
otros ingredientes básicos de la vida diaria.
La eventual contribución de esta obra al cono-
cimiento de la cultura tica en el período 1750-1914
pertenece a diversas personas e instituciones; pero el
autor es el único autorizado a cargar con sus errores
y omisiones, de los cuales es dos veces culpable. Los
diversos capítulos incluyen partes que se publicaron
previamente en Avances de Investigación y Biblio-
grafías y Documentación del Centro de Investiga-
ciones Históricas, en la Revista de Historia, en la
Revista de Filosofía, en Héroes al gusto y libros de
moda y en el Jahrbuch für Geschichte von Staat,
Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas.
*
El volumen está organizado en seis capítulos: en
el primero, se caracteriza la cultura libresca de fines
de la colonia, con sus exiguas colecciones colmadas
de ejemplares devotos y escolares; en el segundo, se
discute el inicio de la producción editorial y la ex-
pansión del consumo de obras entre 1830 y 1860; en
el tercero, se analiza la formación de la biblioteca de
la Universidad de Santo Tomás; en el cuarto, se des-
glosa el catálogo de los títulos en venta en la librería
de "El Álbum" en 1858; en el quinto, se examina el
comercio y la impresión de textos de 1880 a 1914; y
en el sexto, se prospecta el vínculo entre los libros y
el cambio cultural.

16
Notas
1. Sotela, Rogelio, Valores literarios de Costa Rica (San José, Imprenta
Alsina, 1920), p. 37. Véase también: ídem, Escritores de Costa Rica
(San José, Imprenta Lehmann, 1942). La biblioteca de Manuel María de
Peralta, ubicada en su castillo de Lieja, era igualmente impresionante.
Véase: Calvo, Yadira, Ángela Acuña, forjadora de estrellas (San José,
Editorial Costa Rica, 1989), p. 48.
2. Dobles Segreda, Luis, Índice bibliográfico de Costa Rica, t. I (San Jo-
sé, Imprenta Lehmann, 1927), p. xv. Lachner se refería específicamente
a las obras impresas en Costa Rica.
3. “Venden libros por tonelada para reciclaje”. Universidad, 2 de agosto de
1991, p. 9.
4. Febvre, Lucien y Martin, Henri-Jean, L'apparition du livre (Paris, Al-
bin Michel, 1958).
5. Mandrou, Robert, De la culture populaire aux 17e et 18e siècles: La
Bibliothèque bleue de Troyes (Paris, Stock, 1964); Ginzburg, Carlo,
The cheese and the worms (Baltimore, The Johns Hopkins University
Press, 1992).
6. Darnton, Robert, The literary underground of the Old Regime (Cam-
bridge, Harvard University Press, 1982); ídem, The kiss of Lamoure-
tte. Reflections in cultural history (New York, Norton, 1990); Davis,
Natalie Zemon, Society and culture in early Modern France (Stanford,
Stanford University Press, 1975); Houston, R. A., Literacy in early
Modern Europe. Culture and education 1500-1800 (London, Longman,
1988); Chartier, Roger, Cultural history. Between practices and repre-
sentations (Ithaca, Cornell University Press, 1988).
7. Menéndez Pelayo, Marcelino, Historia de los heterodoxos españoles,
2da. edición (Madrid, CSIC, 1963-64); Caro Baroja, Julio, Ensayo so-
bre la literatura de cordel (Madrid, Revista de Occidente, 1969).
8. Chevalier, Maxine, Lectura y lectores en la España de los siglos XVI y
XVII (Madrid, Turner, 1976); Márquez, Antonio, Literatura e Inqui-

17
sición en España (1478-1834) (Madrid, Taurus, 1980); Gelabert, Juan
Eloy, "La cultura libresca de una ciudad provincial del Renacimiento".
La documentación notarial y la historia, vol. 2 (Salamanca, Universidad
de Santiago de Compostela, 1984), pp. 147-163; Álvarez, Carlos,
"Adoctrinamiento y devoción en las bibliotecas sevillanas del siglo
XVIII". La religiosidad popular, vol. 2 (Barcelona, Anthropos, 1989),
pp. 23-28. Burgos, Francesc y Peña, Manuel, "Imprenta y negocio del
libro en la Barcelona del siglo XVIII. La casa Piferrer". Manuscrits.
Revista d' història moderna. No. 6 (desembre de 1987), pp. 181-216.
9. Lanning, John Tate, Academic culture in the Spanish colonies (Dur-
ham, Duke University Press, 1940), pp. 61-89; ídem, The Eigh-
teenth-century Enlightenment in the University of San Carlos de
Guatemala (Ithaca, Cornell University Press, 1956). Whitaker, Arthur
P., ed., Latin American and the Enlightenment (Ithaca, Cornell Uni-
versity Press, 1963). Picón Salas, Mariano, A cultural history of
Spanish America (Berkeley University of California Press, 1962), pp.
129-175; Thompson, Lawrence S., Printing in Colonial Spanish
America (Hamden, The Shoe String Press, 1962); Reyes, Manuel,
Catálogo del Museo del libro antiguo (Guatemala, Editorial "José de
Pineda Ibarra", 1971); Leonard, Irving, "A shipment of 'Comedies' to
the Indies". Hispanic Review. Vol. II (1934), pp. 39-50; ídem, "A fron-
tier library, 1799". Hispanic American Historical Review. Vol. XXIII
(1943), pp. 21-51; Medina, José Toribio, Historia de la imprenta en
los antiguos dominios españoles de América y Oceanía (Santiago, Fon-
do Histórico y Bibliográfico, 1958).
10. Ramos Soriano, José Abel, "Los orígenes de la literatura prohibida en
la Nueva España en el siglo XVIII." Historias. México, No. 6 (1985),
pp. 25-47; ídem, "Una senda de la perversión en el siglo XVIII: el ima-
ginario erótico en la literatura prohibida en Nueva España." Ortega, Ser-
gio, ed., De la santidad a la perversión (México, Grijalbo, 1986), pp.
69-90. Romero, Luis Alberto, Buenos Aires en la entreguerra: libros
baratos y cultura de los sectores populares (Buenos Aires, CISEA,
1986).
11. Dobles Segreda, Luis, Índice bibliográfico de Costa Rica, ts. I-IX (San
José, Imprenta Lehmann, 1927-1936) y X-XII (San José, Asociación
Costarricense de Bibliotecarios, 1967). Lines, Jorge, Libros y folletos
publicados en Costa Rica durante los años 1830-1849 (San José, Im-
prenta Lehmann, 1944). González Flores aporta interesantes datos
sobre textos escolares. Véase: González Flores, Luis Felipe, Historia de
la influencia extranjera en el desenvolvimiento educacional y científico
de Costa Rica (San José, Editorial Costa Rica, 1976), pp. 73-80; ídem,
Evolución de la instrucción pública en Costa Rica (San José, Editorial
Costa Rica, 1978), pp. 264-268.
12. Moya, Arnaldo, "Comerciantes y damas principales de Cartago (1750-
1820). La estructura familiar y el marco material de la vida cotidiana"

18
(Tesis de Maestría en Historia, Universidad de Costa Rica, 1991), pp.
245-331. Molina Jiménez, Iván, "Libros de comerciantes y campesinos
del Valle Central de Costa Rica (1821-1824)". Revista de Filosofía. San
José, 24: 59 (junio de 1986), pp. 137-154. Acuña, Gilberth, Álvarez,
Francisco y Morera, Marta, "La literatura que circulaba en Cartago y
San José (1800-1820)". Avances de Investigación del CSUCA. San Jo-
sé, No. 41 (septiembre de 1988), pp. 1-43. Oliva, Mario, "La educación
y el movimiento artesano obrero costarricense". Revista de Historia.
Heredia, Nos. 12-13 (julio de 1985-junio de 1986), pp. 129-149.
13. Molina Jiménez, Iván, "De lo devoto a lo profano. El comercio y la
producción de libros en el Valle Central de Costa Rica (1750-1860)".
Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Latei-
namerikas. Colonia, No. 31 (1994); ídem, "«Azul por Rubén Darío. El
libro de moda». La cultura libresca del Valle Central de Costa Rica
(1780-1890)". Molina, Iván y Palmer, Steven, Héroes al gusto y libros
de moda. Sociedad y cambio cultural en Costa Rica (1750-1900) (San
José, Plumsock Mesoamerican Studies y Editorial Porvenir, 1992);
ídem, "Al pie de la imprenta. La empresa Alsina y la cultura costarri-
cense (1903-1914)". Avances de Investigación del Centro de Investiga-
ciones Históricas. San José, No. 69 (1994), pp. 1-31; ídem, “Publicar
en San José: impresores, escritores y lectores (1900-1914)”. Avances
de Investigación del Centro de Investigaciones Históricas. San José
(1994), en prensa.
14. Vega, Patricia, "De la imprenta al periódico (Evolución histórica de la
comunicación social impresa en San José) 1821-1850" (Tesis de Maes-
tría en Historia, Universidad de Costa Rica, 1994).
15. Dobles Segreda, Índice. Lines, Libros y folletos. Meléndez, Carlos,
"Los veinte primeros años de la imprenta en Costa Rica 1830-1849".
Revista del Archivo Nacional. San José, Nos. 1-12 (enero a diciembre
de 1990), pp. 41-84. Blen, Adolfo, El periodismo en Costa Rica (San
José, Editorial Costa Rica, 1983). El mayor problema con el Índice de
Dobles Segreda es el subregistro. Infra, capítulo V, nota 51.
16. Para una crítica de tal fuente, véase: Molina Jiménez, Iván, "Aviso so-
bre los 'avisos'. Los anuncios periodísticos como fuente histórica
(1857-1861)". Revista de Historia. San José, No. 24 (julio-diciembre de
1991), pp. 145-187.
17. Véase al respecto: Acuña, Víctor Hugo, "Los viajeros y la historia eco-
nómica de Centroamérica: 1821-1950". Boletín de fuentes para la his-
toria económica de México. México, No. 6 (enero-abril de 1992), pp.
25-29.
18. Infra, capítulo V, nota 49.
19. Molina Jiménez, Iván, "Los catálogos de libros como fuente para la his-
toria cultural de Costa Rica en el siglo XIX". Revista de Filosofía. San
José, 30: 71 (junio de 1992), pp. 103-116; ídem, "Protocolos y mor-
tuales: fuentes para la historia económica de Centroamérica (siglos XVI-

19
XIX)". Boletín de fuentes para la historia económica de México. Méxi-
co, No. 6 (enero-abril de 1992), pp. 15-23. Infra, capítulo I, nota 6.
20. Vargas Villalta, Deyanira, "Impresión y comercio del libro en Costa Ri-
ca" (Tesis de Licenciatura en Bibliotecología, Universidad de Costa Ri-
ca, 1971). Este es un trabajo muy limitado, lo mismo que el de Mora-
les, Ivonne, “La Imprenta Nacional dentro del aparato estatal costarricen-
se” (Tesis de Licenciatura en Derecho, Universidad de Costa Rica,
1990). El énfasis de los estudios de Meléndez y de Vega es el período
1830-1850. Meléndez, "Los veinte primeros años". Vega, "De la im-
prenta".
21. Sotela, Valores literarios; ídem, Escritores. Bonilla, Abelardo, Histo-
ria de la literatura costarricense, 3a. edición (San José, UACA, 1981).
Las obras recientes de Álvaro Quesada procuran incorporar el contexto
histórico, pero los problemas de la historia del libro les son ajenos.
Quesada, Álvaro, La formación de la narrativa nacional costarricense
(1890-1910) (San José, Editorial de la Universidad de Costa Rica,
1986); ídem, La voz desgarrada. La crisis del discurso oligárquico y la
narrativa costarricense (1917-1919) (San José, Editorial de la Universi-
dad de Costa Rica, 1988). Esa problemática sí se perfila ya en las últi-
mas investigaciones de Ovares, Flora, "Literatura de quiosco. Las revis-
tas literarias en Costa Rica (1890-1920)" (Tesis de Maestría en Litera-
tura, Universidad de Costa Rica, 1992); ídem et al., La casa paterna.
Escritura y nación en Costa Rica (San José, Editorial de la Universidad
de Costa Rica, 1993).

20
Capítulo I

DEVOTOS Y TRUNCOS. LOS LIBROS


DEL OCASO COLONIAL

El 22 de enero de 1858, la librería de la


imprenta "El Álbum", ubicada en San José, publicó un
aviso en el Álbum Semanal, periódico editado por
la misma casa impresora, en el que ofrecía un varia-
do espectro de productos: papeles, cintas, plumas, pi-
zarras, lápices, lacre, tinteros, tinta y otros. El anun-
cio concluía con un catálogo de las obras en venta,
cuyo título empezaba con la letra "A"; en ulteriores
números del diario, el listado se completó.1 ¿Por qué
se editó tal lista? El tráfico de libros en el Valle Cen-
tral, ¿era ya tan significativo que valía la pena pro-
mocionarlo específicamente?
*
La edición del catálogo evidencia, sin duda, una
variación clave: un siglo atrás, el libro era un artí-
culo escaso y comercialmente poco atractivo. El tex-
to típico durante la colonia era casi siempre de ori-
gen español y de carácter devoto y vulgarizador: ca-
tones, cartillas, breviarios, novenas y catecismos.
21
¿Falta de obras profanas y extranjeras? El volumen
piadoso, que prevalecía en las exiguas bibliotecas pri-
vadas, dejaba espacio –aunque poco– para poemarios,
novelas, dramas y ensayos sobre Comercio, Filosofía
y Moral, Política, Derecho, Medicina, Geografía e
Historia.2
La producción de Calderón de la Barca, Loyola
y Quevedo coexistía con la de La Fontaine, Bossuet,
Racine y Kempis, cuya –atribuida– Imitación de
Cristo figuraba casi siempre en las bibliotecas de los
más acaudalados. La Ilustración se exploraba, como
en otras áreas coloniales,3 a través de los trabajos de
sus difusores ibéricos y criollos: el benedictino espa-
ñol Benito Jerónimo Feijóo y el dominico mexicano
Fray Servando Teresa de Mier; y gracias a escritos
vulgarizadores o adversos: Armonía de la razón y la
religión, de la pluma de Teodoro de Almeyda, y la
Impugnación a Voltaire, de Mousso.
El libro prohibido, en contraste con Nueva Es-
4
paña, circulaba poco; a lo sumo, se le conocía por
los interdictos que enviaba el Santo Oficio de Guate-
mala o que aparecían en cédulas reales.5 Los únicos
títulos sospechosos, avaluados en los inventarios su-
cesorios de fines de la colonia,6 fueron Mística ciu-
dad de Dios de Sor María de Jesús de Agreda, El
año cristiano de Jean Croisset, Medicina casera de
Buchan y un texto "...que trata de los fracmaso-
nes...", cuyo dueño (con una fortuna de 3.829 pesos)
era Julián Azofeifa y Madrid, un vecino de Cartago,
muerto en febrero de 1782.7
El diferenciado acceso a las obras se vislumbra
sin esfuerzo en el Cuadro 1: entre los bienes de cam-
pesinos y artesanos, el libro era una verdadera ex-
22
Cuadro 1
Distribución de 736 volúmenes, con un valor de 1.712 pesos, registrados en
87 inventarios sucesorios efectuados en el Valle Central (1800-1824)

Nivel de fortu- Porcentaje de inven- Promedio de volú- Valor promedio Valor por unidad Volúmenes Porcen-
na en pesos tarios con libros menes por caso a (pesos y reales) (pesos y reales) taje

- 199 4,5 1,7 0,7 - 1 221 30,0


200- 499 11,9 2,3 0,6 1- 2 357 48,5
500- 999 29,9 2,7 1,1 3- 4 69 9,4
1.000-1.999 22,6 5,7 1,7 5- 6 38 5,2
2.000-4.999 33,3 12,4 2,0 7- 8 20 2,7
5.000-9.999 60,0 12,9 3,2 9-10 6 0,8
10.000 y más 87,5 45,0 2,6 11 y más 19 2,6
Desconocido 6 0,8

Total 20,1 8,4 2,2 Total 736 100,0

a. Volúmenes = tomos + ejemplares de un mismo título.


Fuente: Molina Jiménez, Iván, "Libros de comerciantes y campesinos del Valle Central de Costa Rica (1821-1824)". Revista
de Filosofía. San José, 24: 59 (junio de 1986), pp. 137-154. Acuña, Gilbert, Álvarez, Francisco y Morera, Marta, "La literatura
que circulaba en Cartago y San José (1800-1820)". Avances de Investigación del CSUCA. San José, No. 41 (septiembre de
1988), pp. 1-43.
DR
CUA

23
cepción; de aparecer a la par de utensilios, enseres y
muebles, se trataba –en su mayoría– de títulos devo-
tos. El productor directo era, a lo más, propietario
de vulgarizadores, del tipo Despertador cristiano
eucarístico, del español José Barcia y Zambrana; vo-
lúmenes de bajo precio, viejos y a veces truncos. El
ejemplo de Juan Rodríguez, agricultor y vecino de
Heredia, es elocuente: al fallecer en mayo 1822, su
caudal ascendía a 474 pesos, suma que incluía el va-
lor de

"...un dispertador eucarístico en dies reales, un


libro viejo doctrinal ya sin título en doce rea-
les, un Caton viejo en medio real y un catecis-
mo Ripalda en real y medio..."8

Los títulos que poseía el difunto figuraban, a la


luz del Cuadro 2, entre los best-sellers de fines de
la colonia en el Valle Central. Rodríguez, dueño de 4
obras valoradas en 3 pesos, superaba el promedio: en
los patrimonios por debajo de los 500 pesos, el libro
era casi un completo extraño. ¿Extendido analfa-
betismo? El sistema escolar, ínfimo y desorgani-
zado,9 difícilmente contribuía a la difusión de los im-
presos, cuyo precio tampoco era un estímulo: aunque
la cotización de catecismos y cartillas oscilaba entre
0,2 y 0,4 reales, el valor de los textos era usualmente
superior a un peso. La suma era considerable: en
1821, el jornal de un peón ascendía de 3 a 5 pesos al
mes, un machete valía 0,6 reales, una azada 1,4 pe-
sos, un telar 3 pesos y un arado 2 pesos.10
El alto precio de las obras obedecía a varios
factores: los elevados costos con que operaba la pro-
24
ducción editorial europea y americana, derivados de
una tecnología todavía primitiva, dependiente del tra-
bajo manual y afectada por la escasez de papel y de
tinta;11 la ausencia de imprentas en el Valle Central
–la primera se trajo en 1830–, lo que obligaba a im-
portar todos los textos, en especial de España, Guate-
mala y México; y el libro, en el tráfico colonial, era
otro efecto de comercio más y, pese a su ínfimo con-
sumo, cayó en las redes del intercambio desigual, que
prevalecía en el Nuevo Mundo.12

Cuadro 2
Títulos más frecuentes en los inventarios sucesorios efectuados en el
Valle Central (1800-1824)

Autor Título Inventarios

Barcia y Zambrana Despertador cristiano eucarístico 16


Ejercicio cotidiano 15
Ramillete de flores 12
Nebrija Arte de la lengua castellana 9
Echarri Directorio moral 6
Lárraga Prontuario de teología moral 6
Kempis Imitación de Cristo 6
Pío Quinto Catecismo 6
Feijóo Teatro crítico universal 6
Ripalda Catecismo 5
Villacastín Manual de ejercicios espirituales 5
Concilio de Trento 5
Semanero Santo 5

Fuente: la misma del Cuadro 1.

El acceso a los libros era evidentemente más


amplio entre los sectores acaudalados del Valle Cen-
tral: comerciantes, terratenientes, burócratas y curas;
con bibliotecas superiores en promedio a la docena de
textos, se podían ufanar de poseer obras bastante
25
caras. El precio de ciertos ejemplares, a veces en ex-
tremo elevado, obedecía a sus atributos físicos: tama-
ño, excelencia tipográfica, tipo de papel y empaste.
El exportador de San José, José Ana Jiménez, expiró
–al igual que Juan Rodríguez– en mayo de 1822;
dueño de una fortuna de 19.597 pesos, disponía de 15
títulos en 36 volúmenes, cuyo valor total superaba
los 86 pesos. Las joyas de su colección eran

"...la obra del año Christiano de dies y ocho


tomos en plata en cincuenta pesos, otra María
del Alma en quatro tomos plata en dies y
seis..."13

¿Atesoramiento? El libro, en un contexto en


esencia agrario y oral, era de por sí símbolo de pres-
tigio: el dueño de un texto, aunque se tratara simple-
mente de un catecismo trunco, se acercaba a una cul-
tura escrita, exclusiva y exigua, asociada con el po-
der y la riqueza.14 La obra de lujo, sin embargo, ser-
vía a la vez para otros propósitos: ostentación y aho-
rro. El último era vital, dada la falta de liquidez pre-
valeciente de Nueva España a Buenos Aires.15 El
Año cristiano de Jean Croisset era una pieza a la altu-
ra de las vajillas de plata, los candelabros de bronce,
los collares de perlas y la imaginería preciosa: en un
apuro financiero, se convertía en un tesoro enajena-
ble.16
La colección de Jiménez, aunque pequeña en
comparación con otras, era digna de un exportador:
tres docenas de volúmenes, caros y títulos de variada
temática. El impreso pío y vulgarizador no faltaba en
su vivienda, pero competía con otras obras, de carác-
26
ter profano. El Cuadro 3 detalla el peso de tales tex-
tos, que distinguían a las bibliotecas eminentes: entre
otros, España sagrada de Flores, Historia antigua de
Commynes, Sueños morales de Torres, Política in-
diana de Solórzano, la Curia filípica de Hevia Bola-
ños y Teórica y práctica de comercio y marina de
Ustáriz.17
El contraste entre los textos eruditos, caracte-
rísticos de las casas de los pudientes, y los vulgari-
zadores, típicos de campesinos y artesanos, evidencia
un consumo que, en cuanto a los tópicos tratados, se
diferenciaba ya socialmente. ¿Mundos culturales del
todo aparte? Ana Josefa Rojas, viuda de José Antonio
García (agricultor de San José), diría que no sin va-
cilar; dueña de un caudal de 867 pesos, al morir en
diciembre de 1815 poseía, entre otros,

"un libro bueno Buchan de medicina en cuatro


pesos. Otro tomo de Feijo en un peso. Otro
idem biejo en cuatro reales. Otro tomo de me-
disina Florilegio en cuatro reales... Otros dos
tomos de Febrero en ocho reales cada uno.
Otro idem de sirugia en 3 pesos... Otro peque-
ño de medisina su autor Dr. Manuel Fernandez
en cuatro reales..."18

La experiencia de Rojas precisa los umbrales de


tal universo bibliográfico: a partir de un trasfondo
común –cartillas, catones, breviarios–, se erigía un
acceso desigual a los libros, según su valor y temá-
tica. La diferenciación cultural, con todo, era limi-
tada: quizá un campesino o artesano, por gusto o por
azar, disponía de un volumen de Feijóo entre sus bie-
27
28
Cuadro 3
Tamaño y temática de las bibliotecas del Valle Central (1800-1824)

Títulos Bibliotecas a Porcentaje Volúmenes Bibliotecas a Porcentaje Temática Volúmenes Porcentaje

1 24 27,6 1 20 23,0 Religión 402 54,6


2- 4 33 37,9 2- 4 36 41,4 Gramática 64 8,7
5- 9 17 19,5 5- 9 13 14,9 Derecho 49 6,3
10-19 8 9,2 10-19 11 12,6 Literatura 45 6,1
20-49 5 5,8 20-49 4 4,6 Filosofía 38 5,2
50-99 2 2,3 Historia 30 4,5
100 y más 1 1,2 Política 13 1,8
Ciencias 12 1,6
Geografía 6 0,8
Economía 5 0,7
Otros 14 1,9
Desconocido 58 7,8

Total 87 100,0 Total 87 100,0 Total 736 100,0

a. La diferencia en la distribución de las bibliotecas según "títulos" y "volúmenes" obedece a que algunos títulos se componían
de varios tomos, y de otros, el propietario poseía más de un ejemplar.
Fuente: la misma del Cuadro 1.
C

D
A
U
nes; pero esto difícilmente lo convertiría en otro Me-
nocchio.19 El caso del lector acaudalado era pare-
cido: en su estantería, el impreso profano que figura-
ba era tradicional y conservador; jamás una pieza
erótica, libertina o pornográfica.20
El texto que circulaba en el ocaso colonial, se-
lecto o vulgarizador, no era un agente que desafiara
el orden establecido: en su conjunto, las obras difun-
dían una visión del mundo española y católica; del
liberalismo, la masonería y las Luces, se ofrecía –a lo
sumo– un enfoque desvirtuado. ¿Límites cualitati-
vos? La cultura libresca del Valle Central los tenía,
sin duda; pero tampoco carecía de topes cuantitati-
vos. Las cifras son claras: de 319 inventarios de los
años 1800-1824, aparecen libros en 87 únicamente; y
los 736 volúmenes avaluados (en 1.712 pesos) co-
rrespondían a 335 títulos distintos.21
La distribución de las bibliotecas según su ta-
maño, trazada por el Cuadro 3, especifica otros deta-
lles: en un 23 por ciento de los inventarios, se dispo-
nía apenas de un texto, ninguno alcanzaba los 50 títu-
los y solo uno superaba los 100 volúmenes, el de Pe-
dro Antonio Solares. Este español era, en los últimos
años de la colonia, el comerciante de más peso en el
tráfico de libros: oriundo de Asturias, se casó a fines
de 1797 con Casimira Sandoval, vecina de Heredia; al
morir la pareja, en marzo de 1824, la fortuna de la
familia ascendía a 84.724 pesos. El desglose de sus
bienes contabilizó, entre otros,

"...dos docenas [de] catecismos a tres reales [ca-


da uno y] veinte y cinco cartillas a un real [cada
una]..."22
29
El exiguo tamaño de las bibliotecas se patentiza
en el caso de Solares: con sus 36 títulos y 119 volú-
menes –valorados en 162 pesos–, era una de las más
extensas del país. La escasez cuantitativa iba a la par
de la pobreza temática: en los estantes de un vecino
principal, se alineaba un cuerpo de obras diversas por
sus tópicos, precios, categoría y formato; pero se
carecía de colecciones especializadas. ¿A qué obe-
decía tal ausencia? El Valle Central era un territorio
intelectualmente pobre, pese a distinguidas excep-
ciones: Antonio Liendo y Goicoechea, docente en
Guatemala; Florencio del Castillo, diputado en las
Cortes de Cádiz; y José María Zamora, abogado y es-
critor en España.23
El alza económica y demográfica, experimen-
tada tras 1750, se caracterizó por tres procesos bási-
cos: colonización agrícola, auge del comercio y cier-
to despliegue urbano (véase el Mapa 1). El creci-
miento, sin embargo, fue de tipo extensivo, sin cam-
bios tecnológicos de peso: en 1821, Costa Rica, con
sus 60.000 almas, era una colonia marginal del ago-
nizante imperio español. La estructura artesanal era
diminuta y atrasada y el tráfico exterior dependía, en
esencia, de las plazas de Nicaragua y Panamá. El ex-
cedente agrícola, producido por campesinos mestizos
y libres –con un acceso diferenciado a la tierra–, era
extraído por los comerciantes (a la vez propietarios
de extensos terrenos, de haciendas ganaderas y ocu-
pantes de cargos públicos), a partir del intercambio
desigual.24
La baja división del trabajo se evidenciaba en
todos los campos: en un mundo básicamente agrario,
el artesano era todavía un campesino y el sacerdote
30
Mapa 1
Poblaciones, puertos y caminos de Costa Rica (1750-1821)

MAP
Fuente: Molina Jiménez, Iván, Costa Rica (1800-1850). El legado colonial y la génesis del capitalismo (San José, Editorial de la
Universidad de Costa Rica, 1991), p. 83.

31
unía el oficio de pastor con el de comerciante y pres-
tamista. La estructura económica, cuyo eje era la
producción familiar orientada a la subsistencia, ofre-
cía poco espacio para la diversificación ocupacional:
en los últimos días de la colonia, tras 70 años de cre-
cimiento, se carecía aún de capas de abogados, médi-
cos, docentes y boticarios. La ausencia de tales profe-
sionales, en otras partes dueños de las bibliotecas más
laicas y especializadas,25 brillaba en un entramado
cultural gris, devoto, tradicional y provinciano.
El crecimiento cuantitativo y cualitativo del trá-
fico de obras enfrentó, en el Valle Central, variados
factores adversos: la penuria demográfica, la escasa
organización escolar y una atmósfera intelectualmen-
te pobre. ¿Y la Inquisición? El ojo avizor del Santo
Oficio, en la práctica, era casi innecesario: única-
mente por desinterés y rechazo, normales en un am-
biente tan conservador, se explica la escasez de libros
prohibidos en las bibliotecas de la época. El tránsito
del siglo XVIII al XIX se distinguió, en España y su
imperio, por una exitosa difusión de los textos inter-
dictos, dado el ocaso inquisitorial.26
El conservadurismo prevaleciente se fortalecía a
raíz de la exigüidad de los asentamientos del Valle
Central, en los cuales lo típico era el trato personali-
zado: en tal contexto, la vigilancia colectiva del pro-
ceder individual era lo común y el chisme su instru-
mento. El control del comportamiento privado y pú-
blico iba de la conducta sexual al acato de los deberes
píos;27 lo escrito difícilmente escapó de tal condicio-
nante, que atañía incluso al correo. Esto se visibiliza
en el proceso contra Juan Freses de Ñeco y Gordiano
Paniagua, acusados en 1819 de esparcir una proclama
32
sediciosa, la cual les fue enviada desde Panamá por
vía epistolar.28
El expediente que se les abrió a Freses de Ñeco
y a Paniagua devela que las cartas, además de los in-
terdictos oficiales y de los periódicos –en especial los
de Guatemala– que circularon ocasionalmente entre
Cartago y San José, permitieron a los vecinos prin-
cipales enterarse de lo que ocurría en el exterior, en
cuenta conocer los últimos títulos editados; pero dada
su fuerte vocación mercantil y el bajo nivel inte-
lectual de la provincia, lo primordial fue el contra-
bando de efectos, no el de textos. El libro tampoco
fue prioritario en la esfera educativa, a raíz del énfa-
sis dado a los salarios docentes. El ayuntamiento de
Barba fue partícipe de tal preferencia; en septiembre
de 1820, dispuso:

"lo que tuvieron a bien poner la escuela pública


en este pueblo contratado con el maestro, cua-
tro pesos mensuales, saliendo éstos de los pa-
dres de familia y si hubiere sobro, se aplicará
para cartilla y demás..."29

El espectro de libros, víctima de tantas estre-


checes, exhibía un cierto estancamiento: de 23 escri-
tores citados en los inventarios sucesorios de 1800-
1824 y cuyas fechas vitales se conocen –con excep-
ción de los clásicos griegos y romanos–, solo tres na-
cieron en el siglo XVIII; y de los títulos existentes, un
significativo número se editó antes de 1750.30 La
actualización era difícil sin duda: en un contexto de
importación esporádica a raíz del bajo consumo, se
basó en los volúmenes traídos por los emigrantes.
33
Los dueños de los textos más recientes eran varios
comerciantes de origen español: Solares, Núñez del
Arco, Marchena y Mata.31
El vetusto acervo bibliográfico que prevalecía en
el Valle Central de 1821, quedó al descubierto en la
década de 1830, al debatirse en los periódicos la li-
bertad de cultos. El Noticioso Universal, en noviem-
bre de 1833, publicó un artículo en que se criticaba a
los defensores de la intolerancia religiosa por citar

"...en [su] apoyo, lo escrito á principios del si-


glo pasado, [lo cual] es no tener discernimien-
to, por que el tiempo corre y se muda todo con
el tiempo mismo: y lo que entonces se miró de
un modo incomprensible, hoy es muy común:
lo que era visto como un crimen, hoy se reputa
un deber..."32

La Casa de Enseñanza de Santo Tomás, erigida


en San José en 1814, supuso alguna dinamización de
la vida cultural de la provincia, en especial por la ve-
nida de Rafael Francisco Osejo: oriundo de León, se
le contrató para enseñar Filosofía y después se le as-
cendió a rector. La difusión del ideario de la Ilustra-
ción se benefició sin duda de los afanes de este ni-
caragüense, dueño de una amplia y escogida bibliote-
ca;33 pero la institución tomasina coadyuvó poco a
diversificar la oferta de textos. El desvelo básico, al
igual que el del cabildo de Barba en 1820, era finan-
ciar el salario docente.
La grave escasez de fondos que enfrentó la Casa
en 1822 obligó a la Junta Superior Gubernativa a in-
tervenir. La comisión, que se formó con el fin de
34
tratar de superar el problema, aconsejó que el dinero
se debía utilizar esencialmente para cubrir el sueldo
de los educadores, y el sobrante, en caso de que exis-
tiera, se destinaría

"...para costear en primer lugar los reparos de


la casa [de Enseñanza de Santo Tomás,] y en
segundo cartillas, libros y papel para los niños
muy pobres tanto de la Ciudad como de los
Barrios..."34

El abasto de libros, en tales circunstancias, de-


pendió de la copia manuscrita de textos y, en parti-
cular, de las donaciones, entre las cuales destacó la
del cura alajuelense Luciano Alfaro. El presbítero,
en junio de 1825, envió al municipio de San José des-
de San Salvador, una carta en la que explicaba que
los

"...deseos que me alimentan de que se instruian


los niños de ese Estado en su sabia constitu-
cion, me han animado á tomarme la satisfac-
cion de acompañarles veinte exemplares, para
que se sirvan distribuirles en las escuelas, ó ha-
cer de ellos lo que gusten, dignandose recivir
lo sincero de mi afecto, y de dispensar la ni-
miedad del occequio [sic]."35

La pequeñez del comercio de obras convirtió a


los procesos hereditarios en las principales vías de
transmisión: tras el óbito, ciertos ejemplares se po-
dían vender o ceder para cancelar las deudas del di-
funto, las costas del inventario y los gastos del entie-
35
rro. La práctica que prevalecía, sin embargo, era la
de distribuir los textos entre los herederos, a veces
analfabetos. El caso de José Ana Jiménez es, otra vez,
útil: su colección se dividió entre su viuda, tres hijas
y un hijo; pero el único que sabía firmar era el va-
rón, cuya adjudicación –un par de volúmenes– fue cu-
riosamente la más baja.36
¿Descuido de los albaceas? El desvelo de los
ejecutores era que el cuerpo de bienes de cada hijuela
fuera de igual valor. La división de las obras se efec-
tuaba sin importar las destrezas culturales de sus
futuros dueños; por esta vía, el libro podía descen-
der, en silencio, por las jerarquías sociales: entre las
parejas estériles y los solteros –en especial los curas–,
se solía heredar a los parientes pobres, a los sirvien-
tes y a los esclavos de uno y otro sexo, rara vez alfa-
betizados. Maximiliano Alvarado y Girón, presbítero
y vecino de Cartago, testó en enero de 1779 y dejó
sus bienes (en cuenta 28 volúmenes) a su hermana
Ana Rita, esposa de Faustino Ugalde, una pareja
analfabeta.37
La existencia de libros entre los bienes de otras
familias traza el alcance de su difusión. La esclava
Dominga Solano casó en segundas nupcias con el es-
clavo Seferino Luna; tras varios años, ahorraron lo
suficiente para comprar su libertad y la de dos de sus
tres hijos. La esposa falleció en 1818; en julio de
1822, tras el inventario, el patrimonio ascendía a 394
pesos, valor de una vivienda, un cerco, un potrero,
dos caballos, dos yeguas, joyas, un molde para fabri-
car candelas, utensilios de carpintería y varios textos:

"...un catecismo en un real... un librito de San


36
José en dos reales...un arte usado en ocho rea-
les..."38

El adjudicatario –analfabeto– de un volumen


quizá trataría de venderlo, pero lo más seguro era
que lo dejara aquí o allá, dentro de un baúl o encima
de un aparador. La obra, tras la muerte del propieta-
rio, volvería circular con igual o superior fortuna;
ciclo que contribuía a perpetuar el prevaleciente
entramado bibliográfico. El traspaso de los libros los
desgastaba físicamente, ora por el uso, ora por el de-
suso; deterioro que se transparenta en los principales
adjetivos con que se calificó a los textos en los inven-
tarios sucesorios: "usado", "trunco", "maltratado",
"viejo" y "descuadernado".
El préstamo de obras era otra práctica que las
difundía y las desgastaba. La colección del difunto
Julián Azofeifa y Madrid, en septiembre de 1779, es-
taba en la vivienda de su albacea, Fermín Mondra-
gón; veinticinco años después, en diciembre de 1804,
Luz Pacheco, viuda de este último, declaraba que su
esposo le entregó, entre otros bienes, un volumen cu-
yo

"...titulo parese era la Recopilacion de Indias,


la qual la havia prestado dicho señor vicario
[Antonio Azofeifa y Madrid, hermano de Ju-
lián] a don Joaquín Oreamuno, y de este paso a
poder de Don Tomas Alvarado, de quien lo
percivio su hijo politico Don Geronimo Escar-
peta en cuyo poder para en el día..."39

El avalúo y la división de los bienes de un di-


37
funto, que permitía recuperar lo prestado, era una
ocasión propicia para adquirir obras en condiciones
ventajosas. El sacerdote Juan Manuel Casasola, ve-
cino de Cartago, murió en abril de 1783; un mes des-
pués, el patrimonio del eclesiástico, que ascendía a
1.736 pesos, se subastó públicamente. La almoneda
fue aprovechada por José Antonio García para com-
prar, entre otras cosas,

"...las dos vidas del Padre Margil por las dos


tercias partes de su abaluo [seis pesos] que son
cuatro pesos."40

El deterioro físico de los textos, tan perjudicial


para su valor, se derivaba casi siempre de un almace-
naje pésimo. El presbítero cartaginés, José Antonio
de Alvarado, al testar en abril de 1796, declaró que
conservaba sus obras en una "librería";41 en cambio,
en la Iglesia del Convento de Orosi, una comunidad
indígena al sureste de Cartago, la biblioteca se instaló
–de acuerdo con una descripción de Osejo que data de
octubre de 1830– en un

"...cuartito... en que se...guardan tercios de sal,


vegigas de manteca, lonjas de marrano, piezas
de carne, trastes viejos y tantas inmundicias
que causa asco entrar en él..."42

*
El descuido con que se trató a los impresos en
Orosi es otro indicador de la cultura del libro preva-
leciente en el Valle Central; pero esta, con sus obvios
umbrales cuantitativos y cualitativos, no difería en
38
exceso de lo que era común en diversos casos ameri-
canos y europeos.43 El perfil básico se delinea sin es-
fuerzo: entre el vulgo, un consumo de textos devotos,
de escaso valor y pocas páginas por unidad; y según
se ascendía por la escala social, en bibliotecas con
más volúmenes que títulos, un acceso ampliado a
obras más caras y seculares, cuya variada temática
era extraña en un entorno campesino o artesano.
El Valle Central se diferenciaba principalmente
por la carestía de textos prohibidos y la escasez de li-
teratura de entretenimiento: comedias, novelas y
cuentos. Las obras de esta última especie, víctimas
del desprecio de los ilustrados,44 aparecían fugaz-
mente y, casi sin excepción, en las colecciones de los
comerciantes; a lo sumo, se trataba de escritos de Ra-
cine, Quevedo, Calderón de la Barca y La Fontaine.
La ausencia de una verdadera "biblioteca azul",45 con
sus cancioneros, farsas, parodias y crónicas de amo-
res y crímenes, era patente en una cultura libresca
tan provinciana.

