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Las mujeres muestran sus dientes

Solange Rodrìguez Pappe1

Bienvenidos, lectores a esta recopilación de relatos de terror escritos por mujeres


realizada por Linda Báez Lacayo. En esta antología tenemos homenajes a temas
emblemáticos del género que seguramente podrán identificar fácilmente como son el trato
con los muertos que vuelven de la tumba; el acoso de los fantasmas y las posesiones
demoniacas, hasta llegar a los temores apocalípticos de los habitantes del segundo milenio
al convivir con la idea de una extinción masiva de la civilización. Tenemos también el
lado tenebroso de territorios que a estas alturas de la modernidad considerábamos seguros,
cuando estas autoras exploran algunos sitios habituales desde una óptica macabra. Se
aborda también la violencia cotidiana tratada a manera de hiper realidad donde lo
sobrenatural da paso a monstruosidades humanas, sin perder de vista los temores sentidos
hacia las criaturas tradicionales del folklore popular. Resumiendo, en esta muestra las
mujeres han imaginado poderosamente y escrito sobre estremecimientos para todos los
paladares.

Es cierto que conocemos muy poco acerca de las mujeres que hayan incursionados en el
género del terror en América, por esa razón son necesarias las antología que exploran
las muchas máscaras tras las que se ocultan nuestros miedos, pero que también sirven
para exhibir el potencial creador y destructor de la imaginación femenina. Mujeres de
miedo que cuentan, se suma a los trabajos como Mortuoria ( Ediciones Lulù, 2018) una
antología mexicana hecha a propósito del día de muertos, donde solo se recopiló el trabajo
de mujeres; Terroríficas (2018), inspiradas en la obra de la española Pilar Pedraza y
Alucinadas, recopilación hispana de historias de terror femenino que ya ha acumulado
varias ediciones desde el 2014. ¿Qué tienen en común todos estos textos? saldar una
deuda histórica con las creadoras que han escrito sobre de la imaginación fantástica. Así
que empecemos.

Muertos sin descanso.

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Solange Rodriguez Pappe, (Guayaquil, 1976) es una escritora interesada en explorar los géneros como
el terror, la ciencia ficción y todas las variantes de las literaturas de lo extraño.

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El sociólogo Jean Delumeau en el libro El miedo el occidente (1978) explica a sus lectores
que la percepción del miedo ha evolucionado paralelamente a nuestro desarrollo como
especie y que las causas de nuestros temblores han sufrido muchas variaciones. Desde los
primeros mitos sobre lo que escondía la oscuridad inventados a la segura luz de las
hogueras prehistóricas, hasta la convivencia con lo sobrenatural naturalizada por los
habitantes del siglo XII, donde la frontera entre la vida y la muerte era completamente
permeable y el espectáculo de la muerte era público, hubo un cambio con respecto a la
idea de los fallecimientos como un asunto que debía ser ritualizado. Se creía que muchos
difuntos venían a penar solo cuando su partida se consideraba un asunto inconcluso.
Mujeres vírgenes y niños no bautizados correspondían a ese mismo rango de penaciones
porque al tener pendientes, no descansaban en paz.

La escritora Mariana Enríquez en una conferencia sobre narrativa de terror dada para la
universidad Flacso de Argentina en el año 2017, se suma a Delumeau y explica que en el
siglo XVII los fantasmas pasan de ser espantos exteriores a atormentar desde la mente de
individuos, quienes no saben si lo que les acontece es real o no. La autora cita al texto de
Henry James, La última vuelta de tuerca como ejemplo de una narración ambigua. ¿Hay
una presencia extraña en la casa o se trata solamente de imaginaciones? La tarea de
develar lo que realmente ocurre, está en los lectores.

