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La ciencia es, ante todo, una manera de ver el mundo, una determinada manera de
intentar comprender qué somos, entender lo que nos rodea y relacionarnos con ello.
Aunque la visión científica es parcial y el desarrollo de las sociedades modernas
necesita de otras aproximaciones a la realidad, a la ciencia le debemos muchos de
los logros sociales que ahora nos parecen irrenunciables, y de las ideas que
conforman la mentalidad contemporánea.
Por otra parte, nuestra sociedad, e incluso nuestra vida, está cada vez más
tecnificada y, aunque no sea necesario tener conocimientos de física cuántica para
utilizar un teléfono móvil, es conveniente saber hasta qué punto una prueba genética
puede ser predictiva del desarrollo de una determinada enfermedad. El avance
continuo de la técnica nos propone cada día nuevas aplicaciones de las que debemos
ser capaces de valorar los riesgos y los beneficios que nos pueden aportar. Para ello
es necesario que la sociedad en general y nuestros políticos en particular tengan un
conocimiento científico suficiente para poder participar en el debate y tomar las
decisiones adecuadas. Transmitir a la sociedad el conocimiento necesario para
entender la técnica sería, pues, la segunda función de la ciencia en una sociedad
avanzada.
El enorme éxito del método científico para generar tecnología nos está haciendo
olvidar las otras funciones de la ciencia. Para mantener una ciencia capaz de crear
cultura, de transmitir nuevos conceptos que nos ayuden a pensar, es necesario
desligarla en parte de objetivos finalistas. Si seguimos empeñados en ver a la ciencia
únicamente como una productora potencial de aplicaciones técnicas, perderemos la
influencia de la ciencia en la cultura y crearemos un divorcio entre una tecnociencia
mercantil y una sociedad acientífica que comprará algunos productos científicos y
sufrirá pasivamente, a veces horrorizada, otras de sus aplicaciones.
http://elpais.com/diario/2005/04/27/futuro/1114552808_850215.html