39
Notas
1. Álbum Semanal, 22 de enero de 1858-13 de marzo de 1858, p. 4. Carta-
go fue la capital de Costa Rica durante la colonia; a partir de 1823, San
José adquirió tal privilegio.
2. Molina Jiménez, "Libros de comerciantes". Acuña, Álvarez y Morera,
"La literatura que circulaba". Moya, "Comerciantes y damas principa-
les", pp. 245-331.
3. Los clásicos sobre el tema son: Lanning, The Eighteenth-century En-
lightenment; ídem, Academic culture; Whitaker, Latin American and
the Enlightenment; Picón Salas, A cultural history, pp. 129-175. Para
un enfoque más reciente, véase: Chiaramonte, José Carlos, La crítica
ilustrada de la realidad (Buenos Aires, Centro Editor de América Latina,
1982), pp. 133-178; ídem, La Ilustración en el Río de la Plata (Buenos
Aires, Puntosur, 1989), pp. 11-116. La obra de Feijóo y de otros difu-
sores extendió a la vez que desradicalizó el ideario ilustrado.
4. Ramos, "Los orígenes", pp. 25-47; ídem, "Una senda", pp. 69-90. Gar-
cía Laguardia, Jorge Mario, Precursores ideológicos de la Independencia
en Centroamérica. Los libros prohibidos (Guatemala, USAC, 1969).
5. González Flores, Evolución de la instrucción pública, pp. 23-24. Sala-
zar, Ramón, Historia del desenvolvimiento intelectual de Guatemala, t.
II (Guatemala, Ministerio de Educación Pública, 1951), pp. 183-184.
6. Los inventarios sucesorios como fuente para la historia cultural es un
tópico discutido por: Queniart, Jacques, "L'utilisation des inventaires en
histoire socio-culturelle". Les Actes Notariès. Source de l'histoire so-
ciale XVIe-XIXe siècles (Estrasburgo, Istra, 1979), p. 120. Bennassar,
Bartolomé, "Los inventarios post-mortem y la historia de las mentalida-
des". La documentación notarial y la historia, t. II (Salamanca, Univer-
sidad de Santiago de Compostela, 1984), pp. 139-146.
7. Archivo Nacional de Costa Rica (en adelante ANCR), Mortuales Co-
loniales. Cartago. Exp. 512 (1804), f. 22. El caso de Mística ciudad de
Dios se analiza con detalle en Márquez, Literatura e Inquisición en Es-

41
paña, pp. 91-93. El Índice de 1790 enlista en la categoría de prohibidos
los libros de Croisset y Buchan. Leonard, "A frontier library", pp. 28-
29. Para una contextualización de la obra de Buchan, véase: Porter, Roy,
"A touch of danger: the man midwife as sexual predator". Rousseau, G.
S. y Porter, R., eds., Sexual underworlds of the Enlightenment (Chapel
Hill, The University of North Carolina Press, 1988), pp. 206-232.
8. ANCR. Mortuales Independientes. Heredia. Exp. 2612 (1822), f. 3. To-
do paréntesis así [ ] es mío. El período cubierto por los cuadros 1, 2 y 3
está condicionado por las investigaciones previas de Molina Jiménez,
"Libros de comerciantes", y de Acuña, Morera y Álvarez, "La literatura
que circulaba". Los datos de Moya, en "Comerciantes y damas principa-
les", no se pudieron sintetizar con los anteriores, ya que este autor utili-
zó un sistema distinto de clasificación. Esto explica que la fecha inicial
sea 1800 (y no 1750) y la final 1824 (y no 1821, cuando Costa Rica se
independizó de España). Los cuadros citados se basan en una revisión de
136 inventarios sucesorios de Cartago, 236 de San José, 27 de Heredia y
34 de Alajuela; del total de casos (433), solo se registraron libros en 87.
9. González Flores, Evolución de la instrucción pública, pp. 111-115.
10. Tomé los precios de los inventarios sucesorios del año 1821. Los datos
sobre sueldos son fragmentarios. Véase: Gudmundson, Lowell, Estrati-
ficación socio-racial y económica de Costa Rica (1700-1850) (San Jo-
sé, Editorial Universidad Estatal a Distancia, 1978), pp. 98-102. Molina
Jiménez, Iván, "Dos viajes del 'Jesús María' a Panamá". Revista de
Ciencias Sociales. San José, No. 30 (diciembre de 1986), p. 117.
11. Darnton, Robert, The business of Enlightenment (Cambridge, Harvard,
University Press, 1979), pp. 177-245. Febvre y Martin, L'apparition
du livre. Dahl, Svend, Historia del libro (Madrid, Alianza Editorial,
1972). Medina, Historia de la imprenta.
12. Los estudios sobre los comerciantes y el capital comercial en la Hispa-
noamérica del siglo XVIII son abundantes. Véase: Assadourian, Carlos
Sempat, El sistema de la economía colonial (México, Nueva Imagen,
1983). Garavaglia, Juan Carlos, Mercado interno y economía colonial
(México, Grijalbo, 1984). Chiaramonte, José Carlos, Formas de so-
ciedad y economía en Hispanoamérica (México, Grijalbo, 1984).
Floyd, Troy S., "The Guatemala merchants, the Government, and the
Provincianos, 1750-1800". Hispanic American Historical Review. 41: 1
(February, 1965), pp. 90-110. Acuña, Víctor Hugo, "Capital comercial
y comercio exterior en América Central durante el siglo XVIII: una con-
tribución". Estudios Sociales Centroamericanos. San José, No. 26 (ma-
yo-agosto de 1980), pp. 71-102. Molina Jiménez, Iván, Comercio y
comerciantes en Costa Rica (1750-1840) (San José, Editorial Univer-
sidad Estatal a Distancia, 1991).
13. ANCR. Mortuales Independientes. San José. Exp. 705 (1822), f. 12.
14. El complejo problema de los vínculos entre la cultura escrita y la oral
se analiza en: Houston, Literacy in early modern Europe, pp. 218-229.

42
15. Lynch, John, Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826, 2da. edi-
ción (Barcelona, Ariel, 1980), p. 22. Brading, David., Mineros y co-
merciantes en el México borbónico (1763-1810) (México, Fondo de
Cultura Económica, 1975), pp. 135-178. Molina Jiménez, Iván, La al-
borada del capitalismo agrario en Costa Rica (San José, Editorial de la
Universidad de Costa Rica, 1988), pp. 17-59.
16. Moya, Comerciantes y damas principales, pp. 140-244.
17. Las obras citadas aparecen en los inventarios sucesorios de vecinos prin-
cipales del Valle Central fallecidos entre 1750 y 1824. Molina Jiménez,
"Libros de comerciantes", pp. 137-154. Acuña, Morera y Álvarez, "La
literatura que circulaba", pp. 1-43. Moya, "Comerciantes y damas", pp.
245-331. Los textos de Solórzano, Hevia Bolaños y Ustáriz figuran
también en una lista de libros propuesta para formar la biblioteca del
Consulado de Comercio de Veracruz. Leonard, Irving y Smith, Robert,
"A proposed library for the Merchant Guild of Veracruz, 1801". Hispa-
nic American Historical Review. XXIV: 1 (1944), pp. 84-102.
18. ANCR. Mortuales Coloniales. San José. Exp. 332 (1815), f. 12-12 v.
19. Ginzburg, The cheese and the worms. Dominico Scandella, alias Me-
nocchio, era un molinero del siglo XVI, vecino de Friuli, lector de poco
más de una docena de obras y poseedor de una visión materialista del
cosmos. El caso se conoce gracias al proceso inquisitorial que se
instruyó. Menocchio fue ejecutado entre 1600 y 1601.
20. Este tipo de literatura suele jugar un importante papel político. Véase:
Darnton, The literary underground, pp. 182-208. McCalman, Ian, Ra-
dical underworld. Prophets, revolutionaries and pornographers in Lon-
don, 1795-1840 (Cambridge, Cambridge University Press, 1988), pp.
204-231. Baecque, Antoine, "Pamphlets: Libel and political mytho-
logy". Darnton, Robert y Roché, Daniel, eds., Revolution in print (Ber-
keley, University of California Press, 1989), pp. 165-176.
21. Molina Jiménez, "Libros de comerciantes", pp. 137-154. Acuña, Mo-
rera y Álvarez, "La literatura que circulaba", pp. 1-43.
22. ANCR. Mortuales Independientes. Heredia. Exp. 2889 (1824), f. 26.
23. González Flores, Evolución de la instrucción pública, pp. 62-68, 72-73
y 134-168. Los tres personajes citados, oriundos de Cartago, murieron
en el exterior.
24. Molina Jiménez, Iván, Costa Rica (1800-1850). El legado colonial y
la génesis del capitalismo (San José, Editorial de la Universidad de
Costa Rica, 1991), pp. 19-178. El crecimiento económico posterior a
1750 fue generalizado en toda Hispanoamérica. Cardoso, Ciro y Pérez,
Héctor, Historia económica de América Latina, t. II (Barcelona,
Crítica, 1979), pp. 9-14. El dominio del capital comercial y los
diversificados intereses de los comerciantes era otro rasgo común en el
Nuevo Mundo. Brading, David, Mineros y comerciantes, pp. 135-178.
Ladd, Doris, The Mexican nobility at independence, 1780-1826
(Austin, University of Texas Press, 1976).

43
25. Chevalier, Lectura y lectores, pp. 13-48. Gelabert, "La cultura libresca",
pp. 147-163. Álvarez, "Adoctrinamiento y devoción", pp. 23-28.
26. Dedieu, Jean Pierre, "El modelo religioso: rechazo de la reforma y con-
trol del pensamiento". Bennassar, Bartolomé, ed., Inquisición española:
poder político y control social, 2da. edición (Barcelona, Crítica, 1984),
pp. 253-262. Pinto, Virgilio, "La censura: sistemas de control e instru-
mentos de acción". Alcalá, Ángel, ed., Inquisición española y mentali-
dad inquisitorial (Barcelona, Ariel, 1984), pp. 269-287. Márquez, Lite-
ratura e Inquisición en España, pp. 217-230. Konetzke, Richard, Amé-
rica Latina. La época colonial, 8a. edición (México, Siglo XXI, 1979),
p. 262. Céspedes, Guillermo, América Hispánica (1492-1898) (Barce-
lona, Labor, 1985), pp. 401-407.
27. Molina Jiménez, La alborada, pp. 103-152. Rodríguez Sáenz, Eugenia,
"'Tiyita bea lo que me han echo'. Estupro e incesto en Costa Rica
(1800-1850)". Avances de Investigación del Centro de Investigaciones
Históricas. San José. No. 67 (1993), pp. 1-26
28. Fernández, Guardia, Ricardo, Crónicas coloniales (San José, Editorial
Costa Rica, 1991), pp. 182-188. Freses de Ñeco era catalán y vecino de
Cartago. Paniagua era de Heredia. La proclama era la que "...el doctor
D. José Elías López Tagle dirigió el 11 de abril de aquel año [1818] a
los habitantes de Portobelo con motivo de la ocupación de este puerto
por los patriotas..." (p. 183). Vega discute brevemente el problema de la
comunicación impresa a fines de la colonia. Véase: Vega, "De la im-
prenta", pp. 57-59.
29. ANCR, "Actas municipales de Barba. 1821-1823". Revista del Archi-
vo Nacional. San José, Nos. 1-12 (enero a diciembre de 1991), p. 168.
El cabildo de Barba aplicaba el célebre Catecismo de Jerónimo Ripalda;
en febrero de 1821, expresó su preocupación porque "...en este vecin-
dario hay muchos individuos que no cumplen con el precepto de oir
misa los dias que el Ripalda amonesta, bajo pecado mortal..." Ídem,
pp. 181-182.
30. Molina Jiménez, "Libros de comerciantes", p. 154.
31. ANCR. Mortuales Coloniales. Cartago. Exps. 1022 (1821) y 1036
(1821) Mortuales Independientes. Cartago. Exp. 1211 (1824). Heredia.
Exp. 2889 (1824).
32. Noticioso Universal, 20 de noviembre de 1833, p. 434.
33. Zelaya, Chester, El Bachiller Osejo, t. I (San José, Editorial Costa
Rica, 1971), pp. 30-90.
34. ANCR. Provincial Independiente. Exp. 1450 (1822), f. 118. Salas, Car-
los Manuel, "La Casa de Enseñanza de Santo Tomás en la vida política
y cultural de Costa Rica" (Tesis de Licenciatura en Historia, Universidad
de Costa Rica, 1982), p. 92. Se debía financiar el pago de los educa-
dores de la Casa y de las escuelas de San José.
35. ANCR. Municipal. San José. Exp. 131 (1825), f. 31. Salas, "La Casa
de Enseñanza", pp. 53 y 160. Alfaro fue también un rico mercader y ha-

44
cendado cafetalero, que viajó a Estados Unidos en 1846. Molina Jimé-
nez, La alborada, p. 108.
36. ANCR. Mortuales Independientes. San José. Exp. 705 (1822), ff. 53-
59.
37. ANCR. Mortuales Coloniales. Cartago. Exp. 496 (1780) ff. 1-26.
38. ANCR. Mortuales Independientes. Cartago. Exp. 2997 (1822), f. 7.
39. ANCR. Mortuales Coloniales. Cartago. Exp. 512 (1804), ff. 393-393
vuelto.
40. ANCR. Mortuales Coloniales. Cartago. Exp. 664 (1783), f. 37. Este
José Antonio García no es el mismo que se citó previamente. La biblio-
teca de Braulio Carrillo, compuesta de 25 títulos en 91 volúmenes y va-
lorada en 83,4 pesos, fue otra que se subastó casi 70 años después, en
noviembre de 1852. ANCR, "Lista de los libros pertenecientes a la tes-
tamentaría del finado don Braulio Carrillo". Revista de los Archivos
Nacionales. San José, Nos. 11-12 (septiembre-octubre de 1938), pp.
659-670. Carrillo, a diferencia de Casasola, poseía una colección secu-
lar, en la que destacaba El contrato social de Rousseau.
41. ANCR. Protocolos Coloniales. Cartago. Exp. 453 (1796), f. 8v. "Li-
brería" significa aquí estantería. El presbítero Manuel Gutiérrez, 42 años
después, utilizó ese término para designar su biblioteca: en mayo de
1838, solicitó se procediera "...contra José Ruiz [vecino de Heredia]...
por haberme incluido [en el año 1836] como bienes de el una parte de
mi librería que tenía depocitada en la casa de ospedaje del expresado."
ANCR. Congreso. Exp. 4912 (1838). Agradezco este dato a Carlos Her-
nández.
42. ANCR. Municipal. San José. Exp. 319 (1830), f. 1. Agradezco a la
profesora Patricia Vega la localización de este documento. Osejo aseve-
raba que en 1817 la biblioteca, compuesta por tres biblias, varios obras
de Bossuet y de otros autores y "...muchos manuscritos...", todavía se
encontraba en buen estado. El Jefe Político de Cartago, José María Pe-
ralta, en noviembre de 1830, atribuía el deterioro de la biblioteca a que
la Iglesia fue abandonada por Aniceto Cortés, su administrador, y quedó
a merced de los indígenas. Ídem, f. 3. Los dos quejosos pedían que los
libros sobrevivientes se trasladaran al claustro tomasino, lo que en apa-
riencia se hizo poco tiempo después.
43. Davis, Society and culture, pp. 189-226. Burke, Peter, Popular culture
in early Modern Europe (New York, Harper & Row, 1978), pp. 250-
259. Spufford, Margaret, Small books and pleasant histories (Cam-
bridge, Cambridge University Press, 1981), pp. 129-155. Chartier,
Cultural history, pp. 151-171. Darnton, The Kiss of Lamourette, pp.
107-135. La cultura libresca de otras áreas de América Latina, aunque
más amplia, era similar a la del Valle Central. Reyes, Catálogo del
Museo, pp. 129-165. Oss, Adriaan C. van, "Printed culture in Central
America, 1660-1821". Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft
und Gesellschaft Lateinamerikas. Colonia, No. 21 (1984), pp. 77-107.

45
Espín Lastra, Alfonso, Libros coloniales de la Universidad Central.
Catálogo general (Quito, Editorial Universitaria, 1963). Thompson,
Printing in Colonial Spanish America; ídem, "The libraries of Colonial
Spanish America". University of Kentucky Library. Ocassional Con-
tribution. No. 138 (June, 1963), pp. 257-266. Thompson, sin embargo,
se concentra en el análisis de las bibliotecas más conspicuas, al igual
que Adams, Eleanor y Scholes, France, "Books in New Mexico, 1598-
1680". New Mexico Historical Review. XVII (1942), pp. 226-270. Este
problema persiste todavía en: Hampe-Martínez, Teodoro, "The diffusion
of books and ideas in Colonial Peru: A Study of Private Libraries in the
Sixteenth Centuries". Hispanic American Historical Review. 73: 2
(May, 1993), pp. 211-233. Para un estudio más actualizado, aunque te-
óricamente pobre, véase: Gallegos, Bernardo P., Literacy, education and
society in New Mexico, 1693-1821 (Albuquerque, University of New
Mexico Press, 1992), pp. 43-60.
44. Darnton, Robert, La gran matanza de gatos y otros episodios en la his-
toria de la cultura francesa (México, Fondo de Cultura Económica,
1987), pp. 230-231. El estudio de la difusión de este tipo de literatura
en Hispanoamérica fue el desvelo de Irving Leonard; entre sus diversos
trabajos, véase: "A shipment of 'Comedias' to the Indies", pp. 39-50;
ídem, "Notes on Lope de Vega's Works in the Spanish Indies". His-
panic Review. VI (1938), 277-293; ídem, Books of the Brave (Berkeley,
University of California Press, 1991). El acervo de piezas literarias
existente en el Valle Central de 1821 era, al parecer, más pobre que el de
Honduras en el siglo XVII: según dos listas de 1673, esta última colo-
nia importó, aparte de obras devotas, un variado conjunto de comedias.
Leyva, Héctor, Documentos coloniales de Honduras (Choluteca,
CEHDES, 1991), pp. 133-135.
45. Mandrou, De la culture populaire. Chartier, Roger, The cultural uses of
print in early Modern France (Princeton, Princeton University Press,
1987), pp. 145-182 y 240-264. El mejor estudio sobre este tipo de li-
teratura para el caso español es el de Caro Baroja, Ensayo sobre la lite-
ratura.

46
Capítulo II

DEL COMERCIO A LA PRODUCCION


DE LIBROS

El universo de comerciantes, campesinos y


artesanos, asentado en el Valle Central, vivió a partir
de 1821 vertiginosos procesos de cambio: en ese año,
se enteró por correo de su emancipación política, que
convirtió a los súbditos en ciudadanos; y después de
1830, el exitoso cultivo del café –cuyo epicentro fue
el campo josefino– aceleró el crecimiento económico
y trastocó las estructuras vigentes. La capitalización
del agro, que supuso cierto avance en la tecnología,
comportó una veloz privatización de la tierra y un
alza en la compra y venta de fuerza de trabajo.1
El devoto y provinciano paisaje cultural, que se
esboza al explorar las bibliotecas coloniales, varió
con la transformación económica y social. El Estado
–en cierne– comenzó a organizar el aparato escolar;
la Casa de Enseñanza de Santo Tomás, erigida en
1814, se convirtió en Universidad en 1843; con la
traída de la imprenta en 1830, se inició la producción
de libros y periódicos (entre 1831 y 1850, circuló
47
una veintena de estos últimos); y la inmigración de
empresarios y artesanos extranjeros coadyuvó a que,
especialmente en los entornos urbanos, el consumo se
diversificara.2
*
La cultura libresca empezó a cambiar veloz-
mente tras 1821: siete años después, ya Rafael Fran-
cisco Osejo, ex-rector de la Casa de Enseñanza de
Santo Tomás, ofrecía vender al municipio de San Jo-
sé su biblioteca privada, la más amplia y erudita que
existía en el país.3 La prensa, aparecida en 1831, se
colmó de debates de variado tipo, en cuyo transcurso
la cita bibliográfica se aunaba con largos extractos de
las obras en disputa;4 y en mayo de 1833, en el
Noticioso Universal, se publicó el primer aviso in-
directo de un texto. El propietario de un alambique
europeo, lo vendía con su

"...tapa, y tornillos, 1 caja con la parte supe-


rior del mismo 56 cañones de cobre &. El ser-
penton con la basija de madera, 1 cajonsito
conteniendo dos termometros para graduar el
calor del alambique. Original, y traduccion de
las instrucciones para poner el alambique en
obra, con su diceño correspondiente. El origi-
nal del Ingenio de asucar, con sus diseños,
completo á fin de evitar equivocaciones en su
plantacion."5

El uso apropiado de los últimos avances tecno-


lógicos, traídos al país, exigía instructivos especí-
ficos, cuyo atractivo práctico se destacaba siempre en
los avisos de venta de maquinaria. El estadounidense
48
Herbert Parry, en diciembre de 1859, advertía en
Nueva Era que vendía máquinas de coser de la pres-
tigiosa firma "Grover and Baker", desde 75 pesos las
más baratas; a los compradores

"todas las instrucciones necesarias serán co-


municadas, y un librito que contiene las mis-
mas se dará gratis á cuantos quieran."6

El período 1833-1859, que separa un anuncio de


otro, fue propicio para el tráfico y el consumo de
libros, editados en el país y traídos del exterior. Los
avisos periodísticos que ofrecían obras en venta datan
–por lo bajo– de la década de 1840; en julio de 1845,
se advertía en el Mentor Costarricense:

"en esta imprenta [la del Estado] se venden


cuadernos de Moral i aritmética, la Historia
universal por Bossuet, un cuaderno de Logcia
[sic], i un Diccionario español de un tomo en
cinco pesos."7

El ascenso comercial de los libros se patentiza a


la vez en su inclusión en las convocatorias para su-
bastar bienes de difuntos. El pregonero que en 1783
avisó por los contornos de Cartago que se iba a liqui-
dar el patrimonio del cura Juan Manuel Casasola,
quizá no especificó que se remataría la biblioteca del
finado; pero en agosto de 1846, Felipe Molina, futu-
ro diplomático y apoderado de los herederos del
presbítero José Antonio Castro, advirtió en el Men-
tor Costarricense que, aparte de la casa y de un po-
trero del fallecido,
49
"el lunes 17 del corriente á las doce del día, se
subastarán por el que suscribe... diversos ar-
tículos de uso personal, piezas de ropa, trastes
de casa, vestuarios de eclesiástico i libros, la
mayor parte de religión... Los muebles y libros
se pueden ver en la... casa..."8

Los anuncios de obras, después de 1850, apare-


cieron cada vez más en las páginas de los periódicos,
frecuencia que estuvo vinculada con el despliegue del
aparato educativo: en 1827, existían 50 escuelas con
2.429 alumnos9 en el Valle Central, área que, según
el censo de 1843, contaba con 61.714 habitantes, de
los cuales un 18 por ciento –como máximo– tenía
entre 0 y 9 años.10 ¿Cuántos en edad escolar? El total
oscilaría entre 7.000 y 10.000 párvulos de ambos se-
xos, deducidos los menores de seis años y agregados
los mayores de diez: a clases asistían dos o tres niños
de cada decena.11
La falta de estadísticas óptimas impide visua-
lizar con detalle el crecimiento educativo; pero ya en
1853, el viajero alemán Carl Scherzer calculó en 71
las escuelas existentes y en 3.500 los alumnos ins-
critos.12 El alza en la población escolar fue un estí-
mulo vital para los impresores criollos. "El Álbum",
en mayo de 1858, avisaba que tenía

"...en venta el tratado elemental de aritmética


compuesto por Don Lorenzo de Alemany, al
precio de diez reales. Es el más completo en su
clase que se encuentra entre nosotros, y ha sido
designado como el más adaptable para la ense-
ñanza primaria, por los profesores de este ra-
50
mo, quienes aconsejaron se hiciera una edición
con el fin de facilitar el aprendizaje de los ni-
ños con buen escito [sic]. Se hace una rebaja á
los que compren por docenas."13

El incremento de la educación privada fue evi-


dentemente más limitado, por lo que su impacto tuvo
poco peso en la venta de obras; con todo, el tráfico
librero se benefició de las clases de dibujo, música,
idiomas y oficios. El profesor Tadeo Gómez fue
cómplice de tal alza: tras alquilar una pieza en la vi-
vienda de José María Flores, ubicada en San José, se
promocionó en Nueva Era; en mayo de 1860, expli-
có que

"...deseoso de establecer formalmente la en-


señanza de la Aritmética por Dominguez o D.
Juan García, y la Teneduría de libros por Mars,
ofrece dar clase en su habitación: para la
primera, de las siete á las nueve de la mañana, y
para la segunda de las tres á las cinco de la
tarde; esceptuando el sábado de cada semana.
El que haya de ocuparse en la Teneduría de li-
bros, deberá proveerse de un ejemplar de la
obra de dicho autor, en partida doble, y cuatro
cuadernos reglados, conforme lo indica la mis-
ma obra."14

La venta de otro tipo de impresos se derivó de


exigencias prácticas de un período caracterizado por
la expansión del café, eje de la capitalización del
agro. El tiempo capitalista, con sus plazos para cum-
plir contratos, satisfacer obligaciones y liquidar deu-
51
das, empezó a prevalecer en el quehacer diario. Fue
una época de difusión de relojes –en iglesias y casas,
bolsillos y muñecas– y de calendarios, cuyo comercio
se elevó tras 1850. El Álbum Semanal, en enero de
1858, voceaba:

"ALMANAQUES PARA EL AÑO DE 1858 se


espenden desde fines de Diciembre... en cua-
derno á tres reales y de sala ó pliego estendido
á un real."15

El tráfico de libros, aunque tenía por epicentro


imprentas y librerías, no era exclusivo de tales loca-
les. La importación de textos, durante la colonia una
práctica esporádica y de exiguo atractivo para los co-
merciantes, suscitó un interés creciente en los años
venideros. ¿Suficiente para promocionar el producto
en la prensa? Sí en el caso de "J. Echeverría & Cía":
en agosto de 1859, avisó en la Crónica de Costa Ri-
ca que disponía ya de

"...la obra que acaba de publicar el Dr. Do-


mingo Arosemena intitulada "Sensaciones en
Oriente", que contiene detalles curiosos, sobre
los Santos Lugares. Suponemos que ella deberá
ser leída con gusto por los buenos católicos.
Consta de un solo volúmen que venderemos á
dos pesos cuatro reales cada ejemplar, haciendo
un descuento á los que compren diez ó más."16

La estrategia publicitaria, en torno al tráfico li-


brero, fue tal que incluso se empezó a promocionar
el texto previa su salida de la imprenta, con el evi-
52
dente propósito de preparar el mercado y elevar las
ventas. El periódico Pasatiempo, en agosto de 1857,
acotaba:

"saldrá á la luz en la presente semana una obri-


ta titulada CLARIN PATRIOTICO ó colección
de las canciones, y otras poesías, compuestas
en Costa-rica en la guerra contra los fili-
busteros de Centro-América.-Las personas que
quieran adquirirla podrán solicitarla en la casa
de Don Jacinto García en esta capital."17

¿Carácter comercial de la producción librera?


El caso del Clarín patriótico lo patentiza. La antolo-
gía, que aprovechaba las canciones y poesías com-
puestas durante la "Campaña Nacional", se editaba a
escasos cuatro meses después de concluida la guerra,
que se extendió entre marzo de 1856 y mayo de
1857.18 El poemario, con sus 13 piezas, era sin duda
una obra de coyuntura; pero difícilmente constituía
una excepción. El 10 de octubre de 1860, en el pe-
riódico Nueva Era, se insertó el siguiente aviso:

"se va á publicar un cuaderno que contendrá


una esposición histórica de la revolución: la
coleccion de todos los boletines; y un plano de
las fortificaciones. La suscrición [sic] vale un
escudo que se pagará adelantado. En la capital
podrán dirijirse á esta imprenta, y en las pro-
vincias a los respectivos gobernadores."19

El conflicto, evocado por el aviso, es la fallida


insurrección que encabezó, en septiembre de 1860,
53
Juan Rafael Mora, fusilado el último día de ese mes.
El enfoque del opúsculo era, seguramente, poco ob-
jetivo: Nueva Era pertenecía a los adversarios del
difunto. La edición de libelos, tras graves eventos ci-
viles y militares, era usual ya en la década de 1830,
una vez se trajo la imprenta al país; pero se trataba
casi siempre de textos de alcance limitado, cuyo fin
era político más que lucrativo.20 El Cuaderno, en
cambio, era –pese a su decisivo trasfondo partidario–,
un producto en esencia comercial: se cancelaría de
antemano y circularía ampliamente.
El tiraje de opúsculos de fuerte contenido po-
lítico se inició en 1831, cuando Osejo publicó La
igualdad en acción, en el que defendía una capital
ambulante. El ejemplo fue imitado por Sabino Cas-
tillo, quien en 1834 imprimió La razón vence al po-
der (un ataque al periódico La Tertulia y al alcalde
de San José), cuyo emblema era "...no sin razón...
una bibora en actitud de morder."21 Los conflictos en
países vecinos fomentaron este tipo de textos: en
1833 circuló Clamor de la Humanidad o grito cons-
titucional de los pueblos del Estado Nicaragua, con el
sello de "La Merced"; y en 1848, la imprenta del Es-
tado editó dos breves folletos en los cuales el General
ecuatoriano Juan José Flores se defendió de un libelo
adverso.
El Cuaderno anunciado en Nueva Era en 1860
era de una estirpe distinta a la de los opúsculos de 15
ó 20 años atrás. El consumo de libros, en ese perío-
do, creció lo suficiente para estimular su tráfico. La
promoción de "J. Echeverría & Cía" y de "El Ál-
bum" es elocuente. La persona que adquiriese diez
ejemplares de las Sensaciones en Oriente de Aro-
54
semena, o una docena del Tratado elemental de
Aritmética de Alemany, obtendría un atractivo des-
cuento. La oferta pudo ser seductora para los buho-
neros: al variado surtido de efectos (textiles, utensi-
lios, enseres, adornos) que esparcían por campos y
aldeas, agregaron diversos impresos, especialmente de
carácter devoto.
El libro penetró en el pequeño comercio, uno de
cuyos agentes fue José María Mora, carpintero y
vecino de San José; al morir en octubre de 1834, su
fortuna ascendía a 1.016 pesos, de los cuales 14 pesos
eran el valor de 28 volúmenes, para un promedio de
cuatro reales por texto. El acervo bibliográfico del
difunto se componía de un ejemplar del Nuevo Tes-
tamento, 3 copias del Prontuario de leyes, 8 con el
escalofriante título de Gritos del infierno y 16 Pan-
tomimas.22 "Tinoco y Cía" –en contraste– disponía, en
abril de 1859, de 200 obras valoradas en 125 pesos.23
El interés de los importadores por traer libros
en escala significativa se detecta ya tras 1830; pero
casi siempre el cargamento venía por cuenta del Es-
tado o de la Casa de Enseñanza de Santo Tomás, con
el fin de apoyar el proceso educativo. El claustro to-
masino, ascendido a Universidad en mayo de 1843,
adquirió en las décadas de 1840 y 1850 varias im-
portantes colecciones de obras, con las cuales amplió
su biblioteca; para lograr tal fin, se aprovecharon los
viajes a Europa de prósperos importadores criollos o
extranjeros, como Vicente Aguilar o el alemán Ed-
ward Wallerstein.
El comerciante contribuyó a elevar el consumo
de obras y a diversificar su oferta. ¿Cuál fue el apor-
te de las imprentas? La edición de textos se aunaba
55
con la de otros impresos: avisos de los municipios,
folletos, volantes, comunicados del Poder Ejecutivo,
colecciones de leyes y decretos y periódicos. El Es-
tado y el claustro de Santo Tomás, dado el volumen
de sus pedidos, destacaban entre la variada clientela
de los talleres;24 pero el aparato educativo, en su
conjunto, era un estímulo vital. "El Álbum" editó el
Tratado elemental de Aritmética por consejo de va-
rios profesores, aval que garantizaba su venta.
La imprenta se trajo al país tardíamente: Guate-
mala contó con la suya desde 1660, Panamá desde
1821, El Salvador desde 1824, Honduras desde 1829
y Nicaragua desde 1830, el mismo año en que el jo-
sefino Miguel Carranza la introdujo en San José. La
máquina, fabricada casi toda de madera, procedía al
parecer de Estados Unidos y pertenecía a una tecno-
logía pronta a ser superada, dependiente todavía de la
impresión plana por palanca; en contraste, desde
1814 se utilizaba en Londres un sistema cuya fuerza
motriz era el vapor, el cual se difundió en los años
venideros por Europa.25
La tardanza es interesante porque, después de
1821, creció el interés por traer la imprenta, un des-
velo que caracterizó a la "Tertulia Patriótica" de San
José, fundada en 1824. Osejo, en 1829, propuso que
el Gobierno adquiriera una prensa de cilindro;26 pe-
ro sin éxito. El único país centroamericano en el cual
la máquina se instaló por iniciativa privada fue Costa
Rica: en efecto, en el resto del istmo, el aparato fue
importado por el Estado y para su servicio. La de-
mora tica quizá obedeció a la escasez de fondos pú-
blicos y a la falta de artesanos especializados: el úni-
co que conocía algo del oficio de impresión era Félix
56
Velarde, un oficial peruano exiliado, vecino del casco
josefino desde 1829.27
El atraso abonó el terreno: entre 1821 y 1830, se
elevó la demanda de todo tipo de impresos, cuya
edición se efectuaba en los otros países, en especial
en El Salvador y Guatemala.28 El eje de todo el pro-
ceso fue el Estado: en la ejecución de sus tareas legis-
lativas y escolares, configuró un dinámico mercado
para la actividad tipográfica, una veta que Carranza
advirtió con presteza. El comerciante josefino quizá
compartía la preocupación cultural de los tertulianos
por traer la imprenta al país; pero con la compra del
aparato, invertía en un campo virgen, sin competen-
cia y lucrativo.
El potencial económico de la imprenta se evi-
dencia en el Cuadro 4: entre 1830 y 1833, se importó
un aparato por año; con la concurrencia, empezaron
los conflictos. El primero ocurrió entre 1831 y 1832
y opuso a Carranza y a Joaquín Bernardo Calvo, en
esa época Ministro General. El funcionario, con la
excusa de que "La Libertad" ofrecía mejores precios,
le asignó la impresión de los textos oficiales, en prin-
cipio bajo el control de "La Paz". El trasfondo de tal
viraje, sin embargo, fue quizá más amplio: el interés
de Calvo por abrir la demanda estatal a otros talle-
res, incluido el suyo propio.29
La otra disputa significativa se verificó en
1835: Calvo, implicado en la Guerra de la Liga, fue
multado con un tercio de sus bienes, suma que as-
cendió a 1.542 pesos; entre lo embargado, figuraba la
imprenta, que se valoró en 900 pesos.30 El taller de
"La Merced", convertido por el Gobierno de Carri-
llo en "Imprenta del Estado", quedó a cargo del pres-
57
58
Cuadro 4
Imprentas y sus productos en Costa Rica (1830-1849)

Imprenta Año Dueño Libros y folletos Oficiales Particulares Periódicos

La Paz a 1830 Carranza Miguel 27 8 19 6


La Libertad 1831 Valenzuela Francisco 7 4 3
La Merced b 1832 Calvo Joaquín B. 2 2 1
Concordia 1833 Gallegos Valentín 1 1 1
Estado 1836 Estado 70 55 15 8
Desconocido c 2 1 1 1

Total 109 68 41 17

a. Incluye un impreso oficial y dos periódicos editados –conjunta o ulteriormente– por "La Libertad".
b. Se convirtió en la Imprenta del Estado en 1835.
c. Los dos libros probablemente fueron editados por imprentas privadas, uno por "La Paz" y otro por "La Libertad".
Fuente: Meléndez, Carlos, "Los veinte primeros años de la imprenta en Costa Rica 1830-1849". Revista del Archivo Na-
cional. San José, Nos. 1-12 (1990), pp. 62-69.
CUA
bítero Vicente Castro. El local, cuyo equipo se me-
joró en 1841, a veces dispuso de 12 trabajadores, fue
escenario de la primera queja artesana-obrera pro al-
za salarial y su producción editorial pronto fue con-
siderable.31
El Cuadro 4 y el Gráfico 1 trazan el impacto
que tuvo en la joven actividad empresarial la im-
prenta del Estado: editó 8 de los 17 periódicos y 70
de los 109 libros y folletos publicados entre 1830 y
1849. El taller estatal afectó sin duda a sus contra-
partes privadas: a la vez que concentró la demanda
oficial, compitió por la particular, puesto que vendía
sus servicios, ya se tratara de editar un opúsculo o de
imprimir tarjetas de luto.32 El peso de tal industria
fue tal que, en el corto plazo, desestimuló la apertura
de nuevos talleres, un proceso que volvería a acti-
varse después de 1850.
El efecto en el largo plazo fue más importante: la
imprenta estatal, entre 1850 y 1890, creció y se di-
versificó; pero, dado su predominio, dejó poco espa-
cio para la capitalización de los competidores priva-
dos: exiguos, con pocos operarios y una tecnología
limitada. El liderazgo del Estado en la producción
editorial se esboza en los Cuadros 4 y 5: imprimió en
el suyo o en los talleres particulares los títulos más
extensos, en su mayoría de índole secular y oficial y
con un énfasis temático en Política y Derecho; en tal
contexto, era difícil publicar obras sobre otros tópi-
cos, en especial de literatura.
El Gráfico 1 precisa el impacto del taller esta-
tal: el pujante inicio de la actividad tipográfica priva-
da decayó tras 1835, y la expansión editorial que
acaeció después de 1840 (asociada sin duda con el au-
59
GRAFICO 1

60
Cuadro 5
Extensión y temática de los libros y folletos publicados entre 1830 y 1849

Extensión Libros y Imprenta Imprentas Temática Libros y Imprenta Imprentas


(páginas) folletos estatal privadas a folletos estatal privadas

CUA
1- 4 1 1 Derecho 39 28 11
5- 9 6 5 1 (0) Política 35 26 9
10- 24 30 26 4 (0) Religión 12 5 7
25- 49 22 12 10 (2) Economía 8 5 3
50- 99 10 5 5 (2) Medicina 3 2 1
100-199 11 5 6 (4) Milicia 3 2 1
200-499 13 7 6 (2) Educación 2 2
500 y más 1 1 (0) Filosofía 2 2
Desconocido 15 9 6 (3) Geografía 2 1 1
Matemática 1 1
Gramática 1 1
Agricultura 1 1

Total 109 70 39 Total 109 70 39

a. Entre paréntesis el número de impresos oficiales.


Fuente: la misma del Cuadro 4.

61
ge económico cuyo pilar era la exportación de café),
fue copada por la imprenta del Estado. La cifra de
obras oficiales editadas por "La Libertad", "La Mer-
ced", "La Concordia" y "La Paz" avala este contras-
te: se desplomó de 12 títulos entre 1830 y 1835 a uno
entre 1836 y 1849. La táctica de los empresarios, de
cara a tal desafío, fue especializarse en la satisfacción
de la demanda particular, ya se tratara de la impre-
sión de volantes, periódicos (en los cuales empezaron
a proliferar avisos en la década de 1840),33 tarjetas y
libros y folletos de variada temática.
La estrategia empresarial tuvo por eje un énfa-
sis en la edición de textos de amplio consumo: carti-
llas, catecismos, almanaques, novenas, catones y
otros. La producción librera del país, a raíz de tal
acento, discurrió por un cauce bastante tradicional,
pese al impulso secularizador del taller estatal. El
Cuadro 6 devela cuál fue el camino por el que optó
Carranza: comerciante y caficultor, al fallecer en
septiembre de 1843, su caudal era de 44.668 pesos.
El precio de la máquina ascendía a 1.200 pesos y el
de los libros a 2.083 pesos, valor de 6.0l0 volúme-
nes, de los cuales solo 39 constituían su biblioteca
privada.34
El elevado valor de la imprenta del difunto re-
salta lo difícil que era debutar en el universo edito-
rial. La compra de tal artefacto caía fuera del alcance
del grueso de los artesanos, cuyo caudal rara vez su-
peraba los 1.000 pesos. El equipamiento de un taller
exigía una suma cuantiosa, asequible únicamente para
comerciantes de la talla de Carranza, cuyo desvelo no
era especializarse en el oficio, sino diversificar sus
actividades.35 ¿Una alta inversión inicial? El arte de
62
imprimir significaba eso y más: tecnología nueva,
materias primas importadas y caras, una estricta di-
visión del trabajo y un disciplinado proceso pro-
ductivo, cuya base era la exactitud y el esmero.36
Cuadro 6
Títulos con más ejemplares en la imprenta
de Miguel Carranza (1843)

Título Ejemplares Valor a Valor por unidad

Cartillas 2.000 83,3 0,01/2


Trisagio 1.048 16,3 0,01/8
Libros de pastores 570 1.340,0 2,3
Madre e hijo 425 106,2 0,2
Catón 305 107,5 0,3
Despertador cristiano eucarístico 293 88,4 0,21/2
Catecismo Ripalda 252 63,0 0,2
Ortografías 243 25,2 0,1
Vida de Cristo 216 108,0 2
Actos de fe 162 3,3 0,01/4
Novena del Corazón de Jesús 140 5,7 0,01/2
Novena de San Antonio 105 8,6 0,03/4
Vía Crucis 100 2,1 0,01/4
Novena de Nuestro Amo 67 4,1 0,01/2
Novena de San Ramón 45 2,6 0,01/2

Total 5.971 1.965,3 0,23/4


_____________________________________________________________
a. En pesos, reales y fracciones de real.
Fuente: ANCR. Mortuales Independientes. San José. Exp. 148 (1843).