Volviendo al tema de los espectros, en este compendio tenemos variaciones del relato de
fantasmas. Conocedores de los secretos del más allá, son portadores de un conocimiento
que se nos escapa. Profetizan, quieren apoderarse de nuestra fuerza vital, nos castigan o
nos hablan con la nostalgia de los que alguna vez fueron amados: “No hay vida en el
bosque” de Linda Báez Lacayo posee una trama que se construye en base a una ficción
histórica donde hay un ajuste de cuentas; “Un fantasma para mí” de Mayte Alcelay trata
sobre cómo hacerse cargo de la capacidad de acumular espíritus muertos; “Continencia”
de Maya Lorena Pérez, es una historia pasional con presencia de necrofilia;; “El horror
sería” de Marianela Corriols realiza un guiño al cine de Alfred Hitchcock y “Retrato de
Helena” de Marlen Landeros recuerda el terror gótico clásico con grandes casonas de
inmensos patios y espantos con malvadas intenciones. Muchos de estos fantasmas no
buscan nuestro pánico, a veces están nostálgicos, a veces quieren advertirnos de algo que
hacemos mal, a veces no quieren estar solos.

Lo monstruos nunca se fueron.

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Volviendo a las declaraciones de Mariana Enríquez, la escritora se pregunta cómo hacerse
cargo de un linaje de cuentos de terror que por tradición resulta muy ajeno a América
Latina. Los nombres de Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft, Robert Aickman, Stephen King
y Neil Gaiman son por todos conocidos por tratarse de autores de publicaciones
ampliamente difundidas, pero no sucede así con nuestro pasado hispánico donde los
referentes de la literatura de terror son escasos. Nombres como Horacio Quiroga y tal vez
los más contemporáneos como Francisco Tario y Bernado Esquinca, son rarezas; y más
rareza aún resulta si cambiamos la pregunta de enfoque y planteamos como duda qué
sucede con el género del terror y las incursiones de las mujeres. Dos puntas muy distantes
resultan ser la norteamericana Shirley Jackson y la mexicana Amparo Dávila, precursoras
de las narraciones de terror quienes han debido probar, a golpe de acumular lectores, que
sus creaciones tienen un merecido lugar en esta tradición. Como decía en párrafos
anteriores, la tarea de antologías como esta reconstruir ese linaje y reconstruir ese lado de
la imaginación.

Enríquez se pregunta entonces cómo sería el terror propio de nuestros países para así
realizar una traducción de las tradiciones extranjeras a nuestro propio idioma. Imaginar
lo que nos asusta y empezar a escribir sobre ello resulta útil para hacerse cargo de los
miedos locales. Hurgar en repertorios como las leyendas y el folklore traen personajes
como el pensado por Laura Echeverría en “La hora del crepúsculo, donde el monstruo se
trata de un ser creado para explicar las muertes infantiles y es concebido como una
anciana blanquísima que habita en pizas abandonadas y que se alimenta de la respiración
de los niños. En ese mismo grupo de monstruos se encuentra el delfín de ojos malignos
que aparece en “Lo estaba mirando”, de Silvia Ruth Fernández, un ser que conduce a los
incautos a los abismos del mar para que sean consumidos por las criaturas que habitan en
esa zona misteriosa.

Otra de las variaciones de lo monstruoso se presenta en la reescritura del clásico tema de


terror que tiene que ver con el doble. Esta temática está presente en los cuentos “Espejito,
espejito” de Carol Huate y “Detrás del espejo” de Ale V. Baez. En la anécdota de estos
relatos, lo que se oculta tras el reflejo del vidrio esconde un poder bestial; así lo afirma el
estudioso español David Roas el en ensayo Tras los límites de lo real: La idea de un ser
duplicado nos hace dudar no ya solo de la coherencia de lo real (…) si no que rompe la
concepción que tenemos de nosotros mismos como algo único (…) Al postular la ruptura
del principio de identidad, desaparece la percepción unificada del yo. Entonces el yo se

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vuelve extraño, desconocido, y como tal, incomprensible y, sobre todo, incontrolable”.
Al romperse la contención del espejo, el mal es liberado y contamina la realidad.

