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Convirtiéndose en filósofo
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cierta dote persuasiva, de ahí que sea empleado con frecuencia para dictar
normas morales, esto es, máximas, y estará muy ligado, por tanto, a es-
cuelas filosóficas con una gran intención moral, como las helenistas.
El aforismo podía tener en esa época, además, otra cualidad, a saber,
suscitar también la impresión de ser palabra procedente de la divinidad,
pues reproducía las formas empleadas por los oráculos en sus adivinacio-
nes. La oscuridad y ambigüedad, rasgos de esas máximas de los oráculos,
caracterizarían, de hecho, la filosofía de Heráclito: el aforismo será una
forma de expresión de la racionalidad que solo deja entrever esa misma
racionalidad, esto es, que incita al lector, convencido de su verdad, a
ahondar en él para dar con las razones de su verdad.
Los factores que facilitaron, finalmente, la formación de géneros
científicos y, entre ellos, el filosófico, fueron fundamentalmente tres. Los
dos primeros están relacionados con los cambios sustantivos, ya señala-
dos, sucedidos en la literatura como consecuencia de una sustitución de la
forma oral por la escrita en la conservación y transmisión del texto. El
primero de esos cambios fue el desarrollo creciente de la prosa en sustitu-
ción de la poesía, lo que permitió que la expresión racional se liberase de
los rigores impuestos por la forma poética. El segundo, no aludido hasta
aquí, fue la difusión escrita de los textos, esto es, el libro, que propició
una relación directa entre un autor, en este caso, el filósofo, y un lector,
sin necesidad de que entre ambos hubiese de mediar un orador. Y, por
último, a estos dos se añade un tercero, el desarrollo de la argumentación
como consecuencia de la organización democrática del estado griego, que
propició un paulatino refinamiento de la prosa hasta constituirse en la
forma habitual de dirigirse a un público amplio. De esto último dan buena
cuenta los tratados y manuales que elaboraron los sofistas para sus ense-
ñanzas sobre las artes de la retórica.
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Hasta aquí esta breve exposición de los géneros; muchos han quedado
de lado por falta de espacio, otros muchos los hemos dejado fuera porque
no los consideramos propiamente filosóficos, como, por ejemplo, la no-
vela o el teatro filosóficos. Sirva hasta aquí lo dicho, meramente, para
que nunca hagamos una lectura incauta de los textos de los filósofos,
como si lo único importante en ellos fuese el contenido: su forma también
nos dice mucho de esos textos, esto es, de la filosofía de cada autor y de
la idea misma que tiene de lo que es y para lo que sirve la filosofía.
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