El comercio exterior era evidentemente la vía


por la cual se proveían de tinta, papel, utensilios y
otros objetos los talleres de impresión, vanguardia de
la capitalización artesanal. El importador –a veces–
trajo imprentas entre los artefactos que solía intro-
ducir en el país, lo cual hizo Rafael Moya, mayorista
y terrateniente, vecino de Heredia; en mayo de 1833,
63
avisó en las páginas del Noticioso Universal que, en
el bergantín Emulons, venía

"...1 imprenta pequeña toda de fierro, 4 cajas de


letras y otros avios para la misma..."37

El artefacto –procedente de Europa– fue vendi-


do, tres meses después, a Valentín Gallegos, un abo-
gado nicaragüense que vivía en Alajuela desde 1829.
El valor de la máquina ascendía a 700 pesos, suma
que el comprador cancelaría a un año plazo. La deu-
da fue garantizada por el josefino Eusebio Rodríguez
y el español Manuel Cacheda; pero el jurisconsulto
defraudó la confianza de uno y otro: varios años más
tarde, se trasladó a León –con la imprenta– sin cum-
plir su compromiso. Los fiadores, en tal apuro, auto-
rizaron a Pedro Pablo Alvarado, en junio de 1837,
para cobrarle lo adeudado.38
El espíritu empresarial que desde temprano
prevaleció en la estructura editorial de San José, se
dibuja en las vicisitudes del aparato traído por Moya
y comprado por Gallegos. El éxito económico de los
impresos, tras 1830, se derivó de varias circuns-
tancias: despliegue educativo público y privado, cre-
cimiento demográfico, urbanización del casco josefi-
no, expansión del Estado y venida de comerciantes y
artesanos europeos, y de profesionales de Guatemala,
El Salvador y Nicaragua.39 La diferenciación social
sirvió de base para la especialización de –cada vez
más amplias– audiencias de lectores: de los escolares,
usuarios del viejo Catecismo de Jerónimo Ripalda, a
los aficionados a las obras de Byron, Chateaubriand y
Walter Scott.
64
El atractivo comercial del libro se elevó poco a
poco, a raíz de un significativo aumento en el consu-
mo: en 1850, era superior el número de lectores y se
leía más; a la vez, se disponía del efectivo suficiente
para comprar un variado espectro de cosas, en cuenta
textos. El café, de excelente cotización en el exterior,
deparó utilidades crecientes, de las que no se excluyó
a los pobres. El sueldo por mes de un peón subió de
7 a 15 pesos entre 1844 y 1856.40 El ingreso familiar
se ampliaba con el aporte de la esposa y de los hijos,
aparte de que casi siempre se disponía de un pedazo
de tierra propio.
El precio promedio de los libros de Carranza
(casi tres reales) suponía –como máximo– el 5,4 por
ciento del salario mensual de un jornalero en 1844, y
un 2,5 por ciento en 1856. ¿Una proporción descen-
dente en una época en que se elevaba el coste de la
vida? El valor de los víveres y de la tierra, entre
1830 y 1850, se multiplicó por más de cinco;41 con
todo, en el siglo posterior a 1750, la cotización de los
textos no varió decisivamente. ¿Por qué? La obra ex-
tranjera, traída por lo común de España y Francia, se
abarató en virtud del contacto directo entre Costa Ri-
ca y las plazas europeas, y de la baja en los costos
editoriales en Europa, que se derivó del uso de tec-
nología más avanzada.42
El coste de los libros editados en el país depen-
día de otro factor. El dueño del taller, aunque capaz
de invertir en equipo nuevo,43 optaba por ir a lo se-
guro: contratar con el Estado las impresiones oficia-
les cuando podía y publicar obras baratas de fácil
venta.44 El énfasis en la edición de textos cortos, de
carácter devoto y escolar, devela que la oferta de las
65
imprentas se circunscribía a lo que exigía el merca-
do. La especialización en productos dignos del gusto
popular permitiría –eventualmente– exportarlos a los
demás países del istmo, donde el patrón de consumo
era bastante parecido.
El difunto Carranza era un veterano en las lides
editoriales: con sus cientos de "obritas" baratas y li-
geras, conocía lo que le convenía a su taller; y lo su-
po desde el inicio: ya en 1830, publicó en su impren-
ta "La Paz" un escrito de Osejo, titulado Brebes lec-
ciones de arismetica, para "...el uso de los alumnos
de la Casa de Santo Tomás..."45 La edición fue finan-
ciada por esta institución: el tiraje alcanzó los 300
ejemplares, con un costo de 107 pesos, unos dos rea-
les y medio por unidad. El autor solicitó autorización
al Gobierno para que el volumen se distribuyera gra-
tis a los estudiantes indígenas y para que a los alum-
nos pobres se les vendiera a un precio más bajo.46
El taller editó, en los siguientes dos años, varios
textos oficiales y particulares y, en 1832, publicó
Reflexiones sobre la necesidad de una reforma polí-
tica en Centroamérica, de José Caleja y Unane,

"...reimpreso [de la primera versión publicada


en New Amsterdam] a despensas [sic] de algu-
nos Vecinos, en San José..."47

¿Piratería? La práctica se extendió con presteza:


en 1833, "La Paz" editó Lecciones de geografía, de
R. Ackerman, con un apéndice sobre Costa Rica es-
crito por Osejo; y La infancia de Jesucristo, un poe-
ma dramático en diez coloquios, del cura español
Gaspar Fernández y Ávila.48 Las otras imprentas
66
emularon sin demora a la de Carranza, en la que ya
se imprimía el periódico Noticioso Universal. El ta-
ller "La Libertad", en 1834, publicó Medicina mo-
derna cacera o tratado popular, del británico Tomás
Juan Graham; con sus 750 páginas, fue –quizá– el
producto editorial más voluminoso.49
El plagio fue a la par de la piratería: de las 66
Lecciones de geografía, 65 fueron escritas por Ac-
kerman y una por Osejo, a quien se suele atribuir la
obra. El proceder de Nicolás Gallegos no fue muy
distinto, aunque sí admitió que sus Lecciones Ele-
mentales de Filosofía

"...son estractos, comentados a veces y modifi-


cados otras, de obras maestras de autores emi-
nentes, porque ha creído [Gallegos] de utilidad
ponerlas al alcance de todos."50

El esfuerzo empresarial, cuyo afán era editar


textos vendibles, contribuyó poco a variar las pre-
ferencias literarias de los lectores. El espacio para
proyectos editoriales osados era exiguo: pese a la ex-
pansión posterior a 1830, el mercado era todavía pe-
queño y la imprenta estatal, con su énfasis en lo ofi-
cial, tenía un enorme peso en él. La producción li-
brera, dado el tipo de consumo que debía satisfacer,
discurrió en esencia por cauces tradicionales; su
aporte, más cuantitativo que cualitativo, fue ampliar
el acceso –el del vulgo sobre todo– a un vasto conjun-
to de obras livianas, del Catón al Almanaque.
El alza en la oferta de impresos carecía de pre-
cedentes: en abril de 1829, el español y comerciante,
Manuel Díez de Bedoya, vecino de Cartago, poseía
67
155 Cuadernillos, valorados en 9,5 pesos;51 en marzo
de 1846, el cura y traficante de Heredia, José Emig-
dio Umaña, tenía 60 ejemplares de Discurso en me-
dicina, estimados en 15 pesos;52 y en septiembre de
1847, José Antonio Oreamuno, caficultor cartaginés,
disponía de 142 Cuadernillos de rezo, tasados en 8,6
pesos.53 Estas cifras opacan, sin duda, los 24 Cate-
cismos y las 25 Cartillas de que era dueño Pedro An-
tonio Solares en 1824.
El acervo de los comerciantes, sin embargo, era
ínfimo a la par de las existencias de los impresores,
con sus cientos y –a veces– miles de volúmenes; dife-
rencia cuyo significado se vislumbra al contrastar la
cuantía de textos con los datos demográficos. El fina-
do Miguel Carranza, en septiembre de 1843, poseía
425 ejemplares de Madre e hijo, 570 Libros de pas-
tores, 1.048 Trisagios y 2.000 Cartillas. El censo
efectuado entre ese año y 1844, contabilizó 61.714
almas y 12.018 familias en el Valle Central;54 en pro-
medio, por cada 31 personas y por cada 6 hogares, se
disponía de una Cartilla con el sello de "La Paz".
*
La oferta de libros, tradicional en el caso de la
producción editorial, varió y se diversificó en alas del
comercio. El importador, aunque traficaba am-
pliamente con vulgarizadores, traía –por cuenta de
otro o por la suya propia– textos de distintos tópicos,
en cantidades limitadas: títulos selectos, en varios to-
mos, extensos y caros. El espectro de sus virtuales
compradores era diverso y se componía especialmen-
te de estudiantes y docentes universitarios, profesio-
nales, eclesiásticos ilustrados, funcionarios y burgue-
ses criollos y extranjeros; ávidos de saber y esparci-
68
miento, disponían en la década de 1850 de dos opcio-
nes principales: la biblioteca tomasina y la librería de
la imprenta "El Álbum".

69
Notas
1. Molina Jiménez, Costa Rica (1800-1850), pp. 183-336.
2. Molina y Palmer, Héroes al gusto, pp. 77-135. El cálculo del número
de periódicos incluye las dos primeras hojas periódicas, editadas en 1831
y 1832, y el clandestino El rayo, publicado en 1846. Meléndez, "Los
veinte primeros años", pp. 57-62. Blen, El periodismo, pp. 13-54.
3. González Flores, Evolución de la instrucción pública, pp. 103-106. La
venta no se efectuó. Infra, capítulo III, pp. 76-77 y nota 2.
4. El periódico durante esos años era "...una forma de libro...". Anderson,
Benedict, Imagined communities. Reflections on the origen and spread
of nationalism (London, Verso, 1991), pp. 33. La traducción es mía.
5. Noticioso Universal, 24 de mayo de 1833, p. 168. El vendedor era Ra-
fael Moya, vecino y comerciante de Heredia.
6. Nueva Era, 10 de diciembre de 1859, p. 4.
7. Mentor Costarricense, 19 de julio de 1845, p. 375.
8. Mentor Costarricense, 8 de agosto de 1846, p. 167. Felipe Molina era
guatemalteco, desembarcó en Puntarenas en 1840 (junto con su padre y
su hermano) y fue Ministro de Relaciones Exteriores de Costa Rica en
la década de 1850.
9. González Flores, Evolución de la instrucción pública, p. 180. Las es-
cuelas de la época adolecían de graves deficiencias y limitaciones peda-
gógicas y materiales. Las cifras de establecimientos escolares y de alum-
nos para años posteriores son más bajas. La educación en este período
es analizada por Ileana Muñoz, aunque desde una perspectiva política.
Véase: Muñoz, Ileana, "Estado y poder municipal: un análisis del proce-
so de centralización escolar en Costa Rica 1821-1882" (Tesis de Maes-
tría en Historia, Universidad de Costa Rica, 1988). El periódico Aurora
de la Constituyente de Costa Rica calculó que en 1838 existían 56 es-
cuelas públicas con 2.425 alumnos en el país, sin incluir Guanacaste.
Blen, El periodismo, pp. 25-26.
10. Gudmundson, Lowell, Costa Rica antes del café: sociedad y economía

71
en vísperas del boom exportador (San José, Editorial Costa Rica,
1990), pp. 177-178 y 239-240.
11. El cálculo tiende a subvalorar la proporción, ya que la población del Va-
lle Central en 1843 era superior a la de 1827, y en este último año no
existían escuelas para niñas.
12. Wagner, Moritz y Scherzer, Carl, La República de Costa Rica en la
América Central, t. I (San José, Ministerio de Cultura, Juventud y De-
portes, 1974), p. 258. La Gaceta Oficial estimó que en 1861 funciona-
ron 63 escuelas con 8.000 alumnos. Blen, El periodismo, p. 139.
13. Álbum Semanal, 29 de mayo de 1858, p. 4.
14. Nueva Era, 20 de mayo de 1860, p. 4.
15. Álbum Semanal, 22 de enero de 1858, p. 4.
16. Crónica de Costa Rica, 10 de agosto de 1859, p. 5.
17. Pasatiempo, 20 de agosto de 1857, p. 4. El Clarín patriótico se editó
por segunda vez 111 años más tarde. Véase: Revista de la ANDE. San
José, Nos. 26-29 (enero-abril de 1968), pp. 307-326.
18. La "Campaña Nacional" es la designación oficial con que conoce la gue-
rra emprendida por Costa Rica contra las fuerzas encabezadas por el esta-
dounidense William Walker, traídas a Centroamérica por el Partido Libe-
ral de Nicaragua. Obregón Loría, Rafael, Costa Rica y la guerra del 56.
La Campaña del Tránsito (San José, Editorial Costa Rica, 1976).
19. Nueva Era, 10 de octubre de 1860, p. 4. El Presidente Juan Rafael Mo-
ra, en el poder desde 1849, fue derrocado en agosto de 1859; tras exi-
liarse en El Salvador, desembarcó en Puntarenas el 17 de septiembre de
1860. La expedición, sin embargo, fracasó y 13 días después, Mora
cayó fusilado. Meléndez, Carlos, Doctor José María Montealegre (San
José, Imprenta Nacional, 1968).
20. Lines, Libros y folletos, p. 43.
21. La Tertulia, 4 de julio de 1834, p. 89. El Código General de 1841 cas-
tigaba a los escritores y editores de impresos injuriosos con multas de
25 a 200 pesos, y con otras penas. Oficial, Código General de la Repú-
blica de Costa Rica, 2da. edición, t. II (Nueva York, Imprenta de Wyn-
koop, Hallenbeck y Thomas, 1858), pp. 100-101. Agradezco este dato a
Eugenia Rodríguez Sáenz.
22. ANCR. Mortuales Independientes. San José. Exp. 1894 (1845). La
mortual de Mora se prolongó entre 1834 y 1845.
23. Crónica de Costa Rica, 16 de abril de1859, p. 2. No aparece el catálogo
de obras. "Tinoco y Cía" quebró en 1858. El caso se comenta con sumo
detalle en: Villalobos, Bernardo, Bancos emisores y bancos hipoteca-
rios en Costa Rica, 1850-1910 (San José, Editorial Costa Rica, 1981),
pp. 35-38 y 62-65.
24. Lines, Libros y folletos, pp. 2-143.
25. Meléndez, "Los veinte primeros años", pp. 45-50. Vega afirma que la
máquina era de fabricación inglesa; en contraste, Meléndez acota que era
de origen estadounidense.

72
26. Zelaya, El bachiller Osejo, t. I, p. 207. La imprenta la "...tiene actual-
mente un Extrangero que se halla en el pais..." La prensa que compró
Carranza en 1830 quizá no fue la primera que hubo en Costa Rica.
ANCR. Congreso. Exp. 13579 (1829), f. 38 v. Meléndez y Vega curio-
samente no citan la propuesta de Osejo. Meléndez, "Los veinte primeros
años". Vega, "De la imprenta".
27. Meléndez, "Los veinte primeros años", pp. 45-50. Velarde fue expulsado
del país en agosto de 1849 por imprimir, con una prensa de mano, ho-
jas sueltas "sediciosas y alarmantes" contra el Gobierno de José María
Castro. Se adujo que el oficial peruano siempre tuvo una conducta sub-
versiva. Obregón Loría, Rafael, Hechos militares y políticos (Alajuela,
Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, 1981), pp. 91-92.
28. Vega, "De la imprenta", pp. 63-64.
29. Vega, "De la imprenta", pp. 70-73. Vega señala que el móvil de Calvo
tenía un objetivo económico, pero no lo identifica.
30. Meléndez, "Los veinte primeros años", pp. 53-55. Acerca de la Guerra
de la Liga, véase: Fernández Guardia, Ricardo, La Guerra de la Liga y
la invasión de Quijano (San José, Librería Atenea, 1950). Vega asevera
que Calvo fue embargado por no cancelar el arrendamiento de la
campana de diezmos de Cartago; pero su explicación es poco
convincente. Vega, "De la imprenta", p. 80.
31. Vega, "De la imprenta", pp. 101-154. Vega efectúa un detallado análisis
del proceso productivo en la imprenta del Estado. Meléndez, "Los veinte
primeros años", pp. 62-69.
32. Vega, "De la imprenta", pp. 82-83 y 128.
33. Vega, "De la imprenta", p. 290. El Gráfico 1 se basa en la lista de Me-
léndez, la más completa que existe para el período 1830-1849; sin em-
bargo, el subregistro es todavía elevado, en particular en lo que toca a la
producción de las imprentas privadas. El Cuadro 6 precisa que de los 15
títulos con más ejemplares en el taller de Carranza en 1843, únicamente
tres parecen figurar en el trabajo de Meléndez: Estaciones del Viacrucis,
Ortografía castellana y Despertador eucarístico. Véase: Meléndez, "Los
veinte primeros años", pp. 62-69.
34. ANCR. Mortuales Independientes. San José. Exp. 148 (1843).
35. Molina Jiménez, Costa Rica (1800-1850), pp. 184-220 y 272-275.
36. Núñez, Francisco María, La evolución del periodismo en Costa Rica
(San José, Editorial Minerva, 1921), pp. 37-42.
37. Noticioso Universal, 24 de mayo de 1833, p. 168.
38. ANCR. Protocolos Coloniales. San José. Exp. 499 (1833), f. 59 v.
Exp. 514 (1837), ff. 26 v.-27 v.
39. Molina Jiménez, Costa Rica (1800-1850), pp. 183-336.
40. Cardoso, Ciro, "La formación de la hacienda cafetalera en Costa Rica
(siglo XIX)". Avances de Investigación. Proyecto de historia social y
económica de Costa Rica. 1821-1945. San José, No. 4 (1976), p. 21.
El periódico La Paz y el Progreso, en diciembre de 1847, estimaba el sa-

73
lario por día de los jornaleros de 1 a 3 reales (de unos 3 a 9 pesos por
mes). El cálculo, sin embargo, pudo ser afectado por la época, ya que a
fin de año se iniciaba la cosecha del café. Vega, "De la imprenta", p.
276.
41. Acuña, Víctor Hugo y Molina, Iván, Historia económica y social de
Costa Rica (1750-1950) (San José, Editorial Porvenir, 1991), p. 87.
42. Dahl, Svend, Historia del libro, pp. 230-231.
43. Núñez, Francisco María, "150 años de periodismo". El desarrollo na-
cional en 150 años de vida independiente (San José, Publicaciones de la
Universidad de Costa Rica, 1971), pp. 257-258. Entre los avances
tecnológicos, figuraba el uso de boyas de cuero para suministrar la
tinta, después sustituidas por los rodillos de cola. Véase también: Vega,
"De la imprenta", pp. 101-154.
44. Esta estrategia empresarial prevalecía en otros países de América Latina
y en España. Burgos y Peña, "Imprenta y negocio del libro", pp. 181-
216. Medina, José Toribio, Historia de la imprenta. Valle, Rafael He-
liodoro, Historia de la cultura hondureña (Tegucigalpa, Editorial Uni-
versitaria, 1981), pp. 14-15. El caso de Costa Rica empieza a ser estu-
diado en detalle por Meléndez y Vega. Meléndez, "Los veinte primeros
años". Carranza imprimió, entre 1831 y 1832, más de 15.000 ejem-
plares de leyes, decretos y otras disposiciones oficiales por un valor de
1.330 pesos. Vega, "De la imprenta", p. 73.
45. Lines, Libros y folletos, p. 2.
46. Zelaya, El Bachiller Osejo, t. I, p. 82; t. II, p.13. Osejo indicó en julio
de 1831 que no le era "...pocible decignar los [cuadernos] que se dieron
a los yndígenas, ni el destino de los quadernos... haviendose fugado casi
todos ellos..."ANCR. Educación. 4537 (1831), f. 1 v.-2.
47. Lines, Libros y folletos, p. 16.
48. Lines, Libros y folletos, pp. 22-23 y 28-29. El alemán Rodolfo Acker-
mann (1764-1834) fue autor de una amplia colección de textos didác-
ticos. Véase: Zelaya, El Bachiller Osejo, t. I, p. 86.
49. Lines, Libros y folletos, pp. 34-35.
50. Dobles Segreda, Índice, t. III, p. 176. El segundo tomo de la obra de
Gallegos es una copia de las lecciones de Ética de José Joaquín de Mora.
El plagio de autores célebres era común en los artículos periodísticos de
la época. Véase: Vega, "De la imprenta", pp. 222-243.
51. ANCR. Mortuales Independienes. Cartago. Exp. 1127 (1832). Su fortu-
na ascendía a 10.407 pesos.
52. ANCR. Mortuales Independientes. Heredia. Exp. 3262 (1846). Su fortu-
na ascendía a 15.909 pesos.
53. ANCR. Mortuales Independientes. Cartago. Exp. 2389 (1847). Su for-
tuna ascendía a 18.090 pesos.
54. Gudmundson, Costa Rica antes del café, pp. 123 y 239-240.

74
Capítulo III

DE VISITA EN UNA BIBLIOTECA

El científico alemán Carl Scherzer visitó la


biblioteca de la Universidad de Santo Tomás en 1853;
compuesta

"...de unos ochocientos volúmenes... en su ma-


yor parte son obras en lengua española... [depo-
sitadas en] cuatro o cinco armarios con vidrios
[que no pudo abrir debido al extravío de las lla-
ves, por lo que]... para informarnos por lo me-
nos del contenido de las obras, no nos quedaba
más que echar una ojeada al Catálogo... dos ho-
jas medio rotas y embadurnadas... con letras
bastante ilegibles. En vano buscamos obras
históricas y científico-naturales completas. No
había ni un sólo libro sobre la Flora Sur-ame-
ricana... se nota poco anhelo de leer los clásicos
franceses, alemanes o ingleses en su idioma
original... de modo excepcional se encuentran
perdidos en la estantería unos libros en fran-
cés..."1
75
La decepción del visitante era, sin duda, previ-
sible: procedente de un país culturalmente más com-
plejo, con una activa vida artística, intelectual y cien-
tífica, difícilmente iba a calificar de satisfactoria la
colección tomasina, ubicada en una Universidad di-
minuta, con escasos diez años de fundada. El examen
de Scherzer, sin embargo, tampoco fue muy exhaus-
tivo: se limitó a ojear brevemente los estantes y el ca-
tálogo; contraria a su descripción, un variado con-
junto de fuentes devela que, a partir de 1844, las au-
toridades universitarias se afanaron por ampliar la
biblioteca del claustro.
*
La primera vez que surgió una opción para
comprar un significativo paquete de obras fue en no-
viembre de 1828, cuando Santo Tomás era todavía
una Casa de Enseñanza; en tal año, Rafael Francisco
Osejo, ex-rector de la institución, propuso vender su
biblioteca privada al municipio de San José. El ven-
dedor, dueño de 80 títulos en 168 volúmenes, valora-
ba su colección en 578 pesos, una suma considerable
(el precio de una finca de tamaño mediano). El fin del
otrora catedrático era obtener efectivo para capi-
talizar otras actividades en las que trabajaba, mineras
y de comercio.2
La oferta de Osejo no fue aceptada, dada la falta
de fondos que padecía el tesoro edilicio. ¿Una opor-
tunidad perdida? El Cuadro 7 lo patentiza. El ex-
rector era dueño de una biblioteca secular y especia-
lizada, con un fuerte peso de textos jurídicos, cientí-
ficos, filosóficos y políticos. La lista de títulos in-
cluía, entre otros, el Ensayo sobre las costumbres, de
Voltaire; la Historia de Carlos Grandison, de Ri-
76
Cuadro 7
Biblioteca de Rafael Francisco Osejo (1828)

Tomos Títulos Idioma Volúmenes Temática Volúmenes Porcentaje Ciencias Volúmenes

1 50 Español 137 Derecho 33 19,6 Compendio 13


2 13 Inglés 16 Ciencias 31 18,5 Matemáticas 7
3 7 Latín 11 Filosofía 17 10,1 Medicina 6
4 3 Francés 4 Política 16 9,5 Farmacia 2
5 Literatura 15 8,9 Astronomía 2
6 3 Religión 14 8,3 Historia natural 1
7 Historia 12 7,1
8 Otras lenguas 8 4,8
9 1 Geografía 6 3,6
10 1 Economía 5 3,0
11 2 Castellano 3 1,8
Otros 8 4,8

Total 80 Total 168 Total 168 100,0 Total 31

Fuente: González Flores, Luis Felipe, Evolución de la instrucción pública en Costa Rica (San José, Editorial Costa Rica,
1976), pp. 104-106.
CUA

77
chardson; El Evangelio en triunfo, de Olavide; la
Historia de la Florida, de Garcilaso de la Vega; el
Discurso sobre el origen y los fundamentos de la de-
sigualdad, de Rousseau; y obras de Ovidio, Horacio y
Séneca.
La falta de una biblioteca especializada fue más
evidente una vez que la Casa de Enseñanza se con-
virtió en Universidad; en tal apuro, la Dirección de
Estudios autorizó a Edward Wallerstein, un alemán
vinculado con la exportación de café, para adquirir
en Europa un variado conjunto de obras. La tarea
fue cumplida sin demora: en diciembre de 1844, el
cargamento ya estaba en el país: compuesto de 86 tí-
tulos en 1.430 volúmenes, su valor ascendía a 2.340
pesos; de esta suma, a Wallerstein se le debían 1.040
pesos, ya que un par de cañones que el Gobierno le
entregó, los vendió en 1.300 pesos.3
El catálogo de las obras compradas se publicó,
en febrero de 1845, en el Mentor Costarricense; sin
embargo, por esta fecha todavía era preciso cancelar
ciertos gastos adicionales. La Dirección de Estudios,
en efecto, señaló que en la vivienda de Wallerstein

"...está un cajón de dichos libros... [por el cual la


Universidad le debía] nueve pesos siete reales
que ha pagado por el desembarque y conduc-
cion á esta ciudad del cajón referido."4

El Cuadro 8 traza las características básicas del


cargamento traído por Wallerstein: pocos títulos, un
peso ya significativo de las obras en francés, decenas
de ejemplares de ciertos textos y varias colecciones
compuestas por más de diez tomos; entre las últimas,
78
Cuadro 8
Libros comprados por Edward Wallerstein (1844)

CUAD
Tomos Títulos Ejemplares Títulos Temática Volúmenes b Porcentaje Idioma Volúmenes

1 21 1 32 Derecho 281 19,6 Español 1.097


2 19 2 7 Otras lenguas 190 13,3 Francés 333
3 10 3 5 Historia 146 10,2
4 11 4 14 Filosofía 146 10,2
5 4 5 1 Ciencias 128 9,0
6 6 6 8 Política 61 4,3
7 1 7 1 Literatura 49 3,4
8 1 8 3 Castellano 40 2,8
9 9 2 Economía 36 2,5
10 10 4 Religión 21 1,5
11-49 12 11-49 7 Otros a 332 23,2
50 y más 1 50 y más 2

Total 86 Total 86 Total 1.430 100,0 Total 1.430

a. Incluye 220 catecismos de Rodolfo Ackerman cuya temática no se especificó.


b. El cálculo se basó en el número total de volúmenes: tomos + ejemplares de una misma obra.
Fuente: Mentor Costarricense, 1 de febrero de 1845, p. 288.

79
destacaba el Dictionnarie de la conversation, en 52
volúmenes. El conjunto de libros adquirido, en esen-
cia profano, prescindía casi de los escritos devotos;
en contraste, el grueso de la compra se concentraba en
los trabajos de leyes. El énfasis en lo jurídico obe-
decía sin duda a la importancia que tenía la carrera de
Derecho.5
El asocio con Wallerstein fue un precedente útil
y ventajoso. El desvelo por aprovechar el periplo de
un comerciante a Europa, para ampliar la biblioteca
tomasina, se volvió a evidenciar con presteza. La
Universidad, en junio de 1850, contrató con el cafe-
talero Vicente Aguilar, de viaje para el Viejo Mundo,
la compra de otro cargamento de libros, cuyo valor
se le cancelaría tras su vuelta, lo que ocurrió efecti-
vamente en diciembre de 1851. El exportador de ca-
fé, en compañía de Nazario Toledo –oriundo de Gua-
temala y profesor de Filosofía– fue autorizado para
adquirir

"...todos los libros de enseñanza primaria, se-


cundaria y profesional, arreglándose en lo po-
sible á las necesidades del establecimiento, y a
las noticias y conocimientos que puedan ad-
quirir para que los libros que adopten sean los
precisos y mejores en cada ramo, según los
progresos científicos del día..."6

El acento que se puso en la precisión con que se


debía obrar en la compra de los textos era más que
una instrucción de oficio; en efecto, adquisiciones
previas de títulos, en cuenta –de seguro– los que trajo
Wallerstein en 1844, provocaron dudas y críticas
80
acerca de la pertinencia de lo comprado. La Gaceta,
en junio de 1850, publicó una queja por

"...el enorme gasto hecho en comprar una bi-


blioteca compuesta de libros menos adaptados a
nuestras circunstancias..."7

El paquete de obras comprado por Aguilar y


Toledo se componía de 71 títulos en 1.278 volúme-
nes; aunque es verosímil que un porcentaje amplio de
la carga estuviera escrito en otros idiomas, especial-
mente en francés, tal dato no se especificó en el do-
cumento. El Cuadro 9, sin embargo, traza –en lo que
toca a ejemplares y tomos–, un patrón similar al que
prevaleció en la compra efectuada por Wallerstein;
en cambio, el énfasis temático sí varió. El libro pia-
doso se descartó, se abrió un espacio para los textos
prácticos y se amplió la bibliografía para las áreas de
Literatura, Ciencias e Historia.
La evidencia ofrecida por los cuadros preceden-
tes desvirtúa el dictamen de Scherzer. El científico
alemán, sin duda, subestimó el tamaño de la colec-
ción, se preocupó poco por examinar con detalle los
diversos tópicos de las obras y quizá se enfadó al vis-
lumbrar que, aun en la Universidad de Santo Tomás,
la influencia francesa era muy superior a la alemana.
El catálogo que el visitante asegura que observó no
está disponible; pero el de 1855, elaborado por Vi-
cente Herrera, enlista cerca de 188 títulos, en unos
2.802 volúmenes, con un valor por encima de los
1.677 pesos.8
La suma de los volúmenes traídos por Wallers-
tein y Aguilar (2.908) supera a la que aparece en el
81
Cuadro 9

82
Obras traídas por Vicente Aguilar y Nazario Toledo (1851)

Tomos Títulos Ejemplares Títulos Temática Volúmenes a Porcentaje Ciencias Volúmenes

1 34 1 31 Literatura 326 25,5 Matemáticas 110


2 10 2 8 Ciencias 198 15,5 Historia natural 34
3 4 3 2 Filosofía 195 15,2 Medicina 32
4 3 4 3 Historia 120 9,4 Farmacia 9
5 1 5 2 Derecho 100 7,8 Física 5
6 1 6 5 Geografía 84 6,5 Antropología 4
7 1 7 Castellano 75 5,9 Química 2
8 1 8 1 Otras lenguas 71 5,6 Mineralogía 2
9 9 Artes y oficios 52 4,1
10 1 10 1 Otros 57 4,5
11-49 12 11-49 18
50 y más 3 50 y más

Total 71 Total 71 Total 1.278 100,0 Total 198

a. El cálculo se basó en el número total de volúmenes: tomos + ejemplares de una misma obra.
Fuente: Archivo Nacional de Costa Rica. Educación. Exp. 935 (1851), ff. 12-14.
CUAD
inventario de 1855, el cual incluía obras adquiridas
por otras vías. La diferencia obedecía, aparte de al
deterioro y a la pérdida, a la venta de textos elemen-
tales, cuya escasez siempre fue problemática: en los
años previos a la traída de la imprenta, se dependía
en extremo de los manuscritos. El cartaginés José
María Peralta, en marzo de 1824, envió

"...dos quadernitos manuscritos que contiene el


uno la ortografía en verso y otro la Gramatica
Castellana para... entregar al Ministro de pri-
meras letras de la Casa de enseñanza de Santo
Tomas, porque me ha parecido util se instru-
yan en ellos los niños, y que los mismos sacan-
do exemplares los distribuyan en las restantes
Escuelas de los Barrios..."9

La oferta de obras básicas, veinte años después,


era todavía insuficiente, aunque el alza que se produ-
jo en el comercio y la edición –pirata– de textos fue
muy significativa.10 El presbítero José Gabriel del
Campo y Francisco María Oreamuno, en octubre de
1845, visitaron las cátedras de Filosofía y Gramática
de Cartago; su dictamen, conocido días después por
la Dirección de Estudios de Santo Tomás, fue que
ambas

"...se encuentran en buen estado, solicitando se


provea a la primera de libros elementales... e
indicando que en la segunda no se dan leccio-
nes de Gramatica Castellana por falta de ejem-
plares de la obra de Salvá... [con respecto a tal
petición, la Dirección contestó que no estaba]
83
autorizada por los Estatutos... para proveer á
ninguna de las Catedras sostenidas por las ren-
tas de la Universidad de los libros necesarios
para la enseñanza de la juventud... pero que de-
seando que los alumnos de las distintas Cate-
dras se provean con comodidad de aquellos,
toma interés en hacer un pedido de obras ele-
mentales por cuenta de las rentas del estable-
cimiento para que se vendan a precios mode-
rados..."11

La práctica de vender este tipo de textos se ini-


ció, por lo bajo, un año atrás: entre mayo y noviem-
bre de 1844, el estudiantado tomasino adquirió 65
Cuadernos de aritmética, al precio de seis reales cada
uno.12 El esfuerzo por dotar a la biblioteca de obras
especializadas, clave para los estudios superiores, no
supuso descuidar el área de "primeras letras"; entre
los libros básicos adquiridos por Wallerstein y Agui-
lar, aparecían títulos como Método latino español,
Silabario, Gramática castellana, Manual de Lógica,
Gramática latina, Diccionario español y francés, y
los catecismos de Ackerman.
La adquisición de textos básicos por cuenta de
la Universidad para después venderlos a los alumnos
fue un expediente que pronto se diferenció de la
compra de títulos para la biblioteca; en febrero de
1846, un "entremetido" advertía que la Dirección de
Estudios de Santo Tomás

"...va á hacer un pedido de libros, por medio de


uno de los comerciantes del país, no para
formar la biblioteca... sinó para proporcionar á
84
los estudiantes algunas obras que puedan com-
prar con comodidad. Desde el mes próximo
pasado se ocupa una comisión de la nómina de
las obras... El pedido de libros debe hacerse
con dinero i este es el que ha producido la ven-
ta de los expendios..."13

El crecimiento de la biblioteca prosiguió duran-


te la década de 1850, pese al eventual extravío de
obras y a la venta de textos elementales. El inventa-
rio de 1859, efectuado tras la grave crisis económica
y demográfica de 1856-1858,14 contenía unos 139
volúmenes más que el de 1855. El Cuadro 10 devela
la estructura básica de la colección tomasina: pocos
títulos, casi siempre compuestos por más de un tomo,
de los cuales existía –usualmente– solo un ejemplar.
Este era el caso sobre todo de obras en extremo va-
liosas, como la Química orgánica del alemán Justus
Liebig (1803-1873).
La obra especializada y única se distinguía del
texto designado –oficialmente– para la enseñanza de
asignaturas específicas, ya se tratara de cursos supe-
riores o elementales; en esta última área, era esencial
un apropiado soporte bibliográfico, dado que con-
centraba el grueso de la población estudiantil. El uso
más amplio obligaba a contar con un número supe-
rior de volúmenes: entre otros, 414 ejemplares de la
Lectura teórica de Vallejo, 90 de la Zoología de De-
lafore, 83 del Catecismo de álgebra de Núñez de
Arens, 17 del Diccionario español de Salvá y 22 de
la Filosofía elemental de Balmes.
La variada composición linguística de la biblio-
teca se evidencia sin esfuerzo: casi el 50 por ciento
85
Cuadro 10

86
Libros de la biblioteca de la Universidad de Santo Tomás (1859)
CUAD

Tomos Títulos Porcentaje Ejemplares Títulos Porcentaje Idioma Volúmenes a Porcentaje

1 97 45,8 1 130 61,3 Español 1.514 51,5


2 34 16,0 2 23 10,9 Francés 1.155 39,3
3 11 5,2 3 14 6,6 Latín 134 4,5
4 17 8,0 4 5 2,4 Latín-español 65 2,2
5 7 3,3 5 10 4,7 Inglés 37 1,2
6 8 3,8 6 3 1,4 Griego 20 0,7
7 3 1,4 7 2 0,9 Francés-español 10 0,3
8 3 1,4 8 2 0,9 Latín-griego 5 0,2
9 2 0,9 9 1 0,4 Francés-latín 1 0,1
10 5 2,4 10 5 2,4
11-25 13 6,1 11-25 6 2,8
26-50 8 3,8 26-50 4 1,9
50 y más 4 1,9 50 y más 7 3,4

Total 212 100,0 Total 212 100,0 Total 2.941 100,0

a. El cálculo se basó en el número total de volúmenes: tomos + ejemplares de una misma obra.
Fuente: Archivo Nacional de Costa Rica. Educación. Exp. 918 (1859), ff. 4-8.
de los volúmenes se encontraba escrito en un idioma
distinto del español, especialmente en francés. El ele-
vado porcentaje de obras en tal lengua se derivó –en
parte– del significativo espacio ocupado por los auto-
res galos (Buffon, Voltaire, Chateaubriand, Lamarti-
ne). El claustro tomasino, sin embargo, disponía de
textos de escritores de otros países en versión france-
sa, entre los cuales cabe citar el Derecho de gentes,
del alemán Samuel Pufendorf, y La riqueza de las
naciones, del escocés Adam Smith.
El estímulo inicial para el dominio instrumen-
tal de otros idiomas provino del despliegue comercial
que el país vivió tras 1821, y de la creciente inmigra-
ción de comerciantes y artesanos de la Europa no
ibérica. El aprendizaje se convirtió en exigencia bási-
ca para los vecinos principales, sobre todo para los
del casco urbano de San José. La enseñanza de len-
guas, que empezó en la década de 1830, fue de carác-
ter privado y estuvo a cargo, a veces, de dudosos
profesores foráneos; pero, a partir de 1846, se abrió
una cátedra de inglés y francés en la Universidad de
Santo Tomás.15
El vasto conjunto de obras en otros idiomas es-
boza un satisfactorio grado de cultura de profesores y
discípulos avanzados. La docencia tomasina no de-
pendía enteramente de las traducciones, lo que facili-
taba la actualización del saber. El acceso a la biblio-
teca, sin embargo, no era exclusivo de los académicos
y sus alumnos. La lectura era una práctica abierta al
público, en cuenta a los extranjeros. El aviso que pu-
blicó el bibliotecario Manuel Argüello, en febrero de
1859, lo patentiza; en la Crónica de Costa Rica, co-
municó
87
"...a los aficionados á la lectura que desde esta
fecha la biblioteca estará abierta todos los días
de las cuatro de la tarde á las siete de la noche,
haya ó no haya lectores; y á cualquiera hora,
habiéndolos... Advirtiendo que aunque se per-
mite grátis permanecer en la biblioteca todo el
tiempo que se quiera, no se permitirá á ningu-
no, sea cual fuese su categoría o posición so-
cial, sacar los libros fuera del establecimien-
to."16

El desvelo por evitar la pérdida de las obras


por vía del préstamo no carecía de base, dado que el
control que se tenía sobre tal práctica no era todavía
muy eficaz, incluso en el caso de los particulares. El
dueño, a lo sumo, publicaba avisos en los periódicos,
en los que suplicaba la devolución de los textos, para
tratar de presionar al deudor. El doctor Nazario To-
ledo, con 12 títulos prestados, utilizó ese expediente
en noviembre de 1858; pero su experiencia no fue
excepcional. El josefino Ezequiel León fue otra vícti-
ma de una excesiva confianza: en abril de 1859, en la
Crónica de Costa Rica, decía que

"...ha prestado sin poderse acordar á quien, un


segundo tomo de las obras de Zorrilla: suplica
al que lo tenga que se lo devuelva."17

El "olvido" de Toledo y de León es inquietante:


en la década de 1850, el crédito de cualquier tipo (en
efectivo o en especie) era una actividad usual, de la
cual siempre se dejaba constancia con un excesivo de-
talle; pero el caso de los libros era diferente. El prés-
88
tamo de textos, limitado en 1821, se difundió y popu-
larizó velozmente en los años por venir, en especial
entre las familias acaudaladas de los entornos urba-
nos: prestar poemarios, novelas y ensayos se convir-
tió, en los círculos burgueses, en parte de la cortesía
que debía prevalecer entre caballeros, damas y seño-
ritas, en cuyo universo cualquier efluvio de descon-
fianza sería de muy mal gusto.18
El aficionado a la lectura, que eventualmente
podía apropiarse de un volumen ajeno, ¿gustaría de
los libros de la biblioteca universitaria? El Cuadro
11 traza un perfil básico del material existente. El ca-
rácter especializado y secular de la colección destaca
sin tardanza: en su mayoría se trataba de trabajos de
Filosofía, de Ciencias Exactas y Naturales y de Lite-
ratura y diversas disciplinas sociales: Geografía, His-
toria, Economía, Política y Derecho; en jurispru-
dencia eclesiástica, figuraba el Derecho canónico, de
Cavalario, un escritor italiano censurado por la In-
quisición en 1796.19 El porcentaje de textos devotos
era en contraste bastante bajo: en tal categoría, la
obra más voluminosa era Selectas sagradas, una anto-
logía compuesta por 65 tomos en latín y en castella-
no.
El área de Filosofía, aparte de las obras de Teo-
doro de Almeida y de Jaime Balmes, contaba con la
Retórica de Blair y los manuales de Baeza, López de
Uribe, Urcullo y Vallejo; sin embargo, la influencia
gala era decisiva: Condillac, Voltaire, Rousseau y
Destutt de Tracy con sus Elementos de ideología. El
predominio francés se evidenciaba a la vez en otros
campos: en el político, con El espíritu de las leyes de
Montesquieu y La democracia en América de Toc-
89
Cuadro 11

90
Temática de los libros de la biblioteca de la Universidad de Santo Tomás (1859)

Temática No. a Ciencias No. Literatura No. Artes y oficios No. Otras lenguas No.
CUAD

Filosofía 748 Medicina 184 Ensayo 309 Publicidad 10 Francés 45


Ciencias 743 Matemáticas 123 Novela 54 Contabilidad 10 Latín 33
Literatura 412 Zoología 99 Poesía 45 Bordado 1 Hebreo 10
Historia 178 Botánica 93 Fábulas 4 Flores artificiales 1 Italiano 7
Artes y oficios 139 Mineralogía 88 Obras generales 116 Griego 1
Derecho b 136 Historia natural 78
Geografía 118 Química 42
Religión 102 Astronomía 23
Otras lenguas 96 Física 8
Política 69 Antropología 4
Castellano 67 Geología 1
Economía 21
Otros c 25
Desconocido 87

Total 2.941 Total 743 Total 412 Total 139 Total 96

a. El cálculo se basó en el número total de volúmenes: tomos + ejemplares de una misma obra.
b. Incluye 7 volúmenes de Derecho canónico.
c. Se compone de 10 volúmenes de bibliografía y 15 de educación.
Fuente: la misma del Cuadro 10.
queville; en el histórico, con la Historia universal de
Segur, la Historia de Francia de Sismondi –uno de
los teóricos iniciales del Socialismo– y la Historia de
la Revolución de Francia de Thiers; y en el geográ-
fico con Letronne.
La influencia española era relevante sin duda en
la esfera de las leyes, pero no única: además de Los
códigos españoles en 12 tomos y de los textos de Fe-
brero, Salas y Ortiz, se disponía del Derecho de
gentes del alemán Pufendorf, de la Teoría de las pe-
nas y recompensas, de la Legislación civil y penal y
de otros libros de Jeremy Bentham; de la obra de Ca-
valario y de un par de títulos del italiano Burlama-
qui, en cuenta su Derecho natural, el cual fue publi-
cado en Génova en 1754 y prohibido por la Inquisi-
ción en 1756,

"...por inducir y enseñar errores de varios


herejes, con pretexto de instruir a la juventud
en los principios del derecho natural..."20