Otra forma de duplicidad está presente en los cuentos “No hay peor ciego que el que no
quiere ver de” Mayela Villaseñor donde una madre da a luz gemelas y empieza a
sospechar que una de ellas tiene la capacidad de convocar desgracias para quienes no la
satisfacen, ya que posee “una semilla de maldad”. De los gemelos perversos que entre
ellos se potencian y se encubren, mucho ha dicho el cine y la literatura. Roas también
menciona que las relaciones de convivencias entre ellos, en los textos de ficción,
recuerdan el parentesco entre el ser humano y su sombra, —según las categorías del
psicoanálisis—, siendo esta la que alberga sentimientos irracionales y salvajes, propias
de una moral invertida. “El doble, el personaje desdoblado, es también un monstruo
porque está más allá de la norma”, afirma Roas.

Brujas, poseídas y amantes del diablo.

Otro de los temas abordado en esta antología es el tópico de las mujeres como poseedoras
de saberes ocultos relacionados con la hechicería, siendo capaces de manipular el corazón
de los hombres a su voluntad. Como explicaba antes, el género ha tenido, a lo largo de su
desarrollo, una poderosa carga moralizante y muchas de las historias de miedo
primigenias, donde los hombres era protagonistas, poseían como contrapunto a una
hechicera o un demonio a manera de tentación para que el héroe abandonara su “buen”
camino: tenía lamias, súcubos y diablas, ofreciéndose por doquier como carnadas.

Susana Castellanos de Subiría en el libro Diosas, brujas y vampiresas afirma que “A los
ojos masculinos, la mujer siempre va a encarnar aquello que no se puede controlar ni
comprender por completo. Sus comportamientos, intenciones, actitudes y sentimientos
siempre escaparán a la estructura racional con la que el hombre pretende sentirse estable”
Es decir, las mujeres dentro de la tradición occidental estarían relacionadas con lo
potencialmente peligroso, pero también con lo atrayente.

En esta categoría de hechiceras y endiabladas me referiré primero al cuento “Sybilla” de


Ana Coty Villaseñor, como texto donde las feminidades son un puente para la
manifestación de los poderes oscuros. Este texto narra la relación entre la narradora y una
bruja encubierta quien se alimenta veladamente de la vitalidad de una familia. Las brujas,
a veces perversas, pero en algunos casos generosas con sus saberes, sobreviven

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aparentando normalidad hasta que su verdadera naturaleza sale a la luz por alguna
casualidad. Lunares, cabellos rojos, sensualidad excesiva, dan a sospechar.

Otra línea derivada de las mujeres como un pasadizo que se conecta con las fuerzas
oscuras, es la de la mujer poseída —que va de la mano con el de la mujer loca —. Hay
que recordar que hasta hace muy poco tiempo, a los enfermos mentales se los trataba por
medio de exorcismo y se los denominaba “endemoniados”. El cuento “Conjuro” de
Alexandra Campos es un muy buen ejemplo de esto porque narra lo que sucede dentro de
la cabeza de una mujer que es tratada por su desequilibro mental, pero a la vez, la historia
deja la puerta abierta al tema de la posesión demoniaca. La ambivalencia entre la salud y
el padecimiento, atormentan a la protagonista.

“La amante” de Georgina Viteri retrata de manera explícita lo que experimenta una
muchacha quien, de muy buena gana, es requerida por el diablo. Hay que recordar
también toda la imaginería sobre el tema de la bruja como pórtico de la lujuria,
desarrollado a lo largo de 1400 donde algunas de las acusadas, describían a la Inquisición
como era su encuentro con el maligno, siendo narrado como satisfactorio, pero también
como doloroso. Sin embargo, esto no disuadía a la amante de evitar el sexo con Satanás;
el personaje de Viteri sufre de dudas porque presencia de primera mano todo el poder
destructor de su galán y antes de ser redimida, es castigada por él a la altura de su
temeraria acción.

