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Durante muchos años y según consta en las actas del muy antiguo
convento de la Concepción, que hoy se localizaría en la esquina de
Santa María la Redonda y Belisario Domínguez, las monjas
enclaustradas en tan lóbrega institución, vinieron sufriendo la
presencia de una blanca y espantable figura que en su hábito de
monja de esa orden, veían colgada de uno de los arbolitos de
durazno que en ese entonces existían. Cada vez que alguna de las
novicias o profesas tenían que salir a alguna misión nocturna y
cruzaban el patio y jardínes de las celdas interiores, no resistían la
tentación de mirarse en las cristalinas aguas de la fuente que en el
centro había y entonces ocurría aquello. Tras ellas, balanceándose al
soplo ligero de la brisa noctural, veían a aquella novicia pendiente
de una soga, con sus ojos salidos de las órbitas y con su lengua
como un palmo fuera de los labios retorcidos y resecos; sus manos
juntas y sus pies con las puntas de las chinelas apuntando hacia
abajo.
Vivían pues en ese entonces en la esquina que hoy serían las calles
de Argentina y Guatemala, precisamente en donde se ubicaba
muchos años después una cantina, los hermanos Avila, que eran Gil,
Alfonso y doña María a la que por oscuros motivos se inscribió en la
historia como doña María de Alvarado.
Pues bien esta doña María que era bonita y de gran prestancia, se
enamoró de un tal Arrutia, mestizo de humilde cuna y de incierto
origen, quien viendo el profundo enamoramiento que había
provocado en doña María trató de convertirla en su esposa para así
ganar mujer, fortuna y linaje.
Cuéntase que el metizo aceptó y sin decir adiós a la mujer que había
llegado a amarlo tan intensamente, se fue a Veracruz y de allí a otros
lugares, dejando transcurrir los meses y dos años, tiempo durante el
cual, la desdichada doña María Alvarado sufría, padecía, lloraba y
gemía como una sombra por la casa solariega de los hermanos
Avila, sus hermanos según dice la historia.
Al fin, una noche, no pudiendo resistir más esa pasión que era
mucho más fuerte que su fe, que opacaba del todo a su religión,
decidió matarse ante el silencio del amado de cuyo regreso llegó a
saber, pues el mestizo había vuelto a pedir más dinero a los
hermanos Avila.