La escasez de volúmenes en inglés era con-


gruente con el bajo número de los escritores de tal
idioma. El aporte británico, que incluía los trabajos de
Blair y Bentham (del cual se tenía en un tomo la
Defensa de la usura), abarcaba a la vez el Tratado de
la Sífilis de Hunter, la Astronomía de Ferguson, la
célebre Historia de América de William Robertson, y
el clásico la Riqueza de las naciones, en una edición
francesa y en otra española. El texto de Smith brilla-
ba, a todas luces, entre el Catecismo de Economía
política de Ackerman y los escritos del teórico fran-
cés Charles Ganilh, de cuya pluma la Universidad
91
poseía dos obras: el Diccionario de Economía políti-
ca y la Teoría de Economía política.
El campo de las ciencias era, sin disputa, esta-
dísticamente significativo: concentraba casi el 25 por
ciento del total de volúmenes, pero ofrecía un con-
traste evidente con las obras filosóficas, políticas e
históricas. El escritor de primera línea –Rousseau,
Voltaire, Condillac, Robertson, Smith– prevalecía en
el área de "letras". Los textos científicos, sin embar-
go, eran en su mayoría "catecismos" y "cuadernos",
simples vulgarizadores de conocimiento, con pocas
excepciones: la Química orgánica de Liebig, la His-
toria natural de Buffon, el Viaje a las regiones equi-
nocciales del Nuevo Continente de Humboldt, el
Diccionario de Física de Brisson y la Aritmética de
Lacroix.
El claustro tomasino, ubicado en una urbe cuyo
sector artesanal crecía y se diversificaba, contaba con
ciertos textos prácticos: enciclopedias de artes y ofi-
cios y unas pocas obras especializadas, en cuenta un
manual de Bordado y una decena de ejemplares de la
Teneduría de libros de Degrange, una asignatura que
se impartió efímeramente en la Universidad durante
el trienio 1872-1874.21 La enseñanza de otros idio-
mas, carente de un amplio soporte bibliográfico, de-
pendía –en esencia– de gramáticas y diccionarios, uti-
lizados para el aprendizaje del francés y el latín, no de
la lengua inglesa.
La colección literaria, con un fuerte peso de los
clásicos griegos y latinos, tampoco era muy extensa:
en poesía, textos de Virgilio, Ovidio, Lamartine y
Béranger; en fábulas, las de Iriarte; y en novela, las de
Chateaubriand. La mayoría de los textos eran en-
92
sayos, entre los cuales figuraba –en catorce tomos– el
Curso de literatura de Laharpe. La obra específica,
sin embargo, era excepcional: prevalecía la antología,
cuyo ejemplo más distinguido era la Biblioteca lati-
na y francesa, en 177 volúmenes, publicada por el
francés Charles Joseph Panckoucke, uno de los edito-
res de la Enciclopedia.22
La biblioteca de Santo Tomás, secular y especia-
lizada, adaptaba sus énfasis temáticos de acuerdo con
el plan de estudios vigente, estructurado a partir de
los cursos de Gramática castellana y latina, Filoso-
fía, Derecho, Matemáticas y Teología.23 La colección
era bastante rica en obras filosóficas, políticas, jurí-
dicas, económicas e históricas, cuya consulta podía
atraer –eventualmente– a una audiencia de lectores
más intelectual. Los textos científicos, sin embargo,
eran casi siempre vulgarizadores, y entre las piezas
literarias, escasas en número, era evidente la ausencia
de los escritores célebres de la época: Dumas, Scott,
Byron, Larra, de Kock y Dickens.
El cuerpo de obras sobre oficios e idiomas era
igualmente exiguo, evidencia de las dificultades por
las que atravesó la Universidad para impulsar la en-
señanza de otras lenguas y las carreras técnicas, en
especial Ingeniería civil y Teneduría de libros.24 El
escaso éxito logrado contrasta con el despliegue, en
el espacio urbano de San José, de clases particulares
de inglés, francés, alemán, dibujo y contabilidad. Los
profesores y estudiantes de tales cursos, ¿utilizaban la
biblioteca universitaria? Quizá, pero sí es ostensible
que la educación privada prosperó en los vacíos que
dejó el claustro de Santo Tomás.
El inventario de Francisco Gallardo, que ofrece
93
un útil y exhaustivo perfil de la estructura de la bi-
blioteca universitaria, se desactualizó con presteza.
El alemán Rudolf Quehl, albacea del doctor Karl
Hoffmann, advertía en una carta fechada en mayo de
1859:

"...me cabe la honra entregar a Ud. [Bruno Ca-


rranza, Director de Estudios de Santo Tomás]
la Biblioteca que el finado dejo en su testa-
mento á la Universidad... La intencion del di-
funto, cuya vida estaba dedicada á la salud y al
bienestar de sus projimos, no tenia otro objeto
que dejar sus libros científicos para la edu-
cacion... de los niños y sin embargo que la mas
grande parte esta escrito en aleman, el creyo
que con el tiempo si van y vuelven mas hijos
de la Republica para continuar en su educacion
esencial en Alemania, podrían tener todavía al-
guna utilidad."25

La colección del doctor se componía de 92 títu-


los en 148 volúmenes: en su mayoría, se trataba de
obras de Medicina y de ciencias naturales, escritas
casi todas en alemán. El difunto, sin embargo, poseía
varios textos en español, francés, italiano e inglés;
entre otros, destacaba un selecto cuerpo de libros: A
popular treatise on venereal diseases de Hollik, His-
toria universal de Becker, The history of England de
Macaulay, The poems of Ossian de Macpherson, Das
Wesen des Christenthums de Feuerbach, Escenas
matritenses de Mesonero Romanos y David Copper-
field de Dickens.
El legado dispuesto por Hoffmann no fue el úl-
94
timo: en los años posteriores, la Universidad se bene-
fició de otras donaciones; a la vez, tampoco desapa-
reció el desvelo por actualizar periódicamente la bi-
blioteca: en enero de 1884, en vísperas de la clausura
de Santo Tomás –decretada en agosto de 1888–, se
preparó otra lista de obras cuya compra urgía. El lis-
tado, elaborado por Ricardo Jiménez y Pedro Pérez
Zeledón casi en pleno apogeo del conflicto entre el
Estado y la Iglesia,26 se componía de unos 250 títu-
los (el total de volúmenes no se detalló), con un valor
superior a las 5.000 pesetas.27
La escogencia de Jiménez y Pérez Zeledón
supuso, en contraste con el catálogo de 1859, ciertas
variaciones clave. El Gráfico 2 es elocuente: pocas
obras científicas y un énfasis decisivo en los escritos
del área de "letras": Derecho, Historia, Filosofía,
Política, Economía y literatura (especialmente, ensayos
y clásicos). Los títulos más destacados eran Crítica de
la razón pura, de Kant; Lógica, de Hegel; El Gobier-
no Representativo, de Stuart Mill; Historia de la Revo-
lución francesa, de Blanc; Los hetedoroxos españoles,
de Menéndez Pelayo; Los novios, de Manzoni;
Episodios nacionales, de Pérez Galdós; y diversas
obras de Spencer, Renan, Haeckel Guizot, Mommsen,
Gibbon, Macaulay y Hume.28
El origen profesional de Jiménez y de Pérez
Zeledón –dos jóvenes y brillantes abogados en 1884–
se perfila, sin esfuerzo, en las preferencias temáticas
que evidencia el listado. El catálogo se elaboró en
función de la carrera de Derecho, que dotó al país de
su capa profesional más importante, y que constituyó
la única Facultad de la Universidad de Santo Tomás
verdaderamente organizada.29 El conjunto de títulos
95
GRAFICO 2

96
y autores escogidos patentiza un peso decreciente de
la Ilustración y una amplia difusión del liberalismo y
el positivismo, un proceso que se aceleró después de
1860, con la contratación y traída de diversos do-
centes extranjeros para enseñar en los colegios de
San José y Cartago.30
El último episodio en las vicisitudes de las obras
de Santo Tomás data de 1888, cuando el Gobierno de
Bernardo Soto clausuró tal institución; en esa fecha,
la colección se componía de unos 1.585 títulos en
aproximadamente 3.653 volúmenes.31 El cierre, que
se dispuso en el contexto de las reformas liberales
(en cuenta, la invención de la Nación costarricense),
supuso el traspaso de los libros a la Biblioteca Nacio-
nal, cuya apertura se celebró el mismo año en que la
Universidad desapareció vía decreto.
*
El peso de los intelectuales liberales en la cultu-
ra libresca del Valle Central fue sin duda significati-
vo: abogados y profesores, con su énfasis en las
obras jurídicas, históricas y filosóficas, no tanto en
las piezas literarias, optaron por la razón más que
por la imaginación. Rubén Darío, durante su estancia
en el país a fines del siglo XIX, se percató de tal es-
cogencia y de su fruto en el largo plazo: cotización
de lo analítico en detrimento de la ficción y el verso.
El poeta, en 1892 y desde Guatemala, dictó un conci-
so veredicto:

"...Costa Rica intelectual posee más savia que


flores. Es un terreno en donde los poetas se dan
mal... Lo que sí tiene Costa Rica, en grado
superior al de cualesquiera de las repúblicas
97
centroamericanas, es un buen número de pro-
sistas, que brillan principalmente en lo que se
relaciona con las ciencias político-sociales."32

98
Notas
1. Wagner y Scherzer, La República de Costa Rica, pp. 259-261.
2. González Flores, Evolución de la instrucción pública, pp. 103-106. Ze-
laya, El Bachiller Osejo, t. I, pp. 36-38 y t. II, pp. 373-377. El bachi-
ller ofreció su colección a la municipalidad con un descuento del 8 por
ciento y un interés anual del 6 por ciento "...sobre el capital liquido y
asegurado." Zelaya afirma que su biografiado no pretendía desprenderse
de su biblioteca, sino alquilarla; sin embargo, se equivoca, ya que con-
fundió la venta a plazos que implícitamente proponía Osejo con un
arrendamiento.
3. ANCR. Educación. Exp. 1102 (1844-1845), f. 28. Los 1.040 pesos fue-
ron cancelados por la Administración de tabacos. Los Estatutos de 1843
establecían que la cuarta parte del producto líquido de las tercenas del Es-
tado, se destinaría al financiamiento de la Universidad. González Villalo-
bos Paulino, La Universidad de Santo Tomás (San José, Editorial de la
Universidad de Costa Rica, 1989), p. 116.
4. ANCR. Educación. Exp. 1102 (1844-1845), f. 8.
5. González Villalobos, La Universidad de Santo Tomás, pp. 85-87. Armi-
jo, Gilberth, "La Facultad de Derecho en la Universidad de Santo To-
más" (Tesis de Licenciatura en Derecho, Universidad de Costa Rica,
1984). González Flores, Evolución de la instrucción pública, p. 205. La
cátedra de Derecho civil se abrió desde mayo de 1830 en la Casa de En-
señanza de Santo Tomás y fue inaugurada por Osejo.
6. ANCR. Educación. Exp. 3825 (1850), ff. 1-1v.
7. Armijo, "La Facultad de Derecho", p. 92. El articulista de La Gaceta ad-
vertía que debido a la compra de libros y a otras erogaciones "...innece-
sarias y crecidas..." el caudal de la Universidad de Santo Tomás disminu-
yó de 100.000 a 60.000 o 70.000 pesos.
8. ANCR. Educación. Exp. 894 (1855), ff. 1-4. El documento no permite
efectuar un cálculo más exacto.
99
9. ANCR. Municipal. Exp. 329 (1824), f. 36. Agradezco a la profesora
Patricia Vega que me localizara este documento. El uso de textos ma-
nuscritos se contempló en la escritura que Osejo firmó para impartir una
cátedra de Filosofía en el Cartago de 1817. Los cuadernos que utilizarían
los estudiantes serían redactados por el profesor, y varios escribientes
confeccionarían las copias necesarias. Zelaya, El Bachiller Osejo, t. I,
p. 72. El empleo de amanuenses por el Estado decayó con la traída de la
imprenta. Vega, "De la imprenta", pp. 64-66.
10. Supra, capítulo II. La escasez de textos de enseñanza se destacó en un ar-
tículo publicado en enero de 1834: "...sin libros, no sé que carrera lite-
raria podrá emprehenderse por que aunque se suponga que los hay...
bien... consta, que en la clase que abrió el Ciudadano Osejo, fue me-
nester imprimir cuadernos... Con que... todo está en que haya libros a
proposito... Habiéndolos no faltaría quien regentase medianamente las
Catedras..." Noticioso Universal, 21 de enero de 1834, p. 531. Este ex-
tracto es parte de un comentario inscrito en el debate sobre la libertad de
cultos y la libre circulación de libros. El autor, en otros escritos, aboga-
ba por la intervención del Estado para controlar el tráfico de obras ilus-
tradas y de ficción. Infra, capítulo IV, nota 22.
11. ANCR. Educación. Exp. 1250 (1845), f. 38.
12. ANCR. Educación. Exp. 1024 (1844), ff. 2-8.
13. Mentor Costarricense, 28 de febrero de 1846, p. 116. El "entremetido"
respondía a un artículo publicado en el número anterior del periódico,
firmado por "Sarantantarisacio", el cual pedía "...cuentas de los [libros]
que se han vendido á los particulares..." Mentor Costarricense, 21 de fe-
brero de 1846, p. 118. El uso del sustantivo "particulares" sugiere que
la Universidad quizá no vendía obras exclusivamente a sus estudiantes.
14. Rodríguez Sáenz, Eugenia, "Crisis y coyuntura económica en Costa Ri-
ca, 1850-1860". Anuario de Estudios Centroamericanos. San José, No.
15 (septiembre de 1990), pp. 91-110.
15. González Villalobos, La Universidad de Santo Tomás, pp. 94-95.
16. Crónica de Costa Rica, 16 de febrero de 1859, p. 4.
17. Crónica de Costa Rica, 30 de abril de 1859, p. 4. El aviso de Toledo es-
tá en Crónica de Costa Rica, 10 de noviembre de 1858, p. 4.
18. El préstamo de libros se analiza con detalle en Houston, Literacy in
early Modern Europe, pp. 173-176 y 192-193. Ginzburg, The cheese
and the worms, pp. 30-31. Véase también sobre el obsequio de libros:
Allen, James S., In the public eye. A history of reading in Modern
France, 1800-1940 (Princeton, Princeton University Press, 1991), pp.
122-124.
19. Ramos Soriano, "Los orígenes de la literatura prohibida", p. 45.
20. Ramos Soriano, "Los orígenes de la literatura prohibida", p. 45.
21. González Villalobos, La Universidad de Santo Tomás, p. 94. Las clases
de Teneduría de libros, tras 1874, pasaron al Instituto Nacional.
22. Darnton, The business of Enlightenment, pp. 17-25.

100
23. González Villalobos, La Universidad de Santo Tomás, pp. 77-97.
24. González Villalobos, La Universidad de Santo Tomás, pp. 77-97.
25. ANCR. Educación. Exp. 918 (1859), f. 1. La donación de obras tam-
bién enriqueció otras bibliotecas. El primer Obispo de Costa Rica, An-
selmo Llorente y Lafuente, dispuso en su testamento, otorgado en oc-
tubre de 1871, que "...nuestra librería se entregue al Colegio Seminario
de esta Diócesis..." Sanabria, Víctor Manuel, Anselmo Llorente y La-
fuente. Primer Obispo de Costa Rica (Apuntamientos históricos) (San
José, Editorial Costa Rica, 1972), p. 349. Este fue quizá el inicio de la
Biblioteca Episcopal, que se componía en 1916 de "...más de 16.000
volúmenes convenientemente clasificados y colocados en elegantes es-
tanterías..." Jones, J. Bascom y Scoullar, William T., El libro Azul de
Costa Rica (San José, s. e., 1916), p. 300.
26. Vargas, Claudio, El liberalismo, la Iglesia y el Estado en Costa Rica
(San José, Guacayán y Alma Máter, 1991), pp. 95-165.
27. ANCR. Educación. Exp. 6064 (1884), ff. 1-6.
28. Este énfasis temático fue avalado por los alumnos, quienes fundaron en
1861 El Estudiante, un periódico en el que se solicitaba la compra de li-
bros de Economía Política y de Filosofía. Blen, El periodismo, p. 137.
29. González Villalobos, La Universidad de Santo Tomás, pp. 138-144. Ar-
mijo, "La Facultad de Derecho".
30. González Flores, Historia de la influencia extranjera, pp. 128-142.
31. ANCR. Educación. Exp. 95 (1888), ff. 1-44. Helmuth Polakowsky afir-
mó que la biblioteca tomasina sufrió un grave deterioro después del de-
rrocamiento del Presidente José María Castro, acaecido en noviembre de
1868. El científico alemán asegura que hubo subastas de obras a precios
ínfimos. Polakowsky, Helmuth, "La República de Costa Rica". Revis-
ta de los Archivos Nacionales. San José, Nos. 11 y 12 (noviembre y di-
ciembre de 1940), p. 633. Este artículo data de 1877.
32. Darío, Rubén, Rubén Darío en Costa Rica (1891-1892); cuentos y ver-
sos, artículos y crónicas, t. II (San José, Imprenta Alsina, 1919-1920),
pp. 73-74. Abelardo Bonilla expresó un criterio similar: "desde la colo-
nia hasta finalizar el siglo XX, privó en nuestras letras una expresión
racionalista, lineal y cerrada..." Bonilla, Historia de la literatura, p. 15.

101
Capítulo IV

DE COMPRAS EN UNA LIBRERIA

El fallo de Darío quizá angustie a los poetas


ticos vivos y muertos, pero el autor de Azul detectó
con lucidez una preferencia intelectual que se empezó
a cultivar en Costa Rica desde el siglo XVIII. El vín-
culo del ensayo científico o filosófico con lo serio y
lo útil, y de la ficción y la poesía con el entreteni-
miento y el ocio, era un prejuicio difundido por la
Ilustración, de cuyo alcance no escapó el Valle Cen-
tral.1 El Mentor Costarricense, en junio de 1845, se
quejaba (en un tono de broma) de los que, en procu-
ra de parecer sabios, insistían en que los periódicos
trataran únicamente de asuntos graves y esenciales, y
prescindieran de los textos literarios,

"...pues el que quiera divertirse puede leer á


Walter Scott, Paul de Kock, Fígaro, &."2

*
La "diversión", trece años después, tenía un epi-
centro: la librería de la imprenta "El Álbum", abier-
103
ta en San José, en septiembre de 1856, por Carranza y
Cauty.3 El establecimiento, que vendía diversos ar-
tículos de escritorio, fue el primer local especializa-
do de su tipo que existió en el país. El creciente tráfi-
co de obras, que se inició tras 1830, se basó en cier-
tos comerciantes que a veces traían cientos de ejem-
plares de unos pocos títulos, de carácter devoto y es-
colar; y en la producción de las tipografías, editoras
de miles de Cartillas, Novenas, Catecismos, Trisa-
gios, Catones y otros textos por el estilo.4
La apertura de una librería como la de "El Ál-
bum" era todavía un sueño en el San José de unos po-
cos años atrás; en septiembre de 1848, se advertía en
el periódico El Costarricense:

"...no hai en Costarica bibliotecas, libreros i


escritores... [pero] hoi abundan en los merca-
dos de Europa los libros elementales i nuestro
comercio es sin comparación mas activo que lo
fue en las epocas pasadas, i ademas que la Uni-
versidad ha establecido una Biblioteca pública,
cada uno puede pedir las obras que necesite i
obtenerlas á un precio bastante bajo. Los catá-
logos y los avisos de los periodicos extranjeros
llegan á nuestras manos con mucha velocidad i
frecuencia i por este medio pueden todos saber
los libros que se publican..."5

La oferta de libros en El Álbum carecía a todas


luces de precedente: con sus 423 títulos, superaba ca-
si en un 50 por ciento a la biblioteca tomasina, que
disponía únicamente de 212. El Cuadro 12 devela, sin
embargo, una estructura bastante distinta de la co-
104
lección universitaria: en la librería, el grueso de las
obras se componía de un solo tomo, por lo que –en su
conjunto– el valor de tales textos era bajo, asequibles
para un público más amplio. El afán por elevar el
consumo se evidencia a la vez en el predominio del
español y en los escasos volúmenes escritos en latín,
francés, inglés e italiano.

Cuadro 12
Obras de la librería de la imprenta "El Álbum" (1858)

Tomos Títulos Porcentaje Idioma Volúmenes a Porcentaje

1 307 72,5 Español 686 95,2


2 51 12,1 Latín 18 2,5
3 19 4,5 Francés 6 0,8
4 28 6,6 Latín-español 3 0,4
5 5 1,2 Francés-español 3 0,4
6 5 1,2 Inglés 2 0,3
7 Inglés-español 1 0,2
8 4 0,9 Italiano 1 0,2
9
10 2 0,5
11-25 2 0,5

Total 423 100,0 Total 720 100,0

a. El cálculo se hizo con base en el número total de volúmenes (únicamente tomos de


una misma obra, dado que el catálogo no especifica cuántos ejemplares existían de
cada una).
Fuente: Álbum Semanal, 22 de enero al 13 de marzo de 1858, p. 4.

La librería de "El Álbum" se dirigía a una au-


diencia de lectores que era más diferenciada que los
usuarios de la biblioteca de Santo Tomás. El Cuadro
13, que desmenuza temáticamente el catálogo de
1858, lo corrobora. El peso de los textos literarios,
en especial novelas, era decisivo. El local ofrecía, en-
tre otras piezas, el clásico Las Mil y una noches, El

105
106
Cuadro 13
Temática de las obras de la librería de la imprenta "El Álbum" (1858)
CUAD

Temática No. a Ciencias No. Literatura No. Artes y oficios No. Otras lenguas No.

Literatura 241 Medicina 16 Novela 163 Cocina 2 Inglés 3


Religión 206 Matemáticas 6 Ensayo 32 Veterinaria 2 Latín 3
Derecho b 51 Química 4 Poesía 22 Equitación 2 Italiano 1
Historia 41 Botánica 3 Fábulas 13 Curiosidades 2 Francés 1
Ciencias 36 Física 3 Cuento 6 Arquitectura 1
Geografía 32 Arqueología 3 Teatro 5 Bordado 1
Filosofía 23 Historia natural 1 Flores artificiales 1
Artes y oficios 20 Pastelería 1
Política 14 Pintura 1
Economía 14 Tintorería 1
Otras lenguas 8 Torno 1
Castellano 5 Contabilidad 1
Otros c 21 Obras generales 4
Desconocido 8

Total 720 Total 36 Total 241 Total 20 Total 8

a. El cálculo se hizo con base en el número total de volúmenes.


b. Incluye 7 volúmenes de Derecho canónico.
c. Se compone de un volumen de astrología, uno de masonería, uno de ajedrez, 5 de educación, 5 de familia, 6 de temas milita-
res y dos colecciones de periódicos.
Fuente: la misma del Cuadro 12.
castillo peligroso y El Talismán de Scott, El corsa-
rio de Byron, Gil Blas de Lesage, Cornelia Boror-
quia de Fermín Araujo, El vizconde de Bragelonne
de Dumas, El último Abencerrage de Chateaubriand
y El vampiro de Polidori.6
La categoría de obras devotas, con casi un 29
por ciento del total de volúmenes, era estadísticamen-
te fuerte; pero exhibía pocas variaciones con los im-
presos píos del ocaso colonial. Los títulos son elo-
cuentes: Coloquios con Jesucristo, Alma al pie del
Calvario, Finezas de María, Manual de desagraviar
a Cristo. "El Álbum", sin embargo, disponía de otros
textos más conspicuos: Las delicias de la religión de
Lamourette, editada en Francia en 1788 y traducida
al español en 1796; y El Evangelio en triunfo, escrita
por Pablo de Olavide en 1796, tras el proceso que le
siguió la Inquisición entre 1776 y 1778.7
El conjunto de libros científicos y filosóficos se
parecía a la colección de la biblioteca tomasina; in-
cluso, la librería de "El Álbum" disponía de títulos
ausentes en las estanterías universitarias. Las obras
más interesantes eran Mis prisiones, memorias de
Silvio Pellico, Economía política de J. B. Say, Dere-
chos del hombre de Thomas Paine, Cartas persianas
de Montesquieu, Lecciones de Química de Girandin y
Física de Despretz. El atractivo de otros textos, cuyo
autor no se especificó, tampoco era inferior: Revo-
lución de 1830, Análisis del socialismo e Historia de
la sociedad, quizá el ensayo de Ferguson.8
El catálogo, que ofrecía un Compendio de Ar-
queología en tres tomos, disponía de varios volúme-
nes para la enseñanza de oficios, y de El verdadero
francmasón, un Oráculo novísimo y el Arte de aje-
107
drez de Philidor (1647-1730). El estímulo para ven-
der ese texto, en el San José de 1858, se derivó del
éxito creciente de los juegos de mesa, una diversión
difundida por los extranjeros. El comerciante J. Guz-
mán fue un promotor de tal entretenimiento; especia-
lizado en perfumería y otros artículos de tocador, te-
nía para la venta, en abril de 1859, varios "...juegos
de ajedrez y dominó."9
Los textos para el aprendizaje de oficios eran
variados; en su mayoría, se trataba de manuales de
equitación, de repostería, pastelería y confitería, de
tintorería, de bordado, de floristería artificial, de co-
cina, de veterinaria y de torno. La venta de tal tipo
de obras fue estimulada, sin duda, por el despliegue
artesanal que San José experimentó tras 1850. Los tí-
tulos útiles para la enseñanza de otros idiomas eran
escasos: entre los diccionarios y las gramáticas (en
cuenta la de Nebrija y la de Iriarte), destacaba el
Spelling Book, "...ilustrado con reglas fijas...", según
los dueños de "El Álbum".10
La comparación entre el catálogo tomasino y el
de la imprenta devela varias tendencias básicas: en un
contexto de veloz secularización del universo librero,
el texto devoto se identificaba con el gusto popular,
artesano y campesino; en cambio, las obras profanas
empezaron a colmar las estanterías de los sectores ur-
banos acaudalados. El grueso de tales lectores, sin
embargo, optaba por "divertirse" con diversas piezas
literarias (cuentos, novelas), más que por "ilustrarse"
con los serios escritos de filósofos y economistas. El
aficionado a los libros de Smith y de Say pertenecía a
un círculo más intelectual, de profesionales vincula-
dos con el claustro universitario.
108
La librería, ¿era un eficaz soporte para la do-
cencia tomasina? El catálogo de "El Álbum", con su
énfasis en lo devocional y lo literario, difícilmente
satisfacía las exigencias de los profesores y estudian-
tes de Santo Tomás; en su conjunto, las obras especia-
lizadas, en los campos científicos y sociales, ascen-
dían a un modesto 29,3 por ciento del total de volú-
menes dispuestos para la venta. La oferta de textos se
adaptaba a los gustos prevalecientes de los lectores,
en su mayoría sin lazos con la Universidad, desfase
que obligó a la última a surtirse en el exterior para
ampliar los títulos de su biblioteca.
El examen de los catálogos de "El Álbum" y del
claustro tomasino devela un significativo desequili-
brio: énfasis en las obras de europeos y estadouni-
denses y ausencia de los escritores del istmo, cuyos
textos pocas veces se discutían en los periódicos de la
época (excepto que se tratara de un folleto injurioso,
escandaloso o políticamente polémico). Efemérides
centroamericanas fue el único libro de un autor del
área, el guatemalteco Alejandro Marure, que se co-
mentó con escaso detalle en el Mentor Costarricen-
se. El artículo, publicado en junio de 1844, decía que
tal volumen constituía:

"...una noticia de los principales acontecimien-


tos que han ocurrido en nuestro país desde la
época de su emancipación... Escrita con pureza
y concision es una obra preciosa... [por lo que
sería] un acto de justicia i gratitud que el Go-
bierno de cada Estado tomase una cantidad
competente de ejemplares por via de estímulo i
de recompensa."11
109
La valoración de Efemérides, al destacar su
aporte al conocimiento de las vicisitudes políticas de
cada uno de los países, presagiaba una tendencia que
se afianzó después de 1850. El vínculo mercantil con
Europa y Estados Unidos se tradujo en una caída en
el comercio ístmico;12 en la esfera de la cultura, ocu-
rrió un proceso parecido. La europeización de las
burguesías criollas, evidente en sus patrones de con-
sumo,13 facilitó una creciente circulación de obras de
escritores del Viejo Mundo y estadounidenses. El ve-
loz ascenso del nacionalismo,14 a partir de 1880, difi-
cultó todavía más la integración cultural del área, ya
obstaculizada por una convulsa vida política.15
La opción de abrirse al mundo de espaldas a los
vecinos ístmicos afectó en extremo el tránsito de
obras locales entre los distintos países. El Cuadro 14
traza con precisión el fruto de esa extroversión, que
se plasmó en los catálogos de las bibliotecas naciona-
les de El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Ri-
ca: entre 1882 y 1906, el grueso de las colecciones se
componía de obras impresas en Europa y Estados
Unidos, y con frecuencia escritas en inglés, alemán,
francés e italiano. El peso de los títulos editados en
Centroamérica era ínfimo y oscilaba entre un míni-
mo del 0,8 y un máximo del 5 por ciento.16
El escritor centroamericano del siglo XIX veía
una limitada circulación de sus obras en casa y una
exigua difusión en los otros países. El librero local,
abastecido por editoriales de fuera del área (en espe-
cial españolas), únicamente promocionaba al autor
ístmico que se volvía célebre, cuya gloria avalaba la
venta de sus libros. Este era el caso de Rubén Darío,
quien figuró entre los elegidos. El periódico El He-
110
Cuadro 14
Obras impresas en Centroamérica en las bibliotecas nacionales de
Nicaragua, El Salvador Costa Rica y Honduras (1882-1906)

Biblioteca Fecha del Total de vo- Obras impresas en Centroamérica


Nacional catálogo lúmenes a Guatemala El Salvador Honduras Nicaragua Costa Rica Total

Nicaragua 1882 4.664 3 3 5 27 38


El Salvador 1887 6.854 24 33 2 3 62
Costa Rica 1888 3.653 13 1 2 43 59
Honduras 1906 4.101 61 20 68 24 31 204

a. No incluye publicaciones periódicas. Los datos para Costa Rica proceden del catálogo de la colección de la Universidad de
Santo Tomás, que se traspasó a la Biblioteca Nacional en 1888.
Fuente: Biblioteca Nacional, Catálogo General (Managua, Tipografía de Managua, 1882). Palacios, Rafael, Catálogo alfa-
bético y por materias de todos los libros que contiene la Biblioteca Nacional (San Salvador, Imprenta de "El Cometa", 1887).
ANCR. Educación. Exp. 95 (1888), ff. 1-40. República de Honduras, Catálogo metódico de la Biblioteca Nacional (Tegucigal-
pa, Tipografía Nacional, 1906).
CUAD

111
raldo, en su edición del 11 de octubre de 1891, publi-
có un aviso de por sí elocuente, que aprovechaba la
estancia del poeta en San José:

"Azul... El libro de moda. Se vende en la Li-


brería de Montero. Hay pocos ejemplares."17

El sesgo europeizante, que caracterizaba a las


colecciones de "El Álbum" y de la Universidad de
Santo Tomás, era uno de varios aspectos que distin-
guían un amplio proceso de cambio: en 1858, ir de
compras a la librería de Carranza y Cauty o de visita
a la biblioteca tomasina, era algo común y corriente;
pero en las décadas de 1820 y 1830, la sola apertura
de locales de ese tipo, con títulos como los que tenían
en uso o en venta en el decenio de 1850, era un deseo
descabellado y casi blasfemo. La libre circulación de
libros partió –en efecto– de un abierto desafío a la au-
toridad de la Iglesia.
El lector que en 1858 se daba una vuelta por la
librería de "El Álbum" o por la biblioteca universita-
ria, compartía el proceso de secularización de la
cultura burguesa, y a la vez afirmaba un triunfo de la
libertad de expresión, cuya batalla se verificó entre
1821 y 1835. El comercio de obras y folletos se
abrió paso con esfuerzo en un contexto en extremo
conservador; entre sus adversarios, destacó la clere-
cía, bastante influyente dado los cargos políticos cla-
ve que varios sacerdotes ocuparon en las décadas de
1820 y 1830.18 El ataque a ciertos textos ilustrados
empezó temprano y con virulencia; en mayo de
1828, el Ejecutivo solicitó al Congreso prohibir el
tráfico de
112
"...varios libros, novelas y escritos que atacan
...el dogma, la disciplina, la moral y los princi-
pios de apoyo de todo gobierno... Nada es más
temible que la desmoralización en los pueblos
y nada otra cosa la provoca más que esos libros
impíos y subversivos; porque deslumbrando al
ignorante lo hacen mirar con desprecio la san-
tidad del Evangelio y la veracidad de la doctri-
na que predica... la juventud inexperta se halla
próxima a ser envuelta en sinnúmero de ideas
inexactas y equívocas que la perjudican..."19

El desvelo por evitar la circulación de ciertas


obras se avivó tras 1830: con la edición de periódi-
cos, se iniciaron debates sobre diversos temas, como
la tolerancia de cultos. La polémica, que se verificó
entre 1833 y 1834, condujo a uno de los participantes
a quejarse, en mayo del primer año, por

"...tantos libros impíos, escandalozos y obsce-


nos que corren en el Estado... [a los cuales no
hay que] permitirlos por ningun pretexto sino
arrojarlos a las llamas; y este seria el mejor
análicis, y defenza de la adorable Religión Di-
vina. Tales libros y sus autores... no son otra
cosa que los precursores de la gran bestia..."20

La protesta de otro polemista se enfiló contra los


que, por leer "...libros incendiarios, [luego] se les oye
en tono magistral y didascalico..."21 Este escritor, a la
vez que atacaba a Diderot y D'Alambert, compartía el
prejuicio ilustrado acerca de la ficción, a la que des-
deñaba no por su futilidad, sino por su efecto pro-
113
fundamente corruptor; en diciembre de 1833, exigía
con vehemencia que

"el Gobierno tomase, la [providencia] que co-


rrespondía para que los conductores de libros no
regasen ó expendiesen á su entera libertad,
aquellos que no fuesen de ciencias utiles, como
Filosofos, Teologos, Juristas, Mathematicos,
Historiadores... con eso no se ocuparían en tra-
ernos Libros de novelas, impudicos, subversi-
vos, heterodoxos... algunas personas (especial-
mente jobenes de uno y otro sexo)... se despes-
tañan por leer libros de novelas, impuresas..."22

El esfuerzo por detener la divulgación del libro


provocador y mundano fue, en el corto plazo, poco
exitoso. El quehacer intelectual de los ilustrados de la
época (cuyo eje era la "Tertulia Patriótica de San Jo-
sé"), defensores a ultranza de la libertad de impren-
ta,23 coadyuvó a agrietar el conservadurismo preva-
leciente. El café se encargó de lo demás, dada la
apertura cultural y económica que el país empezó a
vivir después de 1830. El desvelo por prohibir los
textos impíos, tras su inicial fracaso, cobró vida otra
vez en 1853, al dársele a la Universidad de Santo To-
más el carácter de pontificia.
El Papa Pío IX, a instancias del Gobierno, de-
claró al claustro tomasino bajo la protección de la
Iglesia Católica; a raíz de esto, el Obispo Anselmo
Llorente y Lafuente, adquiría una enorme influencia
en la vida universitaria. El Presidente Juan Rafael
Mora, en su afán por explotar políticamente la firma
del Concordato que erigía la diócesis de Costa Rica,
114
ejecutó la breve papal en octubre de 1853. Este docu-
mento, en su artículo 9, disponía:

"serán suprimidas de los Estatutos [de la Uni-


versidad] las recomendaciones que en ellos se
hacen de ciertos libros prohibidos, y no se re-
comendarán a los jovenes para la literatura
otros libros que estuviesen prohibidos."24

El cuerpo docente y estudiantil de Santo Tomás,


de cara a los alcances prácticos de la breve, la adver-
só sin tardanza; presionado, el Gobierno de Mora de-
claró que el acuerdo papal se aplicaría, una vez que
el Ejecutivo consultara al Congreso, lo que no se hi-
zo. El Obispo Llorente exigió cumplir con lo firma-
do, pero su esfuerzo fue vano. La Ley que convertía
en pontificia a la Universidad, sin embargo, se publi-
có en la Colección de Leyes y Decretos de 1853, y se
invocó en el futuro: en 1875, Vicente Herrera la uti-
lizó para frenar el anticlericalismo del profesor gua-
temalteco Lorenzo Montúfar.25
El empeño por evitar la circulación de ciertos
títulos tuvo el efecto inverso, y en dos sentidos: favo-
reció más su difusión y coadyuvó a que el texto tra-
dicional perdiera atractivo. El escritor que en 1833
se quejaba del loco afán de los jóvenes por leer nove-
las y otras "...impuresas...", advertía con amargura
que, debido al creciente tráfico de obras

"...heterodoxas, subversivas... se vé el Estado tan


pobre de libros Magistrales y Dogmáticos.
Lástima grande! ¿Quantos talentos... se ahogan
y consumen inutilmente... sin libros [útiles]..."26
115
La queja exige cuidado: evidentemente, el co-
mercio de textos devotos no decayó en la década de
1830; pero el corpus librorum típico de la época co-
lonial se desprestigió cada vez más. Los periódicos, y
en especial los debates que se suscitaron en sus pági-
nas, configuraron estereotipos adversos de ciertos tí-
tulos. El Noticioso Universal, en octubre de 1833,
publicó una burla de los amanuenses que trabajaban
en los juzgados; tras deplorar sus asiduas faltas de or-
tografía, el autor los convidó a leer

"...un libro viejo aunque fuera el ramillete [de


flores] tal vez alli se habran observado las re-
glas de gramática y ortografía."27

La Tertulia, en mayo de 1834, dio a luz otro ar-


tículo, en el que se advertía que la apertura de cami-
nos a los puertos de Matina y de San Juan del Norte
era una empresa fuera del alcance del país. Esto últi-
mo obedecía a la falta de fondos públicos y a que

"...se carece de inteligentes en particular para


la dirección de estos trabajos, que no pueden
hacerse con la ciencia adquirida en el estudio
de Larraga y otros autores de este jaés."28

El mismo periódico, en septiembre de 1834,


discutió la pobreza colonial de Costa Rica y sus cau-
sas, entre las cuales citó, con abierta exageración da-
da la pequeñez del clero,29 que

"...todos los años salian para las provincias


multitud de hombres con el Larraga a meterse
116
á la Iglecia, por proporcionarse una segura co-
modidad para mantenerse y poder sostener to-
dos sus parientes."30

El ataque a los textos píos se cruzaba a veces


con la política: en septiembre de 1834 el Consejo del
Estado quedó integrado temporalmente por cuatro
clérigos debido a la ausencia de dos miembros pro-
pietarios. La Tertulia, vigilante siempre, no desperdi-
ció la ocasión, y comentó:

"en la secion de ayer ya hubo citas en la discu-


cion de los celebres publicistas Echarry y La-
rraga. ¡A mi amigo! ¿Adónde iremos a parar?
Yo no lo sé..."31

La descalificación de los bestsellers del siglo


XVIII se facilitó en un contexto de difusión de las
obras profanas. ¿Cuán amplio fue este proceso? El
dato que ofrece el Mentor Costarricense es a la vez
claro e impreciso; en un editorial de octubre de
1845, se afirmaba el deseo de

"...[darnos] una asomada á los salones que ocu-


pan las primeras Autoridades, á las oficinas
contiguas, i aun á la Imprenta misma -desde
afuera por estar prohibida la entrada- ... [para]
saber si todos los empleados están empleados
las horas prevenidas en desempeñar su destino,
si los aprendices asisten, i si se leen ó no se le-
en novelas en estos despachos."32

La especulación del Mentor asocia la lectura de


117
novelas con los jóvenes, un vínculo que figura en la
queja de 1833 –ya expuesta–, que los acusaba de "des-
pestañarse" por leerlas. La difusión de los textos pro-
fanos, ensayísticos o de ficción, se transparenta, aun-
que defectuosamente,33 en los inventarios sucesorios
efectuados entre 1825 y 1850 en el Valle Central: de
1.177 casos,34 se avaluaron libros en 221,35 de los
cuales por lo bajo en 72 aparecían volúmenes no de-
votos.36 Los cuadros 15 y 16 precisan su distribución
de acuerdo con períodos, espacios,37 ocupación38 y
fortuna.
El impreso profano se propagó limitadamente
entre 1825 y 1840, en especial en las áreas rurales.39
La baja en el porcentaje de inventarios con obras de
ese tipo, en la década de 1830, confirma que la tem-
prana expansión del comercio y la producción de
textos, se basó en títulos piadosos, un proceso que se
desplegó con mayor fuerza en las áreas urbanas. El
alza en la oferta de libros (editados en el país o traí-
dos del exterior), que los puso cada vez más al
alcance de campesinos y artesanos, no supuso una va-
riación significativa en la composición temática de los
volúmenes en venta.
¿Por qué el porcentaje de títulos devotos bajó
de 1825 a 1840? El contraste con la evidencia previa
obedecía a un consumo socialmente diferenciado: con
cada campesino o artesano que adquiría –quizá por
vez primera– una novena, disminuía la proporción de
casos con textos profanos; y a medida que los vecinos
prósperos tendían a elevar sus compras de ensayos fi-
losóficos y piezas de ficción, el peso relativo de las
obras religiosas descendía. El proceso en su conjunto
se orientó, sin embargo, por una vía definida: la de
118
Cuadro 15
Libros profanos en los inventarios sucesorios del Valle Central (1825-1850)

Período Inventarios Total de Porcentaje Porcentaje Espacio urbano Espacio rural


con libros títulos de casos de títulos Porcentaje de inventarios con libros
con libros religiosos Profanos Religiosos Profanos Religiosos

1825-1829 33 158 30,3 63,3 37,0 63,2 0,0 66,7


1830-1834 37 191 24,3 58,6 33,3 58,7 12,5 58,3
1835-1839 42 166 21,4 44,0 26,9 43,9 12,5 44,1
1840-1844 71 383 36,6 49,1 37,5 51,7 35,5 40,0
1845-1850 38 204 47,4 51,1 45,0 50,0 50,0 32,9

Total 221 1.102 32,6 51,1 35,8 27,6 53,4 42,8

Fuente: ANCR. Mortuales Independientes. San José, Alajuela, Cartago y Heredia (1825-1850).
CUAD

119
120
Cuadro 16
Dueños de los libros profanos a la luz de los inventarios sucesorios
efectuados en el Valle Central (1825-1850)

CUAD
Nivel de fortu- Inventarios Porcentaje de Porcentaje Ocupación Inventarios Porcentaje de Porcentaje
na en pesos con libros casos con li- de libros con libros casos con li- de libros
bros profanos religiosos bros profanos religiosos

- 199 19 15,8 50,0 Labrador 34 11,8 47,2


200- 499 41 22,0 58,1 Artesano 15 13,3 72,2
500- 999 50 12,0 58,5 Agricultor 103 19,4 50,7
1.000- 1.999 39 20,5 63,3 Militar 2 50,0 0,0
2.000- 4.999 43 51,2 52,3 Caficultor 11 54,5 38,7
5.000- 9.999 10 70,0 49,7 Hacendado 18 61,1 50,4
10000 y más 19 89,5 41,5 Comerciante 26 61,5 52,5
Presbítero 12 100,0 57,1

Total 221 32,6 51,1 Total 221 32,6 51,1

Fuente: la misma del Cuadro 15.


una secularización creciente, visible en el universo
rural y el urbano.
El período clave de esa transformación fue la
década de 1840, que destacó a la vez por la expansión
del comercio exterior del país, cuyo eje era el café.
La exportación del "grano de oro" se elevó de 8.341
a 96.544 quintales entre 1840 y 1848.40 El auge cafe-
talero fue el escenario de un alza en la difusión de los
textos profanos: aunque el epicentro de tal derrame
fue el casco de San José, el campo no quedó por fue-
ra. El liderazgo en el consumo rural de obras laicas
pertenecía a los hacendados y caficultores: entre los
últimos, el porcentaje de títulos religiosos era espe-
cialmente bajo.
El Cuadro 16 devela que el libro profano se es-
parció esencialmente entre la burguesía del Valle
Central: comerciantes, terratenientes, productores de
café, oficiales de alto grado y presbíteros, con cau-
dales superiores a los 2.000 pesos. La especialización
temática de sus bibliotecas, todavía en 1840, era débil
y vinculada con el desempeño de una carrera, ecle-
siástica, legal o militar. El caso de Vicente Villaseñor
lo ejemplifica: coronel y oriundo de El Salvador, se
avecindó en San José en la década de 1830; cuando
cayó fusilado en 1842, poseía una colección com-
puesta por 17 títulos valorados en 33 pesos, de los
cuales 9 versaban sobre el tópico de la guerra.41
La circulación de libros entre agricultores, la-
bradores y artesanos, creció poco y sin prisa: en los
patrimonios inferiores a 1.000 pesos, el porcentaje
de casos con cualquier tipo de textos se elevó de 9,3 a
12,1 por ciento entre 1821-1830 y 1841-1850; en ese
mismo período, el promedio de títulos por inventario
121
subió de 2,1 a 2,6.42 La excepción extrema de tal
patrón fue Santiago Ramos, un campesino de Uja-
rrás, casado con Petronila Vega y padre de cuatro hi-
jas; al fallecer en mayo de 1832, su fortuna se estimó
en 130 pesos. El difunto, dueño de cinco bestias ca-
ballares y de un par de terrenos diminutos, vivía en
una galera;43 pero poseía dos violines, dos vihuelas y
bastantes muebles y enseres.
El finado Ramos era propietario de 16 títulos
valorados en 5,6 pesos: 13 devotos y tres profanos:
Sirujano, Remedios y Cuaderno de remedios. ¿Se
trataba de un curandero?44 La evidencia es insufi-
ciente para afirmarlo. El caso de otro cartaginés sí es
más obvio: Nicolás Brenes; al morir en octubre de
1850, tenía 12 años de vivir separado de su esposa
Rosalía Méndez, con la cual no tuvo hijos. El occiso
dejó un caudal de 52 pesos: falto de vivienda propia,
su principal alhaja era un pedazo de tierra en "Río
Claro", valuado en 30 pesos, que se disponía a ven-
der en vísperas de su óbito.
El difunto era sin duda un buhonero. Tenía deu-
das a su favor por la suma de 16 pesos y pequeñas
cantidades de ciertos bienes: agujas, dedales, hilos,
tazas y picheles de china, linternas, cajitas de música
y otros. Las obras que poseía eran una Novena del
Señor San José, en medio real, y el Tratado de Me-
dicina de Juan Calixto Geore, en seis reales. La cu-
randería no fue ajena a don Nicolás, dueño de una
piedra de asentar, otra de moler remedios, una pinza,
tres jeringuitas, una lanceta, dos onzas de cardenillo
y frascos con linaza, melón, ruibarbo, ipecacuana y
manteca de mono.45
El alcance concreto que tuvo la difusión de los
122
textos laicos se vislumbra en los ejemplos de Ramos y
Brenes. El acceso desigual a ese tipo de obras se
agudizaba en el caso de las piezas literarias: de los
221 inventarios con libros, únicamente en 21 (el 9,5
por ciento) se contabilizaron obras de ficción, cuyo
género traza el Cuadro 17; en promedio, el caudal de
sus dueños era de 7.662 pesos, el valor de cada título
ascendía a 2,6 pesos y el de cada volumen a 1,4 pe-
sos. Este precio (entre un tercio y un cuarto del sala-
rio mensual de un peón en 1844) era muy superior al
del vulgarizador devoto: el Catecismo de Ripalda,
impreso por "La Paz", valía dos reales en 1843.
La literatura, a la luz de los inventarios suceso-
rios, se difundió poco en las décadas de 1820 y 1830,
período en el que se efectuaron 6 de los 21 procesos
en que se avaluaron novelas, cuentos y dramas. Los
otros 15 casos fueron posteriores a 1840. El todavía
exiguo comercio librero era incapaz de esparcir, en
amplia escala y velozmente, piezas de este tipo, que
constituían un 5 por ciento del total de títulos (55 de
1.102). El elevado precio que podían alcanzar tam-
poco facilitaba su venta: un Quijote de Cervantes va-
lía 10 pesos en 1825, y en 1839 un Lazarillo de Tor-
mes se avaluó en un peso.46
La penetración de las obras literarias fue ya
evidente a fines de la década de 1840 entre los veci-
nos principales, categoría en la que figuraba Manuel
Esquivel, caficultor de San José: al morir su esposa en
mayo de 1847, su fortuna ascendía a 13.364 pesos. La
biblioteca familiar, compuesta por 37 títulos en 95
volúmenes, se valoró en 106 pesos; entre otras piezas,
poseía Las amistades peligrosas de Laclos, El judío
errante y Misterios de París de Sue, Don Juan, Lara
123
124
Cuadro 17
Novelas, cuentos y dramas en los inventarios sucesorios de los años 1825-1850

Nivel de fortu- Inventarios con Porcentaje de los in- Número de Número de Valor por unidad Número de
na en pesos piezas literarias ventarios con libros tomos títulos en pesos títulos

- 1.000 2 1,8 1 32 -1 -1 21
1.000- 1.999 4 10,3 2 10 1- 2 17
2.000- 4.999 4 9,3 3 5 3- 4 8
5.000- 9.999 5 50,0 4 5 5- 8 4
10.000-19.999 4 30,8 5 1 9-12 4
20.000 y más 2 33,3 6 2 13-14 1

Total 21 9,5 Total 55 Total 55

Fuente: la misma del Cuadro 15.