“Hay que cuidarse más de los vivos que de los muertos”: la horrorosa realidad.

Volviendo a David Roas en Tras los límites de lo real, él explica como la modernidad,
nos adentró en un esperanzador siglo XX, donde el miedo sobrenatural dio paso al miedo
contemporáneo, que resultó mucho más creíble desde nuestra percepción de la realidad y
por esa razón, más descarnado. A medida que las fábulas humanas dejaron más zonas
iluminadas por la lógica, el miedo se fue desplazando hacia otros territorios donde aún
reside lo desconocido, pero sin abandonarnos del todo; demostrando así que en lo
expuesto sin trazas paranormales y a plena luz del día, también reside algo espantoso.

El miedo sobrenatural basado en las apariciones de los muertos sin descanso, dio paso en
cuestión de décadas, al miedo de ser víctimas de violencia ciega. Esta es una forma de
espanto que entendemos bien los habitantes de las ciudades contemporáneas. Nos

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podemos identificar con mucha más facilidad con el pavor de una mala muerte al ser
elegidos como víctimas por nuestros nuevos monstruos: asaltantes, extorsionadores,
torturadores, proxenetas, que nos ponen a temblar, así no vengan de ultratumba.

Primero me referiré a los cuentos de la única autora cuyo material se repite dos veces en
esta selección, se trata de María Cristina Zubieta, quien participa con el relato sobre los
caminos torcidos que toma un adolescente llamado “Lu” y también con la narración “Ojos
verdes”, donde se exploran descarnadamente escenas sobre el tráfico humano. Otra cosa
rescatable de la escritura de Zubieta es que estas fábulas coquetean con otras narraciones
que se desarrollan en nuevas plataformas contemporáneas como las creepy pastas,
popularizadas por usuarios anónimos de internet ( relatos sin autoría específica a manera
de nuevas leyendas urbanas) o los escabrosos vericuetos la deep web donde se rumora
que hasta lo más nefando tiene un precio.

Dentro de este mismo grupo de textos que podríamos denominar “ terror social”, pero con
variaciones, colocaría también el cuento “Reconciliación nacional” de Sandra Torres
Molina. Una mujer detecta en medio de la multitud a su violador, reviviendo así un pasado
espantoso de torturas, a propósito de su postura política, pero cuando cuenta lo que
descubre, no encuentra empatía en ninguno. No hay eco que la ayude con un acto de
justicia porque el país entero ha decidido olvidar y seguir adelante. Mucha de la actual
narrativa de terror, sobre todo en lugares como Chile o Argentina, ( Centro América tiene
también una historia parecida) emplea metáforas como el fin del mundo, abominaciones
o aparecidos a manera de alegorías para mencionar atrocidades de estado que siguen
siendo insuperables.

Historias como “Ocho minutos” de Monserrat González Vera o “Abandono” de Sandra


Torres Molina enfocan miedos cotidianos. González especula con los delirios que
experimenta un hombre en sus últimos minutos y Torres Molina aborda también la muerte
pero tratándola con absoluta sordidez en un fresco de realismo demoledor donde no hay
lugar para la esperanza. Ambas construcciones tiene en común su juego irónico y perverso
con el lector al que conducen muy lejos de un final feliz.

Y para concluir las reflexiones sobre los miedos contemporáneos y quienes temen ser
dañados por ellos, hablaré de un cuento de género gore, inspirado en el más puro linaje
de lo filmes B, con todos los elementos clásicos del caso: un asesino con mucho apetito
de sangre que se sirve permanentemente carne fresca, escenas de sexo apasionado y armas

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afiladas por doquier. Entre la masacre de Texas de Tobe Hoope y La casa que construyó
Jack de Lars Von Trier, se encuentre el relato “La sangre se limpia con fuego” de Ana
Giroud texto crudo que encierra un final revelador donde se demuestra que las mujeres
también puede tener un apetito destructivo.