CUAD
y Manfredo y Caín de Byron, Don Carlos de Schi-
ller, El vampiro de Polidori y Cornelia Bororquia de
Fermín Araujo.47
*
El comercio de libros, cuyo epicentro en 1858
era "El Álbum", se amplió todavía más después de
1860. La venta de obras, que desde la década de 1850
se efectuaba en ciertos almacenes, se expandió a otros
locales: bazares, tiendas y boticas. El boticario Epa-
mimondas Uribe fue uno de los que abrió espacio a
los textos; en diciembre de 1862, anunció que en su
establecimiento

"...se hallan de venta... las siguientes obras:


Manual de urbanidad y buenas maneras, por
Carreño; Compendio de esta obra; Tesoro de
chistes; Compendio de Gramática Española,
por Bello; y Geografía de Paez. Además se
venden... papel fino de fantasía, de diferentes
clases y colores, de marquilla, lápices, lacre, li-
bros en blanco, albums, corta plumas y otros
objetos."48

El Estado no se excusó de tal proceso: sin tar-


danza, empezó a vender los títulos oficiales en la Ad-
ministración General de Alcabalas; en agosto de
1860, publicó un aviso en el periódico Nueva Era, en
el cual advertía que los "...precios han sido rebaja-
dos últimamente." El catálogo unido a tal oferta en-
listaba obras jurídicas y militares, y el Bosquejo de
Costa Rica de Felipe Molina.49 El liderazgo en el ba-
ratillo de textos cupo, sin embargo, a los comercian-
tes locales y extranjeros; en marzo de 1863, la "Li-
125
brería chilena", sucursal de El Mercurio de Valpa-
raíso, comunicaba:

"Gran baratura de libros. En San José, Plaza


Principal, casa del señor Joy. Novelas, Litera-
tura, Poesía, Historia, Viajes, Obras de Diver-
sión, Medicina, Medicina Homeopática, Dere-
cho, Jurisprudencia, Economía Política, Mine-
ría, Educación, Libros para los niños, Mapas
geográficos. Religión, Novenas, etc. Todo á
precios muy baratos. En la misma librería se
reparten gratis los catálogos. Esperamos que el
público aprovechará esta brillante oportunidad
que solo durara un mes, para conseguir toda
clase de buenas obras á precios muy baratos."50

El creciente tráfico de obras, estimulado por la


urbanización de San José y el despliegue del aparato
escolar, era parte del auge comercial que el país vivía
desde 1830. La diferenciación social sirvió de base
para la especialización de –cada vez más amplias– au-
diencias de lectores, de los niños, usuarios del viejo
Catecismo de Jerónimo Ripalda, a los aficionados a
las obras de Byron, Sue y Scott. ¿Lectores en busca
de libros? ¿Libros en busca de lectores? El empresa-
rio de 1860 (del tendero al importador) aprovechó la
demanda existente y se esforzó por elevarla; desvelo
evidente en los avisos de Joy y de Uribe.

126
Notas
1. Darnton, La gran matanza de gatos, pp. 230-231.
2. Mentor Costarricense, 28 de junio de 1845, p. 363.
3. Blen, El periodismo en Costa Rica, p. 101.
4. Supra, capítulo II.
5. Vega, "De la imprenta", pp. 203-204.
6. El vampiro era por entonces una obra atribuida a Lord Byron; sin em-
bargo, la misma fue escrita por su secretario y víctima, John William
Polidori (1795-1821). Cornelia Bororquia, una novela que atacaba a la
Inquisición, era célebre en la época. Márquez, Literatura e Inquisición,
pp. 180-181.
7. Defourneaux, Marcelin, Pablo de Olavide ou l'afrancesado: 1725-1803
(Paris, PUF, 1959). John Adams, embajador de Estados Unidos en Pa-
rís, aseveraba que la obra de Olavide era una paráfrasis del texto de La-
mourette. Márquez, Literatura e Inquisición en España, pp. 94-95.
8. Essay on the history of civil society (London, 1767).
9. Crónica de Costa Rica, 20 de abril de 1859, p. 4.
10. Álbum Semanal, 6 de mayo de 1858, p. 4.
11. Mentor Costarricense, 29 de junio de 1844, p. 194. La obra de Marure
se publicó por entregas en el periódico Boletín Oficial. República de
Costa Rica, que circuló entre diciembre de 1853 y marzo de 1857.
Blen, El periodismo, pp. 86 y 100.
12. Naylor, Robert A., Influencia británica en el comercio centroamericano
durante las primeras décadas de la independencia (Vermont, Plumsock
Mesoamerican Studies, 1988). Quesada, Rodrigo, "El comercio entre
Gran Bretaña y América Central (1851-1915)". Anuario de Estudios
Centroamericanos. San José, 11: 2 (diciembre de 1985), pp. 77-92.
13. Vega, Patricia, "De la banca al sofá. La diversificación de los patrones
de consumo en San José (1857-1861)". Molina y Palmer, Héroes al
gusto, pp. 109-135.
14. Palmer, Steven, "Sociedad anónima, cultura oficial. Inventando la Na-

127
ción en Costa Rica, 1848-1900". Molina y Palmer, Héroes al gusto,
pp. 169-205.
15. Pérez, Héctor, Breve historia de Centroamérica (Madrid, Alianza Edito-
rial, 1985), pp. 76-80. Woodward, Ralph L. Jr., Central America: A
nation divided (New York, Oxford University Press, 1985).
16. Carezco de datos para la Guatemala de fin de siglo, pero sospecho que el
patrón no era muy distinto. El catálogo de la Biblioteca Nacional de
Guatemala de 1932 contenía una amplia colección de obras guatemalte-
cas, aunque su surtido de textos de los otros países del istmo era todavía
muy limitado. Véase: Arévalo Martínez, Rafael, Catálogo de la Biblio-
teca Nacional (Guatemala, Imprenta Electra, 1932), pp. 177-257. La
Biblioteca Nacional de Costa Rica se componía en 1912 de unos 6.000
volúmenes, según Brandon, Edgar Ewing, "Education in Costa Rica".
Bulletin of the Pan-American Union. XXXV (July-December, 1912), p.
49. Genaro Peralta, sin embargo, estimó su tamaño en 30.000 volúme-
nes en 1905; y en 1916, se afirmó: "...cuenta actualmente con 52,158
volúmenes encuadernados y perfectamente catalogados... para consulta
constante, [existen] más de 4,450 volúmenes. El taller de encuaderna-
ción... suministra anualmente... más de 3,000 tomos." Peralta, Genaro,
Guía-Directorio de la ciudad de San José (San José, Imprenta Lehmann,
1905), p. 35. Jones y Scoullar, El libro Azul de Costa Rica, p. 97. La
otra biblioteca importante era la Episcopal. Supra, capítulo III, nota 25.
17. El Heraldo, 11 de octubre de 1891, p. 1. Agradezco este dato a la profe-
sora Patricia Vega. Darío llegó a Costa Rica en agosto de 1891 y en
septiembre fue nombrado co-redactor de La Prensa Libre. Malavassi,
Guillermo y Gutiérrez, Pedro Rafael, Costa Rica en el centenario de
Azul... (San José, UACA, 1988), pp. 23-24.
18. Vargas, Claudio, "Iglesia Católica y Estado en Costa Rica (1870-
1900)". Avances de Investigación del Centro de Investigaciones Histó-
ricas. San José, No. 41 (1988), pp. 1-19.
19. Secretaría de Instrucción Pública, Documentos históricos posteriores a
la Independencia, t. I (San José, Imprenta María v. de Lines, 1921), pp.
335-336. Véase también: ANCR, Congreso, 796 (1828). Por esta épo-
ca, se discutió acerca de si se debía "...cobrar alcabala a los libros que
se introduscan." ANCR, Congreso, Exp. 786 (1828). La ley que prohi-
bía "...los libros que atacan el Dogma y la Moral..." se aprobó el 21 de
mayo de 1831, pero el Ejecutivo la vetó el 29 de marzo de 1832.
ANCR, Congreso, Exps. 1427 (1831) y 1466 (1831-1832). Agradezco
estas referencias a Carlos Hernández. El Código General de 1841 casti-
gaba con multas y cárcel a "los que expongan al público, vendan, pres-
ten, regalen ó de cualquiera otro modo distribuyan escritos, pinturas,
estampas ó relieves, estatuas ú otras manufacturas de la especie sobredi-
cha [contrarios a lo moral y a la decencia]..." Oficial, Código General,
t. II, p. 88. La circulación de "...toda figura o estampa obcena y escanda-
losa..." preocupaba ya en mayo de 1828; tres años después, se afirmaba

128
que "...se sabe no faltan en el Estado figuras indesentes en los Reloxes,
Caxas de musica [sellos] y otros muebles..." ANCR, Congreso, Exps.
796 (1828) y 1466 (1831-1832). El interés por los objetos que difun-
dían imágenes más que palabras se vincula con la extensión del analfa-
betismo, la cual confería a lo dibujado o esculpido un alcance que supe-
raba ampliamente al de la escritura. Duby, Georges, "Historia social e
ideologías de las sociedades". Le Goff Jacques y Nora, Pierre, eds., Ha-
cer la historia, t. I (Barcelona, Editorial Laia, 1979), pp. pp. 164-167.
Vovelle, Michel, Ideologías y mentalidades (Barcelona, Editorial Ariel,
1985), pp. 51-79. La referencia del Código de 1841 me fue facilitada por
la profesora Eugenia Rodríguez Sáenz.
20. Noticioso Universal, 31 de mayo de 1833, p. 173. Vega analiza varios
de los debates que se verificaron en la década de 1830. Vega, "De la im-
prenta", pp. 223-243.
21. Noticioso Universal, 27 de diciembre de 1833, p. 483.
22. Noticioso Universal, 27 de diciembre de 1833, p. 482.
23. Vega, "De la imprenta", pp. 87-97. Chinchilla de Mora, Niní, Obra de
Juan Mora Fernández y alcances de la Tertulia Patriótica (1824-1825)
(San José, Publicaciones de la Universidad de Costa Rica, 1971).
24. Armijo, La Facultad, p. 202.
25. Armijo, La Facultad, pp. 195-208. Herrera era Ministro de Instrucción
Pública. Véase también: Sanabria, Anselmo Llorente y Lafuente, pp.
157-158. Obregón Loría, Rafael, et al., "Significación intelectual de la
Universidad de Santo Tomás en la Costa Rica del siglo XIX". Revista
de Filosofía. San José, 3: 9 (enero-junio de 1961), pp. 80-93.
26. Noticioso Universal, 27 de diciembre de 1833, p. 482.
27. Noticioso Universal, 25 de octubre de 1833, p. 374.
28. La Tertulia, 2 de mayo de 1834, p. 70.
29. Thiel, Bernardo A., "La Iglesia Católica en Costa Rica durante el siglo
XIX". Revista de Costa Rica en el siglo XIX (San José, Tipografía Na-
cional, 1902), pp. 283-339. Thiel afirma que después de 1821 decreció
el número de sacerdotes, debido a que la falta de Obispo en León de Ni-
caragua dificultaba estudiar y recibir las órdenes. Sanabria contabilizó 73
sacerdotes y 13 estudiantes o manteístas en 1851. Sanabria, Anselmo
Llorente y Lafuente, p. 63.
30. La Tertulia, 26 de septiembre de 1834, p. 161.
31. La Tertulia, 3 de octubre de 1834, p. 151.
32. Mentor Costarricense, 25 de octubre de 1845, p. 46.
33. Los inventarios sucesorios de 1825-1850, entre más cerca se efectuaron
de 1821, menos reflejan la difusión del texto profano; dado el rezago de
esta fuente en registrar los cambios, es verosímil que las mortuales de la
década de 1850 constituyan un mejor espejo de lo que ocurría en el
Valle Central en las décadas de 1830 y 1840.
34. Eliminé los casos repetidos, incompletos y con otros problemas.
35. El período 1825-1850 arroja un 18,6 por ciento de inventarios con li-

129
bros, una cifra más baja que la de los años 1800-1824 (véase el Cuadro
1). Esto se explica porque, a partir de 1830, se eleva la proporción de
mortuales de agricultores, labradores y artesanos de modestos recursos.
36. Excluí los catones y cartillas, de uso escolar y amplia difusión, al efec-
tuar el cálculo de inventarios con obras profanas.
37. El criterio para diferenciar los casos urbanos de los rurales fue la ubica-
ción de la vivienda del dueño: en el centro de las poblaciones principales
(San José, Alajuela, Heredia y Cartago) o en las localidades circundan-
tes. Para una discusión de esta metodología, véase: Rodríguez Sáenz,
Eugenia, "Padres e hijos. Familia y mercado matrimonial en el Valle
Central de Costa Rica (1821-1850)". Molina y Palmer, Héroes al gus-
to, pp. 64-67.
38. La ocupación la determiné con base en los bienes inventariados o del
oficio que se declaró (militar o eclesiástico).
39. ¿Cuántos de los libros inventariados entre 1825 y 1850 provenían, por
vía hereditaria, desde el siglo XVIII? Más a medida que la fecha de la
mortual se acercaba a 1821. Supra, nota 33.
40. Obregón, Clotilde, "Inicio del comercio británico en Costa Rica". Re-
vista de Ciencias Sociales. San José, No. 24 (octubre de 1982), pp. 59-
69.
41. Los militares ticos de la época carecían de colecciones comparables a la
de Villaseñor, quien fue fusilado junto con Francisco Morazán. Pacheco,
Patricia, "La composición social de la oficialidad del ejército costarricen-
se, 1821-1850" (Tesis de Licenciatura en Historia, Universidad de Costa
Rica, 1992). Fernández Guardia, Ricardo, Morazán en Costa Rica (San
José, Imprenta Lehmann, 1943).
42. El cálculo se basa en las mortuales efectuadas en el Valle Central en
esas décadas.
43. Molina Jiménez, Iván, "Viviendas y muebles. El marco material de la
vida doméstica en el Valle Central de Costa Rica (1821-1824)". Revis-
ta de Historia de América. México, No. 114 (1992).
44. ANCR. Mortuales Independientes. Cartago Exp. 2782 (1832).
45. ANCR. Mortuales Independientes. Cartago. Exp. 590 (1850).
46. El Quijote pertenecía a Antonia Alvarado, viuda del comerciante cartagi-
nés José Antonio Alvarado; fallecida en 1825, su fortuna ascendía a
6.652 pesos. El dueño del Lazarillo era Rafael Moya (el que importó la
imprenta que compró Valentín Gallegos), cuya esposa murió en 1832.
El patrimonio de la familia se estimó en 28.301 pesos. ANCR. Mor-
tuales Independientes. Cartago. Exp. 114 (1825). Heredia. Exp. 2907
(1839). Hay inventarios con versiones del Quijote de valor muy bajo;
sin duda, se trataba de compendios.
47. ANCR. Mortuales Independientes. San José. Exp. 282 (1847).
48. La Gaceta Oficial, 23 de diciembre de 1862, p. 4.
49. Nueva Era, 30 de agosto de 1860, p. 4.
50 La Gaceta Oficial, 28 de marzo de 1863, p. 2.

130
Capítulo V

PROFANOS Y RADICALES. LOS LIBROS DE


FIN DE SIGLO

El 5 de septiembre de 1880, el eclesiástico


alemán, Bernardo Augusto Thiel, fue consagrado co-
mo Obispo de Costa Rica; su episcopado, que se ex-
tendió unos 20 años, se caracterizó –en especial en
sus inicios– por una violenta confrontación entre el
Estado liberal y la jerarquía católica. La Iglesia, de
cara al desafío de una secularización social veloz y
creciente, adversó sin vacilar tal proceso. Entre los
expedientes que utilizó, destaca una agresiva política
de publicaciones: circulares, edictos, periódicos y
cartas pastorales; una de estas últimas, emitida en fe-
brero de 1882, advertía que

"...ningún género de escrito... [infiltra] más


suave y mañosamente el veneno letal de la in-
credulidad y de la corrupción... [que] la mala
novela, que ha sido la piedra de escándalo con-
tra la cual se han estrellado la fe y las buenas
costumbres de una gran parte de nuestra socie-
131
dad, especialmente la incauta juventud... esta
clase de literatura superficial... enerva el cora-
zón, exalta febrilmente la fantasía, y engendra
un sentimentalismo ridículo que apaga y des-
truye todos los afectos generosos del alma."1

La queja de la Iglesia evoca otras, de parecida


orientación, transmitidas por los tempranos periódi-
cos de 1833 y 1834, en los que se exigía prohibir el
tráfico de ciertas obras; pero el contexto de la adver-
tencia de 1882 era muy diferente del que prevalecía
50 años atrás. La clerecía, entre 1821 y 1850, perdió
la batalla por evitar que la cultura de la burguesía
agroexportadora se secularizara, un proceso visible
en el casco urbano de San José. El peligro que se per-
filó a fin de siglo era todavía más grave: una exten-
sión decidida de la laicización entre los productores
directos de la urbe y el campo.
*
El acceso a los libros profanos entre artesanos y
campesinos se amplió a partir de 1860. El proceso
discurrió por varias vías: la publicación de obras por
entregas en los periódicos nacionales y extranjeros,
el teatro, la inmigración de empresarios, intelectuales
y científicos de Europa, Estados Unidos y de otras
partes de América Latina, la apertura de escuelas pa-
ra adultos y la expansión de la educación primaria,
cuyo crecimiento se aceleró a partir de 1885. El país
pasó, entre 1890 y 1915, de 237 a 471 escuelas, de
440 a 1.335 maestros y de 12.618 a 34.703 estudian-
tes.2 ¿Cuánto se extendió la alfabetización?
El aparato educativo, todavía en 1915, adolecía
de graves deficiencias: entre otras, docentes sin sufi-
132
ciente preparación, elevada deserción escolar y ca-
rácter diferenciado de las escuelas;3 pero el alfabetis-
mo aumentó, especialmente en los espacios urbanos y
rurales del Valle Central. Santo Domingo de Heredia
ofrece un ejemplo útil: de los nacidos allí entre 1868 y
1877, un 36 por ciento de los varones y un 58 por
ciento de las mujeres carecieron de toda instrucción;
para los venidos al mundo entre 1898 y 1907, la pro-
porción disminuyó respectivamente a un 12 y a un 16
por ciento.4
El avance en la alfabetización comportó a la vez
un alza en la difusión de los textos profanos. El exa-
men de los bienes del Almacén Escolar lo confirma.
El inventario practicado el 31 de marzo de 1906
arrojó un total de 61.798 colones, suma de la cual el
39,5 por ciento correspondía al valor de unos 56.776
ejemplares de un variado conjunto de obras y folletos
importados e impresos en el país, casi todos laicos y
muchos científicos.5 El producto de las ventas del lo-
cal citado en el año fiscal de 1905 fue de 12.009 co-
lones, cifra elevada pero acorde con una clientela
compuesta especialmente por las juntas de educa-
ción, que a veces compraban a crédito.6
La prensa, acusada por la Iglesia en 1881 de ser
"...instrumento... [de los] socios del infierno...",7 fue
un factor clave en la difusión de los textos profanos.
El Noticioso Universal, ya entre enero y mayo de
1833, publicó periódicamente extractos de la Intro-
ducción al arte de escribir, de Torio de la Riva. La
Paz y El Progreso imprimió, entre diciembre de
1847 y enero de 1848, Pamplona y Elizondo del con-
de de Campo Alanje; y en este último año, El Cos-
tarricense obsequió a sus lectores con Un drama al
133
pie del Vesubio de Alejandro Dumas y con El sitio
de Corinto de Lord Byron.8
El expediente de publicar por entregas prevale-
cía a la vez en los diarios y revistas extranjeros, cuya
difusión se elevó a partir de 1850. El científico ale-
mán Carl Scherzer aseveraba que a su "...llegada a
San José (en mayo de 1853) sólo existía un hotel...
[en el cual] se había establecido un club a la inglesa
...Aquí se encontraban periódicos ingleses y españo-
les..."9 El Correo de Ultramar, cuyo agente para el
istmo vivía en Panamá, se conseguía en el casco jose-
fino en febrero de 1859. El costo de una

"...Suscripción [anual adelantada ascendía a]...


Parte política $ 9-38, Parte literaria é ilustrada
$ 21-57, Novelas ilustradas $ 7-19..."10

El precio era, otra vez y sin duda, un óbice pa-


ra un consumo más amplio de este tipo de impresos.
La situación varió a fines del siglo: en la década de
1880, empezó a circular una prensa obrera que emu-
ló el procedimiento de difundir obras por entregas.
El Artesano, con un tiraje de 1.000 ejemplares y un
costo de cinco centavos, imprimió en mayo de 1889
Los héroes del trabajo, del francés Camilo Flamma-
rion.11 El proceso se afianzó al comenzar el siglo
XX, cuando el país experimentó un auge editorial sin
precedente: entre 1903 y 1914, se publicaron 101 re-
vistas y 86 periódicos.12
El impacto de esa alza fue doble: coadyuvó a la
difusión del texto profano y a la vez diversificó y es-
pecializó las audiencias de lectores. El aporte del tea-
tro fue similar. El San José de 1850 se distinguía ya
134
por una dinámica actividad escénica, cuyo eje era la
visita periódica de compañías extranjeras, especial-
mente españolas. El repertorio de tales empresas, que
a veces incluía piezas de aficionados criollos, familia-
rizó a los espectadores con las obras de escritores cé-
lebres.13 La excitativa que Ezequiel León publicó en
abril de 1859 para que se le devolviera un tomo de
José Zorrilla, evidencia a la vez la valorización de tal
dramaturgo, uno de los preferidos del público josefi-
no de esa época.14
La actividad teatral amplió su influencia con el
transcurso del siglo: apertura del "Variedades" en
1891, del "Teatro Nacional" en 1897 y de otros loca-
les luego de 1910, venida de más compañías, tempo-
radas de mayor duración, asistencia creciente de tra-
bajadores urbanos y uso del ferrocarril para trans-
portar a San José a los espectadores de provincia.15
La Iglesia, al tanto de la amenaza que provenía de los
escenarios, la adversó con vigor; todavía en diciem-
bre de 1900, una carta pastoral tronaba:

"...el teatro de hoy... es el espejo de las costum-


bres más perversas de la sociedad: del adulte-
rio, vida corrompida, infidelidad, irreligión,
burla de lo santo, suicidio, homicidio... que se
presentan bajo alicientes seductores y con excu-
sas inmorales."16

El influjo de las escuelas para adultos, aunque


inferior al de la prensa y del teatro, no careció de
importancia. La apertura de clases para trabajadores
urbanos se inició en la década de 1850: en abril de
1857, F. Schlesinger avisó en el periódico Pasatiem-
135
po que impartiría lecciones privadas de dibujo, y
agregó que

"para los artesanos á quienes el dibujo es indis-


pensable he dispuesto tener abierto un curso
aparte en los días domingo, hasta las doce del
dia, el que será gratis á los pobres."17

La instrucción, en el imaginario de los trabaja-


dores urbanos, se convirtió en una vía de redención
social; en tal contexto, florecieron las escuelas noc-
turnas para artesanos. La primera que se conoce se
abrió en el casco josefino en 1875, su eje era la ense-
ñanza elemental y contaba con 5 profesores y más de
90 estudiantes en 1883; en 1884, se erigieron centros
afines en Palmares y en Heredia; y en 1889, se inau-
guró otro local en San José. El proceso se intensificó
al comenzar el siglo XX: en 1902 y por iniciativa de
Ezequías Marín, se fundó un establecimiento que dis-
ponía ya de unos 200 alumnos en 1903.18
La biblioteca de la "Sociedad de Artesanos de
San José", abierta en un día de fiesta nacional (el 15
de septiembre de 1889), permite sopesar la difusión
de las obras profanas. La colección, a la luz del Grá-
fico 3, se componía de 360 títulos en más de 1.100
volúmenes; su fuerte eran las obras de Historia, Geo-
grafía, Derecho y Literatura. La ficción de tópico
social, que tampoco abundaba, incluía piezas de Víc-
tor Hugo, Walter Scott, Balzac, Eugenio Sue y Ale-
jandro Dumas;19 de esas novelas, varias ya eran usua-
les entre la burguesía josefina de la década de 1840,
por ejemplo El judío errante.
El Gráfico 3 esboza una escasa circulación de
136
GRAFICO 3

137
obras radicales, cuya venta esporádica fue promovida
por la "Librería española", fundada por el catalán
Vicente Lines en el San José de 1884. Este local ofre-
ció, a partir de 1887, títulos de Proudhon, Blanc,
Marx, Bebel, Tolstoi, Kropotkin, Bakunin, Reclus y
Stirner. La difusión de textos de izquierda se intensi-
ficó en el siglo XX, alza notoria en los canjes de la
revista Renovación, dirigida por José María Zeledón:
en 1912, recibía unos 39 periódicos anarquistas y so-
cialistas, procedentes de otros países de América La-
tina, de Estados Unidos y de Europa.20
La experiencia de los productores agrícolas dis-
currió por una vía paralela, aunque distinta de la de
los trabajadores urbanos. El predominio de los títu-
los devotos y escolares no desapareció; pero la au-
diencia de agricultores y labradores del Valle Central
fue alcanzada, cada vez más, por folletos de divulga-
ción científica, en especial después de 1900. Este era
un viejo sueño: en junio de 1844, un articulista anó-
nimo exclamaba:

"¡Ah! i que util fuera que aquellas personas que


sobre todas esas menudencias [el beneficiado del
café], i las del preparo del terreno [para cul-
tivar el "grano de oro"], tienen ya alguna espe-
riencia, trabajasen un cuadernito para repartir
á los menos instruidos! Casi seguro que el Su-
premo Gobierno daria gratis la Imprenta."21

Lo que era una utopía en 1844, cristalizó unos


40 años en el futuro, al empezar a circular una serie
de cartillas agrícolas, financiadas por un Estado que
jamás fue el del laissez-faire. La explotación forestal
138
fue el tópico de uno de esos folletos, escrito por Da-
vid J. Guzmán y editado en 1888. El propósito del
opúsculo era "...extender entre las clases rurales al-
gunos conocimientos sobre la materia..."22 Gustavo
Niederlien fue más explícito: en 1892, publicó dos
trabajos acerca del cultivo del tabaco y de la yuca,
con el fin de vulgarizar

"...las experiencias y conocimientos científicos


y prácticos de la producción nacional. Ensan-
char el horizonte económico y práctico de los
productores, sacarles de la ignorancia... hacer-
les abandonar sistemas antiguos, rutinarios..."23

El afán por traducir e imprimir artículos, folle-


tos o capítulos de libros, de tema agrícola y publica-
dos en el extranjero, fue otro expediente utilizado a
fines del siglo XIX. El proceso culminó ulteriormen-
te, al erigirse en la Secretaría de Fomento un Depar-
tamento de Agricultura, que se caracterizó por una
política de divulgación muy activa. El director del
Boletín de tal institución fue el belga Julio E. Van der
Laat, quien promovió una colección de cartillas
orientadas a actualizar tecnológicamente a los campe-
sinos; varios de esos opúsculos alcanzaban ya su ter-
cera edición en 1915.24
El énfasis en la difusión de folletos de higiene
fue más tardío y se vinculó con el desvelo del Estado
liberal por poblar el país y elevar la productividad
de la fuerza de trabajo. La base de este avance sería
una decidida mejora sanitaria, que bajaría la mortali-
dad infantil y el influjo de ciertas enfermedades. El
adalid de tal cruzada para mejorar la raza tica fue
139
Cleto González Víquez,25 traductor de un estudio de
W. C. Gorgas, impreso en 1904 y que explicaba có-
mo destruir al mosquito transmisor de la fiebre ama-
rilla.26 El doctor Mauro Fernández, otro activista de
la salubridad, publicó en 1907 El cansancio (Anky-
lostomiasis), texto que calificó de "cartilla para el
pueblo."27
El nacionalismo oficial, cuya difusión popular
fue un desvelo de los liberales a partir de 1885,28 co-
adyuvó a esparcir entre campesinos y artesanos las
obras de Historia y Geografía de Costa Rica. Los en-
sayos de Miguel Obregón Lizano y de Francisco
Montero Barrantes, de amplio uso escolar, tenían ya
dos, tres o cuatro ediciones en la década de 1890.29
El esfuerzo por confeccionar un texto óptimo, en
cuanto a datos, estilo, enfoque e ideología, culminó
en 1909, al imprimirse la Cartilla Histórica de Ricar-
do Fernández Guardia. El tiraje, con un costo de
1.000 colones, fue de 10.000 ejemplares.30
La fuerza social detrás de la difusión de los vul-
garizadores fue una capa exigua y emprendedora de
intelectuales y científicos, de origen extranjero y
criollo, avalados y financiados por el Estado, que se
convirtió en la plaza fuerte de tal grupo. Los "sa-
bios", atrincherados en Secretarías, Departamentos y
en las instituciones nacionales erigidas a partir de
1881 (el Archivo, el Instituto Físico-Geográfico, el
Museo y la Biblioteca),31 se afanaron por secularizar
el país y por "civilizar" la cultura popular, en cuyas
prácticas y creencias veían óbices para el avance del
"progreso capitalista".
La "civilización" exigía convertir a campesinos
y artesanos en ciudadanos saludables, higiénicos, ins-
140
truidos, patriotas, respetuosos de la ley y fieles a la
ideología liberal. El desafío popular de tal esquema
era inadmisible: por eso, en 1910 el profesor suizo
Juan Rudín preparó ¿El peligro del Cometa Halley?,
obrita cuyo tiraje fue de 5.000 ejemplares,

"...escrita para el pueblo y mandada a publicar


por el Gobierno para ser distribuida gratis en-
tre los campesinos, a fin de evitar los temores
que el cometa inspira sin fundamento alguno."32

El extendido y creciente acceso a las obras pro-


fanas, en el campo y las urbes, fue un proceso que se
benefició de ciertos cambios empresariales, vincu-
lados con las casas que los expendían. El principal lo-
gro fue la cobertura nacional, avance del que fue lí-
der el periódico: desde la década de 1830, la prensa
contó con agentes en distintas partes del país y usó el
correo para alcanzar otros parajes.33 El tráfico de
obras fue muy a la zaga: aunque a partir de 1860 la
venta de textos se extendió a tiendas, bazares y boti-
cas, la configuración de verdaderas redes distribui-
doras se verificó a fines del siglo XIX.34
El despliegue de una publicidad específicamente
bibliográfica fue un avance más temprano. La estra-
tegia de "El Álbum", de difundir el catálogo de las
obras que tenía en venta en 1858, fue un digno pre-
cursor de la Revista Ilustrada de Costa Rica, órgano
de la "Librería Francesa". Este impreso, de cuatro
páginas en octavo, circuló quincenalmente a partir de
1873, se distribuía gratis y traía datos sobre los títu-
los disponibles y su precio.35
El ejemplo precedente fue imitado, casi tres lus-
141
tros después, por Vicente Lines. El Anunciador
Costarricense, dado a la luz en 1887, fue el medio de
que dispuso la "Librería Española" para promocio-
nar sus productos. Este boletín, que coadyuvó a es-
parcir los textos profanos, era gratuito y su tiraje se
elevó de 1.025 a 4.000 ejemplares en los últimos diez
años del siglo XIX.36
El dueño de la "Librería Moderna", Antonio
Font, tampoco se quedó atrás: en febrero de 1895,
inauguró el órgano oficial de su local, al que llamó
La Nueva Literatura. El propósito de este periódico,
de distribución gratuita, era

"...tener al público al corriente de las produc-


ciones de los autores más acreditados del Uni-
verso; difundir mediante insignificantes pre-
cios, toda clase de libros acerca de todos los
ramos del saber humano... La LIBRERIA MO-
DERNA, podemos decirlo con orgullo, tiene
en sus estanterías obras que satisfagan desde el
pequeño niño que por primera vez acude á la
escuela, hasta el distinguido jurisconsulto, rec-
to teólogo ó eminente literato... Hemos procu-
rado que el libro esté al alcance de cualquier
bolsillo, los vendemos instructivos, amenos y
elegantes, desde el ínfimo precio de 5 cts... cada
uno."37

El alcance que tuvo el boletín de la "Librería


Moderna" se visibiliza en el concurso que organizó
Font a partir de septiembre de 1898. La competencia
consistía en adivinar la palabra suprimida de una fra-
se, en la que se promocionaba el local. El único re-
142
quisito para participar era efectuar una compra mí-
nima de 50 centavos. El premio, que ascendía a 50
pesos, se dividía entre todos los que acertaran, en
proporción a la cantidad de soluciones correctas que
cada uno enviase.38
El total de palabras enviadas se elevó de "...dos
mil y pico...", en el concurso inaugural de septiem-
bre, a "...más de seis mil...", en el de diciembre de
1898.39 Los participantes eran de todo el país e inclu-
so de otros lugares de Centroamérica. La "Librería
Moderna", aparte de contar con varias agencias (una
en Nicaragua; la localización de las que tenía en Cos-
ta Rica no se especificó), vendía libros por correo,

"...en despacho a provincias á particulares y á


Juntas de Educación..."40

El esfuerzo de Antonio Font y de Vicente Lines


fue más exitoso en promocionar los libros que en
asegurarles una amplia distribución, mediante una
organizada y extendida estructura de sucursales. El
líder de este proceso, en curso tras 1900, fue el cata-
lán Ricardo Falcó, cuya expulsión del país (por co-
munista) aconsejó el Director de Policía al Ministro
de Guerra en marzo de 1922.41
La "Sociedad de Agencias Editoriales Falcó y
Zeledón" se comprometía, en abril de 1911, a traer
cualquier título que le fuera encargado; y avisaba que
era el agente exclusivo de varios editores europeos, en
cuenta la casa barcelonesa Domenech, cuya "Bi-
blioteca" era elogiosamente publicitada por la entu-
siasta compañía josefina. La colección, compuesta de
"...obras... empastadas maravillosamente..." tenía en-
143
tre sus felices suscriptores a "...casi todos los maes-
tros de la República..." El precio de cada tomo era de

"...cincuenta centavos el ejemplar, libres de


porte para los lugares unidos por ferrocarril...
Suscribiéndose á esta Biblioteca, se pueden lle-
nar con el tiempo no pocos anaqueles de libros
buenos y elegantes. ¡Todo un arsenal de
cultura por unos pocos pesos!"42

La casa Domenech, al decir de "Falcó y Zele-


dón", iniciaría su colección americana con la edición
de María de Isaacs; entretanto, la empresa josefina
ofrecía 22 títulos ya publicados por la casa catalana,
entre los cuales destacaban Tom Sawyer detective de
Twain, Casa por alquilar de Dickens y Rebeldía de
Dicenta. La distribución de este "arsenal de cultura"
dependía de 14 subagencias, ubicadas en todas las ca-
beceras de provincia (excepto Cartago), en varias de
cantón (Escazú, Santo Domingo, Naranjo y San Ra-
món) y en la pujante zona minera de Abangares.43
La visión comercial de Falcó se evidenció de
nuevo 7 años después: en esa época y asociado con su
compatriota Andrés Borrasé, empezó a editar Lec-
turas. La revista, cuyo precio era de veinte céntimos,
se imprimía una vez por semana y contenía, aparte de
anuncios de variado tipo y fotos de caballeros y
señoritas de distinción, comentarios de autores céle-
bres, extractos de obras famosas y amplios catálogos
de los textos en venta. La publicación circuló sin in-
terrupción durante casi 13 meses (de septiembre de
1918 al mismo mes de 1919), y alcanzó un total de
53 números.44
144
Lecturas sirvió para promocionar las obras
producidas e importadas por "Falcó y Borrasé" y por
otros impresores y libreros. La empresa de los ca-
talanes, que publicaba a la vez la revistas Eos y los
cuadernos Renovación, disponía de 33 distribuidores,
por todo el país. El grueso de esos agentes (21) se
ubicaba en el Valle Central, en los cascos urbanos de
las cabeceras de provincia y de cantón. La casa, sin
embargo, tenía representantes en Puntarenas y Li-
món, en Guanacaste (Liberia y las Juntas de Abanga-
res) y en áreas bananeras y mineras (Siquirres, Guá-
piles, Mina Tres Hermanos).
El fuerte de la colección de Falcó y Borrasé se
componía de textos literarios y de ensayos sociales:
entre otros, La defensa de los trabajadores y la jor-
nada de ocho horas de Kautsky, Acción socialista de
Jaurés, El socialismo y la religión de Engels y La
ciencia moderna y el anarquismo de Kropotkine. La
oferta de textos rojos en las blancas páginas de Lec-
turas obliga a evaluar con más cuidado la eficacia
represiva de la dictadura de los Tinoco: en sus peores
años, por el país entero circulaba una revista que
ofrecía las obras de los revolucionarios profesionales
a precios cómodos y en pasta dura.45
El alza en el comercio de obras y folletos a fi-
nes del siglo XIX es visible en las estadísticas oficia-
les. El censo de 1864 contabiliza un librero en San
José; el de 1915, identifica 9 librerías.46 El valor de
las importaciones de libros se elevó de 14.374 a
41.236 colones entre 1903 y 1912;47 y el gasto en bi-
bliotecas, que figura en las cuentas de la Secretaría
de Instrucción Pública, ascendió de 8.683 a 17.851
colones entre 1902 y 1914.48 El Estado fue un con-
145
sumidor destacado, ya fuera al contratar la edición de
diversos trabajos con tipografías privadas, o al
comprarles textos y artículos de escritorio.
La actividad editorial, según el Gráfico 4, fue
partícipe de ese crecimiento, aunque el que se experi-
mentó entre 1850 y 1880 fue muy lento; a partir de
tal año y con el ascenso de los liberales, el alza se
aceleró. La demanda oficial, cada vez más amplia y
garantizada, convirtió a la imprenta del Estado en la
principal del país. Las cifras, pese a sus defectos, es-
bozan un cuadro de conjunto del proceso. El censo de
1864 contabilizó 21 impresores y 3 encuadernado-
res en San José, el de 1892 enlistó 72 y 12 de unos y
otros.49 El Índice de Dobles Segreda informa de 2
talleres productores de libros y folletos entre 1863 y
1865, y de 5 locales similares entre 1891 y 1893.50
La publicación de obras es otro indicador útil:
se elevó de 51 títulos en la década de 1850, a 71 en la
de 1860, a 97 en la de 1870, a 168 en la de 1880 y a
302 en la de 1890.51 La producción total alcanzó la
suma de 689 libros y folletos, de los cuales el 25 por
ciento procedía de talleres privados y el 75 por cien-
to de la Imprenta Nacional. El predominio de esta úl-
tima se dibuja con claridad en el Gráfico 4: fue úni-
camente después de 1900 que las empresas particula-
res empezaron a acortar la distancia que las separaba
de la tipografía estatal, a la cual superaron a partir
de 1904.52
El Cuadro 18 vincula esa expansión editorial
privada, cuyo inicio coincidió con el del siglo XX,
con una inmigración exigua, pero cualitativamente
significativa: entre 1885 y 1897, cuatro impresores,
tres españoles y uno colombiano, abrieron talleres en
146
GRAFICO 4

147
San José, ejemplo imitado en los años 1900-1903 por
otros tres peninsulares y un alemán. ¿Por qué se dis-
tinguían tales extranjeros? Más que por su capital,
por sus contactos, conocimientos y pericia en el ofi-
cio. Este conjunto de cualidades fue el que facilitó el
ascenso de obrero a patrón del catalán Avelino Alsina
y Lloveras.53
El universo tipográfico de San José, de acuerdo
con el Cuadro 18, a la vez que crecía, se complejiza-
ba: dadas las características del oficio, se requería de
una estricta disciplina laboral (que se empezó a im-
poner desde 1830),54 una adecuada división del tra-
bajo y una inversión creciente de capital. La Impren-
ta Nacional adquirió una maquinaria nueva en 1906,
cuyo valor ascendió a 38.614 colones;55 asimismo, el
promedio de casi 15 trabajadores por taller que de-
vela el censo de 1908, contrasta con la cifra de 6 ó 7
operarios que la tipografía estatal tuvo en la década
de 1840.56
La elevada concentración de la actividad tipo-
gráfica en San José es ostensible en el Cuadro 19, que
patentiza a la vez cuán excepcional era la impresión
de obras y folletos: en efecto, de los 47 talleres, solo
6 imprimieron diez o más títulos, 11 apenas uno y 20
ninguno; y de las 45 imprentas cuya ubicación se
identificó, 32 eran josefinas. El establecimiento típi-
co era pequeño, disponía de pocos trabajadores y de
una tecnología limitada, servía a una clientela local y
enfatizaba en la producción de avisos, carteles, vo-
lantes y otros expedientes comerciales, publicitarios
y de propaganda.
La edición de libros y opúsculos, entre 1900 y
1914, dependió de escasos 6 talleres, 4 de los cuales
148
Cuadro 18
Establecimiento de impresores extranjeros entre 1885 y 1914
e imprentas josefinas en 1908

Impresor Origen Año a Censo industrial de 1908


Distrito Imprentas b Trabajadores c Promedio

Canalías José España 1885 Carmen 4 62 15,5


Greñas Alfredo Colombia 1890 Merced 4 71 17,8
Lines Vicente España 1890 Catedral 1 6 6
Font Antonio España 1897 Hospital 1 8 8
Padrón y Pujol España 1900
Lehmann Antonio Alemania 1901
Alsina Avelino España 1903 Total 10 147 14,7

a. Se trata del año en que apareció el primer libro o folleto publicado por la empresa según el Índice de Dobles Segreda.
b. El censo industrial de 1908 contabilizó 14 encuadernaciones en San José, cada una con un trabajador. El Cuadro 19 devela un
elevado subregistro de imprentas.
c. Ocho trabajadores eran extranjeros.
Fuente: Dobles Segreda, Índice, ts. I-XI. Oficial, Anuario Estadístico. 1908 (San José, Imprenta Nacional, 1909), pp. 354-
360.
CUAD

149
Cuadro 19

150
Impresores de libros y folletos en Costa Rica (1900-1914)

Lugar Imprentas Títulos Imprentas Imprenta Títulos Porcentaje

San José 32 0 20 Nacional 299 42,9


Heredia 3 1 11 Alsina 213 30,6
Limón 3 2-4 7 Lehmann 60 8,6
Cartago 2 5-9 2 Lines 33 4,7
Puntarenas 2 10-24 2 Comercio 22 3,1
Alajuela 2 25-49 2 Moderna 13 1,9
Guanacaste 1 50-99 1 Greñas 11 1,6
Desconocido 2 100 y más 2 Otras 46 6,6

Total 47 Total 47 Total 697 100,0

Fuente: Dobles Segreda, Índice, ts. I-XI.


CUADR
pertenecían a extranjeros. La diversificación fue cla-
ve en su expansión. El proceso fue liderado por la
Imprenta Nacional: a fines del siglo XIX, concentró
las actividades de encuadernación, fotograbado y li-
tografía.57 La integración vertical dejó su impronta
en el censo de 1908, que contabiliza en San José 10
imprentas con 147 trabajadores, pero solo 3 encua-
dernaciones con 14 operarios y 2 litografías con 8
asalariados.58 El alza en la fuerza de trabajo prome-
dio en las tipografías estuvo asociada con una supe-
rior división del trabajo y una creciente especializa-
ción productiva.
El sueño de Avelino Alsina fue sumarse a la
verticalización del oficio, y lo consiguió; en 1912, su
taller, con más de 50 obreros, se equiparaba ya con
la tipografía estatal. La empresa se dividía en 5 de-
partamentos: imprenta, papelería, encuadernación,
fotografía y fotograbado. El afán del dueño era evi-
dente: al tiempo que servía a un amplio espectro de
consumidores, urgidos de un empaste o de una foto,
satisfacía las exigencias de escritores, de editores de
libros, revistas y periódicos, y de anunciantes.59 La
ilustración de los productos, ya se tratara de obras y
folletos, o de avisos, volantes y carteles comerciales,
era una exigencia básica del mercado de fin de si-
glo.60
El valor de las importaciones de papel, tinta e
imprentas (y sus útiles), descrito por el Gráfico 5,
precisa el salto que experimentó la actividad tipográ-
fica en el breve período de 1908 a 1912. La compa-
ración con datos más lejanos confirma lo expuesto: en
1892, el país importó 5.418 kilogramos de equipo
tipográfico, valorado en 2.291 pesos; veinte años
151
GRAFICO 5

152
después, el volumen creció diez veces y se estimó en
60.888 colones.61 Esta pujanza que arrancó a fines
del siglo XIX, encontró un freno en el conflicto eu-
ropeo de 1914-1918, cuyo impacto se visibiliza en la
caída de 1915.62
El período 1850-1914 se caracterizó por un
descenso en la proporción de textos oficiales y devo-
tos y por un alza en el peso de las obras científicas,
de los ensayos sociales y de las piezas literarias. El
Cuadro 20 es claro: una ruptura decisiva con la épo-
ca precedente se verificó a partir de 1880, cuando la
oferta temática de los libros impresos en el país em-
pezó a diversificarse, variación que se benefició del
florecimiento de las tipografías privadas, al cual co-
adyuvó. El Estado apoyó eficazmente tal proceso, cu-
yo soporte y estímulo fue una intelectualidad peque-
ña, pero creciente y activa.
El conjunto de textos oficiales se componía de
memorias, informes, tratados, discursos, estadísticas,
programas de estudio, índices de documentos, colec-
ciones de leyes y decretos y otros por el estilo. El 97
por ciento de tales impresos (410 de 423) se confec-
cionó en el taller estatal. La temática de los libros y
opúsculos "civiles" era más variada: el grueso se con-
centraba en los campos literario, político, legal, his-
tórico, geográfico y científico. La edición de obras
de Derecho y de Ciencias se vinculaba con el desplie-
gue de las dos profesiones más importantes del país:
entre 1890 y 1914, se incorporaron 147 médicos y
198 abogados a sus respectivos Facultad y Colegio.63
La invención de la Nación y la difusión popular
del nacionalismo fueron el trasfondo de la publica-
ción de libros de Historia y Geografía y de piezas
153
Cuadro 20

154
Temática de las obras impresas en Costa Rica (1850-1914)

Período Títulos Porcentajes Temática Títulos


Oficiales Ciencias Literatura a Religión Ensayos Otros Oficial No oficial

1850-79 219 46,5 4,1 4,6 9,6 32,9 2,3 Literatura 183
1880-99 472 34,9 11,7 6,4 4,9 36,4 5,7 Política 152 150
1900-14 697 22,4 9,3 20,5 2,7 42,5 2,6 Historia y
Geografía 32 140
Derecho 12 115
Economía 111 36
Educación 53 40
Ciencias 129
Religión 63
Milicia 53 32
Otros 10 77

Total 1.388 30,5 9,3 13,2 4,5 38,9 3,6 Total 423 965

a. El peso de las obras literarias del período 1900-1914 se reduce a 14,9 por ciento, de excluirse 39 títulos de escritores
extranjeros publicados en la colección "Ariel" de Joaquín García Monge; en tal caso, el porcentaje total baja a 10,4.
Fuente: Dobles Segreda, Índice, ts. I-XI.
CUA
literarias. La patria, a partir de 1880, exigía ser ex-
plorada (en su pasado y su paisaje), descrita narrati-
vamente y cantada en sonoros versos tricolores. El
esfuerzo compartido por cumplir tal empresa cientí-
fica, estética e ideológica comenzó a quebrarse des-
pués de 1900: en tanto el elogio de la Costa Rica ca-
fetalera y liberal prevalecía en las obras de historia-
dores y géografos,64 varios novelistas y poetas empe-
zaron a vislumbrar, detrás del brillo del "grano de
oro", una agudizada cuestión social, que sería ex-
puesta vívidamente en las novelas El Moto e Hijas
del campo, de García Monge, y en La propia, de
González Zeledón,.65
El opúsculo de corte político siempre fue im-
portante, dado que el trasfondo de su elaboración era
la disputa por el poder; pero a comienzos del siglo
XX este tipo de textos adquirió más peso. La transac-
ción de 1902 abrió un proceso de democratización,
que cristalizó en los esfuerzos por evitar el fraude y
en la aprobación del voto directo en 1913, una dis-
posición que amplió la participación electoral de
campesinos, artesanos y trabajadores.66 La apertura
permitió a la vez que exiliados de otras partes de
América Latina, avecindados o de paso por el país,
editaran en San José obras y folletos adversos a los
Gobiernos que un día forzaron su destierro.
La advertencia de Rubén Darío acerca del esca-
so aliento literario de los ticos es avalada por los da-
tos del Cuadro 20: ficciones y versos se perdían en
un mar colmado de textos oficiales y ensayísticos. La
literatura nacional, cuyo florecer fue tardío, era una
práctica marginal, especialmente en los últimos vein-
te años del siglo XIX, que fue cuando el poeta nica-
155
ragüense estuvo en el país. El empuje que caracterizó
a las "bellas letras" entre 1900 y 1914 es evidente: su
porcentaje se triplicó, pero todavía en esa época, no-
velas y poemarios difícilmente competían –en tiraje,
difusión, importancia y acceso a los lectores popula-
res– con las cartillas agrícolas y de higiene.
*
La decidida penetración social de los textos pro-
fanos y a veces radicales se patentizó, cada vez con
más transparencia, a partir de 1900. El esfuerzo por
detener el proceso fue vano. La Iglesia, adversaria
principal de la secularización que vivía el país, admi-
tió en diversas ocasiones su derrota. El Eco Católi-
co, en enero de 1901, publicó una queja por

"...que siendo más numerosos los católicos y


más influyentes las familias honradas de nues-
tra sociedad... [tienen] mayor demanda entre
nosotros los libros inmorales y mayor renom-
bre los autores impíos..."67

El exitoso avance de las obras profanas fue esti-


mulado por una producción editorial creciente; sin
embargo, la valoración de los títulos locales, más allá
de su uso inmediato, era en extremo limitada. El
corpus librorum tico, muy escaso en el claustro to-
masino de 1888, tampoco brillaba en las estanterías
de la Biblioteca Nacional en 1914, año en que la visi-
tó Dana Gardner Munro. Este estudiante, oriundo de
Estados Unidos, advirtió que tal institución tenía

"...una colección curiosamente variada, forma-


da al parecer con bibliotecas privadas que ha-
156
bían sido vendidas o donadas al Gobierno en
diferentes épocas. Encontré unos pocos libros
y artículos sobre historia de Costa Rica y algu-
nas interesantes biografías y folletos políti-
cos."68

La descripción que el visitante efectuó del local


y del comportamiento de sus empleados dibuja un es-
pacio estrecho y oscuro, poco agradable y propicio
para el trabajo intelectual. Los textos, en la Bibliote-
ca Nacional de 1914, ya no competían con tercios de
sal y lonjas de cerdo, pero la conducta de sus funcio-
narios devela una cultura del libro bastante precaria
todavía. La colección

"...está ubicada en un pequeño edificio, con lu-


gar para unos veinte lectores. Raramente había
más de uno o dos, además de mí, pero había
cinco o seis empleados que gastaban su tiempo
fumando cigarrillos y escupiendo sobre el piso
y hablando entre sí en voz alta. También había
muchas pulgas. La biblioteca estaba abierta de
doce a cuatro y en la noche, pero las horas de
la tarde eran siempre interrumpidas durante
unos pocos minutos al inicio y al cierre, y en la
noche era muy difícil leer."69

157
Notas
1. Thiel, Bernardo Augusto, Cuarta Pastoral (San José, Imprenta
Nacional, 1882), pp. 13-14. Vargas, El liberalismo, pp. 112-114.
2. Fischel, Ástrid, El uso ingenioso de la ideología en Costa Rica (San Jo-
sé, EUNED, 1992), p. 301. La reforma educativa de los liberales se ex-
tendió entre 1885 y 1889. Véase: ídem, Consenso y represión. Una in-
terpretación sociopolítica de la educación costarricense (San José, Edito-
rial Costa Rica, 1987). Para una lúcida crítica de la visión de Fischel,
véase: Lehoucq, Fabrice, "Hipótesis dudosas, pero ninguna respuesta".
Palmer, Steven, "Un paso adelante, dos atrás: una crítica de Consenso
y represión de Ástrid Fischel". Revista de Historia. San José, No. 18
(julio-diciembre de 1988), pp. 221-242.
3. Quesada, Juan Rafael, "La educación en Costa Rica: del apogeo del libe-
ralismo al nacimiento del Estado benefactor (1886-1948)". Murillo, Jai-
me, ed., Las instituciones costarricenses de las sociedades indígenas a
la crisis de la república liberal (San José, Editorial de la Universidad de
Costa Rica, 1989), pp. 415-460. Quesada, obsesionado por enfatizar las li-
mitaciones de la reforma educativa de los liberales, subvalora su impacto.
4. Gudmundson, Lowell, "Campesino, granjero, proletario. Formación de
clase en una economía cafetalera de pequeños propietarios 1850-1950".
Revista de Historia. San José, Nos. 21-22 (enero-diciembre de 1990), p.
182. Los datos de Gudmundson se basan en una muestra del censo de
1927. Infra, nota 7; capítulo VI, pp. 173-174.
5. "Inventario de las mercaderías del Almacén Escolar, practicado el 31 de
marzo de 1906". Oficial, Memoria de Hacienda y Comercio. 1905 (San
José, Imprenta Nacional, 1906), s. p. El inventario arrojó un total de
61.798 colones. Encontré errores de suma en varias cuentas (los cuales
corregí), y otras no las consideré, ya que no precisan el número de ejem-
plares; por tanto, subvaloré esta cifra y el valor correspondiente.
6. "Nota de las ventas al contado en el 'Almacén Nacional Escolar' en el
año fiscal de 1905 á 1906". Oficial, Memoria de Hacienda y Comercio.

159
1905, s. p. De los 12.009,55 colones, 847,20 colones correspondían a
abonos de varias juntas de educación. El examen estacional devela que el
grueso del movimiento se concentraba entre marzo y mayo, con un 56,4
por ciento de las ventas al contado.
7. Vargas, El liberalismo, p. 107. La expresión procede de las "Declara-
ciones hechas por el clero de Costa Rica", tras el Sínodo Diocesano de
1881. El mismo documento advertía que los padres ponían en peligro su
"...eterna salvación... si entregan sus hijos a maestros y maestras incré-
dulas, que por lo mismo son inmorales."
8. Vega, "De la imprenta", pp. 189-190. Blen, El periodismo, pp. 52, 84,
100 y 197.
9. Wagner y Scherzer, La República, p. 185. Entre las fuentes de la prensa
costarricense de los años 1833-1850, figuraban periódicos de México,
Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Colombia, Ecuador, Pe-
rú, Chile, Estados Unidos, Inglaterra y Jamaica. Vega, "De la impren-
ta", pp. 217-222. La "Librería Moderna" de Antonio Font, en octubre de
1897, era agente de 168 periódicos extranjeros, de muy diversas temáti-
cas y procedencias: Estados Unidos, Europa y Africa. La Nueva Litera-
tura, 15 de octubre de 1897, p. 1.
10. Crónica de Costa Rica, 2 de febrero de 1859, p. 4.
11. Oliva, "La educación", p. 147; ídem, Artesanos y obreros costarricen-
ses 1880-1914 (San José, Editorial Costa Rica, 1985), pp. 98-106 y
168-195.
12. Molina Jiménez, "Al pie de la imprenta", p. 29. Las revistas literarias
de este período son analizadas por Ovares, "Literatura de quiosco".
13. Fumero, "La ciudad en la aldea. Actividades y diversiones urbanas en
San José a mediados del siglo XIX". Molina y Palmer, Héroes al gus-
to, pp. 93-104. Blen ofrece una información detallada sobre el teatro
presentado en San José entre 1850 y 1875. Blen, El periodismo.
14. Supra, capítulo III, p. 88.
15. Fumero, Patricia, "El teatro en San José: 1880-1914. Una aproxima-
ción desde la historia social" (Tesis de Maestría en Historia, Universidad
de Costa Rica, 1994). Quesada, Álvaro, et al., Antología del teatro
costarricense 1890-1950 (San José, Editorial Universidad de Costa Ri-
ca, 1993), pp. 7-29.
16. Vargas, El liberalismo, p. 113. El ataque del clero contra el teatro se ini-
ció en 1852, y estuvo asociado con la venida de compañías extranjeras.
Blen, El periodismo, p. 69.
17. Fumero, "La ciudad en la aldea", p. 97.
18. Oliva, "La educación", pp. 133-134; ídem, Artesanos y obreros, pp.
135-136. El local que se abrió en 1875 fue financiado por José R. Cha-
varría; en ese mismo año, se fundó en San José una "Sociedad de Ense-
ñanza de Adultos", cuyo presidente y director de la escuela fue Adolfo
Romero. La asistencia de artesanos a tal establecimiento, aunque no se
especifica en la fuente, es verosímil. Blen, El periodismo, p. 165.

160
19. Oliva, "La educación", p. 139; ídem y Quesada, Rodrigo, eds., Poesía
de tema popular en el siglo XIX (Heredia, Editorial Fundación UNA,
1993). Es útil la comparación con el caso argentino. Véase: Prieto,
Adolfo, El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna
(Buenos Aires, Sudamericana, 1988). Romero, Buenos Aires en la en-
treguerra; ídem y Gutiérrez H. Leandro, "Sociedades barriales, bibliote-
cas populares y cultura de los sectores populares: Buenos Aires, 1920-
1945". Desarrollo Económico. Buenos Aires, No. 113 (abril-junio de
1989), pp. 33-62. El tipo de obras seculares difundidas entre campesinos
y artesanos costarricenses difiere de la literatura de "lubok", consumida
por los sectores populares rusos de fines del siglo XIX, cuyos ejes te-
máticos eran los cuentos folclóricos, los de caballería, los de mercaderes
y los edificantes. Brooks, Jeffrey, When Russia learned to read. Litera-
cy and popular literature, 1861-1917 (Princeton, Princeton, University
Press, 1985), pp. 59-108.
20. Morales, Gerardo, Cultura oligárquica y nueva intelectualidad en Costa
Rica: 1880-1914 (Heredia, Editorial Universidad Nacional, 1993), pp.
131-135. La venta sistemática de libros anarquistas y socialistas quizá
se inició antes de 1887, que fue cuando Lines empezó a editar El
Anunciador Costarricense. La librería de "El Álbum", ya en 1858, ofre-
cía Análisis del socialismo, título similar al de la obra de J. Ballezini,
que la "Librería Española" tenía a la venta en noviembre de 1902. Su-
pra, capítulo IV, p. 107. Morales, Cultura oligárquica, p. 133. Oliva,
Mario, "La novela y los trabajadores". Aportes. San José, No. 25 (ju-
lio-agosto de 1985), p. 25. La "Librería Moderna" también comercializó
obras radicales, según el catálogo que publicó a partir de noviembre de
1896 en su periódico La Nueva Literatura. La "Librería de J. Montero",
todavía en junio de 1885, no promocionaba textos de izquierda. Diario
de Costa Rica, 10 de junio de 1885, p. 4; 21 de junio de 1885, p. 2.
21. Mentor Costarricense, 8 de junio de 1844, p. 180. El periódico El
Amigo del Pueblo, fundado en junio de 1851, impreso en el taller esta-
tal y al parecer de efímera existencia, tenía por objetivo "...educar al
pueblo con artículos sencillos... sobre métodos para mejorar la agricul-
tura y la ganadería y consejos higiénicos para conservar la salud. Para
las personas pudientes valía la suscripción tres pesos al año, y se hizo
un llamamiento patriótico a los hacendados para que suscribieran cierto
número de ejemplares con el objeto de repartirlos entre los trabajadores
de sus haciendas." Blen, El periodismo, p. 70.
22. Dobles Segreda, Índice, t. I, p. 9. Lo expuesto se beneficia de discusio-
nes con Carlos Naranjo.
23. Dobles Segreda, Índice, t. I, pp. 11-12. Niederlein, de origen alemán,
era en 1897 Jefe del Departamento Científico de The Philadelphia Mu-
seum. González Flores, Historia de la influencia, p. 207. La exitosa di-
fusión de la ideología liberal entre los artesanos se delata en sus esfuer-
zos por contribuir a la secularización de los campesinos. Víctor Gólcher,

161
diputado por la "Liga de Obreros" fundada en 1901, propuso en junio de
1902 que se abriera un concurso público, con el objetivo de elaborar una
cartilla científica para "...combatir la rutina... [y dar] a los agricultores
reglas e indicaciones comprensibles y consejos prácticos, comproba-
dos..." Gólcher, Erika, "Don Víctor J. Gólcher y el movimiento artesa-
nal en Costa Rica (1890-1903)". Revista Estudios. San José, No. 10
(1992), p. 48. La "Liga de Obreros" era dirigida por los artesanos due-
ños de talleres; entre sus líderes, figuraba el tipógrafo Gerardo Matamo-
ros, propietario de la "Imprenta Nueva". Oliva, Artesanos y obreros, pp.
94-97 y 123. El vínculo entre el nacionalismo de los liberales y los ar-
tesanos y obreros del istmo, se explora en: Acuña, Víctor Hugo, "Na-
ción y clase obrera en Centroamérica en la época liberal (1870-1930)".
Avances de Investigación del Centro de Investigaciones Históricas. San
José, No. 66 (1993), pp. 1-22; ídem, ed., Historia General de Centroa-
mérica, t. IV. Las repúblicas agroexportadoras (Madrid, Ediciones Sirue-
la, 1993), pp. 255-323.
24. Dobles Segreda, Índice, t. I, pp. 30-60.
25. Palmer, Steven, "Hacia la 'auto-inmigración': el nacionalismo oficial en
Costa Rica, 1870-1930" (Montreal, inédito, 1993); ídem, "Pill, po-
tions, papers and policing" (Newfoundland, inédito, 1993).
26. Dobles Segreda, Índice, t. IX, pp. 78-79.
27. Dobles Segreda, Índice, t. IX, p. 85.
28. Palmer, "Sociedad anónima", pp. 169-205.
29. Dobles Segreda, Índice, ts. II y V.
30. Oficial, Memoria de Hacienda y Comercio. 1909 (San José, Imprenta
Nacional, 1910), pp. 182 y 209-210. El tiraje de la Cartilla superaba
ampliamente a las ediciones de 300 ejemplares de las novelas de García
Monge. Ferrero, Luis, Sociedad y arte en la Costa Rica del siglo 19
(San José, EUNED, 1986), p. 159.
31. Museo Nacional de Costa Rica, Más de cien años de historia (Madrid,
Incafo, 1987), pp. 15-31.
32. Dobles Segreda, Índice, t. II, p. 420. Rudín Juan, ¿El peligro del co-
meta Halley? (San José, Imprenta El Comercio, 1910). Véase: Molina
Jiménez, Iván, "El paso del cometa Halley por la cultura costarricense
de 1910". Ídem y Palmer, Steven, eds., El paso del cometa (San José,
Plumsock Mesoamerican Studies y Editorial Porvenir, 1992).
33. Vega, "De la imprenta", pp. 147-148 y 153.
34. La casa "Appleton" de Nueva York parece que alcanzó una amplia distri-
bución desde la década de 1880. González Flores, Historia de la influen-
cia, pp. 153-154. Felipe Molina, entre 1852 y 1853, empezó a enviar al
país libros pedagógicos en español, publicados por esa editorial neoyor-
quina. Blen, El periodismo, p. 75.
35. Blen, El periodismo, p. 196. La edición de impresos exclusivamente
publicitarios data, por lo bajo, de 1857, cuando circuló el Boletín de
Avisos, que contenía anuncios comerciales y de particulares. La Hoja

162
de Avisos, que se empezó a imprimir en 1865, era similar. Blen, El pe-
riodismo, pp. 119 y 177.
36. Oliva, "La novela", p. 25. El primer tiraje de 4.000 ejemplares data de
enero de 1899. El Anunciador Costarricense, 1 de enero de 1899, p. 1.
37. La Nueva Literatura, 21 de febrero de 1895, p. 1. El segundo número
del periódico se imprimió en agosto de 1896; posteriormente, su perio-
dicidad aumentó, y circuló cada mes.
38. Esto era así ya que, por cada 50 centavos adicionales, el cliente tenía de-
recho a enviar una solución más.
39. La Nueva Literatura, 1 de octubre de 1898, p. 1; 1 de diciembre de
1898, p. 1. El número de participantes, dada las características del con-
curso, era siempre inferior al total de soluciones.
40. La Nueva Literatura, 1 de noviembre de 1896, p. 3.
41. Palmer, Steven, "El consumo de heroína entre los artesanos de San José
y el pánico moral de 1929". Revista de Historia. San José, No. 25 (ene-
ro-junio de 1992), p. 59. El funcionario creía conveniente expulsar tam-
bién a Andrés Borrasé, compatriota de Falcó.
42. El Cometa, 29 de abril de 1911, p. 10. El anuncio de "Falcó y Zeledón"
le confería un elevado criterio de autoridad a los educadores: "¿No ha oí-
do usted hablar al maestro de su pueblo de la BIBLIOTECA DOME-
NECH?" Todos los subrayados son del original. Falcó y Zeledón decla-
raban que eran los representantes de Domenech para Centroamérica.
43. El Cometa, 29 de abril de 1911, p. 10. Acerca de la minería, véase: Ara-
ya Pochet, Carlos, "El segundo ciclo minero en Costa Rica (1890-
1930)". Avances de Investigación. Proyecto de historia social y econó-
mica de Costa Rica 1821-1945. San José, No. 3 (1976).
44. Molina, Iván y Moya, Arnaldo, "Leyendo 'Lecturas'. Documentos para
la historia del libro en Costa Rica a comienzos del siglo XX". Revista
de Historia. San José, No. 26 (julio-diciembre de 1992), pp. 241-262.
45. La época de los Tinoco se analiza lúcidamente en: Murillo, Hugo, Ti-
noco y los Estados Unidos (San José, EUNED, 1981). El acceso a las
obras profanas y radicales fue facilitada por su bajo precio. El valor de
los tomos de la "Biblioteca Sociológica Internacional", de Falcó y Bo-
rrasé, era de un colón en 1919. Hoja Obrera, en febrero de 1909, afirma-
ba que el salario promedio diario de un artesano era de tres colones, y el
de un peón, de un colón al día. La proporción del costo de un libro en el
sueldo de los trabajadores era, a inicios del siglo XX, muy inferior a la
que prevalecía en la década de 1840. El Orden Social, en septiembre de
1901, se quejaba de que las librerías "...se han encargado de inundarnos
con obras, novelas, escritos anarquistas o con sabor a esta conserva...
son obritas que abundan y cuestan poquita plata para que estén al alcan-
ce de todos..." Oliva, Artesanos y obreros, p. 61; ídem, "La novela y su
influencia en el movimiento popular costarricense". Aportes. San José,
Nos. 26-27 (septiembre-diciembre de 1985), p. 34. Supra, capítulo II,
p. 65 y nota. 40.

163
46. Dirección General de Estadística y Censos, Censo general de la Repú-
blica de Costa Rica (27 de noviembre de 1864) (San José, Imprenta Na-
cional, 1968), p. 94. Oficial, "Año 1915. Censo comercial de la Repú-
blica de Costa Rica". Anuario Estadístico de Costa Rica. 1915 (San Jo-
sé, Imprenta Nacional, 1917), p. 234. El censo de 1915 devela tanto un
alza como una especialización cada vez mayor en el tráfico librero. La
Guía-Directorio de 1905 registra 7 librerías en el casco josefino. Peralta,
Guía-Directorio, p. 88.
47. Oficial, Anuario Estadístico de Costa Rica. 1908 (San José, Imprenta
Nacional, 1909), p. 323; ídem, Anuario Estadístico de Costa Rica.
1912 (San José, Imprenta Nacional, 1913), p. 47.
48. Oficial, Memoria de Hacienda y Comercio. 1902 (San José, Tipografía
Nacional, 1903), p. 34; ídem, Memoria de Hacienda y Comercio. 1914
(San José, Tipografía Nacional, 1915), p. 235. El desglose del gasto
(salarios, compra de textos y otros) no aparece. Para 1908 y entre los
gastos de la Cartera de Instrucción, figura una cuenta de libros por
26.364 colones. Oficial, Memoria de Hacienda y Comercio. 1908 (San
José, Imprenta Nacional, 1909), p. 19.
49. Dirección General de Estadística y Censos, Censo general, pp. 92-93;
ídem, Censo de población 1892 (San José, Imprenta Nacional, 1974),
pp. xcvii y c. Se trata de trabajadores, no de dueños de talleres. Para una
crítica de estos y otros censos, véase: Robles, Arodys, "Patrones de po-
blación de Costa Rica, 1860-1930". Avances de Investigación del Cen-
tro de Investigaciones Históricas. San José, No. 14 (1986), pp. 2-7.
Samper, Mario, "Evolución de la estructura socio-ocupacional costarri-
cense, 1864-1935" (Tesis de Licenciatura en Historia, Universidad de
Costa Rica, 1979), pp. 32-53. La ocupación tipográfica fue porcentual-
mente de más peso en la capital costarricense que en la de Chile. El cas-
co urbano de San José, con 8.863 habitantes en 1864, tenía 21 impreso-
res y 3 encuadernadores; el de Santiago, con 88.000 personas en 1854,
contaba con 83 tipógrafos y 13 encuadernadores. Gazmuri, Cristian,
"Los artesanos de Santiago en 1850, y el despertar político del sector
popular chileno". Revista de Indias. No. 192 (1991), pp. 397-416.
50. Dobles Segreda, Índice, ts. X-XII. Vargas Villalta contabilizó la apertura
de 4 talleres entre 1856-1865 y de 10 entre 1891-1893, pero su exactitud
es discutible. Vargas Villalta, "Impresión y comercio del libro", pp. 7-8.
51. Dobles Segreda, Índice, ts. I-XI. Consideré únicamente libros y folletos
(incluidos números monográficos de revistas) publicados en Costa Rica.
La ambiciosa colección de Dobles Segreda es una fuente útil, pero poco
conocida y usada por los investigadores. La clasificación empleada por
el autor, quien cita un mismo título en distintos tomos, exige cuidado
para no contabilizarlo dos veces. El problema principal del Índice es el
subregistro, mayor para el lapso 1830-1870 y para la producción de las
tipografías privadas, cuyos almanaques, novenas, breviarios, catecismos

164
y otros impresos por el estilo, casi no asienta. La magnitud del sesgo es
muy significativa para 1830-1849: Dobles Segreda describe 37 obras
editadas en esos años, Lines 93 y Meléndez 108. Lines, Libros y fo-
lletos; Meléndez, "Los veinte primeros años", pp. 62-69. La confec-
ción –imposible– de un catálogo completo no invertiría la tendencia ex-
puesta, aunque disminuiría el porcentaje de textos con el sello de la Im-
prenta Nacional. El estudio a fondo de tal institución es una tarea urgen-
te que contribuiría a actualizar el Índice.
52. La curva de producción de los talleres privados (6 títulos) supera a la de
la Imprenta Nacional en 1881 (3 obras), un alza explicable por el subre-
gistro, dado el comportamiento de ambas series en los años precedentes
y posteriores.
53. Molina Jiménez, "Al pie de la imprenta", pp. 6-14. Empresa Alsina,
Monografía (San José, Imprenta Alsina, 1912).
54. Vega, "De la imprenta", pp. 104-117. La especializada organización del
trabajo se advierte ya en las imprentas de Nueva España en el siglo
XVI. Grañén Porrúa, María Isabel, "El ámbito socio-laboral de las im-
prentas novohispanas. Siglo XVI". Anuario de Estudios Americanos.
No. 48 (1991), pp. 49-94.
55. Oficial, Memoria de Hacienda y Comercio. 1906 (San José, Tipografía
Nacional, 1907), p. 284.
56. Meléndez, "Los veinte primeros años", pp. 56-57. Vega, "De la impren-
ta", pp. 106-110. La imprenta estatal contó con un máximo de 11 em-
pleados entre 1840 y 1848, incluidos aprendices, ayudantes y supernu-
merarios. El ingreso de tales trabajadores fue bastante elevado casi desde
un inicio: en 1846, tras del primer movimiento pro mejora salarial que
se dio en el país, el oficial con el estipendio más bajo (12 pesos al mes)
ganaba casi el doble que un peón agrícola. Véase: Cardoso, "La forma-
ción", p. 21. Supra, capítulo II, nota 40. Para 1904, el presupuesto de
la Imprenta Nacional fue de 70.831 colones. El 70,4 por ciento de tal
suma correspondía al pago de sueldos. Oficial, Memoria de Hacienda y
Comercio. 1904 (San José, Tipografía Nacional, 1905), anexo 7.
57. Oficial, Memoria de Hacienda y Comercio. 1903 (San José, Imprenta
Nacional, 1904), pp. 205-210.
58. Oficial, "Año 1908. Censo industrial de la ciudad de San José". Anua-
rio Estadístico de Costa Rica. 1908, pp. 354-360. La obra de Peralta
destaca el subregistro de los datos censales: en 1905, enlistó 14 tipogra-
fías en el centro de San José. Peralta, Guía-Directorio, p. 84.
59. Molina Jiménez, "Al pie de la imprenta", p. 5.
60. Brantlinger, Patrick, "Mass media and culture in fin-de-siècle Europe".
Teich, Mikulás y Porter, Roy, eds., Fin de siècle and its legacy (Cam-
bridge, Cambridge University Press, 1990), pp. 98-114. Baldasty, Ge-
rald, The commercialization of news in the Nineteenth Century (Madi-
son, University of Wisconsin Press, 1992). El vínculo entre texto e
imágenes se discute en: Allen, In the public eye, pp. 175-176. Ferrero

165
tiene datos y comentarios muy interesantes con respecto a los ilustrado-
res de fines del siglo XIX. Ferrero, Sociedad y arte, pp. 155-160.
61. Dirección General de Estadística y Censos, Censo de población 1892, p.
cxci. Oficial, Anuario Estadístico de Costa Rica. 1912, p. 41. El vo-
lumen de equipo tipográfico importado en 1912 ascendió a 55.309 kilo-
gramos. La moneda costarricense cambió de peso a colón en 1900. Véa-
se: Soley Güell, Tomás, Historia económica y hacendaria de Costa Ri-
ca, t. II (San José, Editorial Universitaria, 1949), pp. 31-41.
62. El café enfrentó el cierre de mercados de consumo en Europa y la activi-
dad tipográfica cambios en sus proveedores de materias primas y equipo:
para 1912, el 53,9 por ciento del valor de la importación de imprentas,
accesorios y tinta correspondía a facturas europeas; para 1915, tal cifra
bajó a un 21 por ciento. El resto de la cuenta era con empresas de Esta-
dos Unidos, país que desde antes de la guerra era el principal abastecedor
de papel. Oficial, Anuario Estadístico. 1912, pp. 41, 60, 61 y 79; ídem,
Anuario Estadístico. 1915, pp. 163, 177 y 189. Véase también: Ro-
mán, Ana Cecilia, "El comercio exterior de Costa Rica (1883-1930)"
(Tesis de Licenciatura en Historia, Universidad de Costa Rica, 1978),
pp. 305-325.
63. Dobles Segreda, Índice, ts. VIII, pp. 301-342 y IX, pp. 403-423.
64. Molina y Acuña, Historia económica, pp. 21-47.
65. Quesada, La formación; ídem, "Transformaciones ideológicas del perío-
do 1900-1920". Revista de Historia. No. 17 (enero-junio de 1988), pp.
99-130. Pérez, Rafael, "Debajo del cuento. El cuento en Costa Rica. La
historia y el texto" (s. l., mimeografiado, 1992), pp. 2-79. Pérez analiza
La propia a la luz de la versión socialdemócrata de la historia de Costa
Rica. Acuña y Molina, Historia económica, pp. 21-47. Agradezco al au-
tor la gentileza de facilitarme una copia de sus investigaciones.
66. Salazar, Orlando, El apogeo de la república liberal en Costa Rica (1870-
1914) (San José, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1990). Le-
houcq, Fabrice, "The origins of democracy in Costa Rica in comparati-
ve perspective" (Ph.D Thesis, Duke University, 1992), pp. 56-117.
67. El Eco Católico de Costa Rica, 9 de enero de 1901, p. 404. El artículo,
titulado "Necesidad de leer libros católicos", fue escrito por Luis Barran-
tes Molina.
68. Munro, Dana Gardner, "A student in Central America, 1914-1916".
Middle American Research Institute. Tulane, No. 51 (1983), p. 5. La
traducción es mía. Munro era estudiante de Pennsylvania University. La
poca valoración de lo criollo era muy notoria en el campo de la plástica.
Véase: Ferrero, Sociedad y arte, pp. 83-173.
69. Munro, "A student", p. 5. La traducción es mía. El promedio de asisten-
cia diario pasó de 200 a 500 personas (estudiantes en su mayoría) entre
1910 y 1914. Gólcher, Erika, "El mundo de las imágenes: percepción
del sector gobernante de Estados Unidos y Europa Occidental" (Tesis de
Maestría en Historia, Universidad de Costa Rica, 1988), pp. 134-137.