A qué le temen las mujeres y otras posibilidades de imaginar el terror.

En la preparación de esta antología me preguntaba, como seguramente lo harán los


lectores, si los cuentos de terror escritor por mujeres tiene preocupaciones particulares
que las diferencien de los autores masculinos. Sin caer en sexismos o prejuicios de género,
he concluido que existen un par de temas recurrentes que han estado unidos a los roles
tradicionales de las mujeres a lo largo de la historia: alumbramiento, educación y
sexualidad.

Las preocupaciones propias de la maternidad, —como la muerte de los hijos amados o


que tengan una vida desgraciada por culpa de la propia progenitora—, aparecen en la
escritura de muchos de estos relatos. También la infertilidad, recurrir a argucias mágicas
para concebir que luego son cobradas con desgracias tremendas; recelo a parir a las
semillas del diablo; alumbrar a vástagos crueles o perversos; criar gemelos satánicos que
cometen parricidio y luego desencadenan el Apocalipsis . Las mujeres temen dar vida una
estirpe maldita y sin ley. También les causa terror ser sometidas a violencia sexual, ser
esclavizadas, abusadas y vendidas al mejor postor; formar parte de relaciones enfermizas
y degradantes de las que no hay manera de librarse. En estas fantasías, tras muchos
tormentos, el amor inicial se deforma y termina un desenlace trágicos.

Y claro, también hay autoras que dialogan más bien con otros temas de su propio interés
y que no tiene relación con los que he mencionado en el párrafo anterior. Por ejemplo,
ellas muestran curiosidad por la Ciencia Ficción que explora hasta dónde pueden llegar
la tecnología o han considerado una forma de miedo muy popular en los últimos tiempos
que son las pandemias que suponen que la humanidad entera se extinguirá debido a una
plaga de dimensiones planetarias.

El relato “Stanford” de Giselle Torio aborda la presión de una estudiante de alto


rendimiento que empieza a consumir una droga con extraños efectos secundarios. Este
texto resulta particular por la inspiración que encuentra en una tecnología que hace
muchos años ha dejado de parecernos alentadora porque nada puede refrenar la
inclinación al exceso y la destrucción que se encuentra en la misma naturaleza humana.

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Y para finalizar este bloque se encuentra el relato “Editando a Wallace” de Elisa
Maturana, texto que juega con los códigos del relato de detectives y de la metaliteratura,
al relatarnos una historia que progresivamente revela un asesinato muy bien planeado,
que también podría tener como consecuencias la extinción de toda la humanidad.
Venganzas y ajustes de cuenta en una fantasía que incorpora diferentes registros del
terror: una noche tormentosa, escatología y un editor no puede concentrarse en hacer bien
su trabajo.

Conclusión para temblar en una noche de luna

Dentro de las mujeres creadoras, quienes han sido catalogadas por narrativas mucho más
conservadoras como seres incapaces de mostrar una reacción violenta o incluso, de
revelarse contra un destino pasivo e injusto, se esconden todo tipo de criaturas abyectas
y perversas que gruñen y muestran sus dientes si las azuzan. Estas narradoras demuestran
que su capacidad creativa es también feroz y sus relatos cuentan la historia de nuevas
feminidades que alimentan los registros otros de la literatura mundial, diferenciándose de
un pasado que las condenaba a ser los ángeles eternos del hogar, y ahora se transforman,
se vuelven un poco lobas, un poco brujas, un poco demonias para sus lectores. Por medio
de sus cuentos de terror, nos advierten que debemos prepararnos para atravesar por las
peores eventualidades—las ilógicas y las más racionales—, porque el miedo nos adiestra
para el verdadero mundo real, la existencia improbable e inclemente que se encuentra
fuera de las confiables páginas de un libro"

Quito, 2019.

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