166
Capítulo VI

MAS ALLA DE LOS LIBROS

Wilhem Marr, viajero alemán que visitó


Costa Rica en 1852, describió vívida e irónicamente
las principales casas de un San José que empezaba a
"modernizar" su perfil aldeano:

"se ven ventanas de vidriera, habitaciones enta-


rimadas y paredes empapeladas de diversos co-
lores... Sin ofrecer un confort en el sentido que
nosotros le damos a esta palabra, la tendencia a
imitar lo europeo se hace sentir más sin em-
bargo. Ya es un magnífico piano que forma ex-
traño contraste con las dos docenas de modes-
tas sillas de rejilla arrimadas a la pared, faltan-
do el resto de los muebles; ya son dos elegantes
sofás colocados muy cerca el uno del otro, que
hacen más notorio lo que falta... se ven precio-
sos espejos colgando de una pared blanca, en
medio de bancos de madera toscamente talla-
dos y de sillas ordinarias de mimbre... no se
tendría empacho en poner sobre un piso de la-
167
drillo, cerca de un diván con almohadones de
terciopelo, una silla... de madera sobre la cual
el dueño de la casa coloca su silla de montar..."1

*
El contraste entre lo antiguo y lo nuevo, descri-
to por el visitante, evidencia una temprana diversifi-
cación en los patrones de consumo, especialmente en
los urbanos. El cambio se vislumbraba en la coexis-
tencia de viejas bancas criollas con sofás alemanes, de
pianos con vihuelas, de lámparas y relojes con imá-
genes sagradas, del aguardiente del país con champa-
ña, oporto y jerez, de almendras, pasas y nueces con
las frutas ordinarias, del tasajo y el queso locales con
el jamón de Westfalia y los quesos de Holanda, de las
zarazas y el dril con las sedas y los casimires, del cal-
zado francés de charol con las botas de cuero de be-
cerro, de los sombreros de copa con los de palma.2
La arquitectura doméstica tampoco era ya la de
antaño: varió con la construcción de casas de dos
plantas, de piso entablillado, paredes empapeladas y
ventanas de cristal. El casco josefino, líder de tal des-
pliegue urbano, dispuso después de 1850 de un con-
junto de edificios sin precedente: entre otros, el Pala-
cio Nacional, el Teatro Mora, la Universidad de San-
to Tomás, la Fábrica Nacional de Licores y el Hospi-
tal San Juan de Dios. El empedrado de las calles, ini-
ciado en 1837, se aunó con el alumbrado de canfín en
1851, y con la instalación de una cañería de hierro en
1867.3
El avance en las obras de infraestructura sirvió
de base para el crecimiento de diversas actividades y
servicios urbanos: San José especialmente fue espacio
168
óptimo para la apertura de clubes, fondas, hoteles,
restaurantes y posadas; la venta –en botellas– de agua
potable de la Fábrica Nacional de Licores; el alquiler
de caballos, yeguas y mulas; el funcionamiento de ca-
ballerizas y de una línea de diligencias entre la capi-
tal y Cartago; la instalación de tiendas, almacenes,
boticas, talleres, bufetes y consultorios; y la enseñan-
za privada de variadas destrezas, de la teneduría de
libros al dibujo topográfico.4
El casco josefino, que disponía de 80 cuadras
centrales delineadas ya en 1850,5 se convirtió sin tar-
danza en el eje del entretenimiento (billares, galleras)
y de la vida nocturna. El Teatro Mora, cuyas funcio-
nes empezaban a partir de las 8 de la noche, se inau-
guró con una comedia de Bretón de los Herreros,
ejecutada por una "Sociedad dramática de aficiona-
dos"; un año después, en diciembre de 1851, debutó
la compañía del español Mateo Fournier, primer
elenco profesional que vino al país. El grupo inter-
pretó, entre otras piezas, Otelo de Shakespeare y
Lucrecia Borgia y Pablo el Marino de Dumas.6
La capitalización del agro, encabezada por el
cultivo del café, supuso decisivas variaciones econó-
micas y sociales: privatización de la tierra, expansión
del crédito, auge del comercio exterior y alza en la
compra y venta de fuerza de trabajo. La construcción
de una economía nacional y del Estado fue el trasfon-
do de un amplio cambio cultural, que empezó a tras-
tocar los antiguos patrones de vivienda, consumo, di-
versión y vida cotidiana. ¿Y los libros? La oferta de
obras, en tal contexto, se transformó velozmente:
transitó de la escasez a la abundancia y de lo devoto a
lo profano.
169
El proceso de cambio comportó –a su vez– una
creciente diferenciación cultural, notoria en el caso
de los libros: artesanos y campesinos seguían fieles a
un cuerpo de impresos tradicionales; pero en las ca-
sas de los vecinos acaudalados, se disponía de las
obras de Robertson y Smith, Byron y Sue. El con-
traste, cierto especialmente para San José, era social
y geográfico: tras 1830, se profundizó la división
ciudad-campo. El espacio urbano, asiento del comer-
cio y la artesanía, empezó a construir una cultura
propia; con el brillo de sus diversiones, servicios y
actividades, pronto opacó al entorno agrario circun-
dante.
¿Identidades urbanas? Sí, y de clase: en los cen-
tros de San José, Alajuela, Cartago y Heredia, una
burguesía agrícola y comercial, que prosperó con el
café, descubría que la distinción y el buen gusto se
vinculaban con lo de fuera: degustar un queso de Ho-
landa, beber una copa de jerez, descansar en un sofá
alemán, usar sal inglesa, tocar el piano, oír el caden-
cioso tic-tac de un reloj francés, leer a Walter Scott,
vestir un traje de seda, defecar en un excusado. La
europeización, sin embargo, significó aún más: adop-
tar el ideario de la Ilustración, la economía política y
el liberalismo, y practicar la masonería.7
El universo de campesinos y artesanos, prosai-
co, de duro trabajo diario y de profunda raíz españo-
la y católica, era lo opuesto del mundo burgués que,
con sus gustos y modas, se definía respetable y refi-
nado. La diferenciación social, en países vecinos, se
basó en criterios estamentales y étnicos, afirmados
coercitivamente e impugnados con violencia por di-
versos sectores populares; tal fue el caso de Guate-
170
mala.8 La experiencia en el Valle Central fue distinta:
la burguesía se distinguió del grueso de los producto-
res, libres y –usualmente– propietarios, a partir de la
cultura: viviendas, educación, enseres, comporta-
mientos, libros, ideologías, vestuario.
La inmigración de comerciantes, artesanos,
profesionales e intelectuales, oriundos de países veci-
nos, de Europa y de Estados Unidos, facilitó una
temprana europeización de la burguesía criolla. Este
aporte, vital para actualizar las técnicas empresaria-
les y la tecnología, se extendió con fuerza en la
esfera de la cultura. El impacto de los inmigrantes,
en sí un grupo poco numeroso, fue de tipo cualitati-
vo, más que cuantitativo; desequilibrio favorecido
porque el medio que los acogió era en extremo pe-
queño y provinciano. El éxito económico que alcan-
zaron, se patentiza en las estadísticas: a fines del siglo
XIX, cerca del 20 por ciento de los beneficiadores y
exportadores de café (la clase más poderosa de Costa
Rica) era de origen extranjero.9
La influencia cultural del inmigrante cristalizó
en diversos campos: impartió clases privadas y públi-
cas, actuó en el Teatro Mora, administró y fue pro-
pietario de imprentas, desempeñó cargos estatales,
ejerció variadas ocupaciones (oficios artesanales, pe-
riodismo, abogacía, agrimensura, medicina, fotogra-
fía), amplió el mercado matrimonial de la burguesía
criolla, y en la diversificación del consumo, su lide-
razgo fue decisivo; adalid de lo europeo, difundió
otras conductas, modas, gustos e ideologías, a veces
por vía póstuma, como lo hizo Hoffmann, al donar su
biblioteca al claustro tomasino en 1859.10
El cambio cultural, evidente a partir de 1850,
171
se caracterizó por un espacio, cada vez más amplio,
para las actividades intelectuales, y por una seculari-
zación social creciente, ostensible en el caso de los li-
bros. La cultura profana, que se edificó con el decisi-
vo aporte de los extranjeros, fue esencial para el des-
pliegue ulterior de cuadros profesionales. Esta inte-
lligentsia, una minoría con el suficiente poder políti-
co,11 emprendió, 25 años después de que "El Álbum"
editara el catálogo de su librería, una serie de refor-
mas liberales12 y la construcción oficial de la nacio-
nalidad costarricense.13
El fin de siglo supuso la culminación del proce-
so de secularización social, cuyo eje –desde 1850– fue
el espacio urbano, asiento de la burguesía agrícola y
comercial. La transformación que el país vivió entre
1880 y 1890 se expresó vívidamente en el conflicto
entre la Iglesia católica y los liberales; sin embargo,
el verdadero trasfondo de tal disputa fue más amplio:
el desvelo de los científicos, intelectuales, profesiona-
les y políticos, al servicio del Estado, por controlar y
"civilizar" la cultura popular. El fin era convertir a
campesinos y artesanos en una ciudadanía fiel y pa-
triota.14
La intelligentsia liberal tuvo en las obras impre-
sas un aliado clave: gracias al apoyo de la tipografía
estatal, derramó por campos y urbes miles de carti-
llas científicas, históricas, agrícolas, geográficas y de
higiene. La vasta difusión de textos profanos, a la
que coadyuvaron los impresores y libreros privados,
era el complemento básico del énfasis dado a la ins-
trucción: entre 1880 y 1914, el país aprendió a leer,
en particular el Valle Central. El alza en la alfabeti-
zación fue admirada por Edgar Ewing Brandon; a
172
comienzos del siglo XX, aseveraba con entusiasmo
que Costa Rica

"...se ha aplicado enérgica y sistemáticamente a


[resolver] los problemas de la educación popu-
lar, comprendiendo que la más rica posesión
de un Estado es una ciudadanía inteligente. El
resultado ha sido la formación de un espíritu
de nacionalidad y de amor al país que es admi-
rable... Casi cada pueblo tiene su escuela y el
Gobierno ejerce gran cuidado en la prepara-
ción y selección de los maestros... A fin de ase-
gurar buenos maestros para las regiones dis-
tantes del Estado... y con el propósito de prove-
er educación para los hijos e hijas talentosos de
padres pobres, el Gobierno ofrece un cierto
número de becas, 36 para las muchachas y 56
para los muchachos..."15

El lúcido extracto de Brandon destaca la exitosa


difusión de la cultura oficial, en especial del naciona-
lismo, cumplida por el aparato educativo, cuya ex-
tensa cobertura geográfica era evidente en 1915: en
ese año, el país de dividía en 53 cantones16 y contaba
con 471 escuelas,17 un promedio de casi 9 locales es-
colares por unidad administrativa. El Cuadro 21, ba-
sado en el censo de 1904, sopesa el impacto de la al-
fabetización en un barrio josefino, típicamente urba-
no y compuesto –en esencia– por trabajadores: entre
7 y 8 de cada 10 vecinos, mayores de 6 años, sabían
leer y escribir.18
El proyecto cultural de los liberales incorporó
expedientes para garantizar que la "civilización" de
173
Cuadro 21

174
Alfabetismo en el barrio de La Soledad. San José (1904)

Sexo Personas a Porcentaje Ocupación Porcentaje Ocupación Porcentaje


Lee Escribe Varones b Lee Escribe Mujeres c Lee Escribe

Masculino 95 83,2 81,1 Agricultor 100,0 100,0 Artesana 100,0 100,0


Femenino 130 75,4 67,7 Artesano 81,1 78,4 Cocinera 50,0 50,0
Jornalero 66,7 66,7 Costurera 100,0 100,0
Profesional 100,0 100,0 Oficios domésticos 74,4 65,4
Dependiente 100,0 100,0 Lavandera 25,0 25,0
Otro 80,0 80,0 Maestra 100,0 100,0
Otro 0,0 0,0

Total 225 78,7 73,3 Total 84,3 82,9 Total 72,9 65,6

a. No incluye a los extranjeros ni a los niños menores de seis años.


b. El cálculo se basa en 70 varones que declararon ocupación.
c. El cálculo se basa en 96 mujeres que declararon ocupación.
Fuente: Acuña, Víctor Hugo y Molina, Iván, "Base de datos del censo municipal de San José. 1904" (San José, Centro de
Investigaciones Históricas, 1994).
CUAD
lo popular no tuviera efectos imprevistos. La des-
cripción de Brandon identifica uno: la cooptación de
los vástagos talentosos, de extracción artesana y cam-
pesina, a los cuales se les ofrecía una opción de as-
censo social vinculada con el servicio al Estado. El
control se advierte de nuevo en la difusión de las
obras profanas: distintos intelectuales donaron libros
a la biblioteca obrera, abierta en San José en 1889;19
pero vigilaron que esos textos carecieran de toda
orientación socialista y anarquista.
La secularización, que se profundizó a partir de
1884, fue condición para el nacionalismo oficial y
producto de este, cuyo evento fundador fue la guerra
contra Walker (1856-1857). La Iglesia, liderada por
el Obispo Thiel, adversó con vigor una legislación
que, al precisar su esfera de influencia, la limitaba;
en efecto, tal fue el fruto de la laicización de cemen-
terios, escuelas, matrimonios y sucesiones, y de la su-
presión de días de fiesta piadosos.20 La orientación
profana de la cultura popular fue vista con pesar y
disgusto por el periódico La Unión Católica; en ma-
yo de 1894, admitía:

"...lo que antes fue situación de clases altas,


hoy se presenta en la generalidad de la socie-
dad."21

La batalla que la Iglesia libró contra la seculari-


zación se extendió a la arena electoral: en 1889, la
clerecía apoyó la candidatura conservadora de José
Joaquín Rodríguez,22 y en 1891, fundó el "Partido
Unión Católica", cuya victoria –un bienio después–
fue burlada por el Gobierno. La administración de
175
Rafael Yglesias, en julio de 1895, prohibió la partici-
pación política del clero; pero la campaña de 1893,
dejó un saldo organizativo beneficioso: en febrero de
ese año, la agrupación disponía en todo el país de 47
unidades de base, denominadas "círculos católicos",
de particular arraigo entre el campesinado.23
El bloqueo del expediente electoral, con la in-
terdicción de 1895, desvió el esfuerzo eclesiástico
por otras vías: a partir de 1900, en obvia capitaliza-
ción de la experiencia previa, la Iglesia comenzó a
organizar a artesanos y obreros en "círculos católi-
cos", cuyo fin era conservar las ideas cristianas y
fortalecer la práctica de la fe.24 Este tipo de proseli-
tismo fue apoyado decididamente por la casa Leh-
mann, editora oficial del clero,25 vendedora de alma-
naques piadosos (uno se titulaba "Los Amigos del
Papa") y de imágenes de santos, y distribuidora de
obras y folletos devotos, varios en circulación desde
la época colonial: Arco iris de paz, Combate espiri-
tual, Año cristiano, El alma al pie del Calvario, Co-
loquios con Jesucristo y Gritos del Purgatorio.26
El desafío del siglo XX, sin embargo, difería
del que cristalizó en 1884. La amenaza liberal fue
desplazada por una eventual radicalización popular,
especialmente de los trabajadores urbanos. El peligro
fue avizorado por el Obispo Thiel en su célebre carta
pastoral "Sobre el justo salario", que data de 1893.27
El avance rojo, diez años después, ya no se veía tan
lejano: en julio de 1903, durante una huelga de pana-
deros que suscitó una severa acción policial, El No-
ticiero, un periódico conservador, tituló uno de sus
editoriales "Hacia el anarquismo",28 y afirmó que el
movimiento por el que
176
"...aún estamos atravesando nos lleva al con-
vencimiento de lo peligroso que sería la acli-
matación de esta planta exótica en esta tierra."29

El periódico El Derecho, de orientación radical,


se quejó del trato dado a los panaderos. El 20 de ju-
lio de 1903, protestaba: "cómo se les ocurre [a las au-
toridades] perseguir a honrados trabajadores. ¿A
quién le han encontrado un cartucho de dinamita o
un libro de Proudhon o de Kropotkin, materias aún
más explosivas?"30 El trasfondo de tal comentario
era exacto: entre los artesanos y obreros josefinos del
temprano siglo XX, la difusión del anarquismo y el
socialismo era bastante tímida y limitada. Esto empe-
zó a variar únicamente a partir de 1910.31
El calificativo de "anarquista" se aplicó fácil-
mente a los panaderos a raíz de una específica coyun-
tura ideológica: en el ocaso del Gobierno autoritario
de Rafel Yglesias, un variado conjunto de intelectua-
les empezó a radicalizarse, proceso lo bastante visible
para escandalizar a católicos y liberales.32 La cues-
tión social del país preocupaba a esos jóvenes, pero a
la vez eran atraídos por la teosofía y las doctrinas
esotéricas, la visión nihilista de Tolstoi, el anarquis-
mo, el socialismo y el arielismo, y el amor libre a lo
Reclus.33 El liderazgo disidente fue compartido por
el poeta José María Zeledón, el educador Omar Den-
go y el novelista Joaquín García Monge.
La radicalización, que avanzó primero en la es-
fera intelectual que entre los trabajadores, fue apoya-
da por un explosivo contexto externo: entre 1895 y
1914, estalló la guerra entre España y Estados Uni-
dos, cayó José Martí y se le impuso a Cuba la En-
177
mienda Platt; en 1905, fracasó una revolución en Ru-
sia, y en 1910, se inició otra en México; y en 1912,
Nicaragua fue ocupada por los marines. El tema del
imperialismo, simbolizado por los enclaves banane-
ros, dispuso sin demora de su credencial literaria: en
1899, Máximo Soto Hall, oriundo de Guatemala y
vecino de San José, publicó la novela El problema.34
La disidencia intelectual tuvo tres fuentes bási-
cas: una creciente circulación de libros, periódicos y
revistas radicales; el influjo del Modernismo, espar-
cido por Rubén Darío;35 y la venida –a veces forzada
por el exilio– de un diverso grupo de profesores, li-
teratos, empresarios, políticos y científicos. El peso
crucial de los extranjeros se evidenció sin tardanza:
en un contexto de alza editorial y expansión educati-
va, poseían las principales imprentas y librerías, es-
cribieron obras y folletos, dictaron clases y confe-
rencias, dirigieron diarios y boletines, forjaron opi-
niones y, en variados campos, cumplieron la función
de actualizar enfoques, conocimientos y sensibilida-
des.36
La influencia de tales factores fue propiciada
por un terreno ya abonado: a partir de 1880, con el
crecimiento del Estado y el énfasis dado a la instruc-
ción, el país experimentó una ampliación de sus capas
intelectuales. Los jóvenes graduados durante tal
proceso, al que se sumaron a veces vía becas estata-
les,37 encontraron que la sociedad era incapaz de
ofrecerles, velozmente y sin pretextos, un empleo
apropiado, con el cual labrarse una posición. La eco-
nomía agroexportadora, pese a que se diversificó a
fin de siglo, ofrecía escasas opciones de ascenso so-
cial en los campos intelectual, científico y estético.38
178
El desencanto fue agravado por un trasfondo
generacional: impaciente y ansiosa, la juventud radi-
cal de 1900 veía con desilusión el estrecho y subordi-
nado espacio que se le abría en diversas instancias del
Estado, bajo el control estricto de una cúpula de fi-
guras más viejas y conservadoras, como Mauro Fer-
nández, Justo A. Facio, los españoles Valeriano y
Juan Fernández Ferraz y el cubano Antonio Zambra-
na.39 La cultura oficial, con su aparato de deferen-
cias, beneficios e intrigas, era un coto de muy difícil
acceso, y en extremo dependiente del favor de los
políticos de turno.40
La estética que prevalecía en los círculos oficia-
les tampoco era un estímulo para esos jóvenes. El na-
cionalismo que se difundió a partir de 1885 exaltaba,
en la esfera cultural, lo nacional europeizado. El cos-
mopolitismo, asociado con el peso significativo de los
extranjeros en diversas actividades e instituciones del
país, explica que la estatuaria de fin de siglo se con-
tratara con escultores franceses, y que el español To-
más Povedano fuera el director de la Escuela de Be-
llas Artes, erigida en 1897.41 La literatura no se ex-
ceptuó de tal proceso. Ricardo Fernández Guardia,
en junio de 1894, confesaba:

"...se dice el arte griego, el arte romano, la li-


teratura francesa, las letras españolas. ¿Y
cuándo... podría decirse el arte o la literatura
costarricense? Yo, Dios me lo perdone, me
imagino que nunca... nuestro pueblo es sandio,
sin gracia alguna, desprovisto de toda poesía y
originalidad que puedan dar nacimiento siquie-
ra a una pobre sensación artística..."42
179
La intelectualidad radicalizada, falta de la san-
ción oficial, enfrentó varios desafíos: construir una
identidad colectiva propia y viable, legitimar sus op-
ciones estéticas e ideológicas, y diversificar y am-
pliar el mercado cultural, con el fin de garantizar la
circulación y consumo de sus productos. El eje de su
esfuerzo fue la "cuestión social": este tópico les unió,
justificó su disidencia y les sirvió de puente para,
mediante textos, clases y conferencias, esparcir su
credo y cotizarse entre los obreros y artesanos, a los
que iban a redimir y a iluminar. El poema "Los ele-
fantes" de José María Zeledón, escrito en 1909, es de
por sí elocuente: los trabajadores eran

"...tristes elefantes humanos, silenciosos,


pasivos, jadeantes... Atados con los hierros de
muchos fanatismos... La fuerza arrolladora que
está en las multitudes... duerme... calla... dobla
la cabeza servil... [pero] vendrán tiempos de
redención..."43

La crítica, en ocasiones violenta de la sociedad


del café, y la exposición sin adornos de su "cuestión
social", disfrazaban una actitud y un propósito pare-
cidos a los de los liberales. La ardorosa juventud ra-
dical se confirió a sí misma el deber y el derecho de
educar a los artesanos y obreros, a los que invocaba
admonitoria y paternalmente;44 pero la cultura popu-
lar, sobre todo en su vertiente más plebeya,45 era pa-
ra esos redentores extraña, desagradable y temible.
Omar Dengo, en diciembre de 1908, se quejaba:

"...están llamando á las puertas de nuestra in-


180
dignación con su tumulto infame las festivida-
des cívicas, desbordes de impuesto regocijo,
derroches de alegría ilegítima, ostentaciones de
cobarde venalidad... se yerguen en hora maldi-
ta, pretendiendo ahogar con su algarabía los
gritos de un pueblo que pide pan... derrame
ostentoso de confetti lanzado á los ojos de la
muchedumbre, quien sabe si para hacer más
completa su ceguera ó si para encararle su
condición de paria que ríe y llora: ríe embru-
tecida por el alcohol que se le prodiga, y llora
aguijoneada por el hambre que siente... la pól-
vora explota atronadora y el humo coloreado
se eleva en el espacio como incienso que sube
en holocausto al Dios del mal... y el pueblo rey
de cartón..."46

La salvación de los trabajadores exigía primero


"civilizar" su cultura, una tarea que difícilmente iba
a desagradar al Estado liberal, cuya apertura política
y electoral, a partir de 1902, garantizó un espacio
para la disidencia. Los jóvenes radicales tampoco lo-
graron trazar, en sus cuentos y novelas, personajes de
origen popular inquietantes: casi siempre, dibujaron
figuras rurales ingenuas, vencidas por un destino ine-
xorable, tristes víctimas de los poderosos. Los casos
típicos son El Moto e Hijas del campo, de Joaquín
García Monge, y El hijo de un gamonal, de Claudio
González Rucavado.47
El énfasis en los tipos campesinos evidencia un
desfase con la práctica. El proselitismo ideológico y
estético de la juventud radical se concentró en el es-
pacio urbano, en especial el josefino, al que asocia-
181
ron con la corrupción. Los artesanos y obreros, sin
embargo, se asoman poco y fugazmente en sus cuen-
tos y novelas, y cuando aparecen, su perfil es el de los
"elefantes": pasivos, atados, doblada la cabeza. La
letra del Himno Nacional, escrita por José María Ze-
ledón en 1903, evoca el trabajo agrícola, no el arte-
sanal, e identifica a los costarricenses con los "labrie-
gos sencillos".48
El vínculo de los intelectuales radicales fue con
los trabajadores urbanos, no con los campesinos; pe-
ro la "cuestión social" que constituyó el eje de su
quehacer, fue más la del agro que la de la urbe. El
empeño por destacar la inocencia y la victimización
de los personajes populares, facilitó romantizarlos,
sin atender a las formas de organización, resistencia
y lucha que los productores directos del Valle Central
desplegaron desde el siglo XVIII.49 El único que en-
fatizó en la capacidad contestataria de los de abajo
fue, a partir de 1940, el novelista alajuelense Carlos
Luis Fallas, quien fue zapatero y obrero bananero.50
El "Centro de Estudios Sociales Germinal",
fundado en 1912 por José María Zeledón, Omar
Dengo y Joaquín García Monge, fue la expresión ins-
titucional del vínculo entre los artesanos y obreros y
los intelectuales. La cotización creciente de estos últi-
mos entre los trabajadores urbanos (cuyo apoyo era
valorado cada vez más por los partidos políticos), fue
básica para forzar su ingreso en los círculos oficia-
les. El Cuadro 22 precisa varios de los cargos públi-
cos que ocuparon: de directores de la Imprenta Na-
cional y de la Escuela Normal a subsecretarios, jue-
ces y diputados al Congreso.
El caso de Joaquín García Monge y su Reper-
182
Cuadro 22
Cargos públicos ocupados por varios intelectuales costarricenses (1909-1922)

Nombre Nacimiento Lugar Profesión Primer cargo público importante a

González Rucavado Claudio 1878 San José Abogado Diputado (1912)


García Monge Joaquín 1881 Desamparados Profesor Ministro (1919)
Brenes Mesén Roberto 1874 San José Profesor Subsecretario (1909)
Zeledón José María 1877 San José Periodista Director Imprenta Nacional (1914)
Cruz Meza Luis 1877 Heredia Abogado Juez Civil (1912)
Dengo Omar 1888 San José Profesor Director Escuela Normal (1919)
Núñez Solón 1883 San José Médico Subsecretario (1922)
Garnier José Fabio 1884 Esparza Ingeniero Jefe de Construcciones (1910)

a. González Rucavado fue Presidente Municipal de San José antes de 1912. Solón Núñez fue subdirector de la misión de la
“Fundación Rockefeller" en Costa Rica entre 1915 y 1922.
Fuente: Dobles Segreda, Índice, ts. I-XI. Sotela, Valores literarios. Bonilla, Historia de la literatura.
CUAD

183
torio Americano ejemplifica el proceso de acomodo
de los otrora jóvenes intelectuales. La revista empezó
a circular en 1919 y, pese a su crítica de las estructu-
ras sociales y políticas de América Latina, se convir-
tió en la difusora de la imagen oficial de Costa Rica;
continentalmente, esparció la visión idílica que ateso-
ra de sí el Valle Central: una tierra de blancos, en paz
y apacible.51 El nacionalismo liberal, a 7 lustros de su
invención, empezaba a internacionalizarse con éxi-
to,52 en las páginas de un medio editado por el autor
de Hijas del campo.
La vulgarización de una ideología nacional, a
partir de 1885, exigió una creciente secularización
social. El pilar de este proceso fue una decidida ex-
pansión educativa, visible en el alza de la alfabetiza-
ción. La variación desatada, sin embargo, desbordó
el entorno liberal que la fraguó: a fines de siglo, una
capa de jóvenes intelectuales empezó a izquierdizar-
se; en un contexto de apertura política, su impetuoso
proselitismo coadyuvó a radicalizar a ciertos sectores
de artesanos y obreros.53 Este enlace, en apariencia
explosivo, no superó el nacionalismo oficial; fue más
romántico que revolucionario.54
Los productores agrícolas y los trabajadores ur-
banos fueron, de 1900 en adelante, los artífices de
una ola creciente de agitación social, en desacato de
sus contrapartes literarias: tristes, ingenuas y venci-
das. La madurez organizativa y contestaria de artesa-
nos y obreros se patentizó en las huelgas de 1920 por
la jornada de ocho horas,55 tema de una obra de
Kautsky que la "Librería de Falcó y Borrasé" vendía
por un colón en 1919;56 y en el agro, los caficulto-
res, eventuales lectores de los opúsculos sobre crédi-
184
to rural editados entre 1909 y 1914 por Julio van der
Laat, Federico Mora y Rafael Villegas,57 comenzaron
a exigir a los beneficiadores mejores precios para el
café en fruta.58
La visión de largo plazo es útil para contextuali-
zar los cambios de fin de siglo, entre los cuales desta-
có el auge en la instrucción. La alfabetización dotó a
campesinos y artesanos con un expediente básico para
actualizar sus identidades, para explorar y compren-
der la sociedad y para tratar con patronos y políticos,
con las capas intelectuales y profesionales, y con el
Estado. El escenario cultural varió decididamente en-
tre 1750 y 1914, al abrirse paso, en un universo que
era en esencia rural y oral, una cultura escrita, irra-
diada creciente y sistemáticamente desde los entornos
urbanos, en especial el josefino.59
El alfabetismo se convirtió, entre 1880 y 1900,
en una exigencia clave de la vida social. La extensión
de la enseñanza elemental (leer, escribir y contar) era
crucial para ampliar y diversificar el consumo,
proceso urgido por la expansión económica finisecu-
lar; para competir por el apoyo electoral de los ciu-
dadanos, un aspecto vital en la arena política poste-
rior a 1902; y para viabilizar las diversas campañas
(ideológicas, sanitarias y tecnológicas) del Estado. La
palabra impresa, un privilegio en 1750, era una pieza
decisiva del entramado de relaciones sociales y de
poder en 1914.
La expansión de la cultura escrita fue el lado vi-
sible de otras dos importantes transformaciones: el
despliegue de la sociedad civil y la configuración de
una esfera pública. El espacio urbano del Valle Cen-
tral vivió, a partir de 1880, un ascenso en la funda-
185
ción de organizaciones privadas: clubes, logias, mu-
tualidades, círculos, cooperativas, ligas y otras.60 Es-
ta corporativización, vinculada con una creciente
complejización social, fue la base de sociabilidades
específicas,61 cuya existencia devela que, en el con-
texto de difusión del nacionalismo, se construyó un
variado conjunto de microidentidades.
La sociedad civil, cuyo empuje dependió del
florecimiento de las opiniones particulares, confor-
mó a la vez una esfera pública:62 un campo de fuer-
zas,63 y en cuanto tal, falto de un control exclusivo del
Estado o de la burguesía; un área al servicio de la
confrontación ideológica entre distintos actores indi-
viduales y colectivos. La palabra impresa, extendida
por el ímpetu alfabetizador, unificó este espacio que,
en un tiempo de apertura política y disidencia inte-
lectual, fue invadido por libros, folletos, revistas y
periódicos, para gloria y beneficio de la actividad ti-
pográfica privada.
*
El proceso de transculturación, que Wilhem
Marr detectó en 1852, se profundizó entre 1880 y
1914, impulsado por el Estado liberal. La seculariza-
ción social, amparada en la ideología del progreso,
promovió una cultura oficial, cuyo eje fue el nacio-
nalismo. El impacto de esas transformaciones sobre
lo cotidiano fue observado, en Cartago y en diciem-
bre de 1909, por el científico estadounidense Philip
Calvert y su esposa Amelia.
La noche de Navidad salieron a dar un paseo y
fueron a la capilla del Asilo de Huérfanos, con la in-
tención de ver decoraciones alusivas a las pascuas;
pero sin suerte. La pareja, de vuelta a su casa, entró
186
a una vivienda para ver un portal amplio y ecléctica-
mente decorado: un lago de cristal con cisnes, patos y
gansos, animales salvajes, jirafas, cazadores, un moli-
no de viento, fincas, vacas, caballos, jinetes, árboles,
musgo, un pesebre con María, José y el Niño, los tres
Reyes Magos y

"...un ferrocarril sobre pequeños rieles..."64

187
Notas
1. Fernández Guardia, Ricardo, ed., Costa Rica en el siglo XIX. Antolo-
gía de viajeros (San José, EDUCA, 1983), p. 164.
2. Vega, "De la banca al sofá", pp. 109-135. Molina Jiménez, "Aviso so-
bre los 'avisos'", pp. 145-187.
3. Vega Carballo, José Luis, Hacia una interpretación del desarrollo costa-
rricense. Ensayo sociológico, 4a edición (San José, Editorial Porvenir,
1983) pp. 197-202.
4. Fumero, "La ciudad en la aldea", pp. 77-107. Molina Jiménez, "Aviso
sobre los 'avisos'", pp. 145-187. Salazar Palavicini, Luis Guillermo,
"Formación del espacio social de la ciudad de San José: proceso de apro-
piación del territorio urbano (1870-1930)" (Tesis de Maestría en Socio-
logía, Universidad de Costa Rica, 1986), pp. 92-115.
5. Vega Carballo, Hacia una interpretación, p. 197.
6. Blen, El periodismo, pp. 67-68. El Teatro Mora, cuya construcción fue
dirigida por Alejandro Escalante, se inauguró el 1 de diciembre de 1850.
Blen, El periodismo, p. 61.
7. Obregón Loría, Rafael y Bowden, George, La masonería en Costa Rica
(San José, Trejos hermanos, 1938).
8. Solórzano, Juan C., "Haciendas, ladinos y explotación colonial: Guate-
mala, El Salvador y Chiapas en el siglo XVIII". Anuario de Estudios
Centroamericanos. San José, No. 10 (1984), pp. 95-123. McCreery,
David J., "Debt servitude in rural Guatemala, 1876-1936". Hispanic
American Historical Review. 63: 4 (November, 1983), pp. 735-759.
9. Hall, Carolyn, El café y el desarrollo histórico geográfico de Costa Ri-
ca, 3a, edición (San José, Editorial Costa Rica, 1982) pp. 52-53. En
1935, casi la tercera parte de los beneficiadores era de ascendencia forá-
nea y procesaban el 44 por ciento de la cosecha de café de Costa Rica.
10. González Flores, Historia de la influencia extranjera. Rodríguez Sáenz,
"Padres e hijos", pp. 65-67; ídem, "'Emos pactado matrimoniarnos'. Fa-
milia, comunidad y alianzas matrimoniales en San José (1827-1851)".

189
Avances de Investigación del Centro de Investigaciones Históricas. San
José, No. 70 (1994), pp. 1-35.
11. Hobsbawm, Eric, Nations and nationalism since 1780. Programme,
myth, reality (Cambridge, Cambridge University Press, 1991), p. 60.
12. Salazar, El apogeo.
13. Palmer, "Sociedad anónima, cultura oficial".
14. Palmer, "Sociedad anónima, cultura oficial".
15. Brandon, "Education in Costa Rica", pp. 45 y 47. La traducción es mía.
Para una útil comparación acerca del papel jugado por los intelectuales
en el caso argentino, véase: Zimmermann, Eduardo A., "Los intelectua-
les, las ciencias sociales y el reformismo liberal: Argentina, 1890-
1916". Desarrollo Económico. 31: 124 (enero-marzo de 1992), pp. 545-
564.
16. Robles, "Patrones de población", p. 31.
17. Fischel, El uso ingenioso, p. 297. El número de escuelas bajó en los
años posteriores (un mínimo de 232 en 1918); a partir de 1922, creció
de forma sostenida.
18. Acuña, Víctor Hugo y Molina, Iván, "Base de datos del censo munici-
pal de 1904" (San José, Centro de Investigaciones Históricas, 1994).
Palmer, "El consumo de heroína", p. 53. El 8 por ciento de la pobla-
ción de Costa Rica asistía a la escuela a fines del siglo XIX, una pro-
porción similar a la de Uruguay, superior a la de Chile e inferior a la de
Argentina. Newland, Carlos, "La educación elemental en Hispanoaméri-
ca: desde la independencia hasta la centralización de los sistemas educati-
vos nacionales." Hispanic American Historical Review. 71: 2 (May,
1991), p. 359.
19. Oliva, "La educación", p. 137. La profunda aversión liberal por los ide-
arios radicales se visibiliza en el caso del partido Independiente Demó-
crata, a cuyo líder, Félix Arcadio Montero, se le atribuye –contra toda
evidencia– la fundación del socialismo en Costa Rica. Véase: Molina Ji-
ménez, Iván, "El desafío de los historiadores. A propósito de un libro
de Arnoldo Mora". Revista de Historia. San José, No. 18 (julio-diciembre
de 1988), pp. 245-255.
20. Vargas, El liberalismo, pp. 169-185.
21. Vargas, El liberalismo, p. 222.
22. Molina Jiménez, Iván, "El 89 de Costa Rica: otra interpretación del le-
vantamiento del 7 de noviembre". Revista de Historia. San José, No.
20 (julio-diciembre de 1989), pp. 175-192.
23. Salazar, El apogeo, pp. 148-152.
24. Oliva, Artesanos y obreros, pp. 93-94.
25. La tipografía Lehmann editó 7 de los 13 títulos religiosos publicados
entre 1903 y 1914; además, imprimió los periódicos y revistas El ho-
gar cristiano, El Mensajero del Clero, La mujer cristiana y el Boletín
de las Fiestas Constantinas. Dobles Segreda, Índice, t. III, pp. 237-286.
Biblioteca Nacional de Costa Rica. Catálogos de periódicos y revistas.

190
26. El Eco Católico de Costa Rica, 3 de febrero de 1900, p. 7; 10 de marzo
de 1900, p. 48; 4 de agosto de 1900, p. 215, y 18 de agosto de 1900, p.
231. El negocio se identificaba como "Librería Católica de Antonio
Lehmann". El Obispo Thiel, en noviembre de 1890, afirmaba: "desde
el año 1881 vengo exhortando á los curas á que funden bibliotecas po-
pulares buenas..." El Eco Católico de Costa Rica, 22 de noviembre de
1890, p. 427.
27. De la Cruz, Vladimir, Las luchas sociales en Costa Rica 1870-1930
(San José, Editorial Costa Rica y Editorial Universidad de Costa Rica,
1980), pp. 37-38.
28. Oliva, Artesanos y obreros, p. 118.
29. Oliva, Artesanos y obreros, p. 118. El editorial es del 15 de julio de
1903.
30. Oliva, Artesanos y obreros, p. 120. El periódico El Derecho fue dirigido
en 1901 por Rogelio y Víctor Fernández Güell. El primero, caído en la
lucha contra la dictadura de los Tinoco (1917-1919), escribió varias
obras esotéricas. Bonilla, Historia de la literatura, pp. 258-259. Mora-
les, Cultura oligárquica, p. 119.
31. Acuña, Víctor Hugo, Los orígenes de la clase obrera en Costa Rica:
las huelgas de 1920 por la jornada de ocho horas (San José, CENAP-
CEPAS, 1986), p. 19.
32. Morales, Cultura oligárquica, pp. 109-177.
33. Quesada, "Transformaciones ideológicas", pp. 99-130.
34. Quesada, Álvaro, "El problema: primera novela antiimperialista".
Aportes. San José, No. 21 (septiembre-octubre de 1984), pp. 32-34.
Soto Hall publicó en 1901 una obra de historia de Costa Rica muy elo-
giosa del "progreso" cafetalero; y en 1915, fue uno de los editores del
Libro Azul de la Guatemala de Estrada Cabrera. Acuña y Molina, His-
toria económica, p. 33. Jones, J. Bascom, Scoullar William T. y Soto
Hall, Máximo, eds., El "Libro Azul" de Guatemala (New Orleans, Sear-
cy & Pfaff, 1915).
35. Morales, Cultura oligárquica, pp. 126-129.
36. Oliva, Artesanos y obreros, pp. 168-195. Oliva destaca el papel jugado
individualmente por diversos extranjeros, pero no su aporte colectivo.
37. Morales, Cultura oligárquica, pp. 110-111. Morales tiende a romantizar
a lo que denomina "nueva intelectualidad". Quesada ofrece una visión
más cuidadosa. Quesada, "Transformaciones ideológicas", p. 111. Para
una lúcida crítica de Quesada, véase: Palmer, Steven, "The role of the
intellectuals in Costa Rican history" (Montreal, inédito, 1994).
38. El análisis clásico de este tipo de problemas es el de Stone, Lawrence,
The causes of the English Revolution 1529-1642 (New York, Harper,
1972), pp. 113-114. Véase también: Chartier, Roger, The cultural ori-
gins of the French Revolution (Durham, Duke University Press, 1991),
pp. 187-192. Gagini, en cierto sentido, vislumbró el problema: en su
opinión, "...la labor de los colegios de segunda enseñanza es más per-

191
judicial que útil, pues tal y como estaban (y están) organizados, fo-
mentan exclusivamente las profesiones parasitarias; forman apenas
abogados o empleados públicos y restan brazos a la agricultura..." Gagi-
ni Carlos, Al través de mi vida (San José, Editorial Costa Rica, 1963),
p. 120.
39. Morales, Cultura oligárquica, p. 122.
40. Gagini la describe brillantemente. Al través de mi vida. Véase también:
Molina Jiménez, "Publicar en San José".
41. Palmer, "Sociedad anónima, cultura oficial", p. 192. Ferrero, Sociedad
y arte, pp. 149-151. Fernández Guardia fue el que contrató a Povedano
para que dirigiera la Escuela Nacional de Bellas Artes por encargo del
Gobierno de Yglesias. El caso de Costa Rica no fue excepcional. Véase:
Fajardo, María del Milagro, "Urbanismo en la ciudad de Guatemala en
la última década del siglo XIX" (Tesis de Licenciatura en Historia,
Universidad de San Carlos, 1990), pp. 30-33 y 61-69. Needell, Jeffrey
D., A tropical belle epoque. Elite culture and society in turn-of-the-
century Rio de Janeiro (Cambridge, Cambridge University Press, 1987),
pp. 82-115 y 157-233.
42. Quesada, La formación, p. 98. Ovares, La casa paterna, pp. 128-141.
43. Quesada, "Transformaciones ideológicas", p. 113. Me excuso con las
musas por desarmar el poema.
44. Quesada, "Transformaciones ideológicas", p. 111. Ovares, "Literatura de
quiosco", pp. 115-116.
45. Acuña la describe para el caso de los zapateros. Acuña y Molina, His-
toria económica, pp. 189-193. Palmer, "El consumo", pp. 47-51.
46. Dengo, Omar, "Las fiestas". Sanción. San José, No. 2 (3 de diciembre
de 1908), p. 1. El subrayado es del original. Sanción se definía como
una "Publicación obrera contra todos y para todos que orientan Víctor
Manuel Salazar y Omar Dengo."
47. Quesada, La formación, pp. 255-325. Ovares, La casa paterna, pp. 88-
95.
48. Zeledón participó en el concurso para elegir la letra del Himno Nacional
con el pseudónimo de "Labrador". Amoretti, María, Debajo del canto
(San José, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1987), pp. 63-64.
49. Acuña, Víctor Hugo y Molina, Iván, eds., Historia de los sectores po-
pulares costarricenses. V. I. Campesinos. V. II. Artesanos y obreros
(San José, en preparación).
50. Este aspecto todavía no se valora apropiadamente. Ovares, La casa pa-
terna, pp. 245-254.
51. Pakkasvirta, Jussi, "Particularidad nacional en una revista continental.
Costa Rica y 'Repertorio Americano'. 1919-1930". Revista de Histo-
ria. San José, No. 28 (julio-diciembre de 1993), pp. 89-115. El Reper-
torio también acogió conciliadoramente a los tinoquistas. Véase: Solís,
Manuel, González, Alfonso y Pérez, Rolando, "Joaquín García Monge
y el Repertorio Americano: momentos de afirmación de la cultura polí-

192
tica costarricense. Segunda parte." Avances de Investigación del Ins-
tituto de Investigaciones Sociales. San José, No. 88 (1993), pp. 23-25.
52. García Monge, en tanto editor, se afanó por promocionar en el exterior
a varios literatos nacionales. Molina Jiménez, "Al pie de la imprenta",
pp. 16-17.
53. La inmigración de operarios extranjeros también coadyuvó a la radicali-
zación de los trabajadores. Oliva, Artesanos y obreros, pp. 114-123.
54. Palmer, "A liberal discipline", pp. 240-246. Molina Jiménez, "Los pe-
queños y medianos caficultores, la historia y la nación. Costa Rica
(1890-1950)". Caravelle. Toulouse, No. 61 (1993), pp. 67-69.
55. Acuña, Los orígenes, pp. 79-83. Véase también: Oliva, Artesanos y
obreros, pp. 106-123.
56. Molina y Moya, "Leyendo 'Lecturas'", p. 249. Supra, capítulo V, nota
45.
57. Dobles, Índice, t. I, pp. 26-50.
58. Acuña, Víctor Hugo, "Patrones del conflicto social en la economía cafe-
talera costarricense (1900-1948)". Revista de Ciencias Sociales. San Jo-
sé, No. 31 (marzo de 1986), pp. 113-122.
59. Para una discusión histórica del proceso de alfabetización, véase: Furet,
François y Ozouf, Jacques, Reading and writing: Literacy in France
from Calvin to Jules Ferry (Cambridge, Cambridge University Press,
1982). Graff, Harvey J., The labyrinths of literacy (London, Falmer
Press, 1987); ídem, The legacies of literacy: continuities and contradic-
tions in Western culture and society (Bloomington, Indiana University
Press, 1987).
60. Entre 1880 y 1914, se fundaron en Costa Rica unas 125 asociaciones de
tipo profesional, social, deportivo, científico, cultural y de beneficencia.
Agradezco este dato a Víctor Hugo Acuña y a María Elena Rodríguez.
Los artesanos y obreros formaron 21 organizaciones entre 1874 y 1901,
y 30 entre 1909 y 1914. Oliva, Artesanos y obreros, pp. 83 y 147.
Ovares, "Literatura de quiosco", pp. 229-239.
61. El concepto de sociabilidad se discute en François, Etienne y Reichardt,
Rolf, "Les formes de sociabilité en France du milieu du XVIIIe siècle
au milieu du XIXe siècle". Revue d'Histoire Moderne et Contem-
poraine. XXXIV (Juillet-Septembre, 1987), pp. 451-472.
62. Habermas, Jürgen, The structural transformations of the public sphere:
An inquiry into a category of bourgeois society (Cambridge, Polity
Press, 1989). Dos interesantes aplicaciones de la teoría de Habermas a
la investigación histórica son: Chartier, The cultural origins, pp. 20-37.
Sabato, Hilda, "Citizenship, political participation and the formation of
the public sphere in Buenos Aires, 1850s-1890s". Past and Present. No.
136 (August, 1992), pp. 139-163.
63. La esfera pública es otro espacio en el que se dirime la hegemonía. Véa-
se: Thompson, E. P., Customs in common. Studies in traditional po-
pular culture (New York, The New Press, 1991), pp. 85-87.

193
64. Calvert, Amelia y Philip, A year of Costa Rican Natural History (New
York, The MacMillan Company, 1917), pp. 50-51. La traducción es
mía. Los ferrocarriles al Atlántico y al Pacífico fueron la obra magna
del Estado liberal y símbolos del "progreso" capitalista. Palmer, "Socie-
dad anónima, cultura oficial", p. 182.

194
Epílogo

VOCES Y PALABRAS

El Noticioso Universal, en diciembre de


1833, publicó un artículo de un vecino de Cartago,
quien se quejaba de diversos daños infligidos a las
rejas de las ventanas "...del nuevo Colegio..." La fal-
ta de respeto a lo ajeno, sin embargo, no era excep-
cional, pues

"...apenas se blanquean las casas, quando se


observan rayadas y cubiertas con letreros; tal
vez ofensivos á la moral. ¿No habrá de cesar
este mal? ¿Podrá el que guste de hermosear su
Casa y que emplea cierto gasto con este objeto,
mirar con indiferencia tales travesuras [por lo
general practicadas por]... los jobenes..."1

El trasfondo de la queja era más amplio y com-


plejo que el simple disgusto por el deterioro físico de
las viviendas: en el Cartago de 1833, un muro cu-
bierto de palabras era, dada la elevada tasa de analfa-
betismo, un expediente directo de señalización. El
195
contexto esencialmente oral agravaba la transgresión,
ya que convocaba a una lectura en voz alta, una es-
trategia que permitía a los iletrados enterarse del
asunto. El letrero en la pared siempre era ofensivo:
atraía, ipso facto, las miradas de artesanos y campesi-
nos, a los que intrigaba precisamente por su carácter
extraño.
La inserción de la imprenta, en una cultura de
voces más que de palabras, trastornó diversas prácti-
cas sociales. El Mentor Costarricense, en noviembre
de 1845, informó que

"...se corrio tambien que en la Ciudad de Car-


tago se seguia una criminal contra los autores
de un libelo, en que se infamaba cruelmente á
las Señoras principales de aquella Ciudad...
[Aunque] aseguran personas dignas de crédito,
que no ha existido tal libelo escrito, sino solo
en la boca de tres ó cuatro."2

El libelo quizá jamás existió, pero el extracto


periodístico devela cómo la imprenta alteró el juego
del chisme y el rumor: instrumentos de control so-
cial, eran utilizados por todos, y solían tener un im-
pacto local; con la impresión, tal umbral desaparecía,
para especial preocupación de los vecinos acauda-
lados. El escrito injurioso, producido en serie y con
opción a otra edición, se esparcía sin freno por una
extensa geografía y adquiría un aura de permanencia;
para combatirlo, se debía publicar otro impreso que,
en su afán vindicativo, siempre aludía –explicíta o ve-
ladamente– al primero.
La lectura en voz alta, vinculada con libelos y
196
graffiti, fue una intersección clave entre la cultura
oral y la escrita: a la vez que acercaba a los iletrados
al universo de la palabra impresa, cumplía otras fun-
ciones. ¿Cuáles? El asistente a una sesión de la "Ter-
tulia Patriótica de San José", en noviembre de 1834,
las vivió a plenitud; se apersonó

"...á tiempo que...daban 2a lectura al no. 97,,


del Notisioso [Universal], i á la verdad que...
no he bisto insolencia mas grande que la que
halli reina... Todo lo analisaban detenidamen-
te... riendose a carcajadas [de un artículo publi-
cado en contra de la "Tertulia"]... Sacaron los
rosarios, otros prepararon los dedos, i algunos
cogieron lapises i papel [para contar las nume-
rosas veces que el autor utilizaba el término
"eslabón"]... Asi siguieron... haciendo contor-
siones... Yo me sali quedandose ellos riendo..."3

El jocoso espectáculo dado por la "Tertulia" jo-


sefina evidencia que leer en voz alta, aparte de ser
una vía para enfrentar el analfabetismo, favorecía el
debate y la diversión. Este tipo de lectura, con su
carga teatral y gestual, se convertía en una experien-
cia colectiva, forjadora de identidades y creencias.
La práctica se extendió, durante el siglo XIX, entre
los trabajadores urbanos; en diciembre de 1904, el
periódico La Aurora avisó que

"esta noche [14] comienzan de 7 á 8 p. m. las


lecturas en comun entre los socios del Club de
Instrucción y Recreo de Desamparados. La
obra que se ha escogido para iniciar esta lectu-
197
ra en voz alta y comentada es La Guerra Ruso-
japonesa de León Tolstoi. Por medio de un pi-
zarrón fijo en la pared del local del Club, se ha
invitado al público de ambos sexos..."4

El entusiasmo con que la lectura en voz alta se


acogió entre los artesanos y obreros obedeció al des-
velo por superar el analfabetismo, cuyo decrecimien-
to a partir de 1880, erosionó la vigencia de tal pro-
pósito. El desgaste facilitó que esa forma de leer se
utilizara con otros fines: orientar las preferencias de
los lectores, difundir ciertas obras, destacar tópicos
específicos y valorizar la alfabetización. El asistente
a la actividad del "Club" desamparadeño acudía a un
espacio escénico y de sociabilidad, de visibilización
social y personal, de entretenimiento y de forja de
opinión; al ir, afianzaba su identidad y la del grupo.
El período de 70 años que separa la velada de la
"Tertulia" de la del "Club" fue testigo de la apertura
de diversas sociedades culturales, en las cuales siem-
pre existía espacio para la lectura colectiva: entre
1850 y 1869, se fundaron tres cenáculos, y diez entre
1870 y 1881; erigidos en la capital y en provincias,
su composición era básicamente intelectual.5 El ac-
ceso de artesanos y obreros a este tipo de organiza-
ciones cristalizó a fines del siglo, en el contexto de
un desvelo creciente por civilizar su "cultura", que
incluía alejarlos de los libros faltos de un "verdade-
ro" valor literario.
El esfuerzo fue a veces infructuoso, y provocó
un profundo rechazo de parte de los trabajadores.
"La Lectura Barata", una librería que se abrió en San
José en 1914, lo ejemplifica. El local, patrocinado
198
por intelectuales radicales, ofrecía en venta un con-
junto de títulos muy selectos; pero, de acuerdo con lo
que evocaba Cristián Rodríguez en mayo 1957, ese

"...emporio de cultura... tuvo que amainar [de-


sapareció]... Los recursos económicos de los
amantes de las bellas letras son siempre limita-
dos, y una librería que se abstenía de ofrecer
las novelas de Carolina Invernizio, las Aventu-
ras de Nick Carter, con sus espeluznantes tru-
culencias e inartísticas ilustraciones en colores,
y las de Rocambole, tenía pocas perspectivas
de prosperar en nuestro medio. Y pensar que
la librería pudiera... abatirse a las granjerías
del vulgo era algo inconcebible, aun en el caso
de peligro de muerte de la empresa, y si alguna
vez las consideraciones prácticas hubieran
ejercido presión, que no la hubo, para que se
depusiera el estandarte del ideal, allí estaba...
una dependiente modesta pero firme, con la
que no valían palabras blandas: Carmen Lyra.
Recuerdo... que un día... entró de improviso en
la librería una apuesta joven, con todo el as-
pecto de impenitente y romántica lectora, y le
preguntó... si tenía allí 'La Reina del Mercado'
de Carlota Bramé... Había que ver la cara de
angustia de Chabela, tratando de disuadir a la
cliente... Le explicó que Carlota... era una nove-
lista de mal gusto y que [en la librería] no es-
peraban tener las obras de esa autora ni las [de
otros escritores parecidos]... la joven lectora
salió disparada a buscar la novela... en alguna
otra librería más 'comprensiva' ."6
199
El compromiso civilizador de "La Lectura Ba-
rata" era parte de un proceso más amplio, que tras-
cendía la apertura y el cierre de esa librería, cuyo
desvelo era parecido al de la "Sociedad de Agencias
Editoriales". Ricardo Falcó y José María Zeledón, al
asociarse en 1911, declararon que su deseo "...en
esta empresa, ha sido tratar de ganarnos la vida de
un modo honorable, sirviendo al mismo tiempo á la
causa de la cultura popular que ha recibido ya los
mejores empeños de nuestra vida."7 La ejecución de
esfuerzos similares, con desigual éxito, no fue excep-
cional en el futuro cercano.
*
El Mentor Costarricense, en abril de 1845, pu-
blicó un artículo acerca del mejor uso del tiempo
escolar. Lo más conveniente, en opinión del descono-
cido autor, era fijar cinco horas lectivas, distribuidas
por mitad entre la mañana y la tarde, para evitar el
aburrimiento de los niños. El peligro que podía su-
poner el estudio vespertino era fácilmente eludible:

"si es verdad que inmediatamente despues de la


comida es perjudicial á la salud tomar tareas
literarias, principiando a las tres de la tarde, se
ha hecho ya la digestión, i no se corre riesgo
alguno."8

La creencia de que la lectura influía en el orga-


nismo de los lectores existía, por lo bajo, desde el si-
glo XVIII,9 y su trazo en el Valle Central es visible
todavía después de 1960.10 El énfasis de la Ilustra-
ción fue distinto: más que en la incidencia física que
leer podía provocar, insistió en la satisfacción perso-
200
nal que deparaba tal actividad. El romanticismo co-
adyuvó a este cambio, al sublimar el vínculo entre el
lector y el texto.11 El abogado josefino Pedro José
Zeledón no fue ajeno a tal proceso; en marzo de
1843, al defenderse de un ataque de Procopio Pasos,
advertía:

"...tengo los libros que necesito, pero no para


vender ni ostentar, sinó para calmar mis pasio-
nes i observar en la practica lo que léo: no léo
para copiar ni llenarme la cabeza de frases..."12

El desvelo por sublimar la práctica de leer se


consolidó posteriormente; otra vez el Mentor Costa-
rricense ofrece valiosa información: en abril de
1846, publicó un extenso artículo, titulado "La afi-
ción a la lectura", el cual copió al parecer de un pe-
riódico extranjero. El "aficionado" que lo escribió,
se complacía en afirmar que

"...todos los dias por espacio de muchas horas


se me encuentra en mi cuarto ó en una biblio-
teca con los codos fijos sobre una mesa, la ca-
beza entre las manos, i los ojos fijos en un li-
bro abierto [de esta manera]... asisto diariamen-
te á una tertulia de hombres instruidísimos i de
mui buena conversacion: los unos me cuentan
sus viajes, los otros me describen paises... que
yo por supuesto nunca he visto; cual me refiere
pasados y extraordinarios sucesos... cual me
explica el movimiento y naturaleza de los as-
tros... Si pido versos hay quien me los recita en
cualquier idioma de los que yo entiendo..."13
201
El entusiasta elogio de la lectura se aparejaba
con un profundo desprecio por los individuos que,
pese a gozar del privilegio de ser alfabetas, se fasti-
diaban a la vista de un texto:

"...hombres desaplicados a quienes su desgracia


i la educacion han hecho adquirir ideas equivo-
cadas de las cosas, un libro es el objeto que
mas tedio les infunde, i la lectura una ocupa-
cion enfadosa, cansada, irresistible. Estos infe-
lices bostezan, oyendo leer á otro, se entriste-
cen á la vista del papel impreso, i se horripilan
entrando en una biblioteca i contemplando sus
elevados estantes, todos embutidos de volúme-
nes."14

La veneración de la lectura, al avanzar el siglo


XIX, se afianzó al asociarse con la ideología del pro-
greso. La Nueva Literatura, el órgano de la "Libre-
ría Moderna" de Antonio Font, lo expresó con espe-
cial claridad:

"la lectura es la base inquebrantable del pro-


greso; el dinero que se emplea en un libro, no
es estéril."15

La idealización de la lectura se trasladó pronto a


las actividades y procesos, culturales y económicos,
asociados con la práctica de leer: la educación, vía de
ascenso para unos, y de redención para otros; las li-
brerías, difusoras de luces; y los talleres de impre-
sión, templos del saber. El encomio de la imprenta
no fue casual: era el instrumento que permitía al in-
202
telectual –liberal o disidente– cumplir con el sagrado
deber de extender, entre burgueses codiciosos y ava-
rientos, y entre artesanos, obreros y campesinos ile-
trados y supersticiosos, los maravillosos dones de la
civilización, la ciencia y el progreso.16
La colocación de la cultura escrita en un pedes-
tal, por encima de lo diario y lo prosaico, servía para
justificar el quehacer intelectual, cuya superioridad
se vinculó con el conocimiento basado en el estudio.
Esta concepción, esporádica y limitada en 1846, co-
menzó a extenderse 30 años después, al crecer las ca-
pas profesionales. Ricardo Fernández Guardia, du-
rante una conferencia que dictó en Heredia en 1942,
evocó con amargura un desagradable episodio acaeci-
do a su padre, León Fernández:

"cuando empezó a publicar en 1881 los docu-


mentos antiguos que con ímprobo trabajo ha-
bía podido resumir, personas de alta posición
social se burlaban de él diciendo que estaba lo-
co, lo que les valió el estigma de bárbaros de
levita que ese historiador les puso..."17

El proceder de Fernández Guardia no fue inusi-


tado: a partir de la novela El problema de Soto Hall,
la burguesía agrícola y comercial que desfila en va-
rias piezas literarias editadas en el país, fue calificada
de egoísta, ignorante, codiciosa, corrupta, frívola,
entreguista, injusta y, en lo social, insensible. El caso
típico y quizá culminante de tal tendencia fue un ar-
tículo de Mario Sancho: Costa Rica, Suiza centro-
americana, publicado en 1935; al comentarlo, Vicen-
te Sáenz, otro disidente, se quejaba de "...la tacañe-
203
ría de los ricachos ramplones y [de] su falta com-
pleta de elemental cultura..."18
La crítica era la cima visible de un complejo
proceso. El Estado, por lo bajo desde 1850, comenzó
a promover diversas actividades culturales con un
abierto carácter clientelista. Este modelo alcanzó su
madurez tras 1880, pero enfrentó dos desafíos: el
aparato estatal era incapaz de absorber, con la preste-
za apropiada, la ampliación de las capas intelectuales;
y entre ciertos jóvenes, a veces cooptados vía becas,
cundió un creciente descontento, alimentado por todo
el entramado de castigos, intrigas, prebendas y privi-
legios, típico de la cultura oficial. El porvenir que se
les ofrecía, les exigía tributar al poder y a los pode-
rosos deferencia, obediencia, subordinación y elogio.
El despliegue de la sociedad civil, entre 1880 y
1914, pareció abrir otras opciones. La esperanza, sin
embargo, fue vana: el aprecio por la cultura local era
escaso en extremo. La burguesía del café, cuyo cos-
mopolitismo era acentuado por su extranjerización
demográfica, era capaz de apoyar la edificación de
un fastuoso "Teatro Nacional", no de valorar el tra-
bajo artístico, científico e intelectual que se producía
en el país. Este extrañamiento en la cercanía fue cap-
tado con brillantez por Cristián Rodríguez:

"...contiguo a 'La Lectura Barata' [en el San Jo-


sé de 1914] estaba alojado el Club Internacio-
nal; pero este era un centro de la alta burgue-
sía, hermético y 'aliterario', algo así como una
ampliación en sepia de la Sastrería de Valen-
zuela [célebre local josefino]. De modo que la
intelectualidad vio el cielo abierto cuando se
204
estableció 'La Lectura Barata', pues aunque el
local era pequeño, cabían algunas personas, si
se turnaban, que podían conversar a sus anchas
de los nuevos libros que llegaban y cambiar
impresiones."19

La actitud de la burguesía, mezcla de desprecio


e indiferencia, coadyuvó a radicalizar a una capa in-
telectual que, de cara a los límites y condicionantes
de la cultura avalada por el Estado, se esforzó por
construir otras audiencias y espacios, con base en los
artesanos y obreros; trató de descalificar a los bur-
gueses con un nacionalismo que no superó el esque-
ma liberal; y los acusó por su extroversión cultural,
un cargo aplicable a sí misma. El eje de la divergen-
cia jamás fue la valorización de "lo de afuera", com-
partida por todos, sino la de lo "propio", en tanto
otro componente de la identidad colectiva.
*
La velada cultural, con lectura de obras en voz
alta, al estilo de la "Tertulia" josefina en 1834, o del
"Club" de Desamparados en 1904, contrasta con la
imagen del joven Dana Gardner Munro en 1914, lec-
tor silencioso y solitario, sin defensa contra el ataque
de las pulgas, y molesto por los gritos y escupitajos
de los trabajadores de la Biblioteca Nacional.20 La fi-
gura del investigador estadounidense personifica una
forma de leer privada e individualizada, cuyo des-
pliegue fue liderado –otra vez– por los extranjeros, y
la cual tuvo en los exclusivos y elegantes salones de
hoteles y clubes su plaza fuerte.
La lectura silenciosa y privada, a diferencia de
la colectiva y en voz alta, enfatizaba el vínculo entre
205
el lector y el texto, no entre los oyentes. La expan-
sión educativa, al bajar el analfabetismo, socavó el
entramado en que se basaba la actividad de leer en
grupo. El proceso de enseñanza, en escuelas y cole-
gios, fomentó –en términos del aprendizaje y la eva-
luación– el esfuerzo particular, con lo cual estimuló
el avance del individualismo en la vida social. El ol-
vido sería el destino de la cultura comunitaria cons-
truida por los campesinos y artesanos del Valle Cen-
tral en el siglo XVIII.21
El eje del nacionalismo, la identidad colectiva
que la educación coadyuvó a forjar a partir de 1885,
fue la "sociedad anónima" con su "cultura oficial",22
y no el conjunto de comunidades rurales y urbanas,
caracterizadas por el contacto diario y personal entre
sus vecinos. El creciente aparato educativo facilitó a
la vez la difusión de una visión más científica y ra-
cional del universo social y natural: al enfatizar en el
papel jugado por el esfuerzo individual, fortaleció la
autoconfianza y desgastó la fe depositada en las fuer-
zas sobrenaturales para influir eficazmente en la vida
cotidiana.23
La educación, al extender el individualismo,
contribuyó al ascenso de la ideología del selfmade-
man, muy atractiva para artesanos, obreros y campe-
sinos. El sueño del individuo que se eleva económica-
mente tras vencer todos los obstáculos, fue tema asi-
duo en cuentos y novelas, versos y dramas; y a veces
cristalizó efectivamente. El catalán Avelino Alsina,
obrero en la casa "Lines" entre 1897 y 1902, logró
independizarse; en 1912, poseía la tipografía privada
más importante del país y quizá de Centroamérica.
El poeta José María Zeledón lo calificó de "...ma-
206
go...", y su colega, Lisímaco Chavarría, le cantó
emocionado:

"La aurora quiso verlo y fué por la mañana


y lo encontró ya erguido, triunfal en su taller."24

*
El periódico El Costarricense, en mayo de
1849, publicó un elogio de una señorita de abolengo,
Manuela Escalante, de quien destacó su vocación in-
telectual y, en particular, su avidez por la lectura:

"consagrada al estudio... devoró libros panfle-


tos sin elección y sin pausa, y adquirió conoci-
mientos variados y profundos... dedicaba cinco
horas del día a la lectura de Tácito y dos o tres
de la noche a su curso de lectura..."25

El caso de Escalante fue una excepción sin du-


da. La preparación de las "niñas", aunque preocupó a
varios políticos desde la década de 1840, careció del
empuje que caracterizó a la instrucción de los varo-
nes. La diferenciación se materializó en tasas de al-
fabetización femenina más bajas, que aún prevalecían
a comienzos del siglo XX (véase el Cuadro 21). La
educación de la mujer, que partía de su inferioridad
intelectual, enfatizaba en la formación moral y do-
méstica, con el fin de que las alumnas cumplieran ca-
balmente los papeles de madre abnegada y de esposa
sumisa.26
El efecto de tal patrón educativo en las familias
burguesas urbanas, de las cuales procedía la mayoría
de las escolares, se visibilizó con presteza. La mujer
207
fue confinada a la casa; en contraste con el período
1750-1850, la opción de participar en diversas activi-
dades económicas tendió a desaparecer.27 Este proce-
so avanzó entre 1850 y 1900, pese a que la expansión
de la enseñanza básica posterior a 1880 abrió un li-
mitado mercado laboral para las señoritas. El país
disponía en el año 1912 de 1.191 docentes, de los
cuales el 73,5 por ciento era del sexo femenino.28
El acceso a las carreras profesionales fue más
difícil y tardío: en Medicina, la primera que se incor-
poró fue Isabel Calderón, en 1923; y en Derecho,
Ángela Acuña, en 1925.29 El despliegue de una socie-
dad civil con su esfera pública, a fines del siglo XIX,
tuvo, entre otros condicionantes, el del género.30 El
varón pertenecía al universo social y político; la mu-
jer fue adscrita al espacio doméstico y familiar. El
predominio de tal modelo fue confirmado y desafia-
do por una temprana agitación feminista, que des-
puntó en la década de 1920 y procuró sin éxito que
se aprobara el voto femenino.31
La cultura libresca contribuyó a la división por
género. La exaltación de la lectura se asoció con su
definición como una práctica típicamente varonil. El
comercio de obras y folletos lo patentiza. La escasez
de escritoras es ostensible en los inventarios de la bi-
blioteca de la Universidad de Santo Tomás, en el ca-
tálogo de "El Álbum" y en los títulos que vendían
"Falcó y Borrasé".32 El ejemplo que ofrece la pro-
ducción editorial es parecido: entre 1850 y 1914, se
publicaron ocho volúmenes escritos por mujeres, de
los cuales dos eran reimpresiones de títulos de auto-
ras de origen extranjero.33
El primer original de una mujer que circuló en
208
el país fue Recetas de cocina, de Juana R. de Aragón,
impreso por "La Tiquetera" en 1903, y por la "Leh-
mann" en 1914.34 Esta obra se declaró texto escolar,
lo mismo que el Silabario intuitivo, de Joaquina Tre-
jos, publicado por "Lines" en 1911.35 La novelística
femenina se limitó a 4 títulos. La casa "Alsina" editó
en 1907 Almas de pasión, de Julieta Puente de Mc.
Grigor, y en 1909 (y en el mismo volumen), Zulai y
Yontá, de María Fernández de Tinoco. La "Moder-
na", en 1912, dio a la luz El espíritu del río, de Juana
Ferraz viuda de Salazar.36
El ascenso femenino en el campo editorial se
concretó en abril de 1912, al circular San Selerín,
una revista infantil dirigida por Carmen Lyra y Lilia
González.37 La apertura de esta y de otras actividades
a las mujeres, a partir de 1900 (y en especial, des-
pués de 1914), se benefició de la radicalización de
capas de intelectuales y de operarios urbanos. El ide-
ario feminista, que se difundió en el curso de tal pro-
ceso, atrajo a profesionales del tipo de Ángela Acu-
ña, y a varios artesanos y obreros, quienes defendie-
ron la igualdad de derechos e instaron a las trabaja-
doras a organizarse.38
*
La pluralidad de las voces y de las palabras es-
tuvo en peligro en diversas ocasiones entre 1750 y
1914, y todavía en el futuro. La "Liga de Acción So-
cial", compuesta por damas católicas, afirmaba en
mayo de 1927 que "...ya es tiempo que los católicos
principiemos con el boicoteo a ciertas librerías." El
pecado de esos locales era vender títulos perversos:
entre otros, Los miserables, La piel de zapa y Los
misterios de París; en su conjunto, una
209
"...pequeña tropa de libros malos que [gracias al
desvelo de la "Liga"] van marchando camino
del fuego..."39

La flamígera campaña de esas señoras se verifi-


có a casi un siglo de distancia de la solicitud que, en
mayo de 1828, el Ejecutivo elevó al Congreso para
impedir el tráfico de obras impías.40 El libro prohi-
bido, sin embargo, era casi un vestigio en 1927: con
su aroma a Santo Oficio y a Index, el peligro que se
le atribuía pronto sería asociado con el texto subver-
sivo y desestabilizador. La Guerra Fría afianzó tal
desplazamiento,41 y un trabajador bananero lo vivió:
dirigente sindical, en febrero de 1963, cumplía una
condena de 4 meses en el penal de San Lucas, ya que
la policía le decomisó

"...un manual de Marxismo Leninismo escrito


por el economista costarricense don Eduardo
Mora Valverde. Eso fue suficiente para meter-
lo a la cárcel."42

El trabajador preso en San Lucas era signo de


una época cuya intolerancia fue potenciada por el an-
ticomunismo: en la década de 1960, una profesora de
colegio fue despedida por obsequiarle a un alumno
un ejemplar de Mamita Yunai, de Carlos Luis Fallas;
varios años después, jóvenes universitarios impri-
mían en mimeógrafo y clandestinamente, copias de
Revolución en la revolución, de Regis Debray;43 y en
abril de 1970, el país fue estremecido por una vio-
lenta protesta estudiantil, catalizada por la firma de
un contrato entre el Estado y la transnacional AL-
210
COA. La Asamblea Legislativa fue apedreada duran-
te una jornada sin precedente.
La radicalización intelectual ulterior, que la iz-
quierda capitalizó y derrochó, se caracterizó por las
barbas, los rapsodas, el amor libre, las tertulias utó-
picas, los sueños teóricos, el "compromiso social", el
enfrentamiento con la policía, los conflictos genera-
cionales y la pasión a veces por el cine, en ocasiones
por el rock y siempre por los libros.44 La juventud
disidente de 1900-1914 jamás fue tan lejos. La ciudad
de Alajuela, una mañana de 1970 o 1971, despertó y
encontró escrita, en uno de sus muros, una consigna
capaz de infartar al vecino de Cartago que en 1833 se
quejaba de los graffitti locales:

"El sistema se cae. Hagamos peso."45

La frase permaneció visible durante bastantes


años, como un texto en una vitrina; después, se des-
vaneció sin apuro, borrada por el sol, la lluvia y el
tiempo, un conjunto de factores con una poderosa ac-
ción detergente, eficaz para limpiar de salpicaduras
utópicas el tejido social. El sistema no se cayó y vano
es predecir el día de su eventual desplome; pero hay
diversas formas de divertirse y de seguir haciendo
peso: quizá explorar el pasado de los libros sea una.

211
Notas
1. Noticioso Universal, 20 de diciembre de 1833, p. 472.
2. Mentor Costarricense, 15 de noviembre de 1845, p. 60. El estudio ya
clásico del impacto de la imprenta es el de Eisenstein, Elizabeth L.,
The printing press as an agent of change (Cambridge, Cambridge Uni-
versity Press, 1979).
3. La Tertulia, 14 de noviembre de 1834, pp. 172-173. Vega,"De la im-
prenta", pp. 278-281.
4. La Aurora, 14 de diciembre de 1904, p. 2. Oliva, "La novela", p. 25. La
elevada valoración de la obra de Tolstoi en la Costa Rica de 1900-1920,
se patentizó después del óbito del novelista ruso. Quesada, Álvaro, "La
muerte de Tolstoi en la prensa costarricense". Revista de Filología y
Lingüística. San José, 14: 2 (1988), pp. 175-182. Oliva contabilizó la
fundación de 3 centros de lectura entre 1912 y 1913 en Santo Domingo
de Heredia, San José y Guadalupe. Oliva, Obreros y artesanos, p. 137.
5. González Flores, Evolución de la instrucción, pp. 509-513.
6. Rodríguez, Cristián, "In Memoriam. Paco Soler". Brecha. San José,
No. 9 (mayo de 1957), pp. 6-7. La serie de Nick Carter era una de las
preferidas de los lectores populares americanos y europeos. Brooks,
When Russia, pp. 142-146. El testimonio de Rodríguez devela que, des-
pués de 1900, este tipo de literatura gozó de un consumo creciente, un
fenómeno que prefigura la cultura de masas posterior. Carmen Lyra, se-
gún este mismo relato, le dijo a la joven lectora que la librería tampoco
vendía obras como El mártir del Gólgota, una novela de Pérez Escrich
que encantó en su niñez a Carlos Gagini. Gagini, Al través de mi vida,
p. 45. Para una discusión de la librería como espacio simbólico, véase:
Sarlo, Beatriz, El imperio de los sentimientos. Narraciones de circula-
ción periódica en la Argentina (1917-1927) (Buenos Aires, Catálogos
Editora, 1985), p. 21.
7. El Cometa, 29 de abril de 1911, p. 10.
8. Mentor Costarricense, 19 de abril de 1845, p. 331.
213
9. Darnton, The Kiss of Lamourette, pp. 171-172. El temor a los nocivos
efectos físicos de la lectura fue tema de un amplio debate en la
Alemania de fines del siglo XVIII.
10. Me baso en mis recuerdos.
11. Darnton, La gran matanza de gatos, pp. 216-259.
12. Mentor Costarricense, 4 de marzo de 1843, p. 36. Pasos, nicaragüense,
publicó en Granada un libelo contra Zeledón. La vindicación de este úl-
timo evoca a Jean Ranson, un comerciante de La Rochelle, devoto lec-
tor de las obras de Rousseau. Darnton, La gran matanza de gatos, pp.
216-259.
13. Mentor Costarricense, 4 de abril de 1846, p. 137.
14. Mentor Costarricense, 4 de abril de 1846, p. 136.
15. La Nueva Literatura, 21 de febrero de 1895, p. 1.
16. Molina Jiménez, "Al pie de la imprenta", pp. 12-14.
17. Quesada, Juan Rafael, "El nacimiento de la historiografía en Costa Ri-
ca". Revista de Historia. San José, No. especial (1988), p. 69. La con-
ferencia de Fernández Guardia no figura en el número de la Revista de
los Archivos Nacionales que cita Quesada (al parecer, tampoco se publi-
có en esa revista).
18. Sáenz, Vicente, Ensayos escogidos (San José, Editorial Costa Rica,
1983), pp. 79-80.
19. Rodríguez, "In Memoriam", p. 6. Ovares, "Literatura de quiosco", p.
232.
20. Supra, capítulo V, pp. 156-157.
21. Molina Jiménez, Costa Rica (1800-1850), pp. 163-171 y 327-333.
22. Palmer, "Sociedad anónima, cultura oficial", pp. 169-205.
23. Brooks, When Russia, p. 268. Thomas, Keith, Religion and the decli-
ne of magic (London, Weidenfeld and Nicolson, 1971). La creencia en
los pactos con el diablo es un buen ejemplo: extendida en Nicaragua, se
le detecta en Guanacaste, no en el Valle Central. Véase: Edelman, Marc,
"Landlords and the devil: class, ethnic, and gender dimensions of Central
American peasant narratives". Cultural Anthropology. 9: 1 (1993).
24. Empresa Alsina, Monografía, pp. 30 y 51. Molina Jiménez, "Al pie de
la imprenta", pp. 11-12.
25. González Flores, Historia de la influencia, pp. 44-45.
26. Silva, Margarita, "La educación de la mujer en Costa Rica durante el si-
glo XIX". Revista de Historia. San José, No. 20 (julio-diciembre de
1989), pp. 67-80. Véase también: González Ortega, Alfonso, "Mujer y
familia en la vida cotidiana de la segunda mitad del siglo XIX (Una
aproximación desde la psicohistoria)" (Tesis de Maestría en Historia,
Universidad de Costa Rica, 1993), pp. 147-161.
27. La comparación con el caso del Norte de Francia es interesante. Smith,
Bonnie G., Ladies of the Leisure Class. The bourgeoises of Northern
France in the Nineteenth Century (Princeton, Princeton University
Press, 1981). La experiencia de las mujeres campesinas, artesanas y

214
obreras fue muy distinta. Véase: Mora, Virginia, "Mujer e historia: la
obrera urbana en Costa Rica (1892-1930)" (Tesis de Licenciatura en His-
toria, Universidad de Costa Rica, 1992). González, "Mujer y familia",
pp. 161-182. González afirma que entre 1850 y 1900 decayó la partici-
pación femenina en el universo externo; pero su enfoque de la composi-
ción social de ese proceso es inverso al mío. El conjunto de datos en
que basa su análisis (novedoso, aunque a veces contradictorio) me parece
insuficiente. El estudio de Mora es más completo. Mora, "Mujer e his-
toria", pp. 73-125.
28. Oficial, Anuario Estadístico. 1912, p. 131. La feminización de la docen-
cia, especialmente en primaria, es uno de los temas clave de la historia
de la educación. Véase para el caso de Francia: Margadant, Jo Burr, Ma-
dame le Professeur: Women educators in the Third Republic (Princeton,
Princeton University Press, 1990). El peso cuantitativo de las obstretas
fue más limitado, lo mismo que el de las telefonistas. Acuña, Ángela,
La mujer costarricense a través de cuatro siglos, v. I (San José, Imprenta
Nacional, 1969), pp. 275-279. Mora, "Mujer e historia", pp. 119-125.
29. Dobles Segreda, Índice, ts. VIII, p. 336 y IX, p. 419. La inscripción de
Ángela Acuña en la Escuela de Derecho en 1913, fue tema periodístico.
Calvo, Ángela Acuña, pp. 70-89. Calderón estudió en Estados Unidos.
30. El concepto de género es analizado por Scott, Joan W., Gender and the
politics of history (New York, Columbia University Press, 1988), pp.
28-50.
31. Barahona, Macarena, "Las luchas sufragistas de la mujer en Costa Rica,
1890-1949" (Tesis de Licenciatura en Sociología, Universidad de Costa
Rica, 1986), pp. 78-156. La Liga Feminista se fundó el 12 de octubre
de 1923. Véase también: Calvo, Ángela Acuña, pp. 133-143 y 150-
163. Mora, "Mujer e historia", pp. 169 y 173.
32. El análisis exhaustivo del catálogo de la biblioteca artesano-obrera de
1889 y de las listas de títulos en venta en las librerías locales, segura-
mente arrojaría un resultado parecido.
33. "La Paz" reimprimió en 1883 un Piadoso ejercicio para honrar los do-
lores internos del Sacratísimo Corazón de Jesús, novena firmada por
"Una devota", de verosímil origen español. Y en 1913, en la colección
"Ariel", Joaquín García Monge editó Cuentos infantiles, de Fernán Ca-
ballero. La costarricense Sara Quirós viuda de Casal publicó, en el París
de 1911, Método de corte. Dobles Segreda, Índice, ts. III, p. 208; IV, p.
365; y X, pp. 96-100.
34. Dobles Segreda, Índice, t. X, pp. 58 y 112. La edición de "Lehmann",
que figura como tercera, se titula Cocina costarricense. Dobles Segreda
no especifica cuándo circuló la segunda, que elevaría a 9 el total de volú-
menes publicados por mujeres.
35. Dobles Segreda, Índice, t. X, pp. 100-101 y 384.
36. Dobles Segreda, Índice, t. IV, pp. 72-73, 83-86 y 99-102. Ferraz era es-
pañola y hermana de Valeriano y Juan Fernández Ferraz, el primero de

215
los cuales prologó muy elogiosamente la novela. Puente era de Puerto
Rico.
37. Acuña, La mujer costarricense, t. II, p. 256.
38. Oliva, Artesanos y obreros, pp. 150-153. La Liga Feminista no se afa-
nó por difundir el feminismo entre artesanas y obreras: concentró sus es-
fuerzos en promover el derecho al voto, que interesaba a damas burgue-
sas y de la clase media, sin preocuparse por la organización de las traba-
jadoras. Mora, "Mujer e historia", pp. 169 y 173.
39. Correo Nacional. Diario Católico de la Mañana, 5 de mayo de 1927, p.
1. Oliva, "La novela", p. 33.
40. Infra, capítulo IV, pp. 112-113.
41. Correo Nacional. Diario Católico de la Mañana, 5 de mayo de 1927, p.
1. La "Liga de Acción Social" refleja esta transición: al justificar la des-
truccion de "libros malos", se apoyaba en el Index, al tiempo que atri-
buía a varios títulos una orientación socialista.
42. Libertad, 16 de febrero de 1963, p. 3. El penal se ubicaba en la isla de
San Lucas, cerca del puerto de Puntarenas. Ese trabajador quizá fue con-
denado más por su actividad sindical, que por "...pensar y leer...", como
afirma Libertad. La persecución de las obras de izquierda contaba con
una base legal: el decreto "Volio Sancho", de julio de 1954, que prohibía
la circulación de literatura marxista y pornográfica; con el propósito de
acatar lo primero –no lo último–, fue violada varias veces la correspon-
dencia de Carlos Luis Fallas, Fabián Dobles y Joaquín García Monge.
Aguilar, Marielos, Los derechos civiles en Costa Rica (1940-1980).
Historia de un proceso democrático (San José, ICES, 1989), pp. 38-39.
43. Me baso en recuerdos personales y familiares.
44. Véase el Semanario Universidad de 1970 y 1971 (en esa época, disi-
dente e interesante, a varios años luz de su decadencia actual).
45. La primera vez que la leí, tenía unos diez u once años.

216
FUENTES

1. Impresas

Anónimo, "Clarín patriótico". Revista de la ANDE. San José,


Nos. 26-29 (enero-abril de 1968), pp. 307-326.
Archivo Nacional de Costa Rica, "Actas municipales de Barba.
1821-1823". Revista del Archivo Nacional. San José,
Nos. 1-12 (enero a diciembre de 1991), pp. 129-248.
_________, "Lista de los libros pertenecientes a la testamentaría
del finado don Braulio Carrillo". Revista de los Archi-
vos Nacionales. San José, Nos. 11-12 (septiembre-octu-
bre de 1938), pp. 659-670.
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2. Inéditas

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ANCR. Protocolos Coloniales. Cartago. Exp. 453 (1796). San
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ANCR. Congreso. Exps. 786 (1828), 796 (1828), 13579
(1829), 1427 (1831), 1466 (1831-1832), 7390 (1832),
1573 (1832) y 4912 (1838).
ANCR. Educación. Exps. 4537 (1831), 1024 (1844), 1102
(1844-1845), 1250 (1845), 3825 (1850), 6064 (1884),
894 (1855), 918 (1859), 95 (1888).
ANCR. Municipal. Exps. 329 (1824), 131 (1825), 319 (1830).
ANCR. Provincial Independiente. Exp. 1450 (1822).
Biblioteca Nacional de Costa Rica. Catálogos de periódicos y
revistas.

3. Periódicos
La revisión de periódicos fue diferenciada: para los años
1833-1863, se consultaron todos los ejemplares disponibles; pa-
ra el período posterior, se trabajó con números seleccionados. El
examen de otras colecciones no citadas aquí (incluidas varias de
revistas) y depositadas en la Biblioteca Nacional, no fue posible,
dado que por su deterioro no están al servicio del público.

Noticioso Universal. 1833-1834.


La Tertulia. 1834.
Mentor Costarricense. 1843-1846.
Pasatiempo. 1857.
Álbum Semanal. 1858.
Crónica de Costa Rica. 1858, 1859.
Nueva Era. 1859-1860.
La Gaceta Oficial. 1862, 1863.
Diario de Costa Rica.1885.
El Eco Católico de Costa Rica. 1890, 1900, 1901.
El Heraldo. 1891.
La Nueva Literatura. 1895, 1897, 1898.
El Anunciador Costarricense. 1897, 1899
El Artesano. 1889
La Aurora. 1904.
El Cometa. 1911.
Correo Nacional. Diario Católico de la Mañana. 1927.
Libertad. 1963.
Semanario Universidad. 1970, 1971, 1991.
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4. Revistas

Lecturas. 1918-1919.

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La presente versión digital corrige


algunas erratas de la edición original;
mayo, 2017. IMJ

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